La facultad del poder amar, su despertar en la juventud,
generalmente es considerado como especialmente característico para la pubertad.
Algunos comentadores de la edad juvenil equiparan la capacidad de
la procreación con la facultad del amar. Es un hecho que la progresiva maduración de la organización humana recién permite la procreación, sino que la misma de ninguna manera ha finalizado en el momento de la pubertad. El organismo dotado de vida, ahora puede llevar a cabo algo que con anterioridad no pudo hacer. En el mundo animal, la madurez sexual es utilizada inmediatamente. La organización instruye al animal cómo comportarse. En el caso del hombre, la situación es más complicada. La maduración de ninguna manera promueve un empelo “natural” inmediato de la organización. CON LA PUBERTAD, LA ORGANIZACIÓN ES VIVENCIADA POR EL JOVEN DE LA MISMA MANERA DISTANCIADA Y AJENA COMO EL RESTO DEL MUNDO CIRCUNDANTE. La conciencia propia, recién adquirida, genera una cierta distancia hacia ambos – organización y medio circundante. De ninguna manera identifica al portador con ambos sino que por el contrario, crea un límite vivenciable entre él y organización y medio circundante. Por este hecho la capacidad sexual en el hombre, adquiere un carácter especial. Frente a la conciencia propia, es algo “externo” y es vivenciado por el alma también de esa manera. Esto a menudo hasta genera una leve extrañeza frente a la misma y ninguna identificación sobreentendida. La capacidad del amar se genera empero al mismo tiempo, como fenómenos puramente anímico. También el lugar de generación de esta capacidad del amar en las fuerzas del alma puede ser vivenciado directamente. Es la parte de la simpatía del alma, que se activa con el amor. Como fenómeno puramente anímico, es acompañado por la identificación con el objeto hacia el cual se orienta. Con ello supera al límite existente entre la persona y del entorno de la misma. Los objetos hacia los cuales se orienta, son múltiples. La capacidad del amar por lo tanto, de ninguna manera está limitada al sexo opuesto. Esa orientación más bien aparece como caso especial de una capacidad general del amor. Al orientarse al sexo ajeno, de ninguna manera está dicho, que a la par se encuentra involucrada la sexualidad. Existen muchos ejemplos al respecto, que la relación de los géneros permanece siendo de índole puramente anímico. El hecho de ser abandonado este plano de las relaciones puramente anímicas, parece depender en medida mayor de lo hábitos de la civilización y no del nuevo estado de la organización física. Los hábitos que en este campo imperan en la cultura, para los jóvenes brindan un importante factor de “orientación”. Tales observaciones hablan en contra de deducir la capacidad general del amor de la sexualidad físicamente condicionada. El hecho de que en el desarrollo ambos aparecen al mismo tiempo, no significa que congenian a modo de causa y efecto. Tampoco podría justificarse, determinar la sexualidad como consecuencia de la capacidad general del amor. Puesto que en el animal por ejemplo se produce la capacidad de la procreación, sin estar acompañada por la capacidad general del amor. Al formular la concepción, de que lo individual anímico hasta la época de la pubertad actúa preponderantemente en el cuerpo físico y en los procesos vitales del mismo, y que recién con la pubertad llega a la actividad en el ámbito de sí mismo, se obtiene una orientación de hecho practicable en la educación. ENTONCES LA SEXUALIDAD APARECE COMO UNA FINALIZACIÓN ESPECIAL DE LA ACTIVIDAD CONFIGURADORA FÍSICA DE LO ANIMICO, DENTRO DE LA VIVIENTE ORGANIZACIÓN FÍSICA. Con el acontecimiento de la ahora posible capacidad de la procreación, una parte de estas fuerzas configuradoras se emancipa del accionar en el cuerpo y puede avanzar hacia configuraciones puramente anímicas. Las mismas no están sujetas a metas en el mismo sentido como el proceso vital de la procreación que tiene como meta la conservación de la especia. LA CAPACIDAD GENERAL DEL AMAR ESTÁ ABIERTA EN SU CONFIGURACIÓN. La capacidad del amor no está asegurada naturalmente, tal como sí lo es la conservación de la especie. La capacidad del amor puede degenerarse, vale decir, puede morir. A partir de la pubertad, todas las propuestas de metas de los procesos anímicos de configuración, también son acompañadas por el juicio individual. De esta manera también los objetos de entrega cambian en el curso de la vida. Con esta concepción, resulta una determinación de la sexualidad. LA SEXUALIDAD APARECE COMO UN CASO ESPECIAL DEL AMOR HUMANO EN GENERAL. Con ello de ninguna manera queda dicho que las condiciones prácticas de la vida puedan ser