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Las investigaciones de Sherlock Dog - El

ladron de elefantes

El Reino Único está listo para festejar el quincuagésimo aniversario de las bodas entre la Reina
Lotaria II y el Príncipe León de la Mer, cuando un improvisto pone en riesgo la fiesta más esperada
del año. Uno tras otro, los artistas de la ciudad de Hiena empezaron a desaparecer en la nada…

¿Quién mejor que el gran detective Sherlock Dog y su leal asistente Gio Gatón puede resolver el
misterio? Entre pulgas, conspiraciones alienígenas y desoladas islas de guano, el caso es todo menos
simple.

En esta investigación encontrarás:

 Una pareja de cabras tibetanas


 El ser más apestoso del mundo
 Dos avestruces chuparruedas

Personajes

Sherlock Dog

Gio Gatón

Cocinera Alegra

Oso Bruno

Deductor

Lógico

Mammaluck

Mister Gold
Gran fiesta en Hiena
Eran los días más esperados por grandes y pequeños de todo el Reino Único: el quincuagésimo
aniversario de las bodas entre la Reina Lotaria II y el Príncipe León de la Mer estaba por llegar. Un
evento esperado desde siempre, desde que siendo niños aprendíamos la famosa canción infantil:

Cinco años, bodas de renacuajo

Diez años, brilla el pez luna

Veinte años, salta la trucha

Treinta años, bodas de morena

Cuarenta, son de delfín

Cincuenta años, bodas de ballena.

Y después de meses de lluvia fastidiosa finalmente había llegado la bella estación: las calles estaban
llenas de gente alegre, los negocios resplandecían por sus luces y todos tenían ganas de ser felices.
Las escuelas estaban cerradas por las vacaciones de primavera, los pequeños estaban todos en la
calle mirando con la boca abierta las caravanas que pasaban anunciando los grandes espectáculos
de los circos de las familias Maffei: Oda, Olla, Opala, Onda, Ofra y Ostra, todas hermanas y primas.

En aquel periodo, de hecho, los más famosos y prestigiosos artistas circenses del mundo se reunían
en Hiena para el tradicional Espectáculo de Primavera: un evento único que comprende chimpancés
lanzadores de bananas, hipopótamos que caminan sobre la cuerda floja, conejos que hacen
desaparecer magos en los cilindros, avestruces ilusionistas, perezosos adivinos, peces ventrílocuos…

“Papá, mamá, ¿me llevan a ver el espectáculo?” Era la pregunta que hacían todos los pequeños.
¿Cómo se podría decir que no?

En las vías del centro paseaban también Sherlock Dog, el célebre detective, y su leal asistente Gio
Gatón, algo bastante raro, porque Sherlock se movía del estudio en el número 8 bajo, o baj-ocho,
de Sabueso Street sólo por sus investigaciones.

¿Y entonces qué lo llevaba por las vías del comercio de Hiena? Una excelente razón: el regalo por el
cumpleaños de la cocinera Alegra, que caía justo en el aniversario de las bodas de Su Majestad. La
situación la ponía muy orgullosa, incluso más que los elogios que Sherlock Dog le hacía por sus
maravillosas recetas.

“¿De acuerdo con usted, qué le podemos regalar este año, jefe?” Preguntó Gatón.

“Algo bonito, que pueda usar cuando sale a pasear” respondió Sherlock deteniéndose frente a la
vitrina de un joyero, un jabalí con dos colmillos largos y cándidos.

“¿Y por qué no algo útil?” Objetó Gio.


“mmm… ¡Alegra se merece un regalo precioso y útil al mismo tiempo!” Respondió Sherlock
buscando caramelos de mora de risco, muy raros.

Gatón lo miró fijamente con un solo ojo: “¡Apuesto a que ya sabe qué quiere! Tiene los caramelos
de mora de risco reservados para las grandes decisiones” observó el asistente.

“Lo descubrirás pronto… ¡sígueme!” cortó tajante Sherlock Dog entrando en las grandes tiendas
Tamarrod’s, las más famosas de Reino Único.

Cuando salieron, Sherlock tenía un paquetico entre las manos y un aire de satisfacción, mientras
Gatón parecía en shock, los ojos se le salían de las órbitas.

“Pero ¡cuántas bella zorritas elegantes y perfumadas, cuántas felinas llenas de encanto…!” murmuró
con voz baja. “¿Por qué no nos quedamos un poco más? Podría comprarle un regalo… ¿no quiere
un regalo, jefe?”

Pero Sherlock Dog ya había parado un taxi para regresar a casa.

“Claro, Gatón. Basta con que no me encarte con otro anuario sobre la migración de los patos cabeza
amarilla, ya tengo doce en mi librería… ¿adivine por qué?” respondió Sherlock. Gio Gatón prefirió
no agregar nada.

En el estudio de Sabueso Street, después de una buena taza de té de pino con galletitas blandas, los
colegas se estaban relajando para retomar la pesada jornada de compras. Sherlock recortaba los
artículos de los periódicos que le llegaban de todo el Reino Único. Los disponía con cuidado en orden
cronológico y alfabético en una gran carpeta. Gatón observaba aquel trabajo minucioso, pero no lo
graba entender su objetivo.

“¿Por qué esos artículos y no otros?” preguntó el detective.

“Porque estos son los hechos más extraños sucedidos en el Reino y en sus colonias en los últimos
días. Mire esto: Serpiente pitón traga seis bolas de billar en un torneo de carambolas, torneo
suspendido. Y escuche esto: Perro Salchicha bate record en salto alto… o esto, bellísimo: Mofeta
manchada, el ser más apestoso del universo, crea una nueva línea de perfumes y desodorantes…”

“Sí, divertido, pero…” replicó Gatón.

“Dos avestruces faquires, que tragan clavos, están…” continuaba Sherlock.

“¿Pero la utilidad de todo esto?” lo interrumpió Gatón.

“Querido Gatón, todo esto que es extraño o insólito tarde o temprano puede resultar útil” fue su
respuesta.

Justo en ese momento sonó el teléfono, Sherlock fue a responder, habló brevemente y colgó.
Regreso al escritorio y volvió a recortar los periódicos. Pero Gatón notó de inmediato que algo había
cambiado: Sherlock tenía esa expresión misteriosa y satisfecha de cuando se encuentra frente a un
caso muy interesante.

Gio Gatón temblaba de la curiosidad, y no resistió más.

“Y entonces, jefe ¿qué pasó?” preguntó.

¿Qué pasó finalmente con los ornito-cosos?


Sherlock tomó un caramelo de ruibarbo del recipiente del escritorio. Gatón esperó pacientemente
a que su jefe terminara de saborearlo.

“Desapareció una pareja de elefantes acróbatas del espectáculo de Ofra Maffei” dijo finalmente el
detective.

“¿Estamos seguros de que no están jugando a las escondidas?” bromeó Gatón entre risas.

De repente se escuchó el chillido de una frenada en la calle, y se abrieron las puertas de golpe.

Los dos investigadores se miraron suspirando. Sonó la campana y diez segundos más tarde, la puerta
del estudio se abrió de par en par. Deductor y Lógico, los patos policías de Metrópolis, la policía
metropolitana de Hiena, entraron con los ojos fuera de las órbitas.

“¡Desaparecidos, desaparecieron!” gritó Deductor, despeinándose las plumas de la cabeza.

“Lo sabemos, los elefantes acrobáticos de Ofra Maffei” dijo Gatón. “¡Qué lástima, me hubiera
encantado verlos caminar en la cuerda floja…!” agregó el gato.

“¡Pero qué! Desaparecieron los chimpancés lanzadores de bananas del espectáculo de Olla Maffei,
¡su prima!” exclamó Deductor agarrando dos galletas de una caja y tragándolos de golpe.

“… y dos ornitocosos que tocan el banjo del espectáculo de Onda Maffei, la… emm, ¿sobrina? Pero
¿sobrina de quién, de Ofra o de Olla?” preguntó Lógico, confuso.

“La hermana. Es la hermana de Ofra” puntualizó Deductor. Al terminar las galletas, recogió las
sobras y se las echó a la boca.

“Se llaman ornitorrincos, y vienen de la Tierra de Abajo” explicó Gatón, con el tono de quien está
explicando física cuántica a una planta de fríjoles.

Sherlock, mientras tanto, había buscado en su archivo de artículos un folleto. “Justo como le estaba
diciendo a mi asistente, encontré esto” dijo, mostrando el artículo. “Dos avestruces faquires, que
tragaban clavos, martillos y metales, desaparecieron del hotel donde estaban hospedados. La
pareja, ‘los dos chuparruedas’, era famosa por haberse tragado un automóvil completo, cristales y
batería incluida. No creo que se trate de un caso aislado, es claro que estamos frente a algo grande”
concluyó Sherlock Dog.
“En efecto: dos elefantes, dos chimpancés, dos avestruces… ¡no son animales que quepan en un
bolsillo!” exclamó Deductor, soltando una carcajada y dándole un codazo a su compañero, que no
había entendido el chiste.

“Para no hablar de los ornito… ¡Caramba, ese nombre no me entra en la cabeza!” se lamentó Lógico.

“Sobretodo es necesario tenerla, una cabeza, para poder meterle algo” comentó Gio Gatón sin
piedad. ¡Estos en serio eran patos sin esperanza!

“¿Y entonces, qué hacemos?” intervino Deductor, mirando sorprendido a Gatón.

“Esperemos. Ustedes vuelvan a Metrópolis a recoger información, nosotros haremos lo mismo aquí.
Algo sucederá” respondió Sherlock.

Mientras los patos salían del estudio, Deductor le murmuraba algo en baja voz a Gatón, mientras
Lógico trataba de deletrear: “Or-ni-to-rri-ii… ¿or-ni-to-qui-énn?”

Tan pronto se quedaron solos, Sherlock le encargó a Gatón que hiciera algunas llamadas a las
redacciones de Crónica y Última hora, dos importantes periódicos del Reino Único. Media hora más
tarde la situación era la siguiente:

 Dos canguros boxeadores desaparecidos antes de un encuentro de boxeo.


 Dos cocodrilos malabaristas desaparecidos mientras iban al dentista para un control.
 Dos marmotas canadienses, habilísimas para saltar a través de aros de fuego en bicicletas,
no habían regresado de una cena en una pizzería.

“¿Qué podemos hacer?” preguntó Gio Gatón.

Sherlock Dog continuaba estudiando los artículos del periódico que había recortado en las últimas
semanas.

Se quedó mirando uno en particular por un rato, lo leyó y luego alejó todos los demás.

“Primero que todo, creo que llegó la hora de probar esos caramelos con aroma de dátil que me
regalaron donde el Rey de Bessarabia” dijo, mientras abría el precioso estuche de madera de palma
que los contenía.

