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BRUMAL
Revista de Investigación sobre lo Fantástico
Research Journal on the Fantastic
Grupo de Estudios
sobre lo Fantástico
Director / Director: David Roas (Universitat Autònoma de Barcelona, España)
Jefa de Redacción / Editor-in-Chief: Teresa López Pellisa (Universitat de les Illes Balears, España)
Monográfico / Monograph
El horror y lo fantástico
(Coordinado por David Roas)
37-55 La física teórica bajo el foco de lo fantástico: una reflexión sobre lo real
y sus fracturas en el discurso científico
Raúl Molina Gil
103-122 Esta no es la historia de otra casa embrujada: reflexiones acerca del componente
de terror en la novela House of Leaves, de Mark Z. Danielewski
Ana Isabel Ávila Mateos
3
123-143 Transformabilidad alrededor del silencio: hacia una semiótica del horror
en «Cuello de gatito negro», de julio cortázar
Frak Torres Vergel
4
Miscelánea / Miscellaneous
Reseñas / Reviews
5
MONOGRÁFICO
MONOGRAPH
El horror y lo fantástico
Coord. David Roas
BRUMAL DOI: https://doi.org/10.5565/rev/brumal.580
Revista de Investigación sobre lo Fantástico
Research Journal on the Fantastic Vol. VI, n.º 2 (otoño/autumn 2018), pp. 9-13, ISSN: 2014-7910
EL HORROR DE LO IMPOSIBLE
David Roas
Universidad Autónoma de Barcelona
david.roas@uab.cat
Una mujer está sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mun-
do: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.
¿Por qué nos inquieta este microrrelato de Thomas Bailey Aldrich?
Identificados con la protagonista y sabiendo como ella que no hay posibilidad
de un virtual superviviente, el golpe en la puerta adquiere un claro tinte omi-
noso, amenazador. Es algo que no puede suceder. Entonces, ¿quién (o qué)
llama a la puerta? Lo imposible asociado con lo desconocido es lo que provoca
en nosotros esa inquietante impresión. Y, como sabemos, lo imposible y lo
desconocido son los elementos sobre los que descansa la construcción de lo
fantástico y su efecto fundamental sobre el receptor: el miedo.
Aunque quizá la expresión «miedo» no sea la más adecuada para referir-
se a dicho efecto, a veces difícilmente verbalizable, dada la habitual confusión
que se produce en el uso habitual que se da a este concepto y a otros considera-
dos sinónimos: terror, inquietud, angustia, horror, aprensión, desconcierto...
La psicología distingue claramente entre miedo y angustia, las dos ma-
nifestaciones básicas del sentimiento de amenaza en el ser humano. Recurro a
la síntesis que ofrece Jean Delumeau en su ensayo El miedo en Occidente. En el
sentido estricto y restringido del término, el miedo (individual) es una emo-
ción, frecuentemente precedida de sorpresa, provocada por la toma de con-
ciencia de un peligro presente y agobiante que, según creemos, amenaza
nuestra conservación. Tomado en un sentido menos riguroso y más amplio
9
David Roas
R
Brumal, vol. VI, n.º 2 (otoño/autumn, 2018) 11
David Roas
Bibliografía
Recibido: 13-04-2018
Aceptado: 28-10-2018
Resumen
Abstract
The objective of this work is to outline a brief history of the philosophical and literary
tradition of spiritual exercises to overcome fear and to suggest the relationships that it
15
Bernat Castany Prado
has maintained with the origin and evolution of fantasy literature, in general, and of
the fantasy literature of terror, in particular. In the first part, the various philosophical
exercises for overcoming fear are devised by classic philosophies (epicureysm, stoi-
cism, skepticism or cynicism), modern thinkers (humanism, libertinism, spinoza) or
contemporary currents of thinking (vitalism, existentialism, libertarianism). In the sec-
ond part I study how fantastic literature has participated in this tradition.
R
Teognis llama «peligrosos daimones» al temor y a la esperanza.
Pedro Laín Entralgo, La curación por la palabra en la Antigüedad clásica
Eso es, precisamente, lo que Marco Aurelio desea practicar en sus Me-
ditaciones cuando realiza descripciones descarnadas, casi fenomenológicas, de la
realidad, de la que todo juicio ha sido suspendido:
...el Falerno es zumo de uva, y la toga pretexta lana de oveja teñida con sangre
de marisco; y respecto a la relación sexual, que es una fricción del intestino y
eyaculación de un moquillo acompañada de cierta convulsión. ¡Cómo, en efec-
to, estos conceptos alcanzan sus objetos y penetran en su interior, de modo que
se puede ver lo que son! De igual modo es preciso actuar a lo largo de la vida
entera, y cuando las cosas te dan la impresión de ser dignas de crédito en exce-
so, desnúdalas y observa su nulo valor, y despójalas de la ficción, por la cual se
vanaglorian (VI, § 13, p. 33).
Creo que Lessing dijo que si Dios dijera que en su mano derecha tiene la verdad
y en su mano izquierda la investigación de la verdad, Lessing le pediría a Dios
que abriera la mano izquierda, es decir que le diera la investigación de la ver-
dad y no la verdad. Desde luego, porque la investigación permite infinitas hi-
pótesis y la verdad es una sola, y no conviene a la inteligencia, pues la inteli-
gencia necesita la curiosidad (1986: 374).
paz» (1984: 34). Eso mismo sucede en «El inmortal», de Borges. Lo cierto es
que no resulta extraño que el tema del amor por los límites —cognoscitivos,
existenciales, éticos—, que son, precisamente, aquello que más nos asusta, sea
esencial en la obra del que debe ser considerado uno de los fundadores de la
literatura fantástica del siglo xx.
Entre los ejercicios que buscan aumentar el deseo con la intención de
desalojar el miedo físico vital, nos encontramos, para empezar, con Epicuro,
quien consideraba, según nos entera Plutarco, en Sobre la imposibilidad de vivir
placenteramente según Epicuro, que «el deseo de existir, que es la más antigua y
la más grande de nuestras pasiones» que «supera con placeres y dulzuras» al
miedo (1104C), y que debemos ocuparnos de este deseo centrándonos ante
todo en nuestra relación con las cosas que amamos y encontramos agradables
(Nussbaum, 2009: 258). En Tres poetas filósofos, George Santayana resume esta
doctrina de superación del miedo mediante el aumento del deseo, que Lucre-
cio desarrollará al inicio del libro III del De rerum natura, afirmando que: «quien
vive la vida del universo no puede estar demasiado preocupado por la suya».
Veamos, a continuación, el grupo de los ejercicios de superación del
miedo físico de corte cósmico. Seguimos en este punto, la división entre «mie-
do físico» y «terror cósmico» realizada por Lovecraft (Roas, 2006: 95-116).
Ciertamente, el carácter infinito del universo (entendiendo dicho adjetivo en
un sentido extensivo, esto es, en términos de inmensidad espacial o tempo-
ral), puede producir un vértigo que solemos equiparar al miedo. Este sería el
caso de muchos filósofos griegos, que rechazaban la noción de infinito,2 con la
excepción de los epicúreos, que consideraban, con exultación, que el universo
era infinito, y de los escépticos, que no se pronunciaban al respecto.
No existe, sin embargo, una relación necesaria entre el infinito y el miedo.
Ése fue, precisamente, uno de los temas fundamentales del De rerum natura de
Lucrecio, quien, consciente del pavor que el atomismo epicúreo, y su afirmación
acerca del carácter infinito del espacio y del tiempo, podía causar en espíritus
educados en la mentalidad tradicional, y religiosa, decidió administrar a sus lec-
tores la retórica compensatoria de lo sublime, el célebre «horror et divina volup-
tas», que había de introducir calidez poética y sentido filosófico en ese mundo, a
primera vista, frío y absurdo: «allí entre estas cosas de mí se apoderó una suerte
de divino deleite y estremecimiento, al ver que así con tu empuje tan clara y
manifiestamente queda la naturaleza por todos lados destapada» (III, vv. 28-30).
2 Recordemos el curioso caso de Hipaso de Metaponto, discípulo de Pitágoras, quien tras comunicar
fuera de la comunidad pitagórica la existencia de los números irracionales, que habría descubierto invo-
luntariamente, o fue arrojado al mar por sus condiscípulos, o se suicidó.
Cabe señalar que, además de la tradición epicúrea, existe toda una tra-
dición de ejercicios espirituales consistentes en mirar el mundo sobre el tras-
fondo de la inmensidad, espacial o temporal, logrando, de este modo, una
redimensión de los propios miedos o angustias. Se trata de la tradición de «la
mirada desde lo alto», que Pierre Hadot estudió en libros como La ciudadela
interior (2013) o No te olvides de vivir. Goethe y la tradición de los ejercicios espiri-
tuales (2010), y que podemos rastrear en la obra de autores como Borges o
Cortázar (Castany Prado, 2017: 149-170).
Sin embargo, después de que Montaigne y Bruno, entre otros, recupera-
sen esta visión serena o, incluso, festiva de un mundo infinito, Pascal la recon-
virtió en un panorama terrorífico, dando lugar a una retórica inversa de lo su-
blime ominoso, que rescatarán más adelante, a través de Burke o de Kant, unos
escritores románticos, consciente o inconscientemente, conservadores. Desde
entonces, la visión del infinito, en lugar de despertar la serenidad, el consuelo o
el amor a la vida que provocaba en los epicúreos o los estoicos, amenazaría con
llenarlo todo de miedo, sinsentido, y también (que es lo que en el fondo Pascal)
deseo de protección eclesiástica (Castany Prado, 2013: 123-145).
Cabe añadir que, frente al miedo que puede provocar el infinito, no
existe sólo la estrategia de lo sublime, sino también la de la comicidad. Así,
mientras Lucrecio buscaba proteger los estómagos delicados con el protector
de estómago de lo sublime, Luciano buscará protegerlos con el digestivo de la
comicidad. Existen interesantes consideraciones sobre las implicaciones meta-
físicas del humor en Kierkegaard, que, a su vez, pueden ayudarnos a com-
prender el significado de esa extraña amalgama posmoderna que existe entre
la literatura de terror y el humor (Berger, 1999, y Roas, 2011: 172-176).
Veamos, finalmente, los ejercicios filosófico-literarios que buscan su-
perar el miedo físico de tipo ontológico, o metafísico. Hablaremos, funda-
mentalmente, del miedo al infinito ontológico y del miedo a los seres y a los
castigos sobrenaturales. En lo que respecta al infinito ontológico, debemos
tener en cuenta que el infinito no sólo puede ser entendido en un sentido
extensivo, esto es, en términos de inmensidad espaciotemporal, sino tam-
bién en un sentido intensivo, esto es, como una indefinición o indistinción
en lo que respecta a las fronteras ontológicas que separan las categorías
mentales con las que solemos movernos: bien/mal, bello/feo, dentro/fuera,
normal/anormal, etc. (Koyré, 1957). Ciertamente, existe una relación entre
el infinito extensivo y el intensivo, tal y como se pone de manifiesto en La
cena de las cenizas (1574), de Giordano Bruno, o en la primera parte de los
Pensamientos (1647) de Pascal, titulada «De la miseria del hombre sin Dios»;
3 De un lado, dicho argumento es endeble en sí mismo, del otro, cabe negar la mayor, pues han existi-
do pueblos ateos, tal y como pusieron en evidencia durante el Renacimiento los estudios históricos y los
viajes de exploración (Hazard, 1961: 32-33).
4 Tal y como explica Zigmunt Bauman, en Modernidad y holocausto (2008), las raíces del antisemitismo
no sólo radican en el hecho de que los judíos conformasen una clase social ambigua —rica sin nobleza,
plebeya sin pobreza—, sino también en que anunciaban la futura disolución del antiguo régimen. No
sería, pues, la ambigüedad sociopolítica del judío, lo que produciría terror, sino el propio terror de las
clases dirigentes ante lo que éstas intuyeron que era el anuncio o el símbolo de su propia desaparición.
Este libro nació de un texto de Borges. De la risa que sacude, al leerlo, todo lo
familiar al pensamiento —al nuestro: al que tiene nuestra edad y nuestra geo-
grafía—, trastornando todas las superficies ordenadas y todos los planos que
ajustan la abundancia de seres, provocando una larga vacilación e inquietud en
nuestra práctica milenaria de lo Mismo y lo Otro (Foucault, 1968: 19).
A menudo he pensado escribir una novela sobre un navegante inglés que cal-
cula de manera ligeramente equivocada el derrotero y acaba descubriendo In-
glaterra con el convencimiento de que se trata de una isla de los Mares del Sur.
Está y no está en casa: «Ahí radica en mi opinión el principal problema de los
filósofos (...) ¿Cómo sorprendernos al mismo tiempo por el mundo y sentirnos
en él como en casa?» (Chesterton, 2013: 9-10).5
6 Véase por ejemplo, la diatriba contra la honra y la vergüenza que aparece en el capítulo I, 2, ii del
Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán: «¡Oh, decía, lo que carga el peso de la honra y cómo no hay
metal que se le iguale! (...) ¿Qué frenesí de Satanás casó este mal abuso con el hombre, que tan desatina-
do lo tiene? Como si no supiésemos que la honra es hija de la virtud y, tanto que uno fuere virtuoso, será
honrado, y será imposible la honra, si no me quitaren la virtud, que es centro della» (I, 2, ii).
7 Piénsese, por ejemplo, en las siguientes palabras de Joseph Conrad, en Una avanzada del progreso: «El
miedo siempre permanece. Un hombre puede destruir todo lo que hay en su interior, el amor, el odio,
las creencias e incluso la duda; pero mientras se aferra a la vida no puede destruir el miedo. El miedo,
sutil, indestructible y terrible, que invade todo su ser; que impregna sus pensamientos; que ronda su
corazón; que observa en sus labios la lucha del último aliento» (1993: 44).
sa (18)—, como del miedo —tratando de mostrar los miedos, tan humanos,
por otra parte, de la nobleza.
Podemos hablar, pues, también de ejercicios de superación del mie-
do sociopolítico. En primer lugar, se trata de colectivizar los miedos para
que el sujeto que se enfrenta a ellos sea más poderoso. Es a lo que apunta
Max Aub cuando afirma, en De un tiempo a esta parte (1949), que «lo contra-
rio del miedo no es el valor, sino la solidaridad».8 Cabe recordar que fue un
motivo esencial, tanto en el mundo clásico como en el Renacimiento y la
Ilustración la cuestión de la «amicitia», como un modo de enfrentarse con
mayor entereza a los miedos sociales. Ésta fue esencial, por ejemplo, para
un grupo de intelectuales extremos como los libertinos eruditos franceses
del siglo xvii. Por otra parte, existen numerosas obras filosófico-literarias
que tienen como objetivo luchar contra el miedo político que paraliza a la
sociedad, ya sea fruto de una dictadura, como El señor presidente, que se-
gún las palabras del mismo Miguel Ángel Asturias, es una «novela escrita
como un ejercicio espiritual de desangustia» (1974: 176); ya sea fruto de un
terror más cotidiano y difuso como el que evocan en sus narraciones Franz
Kafka o Virgilio Piñera.
Conclusión
8 El personaje de Emma dice literalmente: «Es lo contrario del miedo. Dice Richter que a eso se le llama
solidaridad» (44).
car el efecto contrario (como provocar un terror, a veces delicioso), y sin una
mayor reflexión filosófica.
Ciertamente, queda mucho por estudiar acerca de este tema, centrán-
dose con mayor detención en autores, géneros y corrientes específicas. En
todo caso, me parece haber ofrecido argumentos suficientes para justificar la
pertinencia de dicho esfuerzo.
Bibliografía
Recibido: 22-09-2018
Aceptado: 12-12-2018
Resumen
Abstract
Quite often fantastic literature has been studied using ideas from theoretical physics in
order to verify how the development of the latter modifies the reader’s perception of
the former. Instead, this article proposes the opposite: this article will explore theoret-
37
Raúl Molina Gil
ical physics using the ideas from the fantastic. The core principle here is that both re-
flect on the reality and fracture it, changing the reader’s reality paradigm. While phys-
ics changes it from reality, using to it the principles of the mathematics, the fantastic
does this using (and fracturing) a fictional space.
Key Words: Fantastic Literature Theory, Theoretical Physics, Reality Paradigm, Fiction.
R
1. Los estridentes ladridos: sobre la relación entre la física
y las teorías de lo fantástico
Así pues, siguiendo lo dicho hasta este punto, podemos afirmar que hasta
el siglo xviii habían convivido tres explicaciones socialmente aceptadas de lo real:
la religión, la superstición y la ciencia. Sin embargo, el auge del racionalismo y
los avances científicos de la mano de Laplace, Copérnico o Newton, comenzaron
a marcar con mayor firmeza la línea que separaba (y que, con algunas matizacio-
nes, todavía lo hace, como veremos) lo posible de lo imposible. La ciencia, por lo
tanto, adquiría una mayor relevancia en el discurso social y desterraba poco a
poco el resto de intentos de explicación de lo real en una suerte de renovación del
paso del mito al logos: «Lo que la razón no podía explicar era imposible y, por lo
tanto, mentira, y no tenía lugar en la narrativa de la época, orientada fundamen-
talmente hacia el didactismo y la moralidad» (Roas, 2011: 17). La génesis de lo
fantástico se ubica aquí, en el momento en que la emoción de lo sobrenatural,
expulsada de la vida, encontró refugio en la literatura (Roas, 2011: 17), esto es, en
ese preciso instante de la historia en que determinados hechos que en épocas
anteriores se consideraban factibles y reales fueron desplazados al terreno de lo
imposible, que no existía con anterioridad (y si en cierta forma lo hizo, no tuvo
hasta estos años los límites convenientemente definidos): «El lector moderno no
se pregunta si una narración de fantasmas se ajusta a la verdad, puesto que sabe
que es una historia imaginada (...) Por el contrario, el oyente de antaño sí se lo
preguntaba» (Roas, 1999: 101). La paradoja es considerable:
El hombre domina (o, mejor dicho, percibe e interpreta, es decir conoce) la rea
lidad mediante la ciencia de las leyes que la regulan y de la causalidad que la
determina, y también mediante una parrilla genealógica de valores determina
da a abarcar lo real y a ordenar y justificar los comportamientos humanos en
relación con la realidad y con los otros hombres (...) Su conjunto determinado
en el tiempo y en el espacio constituye lo que se puede llamar paradigma de
realidad y, en la práctica, el hombre no tiene otra realidad al margen de su pa
radigma de realidad (Ceserani, 1999: 85).
1 En este sentido, ya decía Castex: «Il se caractérise au contraire par une intrusion brutale du mystére
dans le cadre de la vie réelle» (1951: 8). En la similar opinión de Roger Caillois, «el marco de lo fantásti-
co no es el bosque encantado de La Bella Durmiente, sino el opaco universo administrativo de la sociedad
contemporánea» (1966:16). Para Louis Vax, las narraciones fantásticas se nos presentan «a hombres
como nosotros, situados súbitamente en presencia de lo inexplicable, pero dentro de nuestro mundo
real» (1973: 6). También Todorov continúa sobre esta senda: «en un mundo como el nuestro, el que co-
nocemos, sin diablos, sílfides ni vampiros, tiene lugar un acontecimiento que no puede explicarse me-
diante las leyes de ese mismo mundo familiar» (1994: 24). Esta línea, fundamental para comprender lo
fantástico, es todavía defendida por los más recientes desarrollos teóricos, como los del profesor David
Roas: «Para que la historia narrada sea considerada fantástica, debe crearse un espacio similar al que
habita el lector, un espacio que se verá asaltado por un fenómeno que trastornará su estabilidad. Es por
eso que lo sobrenatural va a suponer siempre una amenaza para nuestra realidad, que hasta ese momen-
to creíamos gobernada por leyes rigurosas e inmutables» (Roas, 2001: 8). Dicha evolución, se aprecia
claramente ya en época romántica, cuando los autores «empezaron a trasladar sus historias al presente
y, sobre todo, a ámbitos conocidos por el lector, para hacer más creíbles y, a la vez, más impactantes los
hechos relatados. Un proceso que se inaugura con Hoffmann, alcanza su máximo esplendor con Poe,
para cerrar el siglo con las inquietantes ambigüedades de James y Maupassant» (Roas, 2011: 20).
para debatir sobre la siempre inestable noción de lo limítrofe, «en tanto que
herramienta privilegiada al servicio de una concepción del mundo según la
cual no hay nada que no sea susceptible de explicación lógica (...) La incerti-
dumbre respecto a los límites de lo real hace vacilar las perspectivas que hasta
ese momento se creían inamovibles» (Rotger, 2007: 240-241). En otras palabras:
Quizá la diferencia esencial entre lo fantástico del siglo xix y lo fantástico con-
temporáneo podría expresarse de este modo: lo que caracteriza a este último es
la irrupción de lo anormal en un mundo en apariencia normal, pero no para
demostrar la evidencia de lo sobrenatural, sino para postular la posible anor-
malidad de la realidad, para revelar que nuestro mundo no funciona como
creíamos (Roas, 2011: 107).
2 Creo interesante copiar la cita completa de Brian Greene por lo clarividente que resulta para com-
prender el extracto que he utilizado en el cuerpo del artículo: «Cuando esté observando desde la cima
de una montaña imagine que, debido a la deformación del espacio-tiempo, el tiempo pasa más rápida-
mente para usted que para los que están sometidos a una gravedad más fuerte en el terreno que hay más
abajo. Yo digo imagine porque en circunstancias normales como estas, los efectos de la relatividad son
tan minúsculos que pasan completamente desapercibidos. La experiencia cotidiana no puede revelar
cómo funciona realmente el universo, y por eso es por lo que cien años después de Einstein, casi nadie,
ni siquiera los físicos profesionales, tiene una sensación visceral de la relatividad. Esto no es sorpren-
dente; uno tiene dificultades para encontrar qué ventaja para la supervivencia ofrece una sólida idea de
la relatividad» (Greene, 2006: 109).
verse modificado, y ello puede ser, precisamente, un detalle que permite cons-
tatar que lo fantástico está bien vivo pese a todo. Hablamos de que la nueva
física, en tanto descubrimiento de nuevas zonas de sombra en un universo
que creíamos controlar según el modelo mecanicista, es a todas luces un ejer-
cicio de apertura para lo fantástico, es decir, un terreno ideal que está generan-
do y va a generar nuevas posibilidades de escritura nunca antes imaginadas,
en un curioso paralelismo con los desarrollos del pensamiento racionalista en
el momento histórico de nacimiento del género. Y es que la física, en sus inten-
tos de explicación de la realidad, nos ha situado frente a determinadas parce-
las de lo real que ni siquiera los más grandes escritores de literatura fantástica
habían podido imaginar. Lo fantástico sobrevive, sí, pero quizás no vuelva
nunca a ser lo mismo. Buena noticia sin duda para el género: «Pero sus estri-
dentes ladridos / sólo son señal de que cabalgamos», dejó escrito Goethe.
Una vez establecidas las bases teóricas, es hora de avanzar por nuevas
sendas. Y qué mejor forma de hacerlo que dando un giro de ciento ochenta
grados al planteamiento anterior, que ya en otros artículos había sido desarro-
llado por extenso: si en aquellos estudios (Molina Gil, 2015 y 2017) se había
analizado la literatura fantástica desde los presupuestos de la física teórica, ha
llegado el momento de (re)leer la física teórica desde las teorías de lo fantásti-
co. En el fondo, ambos discursos tienen un poso común que permite este
quiasmo: si el relato fantástico se fundamenta en la transgresión de lo real a
partir de la ficción, haciendo emerger un elemento imposible que desestabili-
za al narrador, a los personajes y/o al lector y que genera en ellos un miedo
metafísico, el relato de la física también plantea una ruptura con el paradigma
de realidad contemporáneo a cada uno de sus nuevos descubrimientos, al
mostrar parcelas hasta entonces ocultas que implican una transgresión de lo
que creíamos estable y conocido. Ahora bien, el paralelismo no es perfecto,
sino que debemos anotar algunas diferencias que es necesario tener bien pre-
sentes antes de continuar.
Lo fantástico y sus transgresiones del paradigma de realidad se desa-
rrollan en el terreno de la ficción: el cine, la narrativa, el cómic, el teatro, etc.,
son sus principales espacios. Así, los relatos fantásticos nos ubican repentina-
mente ante un abismo insondable que provoca en nosotros como lectores, o en
el narrador o en los personajes, o en todos a su vez, una sensación de miedo
3. Entrando en (la) materia: la física releída desde las teorías de lo fantástico
A medida que los objetos que estudiamos se vuelven más y más complicados,
porque están compuestos por cada vez más partículas, este efecto túnel puede
seguir produciéndose, pero se vuelve muy improbable ya que todas y cada una
de las partículas tienen que tener la suerte de poder abrirse camino juntas. (...)
las reglas de la probabilidad de la Mecánica Cuántica (...) demuestran que, si
intentáramos cada segundo caminar hacia el interior de un muro sólido en el
mundo real, necesitaríamos más tiempo que el total de la edad actual del uni-
verso para tener una buena probabilidad de conseguir atravesarlo en alguno de
nuestros intentos. Sin embargo, con una paciencia eterna (y mucha longevidad)
podríamos —antes o después— salir por el otro lado (Greene, 2001: 138).
pecíficas (Greene, 2001: 28-29). Por menor que pueda parecer, esta modifica-
ción resolvía la incompatibilidad entre la Mecánica Cuántica y la Relatividad
General, nada más y nada menos. Pero, además, y como no podía ser de otra
manera, de nuevo planteaba una brutal ruptura de nuestro paradigma de rea-
lidad, puesto que afirma la presencia de once dimensiones espacio-tempora-
les que existen en todos y cada uno de los puntos de las tres dimensiones es-
paciales y de la dimensión temporal donde desarrollamos nuestra vida
cotidiana eso sí, replegadas en la longitud de Planck (10-35 metros):3
3 Cabe destacar que estas once dimensiones pueden tener repartos que escapan más si cabe de la ló-
gica, ya que no es necesario que pensemos en diez dimensiones espaciales y una temporal, sino que
puede darse cualquier otro tipo de reparto. Dice Brian Greene a este respecto: «Si una dimensión arro-
llada es una dimensión temporal atravesarla supondría volver, después de un lapso temporal, a un
instante previo del tiempo» (Greene, 2001: 230).
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vista de Investigación sobre lo Fantástico, vol. III, núm. 2, pp. 177-202. En línea:
http://revistes.uab.cat/brumal/article/view/v3-n2-molina/pdf_6 <http://
dx.doi.org/10.5565/rev/brumal.148>
— (2017): «¿Y si existiera? Pensar lo monstruoso desde la física teórica», en David
Roas (coord.), El monstruo fantástico. Visiones y perspectivas, Editorial Aluvion,
Madrid, pp. 11-30.
Cecilia Eudave
eudave850@hotmail.com
Universidad de Guadalajara
Recibido: 02-05-2018
Aceptado: 22-09-2018
Resumen
Palabras clave: horror, fantástico, espacio natural, espacio preternatural, espacio so-
brenatural.
Abstract
57
Cecilia Eudave
categories: the natural, the supernatural, and the preternatural spaces, and take incom-
parable English-speaking authors as a starting point, such as H. P. Lovecraft. Nonethe-
less, the aim is to turn to representative Mexican authors of the genre and demonstrate,
after the relevant analysis, that the preternatural space is the most common among Mex-
ican writers and, by extension, among Latin-Americans as well.
Key words: horror, fantastic, natural space, preternatural space, supernatural space.
R
La preocupación por la materialidad del horror en la literatura ha sido
una constante en todas las épocas y ha creado referencias comunes en las di-
ferentes culturas. A pesar de que se puede representar de distintos modos,
siempre se impone, en mayor o en menor grado, una proyección o refracción
de los miedos más profundos de las sociedades en donde se gestan. La puesta
en escena del horror no trae consigo ninguna inocencia, no interpela al lector
como peón de una historia donde solo le pondrá los pelos de punta, sino que
devela la parte más oscura de los discursos que generan la violencia compro-
metiendo su conciencia. Se genera una confusión que trae consigo un estar al
límite de ciertos cuestionamientos sociales que emergen bajo la opacidad de
un género aparentemente insólito, y nos expone a situaciones fuera del orden
de lo común. Nos encontramos ante una palabra que con solo pronunciarla
pone en marcha toda una maquinaria de representaciones de orden moral,
ético, religioso, económico, político que transgreden realidades o las prefigu-
ran para crear espacios donde vamos de la desestabilización al apocalipsis de
los valores establecidos y sus formas.
El horror es difícil de aprehender, por eso va estableciendo sus dinámi-
cas discursivas y sus propiedades estructurales de acuerdo al género que se
apropie de él. Va de lo insólito a la realidad aparentemente más «verdadera»,
de lo confuso a la lucidez más escalofriante, resurgiendo y desembocando en
problematizaciones que van desde lo sociológico, lo antropológico, lo psicoló-
gico o lo literario entre otros. El horror funciona en todos los niveles de cons-
trucción del texto como tema, como palabra-concepto, es decir, como signo de
representación que lo limita y estandariza, o como motivo en la diégesis, todo
lo cual lo hace objeto de discurso literario. Objeto que ofrece una perspectiva
del mundo representado e interactúa con nosotros por medio de la escritura.
Pero este horror como objeto concreto en la literatura necesita un lugar físico
para manifestarse, para existir al ser enunciado.
Lo enunciado lleva a plantearnos el espacio como un lugar privilegiado
para el tránsito y desarrollo del horror desde los planos de la realidad repre-
sentada. Porque como dijera Michel Foucault en su Arqueología del saber —re-
firiéndose a la locura como objeto de discurso—, debemos localizar las super-
ficies primeras de su emergencia, dónde surgen, cuáles son sus diferencias,
para después designadas y analizadas, darnos cuenta de esas superficies de
emergencia; es decir, el espacio en el que se posicionan y actúan, a sabiendas de
que no son las mismas para cada sociedad, o época, y por lo cual se crean
nuevas formas discursivas para enunciarlas (2002: 66-67).
Partiendo de lo expuesto, esta propuesta pretende un acercamiento a la
prefiguración del horror fantástico desde la noción del espacio, y encuentra su
detonante en la lectura de novelas de aparente corte realista que han prefigu-
rado también las nociones del horror contemporáneo y su impacto en nues-
tras sociedades. Una de las más poderosas de entre ellas es El corazón de la ti-
nieblas (1902), de Joseph Conrad. Ahí el espacio donde se desarrolla la historia
que nos propone el autor no es nunca neutro, no es una escenografía para
ubicar personajes y acciones sino que es vital, trasgresor y fronterizo; se aven-
tura a transitar por los intersticios de la realidad —simbólica y ambigua—, y
se vuelve sagrado, mítico, onírico o incluso fantástico en esa vorágine donde
Kurtz y Marlow encontrarán la revelación. El primero la posee y la enuncia; el
segundo la recibe y la comprende:
Él tenía algo que decir. Lo decía. Desde el momento en que yo mismo me asomé
al borde, comprendí mejor el sentido de su mirada, que no podía ver la llama
de la vela, pero que era lo suficientemente amplia como para abrazar el univer-
so entero, lo suficientemente penetrante como para introducirse en todos los
corazones que baten en la oscuridad. Había resumido, había juzgado. «¡El ho-
rror!» (2013: 111).
barie dio luz al espacio del horror desde su lectura civilizada del mundo. El
horror pareciera oponer, se trate de una realidad fantástica o no, dos realida-
des, ya sean concretas o abstractas. Quizá porque como escribiera H. P. Love-
craft: «la incertidumbre y el peligro siempre andan estrechamente vinculados,
formando de cualquier tipo de mundo desconocido un universo de amenazas
y riesgos malévolos. Y tan pronto como a esa sensación de temor y maleficen-
cia se le agrega la inevitable fascinación de la maravilla y la curiosidad, enton-
ces nace un sistema complejo de aguda emoción y de imaginativa excitación»
(2002: 9). De ahí que los nativos vieran en Kurtz un Dios primitivo, salvaje,
cruel como la naturaleza misma que los rodea: una selva semantizada como
un espacio de horror y horrores, que a la postre quiere eliminarlos. Porque
como bien lo señala Natalia Álvarez Méndez en su artículo «Hacia una teoría
del signo espacial en la ficción narrativa contemporánea»:
motivo para desplegar las distintas dimensiones que el espacio ofrece para
acompañarlo, a veces explícitamente —apegada a lo fantástico— otras tantas de
manera implícita, apenas sugerida, pero cobijado con un halo insólito que crea
un efecto fantástico, como es el caso de El corazón de las tinieblas, mientras que el
terror siempre necesita de cierta articulación espacial determinada y explícita.1
A partir de esas reflexiones me propuse intentar, no una tipología del
manejo del espacio en el horror fantástico —escenarios, ambientaciones—,
pero sí una posible lectura de la construcción del espacio, sus superficies de
emergencia; es decir, cómo se programa en el texto discursivamente y nos pre-
para para percibir el horror, y desde ahí observar cómo se configuran las pues-
tas en escena de los pavores sociales, culturales o políticos. El espacio será
entonces una mediación entre los miedos ancestrales y los miedos modernos
amparándose en un género narrativo; en este caso específicamente de lo fan-
tástico. Esta propuesta, que es perfectible y está en etapa de desarrollo, gira en
torno a la reflexión de tres divisiones espaciales que se deducen después de
haber estudiado algunos relatos y que necesariamente, como toda clasifica-
ción, es arbitraria pero sirve para categorizar y organizar las inquietudes ana-
líticas; estas son el espacio natural, el preternatural y el sobrenatural. No nos
apegaremos al uso que se hace de estos términos en la teología, sino a su ca-
rácter más connotativo fuera del campo religioso2 y/o científico.
Existen trabajos de análisis que desde la perspectiva de lo preternatural
y sobrenatural, particularmente, aplican estos términos a textos fantásticos en
una lectura general, aquí solo se aplicará al tratamiento del espacio. Por ello
es importante enfatizar que las observaciones irán únicamente en función de
la configuración del espacio en cierto tipo de textos fantásticos del siglo xx.
Con ello no queremos excluir otros relatos o novelas de distintas épocas a las
1 Al respecto nos apoyamos en las reflexiones de Natalia Álvarez Méndez, quien señala que: «aten-
diendo tanto a la dimensión del espacio del discurso como a la del referente, se advierte que el espacio
cumple una importante función sintáctica en las tramas novelescas. Se aprecia su valor sintáctico desde
el mismo momento en que, concibiéndolo desde un punto de vista exclusivamente ontológico, se asimi-
la a un lugar físico, en el que se ubican los personajes y los acontecimientos. Además, al situar la acción,
se convierte en uno de los elementos estructurantes de la sintaxis narrativa, constituyéndose en un so-
porte novelesco relevante en virtud de las relaciones establecidas entre los diversos escenarios de la
historia. Este elemento despliega una destacada labor estructural y determina la sintaxis narrativa a
través de la organización de los diversos desplazamientos, a la vez que vincula las formas a los sentidos.
Por ello, el espacio, aunque construido en la narración por medio del lenguaje, es un componente de las
circunstancias que rodean al ser humano y una realidad presente en el seno de la ficción. Así pues, es
necesario atender también a otro tipo de valores, concretamente los semánticos, que condicionan y
matizan la interpretación de la realidad del universo ficcional» (2003: 552).
2 Se pueden consultar las definiciones y diferencias de estos términos desde la óptica teológica consul-
tando el libro Summa Daemoniaca. Tratado de demonología y manual de exorcistas, —bastante alucinante por
cierto— del teólogo y sacerdote español José Antonio Fortea, publicado en el 2007 por el Arzobispado
de la Ciudad de México.
3 Jaime Ricardo Reyes, en su libro Teoría de la didáctica del género del terror, propone estas características
que atañen a las ambientaciones de relatos como los de Poe, las mismas que han sido tratadas con ante-
rioridad por otros estudiosos del tema. Me parece pertinente aplicarlas a las reflexiones que se exponen
en este trabajo, llevándolas más allá de los géneros literarios y sus convencionalismos, con el fin de
ubicarlas en el manejo del espacio en textos que tienen como motivo el horror, aunque no sean necesa-
riamente fantásticos, y así establecer un contrapunto de lectura.
Es difícil definir el horror. El gemido demente del terror (...) Pero en lugar de
ahogar con su literalidad obsesiva el sentimiento brutal que intenta convocar,
se alcanza una abstracción casi matemática, gracias a la repetición de la palabra
horror, de la misma manera en que la repetida imagen de la boca abierta y den-
tada de Inocencio X, en la obra de Bacon (...) Subrayar la palabra con la exube-
rancia abusiva de su sonido podría ser simplemente cacofonía: en Poe, en cam-
bio, se convierte bruscamente en metáfora que el abuso mismo hace aflorar: la
angustia, el miedo se convocan en la raíz que los engendra (2016: 9).
Y es ahí donde se insinúa la duda sobre el efectivo acontecer del hecho fantás-
tico. Dado que el universo del relato lo define como imposible, el lector puede
preguntarse si su realización debe ser atribuida a un verdadero trastrocamiento
del orden natural o más bien a la percepción distorsionada de quien es su pro-
tagonista y testigo. Desde este punto de vista, el problema se plantea como
consecuencia de la reducción de nuestro concepto de realidad a la realidad
percibida. Se trata pues de una parcialidad recortada por las posibilidades de
los sentidos humanos (2008: 85-86).
¡Qué cuarto tan frío y oscuro!, tan oscuro que el día se junta con la noche; ya no sé
cuándo empiezan ni cuándo terminan los días; quiero llorar de frío, mis huesos están
helados y me duelen; siempre estoy subida en la cama, amonigotada, cazando moscas,
espiando a los ratones que caen irremediablemente en mis manos; el cuarto está lleno de
cadáveres de moscas y ratones, huele a humedad y a ratones putrefactos, pero no me
importa, que los entierre otro, yo no tengo tiempo; este castillo es oscuro y frío como
todos los castillos: yo sabía que él tenía un castillo... ¡qué lindo estar prisionera en un
castillo, qué lindo!; siempre es de noche; y él no deja que nadie me vea; mi casa ha de
estar muy lejos (...) ¿dónde está mamá y Clara? Clara es mi hermana mayor; ¡yo no las
quiero, les tengo miedo, que no vengan, que no vengan...! Tal vez ya están muertas y
tienen los ojos abiertos y brillantes como los tenía José Juan aquella noche; yo quería
cerrarle los ojos porque me daba miedo que me estuviera viendo; tenía los ojos muy
abiertos y muy brillantes... «serás una bella novia, toda blanca» (2003: 57).
Sabes al cerrar de nuevo el folio, que por eso vive Aura en esta casa: para perpe-
tuar la ilusión de juventud y belleza de la pobre anciana enloquecida. Aura, ence-
rrada como un espejo, como un icono más de ese muro religioso, cuajado de mila-
gros, corazones preservados, demonios y santos imaginados (Fuentes, 2001: 42).
Este tipo de manejo espacial en los dos textos está completamente enca-
denado al «tiempo detenido» que David Roas expone como «una variante que
para ser percibida (y comprendida) también necesita de la comparación entre
ese tiempo que experimenta el protagonista y el tiempo “real”, “objetivo”. Ahí
es donde se produce la transgresión fantástica» (2012: 109). En ambos textos los
personajes no se liberarán del horror que experimentan hasta que acepten su
verdadero yo, solo entonces podrán ser restituidos a su espacio —este es el caso
de Alfonso—, o absorbidos por el espacio, lo que le sucede a Felipe Montero.
La tercera y última variante, por ahora propuesta, correspondería a la de
dos o más espacios que se superponen aunque pertenezcan a realidades distin-
tas y convivan en uno mismo que, sin ser necesariamente fantástico, se convier-
te en tal por la imposible compatibilidad entre uno y otro. El relato «Fiesta bra-
va» (1972), de José Emilio Pacheco, da cuenta de este tipo de manejo espacial:
tres planos de realidad se superponen y con ello se logra crear el efecto fantásti-
co. El primero de ellos es el de boletín de búsqueda —que provoca la impresión
de la extratextualidad— con el que se inicia el relato indicando que se gratifica-
rá a quien proporcione informes sobre Andrés Quintana, quien se ha extravia-
do. El segundo plano es el literario: al doblar la hoja el lector lee el cuento «Fies-
ta brava» del escritor desaparecido. En esta historia redactada por Quintana ya
encontramos una serie de elementos de horror relacionados con el mundo pre-
hispánico mexicano, pues se acaba sacrificando a su personaje, un veterano de
la guerra de Vietnam, el capitán Keller, a manos de unos hombres que siguen
rituales aztecas en zonas ocultas del metro de la Ciudad de México.
El tercer plano de la historia corresponde al momento de la redacción
del texto: el lector descubre que este cuento se lo pidieron por encargo a Quin-
tana y debe entregarlo un día después de haberlo terminado. El manuscrito es
rechazado por parte de la revista de carácter internacional, sufragada por los
Estados Unidos, aludiendo que es un «maquinazo» que recuerda a muchos
textos con ese tema, entre ellos «La noche bocabajo» de Julio Cortazar y «Huit-
zilopochtli» de Rubén Darío, a lo que Quintana responde: «Ya todo está escri-
to cada cuento sale de otro cuento» (1997: 94). Dicho esto, Andrés abandona el
edificio y se dirige al metro con la sensación de que ya todo eso lo ha vivido,
hace el trayecto de costumbre y justo, como en su relato, y al bajar del metro
distingue entre los últimos pasajeros a un gringo que le resulta familiar, es el
capitán Keller, y ambos se reconocen con desconcierto:
Metamorfosis- pantano- mi reloj estalla- selva amazónica- «un éxtasis que pro-
voca dios»- un dios que provoca un sapo- (aquí siguen garabatos incomprensibles)-
«se hincha de anhelo»- «aparece Dios»- gran rey sapo- el discípulo vomita
amor- la Gran Sabiduría- Maisie- la esfera- pesadilla de amor- las uñas del ilo-
bate en la espalda del sátiro- las uñas- religión de sapos- vómito místico- Meta-
morfosis- el pantano de cópulas trigonocéfalo verde gigantesco- (1989: 45).
Concluyendo
Somos conscientes de que esta mínima clasificación tiene como fin esta-
blecer un diálogo entre los distintos usos que se le da al espacio en relación
con el género fantástico donde el motivo del horror se finca fundamentalmen-
te entre lo preternatural y lo sobrenatural. En cambio, el espacio del horror
natural se inserta en el discurso de lo fantástico o insólito, no como género
sino como una enunciación más próxima a lo simbólico y a lo mítico.
Consideramos que el manejo espacial, sobre todo preternatural, en tex-
tos de horror-fantástico o en textos fantásticos en general del siglo xx y del xxi,
han encontrado en él un aliado para desmontar las historias, convirtiéndose
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Marilyn Bueno
Université de Perpignan
buenomarilyn66@gmail.com
Recibido: 16-04-2018
Aceptado: 30-11-2018
Résumé
Le fantastique est un genre difficile à cerner, ses frontières sont incertaines et il est
souvent défini par rapport à celles qui le séparent de ses genres voisins : le merveilleux
et la science-fiction. Cette étude, centrée sur la fiction fantastique d’horreur, interroge
cette notion de frontière à travers une réflexion sur les limites qui séparent ce genre de
la science-fiction puis de la comédie, en abordant les problématiques de la hiérarchie
des genres, des degrés dans l’horreur et de l’intention de l’auteur.
Abstract
The fantastic genre is difficult to qualify because its characteristics are uncertain and
it’s often defined in accordance to what is different from the others genres: fairy tales
and science-fiction. This study, based on the fantasy and horror fiction, hinges around
that very notion of boundary through a reflection on the limits existing between sci-
ence-fiction and comedy, tackling the questions of the hierarchies of genres, the vari-
ous degrees in the horror and the intention of the author.
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Marilyn Bueno
1 III Congreso Internacional Visiones de lo Fantástico : « El horror y sus formas », 28, 29 et 30 juin 2017
à l’Université Autonome de Barcelone.
atmosphère. D’autres films, pour d’autres raisons, peuvent aussi soulever des
interrogations quant à leur place dans la catégorie horreur fantastique. Le film
Dark skies par exemple: une famille est confrontée à des phénomènes inexpli-
qués, ils finissent par comprendre que des extra-terrestres essayent d’enlever
un de leurs enfants... En général les sites internet le classent dans horreur et
science-fiction mais pour moi il relève plus du fantastique que de la science-fic-
tion. Ce film, qui est un exemple parmi bien d’autres, pose le problème de la
limite incertaine entre fantastique et science-fiction à l’intérieur comme à l’ex-
térieur de la catégorie horreur. Mais encore une fois il est assez difficile de le
justifier puisque cela tient plus d’une ambiance que du thème en lui-même.
Dans Les maîtres du fantastique en littérature, on peut lire: «Un monstre apparaît:
s’il vient de l’au-delà, je suis dans un récit fantastique, s’il vient d’une autre
planète c’est de la science-fiction» (1994: 182). Si seulement c’était aussi simple...
! On se trouve face au même dilemme avec le film Phénomènes paranormaux.
L’affiche et le titre font plus penser à un film de possession qu’à un film de
science-fiction. Le film s’appuie sur des soi-disant faits réels et aborde le thème
de l’enlèvement par des extra-terrestres. Et dans ce film, les personnages tra-
quées par les extra-terrestres ont tous les «symptômes» de personnes possé-
dées, la frontière encore une fois est très mince...
Afin de mettre en évidence toute la complexité de cette frontière entre
horreur et horreur fantastique, entre peur provoquée par voie naturelle et peur
métaphysique, je vous propose de mettre en perspective deux films assez ré-
cents et très similaires du point de vue de l’ambiance: L’étrange cas de Déborah
Logan et The Visit. Le premier présente une équipe d’étudiants menant des re-
cherches sur la maladie d’Alzheimer, et réalisant un reportage filmé sur une
femme atteinte de cette maladie, Déborah Logan, dont le comportement est de
plus en plus étrange et effrayant. Dans The Visit, deux adolescents, frère et sœur,
vont rendre visite à leurs grands-parents pour la première fois. Ils ne se sont
jamais vus avant car les grands parents sont fâchés avec la mère depuis avant
leur naissance. Le comportement des grands parents est des plus étranges, sur-
tout celui de la grand-mère, et ces personnages deviennent de plus en plus ef-
frayants au fil des jours. Dans le premier film, alors qu’on la croyait atteinte
d’une maladie mentale, il s’avère que Déborah Logan est possédée. Dans le
deuxième c’est le contraire, bien que tout porte à croire qu’il y a possession, le
réalisateur pousse habilement son spectateur vers cette hypothèse sans pour
autant jamais le suggérer, il s’avère que ce sont deux fous échappés de l’asile.
Deux fous très dangereux, qui ont tué les vrais grands-parents et qui mainte-
nant veulent tuer les enfants, on basculerait presque dans un film de killer et
pourtant... Les deux films proposent les mêmes hypothèses mais en sens in-
verse, du trouble mental à la possession ou de la possession au trouble mental.
Dans les deux cas le type de peur provoqué est à mon avis le même, c’est bien
une peur métaphysique, cosmique. Pour moi les deux films rentrent dans la
catégorie horreur / fantastique même si l’un a une explication rationnelle à la
fin. Selon Lovecraft la question que l’on doit se poser est celle-ci: « A-t-il suscité
l’attitude d’attention terrorisée que l’on a devant le battement des ailes noires et
les grattements des formes du « dehors », et des entités venues du bord extrême
de l’univers connu» (1969: 41). La réponse est oui, pour les deux films. Dans
L’étrange cas de Déborah Logan on ressent ce type de peur avant même de savoir
qu’il y a possession, et dans The Visit, même après avoir découvert que les
grands parents sont fous et qu’ils ne sont pas possédés on ressent cette même
angoisse, on s’aperçoit que la folie n’a pas de limite et que tout peut arriver. Ce
film à mon avis pose clairement la question de la proximité entre possession et
folie. Finalement, l’important n’est pas d’arriver à déterminer dans quelle case
l’on place tel ou tel film, comme le rappelle Raphaëlle Moine :
L’un des effets pervers d’une typologie, dont la fonction est de découper et
construire des catégories, est de donner l’illusion que les genres sont purs et
étanches. On sait bien dans les faits que les genres sont souvent hybrides »
(2008:24). Elle souligne ensuite toute la complexité d’un classement par genre:
« L’illusion du classement générique rigoureux et totalisant se dissipe pour
laisser place à une véritable jungle des genres où les catégories et les films, tels
les arbres de la forêt tropicale, poussent des branches, des racines et des lianes
qui s’emmêlent et se rejoignent (2008: 29).
mour / horreur: ici l’humour est au service de l’horreur, c’est à dire que c’est
parce que ça fait rire que c’est effrayant, et le réalisateur doit être particulière-
ment doué pour faire ressentir de la peur voire de la terreur au spectateur
grâce à une scène qui va aussi le faire rire. L’un des aspects intéressants de ce
film est de mettre en avant le caractère primordial de l’intention du réalisateur.