ordenadas entre la sexualidad y el amor general humano, en el sentido de esta concepción. Y justamente por el hecho de que no lo son, se genera una misión, a ser resulta pedagógicamente. Consiste en ofrecer metas a esta capacidad de amar, ahora despierta y consciente. Una de estas metas es despertar un abarcativo interés por el mundo. Tenemos que agregar que también a la capacidad general del amor, se opone una facultad polar. Se trata del odio frente a las cosas y las personas, la negación de entrar en una relación con las mismas, a no ser que se trata de una destructiva. Dado que el odio de hecho tiene la tendencia de no solamente negar su objeto, sino también destruirlo. La vocación de una destrucción tal impone un enigma a todo observador imparcial. Dado que también aquel que odia mediante una reflexión relativamente simple puede comprender que también a su propia persona le ocasiona daño el perjudicar a otro, puesto que la existencia propia está ligada a aquella que se convirtió en objeto de su odio. Lo particular del odio es que toda reflexión es avasallada por el impacto del odio y con ello es acallada. En el odio observamos un aislamiento del sentimiento de toda cognición objetiva, semejante a una desconexión entre el pensamiento y el sentimiento que a consecuencia provoca una desgraciada unilateralidad humana. Contemplando subjetivamente ese aislamiento hasta es disfrutado por quien odia. Este goce aquí se fundamenta sobre la capacidad de poder asimismo rechazar al mundo que nos rodea, de aislarnos volitivamente del mismo. En el amor humano en general y en el odio aislador, las fuerzas anímicas fundamentales de la simpatía y de la antipatía adquieren sus configuraciones anímicas más extremas. Con ello asimismo brindan una clara indicación acerca de la dinámica de la vida del alma entre posibilidades polares de la configuración. Se torna vivenciable la apertura del desarrollo anímico hacia el lado de la simpatía como así también el lado de la antipatía del alma. No está prevista la dirección que tomará. Así y todo nos encontramos con jóvenes con inclinaciones hacia un polo u otro polo del alma. Este hecho no puede ser explicado a partir del ser del género, porque ofrece ambas posibilidades. Según ello, lo anímico individual construye con el “material” del género, una inconfundible figura propia.
LA IMPORTANCIA DE LA EDUCACIÓN VOLITIVA EN LA PUBERTAD
La voluntad que orienta al pensar, abre al percibir y transforma al sentimiento, es experimentado como perteneciente al propio ser. Aparece como recurso, mediante el cual el yo puede llevar a cabo sus metas. Esto acontece allí donde la voluntad obra desprendidamente, donde ha “renunciado” a sus intenciones propias. Justamente en el ámbito del comportamiento empero, podemos observar también una voluntad, que con vehemencia práctica las intenciones propias. Al respecto, el comportamiento es guiado por el instinto, el impulso o la apetencia. Estas formas volitivas se encuentran pre-dispuestas, a semejanza del hombre y la sed. Por ejemplo queremos poseer un objeto a pesar de que el sentido común nos dice que se trata de un error, su compra nos carga con una deuda que no sabemos cómo apagar. O buscamos la relación con una persona a pesar de que la mismo nos muestra rechazo. Así y todo, la atacamos con muestras de inclinación. En situaciones tales somos presa del deseo. Se presenta de manera tan elemental como persona nos ataca de improvisto tan exhaustivamente que todos los reparos son inútiles. Entonces la persona es dominada por los deseos. El yo no puede oponerse a la violencia con la cual “afloran”, capitula frente a ellos. Es así que en ocasión de tales descripciones de procesos, recurrimos a denominaciones con las cuales caracterizamos asimismo a la guerra. De hecho tiene lugar una lucha. Y es incierto, si en esta lucha del alma gana el propio ser, o el apetito sujeto al cuerpo. Hablando en imagen, el propio ser es acosado por los deseos, los apetitos. Es forzado a realizar actos que en realidad no quiere cometer, que al reflexionar acerca de las consecuencias de tales actos, los tiene que rechazar. Esta lucha brama en el fondo de cada alma, aun cuando la vergüenza en la mayoría de los casos prohíbe, hablar de las experiencias habidas. Esta lucha tampoco puede ser acallada, a través de una acrecentada conciencia del pensamiento, una y otra vez tiene que ser aprobada. Personas importantes han formulado este hecho de manera contundente, por ejemplo Sócrates y Goethe. Ambos reconocieron abiertamente ser capaces de llevar a cabo cualquier delito. A menudo los jóvenes se encuentran sorprendidos frente a las experiencias, que este ámbito les