“Deben ser deliciosos, pero ¿con respecto a estas desapariciones, estos secuestros, estas ausencias
improvisas?” presionó Gatón.

“¡Vamos al espectáculo de Opala Maffei, esta noche!” exclamó Sherlock, en éxtasis por los dos
caramelos de dátil.

“¡Qué maravilla, hace años que no voy al Espectáculo de Primavera! Pero ¿por qué vamos?”
preguntó Gatón.

“¡Sucederá algo, y tenemos que estar presentes!” respondió Sherlock Dog.


Misterio bajo el escenario
El teatro Máscara Hilarante, donde se llevaba a cabo el espectáculo de la compañía Opala Maffei
estaba a reventar: muchas familias completas y un gran consumo de pop-corn glaseado, gaseosas y
manzanas de caramelo. La banda sonaba, las bengalas volaban en el aire, las guirnaldas de las flores
adornaban los palcos, en conclusión, era una bella fiesta para todos, artistas y espectadores.

Entró el presentador, un jabalí elegantemente vestido en su frac negro con camisa blanca, sombrero
de cilindro y bastón de madera negro brillante con pomo dorado. Se dirigió al centro del escenario,
golpeó el bastón contra el suelo y de inmediato, del pomo se desprendió una nube de bombas de
jabón que se dispersaban en el aire.

“¡¡¡Ooohhh!!!” gritaron todos los pequeños que quedaron con la boca abierta. Algunos intentaron
incluso tragar alguna bomba, pero cerraban la boca de inmediato.

El jabalí se quitó el sombrero y anunció: “Señoras, señores y pequeños que asisten a la gran fiesta
por el aniversario de las bodas de nuestros amados soberanos, ante ustedes un adelanto de toda la
alegría que nos espera con los dos clown Loco y Reloco… ¡un aplauso!”.

Acompañados de palmoteos y chillidos de ánimo, llegaron dos pandas gigantes de fama


internacional. Vestidos de payasos, entraron a la carrera con dos cubos llenos de agua,
tropezándose en sus larguísimos zapatos negros rotos, corrieron hacia los niños de las primeras filas,
inundándolos de… confeti, porque el agua se había transformado por arte de magia en pequeños
fragmentos de colores.

“¡¡¡Ooohhh!!!” exclamaron todos, mientras los dos clown sacaron de un bolsillo dos enormes
martillos de goma y comenzaron a perseguirse y a darse fuertes martillazos en la cabeza, siempre
corriendo Loco detrás de Reloco y viceversa.

Después, los clown empezaron a darse patadas fortísimas en el trasero haciendo reír a más no poder
a los pequeños espectadores, porque a cada patada, salía una sonora flatulencia.

“Y ahora, el número que todos están esperando, la transformación de nuestros amados clown en
iguanas…” anunció una voz. Era el famoso número en el cual los dos pandas gigantes fingían que
peleaban, se empujaban y terminaban juntos en una tina llena de tinta verde, de la que salían
convertidos en iguanas y continuaban dándose palmadas y empujones hasta salir de la escena.

“¡Me pisaste un pie!” gritó Loco.

“¡No, te metí un dedo en el ojo!” respondió Reloco, metiéndole un dedo en el ojo.

“¡me arrancaste un pelo de la nariz!” lo acusó Loco, pellizcándole una oreja mientras caminaba
detrás de él.

“Te equivocas, ¡te hice cosquillas!” replicaba Reloco, pisándole un pie, caminando atrás suyo, sin
mirar hacia dónde iban. Mientras tanto, del piso del escenario emergió una gran tina llena de líquido
verde y humeante, de aspecto poco reconfortante. Pero ellos no se habían dado cuenta y
continuaron haciéndose bromas y caminando de espaldas.

“¡Fanfarrón!”

“¡Bandido!”

“¡Adyacente!”

“¡Bobalicón, adyacente no es una ofensa!”

“Sí, si un tonto como tú es adyacente a un genio como yo”.

En ese momento, habían llegado a un paso de la tina. El público se estaba reventando de la risa y
los pequeños trataban de advertirles del peligro.

“¡Atentos!”

“¡Quietos!”

“La tina…”

“¡Detrás de ustedes!”

“¡Caerán dentro!”

“¡UUUuuuhhh!” gritaron muchos cachorros mientras se cubrían los ojos.

Nada qué hacer, los clown terminaron contra el borde y luego adentro, con grandes salpicaduras
verdes, humo y carcajadas, mientras las música de la banda resonaba a todo volumen. Todos los
ojos apuntaban al centro del escenario, al borde de la tina, de dónde habrían debido salir las dos
iguanas entre aplausos.

Pero no pasaba nada. El agua permanecía inmóvil e incluso la música se había detenido, el director
de la banda no sabía qué hacer. No se movía nadie, nadie aparecía. El público murmuraba, después
inició a parlotear en voz alta, preguntándose qué estaba pasando, luego llamó a los clown con la voz
aún más alta, batiendo la manos como aplaudiendo. Nada. El presentador entró en escena, se
acercó a la tina y se inclinó. Estaba vacía, no había ni agua, ni humo, ni siquiera los dos clown. Vacía.

Sherlock Dog y Gio Gatón, que hasta ahora habían estado sentados en las gradas, mezclados entre
los demás espectadores, se levantaron y subieron las escaleras que llevaban al palco.

“¡Realmente está vacía!” exclamó Gatón.

“¡Desaparecen otros dos artistas, interesante!” dijo Sherlock Dog. Y se dirigió a una pequeña puerta
que daba acceso a la parte baja del palco, seguido por su asistente.
¿Quién? ¿Dónde? ¿Por qué?
En el sótano del escenario, sólo una tenue lucecita difundía un poco de claridad hacía el centro, en
cuyo piso se abría una escotilla. Era la apertura por dónde había salido la tina de baño y donde los
clown habrían tenido que bajar, ponerse el vestido en pocos segundos y salir de nuevo, disfrazados
de iguanas gigantes para terminar su número. Pero eso nunca había sucedido. ¡Loco y Reloco habían
desaparecido como por arte de magia!

“En realidad interesante… ¡empiezo a verlo todo con claridad!” exclamó Sherlock.

Gio Gatón lo miró estupefacto. “¿Verlo todo con claridad? ¡Si no fuera por mi visión de gato, no
vería ni por dónde camino!”

“Podemos volver a casa y esperar noticias mientras bebemos un buen café de cebada” concluyó
Sherlock, saliendo del sótano del escenario.

No alcanzaron a dar ni diez pasos, y se cruzaron con Deductor y Lógico, los patos de Metrópolis.

“Tranquilos, ¡todo está resuelto!” exclamó el primero sin siquiera saludar.

“Ya pueden volver a casa a dormir como cachorros, ¡ya encontramos a los culpables!” agregó el
segundo.

“¿Encontraron a los culpables? ¿Y cómo? ¿Les cayeron en la sopa?” preguntó Gatón de mal humor.

“¡Mis más sinceras felicitaciones!” dijo en cambio, Sherlock, muy tranquilo. “¿Y quiénes fueron los
granujas?”

“¡Fácil! ¡Pero era necesario pensar un poco, y nosotros, modestamente, lo pensamos! ¿Quién hace
desaparecer cosas, sillas, seres vivientes y luego los vuelve a hacer aparecer, incluso a kilómetros de
distancia?” preguntó Deductor.

“¿Un tornado?” respondió Gatón.

“¡Los magos! ¡Los prestidigitadores! ¡Esos artistas tienen poderes extraordinarios! Nada más fácil
que hacer desaparecer a sus colegas para luego tenerlos como prisioneros” explicó Lógico.

Sherlock Dog estaba impactado y no hizo nada para esconderlo. “¡Increíble! ¿Cómo no se me ocurrió
antes? Los hacen desaparecer y luego los entregan a cambio de dinero, de un rescate. Me parece
una buena pista, ¡felicitaciones! Gatón, vamos”.

“Pero, jefe, ¡realmente no creerá en esta teoría! ¿Y los marcianos, por qué no ellos? ¿También
piense en esos hombrecitos verdes de gran cabeza…?” dijo Gatón, incrédulo.

“¡Claro! Los marcianos, ellos también…” Deductor se dio un golpe en la frente.

“… ¡aman los espectáculos! ¡Apuesto que hasta los ornitocosos se sueñan con Marte!” agregó
Lógico.
Los dos investigadores dejaron el teatro Máscara Hilarante para regresar al número 8 bajo de
Sabueso Street.

Estaban sentados en sus cómodos sillones del estudio, Sherlock leía la música de una pieza de
contrabajo y lavavajillas, Gatón hojeaba un periódico deportivo.

Ninguno de los dos tenía sueño y ya era pasada la media noche.

El primero en hablar fue Gatón. “Jefe, según usted ¿quién secuestró a los artistas? ¿Dónde los
esconde? ¿Y por qué lo hace?” preguntó.

“¡Tres preguntas de un extramillón de esterlinas, amigo mío! El quién y el por qué no lo podemos
saber aún – naturalmente debemos descartar las ideas de los dos patos de Metrópolis, que tienen
la fecha de caducidad vencida como la mozzarella azul- pero sobre el dónde, podríamos hacer
algunas hipótesis…”

“¡De acuerdo, jefe! Hice un cálculo de todos los artistas que desaparecieron… y, es impresionante,
son muchísimos, ¡no alcanzaría un palacio para poderlos albergar a todos!” dijo Gatón.

“Por eso debemos restringir el campo a pocos lugares, que sean grandes, pero cerrados. Por
ejemplo…” Sherlock empezó a exponer su hipótesis.

Mientras los dos investigadores estaban en búsqueda de sus mejores ideas, en Metrópolis tenían
grandes problemas. En las últimas horas habían estallado peleas furibundas entre las dueñas de
varios espectáculos Maffei: justamente porque eran parientes, confiaban poquísimo la una en la
otra.

“¡Devuélveme los elefantes acrobáticos!” gritaba Ofra.

“Y tú, dame a los chimpancés prestidigitadores” replicaba Olla, mientras Ostra pretendía tener de
vuelta inmediatamente a sus avestruces faquires de Opala, que ya estaba muy enojada por la
desaparición de los panda clown gigantes.

Todo terminó en una paliza, y la policía las metió a todas en una celda: hermanas y primas Maffei,
artistas, y gente que pasaba por allí, solo por casualidad, los magos y prestidigitadores que Deductor
y Lógico habían hecho arrestar algunas horas antes. Era una confusión enloquecedora, los dos patos
no entendían nada de nada, pero ¡seguían convencidos de que sus intuiciones eran las correctas!