Je m’explique, quand on voit un film comique, on rit, on ne pense pas forcé-
ment au réalisateur qui veut nous faire rire, idem pour le film d’horreur. Mais
quand les deux se mêlent parfois on ne sait pas si l’on doit rire ou avoir peur.
Le fait de ne pas être sûr de comprendre l’intention du réalisateur nous fait
hésiter sur notre propre réaction. Dans Tusk, cette hésitation se retrouve tout
au long du film. Il n’y a pas un début comique puis un basculement vers l’hor-
reur ou l’inverse, mais vraiment un équilibre entre les deux, on passe de l’un à
l’autre, parfois on hésite... On navigue entre le côté comique amené par le
thème ridicule, par la folie du savant fou et le côté effrayant essentiellement
créé par le jeu de l’acteur principal qui nous transmet sa frayeur. Dans cer-
taines scènes on passe très rapidement d’un sentiment à l’autre. Par exemple,
quand on découvre la transformation finale du personnage, on ressent vrai-
ment de la peur tout en ayant envie de rire. La transformation est ridicule, le
costume est lamentable mais les cris terrorisés du personnage nous trans-
mettent sa frayeur et dérangent, mettent mal à l’aise... Le décalage entre le ri-
dicule du « costume » qui est aussi très laid et inspire du dégout, et la peur du
personnage, le décalage entre l’impossibilité de la situation, la débilité de
l’idée du réalisateur et la façon terrifiante de traiter cela, tous ces éléments font
que le spectateur oscille entre diverses sensations, il est perdu. À ce moment-là,
le savant fou part dans une tirade délirante qui nous entraine du côté du rire
quand tout à coup il pousse le personnage à l’eau, à ce moment-là, on ressent
de l’angoisse, une angoisse qui augmente d’intensité quand on aperçoit au
fond de l’eau, pendant que Wallace lutte pour ne pas se noyer, d’autres
monstres mi-homme mi- morse en décomposition... Dans la dernière séquence
le doute n’est plus de mise, l’intention du réalisateur est claire, lorsqu’il nous
montre la sublime petite amie du personnage lui amener un poisson cru au
zoo, il veut nous faire rire. Mais ce final n’enlève pas cette hésitation ressentie
tout au long du film, pour moi, il y a un équilibre parfait entre les deux et ce
tout au long du film, on est vraiment à la frontière entre comédie et horreur.
La frontière entre les genres est incertaine et mouvante comme en té-
moignent les sites internet consacrés au cinéma qui ne s’accordent presque
jamais sur le ou les genres d’un même film, tout comme le classement des
étagères de livres varie d’une librairie à l’autre, d’une bibliothèque à l’autre.
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Stefano Llinas
Universitat de Barcelona
stefano_llinas92@hotmail.com
Recibido: 10-06-2018
Aceptado: 28-10-2018
Resumen
En este artículo se explora la naturaleza del miedo representado en las novelas Frankens-
tein y El Golem, estableciendo a éste como poseedor de un trasfondo moral intencionado,
que en cada texto cumple una función particular. Esta problemática se aborda desde la
perspectiva de la teoría genérica, en específico hablando sobre el rol del miedo en la con-
figuración de la literatura fantástica y de cómo en estas novelas se cumplen dichas pautas.
Palabras clave: miedo, Frankenstein, Golem, Mary Shelley, Gustav Meyrink, literatura
fantástica.
Abstract
This article explores the nature of fear as it is represented in the novels Frankenstein and
The Golem, first establishing this emotion as possessor of a deliberate moral undertone
that serves a specific purpose for each text. This problematic is addressed from the
perspective of genre theory, specifically talking about the role of fear in the configura-
tion of fantastic literature and of how in these novels those norms are put into effect.
Keywords: fear, Frankenstein, Golem, Mary Shelley, Gustav Meyrink, fantastic literature.
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Stefano Llinas
miedo más antiguo y más fuerte es el miedo a lo desconocido» (2010: 27). ¿Qué
puede ser más desconocido que aquello determinado «imposible» de suceder en
nuestra realidad, y por ende mejor armado para atemorizar a cualquiera?
Pero a esta línea de pensamiento podemos regresar más adelante, cuan-
do ahondemos un poco más en la naturaleza generalizada de nuestro miedo y
en nuestra propensión endémica al asustarnos de cosas que no nos amenazan
físicamente. Como hemos visto ahora, el miedo suscitado por el género fantás-
tico tiene dos aspectos que lo pueden describir a un nivel conceptual: es efectivo
porque nos opone (a través de los personajes) a algo desconocido (y en nuestro
mundo, imposible) y por esto, es conductivo de un significado latente que habla
sobre la naturaleza humana. ¿Cómo lo hace? Para saberlo, es más oportuno el
tomar ejemplos específicos, así que acerquémonos a nuestras novelas.
En Frankenstein nos topamos con la historia de Víctor Frankenstein, un
joven suizo de intereses científicos y esotéricos que, en un frenesí por superar
a los alquimistas de antaño y probarse a sí mismo que es capaz de desafiar a
Dios, termina por crear a una horrenda criatura humanoide de ocho pies de
altura a partir de trozos ensamblados de cadáveres. Ciertamente no fue una
de las decisiones más acertadas, ya que la criatura termina por asesinar a su
hermano pequeño, causar la muerte indirecta de una amiga cercana de la fa-
milia, asesinar a su mejor amigo y a su esposa (en su noche de bodas) y final-
mente logra causar la muerte de su propio creador. El miedo ciertamente tiene
un papel protagónico en la novela, como todos los que vislumbran al mons-
truo podrían asegurar, pero es el miedo de los protagonistas el más cargado
de sentido, ya que forman una dualidad de intencionalidad recíproca.
Si analizamos cómo reacciona el pobre Víctor ante la monstruosidad
que cobra vida ante sus ojos en el capítulo V (huye inmediatamente a su habi-
tación), nos damos cuenta de que el mismo personaje se entera del tamaño de
su error unos segundos demasiado tarde; lo que es capaz de describirnos es lo
siguiente: «How can I describe my emotions at this catastrophe, or how deli-
neate the wretch whom with such infinite pains and care I had endeavoured
to form? (...) but now that I had finished, the beauty of the dream vanished,
and breathless horror and disgust filled my heart» (Shelley, 1980: 57). Luego,
en un pasaje definitivamente representativo de lo «Gótico»,2 nos cuenta cómo
la criatura lo encuentra en la cama:
2 Para ayudarnos a entender este término de una manera pertinente, acudamos a Ellen Moers: «But
what I mean—or anyone else means— by “the Gothic” is not so easily stated except that it has to do with
fear. In Gothic writings fantasy predominates over reality, the strange over the commonplace, and the
supernatural over the natural, with one definite auctorial intent: to scare» (1974: 77).
I started from my sleep with horror; a cold dew covered my forehead, my teeth
chattered, and every limb became convulsed: when, by the dim and yellow li-
ght of the moon, as it forced its way through the window shutters, I beheld the
wretch – the miserable monster whom I had created. He held up the curtain of
the bed; and his eyes, if eyes they may be called, were fixed on me. (...) Oh! No
mortal could support the horror of that countenance. A mummy again endued
with animation could not be so hideous as that wretch (Shelley, 1980: 58).
utiliza los marcos sociológicos y las formas del entendimiento que definen los
dominios de lo natural y lo sobrenatural, de lo trivial y lo extraño, no para in-
ferir alguna certeza metafísica sino para organizar la confrontación de los ele-
mentos de una civilización relativos a los fenómenos que escapan a la econo-
mía de lo real y de lo «surreal», cuya concepción varía según las épocas. Se
corresponde con la formulación estética de los debates intelectuales de un pe-
riodo, relativos a la relación del sujeto con lo suprasensible o con lo sensible; y
presupone una percepción esencialmente relativa de las convicciones y de las
ideologías del momento, aplicadas por el autor (Bessière, 2001: 85).
3 El Otro podría ser representativo de la Mujer, del «Salvaje» o del oprimido en general, pero es la lectu-
ra del monstruo de Frankenstein como representativo del Homosexual la que más resonancia tiene en mi
opinión. Es algo sobre lo que se debe llamar la atención, aunque no sea la temática de este artículo.
algo más que un simple susto, puesto que en la novela sí se habla del horror,
pero no se hace por regodear y permanecer en el momento.
Es en la relación que el miedo tiene con las demás emociones, en su
compartimentación, en su cambio de fuente (dependiendo del punto de vista
del narrador en cuestión) y en la perseverancia de sus apariciones ante estí-
mulos a los que ya ha sido expuesto que se encuentra la unicidad del miedo
representado en la novela: siendo el foco de la relación interpersonal más im-
portante, la del creador y su creación, el miedo funciona como un elemento
que moraliza la interacción con el Otro y subraya la hipocresía del hombre,
que tiene como abanderado a Víctor Frankenstein. ¿Es realmente el miedo del
protagonista producido por la fealdad de la criatura, teniendo en cuenta el
hecho de que él mismo la ha creado minuciosamente, e inclusive menciona
haber elegido los trozos de cadáver porque se le hacían hermosos?
Es oportuno seguir indagando si no se contesta a esta pregunta de ma-
nera afirmativa, ya que, si no es la apariencia física del monstruo la causante de
tanto agravio, ¿a qué se debe? Probablemente a la realización, vivida y revivida
por Víctor, de que ha sido capaz de lograr algo previamente pensado inalcan-
zable y cuyas posibles repercusiones no ha tenido en cuenta. En la criatura,
Víctor reconoce no sólo una faz temible, sino también su orgullo, su insensatez,
su ímpetu; en aquello que crea ve reflejadas sus imperfecciones. Víctor recono-
ce a través de ese miedo insistente y odioso la culpa de haber apuntado dema-
siado alto y de haber utilizado la ciencia y sus conocimientos para fines egoís-
tas y ensimismados (ese concepto de «knowledge» que es tan recurrente en la
novela, y sobre lo peligroso que es obtenerla, cosa sobre la cual Víctor advierte
tenazmente a Walton, el capitán del barco al que le narra su historia).
Si queremos llevar esta realización poética más allá (a una realización so-
cial que, aunque moderna, ya tenía sus raíces plantadas en el tiempo de Shelley),
podríamos leer también este reflejo de los defectos de Víctor en el monstruo como
una sociedad (que recrimina a los que se atreven a no conformarse con sus leyes
y a no vivir de la manera estipulada por la mayoría) temiendo a esos mismos
inconformes que le muestran, como si fuesen el rostro de un monstruo gótico,
las cualidades del individuo y las odiseas personales de satisfacción que dicha
sociedad publicita incansablemente como necesarias para ser feliz. He aquí una
posible interpretación de esta dualidad del temor presente en Frankenstein.
Para volver a centrarnos en la materia metafórica del miedo, recorde-
mos que un aspecto importante de la representación del miedo está en el ca-
rácter moral, y que sus dos corrientes significan puntos de vista distintos, que
a su vez desarrollan el conflicto interior de cada personaje. Esta faceta de la
novela podría verse también como una alusión o una retrospectiva de aquello
que define a la literatura fantástica (su cualidad subversiva ante el discurso en
que se engendró), ya que:
4 Como es citado explícitamente en la novela: «Cuentan que un rabino creó, según métodos de la Cába-
la ahora perdidos, un hombre artificial —el llamado Golem— que le ayudara, como su criado, a tocar las
campanas en la sinagoga y a hacer todos los trabajos duros. Pero también cuentan que no le salió un hom-
bre auténtico ya que su única forma de vida consistía en vegetar de un modo rudo y semiinconsciente.
Además, según dicen, sólo durante el día gracias a la influencia de una hoja mágica que le ponía entre los
dientes y que atraía las libres fuerzas siderales del universo. Cuando una noche el rabino se olvidó de
quitarle, antes de la oración, la hoja de la boca, dicen que cayó en un estado de delirio tal que, corriendo
en la oscuridad de las callejas, destruyó todo lo que encontraba en su camino» (Meyrink, 1995: 43-44).
«En el ser humano la memoria actúa como un amplificador del temor: los pen-
samientos y recuerdos intensifican los miedos aprendidos» (Echeburúa, 2002:
92). Con sólo el hecho de recordar un momento terrorífico somos capaces de
alterar la sensación que tenemos del presente; esta es una capacidad perjudicial
conferida por nuestra inteligencia, que a su vez produce la ansiedad.
Segundo, esta primera verdad sobre el miedo lo hace muy poderoso, to-
mando las palabras de Zygmunt Bauman para mejor explicarlo: «Fear is at its
most fearsome when it is diffuse, scattered, unclear, unattached, unanchored,
free floating, with no clear address or cause; when it haunts us with no visible
rhyme or reason, when the menace we should be afraid of can be glimpsed
everywhere but is nowhere to be seen» (2006: 2). Tomando como ejemplo la si-
tuación planteada en la novela no es difícil entender por qué los habitantes del
gueto experimentan el espacio con tanta aprehensión, si es creído que hay un
espectro acechándolo, pero de manera que no hay forma de prevenir su acerca-
miento. Así, en lugar de temer al espantoso ático, por poner un ejemplo, cada
esquina cruzada y cada calle atravesada podría significar la perdición.
Tercero y último, los atributos del miedo como impalpable y potente lo
hacen, así como vimos al analizar el miedo en Frankenstein, una metáfora que
asemeja la amenaza del Golem hacia los habitantes del gueto judío al antisemitis-
mo; una amenaza que en el año de publicación de El Golem era demasiado real:
Así como sucedió con la difunta mujer de Hillel (el guía espiritual de
Pernath y habitante del gueto), Pernath es obligado por la posesión del Golem
a enfrentarse a sí mismo. Según lo explica la lectura junguiana de Montiel: «La
imagen del embarazo, de la entrada de algo vivo y casi autónomo, capaz de
modificar extraordinariamente las condiciones de vida de quien lo recibe en
su seno, es sin duda la más perfecta posible para representar el estado en que
acaba de ingresar el protagonista de la aventura. Ciertamente, a partir de este
mismo momento Pernath va a verse invadido por el Golem» (1998: 37). Esta
posesión que sufre Pernath, que culmina en el momento en que asciende unas
escaleras de caracol y se encuentra en una habitación extraña (la que se creía
adobo del Golem), no está falta de miedo: «¡Santo cielo!, como un rayo cruzó
por mi mente: ahora sabía dónde me encontraba: ¡En la habitación sin acceso (...)
sí: ¡me encontraba en la casa en la que siempre desaparecía el espectral Golem! Un
profundo horror, contra el que luchaba en vano y que ya no podía vencer ni
siquiera al recordar las cartas, paralizaba cualquier otro pensamiento y mi
corazón comenzó a encogerse» (Meyrink, 1995: 100).
Aun así, el intenso susto es natural en un proceso que requiere a la per-
sona enfrentar lo desconocido; lo importante es que el Golem siendo parte de
Pernath vehicula la aceptación de ciertas verdades, como lo es el hecho de que
es imposible ser feliz si se miden los propósitos o los éxitos con las expectati-
vas de otros (que, en este caso, son entidades insidiosas). Así, el miedo repre-
5 Este concepto cabalístico es denominado Ibbur (preñez del alma). No explica una posesión como un
alma invadiendo un cuerpo, sino como un alma (que ya ocupa su propio cuerpo) siendo invadida por
otra alma (de proveniencia no-corpórea), que la puede llevar a experimentar la santidad o el horror.
sentado en El Golem puede ser definido también como una metáfora, pero esta
vez un poco más personal que en el caso de Frankenstein, puesto que aquí no
se trata tanto de la interacción entre el Uno y el Otro sino de la interacción del
Uno con sí mismo, del Uno lidiando con las inseguridades interiorizadas que
hallan nombre en el Golem. Es aquí cuando podemos preguntarnos si Meyrink
eligió a esta figura del imaginario judío para representar tales abstracciones
porque quería ambientar su historia en el gueto de Praga o si sucedió a la in-
versa; tal vez la figura del Golem inspiró en el autor ideas relacionadas con la
identidad del Ser y los demás cabos se ataron solos.
Jason Ager, en su disertación titulada Heimat’s Sentry: Images of the Golem
in 20th Century Austrian Literature (2012), propone como su tesis central un idea
relacionada a la ya expuesta anteriormente: «I argue that 20th century Aus-
trian-Jewish representations of the Golem employ this figure to address a con-
flicted conception of identity that is intrinsically bound to notions of belonging
and manifests through the reconstruction of memory» (Ager, 2012: 1), y en lo
que respecta a El Golem de Meyrink (ya que Ager explora otros escritos como
los de Leo Perutz, por ejemplo), se preocupa por la figura del Golem como una
que ayuda en la construcción de la identidad del protagonista mediante proce-
sos de reapropiación de la memoria (recuerden que Pernath sufría de amne-
sia). Aunque Ager no llega a preocuparse por el carácter metafórico del miedo,
su aproximación al tema de la posesión de Pernath por el Golem nos da otra
cosa sobre la que pensar: «The development of Pernath’s simultaneous exis-
tence as the Golem continues throughout the novel, heightening the ambiguity
surrounding his identity as his own doppelganger (...) As he starts to uncover
aspects of this dynamic, he also unearths his relation to his surroundings, fur-
ther evincing the unheimliche nature of the Ghetto» (Ager, 2012: 53).
Y es que, tanto en El Golem como en Frankenstein, el ambiente dentro del
cual se desarrollan las historias es un factor importante en la representación
del miedo, a pesar de que funcionen de manera distinta. Hay que recordar
que la contextualización de las acciones las imbuye de cierto significado; no
habría sido lo mismo transportar la creación del monstruo de Frankenstein a
una cabaña playera o permitir que el Golem permeara un barrio gay en plenos
carnavales. Hay que preguntarse:
¿Qué es, entonces, lo que hace que las mayores, las mejores, y algunas de las
peores, novelas y películas de terror sigan causándonos inquietud, desasosiego
y, sí, hasta miedo? La respuesta es sencilla: el fondo del armario, el espacio de-
bajo de la cama, el otro lado de la puerta o la ventana (...) Eso es lo que nos
asusta (...) Es decir, el escenario, el decorado, la arquitectura del cuento de mie-
Por un lado, tenemos el gueto judío de Praga de finales de siglo xix, que
es representado como un lugar sórdido y sucio donde, aún si no existiera la
leyenda del Golem, los habitantes creo sentirían al menos algo de incomodi-
dad al atravesarlo. Una posible interpretación, obviando las razones inmedia-
tas que seguramente tuvo Meyrink para utilizar este escenario en su novela
(que son, básicamente, que él habitaba en la ciudad y que el Golem es una le-
yenda judía, así como el gueto) con el fin de espolear el ejercicio analítico y
hallar más concordancias de representación, es la del gueto como una exten-
sión del Golem mismo, siendo que esta criatura ya es considerada una mani-
festación del espíritu compartida por los judíos praguenses; otra es la del gue-
to como una extensión no del Golem sino de Pernath. Para esta segunda,
habría que considerar a los demás personajes del relato tal vez como manifes-
taciones de elementos anímicos, pero ya esto sería un exceso para otro trabajo.
Lo que sí habría que resaltar es que el miedo depende tanto de la figura ma-
ligna como del espacio por el que se desplaza; el Golem y el gueto son iguales
en su subordinación a este sentimiento.
Por otro lado tenemos la Europa oscura de Frankenstein, repleta de pai-
sajes montañosos y cumbres nevadas, de océanos indomables y parajes de
hielo que llegan hasta el horizonte; aquí no es muy complicado el inferir que
se trata de elementos típicos de la vertiente gótica que le dio inicio al género
fantástico, ¿pero qué más de interés tiene el espacio y cómo ayuda a crear in-
certidumbre en el corazón del lector? Si ya hemos argumentado que el miedo
en esta novela es intrínsecamente moral, daría a caber la suposición de que la
utilización del espacio también lo es, hasta cierto punto; lo que es decir que los
locales «exóticos» que estructuran la novela son un reflejo de la batalla inte-
rior de sus protagonistas, con el ejemplo del ártico siendo el más ameno. Allí
es donde el monstruo lleva a Víctor con la doble intención de hacerlo sufrir y
darle a conocer los pormenores de su aislado sufrimiento, que son reflejados
por el inhóspito frío de la tundra.
Esta elección de utilería ambiental por parte de Shelley también tiene
sentido si se toma en cuenta la característica del género fantástico que ya he-
mos señalado: cuestiona el valor de las normativas ideológicas de la sociedad
de su época. Al mover a sus personajes por escenarios grandiosos y atemori-
zantes está cumpliendo con esta característica (claro está que esta no es la
única razón por la cual se puede decir que Frankenstein rechaza lo establecido;
están también los otros elementos constructivos de la narración), porque jue-
ga en contra de los paradigmas relacionados a la representación del miedo en
la literatura establecidos hasta ese entonces, que se preocupaban por instaurar
a la valentía como la virtud más cotizada:
Desde la Antigüedad hasta fecha reciente, pero con una acentuación en la épo-
ca del Renacimiento, el discurso literario apoyado por la iconografía (...) ha
exaltado la valentía —individual— de los héroes que dirigían la sociedad. Era
necesario que lo fueran, o al menos que se los presentara bajo ese ángulo, a fin
de justificar a sus propios ojos y a los del pueblo el poder de que estaban reves-
tidos. Inversamente, el miedo era la parte vergonzosa —y común— y la razón
del sometimiento de los villanos (Delumeau, 1989: 15-16).
esto sería similar a Shelley) como metáfora para traer a la luz los problemas
que causa el antisemitismo en el seno de la sociedad judía.
Esta última calificación del miedo en la novela de Meyrink está bien
explicada por Bauman, quien le da un nombre a ese miedo que es endémico a
la especie humana: «“Derivative fear” is a steady frame of mind that is best
described as the sentiment of being susceptible to danger; a feeling of insecu-
rity (the world is full of dangers that may strike at any time with little or no
warning) and vulnerability» (2006: 3). Resulta adecuado tildar de derivative
fear a esos miedos, como lo es el miedo de Pernath y sus cohabitantes, que
surgen de la xenofobia y demás formas de discriminación entre grupos cultu-
rales heterogéneos.
Además de los elementos que ya hemos visto, que han estado confina-
dos al mundo diegético, me gustaría ahora discutir brevemente una postura
que trata del miedo que siente el lector al experimentar los hechos leídos; sa-
bemos que es completamente posible que esto suceda, sino por nuestra propia
experiencia leyendo algún relato de terror, por las palabras previas de Bau-
man, que abordan nuestra capacidad para sentir miedo aun así no haya fuen-
te discernible (y también cuando estamos simplemente rememorando). Las
ideas de las que hablo son expuestas por Sergi Sánchez en su artículo «Pánico
en la escena. Miedo real y miedo representado» (2002). En un principio nos
dice: «Es imposible, pues, que el miedo y su representación tengan una expli-
cación psicológica, porque su carácter es inmortal y a la vez depende exclusi-
vamente del contexto en el que se manifiestan» (Sánchez, 2002: 304).
Si lo psicológico es lo que trata con el alma y sus funciones, debería ser
cierto que el miedo representado no es psicológico, pero el miedo que pueda o
no sentir el lector al adentrarse en el relato fantástico sí lo es, ya que son nece-
sarios ciertos procesos mentales para crear inmersión y después miedo. El mie-
do «básico», el temor a ser dañados físicamente y/o morir, que es el que com-
partimos con los animales, pienso que no debería ser llamado psicológico; en
oposición, el derivative fear de Bauman, que es el mismo miedo metafísico de
Roas, intrínseco efecto de la literatura fantástica, es el verdadero miedo psico-
lógico. El miedo representado podría intentar mimetizarlo, pero en últimas
sólo el lector es capaz de sentirlo. Además, el miedo, por muy poderoso que
sea, no es una emoción interminable; como hemos visto en una posible inter-
pretación de El Golem, basta con superarlo o con eliminar su fuente para que
cese su agarre sobre la mente.
Siguiendo a su previa sentencia, leemos: «Es imposible que la relación
entre un lector y sus miedos representados en un folio (...) estén sometidos a
Pero, por otro lado, no hay que olvidar que los recursos para objetivar lo imposi-
ble, y —con ello— provocar el miedo del receptor, han ido variando con el tiem-
po. La evolución de lo fantástico —desde sus lejanos orígenes en la novela góti-
ca inglesa del siglo xviii— se ha caracterizado no solo por una progresiva e
incesante intensificación de la verosimilitud (que ha llevado a las historias fan-
tásticas a instalarse en la simple y prosaica vida cotidiana), sino también por
buscar nuevas formas de comunicar al lector esos miedos antes descritos. Los
autores se han visto obligados a afinar el ingenio para sorprender y dar miedo a
un público mucho más escéptico, más culto y menos asustadizo (Roas, 2011: 92).
Esta descripción de Roas nos permite volver a nuestra idea original del
miedo representado en la literatura fantástica (que es poderoso por su poten-
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Recibido: 08-06-2018
Aceptado: 01-11-2018
Resumen
Palabras clave: Mark Z. Danielewski, Casa de hojas, literatura fantástica, casa embrujada
Abstract
The haunted house tale appears recurrently along fantastic and horror narratives. It
is structured upon the idea of the intrusion and the fight for the space of two opposite
forces: the inhabitants and a ghostly entity. The horror story that lies within Mark Z.
103
Ana Ávila Mateos
Danielewski’s complex novel, House of Leaves (2000), works as the turn on the screw of that
classic approach, taking away the ghost and modeling the house as the real entity which
generates the horror. In this paper, I would like to explain why Danielewski’s novel should
be considered as an example of fantastic literature. Also, I will analyze the resources used
by the author in order to accomplish the creation of an oppressive and startling atmos-
phere within the narrative, mainly making the characters, as well as the readers, face the
inexplicably appearance of an empty space inside the house, which defies all logic.
R
Going through the house you seem to be forever
going somewhere and getting nowhere
Hermann Melville, «I and My Chimney»
1 Podría parecer que los autores citados abanderan una nueva forma de entender la literatura, no
obstante pueden apreciarse manifestaciones de ese sentimiento de experimentación en obras que se re-
montan varios siglos atrás. Algunos de los ejemplos más relevantes son la original novela de Laurence
Sterne Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, publicada en 1789, el grueso de la obra artístico-lite-
raria de William Blake, prácticamente coetánea a la de Sterne, así como la consciencia material presente
en obras de James Joyce, como Ulysses o la colección poética Pomes Penyeach.
2 Jessica Pressman realiza un interesante análisis al respecto de este tipo de novelas, relacionándolo de
manera directa con el auge de las nuevas tecnologías que amenazan la concepción canónica de la obra
literaria en su forma libresca. Para ella, estas novelas son fruto del surgimiento de lo que ella denomina
«aesthetic of bookishness» (Pressman, 2009: 466).
bir la novela y con tan solo hojear el libro se aprecian destellos de su originali-
dad, que permiten al lector percatarse de que se trata de una novela alejada de
cualquier convencionalismo. Según Katherine H. Hayles, esta novela «[first]
extends the claims of the print book by showing what print can be in a digital
age; second, it recuperates the vitality of the novel as a genre by recovering,
through the processes of remediation themselves, subjectivities coherent enou-
gh to become the foci of the computer’s omnivorous appetite, (...) in a frenzy of
remediation attempts to eat all of the other media» (2002: 112).
No obstante, las particularidades que presenta House of Leaves no solo
se limitan al plano material, sino que trascienden a la diégesis, pues se trata de
una novela complejamente estructurada en diversos niveles narrativos, tal y
como esquematiza la siguiente figura:
Nivel 4: Navidson
Nivel 3: Zampanò
3 Este es un procedimiento clásico por el cual se pretende dotar al texto de un halo de autenticidad, así
como restarle parte de su carácter ficcional, al hacerlo parecer un documento serio, producto de alguna
clase de investigación. Es paradigmático el uso de esta técnica por Jorge Luis Borges en multitud de sus
cuentos, donde la aparición de notas a pie de página es constante, persiguiendo la misma finalidad que
se trasluce en la novela de Danielewski.
4 Aquí se hace uso de la concepción de la casa de Henri Lefebvre como espacio apropiado (1991: 166).
5 La cuestión del espacio en las ciencias sociales es un tema ampliamente estudiado desde los años 60
y que ha tenido una gran influencia en la teoría crítica y social de las épocas ulteriores. Además de las
obras de Michel Foucault y Edward Soja, son también interesantes las obras de Deleuze y Guattari o
Henri Lefebvre, entre otros.
6 En House of Leaves se relaciona íntimamente la experiencia del espacio de la casa de Ash Tree Lane
con el propio estado mental del principal protagonista de la historia, Will Navidson: «the horrors en-
countered in that house were merely manifestations of his own troubled psyche» (2000: 21) o «Navid-
son’s troubles may not have created the house but they did ultimately shape the way he faced it» (2000:
22), lo cual pone de manifiesto que las construcciones ideológicas y mentales condicionan la forma de
experimentar el espacio.
7 Para Henri Lefebvre, algunas de las ideas de Bachelard en La poética del espacio al respecto de la casa
poseen un cariz casi ontológico, gracias a las analogías establecidas entre elementos básicos de la casa
como los cajones, los cofres o los armarios con elementos naturales como el nido o la concha, dejando
manera que podría decirse que «la casa es nuestro rincón en el mundo»8 (Ba-
chelard, 2002: 28). Así, de todos los temas fantásticos, el de la mansión encan-
tada es el que un rechazo más profundo produce en lo más íntimo del lector
ya que atenta contra todo lo que constituye el universo del hogar, un refugio
familiar y seguro contra la angustia del exterior hostil y lleno de peligros (Fin-
né, 2006: 11). Sin embargo, como afirma Kate Ferguson Ellis, la seguridad del
hogar no puede ni darse por hecho ni considerarse como permanente cuando
se consigue (1989: xiii), lo cual se vislumbra tanto en House of Leaves, como en
toda la tradición de casas embrujadas.
El tópico de la casa embrujada, que puede considerarse como un hogar
fallido (Ellis, 1989: ix), se encuentra poderosamente anclado en la literatura
gótica y tergiversa todas estas ideas comentadas acerca del hogar como espa-
cio de protección y refugio. De acuerdo con Andrew Hock Song Ng, «the Go-
thic has consistently recognized a quality invested in domestic space that has
the power to unnerve, fragment, and even destroy its inhabitant unless some-
thing is done to arrest it and restore order and normalcy back to the house.
The most obvious representation of such a circumstance is, of course, the
haunted house tale» (2015: 1). De este modo, la casa se transforma en el conti-
nente de toda clase de horrores, desvinculándose de su concepción de refugio
del mundo exterior. El terror ya no se ubica en el espacio extraño y ajeno que
se encuentra extramuros, sino que habita el mismo seno del hogar. Como
apunta Vidler, «[t]he house provided an especially favored site for uncanny
disturbances: its apparent domesticity, its residue of family history and nos-
talgia, its role as the last and most intimate shelter of private comfort sharpe-
ned by contrast the terror of invasion by alien spirits» (1992: 17). Así, la ame-
naza y el horror conviven con los habitantes de la casa, generando la tensión
que da lugar a la gran multitud de relatos que hacen uso de este tópico, am-
pliamente extendido en la tradición literaria, pero ligado más íntimamente a
la tradición anglosajona.9
ver en la conceptualización de la casa elementos maternales e incluso, uterinos (1991: 121), a través de
los cuales se traducen esas ideas asociadas de protección y refugio, ya mencionadas.
8 Daniel F. Ferreras considera que «la casa es (...) el universo familiar por excelencia» (1995: 186).
9 Dale Bailey asevera en el prólogo a su interesante monografía dedicada a las casas encantadas titu-
lada American Nightmares: The Haunted House Formula in American Popular Fiction, que es este un tipo de
ficción cuyas sus raíces surgen de la tradición gótica estadounidense, abanderada por autores como
Edgar A. Poe y Nathaniel Hawthorne, cuyas obras tienen tintes de lo macabro y lo fantástico, alejándo-
se de las historias de fantasmas de otros autores como Henry James o Edith Wharton (1999: ix). Otro
autor, Andrew Hock Song Ng, coincide igualmente en señalar que tanto Poe como Horace Walpole son
los grandes precursores del género de casas encantadas, con sus obras «The Fall of House Usher» y The
Castle of Otranto. Asimismo, señala como hito en el ámbito cinematográfico la cinta The Old, Dark House
(James Whale, 1932) (2015: 2).
Setting: a house
1. with an unsavory history
2. with an aristocratic name
3. disturbed by supernatural events usually unrelated to human
ghosts
10 El género del terror en los videojuegos, íntimamente unido al tipo llamado «de supervivencia» o
«survival», ha hecho uso del tópico de la casa embrujada desde sus mismos inicios. Los estudios japo-
neses Atari inauguraron este tipo de narrativas con Haunted House, lanzado en 1982, que consistía en
recorrer una casa embrujada para recolectar una serie de objetos, mientras se intentaba evitar a toda
clase de seres espeluznantes. A este hito, de simplísimos gráficos, le seguirían el icónico Alone in the Dark
(Infogrames, 1992), así como otros posteriores tales como Eternal Darkness: Sanity’s Requiem (Silicon Kni-
ghts, 2002), Amnesia: The Dark Descent (Frictional Games, 2010), o el más reciente Perception (The Deep
End Games, 2017).
Characters:
1. a midde-class family or family surrogate, skeptical of the super-
natural, who move into the house
2. knowledgeables helpers who believe in the supernatural
3. an oracular observer who warns of danger
climax:
1. the escape of the family and the destruction of the house
or
1. the escape of the family and the continued existence of the house
2. a twist ending which establishes the recurring nature of evil
Themes:
1. class and gender conflict
2. economic hardship
3. consequences of the past (especially unpunished crimes)
4. Manichean clash of good and evil
5. clash of scientific and supernatural world views
6. cyclical nature of evil (1999: 56)
11 Este último tema es, sin lugar a dudas, una de las bases sobre las cuales se erige el relato fantástico,
de acuerdo a lo propuesto por autores como Tzevan Todorov (1970) o Ana María Barrenechea (1972).
Para estos autores, la tensión producida por el choque entre aquello que se considera normal y regido
por las leyes de la naturaleza y el acontecimiento sobrenatural es lo que produce el efecto fantástico.
patrón se ha mantenido válido y efectivo con el paso del tiempo, hay autores
que han optado por desvincularse de esos férreos modelos narrativos y han
introducido cambios y desviaciones en el modelo, como pone de manifiesto
House of Leaves. En el caso del relato de casas encantadas, uno de los cambios
al que se ha recurrido con mayor reiteración ha sido la eliminación de las ma-
nifestaciones fantasmagóricas, que da paso al espacio maldito que es en sí
mismo el inmueble (Finné, 2006: 12). En esta variación del relato clásico, nos
encontramos ante una casa que representa el mal per se, origen del terror en
sí mismo y que no admite explicaciones racionales. En cierto modo, esta des-
viación entronca con postulados posmodernistas que sostienen la idea de que
el conocimiento es irrelevante, lo cual da lugar a una total «impugnación de
los límites entre lo real y lo irreal» (Roas, 2009: 95). Por ende, es innecesario
dirimir si los hechos son o no posibles, ante la misma futilidad del conoci-
miento como herramienta para descifrar la realidad.
«After you came to me with that whole mysterious closet bit,» Rosenbaum con-
tinues, (...) «I did a little research. (...), I hoped to find some kind of ghostliness.12
[She laughs] All I found was a pretty comprehensive list of owners. A lot of ‘em. Four
in the last eleven years. Almost twenty in the last fifty. No one seems to stay
there for more than a few years. Some died, heart attacks that sort of thing and
the rest just disappeared. I mean we lost track of ‘em. One man said the place
was too roomy, another one called it ‘unstable.’ I went ahead and checked if the
house was built on an old Indian burial ground.»
«And?»
«Nope. In fact, definitely not. (...) So I looked for some murder or witch
burning (...). Nothing.»
«Oh well.»
«Did you ever see any ghosts?»
«Never.»
«Too bad. Virginia, you know, has a tradition of ghosts – though I’ve
never seen one.»
«Virginia does?» Karen asks softly.
«Oh my yes. The curse tree, the ghost of Miss Evelyn Byrd, Lady Ann
Skipwith, ghost alley, and lord knows a whole handful more» (Danielewski,
2000: 409)
13 El propio Will Navidson se encarga de instalar por toda la casa un sistema de vídeo de circuito cerra-
do para de documentar la cotidianidad de su familia, al ser incapaz de renunciar a su faceta de fotoperio-
dista en su retiro sureño. Este circuito de cámaras demuestra que la intrusión no ha sido física, pues no hay
imágenes de ninguna persona que haya podido construir ese espacio extraño en su ausencia.
act of vandalism. Quite the contrary, the horror was atypical. No one could deny
there had been an intrusion, but it was so odd no one knew how to respond»
(Danielewski, 2000: 24).14
Esa intrusión se manifiesta con la aparición de una puerta en el dormi-
torio principal que, en lugar de dar paso directamente al dormitorio contiguo,
se abre a un espacio oscuro que podría parecer un armario más sino fuera por
el hecho de que, a diferencia del resto de los armarios, carece de enchufes o de
cualquier decoración y cuyas paredes son de un extraño color negro. Al otro
lado del habitáculo, se abre otra puerta a la habitación de al lado. Este inquie-
tante acontecimiento lleva a que una sensación de extrañeza comience a impe-
rar en el ambiente doméstico, pues la casa «had become something else and
while not exactly sinister or even threatening, the change still destroyed any
sense of security or well-being» (Danielewski, 2000: 28). Para Anthony Vidler,
la casa es un espacio particularmente propicio para ser objeto de «uncanny
perturbations»: «its apparent domesticity, (...) its role as the last and most inti-
mate shelter of private comfort sharpened by contrast the terror of invasion
by alien spirits» (1992: 17). De hecho, la aparición de ese espacio inexplicable
es precisamente la perturbación extraña que supone el punto de inflexión a
partir del cual los acontecimientos fantásticos comienzan a desarrollarse.
Tras la aparición de la puerta, Will decide comprobar los planos de la
casa, en los cuales aparece en efecto un espacio de escasas dimensiones entre
el dormitorio principal y el que se encuentra a continuación. Esto despierta su
curiosidad y decide hacer una serie de mediciones que extrañamente conclu-
yen que las dimensiones de la casa divergen en su interior y en su exterior.
Navidson duda de la eficacia de sus sistemas de medición, de manera que re-
curre a la ayuda de Billy Reston, un viejo amigo ingeniero que pone a su servi-
cio los aparatos de medición más sofisticados, sin que ello les haga llegar a
ninguna conclusión mejor que la anterior: la divergencia vuelve a hacerse pa-
tente, dando lugar a lo que Reston califica como «a goddamn spatial rape»
(Danielewski, 2000: 55). Este hecho resulta profundamente perturbador, ya
que los hechos carecen de toda lógica y atentan contra las leyes de la física
conocidas. No obstante, como irónicamente apunta el narrador, los niños acep-
tan esa realidad sin más, ya que: «children do not know the laws of the world
well enough yet to fear the ramifications of the irreconciliable» (Danielewski,
2000: 39). Así, esta dicotomía entre la visión científica de la realidad y la impo-
sibilidad de que esta dé respuesta a ciertos fenómenos inexplicables nos hacen
15 No solo hay referencias a ciencias exactas en House of Leaves, sino que también tienen cabida seudo
ciencias como esta de origen taoísta fuertemente determinada por la búsqueda de armonía entre el indi-
viduo y el espacio que habita, precisamente lo opuesto a lo que sucede en la casa.
16 Navidson es el primero de los personajes que se aventura en el interior del extraño espacio en la
llamada «Exploration A». Esta primera y breve descripción del extraño espacio ya expone la imposibi-
lidad de su propia materialidad, ya que se trata de un gigantesco espacio.
17 Tras el cambio más brutal que sufre la arquitectura del laberinto que deja a Will al final de la esca-
lera y a Tom en su inicio, este arroja un cuarto de dólar que cae durante al menos cincuenta minutos, lo
cual equivaldría a una distancia imposible de unas 55000 millas, un absurdo que superaría el diámetro
polar de la Tierra.
Por último, cabe destacar que el destino de la casa queda resuelto me-
diante un cliffhanger que deja en suspense si esta desaparece o no (Danielews-
ki, 2000: 524-525), lo cual permite reavivar la sensación de perplejidad y turba-
ción. Como ya se ha comentado, el desenlace del relato de casas embrujadas
está relacionado con la revelación final del origen de los horrores encerrados
en la casa. Por ello, podría decirse que el final de House of Leaves es bastante
anticlimático y mantiene la sensación de extrañeza que perdura durante toda
la novela. Sin embargo, como en otros relatos parecidos, se aportan explicacio-
nes al respecto de la casa, aunque estas solo sirven para generar más interro-
gantes. En primera instancia, se encuentra la información recabada por Zam-
panò mediante su investigación, indagando en los diarios de un colono del
siglo xvii, unos documentos historiográficos del condado de Virginia en el cual
la casa se ubica. En los extractos de ese diario, el narrador relata que, tras dejar
Jamestown con otros dos compañeros, terminaron por perderse y acampar en
unos bosques. Casi muertos por el frío, acosados por terrores nocturnos y pe-
sadillas y poseídos por un inexplicable sentimiento de pavor, el diario conclu-
ye con la siguiente entrada del diario: «“Ftaires! We have found ftaires!”» (Da-
nielewski, 2000: 414). De modo que, mediante este fragmento se constata que
las características asociadas a la casa y particularmente al laberinto, como la
sensación de frío y la atmósfera de opresión, así como las escaleras ya existían
en el siglo xvii, de manera previa a la propia arquitectura de la casa.
Por otra parte, otros datos aportados por la novela con el fin de resolver
las cuestiones planteadas por el laberinto vienen de la mano de los resultados
de las investigaciones y diversas exploraciones, que se resumen en el capítulo
XVI, donde se realiza una pormenorizada descripción de las características con-
trastadas del pasadizo (Danielewski, 2000: 373-375). A lo largo de este capítulo
se detallan los resultados de los análisis de las muestras tomadas en el interior
del oscuro espacio, realizados hipotéticamente por un profesor de Princeton. Se
incluyen tablas, referencias bibliográficas a diversas obras sobre física e incluso
ecuaciones y fórmulas. Se trata de un capítulo complejo, repleto de referencias
químicas y físicas que, curiosamente, se encuentra incompleto, tal y como refie-
ren en nota al pie los Editores (Danielewski, 2000: 376), de modo que los datos
son parciales e inconclusos. No obstante, no deja duda de que a la luz de los
resultados nuevamente surgen muchas más dudas que respuestas se aportan,
debido a la extraña variedad de elementos que componen el misterioso lugar,
entre la que se cuenta la presencia de materiales de una inconcebible antigüe-
dad así como de origen interestelar y extraterrestre (Danielewski, 2000: 375). En
definitiva, el laberinto de Ash Tree Lane perpetúa su enigmática e inicua natu-
Conclusión
18 Para Lefebvre, la puerta da lugar a una transformación en el espacio (1999: 209-210). Así, en House
of Leaves, la aparición de la puerta del laberinto es lo que conlleva la efectiva transformación de la vida
de todos los habitantes de la casa y el punto de inflexión que hace cambiar la realidad de los protagonis-
tas de forma radical, así como la de todos aquellos que se hacen eco de los sucesos acontecidos en Ash
Tree Lane.
skeptics call the whole effort a hoax but grudgingly admit The Navidson Record
is a hoax of exceptional quality. Unfortunately out of those who accept its vali-
dity many tend to swear allegiance to tabloid-UFO sightings. (...) many conti-
nue to devote substantial time and energy to the antinomies of fact or fiction,
representation or artifice, document or prank, as of late the more interesting
material dwells exclusively on the interpretation of events within the film. This
direction seems more promising (Danielewski, 2000: 25).
19 En 1968, el folclorista Richard M. Dorson ya hace referencia a las leyendas urbanas como un caso
típico del folklore americano. Este tipo de historias, que también denomina como «contemporary le-
gends», se definen por supuestamente haber sucedido, pero estar siempre contadas siempre de segunda
mano. Así, la historia de Ash Tree Lane adquiere ese halo de pretendida veracidad gracias al constante
uso de referencias y testimonios supuestamente reales de personas que dicen haber visto la cinta, lo cual
pretende insertarla en la tradición de las leyendas contemporáneas.
20 La aparición de House of Leaves fue coetánea al lanzamiento de la aclamada y controvertida película
The Blair Witch Project (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, 1999). Esta película, que narra la historia de
unos jóvenes que buscan a una bruja legendarias en un bosque de Maryland (EEUU), obtuvo un gran
éxito de crítica y taquilla y atrajo a una gran cantidad de público a las salas de cine de todo el mundo,
ya que muchas personas creyeron que se trataba de metraje auténtico. Las similitudes entre ambas obras
son varias: las dos incorporan tópicos de terror clásicos (la casa encantada y la bruja del bosque), ambas
están relacionadas con el género cinematográfico del documental y están concebidas con la pretensión
de que la veracidad de los hechos que relatan quede en suspenso. Por último, cabe destacar que ambas
lograron generar en gran parte de su público una gran obsesión por determinar qué era real y qué no lo
era, creando una sensación de terror y angustia ante la ausencia de certidumbre.
21 Un claro ejemplo del interés que despierta House of Leaves es la gran cantidad de información gene-
rada por los lectores en foros de Internet, donde se plantean teorías de toda índole, se realizan análisis
temáticos, estructurales, etc. y se elucubra ampliamente al respecto de todos sus detalles, por minorita-
rios que sean.
De esta manera, el autor logra que tanto los protagonistas como el lec-
tor experimenten, tal y como dice Todorov (1981: 19), la vacilación de aquellos
que solo tienen como referencia las leyes naturales y ante los cuales acontece
un hecho sobrenatural,22 precisamente gracias a la ya comentada ausencia de
certeza que suscita su lectura.
En definitiva, como ya se ha dicho, Ash Tree Lane transforma su inicial
esencia de espacio doméstico en un espacio salvaje, desconocido y amenaza-
dor que necesita ser explorado y colonizado con el fin de intentar hacerlo habi-
table. La inicial pérdida de poder de los Navidson sobre el espacio de su hogar
intenta resolverse mediante las exploraciones que pretenden domesticarlo e
intentar comprender el misterio que alberga, pues como Bemong apunta
«knowledge implies power» (2003). Sin embargo, el laberinto es un espacio
autoconsciente que no responde a las leyes de la física y que baraja ideas como
el vacío o la profundidad infinita, que dan lugar a una arquitectura mortífera e
inaprensible,23 sumida en una absoluta oscuridad que, de acuerdo con Ed-
mund Burke, es el instrumento más poderoso para inducir un estado de terror
fundamental (Vidler, 1992: 169). La imbricación de todos estos elementos men-
cionados consigue que House of Leaves, usando las palabras del maestro Love-
craft, despierte en el lector «un profundo sentimiento de pavor, y de haber
entrado en contacto con esferas y poderes desconocidos» (2002: 11-12).
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22 La propia novela se encarga de reflexionar acerca de estas cuestiones: «The impossible is one thing
when considered as a purely intellectual conceit. After all, it is not so large a problem when one can
puzzle over an Escher print and then close the book. It is quite another thing when one faces a physical rea-
lity the mind and body cannot accept» (Danielewski, 2000: 30).
23 Resulta muy interesante para el estudio de la cuestión del espacio en House of Leaves el capítulo
«Dark Space» (1992: 167 y ss.) de Anthony Vidler, donde se trata acerca de arquitecturas imposibles,
poder y espacios oscuros, en referencia a los planteamientos al respecto de autores como el arquitecto
Étienne-Louis Boullée o el filósofo Michel Foucault, entre otros.
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Recibido: 02-03-2018
Aceptado: 22-09-2018
Resumen
El presente artículo analiza las huellas discursivas de los rasgos constantes y la significa-
ción de la figura arquetípica del Licántropo en el cuento «Cuello de gatito negro», inte-
grante del libro Octaedro (1974), del escritor argentino Julio Cortázar (1914-1984). Para
resolver este propósito de investigación, se emplearon los criterios de clasificación y los
presupuestos teóricos de varios especialistas del género fantástico: Todorov y Campra
en el circuito semiótico; Roas, King y Vax en la dimensión ficcional; y Jackson y Jung en
los códigos sobre la enunciación de la alteridad. Asimismo, se usaron conceptos funda-
mentales de investigadores de otros campos del conocimiento humano, como el psicoa-
nálisis y la antropología, con el fin de destrabar el tema de la licantropía como imagen
paradigmática del horror metafísico en la literatura fantástica cortazariana.
Abstract
This article analyzes the discursive traces of the constant traits and the meaning of
the archetypal figure of the Werewolf in «Throat of a Black Kitten», story as part of the
book Octahedron (1974), by the Argentine writer Julio Cortázar (1914-1984). To solve
123
Frak Torres Vergel
this research purpose, the classification criteria and the theoretical assumptions of sev-
eral specialists of the fantastic genre were used: Todorov and Campra in the semiotic
circuit; Roas, King and Vax in the fictional dimension; and Jackson and Jung in the
codes on the enunciation of alterity. Likewise, fundamental concepts were used by re-
searchers from other fields of human knowledge, such as psychoanalysis and anthro-
pology, in order to unlock the subject of lycanthropy as a paradigmatic image of meta-
physical horror in Cortazar’s fantastic literature.
