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Unidad 3.

La filosofía del lenguaje en la corriente empirista

Hobbes, Thomas, Leviatan. O la materia, forma y poder de una república


eclesiástica y civil, traducción de M. Sánchez Sarto, Mexico: Fonde De
Cultura Económica, 1996. [Parte 1, Capítulo IV. “Del lenguaje”].

Función del lenguaje


El lenguaje, que se basa en nombres y en las conexiones entre ellos, es una invención
provechosa, ya que a través de él los hombres registran sus pensamientos, recuerdan
pensamientos pasados, y enuncian a otros esos pensamientos, para mutua utilidad.

“Sin él no hubiera existido entre los hombres ni gobierno ni sociedad, ni contrato ni


paz, ni más que los existente entre leones, osos y lobos” (22)

“El uso general del lenguaje consiste en trasponer nuestros discursos mentales en verbales: o
la serie de nuestros pensamientos en una serie de palabras, y esto con dos finalidades: una de
ellas es el registro de las consecuencias de nuestros pensamientos, que siendo aptos para
sustraerse de nuestra memoria cuando emprendemos una nueva labor, pueden ser recordados
de nuevo por las palabras con que se distinguen. Así, el primer uso de los hombres es servir
como marcas o notas del recuerdo. Otro uso se advierte cuando varias personas utilizan las
mismas palabras para significar (por su conexión y orden), una a otra, lo que conoce o piensa
de cada materia: y también lo que desean, temen o promueve en ellos otra pasión. Y para este
uso se denominan signos. Usos especiales del lenguaje son los siguientes: primero, registrar
lo que por meditación hallamos ser la causa de todas las cosas, presentes o pasadas, y lo que a
juicio nuestro las cosas presentes o pasadas puedan producir, o efectuar: lo cual, en suma, es
el origen de las artes. En segundo término, mostrar a otros el conocimiento que hemos
adquirido, lo cual significa aconsejar y enseñar uno a otros. En tercer término, dar a conocer
nuestras voluntades y propósitos, para que podamos prestarnos ayuda mutua. En cuarto lugar,
complacernos y deleitarnos a nosotros y los demás, jugando con nuestras palabras
inocentemente, para deleite nuestro” (23-24).

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Los vicios del lenguaje

A estos usos se oponen vicios correlativos, a saber:

* el registro equivocado del pensamiento, toda vez que la significación de las palabras
resulta equívoca (los hombres registran nociones que jamás han concebido, y así se
engañan a sí mismos y engañan a otros)

* el uso metafórico de las palabras, esto es, su utilización en otro sentido de aquel
para cuya expresión fueron establecidas

* la enunciación de proposiciones falsas

* el agravio de otros hombres a través del lenguaje.

Origen del lenguaje


El primer autor del lenguaje fue Dios mismo, quien indicó a Adán cómo nombrar las
criaturas que iba presentando ante él. Luego el hombre añadió nuevos nombres, a
medida que la experiencia lo hizo necesario, y a fin de hacerse entender. De ese modo
fue gestándose el lenguaje. Durante el episodio de Babel, los hombres fueron
castigados por Dios y olvidaron su lenguaje primitivo, y se vieron forzados a
dispersarse por el mundo, con lo cual sobrevino una diversidad de lenguas.

Diversos tipos de sinos o nombres


Hay nombres propios, que designan a una sola cosa: este árbol, Juan. Otros nombres
son generales; árbol, ser humano.

“Nada hay universal en el mundo más que los nombres, porque cada una de las cosas
denominadas es individual y singular” (24).

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El nombre universal se aplica a una multiplicidad de cosas que se asemejan en ciertas
cualidades o accidentales. Algunos nombres universales son más extensos que otros:
por ejemplo: el nombre cuerpo posee una significación más amplia que el de hombre,
el primero incluya al segundo, lo comprende. Los nombres hombre y racional son de
igual extensión, y se comprenden uno a otro.

Un nombre no siempre es igual a una palabra. Ejemplo: el nombre justo equivale a las
siguientes palabras: “el que en sus acciones observa las leyes de su país”.

Lenguaje y conocimiento
La verdad y la falsedad son atributos del lenguaje, no de las cosas

“Y donde no hay lenguaje no existe verdad ni falsedad. Puede haber error, como
cuando esperamos algo que no puede ser, o sospechamos de algo que no ha sido: pero
en ninguno de los dos casos puede ser imputada a un hombre falta de verdad” (26).

