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LIMA, 1536-1537: LA PRIMERA LUCHA

ANTICOLONIAL Y LIBERTARIA:
UN CAPÍTULO DE LA GUERRA
DE MANCO INCA
Por: Hernán Amat Olazábal.

Luchar contra la opresión para alcanzar la libertad. Tal fue el ideal


de Manco Inca al desatar la guerra contra los conquistadores españoles en
1536. Fue, sin duda, la lucha de mayor trascendencia en la historia andina
del siglo XVI, sin embargo de lo cual, varios de sus principales episodios
permanecen en el olvido. Manco intentó sublevar todo el país, lanzando
simultáneas campañas contra las guarniciones españolas del Cuzco, Chile y
Lima. Y poco faltó para que la flamante Ciudad de los Reyes fuese entonces
liberada, presenciando sangrientos combates a uno y otro lado del Rímac.
Fue el noble príncipe Quizu Yupanqui quien lideró la campaña contra los
españoles de Lima y estas líneas se inscriben como un homenaje a su gesta
heroica y sublime holocausto.

De Tampu a Lima

No debió ser muy numeroso el ejército con el que partió Quizu Yu-
panqui desde Tampu, sede por entonces del cuartel general de Manco Inca.
La crónica india consigna que lo acompañaron “doce capitanes con mil
indios” (Guaman Poma, 1993: I, 302). Eso seguramente en referencia a los
nobles cuzqueños que con él partieron de Tampu. Aunque pocos, ellos iban
a mostrar una valentía digna de todo encomio.

En la sierra central Quizu Yupanqui captó múltiples adhesiones, so-


bre todo a su paso por Apurímac, Ayacucho y Huancavelica, y más adelan-
te también en Huarochirí. Por igual se le reunieron contingentes de Huay-
las, Huanuco y Táramas. Algo más difícil fue el trato con los Huancas, cu-
yos curacas anunciaron que lo secundarán en el momento preciso; pero
esa fue una falsa promesa, ya que en la hora crucial habrían de defeccio-
nar. En la ruta del Mantaro se evidenció lo latente de la contradicción en-
tre los nobles imperiales y los señores provinciales.

Mientras tanto, Francisco Pizarro en Lima, como sus hermanos en


el Cuzco, obtenía la adhesión de muchos miembros de la nobleza nativa,
cada cual al mando de un numeroso contingente guerrero. Sabedor del
odio que tenían a los orejones los curacas del Mantaro, Pizarro destacó
hacia Jauja a su aliado Cusi Rimachi, para obtener el apoyo de los Huan-
cas (Betanzos, 1987: 296) o al menos su neutralidad, lo que al cabo pudo
conseguir.

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Triunfos incaicos en la Sierra Central

Una vez que se sintió lo suficientemente fortalecido, Francisco Piza-


rro envió socorro de tropas a sus hermanos. Por diversas rutas, una tras
otra, partieron las expediciones de Diego Pizarro, Gonzalo de Tapia, Mo-
grovejo de Quiñónez, Alonso Gaete y Francisco de Godoy. Todos, con ex-
cepción de este último, hallaron la muerte a manos de las tropas incaicas,
que comandadas por el general Quizu Yupanqui avanzaron arrolladora-
mente sobre Lima: “se volvió el Godoy a la Ciudad de los Reyes y dijo al
marqués lo que había sucedido” (Betanzos, 1987: 296).

En esos encuentros se alzó Quizu Yupanqui con un cuantioso botín,


que de inmediato remitió a Tampu: “topó de repente a muchos españoles
que descuidados iban al Cuzco... (y) dando sobre ellos los mató a todos y
tomó muchos despojos de vestidos de seda y paño y otras presas; y mu-
cha ropa, vino y otras cosas de Castilla, y negros y negras que llevaban al
Cuzco. Muy contento con el buen suceso y la presa que había alcanzado
tan sin peligro, lo despachó luego todo a Manco Inca” (Murúa, 1987:
240). Los incaicos apreciaron también como trofeos los pergaminos escri-
tos que cayeron en sus manos.