R
Introducción: ¿mito o ciencia?
De la tensión entre dos fuerzas opuestas deriva lo que podría definirse como la
espina dorsal de la ficción neofantástica de Cortázar. Un plano presenta la ver-
sión realista y natural de los hechos narrativos y un segundo plano transmite,
con idéntica naturalidad, una versión sobrenatural de esos mismos hechos (...),
el escritor neofantástico se aproxima a los dos niveles con el mismo sentimiento
de realidad (o de irrealidad, si se prefiere) (Alazraki, 1994: 68).
Silencios y oscuridades
Campra, al referirse a los silencios del cuento fantástico, dice que estos son
incolmables, imposibles de resolución, «un silencio cuya naturaleza y función
consisten precisamente en no poder ser llenado» (1991: 52).
flicto existencial que trata viene del interior del ser humano. Dina ha asesina-
do a sus víctimas dentro de su casa. Su transformación aflora en ese lugar
«secreto» donde sus dos personalidades se ven y se reconocen incompatibles
generándose una lucha implacable entre la bestia y el ser civilizado, entre el
instinto y la cavilación, entre lo inconsciente y lo consciente. Lo inhumano en
el hombre es la bestia en la persona, es ese ser que se convierte en «otro». Esa
alteridad, esa posibilidad de animalidad está representada intensamente en el
personaje de Dina cuyo cuerpo y mente son gobernados por el submundo de
los instintos (la oscuridad). Sin embargo, esa lucha dicotómica en Dina tras-
ciende mucho más allá, porque su metamorfosis es en realidad la «expresión
poética de la “urgencia existencial” de esa necesidad de borrar los límites que
nos separan de lo otro, de esa participación místico-poética que se origina en
el nostálgico anhelo de reintegración en la unidad» (Rosenblat, 1990: 144).
Para crear este efecto, Cortázar emplea símbolos del horror como la oscuri-
dad, la noche, el llanto y la lluvia, unidos a elementos automatizados como los
dedos y las manos, y al juego macabro de silencios y frases incompletas.
CGN se inscribe dentro de las narraciones fantásticas que tratan el pro-
blema apolíneo/dionisiaco que las convierte en arquetípicas del Hombre-Lo-
bo. Su trama transpira la libre escogencia de evitar el mal o hacerlo, esa eterna
pugna contenida en la dinámica parcelación del ser anímico en un ello, un yo
y un super-yo (Freud, 2000). El ello está representado por la bestia primitiva
que habita en Dina, en este caso la pantera. En el relato se puede advertir esta
parte de la protagonista cuando agrede físicamente a Lucho durante y des-
pués del acto sexual. La regulación del yo, para beneficio del super-yo, que es
la parte que desafía y se opone al ello, se aprecia cuando Dina quiere dejar de
cometer delitos y evitarle la muerte a Lucho haciéndole saber su condición
licantrópica, porque lo que realmente le asusta a ella del Licántropo que so-
brelleva en sí misma es su «maldad interior, que resurge con alevosía» (King,
2016: 121), propiedad evidenciable al final del relato.
Dina personifica una variante de la imagen paradigmática del Hom-
bre-Lobo, mediante una teriantropía clínica o preternatural de mujer-pantera.
En ella operan dos existencias independientes de las cuales hay una que no
puede controlar, por eso la insistencia de la protagonista sobre la idea de que
las manos tienen vida propia. La clave, no obstante, de esta disociación presen-
tada por Cortázar está en que a diferencia del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de R. L.
Stevenson (1886), donde la «escisión» de Jekyll adopta la forma de un cambio
físico, en CGN, la ambigüedad de la situación hace que el lector no pueda con-
cretar si esta disociación se patentiza en una realidad de cambio físico u obede-
Por alarmante que pueda ser la afirmación, es un hecho que el hombre, por
naturaleza, como los demás carnívoros, siente el impulso de matar y disfruta
destruyendo vida (...). No obstante, esta propensión existe en diferentes perso-
nas y en diversos grados. En unos se manifiesta como una simple insensibili-
dad ante los sufrimientos de otras personas. Este temperamento puede condu-
cir al crimen, ya que el individuo que es indiferente al dolor ajeno estará
dispuesto a destruir a otros si conviene a sus intereses (...). En otros, la pasión
por la sangre aparece junto a la indiferencia ante el sufrimiento (...). Además,
hay una tercera clase de personas crueles y sanguinarias, en las que la sed de
sangre es una pasión furiosa e insaciable. En un país civilizado, los que se sien-
ten dominados por ella se ven forzados a reprimirla por miedo a las consecuen-
cias, o a satisfacerla con una obra brutal (2004: 108-110).
Ontañón de Lope indica que «el uso que Cortázar hace de los símbolos
puede considerarse, la mayor parte de las veces, inconsciente. Los emplea con
soltura y con abundancia, pero sin consciencia de sus contenidos» (1995: 87).
El título «Cuello de gatito negro» está compuesto por lexías que tradicional-
mente corresponden a categorías simbólicas del horror metafísico. «Cuello»
es un símbolo vampírico y «gatito negro», además de aludir a un personaje
tipo del mundo de las brujas, es el eufemismo de «pantera», bestia que repre-
senta y en la cual se transforma Dina. Cada una de estas lexías es portadora de
sentido relevante para configurar una útil interpretación del texto.
La mujer-vampiro está presente en Dina al poseer algunas de sus cuali-
dades míticas: mujer-fálica, prototipo de mujer carnal, sumamente peligrosa y
de insinuación placentera, en este caso, mediante los movimientos de sus ma-
nos. Algunas de las constantes del mito del vampiro, como la relación antagó-
nica entre noche/día y vida terrena/vida ultraterrena, también se encuentran
en Dina. El signo «cuello» es la parte del cuerpo que ataca la bestia al momen-
to de inmovilizar y matar a su víctima. En CGN, Lucho irónicamente se en-
cuentra en la posición del cazador cazado, ya que finalmente es Dina la que
sin quererlo intentará cazar y matar a Lucho. La iniciación de este ritual de
cazador-presa se evidencia en la lexía que da el título al relato: «—Oh sí —dijo
Lucho, y ahora eran sus dedos los que se iban cerrando lentamente sobre el
guante como quien aprieta el cuello de un gatito negro» (Cortázar, 2004b:
136). La otra expresión, «gatito negro», al asociarse a las brujas, también con-
tiene el sema: «poder de transformarse en cualquier animal». «En la mentali-
dad popular el gato o la liebre han sustituido al lobo en la transformación de
las brujas» (Baring-Gould, 2004: 90). Así, se conjugan tres figuras arquetípicas
tradicionales del horror fantástico, el Licántropo, el Vampiro y la Bruja, en un
mismo personaje: Dina.
En la narrativa cortazariana cierta cantidad considerable de relatos fan-
tásticos presentan esta conjugación de dos o más imágenes arquetípicas del
horror metafísico en un personaje, precisamente porque estas figuras míticas
tienen en común algunos de sus rasgos constantes. Incluso la pantera y la
bruja comparten algunos de sus elementos simbólicos más reconocibles, como
el uso de la noche para salir a cazar y a cometer delitos. La acción de CGN
transcurre durante la noche, hora de los depredadores para cazar. Otro ele-
mento en común entre la pantera y la bruja es el color negro como camuflaje
en la noche (apariencia, vestimenta) y como símbolo de lo maléfico. El color
En Las raíces del miedo, Prat Carós señala las siguientes constantes del
modelo estructural del mito del licántropo: «el determinismo; la doble perso-
nalidad; un estado de desequilibrio interior, esquizofrenia del yo o pérdida de
personalidad que repercute en la apariencia exterior del sujeto; consciencia,
por parte del licántropo, de su morbo lo cual le ocasiona distintas reacciones
psicológicas culpables; y por último, la reacción, la actitud que adopta la so-
ciedad frente al licántropo» (1979: 92). A continuación se verifican estas cons-
tantes del modelo estructural del mito del licántropo en el cuento «Cuello de
gatito negro», de Julio Cortázar.
Jung sostiene que «existe en cada psique disposiciones, formas incons-
cientes pero activas, es decir, vivas, que prefiguran instintivamente e influen-
cian el pensar, el sentir y el obrar» (2002: 77). Dina podría responder a varias
formas de determinismo. La primera obedecería, hipotéticamente, al caso en el
cual ella padeciera una esquizofrenia desarrollada desde su infancia debido a
abusos sexuales por parte de algún miembro de la familia o a alguien diferente
cercano a ella, asumiendo la protagonista por vía traumática el comportamien-
to característico de un lobo, en este caso el de una pantera, como himplar, gru-
ñir, atacar, herir con las garras, caminar despacio, revolcarse temporalmente
por el suelo y arrastrarse muy cerca de su presa, realizando en fin todas las
acciones características al creerse convertida en este animal. Algunas de estas
acciones son sugeridas intratextualmente.
La segunda forma de determinismo que podría observarse en Dina es
aquella en la que el afectado de licantropía afirma no poder evitar su desgra-
cia y conducta violenta debido a que, por fenómenos inexplicables a la razón,
es decir por algún prodigio sobrenatural, se transforma en un animal, contra-
yendo en este estado los impulsos que le ordenan sus instintos de bestia, como
matar. Ahora bien, en este punto es útil recordar que el personaje de la Mu-
jer-Pantera fue llevado al cine.2 En la película de 1942 la protagonista sufre
por estirpe una temible condenación maléfica transgeneracional, un hechizo
de transformación que se precipita cada vez que se enamora. En CGN el dis-
curso indica varias veces que efectivamente Dina profesa un afecto profundo
por Lucho y por esta razón se siente todo el tiempo poseída y dominada por
el temor a asesinarlo. Dina confiesa a Lucho que es la primera vez que siente
amor por alguien, circunstancia que agudiza el tono y el peso trágico de la
condición de la protagonista que, al igualarla a la versión cinematográfica,
constituiría una maldición, determinismo de naturaleza mágica o sobrenatu-
ral inexplicable para la razón.
El tercer modo de determinismo que podría explicarse en Dina, sería
aquel en el que se resuelve la condición de la naturaleza humana, esto es, la
división bipartita de dos seres de esencia opuesta y por tal en perpetua pugna,
como en el Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Aquí aparece además la segunda constante
del mito del licántropo, es decir, la doble personalidad de la que generalmen-
te se lamenta el individuo afectado. Un ejemplo de determinismo en el relato
ocurre en el evento del rompimiento de la lámpara que provoca la transfor-
mación de Dina y, por ende, la ruptura de la unión amorosa entre ella y Lucho.
Este suceso sirve además como ilustración del principio establecido por Todo-
rov (1972: 137) acerca de lo que él considera son los dos grandes temas de la
primera red de motivos referentes al yo: la metamorfosis y el pandeterminis-
mo. Todorov, al exponer su principio determinista, basado en el cuestiona-
miento de los límites entre materia y espíritu, dice que «lo sobrenatural co-
mienza a partir del momento en que se pasa de las palabras a las cosas
supuestamente designadas por ellas. Por consiguiente, las metamorfosis
constituyen una trasgresión de la separación entre materia y espíritu, como
generalmente se la concibe» (1972: 136). Los elementos fantásticos que Cortá-
zar incorpora en sus relatos señalan ya sea la convivencia de seres o estados
preternaturales (que responderían a la revelación de un trastorno psíquico o a
la existencia de un mundo alterno al concreto en que los planos de la realidad
y la fantasía se entretejen y aúnan), o la catarsis de ideas obsesivas o pesadillas
representadas mediante imágenes arquetípicas o sucesos extraordinarios
como desdoblamientos, metamorfosis y manifestaciones de la suprarrealidad.
En este sentido, «Cortázar ha hecho que la fantasía y la realidad objetiva se
complementen, para producir una realidad más profunda» (Filer, 1970: 28).
2 El personaje de la Mujer-Pantera fue difundido mediante la película Cat People dirigida por Jacques
Tourneur.
echen la puerta abajo, que te limpien la cara, que te cuiden y te protejan porque
yo ya no estaré ahí, nos separarán enseguida, verás, nos bajarán separados y
nos llevarán lejos uno de otro, qué mano buscarás, Dina, qué cara arañarás aho-
ra mientras te llevan entre todos y madame Roger» (Cortázar, 2004b: 148).
Consideraciones finales
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Lucía Leandro-Hernández
Universitat de Barcelona
lucialeandrohernandez@gmail.com
Recibido: 09-06-2018
Aceptado: 28-10-2018
Resumen
Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973), hace uso de lo sobrenatural en «Cuando ha-
blábamos con los muertos» para potenciar un espacio otro desde dónde aproximarse
al pasado argentino, produciendo una reflexión acerca de la memoria y su reinterpre-
tación a través del tiempo ante traumas colectivos. Para lograr lo anterior, la autora
trabaja la idea de lo fantástico como posibilidad para producir horror en el lector. Este
sentimiento se da a través de la aparición de fantasmas y su interacción con un grupo
de chicas adolescentes que buscan indagar acerca de los desaparecidos por la dictadu-
ra cívico-militar en Argentina.
WRITE REALITY THROUGH FICTION: THE ROLE OF THE GHOST AND MEMORY
IN «CUANDO HABLÁBAMOS CON LOS MUERTOS», BY MARIANA ENRÍQUEZ
Abstract
Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) makes use of the supernatural in «Cuando
hablábamos con los muertos» in order to create a different space from which to ap-
proach the Argentine past. This subsequently gives rise to a reflection on memory and
145
Lucía Leandro-Hernández
its reinterpretation through time in the face of collective traumas. To achieve this effect,
the author works with the idea of the fantastic as an opportunity to provoke a sense of
horror in the reader. This reaction is triggered by the apparition of ghosts and their
interaction with a group of adolescent girls who are trying to gather information on
those people who disappeared during the military-civilian dictatorship in Argentina.
R
Entre lo privado y lo público, entre lo histórico y lo siniestro
1 [Hipertextualidad]: Entiendo por ello toda relación que une un texto B (que llamaré hipertexto) a un
texto anterior A (al que llamaré hipotexto) en el que se injerta de una manera que no es la del comentario
Definimos como relación genérica hipertextual toda posible ilación que se pue-
da establecer entre un texto y uno o varios conjuntos textuales anteriores o
contemporáneos de los que, sobre la base de rasgos textuales o índices diver-
sos, parezca lícito pensar que han funcionado como modelos genéricos en el
momento de la creación del texto en cuestión, bien imitándolos, bien diferen-
ciándose, bien mezclándolos, o bien invirtiéndolos, etc. Los índices se encuen-
tran fundamentalmente en el aparato paratextual (título, subtítulo, tejuelo ge-
nérico, declaración de intención, etc.), y más ampliamente en el contexto
autorial y literario (2006: 118-119).
One may describe the creatures of horror and fantasy as subverting cultural
categories in the sense of not fitting them; but to regard this sense of subversion
as politically significant is a species of equivocation. This is not to say that a
particular horror or fantasy fiction might not be politically motivated; the ori-
ginal plan of The Cabinet of Dr. Caligari, as is well known, was to make a politi-
cally pointed allegory. However, whether a fantasy fiction is politically subver-
sive depends upon its internal structure and the context in which it is made, not
on its ontological status (1990: 178).
Es así que la casa, como anclaje de la memoria, ocupa un lugar central en estas
narraciones. Y la memoria como problema en la vida pasada del militante se
perfila como paradoja que anuda los hilos de lo narrado. Qué se hace con la
memoria, cómo se la controla a través de reglas mnemotécnicas o de bloqueo
que no siempre funcionan (2014: 6).
2 «Vamos a llamar cronotopo (lo que en traducción literal significa “tiempo-espacio”) a la conexión
esencial de relaciones temporales y espaciales asimiladas artísticamente en la literatura. (...) En el cro-
notopo artístico literario tiene lugar la unión de los elementos espaciales y temporales en un todo inte-
ligible y concreto. El tiempo se condensa aquí, se comprime, se convierte en visible desde el punto de
vista artístico; y el espacio, a su vez, se intensifica, penetra en el movimiento del tiempo, del argumento,
de la historia. Los elementos de tiempo se revelan en el espacio, y el espacio es entendido y medido a
través de tiempo. La intersección de las series y uniones de esos elementos constituye la característica
del cronotopo artístico. (...) En la literatura el cronotopo tiene una importancia esencial para los géneros.
Puede afirmarse que el género y sus variantes se determinan precisamente por el cronotopo; además, el
tiempo, en la literatura, constituye el principio básico del cronotopo» (Bajtin, 1989: 237-238).
3 Este cruce temporal de mundos —el de los vivos y los muertos— se puede ver desde la lógica del
«tercer espacio» de Homi K. Bhabha, donde: «The intervention of the Third Space of enunciation, which
makes the structure of meaning and reference an ambivalent process, destroys this mirror of represen-
tation in which cultural knowledge is customarily revealed as an integrated, open, expanding code.
Such an intervention quite properly challenges our sense of the historical identity of culture as a homo-
genizing, unifying force, authenticated by the originary Past, kept alive in the national tradition of the
People» (2004: 54).
4 «lo novedoso se vuelve fácilmente terrorífico y ominoso; algo de lo novedoso es ominoso, pero no
todo. A lo nuevo y no familiar tiene que agregarse algo que lo vuelva ominoso» (Freud, 1992: 218).
5 Los primeros instintos y emociones del hombre dieron forma a su respuesta al medio en el cual se
encontraba inmerso. Aquellos fenómenos cuyas causas y efectos entendía despertaron en él sentimien-
tos concretos, basados en el placer y el dolor, mientras que en torno a los que escapaban a su compren-
sión -y el universo hervía de fenómenos de este género en los tiempos primitivos- tejió naturalmente las
personificaciones, interpretaciones maravillosas y sentimientos de pavor y de miedo propios de una
humanidad con unas nociones escasas y simples y una experiencia limitada (Lovecraft, 2002: 8).
conseguir una tabla de ouija que, durante los años 60 y 70 del siglo xx fue un
juego popular en Argentina, al punto que una empresa especializada en la
fabricación de juegos lo comercializó masivamente.6 La narradora/protago-
nista nos dice que la tabla fue adquirida con «algunos otros suplementos so-
bre magia, brujería y hechos inexplicables que se llamaban El mundo de lo ocul-
to» (Enríquez , 2017: 188), nombre que ya nos indica que estamos cruzando el
límite hacia lo desconocido. Sin embargo, Enríquez matiza ese «mundo ocul-
to» indicando que la tabla de ouija fue comprada en un kiosco de revistas. Este
hecho relativiza el instrumento con el que se posibilita lo sobrenatural para
mantener una atmósfera verosímil en el cuento. En relación con ubicar el texto
bajo la lógica de la realidad recordemos que, para Roas, «[e]l relato fantástico,
para su correcto funcionamiento, debe ser siempre creíble» (2001: 24).
Hablar con los muertos se presenta primero como un juego de rebeldía
adolescente, sin embargo, el asunto se acerca hacia la historia argentina cuando la
narradora/protagonista destaca que Julita «se animó a decirnos con qué muertos
quería hablar ella. Julita quería hablar con su papá y su mamá» (Enríquez, 2017:
191). Aquí se introduce el tema de las desapariciones en Argentina a través del
caso particular de uno de los personajes, del cual se nos dirá lo siguiente:
Estuvo buenísimo que Julita finalmente abriera la boca sobre sus viejos, porque
nosotras no nos animábamos a preguntarle. En la escuela se hablaba mucho del
tema, pero nadie se lo había dicho nunca en la cara, y nosotras saltábamos para
defenderla si alguien decía una pelotudez. La cuestión era que todos sabían
que los viejos de Julita no se habían muerto en un accidente: los viejos de Julita
habían desaparecido. Estaban desaparecidos. Eran desaparecidos. Nosotras no
sabíamos bien cómo se decía (Enríquez, 2017: 191-192).
6 Al juego de ouija se lo menciona también en un cuento de Rodrigo Fresán llamado «Señales captadas
en el corazón de una fiesta» como actividad que se realizaba en las fiestas de la Argentina de los años 80.
Al respecto del cuento de Fresán consultar: Caamaño Morúa (2012).
dora destaca que «ahora ya todas sabíamos de esas cosas, después de la pelí-
cula La noche de los lápices (que nos hacía llorar a los gritos, la alquilábamos
una vez al mes) y el Nunca más —que la Pinocha había traído a la escuela,
porque en su casa se lo dejaban leer— y lo que contaban las revistas y la tele-
visión» (Enríquez, 2017: 193).7
La situación que es problematizada en el cuento se circunscribe en los
años posteriores a la época de la dictadura cívico-militar donde, una vez ins-
talada nuevamente la democracia, se crean organismos para analizar los crí-
menes de lesa humanidad perpetrados. Es así que se crea la Comisión Nacional
sobre la Desaparición de Personas para investigar las violaciones a los derechos
humanos cometidas y se publica, en el año de 1984 el libro Nunca más, informe
final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, que es menciona-
do en el relato de Enríquez junto con otros datos que nos sugieren la tempora-
lidad del texto, los cuales nos hacen ubicar los hechos narrados a mediados de
los ochenta. El texto comienza con este párrafo:
A esa edad suena música en la cabeza, todo el tiempo, como si transmitiera una
radio en la nuca, bajo el cráneo. Esa música un día empieza a bajar de volumen
o sencillamente se detiene. Cuando esto pasa, uno deja de ser adolescente. Pero
no era el caso, ni de cerca, de la época en que hablábamos con los muertos.
Entonces la música estaba a todo volumen y sonaba como Slayer, Reign in Blood
(Enríquez, 2017: 187).
7 El Nunca más es mencionado una vez más en el relato al verificar a través de él que el espectro que
indicó el lugar «Pozo de Arana» es en realidad el vecino de la narradora/protagonista. Este es el primer
contacto con el espectro de un desaparecido a través del texto.
ción de su presencia por medio de la mirada. En el caso del espectro del padre
de Hamlet, este le hace saber al hijo de la traición de su tío y le reclama que
vengue su muerte. Es así como Hamlet condiciona su vida en función de res-
taurar la memoria de su padre. Al respecto del fantasma y su relación con la
mirada, Ana González Salvador opina que:
del mismo modo que necesita ser visto para existir en la historia relatada, el
fantasma ofrece también, tanto al personaje como al lector del relato fantástico,
la posibilidad de ver —y por tanto de aproximarse a— un más allá entendido
como ruptura de límites o fronteras y relacionado con las tres características
antes señaladas: más allá de la muerte (el fantasma en el discurso sobrenatu-
ral), más allá del cuerpo —o de la carne— (el fantasma en el discurso científico),
más allá de lo consciente (el fantasma en el discurso psicoanalítico) (1999: 297).
no es real debido a que no tiene consistencia alguna. Sin embargo —el texto
fantástico así lo requiere— este ser se esfuerza por ofrecer de sí una imagen.
Imagen cuya realidad —como forma visible— tampoco alcanzan a definir las
palabras del mismo contexto tales como «visión», «espectro», «sombra», «apa-
rición», «espíritu», «alma», «aliento» (1999: 294-295).
Son las cinco chicas del relato —personajes que representan a los jóve-
nes de mediados de los 80, época posterior a la dictadura— las que muestran
curiosidad en conversar con esos muertos, víctimas de la dictadura cívico-mi-
litar. Julita posee un especial interés por sus padres desaparecidos, desea sa-
ber dónde están sus restos para así calmar la angustia de sus abuelos, los
cuales pareciera no afrontan la verdad del desenlace de sus padres con ella y
su hermano: «Julita decía que se los habían llevado, porque así hablaban sus
abuelos» (Enríquez, 2017: 192). Esta relación vivo-muerto presente en el texto
propone una manera de ver la historia argentina: a través de la ficción es po-
sible atraer el pasado para interrogarlo, para darle un significado a través del
texto, lo que propone una forma de manifestación de la memoria.
Al hablar de desaparecidos nos remitimos a una maquinaria en función
del exterminio de cualquier individuo disidente ante un Estado totalitario
opresor. Este Estado totalitario creó una lógica de poder basada en infundir el
miedo a través del secuestro y el exterminio, esto para garantizar la absoluta
sumisión de la sociedad argentina. Para hablar de los orígenes de esta lógica
del poder, «[l]a desaparición, como forma de represión política, apareció des-
pués del golpe de 1966. Tuvo en esa época un carácter esporádico y muchas
veces los ejecutores fueron ligados al poder pero no necesariamente los orga-
nismos destinados a la represión institucional» (Calveiro, 1998: 26).
Esta forma de operar se perfeccionó y consolidó una década más tarde:
el miedo, la incertidumbre y la desaparición giraban en torno a los familiares
de los desaparecidos, los cuales de la noche a la mañana se veían despojados
de sus seres queridos como si a estos se los hubiera tragado la tierra, pero este
temor se transmitió a todos los sectores de la población, afectados directamen-
te o no. Esta práctica le resultó exitosa al Estado porque lograba mantener a
toda la sociedad controlada por medio del terror que representaba pasar a
engrosar las listas de personas extraídas. En palabras de Pilar Calveiro:
A través del relato de Enríquez, podemos ver que el encuentro con los
espectros se da en condiciones donde estos no aportan mucho acerca de su
pasado, al menos no lo que verdaderamente interesa a los vivos, en este caso
las chicas del cuento: determinar el lugar donde se encuentran sus restos o
indicar al menos el lugar en el que los habían asesinado. La frustración de no
sacar información precisa se presenta en el relato:
El problema era otro: nos costaba hablar con los muertos que queríamos. Da-
ban muchas vueltas, les costaba decidirse por el sí o por el no, y siempre llega-
ban al mismo lugar: nos contaban donde [sic] habían estado secuestrados y ahí
se quedaban, no nos podían decir si los habían matado ahí o si se los llevaron a
algún otro lugar, nada (Enríquez, 2017: 194-195).
suceda. Esto quiere decir que el encuentro es solo aparente, esto porque «[u]n
espectro parece presentarse, durante una “visitación”. Nos lo representamos,
pero él, por su parte, no está presente, en carne y hueso. Esta no-presencia del
espectro exige que se tome en consideración su tiempo y su historia, la singu-
laridad de su temporalidad o de su historicidad» (Derrida, 2012: 118).
En el texto de Enríquez, Julita quiere encontrar a sus padres a través
de la tabla de ouija. La narradora/protagonista menciona que Julita «ade-
más de tener ganas de hablar con ellos, quería saber dónde estaban los cuer-
pos. Porque eso tenía locos a sus abuelos, su abuela lloraba todos los días
por no tener dónde llevar una flor» (Enríquez, 2017: 192). Es a través de esta
sentencia que se concentra el dilema de los desaparecidos en el texto: por un
lado, reivindicar la memoria de cada una de las víctimas de la dictadura cí-
vico-militar y, por otro, reconocer el derecho de los familiares de los desapa-
recidos acerca de la restitución de la memoria de sus seres queridos que
debió garantizar el Estado una vez implantada de nuevo la democracia en
Argentina.
Los espacios y situaciones en que se da el diálogo con los espectros
siempre se desarrollan bajo la clandestinidad. Buscar espacios donde las chi-
cas no sean interrumpidas por los adultos —lo que genera una atmósfera de
estar en una situación prohibida— podría relacionarse con el hecho de que
«[l]os testimonios de cualquier campo coinciden en la oscuridad, el silencio y la
inmovilidad» (Calveiro, 1998: 48). En mi opinión, en «Cuando hablábamos con
los muertos» Enríquez nos ubica en escenarios donde lo sobrenatural es posi-
ble, pero también en lugares que evocan la atmósfera que rodeó al campo de
concentración argentino y los lugares de tortura: zonas alejadas de la ciudad
y espacios dentro de la misma que operaban impunemente mientras el resto
de la sociedad continuaba con su vida diaria sin la menor idea del operativo
que se desarrollaba a su alrededor.
El espectro que aparece en la última sesión de ouija no solo se comuni-
ca, sino que adopta la forma del hermano de la Pinocha. Esta sale de la habi-
tación a petición del mismo, permitiendo que se lleve a cabo el hecho sobrena-
tural. Es interesante destacar que una vez descubierto que no es su hermano
el que llegó a interrumpir la sesión, la Pinocha describa la aversión que le
produce pensar que el espectro la había tocado. La narradora/protagonista
nos dice que «[h]asta la ambulancia vino, porque la Pinocha no paraba de
gritar que «esa cosa» la había tocado (el brazo sobre los hombros, como en un
abrazo que a ella le dio más frío que calor), y que había venido porque ella era
«la que molestaba»» (Enríquez, 2017: 199).
Ese sentido del pasado es un sentido activo, dado por agentes sociales que se
ubican en escenarios de confrontación y lucha frente a otras interpretaciones,
8 Es importante recordar que la historia la escriben los vencedores y que la multiplicidad de los dis-
cursos de los vencidos es silenciada por la misma. Al respecto habla Walter Benjamin en su tesis IX:
«Hay un cuadro de Klee llamado Angelus Novus. En ese cuadro se representa a un ángel que parece a
punto de alejarse de algo a lo que está mirando fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, la boca abier-
ta y las alas desplegadas. Este aspecto tendrá el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasa-
do. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona ruina
tras ruina y las va arrojando ante sus pies. Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recom-
poner lo destrozado. Pero, soplando desde el Paraíso, la tempestad se enreda entre sus alas, y es tan
fuerte que el ángel no puede cerrarlas. La tempestad lo empuja, inconteniblemente, hacia el futuro, al
cual vuelve la espalda, mientras el cúmulo de ruinas ante él va creciendo hasta el cielo. Lo que llamamos
progreso es justamente esta tempestad» (Benjamin, 2008: 310).
Y entonces todo pasó muy rápido, casi al mismo tiempo. La copa se movió sola.
Nunca habíamos visto una cosa así. Sola solita, ninguna de nosotras tenía el
dedo encima. Se movió y escribió muy rápido, «ya está». ¿Ya está? ¿Qué cosa
ya está? Enseguida, un grito desde la calle, desde la puerta: la voz de la Pinocha
(Enríquez, 2017: 197).
The growth of the memory culture may, indeed, be a symptom of a need for
inclusion in a collective membrane forged by a shared inheritance of multiple
traumatic histories and the individual and social responsibility we feel toward
a persistent and traumatic past – what the French have referred to as «le devoir
de mémoire» (Hirsch, 2008: 111).
Postmemory describes the relationship that the generation after those who wit-
nessed cultural or collective trauma bears to the experiences of those who came
before, experiences that they “remember” only by means of the stories, images,
and behaviors among which they grew up. But these experiences were trans-
mitted to them so deeply and affectively as to seem to constitute memories in
their own right (2008: 106-107).
10 Me parece importante recordar que el autor advierte sobre su preocupación con respecto a hablar de
un tema con tanto impacto en la comunidad judía. Él mismo menciona en la obra que decide representar
a los protagonistas de su obra como animales porque así logra un efecto de distanciamiento sobre el tema
de la Shoah. Mariana Enríquez habla de la historia argentina desde la ficción, desde lo sobrenatural, y lo-
gra, a mi parecer, este efecto de distanciamiento que permite que el lector se aproxime sin reservas.
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Marta Simó-Comas
University of Reading
marta_simo@yahoo.es
Recibido: 11-06-2018
Aceptado: 04-11-2018
Resumen
Abstract
The rewriting of any myth is always underpinned by a tension between continuity and
rupture. Thus, although the figure of the werewolf will always be a metaphor for other-
ness and existential duality, it can also embody polarities of a philosophical, cultural,
social and political kind that are determined by the epoch in which it is inscribed. Two
recent novels, David Monteagudo’s Brañaganda, and Carles Terès, Licantropia have
165
Marta Simó-Comas
inscribed the werewolf myth in the present day. This study explores the extent to which
these works either conserve or diverge from tradition in their configuration of the
monster, and how this is mediated in turn by the by the creature’s awareness of its own
hybrid nature and of the horror it instils.
R
En diciembre de 2011, y en el breve espacio de unos días, dos autores
peninsulares recuperaban para el imaginario de monstruos contemporáneos
la figura del licántropo. David Monteagudo, que en 2009 había conmocionado
el panorama literario con Fin, un relato de ciencia ficción dotado de una carga
intensamente existencial, publicaba Brañaganda. Por las mismas fechas se
otorgaba en Zaragoza el premio Guillem Nicolau, distinción del Gobierno de
Aragón a la literatura de la Comunidad escrita en lengua catalana, al novel
Carles Terès, barcelonés establecido en la pequeña localidad de Torredarques
(Teruel), por Licantropia.
Este doble y simultáneo resurgimiento de la figura del hombre lobo plan-
tea una serie de cuestiones de índole estética, simbólica y cultural que invitan a
considerar cuál es su lugar en la narrativa hispánica de hoy. Desde sus primeras
representaciones literarias, el motivo se ha configurado como la metáfora de
todo conflicto inherente a la condición humana, y muy en particular, como una
imagen de la dualidad del ser. Confluyen en él conceptos absolutos y antagóni-
cos —el bien y el mal, lo natural y lo anómalo, lo consciente y lo reprimido, el
instinto y la racionalidad, lo atávico y lo moderno—que definen también la na-
turaleza dual de estos dos licántropos contemporáneos y los vinculan sólida-
mente a la tradición. Sin embargo, subyace también en ambos una aspiración
hacia la unidad y la armonización de opuestos que, sin alejarlos radicalmente
de la estructura esencial del mito, los hace más humanos y más libres.
Por ello, tomando como paradigma las dos lecturas del mito que ofre-
cen Brañaganda y Licantropia, la hipótesis de partida del presente trabajo es
que, si bien el licántropo sigue constituyendo hoy la representación de la alte-
ridad amenazante y del ser disociado, se da también en él un proceso de hu-
manización que lo acerca a formulaciones más innovadoras del monstruo. En
esta línea, y como ha señalado David Roas (2013: 9), uno de los rasgos más
1. Continuidad y ruptura
2. Brañaganda
acciones de los falangistas que pasaron por las tierras de Brañaganda durante la
Guerra Civil, quienes demostraron ser capaces de cometer las mayores atroci-
dades contra sus semejantes. Como don Enrique rememora para su hijo: «Sólo
te diré que el famoso lobishome quedaría convertido en una hermanita de la ca-
ridad si comparásemos su modus operandi con el de aquellos hombres que se
enseñorearon del valle durante unas semanas» (2011: 137). Iván Gómez García
(2013: 193), en su análisis del cine fantástico español de los años setenta, época
en la que el licántropo vivió un momento de gloria con la saga de Waldemar
Daninsky, llevado a la pantalla por Paul Naschy, sostiene que el horror funcio-
naba en estas películas como una alegoría de la política de miedo y represión
que todavía se respiraba en el país en los años del tardofranquismo. En Braña-
ganda es evidente también este tipo de paralelismo entre los terrores y miedos
de la vida cotidiana y el horror a lo sobrenatural, pero tal identificación no se da
en un plano alegórico y, por otra parte, como ha destacado la crítica, el asunto
primordial del libro nada tiene que ver con la reivindicación de la memoria
histórica (Sanz Villanueva, 2011). En realidad, las referencias a la violencia y
brutalidad asociadas a la guerra y al franquismo remiten más bien a la idea de
que en todos los seres humanos subyace un fondo de irracionalidad animal.
Brañaganda es, ante todo, una reflexión sobre la identidad y sobre la ex-
periencia del horror ante la propia monstruosidad. Desde una perspectiva uni-
versal, se indaga en lo que constituye la esencia humana y el sentido de perte-
nencia a un grupo, no sólo mediante la figura paradigmática del licántropo,
sino también por los paralelismos y contrastes que se establecen entre el mismo
y otros personajes de la novela. Así lo refleja, por ejemplo, el espíritu transgresor
de Isabel de Freire, o la marginalidad de las cacharrentas, alienadas por el trauma
y por la miseria. Sin embargo, más allá de esta consideración genérica, la histo-
ria constituye también un estudio de la identidad personal, particularmente a la
luz de la evolución que experimentan algunos de los caracteres centrales. Éste
es el caso, por ejemplo, de Orlando, quien rememora desde su edad adulta los
sucesos que determinaron el abrupto final de su infancia, ese tiempo perdido
hacia el que mira con nostalgia y cuyos misterios sólo ahora parece ser capaz de
comprender. También Cándida, su compañera de juegos, vive en la historia el
final de su niñez, y su transformación no sólo revela la fuerza de lo instintivo en
la naturaleza humana, sino que adquiere un carácter intensamente simbólico al
establecer una correspondencia inversa con la metamorfosis del monstruo.
Como su propio nombre indica, Cándida es, al iniciarse el relato, la
personificación de la inocencia, aunque su cuerpo adolescente empiece ya a
despertar pasiones entre los hombres del valle y cierta obsesión enfermiza en
que los habitantes del valle aceptan y justifican la existencia del lobishome es
propia de aquellos relatos en que la maravilla, ya sea debida a la intervención
divina o a fuerzas diabólicas, como sucede en este caso, no transgrede las es-
tructuras lógicas de la realidad (Roas, 2011: 51). Sin embargo, existe en la his-
toria un personaje que problematiza este sistema textual y que cuestiona, des-
de su perspectiva escéptica, cualquier manifestación de lo sobrenatural: Don
Enrique no solo niega vehementemente la existencia de la temible criatura,
sino que hace ostentación de su pensamiento racional vagando por los bos-
ques en las noches de luna llena. Por ello, cuando el monstruo acepte el desa-
fío y salga al encuentro del incrédulo paseante, se producirá una auténtica
conmoción en el relato, pues la comprensión cartesiana que don Enrique tiene
del mundo entrará en conflicto con la evidencia palpable de lo imposible, un
hecho que además de socavar para siempre la fe en sus propios principios,
deslizará la narración hacia el ámbito de lo fantástico.
Un lugar común de las hagiografías medievales era el combate a muer-
te entre el santo y una criatura monstruosa, un tropo con el que se simbolizaba
la oposición del bien y del mal y que concluía indefectiblemente con el triunfo
del justo sobre los poderes malignos (Riches, 2003: 197). La fuerza visual de
esta metáfora se recrea en Brañaganda, si bien desprovista de cualquier conno-
tación religiosa y con un claro afán subversivo. La supremacía moral del santo
se transmuta aquí en la pretendida superioridad intelectual de don Enrique,
arquetipo del pensamiento racional, que el lobishome se encarga de destrozar.
En la lucha desigual que éste entabla con don Enrique, el instinto de supervi-
vencia es la fuerza que permitirá a este último soportar cada una de las aco-
metidas de la bestia, aunque paradójicamente sea esta misma potencia sobre-
humana, nacida de la desesperación, la que lo convierta «también a él en un
animal» (2011: 262). Se disuelve así la frontera entre el ser racional y el ser
instintivo, no sólo para el hombre, sino también para el monstruo, pues del
mismo modo que don Enrique descubre en su interior una pulsión salvaje que
le permite luchar por su vida, el lobishome toma la palabra para erigirse en juez
y en demiurgo: «Háblame de un sentimiento elevado (...) y te perdonaré la
vida», le dice a su oponente en el que será su último ataque en el valle (2011:
265). Pero don Enrique también pierde la batalla dialéctica y se enfrenta a la
verdadera experiencia del horror cuando el monstruo le plantea un terrible
dilema moral al pedirle que escoja, de entre las dos mujeres de su vida —su
esposa y su amante—, a su próxima víctima. Una elección que despojará a
don Enrique para siempre de su dignidad humana y por la que recibirá a la
vez un castigo y un premio, pues de una tremenda dentellada el lobishome le
cercena los cinco dedos de una mano. Esta mutilación constituirá la prueba
irrefutable de su inocencia ante la mirada cada vez más suspicaz de sus con-
vecinos, pero será también el estigma que lo acompañe hasta su muerte, la
marca de su derrota física, intelectual y moral.
Una inquietud fundamental que subyace en la representación cultural
de la licantropía es establecer los límites de lo humano. Como ya se ha desta-
cado en los párrafos anteriores, también se da en Brañaganda esta reflexión
ontológica, tanto desde la perspectiva del monstruo como desde la del perso-
naje coral que conforman todos los habitantes del valle. En este sentido, la
lectura que se desprende no se aparta de la tradición y apunta hacia la imposi-
bilidad de establecer límites tajantes entre las categorías del ser. Por otra parte,
las reconfiguraciones modernas del licántropo, así como de otras criaturas di-
sociadas como Jekyll y Hide, o Dorian Gray y su retrato, plantean además
cuestiones clave como el enfrentamiento entre el libre albedrío y el subcons-
ciente (Serrano Martín, 2010: 91), algo que también está presente en Brañagan-
da. Sin embargo, el relativismo de esta novela ofrece un enfoque novedoso y
original, pues lejos de presentar lo monstruoso y lo humano como fases estan-
cas y alternas de un mismo ser, fusiona ambos estados y anula por completo la
posibilidad de definir su esencia mediante un sistema de oposiciones.
Nunca llegamos a saber quién es el lobishome. Esta incógnita abierta, y
el hecho de no asistir a su metamorfosis, nos sitúa ante un licántropo atípico
en el que es imposible separar las naturalezas humana y bestial y del que des-
aparecen también algunos de los atributos típicos del monstruo desdoblado,
como la capacidad de encarnar la antinomia entre el bien y el mal, o los límites
entre lo consciente y lo reprimido. Todos estos rasgos se desplazan, sin embar-
go, hacia la figura de don Enrique, cuya pretendida solidez moral e intelectual
se desmorona tras su encuentro con el monstruo. No sólo debe abdicar de los
principios racionales que hasta ese momento han regido su existencia, sino
que se ve obligado a asumir la parte más oscura y abyecta de sí, algo que lo
transformará gradualmente en un ser pasivo y sin voluntad. También se opera
una evolución en el monstruo, que dejará de ser un esclavo de sus instintos
para tomar las riendas de su destino. Esa noche el lobishome renuncia a cruzar
de nuevo la frontera del canibalismo y desaparece para siempre del valle, con
lo que su victoria no se produce únicamente sobre don Enrique, antihéroe
obligado a admitir que la razón no basta para aprehender la realidad, sino
también sobre sí mismo.
3. Licantropia
4. Conclusión
Más allá del sustrato del folclore popular, tan presente en el universo
mítico de Brañanaganda y Licantropia, la estructura esencial de la metamorfosis
es el mayor anclaje de ambas novelas a la tradición. El mapa conceptual del
monstruo, de acuerdo con su doble naturaleza, sigue articulándose en ellas
mediante un sistema de oposiciones de índole moral, cultural e intelectual con
que se proyectan en el texto las dualidades constitutivas del ser y del mundo
en que éste habita. En su configuración confluyen todavía nociones antitéticas
como la norma y la anomalía o ámbitos disociados como el de lo consciente y
lo reprimido. Sin embargo, se manifiesta también en estos dos licántropos
contemporáneos una nueva conciencia subjetiva que los lleva a superar el
dualismo cartesiano de la mente y el cuerpo, pues en ambas novelas el mons-
truo toma la palabra para racionalizar su existencia, disolviendo así la fronte-
ra entre su esencia humana y su dimensión bestial. Si en Brañaganda el lobisho-
me entabla una batalla dialéctica con don Enrique de la que sale triunfante, en
Licantropia es el propio Llorenç quien refiere su historia desde la primera per-
sona narrativa, distanciándose de este modo de los discursos más tradiciona-
les del hombre lobo, en los que éste es objetivado desde la tercera persona o
por el relato de otro personaje (Hock-Soon, 2004: 175).
La corporeidad anómala sigue siendo la marca del monstruo. Y, si bien
la apariencia grotesca del lobishome es mucho más fiel a la imagen estereotipa-
da del licántropo que la deformación que Llorenç percibe en su propio cuerpo,
se da en ambos casos una intensa identificación entre la materialidad del cuer-
po y los lugares que éste ocupa, por lo que la configuración simbólica del es-
pacio contribuye también a construir el monstruo.
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Recibido: 28-05-2018
Aceptado: 22-09-2018
Resumen
El texto estudia el relato de la mexicana Amparo Dávila «El huésped» (1959) a la luz de
cierta línea del horror posmoderno, donde cuenta más lo no dicho, lo sugerido, que lo ex-
presado literalmente. El mecanismo remite a la poética fantástica de Cortázar y está presen-
te en varios filmes actuales, alabados por la crítica seria, como The Babadook (2014), It Follows
(2014) y The Witch (2015): todas estas manifestaciones privilegian lo que Campra llama si-
lencios del texto. Esta, en apariencia, infundada resistencia a nombrar la realidad propicia,
paradójicamente, la ampliación del arco interpretativo, permitiendo —incluso exigiendo—
lecturas figuradas de la historia y sus personajes. «El huésped», en concreto, invita a una
exegesis de corte feminista (o como poco femenino). Cómo se arriba a esta interpretación y
en qué medida contribuyen a ello procedimientos en teoría innovadores en las áreas de lo
fantástico y terrorífico, constituye uno de los objetivos principales del trabajo.
Palabras clave: Amparo Dávila, terror posmoderno, ficción narrativa, cine, silencios
del texto, metáforas.
Abstract
The text studies the short story of the Mexican Amparo Dávila «The Guest» (1959) in the
light of a certain type of postmodern horror, where what is left unsaid, what is suggest-
187
Miguel Carrera Garrido
ed, is more important than what is stated explicitly. The mechanism brings to mind
Cortázar’s fantastic poetics and is present in several current films, praised by serious
critics, such as The Babadook (2014), It Follows (2014) and The Witch (2015): all these forms
privilege what Campra calls silences of the text. This seemingly gratuitous reluctance to
name reality fosters, paradoxically, the widening of the interpretive arc, allowing —even
demanding— metaphorical readings of the story and its characters. «The Guest», in par-
ticular, suggests a feminist (or, at least, feminine) interpretation. How one arrives at this
reading and to what extent procedures in theory innovative in the areas of the fantastic
and horror, contribute to it constitutes one of the main objectives of the work.
Key words: Amparo Dávila, postmodern horror, narrative fiction, cinema, silences of
the text, metaphors.
R
No pude reprimir un grito de horror, cuando lo vi por primera
vez. Era lúgubre, siniestro. Con grandes ojos amarillentos, casi
redondos y sin parpadeo, que parecían penetrar a través de las
cosas y de las personas.
Amparo Dávila, «El huésped»
Introducción
que acaba muriendo a manos de esta y su criada antes de emitir una sola pa-
labra. No es un proceder aislado en la obra de Dávila; muy al contrario: ya no
es solo que en la misma colección en la que apareció publicado «El huésped»
—Tiempo destrozado (1959)— haya al menos otros dos textos que acuden a la
misma estrategia de elisión —«Alta cocina» y «Moisés y Gaspar»—, sino que
la mayor parte de su cuentística consiste en una sistemática huida de la expli-
citud y el detalle; un movimiento centrífugo que, lejos de empobrecer el con-
junto, lo dota de un gran poder de evocación y una innegable densidad her-
menéutica. En este sentido, cabe enfatizar «la riqueza de su lenguaje preciso y
metafórico a la vez» (Medina Haro, 2009: 11) y sus aptitudes para experimen-
tar con el significado: «Cuánto dominio de la lengua, cuánta riqueza en el lé-
xico, cuánta capacidad para adjetivar sin excesos, denotar y connotar», que
celebra Medina Haro (2009: 140).
La dialéctica entre lo explícito y lo intuido, entre lo visible y lo oculto se
remonta, como se sabe, a los orígenes mismos de la estela fantástica y terrorífi-
ca. La ambigüedad del discurso es otro de esos rasgos que han acompañado a
ambos géneros1 desde siempre. El lenguaje, la palabra, ha sido, en su vertiente
connotativa, una herramienta decisiva para crear espacios de incertidumbre.
Como decía Todorov (1981: 59): «Si lo fantástico utiliza continuamente figuras
retóricas, es porque encuentra en ellas su origen. Lo sobrenatural nace del len-
guaje». La novedad de cuentos como los de Dávila es el protagonismo del
cómo, por encima del qué, el hecho de que la enunciación logre, por sí sola,
suscitar el desasosiego, la incertidumbre; cosa que no vuelve irrelevante el con-
tenido, pero sí lo envía a un segundo plano, desde el que, aun así, conoce un
inusitado ensanchamiento semántico. Los espantos tradicionales se ven, así,
desdibujados en su materialidad y efectismo, para adquirir, a cambio, un ma-
yor relieve en el campo metafórico.2 Todo ello enriquece, como digo, el resulta-
1 Movido por un espíritu práctico, y persuadido de que no es este el lugar para entrar en disquisicio-
nes de tipo teórico, a partir de ahora hablaré de ambas modalidades de forma indistinta, en ocasiones
asimilándolas a una sola categoría: al fin y al cabo, los recursos que me dispongo a abordar son propios
tanto de piezas fantásticas como terroríficas. Quede constancia, no obstante, de mi convicción de que
estamos ante dos géneros (o, según otros, modos) diferentes; indudablemente emparentados y a menu-
do difíciles de separar, pero sin duda poseedores de suficientes rasgos particularizadores como para
considerarlos desde sendos posicionamientos teóricos. Para indagar más en las especificidades de cada
línea, cfr. Barceló (1999: 94-102), Ordiz Alonso-Collada (2014), Carrera Garrido (2015, 2018) o Aldana
Reyes (2017: 9-13), si bien este último, igual que la segunda citada, prefiere el término de origen anglo-
sajón gothic para referirse al terror en la mayoría de sus vertientes.