Es necesario, “para todos los hombres que aspiran al verdadero conocimiento examinar las
definiciones de autores precedentes, bien para corregirlas cuando se han establecido de modo
negligente, o bien para hacerlas por su cuenta. Porque los errores de las definiciones se
multiplican por sí mismo a medida que la investigación avanza...” (27)

“Así en la correcta definición de los nombres radica el primer uso del lenguaje, que es la
adquisición de la ciencia. Y en las definiciones falsas, es decir, en la falta de definiciones,
reside el primer abuso del cual proceden todas las hipótesis falsas e insensatas...” (27)

Significación y uso
“Al razonar un hombre debe ponderar las palabras, las cuales, al lado de la significación que
imaginamos por su naturaleza, tienen también un significado propio de la naturaleza,
disposición e interés del que habla; tal ocurre con los nombres de las virtudes y de los vicios;
porque un hombre llama sabiduría a lo que otro llama temor; y uno crueldad a lo que otro
justicia...” (31)

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Locke, John, Ensayo sobre el entendimiento humano, traducción de E. O’Gorman,
México: Fondo de Cultura Económica, 1992. [Libro III: “De las palabras”].

“De las palabras o del lenguaje en general”

Función del lenguaje


El hombre tiene disposición para formar sonidos articulados, esto es, palabras. Al
crearlo como una criatura social, Dios lo proveyó del lenguaje, para que este fuera el
gran instrumento y el vínculo común de la sociedad.

Condiciones del lenguaje


Para que haya lenguaje, esos sonidos articulados deben ser signos de ideas, es decir,
de concepciones internas. Estas ideas pueden ser comunicadas a otros a través del
lenguaje.

Pero no basta para la perfección del lenguaje que los sonidos operen como signos de
las ideas, sino que además se requiere que cada signo lingüístico sea comprensivo de
varias cosas particulares. Pues sin ello (esto es: si cada cosa particular requiriese de
un signo para ser nombrada) la multiplicación de las palabras habría sumido en la
confusión. Gracias a los términos generales (o nombres generales), una palabra puede
hacer referencia a una multiplicidad de existencias particulares.

Las palabras se vuelven generales cuando designan ideas generales, y las ideas son
generales cuando suprimen las circunstancias particulares de la impresión
correspondiente (por vía de la abstracción) y así dejan de referir a tal o cual ente
particular, sino que aluden a algo en general.

Las ideas abstractas o generales fueron deducidas originariamente de algunas


existencias particulares, pero luego, por la vía de la abstracción, se constituyeron

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como nociones abstractas. Lo general y universal no pertenecen a la existencia real de
las cosas, sino que son “invenciones y criaturas del entendimiento, fabricadas por él
para su propio uso”.

El significado de las palabras


Las palabras generales significan, no entes particulares, sino una clase de cosas,una
especie, hacen alusión a la esencia común de una multiplicidad de cosas particulares.
Esas esencias, abstraídas por el entendimiento –que clasifica las cosas, a partir de la
identificación de notas o rasgos comunes entre las mismas– tienen, sin embargo, su
fundamento en cierta similitud de las cosas. El entendimiento observa similitud entre
ciertas cosas, forja ideas generales o abstractas y asigna un nombre general (una
palabra) a cada una de esas ideas.

La palabra no alude directamente a la cosa sino a la idea de la cosa. Esas ideas


abstractas son obra del entendimiento, que colecciona ideas simples, las reúne, y
asigna un nombre a esa colección.

Por esencia puede entenderse el ser de cualquier cosa, en razón del cual es lo que es,
es decir, la real e interna constitución de las cosas, de la cual dependen sus cualidades
observables. Este significado primario del término esencia se ha ido perdiendo con el
tiempo, y el término ya no alude a la constitución real de las cosas, sino antes bien a
la constitución artificial de géneros y especies (407). La esencia de cada género o
clase es concebida por el entendimiento como una idea abstracta significada por el
nombre general.

A estas dos acepciones del término esencia podría aludirse bajo los conceptos:
esencia real y esencial nominal. La primera acepción del término esencial es inútil
para nuestro conocimiento de las cosas, esto es, la suposición de esencias que no
pueden ser conocidas, pero a las que se supone como el fundamento de las cosas
(408). No conocemos esas presuntas esencias reales, ni tampoco las llamadas formas

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sustanciales (436). Sólo conocemos la esencia nominal, que es aquello por lo cual
distinguimos una especie de otras. (Leer ejemplo: 442-443).