¡Pulgas al rescate!
Oso Bruno, el enorme director del Teatro de las Pulgas y amaestrador de estas simpáticas criaturitas,
fue detenido por un agente de la policía de tránsito por pasarse un semáforo en rojo.

Cuando el policía leyó en los documentos “Director del teatro de las Pulgas” llamó de inmediato a
Metrópolis para informar de la situación. Deductor y Lógico se subieron al auto de un brinco y
llegaron al lugar a toda velocidad, pasándose todos los semáforos en rojo.
“¡Usted queda arrestado!” le comunicó Deductor.

“¿Y cuál es el motivo?” preguntó Bruno, que empezaba a ponerse nervioso.

“Por el rapto de pulgas amaestradas” le explicó Lógico.

“¡Pero, cuál rapto! Si son mis artistas, ¡trabajamos juntos!” explicó Bruno.

Deductor, mientras tanto, había sacado del maletero una maqueta en miniatura del Teatro de las
Pulgas, una construcción pequeñísima que reproducía perfectamente el Teatro Real de Hiena. El
pato se estaba divirtiendo: abriendo puertas y ventanas para espiar con la linterna en las pequeñas
habitaciones.

“¿Y entonces, por qué el teatro está vacío? ¿Dónde fueron a parar las pulgas bailarinas, las acróbatas
y las que saltan a través de aros de fuego?” preguntó severo.

“Porque, aunque que ya llegó la primavera, las noches aún son frescas y por eso...” comenzó a decir
Bruno, que, si hubiera querido, habría podido agarrarlos a los dos por el cuello, hacerles un nudo
doble y meterlos en una caneca.

Los patos decidieron que ya habían visto y escuchado demasiado. “¡Los grilletes! Usted está acusado
del secuestro de pulgas artistas, pasará la noche en prisión, ¡en compañía de todos los demás
granujas!” gritó Lógico. Y el pobrecito fue llevado a la estación.

Si los dos patos lo hubieran dejado hablar, Bruno habría concluido diciendo: “…por eso en las noches
saco a las pulgas del teatro y las llevo encima, así pueden estar calientes en mi pelaje. Naturalmente,
debo estar muy atento cuando me muevo, para no aplastarlas, pero estamos muy bien juntos, nos
hacemos compañía”.

En cambio, lo llevaron a Metrópolis.

Cuando llegaron, algunas pulgas ya habían saltado a las cabezas de Deductor y Lógico: aunque
estaban vacías, eran calientes y estaban llenas de plumas suaves.

Rasquiña, Cosquillas y Hormigueos eligieron a Deductor.

Fastidioso, Desesperante y Casposa prefirieron a Lógico. Las demás entraron a Metrópolis encima
del amaestrador. Si al inicio los dos patos sintieron apenas una leve picazón, después de unos pocos
minutos empezaron a rascarse y a darse golpes en la cabeza, tratando de ahuyentar a los pequeños
artistas.

“¡Deténganse, por piedad! ¡Las pueden aplastar!” gritaba Oso Bruno, recluido en la celda con magos
y prestidigitadores.

Mientras tanto, las pulgas habían decidido tomarse la noche libre, y asaltar a cada creatura presente
en la estación de policía.
Fue un caos, un desorden, un “¡sálvese quien pueda!”… algunos huían, otros saltaban, algunos se
rascaban furiosamente, o agarraban a bofetadas al vecino, para hacerle un favor.

A cierto punto, de salto en salto, de cabeza en cabeza, Gran-Cosquillas y Muerde-y-Huye, las dos
pulgas más aguerridas, habían llegado a escalar al inspector McGallister, un gallo irlandés con una
cresta rojo fuego, un tipo sin una pizca de paciencia.

“¡¡¿¿Quién trajo estas pulgas a mi estación de policía!!??” tronó el inspector.

El alarido fue tan fuerte que Deductor y Lógico lo escucharon a dos pisos de distancias. Subieron las
escaleras corriendo, mientras McGallister bajaba, y se encontraron de frente. Fue una catástrofe,
un encontronazo tan fuerte que las pulgas volaron de una cabeza a la otra.

“¿Qué está pasando aquí?” bramó el inspector furioso, mientras Pellizcón le caminaba por la oreja
derecha, cabalgando a Rasdetierra.

“Pulgas, señor. Pero tenemos al culpable…” respondió Lógico.

“Quizá habría sido mejor registrarlo antes de meterlo en la celda…” admitió Deductor.

“Comiencen por el principio, y háganlo e inmediato” cortó seco McGallister, tratando de quitarse
de encima las pulgas de la oreja.

Al final todo se aclaró, Bruno recobró sus pequeñas amigas –para tranquilidad de toda la comisaría-
y regresó al carro a pie, porque nadie quería acompañarlo.

Tan pronto salió, el inspector McGallister llamó a los dos patos: “¿Conocen la isla Guanaria?”
preguntó con voz gentil.

“Claro, es la isla donde se detienen las gaviotas y los cormoranes migratorios mientras atraviesan el
Océano Pacífico” respondieron los dos.

“¿Y por qué se detienen justamente ahí?” preguntó, cada vez con más gentileza, el urogallo irlandés.
Pero su cresta empezaba a levantarse y a ponerse de color rojo vivo, señal de que su paciencia
estaba por agotarse y explotaría en cualquier momento.

“Para beber, descansar un poco, hacer sus necesidades, pobrecitos. Y también para lavarse las
plumas, naturalmente” respondió Deductor.

“Qué bien, son muy buenos en geografía” comentó McGallister con el pico apretado.

“Gracias, modestamente, tiene toda la razón” se vanaglorió Deductor.

“Muy amable, jefe” dijo Lógico haciendo una venia.


“¡¡¡Incapaces!!!” gritó de golpe el inspector. “¡Allá los voy a transferir para que limpien excremento
de pájaro durante diez años! Resuélvanme este caso antes de la fiesta del aniversario de la Reina o
estarán fritos. ¡Y ahora, fuera de mi vista!”

Informantes, ¡presentes!
Mientras la policía estaba ocupada rascándose, los ciudadanos de Hiena estaban tristes y
preocupados: los maravillosos espectáculos que siempre habían hecho felices a los niños de la
ciudad y alegraban a sus padres en los días de Fiesta de Primavera corrían el riesgo de desaparecer.
Nada de cigüeñas cantantes, nada de castores que se retan a ping-pong usando la cola como
raqueta, nada de ardillas voladoras paracaidistas. Adiós a los osos que tocan el trombón, comadrejas
cañón, pavos coronados. ¿Y los vendedores de algodón de azúcar? ¿Y de pop-corn glaseado? ¿Y
aquellos que lanzan chispas de chocolate a la multitud? ¡Qué tristeza!

Era la primera hora de la mañana, cuando sonó el teléfono en la oficina de Sherlock Dog. Gatón, aún
medio dormido, se demoró un buen tiempo en entender quién estaba al otro lado del aparato, y
pasar la llamada a su jefe.

“Soy el alcalde de Hiena, Iguana De La Laguna, ¿hablo con el señor Dog?”

“En persona, lo escucho señor alcalde” respondió el detective, mientras Gatón lo miraba con
curiosidad.

“Lo llamo para pedirle un gran favor en nombre de toda la población de Hiena. ¡Encuentre a los
artistas desaparecidos, para que los espectáculos por las celebraciones de la Reina Lotaria puedan
llevarse a cabo! Hágalo por los pequeños de la ciudad y también por los grandes, recibo miles de
cartas y llamadas de padres desesperados… los periódicos me culpan de todo, pero ¿yo qué tengo
que ver?” lloriqueaba el alcalde. “¡Ya no puedo más con los ciudadanos que se lamentan y me
quieren mandar a cultivar papas en las Islas de los Vientos!”

“Lamentan… mmm… lamenta… ¿y las mentas? ¿Dónde estarán mis caramelos?” pensó Sherlock
para sí. “Ya me terminé mis caramelos de ruibarbo, ¡tengo que decirle a Gatón que me consiga
más!” le sucedía con mucha frecuencia, en los momentos críticos de un caso, se distraía con
pensamientos fútiles. Pero se reubicó de inmediato: “señor alcalde, es difícil prometerle que
resolveré el caso a tiempo para el aniversario de las bodas de nuestros amados soberanos, pero ya
falta muy poco… puede estar seguro de que los pequeños de la ciudad no volverán a la escuela sin
haber tenido su diversión”.

“¿Tengo su palabra?” preguntó el alcalde.

“Seguimos una pista y tenemos mucha confianza” concluyó Sherlock. El alcalde de Hiena agradeció
y cerró la conversación.
Gatón observaba a su jefe sin saber si debía estar contento o preocupado. “Ehm… ¿realmente
estamos cerca a la solución del caso? ¿En serio estamos siguiendo una pista? ¡No me había dado
cuenta!” dijo confundido.

“De hecho, no la tenemos. Mejor dicho, no la teníamos hasta hace pocos instantes” fue la respuesta
de Sherlock.

Un batir de alas llamó su atención. El pichón Entrometido había aterrizado en el alféizar de la


ventana del estudio. Era la técnica que Sherlock usaba para recibir y mandar mensajes ultrasecretos,
aquellos que no podían ser interceptados por ningún motivo.

“¡Carta para el señor Dog!” anunció Entrometido. “son quince granos de Lo Mejor del Cultivo, la
calidad superior del cereal”.

El detective pagó, el pichón extrajo una carta de la bolsa que traía al hombro, la puso sobre la
ventana, agarró el grano con el pico y voló.

“¿Y entonces, buenas noticias?” preguntó Gatón impaciente.

“Es un mensaje del lirón Dos Cojines, nuestro informador-poeta. Veamos qué dice”.

BUSQUE OSO BLANCO, UN GRAN RICACHÓN,

QUE HA HECHO DINERO VENDIENDO LOS HIELOS.

AHORA, ARREPENTIDO, SE CONVIRTIÓ EN UN SANTO

Y SECUESTRA ARTISTAS Y ALGÚN PAYASO.

LOS QUIERE A TODOS EN LA CADENA DE LAS BELLOTAS

Y MIENTRAS TANTO NOSOTROS QUEDAMOS AQUÍ EMPELOTAS.

“¿Qué significa?” preguntó Gatón alisándose los bigotes.

Sherlock tenía una expresión tranquila y relajada, típica de los momentos en los que las cosas van
exactamente como él lo había previsto. Se sentó e hizo un gesto a Gatón para que le pasara la caja
en la que había organizado los artículos de periódicos recortados durante la semana.

“¡Significa esto!” puso bajo los ojos de su asistente un recorte de periódico. Hablaba del oso blanco
Mammaluck, un multimillonario irlandés que había hecho su fortuna vendiendo hielo del Polo Norte
a los sedientos ricachones del Sur, para sus bebidas.