2 Carmen Alemany Bay (2016: 136) propone para el tipo de escritura representada por Dávila y, sobre
todo, por herederas de su poética, como Cecilia Eudave o Daniela Tarazona, la etiqueta de narrativa de lo
inusual, paralela, mas no coincidente, a la de lo fantástico: «Una forma de ficción en la que prima la in-
certidumbre aunque los hechos transcurran en el plano real con transiciones hacia lo onírico o lo deli-
rante; y en ese trance el autor abandona al leyente en su perplejidad, pues esta ambigüedad tiende a
provocar la vacilación interpretativa del lector. Sus discursos se nutren de tropos que proceden funda-
mentalmente de lo poético —analogías, metáforas, comparaciones, alegorías— que les sirven para ex-
plicitar de otro modo lo real, una realidad que finalmente vuelve con todo su peso».
3 Como dice Herrero Cecilia (2000: 214): «La estrategia de la ambigüedad narrativa y el juego con lo
silenciado y con lo implicado constituye uno de los encantos del género fantástico, porque hace más
activa y participativa la cooperación del lector en su interpretación de la misteriosa historia narrada».
4 «Frente a otras artes plásticas como la pintura o la escultura en las que se admite que la representa-
ción de la realidad ofrecida no es más que una construcción producto de una serie de convenciones
formales», escribe Pérez Bowie (2008: 111-112), «en el cine (y de igual modo en la fotografía) resulta di-
fícil desprenderse del mundo referencial, pues está registrado en la propia materialidad de la obra».
5 Ciertos críticos, sobre todo desde la prensa generalista, han querido hablar de posthorror o, en todo
caso, de «nuevos horrores» (Cuevas, 2017), al abordar estos y otros filmes de semejante naturaleza. Los
motivos para la acuñación del término remiten al particular tratamiento de los motivos clásicos del cine
terrorífico, así como a la ambigüedad reinante en el plano del significado (el literal y el figurado) y el
nivel de gravedad de los temas tratados. De acuerdo con Steve Rose, que, a partir de una serie de títulos
representativos —entre los que destacan Get Out (Jordan Peele, 2017), It Comes At Night (Trey Edward
Shults, 2017) y A Ghost Story (David Lowery, 2017), aparte de la misma The Witch— demuestra la evolu-
ción del género, la mudanza en tales términos suponía la única solución plausible para una categoría
que, a su juicio, empezaba a revelar sus carencias discursivas. Como dice: «There will always be a place
for movies that reacquaint us with our primal fears and frighten the bejesus out of us. But when it comes
to tackling the big, metaphysical questions, the horror framework is in danger of being too rigid to come
up with new answers... like a dying religion» (Rose, 2017). Ello no obsta para que otros descrean de la
necesidad de ampliar el campo terminológico y disientan acerca de la presunta rigidez del género (cfr.
Edwards-Behi, 2017). La polémica, como se observará, corre paralela a la que enfrenta a quienes apoyan
la idea de un neofantástico y a los que creen que lo fantástico sin prefijos es lo suficientemente flexible
para albergar manifestaciones que caen fuera de los patrones tradicionales o que revisten mayor profun-
didad (cfr. Roas, 2011: 37-42). Huelga aclarar que mi opinión es más afín a la de estos últimos, o sea, los
que defienden la diversidad tanto de lo fantástico como lo terrorífico, pues considero que los rasgos
analizados del corpus se hallan en la raíz misma de dichas modalidades; lo único es aquí se ven especial-
mente enfatizados.
Los silencios
6 Sobre The Witch: «This film was quite a disappointment in reality for me. There are some creepy
scenes of the movie but there really isn’t anywhere near enough suspense and terror for this to be a
horror movie» (http://www.metacritic.com/movie/the-witch). Sobre It Follows: «I have no idea why so
many critics have gone on record saying this film is haunting, chilling, terrifying, etc. Their opinions
about the film are much more haunting to me than anything in the film» (http://www.metacritic.com/
movie/it-follows). Y sobre The Babadook: «As a horror per se, The Babadook isn’t terribly scary, and ob-
viously follows nearly all the usual tropes of the genre: supernatural monster, fear of the dark, self-mo-
ving objects, lightbulbs that go out, kids, just a few jump scares» (http://www.metacritic.com/movie/
the-babadook/user-reviews).
7 Poco exigente, vale aclarar, en este sentido de dobles lecturas e interpretaciones de signo metafórico;
no necesariamente en otros relacionados con el abanico de aspectos técnicos, caracterológicos, emocio-
nales, etc. que pueden llegar a adornar este, tan vilipendiado, género cinematográfico.
8 Sobre la semejanza entre las poéticas de la mexicana y el argentino, véase lo que cuenta aquella de
cuando recibió una carta de Cortázar en la que elogiaba su primer libro (Tiempo destrozado, precisamen-
te) y «donde me decía (...) que estaba sorprendido de que en otro lado del mundo tan distante una mujer
tuviera tanta afinidad con él. Que tal parecía que tuviéramos una hermandad espiritual porque estaba
en el colmo de la sorpresa» (Frouman-Smith, 1989a: 61). Uno de los aspectos sobre los que se asienta esta
hermandad es la devoción de ambos por la figura de Edgar Allan Poe (Frouman-Smith, 1989a: 61-62).
9 En su análisis de la película, Diamantino Valdés y Heiremans (2015: 112) se refieren a este arquetipo
—al que se asociarían, amén del Coco, el Boogey Man, el Sandman o El Hombre del Saco— como asustador.
Como escriben: «The Babadook es consecuencia de una amplia tradición fílmica relacionada con la figura
del asustador. A lo largo de la historia y en diferentes partes del mundo, aquel miedo ha adoptado diver-
sas máscaras y denominaciones (...); personajes de la cultura popular que tienen como objetivo aterrori-
zar (o adoctrinar) a los niños para erradicar conductas indeseadas». Aclaran, no obstante, a renglón se-
guido que «Jennifer Kent reactualiza aquel paradigma gracias al discurso metalingüístico, que implica no
solamente la apropiación de un modelo genérico del cine de terror (el monstruo que acecha en la oscuri-
dad de la habitación), sino también una reflexión sobre el arte y la representación de la imagen».
10 Así, en referencia a The Castle of Otranto y la afasia causada por el estallido del horror, dice Towns-
hend (2016: 21): «The text thus sets in place a concern with the ineffable, with that which is both name-
advertir, sea como fuere, que esta reacción no es privativa del encuentro con
lo imposible, sino que se extiende a cualquier hecho o figura que atente contra
los principios sobre los que se funda nuestro concepto de normalidad, plan-
teando un reto a la conceptualización por el lenguaje cotidiano.
¿Cómo reducir, se pregunta el discurso, al orden de lo racional aquello
que desafía, que se burla de la razón, ya no en un sentido ontológico, sino
moral, físico, social, etc.? ¿Con qué templanza de ánimo, además, cuando la
integridad del responsable de hacerlo suele estar en peligro, o se ha visto se-
riamente trastornada? Son preguntas que, más de un siglo después de Walpo-
le y Radcliffe, se repite Lovecraft, hasta el punto de convertirlas en uno de los
ejes de su narrativa. Mientras que otros, antes y después de él, no tienen pro-
blemas en poner cara y nombre, y dotar de rasgos definidos a los enemigos
del statu quo, cuya apariencia y actos desacreditan los esquemas por los que se
rige la cotidianidad, su poética acusa mayor coherencia. Veamos, así, lo que
escribe en «La llamada de Cthulhu» ante la aparición del engendro: «La Cosa
no podía ser descrita: no existen palabras para describir semejantes abismos
de estridente, inmemorial locura, ni semejantes contradicciones pavorosas de
todas las leyes de la materia, la fuerza y orden cósmicos» (Lovecraft, 2008: 59).
Muy sintomáticamente, ninguno de sus personajes es capaz de dar una ima-
gen nítida de los espantos que tiene ante sí (cosa llamativa, si se piensa en la
ingente cantidad de artwork a la que ha dado lugar la mitología lovecraftiana):
como señala Roas (2011: 128), «en el momento de enfrentarse a la representa-
ción de lo imposible, su expresión suele volverse oscura, torpe, indirecta».
Ello se debe, por un lado, a la parálisis que vive la potencial víctima, indefen-
sa ante una instancia malvada y destructiva, y, en un sentido más profundo, a
sus dificultades para encajar la trasgresión en unos patrones convencionales,
en unas categorías predeterminadas. «El fenómeno fantástico es un desafío a
la escritura», dice el mismo crítico (Roas, 2011: 131); frase que podría matizar-
se, en la línea que antes apuntábamos, diciendo que todo aquello que rebasa
los límites de lo tolerable lo es.
Lo innombrable, como lo llamó el genio de Providence, encuentra su re-
presentación arquetípica en las criaturas invisibles; no en los fantasmas o es-
píritus de los muertos, sino en aquellas presencias sin categorizar, cuya sola
percepción —amenazas efectivas al margen— pone en jaque la cordura del
narrador y nos deja a los receptores en la sombra, bien sugestionados por la
less and beyond the powers of verbal expression, that would become central to the literary representa-
tion of horror from 1764 onwards. So extreme is its experience that horror cannot adequately be rendered
in words».
11 Barceló (1999: 221-266) recicla este arquetipo propuesto por King —que el norteamericano, en prin-
cipio, aplica al Frankenstein de Mary Shelley— para analizar el relato cortazariano «Casa tomada»; com-
binándolo, eso sí, con el de bad place (King, 2011: 278-281) y con referencias explícitas a la obra de Jackson
(tanto The Haunting of Hill House como We Have Always Lived in the Castle). Sus reflexiones nos servirán,
como se verá, de gran ayuda para los propósitos de este trabajo.
12 Son varios los que han hecho notar este detalle en el cuento davilano: «¿carece de habla [el huésped]
o simplemente se omite su discurso?», se preguntan Corral Rodríguez y Uriarte Montoya (2008: 214);
mientras que Cota Torres y Vallejos Ramírez (2016: 174), tras constatar que «el huésped carece de expre-
sión verbal y solo produce gritos», mantienen que esto «limita pero (...) simultáneamente contribuye al
tono fantástico y a la desolación de este ser enigmático». Cometen, empero, un desliz, al señalar que «[l]
os ojos del lector están fijos en los movimientos de los personajes y especialmente en los de la figura
monstruosa que merodea por la casa al asecho de las mujeres de la historia» (Cota Torres y Vallejos Ra-
mírez, 2016: 172). Como decimos, el receptor se encuentra en la sombra; aun cuando el relato lo enuncia
la misma protagonista, esta no aporta, ni mucho menos, toda la información que posee. Al respecto,
apuntan Corral Rodríguez y Uriarte Montoya (2008: 213) que «el texto crea un vacío informativo acerca
del huésped: le reduce al pronombre él, dispositivo gramatical que puede sustituir tanto el nombre de
una persona como el de una cosa».
Más silencios
13 Acerca de la dificultad del narrador fantaterrorífico a la hora de abordar pasajes o criaturas que retan
a la razón, dice Bellemin-Noël (2001: 111): «Objeto o momento central de la aventura, es por definición
indescriptible. Una representación irrepresentable. Sin embargo, el relato se ve obligado a ponerlo en esce-
na. Una retórica particular se pone entonces en funcionamiento para evocarlo, para sugerirlo, para impo-
ner su “presencia” mediante las palabras y más allá de estas. Pero las palabras no tienen un más allá. (...)
El autor fantástico debe obligarlas (...) a producir un “aún no dicho”, a significar un indesignable».
Dicha reflexividad parecería poner en jaque las bases sobre las que se
asienta el fantástico clásico, abriendo la puerta a la veta posmoderna (Roas,
2011: 148-156) del género o a lo que muchos llaman neofantástico.14 Cabe, con
todo, insistir en que no se trata de nada nuevo, que rompa drásticamente con
lo que se había hecho anteriormente; solo estamos ante la maximización de
procedimientos que estaban ahí desde el principio, pero que rara vez se ha-
bían colocado en primera línea. «No existe un lenguaje fantástico en sí mis-
mo», apunta Roas (2011: 134) —en un capítulo elocuentemente titulado «Fan-
tástico de percepción / Fantástico de lenguaje»—, «sino una forma de usar el
lenguaje que genera un efecto fantástico». Pues bien, ficciones como las ele-
gidas se vuelcan decididamente sobre esta manipulación para conseguir el
impacto que, antaño y en las expresiones más convencionales, se alcanzaban
mediante las emociones suscitadas por lo que ocurría en la historia, resultado
de un simulacro de igualación afectivo-racional entre el receptor y los sujetos
de aquella. Ahora las cosas han cambiado, y la identificación, como decía,
también: sin desaparecer, se alía con recursos que introducen un distancia-
miento y, por ende, otro tipo de relación pragmática con el producto ficcio-
nal. Me explico, recurriendo una vez más a Campra: «El no saber (o por lo
menos la dificultad de acceso a un saber de todos modos inverificable)», dice
la crítica argentina, «constituye en lo fantástico el peculiar horizonte de ex-
pectativas en el que se inscribe la actividad del lector»; y más adelante: «el
silencio delimita espacios de zozobra: lo no dicho es precisamente lo indis-
pensable para la reconstrucción de los acontecimientos» (Campra, 2008: 111).
Nótese que se refiere en todo momento a lo que el receptor ha de poner de su
parte para conferir sentido a lo que le ofrece el discurso; así planteado el jue-
go, las vivencias de los protagonistas quedan en un segundo plano, en tanto
14 Corral Rodríguez y Uriarte Montoya (2008: 212), de hecho, usan este término para aludir la produc-
ción de Amparo Dávila. Sus razones no se basan tanto, aun así, en la recién comentada autorreferencia-
lidad como en otro de los aspectos rastreados en este trabajo: en lo neofantástico, arguyen, «el misterio
no se sustenta en la alteración inexplicable del mundo objetivo, sino que es parte constitutiva del ser
humano. Este giro auspicia que la mayor carga de sentido descanse en los elementos simbólicos y me-
tafóricos antes que en la infracción del orden natural».
15 «El tipo clásico de la paralipsis (...) es (...) la omisión de una acción o pensamiento importante del
héroe focal, que ni el héroe ni el narrador pueden ignorar, pero que el narrador decide ocultar al lector»,
explica (Genette, 1989: 250). Respecto al sentido de este recurso en la retórica clásica y el valor que le
concede el narratólogo francés, véase lo que dice en la nota 23 del capítulo sobre el orden temporal: «La
paralipsis de los retóricos es más bien una falsa omisión, también llamada preterición. Aquí, la paralip-
sis en cuanto figura narrativa se opone a la elipsis como dejar de lado se opone a dejar en su sitio» (Genet-
te, 1989: 139).
16 También cabría referirse aquí, como marco teórico complementario, a las reflexiones de Booth
(1961) y muchos otros narratólogos acerca de lo que aquel llamó narrador no fiable. Para una visión sin-
tética del tema, véase la entrada de Margolin (2009: 359-360) en el Handbook of Narratology. Por lo que
respecta a lo fantástico, Campra (2008: 100) parece referirse al asunto cuando dice: «la sola presencia de
un yo como fuente de la narración —aunque no participe en los hechos que narra— es motivo suficien-
te para la duda del lector». Sin duda, una observación aplicable a «El huésped».
17 Al mismo pasaje remiten Corral Rodríguez y Uriarte Montoya (2008: 215) para caracterizar la pre-
sencia del cuento analizado: «El huésped se mantiene como un ser indefinido, un vacío en el sistema del
lenguaje. Es, en términos de Rosalba Campra, un silencio incolmable del texto. La tendencia al silencio
en todo el relato es notoria».
Las metáforas
18 Recuérdese que en este factor, precisamente, se basaba la asignación de la literatura de Dávila —y
también la de Cortázar— a la vertiente de lo neofantástico (Corral Rodríguez y Uriarte Montoya, 2008:
212). Parecido criterio es el que emplean muchos críticos para hablar de nuevo terror en el cine.
ción, ni siquiera se admite sin ambages que la anécdota deba ser entendida fi-
guradamente. Sin ser simples historias de fantasmas, monstruos o brujas, estas
ficciones eluden, con similar firmeza, alinearse en el monológico registro alegó-
rico. Su recepción es, así, necesariamente dialógica, polifónica.19
En cuanto a la narrativa de Dávila, véanse las siguientes palabras de
Rafael Lemus (2009), escritas con motivo de la aparición de los Cuentos reuni-
dos de la narradora en el Fondo de Cultura Económica:
19 Un ejemplo perfecto sería la reciente Mother! (2017), de Darren Aronofsky. En ningún momento se
sugiere que personajes y acontecimientos deban ser entendidos simbólicamente; por mucho que se an-
toje la única salida para dar sentido al totum revolutum en el que degenera la historia, la riqueza del filme
está, justamente, en dicha ambigüedad enunciativa. Prueba de ello es la decepción de la crítica ante la
explicación que el propio director se vio forzado a ofrecer, tras los recelos de un público que, por un
lado, esperaba una película de terror convencional y, por otro, no fue capaz de soportar esta indetermi-
nación. «The Worst Thing About Darren Aronofsky’s Mother! Is that We’ve Demanded He Explain Him-
self», titulaba uno de los reseñadores su columna, para quien «by distilling Mother! solely into a biblical
allegory about climate change and the ills we humans do to planet Earth, the film loses its thread. The
metaphor dissolves under interrogation... particularly when Mother! also serves up a buffet of other
fertile ideas» (Yamato, 2017).
20 Y más en concreto el «siniestro femenino», teorizado a fondo por Abalia (2013) en su tesis, con
múltiples referencias al universo de lo fantástico y terrorífico, y que sin duda posibilitaría un jugoso
análisis no solo del relato davilano, sino también de muchas de las películas mencionadas en el artículo.
21 Especialmente interesante es el texto de Frouman-Smith (1989b), quien, basándose en la categoría
de mad woman in the attic acuñada por Gilbert y Gubar para referirse a las heroínas enclaustradas de la
narrativa del XIX, concluye lo siguiente: «What was true of women’s place in nineteenth century Ame-
rica is just as true for the narrator in twentieth-century Latin America. Women are often powerless, in-
consequential beings trapped physically and emotionally within patriarchal society» (Frouman-Smith,
1989b: 51). No solo eso: el motivo de la mujer encerrada se halla presente en numerosos estratos de la
cultura popular, desde los cuentos de hadas hasta videojuegos de gran difusión (Corral Rodríguez y
Uriarte Montoya, 2008: 216).
22 «La presencia del huésped representa (...), en primer término, la autoridad del marido. Está ahí por-
que él lo manda. Se establece, pues, una identidad metonímica entre este y aquel: uno es prolongación
o extensión del otro», dicen Corral Rodríguez y Uriarte Montoya (2008: 219).
23 Así lo anunciaba, ya en 1993, Carlos Losilla, en su reflexión sobre el cine de terror posmoderno: tras
afirmar el protagonismo del receptor en esta época, constataba que «esa estrategia enfocada hacia la
audiencia va precisamente acompañada de un giro radical con respecto a las figuras representativas del
mal, o, para decirlo de otro modo, el convencimiento de que el mal, no solo ha invadido ya por comple-
to el yo del hombre contemporáneo, sino que ha procedido igualmente a su desintegración» (Losilla,
1993: 162). Por cauces similares discurre la crítica de Rose (2017) de It Comes At Night.
nada tan célebre en la ficción moderna); al revés, con gran frecuencia rehúsa
dotar de forma definitiva a los monstruos del inconsciente o encerrarlos en el
unívoco discurso de la psiquiatría o cualquier otra expresión racional.
Es aquí donde se entrelazan los dos polos: el de la expresión y el del
contenido, y en donde hallamos la ligazón más íntima entre el relato de Dávi-
la y los productos fílmicos de mayor ambición y profundidad. También donde
se aporta una respuesta convincente a las dos inquietudes enunciadas al co-
mienzo: ¿por qué no se dibuja una imagen clara de la amenaza? Y en segundo
lugar: ¿dónde reside el peligro real, apenas intuido? Contesto a las dos pre-
guntas con una sola oración: la narración habla de los demonios interiores de
los protagonistas, que, si no se materializan, ni discursiva ni, a menudo, lite-
ralmente, es justo por su naturaleza evanescente, subjetiva y aun, si se quiere,
inexistente; inexistente, claro está, en un sentido físico, no en el psicológico ni
social. Como decía Stephen King, el terror es un juego con puntos de presión
fóbica (King, 2011: 4). La definición cobra pleno sentido ante historias como las
comentadas, que, a través de un filtro distorsionado por la locura, la ansiedad,
el anhelo homicida, nos ponen cara a cara con los mayores miedos del presen-
te: una madre viuda incapaz de asumir la carga de un hijo con problemas
mentales, en The Babadook;24 un grupo de adolescentes que empiezan a experi-
mentar con su cuerpo y temen tanto a la pérdida de la inocencia como a las
enfermedades venéreas, en It Follows;25 una comunidad atenazada por el te-
mor a un Diablo que termina por manifestarse en su fanatismo religioso, en
The Witch;26 y, en fin, una mujer que, tras padecer abusos, deviene, también
ella, un monstruo, poseída por el espíritu de ese intruso que pretendía expul-
sar,27 y en cuya propia denominación puede ocultarse la llave para desentra-
24 Como dice Cuevas (2017): «Para la directora (...) la criatura fantástica es una excusa para escarbar
en la cabeza de una persona al límite, una herramienta para estudiar la relación entre una madre y su
hijo cuando la depresión amenaza con ahogar por completo a la progenitora».
25 Véase también el sugerente análisis de Morrow (2016), en el que mantiene que la película no trata,
como defienden muchos críticos, de enfermedades de trasmisión sexual, sino de la vida tras haber sido
víctima de un abuso. Semejante postura adopta Hahner (2017), para quien la interpretación más exten-
dida refuerza tácitamente la cultura de la violación. Sin entrar en disquisiciones de tipo social, moral o
de género, no creo que ambas lecturas sean excluyentes. Su coexistencia es, de hecho, una de las virtu-
des del filme, en cuanto ejemplifica la polifonía que rastreamos en este trabajo.
26 Como dice un crítico, «there’s more at work in this film than the tried and true horror notion of what
lurks beyond, and it’s that chord of religious fanaticism and familial disintegration that really sticks with
you long after the closing credits have rolled» (Collura, 2016; cursiva del autor).
27 Si bien es cierto que son varias las voces que ven la violencia de protagonista y criada como una libe-
ración del yugo patriarcal y, por tanto, fuente de empoderamiento. Cota Torres y Vallejos Ramírez (2016:
178), por ejemplo, la definen como «un acto subversivo contra las leyes de la economía masculina que las
ha mantenido prisioneras», para, a continuación, cuestionar la postura aquí defendida: «Algunas veces la
crítica enfatiza que ellas también se han convertido en monstruos; sin embargo, el acto que ellas ejecutan
no es más que un acto de defensa». Acto de defensa o no, problematiza, creo, los medios para alcanzar el
respeto y la igualdad, planteando un dilema ético caro a la nada complaciente poética de Dávila y refor-
ñar por completo el enigma. Porque, ¿quién nos dice que el nombre, del relato
y la criatura, no remite a la acepción biológica del término huésped —«Vegetal
o animal en cuyo cuerpo se aloja un parásito», según el DRAE— y este no sea
la ignota criatura —a la que, si nos fijamos, nunca se llama así— sino, precisa-
mente, el matrimonio, primero el hombre y después la mujer, o en un sentido
aún más genérico, el hogar, erigido en siniestro receptor de un mal intangible,
mas dolorosamente real? Pero... ¿es que hay alguna diferencia?
Bibliografía
zando el desasosiego generado por el relato, en absoluto restringido al enigmático ser. En este sentido,
cabe citar de nuevo a Eudave (2015: 147, n. 5), quien alude a esos «[e]spacios recurrentes en la literatura
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Filmografía
Recibido: 27-04-2018
Aceptado: 04-11-2018
Resumen
La novela Trece badaladas de Suso de Toro, traducida al castellano como Trece campa-
nadas, obtuvo en 2003 el Premio Nacional de Narrativa. Posteriormente sería llevada
al cine, con idéntico título, en una adaptación libre, pero que respetaba la esencia del
argumento: un productor de cine/escultor que se veía envuelto en un thriller de te-
rror sobre las leyendas y mitos del maestre Mateo y la catedral de Santiago, con sus
creencias, sombras y apariciones. En 2012, el director de cine Fernando Cortizo estre-
naba la película O Apóstolo (El Apóstol), el primer film de animación en técnica stop
motion en tres dimensiones realizado en Europa. Una trama situada en el camino de
Santiago, sobre ancestrales y monstruosas leyendas, que, a través de una ambienta-
ción fantástica, sitúa la temática xacobea de nuevo como telón de fondo de una na-
rrativa audiovisual, que recorrió las principales salas de cine de España, con una
considerable aceptación de crítica y galardones. Estas producciones, en diferentes
soportes mediales, demuestran la permeabilidad de la temática xacobea en el reper-
torio contemporáneo de producciones culturales gallegas y su eficacia para proyec-
tarse en el campo literario, como en el audiovisual, adoptando y adaptando la tradi-
ción fantástica de la narrativa galaica.
207
Xaquín Núñez Sabarís
Abstract
Trece badaladas, a Galician novel written by Suso de Toro, translated into Spanish as
Trece campanadas, won the National Literature Prize for Narrative (Spain) in 2003. Later
that year, a film based on the story was released in cinemas with the same title. The
adaptation respected the essence of the plot: a film producer/sculptor was involved
in a horror thriller about legends and myths of Master Mateo and Santiago’s Cathe-
dral, with their beliefs, shadows and appearances. 2012 marked the release of O
Apóstolo (El Apóstol), a film directed by Fernando Cortizo, which was the first stop-mo-
tion animation in 3D made in Europe. The plot followed the ancestral and monstrous
legends set in the Camino de Santiago, which, through a fantastic setting, placed the
‘xacobea’ theme again as the backdrop of an audiovisual narrative. The film was
showed in the main cinemas in Spain having a considerable acceptance by the critics
and receiving prestigious awards.
These productions, in different media, have demonstrated the permeability of
the ‘xacobea’ theme in the contemporary repertoire of Galician cultural productions.
Besides, it has highlighted its effectiveness to project itself both in literature and audio-
visual media, adopting and adapting the fantastic tradition of the Galician narrative.
R
1. Lo fantástico en la cultura gallega contemporánea
2 Gaspar (1997: 314) advierte la importancia de lo fantástico en la configuración ideológica del nacio-
nalismo de la Xeración Nós: «A predilección de Vicente Risco polas produccións fantásticas e a defensa
do argumento espiritual como definitorio da alma do pobo galego son, sen lugar a dúbidas, estratexias
para a formulación dun mitoloxema da nación que resulte doutrinalmente eficaz».
3 González Millán (1996: 50) señala que a partir de la década de los ochenta se verifica un intento de
superar la «canonización do discurso literario a partir dun modelo da oralidade identificado cunha
concepción estereotipada da cultura popular». Alonso Girgado (2005: 26) y Vilavedra (2010: 200) seña-
lan la proyección identitaria de lo fantástico en la narrativa gallega, lo que provoca, también en los años
acotados por González Millán, una necesidad de los escritores de ese período de superar el elemento
folclórico y renovar lo fantástico con otras modalidades.
4 Vilavedra (2010: 37) repasa las discusiones, entre 1995 y 1996, en las páginas de A Nosa Terra, acerca
de la dicotomía entre identidad y mercado.
artístico, como se verifica en las obras que hemos seleccionado como objeto de
estudio (Trece badaladas/Trece campanadas y O Apóstolo). En ellas se percibe la
articulación entre repertorio y mercado que nos proponemos analizar, y la in-
corporación de Santiago de Compostela, como un escenario central de la narra-
tiva fantástica gallega actual, tanto literaria como cinematográfica.
Santiago no había constituido, hasta entonces, una geografía recurrente
en lo fantástico de ambientación gallega, aunque tampoco inédita. La novela
corta de Ramón del Valle-Inclán, «Mi hermana Antonia», incorporada a la
colección de cuentos Jardín umbrío en su edición definitiva de 1920, abría y
cerraba el relato con estas dos secciones:
I ¡Santiago de Galicia ha sido uno de los santuarios del mundo, y las almas to-
davía guardan allí los ojos atentos para el milagro!... (Valle-Inclán, 2017: 115)
XXIII En Santiago de Galicia, como ha sido uno de los santuarios del mundo,
las almas todavía guardan allí los ojos abiertos para el milagro. (Valle-Inclán,
2017: 134)
Finalmente, hay que añadir un doble factor de carácter extraliterario, cuya in-
fluencia también resultó, a nuestro entender, decisiva: por un lado, el cine fantás-
tico y de terror, tanto extranjero como de producción española, y, por otro, las
series emitidas en televisión durante las décadas de los 60 y 70, como Historias
para no dormir, The Outer Limits, Twilight Zone, Night Gallery, Ficciones, o Doce cuen-
tos y una pesadilla. Por un lado influyeron en la forma de enfrentarse literariamen-
te al género (lenguaje, estructura, motivos) y, por otro, contribuyeron a su popu-
larización entre los lectores y espectadores españoles (Roas y Casas, 2016: 15).
de maravilloso, en vez de fantástico (de hecho los dos textos de Merlín y familia que introduce en la selec-
ción, son dos relatos incrustados en la narración). Los modelos de Cunqueiro y Ferrín, y dentro de la fe-
cunda temática artúrica, serán seguidos por Darío Xohán Cabana, en la novela Galván en Saor (1989),
premio Xerais y uno de los grandes best sellers de la literatura gallega (vid. Vilavedra, 2010: 210).
7 Tendría el precedente del premio, dedicado a la figura de Vicente Risco: «Entre 2000 e 2005 convo-
couse o Premio Vicente Risco de literatura fantástica, primeiro baixo esta denominación ata que en 2006
pasou a ser de “creación literaria”, tetando abranguer un espectro máis amplo de participantes posibles,
o que nos permite supor un baixo número de textos candidatos ao galardón» (Vilavedra, 2010: 204).
11 A fin de diferenciar la obra literaria de la cinematográfica, se utilizará el título original de ambas.
Trece badaladas, para referirse a la novela de Suso de Toro, y Trece camapanadas para la película de Xavier
Villaverde.
12 Si bien, en el caso de O Apóstolo, el éxito comercial no vino acompañado de la consecuente sosteni-
bilidad financiera del proyecto, debido a problemas con la distribuidora (Vid. El Blog del Cine Español,
1/12/2017).
13 Torres Feijó (2011) analiza diferentes discursos y prácticas culturales sobre el Camino de Santiago.
Santiago e o Caminho não voltam a ser aludidos por extenso no episódio: eles
ficam marcados por título e característica do crime: exorcismo e demonologia,
derivação que encontram o seu vínculo de credibilidade no mundo religioso,
esotérico e ocultista que se está redesenhando sobre o Caminho de Santiago e
Santiago de Compostela (Torres Feijó, 2009: 428).
14 El Faro de Vigo (12/4/2017) recogía la noticia y el programa Late motiv, de Andreu Buenafuente,
emitido el 17 de abril del mismo año, incluía una entrevista con el actor que relataba su experiencia.
16 La obra había sido publicada en Buenos Aires, en 1974 (Riobó, 1999: 61).
17 Subraya esta dimensión el final epifánico de la obra en el Pórtico de la Gloria (Riobó, 1999: 61).
18 «A novela estrucúrase a modo de réquiem musical, de pregaria de defuntos, com tres partes sepa-
radas entre Introitus, Agnus Dei e Libera me» (López López, 2003: 70).
E non son eu quen para afirmar que o que se conta é una pura invención nacida
da imaxinación da autora ou se tomou pé en algo que ocorreu na cidade. O que
sei é que, mentres lía a súa novela, pisei nun mundo misterioso e tétrico, e o seu
relato foi tan vívido que agora desconfiarei para sempre do que gardan as som-
bras e as pedras da miña cidade, tan dadas por certo a atraeren os temporais
(Toro, 2002: 8).
Lo neofantástico asume el mundo real como una máscara, como un tapujo que
oculta una segunda realidad que es el verdadaero destinatario de la narración
neofantástica. La primera se propone abrir una «fisura» o «rajadura» en una su-
perficie sólida e inmutable: para la segunda, en cambio, la realidad es —como
decía Johny Carter en «El perseguidor»— una esponja, un queso gruyère, una
superficie llena de agujeros como un colador y desde cuyos orificios se podía
atisbar, como en un fogonazo, esa otra realidad.
—Pois gustoume o teu argumento —dixo á fin. Mais o ton con que o expresou
parecía dicir o contrario—. Mesmo se podería pensar en facer unha serie de TV.
Hai que darlle aínda moitas voltas, por suposto. E haberá que buscar coprodu-
ción seguramente aos de Continental lles interese. Podía dirixila o Xavier Villa-
verde... E podería coproducila unha cadea de TV, xa veremos (Toro, 2002: 88).
De hecho, el germen del proyecto era un guion para una serie televisiva
de trece capítulos —encargo inicial para Suso de Toro—, ambientada en San-
tiago de Compostela en los años 70 y centrada en las revueltas estudiantiles
(Rivero Grandoso, 2012). El cambio de tono resulta muy revelador de los re-
pertorios dominantes en la literatura contemporánea. Del predominio del en-
foque realista y social y la preferencia por la temática que remitía a la Guerra
Civil (piénsese en el irónico título de Isaac Rosa Otra maldita novela sobre la
Guerra Civil), tanto en su dimensión bélica como post-bélica, se abre a otras
historias y géneros, en el que la conjugación de misterio, religión, fantasía y
Compostela será, como se ha dicho, cada vez más importante.
La propuesta cinematográfica altera, sin embargo, la idea inicial y la
orientación fantástica del texto literario. Jacobo (Diego De Botto) llega de Ar-
gentina a una Compostela de la que se ha ausentado hace años, sabemos que
por un episodio dramático, la muerte de su padre, el famoso escultor de la
catedral Mateo (Luís Tosar). Este último, como la sombra de la novela, se le
aparece constantemente para presionarlo, a fin de que termine su obra escul-
tórica inconclusa en la catedral. Jacobo vuelve a sus brotes psicóticos, que
parece haber heredado de su madre, internada en un psiquiátrico. El amor de
María, una amiga de la infancia, trasunto de Celia, lo termina salvando de dos
suicidios y la deriva autodestructiva a la que lo dirige Mateo.
Trece campanadas apuesta, sin embargo, por el thriller de terror, donde el
elemento fantástico queda muy difuminado respecto a la novela, tanto en su
complejidad narrativa, cuanto en su comprensibilidad. Todo termina tenien-
do una explicación psicológica: sólo Jacobo y su madre consiguen ver la fan-
tasmagórica aparición de Mateo, tal vez por no haber superado nunca su ase-
sinato. Atribuido inicialmente a la madre de Jacobo, se sabrá, en última
instancia, que fue él mismo. Incluso el misterio de las trece campanadas se
explica ahora por el bloqueo que el protagonista siente durante una hora, tras
matar a su padre, enlazando la duodécima hora con la primera del día si-
guiente, creando el efecto de las trece.
Suso nos dejó para empezar a escribir su novela Trece campanadas. Nosotros nos
replanteamos el trabajo, alejándonos del mito y actualizando la historia para
hacerla más cercana. Para ello nos centramos más en el conflicto personal de
Jacobo, un joven escultor con los miedos y emociones de tantos otros jóvenes a
la búsqueda de una identidad. Novela y guión fueron distanciándose cada vez
más y, como dice Suso, de una misma semilla crecieron dos árboles (Royo, Po-
zuelo y Villaverde, 2003: 9).
Una vez leí una noticia de que un pueblo cercano al camino de Santiago, había
desviado la ruta para poder recaudar dinero con el paso de los peregrinos, esto
me resultó gracioso y me planteé una historia simular donde los motivos fue-
sen más oscuros. A partir de aquí comencé a introducir elementos de la Galicia
más oscura y mágica; me interesaba mostrar esa Galicia de meigas y fantasmas
que yo tenía en la cabeza y que pocas veces se había representado (Peral, 2013:
1/12/2017).
Fue un proceso muy lento de cinco años en el que todo va madurando y modi-
ficándose, pero al recrear una historia del Camino de Santiago, combinada con
distintas leyendas gallegas, la película siempre tuvo una línea de terror clásico.
Una obra artesanal era más propia del cine de entonces. Me imaginaba Drácula,
Frankenstein, no Hostel. Me inspiré en la Hammer porque me gusta la utiliza-
ción que hacían de la luz, el color y las sombras. La idea era dar el primer paso
para que haya más proyectos de este tipo (Abenia, 2012: 1/12/2017).
Me interesaba contar algo sobre lo que conozco, sobre lo que forma parte de mi
niñez. Las historias y leyendas gallegas, la santa compaña, las meigas, los pue-
blos encantados, los bosques llenos de espesas nieblas, ha sido algo que siem-
pre nos ha acompañado, esa Galicia mágica tan nombrada pero de la que ape-
nas tenemos referencias visuales. Decidimos hacer una gran película, con la
que poder exportar nuestras leyendas a públicos del exterior, y a la vista de los
resultados en festivales por todo el mundo, creo que funciona, que resulta algo
fresco y diferente (Diariolacámara, 1/12/2017)
20 «Intermedial references are thus to be understood as meaning-constitutional strategies that contri-
bute to the media product’s overall signification: the media product uses its own media-specific means,
either to refer to a specific, individual work produced in another medium» (Rajewsky, 2005: 52).
21 «Se grabaron las escenas con ellos y eso sirvió de inspiración para los que fabricaban los muñecos
y de referencia para los animadores, que se fijaron en los tics y los gestos de los intérpretes. Este sistema
da una veracidad que muchas veces no se consigue cuando en la última fase se realiza el doblaje. Cuan-
do uno ve el filme, a los cinco minutos se olvida de que son muñecos» (Abenia, 2012: 1/12/2017).
Bibliografía
Vidal Bolaño, Roberto (2013): Obras completas. Volume II, Positivas, Santiago.
Vilavedra, Dolores (2010): A narrativa galega na fin de século. Unha ollada crítica dende
2010, Galaxia, Vigo.
Toro, Suso de (2002): Trece badaladas, Xerais, Vigo.
— (2010): Trece campanadas, Alianza, Madrid.
Recibido: 15-04-2018
Aceptado: 22-09-2018
Resumen
El presente texto explora las nociones de efecto y afecto en el cine de horror contempo-
ráneo. A partir del análisis de las cintas The Babadook y Under the shadow se establece la
relación e importancia de ambos conceptos.
Abstract
This text explores the concepts of effect and affection in contemporary horror cinema.
Through the analysis of the films The Babadook and Under the shadow, the text tries to
stablish the importance and relation between both concepts.
R
229
Francisco Javier de León Ramírez
Introducción
ro, centrándome en dos cintas: The Babadook de Jennifer Kent y Under the sha-
dow de Babak Anvari, que, creo, abarcan el doble sentido de Unheimlich pro-
puesto por Trías, además de que abren desde sus propuestas, sentidos dignos
de considerar en las reflexiones acerca del tema.
llywood, sino que es una tendencia que va en aumento en todas las latitudes.
Antes que meras posibilidades de presupuesto, de valor de producción o su
nacionalidad, lo que une esta clase de productos es su uso constante del efecto.
Pero, ¿qué es un efecto? Un efecto se refiere a la unión de elementos téc-
nicos que tratan de producir en el espectador un sobresalto, una impresión
momentánea, incluso shock. Hablar de efecto, entonces, no se refiere entonces
únicamente al uso y abuso de efectos por ordenador en una cinta, como en las
grandes superproducciones norteamericanas, sino a toda una gama de recur-
sos plásticos, sonoros y visuales. Cuando es bien utilizado puede ser un recur-
so que ayude al espectador a adentrarse más en la trama, como ocurre en Drag
me to hell y en otras cintas de horror dirigidas por Sam Reimi, en las cuales el
efecto de sobresalto suele ser antecedido por un momento de humor o de me-
lodrama, lo cual siempre toma por sorpresa al espectador; por el contrario,
cuando una cinta depende casi por completo del efecto se puede perder aten-
ción rápidamente. En el cine slasher, por ejemplo, el tipo de efecto es inconfun-
dible: la banda sonora aumenta el suspenso, el sonido de respiraciones, o su-
surros, o murmullos, o lamentos se mezcla con la música que de a poco baja,
la víctima se encuentra en completa soledad y de repente el monstruo de tur-
no salta sobre ella. Este recurso se convirtió en el sello más característico del
cine de horror hollywoodense al grado que a la fecha suele utilizarse como el
nombre de toda una clase de filmes: las scary movies, o películas de espantos.
Pero el efecto en el cine de horror contemporáneo ha dado otros vuelcos
que lo han alejado incluso de recursos imaginativos para ubicarlo exclusiva-
mente en la reproducción de torturas y otras vejaciones. La proliferación del
espectáculo de la sangre y el dolor ha hecho su entrada triunfal e incluso ha
desplazado en festivales y encuentros a cintas de corte sobrenatural. Cintas
como El centípedo humano de Tom Six, o Serbian Film (2010) de Srdjan Spasoje-
vic, roban los titulares por sus contenidos altamente violentos y perturbado-
res, pero poco o nada dejan ver de sus cualidades cinematográficas. En el caso
especial de México destacan en ese rubro dos cintas: Atroz (2015) de Lex Orte-
ga y México bárbaro (2014) que es una antología de cortometrajes de horror de
varios directores. La primera es presentada como una especie de docudrama
que tiene como objeto generar consciencia acerca de la violencia que vive el
país y, más específicamente, la violencia que sufren las comunidades transgé-
nero. Sin embargo, todo queda en la exhibición excesiva de las torturas que
recibe una persona transgénero a manos de dos individuos (con el propio
Ortega interpretando a uno de ellos). La cinta se detiene con largos y cerrados
encuadres que reflejan el dolor del cuerpo penetrado, mutilado y torturado,
trata más bien de cuestionar los trabajos que re-crean (y se regodean) en la si-
tuación violenta, sin que ello implique que exista una reproducción de dicha
violencia, es decir, que la imagen violenta dé nuevos planos para el desmem-
bramiento o la tortura, que haya, en fin, re-producción de los sentidos posibles.
Sin embargo, existe sí, un otro lado, cada vez menos frecuentado que
vale la pena comentar. Un otro lado en que el horror (y muchos otros géneros
y estilos) haya formas contundentes de expresión: el afecto. Para definirlo
tomo como base el concepto que desarrolla Gilles Deleuze en sus estudios
sobre cine, en los cuales desarrolla la noción de imagen-afección como el pri-
mer plano a través del cual todo lo que se encuentra en escena, se convierte
en un rostro. Es decir, no se trata de un primer plano de un rostro específico,
sino de un momento desde el cual todo lo que se encuentra en la escena se
convierte en un rostro y establece una serie de vínculos de fuerzas puras en-
tre los elementos en pantalla. Así se podría citar un ejemplo como la famosa
escena de la bañera de Psicosis de Hitchcock, en la que la atención de la cáma-
ra antes que centrarse únicamente en lo escandaloso da la muerte de Marion,
hace un juego de sentidos que, a partir del primer plano van del ojo muerto
de la protagonista, al agua y la sangre que se mezclan y se pierden en la cola-
dera. Sería difícil pensar que el único propósito de la escena sea la mera ex-
posición de la prematura muerte de la protagonista si se toma en cuenta que,
en su construcción, se hace evidente por todos los elementos mostrados (la
banda sonora ascendente que luego desaparece de a poco para dejar sólo el
sonido del agua corriente, el blanco y negro que aunque muestra a detalle la
sangre, también le permite sutilezas únicas), que se trata más bien de explo-
rar el momento en que la vida de la joven se extingue. Todo queda en el ins-
tante de su mirada desfalleciente.
Deleuze considera que la imagen-afección es fundamental para el cine
de horror, pues desde ella se presenta no sólo la tensión entre víctima y victi-
mario, sino que se despliegan todas las potencias propias del género. De ahí
que, por ejemplo, al hablar del cine de Terence Fisher, el autor afirme que al
tratar no con el espantoso espectáculo del sufrimiento descarnado, sino con
sus potencias, este cine elabora múltiples sentidos para la afección: afecto pa-
sivo (víctima), afecto activo (monstruo), o bien afecto-objeto, que el autor des-
cribirá, por ejemplo:
En Las novias de Drácula Fisher presenta a Drácula siendo crucificado con cla-
vos, con grandes clavos-estacas. Está crucificado, en el suelo, justo donde se
proyecta la sombra de las aspas de un molino que arde. Espléndida imagen.
Diré que se trata de una imagen afección, aun cuando no se trate de un primer
plano de rostro. Es una imagen fuerte, es una imagen afectiva fuerte, tanto más
fuerte por cuanto que, conforme a todas las leyes del expresionismo sobre la
voluntad espiritual, hay una identificación escandalosa, propuesta y deseada
por Fisher, entre Drácula y Cristo. Ven a qué llamo afectos-objetos: los clavos
que lo crucifican, las aspas del molino que forman una cruz son típicamente
afectos-objetos (Deleuze, 2009: 336).
Si elijo reproducir aquí esta larga cita del texto de Roas se debe no sólo a
la bien lograda descripción que el autor hace de la escena en cuestión, sino, sobre
todo, debido a que destaca perfectamente la potencia posible del afecto en el
horror sobrenatural. No se trata de hacer de lo fantasmático (para este caso) algo
espectacular y vistoso, sino revelador doble: por un lado, del fenómeno sobrena-
tural; por el otro, de la condición vital del personaje. La aparición de lo espectral
es necesaria para que el protagonista revele de a poco los misterios que oculta su
casa y confronte la pérdida que le aqueja. La aparición es algo que no sólo cum-
ple función de espantajo, sino de motor de descubrimiento, de revelación. Se
trata, creo, apenas de uno de los primeros registros posibles del horror fantástico:
«El monstruo» (o la aparición), «lo interior», «lo innombrable», «la geografía
imposible» son, creo, en principio portales del horror fantástico. No creo que
sean los únicos, pero sí creo sin duda que los frecuentamos por sus capacidades
abarcadoras. Del primero hablaré más detenidamente en un siguiente apartado.
El resto, que no son tema central de este trabajo, los explico brevemente.
Con lo «interior» me refiero a aquellas historias en el que el horror se
deposita en la psique humana, pero no de forma que se pueda poner en rela-
ción con aspectos puramente psicológicos de un personaje, como pudiera ser
un asesino en serie, o un individuo con doble personalidad, pues dichos regis-
tros se encuentran, en primer lugar, fuera de lo fantástico y en segundo, tienen
por objeto la comprensión de los motivos del personaje y no una develación
de los afectos que se desatan en los momentos en que el protagonista es escin-
dido, en que se revela algo de su condición humana por encima de su propia
presencia. En ese sentido, los temas del doble y de la sombra serían los princi-
pales: La maravillosa aventura de Peter Schlemihl, «William Wilson» o El extraño
caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde serían obras que ejemplifican la noción de lo «inte-
rior», lo siniestro yace en el fondo del ser humano, pero en lugar de mostrarse
como una condición psicológica, adquieren un carácter doble, especular, en el
que el protagonista se enfrenta de viva carne y cara a cara con lo siniestro que
otrora habitara en su interior.
Con lo «innombrable» me refiero a aquellos horrores que en mucho
recuerdan el trabajo de Howard Phillips Lovecraft en los cuales, si bien es
cierto que existen criaturas con cuerpos definidos, su estructura no es defini-
da, ni definible: elementos como lo impronunciable de los nombre de la tera-
togonía lovecraftiana, así como la música o las pinturas creadas por algunos
de sus protagonistas establecen una sensación de imposibilidad tal, que el
horror depende justo de que nada de su existencia puede asirse, al grado que,
como afirma Michel Houllebecq:
Y es justo esa indefinición del sujeto (¿u objeto?) siniestro lo que causa
horror. Se trata no sólo de alteridades o deformidades, de amenazas físicas
que desemboquen en la muerte, sino de elementos que resultan inquietantes
incluso en terrenos más allá de la muerte misma y de las metafísicas que pro-
ducen cierto consuelo.