ofrece. La edad juvenil generalmente está dominada por la avidez de la experiencia personal. Tienta, a abandonarse por la avidez de la experiencia, sumergirse en las mismas. El joven quiere ensayarlas, del mismo modo, como tentativamente le encanta asumir en rol ajeno. Y así como el rol entonces lo conduce, lo hacen los tipos de comportamiento de las emociones a las cuales de esta manera se entrega. Las experiencias con ello relacionadas, se gozan y se vivencian a modo de enriquecimiento personal. Al respecto empero el observador atento aun realiza otra experiencia: las emociones se reconocen como algo que tiene su origen en el mundo, es decir en la organización que le pertenece. En ese momento son vivenciadas como ajenas al ser. Parecen como impuestos al ser desde afuera. Nada modifican en el hecho que el sumergirse allí, en primera instancia ocasiona bienestar. En esta vivencia de lo ajeno yace la fuente del pudor. El pudor es el acompañamiento anímico de la cognición de que estamos perdiendo nuestra facultad de soberanía, al ser avasallado por la emoción. El pudor se opone a la entrega irreflexiva a la emoción. Trata de resguardar la integridad de la persona. Por menos que el joven por sí mismo lleva a cabo las reflexiones aquí detalladas con respecto al esclarecimiento de su situación, tan existencialmente experimenta así y todo el estado dado de las cosas. El mismo es la causa de la melancolía oculta de esta etapa de la vida – la vivencia inconsciente, o semiconsciente del estado de cautiverio. Este cautiverio, es la fuente de muchos violentos sufrimientos juveniles. En el caso de las personas más sensibles, estos sufrimientos perduran toda la vida. El hombre experimenta el razonamiento que ocasiona la morada con sus límites y que se opone al desarrollo de su propio ser. Con mucha facilidad también se produce resignación con respecto a querer tomar la morada con energía. La ayuda por parte del adulto en el hallazgo del camino, prontamente se torna sospechosa, ya por el hecho de que proviene de afuera, es decir, del mundo “ajeno”, del cual no se sabe aun si es confiable. La vivencia del “cautiverio” a su vez empero, presenta una gran oportunidad: el auto-hallazgo de la entidad propia. El auto auto- hallazgo hecho puede ser llevado a cabo justamente, con la resistencia ajena frente a aquello que no vivenciamos perteneciente al propio ser. Lo ajeno brinda la experiencia segura de aquello que sin lugar a duda es lo propio, únicamente a través del debate con lo ajeno, hallamos el encuentro con nosotros mismo. Quien está convencido de este hecho fundamental, dejará de querer evitarle sufrimiento al joven. Una postura tal no observa concordancia con los hechos que ahora tienen lugar en la vida anímica, y más bien hasta se convierte en un factor adverso, provocador de malestar para el desarrollo. El adulto tiene que soportar ver al joven andar a tientas en amenazas – y en un principio guardar silencio. Nada le resulta más fastidioso al joven como el adulto que se lamenta o critica, porque en este comportamiento se evidencia su carencia de soberanía. Justamente tan solo lo opuesto a un comportamiento tal, puede ofrecerle ayuda al joven. Necesita ele ejemplo den ser humano, que activamente domina al mundo que a su propia vida, sus penurias, las domina por sí mismo. Por más que la situación de partida del joven esté acompañada por una crisis, con la pubertad a su vez adquieren asimismo una nueva facultad, que poco a poco puede superar esa crisis, al ser implementada por el joven y ser requerido puntualmente por el medio circundante. En ocasión de la presentación de la conciencia propia, nos hemos encontrado con esta capacidad, a modo de la voluntad libremente disponible, que puede ser empleada como voluntad del pensamiento y actividad perceptiva. Según nuestro criterio, el hecho de que con la pubertad la voluntad se torna disponible para el propio ser, no ha sido destacado suficientemente. Cuando por ejemplo se señala que a esta edad se desarrolla la capacidad independiente del juicio, no se explica de manera contundente, que la misma se genera de la voluntad del pensar, que a su vez ayuda a construir la conciencia propia. El propio ser que ciertamente se encuentra en cautiverio, posee una sola llave que puede abrir su encierro, es decir enviar conscientemente la voluntad hacia la percepción, el pensamiento y el sentimiento, para aproximar la conciencia, a la experiencia de la realidad. Solamente a través de esta tarea, puede ser dominado el estrechante y acosante elemento del sentirse ajeno por parte del joven, que condiciona todas las posibles formas de la inseguridad. El propio ser puede mejorar al