“Todavía no entiendo” dijo Gatón estirando los brazos.

“Mammaluck decidió fundar sobre la cadena montañosa de las Bellotas, que se encuentra en
América del Sur, una comunidad donde todos aquellos que quisieran, pudieran vivir libres y felices,
a expensas suyas”.
“¿Y por qué lo hace?”

“Lo descubriremos muy pronto” respondió Sherlock. “Tengo algunas sospechas, pero primero debo
revisar alguna información”.

Visita a la central
Sherlock Dog y Gio Gatón subieron las escaleras que llevaban a la estación de policía de Metrópolis,
respondieron el saludo del policía de guardia que los reconoció y se dirigieron hacia la oficina de
Deductor y Lógico.

Un vez frente a la puerta de vidrio, tuvieron que abrirse camino entre una multitud de tipos, algunos
muy extraños.

“¿Qué pasa?” preguntó Gatón.

“Simple, Gatón” respondió Sherlock.

“Tal vez quiso decir elemental, ¿cierto jefe?”

“Nada de eso, Gatón, realmente quise decir simple. Tienes una verdadera fijación con la palabra
elemental” agregó el detective. “¡Ése es un término que ya no uso más!”

El asistente quedó perplejo mientras su jefe, incansable, proseguía: “Las dueñas de los espectáculos
ofrecieron una gran recompensa a quien les ayudara a encontrar a los artistas desaparecidos… y ¡he
aquí unas buenas docenas de vagos que vienen a buscar suerte!”

Deductor y Lógico estaban lidiando con dos cabras tibetanas, vestidas con una túnica naranja y
rapadas como suelen hacerlos los monjes en esas tierras lejanas.

“Tienen que buscarlos en las cavernas de Karaforum, ¡están allá rezando y meditando!” sostenía la
primera cabra, segura de sí.

“¡¿Pero por qué rayos deberían estar metidos en ese rincón en el fin del mundo!?” respondió
Deductor, agotado después de una noche de trabajo.

“¡Porque el fin del mundo está cerca y todos deben estar preparados!” replicó la otra cabra.

“Pero ¿no sería más fácil preparase aquí en Hiena, que ir a ese lugar recóndito, donde ni siquiera se
pueden ver las carreras de ciempiés?” trataba de hacerlo razonar Lógico.

“¡Como razonamiento es lógico!” intervino Gatón.

“Razonamiento será usted, yo soy un policía ¡y no cualquiera!” protestó el pato, ya agotado.


Cuando las dos cabras tibetanas se hubieron ido, Sherlock y Gatón pasaron por encima de un aye-
aye de orejas gigantes, y se acomodaron en el sillón. Los dos patos tenían la expresión de quién
habría dado cualquier cosa por un baño, un buen desayuno y doce horas de sueño.

“No se puede decir que ustedes están aquí rascándose la panza” observó Gatón.

“Por favor, no hablen de rascarse…” lo interrumpió Lógico.

“… ¡Me empieza la picazón de sólo pensarlo!” concluyó Deductor.

“Es cierto que es un momento bastante inoportuno… ¿por qué no intentan con un raspa y gana?”
preguntó Gatón riendo de gusto.

“¡No se haga el gracioso!” protestaron los patos.

“Claro, claro… cada uno se rasca a su manera” comentó Sherlock tosiendo. “Sobre todo, deberían
olvidarse de la recompensa para quien encuentre a los artistas desaparecidos y concentrarse en un
aspecto fundamental del problema, que es: ¿dónde pueden estar en este momento?”

“No entiendo” murmuró Deductor cerrando los ojos.

“Yo tampoco” pio Lógico apoyando la cabeza sobre el escritorio.

Gatón salió corriendo de la oficina, mandó a casa a todos los que estaban haciendo fila para entrar
y pasó a la cafetería de la central. Volvió con dos pocillos grandes de café con pimienta.

Los patos bebieron un sorbo y estuvieron de inmediato en condiciones de hablar, y tal vez hasta de
entender.

Sherlock retomó: “Quiero decir, en este punto estamos hablando de cientos de individuos, algunos
de ellos bastante grandes: elefantes, gorilas, jirafas, pandas gigantes, bisontes americano… se
necesita espacio para tenerlos a todos juntos”.

“Ya, deben estar escondidos en el mismo lugar, separados llamarían mucho la atención: su
fotografías están en todos los periódicos, en las estaciones, en los locales…” dijo Deductor.

Lógico tuvo un momento de lucidez, se levantó, tomó de un cajón un gran mapa de la ciudad y lo
abrió sobre el escritorio. “veamos dónde podrían estar… Mmm, aquí está señalada la vieja estación
Metropolitana, que ahora está abandonada”.

“Muy buena intuición” lo animó Sherlock, pasando un lápiz rojo a Lógico.

“marquemos la vieja Metropolitana y pensemos en otras ideas”.

“En el puerto, está la zona de los almacenes abandonados, están vacíos y serán demolidos para
abrirles espacios a los nuevos, ¡podrían encontrarse allí!” exclamó Deductor, exaltado.
Resaltaron los almacenes, y Lógico ya estaba listo para atacar: “Aquí están los silos para conservar
los cereales, son altos y estrechos, pero se pueden ubicar muchos, uno sobre el otro…” y calló, al
darse cuenta de haber dicho una estupidez. Aun así los marcó en el mapa.

“Alrededor de Hiena hay muchos campos de aviación que no se usan desde hace años” sugirió
Gatón.

“Interesante, señalémoslos” concedió Sherlock.

“No olviden las escuelas: están cerradas por estos días” agregó Lógico.

“Y los refugios antiaéreos de la época de la Guerra de los Pasteles. Han pasado años, pero todavía
deberían estar en buen estado” exclamó Deductor.

Pero Lógico había alzado la mano con la expresión inspirada de quien acababa de descubrir la
fórmula para extraer oro de las piedras: “Lo tengo, amigos míos, ¡lo solucioné!” anunció triunfante.
“Están en los grandes almacenes, ¡escondidos entre peluches, esos de tela a tamaño real!”

“¿Y cómo haremos para descubrirlos, si están tan perfectamente escondidos?” preguntó Gatón,
alzando los ojos al cielo.

“Elemental, Gatón: ¡los peluches artificiales no hacen caca, los verdaderos sí!” respondió Lógico.

¡En marcha!
A la mañana siguiente, el último día antes de la fiesta nacional por las Bodas de Ballena Blanca de la
reina Lotaria y del Príncipe León, las voces y los rostros satisfechos de Deductor y Lógico llenaban
los noticieros y las primeras páginas de los periódicos. Los patos parecían muy seguros de sí.

“¡Encontraremos a los artistas desaparecidos! Los espectáculos sólo han sido pospuestos, ¡las
familias tendrán sus momentos de alegría para festejar a nuestra amada Reina y las vacaciones de
primavera!” declaró Deductor, mostrándoles a los fotógrafos el lado izquierdo de su cara, el mejor
según él.

“Sabemos dónde buscar ¡no nos podemos equivocar!” aseguró Lógico.

En el estudio de Sabueso Street, en el número 8 bajo, Sherlock Dog y Gio Gatón veían y no daban
crédito a sus ojos, escuchaban y no daban crédito a sus orejas.

“¿En serio esperan encontrarlos en los silos o en los refugios antiaéreos?” preguntó el asistente con
los ojos desorbitados. “¡Estos dos no encontrarían ni su propia sombra bajo sus pies en un día de
sol africano!”.

“De hecho, no encontrarán nada, pero dejémoslos que busquen. Yo espero noticias de mi
informante” dijo Sherlock poniéndose cómodo frente a un vaso de cristal lleno de caramelos de
granada y a la página científica del periódico.
No pasó mucho tiempo: un ruido de alas sobre el alféizar y apareció el pichón Entrometido con un
mensaje urgente:

PARA ENCONTRAR AQUEL TAL

BUSQUEN EN EL PUERTO COMERCIAL

ALGO MUY GRANDE SUCEDE

QUE DE NO VERLO NO SE CREE.

MEJOR DISFRAZARSE DE MARINERO

A MENOS QUE QUIERAN LEVANTAR UN POLVERO.

EN LA TABERNA DEL SAPO VOLADOR ESTARÉ EXPECTANTE,

Y LLEVEN DINERO, CONTANTE Y SONANTE.

“Nuestro lirón informante Dos Cojines está en gran forma. Esta noche daremos una vuelta por esos
lares” dijo Sherlock.

“Daremos una vuelta” bromeó el asistente, avergonzándose un poco después de hacer su broma.
Sherlock no rio y no comentó.

Cuando llegó la noche, los rostros de los dos patos de Metrópolis ya no estaban tan alegres. Todas
las investigaciones de la policía de Hiena en los lugares más increíbles habían sido un total fiasco.

“¿Nada en los negocios de juguetes ni en los grandes almacenes? ¿Nada en la vieja estación
Metropolitana?” preguntaban los periodistas.

Deductor parecía una trucha fuera del agua, abría y cerraba la boca sin poder decir ni una palabra.
Lógico también tenía sus problemas.

“¿Ninguna noticia de los silos y de los refugios abandonados? ¿Ni siquiera de las casas de reposo
para artistas pensionados?” le preguntaban. Él abría mucho los ojos, hacía cara de enojo y se iba,
perseguido por los periodistas.

“¿Y las escuelas? ¿Qué encontraron en las escuelas?” gritaba una famosa periodista, Milly Brugher,
una osa austriaca con una frondosa cabellera roja.

Gio Gatón leía los periódicos recién impresos tomando un té frío de cedro. “Ya lo decía yo, ¡no son
capaces de encontrar ni su propio pico frente al espejo!”

“Preparémonos, ya es hora de irnos” dijo Sherlock, mientras ponía sobre la mesa dos vestidos de
viejos marineros con pipa incluida, gorro con listón rojo y pata de palo.

“¿Y eso?” preguntó Gatón con curiosidad.


“Es para ti, un verdadero marinero debe tener por lo menos una pata de palo” respondió el
detective.

“Pero… ¿y este parche para el ojo?”

“Esa la uso yo, un verdadero marinero debe tener ¡una pata de palo o un parche en el ojo!”
respondió Sherlock.

“Esperemos no estar obligados a escapar… Un medio tuerto que guía a un cojo, ¡qué bella escena!”
murmuró Gatón mientras se preparaba.

La Taberna del Sapo Volador se encontraba al fondo de uno de los muelles de puerto comercial de
Hiena, justo hasta el final. Detrás, sólo había una muralla de contención y después el agua oscura.