La «geografía imposible» estaría definida por todos aquellos lugares
que desatan sus horrores para con aquellos que los invaden. Se trata de espa-
cios ciertamente contenidos, pero a la par incontenibles: el barco o la mansión
embrujados, pero sobre todo espacios como la isla en «Los sauces» de Alger-
non Blackwood se hallan en este registro:
Monstruos y apariciones
1 Y de ahí, tal vez, que los remakes sean poco efectivos a la hora de ubicarles en fechas contemporáneas.
ausente, lo siniestro que está amenazando incluso al no estar ahí, pues se ma-
terializa en los temores presentes de los protagonistas (la pérdida del espo-
so-padre). Eso ocurre a tal grado que en la escena climática, cuando Amelia
debe enfrentarse a la criatura por última vez, primero debe hacer frente a la
aparición de su difunto esposo: la mujer contiene el llanto ante dicha presen-
cia, trata de mantener la compostura. Su esposo vuelve a morir frente a sus
ojos, lo cual es ya una dimensión terrible y profunda de la cinta: no se trata de
hacer lucir aterrador al monstruo, tanto más de presenciar los efectos de su
permanencia en los protagonistas. Lo siniestro ocurre «cuando algo sentido y
presentido, temido y secretamente deseado por el sujeto, se hace, de forma
súbita, realidad» (Trías, 1992: 35). En la escena, es como si Amelia perdiera
nuevamente a su esposo, ya no a causa de problemas o separaciones, sino a
causa de una muerte que vuelve a ser, que se re-produce y causa horror, pero es
también, en ese instante, que la Amelia puede dejar ir la dolorosa memoria.
Sólo en ese instante el Babadook lucirá ya sin lugar a dudas como el frágil
muñeco que es y echará atrás. Ciertamente el monstruo es una poderosa me-
táfora de la pérdida, del duelo de Amelia y Samuel y su modo de enfrentarlo,
pero es también, para el planteamiento de la cinta, una presencia incuestiona-
blemente real y poderosa.
En la cinta Under the shadow de Babak Anvari se narra la historia de
Shideh una mujer que trata de recuperar sus estudios de medicina, a la par
que cuida de su hija y apoya a su marido Iraj. La cinta tiene lugar en la década
de los ochenta, en un momento en que los restos de la guerra y el movimiento
revolucionario se dejan ver todavía sobre Teherán. Iraj es enviado al frente
como apoyo a los heridos y Shideh se ve obligada a quedarse en casa con la
pequeña. De inicio la cinta deja en claro sus temas centrales: un régimen que
impide a la protagonista continuar con sus estudios, un cotidiano sexismo que
afecta otros aspectos de su vida, el constante sentimiento de amenaza ante
bombardeos y otras situaciones violentas (en ese sentido, la guerra juega un
papel de perpetua amenaza que, al combinarse con la aparición de lo mons-
truoso, no hace sino ahondar en lo terrible). Es decir, de manera similar a lo
ocurrido en The Babadook las situaciones que aquejan a los personajes son una
especie de portal por el que la amenaza siniestra y monstruosa se hará presen-
te. En el caso de Under the shadow se trata de un genio, el cual forma parte de
la tradición monstruosa de medio oriente. En ambas cintas la figura infantil
cobra importancia pues son ellos los primeros receptores de lo siniestro, los
que permiten su entrada al mundo de la cotidianidad: Samuel a través de la
lectura del libro, Dorsa conversando con un niño que recién llega a vivir al
mismo edificio que su familia y que parece cargar sobre sí con la presencia del
genio desde tiempo atrás.
La criatura se presenta no sólo a través de las sombras (elemento que le
da razón de ser al título de la cinta) sino a partir de la desaparición o recoloca-
ción de objetos personales (una muñeca, una cinta de video, un libro de medi-
cina, que son aquellas cosas que los personajes, poco a poco deben ir dejando
atrás: inocencia, vida cotidiana, sueños, tal vez) que provoca no sólo que haya
conflictos entre Shideh y su hija, sino que lleva la atención de la protagonista a
lo que dichos objetos representan, a lo que se esconde tras de ellos. Incluso el
momento en que un objeto tan simple como el video de aeróbicos con el que
Shideh suele practicar, la narración deja en claro que la videocinta se ha con-
vertido de a poco ya no en un medio para mantener cierto hábito de ejercicio,
sino en un punto de distanciamiento entre Shideh y Dorsa. Los constantes
bombardeos (incluida la caída dentro del edificio de un misil que no detona),
los disparos que se pierden en la distancia, las constantes bajadas al refugio
antibombas, la incertidumbre del bienestar de los seres queridos, se mantienen
siempre en primer plano, pero matizados ya por la presencia de lo siniestro.
Y ahí radica la verdadera fuerza de ambas cintas. Si bien tanto en The
Babadook como en Under the shadow existen escenas en que el efecto en su más
tradicional sentido para el género es utilizado. Es decir, si bien hay momentos
de las cintas en que se busca producir un sobresalto, éste ya se presenta cobi-
jado por la presencia de lo siniestro, del horror, por lo tanto se convierte en
algo, más efectivo (valga la expresión) y no sólo efectista. Lo que causa sorpre-
sa en el espectador lo hace por el hecho de que ya existe un elemento que
claramente ha roto con toda forma de normalidad de la vida (y de lo domésti-
co). Eso que resulta inexplicable obliga a confrontar, pues el escepticismo, la
negación y búsqueda de otras soluciones «naturales» pierden fuerza confor-
me la trama avanza y lo desconocido ocupa un lugar determinante. Ambas
operan desde la familiaridad: sea desde su nivel más cercano, es decir la rela-
ción madre-hijo y madre-hija, respectivamente, de las protagonistas para con
sus conyugues (ambos ausentes en sus respectivas formas), de ambas familias
con su entorno, pero, y esto es muy significativo, se enfatiza lo familiar en
tanto a la manifestación de un deseo, en tanto lo siniestro, lo monstruoso hace
su aparición que provoca que las protagonistas enfrenten su realidad, salgan
de los escenarios de repetición que les hacen habitar la fantasía (por más real
que esta resulte) que hábilmente se disfraza de cotidianeidad: «En lo siniestro
parece producirse en lo real una confirmación de deseos y fantasías que han
sido refutados por el choque del sujeto con la realidad: así la inmortalidad, la
resurrección de los muertos en esta vida, la producción, por efecto del puro
pensamiento, de efectos reales sin concurso de actividad» (Trías, 1992: 40).
En ambas cintas ocurre que la pérdida, la amenaza, el peligro constante
frente a la violencia humana están ahí rondando, pero al ser atravesadas por
la presencia de lo siniestro cobran nuevos sentidos y obligan a quienes lo pa-
decen a enfrentarlo y enfrentarse a sí mismos en formas nuevas. Pero lo aquí
escrito no significa que sea deber de una cinta o narración de horror fantástico
dar una lección moral o algo por el estilo. Se trata más bien de la capacidad de
generar desde el horror una confrontación con aquello que más de humano
hay en los personajes. No está mal atender a los temores, a las preocupaciones
colectivas de un momento sociopolítico específico, pero dicha atención, creo,
no debe tener un motor panfletario, sino integrarse a la narración como parte
del tema, como la revelación que es posible descifrar a partir de la entrada de
lo desconocido. Máxime en tiempos en que parecería que casi toda obra se
esmera en arrojar un mensaje a la cara del lector o espectador. Tanto The Baba-
dook como Under the shadow evitan la profusión de muertes aparatosas y es-
pectáculos de sangre y aunque la guerra, aunque la muerte y lo terrible parez-
can quedar velados, son, en realidad, latencias constantes, están presentes y
sus efectos son claros, abarcadores, de hecho. De tal suerte que se podría afir-
mar para las cintas aquello que Eugenio Trías dice acerca del ya citado cuento
de Hoffmann: «lo real y lo ficticio se hilvanan con tal ambigüedad y —sabidu-
ría— que el efecto artístico queda siempre preservado» (1992: 40).
La entrada de lo siniestro, así, no parte del exceso de visibilidad del
acto terrible, del dolor, sino de los afectos que produce en quien los vive y en
quien, espectador, los contempla, los pone en juego. De nuevo, el efecto tiene,
sí, un indudable valor narrativo, pero éste se ubica más allá de la escena, en la
región en que lo familiar, al verse definitivamente alterado, produce un calo-
frío. Lo realista de una obra no se encuentra en su apego a las formas, en su
revelación de lo descarnado (pues ahí no hay nada que revelar), sino justo en
el hilvanado que se hace entre ficción y realidad.
La apuesta
Quizá la diferencia esencial entre lo fantástico del siglo xix y lo fantástico con-
temporáneo podría expresarse de este modo: lo que caracteriza a este último es
la irrupción de lo anormal en un mundo en apariencia normal, pero no para
demostrar la evidencia de lo sobrenatural, sino para postular la posible anor-
malidad de la realidad, para revelar que nuestro mundo no funciona como
creíamos (Roas, 2011: 92).
Bibliografía
Blackwood, Algernon (1997): «Los sauces», en Rafael Llopis (ed.), Antología de cuentos
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Roas, David (2011): Tras los límites de lo real. Una definición de lo fantástico, Páginas de
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Trías, Eugenio (1992): Lo bello y lo siniestro, Ariel, Barcelona.
Žižek, Slavoj (2002): Bienvenidos al desierto de lo real, Akal, Madrid.
Filmografía
Valentina Sturli
Università degli Studi di Padova - Université Paris Sorbonne
v.sturli@yahoo.it
Recibido: 14-04-2018
Aceptado: 11-12-2018
Resumé
Abstract
249
Valentina Sturli
women and children, and are precisely those characters that the supernatural try to get
in touch with, looking for contact or out for revenge. The uncanny agent and who’s
trying to investigate on him seems to be connected by some kind of affinity of history
and life which strongly implicates familiar dynamics.
R
I. Quelques caractéristiques communes
5 Nous pensons aux situations géographiques et spatiales de textes comme The Castle of Otranto (1764)
de Walpole, The Mysteries of Udolpho (1794) de Radcliffe, The Monk (1796) de Lewis, «Der Sandmann»
(1815) d’Hoffmann, Melmoth der Wanderer (1829) de Maturin, «La Vénus d’Ille» (1837) de Mérimée, The
Turn of the Screw (1898) de James, et jusqu’aux récits de De La Mare et de Conan Doyle.
6 L’étude de l’espace dans le genre de l’horreur, et de ses échos avec la réalité socio-politique environ-
nante, est un champ de recherche énorme et des plus intéressants. Sur ce sujet, voir Murphy (2015) et
Leyda (2016). Pour une analyse de grande envergure du thème de l’objet et de l’espace anti-fonctionnel
dans la littérature occidentale, voir Orlando (1993).
damental que dans tous les films en question ce soient des enfants prépu-
bères à qui il est donné en premier d’avoir des contacts avec des phénomènes
qui révéleront ensuite leur nature surnaturelle. Cette partie spécifique de
l’intrigue, qui dure jusqu’à ce que le surnaturel se vérifie, semble parfaite-
ment assimilable au fantastique tel que le décrit Todorov (1970). Ces phéno-
mènes (bruits étranges, ombres, objets qui se déplacent, présence inquiétante
d’«étrangers» ou d’«intrus») ont d’abord un statut incertain mais pourraient
avoir une cause rationnelle : dès que le très jeune protagoniste essaie de ra-
conter son « étrange » expérience, les adultes de la famille s’efforcent, en ef-
fet, de la rationnaliser.
Il convient de mettre en exergue certains traits communs aux enfants
de ces films : en plus d’être significativement sans défense en raison de leur
jeune âge, ils ont toujours quelques caractéristiques qui font d’eux des êtres
plus vulnérables encore. Il s’agit d’êtres chroniquement malades (The Others,
Fragile, El Orfanato), qui ont subi des deuils ou des séparations familiales ré-
centes (The Angel of Death, The Sixth Sense, Darkness, The Awakening) ou vécu
des expériences hautement traumatiques (Mamá). Ils se trouvent donc dans
une situation de dépaysement, d’incertitude, d’isolement social et affectif.
Dès le début du film, généralement, la famille qui devrait s’occuper d’eux est
en proie à des conflits et des tensions qui ne lui permettent pas d’apporter tout
le soutien et toute l’attention que la situation critique imposera bien rapide-
ment. Soulignons le rapport que toutes ces narrations entretiennent avec le
modèle —archétype des récits d’horreur dans lesquels les enfants ont un
contact privilégié avec le surnaturel— que constitue The Turn of the Screw
(1898) d’Henry James. Dans ce récit, les enfants Miles et Flora, soumis aux
menaces des spectres de Miss Jessel et de Mr. Quint, vivent isolés ; ils ont per-
du père et mère, et leur plus proche parent, qui habite loin, ne prend absolu-
ment pas soin d’eux, si ce n’est du point de vue économique. L’enfant, vulné-
rable par nature, l’est donc doublement dans la mesure où la famille, pour tel
ou tel motif, ne lui fournit pas la protection dont il aurait besoin.
d’une mère, mais aussi d’une infirmière, d’une maîtresse d’école, d’une gou-
vernante ou d’une sœur aînée. Là encore, se distingue une série de caractéris-
tiques communes: le fait, par exemple, que la femme en question soit fiable et
ne se laisse que difficilement suggestionner. La ghost-story requiert l’identifi-
cation avec le personnage aux prises avec l’irréductible altérité du surnaturel :
si la femme était psychiquement instable ou encline à mystifier, nous ne nous
identifierions pas à elle. C’est une figure pourvue d’une autorité et d’une res-
ponsabilité liées à des rôles traditionnellement «féminins». Dans le cas très
peu fréquent où c’est un homme qui joue ce rôle, il sera, pour quelque raison
que ce soit, assimilé à une figure maternelle: par exemple, dans The Sixth
Sense, le docteur Crowe est un psychologue pour enfants. Dans tous les films
que nous examinons, se trouve dans le passé de la femme quelque chose qui
la rend vulnérable, et dont le surnaturel tentera de profiter lorsqu’il décidera
de se manifester, pour la mettre en difficulté ou la terrifier. Et dans ce cas, ce
sont souvent des expériences liées à une grossesse interrompue, à un amour
qui a mal terminé, à une enfance ponctuée de violences familiales. On lui
confie des enfants, invariablement malades ou en danger, au bien-être duquel
elle se consacre sincèrement. En plus d’être généralement digne de confiance,
le personnage féminin est susceptible de comprendre, intuitivement, si
quelque chose ne va pas chez ou autour de son enfant. Compte tenu de l’omni-
présence du stéréotype de la femme comme être plus adapté, plus sensible et
plus infaillible pour ce qui est du soin apporté aux enfants, on comprend bien
qu’attribuer au personnage un ethos et des attitudes typiques d’une « bonne »
figure maternelle revient à attirer sur lui ipso facto la sympathie du spectateur.
Bien que ce qui commence à se produire autour d’elle éveille ses soup-
çons et la mette en alerte, le personnage féminin refuse d’abord de croire et
oscille entre crainte et tentatives d’expliquer rationnellement les faits. Les
stratégies de rationalisation mises en œuvre concernent la possibilité que l’en-
fant mente, ou qu’il cache sous l’aspect surnaturel quelque abus réel; ou bien
la femme impute la responsabilité à la fantaisie infantile, à quelque trauma
récent dont l’enfant ne s’est pas encore remis, aux conditions d’isolement, de
privation ou de maladie dans un passé plus ou moins récent. Toutefois, avant
la moitié du film, les indices se font de plus en plus inquiétants et irréfutables
—impliquant souvent, par ailleurs, une menace à l’intégrité physique de l’en-
fant—, jusqu’à ce que le surnaturel atteigne un point culminant et ne fasse
plus aucun doute. Dans la plupart des cas, celui-ci se révèle justement à la
femme qui n’a dès lors d’autre choix que de cesser de remettre en question ses
craintes, et doit leur accorder un plein crédit.
critique beaucoup plus stabilisée que par le passé, ou bien avec des spectateurs
généralement plus incrédules: nous sommes moins portés à croire au surnatu-
rel que nos ancêtres de l’Ancien Régime. Et pourtant, alors que dans le roman
de Radcliffe, la jeune Emily se pose comme objet d’identification au lecteur
parce qu’elle n’a pas cédé aux craintes superstitieuses, se montrant par là même
à la hauteur des conquêtes d’un nouveau type de rationalité, ce mécanisme se
complique au cours du xxe siècle, jusqu’à se renverser; tant il est vrai que cent
ans plus tard, le protagoniste féminin de The Turn of The Screw (1898) peut être
défini comme l’épigone tardif d’une héroïne gothique, mais s’il parvient à im-
pliquer le lecteur, c’est justement dans la mesure où il décide de croire à l’exis-
tence des fantômes qui tourmentent les enfants qu’on lui a confiés, à une
époque où se côtoient et s’affrontent de solides croyances en le spiritisme et
l’empirisme positiviste le plus moderne (Scotti, 2013 : 217).
7 Pour un examen minutieux de la façon dont beaucoup de films d’horreurs, surtout à partir de la fin
des années 1970, explorent le côté sombre et potentiellement homicide de la figure paternelle, voir
Sobchack (2015: 171-191).
8 Pour la signification du mot «abréaction» dans le langage psychanalytique, voir Laplanche et Ponta-
lis (2007 : 1), qui le définissent comme «décharge émotionnelle par laquelle le sujet se libère de l’affect
attaché au souvenir d’un événement traumatique, lui permettant ainsi de ne pas devenir ou rester pa-
thogène». L’absence d’abréaction suppose la persistance dans l’inconscient d’éléments non élaborés qui
peuvent devenir symptômes névrotiques.
9 Observons en passant que l’association entre la manifestation d’un événement surnaturel et la pré-
sence d’un événement non résolu qui demande à être découvert et expliqué n’est pas, naturellement,
l’apanage des films d’horreur contemporains. Sur cette question, on renvoie à l’analyse qu’Orlando fait
de la manifestation spectrale du père d’Hamlet: dans ce cas, l’association se joue entre manifestation
surnaturelle et événement contre-nature. Le fantôme se manifeste, en effet, expressément pour que son
assassin soit démasqué et que le scandale des noces assassines et incestueuses de son frère avec la mère
d’Hamlet soit puni (Orlando, 2017: 165-171).
dis que dans Mamá, le fantôme est celui d’une mère psychologiquement ins-
table à qui les médecins ont enlevé son enfant, et qui élève plusieurs années
durant deux petites filles «sauvages» qui ont grandi dans la forêt après que le
père a tenté de leur ôter la vie; dans Darkness, les fantômes des enfants tués
dans un rite satanique reviennent pour menacer le fils d’un de leurs anciens
camarades qui a échappé de peu à la mort.
Pour ce qui est des vivants, l’enfance constituant par définition une pé-
riode pendant laquelle la fantaisie se mêle à la réalité, l’enfant sera générale-
ment moins cru par les adultes; mais c’est justement parce qu’il n’a pas encore
appris à «rationnaliser» que celui-ci aura un accès privilégié à la perception de
ce que les autres se refusent de voir, c’est-à-dire le trauma. Alors que les catégo-
ries masculin/féminin sont discriminantes dans le monde des adultes (lesquels
ont justement développé au maximum les différences sexuelles), ce n’est pas
par hasard qu’elles n’ont aucune espèce d’influence dans le monde des enfants,
unis qu’ils sont par ce crédit dont avons parlé, car ils ne sont pas encore édu-
qués à la rationalité critique, avec toutes les dérives et toutes les négations que
celle-ci peut comporter. Si on prend de nouveau le genre gothique comme point
de départ, on peut noter une tendance selon laquelle —indépendamment de la
prévalence du crédit ou de la critique du surnaturel dans le texte— les ins-
tances de la crédulité sont traditionnellement représentées par les classes so-
ciales inférieures et par des individus moins instruits (Orlando, 2017: 71). Dans
Udolpho, ce sont toujours les serviteurs, les paysans et les domestiques qui
optent pour l’explication surnaturelle d’un certain événement (à tort dans ce
cas). Près de cent ans plus tard, dans Dracula (1897) de Stoker, ce sont les ani-
maux, les paysans illettrés, les domestiques et les tziganes qui perçoivent im-
médiatement la véritable nature du vampire, tandis que Jonathan Harker et les
autres personnages «cultivés» montrent beaucoup de résistance à croire en la
présence —parfois effective— du surnaturel. Qu’est-ce qui rapproche ces per-
sonnages humbles? Précisément parce qu’ils appartiennent à une même caté-
gorie d’exclus, aussi bien de façon temporaire que permanente, leur est don-
née, nous semble-t-il, la possibilité de croire à ce en quoi les adultes éduqués et
sceptiques ont cessé de croire, ou à ce en quoi ils ont honte de croire. Dans nos
films, et de façon explicite, cela a à voir avec la capacité qu’ont en général les
enfants, plus que les autres, à percevoir, peut-être seulement à un niveau intui-
tif, les vérités émotives et relationnelles qui dérangent et que le reste de la fa-
mille —ou de la communauté— se refuse catégoriquement de croire. Et cela
précisément parce que l’enfant n’a pas encore appris à se défendre en «ration-
nalisant» ce qui l’effraie. On peut dire la même chose d’un certain type de pen-
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Recibido: 18-04-2018
Aceptado: 14-10-2018
Resumen
263
Rodrigo González Dinamarca
Abstract
This paper seeks to analyze the representation of the mother as a terrifying figure in
two present horror films: The Babadook (2014) and Ich seh, ich seh (2014). In both, the
horror is based on the relation between mother and sons, whose tension can be under-
stood from the concept of the abject (Kristeva, 1980). In The Babadook, the horror mate-
rializes in the maternal body that is represented as an abject: she appears bathed in
blood, puking and chasing her son in order to annihilate him. Also, it develops the
traditional metaphorical link between the house and the maternal body (Hormigos,
2010) with the purpose of representing her threatening aspect: the space is imaginated
as a confinement that may engulf the body of the self. The film shows the danger of
sinking into the mother’s body, joy that is forbidden by the also frightening —and also
abject— presence of the Father. On the other hand, in Ich seh, ich seh we see the violence
that involves the separation of Elias from the law of the mother through the failed
elaboration of a sinthome. Also here the signifiers of the abject threaten to annihilate the
subjects, and they are represented as elements that contrast with the cleanliness of the
domestic space, which is protected from the invasion of the animal and the wild, in
order to guard the proper body from.
R
Come to mother, baby, let me
hold you in my arms.
Pink Floyd, “The trial”
den simbólico que estaría a cargo del Padre; de este modo, tiene lugar una
confrontación incesante con el amenazante cuerpo materno: «El filme de te-
rror moderno a menudo ‘juega’ con su audiencia, saturando con escenas de
sangre y ‘gore’, deliberadamente señalando la fragilidad del orden simbólico
en el dominio del cuerpo, que nunca deja de apuntar al reprimido mundo de
la madre» (Creed, 1993: 13). Esta omnipresencia de los fluidos corporales
como factor clave del cine de terror remite, por cierto, a la teoría de la abyec-
ción que Julia Kristeva elabora en torno al cuerpo femenino, específicamente
el de la madre, al cual comprende como fuente de deseo y repulsión, como
aquella entidad fronteriza que amenaza la integridad y la conformación mis-
ma del yo como cuerpo independiente. Lo que mueve a horror, dice entonces
Creed, es la amenaza que lo abyecto, este mundo perdido de la madre —que
el yo apartó una vez en la constitución del sujeto pleno, individual, propio—
ejerce sobre un orden simbólico que se revela en su fragilidad, sugiriendo en
el sujeto un peligro de desintegración de este yo. Sabemos que la teoría de
Kristeva elabora el concepto de lo abyecto sobre este cuerpo materno y las
sustancias que lo manifiestan: sangre, leche, heces, etc. Es de ello de lo que el
sujeto de abyección intenta separarse:
la avidez de la mujer por su sexo [del hombre] significaría entre otras cosas
para el hombre una proyección de sus «primitivas» pulsiones orales, de sus
ganas de devorar el seno materno. Y, en esta apelación a los apetitos primarios,
podríamos oír también la aprehensión de haber destruido el sexo de la mujer,
de haberla castrado, por el hambre insaciable, por las mordeduras (...) ¿Nace de
ahí la culpabilidad, el horror ante la visión de la realización de fantasmas, aho-
ra omnipotentes? Y la angustia de que ella, sustituto materno, haga lo mismo
en su pene-seno, también por hambre, o como medida de represalia (2007: 49).
1 Sobre la base de este vínculo, algunos autores interpretan por ejemplo la figura del vampiro como
encarnación de la vagina dentata (Cortés (1997).
cho a la del Babadook. «¡Si tienes hambre, por qué no vas y comes mierda!», le
grita a continuación, haciendo aparecer de golpe lo abyecto, la mierda. El niño
como potencia oral, que enuncia demandas alimentarias, se ve avasallado por
el grito de una madre que a continuación se va volviendo cada vez más mons-
truosa. Samuel ahora rechaza a Amelia, y se niega a comer «Ya no tengo más
hambre». Es el momento, entonces, en que Samuel recula en su ansia de incor-
porar y comienza a emerger, como contraparte, la madre devoradora.
Antes de enloquecer por completo, Amelia enuncia lo que para ella es la
raíz del problema: «Realmente necesitamos salir de esta casa. Hace mucho esta-
mos aquí, ese es el problema». La casa se articula también como un cuerpo, que
es disputado por las tres partes de la constelación, la madre, el padre y el hijo.
Montserrat Hormigos, tomando como base las conexiones entre el espacio do-
méstico y el cuerpo materno en las teorías de Freud y Gastón Bachelard, indica
que el tópico de la casa maldita en el cine de terror manifiesta metafóricamente
el cuerpo de la madre y lo uterino. De ahí que estas construcciones suelan ser
«húmedas, oscuras, frías, silenciosas, misteriosas, laberínticas y, por supuesto,
sangrientas» (2010: 87). En The Babadook existe un claro vínculo entre la figura de
la madre terrible y la casa. Los distintos espacios de la casa reflejan el estado
psicológico de Amelia y manifiestan su peligrosidad en relación con Samuel, al
que ella intenta encerrar y aniquilar. Ya en el momento de la locura de Amelia,
los espacios domésticos comienzan a revelarse muy evidentemente en relación
con lo que implican como lugar de encierro, deseo y violencia.
Uno de estos espacios es el cuarto de baño. Cuando Amelia comienza a
perder el control de sus actos, busca a Samuel y lo mete a la tina de baño con
ella. Este espacio, señala Barbara Creed (1993: 102), manifiesta a la madre, la
evidencia como encargada de la limpieza y el mapeo del cuerpo del hijo. En
cierto sentido, todo ello pone a la madre en posición de propietaria del cuerpo
del hijo: «—Aquí está agradable y cálido / —No quiero que te vayas/ —No
me iré a ningún lado». La tina tibia y agradable es el lugar en que la madre
invita a abandonarse, expresión evidente de lo uterino. Meterse juntos en la
tina grafica su unidad, la disolución conjunta en ese espacio tan agradable
como perturbador. La significancia del baño y de la bañera está así imbricada
con la corporalidad materna. A propósito del final de Carrie (1976), Barbara
Creed también comenta: «the bath filled with bloody water suggests a rebirth
and a desire to return to the comforting dyadic relationship» (1993: 81). Puede
pensarse, por otra parte, en el sentido de agujero vaginal de la bañera al que
se refiere Marta Segarra (2014: 80) a propósito de la película Teeth. Ello evoca-
ría nuevamente a la madre como cuerpo agujereado, como abismo.
como «el ser oscuro de la casa, el ser que participa de los poderes subterráneos»
(2000: 38, cursivas en original), cuestión que en The Babadook es literal. Este
espacio, prosigue Bachelard, invita además a pensar en la casa desde la verti-
calidad: el desván, arriba, es un lugar de miedos que pueden racionalizarse, a
diferencia del sótano en que una racionalización total es imposible: «En el
sótano las tinieblas subsisten noche y día» (2000: 39). En esta línea, a su vez
Slavoj Zizek en The Pervert`s Guide to Cinema (Fiennes, 2006), a propósito de la
película Psycho, piensa el sótano como «reservorio de las pulsiones ilícitas».2
En The Babadook este es el lugar donde se guardan las cosas del padre, y al que
Amelia prohíbe ir a Samuel. También en este lugar, Samuel captura a una
Amelia sangrante, totalmente enloquecida y desfigurada —es el momento en
que más se exagera la monstruosidad de Amelia en el ámbito físico. Al tenerla
así atada, Samuel le promete: «Mamá, no voy a dejarte. Sé que no me amas, el
Babadook no te dejará. Pero yo te amo, mamá, y siempre lo haré». En el sótano
tiene lugar una declaración de amor que hace que ella acabe vomitando un
jugo negro que, suponemos, es la esencia del Babadook como ley paterna.
Todo es un devenir de fluidos: la abyección misma. De ahí que la sentencia de
Zizek adquiera sentido, y que pueda pensarse este espacio como el lugar don-
de ha sido posible enunciar, en medio de un chorreo profuso de fluidos, el
amor entre madre e hijo al margen de la figura amenazante del Padre. Estos
fluidos, sin embargo, particularmente este vómito, manifiestan más bien al
padre que a la madre. De este modo, resulta pertinente proponer que la pelí-
cula articula el conjunto familiar como una trinidad abyecta compuesta por
tres polos de atracción y rechazo, es decir, tres polos de abyección. Tres figuras
que a la vez son monstruosas unas en relación con las otras: el hijo que quiere
devorar a la madre, la madre que quiere devorar al hijo, y el padre que quiere
acabar con ambos por medio de la irrupción fálica, de la penetración y la in-
vasión de los cuerpos.
Tras la promesa de amor y de mantenerse unidos, Samuel y Amelia
emergen abrazados del sótano, el ámbito en que el deseo pudo seguir su curso
y manifestarse. Amelia está manchada, al igual que su hijo, de modo que la
promesa de unión va a la par también de un retorno al fluido como significan-
te ahora de la unidad entre el hijo y la madre. Amelia expulsa el líquido del
padre, pero queda la sangre de ella y Samuel que los vincula.
2 Es interesante pensar en los sentidos que adquiere el sótano como espacio en el cine de terror. Diversos
ejemplos se prestan para ilustrar la idea de Zizek que piensa este espacio como representación del id. En
The conjuring (2013) es el lugar en que la madre poseída manifiesta su monstruosidad con más violencia y
de manera sobresaturada: levita, escupe sangre y ataca a los demás. En El Orfanato (2007) es el lugar en que
aparece el cuerpo medio descompuesto de Simón, al que su madre abraza y ve volver a la vida.
La ley del Babadook intenta una última vez separar a la madre del hijo.
Pero en esta ocasión, el monstruo es conjurado por la madre: «¡No eres nada!,
le grita, ¡Esta es mi casa!». La frase «mi casa, mis reglas» puede traducirse aquí
por «Mi casa, mi Ley... y mi cuerpo», o «nuestro cuerpo», más precisamente,
el de la madre y el hijo unido en uno solo. Amelia grita esta amenaza con la
boca abierta en un gigantesco agujero, poniendo nuevamente de relieve la
significancia de lo oral, de la boca en cuanto arma —un grito sale de ella, se
abre en señal de amenaza enseñando todos los dientes— pero también como
lugar de discurso que inaugura una nueva lógica simbólica específicamente
materna. De este modo el padre fálico, y que, sostengo, es también abyecto en
relación con Amelia y Samuel — en el sentido de que, a la vez que quiere rom-
per la unidad madre-hijo, también tiene la intención de invadirlos, tragarlos y
fundirse con ellos—, queda excluido de la constelación familiar, es destruido
y entra en la lógica del resto o del desecho, como se evidencia tras caer, perder
su carácter erguido y devenir detumescente, cuando se desploma ante Amelia
como un saco de inmundicia. Es decir, el deseo de unión madre-hijo se ha le-
gitimado al subir desde el sótano y expulsar la ley paterna —en el vómito y
por medio del conjuro, del discurso de una madre hablante que enuncia una nueva
ley, «esta es mi casa»—, mientras que la ley paterna se hunde para siempre allí
abajo. En adelante, el padre mutará en una suerte de bestia a la que manten-
drán encerrada en el espacio del id que representa el sótano. Amelia lo doma-
rá y le dará de comer, como a una suerte de nueva mascota que viene a ocupar
el lugar de Bugsy, el perro que ha muerto asesinado por ella en su momento
de furia. La escena final del filme transcurre significativamente al aire libre, en
el cumpleaños de Samuel. Es un final sospechosamente feliz, el retorno a un
equilibrio precario marcado todavía por un arrebato ligeramente violento de
Samuel, que exhibe para Amelia sus nuevos trucos de magia. La madre y el
hijo están solos, no hay nadie más; celebran juntos y se unen en un abrazo.
Ich seh, ich seh (2014), dirigida por Veronika Franz y Severin Fiala, nos
presenta a dos hermanos, Elias y Lukas, quienes sospechan que su madre, que
recientemente ha sufrido un accidente y se recupera en casa, no es quien dice
ser. A lo largo de la cinta, los gemelos desconfían y ponen constantemente a
prueba a la madre a fin de desenmascarar su verdadera identidad y eviden-
ciar que se trata de una impostora. Los gemelos acaban atando a la madre a su
3 Esta idea es trabajada por autores como John Berger en su ensayo Ways of seeing.
4 Tal como ha señalado Pascal Bonitzer, «la visión parcial es el índice de un peligro inminente, el so-
porte del suspenso (...) La visión parcial es así el índice de la causa, de la causa del deseo. Ella mantiene
el deseo a través del deseo (o el temor) de ver» (2007: 70).
5 En The fly (1986) de David Cronenberg también puede verse el parto monstruoso como imagen de la
invasión abyecta de un hombre al cuerpo femenino, como se ve en la escena en que Veronica pare una
gigantesca larva, y que representa el temor a un «contagio» de Seth.
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Recibido: 11-04-2018
Aceptado: 01-11-2018
Resumen
Planificando su discurso a partir de las máximas del suspense y las modulaciones del
terror clásico, James Wan logra dar en Insidious (2010) una vuelta de tuerca a dichos
parámetros seminales a fin de actualizar, de forma efectiva e innovadora, su operativi-
dad. El realizador compone una secuencia narrativa en la que los motivos de la fantas-
magoría y el horror cósmico pivotan en torno a la desemantización y la aporía, defor-
midad o indefinición formal y temática que conllevan una recurrente ruptura de la
lógica y la inversión o plasmación infecta de lo doméstico y familiar. Esencial entre los
estilemas del filme es el rédito de la atonalidad y deflagración características de la
banda sonora de Joseph Bishara. Las texturas atmosféricas y la sintaxis subversiva de
este compositor se erigen en epítome de la desfamiliarización y fragmentación temati-
zada, lo espasmódico, la perplejidad, el silencio o la agresión sensorial, ilustración ci-
mera del concepto de fractura y abismo en el texto.
Palabras clave: Insidious, James Wan, Joseph Bishara, cine, terror, sintaxis, banda sono-
ra, abismo, fragmentación.
THE SENSE OF THE ABYSS IN INSIDIOUS. JAMES WAN AND JOSEPH BISHARA.
SYNTAX AND SYNTHESIS OF HORROR
Abstract
Following the maxims of suspense and the foundational hallmarks of classic horror,
James Wan manages to go a step beyond in Insidious, adequately updating and refresh-
283
Julio Ángel Olivares Merino
ing these seminal parameters and their effect. The director composes a narrative se-
quence in which the motifs of phantasmagoria and cosmic horror pivot around dese-
manticization and aporia, formal and content deformity or uncertainty both leading to
a constant breakdown of logic and the inverted or anomalous rendition of the domes-
tic and familiar. For this purpose, the essence of Joseph Bishara’s atonal and blasting
modes crucially and significantly stand out in the text. His atmospheric layers and
disrupting syntax epitomize defamiliarization and fragmentation as dramatically re-
lated to the convulsive image, perplexity, silence and sensitive aggression, all of them
illustrating the sense of fissure and the abyss in the film.
Key words: Insidious, James Wan, Joseph Bishara, film, horror, syntax, score, abyss,
fragmentation.
R
Abrió la puerta. Al otro lado había un largo pasillo de techo
bajo con una hilera de pequeños faroles que se apagaban y
encendían al unísono a lo largo de ambas paredes. Se quedó
quieto y observó. Y es que tuvo la impresión de que algo
brotaba en el pasillo durante los intervalos de oscuridad, un
enjambre de oscuras formas que apenas se dispersaban de
forma imperfecta cuando volvía la luz, retorcidos espectros
que de alguna manera pertenecían a las propias paredes y se
extendían con deformes miembros.
Thomas Ligotti, «La voz en los huesos»
A pesar de que con Saw (2004), Wan inaugura el «torture porn», como
plasmación del «voyeurismo» amenazador e intrusivo, la proclividad sadiana
y las constantes de una sociedad carente de valores, desafectada y destructiva,
su propuesta en este filme va más allá de la simple evisceración y mutilación
explícita en pantalla. Siendo epicéntricos el símbolo de la sierra —el título es
una declaración de intenciones— y la violentación física, el realizador trabaja,
especialmente, las estrategias clásicas del suspense, siendo básicos el enclaus-
tramiento, la ambientación en perímetros detríticos, el enfrentamiento cerval
entre seres humanos, la cuenta atrás o referentes semióticos varios de una
mascarada de purga y castigo con tintes existencialistas y distópicos.
1 Son varios los estudios que señalan el ataque terrorista a las Torres Gemelas como punto de inflexión
en la evolución del cine de terror. Marc Redfield (2009: 1) asocia la tragedia con un trauma histórico in-
deleble mientras que Antonio José Navarro subraya dos conceptos básicos en el cine de terror norteame-
ricano post 11-S: la paranoia y el miedo (2016: 21), enfatizando las «propiedades terapéuticas» del géne-
ro (2016: 23).
2 También el títere grotesco en Saw (“Billy”) nos recuerda a la siniestra marioneta de Rojo Oscuro (Pro-
fondo Rosso, Argento, 1975). El autómata es motivo recurrente en el imaginario fílmico de Wan.
3 Otros realizadores que plantean una deconstrucción productiva a partir de un sello ciertamente au-
toral son Neil Marshall (Dog Soldiers, 2002), Eduardo Sánchez (Lovely Molly, 2011), Pascal Laugier (Mar-
tyrs, 2008), Drew Goddard (The Cabin in The Woods, 2012), David Robert Mitchell (It Follows, 2015), Ti
West (The House of the Devil, 2010), Alexandre Aja (Horns, 2013), Mike Flanagan (Oculus, 2013), Jennifer
Kent (Babadook, 2014), H.P. Mendoza (I am a Ghost, 2012) o Rob Zombie (31, 2016).
4 En Danse Macabre, su estudio sobre el cine y la literatura de terror, Stephen King defiende que el gé-
nero es, en puridad, conservador, pues, a pesar de ilustrar la desintegración y la perplejidad ante el
horror límite, los cuentos crueles no son sino una muestra de que, seas cuales sean nuestras circunstan-
cias más aciagas, hemos de aceptar nuestro «statu quo», pues hay pesadillas infinitamente más horren-
das (1993: 316).
5 Es indudable la influencia de Bryan Bertino y su filmación de inmediatez intrusiva en Los extraños
(The Strangers, 2008), con cámara que rota en torno a espacios de enclaustramiento, zoom ralentizado y
primeros planos, además de avance de óptica a través de laberintos domésticos.
6 Como indica Michael Chion: «a veces, la música complementa lo que se muestra y sugiere el espacio
que la imagen no puede o no quiere representar» (1997: 224).
7 Las tensiones manifiestas entre Josh y Renai en Insidious, además del trauma de la madre oscura que
regresa como índice de lo ominoso reprimido (Creed, 1986) y con la que Josh se reencontrará a la postre
en la fase del espejo (Metz, 1982: 4), sin obviar el demonio que se manifiesta en el dormitorio de Dalton
y pretende arrebatarlo a sus padres, presentan la realidad quebradiza de una familia amenazada desde
dentro. Si a mediados de los ochenta, al referirse a las constantes del cine de terror, Robin Wood asocia-
ba el núcleo familiar con la protección y la normalidad (1985: 201), la visión de la crítica no tardaría en
cambiar radicalmente para poner en cuestión la unidad de la familia burguesa, anidar en sus miedos
más cervales (Williams, 1996: 168), el comportamiento negligente y deficitario de sus progenitores y, en
definitiva, la desintegración de sus valores y lazos emocionales (Sobchack, 1996: 144).
lugar a dudas, «The Further», esa dimensión irreal donde todo significado es
inestable, como vórtice de suspensión del sentido, allá donde todo es des-
orientación y sucesión inconexa de «tableaux vivants»,8 en afinidad con los
espacios sin especificidad o identidad, sin paso del tiempo, a los que se refie-
re Gilles Deleuze (2005). Tales enmarques son espejos invertidos de lo cotidia-
no que se superponen a la normalidad para problematizarla a partir de fugas
de otredad y alienación, sublimando y corporeizando los traumas y la ruptu-
ra de la armonía en el ámbito doméstico. En esencia, se trata de una geografía
entre la vigilia y lo real, territorios inclausurados y abisales propios de la
«ficción de lo extraño», según Thomas Ligotti (2016: 21), en los que se evoca
«la apropiada reacción morbosa» (2016: 27) y el «asombro» (2016: 28) del re-
ceptor ante lo siniestro.
Además, explotando el carácter más «auteur» y trascendiendo la inme-
diatez del montaje invisible, Wan plantea desplazamientos más figurativos,
minando la secuencialidad cronológica de la historia al explotar el recurso de
la analepsis.9 A esta proclividad quebradiza e incómoda de la lectura ayu-
dan, indudablemente, las agresiones sonoras de Joseph Bishara, ruidos, fre-
cuencias subliminales o estridencias, modos cacofónicos y atonalidades10 que
se complementan con el extrañamiento de sonidos diegéticos —tales como el
llanto de un bebé, el tic tac de un reloj o el goteo de un grifo (amplificados
sobre planos vacíos del interior de la casa), unos pasos, el crujido de una puer-
ta, el sonido de una alarma o voces desrealizadas en un «escucha bebés», sin
obviar los efectos de eco—,11 cuyo sentido e inteligibilidad se desfamiliarizan
como emersiones siniestras.12
De igual modo, el carácter no lineal y fragmentado, la falta de cohesión
y coherencia narrativa de las composiciones de Bishara representan la suspen-
8 Ya en su primera película, Stygian (2000), Wan planteaba el confinamiento de una pareja en un es-
pacio llamado, no por casualidad, «el exilio».
9 Igualmente, son recursos de ruptura de la linealidad el inserto de imágenes de pesadilla y la cáma-
ra lenta que, en ocasiones, se asocia a éstas.
10 Véase Hutchings (2009: 224).
11 También los sonidos y golpes multiplican la enunciación insidiosa de la voz. Así, en «Voices in the
Static», se da una sucesión de sonidos desarticulados, de estridencia insoportable —afín a un picado y
contrapicado de vértigo—, cuando la presencia demoníaca se expresa a través del «escucha-bebé». Cu-
riosamente, esta sucesión se produce después de que Renai intente componer —sin éxito— una pieza al
piano, representando —figurativamente— la negación de la melodía.
12 Esta desrealización puede interpretarse como la «suspensión de los ruidos reales» a la que se refie-
re Chion (1997: 216). Bishara también desfamiliariza el sonido de los instrumentos clásicos, multiplican-
do su potencial expresivo a partir de estrategias tales como el movimiento y la basculación acusados del
arco, el «pizzicato», el «glissando», además de la secuencialidad atonal o la cuerda destensada y desafi-
nada (considérese la composición que cierra la banda sonora, «Void Moment Suite»). En «Void Figure 7»,
la inmersión en lo abisal contempla también el crujido del traste y el mástil de los instrumentos, a modo
de desgarro y sustanciación de lo agónico.
sión del criterio de armonía, consecución lógica y, por tanto, del significado a
la que se refiere Chion: «Parece que lo que detiene al gran público ante cierta
música, hoy en día, ya no son tanto las disonancias y estridencias que oye en
ella (las encuentra también en el jazz o en el rock), sino más bien la ausencia de
direccionalidad perceptible y, por tanto, de previsibilidad en el curso de la
música. Una música atonal o de modalidad flotante» (1997: 217).
13 Para un estudio sobre el efecto displicente de la disonancia, véase Peretz (2011: 99-126).
14 A partir de los preceptos de Deleuze y Spinoza, Xavier Aldana Reyes (2016) postula una teoría fe-
nomenológica del terror fílmico basada en sus modos de agresión al espectador, que experimenta y vive
lo mostrado en primera persona, más allá de la mera identificación vicaria. Aldana analiza la forma en
la que -sobre todo en escenas de violentación explícita- las películas del género condicionan la respues-
ta emocional del espectador a través de la música, angulaciones de cámara, filtros o acumulación de
efectos e incluso llegan a infligirle daño físico (2016: 5), no como simulacros sino como plasmaciones
reales, tan intensas como masoquistas (Shaviro, 1993: 138-139). En definitiva, y volviendo a la teoría
seminal de Lovecraft (1973: 16) sobre la función primordial de la atmósfera en el horror cósmico, Wan y
Bishara ratifican el potencial afectivo de la ambientación, lo innominable y lo irrepresentable en el es-
pectador, generándole el miedo cerval a lo desconocido.
15 Nótese la personificación del mal en forma de leitmotiv musical en Psicosis (Psycho, Alfred Hitch-
cock, 1960), El resplandor (The Shining, Stanley Kubrick, 1980), Halloween (John Carpenter, 1978) y, sobre
todo, en Tiburón (Jaws, Steven Spielberg, 1975). Mark Johnson, de hecho, se refiere a la corporeidad
performativa de la música (2007: 236). En el caso de Bishara, se da, además, la curiosa circunstancia de
que el compositor interpreta también al antagonista en pantalla: el demonio de cara roja que emerge de
la pared, por detrás de Josh, en Insidious, y la escalofriante bruja Batsheba, en Expediente Warren.
16 El compositor ha colaborado con bandas de este género, caracterizado por la hibridación de la línea
melódica con ruidos propios del ambiente de fábrica (radiales, martillos, hierros...), normalmente a
modo de percusión o inserto de discontinuidad.
17 La sensación trasciende esa respuesta emocional e instintiva del espectador o lector del género de
terror ante un simulacro de amenaza en el texto (Carroll, 1990), esa «ilusión consciente» (De Beni, 2012:
71) o identificación y distancia (García Barrientos, 2004) que nos llevan a creer y no creer lo que ocurre en
escena. Los espectros de Wan son entidades de ficción que apelan al espectador en este sentido, asumido
el pacto ficcional, si bien la sonoridad de Bishara -tanto la diegética (percibida por actantes y receptor)
como la no diegética, que sólo percibe el espectador- son un hecho que violenta nuestros sentidos.
to, las técnicas invasivas del «trémolo» y el «vibrato», que sugieren agitación
escalofriada—, la violentación marcada y sistemática del «ostinato» o la ex-
plotación de la agresividad y la saturación de ruidos, deudoras de la fragmen-
tación pulsional que sublima el sentimiento en el teatro oriental.18 Así, la ger-
minal «The Insidious Plane» se gesta a partir de un sonido de sobresalto o
ruptura, «in medias res», y se va construyendo sobre el silencio, la atonalidad
y ciertos efectos de discontinuidad, con corales fantasmáticas de fondo a
modo de sonoridad indistinta, hasta liberar los fraseos de «glissando» que
anticipan la eclosión distorsionada del título. Destaca, igualmente, «Gas Mask
Vision», que ilustra el momento culmen de la sesión de «ouija», con la tensión
generada por la música electrónica, la multiplicación de capas atmosféricas y
el vórtice de susurros y voces, junto con el sonido de los detectores de presen-
cia paranormal, la oscuridad, el síncope de los flashes y el movimiento agita-
do de la cámara hasta la súbita aparición de Dalton. El «score» despliega tam-
bién la sonoridad magmática de lo inefable en composiciones más atmosféricas
que narrativas, heredad de las piezas envolventes de sintetizador de John
Carpenter,19 destacando «Into The Further», segmento iniciático y diferencial
que marca el paso de Josh a la dimensión allende.
En contraste con el predominio de composiciones oscuras, Bishara in-
serta contrapuntos de cariz más melódico y melancólico, con explícita lineali-
dad narrativa —por lo general, momentos breves de distensión—, ejecutados
por un cuarteto de cuerda y piano. Es el caso de «Insidious», acompañamien-
to espectral y silente, con variación minimalista de notas de violín, además de
las piezas asociadas a Dalton, entre ellas, «Give it time», un breve paréntesis
con arpegios ralentizados de piano, «Unawakened (movimiento 2)», incon-
clusa y suspendida en el silencio, y otros cortes breves como «Bring Him
Back», «The Child Awakes»20 o «A New World».21
A pesar de su opacidad, la complejidad orquestal en las piezas de Bi-
shara es mínima. Su rarificación se debe, sobre todo, a una adherencia e inte-
18 La discontinuidad y las melodías atonales -plagadas de estridencias sonoras, golpes o voces en la-
mento- tan características de las bandas sonoras del cine de terror japonés -nótese El más allá (Kwaidan,
de Masaki Kobayashi, 1964) o la icónica Ring (Ringu, Hideo Nakata, 1998)- provienen de los modos ce-
remoniosos, a la vez hieráticos y convulsos, del teatro «kabuki» y «bunraku» (Balman, 2008: 17). Para un
estudio más pormenorizado de esta tipología musical, véase Wierzbicki (2009).