En Tampu hubo grandes festejos al conocerse los triunfos en la sie-


rra central. Manco creyó que sus planes se cumplían y recompensó a su
capitán general enviándole como esposa a una bella princesa, otorgándole
además permiso para ser llevado en andas, premio que los orejones esti-
maban en mucho: “Por agradecimiento de lo que había hecho Quizu Yu-
panqui, le envió una mujer coya de su linaje, para él, que era hermosísi-
ma, y unas andas en que anduviese con más autoridad, y le envió a decir
que se fuese luego a Lima y la destruyese, no dejando casa en pie en ella,
y matase cuantos españoles hallase donde quiera, que solamente al mar-
qués lo dejase vivo, y preso se lo trajese o enviase a donde él estaba” (Mu-
rúa, 1987: 242).

Pánico entre los españoles

El optimismo de Manco en Tampu era desbordante y quiso que los


de Hernando Pizarro conociese lo acontecido, para lo cual ordenó a esco-
gidos guerreros que los encararon desde muy cerca, “mostrándoles unas
cabezas de cristianos que ellos habían muerto, de los capitanes que en-
viaba el marqués en socorro del Cuzco; (y) mostrándoles (además) cier-
tas bulas, y tomaron algunas de ellas los cristianos” (Betanzos, 1987:
300).

En Lima cundió el pánico al saberse las nuevas traídas por Godoy,


pero el ánimo se repuso con la llegada de numerosos refuerzos venidos
desde el norte. De no haberse demorado más de un mes en tierra de los
Huancas, reclutando tropas de grado o de fuerza, Quizu Yupanqui, cruzan-

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do la puna de Pariaccacca, hubiese encontrado a los españoles muy desmo-
ralizados. Pero les dio tiempo para rehacerse, lo cual fue a todas luces un
error, porque Pizarro pudo hacerles frente con más de quinientos soldados
españoles, otros tantos guerreros negros y miles de “indios amigos”.

Al cabo, Quizu Yupanqui dispuso una ofensiva por tres frentes, or-
denando que “los Huancas, Angares, Yauyos y Chauircos entrasen por el
camino real de los llanos, que es Pachacámac... y el Quizu Yupanqui en-
trase port Mama a salir a Lima el río abajo, y los de Tarama, Atavillos,
Huánuco y Huaylas viniesen por el camino de Trujillo, que también es de
llanos. Y con esta orden divididos cercaron a Lima una mañana, y embis-
tiendo luego pelearon con los españoles valerosamente” (Murúa, 1987:
242). El ataque se emprendió en los últimos días de agosto de 1537 (Gui-
llén, 1994: 292).

“Ea, barbudos, idos a vuestra tierra”

Al mando de esos contingentes marcharon los orejones, arrollando


a los indio pro-españoles que intentaron contenerles el paso. Se posesiona-
ron del cerro San Cristóbal, donde plantaron campamento, prosiguiendo al
día siguiente la lucha, con creciente éxito. Dice la crónica que “se adelan-
taron tanto que entraron dentro de la ciudad, haciendo en ella grandísi-
mo estrago, y mataron muchos españoles e infinito número de indios
amigos” (Murúa, 1987: 242). Creyéndose vencedores, los orejones lanza-
ban desafiantes gritos de guerra: “Ea, barbudos, enfardelar vuestro ato y
embarcáos, e idos a vuestra tierra” (Betanzos, 1987: 296).

Si hubiesen ingresado entonces por el sur los contingentes Huancas,


como se había acordado previamente, el triunfo habría sido completo. Pero
los Huancas no se hicieron presentes: “fue causa de no acabar de concluir
aquel día la jornada, el haberse detenido los Huancas con los demás que
con ellos venían, y no haber llegado a tiempo, que si llegaran no quedara
memoria de la Ciudad de los Reyes ni de los españoles” (Murúa, 1987:
243).

