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Introducción
E
l “Efebo de Antequera” es una pieza excepcional en el pano-
rama de la escultura hispanorromana por muchos factores.
En primer lugar, por su propio valor artístico intrínseco, ex-
ponente claro del alto grado de calidad técnica que los talleres bron-
cíneos romanos llegan a alcanzar en los inicios del Imperio, siendo
casi pieza única en el repertorio escultórico de su clase, con escasos
paralelos que se estudian en este libro. En segundo lugar, por su ex-
cepcional conservación, ya que sólo le falta el extremo del dedo pulgar
de la mano derecha y presenta una fractura en el brazo izquierdo y la
parte posterior del cuerpo, pero sin pérdidas. Además, deja en eviden-
cia la riqueza que la oligarquía de esta parte del territorio bético de la
actual Depresión de Antequera llegó a alcanzar en el siglo I d.C., algu-
nos de cuyos miembros —en el marco de la cúspide social bética— se
integran en el ordo senatorius, llegando al Senado de Roma y posibili-
tando, ya a fines del siglo I d.C., el ascenso de un provincial, Trajano,
al solio imperial, el primer emperador romano que había nacido fuera
de la Península Itálica. Finalmente, sirve para testimoniar otro proce-
so en época tardoantigua, ya que las condiciones de descubrimiento
de la pieza a mediados del siglo XX parecen apuntar a que se trató de
un ocultamiento en época tardorromana: se ha dicho que quizás para
proteger aquella representación pagana del rigorismo paleocristiano
a partir de fines del siglo IV d.C. en que se impone la religión cristiana
como oficial y única. Todo ello hace del Efebo —como se ha dicho—
una pieza artística e histórica de valor excepcional.
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La villa romana como espacio de otium. Urbs in rure:
Relaciones villa-domus
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con los miembros de la nobilitas. Ello queda evidenciado en el acto
de la salutatio, ritual cotidiano y matinal en que clientes y libertos
visitaban al patronus y que esperaban jerarquizadamente —en la
puerta, el vestíbulo o el propio atrio de la casa, según la categoría
social— a ser recibidos por el dueño de la casa, asentado en el tabli-
num, una especie de despacho del señor de la casa que se conectaba
directamente con el atrio. Ello hace que el atrio concentre la mayor
parte de los elementos de autorrepresentación del dominus, y por
ende de la familia a la que pertenece.
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dorrepublicana y altoimperial, el peristilo (patio ajardinado rodeado
por galerías sostenidas por columnas en sus cuatro lados), donde el
jardín era componente esencial, asociado generalmente a estructu-
ras acuáticas, y donde las esculturas de carácter báquico —el propio
dios Baco y su séquito o thiasos y otras divinidades asociadas, como
Venus— tuvieron una destacada presencia. Representaba un cierto
modo de manifestación del paradeisos dionisíaco, un jardín divino
consagrado a Baco y a otras divinidades asociadas. Era la manifes-
tación de la naturaleza doméstica en el ambiente arquitectónico —y
Peristilo de una casa de Herculano. por tanto antropizado— de la casa, algo muy del gusto del romano
antiguo, denominado como ars topiaria.
Que ello no fue sólo privativo de las clases sociales altas de Roma,
sino que se extiende a otros grupos de poder económico pero de esca-
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sa representatividad social y política lo evidencia un episodio literario
bien conocido, que es reflejo de la propia realidad social del siglo I
d.C., la famosa cena Trimalchionis que se recoge en el Satiricón de Pe-
tronio. Trimalción es exponente ya del nuevo tipo de liberto de época
imperial que se ha quitado de encima las estrictas relaciones de de-
pendencia respecto a su antiguo dueño y que actúa como un dominus
en su propia casa, a la que son invitados para cenar amigos y otros
libertos asimismo enriquecidos, aunque quizás no tanto como el an-
fitrión. La lectura del texto de Petronio, a la vez que nos ilustra del
desarrollo de una espléndida cena romana, exagerada por el carácter
crítico del autor hacia esos nuevos grupos sociales que descomponían
el tradicional orden social romano, asimismo ofrece apuntes de cómo
algunas esculturas se situaban en el recorrido de la casa.
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expresión en las uillae urbanae tardorrepublicanas, no sólo por la do-
cumentación arqueológica —sobre todo la que todavía se mantenía
en las uillae suburbanae de Pompeya y Herculano en el momento de
su destrucción en época flavia, como ocurre con la famosa uilla dei
Papiri— cuanto literaria, según se advierte por ejemplo a propósito
de las referencias contenidas en los escritos de Plinio el Joven sobre la
decoración de sus uillae. Muy interesantes son asimismo las indica-
ciones contenidas en algunas cartas enviadas por Cicerón a su amigo
Ático cuando éste reside en Atenas, para que le consiga esculturas
con que decorar sus uillae en Italia, como en concreto efigies de Ate-
Paisaje sacro idealizado en pintura mural. nea y Hércules para su famosa uilla de Tusculum. Ello no quiere decir
que fueran necesariamente originales griegos de época clásica, sino
que también en momentos coetáneos se elaboraban en los prestigio-
sos talleres áticos para los mercados de Roma e Italia. Ello produce
en efecto un importante florecimiento de talleres escultóricos que se
ubican asimismo en la propia Roma —convertida en el principal cen-
tro de arte helenístico del Mediterráneo, como se dijo— y desarrollan
unos trabajos clasicistas, que copiaban más o menos fielmente los
modelos griegos originales, introduciendo variantes eruditas muy del
gusto de los clientes de este mercado de copistas. Llega a no importar
tanto la antigüedad u originalidad de una pieza —algo restringido
sólo a muy pocos— cuanto el tema representado y el modelo que se
seguía, imponiéndose las copias de los grandes escultores griegos de
época clásica así como obras sobresalientes de los diferentes centros
helenísticos, como la propia Atenas, Alejandría, Rodas, Pérgamo…
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Sátiro en reposo. Copia romana del original
griego del escultor Praxíteles. Museos
Capitolinos. Roma.