19 De hecho, Bishara trabajó como diseñador de sonido del citado director en Fantasmas de Marte
(Ghosts of Mars, 2001)
20 Se sublima la melodía en calma de esta pieza hasta el punto de eclipsar todos los sonidos en plano
y recrearse en las imágenes del reencuentro con Dalton, idealizando el instante, distanciando al espec-
tador de la pesadilla y multiplicando, así, el efecto del anticlímax subsiguiente.
21 La deconstrucción de piezas con base melódica es otra de las bazas clave en la fragmentación de la
sintaxis sonora.
racción entre capas y texturas varias que soterran los sonidos en fuga, gesta-
dos en el seno conceptual del abismo. Muy en la onda de ciertas composiciones
de culto de György Ligeti o Krzystof Penderecki —de este último, especial-
mente su avernal y abyecta «Polymorpha» (1961)—, además de piezas más
entroncadas con el «mainstream», con guiños a los modos de Philip Glass, la
textualidad musical de Bishara se caracteriza por un eclecticismo y una hibri-
dación genérica esencial, con la explotación y sublimación del estímulo agre-
sivo del ruido como recurso. En este sentido, destaca el valor predictivo y
minimalista de notas suspendidas —heredad de la música romántica, con
cierta dolencia expresada a partir de frecuencias extremadamente altas o bajas
(Donnelly 2005: 105), creando suspense— y el ya referido leitmotiv del «glis-
sando», a ritmo y volumen creciente y vertiginoso, sucesiones de notas en
descenso, generalmente eslabonadas en repetición cíclica, a modo de estribillo
o movimiento pivotal hipnótico y centrípeto —como performatividad de la
inmersión en el abismo— que genera angustia y anticipa la aparición del
mal,22 erigiéndose en «fuerza impulsiva» de la acción (Chion, 1997: 222). A ello
se le suma la sucesión esquizoide y convulsa de notas estridentes, arpegios y
armónicos de violín, herederos de la banda sonora compuesta por Joseph Lo-
Duca para Posesión Infernal (Evil Dead, Sam Raimi, 1981).23
Más que acompañar, pues, la sonoridad experimental de Bishara
«co-irriga» y «co-estructura» (Chion, 1997: 219), en perfecta simbiosis o desfa-
se, la linealidad estudiada y metódica de los planos, además de su espectrali-
dad. Así, es evidente el anclaje audiovisual en diversos pasajes, ilustrándose,
por ejemplo, en la explicitación de la tensión a través de la aceleración del
«tempo» sonoro y las convulsiones de cámara o «travelling» inmersivo, ade-
más de la súbita irrupción del cromatismo saturado o las formas en primer
plano, junto con el ataque de sonidos de alta frecuencia, la ya consabida im-
bricación entre la irrupción de lo abyecto y la subida de volumen.24 También
crean sinergia audiovisual las imágenes de duermevela con sonidos latentes o
emergentes, sin obviar la multiplicación de encuadres en fuga, sugiriendo
22 Para aspectos relacionados con la vinculación entre personajes y motivos sonoros, véase Monelle
(1992).
23 La música de Bishara se asemeja al estilo fragmentado del «zapping», la estética del «scratch», los
saltos y el montaje anárquico y vanguardista de los vídeos musicales o el «collage» del videoarte.
24 Cambio repentino desde la sonoridad suave al repunte sonoro (Whittington, 2014). Sea como fuere,
lo siniestro y el estremecimiento no están ligados sólo y exclusivamente al volumen excesivamente ele-
vado, pues el hervor indistinto del ruido blanco provoca una sensación de desasosiego par. En ambos
casos se trata de un valor de otredad añadido con respecto a la norma (Hutchings, 2009: 224) y, como
afirma Sonnenschein (2001: 67), un estímulo afectivo, físico y emocional, que trasciende el mero valor
acústico.
25 Los sonidos enmarcan el plano, acotan la sensación en suspensión, aíslan y, tras hipnotizar, instan
al viaje interior. Son piezas ambientales, pero también de agitación sustanciada e inmersión en los esce-
narios de amenaza. Se da una frontalidad explícita, al experimentar el encuentro con lo desconocido,
bien por el magnetismo de un punto en fuga —percepción centrípeta—, bien porque desde el espacio de
incertidumbre emana el referente antagonista —pulsión abyecta o centrífuga.
26 Abuín destaca el abandono de la lógica narrativa en los relatos contemporáneos en favor de un
«devenir desemantizado de signos» (2008: 334). El único recurso que se nos antoja previsible en Bishara
es la repetición de motivos sonoros en bucle a través del leitmotiv.
27 La acumulación de sonidos graves y de frecuencia baja en pantalla provoca -especialmente en si-
tuaciones de tensión- un estímulo cercano al «input» vibrotáctil. Según varios estudios (Branje et al,
2014: 1; Lindeman et al., 2005), éste potencia la vivencia inmersiva del receptor más allá de la experien-
cia audiovisual.
28 De hecho, gran parte de la banda sonora de Insidious fue compuesta y grabada antes de que Wan
comenzase a filmar su película, por lo que es la esencia oscura de ambas textualidades la que garantiza
su sinergia.
29 Link (2010: 43) señala, precisamente, la aporía y deformidad estructural como fundamentos carac-
terísticos de toda música que epitomiza y tematiza la monstruosidad.
30 La construcción gradual de la tensión en pos del culmen de agresión sonora y visual (Lerner 2010:
ix) garantiza la respuesta emocional requerida por parte del espectador (en el caso de Bishara, se invier-
te, en ocasiones, la secuencia, partiendo del sobresalto y desembocando en la calma amenazadora). El
momento clave de revelación es el «startle effect» que, según Julia Hanich (2012: 586) -y ésta es otra de
las constataciones del potencial afectivo del terror fílmico-, nos hace conscientes de nuestra corporeidad
y de cómo las sensaciones y agresiones del discurso fílmico nos afectan orgánicamente.
31 Destacable es su uso en «He’s Looking At Us», «Slithers Into Fog» y «Dark Boundaries Crossed»,
receso o respiro al que sigue el anticlímax, con reduplicación de la estridencia, la percusión, las notas
agudas y la aceleración del «tempo». Finalmente, la acumulación de cesuras -nuevamente, estilema del
exceso- resulta también harto operativa. Considérese, al hilo, la pieza «Hooves For Feet».
32 Según Link (2010: 38), su descontextualización -al reproducirse en una ambientación de oscuridad
y perversión- ilustra el paso de la inocencia a la obscenidad.
33 Véase Residual Media (2007), editado por Charles R. Acland, para una interpretación del reciclado
de la música «retro» en las manifestaciones artísticas contemporáneas.
34 Se da una ambigüedad esencial entre identificación primaria y secundaria en esta secuencia. Sería
primaria si consideramos que es el espectador, directamente, el que focaliza al personaje en plano; se-
cundaria, si la visión de cámara subjetiva corresponde al niño, que se ve a sí mismo durante uno de sus
viajes astrales.
35 Tanto el dormitorio —espacio de las pesadillas—, el pasillo -no lugar, entre estancia y estancia, en
el que las siluetas acechan- como la ventana —umbral de invasión doméstica— son cronotopos clásicos
del cine de terror.
36 Este encuadre, junto con otros anclajes entre imagen y sonido asociados a la aceleración del «tem-
po», planos en escorzo irreal y síncresis o desfase sonoro- es ilustración de lo que Lipovetsky y Serroy
denominan «imagen-exceso» (2009).
argumentales: la que sigue los pasos del marido y aquella que acompaña a
Renai. Para la primera, Wan se vale de la cámara al hombro, testigo de ur-
gencia en silencio —como el espectador—, titubeante, encarando la situa-
ción u oculta entre bastidores.
Otro de los índices sonoros que violentan la escena y marcan la evo-
lución de la línea narrativa protagonizada por Renai es el llanto del bebé.
Alertada por éste, la mujer se dirige al dormitorio del pequeño. La cámara
vuelve a ser testigo, aunque aguarda, en enfoque frontal, la aproximación
del personaje para situarse por detrás después y adentrarse en la estancia. A
punto de cruzar el umbral, vemos la figura residente y oscura tras los corti-
najes etéreos y rojizos —como índice de lo demoníaco en el filme—, allá en
el punto de fuga del dormitorio. Tras unas décimas de segundo —retardado
con respecto a la plasmación visual—, se escucha un golpe de efecto acusa-
do con subida de volumen —una especie de «gong» reverberado que rompe
el silencio de fondo y multiplica el índice tensional del llanto del niño, al que
se unen el grito de terror de Renai y la agitación de la cámara—, haciendo
que el espectador repare —si no lo ha hecho ya— en la silueta casi inadver-
tida en plano.37 Josh se reencuentra con Renai entonces, activándose de in-
mediato otro foco de violentación sonora: la alarma, también fuera de plano.
La expectativa y el suspense alcanzan cotas límite cuando Josh descubre dos
elipsis de la intrusión: la puerta principal de la casa abierta y la cadena de
seguridad balanceándose.
En síntesis, los valedores expresivos de la secuencia son, por una par-
te, el silencio sobre el que se proyectan las violentaciones sonoras que se mul-
tiplican a lo largo de su desarrollo —escindiéndose las líneas narrativas y
acentuando el suspense en cada una de ellas—, la aceleración del «tempo»,
sustanciando la escalada tensional, además de las sugerencias del fuera de
plano, tanto visual como sonoro. La placidez y el silencio de una escena fami-
liar se ven alterados, consecuentemente, por varias modalizaciones de intru-
sión en la privacidad, desde la doble sucesión de tres golpes en la puerta —su-
gerencia— hasta el sonido incisivo de la alarma y el estremecedor plano
vacío de la puerta abierta —consagración de la invasión del espacio domésti-
co—, sin obviar la ominosa figura que acecha —«startle effect» mediante—
en el dormitorio del bebé.
37 El antagonista aterra más, precisamente, por su silencio y estatismo. No emerge de forma violenta
sino que aguarda, como parte del imaginario reprimido, y cobra relieve gracias a la puntuación sonora.
38 La canción fue compuesta, a finales de los años 20, por Joe Burke. Su letra, escrita por Al Dubin,
manifiesta un cortejo sutil desde el otro lado de la ventana, en invitación a pasear por el jardín, a la luz
de la luna. Cabe indicar que, además del ya referido impacto de la música antigua en un contexto de
escalofrío, la letra se nos antoja un guiño irónico, pues impele a traspasar la frontera con el más allá.
39 La pieza vuelve a tener protagonismo cuando Josh y Dalton acceden al taller de autómatas del anta-
gonista. Al adoptar Wan el punto de vista de los personajes, que contemplan, aterrados y desde fuera, la
estancia del demonio como escenario de sombras chinescas, la música asociada como «leitmotiv» a la
contrafigura se escucha en la distancia, como fraseo diegético al otro lado de la cristalera. El «travelling»
omnisciente que indaga en el espacio a contraluz y trae la melodía a primer plano sugiere la presencia
inmediata de la amenaza. Al devolver el punto de vista a los personajes, la música queda nuevamente
desplazada, como foco de emisión en la distancia, aunque esto no es garante de seguridad, pues, tras un
silencio súbito, sobreviene el típico golpe estremecedor que desata el ataque de la contrafigura.
40 Aconsejamos la lectura del artículo «Teatralidad y elementos fantásticos en las casas del terror», de
Miguel Carrera Garrido (2014), para entender las constantes de las denominadas «Haunted Attractions».
5. Acordes de conclusión
41 Hay, cierto es, algunos contrapuntos cromáticos deudores de la estética pesadillesca y surrealista de
David Lynch en Twin Peaks (1992). Como muestra, la puerta tonalidad rojo delirante tras la que se ocul-
ta el demonio.
42 Para Balanzategui (2014: 187), la representación del núcleo familiar perteneciente a la década de los
50 como diorama de marionetas simboliza, en su estatismo, composición minimalista y contextualiza-
ción vaga, la cristalización del pasado como dimensión permanente e indeterminada
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Nicola Pasqualicchio
Università di Verona
nicola.pasqualicchio@univr.it
Recibido: 06-06-2018
Aceptado: 22-09-2018
Sommario
L’articolo esamina il dramma The Woman in Black di Stephen Mallatratt (1987), metten-
dolo a confronto con il romanzo omonimo di Susan Hill (1983) da cui deriva. L’articolo
analizza i procedimenti specificamente teatrali di realizzazione dell’orrore, che fanno
del dramma un’opera più originale della tradizionale ghost story che ne è all’origine. In
particolare viene sottolineata la ritrovata continuità tra performance teatrale e azione
rituale, che espone la scena all’irruzione del soprannaturale.
Abstract
The article focuses on Stephen Mallatratt’s play The Woman in Black (1987) and con-
fronts it with the homonymous novel by Susan Hill (1983), that is its source. The goal
of the article is to emphasize the originality of the play in comparison with the literary
work, and to demonstrate how it employs specifically theatrical devices to achieve its
horror effects. In particular, the article underlines the continuity between theatrical
performance and rite, that opens the stage door to the irruption of the supernatural.
307
Nicola Pasqualicchio
1 La produzione letteraria della scrittrice, nata a Scarborough nel 1942, che le ha giovato premi impor-
tanti come il Whitbread Novel Award e il Somerset Maugham Award, consiste principalmente di ro-
manzi che riprendono temi e atmosfere della tradizionale ghost story. Oltre a quello di maggior successo,
che è appunto The Woman in Black, ricordiamo The Mist in the Mirror (1992), The Man in the Picture (2007),
The Small Hand (2010).
2 Il primo editore del romanzo, nel 1983, è stato Hamish Hamilton. A partire dal 1998 il volume è stato
pubblicato da Vintage. Le nostre citazioni si riferiscono all’edizione Vintage nella ristampa del 2016.
3 Stephen Mallatratt (1947-2004) ha cominciato la sua carriera teatrale come attore nella compagnia
del celebre commediografo Alan Ayckbourn a Scarborough, e ad essa ha presto accoppiato quella di
drammaturgo. Ai suoi primi lavori, prodotti e diretti dallo stesso Ayckbourn, sono seguite varie com-
missioni da diversi teatri inglesi. Dopo The Woman Black ha realizzato, ma con successo molto inferiore,
un’altra trasposizione teatrale di una storia di fantasmi: The Turn of the Screw da Henry James, andata in
scena allo Stephen Joseph Theatre di Scarborough nel 1988, anch’essa con la regia di Robin Herford e la
scenografia di Michael Holt.
4 Le nostre osservazioni sullo spettacolo sono basate sulle recite del 14 e 15 aprile 2017, con Stuart Fox
nel ruolo di Arthur Kipps e Joseph Chance in quello dell’Attore.
5 Sull’intrinseca vocazione «fantasmatica» del teatro e sulla sua essenza di limen tra il mondo dei vivi e
quello dei morti si veda in particolare Borie, dove tra l’altro si legge che «le théâtre, dans son essence, s’af-
firme comme manifestation d’une réalité qui n’est pas de l’ordre de la réalité quotidienne ni du corps vivant
de chair et de nerfs, mais (...) de l’ordre d’une réalité qui nous conduit au bord de la mort» (1997: 11).
sta sua posizione verrà presto messa alla prova non solo dalle ore di completa
solitudine trascorse nella casa, ma soprattutto dalle ripetute apparizioni visi-
ve di una spaventosa donna vestita di nero e da suoni spettrali quali le urla di
terrore che, nella nebbia, sembrano emesse da persone che affondano nella
palude, e il rumore ritmico proveniente a intermittenza dalla stanza del bam-
bino, da tempo abbandonata. Grazie ad alcuni documenti e alle ammissioni di
alcuni abitanti della cittadina, Kipps apprenderà che la donna in nero è il fan-
tasma della sorella di Alice: rimasta incinta senza essere sposata, era stata co-
stretta dalla famiglia a rinunciare al figlio, adottato da Alice, che invece era
sposata e senza figli. Il bambino era così vissuto a Eel Marsh, credendo Alice
la sua vera madre fino al giorno in cui la carrozza su cui il piccolo viaggiava
assieme alla sua governante, colta da un improvviso infittimento della nebbia,
era uscita di strada ed era stata inghiottita dalle sabbie mobili. Il terrore che gli
abitanti di Crythin Gifford provano nei confronti della donna in nero è legato
al fatto che ogni apparizione del fantasma, assetato di vendetta per la sottra-
zione e la morte del figlio, è sempre stata seguita a breve distanza dalla morte
di un bambino. L’avvocato sperimenterà sulla propria pelle la verità di tale
diceria qualche tempo più tardi, dopo essersi sposato ed essere diventato pa-
dre, quando l’orrore dei giorni di Eel Marsh, apparentemente lasciato alle
spalle, si rifarà vivo con lui nel più tragico dei modi: in un giorno di festa, il
fantasma della donna in nero si parerà davanti alla carrozza su cui viaggiano
sua moglie e il suo bambino, provocando lo schianto del mezzo contro un al-
bero e la morte di entrambi.
La riduzione teatrale del libro di Susan Hill non era una scommessa faci-
le, considerato che si trattava di adattare per una produzione a budget limitato
un romanzo che affidava molto agli aspetti visivi e visionari, costruendo la gran
parte della propria efficacia sulla suggestione di un paesaggio sconfinato e re-
moto di paludi e maree e sulla descrizione della sua sinistra bellezza.6 Una car-
ta, questa, facile da giocare per una trasposizione cinematografica, ma decisa-
mente problematica per una messa in scena teatrale. Vedendosi costretto a
rinunciare a questa risorsa, e intendendo compensarla sollecitando con altri
mezzi l’interesse dello spettatore, il drammaturgo ha operato in due direzioni.
La scelta drammaturgica di più immediata evidenza è consistita nel ri-
correre ad un’antica risorsa del teatro, capace di estrarre ricchezza dalla propria
6 La stessa Hill era inizialmente perplessa sulla possibilità di trasformare il suo romanzo in un’opera
teatrale. Quando per la prima volta Mallatratt le propose l’idea dell’adattamento, pur non escludendone
del tutto la possibilità, scrisse in una lettera indirizzata al drammaturgo: «I’m amazed that you should
think it remotely possible to do the book on stage» (Murgatroyd, 2012); salvo ricredersi l’anno seguente,
dopo aver letto il copione e averlo trovato «very clever» (Murgatroyd, 2012).
stessa povertà: la sua capacità evocativa, ottenuta stimolando una sorta di com-
partecipazione creativa del pubblico all’allestimento di una scenografia tutta
immaginaria. Non a caso, una battuta del testo a questo proposito sembra diret-
tamente discendere dal celeberrimo prologo dell’Enrico V shakespeariano, che
chiede appunto al pubblico di supplire con la propria fantasia alle manchevo-
lezze del teatro, facendo apparire vasti campi e bracci di mare e dando vita a
scontri di grandi potenze laddove non c’è che un nudo palcoscenico («this wo-
oden O») e i pochi attori che lo percorrono. Dice Kipps nel testo di Mallatratt:
«And so, imagine if you would, this stage an island, this aisle a causeway, run-
ning like a ribbon from the salt marsh to the sea (...) Imagine Arthur Kipps alone
there now, a tiny figure, lost in the immensity and wideness of marsh and sky»
(Mallatratt, 1989: 26). L’atmosfera paesaggistica non viene dunque affidata né a
una scenografia costruita o dipinta né a immagini proiettate, ma alla sola forza
evocativa delle parole. Per quanto riguarda l’articolazione dello spazio, le indi-
cazioni sceniche di Mallatratt prevedono che la gran parte delle azioni si svol-
gano nella parte anteriore della scena, mentre quella posteriore, delimitata da
un velo e resa visibile solo in determinati momenti, funge da spazio esterno nei
momenti in cui Kipps passeggia nel cimitero abbandonato presso la casa.
Nell’allestimento di Robin Herford questo spazio arretrato ospita anche, in al-
ternanza con il paesaggio esterno, la parte più segreta e stregata della casa, la
stanza del bambino, mai svuotata dei suoi mobili e dei suoi giochi. L’atmosfera
di inquietudine e paura è affidata dalle didascalie del dramma, oltre alle rapide,
talvolta fulminee apparizioni dello spettro, a un efficace impiego delle luci e a
una serie di effetti sonori che, nello spettacolo al Fortune Theatre, giocano sulla
repentinità dei suoni e sull’altezza del volume per far saltare gli spettatori sulle
sedie nei momenti di maggior tensione.
Questa componente di semplicità suggestiva e di artigianale efficacia, in
cui ha naturalmente una parte decisiva la bravura degli interpreti, è l’aspetto
più evidente e più efficace dello spettacolo, ed è ciò che probabilmente conti-
nua a determinarne il successo presso gli spettatori. Ma c’è un secondo, più
decisivo e sostanziale intervento drammaturgico che Mallatratt compie nei
confronti del romanzo, e che fa di questo dramma, al di là dei suoi obiettivi di
intrattenimento, una riflessione metateatrale sull’intrinsecità del rapporto tra
attore e fantasma, e, di conseguenza, tra teatro ed orrore. Madelon Hoedt ha
giustamente rilevato che «Mallatratt deftly draws attention to just how ghostly
and unsettling the theatre is by its very nature, and in doing so enhances the
effect of the ghost story» (Hoedt, 2016: 137), anche se si limita ad attribuire le
specifiche potenzialità del teatro in relazione all’orrore fantastico al fatto che «it
is a place where one sits in the dark» e «where imagination becomes reality»
(Hoedt, 2016: 136). Se la prima affermazione, relativa al buio in sala, è scontata
e tutto sommato legata ad aspetti superficiali e quasi infantili della paura a te-
atro, più interessante è l’affermazione che sulla scena l’immaginazione diventa
realtà, purché la si prenda sul serio, spostandola da un piano di pura illusione
psicologica al suo più inquietante fondamento antropologico. Per capire, dun-
que, in che cosa consista l’effettiva originalità e in un certo senso la radicalità
dell’operazione drammaturgica di Mallatratt, dobbiamo tornare al romanzo,
per specificare che esso ci viene presentato come opera dello stesso Kipps (il
che giustifica la scelta della narrazione in prima persona), il quale trova nella
scrittura il solo mezzo per liberarsi dal peso dell’orribile esperienza vissuta nel
passato e per esorcizzare definitivamente la propria anima dal fantasma. La
scrittura come catarsi, o piuttosto come esorcismo, dunque:
I recalled that the way to banish an old ghost that continues its hauntings is to
exorcise it. Well then, mine should be exorcised. I should tell my tale, not aloud,
by the fireside, not as a diversion for idle listeners – it was too solemn, and too
real, for that. But I should set it down on paper, with every care and every de-
tail. I would write my own ghost story. Then perhaps I should finally be free of
it for whatever life remained for me to enjoy (Hill, 2016: 19).
volto dal fascino della storia, l’Attore trasforma le sue «lezioni di teatro» in
una vera e propria messa in scena della vicenda vissuta da Kipps, assumendo-
ne lui stesso il ruolo, e affidando all’avvocato, vero soggetto della vicenda
accaduta, la funzione di narratore e di interprete di tutti i personaggi seconda-
ri. L’effetto pratico di questa idea di Mallatratt è di poter mettere in scena
tutta la vicenda impiegando due soli attori e di sottrarsi a una semplice ridu-
zione scenica della vicenda narrata del romanzo, che ne avrebbe condiviso e
forse accentuato la convenzionalità piuttosto antiquata.
Ma le conseguenze di questa scelta sul piano drammaturgico vanno
oltre. Lo spettacolo non si presenta infatti come la messa in scena della storia
di Susan Hill, ma come la messa in scena del tentativo che il suo protagonista
e un attore fanno di rappresentare teatralmente questa storia. E non per farne
uno spettacolo di intrattenimento, ma per permettere a Kipps di riviverla, per
sé e per gli altri, come se effettivamente si ripetesse con tutto il suo carico di
orrore. Proprio questa riserva di orrore ancora vivente, una volta convogliata
efficacemente nella rappresentazione grazie al sapere «tecnico» dell’Attore,
nutre la storia dell’energia necessaria per riattualizzarsi. Se nel romanzo la
storia è restituita in forma mitica, vale a dire come semplice racconto, qui essa
è invece recuperata in forma rituale, cioè come riattualizzazione, ripetizione al
presente di quella storia. Il teatro recupera qui la sua efficacia magica, cui for-
se in tempi antichi, quando esso ancora non si era completamente distinto
dall’azione rituale, si prestava fede. E si espone perciò al compito rischioso,
insito in ogni rito, di dover fronteggiare e controllare la presenza, non simbo-
lica ma reale, delle potenze soprannaturali o degli spiriti dei defunti che il rito
stesso ha richiamato. Quest’azione di controllo ha normalmente successo nel-
le azioni rituali culturalmente codificate e ammesse all’interno di determinate
società, in quanto a esse sovrintendono delle figure (sacerdoti, sciamani, stre-
goni) cui è affidato proprio un sapere «tecnico» di gestione del sacro attraver-
so un processo liturgico che ne contiene la potenza entro uno spazio e un
tempo limitato, impedendole di sconfinare rovinosamente, al di fuori del locus
deputatus, nella dimensione terrena e umana. Nel testo di Mallatratt, invece, i
due protagonisti adottano degli atteggiamenti e degli strumenti rituali senza
rendersene conto pienamente, e non comprendendo che la loro totale imme-
desimazione negli eventi passati ha il potere di ridar vita non solo agli affetti
vissuti, ma ai fatti stessi, nella loro doppia componente, umana e spettrale.
Proprio su questo basa la sua efficacia e la sua novità la versione teatra-
le di The Woman in Black. Superate le prime incertezze recitative e titubanze
psicologiche di Kipps, le lezioni dell’Attore si trasformano presto, sotto i no-
stri occhi, in una prova filata, in cui è evidente che non solo Kipps ma anche
l’Attore si immedesimano profondamente. Tale risultato è dovuto all’espe-
rienza recitativa dell’Attore, ma anche a un suo intervento drammaturgico,
volto a sveltire il testo, a privarlo di particolari teatralmente superflui, a ren-
derlo quanto più possibile interessante per il pubblico a cui è destinato. Con
sottile gioco autoreferenziale, qui Mallatratt attribuisce all’Attore nei confron-
ti del resoconto scritto di Kipps lo stesso lavoro da lui compiuto nel ridurre il
testo di Susan Hill. Ma, all’interno del dramma, della necessaria operazione di
sintesi teatrale viene sottolineata l’efficacia non solo in riferimento al futuro
interesse degli spettatori, ma anche in quanto essa si esercita, al presente, sul-
le due persone che si trovano sulla scena, Kipps e l’Attore appunto.
C’è in realtà qualcosa, da questo punto di vista, che il dramma di Mal-
latratt non chiarisce fino in fondo. Ciò a cui Kipps vorrebbe essere preparato
dall’Attore è un monologo, una performance diegetica, consistente in una
narrazione orale carica di una forte, e al contempo controllata, partecipazione
emotiva; l’Attore, invece, muta il suo testo in qualcosa di più teatrale, almeno
in parte decisamente mimetico, con un’importante componente di dialoghi,
benché alternati a un cospicuo residuo di diegesi. Il testo che vediamo messo
in prova prevede infatti che la parte di Kipps sia interpretata dall’Attore, il
quale attribuisce a sé anche una serie di raccordi narrativi in prima persona,
dedicati prevalentemente alle ripercussioni degli avvenimenti sulla sfera
emotiva dell’avvocato; al vero Kipps, viceversa, sono assegnate le parti di tut-
ti gli altri personaggi che con lui interagirono nella storia e una serie di colle-
gamenti narrativi in terza persona di natura più oggettiva di quelli che l’Atto-
re-drammaturgo ha riservato a sé. Non è detto che il reale pubblico teatrale
del Fortune Theatre, coinvolto dalla rappresentazione della prova e su essa
concentrato, si ponga il problema, ma il problema c’è: come potrà Kipps rac-
contare al suo piccolo pubblico privato una storia che è ora strutturata come
un testo teatrale che necessita di due attori? Si potrebbe ipotizzare che l’inten-
to dell’Attore, oltre a soddisfare una sua componente istrionica e narcisistica
che la prima parte del dramma mette bene in evidenza, sia, nei confronti di
Kipps, solamente propedeutico: il testo in questa forma serve all’addestra-
mento attoriale dell’avvocato, che poi, forte dell’esperienza acquisita attraver-
so di esso, potrà tornare al racconto orale monologico, ma facendo ora tesoro
di una consapevolezza e di un controllo che lo renderanno capace di mante-
nere, nei confronti di quel personaggio che è lui stesso nel passato, un giusto
equilibrio tra immedesimazione e distanza. Se obbedisce a questa intenzione,
la strategia pedagogica dell’Attore si prospetterebbe davvero efficace: nella
e infine nella disperazione per la tragica morte del figlio. L’Attore confessa a
Kipps quale elemento più di ogni altro ha reso possibile la sua immedesima-
zione: «I imagined my own child» (Mallatratt, 1989: 50). Che l’Attore avesse
una figlia l’avevamo appreso fuggevolmente nella parte iniziale del dramma,
come una notizia che in quel punto pareva irrilevante. Ora, invece, proprio
l’esistenza di questa bambina diventa inaspettatamente il punto di convergen-
za di tutto il male soprannaturale che nella storia si è manifestato.
Infatti, immediatamente dopo avere ricordato il fatto di essere padre,
l’Attore decide di soddisfare la curiosità che da un certo punto della rappre-
sentazione ha cominciato a nutrire, e domanda a Kipps: «Who is she?» (Mal-
latratt, 1989: 50). Parla della donna in nero che il pubblico ha visto comparire,
con estrema puntualità e notevole efficacia terrificante (e anche questo, certo,
deve avere aiutato l’immedesimazione dell’Attore in Kipps), tutte le volte che
la rievocazione della storia ne richiedeva l’apparizione: un’attrice, secondo
l’interpretazione razionale dell’Attore, che Kipps avrebbe ingaggiato e meti-
colosamente istruito, probabilmente come una sorta di regalo teatrale a sor-
presa per l’Attore, oltre che come personale contributo alla riuscita della rie-
vocazione. Ma Kipps cade dalle nuvole: afferma di non saperne nulla, e di non
avere visto sul palcoscenico, per tutto il tempo della rappresentazione, altre
persone che l’Attore. Grazie a queste battute finali il pubblico apprende d’im-
provviso, nello stesso momento in cui con orrore se ne rendono conto Kipps e
l’Attore, che la recita è stata talmente efficace, in quanto riuscita riattualizza-
zione rituale del passato, che anche il fantasma è stato rievocato, ripresentan-
dosi come allora a Kipps, che al presente è però incarnato dall’Attore total-
mente identificatosi con lui. E comprendiamo che, come nel passato era
accaduto per il bambino di Kipps, questa riapparizione segna la condanna a
morte della figlia dell’Attore, anche se a quest’ultima tragedia il dramma non
darà visibilità scenica.
Così Mallatratt, riprendendo apparentemente la stessa vicenda narrata
da Susan Hill, in realtà la reinventa e ne sposta radicalmente il fuoco proprio
grazie alla decisione di utilizzare le specifiche potenzialità di orrore fantastico
del teatro. Alludendo alla già citata ghost-story di Henry James, potremmo
dire che l’adattamento teatrale di Mallatratt non costituisce il semplice pas-
saggio della storia da un linguaggio espressivo a un altro, ma un giro di vite,
un turn of the screw, impresso alla vicenda, amplificandone il potenziale di
orrore rispetto a quello del romanzo. La narrazione scritta dal Kipps di Susan
Hill si presenta infatti come un esorcismo estremamente doloroso ma riuscito:
narrando la sua storia tremenda, il protagonista riesce effettivamente a met-
terci una pietra sopra. «I have told it. Enough» (Hill, 2016: 200), sono le ultime
parole del protagonista/narratore. Il finale del romanzo esprime così, in modo
lapidario, tutta la sofferenza provata da Kipps nel rivivere la storia attraverso
il racconto scritto, ma anche il senso di aver davvero chiuso, grazie ad esso, i
conti con l’orrore, di averlo lasciato alle proprie spalle. Il teatro, al contrario,
rilancia l’orrore e ci mostra la rappresentazione come una possibilità di conta-
gio e di virtualmente infinita riattivazione del male soprannaturale. Anche
sulla scena Kipps pronuncia quella stessa frase apparentemente liberatoria
(Mallatratt, 1989: 50), ma essa non conclude il dramma; le poche battute che la
seguono sono sufficienti per rovesciare la situazione, e mostrarci come l’orro-
re del passato abbia invaso il teatro stesso dove esso viene evocato, e dunque
il fatto che le conseguenze della malvagità soprannaturale non sono affatto
«enough» e probabilmente non lo saranno mai. Più ancora che nel plot roman-
zesco che ingloba, il vero orrore del dramma è situato proprio nella cornice
teatrale, apparentemente rassicurante per la sua distanza spaziale e temporale
dai fantasmi del passato, ma in realtà tragicamente esposta, proprio perché
teatrale, al loro ritorno.
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Alessandra massoni
Universidad Autónoma de Barcelona
massoni_a@hotmail.com
Recibido: 14-03-2018
Aceptado: 16-11-2018
Resumen
Abstract
Jaime Alazraki’s proposal on the neofantastic has tried to replace the fantastic from
the landscape of the transgressive short story review in the postmodern framework.
321
Alessandra Massoni
R
No existe tal cosa como un mundo imposible
Marie-Laure Ryan
1 Las modalidades aléticas nos indican las regularidades de los mundos ficcionales, como la causali-
dad y el orden espacio-temporal (Doležel, 1999: 172-173).
2 D. Lewis explica el uso del contrafáctico mediante un ejemplo: «‘If kangaroos had no tails, they would
topple over’ seems to me to mean something like this: in any possible state of affairs in which kangaroos
have no tails, and which resembles our actual state of affairs as much as kangaroos having no tails per-
mits it to, the kangaroos topple over» (Lewis, 1986: 1).
3 En lo fantástico, la transgresión es un condicional cuyo valor siempre es falso. p.ej: ‘Ella estuvo con-
viviendo con su marido hasta septiembre, pero resultó llevar muerto desde San Juan’; la transgresión en
condicional: ‘Si su marido lleva muerto desde San Juan, entonces ella no puede haber convivido con él
hasta septiembre (pero lo hizo = el condicional es falso)’. Vid.: «El desertor» (Merino, 1982: 81-85).
1. Realismo neofantástico
4 Debido al carácter semántico de este estudio, no nos adentraremos más allá de las cuestiones prag-
máticas básicas de la recepción de los fenómenos que transgreden los códigos de orden real.
ben en las celdillas de la razón» (Alazraki, 1990: 29). Es decir, además tene-
mos que esta segunda realidad es de orden ininteligible, ya que la expresión
de este género maneja aquello que no está sujeto a la lógica, pretende desci-
frar la «sinrazón».
En el siguiente punto entenderemos por qué lo neofantástico se man-
tiene en el paradigma clásico de la ficción como mímesis del mundo real.
Según la definición de Alazraki, el objetivo de lo neofantástico es represen-
tar la realidad y, como no puede acceder a ella por medio de patrones lógi-
cos o racionales, lo realiza a través de un sentido figurado. De modo que
mientras que lo fantástico pretende transgredir el orden real, lo neofantásti-
co prueba de representarlo. Con todo ello aducimos que lo neofantástico no
puede representar un mundo posible, puesto que de él no se aprehende lo
que «podría haber pasado» sino lo que, de hecho, está ocurriendo. Lo neo-
fantástico cifra su referente en la realidad (imperceptible) extratextual; es
decir que en lugar de transgredir un orden real, alegoriza sobre él. En otros
términos: lo neofantástico no construye un mundo posible, sino que recons-
truye el nuestro.
I believe that there are possible worlds other than the one we happen to inhab-
it. (...) It is uncontroversially true that things might be otherwise than they are.
(...) there are many ways things could have been besides the way they actually
are. On the face of it, this sentence is an existential quantification. It says that
there exist many entities of a certain description, to wit ‘ways things could have
been’. (...) I therefore believe in the existence of entities that might be called ‘ways
things could have been’. I prefer to call them ‘possible worlds’ (Lewis, 1973: 84,
cursivas mías).
5 Según el realismo metafísico la objetividad del mundo no depende de nuestro sistema de conceptua-
lización, es decir, nuestros conceptos deben ajustarse al mundo para generar enunciados verdaderos.
7 Para más información sobre la dualidad apolíneo-dionisiaca nietzscheana, véase Eugen Fink (1966:
21-25).
8 Aquí nos referimos a «verdad ontológica», según la cual una proposición es verdadera si se corres-
ponde con la idea que tenemos de la realidad. En este caso un enunciado de un texto neofantástico será
verdadero a cuenta de su ajuste con la realidad ininteligible. En cambio, en términos de «verdad lógica»
un enunciado es verdadero cuando sus constituyentes se adhieren a las normas de la lógica formal (p.
ej. a=a siempre es una verdad lógica).
9 No obstante, el estudio también se podría haber enfocado al plano de «lo real» en lo fantástico, como
hace David Roas (2011: 11-30); y la semántica de mundos posibles de la ficción de Lubomír Doležel (1999),
que legitima el empleo de otros factores que superan al paradigma mimético, como el análisis del plano
de las macroestructuras de la realidad y los canales a través de los cuales accedemos a los mundos.
10 La descripción que utiliza Marie-Laure Ryan para adscribir estas categorías al modelo de la semán-
tica de mundos posibles sigue siempre un mismo patrón: En la Identidad/Compatibilidad (de) X, MRT
es accesible desde MR si ambos mundos respetan las propiedades que pertenecen a X. Siendo MRT =
Mundo Real Textual y MR = Mundo Real (1997: 182).
erigen mundos cuyos códigos de realidad pueden no coincidir con los de nues-
tro mundo, pero no tienen por qué presentar imposibilidades lógicas.14 Sobre
la poética sinsentido, diríamos que, aun vulnerando las normas gramaticales y
quizás las semánticas, no construye mundos puesto que son meros juegos lin-
güísticos que bloquean el acceso epistemológico. Lo fantástico —tradicional y
postmoderno— tampoco construye mundos imposibles per se, y, sin embargo,
«es la única categoría literaria (estética) que no puede funcionar sin la presen-
cia de lo imposible» (Roas, 2011: 46). Esto no quiere decir que los códigos del
mundo de lo fantástico tengan como fundamento variables imposibles, por el
contrario, para la generación de la ficción fantástica es necesaria la coexistencia
entre las regularidades de la realidad conocida y el elemento transgresor. Los
códigos del mundo no transgreden la compatibilidad G/Lógica sino, en reali-
dad, un fenómeno inexplicable: lo fantástico —lo imposible.
La diferencia es sustancial, lo fantástico no presenta mundos que trans-
greden unos códigos de uniformidad, sino códigos que transgreden el mun-
do. En esta defensa, deberemos oponernos a la afirmación de Ryan, según la
cual la imposibilidad lógica —la transgresión de la «compatibilidad lógica» y
de la «compatibilidad analítica»— es la productora de la literatura absurda o
sinsentido. Tampoco es necesario incluir toda la cosmogonía de la ficción
postmoderna, pues basta con atender a las formas que ha generado lo fantás-
tico en el marco contemporáneo. De tal modo que ponderaremos la importan-
cia de la función de la imposibilidad en las distintas manifestaciones de lo
fantástico, esta nueva modalidad se emancipa del estatuto de la imposibilidad
en la semántica de los mundos posibles de Marie-Laure Ryan. Seguiremos, sin
embargo, un razonamiento similar al de las últimas compatibilidades expues-
tas, el eje central es la cuestión de la imposibilidad modal, que es la vía de la
creación de una nueva tipología: la «imposibilidad natural», la «imposibili-
dad metafísica» y la «imposibilidad conceptual».
Sea como fuere, el debate no se orienta hacia el uso de la semántica
propiamente dicha, sino en la incompatibilidad entre la teoría de Ryan y la
participación de lo fantástico postmoderno. De hecho, si asumiéramos una
supuesta adecuación entre esta teoría y lo fantástico postmoderno también
deberíamos comprometernos con la inclusión de otros géneros, como la poe-
sía sinsentido o la ficción postmoderna que puede no ser fantástica.
14 P.ej.: Sueñan los androides con ovejas eléctricas —Philip K. Dick— es una ficción postmoderna que se
sitúa en un futuro distópico y no presenta ninguna imposibilidad lógica ni analítica; el mundo de esta
ficción contiene, o podría contener, los mismos estatutos del mundo extratextual.
From this point of view, the natural domain is defined as a physically possible
world, on that “has the same natural laws as does the actual world” (Bradley
and Swartz, 1979: 6) The supernatural domain, in contrast, is a physically im-
possible world. The keystone of the fantastic fictional world is thus the opposi-
tion between physically possible and physically impossible (1991: 198).
* * *
15 No encontraremos ningún enunciado que, a través de la semántica de mundos posibles, dé valores
imposibles en Madame Bovary, pero tampoco lo encontraremos en El señor de los anillos.
16 Si examinamos el siguiente enunciado «en 1 atmósfera de presión el agua hierve a 0ºC». El análisis
empírico nos lleva a concluir que en un entorno de 1 atmósfera de presión el agua hierve a 100ºC, de
modo que podemos negar el enunciado anterior por medio de la observación. Por ello decimos que el
estudio de las regularidades naturales lo lleva a cabo la ciencia empírica.
17 Como ocurre en la literatura maravillosa, se asumen los parámetros físicos dentro del espacio de la
narración (Roas, 2011: 47), como consecuencia no pueden cuestionarse más que en su contraste con los
códigos físicos/naturales de realidad extratextual. Siendo así, tampoco entra en conflicto la realidad
textual ni la realidad extratextual. Pensamos en algunas fantasías épicas como la saga de La rueda del
tiempo de Robert Jordan, o El nombre del viento de Patrick Rothfuss.
do posible, lo cual implica necesidad epistémica —como por ejemplo las leyes
de las matemáticas, incluidas en las ciencias formales, que deben funcionar en
todo mundo posible para mantener la coherencia interna del sistema—. Según
la siguiente entrada de la Stanford Encyclopedia of Philosophy, «Varieties of Moda-
lity», ésta es un modalidad de conocimiento a priori: «A proposition P is episte-
mically necessary for such an agent just in case ideal reasoning alone, unaided
by empirical evidence, is sufficient to rule out no-P» (Kment, 2012); o dicho de
otro modo, no necesitamos el conocimiento empírico para aseverar la imposibi-
lidad epistémica —que es del mismo orden que la necesidad epistémica y la
posibilidad epistémica—. Para reparar en un tipo de imposibilidad nómica o
natural, en cambio, sí es necesario el conocimiento empírico. Esta modalidad es
el tipo de transgresión más habitual. Entre los muchos casos, aparecería una
imposibilidad metafísica en aquellas narrativas en las que aparece el Doppelgän-
ger,18 puesto que transgrede los estatutos de la identidad, lo cual genera inme-
diatamente una contradicción lógica: un mismo individuo no puede estar en
dos sitios al mismo tiempo —asimismo, se genera una contradicción lógica en
cualquier enunciación del tipo «P y no-P»—. En «La ratlla i el desig» de Pere
Calders (1994: 24) aparece un ejemplo ilustrativo de la imposibilidad metafísica.
Imaginemos el desconcierto que sufre el protagonista de este relato cuando un
día, en el camino de vuelta a su hogar, se topa con su propia casa y mujer varios
kilómetros más atrás del lugar dónde él tiene por seguro que deberían encon-
trarse. Al día siguiente continúa su travesía y finalmente localiza la casa y la
esposa en el lugar en el que siempre habían estado. Podríamos cuestionarnos si
el primer encuentro fue un simple espejismo o si, efectivamente, el protagonista
halló su hogar en dos lugares distintos, pero dejando a un lado la vacilación
torodoviana, reiteramos en la segunda opción como una clara manifestación de
la imposibilidad metafísica. Asimismo, recuperamos la emancipación de la
«compatibilidad lógica» de Ryan: los códigos de la lógica no pueden habilitar la
construcción de ningún mundo en el que sea posible la aparición de una misma
identidad en dos lugares distintos —siempre y cuando ésta implique el desdo-
blamiento de la identidad— y, sin embargo, lo fantástico es capaz de crear el
acceso a un mundo que contenga tal transgresión.
19 Hrushovksi expone los «Internal field of reference» (Marcos Internos de Referencia), propios de la
literatura (1984: 232). La literatura crea «códigos», situaciones, mundos a través de los cuales el texto
puede autorreferenciarse, sin embargo, la emancipación de esta compatibilidad implica la creación de un
marco de referencia propio (respecto al mundo extratextual).
20 En la realidad extratextual no existe ningún nombre que denote «a las cuatro de la tarde», ni tam-
poco ninguna denotación para el nombre «brillig».
Conclusiones
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Recibido: 12-06-2017
Aceptado: 24-06-2018
Resumen
Con base en el cuento «La noche de la Coatlicue» (2013), del escritor Mauricio Molina,
se propone la noción de «gótico mítico amerindio prehispánico» como categoría esté-
tica para analizar el tema de lo gótico en la narrativa contemporánea de Latinoamérica
y discutir cómo opera esta categoría en relación con el mito de la tradición azteca sobre
la diosa Coatlicue. En el análisis de esta figura se establece una correspondencia dialo-
gística con la construcción simbólico-escultórica del monolito de piedra del periodo
postclásico tardío mexica hallado en 1790 y que data del año 1250 al 1521 d.C. Las
aproximaciones teóricas se apoyan en los estudios góticos de Miriam López, junto con
el aporte mitoanalítico de Gilbert Durand y la reelaboración de Juan Herrero Cecilia.
Estas consideraciones permitirán analizar la representación del mal, la restauración
del rito indígena-cristiano y el animismo escultórico como ejes centrales del nuevo re-
lato de terror mexicano.
1 La presentación oral de algunas de las ideas iniciales de este artículo fueron presentadas en el II
Congreso Internacional de Literatura Comparada, organizado por la Escuela de Filología y Literatura y
el Posgrado en Literatura de la Universidad de Costa Rica.
345
Karen Alejandra Calvo Díaz
Abstract
Based on the story «La noche de la Coatlicue» (2013) by writer Mauricio Molina, the
notion of «mythical Amerindian Prehispanic Gothic» is proposed as an aesthetic cate-
gory to analyze the theme of the Gothic in the contemporary narrative of Latin Amer-
ica and to discuss how this category operates considering the relation with the myth of
the Aztec tradition about the goddess Coatlicue. In the analysis of this figure, it is es-
tablished a dialogical correspondence with the symbolic-sculptural construction of the
monolith of the Late Postclassical Mexican period found in 1790 and date from 1250 to
1521 AD. Theoretical approaches respond to the Gothic Studies of Miriam López,
along with the mitoanalytic contribution of Gilbert Durand and the reprocessing of
Juan Herrero Cecilia. Both considerations will allow us to analyze the representation
of evil, the restoration of the Indian-Christian rite and sculptural animism as central
axis of the new Mexican terror story.
R
1. Introducción: el mito y la literatura
Los mitos no son, por lo tanto, explicaciones teóricas relacionadas con el pensa-
miento filosófico o científico, sino que arrancan de la sensibilidad vital más pro-
funda poniendo en escena el enfrentamiento entre fuerzas antagónicas primordia-
les de cuyo combate surgió el universo (teogonías, cosmogonías), o entre fuerzas
antagónicas que subyacen en la interioridad del ser humano. Los personajes fabu-
losos de las historias míticas encarnan entonces esquemas y arquetipos del in-
consciente colectivo de la humanidad. La organización narrativa de esas historias
orienta hacia una forma determinada de resolución del conflicto o la tensión que
viven los personajes. La resolución adoptada adquiere una dimensión modélica
para el público destinatario del relato porque lo que está en juego en la historia
narrada, como puede percibirse en los mitos de la cultura grecolatina, es una bús-
queda del equilibrio y la armonía entre la naturaleza humana y el cosmos, respe-
tando ciertas leyes o principios que hacen posible esa armonía, o una búsqueda
que conduce hacia la destrucción de la armonía con el otro y con el cosmos porque
los personajes se han dejado arrastrar por fuerzas desmesuradas que rompen el
equilibrio de la naturaleza desafiando así al destino y desencadenando la vía trá-
gica de la fatalidad. Los mitos como relatos modélicos del imaginario colectivo
asumen, por consiguiente, un simbolismo iluminador de signo antropológico, de
signo religioso o de signo metafísico; y ese simbolismo ha impregnado las creen-
cias, las leyendas y las tradiciones culturales de todos los pueblos.
Por eso mismo, los mitos han sido y siguen siendo una fuente de ins-
piración para la literatura y para la creación artística. La literatura ha recogi-
do las historias de los personajes míticos para profundizar en su significado
permanente y abrir esas historias a la sensibilidad y a las inquietudes de cada
época (2006: 60).
