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CLASE 1

DERECHOS
HUMANOS
CUADERNILLO DE CAPACITACIÓN POLÍTICA
Autores
Hugo Zanatta
David Cela Heffel

ÍNDICE DE CONTENIDOS

CLASE 1
Estado y su relación con el derecho humano. Estado
de Derecho. Constitución Nacional. Supremacía
constitucional y control de constitucionalidad.

CLASE 2
Los tratados internacionales. Tratados de Derechos
Humanos. Tratados de Derechos Humanos con jerar-
quía constitucional.

CLASE 3
Derechos humanos: conceptualizaciones, recorrido
histórico, obligaciones de los Estados, características
principales, las generaciones de derechos humanos.
El Estado como garante de derechos y el rol de la
comunidad internacional. Mecanismos de protección
de los derechos humanos.

CLASE 4
Diferentes casos de derechos humanos.
Libertad, igualdad y no discriminación. Acciones
positivas. Libertad de expresión. Migraciones y dere-
chos humanos.
CLASE 1
Estado y su relación con el
derecho humano.
Estado de Derecho.
Constitución Nacional.
Supremacía constitucional y
control de constitucionalidad.
DERECHOS HUMANOS | Clase Virtual de Capacitación Política

CLASE 1
Estado y su relación con el derecho humano.
Estado de Derecho. Constitución Nacional. Supremacía
constitucional y control de Constitucionalidad.

Contenidos de la clase

En esta primera clase se abordarán conceptos básicos respecto de los derechos


humanos a partir de una introducción a la generación de los derechos humanos.
De manera introductoria también se conceptualizará al Estado y se dará cuenta
de su relación con el derecho humano. De forma didáctica nos preguntamos ¿Qué
es el Estado Moderno? Para, a partir de allí, comprender el Estado de derecho, la
Constitución política nacional y lo que significa la Supremacía Constitucional y
control de constitucionalidad.

El objetivo del presente desarrollo está dirigido al abordaje, estudio, análisis y re-
flexión sobre los Derechos Humanos desde una perspectiva doctrinaria y norma-
tiva, pero en especial, para y desde ese marco, generar capacidad de promoción,
respeto y protección en cada uno de los integrantes de la sociedad como así por
el Estado en su carácter de celoso guardián y garante. En otros términos, estamos
convencidos que a partir de su promoción y respeto, cada uno puede desde su
ámbito, espacio, o rol, incidir de manera positiva, generar nuevos desafíos, nuevas
conquistas en un tema que reviste relevancia.

Los derechos humanos han venido para quedarse. Nuestro desafío reside en que
esos derechos fundamentales superen lo formal y se hagan plena realidad en una
sociedad que cada día exige más demandas en la materia.

Introducción

El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó


la Declaración Universal de Derechos Humanos contando con 48 votos a favor
y 8 abstenciones por parte de países del bloque soviético. Ninguno se opuso. El
contexto en el que se generó (fin de la II Guerra Mundial, inicio de la Guerra Fría y
del proceso de descolonización en África, entre otros hechos sobresalientes de la
historia de Occidente) imponía un quiebre y un alto a la barbaridad humana y sen-
tó las bases para la constitución de un orden internacional basado en el derecho
positivo teniendo a las Naciones Unidas como “garante” y rector.

En el Preámbulo de la mencionada Declaración, precisamente elaborada por una


Comisión de las Naciones Unidas -creada tres años antes-, se considera “[...] que
la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la
dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros
de la familia humana”. Un gran número de países miembro de las Naciones Unidas
entendieron que el camino para lograr la justicia y la paz se construía a partir del
reconocimiento, la garantía y la protección de los derechos humanos. En otro de
los considerandos se afirma también que “El desconocimiento y el menosprecio de
los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la concien-
cia de la humanidad”.

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La Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) es superadora de la anterior


Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789), puesto
que proclamaba el carácter universal de los derechos y no sólo dependía de los
Estados-Nación para su cumplimiento. Sin embargo, se hace necesaria la acción
estatal en tanto garante de los derechos.

Los derechos negativos destierran y excluyen al gobierno, protegen la libertad, son


privativos u obstruccionistas, ofrecen refugio contra el gobierno. Por otro lado, los
derechos positivos exigen la acción del gobierno, impulsan la igualdad, reasignan
riqueza y contribuyen a la construcción de equidad social. La ausencia de Estado
significa ausencia de derechos, y en la práctica un derecho legal sólo existe en tan-
to tenga garantizado costos presupuestarios, es decir, si hay una estructura detrás
tendiente a garantizar su satisfacción (Holmes y Sunstein, 2015).