La caída de Quizu Yupanqui

De todas formas, el ímpetu de los orejones fue tal que cuando esta-
ban a un paso de proclamar victoria total, sucedió una tremenda desgracia
que cambió la suerte de la batalla. Valeroso hasta la temeridad, Quizu Yu-
panqui había dejado sus andas, y combatía a pie, atrevidamente, cuando
un certero disparo de arcabuz lo tendió en tierra, hiriéndolo de muerte: “Si
la fortuna no les fuera favorable a los españoles.. aquel día se concluía la
guerra asolando Lima. Pero andando en lo más trabado de la batalla, le
dieron a Quizu Yupanqui un arcabuzazo en la rodilla, lo cual fue causa
que, sintiéndose herido, se retirasen” (Murúa, 1987: 242).

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La versión de Guaman Poma difiere en varios detalles, si bien coin-
cide en destacar el heroísmo del general incaico: “Quizu Yupanqui, que
corría como un gamo y que de puro ligero traspasaba por debajo de los
caballos; peleando saltó por una acequia de agua de Lati, en la ciudad de
Lima, y cayó, luego le lanceó y lo mató el dicho capitán Luis de Ávalos de
Ayala” (Guaman Poma, 1993: I, 302). Muy probablemente, Quizu Yupan-
qui, cargado por sus leales, fue conducido en retirada hacia Ate, donde
debió tener otro percance.

Aunque no murió en Lima, así lo consignó otro informante: “Le


mataron al Quizu Yupanqui un jueves en la tarde” (Betanzos, 1987: 296).
La noticia se propaló rápidamente y cundió el desorden entre los rebeldes,
que empezaron a ser arrollados retirándose hacia el cerro San Cristóbal,
donde lograron rehacerse cuando caía la noche. Los españoles no se atre-
vieron a seguirlos hasta allí y prefirieron encerrarse en la ciudad, temero-
sos de una contraofensiva incaica.

Pero ella no se daría ya porque vino orden de emprender la retirada


a la sierra. Quizu Yupanqui no había muerto y sus guerreros se esperanza-
ron en que se salvaría. Y aquella noche acamparon aún frente a la ciudad,
amenazadoramente, dando tiempo para que el capitán general fuese lleva-
do lo más lejos posible: “hicieron aquella noche grandes candeladas y lu-
minarias en el cerro do estaban hechos fuertes, y a medianoche se fueron
huyendo” (Betanzos, 1987: 296).

Ironía de la historia

Sólo al amanecer los españoles advirtieron la retirada de los incai-


cos. De casi seguros derrotados terminaban alzándose con la victoria, y
considerándolo un milagro divino, en señal de agradecimiento, se encami-
naron a lo alto del cerro que habían ocupado las huestes libertarias, plan-
tando allí una cruz, que sería llamada la cruz de la conquista.

Año tras año se repetiría esa peregrinación y la costumbre perdura


hasta el presente, en que las gentes de Lima veneran con fruición el símbo-
lo de la conquista. Nadie parece saber que en ese cerro, que los españoles
denominaron San Cristóbal, tuvo su fortín un ejército de orejones venidos
desde el lejano Tampu para libertar a la nación.

Lima rinde honores a Francisco Pizarro, genocida como pocos, y al


curaca Taulischusco, aquel que se arrodilló ante los españoles. Y para nada
toma en cuenta al general Quizu Yupanqui Inca, que en rigor histórico
tendría que ser uno de sus máximos héroes. Hoy que a nivel oficial se pre-
gona la construcción definitiva de nuestra identidad, cobijamos la espe-
ranza de que al fin llegue una justa reivindicación para ese precursor de la
liberación nacional.

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Reafirmación de la rebeldía incaica

Larga fue la agonía del líder libertario pues exhaló el último suspiro
en Chinchaycocha, no sin antes exhortar a sus fieles que prosiguiesen en la
lucha: “Quizu Yupanqui hizo (que) le llevasen a Bombon, y de allí se fue
con todo su ejército a Chinchaycocha, donde murió de la herida” (Murúa,
1987: 243). Sus leales seguidores, ahora comandados por Illa Topa y Puyo
Willka, lo enterraron en un lugar que permaneció secreto, comprometién-
dose ante su tumba a no cejar en la guerra a muerte contra los españoles.

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