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NOMBRES Y APELLIDOS: Faustino Alexis Ambrosio Ramirez

EP: Literatura
CURSO: Matemática Histórica
PROFESOR(A) DE CURSO: Frank Rodríguez Cárdenas
SECCIÓN: 3-A
¿Por qué aquella chica es hermosa?
Pero, ¿¡qué título es este!?
Creo que un buen punto de partida para pensar la problemática de la
belleza es escucharnos a nosotros mismo, es decir, preguntarnos por
qué decimos esto de aquello. Como consecuencia de esto, tal vez
muchos (quizá pocos) coincidamos en la siguiente otra pregunta: ¿qué
es esto que digo de aquello? Llegados aquí, será necesario analizar la
palabra, el adjetivo, “eso” que yo vislumbro en el objeto observado.
Finalmente, cuando consigamos aproximarnos al contenido
significativo de esa palabra, podremos reflexionar sobre ella, su
relación con nuestras acciones y, en última instancia, sobre su origen.
Veamos, ahora, la cuestión de la belleza: ¿qué es la belleza, dónde está?:
¿es?, ¿está? Estas cuestiones se relacionan con la naturaleza de lo bello.
Decir que lo bello es o está implica, pues, decir que la belleza tiene dos
principios: uno material (pues el estar es una condición propia del
objeto) y uno inmaterial (pues el ser es cualidad que nosotros (quizá
nadie más) identificamos en el objeto). Como podrá inferir, estás dos
naturalezas de la belleza son interdependientes, y esta es la razón: al
afirma que la belleza es una cualidad identificable en el objeto,
estamos afirmando que lo bello está en el objeto. Y aún más: si decimos
que lo bello es identificable, decimos que ella necesita de un sujeto que
la identifique; ¿qué sucedería, pues, si no hubiera un sujeto, es decir, un
ente capaces de conocer y reconocer la belleza en el objeto?: pues
sucedería que si no hay sujeto, no hay belleza que identificar; en otras
palabras, concluiríamos que ella no tiene una existencia independiente.
Otra razón que puedo proponer es que no todos los objetos son
considerados bellos; incluso, no todos los ellos son susceptible de ser
categorizados como bellos o feos, verbigracia: una orden.
Pero, ¿qué hay de las ideas y lo pensamientos?, ¿por qué decimos que
algunos son bellos? Parece ser que aquí la naturaleza dual de la belleza
no se cumple: tengamos en cuenta que lo bello requiere un objeto (algo
real) y un sujeto (un ente capas de abstraer). Los pensamientos están
en nuestra mente; cómo entonces, es posible contemplarlos, para luego
afirmar que son agradables. Una consecuencia de lo anterior es que lo
bello no es objetivo, no está en el objeto. Aquí conviene, empero,
introducir un concepto: el de armonía. Teniendo en cuenta que la
armonía es la disposición placentera de un conjunto de objetos,
podríamos salvar la naturaleza objetiva de la belleza, pues estaríamos
considerando la disposición de las partes de un todo como
determinante de lo bello. El concepto de armonía puede aplicarse
también a una idea, pues, como sabemos, ella puede materializarse (a
través de la escritura y el sonido) y ordenarse (a través de la sintaxis).
Pero, ¿es el orden de las palabras, y la disposición de sus sonidos, lo
que hace bella una frase?, ¿qué hay del contenido significativo de ella?
Aquí podríamos, nuevamente, hablar de interdependencia. En
consecuencia, la belleza de una idea no solo puede fundamentarse en
su estructura material (disposición de palabras y sonidos), sino
también en su significado.
Pero, hay algo que aún no ha quedado resuelto: si la belleza se basa en
la armonía del objeto, y su plena existencia requiere de un sujeto que la
identifique, ¿qué es lo que en nosotros prefigura el modelo de belleza?
El problema es más grande si adicionamos la perspectiva estética de
los demás a la nuestra; si bien la variación entre ellas, generalmente,
solo es parcial, hay casos excepcionales: decir que el caos es bello es un
ejemplo; este ejemplo, además, es ajena a la armonía.
Vamos a adentrarnos a un campo aún más abstracto: las matemáticas.
¿Son bellas las matemáticas? Tal vez las ecuaciones no nos resulten tan
hermosas (quizá sí), pero no podríamos decir lo mismo de la
geometría. De hecho, algunas formas geométricas resultan agradables
a la vista (este es una postura personal); las circunferencias, un
hexágono inscrito en una de ellas, las paralelas, las secciones cónicas,
etc., por ejemplo. Pero, ¿por qué? Pues, no lo sé; si tan sólo las palabras
fueran tan sencillas de comprender… Quizá la proporción áurea sea la
respuesta. Como sabemos, esta proporción relaciona todo con parte.
Ella, como lo demuestra Yolanda Toledo Agüero en su obra Sección
áurea en arte, arquitectura y música, capítulo II, está presente en
muchas figuras geométricas; y es más, dicha relación configura algunas
formas geométricas: ¿cómo, entonces, podríamos imaginarnos un
pentagrama, si la proporción entre algunos de sus lados no fuese la
áurea? Aquí, empero, hay algo implícito: si la belleza de las formas
deriva de la presencia de la sección áurea en ellas, y nuestro cerebro es
capaz de contemplar aquella (belleza) a partir de ella, este, entonces,
debe tener como modelo de belleza la noción de sección áurea:
inclusive, nuestro propio cerebro podría estar determinado
(estructuralmente) por la mencionada proporción. Esta hipótesis
podría la respuesta a la cuestión del párrafo anterior.
Pero, ¿por qué aquella chica es tan hermosa? Aquí me gustaría
introducción una perspectiva sobre la necesidad de la belleza humana.
Como todo lo anterior, este punto de vista no es mío: le perteneció a
Schopenhauer; o, al menos, fue por él que conocí esa postura, en una
obra suya titulada Sobre el arte de tratar a las mujeres. En este librito,
Schopenhauer afirma que las chicas son hermosas, temporalmente,
porque ser así era la única forma de llegar a la unión sexual y, en
consecuencia, preservar la especie; la evolución dispuso que la mujer
fuera bella para atraer al varón: así conseguiría asegurarse a sí misma
y a su descendencia. Tal vez sea así, no lo sé. Pero, ¿por qué ella y no
otra? Una vez más Schopenhauer alude a la evolución:
parafraseándolo, él afirma que la descendencia, por naturaleza, tiende
a su perfeccionamiento. ¿Cómo lo hace? El Ilustre Pesimista nos dice
que el impulso sexual es, en el fondo, nuestro instinto de preservación
que busca una pareja que compense todas nuestras imperfecciones.
Cuando se ha hallado al “indicado”, la unión sexual equilibra los defecto
del uno con las perfecciones del otro y viceversa. Los hijos, en
consecuencia, serán más hermosos que los padres, en el sentido de que
son el equilibrio de las cualidades tanto del padre como de la madre
(esto explicaría por qué a una persona alta le atrae otra muy bajita).
Nótese que la belleza también se relaciona con el perfeccionamiento.
¿Será, acaso, que lo bello es lo perfecto? Por otro lado, ¿qué es la
perfección?
Sin embargo, la explicación anterior no (me) basta para responder al
título. ¿Es que solo soy víctima de un instinto que busca preservarme?
¿Qué tiene que ver el amor con todo esto?

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