Lynn Hunt postula que “Los derechos humanos sólo cobran sentido cuando ad-
quieren contenido político” (Hunt, 2010: 19). El contenido político no debe ser en-
tendido únicamente como parte del accionar de un partido, movimiento político o
religioso en particular porque ello genera asociación directa y eventual rechazo por
parte de quienes no apoyen ese partido o movimiento político. No es posible ha-
blar de derechos de las personas, o derechos humanos como comúnmente se hace
referencia, sin reflexionar acerca del Estado. Por ello, en la primera parte se dará
cuenta del Estado, y en particular del Estado de derecho, para enseguida enfocar-
nos en la Constitución Nacional y en los instrumentos jurídicos que dan sustento al
andamiaje de derechos humanos, así como sus conceptualizaciones, las caracte-
rísticas esenciales y definitorias, y los mecanismos de protección. Al final daremos
cuenta de aquellas temáticas sobre los que la sociedad argentina (aunque no ex-
clusivamente) ha estado prestando mayor atención en los últimos años en función
de demandas de actores sociales comprometidos con la dignidad de las personas.

1.- El Estado y su relación con el derecho humano

1.1.- ¿Qué es el Estado Moderno?

Una de las primeras imágenes que se genera en las mentes de las personas al escu-
char la palabra “Estado” es la burocracia, un conjunto de aparatos e instituciones,
la policía, los organismos de recaudación de impuestos, entre muchas otras. Como
una primera aproximación a la definición de Estado podríamos decir que todas
esas imágenes corresponden con la objetivación de lo que es el Estado moderno:
el componente específicamente político de la dominación en una sociedad territo-
rialmente delimitada.

Al adjetivar al Estado como moderno hacemos referencia a que no todo instituto


de dominación política es pasible de ser denominado Estado. Por ello, es impreciso
hablar de Estado “antiguo”, “medieval” o “feudal” donde, por ejemplo, en un régimen
feudal la dominación “política” y “económica” son coincidentes en gran medida y no
dan lugar a la conformación de un aparato político separado de las relaciones socia-
les de subordinación y dependencia. La estructura a la que se hace referencia como
“Estado” tiene sus orígenes en la sociedad burguesa capitalista (en los siglos XV y
XVI) donde se generan dos formas sociales básicas en las que se objetiva la interre-
lación social: el valor, que se expresa en el dinero (lo económico), y la forma política,
que se expresa en la existencia de un Estado separado de la sociedad.

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Se puede hablar de “Estado” como forma de dominación recién cuando


se conforma un aparato de poder autónomo y centralizado, separado de
la sociedad y la economía, cuando se diferencia “política” y “economía”
como esferas funcionales de la sociedad (Hirsch, 2005).

Al definir al Estado como un componente (o más cabalmente como un instituto) de


dominación política, O’Donnell (1978) refiere por dominación a la capacidad, actual
y potencial, de imponer regularmente la voluntad sobre otros, incluso pero no ne-
cesariamente contra su resistencia; y a lo político lo entiende como una parte ana-
lítica del fenómeno más general de la dominación: la que se encuentra respaldada
por la supremacía en el control de los medios de coerción física en un territorio de-
limitado. La dominación es relacional en tanto es una modalidad de vinculación
entre sujetos, y es intrínsecamente asimétrica puesto que es una relación de des-
igualdad. Dicha asimetría se produce a partir de dos dimensiones: las posiciones
en la estructura social que ocupan las personas a partir de formas de ejercicio del
trabajo, y de creación y apropiación de su valor; y del control diferencial de ciertos
recursos por parte del Estado. Dichos recursos son:
1) el control de los medios de coerción física;
2) recursos económicos;
3) control de recursos de información; y
4) el control ideológico, aquél mediante el cual el dominado asume como justa
y natural la relación asimétrica de la que es parte, y por lo tanto, no la entiende
ni cuestiona como dominación.

Es el control ideológico, por mucho, el recurso más eficiente en términos del man-
tenimiento de la dominación. En contraposición, la coacción es el recurso más cos-
toso y presupone que ha fallado -o no ha sido eficiente- el control ideológico.