Hay una conexión entre el nombre y la esencia nominal.

Todo nombre significa algo que ha caído bajo nuestros sentidos, o se basa en ideas
que tienen su principio en cosas sensibles (premisa básica del empirismo: toda idea se
funda en una impresión correspondiente). Estas impresiones pueden ser percepciones
externas o bien internas.

Es preciso indagar acerca de la formación de los géneros y especies (nombres


generales) ya que a partir de allí podrá definirse cuál es el uso correcto de las
palabras, cuáles son las ventajas (pero también los defectos) de los lenguajes, y qué
remedios deben emplearse para evitar la oscuridad e incertidumbre en el uso de los
conceptos. Sin ello es imposible alcanzar un conocimiento cierto, el cual guarda una
conexión con las palabras mucho más estrecha de lo que suele suponerse.

De la significación de las palabras


Las palabras son signos sensibles, necesarios para la comunicación. Operan como
signos para la expresión de las ideas, mas no porque se de una conexión natural entre
ciertos sonidos particulares articulados y ciertas ideas: la conexión es convencional,
arbitraria (394).

La significación de una palabra está dada por la idea que aquella significa.
Las palabras son los signos sensibles de las ideas de quien las usa, nada significan
salvo las ideas de que las está empleando. Las palabras son signos, pero no signos de
cosas, sino signos de ideas de quien las enuncia. Los seres humanos suelen suponer
que las ideas significan la realidad de las cosas, pero en realidad su significación
primaria está dada por la idea que las palabras expresa.

Los hombres no suelen examinar si las palabras son interpretadas por otros al igual

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que ellos las interpretan, es decir, si la idea que tienen en la mente es la misma que
posee aquel con quien hablan.

Respecto del carácter convencional del lenguaje, sostiene Locke que conservamos la
capacidad asignada por Dios a Adán para nombrar las cosas. Sin embargo, tal
capacidad se encuentra hoy limitada: es aventurado acuñar nuevas palabras. (leer
463-464).

Acerca de la imperfección de las palabras: Ellas tienen dos usos: registrar nuestros
pensamientos, y comunicarlos a otros. Pero la naturaleza misma de las palabras hace
que sean dudosas, inciertas en su significación (469).

Hay una comunicación civil y otra filosófica, a saber: un uso social del lenguaje, y
otro uso ligado a la expresión de ciertas verdades fundamentales.

En ocasiones las palabras se interponen entre nuestro entendimiento y la verdad que


se quiere aprehender: “interponen una neblina ante nuestros ojos” (482). No es éste
un pequeño obstáculo en la vía del conocimiento.

Estas dificultades del lenguaje (referidas a su uso y significación) debe tenerse en


cuenta a la hora de estudiar e interpretar a autores del pasado, por cuanto utilizan
palabras que hoy no conservan ya la significación que antes tenían (483).

Del abuso de las palabras


Más allá de la imperfección natural del lenguaje, se dan a partir de su uso ciertas
faltas y negligencias voluntarias, intencionales.

En ocasiones aprendemos antes las palabras que las ideas que estos nombres
significan, y eso suscita un mal uso del lenguaje.

Otro vicio está ligado al uso inconstante de los términos, esto es, a una inestable

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aplicación de las palabras, que se usan a veces para significar una idea, y a veces otra.
El uso ambiguo de ciertos términos, a los cuales no se define con propiedad, genera
una oscuridad que suele impedir que se descubran las debilidades o deficiencias de
las doctrinas (487). Algunos abusan de esta oscuridad a fin de hacerse admirar por
otros, utilizando términos ininteligibles, ya que lo que no puede ser comprendido
suele despertar asombro: “no hay mejor modo para […] sostener la defensa de cualquier
doctrina estrambótica o absurda que rodearla con una legión de palabras oscuras, dudosas e
indefinidas, lo cual, sin embargo, convierte a esos refugios más bien en guaridas de ladrones
o en escondrijos de zorras, que no en fortalezas de generoso guerreros” (489).
Este tipo de saber resulta completamente inútil. Se trata de un arte que ha enredado
tanto a la religión como a la jurisprudencia. El gran negocio de la humanidad radica
en conocer las cosas como son y en hacer lo que se debe (492) y para esto resulta
infructuoso encandilar a otros a través palabras incomprensibles.