Uno de los temas míticos más característicos del género de la literatura fantás-
tica es el tema del Doble con el que muchos escritores desde J.P. Richter y desde
Hoffmann han intentado dar forma literaria a la misteriosa problemática de la
identidad del yo y de la identidad del otro, a la angustia del desdoblamiento o
de la escisión de la conciencia personal, y a la inquietante sensación que produ-
ce la percepción de un individuo cuya identidad parece repetir la identidad de
otro o confundirse con ella. El tema del doble es ambiguo y está abierto a signi-
ficaciones diversas y contrapuestas.
Puede orientarse hacia el «Yo ideal», el «alma gemela», la identidad so-
ñada de la plena armonía con el cosmos, o puede orientarse hacia la «parte os-
cura», el peso de la animalidad o de la irracionalidad que subyace dentro de
nosotros y que acecha y fascina a la conciencia arrastrada por la dinámica mis-
teriosa del deseo. (...)
Otros temas míticos de la literatura fantástica que han sido «reescritos»
de múltiples maneras dando lugar a versiones y enfoques muy diversos son,
por ejemplo, el tema del Amor y la Muerte enfocado desde una perspectiva
supranatural (la fuerza misteriosa del Amor frente al poder de la Muerte), los
mitos inquietantes y terroríficos del Vampiro o del Licántropo, el tema del Apa-
recido que vuelve o actúa desde el más allá de la muerte, el Pacto diabólico, el
Monstruo o la criatura artificial creada por un científico demiúrgico que asume
un poder diabólico sobre la vida y la muerte, el objeto inanimado que se anima
y se convierte en ejecutor de un castigo contra alguien que ha transgredido una
prohibición, etc. (Herrero, 2006: 68-69).
Para el caso que aquí se estudia, debe indicarse que existe una estrecha
relación entre las dos últimas formas de mito, según el haber de Herrero, pues
tanto el «mito literalizado» como el «mito literario» son categorías que ayu-
dan a entender la presencia del mito prehispánico como una propiedad temá-
tica. Esta presencia no pareciera arbitraria ni gratuita para la literatura lati-
noamericana moderna y contemporánea; antes bien, el ejemplo propuesto por
el cuento «La noche de la Coatlicue» (2013) del escritor mexicano Mauricio
Molina, no sería más que uno de los tantos casos en los que se muestra una
sólida tradición literaria que se manifiesta en el continente americano desde el
siglo xix y quizá anteriores.
Debe aclararse, sin embargo, que esta preocupación no tendría ni las
connotaciones identitarias tradicionales que se han acuñado a textos fundan-
tes de singular renombre como una suerte de cliché crítico, ni tampoco res-
ponde a una experimentación novedosa y pujante de los últimos intentos pos-
modernos de la narrativa latinoamericana actual. Es, y el siguiente apartado
lo muestra, una constante que desde hace años se ha tornado una necesidad
estética de autores y tradiciones literarias disímiles, pero puestas en común
por el hecho de hermanar la tradición mítica prehispánica y amerindia con el
gusto gótico.
y Puerto Rico sobre el relato gótico, han permitido que, poco a poco, se vaya
empleando una concepción propia de lo que el narrador latinoamericano con-
cibe como terror, pues claramente existen diferencias respecto al modelo in-
glés que siempre se cita como la cuna de esta modalidad literaria.
Una de esas notorias disimilitudes está en el empleo de los elementos
que fungen como motivadores góticos. Se parte de la premisa de que en el
contexto del gótico latinoamericano no necesariamente se busca establecer
una simetría con su homólogo europeo, más aún la distancia con este sobre-
viene de forma abrupta en los últimos años, cuando las recientes narrativas de
América Latina han vuelto sus ojos a la reescritura de las tradiciones indíge-
nas y, con ello, han resucitado y redefinido el mito prehispánico y la simbolo-
gía que este encierra.
Esta aclaración propone como necesidad primaria establecer una cate-
goría estética que dé cuenta, aunque de forma resumida, de una apropiación
conceptual inexistente hasta este momento, pero cuya ausencia teórica es des-
agraviada con la presencia de una cantidad considerable de textos que evi-
dencia una tradición extensa en el continente.
A esta literatura centrada en el eje de terror desde la dimensión simbó-
lica del mito prehispánico, permeada por un revisionismo intelectual del ima-
ginario cultural que produce la mitología de la cultura amerindia y que busca
generar una versión extraoficial y ficticia de los orígenes y desarrollo de la
tradición mítica, le denomino «gótico mítico amerindio prehispánico».
Esta categoría incluye, desde mi punto de vista, las condiciones recep-
toras del texto, en tanto que puede considerarse como una forma de leer aque-
lla literatura escrita en Latinoamérica en la que se emplea alguna alusión di-
recta o indirecta de los mitos orales, a través de la representación del panteón
de las distintas civilizaciones prehispánicas o de las referencias culturales aso-
ciadas a figuras heroicas y simbólicas para el imaginario colectivo. Así se ex-
plicita la categoría para aquellos casos en los que se incluye el ritualismo reli-
gioso o cultural amerindio, como originador u organizador de la materia
literaria en un texto de terror fantástico o terror gótico.
Para probar la existencia de esta categoría de análisis se recurre, en pri-
mera instancia, a la revisión que Ana María Morales realiza sobre el estudio
de la identidad y alteridad presentes desde el mito prehispánico hasta el cuen-
to fantástico de la literatura latinoamericana de años recientes. Aun cuando su
enfoque se realiza desde la perspectiva fantástica, algunos de los cuentos que
recopila poseen, a su vez, una fuerte carga de terror que bien pueden estudiar-
se desde la óptica que aquí se plantea.
Es cierto que América heredó muchos rasgos del imaginario mítico anterior al
nuevo imaginario mestizo, pero en muchos casos lo transformó de un sistema
de creencias tranquilizador y operativo en una oscura red de significados que
permanecen ajenos a las personas y por ello misteriosos, de modo que cuando
se encuentran frente a algún fenómeno que podría explicarse con leyes religio-
sas previas no pueden evitar la desazón. ¿Qué mejor entrada necesita lo fantás-
tico? En cuentos como los que he mencionado lo prehispánico es otro por mu-
chas razones. Uno de los grandes mitos de América es la confianza en la
vigencia de su pasado prehispánico. Y mientras se le da la espalda a lo indígena
actual, una y otra vez se buscan y encuentran las justificaciones para los proble-
mas y las victorias sociales en un mundo anterior a la llegada de los occidenta-
les a tierra americanas, sin embargo, en muchas ocasiones ese pasado ideal se
niega, o se convierte en una constatación menos satisfactoria de lo que parecie-
ra un discurso oficial. Los vaivenes de la América Latina entre reconocer la
deuda con su pasado y negarlo es uno de los lugares comunes a los que se
acude en casi cada reflexión sobre la identidad de los pueblos americanos.
Hay que recordar que un mito tiende a explicar y tranquilizar en tanto
que un texto fantástico a lo contrario. El pasado en un mito es el espacio donde
se encuentran las razones que explican nuestro mundo, pero en un cuento fan-
tástico el pasado es una ominosa alteridad que acecha un descuido de la razón
para destruirla. Independientemente de cual sea la postura oficial sobre la
construcción de la identidad nacional, en el imaginario de muchos pueblos
americanos pueden imperar las costumbres antiguas, pero en esa colonización
plena del sistema de creencias lo prehispánico, lo mítico prehispánico, surge
como una peligrosa alteridad que merma el mundo, devora las certezas y pue-
de desestabilizar incluso la propia identidad de los pueblos, así que más vale
recordar que el pasado, por más que lo deseemos, nunca vuelve, que perderse
en él es peligroso, que acercarse a la horda es una aventura que puede conducir
a morir «Por boca de los dioses» (2006: 74).
A la lista antes mencionada por Morales agrego otros ejemplos que si-
guen esta misma pauta: textos que, sin una afiliación estética particular, movi-
lizan al unísono el mito prehispánico y la tradición de terror. Particularmente
cito para los casos de México y Argentina, productores por excelencia de la
narración gótica en el contexto latinoamericano, textos como «Coyote» (1956)
de Juan Villoro; «Crónica del descubrimiento» (1980) de Alejandro Paternáin;
«Ema la cautiva» (1981) de César Aira; «El entenado» (1983) de Juan José Saer;
«El hombre que siempre soñó» (2002) de Cristina Rivera Garza y «Cuando
Sara Churra despierte» (2003) de Juan Pablo Piñero.
Casos atípicos los señala el teórico peruano Elton Honores en su texto
La civilización del terror. El relato de terror en el Perú (2014) cuando afirma que las
grandes temáticas en las narraciones góticas de ese país se hallan en el temor
que se percibía hacia lo andino y hacia lo amazónico, por ser estos ejes de la
civilización que ante los ojos de los colonizadores representaban la otredad y
lo demoniaco. Cita por caso los cuentos «El chullachaqui» (1939) de Izquierdo
Ríos; «El maligno» (1939) de Arturo Burga Freitas, «Tunchi» (1944) de Juan E.
Coriat, y «El pingullo macabro» (1958) de Guillermo Thorndike.
Esta dimensión coincide con lo que según Cristina Bravo Rozas se pre-
senta en la literatura de terror de Puerto Rico. En el texto La narrativa del miedo.
Terror y horror en el cuento de Puerto Rico (2013) se hace mención de la importan-
cia que tuvo, en el desarrollo de esta narrativa, la imagen de lo taíno en textos
como «La vigilia» (1992) de Jaime Martínez Tolentino, y «Tres hombres junto
al Rio» (1959) de René Marqués, en los cuales confluye el sentimiento del mie-
do, fusionado con leyendas indígenas propias de la cultura popular boricua.
Este ajustado recorrido permite dar cuenta de los antecedentes que cla-
rifican cuál es el panorama que sustenta el cuento contemporáneo de la re-
gión. Ya en otro momento he defendido la idea de que la literatura de terror
ser una muestra clara de las nuevas tendencias fantásticas mexicanas y por ser
un texto modélico desde la categoría del «gótico mítico amerindio prehispáni-
co» que previamente se he definido.
«La noche de la Coatlicue» es una narración que sigue la tónica de mu-
chos de los relatos fantásticos del siglo xx, en los cuales se congrega la supre-
macía de la noche como eje de trasmutación espacial de dos realidades disími-
les a la que se suma una representación antitradicional de una de las diosas
más importantes del panteón mexica.
Desde el título del texto se hace explícita la relación intertextual con el
homólogo de Julio Cortázar, «La noche boca arriba», con el cual comparte al-
gunas microestructuras narrativas como el hecho de estar situado en la tem-
poralidad nocturna, aludir a los rituales religiosos de las antiguas civilizacio-
nes ubicadas en México, privilegiar la sensación de asecho, incertidumbre y
terror en los personajes, y combinar el estado onírico y de vigilia que, a su vez,
marca la separación del espacio urbano presente con el espacio mítico pasado.
Más aún ambos textos pueden ser leídos a la luz de la teoría de la banda de
Möbius en tanto que aun cuando se proponen dos planos, en su anverso y
reverso, confluyen.
El argumento del cuento narra los extraños acontecimientos que le ocu-
rren a Cetrino Borunda, un sujeto al que se describe en los siguientes términos:
«enjuto, de fuertes rasgos indígenas, siempre frente a sus inevitables tequila y
cerveza, el licenciado Borunda era todo menos un ser mitológico de esos que
parecen provenir del sueño o de la pesadilla» (Molina, 2013: 155-156). La acción
comienza en «una vieja cantina del centro» donde la voz narrativa intercalada
presenta a este personaje como «la personificación misma de todo aquello que
se ocultaba debajo de la Ciudad de México» (Molina, 2013: 156).
El relato de Cetrino evoca, en consecuencia, las construcciones pasadas
de la ciudad mexicana como la Biblioteca principal, la sede de la Inquisición y,
sobre todo, el Templo Mayor de lo que algún día fue el Imperio azteca. Cada
noche la voz narrativa y Cetrino discurren sobre temas de naturaleza variada,
pero siempre esotérica como el origen del culto a la Virgen de Guadalupe, la
antigua veneración de dioses como Tláloc y Huichilobos o los gemelos Quet-
zalcóatl y Xólotl, la práctica de sacrificios humanos y otros tantos conocimien-
tos del politeísmo azteca.
Una de esas noches Cetrino le revela a la voz narrativa que lleva más de
200 años vagando por las mismas calles del centro de México. Con igual sosie-
go le cuenta que junto a Lupita, una prostituta de 16 años, concibió un niño
que nació con malformaciones, muerto posteriormente, y ante lo cual luego
de dos embarazos más, sin buen resultado, la joven decidió separarse, aunque
tiempo después se encontraron.
En su relato Cetrino agrega el histórico hallazgo de la estatua de la
Coatlicue en 1790, un descubrimiento que coincide con los registros oficiales
del Museo Nacional de Antropología sobre el monolito del periodo posclásico
tardío mexica y cuyas fechas de diseño datan del 1260 al 1521 A.C.
Hace doscientos años, en 1790, aquí, muy cerca en el Zócalo, se encontraron dos
piedras: una era el Calendario Azteca y la otra, monstruosa, era la Coatlicue.
Muy cerca de ellas, en el centro de la Plaza, fueron hallados también —y en esto
los historiadores siempre se equivocan al omitirlo en las crónicas— un altar de
sacrificios con los huesos de un animal enorme que parecía corresponder a un
felino o un reptil, que se perdieron por la superstición o el horror que causaron
los hallazgos entre las autoridades virreinales y el pueblo.
En tropel, la gente acudía a verlas, unos para venerarlas y otros para
escupirlas y deshonrarlas. Las viejas creencias habían regresado. Yo acudí a
verlas muchas veces. En aquellos tiempos trabajaba en la Real Aduana, justo
aquí enfrente —dijo señalando hacia los ventanales de la cantina—, pero en mis
ratos libres, que por fortuna eran muchos, me dedicaba a leer antiguos manus-
critos y otros documentos, de los que ahora llaman códices. Por aquel entonces
tenía apenas cuarenta años y sabía interpretar el náhuatl con las habilidades de
un tlacuilo. Lo hablaba a la perfección porque mis ancestros eran, por el lado de
mi madre, de origen náhuatl y por el de mi padre éramos otomíes. Ambos pro-
venían de familias muy antiguas y contaban con algún dinero, por lo que pude
asistir al Colegio de Santiago Tlatelolco, muy cerca de donde vive usted. Así
fue como aprendí a escribir en tres lenguas y al final el español me eligió como
su hablante, pero para dominar una lengua que no es la de uno se necesitan
varias vidas, lo mismo que tuvieron que pasar generaciones para los españoles
pudieran entender la lengua de mis ancestro. (Molina, 2013: 159-160).
2 Según los datos técnicos la pieza de piedra arenisca registra 350 cm de alto, 130 cm de ancho y 130
cm de profundidad. Actualmente es exhibida en la Sala Mexica del Museo de Antropología.
cundadora y con patas de águila que califican a la diosa como hechicera. Bajo su
collar —formado por un cráneo, manos cercenadas y corazones— se entrevén
dos senos flácidos y un pliegue abdominal, huellas indelebles de su misión pro-
creadora. La Coatlicue viste una falda de ofidios que le confiere el nombre y la
vincula a los poderes de la germinación. Una serpiente de dos cabezas ciñe la
falda y sujeta por atrás una compleja divisa con un cráneo y rematada por cara-
coles. Sobre su espalda se talló un 12-Caña alusivo a la brujería y, en la cara infe-
rior, un 1-Conejo y un Tlaltecuhtli relativos al mundo telúrico (López, 2011: 170).
Figura 1. Coatlicue
Archivo digital de las colecciones del Museo Nacional de Antropología3
ticas, un punto de corte que separa la narración en dos planos. Esta ranura, no
obstante, es generada por una tridimensionalidad cronotópica configurada de
la siguiente manera: primero la mención específica del Templo Mayor y el ha-
llazgo en 1790 del monolito de la Coatlicue; segundo la aclaración que hace
Cetrino de los 200 años que tiene vagando por las calles de México, con lo cual
se insinúa que la acción del bar y de la consumación de los hechos sobrenatu-
rales se desarrolla en 1990; y finalmente la confirmación de Lupita sobre el ex-
traño estado de eternidad que sufre su compañero, Cetrino, al señalar que lo
conoció hace 40 años, cuando tenía 16 años, esto es justo a la mitad del siglo xx,
y que desde entonces nunca ha percibido algún cambio en su apariencia.
Estoy tan cansado —dijo mirando hacia los ventanales opacos donde la lluvia
se agolpaba como un molusco tratando de entrar—... a veces todavía me parece
oler las estancadas del viejo lago y me parece que la Santa Inquisición sigue
existiendo. ¿Sabe usted?, llevo vagando en estas calles más de doscientos años.
Le eché una mirada burlona pero no me atreví a contradecirlo. Algo en
su silencio logró ponerme muy incómodo. ¿Qué podía decirle? El alcohol, pen-
sé, ya había hecho su trabajo. Aún así, después de dejar pasar algunos minutos
y de darle un par de tragos a mi tequila, algo me impulsó a preguntarle:
––¿Y ha cambiado mucho la ciudad desde entonces?
––Sólo le pido que no se burle y a las pruebas me remito —respondió
tajante.
Llamó a Lupita y cuando la tuvo enfrente la miró a los ojos y le preguntó:
––Lupe, a ver, ¿desde cuándo me conoces?
Lupita lo miró con la sorpresa de alguien que está revelando un secreto
largamente compartido. Después de guardar silencio unos instantes, sopesan-
do su respuesta, dijo con resignación:
—Desde hace como cuarenta años. Yo tenía dieciséis.
––¿Y qué ha pasado desde entonces?
––Que sigues siendo el mismo viejo... Tú no te puedes morir.
Después de mirarlo con resentimiento, Lupita se dio vuelta y pensé en
lo horrible que sería, de ser verdad, vivir cerca de una persona para la que no
pasa el tiempo (Molina, 2013: 157-158).
4. Conclusiones
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Recibido: 18-05-2018
Aceptado: 13-12-2018
Resumen
Palabras clave: Drácula, crítica literaria, estudios culturales, Bram Stoker, psicoanálisis
Abstract
The present article strives to analyse, in a necessarily synthetic way, the main interpre-
tive currents that have led to the study of Dracula, the novel published by Bram Stoker
in 1897. The objective is to better capture what academic interests this novel has gener-
ated and how it has gone from being considered a mediocre product to becoming a
classic of contemporary literature. Beginning in the seventies, I will expose the evolu-
tion of the critique and its most important contributions, focusing on those works that
367
Alejandro Lillo Barceló
have represented a turning point in the studies on the novel. I hope to complete a
broad enough overview of the evolution and state of research around Dracula.
R
Drácula: de la cultura popular a la academia
1 Dos años antes, F. W. Murnau adaptó la novela al cine, pero al negarse a pagar los derechos de autor
fue denunciado por Florence y condenado a destruir todas las copias, aunque algunas sobrevivieron.
Ver Skal (2004: 77-101).
2 Véase a este respecto la influencia del libro de David Pirie, A Heritage of Horror: The English Gothic
Cinema 1946-1972, aparecido en 1973 (con una nueva edición revisada de 2008), y el trabajo de David
Punter publicado en 1980 y titulado The Literature of Terror: A History of Gothic Fictions from 1765 to the
Present Day (reimpreso en dos volúmenes en 1996 por la editorial Longman).
3 Para la realización de este apartado y de los que le siguen me he basado, aparte de en los artículos
que se mencionan, en Riquelme (2002: 409-433), Byron (1999: 1-21), Klinger (2012: 555-564), Hughes
(2009) y Welsch (2009: 38-54).
4 Del artículo de McWhir solo he podido localizar un fragmento. Por eso he recurrido al texto de Ri-
quelme (2002: 419).
Quizá uno de los más importantes sea «Purity and Danger: Dracula, the
Urban Gothic, and the Late Victorian Degeneracy Crisis», escrito por Kathleen
L. Spencer en 1992. Como sucede con al artículo de McWhir, la deuda de
Spencer con el trabajo de Mary Douglas es explícita. Frente a las lecturas psi-
coanalíticas de la novela, centradas en la sexualidad reprimida, Spencer de-
fiende que en Drácula existen interrogantes que no pueden responderse desde
el psicoanálisis ni desde el estudio de la sexualidad inconsciente de su autor.
Partiendo de estos supuestos, realiza una excelente reconstrucción del contex-
to literario en el que se ubica la novela, para pasar luego a analizar los proble-
mas históricos y culturales que más inquietaban en el momento de su produc-
ción. Principalmente la crisis del Imperio y las teorías de la degeneración, las
cruzadas puritanas y la aparición de la Nueva Mujer, la rivalidad entre la
medicina materialista y sus oponentes (la psicología continental por un lado y
el espiritualismo y el ocultismo por otro) (Spencer, 1992: 198).
La idea básica defendida por Spencer es que frente a la amenaza del
orden establecido que representan todas estas nuevas corrientes de acción y
pensamiento, en Drácula los varones se esfuerzan por recuperar el orden so-
cial amenazado. La solución adoptada es la de utilizar a una serie de persona-
jes, primero a Lucy y más tarde al propio Drácula, como chivos expiatorios,
como víctimas a las que sacrificar para restaurar el equilibrio perdido. Drácula
sería una forma de localizar aquellos aspectos de la sociedad de su tiempo
más conflictivos para calificarlos de monstruosos y poder purgarlos simbóli-
camente a fin de recuperar la pureza original (Spencer, 1992: 219).
Como puede observarse, la importancia que en los análisis de Drácula
comienzan a tener los aspectos científicos, médicos y fisiológicos sugiere un
interés por conocer mejor el contexto en el que fue escrita la obra. Se producen
entonces importantes ensayos que asocian la novela con las ansiedades pro-
pias del final de la era victoriana. Estos escritos tienen como principales bases
metodológicas el nuevo historicismo y los estudios culturales. Al delimitar
claramente en el tiempo y en el espacio las bases materiales, ideológicas y
culturales en las que se inserta la narración, este tipo de trabajos tienden a
diferir considerablemente de aquellos que emplean el psicoanálisis como he-
rramienta principal.
Uno de los más destacados en este ámbito es «A Vampire in the Mirror:
The Sexuality of Dracula», obra de John Allen Stevenson (1988). El artículo re-
presenta una aproximación antropológica que viene a corregir algunas conside-
raciones sobre la novela establecidas por los análisis psicoanalíticos. «A Vampi-
re in the Mirror» se convierte en un texto muy significativo, pues demuestra
novela gótica—, Arata muestra los vínculos que Drácula tiene con el imperia-
lismo británico, y cuán imbricada está la novela con los temores de que una
raza superior les haga a los británicos lo mismo que ellos provocan en las co-
lonias. En este sentido, la elección de Transilvania como el emplazamiento en
el que ubicar el castillo del vampiro es fundamental, pues sirve para reforzar
en el lector victoriano todas estas ideas acerca del imperio y la raza.
Arata inserta la novela en su contexto y argumenta con convicción. De
este modo, textos como el suyo representan una alternativa a aquellas lecturas
que otorgan excesivo peso a lo psicoanalítico, obviando otras consideraciones.
En esos últimos análisis, el tema de la sexualidad, al copar casi toda la argu-
mentación, oculta otros aspectos sumamente interesantes que tienen más que
ver con distintas ansiedades de la época. La clave, en cualquier caso, descansa
en la interpretación que se haga de la sangre. Unos la ven como un síntoma
del deseo sexual reprimido, equivalente incluso al semen, y otros la entienden
como la preocupación por la pureza de la especie: en el caso del Conde, para
perpetuar su linaje, y en el caso de los británicos, para impedir que su pueblo
sea contaminado por sangre extranjera.
Antes de entrar en otra importante corriente dentro de las lecturas crí-
ticas de la novela, sería conveniente resaltar tres reflexiones más, escritas en
los ochenta. Alan P. Johnson redacta en 1987 un interesante artículo titulado
«Bent and Broken Necks: Signs of Design in Stoker’s Dracula». Lo primero que
hace Johnson es poner en cuestión el sentir general —hasta la fecha— de que
Bram Stoker no era consciente del verdadero contenido erótico de su novela.
Recurriendo al psicoanálisis y atendiendo tanto al lenguaje como a la estruc-
tura de la narración, este crítico ve a Drácula como el doble de los deseos in-
conscientes de las mujeres. Para él, tanto Mina como Lucy experimentan una
doble vida: por una parte, de manera consciente, expresan su conformidad
con la sociedad en la que se encuentran, pero de manera inconsciente están
descontentas con ella. Ese descontento inconsciente se expresaría a través de
Drácula, sus mordiscos y su proceso de transformación en vampiras. Del mis-
mo modo, dos personajes secundarios, el señor Swales y Renfield, representa-
rían también el papel de dobles de las damas, encarnando sus facultades más
reflexivas y críticas. Johnson interpreta lo narrado en Drácula como un juego
entre las distintas figuras del doble y el inconsciente: Drácula sería el doble de
Jonathan Harker, Transilvania el inconsciente de Europa, etc.
Otro escrito importante de los años ochenta es «The Dialectic of Fear».
En ese texto, aparecido en 1982, Franco Moretti defiende que Drácula represen-
ta a un acumulador capitalista. El enfrentamiento entre los hombres y el vam-
piro sería así una lucha entre el capitalismo desbocado y monopolista, repre-
sentado por Drácula, y el liberal, más limitado por la religión y la justicia,
encarnado en los varones que lo persiguen. Drácula se habría convertido al
mismo tiempo en el producto final del capitalismo burgués y en su negación.
El tercero de los estudios que querría destacar es «The Narrative Me-
thod of Dracula», trabajo de David Seed aparecido en 1985. El artículo de Seed
es uno de los primeros que incide en el análisis de la complejidad formal de
la obra. Por esos años las posiciones ya están encontradas: por un lado tene-
mos las lecturas psicoanalíticas, centradas en los temas sexuales; por otro,
aquellas interpretaciones que ven a Drácula como la personificación del capi-
tal, y la de que quienes consideran al monstruo como una figura esencialmen-
te anti-burguesa. Seed piensa que aunque todas son enriquecedoras, no se ha
prestado suficiente atención al método narrativo empleado por Stoker. Subra-
yando los silencios y los saltos de la trama, así como la organización de los
capítulos y las distintas voces narrativas, la lectura de Seed aporta un análisis
muy importante para entender la novela, pues la aborda en todas sus dimen-
siones y complejidades.
Aunque Seed no lo menciona de manera explícita (una omisión signi-
ficativa, todo sea dicho), otro gran asunto que en los ochenta suscita la aten-
ción de la crítica tiene que ver con los estudios de género. Tras el artículo de
Roth (1977), comentado anteriormente, una parte importante del debate se
focalizó en torno al lugar que ocupaban las damas en la novela. Principal-
mente Mina, Lucy y las mujeres vampiro. Los puntos de vista, como casi todo
en Drácula, estaban divididos: había quienes defendían el feminismo de
Stoker, quienes entendían que la novela atacaba a las féminas que reivindica-
ban una mayor igualdad con respecto a los hombres, y aquellos a quienes les
daba igual el tratamiento de la mujer en la novela (Senf, 1982: 33). Fue enton-
ces cuando, en 1982, apareció un artículo de Carol A. Senf titulado «Dracula:
Stoker’s Response to the New Woman». La importancia del texto de Senf es
incuestionable, pues sirvió para sosegar el debate y elevar el rigor de las sub-
siguientes aproximaciones.
Hasta entonces las posturas parecían muy enfrentadas, seguramente
debido a la rigidez de los esquemas conceptuales sobre los que se basaban las
distintas lecturas de la novela. El artículo de Senf vino a proporcionar cierta
amplitud de miras: dejó de contemplar el tema de la sexualidad como una
cuestión de blancos y negros para considerarlo un asunto complejo, haciendo
de paso justicia a la obra. Senf se acerca a Drácula sin prejuicios y enlaza los
distintos modelos femeninos que allí aparecen con el movimiento de la Nueva
gía, folclore y fe, Wicke reflexiona sobre la cultura de masas y la relación que
mantiene con Drácula, destacando la analogía existente entre ambos elementos.
Finalmente, contamos con tres trabajos más que, por su trascendencia,
no pueden ser obviados en esta aproximación a los estudios académicos sobre
Drácula. Ken Gelder publica en 1994 Reading the Vampire, un recorrido cultural
por las manifestaciones vampíricas desarrolladas en los últimos doscientos
años. Con la novela de Bram Stoker como eje principal, Gelder estudia tanto
sus antecedentes literarios como sus secuelas, realizando una aproximación,
compleja e incitante, a la figura del vampiro occidental.
El segundo de ellos es Vampires, Mummies and Liberals. Bram Stoker and
the Politics of Popular Fiction (1996). En este ensayo, David Glover realiza un
estudio de la carrera literaria de Stoker en el que subraya sus vínculos con Ir-
landa y el nacionalismo irlandés, y relaciona su más famosa novela con las
preocupaciones por el declive de la raza y las ideas liberales en torno a los
retos que conciernen con la cuestión femenina.
Por último, Nina Auerbach mantiene una abierta discrepancia con mu-
chas de las lecturas críticas de Drácula efectuadas por los estudiosos. En Our
Vampires, Ourselves (1995), la fallecida profesora de la Universidad de Pen-
nsylvania defiende que Drácula no representa a ninguna figura transgresora.
Analiza la producción vampírica anterior y posterior a la obra de Stoker y
concluye que Drácula es un heraldo del mundo que viene: no se puede cir-
cunscribir exclusivamente al momento de su aparición. Aunque Drácula es
una novela escrita hace casi cien años, para Auerbach el mundo que el libro
ayuda a crear es el que nosotros habitamos (Auerbach, 1995: 63).
Toda esta proliferación de enfoques, trabajos y estudios culminará en
1997, año en el que se cumplía un siglo de la aparición de Drácula. Aprove-
chando dicha efeméride, W. W. Norton & Company publicó un volumen de
Drácula editado por Nina Auerbach y David J. Skal que simbolizará el recono-
cimiento definitivo de la novela de Stoker como uno de los textos más impor-
tantes de los últimos tiempos. El volumen apareció en la «Norton Critical Edi-
tion», una colección creada en 1968 que agrupaba, a juicio de sus promotores,
las más importantes novelas de la cultura occidental. La edición de Auerbach
y Skal compartió espacio simbólico con Los viajes de Gulliver, La metamorfosis,
Guerra y Paz, Papá Goriot, o Mansfield Park, por poner algunos ejemplos. Se
trata de una colección muy reconocida en el mundo académico, que contribu-
ye de manera activa a construir el canon literario occidental. De hecho, «to
faculty and students, the announcement of a new Norton Critical Edition was
the equivalent of a papal proclamation of canonization, literally» (Holte, 2004:
5 http://dractravel.com/drc/
6 Como no he podido acceder a este artículo, me he remitido a Riquelme (2002: 426-427). Por otro lado,
el texto de Cannon Schmitt puede encontrarse en Rickard (1994: 25-43).
7 Sobre la figura del doble en la literatura fantástica victoriana ver Ballesteros González (1998), espe-
cialmente las pp. 317-337, donde el autor se ocupa de Drácula. Considero adecuado subrayar que Balles-
teros González también es autor de ‘Vampire Chronicle’: Historia natural del vampiro en la literatura anglo-
sajona (2000), un notable recorrido por las principales obras y autores del género vampírico.
tuvo a Europa del Este en su cabeza, siendo ésta una idea central en su proyec-
to. Al situar el origen de Drácula allí, lo que hace su autor es poner en marcha
un proceso de deslegitimación de la historia otomana del Este de Europa a
través de la figura del vampiro.
La lectura de Coundouriotis aviva la polémica sobre la trascendencia (o
no) de la ubicación geográfica del castillo de Drácula, y da pie a comentar,
aunque sea con brevedad, dos textos aparecidos recientemente y que han cau-
sado una cierta polémica. El primero de ellos está relacionado, precisamente,
con la versión turca de la novela de Stoker, traducida y modificada por Ali
Riza Seyfioglu en 1928 (Stoker, Seyfioglu, 2017). Recientemente traducida al
inglés, se ha descubierto todo un conjunto de adiciones que transforman sus-
tancialmente el contenido y el sentido de la obra. Así sucede, por ejemplo,
cuando el traductor añade largas descripciones de las batallas entre Vlad III y
Memet II, realizadas con una clara intención patriótica (o nacionalista) y en la
que los valientes guerreros turcos batallan contra el cruel ejército de Vlad. No
en vano, esta adaptación fue escrita poco después de la Guerra de la Indepen-
dencia Turca, y es precisamente en ese contexto en el que debe ser entendida
(Stoker, Seyfioglu, 2017: 145).
El segundo texto a resaltar está vinculado con la versión islandesa de
Drácula, titulada Makt Myrkranna (Los poderes de la oscuridad), compuesta
por Valdimar Asmudsson y descubierta en 2014 por el investigador Hans Cor-
neel de Roos. Aunque no es este el espacio en el que desarrollar los avatares
experimentados por esta versión y la polémica desatada, las más recientes
investigaciones parecen coincidir en el hecho de que nos encontramos ante
una versión previa y no pulida de la novela de Stoker.8
Dejando de lado estos descubrimientos, las más recientes aportaciones
críticas a la novela de Stoker continúan básicamente en la línea apuntada en
las páginas precedentes, en la que podríamos incluir una cierta revitalización
de los estudios queer. A este respecto, dos volúmenes muy recientes destacan
especialmente. El primero de ellos es Bram Stoker and the Gothic: Formations and
Transformations, editado en 2016 por Catherine Winne en Palgrave Macmillan.
Se trata de un conjunto de ensayos que se esfuerzan tanto por establecer los
vínculos de la ficción gótica de Stoker con sus antecesores, como por realizar
una serie de nuevas lecturas del conjunto de la obra del autor irlandés (Winne,
2016: 11). Inevitablemente, el peso de Drácula es considerable en el volumen,
8 Véanse a este respecto, las obras de Berni (2016: 41-44) y Skal (2017: 357-360), así como los artículos
del propio descubridor de la versión islandesa (De Roos, 2017) y un resumen de todo ello realizado por
en castellano Óscar Palmer (2017) con más referencias.
9 Otro ejemplo de la cantidad de artículos publicados sobre Drácula lo tenemos en la obra de William
Hughes (2009). Esta «guía esencial» de los textos aparecidos sobre Drácula es un volumen de 173 pági-
nas y más de 140 referencias bibliográficas.
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Recibido: 09-08-2017
Aceptado: 24-06-2018
Abstract
391
Mariano Martín Rodríguez
Introduction
1 There are literary fictions where an individual, famous (William Shakespeare, Miguel de Cervantes...)
or not, real or fictional (for instance, Don Quixote has often been resurrected), divine (Jesus of Nazareth
has fictionally returned a few times well before the awaited official Second Coming) or human, returns in
a later age, usually for the author to satirically compare present and past times. Being an exceptional oc-
currence, this individual returns do not have the public dimension needed in utopian fiction.
2 The collective return of the formerly dead as human beings has been shown in a few movies and
television series, such as Robin Campillo’s film Les Revenants (2004) and its television spin-off (Les Rev-
enants, 2012, 2015), and the TV series Resurrection (2014). Since I am not familiar with the semiotics of
audio-visual products, I have thought preferable not to consider them in this survey.
3 This overview is just a first description of the full corpus of fictions focusing in collective resurrection
that I have been able to find in order to propose a very broad taxonomy. This could allow future scholars
to have at their disposal accurate descriptions of a whole series of relevant works on which to apply
deeper theoretical approaches to the matter following, for example, Foucaultian insights on biopolitics.
4 Both cannibal zombies, as they are portrayed in most contemporary fiction, and zombie slaves de-
void of will according to traditional Haitian beliefs and some Western science fiction, such as Michael
Swanwick’s short story «The Dead» (1996; reissued as a play in Moondogs, 2000), where the deceased are
brought back through technological means in order to constitute a docile workforce for capitalism able
to replace all flesh. They are just endowed with the limited intellectual skills necessary to perform their
jobs, without any trace of their former personality. This is why they are zombies rather than resurrected
beings according to our definition. Nevertheless, this story aptly addresses the issue of the redundant
nature of a great majority of human living beings in a system that wishes to reduce labour costs to near
zero, while the workforce can be exploited as fully as robots. The resurrected zombies are shown here as
fully obedient and able to outperform humans in every physical task, from boxing to sexual intercourse.
5 In Hoshi (1982: 82-100). This short story describes a secular millennium of unknown causes: it is
fully impossible to do any forecasts from a given date in the near future; upon reaching this date, it turns
out to be a perfect day, with everybody idling in the pleasant weather, feeling good and expecting an
unknown final event. The day ends with no event, but it is soon discovered that every day repeats the
same pleasant final day, except for the fact that the dead begin returning, each one in the reversed anni-
versary of his or her death. This allows for everyone to come to terms with any unfinished emotional
business, to forgive and to be forgiven, to find bliss. Since every consumed resource is recovered intact
the following day, the resurrection event has no impact on material well-being. Hoshi’s world is fully
utopian, whereas resurrection is addressed solely from an emotional and ethical perspective.
Sono i morti che chiamano i vivi, qui; è la morte che irrumpe (non evocata,
ma agente di sua propria forma per virtù dell’«anno grande e matematico»)
che squarcia l’involucro razionale e rassicurante di quella che chiamamo
«vita» (2008: 52).
Leopardi’s clearly pessimistic stance can be seen time and again among
later authors regarding the convenience of death; for instance, in Clark Ashton
Smith’s «The Empire of the Necromancers» (1932; Lost Worlds, 1944), the
long-dead summoned by a couple of wizards to serve them, as they would
serve their monarchs in a royal court, succeed, thanks to their former king’s
agency to go back to «the last, ultimate nothingness,» which appears to be
their desired place of rest, whereas the necromancers must wander in «life-in-
death» (Smith, 2006: 170) with no peace. It is interesting to observe how the
dead are seen in Leopardi’s seminal text, as well as in Smith’s, as a communi-
ty of humans who have left behind human feelings, becoming an emotionally
different species, with whom communication is rather difficult. Furthermore,
death seems to level former differences: Leopardi’s shortly returned seem a
truly unified community able to act unanimously. In his «moral little work»,
their action is poetic (they sing one of Leopardi’s lyrical masterpieces) and
fully neutral regarding humans, whose fate in life is no concern of theirs.
In further symbolical treatments of the collective resurrection matter,
the coming back to life may serve a cosmic purpose: the triumph of common
good upon social evil. For instance, in the story by Venezuelan author Luis
López Méndez, «La balada de los muertos» (1892), written in the mode of
6 The dates between brackets following the title of a literary work are here always those of the first
edition. The editions used for this paper are described in the final section of quoted works.
fantastic Romanticism,7 the dead rise from their allegorical city to advance
towards that of the living, whose inhabitants are mute and without will, being
subjected to a human moral monster who has enslaved them within and with-
out. The dead voice their common desire of using the divine harmony known
in death to build up a utopian city of truth and justice. They are prevented,
however, by a young race of lively and vigorous men («hombres lozanos y
vigorosos»; López Méndez, 2000: 182) who will build up that future city in-
stead of them. These new men respectfully conduct the resurrected dead back
to the cemetery, since their supernatural purpose has been taken over by the
living, who are the truly responsible for Earth’s condition. This hopeful con-
clusion constrasts with the pessimism about the ability of the living ones to
create a fairer world order in several fictions also borrowing the image of the
dead coming out from their tombs in John’s Revelation. For instance, Ursicin
G. G. Derungs’ «Il sault dils vivs» (1978; Il cavalut verd ed auter, 1988) is a
«dance of the living» (as the Romansh title means), where the resurrected
return to show the failure of the established church to abide by its own
teachings.8 Although it all appears to be a verger’s nightmare, the city of God
on Earth is mercilessly satirised from the perspective of Liberation Theology.
Accordingly, a Christian utopia is nevertheless implied as a potential alterna-
tive even before the apocalyptical millenium.
A further secular derivation of the last book of the New Testament does
not offer such a clear prospect, but its open ending may convey a sense of
hope that would correct its very pessimistic outlook on the society of the
living. In Tudor Arghezi’s novel Cimitirul Buna-Vestire (1936), a somehow naive
and well-meaning intellectual is presented as a victim of manevuring and cor-
ruption among local politicians: in spite of his doctoral qualifications, he is
designated only surveyor of the Good Tidings Cemetery in Bucharest; there,
he is one of the first to witness the progressive rise of the dead from their
graves and their return to the city, where they are rather badly received. Sup-
ported by the church authorities, the Government puts them on trial as im-
postors (their hearts do not beat, so they cannot be the true persons who had
long passed away). Even national eminences such as the Romanian national
7 «[L]a pieza revela una decidida voluntad de manejo de los códigos literarios del Romanticismo
fantástico» (Sandoval, 2000: 77).
8 In a commentary on his own tale, Derungs states that the resurrected are a metaphor for the uncon-
scious drives «killed» by the traditional Catholic Church. These allegedly «dead» drives wish «clamar
en memoria ch’ellas vivan e che nus, mortificond ellas per viver, essan daventai mascras cu entagls
fatschas» [to cry out in the memory that they live and that, by mortifying them in order to live, we have
become masks instead of having faces] (1978: 258).
poet Mihai Eminescu are judged. Jesus Christ himself is prosecuted. This full
reversal of the Revelation myth underlines the hellish nature of «living» soci-
ety by presenting a cosmic disturbance (it is soon discovered that the return of
the dead coincides with the suppression of death; nobody can die anymore)
that becomes the opposite myth to the Biblical one of creation:
time of exception, when former hierarchies and social and political stereo-
types can be put publicly into question. The dead express a necessary social
criticism: «Symbolically speaking, social change must occur before the past
can be properly buried in Antares. In this sense, as they wait for the sun to rise
before setting out in the city, the defuntos embody the hope of a new socio-eco-
nomic order in Antares (Moser, 2008: 237)».
Unfortunately, the return of the still-rotting dead is what puts an end to
the strike. The strikers themselves make sure that they are properly buried,
while the city’s authorities also succeed in covering up the «incident». There-
fore, their brief resurrection does not bring about any meaningful change; it
only reveals the extent to which both the living and the returning dead are
more or less willingly subjected to a corrupted social order:9
In Antares, injustice goes, and will go, hand in hand with corruption, as
it happens in Arghezi’s fictional world. However, in Veríssimo’s work, a trans
cendental, supernatural solution to the moral shortcomings of living human-
kind is excluded, perhaps due to the fact that the deceased, unlike Arghezi’s
returned, have recovered their former personalities and status, even if their
being now living corpses allows them to voice criticisms usually repressed
among the city’s inhabitants.
A similar approach to collective resurrection can be appreciated in a lat-
er Spanish novel, Antonio Menchaca’s Resucitar en Palermo (1990). For un-
known reasons, the mummies resting in the catacombs of the Capuchins in the
Sicilian capital gradually return to life, exactly as they were when they passed
away. After the initial confusion both among them and among the church and
secular authorities, they all come to terms with their new existence in different
9 Also in Latin America, there is a further example of resurrection fiction rooted in local historical cir-
cumstances, but where the deceased fully reverse their former views on politics. In Gabriel Saldías
Rossel’s «Santiago del Correcto Extremo» (Fricciones, 2016), Víctor Jara and other victims of Augusto
Pinochet’s repression are the only ones returned among the living today, but they happen to worship the
memory of their executioner, since he has secured them this second life. Apart from the irony of the
situation, this tale does not raise any questions regarding the philosophical and social status of the re-
turned. In this, this story can be seen as related to Veríssimo’s novel.
ways. They are treated as well or as badly as other refugees are in Italy and
other European countries in contemporary times. Some of them can integrate
into modern Italian society, some even cynically exploiting to their advantage
the malfunctions of it. Others follow a resurrected monk, who had revolted in
the interior of the isle against the state, and secure for themselves, thanks to
guerrilla tactics and the fact that they are invulnerable to wounds, a territory
where they try to create on Earth the Kingdom of God for the poor preached by
liberation theologians. Although they succeed at first, they are doomed. Since
it is proven that they can be definitely killed by beheading, the earthly author-
ities ask for the assistance of the mafia to suppress the rebellion, because mafiosi
will not be stopped by human rights issues. Indeed, they soon put an end to
this utopia by beheading its leader. This had become ineffectual following his
inner conflict between social justice and happiness on Earth, and his religious
conviction that these goods are only being really possible in paradise, in the
afterlife. This is metaphorically underlined by the fact that all the dead myste-
riously return to their place of rest as mummies in the catacombs of the Capu-
chins following the monk’s Christ-like sacrifice. As it happened in Antares’
piece, their revival in Palermo was only a temporary break in the social and
metaphysical order. The mystery of death and resurrection is not unveiled and
the resurrected are finally unable to bring to civilisation any improvements
inspired by their extraordinary perspective following their direct experience of
dead and of the passage of historical time. They were still too similar to the
living in their passions and senses. Utopia requires perhaps an ethically supe-
rior humankind, as the one embodied by the resurrected in Marcel Thiry’s
novelette «Le concerto pour Anne Queur» (1949; Nouvelles du grand possible,
1960), where they are truly different from the living.
Unlike the unexplained resurrections surveyed so far, Thiry frames his
rich symbology in the context of reasoned imagination. This is underlined by
his choice of a historiographical mode of writing:
cedure is not widely used: as Leopardi would have it, they are happier dead
than living, and so are their families.
Lisa Tuttle just reinforces the Leopardian stance already present in Robert
Silverberg’s masterful novelette «Born with the Dead» (1974).10 With an out-
standing sense of psychological expression in the mode of High Modernist
masters, whose lessons Silverberg seems to have unobtrusively assimilated,
the narrative shows how the obsession to retrieve the lost ones can be troubling
for oneself and for the whole society. In its fictional world, resurrection is tech-
nically possible and it is sometimes performed, but has also brought about the
appearance of a community of returned fully separated from that of the living.
Although they are not as physically different as Thiry’s dry ones, the returned
in Silverberg’s work also seem to share, for unexplained reasons, a superior
form of mental communication that allows them to connect with each other far
better than the living can among themselves. They also seem devoid of human
passions, fully indifferent to what moves the living. In order to avoid unde-
sired contact with these, the returned live in their own cities, which are forbid-
den to the non-resurrected. These cities of the formerly dead are described by
Silverberg as quite similar to usual American towns, albeit with a lack of pas-
sions among their inhabitants and, therefore, of violence. The main character
can see it when he sneaks into one of them after his deceased wife, now a re-
turnee and obviously not interested in meeting him again. He keeps chasing
her all over the world, until even the returned, usually rather patient and civil,
can take it no more and kill him in order to resurrect him. He then discovers
that, in fact, the returned do not share the feelings of the living: he will never
try to see his ex-deceased wife again; he is now alone, but also free. Death
cleanses out human psychological and emotional weaknesses. At the same
time, it makes us inhuman if we believe that feelings and passions, including
those that make us fail morally, are also a valuable part of ourselves, a conten-
tion that much of the symbolical resurrection fiction surveyed so far seems to
contest by insisting on the essential otherness of the returned. As such, they are
as unable to respond to our needs as we are to theirs.
Mariana Enríquez explores this essential otherness of the dead returned
in the framework of a dysfunctional society, as well as its possible symbolic
causes, in her short novel Chicos que vuelven (2011). The tale, narrated from the
10 Silverberg reissued this novelette in 2013 in a volume along with a sequel written by Damien Brod-
erick entitled «Quicken». This sequel tries, and fails, to describe the feelings of the resurrected main
character as a returned individual, before sending him on an outer space journey in order to explain, in
rather confusing terms, the scientific logic of the resurrection through quantum mechanics, as well as
through a poorly justified cosmic plan.
«memory and love» (Mott, 2013: 338), while many others had kept their hearts
locked. Unconsciously, the returned had offered a utopia of love recovered,
thanks to the suspension of their otherness. They had come to us as vulnera-
ble individuals, not as a distinct and powerful community. Nonetheless, they
cannot be readily admitted in the city of the living. Love would not suffice
when material considerations entered the equation. Mott’s novel combines,
indeed, the philosophical issue of the status of the returned, the main concern
in the fictions surveyed so far, with the social one entailed by the challenge of
including back in the community the ones that had departed from it for ever.
For the American and other governments dealing with a surge of old/new
citizens to cater for, the main concern was not love or spirit, but how to pre-
vent the collapse of social order under the pressure of a population that was,
and was not, alien. In The Returned, the answer is detention camps. Other op-
tions have also been explored in fiction, as we will presently see.
11 See, for example, Guthke (2015). This survey on collective resurrection in literary fiction follows a
comparative and culturally historical method similar to the one used in that German study.
He likes, and there should be no interference with His work, although reli-
gious reasons are rather secondary in this play.
This preference for the dead to remain in their graves is shared by fur-
ther Hispanic writers, even without religious overtones. This negative view of
any natural or supernatural novum giving rise to secular resurrection might be
attributed to a certain mistrust of historical novelties and «revolutions’ that
have often resulted in conditions far worse than the previous ones; we could
also blame a widespread trend that sees the potential negative consequences
and abuses of any human progress, a stance that we can considerer either
pessimistic or lucid. On the other hand, this pessimism is often balanced by
humour. Although the issue can be examined in all seriousness, the comic
tone helps readers to swallow the bitter pill of a rather black view of society
and mankind as these are confronted, as a whole, with issues of life and death.