La característica distintiva del capitalismo en la cual el trabajador está desposeído


de los medios de producción hace que -al mismo tiempo- el capitalista esté despo-
seído de los medios de coacción. Dicha separación entraña la emergencia de un
tercer sujeto cuya especificidad es el ejercicio de la supremacía de la coacción: el
Estado, que a través de sus instituciones garantiza las relaciones de dominación.
En este sentido, al ser garante de la sociedad capitalista, el Estado es articulador
y organizador de la sociedad (O’Donnell, 1978). Uno de los instrumentos a través
del cual el Estado moderno ha logrado su expansión es el derecho racional-formal
(en contraposición al derecho divino, que justificaba las anteriores formas de domi-
nación). El derecho racional-formal nació juntamente con el modo de producción
capitalista y ha sido un elemento central de la codificación de la dominación al
consagrar y respaldar coactivamente la propiedad privada, las relaciones de pro-
ducción y la reproducción económica y social.

Se considera al Estado capitalista como la primera forma de dominación política


que postula su fundamento en la igualdad de los sujetos (en tanto ciudadanos)
en su territorio. Esta igualdad -abstracta- convierte a la ciudadanía (atributo de
pertenencia a la comunidad política) en la máxima expresión de la negación de la
dominación en la sociedad. El ejercicio de la ciudadanía contribuye a la formación
del poder estatal corporizado en derechos e instituciones. Al mismo tiempo, la de-
mocracia (representativa) se ha erigido como la forma de organización política de
la sociedad capitalista por excelencia (O’Donnell, 1978).

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Podría decirse que una de las funciones que ha desarrollado el Estado moderno
ha sido la capacidad de articular relaciones entre actores diversos, funcionando
en varios casos como mediador. En este sentido, coincidimos con Oszlak en que
“En su objetivación institucional, el aparato del Estado se manifiesta como un ac-
tor social, diferenciado y complejo, en el sentido de que sus múltiples unidades e
instancias de decisión y acción traducen una presencia estatal difundida –y a ve-
ces contradictoria– en el conjunto de relaciones sociales. El referente común de su
diversificado comportamiento, el elemento homogeneizador de su heterogénea
presencia es la legítima invocación de una autoridad suprema que, en su formali-
zación institucional, pretende encarnar el interés general de la sociedad. El ámbito
de competencia y acción del Estado puede observarse entonces como una arena
de negociación y conflicto, donde se dirimen cuestiones que integran la agenda de
problemas socialmente vigentes. De esta forma el origen, expansión, diferenciación
y especialización de las instituciones estatales resultarían de intentos por resolver
la creciente cantidad de cuestiones que va planteando el contradictorio desarrollo
de la sociedad. (Oszlak, 2006: 20-21).

El Estado moderno es una construcción histórica que contribuyó a demarcar la na-


ción, entendida como “[...] el arco de solidaridades que une al ‘nosotros’ definido
por la común pertenencia al territorio acotado por un Estado” (O’Donnell, 1978:
235) y a colocar a la misma como referente del Estado, por lo que será como un
Estado para la nación, y no un Estado de y para la sociedad.

Complementariamente, la existencia del Estado es verificable a partir del desarrollo


de un conjunto de atributos o capacidades que definen la “estatidad” -la condición
de “ser Estado”-. Se trata de cuatro capacidades que pueden ser resumidas como:
1) la capacidad de externalizar su poder, es decir, la posibilidad de ob-
tener el reconocimiento como unidad soberana dentro de un sistema de
relaciones interestatales;
2) la capacidad de institucionalizar su autoridad, en tanto impone una
estructura de relaciones de poder que garantice el monopolio sobre los
medios de coerción;
3) la capacidad de diferenciar su control a través de diversas y variadas
instituciones con reconocida legitimidad que garanticen la extracción de
recursos de la sociedad; y por último
4) la capacidad de internalizar una identidad colectiva a partir de sím-
bolos generadores de pertenencia y solidaridad que refuercen los meca-
nismos de dominación (Oszlak, 2006).

Relacionado con ello, el Estado moderno debe contar, al menos, con los siguientes
componentes: un territorio delimitado en el que garantizar su soberanía; ciuda-
danos de la nación; la dominación política entendida como la capacidad, actual y
potencial, de imponer regularmente la voluntad sobre otros, incluso pero no nece-
sariamente contra su resistencia; un cuadro administrativo que haga efectiva las
tareas emanadas de los poderes públicos; y el monopolio de la fuerza física.

