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BASE DE UNA PEDAGOGÍA DE LA EDAD JUVENIL

Erhard Fucke

Capacidad general para el amor y la sexualidad.

La facultad del poder amar, su despertar en la juventud,


generalmente es considerado como especialmente característico
para la pubertad.

Algunos comentadores de la edad juvenil equiparan la capacidad de


la procreación con la facultad del amar. Es un hecho que la
progresiva maduración de la organización humana recién permite la
procreación, sino que la misma de ninguna manera ha finalizado en
el momento de la pubertad. El organismo dotado de vida, ahora
puede llevar a cabo algo que con anterioridad no pudo hacer. En el
mundo animal, la madurez sexual es utilizada inmediatamente. La
organización instruye al animal cómo comportarse. En el caso del
hombre, la situación es más complicada. La maduración de ninguna
manera promueve un empelo “natural” inmediato de la
organización. CON LA PUBERTAD, LA ORGANIZACIÓN ES VIVENCIADA
POR EL JOVEN DE LA MISMA MANERA DISTANCIADA Y AJENA COMO EL
RESTO DEL MUNDO CIRCUNDANTE. La conciencia propia, recién
adquirida, genera una cierta distancia hacia ambos – organización y
medio circundante. De ninguna manera identifica al portador con
ambos sino que por el contrario, crea un límite vivenciable entre él
y organización y medio circundante. Por este hecho la capacidad
sexual en el hombre, adquiere un carácter especial. Frente a la
conciencia propia, es algo “externo” y es vivenciado por el alma
también de esa manera. Esto a menudo hasta genera una leve
extrañeza frente a la misma y ninguna identificación
sobreentendida.
La capacidad del amar se genera empero al mismo tiempo, como
fenómenos puramente anímico. También el lugar de generación de
esta capacidad del amar en las fuerzas del alma puede ser
vivenciado directamente. Es la parte de la simpatía del alma, que
se activa con el amor. Como fenómeno puramente anímico, es
acompañado por la identificación con el objeto hacia el cual se
orienta. Con ello supera al límite existente entre la persona y del
entorno de la misma.
Los objetos hacia los cuales se orienta, son múltiples. La capacidad
del amar por lo tanto, de ninguna manera está limitada al sexo
opuesto. Esa orientación más bien aparece como caso especial de
una capacidad general del amor. Al orientarse al sexo ajeno, de
ninguna manera está dicho, que a la par se encuentra involucrada
la sexualidad. Existen muchos ejemplos al respecto, que la relación
de los géneros permanece siendo de índole puramente anímico.
El hecho de ser abandonado este plano de las relaciones puramente
anímicas, parece depender en medida mayor de lo hábitos de la
civilización y no del nuevo estado de la organización física. Los
hábitos que en este campo imperan en la cultura, para los jóvenes
brindan un importante factor de “orientación”.
Tales observaciones hablan en contra de deducir la capacidad
general del amor de la sexualidad físicamente condicionada. El
hecho de que en el desarrollo ambos aparecen al mismo tiempo, no
significa que congenian a modo de causa y efecto. Tampoco podría
justificarse, determinar la sexualidad como consecuencia de la
capacidad general del amor. Puesto que en el animal por ejemplo
se produce la capacidad de la procreación, sin estar acompañada
por la capacidad general del amor. Al formular la concepción, de
que lo individual anímico hasta la época de la pubertad actúa
preponderantemente en el cuerpo físico y en los procesos vitales del
mismo, y que recién con la pubertad llega a la actividad en el ámbito
de sí mismo, se obtiene una orientación de hecho practicable en la
educación.