Cuando los dos entraron en el local humeante lleno de marineros y bebedores, se hizo un momento
de silencio. Uno de ellos tenía un parche en el ojo, el otro cojeaba apoyándose en una pata de palo.
Eran los únicos vestidos así, todos los demás clientes del local estaban en perfecto estado de salud.
Las conversaciones y el ruido retornaron de inmediato y los dos marineros se acomodaron en una
pequeña mesa, en la esquina entre la barra y la cocina.

Dos Cojines dormía plácidamente, pero apenas Sherlock y Gatón llegaron, empezó a hablar: “Hay
dos posibilidades, para resolver este misterio: Mammaluck, el oso irlandés, o un alce que ha
alcanzado riqueza y fama, Mister Gold se llama, y viene de Alaska. ¡Ahora saquen las monedas!”.

Sherlock Dog extrajo diez monedas y las puso sobre el estante de madera. Veloz como una saeta,
Dos Cojines las guardó.

“Disculpen si no me quedo toda la velada, pero las cosas van a estar muy agitadas, y si tan astutos
como yo son esta vez: ¡cortarán la cuerda, uno… dos… tres!”

Antes de que los dos investigadores pudieran abrir la boca, ¡el lirón ya se había desaparecido!

Noche en el calabozo
Nuestros héroes se miraron sorprendidos. Gatón alzó los hombros y trató de pedir un jugo de
arándano, pero todo pasó tan velozmente que se quedaron un buen rato preguntándose cómo
habrían sucedido las cosas.

Primero que todo, escucharon el sonido de silbidos, después una decena de pastores alemanes
policías entró corriendo ladrando órdenes y empujando todo contra las paredes del lugar, mientras
otros revisaban detrás de la barra y en el corredor que llevaba a los baños y a la cocina.

“¡Fuera de aquí, esto es una redada!” exclamó Sherlock quitándose el parche y parándose sobre una
mesa. Desde allí quería saltar sobre la ventana y luego a la calle, y era una buena idea, en serio,
tristemente Gatón con su pata de palo no podía moverse tan veloz. Mientras que se quitaba la
prótesis, saltaba sobre la mesa y se lanzaba por la ventana fueron atrapados.
“¡Quietos donde están!” gritó un sargento de la policía. “Miren esto, un parche y una pata de palo…
estoy seguro de que estos son dos estafadores, tramposos, ladrones que trabajan en pareja.
¡Enciérrenlos en la celda con todos los demás!”

Y fue así que los dos investigadores terminaron en una de las celdas comunes donde recluían
habitantes de la noche que parecieran peligrosos para la sociedad. Específicamente estaban
acompañados por:

 Una pitón reticulada que había peleado con jabalí: se lo había tragado y ahora no quería
escupirlo.
 Una comadreja que tenía la billetera de cuatro patos.
 Dos macacos de Hong Kong que vendían relojes falsos.
 Un osito astuto especializado en el juego de las tres cartas y media.

“¡Caramba, normalmente pasamos la noche anterior a la Fiesta de Primavera cenando en algún


restaurante de lujo!” se lamentó Gatón.

“Es mejor quedarnos calladitos hasta que venga alguien a interrogarnos en la mañana” dijo Sherlock,
apoyándose en el muro de la celda.

“Jefe, si quiere dormir un poco, yo estaré de guardia” se ofreció Gatón que, cerró los ojos y durmió
de golpe.

Deductor y Lógico fueron quienes llegaron en la mañana a liberarlos. Naturalmente tenían muchas
cosas qué preguntarles a los detectives: “ustedes dos en una taberna de mala muerte, y disfrazados
así… ¡no lo puedo creer!” exclamó Deductor, escandalizado.

“Seguramente estaban siguiendo una pista para la investigación. Dígannos qué han descubierto,
porque nosotros estamos un poco cortos de ideas…” agregó Lógico.

“Queridos amigos, las ideas, aunque pocas, están bien. Pero para ustedes tener una idea es como
encontrar una pepita de oro caminando por la calle: ¡muy, pero muuuuuy, difícil!” rebatió Gatón
saliendo de la celda.

Después de un buen baño y un rico desayuno, Sherlock Dog y su leal asistente estaban frescos como
lirios y listos para pensar sobre la información que les había dado Dos Cojines. Pero, antes de
comenzar, Sherlock le mostró a Gatón la tarjeta inmaculada con ornamentos y grafía dorada, que
había encontrado en el buzón.

El Paraíso de las Bellotas

Su Señoría está invitada a unirse a nuestra comunidad de científicos, artistas, poetas y gente bella
para vivir junto a la naturaleza libre de contaminación, un lugar de vida simple y feliz.

Suyo O.B.M.
“¡Este es el oso Blanco de Mammaluck!” exclamó Gatón completamente seguro.

“Ya. Debemos reconsiderar todo este tema desde un punto de vista diferente…” dijo Sherlock
pensativo.

“No entiendo” murmuró Gatón.

Sherlock apoyó la tarjeta con la invitación sobre la mesa y chupó un par de caramelos, sin hablar. Y
su asistente sabía que cuando el jefe hacía eso, estaba pensando a toda máquina, por eso se quedó
tranquilo en silencio.

“Me estoy haciendo esta pregunta, querido Gatón” dijo Sherlock. “Cuando las personas
desaparecen, ¿necesariamente es un secuestro?”

“No necesariamente” respondió el asistente. “Pero en este caso me parece evidente”.

“Y es justo ahí donde te equivocas, amigo mío” objetó Gatón. “Tal vez, todos nosotros estamos
llegando a conclusiones muy apresuradas”.

Gatón quedó un poco perdido, no sabía a dónde quería llegar su jefe.

“¿Y si las desapariciones fueran voluntarias? ¿Y si los artistas más famosos de los espectáculos
Maffei se hubieran ido por voluntad propia, haciendo creer que fueron raptados?”

Gio Gatón se quedó con la boca abierta por mucho, mucho tiempo.

Extraterrestres y osos blancos


“¡Resolvimos el caso, se acabó todo!” gritó Deductor entrando en el estudio de Sherlock Dog.

“Es cierto, esta vez sí lo logramos… ¡no hay escapatoria para los culpables!” agregó Lógico
sentándose en el sillón y sirviéndose el té y las galletas de vainilla que Alegra había preparado. El té
hirviendo y azucarado calentaba el corazón y las galletas eran deliciosas.

Gio Gatón y Sherlock se miraron por un momento sin hablar. Al final fue el detective quien rompió
el silencio: “Nos alegra que hayan resuelto el caso. Imagino que ya liberaron a los prisioneros y
arrestaron a los raptores”.

“Infortunadamente, no” dijo Deductor.

“Lamentablemente, no” agregó Lógico con el pico lleno.

Gio Gatón empezaba a ponerse nervioso, le salía humo de las orejas. “¡siempre la misma historia!”
pensaba. “Estos dos sólo son buenos para tragar kilos y kilos de comida, pero para el resto ¡no
atraparían un culpable ni porque el Fantasmita de los Dientes se los dejara debajo de la almohada!”

Sherlock intuyó el ataque de ira de su asistente y le hizo un gesto para que se calmara.
“Queridos amigos, conocemos su habilidad policial y estamos seguros de que resolvieron el caso”
dijo con el tono de voz más gentil que logró. “Pero si fueran tan gentiles de explicarnos cómo se
puede cerrar este tema sin liberar a los prisioneros ni arrestar a los culpables… somos todo orejas”.

“Simple, se los llevaron los extraterrestres. Esto explica…” empezó a decir Deductor.

“…porque no logramos ni arrestar a los secuestradores, ni liberar a los secuestrados. Están muy,
muuuuy lejos de Hiena…” concluyó Lógico.

“¿Lejos? ¿Y dónde exactamente?” preguntó Gatón sin lograr esconder una cierta irritación por esa
tesis descabellada.

“A unos trillones de kilómetros de distancia ¿no?” respondió Deductor como si fuera la cosa más
obvia del mundo.

“Entre las galaxias, ¡en diferentes sistemas solares! Y si lo piensan, es la única explicación posible”

“Y díganme” preguntó Sherlock. “¿Qué piensa el inspector McGallister de esta teoría?”

“Todavía no hemos hablado con él ¡pero estamos seguros de que estará muy contento con nuestra
conclusión!” respondió Lógico.

“Si fuera ustedes, iría cuanto antes a la estación de policía” les aconsejó Sherlock. “¡Su teoría merece
un ascenso!”

“Bien, amigos” dijo Lógico. “Es hora de despedirnos, ¡vamos a recibir nuestro merecido premio por
haber resuelto el caso!” Los dos patos se levantaron y salieron con paso decidido y orgulloso.

“Lleven ropa abrigada” gritó Gatón desde la ventana, mientras los dos fenómenos se subían al auto.

“¡Parece que en Guanaria hace mucho frío!”

“Vamos, Gatón” dijo Sherlock riendo bajo el bigote. “¡Admite que encontraron una solución
brillante!”

Gatón se volvió a sentar en el sillón farfullando: “Brillante es brillante, nada qué decir… ¡Espero las
luces y fuegos artificiales en Metrópolis!”

Sherlock y Gatón no terminaban de reponerse de la sorpresa, cuando sonó la campana.

“Buenos días, señores, espero no ser inoportuno. Vine en persona para convencer al señor Dog de
acompañarme en mi gran proyecto, ¡La construcción de un nuevo mundo sobre las Bellotas!” dijo
el Oso Mammaluck, apretando con fuerza la mano de los detectives. Gatón se quedó con la boca
abierta, Sherlock fue el primero en encontrar palabras para responder.

“Señor Mammaluck, es un placer conocerlo en persona. Mi asistente y yo estábamos a punto de ir


a buscarlo. Tenemos muchas preguntas qué hacerle…”
“Y en cambio, fui yo quien vino a su casa. Y responderé todas sus preguntas” empezó a decir
Mammaluck. “Mejor dicho, no me pregunten nada, ya sé qué quieren saber. Y bien, yo me volví muy
rico vendiendo hielo del Polo Norte a los ricos de todo el mundo, que lo querían para sus granizados,
para los helados, para los cubitos de las bebidas. Saben, este hielo viejo tiene más de diez mil años,
es purísimo. Hice muchísimo dinero con eso…”

“Pero luego se dio cuenta de que tal actividad ponía en riesgo el casquete polar, y en consecuencia
el planeta, y decidió hacer algo útil para protegerse” lo interrumpió Sherlock.

Mammaluck lo observó con admiración. “Justamente. Renunciaré a las ganancias, suspenderé mi


actividad y crearé esta comunidad llamada El Paraíso de las Bellotas, sobre las montañas. Quiero
llevar conmigo una pareja de cada ser viviente, desde las jirafas hasta los hámster, desde las águilas
a las mariquitas…”

“¿También los mosquitos?” intervino Gatón. “Los humedales de las Bellotas ya están llenos de
mosquitos, seguramente no necesitará llevar más…”

“El hecho es que quisiera llevar conmigo a los más grandes artistas del mundo, los escritores, los
poetas, los científicos… en conclusión, las mejores mentes, los cerebros más finos, más
sobresalientes. ¡Formaremos una comunidad de cerebritos!”