estado con el cual se ha encontrado, únicamente mediante la implementación puntual de la voluntad. Toda orientación volitiva tal es el inicio de la auto-determinación individual. Quien de esto se da cuenta, meditará acerca de cómo a través de numerosos incentivos pedagógicos puntuales se le puede ayudar al joven a disponer su voluntad con respecto a estas tareas. LA EDUCACIÓN EN LA EDAD JUVENIL TIENE COMO MISIÓN PRIMORDIAL LA EDUCACIÓN VOLITIVA. Con la solución de la misma, el joven lentamente, paso a paso puede afincarse por sí mismo en el “mundo desconocido”. Solamente en la medida en la que adquiere actividad puntual en este mundo, llega a experiencias siempre nuevas de la soberanía parcial de su propio ser, acerca de este mundo. Obtiene asimismo la experiencia, de que esta soberanía puede en principio ser expandida, aun cuando cada ampliación requiere el esfuerzo de un trabajo. Dado que la conciencia propia también puede ser señalada como una conciencia de los objetos. El mundo (y también la organización que evidentemente pertenece al mundo) se ubica frente al propio ser, vale decir, se convierte en objeto. El corte, la separación entre el propio ser y el mundo se promueve a través de la “inmersión” del propio ser en el tiempo y el espacio, vale decir, en la organización física. Evidentemente la misma recién en la pubertad ha alcanzado una “madurez” tal que el corte entonces en definitiva determina la forma de la conciencia. Por lo tanto, la conciencia depende del estado de la organización. Mediante la organización, el propio ser es enajenado del real contexto de su ser. En el espacio y en el tiempo se vivencia como “expuesto, abandonado”. Por consiguiente, el joven ahora también vivencia las intenciones propias de la organización. Nadie puede evitarle esa vivencia. En el trato con el joven, el educador debería recordar lo que siempre se ha sabido: donde hay mucha luz, también hay sombra. En el ámbito del comportamiento, está indicando un hecho significativo. Donde el deseo natural aparece poderosamente, también puede incentivar a la vida anímica a grandes cosas. La condición previa es, que la persona logre desgastar las intenciones propias de la voluntad. Entonces el deseo se convierte en fuerza de empuje para la cognición, o desarrolla grandes sentimientos, tales como el entusiasmo, la exaltación, o faculta a actos de entrega y desprendimiento. Cuando esto no logra, el mismo deseo “seduce” al hombre a un egoísmo desmesurado, que a menudo trata con brutalidad a las cosas y a los hombres. A su vez se llevan a cabo las propias intenciones del deseo, vigorosamente y sin miramientos. Toda persona está expuesta a esa tensión entre el desprendimiento y el egoísmo. El modo de su manejo no solamente tiene importancia para la persona misma, sino igualmente para la comunidad. Justamente tendría que aterrar a todo educador, que en el curso de este siglo, el egoísmo y la brutalidad han aumentado de una manera espantosa, a nivel mundial. Esto es tan evidente que no hace falta, presentar ejemplos. Sucede que la voluntad se manifiesta de manera elemental en los actos y en los comportamientos. Y es allí que requiere de orientación a través del conocimiento, para que el propio ser pueda mantenerse firme frente a ella. CUANDO HASTA AQUÍ HEMOS VISTO, QUE EL DESEO TIENE QUE PONER EN MOVIMIENTO LA CONCIENCIA, PARA QUE PUEDA AVANZAR HASTA EL CONTENIDO DEL PENSAMIENTO DEL MUNDO, AHORA ES EL CONOCIMIENTO QUE DEBE BRINDAR ORIENTACIÓN A LA VOLUNTAD. Deben constituirse intenciones individuales de la voluntad en el ámbito del comportamiento, por el hecho de que no están dadas desde un principio. Épocas pasadas han tratado de resolver al problema de la voluntad “egoísta”, o bien “inmoral”, mediante el otorgamiento de leyes religiosas o estatales, que aun hoy, siguen teniendo un rol decisivo. Así y todo desde el comienzo de la época moderna, en medida cada vez mayor, se está observando una tendencia: la individualidad, con el avance de su conciencia, rechaza toda influencia procedente desde afuera. Quiere actuar a partir de su propia convicción, aun cuando tales actos de ninguna manera se corresponden con las normas vigentes. Aquello que debe constituirse en la meta de la búsqueda propia, tiene que proceder de la convicción propia. La conciencia propia está buscando un entendimiento consigo mismo, para poder determinar ella misma, sus actos. La reacción frente a determinaciones ajenas, es crítica, y hasta alérgica. La postura anímica en la pubertad, refleja claramente esta tendencia de la auto-determinación. Quien requiere normas del joven que el mismo no ha reconocido, ha perdido desde un principio. El joven rechaza