1.2.- Estado de derecho

Se trata de una conformación socio-histórica que, como venimos describiendo,


tiene sus orígenes en la Europa moderna donde el Estado -en tanto instituto de

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dominación política centralizada- se valió de un conjunto de normas de conducta


y de organización que tienen por contenido la reglamentación de relaciones fun-
damentales para la convivencia y la supervivencia del grupo social, como son las
relaciones familiares, las relaciones económicas, las relaciones de poder (o políti-
cas), entre otras. Dicho ordenamiento normativo del derecho se diferenciaba de las
otras formas de ordenamiento normativo existentes hasta ese momento (como la
moral social, las costumbres, los juegos, los deportes, entre otros) de forma especí-
fica al recurrir en última instancia a la fuerza física para obtener el respeto y cumpli-
miento de las normas, para hacer efectivo o eficaz el ordenamiento en su conjunto.

A partir de esta característica particular no son pocos los pensadores y filóso-


fos (Locke, Kant, Hegel, Marx, Weber, Kelsen) que conciben al Estado de derecho
como dos caras de una misma moneda: un ordenamiento normativo coactivo. El
derecho se convierte en el elemento ordenador-estructurador del Estado y sólo
será garantizado por la fuerza física impuesta por aquél. Dicha característica será
la que genere las garantías esenciales para el desarrollo de la sociedad. De ahí que
uno de los ideales del Estado de derecho sea que la ley y los responsables de su
implementación traten a la gente con imparcialidad. Al mismo tiempo, se entiende
al Estado de derecho como herramienta fundamental para evitar la discriminación
y el uso arbitrario de la fuerza en todas sus manifestaciones (Vilhena Vieira, 2007).

A partir del ordenamiento jurídico, la compleja red de reglas, de la que las normas
constitucionales -escritas o no- son el techo o los cimientos, las leyes, los regla-
mentos, las previsiones administrativas, así como el conjunto de los poderes que
son ejercidos en el ámbito del Estado son aceptados como poderes legítimos por
los ciudadanos.

Es así que Weber concibe al Estado moderno como el estado en que la legitimidad
del poder depende de su legalidad, en otras palabras, del hecho de que el poder
se presenta como derivado de un ordenamiento normativo constituido y aceptado,
y se ejerce según normas preestablecidas. Concretamente, lo distintivo del Estado
de derecho aquí sería el derecho legislativo que representa -respecto del derecho
consuetudinario, propio del estado patriarcal- un derecho más perfecto, más “ra-
cional”, constituyéndose así un poder legal -en contraposición al poder tradicional-.

Por tanto, Weber insiste en la constitución del poder legal como aquél que recibe
su propia legitimidad por el hecho de ser ejercido en conformidad y en el ámbito
de reglas preconstituidas, y por lo tanto presupone órganos delegados a la produc-
ción y a la continua modificación de las reglas, como son justamente los órganos
legislativos (Bobbio, 2008).

El proceso de convergencia entre Estado y Derecho contribuye a destacar la forma


de la ley en tanto norma que es: general respecto de los destinatarios, abstracta
respecto de la acción prevista, e impuesta con un acto de voluntad deliberada por
el poder dominante. De esta manera, el proceso de juridificación del Estado es
acompañado por un proceso de legalización del derecho que va en paralelo a la
formación del Estado moderno (Bobbio, 2008).

De forma concreta es posible argumentar con Vilhena Vieira (2007), entonces, que
el Estado de derecho es la antítesis del poder arbitrario. Al otorgársele integridad
a la aplicación de la ley, en el marco de un Estado de derecho se debería favore-
cer a la predictibilidad, la transparencia, la generalidad y la imparcialidad en tanto

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que “[...] el Estado de derecho apunta a algo más que mantener al gobierno bajo
control legal o constitucional. También buscar orientar la conducta individual y la
interacción social” (Vilhena Vieira, 2007: 36).

La manifestación histórica de este largo proceso son las constituciones políticas


escritas; y por el otro, las grandes codificaciones, es decir, la elaboración de Códi-
gos, esto es un conjunto unitario, ordenado y sistematizado de normas y principios
jurídicos con el objeto de regular una cierta materia.