ENTONCES LA SEXUALIDAD APARECE COMO UNA FINALIZACIÓN
ESPECIAL DE LA ACTIVIDAD CONFIGURADORA FÍSICA DE LO ANIMICO,
DENTRO DE LA VIVIENTE ORGANIZACIÓN FÍSICA. Con el
acontecimiento de la ahora posible capacidad de la procreación,
una parte de estas fuerzas configuradoras se emancipa del accionar
en el cuerpo y puede avanzar hacia configuraciones puramente
anímicas. Las mismas no están sujetas a metas en el mismo sentido
como el proceso vital de la procreación que tiene como meta la
conservación de la especia. LA CAPACIDAD GENERAL DEL AMAR ESTÁ
ABIERTA EN SU CONFIGURACIÓN. La capacidad del amor no está
asegurada naturalmente, tal como sí lo es la conservación de la
especie. La capacidad del amor puede degenerarse, vale decir,
puede morir. A partir de la pubertad, todas las propuestas de metas
de los procesos anímicos de configuración, también son
acompañadas por el juicio individual. De esta manera también los
objetos de entrega cambian en el curso de la vida.
Con esta concepción, resulta una determinación de la sexualidad.
LA SEXUALIDAD APARECE COMO UN CASO ESPECIAL DEL AMOR
HUMANO EN GENERAL. Con ello de ninguna manera queda dicho que
las condiciones prácticas de la vida puedan ser ordenadas entre la
sexualidad y el amor general humano, en el sentido de esta
concepción. Y justamente por el hecho de que no lo son, se genera
una misión, a ser resulta pedagógicamente. Consiste en ofrecer
metas a esta capacidad de amar, ahora despierta y consciente. Una
de estas metas es despertar un abarcativo interés por el mundo.
Tenemos que agregar que también a la capacidad general del amor,
se opone una facultad polar. Se trata del odio frente a las cosas y
las personas, la negación de entrar en una relación con las mismas,
a no ser que se trata de una destructiva. Dado que el odio de hecho
tiene la tendencia de no solamente negar su objeto, sino también
destruirlo. La vocación de una destrucción tal impone un enigma a
todo observador imparcial. Dado que también aquel que odia
mediante una reflexión relativamente simple puede comprender
que también a su propia persona le ocasiona daño el perjudicar a
otro, puesto que la existencia propia está ligada a aquella que se
convirtió en objeto de su odio.
Lo particular del odio es que toda reflexión es avasallada por el
impacto del odio y con ello es acallada. En el odio observamos un
aislamiento del sentimiento de toda cognición objetiva, semejante
a una desconexión entre el pensamiento y el sentimiento que a
consecuencia provoca una desgraciada unilateralidad humana.
Contemplando subjetivamente ese aislamiento hasta es disfrutado
por quien odia. Este goce aquí se fundamenta sobre la capacidad de
poder asimismo rechazar al mundo que nos rodea, de aislarnos
volitivamente del mismo.
En el amor humano en general y en el odio aislador, las fuerzas
anímicas fundamentales de la simpatía y de la antipatía adquieren
sus configuraciones anímicas más extremas. Con ello asimismo
brindan una clara indicación acerca de la dinámica de la vida del
alma entre posibilidades polares de la configuración. Se torna
vivenciable la apertura del desarrollo anímico hacia el lado de la
simpatía como así también el lado de la antipatía del alma. No está
prevista la dirección que tomará. Así y todo nos encontramos con
jóvenes con inclinaciones hacia un polo u otro polo del alma. Este
hecho no puede ser explicado a partir del ser del género, porque
ofrece ambas posibilidades. Según ello, lo anímico individual
construye con el “material” del género, una inconfundible figura
propia.

LA IMPORTANCIA DE LA EDUCACIÓN VOLITIVA EN LA PUBERTAD


La voluntad que orienta al pensar, abre al percibir y transforma al
sentimiento, es experimentado como perteneciente al propio ser.
Aparece como recurso, mediante el cual el yo puede llevar a cabo
sus metas. Esto acontece allí donde la voluntad obra
desprendidamente, donde ha “renunciado” a sus intenciones
propias.
Justamente en el ámbito del comportamiento empero, podemos
observar también una voluntad, que con vehemencia práctica las
intenciones propias. Al respecto, el comportamiento es guiado por
el instinto, el impulso o la apetencia. Estas formas volitivas se
encuentran pre-dispuestas, a semejanza del hombre y la sed.
