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ARTES OSCURAS EN EL VIRREINATO DEL PERÚ

Tulio Frasson Lindley


Diciembre 2017

Una dama me cuenta (muy sorprendida, por cierto) haberse enterado de que el
Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, en Lima, habría “condenado a varias
personas… ¡sólo por ser cocineras!”.
Semejante exabrupto (que no eructo, a pesar de haber comida de por medio)
merece una reflexión, antes de que corramos el riesgo de ser incorporado al
currículo de alguna escuela de cocina.

La Inquisición, en pocas palabras, combatía las herejías, la brujería y las


religiones ajenas a la fe católica. O todo aquello que, por error o mala fe,
pareciera pertenecerles.
Me refiero, evidentemente, a procedimientos o costumbres empleados en la
realización de ciertas actividades. Usos o prácticas que abundan, de hecho, en
la actividad culinaria, y que pueden ser confundidos con rituales. Rituales
entendidos como conjunto de reglas establecidas para el culto y ceremonias
religiosas.
¡Saltó la liebre!: religión. Es decir, terreno del dichoso tribunal.

Sí, es cierto. La Inquisición procesó a algunas personas que, por su misma


actividad, dieron motivo de sospecha o calumnia.

Un par de ejemplos:

Ricardo Palma (Tradiciones peruanas, 3° serie, El rey del monte) cuenta sobre
la reina de los terranovas, en 1799.
Como nadie alcanzaba a hacer competencia a la
acreditada mazamorrería de mama Salomé, otra del
gremio levantó la especie de que la terranova era
bruja, y que para hacer apetitoso su manjar meneaba
la olla, ¡qué asco!, con una canilla de muerto, y
canilla de judío, por añadidura.
¿Bruja dijiste? ¡A la Inquisición con ella! Y la pobre
negra, convicta y confesa (con auxilio de la polea) de
malas artes, fue sacada a la vergüenza pública con
pregonero delante y zurrador detrás, medio desnuda
y montada en un burro flaco.
De otro lado, Fernando Iwasaki (Inquisiciones peruanas) nos habla de Ana
María Pérez. Pero, ¿qué tenía esta limeña que verdaderamente molestaba a la
Inquisición?.

En primer lugar las exquisitas colaciones de la


mulata, cuyo manjarblanco tenía fama de ser
elaborado por el mismo diablo.

[…] todo lo relacionado con la brujería de aquel


entonces -el nacimiento y la mortandad infantil, la
fertilidad o esterilidad de los campos, los vuelos
nocturnos, la cocina y la orgía- se asociaba más bien
con el dominio femenino.
Hutchinson, Las brujas de Cervantes y la noción de
comunidad femenina, 128.

El criterio patriarcal judeocristiano sostiene que Satán tiene preferencia por las
mujeres, a quienes convertía en sus cómplices ya que las veía como una presa
fácil debido a su coquetería, a sus seducciones.
Sobre este postulado se presenta el hombre como víctima de la mujer, que lo
arrastra hacia el desorden de la sexualidad sin él tener posibilidad de defenderse.
Estos fundamentos patriarcales subyacen aún en nuestra cultura tan vivos como
en la Edad Media pero enmascarados y enredados en discursos ‘psicológicos’
construidos desde una doble moral.

Respondiendo a una persona que desea permanecer en el anonimato: estas


prácticas que comentamos aquí no son propiamente ‘artes oscuras’ (o ‘artes
ocultas’).
Veamos por qué.

En el caso de mama Salomé la delación tiene visos de calumnia; hecha


maliciosamente para causar daño (eliminar la competencia que era, además,
imbatible). La confesión, según sabemos, fue producto de la tortura (polea),
práctica harto común en estos procesos.
Con Ana María Pérez la cosa es distinta, ya que (Inquisiciones peruanas 70)
se defendía de la acusación (su “manjarblanco tenía fama de ser elaborado por
el mismo diablo") sosteniendo que “era el Cristo crucificado, a quien llamaba ‘mi
maxablanquero’, quien la asistía en sus quehaceres culinarios”. Como no se
puede hacer este tipo de declaraciones impunemente, la dama fue sometida a
tormento, el que consiguió “revelar sus recetas, las que incluyen pechugas de
gallinas deshilachadas, leches y azúcares”.

Este potaje, muy estimado desde la Edad Media, se podía realizar con carne,
pescado, aves, mondongo de res y en dulce. Aparece frecuentemente en los
textos literarios y en los recetarios de la época. Cervantes lo cita en el Quijote
(Quijote, Rico, 1133).

Pero, ¿hubo o no hubo ‘artes oscuras’ en el virreinato del Perú?.


¡Por supuesto que las hubo!. Y antes (época prehispánica) y después (época
republicana), hasta el día de hoy. No siempre ligadas a la cocina, eso sí.

Las prácticas mágicas del Virreinato reunieron


diversas tradiciones: por un lado, los blancos
aportaron el uso e importancia de la palabra
(ensalmos, conjuros, lectura de manos y cartas etc.),
por otro, los negros e indígenas contribuyeron con
los conocimientos sobre plantas y yerbas. Las
prácticas mágicas ya no sólo fueron actividades de
tipo ‘hechiceriles’, sino también actividades
representativas de ese mestizaje social y cultura.
Rodríguez, Urra e Insulza, Un estudio de la hechicería
amorosa en la Lima virreinal, 250.

Como bien señala [Sagal, Introducción a la gran literatura: a través del arte
del buen comer, 48-49]:

Los alimentos son ideales para la brujería y para la


literatura. Entre la hechicería y la cocina el eslabón
es firme y estrecho: ambas requieren de recetarios.
Un brujo poderoso semeja un buen chef. Los dos
poseen recetas secretas. Así como los druidas galos
esconden celosamente sus hechizos, que sólo en
artículo de muerte transmiten a otro druida, así los
grandes cocineros hacen salir a los pinches (quienes
así se llaman, sin perdón) de cocina cuando van a
añadir el ingrediente especial. Ocultan el ingrediente
que torna en ‘cordon bleu’ un plato cualquiera y en
mágico un objeto normal.

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