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Estoico Suicidio

En la primera (titulada “Del uso del tiempo”) de las “Cartas a Lucilio”, conocidas también como
“Epístolas morales,” el filósofo estoico Seneca (nació en el año 4 antes de Cristo y murió en el año
65 de nuestra era) escribió:

“De tal manera debes obrar, querido Lucilio que seas dueño de ti mismo. Recoge y conserva el
tiempo que acostumbran arrebatarte, sustraerte o que dejas perder inútilmente.”

Los renglones anteriores los he copiado de una preciosa edición de Luis Navarro, fechada en
Madrid en 1884; es el tomo 56 de la llamada Biblioteca Clásica. La obra de 614 páginas es una
traducción directa del latín al español de Francisco Navarro y Calvo, canónigo de la catedral de
Granada. Lleva un extenso y erudito ensayo preliminar de Gaspar Carrasco, clérigo de la misma
diócesis. El volumen contiene, después del ensayo, la siguiente Advertencia del traductor:

“Al intentar poner en lengua castellana las EPÍSTOLAS MORALES de Lucio Anneo Séneca
solamente hemos considerado la obra del eminente filósofo como monumento de la literatura
latina y con este carácter tiene cabida en la importante BIBLIOTECA CLÁSICA en que aparece. Sin
embargo, como en todas estas Epístolas se proponen, discuten y resuelven cuestiones morales,
cumple a nuestro deber declarar que rechazamos de todo corazón todas aquellas ideas y
principios que directa o indirectamente se opongan a la pureza de la moral católica.”

Uno de esas ideas es sin duda la apología del suicidio. En el ensayo preliminar se cita la descripción
que Tácito realizó del suicidio de Séneca (a causa del decreto de pena de muerte firmado por el
emperador Nerón):

“Después de esto se cortaron al mismo tiempo –el filósofo y su esposa- las venas de los brazos.
Séneca, porque siendo ya muy viejo y teniendo el cuerpo muy enflaquecido con la larga
abstinencia despedía muy lentamente la sangre, se hace cortar también las venas de las piernas
y tobillos. (…) Entre tanto, durándole todavía el espacio y dilación de la muerte, rogó a Statio
Anneo que le trajese el veneno ya de antes prevenido, lo tomó aunque sin efecto alguno por
habérsele ya resfriado los miembros y cerrado las vías por donde pudiera penetrar la violencia
de él. A lo último, se hizo meter en el aposento donde había un baño de agua caliente. (…)
Metido allí en el baño y rindiendo su espíritu con aquel vapor murió. Fue quemado su cuerpo sin
pompa o solemnidad alguna, como antes lo había ordenado en su codicilo, mientras hallándose
todavía rico y poderoso, iba pensando en lo que se había de hacer después de sus días.”

Espíritu lúcido e iluminador. Sus “Epístolas” son precursoras de los que siglos después, en las
plumas de Gracián, Feijoo y Montaigne, sería el género por excelencia de la meditación y la
inquisición filosófica: el Ensayo. Leamos lo que Séneca escribió sobre la lectura:

“Pero ten cuidado, no sea que la lectura de tantos autores y de todo género de libros tenga algo
de vago e inestable. Conviene detenerse y nutrirse de ciertos ingenios si queremos obtener de
ellos algo que se adhiera sólidamente a nuestro ánimo. (…) Ocurre la banalidad a los que no se
fijan en ningún autor y pasan ligeramente por todas las materias. (…) La multitud de libros
disipa el espíritu. No se pueden leer todos los que existen, basta tener los que deben leerse. Lee
siempre autores escandidos por el tiempo y si te ocurre leer otros vuelve siempre a releer a los
primeros. Atesora diariamente algo contra la muerte y demás miserias: una oración o un
fragmento del libro que estés leyendo, y cuando hayas recorrido las muchas tareas de tu
jornada, elige una de esas líneas del tesoro diario para meditarla bien y coronar el día. Esto
hago yo: siempre rescato una joya del mar proceloso de las páginas que leo.”

No leer muchos libros y leerlos despacio regidos por el oriente de la sabiduría. Ésta es la única
política de lectura. Desde la aurora del primer siglo de nuestra era proviene su luz.

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