Por ejemplo queremos poseer un objeto a pesar de que el sentido
común nos dice que se trata de un error, su compra nos carga con
una deuda que no sabemos cómo apagar. O buscamos la relación
con una persona a pesar de que la mismo nos muestra rechazo. Así
y todo, la atacamos con muestras de inclinación.
En situaciones tales somos presa del deseo. Se presenta de manera
tan elemental como persona nos ataca de improvisto tan
exhaustivamente que todos los reparos son inútiles. Entonces la
persona es dominada por los deseos. El yo no puede oponerse a la
violencia con la cual “afloran”, capitula frente a ellos. Es así que en
ocasión de tales descripciones de procesos, recurrimos a
denominaciones con las cuales caracterizamos asimismo a la guerra.
De hecho tiene lugar una lucha. Y es incierto, si en esta lucha del
alma gana el propio ser, o el apetito sujeto al cuerpo.
Hablando en imagen, el propio ser es acosado por los deseos, los
apetitos. Es forzado a realizar actos que en realidad no quiere
cometer, que al reflexionar acerca de las consecuencias de tales
actos, los tiene que rechazar. Esta lucha brama en el fondo de cada
alma, aun cuando la vergüenza en la mayoría de los casos prohíbe,
hablar de las experiencias habidas. Esta lucha tampoco puede ser
acallada, a través de una acrecentada conciencia del pensamiento,
una y otra vez tiene que ser aprobada. Personas importantes han
formulado este hecho de manera contundente, por ejemplo
Sócrates y Goethe. Ambos reconocieron abiertamente ser capaces
de llevar a cabo cualquier delito.
A menudo los jóvenes se encuentran sorprendidos frente a las
experiencias, que este ámbito les ofrece. La edad juvenil
generalmente está dominada por la avidez de la experiencia
personal. Tienta, a abandonarse por la avidez de la experiencia,
sumergirse en las mismas. El joven quiere ensayarlas, del mismo
modo, como tentativamente le encanta asumir en rol ajeno. Y así
como el rol entonces lo conduce, lo hacen los tipos de
comportamiento de las emociones a las cuales de esta manera se
entrega. Las experiencias con ello relacionadas, se gozan y se
vivencian a modo de enriquecimiento personal.
Al respecto empero el observador atento aun realiza otra
experiencia: las emociones se reconocen como algo que tiene su
origen en el mundo, es decir en la organización que le pertenece.
En ese momento son vivenciadas como ajenas al ser. Parecen como
impuestos al ser desde afuera. Nada modifican en el hecho que el
sumergirse allí, en primera instancia ocasiona bienestar. En esta
vivencia de lo ajeno yace la fuente del pudor. El pudor es el
acompañamiento anímico de la cognición de que estamos perdiendo
nuestra facultad de soberanía, al ser avasallado por la emoción. El
pudor se opone a la entrega irreflexiva a la emoción. Trata de
resguardar la integridad de la persona.
Por menos que el joven por sí mismo lleva a cabo las reflexiones
aquí detalladas con respecto al esclarecimiento de su situación, tan
existencialmente experimenta así y todo el estado dado de las
cosas. El mismo es la causa de la melancolía oculta de esta etapa
de la vida – la vivencia inconsciente, o semiconsciente del estado de
cautiverio. Este cautiverio, es la fuente de muchos violentos
sufrimientos juveniles. En el caso de las personas más sensibles,
estos sufrimientos perduran toda la vida. El hombre experimenta el
razonamiento que ocasiona la morada con sus límites y que se opone
al desarrollo de su propio ser. Con mucha facilidad también se
produce resignación con respecto a querer tomar la morada con
energía. La ayuda por parte del adulto en el hallazgo del camino,
prontamente se torna sospechosa, ya por el hecho de que proviene
de afuera, es decir, del mundo “ajeno”, del cual no se sabe aun si
es confiable.