“Y los clown, los malabaristas, los prestidigitadores, los saltimbanqui, los magos… los artistas del
espectáculo ¿hay tanto qué entender?” preguntó Sherlock.

“Ah no, esos no me interesan. ¡Nosotros somos gente seria!” exclamó el oso millonario. “Por eso
estoy aquí, señor Dog. Usted es una mente brillante, un investigador capaz de resolver cualquier
misterio. ¿Quiere unirse a nosotros para vivir esta nueva aventura?”

“¿Y yo? ¿A mí no me necesita?” preguntó Gatón hosco.

“Lo siento, nosotros sólo buscamos a lo mejor de lo mejor en cada campo, y el señor Sherlock Dog
es el número uno de los detectives, no nos interesa nadie más”.

“Estoy desolado, señor Mammaluck, pero temo que estos tipos así de serios y así de poco propensos
a cometer delitos al final me aburrirían” replicó Sherlock. “Además de eso, para ser sincero, sin mi
amigo y asistente Gio Gatón el tiempo no pasaría nunca. Prefiero quedarme en Hiena. Pero gracias
por la oferta. Sé que tiene mucho qué hacer, lo acompaño a la puerta”.

Hacia la isla Quenostá


“Gracias, jefe, fue muy gentil al rechazar la oferta por no incluirme” dijo conmovido Gatón tan
pronto se quedaron solos.
“Tranquilo, no tenía ninguna intención de ir a encerrarme en esa especie de reserva para
megacerebros, insoportables como un día sin caramelos… Además, en este punto es claro que
debemos eliminar a Mammaluck de la lista de sospechosos”.

“Así es” concordó Gatón. “A él no le interesan los artistas circenses. ¿Y ahora qué hacemos?”

“Pongámonos cómodos y pensemos nuevamente en toda la situación” respondió Sherlock.

Y así hicieron por el resto de la noche. Sherlock Dog interpretó delicadamente su contrabajo,
siguiendo sus pensamientos y tocando las cuerdas de tanto en tanto a tiempo con el tic-tac del reloj
de péndulo. Gatón hojeaba el volumen Arte de la espada y el asador.

Bostezaron al tiempo… era hora de ir a dormir, después de una infusión relajante, caliente y
endulzada con miel.

Llamaron a la puerta. Los dos se miraron: ¿quién podría ser a esta hora? Los dos patos de Metrópolis
entraron como un ventarrón. Estaban pálidos y temblaban, su pelo estaba enmarañado, como si los
hubieran arrastrado por el piso.

“¡Ayúdennos, por favor!” imploró Deductor.

“¡Somos dos patos inocentes condenados a un final cruel!” pio Lógico.

“¿La isla de Guanaria?” preguntó Gatón con picardía.

“¡Pero, mucho peor!” lloriqueó Lógico.

“¿Qué puede ser peor?” preguntó Gatón.

“¡La Isla Quenostá!” respondió Deductor batiendo los dos extremos del pico como si fueran nueces
de coco.

“¡Qué mal, en serio están en problemas!” exclamó Sherlock. “La Isla Quenostá se encuentra en el
mar Muymovido, es volcánica, se forma, dura algún tiempo y después desaparece en el fondo del
agua, para volver luego a reformarse. ¡Qué terrible situación!”

“¿Y los que están encima?” preguntó Gatón.

“Nadan, ¡nadan hasta que las isla emerja del mar!” gritó Lógico aterrorizado.

“Entonces ¿su idea de los extraterrestres que secuestraron a los artistas del espectáculo no gustó?”
preguntó Gatón malignamente.

“¡No, no y definitivamente nooo!” respondió Deductor, desconsolado. “Tenemos muy pocos días
de tiempo, hasta la partida de la nave para la Isla Quenostá para arrestar a los culpables y liberar a
todos, de lo contrario…”
“Entendimos, y entonces no se puede dormir esta noche, tenemos que encontrar alguna ideas” dijo
Sherlock. Todos estuvieron de acuerdo.

Antes de ir a dormir, la cocinera Alegra había preparado una bandeja de emparedados suculentos
en mantequilla de bambú, té y café hirviendo. Ahora los cuatro estaban alrededor de la mesa del
estudio y trataban de dar en el centro de la situación.

Empezó Gatón: “Primero que todo, eliminemos al Oso Blanco Mammaluck de la lista de los
sospechosos, estuvo aquí y aclaramos todo. Ahora el punto es: ¿fueron secuestrados o se están
escondiendo?”.

Los patos se miraron sorprendidos, nunca habían pensado en la segunda hipótesis.

“Yo estoy convencido de que se esconden, porque muchos de ellos tienen contratos y deben
respetarlos. No pueden decidir irse así como así” explicó Sherlock.

“¿Cómo está tan seguro?” preguntó Deductor, confundido.

“Ya tenía algunas sospechas, Cuando los dos panda payasos desaparecieron bajo mis narices,
durante el espectáculo de Opala Maffei, desapareciendo totalmente a través de la escotilla. Revisé
personalmente el sótano del escenario” dijo Sherlock.

“¿Y bien, qué encontró?” preguntaron los patos con curiosidad.

“Nada” admitió Sherlock. “Y esto me hizo pensar. Ningún signo de lucha y la puertecita al fondo del
sótano estaba cerrada con llave, por eso quien había salido, tenía que tener la llave, o una copia…”

“Y para ellos no debía ser difícil tener una” dijo Gatón siguiendo a la perfección el razonamiento de
su jefe. “Además, en su remolque faltaban dos sacos de viaje, vestidos, documentos y otros objetos
personales”.

“En conclusión, ¡están diciendo que fue una fuga y no un secuestro!” Deductor quedó congelado.

“Justamente así. Y esa misma situación aplica para todos los demás” respondió Gatón.

Los policías de Metrópolis estaban noqueados por la sorpresa.

“Pero si se esconden a propósito, ¡no lograremos encontrarlos!” dijo Deductor con las plumas de la
cola sobre los pies.

“¿Y Ahora qué hacemos?” preguntó Lógico.

“Vamos a buscarlos” respondió Sherlock, levantándose de la silla. “Uno de mis informadores me


habló del puerto comercial y me recomendó darle una mirada a las naves que están a punto de
partir. ¿Y adivinen? La nave petrolífera más grande del mundo, una nave inmensa, está lista para
zarpar. Diría que ya llegó la hora de ir a dar a verlo en persona”.
Una sombra en la niebla
Fue así que los cuatro salieron en la noche, se subieron en el carro de la policía y llegaron a la zona
del puerto de Hiena, uno de los más grandes del mundo. En las últimas horas, había descendido
sobre Hiena una nieblecilla fastidiosa, que en el puerto, cerca al mar, se había vuelto más densa.

Dejaron el coche en la entrada de las construcciones, corroboraron que no hubiera nadie cerca y
después entraron.

“Aquí podemos ver los grandes cruceros” dijo Deductor con admiración.

“Sí, y también las inmensas naves comerciales que llevan mercancía hacia todos los Países ¡incluso
a los que están al otro lado del mundo!” murmuró Lógico extasiado.

“Aquí también se embarcan para la Isla Quenostá” dice pérfido Gatón.

“¡Sssttt! Viene alguien, escondámonos” dijo Sherlock. Se sintió un campanear lejano que se
acercaba. Los cuatro desaparecieron detrás de unas pilas de placas de alquitrán que usaban para
impermeabilizar los pasajes de las naves, protegiéndolas de la lluvia y de las tormentas marinas. De
la niebla salieron dos guardias nocturnos en bicicleta, hicieron sonar más fuerte las campanas y se
alejaron.

“Entonces, para organizar cómodamente al centenar de artistas del espectáculo que están
desapareciendo, se necesita la nave más grande que haya construido hasta ahora: ¿qué opinan de
esa?” preguntó Gatón, indicando algo enorme que se veía con dificultad entre la niebla.

Poco a poco, mientras se acercaban, la figura parecía cada vez más gigantesca, como si hubieran
puesto a flotar una montaña frente a ellos. ¡Cuando llegaron al muelle en el que estaba atracada la
nave, parecían cuatro ratoncitos frente a las pirámides!

“¡Con base en mis conocimientos, puedo decir que este es el barco petrolero más grande que se
haya construido!” dijo Sherlock.

“Qué buena noticia, pero ¿a nosotros qué nos importa una súperpetrolera?” exclamó Deductor.
“Estamos buscando un lugar donde se pueda meter un centenar de artistas, desde los más enormes
hasta los más minúsculos ¡y no creo que quieran estar inmersos en el petróleo!”

“La apariencia engaña, amigo mío. Parece que el sol girara alrededor de la Tierra y sin embargo es
al contrario… un día frío de lluvia parece más largo que uno caliente y tranquilo, y aun así tienen la
misma duración” replicó Sherlock con total calma. “¡Pero, sobre todo, esta no es una
súperpetrolera!”

“Ahora nos va a decir que no es ni siquiera un nave, ¡sino una calabaza mágica que se transformará
en carruaje!” protestó Lógico.

“¡¡¡Sssttt!!! Despacio, vamos” Sherlock y los demás empezaron a subir por los puentes de entrada a
la petrolera. La nave era tan alta que llegaron hasta la cima con la lengua afuera.
“¡Increíble, pero hay más espacio que en un estadio de fútbol!” exclamó Gatón, que había llegado
a la cima en primer lugar.

“Pero esto no parece para nada una súperpetrolera” Deductor estaba encantado.

“Parece más un jardín, un parque de diversiones, ¡un luna park!”

La cubierta de la gran nave, en lugar de estar atestado de maquinaria, grúas y cintas transportadora,
estaba ocupado por un inmenso parque de diversiones en el que no faltaba ninguna atracción, ni
siquiera una tienda de dulces y manjares.

Pero todo estaba apagado y vacío, como a la espera de iluminarse y animarse de un momento a
otro.

“¡Silencio! ¡Escuchen!” dijo Sherlock, indicando con un gesto la cabina de un ascensor transparente
que se había iluminado. “¡Alguien está subiendo, escondámonos!”

Se botaron detrás de un puesto de tiro al blanco con pelotas de tenis y se quedaron allí, con los ojos
muy abiertos. Como siempre, Gatón tenía ventaja porque podía ver en la oscuridad más profunda.
“¡Son los dos panda gigantes desaparecidos durante el espectáculo! Me parece que están en gran
forma, no tienen el aspecto de un prisionero” murmuró.