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Reconstrucción del peristilo de la casa pompeyana de los Vettii. Palazzo Pitti, Palazzo Pitti, Florencia, detalle de las hermae de jardín.
Florencia.
Esculturas de jardín de una casa de Herculano. Estanque en un pseudoperistilo de la uilla imperial de Olpontis.
Vista parcial de la Villa Iovis, residencia imperial de Tiberio, isla de Capri. Villa dei Misteri, de Pompeya.
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mente a ese ambiente nilótico se refiere todavía la presencia de una
escultura de hipopótamo en la uilla de la Estación de Antequera;
aunque se presenta aislado en el conjunto de esculturas de la uilla,
su presencia entre las fuentes y espacios ajardinados del peristilo era
una rememoranza del país egipcio, que tanto atractivo había tenido
en el mundo romano.
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do, pero muy seguramente se trataría de un contexto ya tardoanti-
guo, puesto que la pieza —de elaboración tempranoimperial— debió
seguir siendo utilizada a lo largo de todo el período de uso que la
uilla debió tener. El hecho es evidente, puesto que la Arqueología
de las uillae en la prouincia bética documenta fehacientemente ese
fenómeno de larga continuidad de los establecimientos rurales al-
toimperiales hasta la tardorromanidad. En la propia Antequera la
uilla de la Estación —que se analiza de forma concreta en este vo-
lumen— ofrece el más claro testimonio en un espacio cercano de
una uilla altoimperial —de donde procede el busto julioclaudio del
príncipe Nerón, hijo de Germánico, otra de las piezas destacadas del
Museo Municipal de Antequera—, y que tuvo un enorme desarrollo
en los siglos siguientes hasta la tardorromanidad, renovándose los
pavimentos de mosaicos, pero manteniéndose parcialmente los pro-
gramas escultóricos, aunque quizás acrecentados en aquellos mo-
Jardín de la casa de Octavio Quartio, de mentos tardíos.
Pompeya. Detalle del euripus.
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El reconocimiento en el panorama hispano de otros conjuntos
escultóricos de importancia en uillae tardorromanas provocó diver-
sas interpretaciones. En primer lugar, D. Fernández Galiano defendió
que esos programas eran reflejo de fenómenos religiosos, exponentes
de “reductos paganos” en el marco de aquella lucha entre cristianis-
mo y paganismo de los siglos IV-V d.C. y que las esculturas recibían
culto en las uillae, sobre todo, cuando se trataba de representaciones
de dioses, como ocurre en la cercana uilla del Mitra de Cabra (Cór-
doba) con la magnífica representación del Mitra tauroctonos (ma-
tando al toro) o en las más abundantes representaciones de Attis en
uillae béticas. Ello pondría de relieve que los propietarios paganos
de las uillae seguían rindiendo culto en el marco de religiones como
el mitraismo o el culto de Cibeles. Por el contrario, otros autores (J.
Arce) criticaron esta idea, considerando que las esculturas habían
perdido ya todo carácter religioso original y sólo tenían en el mar-
co de las uillae tardorromanas una función ornamental, como un
coleccionismo privado de significado profundo y que sólo remitía
de forma genérica a un mundo mitológico ya pasado, a la vez que
ser objetos de ornamentación doméstica. Además, las frecuentes re-
presentaciones de Attis en muchos casos incluso originalmente eran Estatua broncínea de efebo con función
simplemente representaciones de esclavos o siervos orientales, que de portador de lámparas, de una casa de
Pompeya.
como elementos ornamentales se situaban por ejemplo en los pies
de mesa esculturados de las viviendas altoimperiales. Ha sido ésta la
interpretación que se ha mantenido de manera general.
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Así, no podemos saber si los propietarios del siglo IV d.C. de la
uilla de La Estación en Antequera o de la uilla de El Ruedo en Alme-
dinilla, por ejemplo, habían heredado los conjuntos estatuarios de
momentos anteriores o se habían cuidado de adquirirlos en un mer-
cado de antigüedades que se habría generado ante la nueva deman-
da. Además, hoy sabemos que asimismo llegaron a la Hispania del
siglo IV d.C. piezas y grupos escultóricos que se habían esculpido en
ese mismo siglo, aunque no en talleres hispanos, y que aunque no
se han reconocido todavía en uillae béticas, sí pueden identificarse
en importantes conjuntos escultóricos de uillae de otros territorios
hispanos, como las de Valdetorres del Jarama (Madrid), en la Tarra-
conensis, o de Quinta das Longas (Elvas), en la Lusitania, en ciclos
que representan en ambos casos temas de Gigantomaquias y que,
por el uso de mármoles negros y blancos de Asia Menor, pudieron
elaborarse en talleres orientales, pero que se distribuyen asimismo
Venus de Anticaria. Villa romana de La Estación.
Antequera.
por las provincias occidentales. Como ha apuntado Ch. Vorster, “la
mayor parte, con diferencia, de estas estatuas de dioses y héroes
procede de las grandes villas de la aristocracia de las provincias…
Tales estatuas de dioses y héroes de mármol en pequeño formato,
que por lo general seguían modelos conocidos, se producían eviden-
temente para el amplio círculo de compradores disperso por las pro-
vincias. No obstante, la mayoría de las obras no eran productos de
talleres provincianos. Así lo demuestra, para empezar, la alta calidad
de la realización y el mármol, por lo general, de primera clase… se
difunden desde Asia Menor hasta el suroeste de la Galia…”, a lo que
habría que agregar ahora, pues, también Hispania.
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