La vivencia del “cautiverio” a su vez empero, presenta una gran
oportunidad: el auto-hallazgo de la entidad propia. El auto auto-
hallazgo hecho puede ser llevado a cabo justamente, con la
resistencia ajena frente a aquello que no vivenciamos
perteneciente al propio ser. Lo ajeno brinda la experiencia segura
de aquello que sin lugar a duda es lo propio, únicamente a través
del debate con lo ajeno, hallamos el encuentro con nosotros mismo.
Quien está convencido de este hecho fundamental, dejará de querer
evitarle sufrimiento al joven. Una postura tal no observa
concordancia con los hechos que ahora tienen lugar en la vida
anímica, y más bien hasta se convierte en un factor adverso,
provocador de malestar para el desarrollo. El adulto tiene que
soportar ver al joven andar a tientas en amenazas – y en un principio
guardar silencio. Nada le resulta más fastidioso al joven como el
adulto que se lamenta o critica, porque en este comportamiento se
evidencia su carencia de soberanía. Justamente tan solo lo opuesto
a un comportamiento tal, puede ofrecerle ayuda al joven. Necesita
ele ejemplo den ser humano, que activamente domina al mundo que
a su propia vida, sus penurias, las domina por sí mismo.
Por más que la situación de partida del joven esté acompañada por
una crisis, con la pubertad a su vez adquieren asimismo una nueva
facultad, que poco a poco puede superar esa crisis, al ser
implementada por el joven y ser requerido puntualmente por el
medio circundante. En ocasión de la presentación de la conciencia
propia, nos hemos encontrado con esta capacidad, a modo de la
voluntad libremente disponible, que puede ser empleada como
voluntad del pensamiento y actividad perceptiva.
Según nuestro criterio, el hecho de que con la pubertad la voluntad
se torna disponible para el propio ser, no ha sido destacado
suficientemente. Cuando por ejemplo se señala que a esta edad se
desarrolla la capacidad independiente del juicio, no se explica de
manera contundente, que la misma se genera de la voluntad del
pensar, que a su vez ayuda a construir la conciencia propia. El propio
ser que ciertamente se encuentra en cautiverio, posee una sola llave
que puede abrir su encierro, es decir enviar conscientemente la
voluntad hacia la percepción, el pensamiento y el sentimiento, para
aproximar la conciencia, a la experiencia de la realidad. Solamente
a través de esta tarea, puede ser dominado el estrechante y
acosante elemento del sentirse ajeno por parte del joven, que
condiciona todas las posibles formas de la inseguridad. El propio ser
puede mejorar al estado con el cual se ha encontrado, únicamente
mediante la implementación puntual de la voluntad. Toda
orientación volitiva tal es el inicio de la auto-determinación
individual. Quien de esto se da cuenta, meditará acerca de cómo a
través de numerosos incentivos pedagógicos puntuales se le puede
ayudar al joven a disponer su voluntad con respecto a estas tareas.
LA EDUCACIÓN EN LA EDAD JUVENIL TIENE COMO MISIÓN PRIMORDIAL
LA EDUCACIÓN VOLITIVA. Con la solución de la misma, el joven
lentamente, paso a paso puede afincarse por sí mismo en el “mundo
desconocido”. Solamente en la medida en la que adquiere actividad
puntual en este mundo, llega a experiencias siempre nuevas de la
soberanía parcial de su propio ser, acerca de este mundo. Obtiene
asimismo la experiencia, de que esta soberanía puede en principio
ser expandida, aun cuando cada ampliación requiere el esfuerzo de
un trabajo.
Dado que la conciencia propia también puede ser señalada como
una conciencia de los objetos.
El mundo (y también la organización que evidentemente pertenece
al mundo) se ubica frente al propio ser, vale decir, se convierte en
objeto. El corte, la separación entre el propio ser y el mundo se
promueve a través de la “inmersión” del propio ser en el tiempo y
el espacio, vale decir, en la organización física. Evidentemente la
misma recién en la pubertad ha alcanzado una “madurez” tal que
el corte entonces en definitiva determina la forma de la conciencia.
Por lo tanto, la conciencia depende del estado de la organización.