En efecto los dos pandas paseaban en el parque-jardín con total calma. Muy pronto, otros artistas
se les unieron en cubierta: los elefantes acróbatas, los avestruces faquires, los chimpancés
prestidigitadores… todos los animales desaparecidos.

Nuestros cuatro investigadores estaban acurrucados detrás del puesto de tiro, mientras los
huéspedes de la nave paseaban y charlaban alegremente.

Pasaron un par de horas, luego, finalmente, todos bajaron de repente. Era hora de dormir.

Sherlock, Gatón, Deductor y Lógico salieron del escondite.

“¡Wow! Ya no podía más” dijo Gatón estirándose.

“Pero esta no es una petrolera, es una especie de Arca de Noé lista para zarpar quién sabe para
dónde” murmuró Lógico.

“Así es, la pregunta es: ¿cuándo partirá?” preguntó Deductor mirando a Sherlock.

El investigador tomó del bolsillo del abrigo una caja de caramelos de la estrella alpina, se metió uno
a la boca y se quedó en silencio por un largo minuto. Después dijo: “Hay dos fechas posibles: esta
noche, durante la gran fiesta por el aniversario de los soberanos. Todos estarán en el centro de la
ciudad por las celebraciones ¿quién se daría cuenta de la partida de la nave?”

“¿O?” preguntaron en coro los patos de Metrópolis, que veían alejarse y acercarse su partida para
la Isla Quenostá.
“No lo sé” admitió Sherlock. “Aunque…” agregó mientras comenzaba a bajar por el puente que los
llevaría al muelle.

Gatón, Deductor y Lógico lo siguieron, expectantes por sus palabras. Pero el investigador no dijo
nada más.

Bodas de ballena Blanca


Faltaban poco minutos para que empezaran los festejos por las Bodas de Ballena Blanca de la Reina
Lotaria II y el Príncipe León de la Mer. Todo estaba listo. La policía había rodeado la falsa petrolera
y el inspector en jefe McGallister había venido en persona para asistir a la resolución del caso de los
artistas desaparecidos. No faltaba ni un solo periodista de la prensa o de la radio.

Los campanarios de Hiena empezaron a sonar las campanadas, el Pig Beng más fuerte de todos.

¡Dong! Los policías subieron por el puente que llevaba a cubierta, encabezados por Deductor y
Lógico, y los otros detrás.

¡Dong! ¡Dong! Iban en la mitad del camino, desde el muelle, el inspector McGallister tenía la nariz
apuntando para arriba.

¡Dong! ¡Dong! ¡Dong! Estaban casi en cubierta, los patos subieron la última rampa de escaleras a
toda velocidad.

¡Dong! ¡Dong! Llegaron. La cubierta era el inmenso luna park que habían visto la noche anterior, y
estaba vacío.

¡Dong! Tocaron por última vez los campanarios de Hiena, el Pig Beng más fuerte de todos… Y no
pasó nada. Nada de nada.

La nave no zarpó, se quedó en el muelle, mientras las celebraciones iniciaban y los maravillosos
fuegos artificiales cubrían el cielo de la ciudad. Deductor y Lógico se miraron, mientras los demás
policías de Metrópolis registraban toda la nave: nadie arriba ni abajo, la nave estaba vacía, quieta,
oscura. Nadie a bordo.

Con la expresión de quien está por ser desplumado vivo, los patos policías bajaron lentamente las
escaleras, que hacía poco habían subido tan seguros de sí. Abajo, en el muelle, los esperaba su jefe,
con la expresión de quien se perdió la cena de fin de año por perseguir moscas verdes.

La fiesta por las Bodas de Ballena Blanca de la amada Reina Lotaria II y el Príncipe León de la Mer,
de todas formas fue bella y llena de cortejos, campanas que sonaban, confeti, bengalas, música y
bailes. El carruaje real, reluciente con oro y cristales, atravesó la ciudad entre dos alas de personas.

“¡Viva la reina Lotaria, más que centenaria!”

“¡Viva el príncipe León, valiente, gentil y buenón!”


“¡Viva los principitos, grandes y pequeñitos!”

Pero, en toda esa alegría faltaba algo: los espectáculos de los Maffei habían sido bellos, pero no
como siempre. Sus mejores artistas se habían desvanecido en la nada y nadie sabía a dónde habían
ido. Casi nadie, realmente…

En el número 8 bajo de Sabueso Street, la cocinera Alegra había preparado una cena exquisita. Gio
Gatón había comido con apetito, mientras Sherlock Dog se había limitado a saborear los diferentes
platos y a tomar té de almendras. Estaba pensativo. Pero, cuando los campanarios de Hiena y los
muchos relojes de su estudio anunciaron que habían comenzado las celebraciones, pareció
reanimarse.

“Pronto tendremos noticias” dijo Gatón mirando el teléfono que, sin embargo, permaneció mudo
por un rato. Después sonó y sonó una vez más. Gio tomó la llamada y habló. Se quedó en silencio
con los ojos muy abiertos, luego le pasó el aparato a su jefe.

“Sí, soy el señor Dog. Ah, entiendo… era una posibilidad. Ahora las cosas se arreglarán. Todo está
bajo control, el caso está resuelto… ¡Feliz aniversario también a usted!” y cierra la comunicación.

Gatón lo miraba con la expresión de quien se encuentra un tiranosaurio sentado en su mesa. “¿Todo
bien? ¿Caso resuelto?” preguntó.

“Todavía no está resuelto, pero casi” respondió Sherlock. “Se hace realidad mi segunda hipótesis”.

“¿Cómo casi?” se precipitó Gatón. “Si en el puerto estaban los periodistas y las estaciones de radio
de medio mundo… ¡nos harán pedazos!”

“¡A decir verdad, no fuimos nosotros los que llamamos a toda esa gente!” dijo Sherlock. “¡No fuimos
nosotros los que les garantizamos a todo el mundo que el caso estaba resuelto! ¡Pero lo estará en
el momento justo!”

“¿Y cuándo será el momento justo?” preguntó Gatón, justo mientras llamaban a la puerta. “¿Será
alguien que vino a ayudarnos?” agregó, levantándose de la mesa.

“No, más bien alguien desilusionado en busca de consuelo. Deberás tener paciencia, amigo mío”
respondió Sherlock mientras Deductor y Lógico entraban en el estudio.

Los patos estaban destruidos, abatidos, como si los hubieran pasado por un compactador de
desperdicios y los hubieran escupido luego. Su jefe, el inspector McGallister, ¡debía haberlos
expulsado, por lo menos, después de haber hecho semejante ridículo! Pero antes de que pudieran
decir algo, Sherlock Dog fue a su encuentro y apretó calurosamente su mano, lleno de entusiasmo.

“¡Queridísimos, he aquí a los héroes de la fiesta! ¡Resolverán el caso en menos de lo que canta un
gallo!” anunció el detective, batiendo las manos.

Los patos se quedaron con la boca abierta.


“¿Pero, cómo?” murmuró Deductor. “Tendríamos que atrapar a los culpables esta noche, y en lugar
de eso…”

“Después de los campanazos del Pig Beng…” pio Lógico, pero Sherlock no se detuvo a escucharlos.

“¡Nunca vendan la piel del oso antes de haberlo capturado!” comentó Gatón.

“Y mucho menos la del elefante” rió Gatón.

“¡No hay mucho por qué reír!” dijo Lógico. “¡hicimos el ridículo del siglo, frente a todo el Reino Único
y el resto del mundo!”

“¡Quédense tranquilos, se recuperarán!” les aseguró Sherlock. “Y con intereses”.

Luego, acompañándolos a la puerta agregó: “Hagamos de cuenta que no pasó nada y vuelvan el
último día de las vacaciones de primavera”.

El investigador más talentoso del Reino Único empujó a los dos emplumados mientras bajaban las
escaleras antes de que, para recuperar su buen humor, se lanzaran sobre los manjares de Alegra.

“¡Impedir que los desplumen es una cosa, pero ponerlos a engordar es un tema aparte!” dijo
Sherlock a Gatón, que estaba sorprendido por el gesto poco hospitalario de su jefe.

El Reino de Noé
Los siguientes días de festejos por el quincuagésimo aniversario de los soberanos fueron para Gio
Gatón, algunos de los días más raros de su vida. Conocía a Sherlock desde hacía mucho tiempo, pero
el comportamiento del famoso detective se había vuelto incomprensible incluso para él. Sherlock
no movía un dedo, parecía no preocuparse por lo que pasaba a su alrededor.

“Todavía no hay ningún rastro de los artistas desaparecidos” le dijo Gatón, mostrándole los
periódicos; mientras tanto, Sherlock tocaba el contrabajo siguiendo con atención la partitura y
acompañándose con el silbido de la tetera que sonaba en la cocina.

“¡El alcalde de Hiena dice que los pequeños de la ciudad tendrán las vacaciones primaverales más
tristes de la historia!” comentó Gatón, cuando Sherlock se sentó en el escritorio. Pero él permanecía
pensativo y concentrado dibujando en su libreta, chupando caramelos. Y cuando respondía, era algo
casi siempre incomprensible: “Querido Gatón, incluso los multimillonarios tienen un corazón…” o
“amigo mío, los artistas del espectáculo también tienen una familia…”.

“Disculpe, pero no entiendo qué quiere decir” exclamó en cierto punto el pobre Gatón.

“Entenderás, dale tiempo al tiempo” respondió el detective, y allí terminó la conversación.

Para vencer la ansiedad y para ocupar el tiempo, Gio Gatón practicaba con el alfabeto “A
mordiscos”, se entrenaba en lucha japonés y al tiro al blanco con dardos, escribía una bitácora, pero
las páginas en ese diario estaban más blancas que el Polo Norte, con una sola frase en el último
renglón: “Hoy pasó lo mismo: nada nuevo”.

Y entonces llegó el último día de las vacaciones de primavera y de golpe Sherlock Dog salió de su
letargo. En la mañana, se despertó temprano y ordenó un desayuno abundante, y Alegra estuvo
feliz de prepararle algo sustancioso después de días de té con galletas. Gatón también se alegró
mucho de poder meter algo bueno entre los dientes.

Después, el detective llamó a Metrópolis: “¿Los agentes Deductor y Lógico aún están en Hiena? ¿No
deberían haber llegado ya a la Isla Quenostá? ¡Ah! ¿Una tormenta los obligó a posponer la salida?
Muy bien, señorita, ¿sería tan gentil de decirles que pasen a mi estudio? Gracias”.

Algunos minutos después, los patos llegaron al estudio de Sherlock. Parecían resignados a su destino
y tenían el color de una merienda mojada.

