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Cada tanto alguien escribe un libro breve, preciso, genial. Un libro que no previene a los
lectores sobre los peligros de su propia grandeza. Estos libros, entre los que figura El
fiord, suponen el arribo a lo que Osvaldo Lamborghini llamó las “últimas poblaciones”.
El fiord es un final donde habitan verdugos y verdugueados, y “las bordadas escenas del
bien y del mal” fueron mutiladas. Al sur del mundo, Lamborghini clama: “Argentina,
terrible hija mía, es la frontera”.
En nuestro país, la violencia política se vive como una fiesta. Desde “La refalosa” de
Ascasubi, la risa y el horror campean en las voces cantoras de nuestra organización
nacional. “A diez años de la revolución –entona Bartolomé Hidalgo en su cielito–, esto
ya se equivocó”. Martínez Estrada, cien años después, admite que los argentinos
vivimos en un estado de guerra latente.
“Bajo la sombra de la anécdota histórica \ Como fantasma inmundo \ Correrá por suerte
el agua \ De las fundaciones legítimas”. Se trata de la legitimidad –y no el “solfeo de
panfleto”– que le otorga el uso de un registro confesional, ficción en primera persona
que encontramos en la gauchesca pero también en Benito Lynch, Cambaceres y Horacio
Quiroga. La anécdota se desfunda en un proceso de alteración de lo vivido, que el autor
denomina “Aparato de Mentir”. Este procedimiento desbarata las intentonas de abrazar
una literatura documental, histórica o de testimonio: “Otra mentira más, entonces –la
militancia en el MRP no nos estaba ayudando de mucho”, cita textual de El fiord
reproducida en un poema de ese mismo año: “Hoy: relacionarse: y como sea”. La
felicidad del recuerdo es desmantelada en acto por la veracidad de una frase (“La vida
se pierde tan fácil como los dientes”).
Al mismo tiempo, como sostiene Luis Thonis en Un guante para Osvaldo Lamborghini,
la narración exasperada de festejos y horror en El fiord, adonde confluyen las consignas
ultras y contrapuestas de los manifestantes, expresa el modo en que la generación
setentista quedará enfrascada en una guerra por las cosas muertas. Al final del relato, los
personajes, cebados tras liquidar al Loco Rodríguez –un poco a la manera de la patota
de Anthony Burgess en La naranja mecánica–, salen en busca de nuevas situaciones
que les permitan cumplir su proclamado antidestino: la autodestrucción por “el carajo
del estilo”. Escritura y pensamiento se consagran al drama de un presente que no se
conforma con la sencilla reposición del pasado. “Cuando yo empiezo a pensar –declara
el autor– coincide y empieza la insurrección”. La claridad de la lengua –un deseo
privado innegociable–, es reemplazada aquí por una música tierna como un pétalo y
dura como la roca. Cuerpo y lenguaje se articulan en promesa de un contrato de
vitalidad mochada (“¿Por qué habría palabras que exigen \ un cuerpo a cambio? \ ¡qué
desdicha!”).
El fiord es un texto que surge del caos, no de una generación, sino de una realidad que
el artista –hipersensible–, interpreta como un signo precautorio dentro de una extraña
partitura, aprendida a través de ciertas técnicas corporales, vicios estilísticos y una
concepción de obra siempre subsidiaria –casi devota– de los medios para concebirla,
medios nunca antes ensayados.
Milita Molina, en “El chiste suyo”, un artículo sobre el autor de La causa justa y El
fiord, sentencia: “La literatura que hace política vuelve inútil toda literatura política”.
Un escritor político no debe escribir desde ningún lugar; no necesita tener posiciones
tomadas que no se desprendan de su trabajo literario. Osvaldo Lamborghini justamente
ocupa esos descampados del idioma, páramos de la rutina del capitalismo y la
desolación prometeica. Los filos del lenguaje trabajaron a través de su escritura
laminar. En este juego, la palabra cumple una misión suicida: cortar, dividir, hundirse
en la grieta: “Para cortar definitivamente con cualquier tipo de militancia o para cortar
con todo lo que no sea una. Una militancia. Para cortar”.
En el sistema literario argentino, por paradójico que sea, los escritores que dedican todo
su tiempo, todo su esfuerzo, en fin, toda su vida a la escritura, no son tantos como uno
deseara. Solo algunos grandes escritores se permiten este gesto de honrada creencia, y, a
saber, los grandes se cuentan con las manos. Osvaldo Lamborghini fue, como lo retrata
Hugo Savino en Salto de mata, un extraordinario “animal de escritura”. Complejo
animal que vivió en carne propia, en su famoso devenir-rata: “El esfínter cedió, pagaré
caro por estas incontinencias”.
Nació en 1940 en Villa del Parque y murió en Barcelona en 1985. En vida, publicó tres
libros: El fiord (1969), Sebregondi retrocede (1973) y Poemas (1980). Su obra póstuma
permaneció inédita por muchos años hasta que César Aira la compiló, en cuatro tomos,
para el grupo editorial Penguin Random House: Poemas 1969-1985, Novelas y cuentos
I y II y Tadeys. En 2008, Ricardo Strafacce publicó Osvaldo Lamborghini. Una
biografía. En 2013, se reeditó El fiord en su versión original y, por primera vez en
formato libro, se publicó la historieta ¡Marc!, con guión de Lamborghini. Como dijera
Severo Sarduy sobre Lezama Lima, “como un continente desconocido”, la figura de
Osvaldo Lamborghini empieza a ser entrevista en la lejanía.