Mediante la organización, el propio ser es enajenado del real
contexto de su ser. En el espacio y en el tiempo se vivencia como
“expuesto, abandonado”. Por consiguiente, el joven ahora también
vivencia las intenciones propias de la organización. Nadie puede
evitarle esa vivencia. En el trato con el joven, el educador debería
recordar lo que siempre se ha sabido: donde hay mucha luz, también
hay sombra. En el ámbito del comportamiento, está indicando un
hecho significativo. Donde el deseo natural aparece poderosamente,
también puede incentivar a la vida anímica a grandes cosas. La
condición previa es, que la persona logre desgastar las intenciones
propias de la voluntad. Entonces el deseo se convierte en fuerza de
empuje para la cognición, o desarrolla grandes sentimientos, tales
como el entusiasmo, la exaltación, o faculta a actos de entrega y
desprendimiento. Cuando esto no logra, el mismo deseo “seduce”
al hombre a un egoísmo desmesurado, que a menudo trata con
brutalidad a las cosas y a los hombres. A su vez se llevan a cabo las
propias intenciones del deseo, vigorosamente y sin miramientos.
Toda persona está expuesta a esa tensión entre el desprendimiento
y el egoísmo. El modo de su manejo no solamente tiene importancia
para la persona misma, sino igualmente para la comunidad.
Justamente tendría que aterrar a todo educador, que en el curso de
este siglo, el egoísmo y la brutalidad han aumentado de una manera
espantosa, a nivel mundial. Esto es tan evidente que no hace falta,
presentar ejemplos. Sucede que la voluntad se manifiesta de
manera elemental en los actos y en los comportamientos. Y es allí
que requiere de orientación a través del conocimiento, para que el
propio ser pueda mantenerse firme frente a ella. CUANDO HASTA
AQUÍ HEMOS VISTO, QUE EL DESEO TIENE QUE PONER EN
MOVIMIENTO LA CONCIENCIA, PARA QUE PUEDA AVANZAR HASTA EL
CONTENIDO DEL PENSAMIENTO DEL MUNDO, AHORA ES EL
CONOCIMIENTO QUE DEBE BRINDAR ORIENTACIÓN A LA VOLUNTAD.
Deben constituirse intenciones individuales de la voluntad en el
ámbito del comportamiento, por el hecho de que no están dadas
desde un principio. Épocas pasadas han tratado de resolver al
problema de la voluntad “egoísta”, o bien “inmoral”, mediante el
otorgamiento de leyes religiosas o estatales, que aun hoy, siguen
teniendo un rol decisivo. Así y todo desde el comienzo de la época
moderna, en medida cada vez mayor, se está observando una
tendencia: la individualidad, con el avance de su conciencia,
rechaza toda influencia procedente desde afuera. Quiere actuar a
partir de su propia convicción, aun cuando tales actos de ninguna
manera se corresponden con las normas vigentes. Aquello que debe
constituirse en la meta de la búsqueda propia, tiene que proceder
de la convicción propia. La conciencia propia está buscando un
entendimiento consigo mismo, para poder determinar ella misma,
sus actos. La reacción frente a determinaciones ajenas, es crítica,
y hasta alérgica.
La postura anímica en la pubertad, refleja claramente esta
tendencia de la auto-determinación. Quien requiere normas del
joven que el mismo no ha reconocido, ha perdido desde un principio.
El joven rechaza una intromisión ya por el mero hecho de que el
adulto mismo muestra estar dominado por la norma, sin poder
comportarse libremente.
Una persona “carente de libertad”, deja de ser interesante para el
joven, de hecho lo aburre. No puede convertirse en ejemplo para el
joven en su proceso del encontrarse consigo mismo. La edad juvenil
se halla ensombrecida por un objetivo elemento trágico: el joven
raras veces encuentra dado en ejemplo demostrado en la vida
aquello que está buscando – al adulto auto determinado. Esto
involucra la auto-educación necesaria del docente.
El trabajo humano, entre otros es el medio pedagógico, para la
orientación de la voluntad a través del conocimiento. Poco se valora
aun, la importancia del mismo para el conjunto de la educación. En
los lugares donde se implementa pedagógica de ninguna manera se
lo implementa de la manera aquí fundamentada ¿qué puede aportar
en general?