“¡Demonios señores, ánimo con la vida, nada está perdido!” los recibió Sherlock. “Permítanme
ofrecerles un rico desayuno, lo necesitan, luego nos pondremos a trabajar. Los necesito, antes de
que terminen las vacaciones, ¡los pequeños deben tener el regalo más bello!”

Los policías no entendían ni una hache, pero la esperanza les hizo brillar los ojos y realzar las plumas
que ya estaban arrastrando por la tierra. “¿Nada está perdido?” preguntó Deductor.

“¿El regalo más bello?” murmuró Lógico.

“¡Naturalmente! ¡Yo mismo lo recibí esta mañana, directamente del cartero!”

Sherlock mostró una tarjeta de un precioso papel de seda bordado con oro.

“Es una invitación al espectáculo más grande del mundo: El Reino de Noé. Una nave inmensa,
construida para realizar el espectáculo itinerante más increíble que jamás haya existido, tan grande
que ¡para moverse necesita una súpernave que nunca antes se ha visto!”

La historia de Centavo Hueco


“¿¡¿La súpernave?!? Pero ¡si está vacía y desierta, oscura y quieta!” exclamó Gatón.

“Querido Gatón, ¿Qué te he dicho y repetido en estos días?” preguntó Sherlock.

“que incluso los millonarios tienen un corazón y que todos los artistas, famosos o no, tienen una
familia…” respondió Gatón.

Deductor y Lógico no entendían nada, pero seguían la conversación con mucha atención.

“Entonces, el punto es este: cuando en las celebraciones por el aniversario de las Bodas Reales no
pasó nada entendí que estaba en el camino correcto, y que todo se resolvería para bien. Solo era
necesario esperar algunos días”.
“Disculpe, pero nosotros todavía no entendemos” protestaron los patos. Y Gatón, por primera vez,
estaba de acuerdo con ellos.

Sherlock suspiró. “¿Por qué no hubo ningún gran espectáculo en los últimos días? Por qué Mister
Gold, el millonario dueño de las más grandes minas de oro del mundo, les dio libertad a los artistas
de su espectáculo para que pasaran las fiestas con sus familias. Por eso la nave no se fue”.

“Pero los artistas desaparecieron en la nada, se desvanecieron…” protestó Deductor.

“¡A menos que hayan participado de la gran fiesta final de la feria de incógnito, entre el público!”
concluyó Gatón.

Sherlock se metió en la boca un caramelo de rúcula. “De hecho, estaban con sus familias. Una vez
que pasaran las festividades, todos los malabaristas, los magos, los acróbatas, es decir, todos los
grandes artistas de Mister Gold había contratado, regresarían a bordo. Y esta noche…”

“…empieza el espectáculo, ¡por supuesto!” exclamó Gatón. “Pero todavía no entiendo que tiene
que ver todo esto con el regalo de los pequeños de Hiena”.

“Esta mañana, todos los pequeñitos de Hiena encontraron en su saco de regalos una invitación como
esta, para el espectáculo más grande del mundo. Subirán a bordo de la nave de las maravillas, El
Reino de Noé. Habrá juegos, dulces, diversión, todo gratuito, un gentil homenaje de Mister Gold”
explicó Sherlock a los tres que lo miraban con los ojos fuera de las órbitas. “Un gran movimiento
publicitario, no hay nada qué decir” agregó.

“¿Y usted cómo obtuvo la invitación?” preguntó Gatón. “En esta casa no hay pequeños”.

“Qué buena observación, Gatón” dijo Sherlock, complacido. “Como sabes, tengo muy buenos
amigos en la oficina de registro de Hiena… una pequeña, inofensiva modificación en mi fecha de
nacimiento hizo que me llegara la invitación”.

“Esto significa que los artistas no fueron secuestrados, que todo está resuelto…” inició la frase
Deductor.

“…y ¡no seremos enviados a la Isla Quenostá!” concluyó Lógico. Los agentes se abrazaron y
empezaron a bailar y a cantar como locos.

La cocinera Alegra entró en el estudio, alarmada. A Gatón le bastó con un gesto para tranquilizarla.

“La información del lirón Dos Cojines era exacta, como siempre” continuó Sherlock.

“Había leído la historia de Mister Gold en un artículo del periódico. Desde pequeño lo llamaban
Centavo Hueco, era tan pobre que cuando un espectáculo de malabaristas pasaba por su pequeña
ciudad, él era uno de los pocos que no podían asistir. Se juró a sí mismo que cuando fuera grande
se convertiría en un hombre rico y ofrecería algo maravilloso a todos los pequeños de la Tierra,
desde el Reino Único hasta la Tierra de Abajo”.
Gatón observó a su jefe con admiración: “¡Ahora entiendo para qué servían todos los artículos de
periódicos!”

“Después del espectáculo de esta noche, ¡la nave partirá para darle la vuelta al mundo y llevar
diversión a cada rincón!” concluyó Sherlock.

“Y todos vivieron felices y contentos” agregó Gatón. “Pero, en realidad, todavía hay un problema”.

“¿Cuál?” pensaron los patos, sin tener la valentía de preguntar.

“Los espectadores de las familias Maffei estarán muy tristes, ahora que los artistas más talentosos
se van con Mister Gold”

“¡Muy buena observación, amigo mío!” dijo Sherlock. “En realidad, serán recompensados con
monedas de millonario y podrán contratar a cualquier otro artista joven, que se convertirá en una
gran estrella en poco tiempo”.

“Correcto” admitió Gatón.

El caso estaba resuelto, completamente resuelto.

Tan pronto como Deductor y Lógico entendieron que en realidad estaban a salvo, se precipitaron
hacia la salida sin siquiera agradecer a Sherlock Dog. Rodaron escaleras abajo, se subieron a la
patrulla de policía y desaparecieron en el fondo de la calle con la sirena encendida que gritaba a
todo pulmón, si acaso se puede decir que una sirena grita.

Gran Fiesta en Sabueso Street

Cuando Sherlock Dog y Gio Gatón entraron a la casa, en El Reino de Noé ya habían comenzado los
fuegos artificiales que señalaban el fin del espectáculo y de las vacaciones de primavera. Oca Alegra
los esperaba en la puerta, tiritando de curiosidad: “¿Y entonces, señores, cómo les fue? ¿Estuvo
lindo? ¿Se divirtieron?”.

Sherlock le hizo una venia. “Querida Alegra, tenemos que disculparnos con usted, lo que hemos
hecho es imperdonable…” dijo el detective, mientras Gatón hacía un gesto de aprobación.

“No entiendo…” Alegra se quedó sin palabras.

“Su cumpleaños era el mismo día del aniversario de las bodas de nuestra amada Reina y nosotros,
concentrados en nuestras investigaciones, lo olvidamos culposamente…” continuó Gatón.

“¡Tonterías, siempre están muy ocupados! Y además, el aniversario de la Reina es mucho más
importante que el mío…”

“Señora Alegra, usted es la reina de esta casa” la interrumpió Sherlock. “Permítanos demostrárselo
con este pequeño regalo”.
El detective le entregó un paquete elaborado con papel oro y azul a la cocinera, que:

 Se ruborizó por gusto.


 Se conmovió hasta las lágrimas.
 Se sonó la nariz.
 Soltó el nudo dorado y abrió el paquete,

Y, de verdad, se quedó sin palabras. Pero sólo por un instante.

“¡Pero, es maravilloso! ¡Nunca había tenido un prendedor para el cabello tan hermoso como éste!”
Alegra corrió a su habitación y regresó con el sombrero más elegante que tenía, ajustó el prendedor
con habilidad, se pudo el sobrero y se admiró en el espejo.

“¿Qué dicen?” preguntó coqueta.

“¡Es elegantísima!” dijo Sherlock.

“Si la Reina lo ve, renunciará a la corona para ponerse también un sombrero. ¡Se pondrá de moda!”
exclamó Gatón.

“Permítame, Alegra” Sherlock deslizó el prendedor y frente a los ojos del ama de llaves, desenroscó
la joya y extrajo una sutil figura de vidrio templado con algunas marcas rojas.

“Parece un pequeño termómetro…” murmuró ella, perpleja.

“De hecho, un termómetro para postres. Podrá usarlo en la cocina y llevarlo con usted, también
cuando salga”.

Alegra no lo podía creer, enroscaba y desenroscaba continuamente el termómetro. “Ahora, señores,


pónganse cómodos en el comedor, ¡les traeré algunos aperitivos y mientras tanto prepararé una
cena digna del mejor restaurante de Hiena!” dijo.

“Esta vez seremos nosotros los que le ofreceremos la cena, ya reservé para tres en la Despensa de
los tres duques” dijo Sherlock.

Alegra, encantada, se puso el abrigo a toda carrera, y quedó lista para salir. “Voy a lucir muy bien
con este prendedor” pensaba emocionada.

“Fue un caso realmente complicado, pero al final logramos sacarlo adelante” reflexionaba Sherlock
Dog, masticando una margarita fresca de rocío nocturno.

“¡Quién sabe qué manjares cenaremos, en la Despensa de los tres duques!” pensaba mientras tanto
Gio Gatón, ya con la boca que se le hacía agua.

Índice
Gran fiesta en Hiena ............................................................................................................................ 2
¿Qué pasó finalmente con los ornito-cosos? ...................................................................................... 4
Misterio bajo el escenario ................................................................................................................... 6
¿Quién? ¿Dónde? ¿Por qué? ............................................................................................................... 8
¡Pulgas al rescate! ............................................................................................................................... 9
Informantes, ¡presentes! .................................................................................................................. 12
Visita a la central ............................................................................................................................... 14
¡En marcha! ....................................................................................................................................... 16
Noche en el calabozo ........................................................................................................................ 18
Extraterrestres y osos blancos .......................................................................................................... 20
Hacia la isla Quenostá ....................................................................................................................... 22
Una sombra en la niebla ................................................................................................................... 25
Bodas de ballena Blanca.................................................................................................................... 27
El Reino de Noé ................................................................................................................................. 29
La historia de Centavo Hueco............................................................................................................ 30

Claudio Comini

A los nueve años iba a la escuela primaria, jugaba con el balón, tocaba la guitarra e inventaba
historias. En este momento, sólo dejé de ir a la escuela.

Renzo Mosca

Era niño, tenía un dulce sobre la mesita de noche. Mi hermano se lo llevó a escondidas. “¡Fuiste
tú!” le dije. “¡Demuéstralo!” me respondió. Desde entonces trabajo como investigador privado.

“No creo que se trate de un caso aislado, es claro que estamos frente a algo grande” concluyó
Sherlock Dog.

“En efecto, dos elefantes, dos chimpancés, dos avestruces… ¡no son animales que quepan en un
bolsillo!” exclamó Deductor.

¡Aventuras, misterios e imprevistos para dos investigadores que tienen un instinto digno de vender!

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