1.3.- Constitución política

La Constitución Nacional se trata de un documento formal que concentra princi-


pios organizativos característicos de un Estado. Es la principal ley del Estado, por
eso, también se “la denomina Ley Fundamental o Suprema”. Las primeras constitu-
ciones surgieron con el objetivo de limitar abusos de poder y garantizar una serie
de derechos fundamentales de las personas.

Las constituciones tienen su fundamento en las funciones que cumplen, a saber:


• Constitutiva: atestigua ante la comunidad internacional el surgimiento
de un nuevo componente que se afirma como sujeto con pleno derecho
de la misma.
• Estabilización y racionalización: de un determinado orden del poder
en tanto provee una base coherente y racional para los titulares del po-
der político.
• Legitimación: a partir de lo establecido en ella misma.
• Propaganda y educación política: en tanto contiene no sólo normas
organizativas sino sobre todo principios de dirección e impulsos de acti-
vación de las sociedades (De Vergottini, 2008).
En la Argentina, desde el punto de vista formal esa constitución tuvo su sanción en
el año 1853 en Santa Fe, cuando después de un largo proceso de encuentros y des-
encuentros los constituyentes dictaron nuestro ordenamiento jurídico fundamental,
denominado “Constitución de la Nación Argentina” la que nos rige hasta nuestros
días, con sus distintas reformas (en los años 1860; 1866; 1898, 1949, 1957 y 1994).

Cada Estado tiene su constitución, y ésta es el resultado de la construcción y conteni-


do, producto y consecuencia de su historia, sus raíces, sus valores, ideales, creencias,
principios. Por ello, esa Constitución de 1853 es la Constitución del pueblo argentino,
que -desde su gestación- amalgama esas tradiciones, valores, ideales, fijando clara-
mente un sistema político que se asienta en la república, la democracia, el federalis-
mo como forma de estado, y en el reconocimiento de las libertades fundamentales.

1.4.- Supremacía Constitucional y control de constitucionalidad

Anteriormente pretendimos arribar a una noción sobre el término “constitución”


como así también contextualizamos su surgimiento y razón de ser. Ahora es im-
portante destacar que esa Constitución integra el ordenamiento jurídico del Esta-
do y se compone por distintas normas; entre ellas, podemos nominar, además de
la Constitución Nacional, a los tratados internacionales, las leyes nacionales, los
Decretos presidenciales, las constituciones provinciales, las leyes provinciales, los

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Decretos del Gobernador, las Cartas Orgánicas municipales, las Ordenanzas Muni-
cipales, entre otras.

Al respecto, la supremacía constitucional implica reconocer un orden de prelación


o jerarquía de esas normas dentro del ordenamiento jurídico tienen ya que no todas
ellas tienen el mismo nivel o jerarquía. Por ello, cuando nos referimos a “supremacía
constitucional”, diremos de manera sencilla pero concreta que entendemos por
ella al valor y consideración jurídica y política que le asignamos a la Constitución
en un Estado, tanto desde el punto vista formal como sustancial. Es asignarle el
valor y jerarquía a esa Constitución como ley de leyes, ley máxima dentro del or-
denamiento jurídico político del Estado. Reconocer a la Constitución como “Ley
fundamental [...] exige o presupone que todos los actos estatales y demás normas
dentro del sistema jurídico deben ser compatibles, concordantes y coherente con
esa Constitución del Estado. En nuestro sistema constitucional, esa supremacía
emerge de interpretar el artículo 31 y el articulo 75 incisos 22 y 24 de la Constitu-
ción Nacional” (Zanatta, 2019). El artículo 31 expresa: “Esta Constitución, las leyes
de la Nación que en su consecuencia se dicten por el Congreso y los tratados con
las potencias extranjeras son la ley suprema de la Nación; y las autoridades de
cada provincia están obligadas a conformarse a ella [...]”. Por su parte el articulo 75
inciso 22 luego de ratificar la competencia del Congreso de la Nación de aprobar
o desechar tratados concluidos con las demás naciones y con las organizaciones
internacionales y los concordatos con la Santa Sede afirma que “Los tratados y
concordatos tienen jerarquía superior a las leyes […]”. Así mismo, el inciso 24 del
mismo artículo 75 de la Constitución Nacional luego de referirse a los tratados de
integración que deleguen competencias y jurisdicción a organizaciones supraes-
tatales en condiciones de reciprocidad e igualdad, y que respeten el orden demo-
crático y los derechos humanos, afirma: ”Las normas dictadas en su consecuencia
tienen jerarquía superior a las leyes […]”.