Al comienzo del trabajo se sitúa siempre, la misión de la tarea. La
misma resulta siempre de las necesidades humanas. Por ejemplo con
la carretilla se transportan con mayor facilidad las piedras que con
la mano. La configuración de la carretilla a su vez resulta de su
función. La misma determina por ejemplo el tamaño de la rueda, el
largo de los “brazos”, el volumen de la caja de porte, etc. Por otra
parte la función pre-establecida deja espacios para la configuración
individual, que puede incluir la belleza. En la ejecución del trabajo
– y eso en el momento, es lo más importante para nuestra reflexión
– cada paso laboral es orientación de la voluntad a través de la
tarea. Serruchar, pulir, ensamblar, la confección de la rueda, la
colocación de la misma requieren que -hablando a modo de imagen
– la mano esté guiada por la tarea, el asunto y la observación no
sindica aquello que ha sido referido reiteradas veces: que la mano
en un principio se opone a las intenciones de la ejecución de la meta
consciente. Para lograr la obra, y trabajando, tienen que ser
superadas incontables inconscientes intenciones del
comportamiento y de “la mano”.
Al ser practicado durante el tiempo requerido y OLBIGATORIO, el
trabajo asimismo edifica nuevas formas del comportamiento.
Correspondientemente, se reorganizan antiguas formas previas del
comportamiento. La figura fundamental del estudio del hombre
siempre es la misma, aun cuando naturalmente los oficios diversos
requieren facultades diferentes: EN EL TRABAJO SE SUPERAN LAS
INTENCIONES PROPIAS DE LA VOLUNTAD SUJETA AL CUERPO.
Antiguamente se tenía una sensibilidad con respecto a este hecho
tan importante. No se hablaba tan solo de un determinado estilo
que el trabajo requiere, sino también de virtudes que se educan
mediante su apropiado ejercicio. Por lo tanto se eligió una
denominación moral con referencia a resultados, que el trabajo
configurador desarrollaba en la persona. La obra lograda era una
prueba objetiva, acerca del hecho de que las virtudes ya habían sido
alcanzadas – y en qué medida – por el trabajador. Y tales
denominaciones morales apuntan al centro. Una virtud indica que la
persona en un determinado campo del comportamiento ha
conquistado un seguro dominio.
Quien comprende plenamente al proceso que tiene lugar en el
trabajo, a ese trabajo también le adjudicará una gran importancia
para el desarrollo del conocimiento. La voluntad es unitaria, ya sea
que actúa en el conocimiento, o se vierte en el trabajo manual.
Ambos requieren la voluntad abnegada. El trabajo prepara esa
abnegación de la voluntad en el ámbito del comportamiento. CON
ELLO APOYA Y FOMENTA EL EMPLEO DE VOLNTAD ABNEGADA EN EL
CONOCIMIENTO. A esta edad de la vida, se trata empero de algo más
que virtudes del trabajo. Se trata del aprendizaje del conjunto de
la conducción vital. Los motivos para el mismo, solamente pueden
ser hallados en los esfuerzos cognitivos. Su formación y el modo de
su desarrollo dependen de la configuración de la enseñanza
reflexiva. A partir de lo aquí expuesto, se desprende una
consecuencia de fundamental importancia: la enseñanza tendrá que
tener un carácter de ejercitación. El problema adicional, es el
traslado del conocimiento al acto. El conocimiento deberá
convertirse en obligado para el ámbito del conocimiento. Nadie
puede forzar desde afuera esta obligatoriedad. Pero el joven puede
ser confrontado con exigencias debidas. Toda tarea que en lo
posible debe ser resulta en independencia es un desafío tal. Quien
entonces de manera fundamental ha comprendido, que la referida
situación de la conciencia propia aislada, solamente puede ser
modificada fructíferamente a través de la voluntad, estará
buscando nuevos caminos para incentivar la voluntad del joven,
requiriéndola.

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