una intromisión ya por el mero hecho de que el adulto mismo muestra estar dominado por la norma, sin poder comportarse libremente. Una persona “carente de libertad”, deja de ser interesante para el joven, de hecho lo aburre. No puede convertirse en ejemplo para el joven en su proceso del encontrarse consigo mismo. La edad juvenil se halla ensombrecida por un objetivo elemento trágico: el joven raras veces encuentra dado en ejemplo demostrado en la vida aquello que está buscando – al adulto auto determinado. Esto involucra la auto-educación necesaria del docente. El trabajo humano, entre otros es el medio pedagógico, para la orientación de la voluntad a través del conocimiento. Poco se valora aun, la importancia del mismo para el conjunto de la educación. En los lugares donde se implementa pedagógica de ninguna manera se lo implementa de la manera aquí fundamentada ¿qué puede aportar en general? Al comienzo del trabajo se sitúa siempre, la misión de la tarea. La misma resulta siempre de las necesidades humanas. Por ejemplo con la carretilla se transportan con mayor facilidad las piedras que con la mano. La configuración de la carretilla a su vez resulta de su función. La misma determina por ejemplo el tamaño de la rueda, el largo de los “brazos”, el volumen de la caja de porte, etc. Por otra parte la función pre-establecida deja espacios para la configuración individual, que puede incluir la belleza. En la ejecución del trabajo – y eso en el momento, es lo más importante para nuestra reflexión – cada paso laboral es orientación de la voluntad a través de la tarea. Serruchar, pulir, ensamblar, la confección de la rueda, la colocación de la misma requieren que -hablando a modo de imagen – la mano esté guiada por la tarea, el asunto y la observación no sindica aquello que ha sido referido reiteradas veces: que la mano en un principio se opone a las intenciones de la ejecución de la meta consciente. Para lograr la obra, y trabajando, tienen que ser superadas incontables inconscientes intenciones del comportamiento y de “la mano”. Al ser practicado durante el tiempo requerido y OLBIGATORIO, el trabajo asimismo edifica nuevas formas del comportamiento. Correspondientemente, se reorganizan antiguas formas previas del comportamiento. La figura fundamental del estudio del hombre siempre es la misma, aun cuando naturalmente los oficios diversos requieren facultades diferentes: EN EL TRABAJO SE SUPERAN LAS INTENCIONES PROPIAS DE LA VOLUNTAD SUJETA AL CUERPO. Antiguamente se tenía una sensibilidad con respecto a este hecho tan importante. No se hablaba tan solo de un determinado estilo que el trabajo requiere, sino también de virtudes que se educan mediante su apropiado ejercicio. Por lo tanto se eligió una denominación moral con referencia a resultados, que el trabajo configurador desarrollaba en la persona. La obra lograda era una prueba objetiva, acerca del hecho de que las virtudes ya habían sido alcanzadas – y en qué medida – por el trabajador. Y tales denominaciones morales apuntan al centro. Una virtud indica que la persona en un determinado campo del comportamiento ha conquistado un seguro dominio. Quien comprende plenamente al proceso que tiene lugar en el trabajo, a ese trabajo también le adjudicará una gran importancia para el desarrollo del conocimiento. La voluntad es unitaria, ya sea que actúa en el conocimiento, o se vierte en el trabajo manual. Ambos requieren la voluntad abnegada. El trabajo prepara esa abnegación de la voluntad en el ámbito del comportamiento. CON ELLO APOYA Y FOMENTA EL EMPLEO DE VOLNTAD ABNEGADA EN EL CONOCIMIENTO. A esta edad de la vida, se trata empero de algo más que virtudes del trabajo. Se trata del aprendizaje del conjunto de la conducción vital. Los motivos para el mismo, solamente pueden ser hallados en los esfuerzos cognitivos. Su formación y el modo de su desarrollo dependen de la configuración de la enseñanza reflexiva. A partir de lo aquí expuesto, se desprende una consecuencia de fundamental importancia: la enseñanza tendrá que tener un carácter de ejercitación. El problema adicional, es el traslado del conocimiento al acto. El conocimiento deberá convertirse en obligado para el ámbito del conocimiento. Nadie puede forzar desde afuera esta obligatoriedad. Pero el joven puede ser confrontado con exigencias debidas. Toda tarea que en lo posible debe ser resulta en independencia es un desafío tal. Quien entonces de manera fundamental ha comprendido, que la referida situación de la conciencia propia aislada, solamente puede ser modificada fructíferamente a través de la voluntad, estará buscando nuevos caminos para incentivar la voluntad del joven, requiriéndola.