As a successful literarily example of this, a short story by Angélica Goro-
discher entitled «La lucha de la familia González por un mundo mejor», collect-
ed in the volume entitled Trafalgar (1979), should/could be mentioned. In this
narrative, the universal and continuous resurrection of the deceased is shown
as the main source of oppression for the living. The question of limited food and
work resources is not directly discussed there, since the returned keep existing
without bodily needs. Rather, the oppressive nature of a past always physically
present and preventing any new initiative causes the unhappiness of those
forced to cohabit with the resurrected ancestors following a celestial recurrent
phenomenon. This consists in a comet’s mysterious gases turning the dead im-
mediately into reanimated corpses, but who nevertheless keep their personali-
ties intact and are able to talk and move normally. The narrator of this story is
Trafalgar, an Argentinian anti-hero telling to (silent) friends, in the typical style
of club stories and familiar conversation, his travels to different far-fetched
planets in order to trade. He arrives on this one only to see that everybody has
the same surname «González» (all of the inhabitants are aware of being related
thanks to the living testimony of the returned), that technology is forbidden and
that people are afraid of opposing their many ancestors, intent on controlling
the behaviour of their living descendants, spouses, etc., The formerly dead also
wish to prevent the living from introducing any novelty contrary to old habits
and from enjoying the sensual pleasures now precluded to them, as reanimated
people are unable to enjoy any pleasures of the flesh. As a result, progress can
hardly take place in any form, although there are resistant groups of «Bad Chil-
dren» («Malos Hijos;» Gorodischer, 1979: 141) who secretly develop technology
and try to keep in touch with the Earthling-like inhabitants of other planets.
Trafalgar succeeds in helping the bad children by getting assistance from a tech-
nologically advanced alien culture to block the comet’s gases that had prevent-
ed the dead from following the common course of corpses. Thus, life and civili-
sation can then follow theirs in González’s world. This happy end, which is
consistent with the pleasant light comedic tone of the story (and of Trafalgar as
a whole), does not mean that the author is pulling punches. Not only are the
resurrected a starkly conservative force in itself, they also had succeeded,
through their sheer number and their unity of intent, in making true life miser-
able, as well as in rooting out open opposition. The living are mostly condi-
tioned to accept resignation and conformity; even their authorities are chosen
depending on their docility to the rule of the dead, while the progressive bad
children have to work in secret and without real hope of overturning them until
alien technology comes to the rescue, thanks to Trafalgar, as a Deus ex Machina
saviour from another planet. The González could not find enough forces within
their civilisation to withstand the conservatism underpinned by the resurrect-
ed, who are in a stronger position to shape their society as it better suits them,
having been around for longer and since earlier.
A similar kind of world is presented in a fantastic short story by Luis
García Jambrina, entitled «Overbooking» (Muertos S.A., 2005), which comple-
ments Gorodischer’s approach with an examination of the speculative eco-
nomic and work-related impact of collective resurrection on contemporary
societies, especially in a Europe continuously facing a lack of sufficient finan-
cial resources to satisfy ever-increasing social demands. A rather ineffectual
young man discovers one morning that a woman is using his bathroom. She
tells him that the afterlife is now so full that many have been sent back to life,
to their former homes. Trying to avoid a property conflict, he goes out for a
walk in the city. It seems more populated than earlier: the queues in front of
public administration institutions, such as employment offices, are longer
than usual, since the formerly dead also wish to get their social benefits back.
Back home, after considering the possibility of sharing his apartment with the
attractive returned woman, he sees that her husband has also returned from
an undescribed afterlife. The young man leaves his apartment for good, clue-
less about what to do. The open ending prevents us from knowing if the other
living are going to react in the same passive way, but the story raises nonethe-
less the issue of a large and sudden influx of aliens having to (re)integrate into
any given society, when this is not ready to receive them, unless the natives
are excluded from their limited pool of resources (housing, etc.). García Jam
brina’s narrative can be read as a metaphorical comment on the unintended
consequences of the welfare state, as well as of the dire fate of those in it, such
as the unemployed youth, that are not in a position to challenge their elders
who enjoy vested rights, and who certainly are the most interested in keeping
any liberalisation and change at bay. The reversal of death would entail the
suspension of social renewal, a «revolution» to prevent «evolution» and to
return to things past, in order to keep them as they were: as static as they are
in traditionally-minded utopias, both in books and in practice, and whenever
this social stasis is promoted, either in an Arcadian past, in an egalitarian com-
munist future, or in an idealised welfare present.
These Spanish-language resurrection fictions are hardly conservative
in substance, although their pessimism regarding the possibility of including
the resurrected in the society of the living in a fair manner could also be read
as a sign for a general sense of mistrust regarding e modernity and globalisa-
tion often found in nations feeling themselves on the losing side of contempo-
rary historical development. A more optimistic outlook on the matter can be
appreciated, for instance, in French and Anglo-American resurrection stories
focusing on the social consequences of such a fantastic development. For in-
stance, Bernard Quiriny adopts in «D’outre-tombe» (Une collection très parti
culière, 2012) a humoristic tone when he narrates, using the historiographical
discourse, how recently deceased people begin to come back among the living
with their full personality. This rationally unexplained return requires some
adjustments, both administrative (for instance, are the returned entitled to
their former properties and rights?) and psychologic (nobody is afraid of tak-
ing risks knowing that there will be a second normal existence, but life looks
absurd without the prospect of final death). Society seems, however, to have
come to terms with this extraordinary occurrence in a pragmatic manner, and
with rather positive results for most people, who can afford now to be easy-go-
ing with regard to their (first) biological end.
This optimism is usually not fully shared by English language writers
exploring the possibility of technologically induced resurrection. Neverthe-
less, unlike Hispanic writers appearing to be wary of novelty for novelty’s
sake, Anglo-American speculative fiction writers often embrace technology
even if proven morally and socially questionable when dealing with the fic-
tional subject here surveyed. Probably, the hegemonic status of English-speak-
ing countries in the world, primarily of the United States of America, has per-
suaded writers from these countries that technical progress is not to be
curtailed, especially if it is promoted by the huge corporations working to-
gether with their governments to advance the geopolitical interests of the lat-
ter ones, through their so-called soft power, or otherwise. Accordingly, a far-
fetched idea such as collective resurrection is taken for granted as long as it
appears to be technically viable, without any apparent resistance from the
public administration or civil society until it is too late. First innovate and
then think of the consequences is the idea underpinning most of the works in
English on the matter. This is probably not the right place to discuss whether
this reflects or not real-life situations and ideologies, although the difference
from the Hispanic approach, as described above, seems clear.
In the above-mentioned Spanish early resurrection play, a socially risky
technology is finally abandoned following a consideration of its potential ef-
fects. In contrast, Robert Silverberg had addressed the possibility of being
technologically Recalled to Life (1958; reissued with changes in 1972) and en-
dorsed it enthusiastically. The novel’s hero is James Harker, a former Ameri-
can presidential candidate and prominent lawyer who agrees to publicly de-
fend a new technology for resurrecting recently dead people through a
complicated process entailing the risk of reanimating just the body, but leav-
ing its mind blank. When the news of the discovery is leaked, he chooses to
fight for it through preventive legislation against a public outcry by religious
and conservative groups, changing public opinion and ethical doubts about
the procedure. He overcomes all of them by sheer will and even accepts to die
and to be resurrected in order to prove that this is a viable technology, once
the «zombie’ risk is effectively addressed. Harker finally overcomes all oppo-
sition; he can now look forward to the new task ahead in a world where death
has been defeated. He knows that «[t]he hardest part is yet to come», but he
believes that «it’s all going to turn out for the best» (Silverberg, 1975: 188) in
the core tradition of American imperial (and golden age science fiction) opti-
mism proper to the land of promise and dreams fulfilled, at least in theory.
Silverberg himself would later show how it turned «out for the best’ in
the above-commented novelette «Born with the Dead». By then the era of the
unquestioning celebration of technology was over. From New Wave science
fiction and, especially, cyberpunk onwards, the old optimism was partly re-
placed by the awareness of the dangers of any uncontrolled technology with-
in the capitalist system. Their warnings, however, usually end up becoming
the endorsement of what we are being warned against through the perhaps
illusory perception that saviour-heroes can arise from within the very system
being criticised in order to set things right. A happy end is thus secured, while
the relevant technology, risky or not, is finally endorsed as well. This can be
clearly perceived in a couple of novels on a new class divide brought about by
Conclusion
Bibliography
12 Part of this paper was presented at the Royal Colloquium «Utopia and Revolution», in Sinaia (Ro-
mania), 22-25 June 2017. The full paper was written within the framework of the research project
HAR2015-65957-P under the Spanish R & D & I National Plan. I thank Sara Martín and Álvaro Piñero
for having helped me to improve the language and the contents of this paper.
Desde que de Mary Shelley propi- día de hoy, no había sido debidamente cu-
ció los primeros pasos de su criatura ina- bierto. Si bien es cierto que podríamos
nimada, marcando así cuál sería la obra encontrar, dentro de la extensa oferta edi-
fundacional de la ciencia ficción, se ha su- torial, títulos que funcionasen como anto-
cedido una amplia y larga lista de títulos logías de relatos, que ofreciesen un repaso
que recurren a este género subversivo. Su histórico —valiéndose de los principales y
notoria pervivencia en la cultura anglosa- más conocidos autores y obras— o que
jona es más que evidente, cuando nos re- tratasen de exponer de un modo crítico
ferimos a autores como Bradbury, LeGuin, una definición de qué es la ciencia ficción,
K. Dick, Wells o Matheson, entre muchos el trabajo trazado en Historia de la ciencia
otros. Lo interesante surge al observar ficción en la cultura española complementa
cómo se manifiesta la ciencia ficción en y eleva el estudio de la ciencia ficción a las
otros territorios que, a priori, el lector poco instancias que lo merecen. En este senti-
cultivado en el género pueda desconocer, do, el profundo análisis que refleja el texto
como sucede en el caso de la tradición es- ofrece un amplísimo y esclarecedor pano-
pañola. rama teórico- comparatista sobre el papel,
Historia de la ciencia ficción en la cul- la función y la presencia de la ciencia fic-
tura española constituye una muestra in- ción en la narrativa, el teatro, la poesía, la
cuestionable de la gran repercusión y pre- televisión, el cine, y el cómic españoles,
sencia académica que posee la ciencia abarcando un período comprendido entre
ficción en nuestro territorio. Cabe desta- 1900 y 2015.
car que de la dirección del proyecto se ha A lo largo del estudio destacamos
encargado la profesora Teresa López-Pe- una sólida perspectiva histórica y crítica
llisa, una de las mayores especialistas es- bien ajustada con una consistente presen-
pañolas en ciencia ficción. cia de los principios teóricos, que enalte-
Historia de la ciencia ficción en la cul- cen la labor realizada en las investigacio-
tura española constituye un amplio y mere- nes expuestas. Todo ello permite que
cido panorama sobre la presencia de este comprendamos la realidad historiográfi-
género, no mimético, mediante un estudio ca y comparatista de la ciencia ficción,
exhaustivo, necesario e imprescindible mediante una visión transversal de los
para solventar un vacío crítico que, hasta métodos que emplea el género para ma-
413
Reseñas
nifestarse a través de los citados formatos y como indicábamos, este primer capítulo
artísticos. introductorio funciona como perfecta an-
El libro abre con una interesante in- ticipación frente a los estudios que le su-
troducción de Teresa López-Pellisa sobre ceden, puesto que se encarga de realizar
los inicios de la ciencia ficción, intensa- un amplio panorama del gran corpus
mente marcados por la obra maestra de textual compuesto por autores y obras
Mary Shelley (Frankenstein, 1818), junto a que han permeado, en nuestro país, entre
la presencia de autores de renombre que 1900 y 2015.
permearon durante el siglo xix, como Ed- Tras este primer capítulo, transcu-
gar Allan Poe, H. G. Wells o Julio Verne rren cuatro estudios dedicados a la narra-
(en sus respectivos países). Asimismo, tiva de ciencia ficción española, desde
este primer capítulo advierte sobre fechas 1900 hasta 1915. El primero de ellos, re-
clave en que comenzó a emplearse los tér- dactado por Mariano Martín Rodríguez,
minos «ciencia ficción, cientificción, nove- ahonda en las primeras manifestaciones
la científica, ficción especulativa», etc. De de la novela científica hasta los inicios de
la misma manera, gracias a su introduc- la década de los 50. Durante este ciclo, se
ción, hallamos una aproximación a dife- describe la ciencia ficción como un género
rentes definiciones que establecen teóri- fuertemente vinculado con el período po-
cos de la literatura. sitivista y, por extensión, en oposición
A lo largo del capítulo debemos ha- frente a las posturas capitalistas e indus-
cer hincapié en el rigor historiográfico que trializadoras. De esta manera, ahonda en
ofrece un minucioso estado de la cuestión, reflexiones que rechazan el modelo de es-
donde se expone detalladamente biblio- tado que se está construyendo, mediante
grafía académica, dedicada al ámbito es- la constante alusión al lector de comenta-
pañol, como los trabajos de Mariano Mar- rios significativos sobre autores como Ca-
tín Rodríguez o publicaciones recientes de milo Millán, Silvio Kossti, Valero de Urría,
autores como Sara Martín o Fernando Án- José Muñoz Escámez, José Zahonero,
gel Moreno, pese a que, por desgracia, tal Azorín, Emilia Pardo Bazán o Miguel de
y como advierte la autora, únicamente se Unamuno. En gran parte de sus obras se
centren en el estudio de lo narrativo. Las destaca una visión melancólica que se ins-
páginas que le suceden a este estado de taura en las necesidades del ser humano,
la cuestión ofrecen una periodización de la frente a los conceptos de progreso. Asi-
ciencia ficción deteniéndose en diferentes mismo, la crítica antiparlamentarista,
etapas históricas y, sobre todo, claves para frente a las dictaduras de Primo de Rivera
la constante evolución que ha sufrido este o del dictador Franco, se manifiesta a tra-
género subversivo: orígenes, modernismo vés de obras de ciencia ficción política, de
y vanguardia, posguerra y dictadura, interesantes relatos utópicos y distópicos,
transición y democracia, y el siglo xxi. Tal donde destacan autores como Miguel A.
Calvo Roselló, Matilde de la Torre, Ruiz para la ciencia ficción, señalando con gran
de la Serna o Emilio Carrere. perspicacia tres hechos que marcarían el
El siguiente capítulo, de la mano de devenir del género: el refinamiento de las
Mikel Peregrina Castaños, ofrece conti- obras españolas, haciendo especial hinca-
nuidad al estudio de Martín Rodríguez pié en un desarrollo de la calidad; la gran
retomando su trabajo desde la década de variedad y diversidad temática que se
los 50 hasta los 80. En él podemos obser- percibe en las obras; y, por encima de
var cómo comienzan a trazarse las claves todo, la fuerte presencia de autoras de
que definirán el estado de madurez de la ciencia ficción. La proliferación de escrito-
ciencia ficción. La presencia de cuentos, ras del género propiciará una interesante
en especial de bolsilibros (especialmente eclosión del punto de vista femenino y,
en la década de los cincuenta) y de nove- sobre todo, del cuestionamiento de los
las, de manera esporádica, reflejan espe- discursos y roles tradicionales. Es impres-
culaciones serias con una acertada inten- cindible destacar parte del corpus de estu-
ción por alejarse de las novelas científicas, dio empleado, sirviéndose de autoras
mucho más próximas a géneros como el como Elia Barceló, Lola Robles, Rosa
de aventuras. Sin lugar a dudas, es intere- Montero, Blanca Mart o Adolfina García
sante destacar que, a lo largo de esta épo- Orellana, abogando por una naturaliza-
ca, se configura el fándom español y se ción de lo femenino y del feminismo, fren-
propicia a la aparición de revistas como te a los modelos heterocentristas y ma-
Nueva Dimensión (entre 1968 y 1983) y de chistas. Evidentemente, se trata de un
convenciones como las HispaCon. De esta período que prioriza el desarrollo temáti-
manera, se generará un espacio para los co frente al cronológico, destacando espe-
autores y obras que pudiesen quedar ais- cíficamente las interesantes iniciativas li-
lados, frente a las directrices habituales terarias de la época.
que siguiera la literatura española. Fruto Finalmente, Fernando Ángel More-
de ello, a su vez, es que durante estos años no se encarga de acompañar al lector fren-
se comprendiera, erróneamente, que la te a las manifestaciones narrativas que ha
ciencia ficción era un género evasivo o de tenido la ciencia ficción desde 2000 hasta
baja calidad. 2015. El autor destaca la experimentación
Por su parte, Yolanda Molina-Gavi- de los escritores a la hora de abordar el gé-
lán se encarga de ilustrar el desarrollo na- nero, como un interesante reflejo frente a
rrativo comprendido entre 1980 y 2000, la realidad sociopolítica y cultural españo-
época fuertemente marcada por la conso- la. Para ejemplificar el proceso de popula-
lidación de la democracia en España. A lo rización de la ciencia ficción, menciona el
largo del estudio, la autora detalla con interés del mundo editorial y, sobre todo,
precisión cuáles son los rasgos principales su presencia en espacios académicos y en
que configuran este período de madurez investigaciones de carácter crítico. En sus
los realizados por La Fura del Baus, don- un desinterés genérico en las películas de
de encontramos una gran presencia de género no mimético —tal y como sucedie-
ambientaciones y escenografías de ciencia se con el cine fantástico—. A pesar de ello,
ficción, destacado en óperas como Les tro- resulta imprescindible, tal y como el autor
yens (2009), Turandot (2012), Cantos de sire- indica, la figura de Segundo de Chomón,
na (2015) o Terra Nova (2016). Asimismo, seguramente influenciado por las técnicas
se hace hincapié en la figura de Marcel·lí cinematográficas de Méliès, quien fue ca-
Antúnez Roca, uno de los fundadores de paz de experimentar con efectos especia-
la Fura del Baus, como gran representante les que permitieron la exploración de la
de espectáculos futuristas, en los que des- ciencia ficción. Algunos de sus títulos ci-
taca una estrecha relación entre lo tecno- tados son El hotel eléctrico (1908), El ladrón
lógico, lo biológico y nuestro modo de invisible (1909) —con clara influencia de
comprender la sociedad y la cultura. H. G. Wells— o El viaje a Júpiter (1909).
El estudio ofrece un amplio listado Muy acertadamente, el estudioso advierte
de autores y obras, pertenecientes al tea- de la irrupción de tres figuras imprescin-
tro de ciencia ficción, analizado bajo di- dibles para comprender la evolución del
versos ejes temáticos: distopías políti- cine no mimético en España, citando a Je-
co-capitalistas, distopías ecológicas o sús Franco, Paul Naschy o Amando de
ecotopías, distopías metafísicas y disto- Ossorio. A pesar de que su producción y
pías cómicas o humorísticas. universos fílmicos estuviesen más orien-
Seguidamente, se presentan dos ca- tados hacia lo fantástico y lo terrorífico, es
pítulos destinados a analizar las produc- posible encontrar interesantes ejemplos
ciones del cine de ciencia ficción desarro- de ciencia ficción como la película Gritos
llado entre 1900 y 2015. El encargado de en la noche (Franco, 1961), en la que apare-
realizar un primer tramo historiográfico ce por primera vez el Dr. Orloff, una de
es el estudioso Iván Gómez, quien desde- las más atractivas figuras españolas repre-
ña con claridad las dificultades y, sobre sentativas del mad doctor, que se manten-
todo, el profundo rechazo que sufre el gé- drá en otros títulos como Miss Muerte
nero en la gran pantalla. Tal y como ad- (Franco, 1966).
vierte Gómez: «Casi todos los intentos por A lo largo del siguiente capítulo, de
explicar la ciencia ficción en España em- la mano de Rubén Sánchez Trigueros, po-
piezan por una larga y contundente nega- demos observar cómo se desarrolla un pe-
ción», hasta la década de los sesenta. El ríodo de mayor voluntad por desarrollar
importante atraso tecnológico y cinemato- universos cinematográficos que traten la
gráfico, sumado a los elevados costes que ciencia ficción. No obstante, y a pesar de
solicitaba una apropiada representación y, los empujes por acercar el público hacia el
sin olvidar, la cruenta confrontación expe- género, continúa sin gozar de una mereci-
rimentada por la Guerra Civil, produjeron da consolidación y aceptación comercial.
Por otro lado, cabe destacar los interesan- programación de TVE, debido a un im-
tes ejes que propone el estudio al enfatizar pulso propiciado por guionistas y realiza-
una serie de aspectos que merecen aten- dores que «advirtieron las posibilidades
ción, a lo largo del período estimado entre de esta categoría temática y estética para
1980 y 2015: un mayor atrevimiento por conectar con las principales preocupacio-
abordar nuevas temáticas (propias de la nes sociales de la audiencia contemporá-
ciencia ficción); la tendencia a valorar y a nea». La presencia del género inició sus
premiar la ciencia ficción desde la crítica y andaduras gracias a la exportación de
la academia; o el atractivo que suscita el programas extranjeros, como sucedería
género en los directores noveles. Cabe con los episodios de The Twilight Zone
destacar el vaciado informativo que reali- (CBS, 1959-1964), The Outer Limits (ABC,
za el autor al referirse a títulos imprescin- 1963-1965) y la serie británica Capitán
dibles del cine de ciencia ficción como Ac- Marte (Fireball XL5, ITV, 1962-1963). Por
ción mutante (Álex de la Iglesia, 1992), La lo que respecta a la programación propia
lengua asesina (Alberto Sciamma, 1996), española, su artículo toma como referen-
Abre los ojos (Alejando Amenabar, 1997), cia la imprescindible figura de Narciso
El milagro de P. Tinto (Javier Fesser, 1998), Ibáñez Serrador, con la transmisión de
La mujer más fea del mundo (Miguel Bar- Mañana puede ser verdad (1964-1965) y,
dem, 1999), La hora fría (Elio Quiroga, posteriormente, de Historias para no dormir
2006), Los cronocrímenes (Nacho Vigalon- (1966-1968), basados en cuentos de Ray
do, 2007), Autómata (Gabe Ibáñez) o Se- Bradbury como principal fuente para la
gundo origen (Carles Porta, 2015), entre realización de sus episodios. La explora-
otras. Tal y como advierte el estudioso, la ción del realizador se materializa en torno
proliferación de títulos destacados ha a tres líneas temáticas bien definidas: la
consolidado la creación de un «imagina- invasión extraterrestre, la creación de an-
rio propio entre la comunidad espectado- droides y ginoides, y la búsqueda de la
ra», aunque, por desgracia, permanezca felicidad individual en una sociedad dis-
sin gozar del merecido interés que debe- tópica. Tras una amplia y profunda revisión
ría suscitar. de la obra de Ibáñez Serrador, la autora
En los dos capítulos que siguen po- refiere a J. J. Plans como un interesante di-
demos comprobar cuáles son las formas rector continuista de la obra de Ibáñez Se-
que ha adoptado la ciencia ficción para rrador, quien, a través de la serie Crónicas
aproximarse a la pequeña pantalla, me- fantásticas, donde el escritor adaptaba sus
diante las investigaciones de Ada Cruz cuentos en la pequeña pantalla. Es preciso
(1960-2000) y Concepción Cascajosa destacar los episodios «Mr Parkinson»,
(2000-2015). El panorama televisivo, par- «Llegó con el otoño» y «Halloween», pro-
tiendo desde los inicios del siglo xx, tuvo pios de la ciencia ficción y extraídos de su
una presencia prolongada gracias a la libro homónimo.
nes y directrices en que el cómic evolucio- de la ciencia ficción ejerce un discurso rei-
naría y, sobre todo, la historiografía de sus vindicativo. El carácter analítico de la
vías representativas, hacia nuevos hori- obra, reflejado en los catorce capítulos que
zontes de codificación y de lectura. Este la integran, presta atención a la historio-
revelador progreso y su renovación temá- grafía de los diversos géneros. Sin descui-
tica se recogen en ejemplares como Trinca dar la imprescindible recepción del públi-
(1970), Métal Hurlant (Francia, 1974-1987), co, destaca la maleabilidad temática y
Totem (1977-) o 1984 (1978-1992), en Espa- formal que la ciencia ficción ha adquirido
ña. El vaciado informativo del autor con- a lo largo del tiempo.
cluye con el análisis de obras pertenecien- La obra resulta un referente indis-
tes a Javier Peinado y Santiago García, cutible e imprescindible para comprender
Pep Brocal, Albert Monteys, Emma Ríos o cómo se articula y cómo funciona la cien-
Maite Alvarado, con relevancia significa- cia ficción en la cultura española. Se trata
tiva al incorporarse autoras al panorama de un título de indispensable consulta aca-
del cómic de ciencia ficción en España. El démica para futuros investigadores. Asi-
artículo culmina con una interesante re- mismo, para el lector ávido de conoci-
flexión en torno a los conceptos de reali- mientos, supondrá un sorprendente y
dad y cómo las vías explorativas el cómic agradable hallazgo.
de ciencia ficción las permiten.
Como conclusión, Historia de la Ángel del Río
ciencia ficción en la cultura española propone Universidad Autónoma de Barcelona
delriorodriguezangel@gmail.com
una revisión meticulosa y detallada de las
múltiples manifestaciones artísticas don-
Nas últimas três décadas, a obra e a sador brasileiro Flavio García com Furta-
vida do escritor norte-americano H. P. Lo- do, por ocasião do II Congresso Vertentes
vecraft (1890-1937), tem despertado a do Insólito Ficcional, em 2014 na UERJ,
atenção de duas classes de leitores. De um levou ao planejamento da obra que agora
lado, os apreciadores de ficção que encon- resenhamos.
tram na obra do autor de Providence his- O livro O Fantástico: Procedimentos
tórias inquietantes e inigmáticas e que de Construção Narrativa em H.P. Lovecraft,
não raro o conhecem via releituras de ou- lançado em 2017 pela Editora Dialogarts,
tros autores, artisticas e obras contempo- é dividido em duas partes. A primeira é
râneos, como é o caso de Guillermo del dedicada ao debate introdutório sobre a
Toro, Alan Moore e Stephen King, ou de obra, o pesquisador e o autor estudado,
jogos analogicos ou digitais. De outro, por sendo assinada por quatro diferentes pes-
parte de especialistas acadêmicos, sobre- quisadores brasileiros: Flavio García (UERJ),
tudo a partir do trabalho do crítico e bió- Júlio França (UERJ), Alexander Meireles
grafo S.T. Joshi, que tem estudado na his- da Silva (UFG) e Cláudio Zanini (UFRGS).
tória de sua obra um caso singular de A segunda parte, dividida em dez capítu-
produção, publicação e recepção literária los, constitui o estudo de Furtado a res-
no decorrer dos séculos xx e xxi. peito da obra, dos temas e da estrutura da
Antes disso, porém, em 1979, um ficção de Lovecraft.
jovem pesquisador defendia sua tese de O capítulo inicial do livro, assinado
mestrado na Universidade Nova de Lis- por García e intitulado, é dedicado ao per-
boa. O trabaho de Filipe Furtado à época curso de publicação da obra. Em seu tex-
era composto de dois volumes. O primei- to, o pesquisador detalha o processo de
ro, «A construção do fantástico na narrati- edição do volume, lembrando que, como
va», tornou-se publicação autônoma, vin- fora escrito há décadas, não se tinha aces-
do a ser publicada no ano seguinte pela so a cópia editável do volume e sim à ver-
Livros Horizonte de Lisboa. Quanto à se- são digital dos originais datilografados e
gunda parte, dedicada à obra de Lovecra- com emendas feitas à mão (p. 14). O relato
ft, ficou praticamente esquecida por anos. biográfico e editorial da obra crítica enga-
Quase quarenta anos mais tarde, um pro- ja o leitor à sua leitura e apresenta uma
videncial encontro do professor e pesqui- pertinente reflexão sobre os caminhos e
421
Reseñas
descaminhos que leva um texto desde sua como Furtado problematiza um dos te-
concepção e preparação até sua eventual mas centrais da ficção lovecraftiana: o so-
publicação. brenatural negativo ou o problema do
Essa discussão é intensificada pelo mal, discutidos pelo autor portugûes atra-
segundo texto do volume, que sumariza vés da identificação da estrutura «Avidez
os principais elementos da crítica de Fur- intelectual → Possessão → Destruição»,
tado. De autoria de Júlio França, o texto estrutura que perpassa a obra do escritor
abre com uma formulação instigante a de Providence (pp. 29-30).
qualquer pesquisador de pós-graduação: No último capítulo desta primeira
«O leitor tem em mãos uma vigorosa evi- parte, «H.P. Lovecraft – Weird Fiction for
dência de quantos estudos notáveis encer- Weird Times: Os Tempos e Paradoxos»,
ram-se nas bibliotecas universitárias sob o Claudio Zanini analisa o autor estaduni-
formato de trabalhos acadêmicos» (p. 17). dense a partir da ideia de «paradoxalida-
A seguir, França dedica-se a introduzir as de». Essa ideia é discutida por Zanini ao
principais teses de Furtado, capítulo a ca- narrar a precocidade do jovem escritor, os
pítulo, ressaltando os fenômenos me- conflitos familiares, as severas mudanças
taempíricos que definem o sobrenatural sociais e culturais da virada do século xix
na obra do autor de Providence, a centra- para o xx e as inovações tecnológicas —am-
lidade do eu em detrimento de uma quase biguamente fascinantes e assustadoras—
ausência do outro em suas histórias e a que ele vivenciou. Para Zanini, a estra-
presença de uma visão de mundo desti- nheza das pouco mais de quatro décadas
tuída de sentido, que parte do presente e em que Lovecraft viveu «era percebida na
chega a um passado imemorial, recusando reconfiguração e readaptação das pessoas
assim «qualquer modo de otimismo, seja às novas situações, e aí reside mais um pa-
antropocentrista, seja teocêntrista» (p. 26). radoxo da ficção lovecraftiana, o de como
O terceiro capítulo, «Filipe Furtado a estranheza de sua ficção, pautada na
– Um Arquiteto do Fantástico», é assinado subversão de leis universais (...) na verda-
por Alexander Meireles da Silva e apre- de disfarça uma crônica acurada de senti-
senta ao leitor um panorama do autor e mentos e medos vigentes nos EUA do iní-
da obra. Para Silva, Furtado parte de con- cio do Século xx» (pp. 35-36).
siderações mais gerais e abrangentes do A partir desta constatação, Zanini
gênero fantástico, que remetem ao texto analisa temas lovecraftianos como inva-
basilar de Todorov, para propor uma nar- sões alienígenas à luz da ameaça nazista e
ratologia do fantástico baseada em con- reanimação de cadáveres como metáfora
ceitos que com frequência o aproximam para os perigos da tecnologia. Comple-
de autores como Barthes, Genette e Grei- tam seu texto outros paradoxos, como a
mas, indicando assim suas bases estrutu- prolixidade de seus escritos, a escolha por
ralistas. Silva também discute a forma um modo narrativo pouco valorizado, o
documentos e livros e por impressões sen- guns de seus procedimentos mais usuais a
soriais inquietantes— levarão ao que Fur- fim de reforçar a impressão de credibilida-
tado julga ser essencial em Lovecraft e na de ficcional em seus textos, como «Refe-
ficção fantástica em geral: o tema da pos- rências Factuais», «Testemunhos» e «Ce-
sessão e as metamorfoses (para não dizer- nários Realistas», que são trazidos à baila
mos destruição) física e mental decorren- na forma de pretensos dados históricos,
tes dela. É nesse último aspecto que relatos pessoais, enumeração de eventos,
Furtado se concentrará até o final do capí- documentos e/ou livros, ou ainda, remis-
tulo, além da relação entre o eu e o outro e sões a fatos que «teriam ganhado a opi-
a problemática dimensão do feminino e nião pública», entre outros exemplos que
da sexualidade —ou sua aparente ausên- Lovecraft lança mão a fim de fortalecer a
cia— na obra de Lovecraft (pp. 71-74). verossimelhança em seus textos.
O segundo capítulo, «Os Malefícios Em «Fatos e Documentos», ainda
do Passado», detalha a forma como o pas- dedicado ao problema da verossimelhan-
sado histórico de séculos ou o tempo mile- ça, Furtado analisa a construção das «inú-
nar longínquo são encapsulados em mui- meras referências intertextuais» que unifi-
tos de seus contos, podendo chegar a eras cam as ditas narrativas do Ciclo de
longínquas e imaginárias. Esse passado e Cthulhu, como às menções a Miskatonic
seus assombrosos efeitos é marcado no University ou ainda ao misterioso Necro-
presente da diegese tanto por objetos, li- nomicon. Por fim, Furtado analisa o fato de
vros e manuscritos quanto por heredita- o calcanhar de Aquiles da ficção de Love-
riedades amaldiçoadas. No final dessa li- craft estar justamente em uma de suas
nha temporal perversa estão os Antigos, principais características: seu incompará-
entidades cósmicas antiquíssimas e gran- vel estilo narrativo. De forma óbvia, mui-
des responsáveis pelo horror cósmico tão tos dos relatos apresentados por seus nar-
comumente associado a Lovecraft, sobre- radores não poderiam ter sido vivenciados
tudo por aquilo que Furtado chama de e depois registrados à posteridade, uma
«ressonância hierática», como Azathoth, vez que muitos deles foram destruídos ou
Yog-Sothoth, Cthulhu e Nyarlathotep. estão desaparecidos, ou então enlouque-
O terceiro e quarto capítulos, intitu- ceram. Além disso, o caráter hiperbólico
lados «O Verossímil: Fatos e Documentos» de suas descrições monstruosas e a ruptu-
e «O Verossímil: Recursos e Insuficiên- ra temporal entre o que se vê e o que se
cias», dão conta de analisar os recursos descreve acabam por implodir o próprio
usados pelo ficcionalista para produzir a construto ficcional, tão severa e detalha-
impressão de logicidade narrativa que se damente construído. A dissemetria entre
espera de uma obra ficional. Partindo de a verossimelhança construída a partir de
um excerto do próprio autor sobre a escri- exaustivos dados factuais e a verossime-
ta de textos fantásticos, Furtado lista al- lhança desperdiçada em descrições mons-
truosas grotescas e absurdas é um dos Nesse sentido, de grande ajuda são as ta-
mistérios que a trama e o estilo de Love- belas análiticas (pp. 150 e 151) em que são
craft contiuam a encerrar. diferenciados e identificados elementos
No quinto capítulo, «Dizer o sobre- ficcionais associados ao Mundo Empírito
natural», Furtado investiga um dos ele- e ao Mundo Meta-Empírico presentes nos
mentos da prosa lovecraftiana que é comu- enredos de «O Caso de Charles Dexter
mente criticado: a descrição verborrágica Ward», «Um Sussurro nas Trevas» e «O
do insólito monstruoso. Aqui, o crítico Horror de Dunwich». No sétimo capitulo,
português também analisa a «estrutura «Os Dois Lados da Narração», Furtano re-
esquemática» de muitos dos textos do au- toma a análise das funções do emissor e
tor, muitos deles começando in ultimas res, do receptor, do narrador e do narratário,
ou em uma rápida alusão ao seu final. análise que ele já havia detalhado em A
Apesar de eficiente do ponto de vista da construção do fantástico na narrativa (1980).
fabricação da tensão ficcional, esse recur- Porém aqui, o que se faz é discutir a larga
so acaba por também implodir a coêrencia utilização que Lovecraft faz do narrador
da história, uma vez que se um persona- em primeira pessoa, ora constituindo-o
gem enlouqueceu, desapareceu ou foi como homodiegético, ou personagem se-
destruido, como é possível a simples elu- cundário, ora como autodiegético, no caso
cubração narrativa de suas causas? Sobre de um narrador protagonista.
isso, Furtado declara: No capítulo seguinte, «As Duplici-
dades do Espaço», o crítico parte de dois
Ainda que ocasionalmente empregado, planos básicos no que concerne à caracte-
o processo está longe de ser favorável rização espacial: o real, geográfico ou ima-
ao gênero, por retirar, quase sempre, ginário, e o «alucinado», que pode ser du-
credibilidade à ocorrência insólita, im-
plo, não-euclidiano ou sonhado. É a partir
pedindo-a de suscitar, no receptor do
enunciado, a aceitação parcial dela, ele- dessas categorias que cenários como
mento indispensável ao desenvolvi- Arkham, Innsmouth, Dunwich e a Miska-
mento da perplexidade visada pelo tonic University, além dos rios Manuxet e
fantástico (p. 132). Miskatonic e a região de Dark Mountain,
são revisitados e discutidos. São essas «lo-
Ainda neste capítulo, Furtado ana- calidades reais» —vivenciadas, imagina-
lisa a construção do narrador, a aparição das ou sonhadas— que servem de vias de
do monstruoso e a qualidade das hipérbo- acesso para espaços abissais como ocea-
les e metáforas do conto de Lovecraft. Já nos, abismos, vastidões cósmicas ou ou-
no sexto, «O Monstro e os Outros», o críti- tros universos.
co investiga a construção do antagonista Depois de debruçar-se sobre ele-
fantástico, maravilhoso ou insólito, a par- mentos estruturais e estilísticos por seis
tir da organização da narrativa e da trama. capítulos (3-8), Furtado encaminha-se
para o encerramento do seu estudo retor- 186). No final de todos esses processos, o
nando à problematização temática. Em que temos é o desenlace nefasto, a abomi-
«As Armadilhas do Conhecimento», pe- nação de muitos desses protagonistas, to-
núltimo capítulo do livro, ele discute a dos excessivamente desejantes de saber,
forma como a fascinação com o saber e o arte ou idealizações.
conhecimento leva muitos dos protago- No último capítulo do livro, «Um
nistas lovecraftianos ao desespero e à des- Darwinismo Cósmico», Furtado discute a
truição. Sobre esse particular aspecto de solidão e o isolamento que caracterizam
sua ficção, Furtado empreende uma eficaz muitos, senão a grande maioria, dos he-
catalogação de como os campos semânti- róis condenados de Lovecraft. Grupos so-
cos utilizados pelo autor reforçam essas ciais ou cósmicos, quando surgem, sur-
estruturas temáticas: gem para intensificar esses sentimentos
de exclusão, abandono ou condenação
Os temas recorrentes nas narrativas de existencial ou física. São heróis repletos de
Lovecraft evidenciam diversos elemen- características dignas de nota que no ins-
tos que formam uma simbologia do tante seguinte são obrigadas a vivenciar a
conhecimento: nas personagens (cien-
mais absoluta derrota, o que adensa «o
tistas, professores universitários, artis-
tas e outros intelectuais); no espaço (bi- caráter profundamente involutivo, re-
bliotecas, laboratórios, universidades); gressivo» de sua ficção (p. 197). É nesse
nos objetos que o povoam (livros e do- ponto que o crítico português responde a
cumentos de toda a ordem); na ação, uma das críticas mais severas à obra e à
tantas vezes centrada na busca do sa- persona de Lovecraft: sua postura elitista
ber; no próprio ato narrativo produtor,
e xenofóbica.
muitas vezes, entrecortado por re-
flexões sobre a validade do processo
cognitivo ou tiradas sobre o universo e A ficção lovecraftiana deixa transpare-
os seus mistérios (p. 182). cer, ainda que ocasionalmente e de for-
ma distorcida, várias questões funda-
A partir dessa enumeração, Furta- mentais da época em que foi produzida,
como o racismo, a imigração, a selva
do produz insights importantes sobre a
econômico-social das primeiras décadas
construção de seus heróis, como o fato de- do século, a Depressão e os ecos do fas-
les buscarem descobrir tanto sobre o mun- cismo. As referências a vários desses as-
do exterior e seus enigmas cósmicos e sa- pectos surgem em resultado da priorida-
berem tão pouco de si próprios (p. 184), a de concedida a determinados indivíduos
prática da arte como uma fuga da realida- sobre a sociedade, tanto na vida quoti-
diana, quanto na vida cognitiva, bem
de em direção ao bizarro, ao grotesco e à
como da concepção elitista da sociedade,
morbidez (p. 185) e a busca pelo sonho a do que se poderia denominar a con-
fim de criar uma pseudo-realidade inte- cepção da história, real e fictícia, detectá-
rior para a obtenção do conhecimento (p. vel na ficção lovecraftiana (p. 198).
429
Reseñas
bre las demás aproximaciones críticas tan dos: el del teatro costumbrista (desde el
válidas como la primera. siglo xix hasta 1945) con autores como Ma-
El libro que motiva esta reseña —La nuel Ascensio Segura, Felipe Pardo y
racionalidad deshumanizante. El teatro políti- Aliaga, Leonidas Yeroví, entre otros; la
co y la ciencia ficción (1886-1989)— es un etapa del teatro poético (1945-1960) que se
estudio erudito sobre el teatro peruano halla representado por Jorge Eduardo
que abarca más de un siglo y consigna Eielson, Felipe Buendía, Sebastián Salazar
una bibliografía de más de 30 páginas. Sa- Bondy, Juan Ríos, por ejemplo; el período
bemos que el género teatral ha sido casi del teatro arte (1956-1968) donde se sitúan
olvidado en el Perú. Hay investigadores Julio Ramón Ribeyro, Enrique Solary
peruanos expertos en narrativa como An- Swayne, Juan Rivera Saavedra, verbigra-
tonio Cornejo Polar o José Miguel Oviedo cia; la etapa del teatro político (1968-1980),
o Tomás Escajadillo; o en poesía, como Es- representado por Alonso Alegría, Alberto
tuardo Núñez o Alberto Escobar o Améri- Mego, José Adolph, entre otros; y, por úl-
co Ferrari, entre otros. No sucede así con timo, el período del teatro de violencia
el teatro que espera un análisis más minu- política y de conflicto armado (1980-2000),
cioso y provisto de un marco teórico rigu- momento donde aparecen grupos como
roso. El trabajo hermenéutico de Honores Cuatrotablas o Yuyachkani y autores
contribuye a llenar ese vacío y se encuen- como Rodolfo Hinostroza o Roberto Sán-
tra dividido en cuatro capítulos. chez Piérola. Después de ese panorama
En el primero, el autor se sitúa en histórico, Honores emprende el análisis
una perspectiva diacrónica, es decir, in- del teatro de ciencia ficción.
tentar dar cuenta del proceso del teatro En el segundo capítulo, el investi-
latinoamericano. Sin lugar a dudas, un gador pasa revista a obras como La caja
análisis de las obras teatrales no debería fiscal (1886) de Acisclo Villarán, integrante
dejar de lado la ubicación de estas en el de la generación romántica, o El club
panorama de la literatura peruana. Hono- (1929) de Luis Berninsone o ¡Un hombre
res, en este caso, se sustenta en Beatriz con tongo! (1950) de Héctor Velarde. En
Risk, quien distingue tres generaciones: la esos textos se aborda la experiencia del
realista, que abarca desde 1890 a 1920 y se ser humano en la modernidad sobre la
caracteriza por el funcionamiento de có- base de los aportes de Marshall Berman,
digos naturalistas y costumbristas; la van- así como se analizan los temas y el víncu-
guardista, que comprende desde 1920 a lo de estos respecto de los aportes del tea-
1950 e implica la exploración onírica y de tro vanguardista o clásico.
una realidad múltiple; y, por último, la del En el tercer capítulo, Honores exa-
nuevo teatro, que empieza desde 1950 y mina textos de Juan Rivera Saavedra, Al-
llega hasta 1980. En lo que concierne al berto Hidalgo, Juan Gonzalo Rose, Estela
Perú, el investigador plantea cinco perío- Luna, Alberto Mego, Julio Ortega, José B.
Adolph y Hernando Cortés. En este caso de Saint-John Perse, Ezra Pound y Char-
se trata de señalar cómo «La racionali- les Olson para pergeñar una obra neovan-
dad deshumanizante denuncia la aliena- guardista de gran experimentación en la
ción, la violencia y la opresión que ejerce página en blanco, a la manera del simbo-
el Estado contra sus ciudadanos y la pro- lista Stéphane Mallarmé. Asimismo, pro-
gresiva deshumanización a la que se en- dujo relatos de ciencia ficción como «Las
frenta el ser humano en la modernidad» memorias de Drácula» y un ensayo dedi-
(p. 88). Como se puede observar, Hono- cado a Mallarmé. Sin embargo, escribió
res no ve los textos de manera autotélica, Apocalipsis de una noche de verano (1987),
sino que vincula el sentido de textos con una obra teatral (basada en Sueño de una
una problemática de índole política. En noche de verano de William Shakespeare)
tal sentido, el teatro de ciencia ficción no que es analizada minuciosamente por
es escapista, sino que evidencia un pro- Honores y que se sitúa en el ámbito del
fundo compromiso del artista con su peligro nuclear en el contexto de la Gue-
tiempo. rra Fría entre la ex Unión Soviética y los
En el cuarto capítulo, el estudioso Estados Unidos. Honores afirma: «Hinos-
peruano aborda textos de Rodolfo Hinos- troza confronta el mundo de las hadas
troza, Estela Luna, Adriano Alarco de Za- con el de los humanos, ambos en dos pla-
dra y Juan Rivera Saavedra que se sitúan nos distintos de realidad. Como seres mi-
en los años ochenta del siglo pasado. Aquí tológicos, aquellos pueden intervenir en
hay dos hechos coyunturales: la Guerra las acciones humanas, o confundirlos,
Fría y el peligro nuclear. Un aspecto digno pero sus objetivos son distintos: los seres
de mención es el astronauta como perso- élficos son lascivos y buscan la plena sa-
naje en Navegantes del Sol (1988) de Alarco tisfacción sexual, mientras que los huma-
de Zadra. Otro procedimiento es la pro- nos, la destrucción. Así, Eros y Thanatos
yección al año 2500 en Un hombre llamado dominan ambas realidades» (p. 158). En
Torpe (1987) de Rivera Saavedra. Sin duda, tal sentido, como señala Fernando de Die-
Honores desmonta adecuadamente la re- go Pérez, se formulan dos realidades en
tórica del teatro de ciencia ficción en am- Apocalipsis de una noche de verano: el teatro
bos casos. isabelino y la realidad latinoamericana,
Ahora sería pertinente referirse a la sometida a los intereses del imperialismo
obra del notable poeta, cuentista, ensayis- estadounidense.
ta y dramaturgo Rodolfo Hinostroza, fi- El libro de Honores permite re-
gura imprescindible de la llamada gene- flexionar sobre algunos aspectos meto-
ración del sesenta en el Perú. Como dológicos de la investigación literaria. El
sabemos, Hinostroza publicó dos poema- investigador intenta, como dice Antonio
rios capitales: Consejero del lobo (1965) y Cornejo Polar en otro contexto, «histori-
Contra Natura (1971). Asimiló los aportes zar la sincronía», es decir, analizar el pro-
ceso de las obras teatrales de ciencia fic- innovadores. Por todo lo expuesto, este
ción sin olvidar el abordaje de los ensayo de Elton Honores es imprescindi-
mecanismos textuales de cada texto. Asi- ble porque ilumina el estudio del teatro
mismo, Honores hace una revisión pun- en el Perú.
tillosa de la bibliografía secundaria que
examina cada obra teatral y su vínculo Camilo Fernández Cozman
con la tradición literaria. No se ciñe a un Universidad de Lima
crferna@ulima.edu.pe
solo método, sino que manifiesta una
pluralidad metodológica y un acerca-
miento interdisciplinario muy valiosos e
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Reseñas
en un film de Óscar Urrutia que propone han, por último, concluye al analizar dos
la tecnología audiovisual como «mé- textos del puertorriqueño Cabiya, que el
dium» de un espectro que clama por la resurgimiento contemporáneo de vampi-
revisión del pasado. ros, zombis y caníbales muestra que el gó-
La quinta y última sección, «Para- tico y sus monstruos se reactualizan per-
digmas góticos contemporáneos», reúne manentemente.
capítulos que trabajan con nociones críti- El volumen no solo define una po-
cas recientes en el campo de lo «globalgó- sición de lectura muy clara y bien argu-
tico» y del postgótico en textos caribeños mentada, sino que también traza una lúci-
y latinoamericanos. Díez Cobo aporta el da ruta por la cual empezar a leer un
concepto de «gótico de cosecha propia» modo que la literatura y las artes audiovi-
para leer el gótico y revisitar el tropo del suales latinoamericanas han ido re y coes-
vampiro —figura clave en su «encarna- cribiendo en permanente diálogo con una
ción posmoderna»— en la literatura pe- tradición permanentemente presente.
ruana del presente siglo. Serravalle de Sá
propone el «canibalismo cultural» asocia- Sandra Gasparini
do al gótico para analizar filmes del direc- Universidad de Buenos Aires/
Universidad Nacional de las Artes
tor brasileño Iván Cardoso en los que ho-
sandra_gasparini@hotmail.com
rror, sexo y humor son elementos
fundamentales, y en los que se elabora
una dialéctica del horror y de la risa. Bra-