Es decir, que a partir de la reforma constitucional de 1994, y con el nuevo texto re-
ferenciado en los incisos 22 y 24 de la Constitución Nacional, es relevante aportar
claridad sobre la jerarquía que le asignamos a los tratados internacionales den-
tro del ordenamiento jurídico argentino. La reforma constitucional de 1994 disipó
aquellas dudas que surgían de interpretaciones doctrinarias del artículo 31 de la
Constitución Nacional. El nuevo texto (del artículo 75 en sus incisos 22 y 24), es
claro sobre la mayor jerarquía que gozan hoy los tratados o convenciones interna-
cionales en su relación con las leyes nacionales.

Rosatti sostiene que “[...] una redacción más adecuada del artículo 31 de la Cons-
titución Nacional, a tenor de las aclaraciones introducidas por la reforma de 1994
(recuérdese que la Convención Constituyente de ese año no podía reformar artícu-
lo alguno de la primera parte de la Carta Magna, donde se aloja la cláusula citada),
debería leerse del siguiente modo: ‘Esta Constitución, los tratados con jerarquía
constitucional, el resto de los tratados internacionales y las leyes de la Nación, dic-
tadas por los órganos autorizados y dentro de su respectiva competencia, cons-
tituyen en ese orden, la ley suprema de la nación […]’” (Rossati, 2013: 67). Es por
ello que, si abordamos la supremacía constitucional y el orden de prelación de las
normas en la Argentina, si bien debemos partir desde el mentado artículo 31 de la
Constitución Nacional, lo será en conjunto y en armonía con el artículo 75 incisos
22 y 24 para no caer en errores o interpretaciones incompletas.

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Hablamos de grados o jerarquía de las distintas normas, por lo cual esta suprema-
cía conlleva o presupone que una norma de rango inferior no puede contradecir o
colisionar con una norma de rango superior. Si recordamos ese imaginario orden de
prelación o jerarquía que tienen las normas, advertiremos que en la parte superior
de ese orden siempre se encuentra la Constitución Nacional conjuntamente con
los tratados de Derechos Humanos -con jerarquía constitucional- y hacia abajo las
demás normas que integran el ordenamiento jurídico argentino, ya sea de orden
federal, provincial, o municipal como ya expresamos.

No debemos olvidar que la doctrina de la supremacía constitucional se vincula de


manera necesaria e inexorable con el “control de constitucionalidad”. ¿Por qué?
El control de constitucionalidad es el mecanismo o herramienta que se activa
para verificar que una norma o acto estatal sea acorde o compatible de manera
directa o indirecta con la Constitución Nacional. En otras palabras, el control de
constitucionalidad es un mecanismo que está destinado a mantener la supremacía
de la Constitución, y en su caso, si se verifica que una norma o acto estatal (que
emerge de cualquiera de los niveles del Estado: nacional, provincial o municipal) es
contrario, violenta o colisiona con la norma de rango superior, esa norma o acto
será declarado inconstitucional. Más allá de que el control de constitucionalidad lo
deben ejercer todos los poderes del Estado1 verificando ese respeto, coherencia,
compatibilidad y armonía con la Constitución Nacional, el único órgano que tiene
potestad para declarar que una norma o acto estatal es anticonstitucional o incons-
titucional es el Poder Judicial.

1
Tres son los Poderes del Estado: el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo y el Poder Judicial. Montes-
quieu (1689-1755, filófoso y jurista francés) argumentaba en su obra El espíritu de las leyes que “[...]
todo hombre que tiene poder se inclina a abusar del mismo; él va hasta que encuentra límites. Para
que no se pueda abusar del poder hace falta que, por la disposición de las cosas, el poder detenga
al poder”. De allí que se confía la vigilancia de los tres poderes entre ellos mismos ya que cada uno
vigila, controla y detiene los excesos de los otros para impedir que alguno de ellos predomine sobre
los demás.

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INSTITUTO NACIONAL DE CAPACITACIÓN POLÍTICA [INCaP]
MINISTERIO DEL INTERIOR, OBRAS PÚBLICAS Y VIVIENDA

AUTORIDADES

Luis Alfredo Juez


Titular del Instituto Nacional de Capacitación Política

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