Otro gran abuso del lenguaje es tomar las palabras por las cosas (491). No puede
suponerse que ciertos nombres (y las doctrinas que con ellos se forjan) se
corresponden perfectamente con la realidad. Por ejemplo, cuando discutimos acerca
de la materia,

“en verdad sólo discutimos acerca de la idea que expresamos por medio de ese sonido,
independientemente de que esa idea precisa se conforme o no a algo realmente existente en la
naturaleza...” (493).

Las palabras se refieren a las esencias nominales, mas no esencias reales. Y no


pueden sustituir a la esencial real de las sustancias. Los términos lingüísticos no
poseen una significación inequívoca y evidente (497). No hay conexión
absolutamente estrecha entre un nombre y un significado. Son signos poco estables de
las ideas de quien las enuncia. Pese a estas deficiencias, las palabras son eficaces en
las interacciones de la vida cotidiana, pero en el ámbito de las investigaciones
filosóficas, estas dificultades acarrean una notable oscuridad.

“El conocimiento y el raciocinio requieren ideas precisas y determinadas” (498).


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El lenguaje debe permitir la trasmisión de las ideas, con facilidad y prontitud, y debe
permitirnos transmitir el conocimiento disponible acerca de las cosas. Leer: 499

De los remedios que hay contra las imperfecciones y los abusos antes citados:

* No usar palabras que no se correspondan con una idea

* Da a conocer a otros el sentido en el que usamos las palabras.

* Definir los conceptos importantes, ya que esto es clave para la claridad del discurso

* Ser constante en el uso de las palabras, evitar la ambigüedad

….

Hume, David, Tratado de la naturaleza humana, traducción de Félix Duque, Buenos


Aires: Orbis, 1984. [Libro primero, Primera Parte: “De las ideas, su origen,
composición, conexión, abstracción”].

El lenguaje no ocupa un lugar prioritario dentro de los intereses de Hume. Las


observaciones ocasionales que el autor realiza respecto del tema no llegan a
constituir, en sentido estricto, una filosofía del lenguaje. Sin embargo, al tratarse de
observaciones estrechamente vinculadas con su teoría del conocimiento, se podrían
derivar de ellas conclusiones importantes acerca de la naturaleza del lenguaje y de los
procedimientos cognitivos que lo hacen posible.

En el Tratado de la naturaleza Humana, Hume sostiene que todas las ciencias se


relacionan en mayor o menor medida con la naturaleza humana, de manera tal que si
avanzáramos en el conocimiento de dicha naturaleza, podríamos realizar
extraordinarios progresos en las ciencias. La matemática, la física (también llamada,
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en ese entonces, filosofía natural) y la religión natural (o teología racional) dependen,
al igual que otras ciencias, de las capacidades y facultades. De allí que una
investigación acerca del alcance y los límites de nuestro entendimiento, de nuestras
facultades, resulte relevante para las ciencias. El objetivo del texto es, entonces,
explicar la naturaleza de las ideas que empleamos, cómo se producen tales ideas, así
como la naturaleza d ellas operaciones que realizamos al argumentar, y al pensar en
general (79).

Las ideas se conectan en la mente según tres principios generales, que son los de
semejanza, contigüidad y causalidad (al representar una idea solemos asociarla a otras
ideas semejantes, a otras ideas o representaciones contiguas, o a conectar esas ideas
según relaciones de causalidad).

Estos principios generales operan en el fenómeno del lenguaje.

Las palabras se forman o resultan a partir de los mismos mecanismos que el


entendimiento pone en juego al momento de formar la ideas. El funcionamiento y la
naturaleza del lenguaje es similar funcionamiento y la naturaleza del entendimiento
humano.

“De esta forma, como una determinada idea particular se encuentra normalmente unida a tal
palabra particular, no se requiere sino la audición de esa palabra para producir la idea
correspondiente; y sería difícil que, por muchos esfuerzos que haga, pudiera la mente evitar
dicha transición. Cuando esto ocurre, no es absolutamente necesario que al oír ese sonido
determinado reflexionemos sobre una experiencia pasada, ni que nos preguntemos por la idea
habitualmente conectada con el sonido. La imaginación toma de suyo el lugar de esta
reflexión, estando tan acostumbrada a pasar de la palabra a la idea que no deja que medie ni
un instante entre la audición de la una y la concepción de la otra. Sin embargo, y aunque
reconozca que este es un verdadero principio de asociación de idas, afirma que es
exactamente el mismo que el existente entre las ideas de causa y efecto, y que forma parte
esencial de todos nuestros razonamientos basados en dicha relación. No tenemos otra noción
de causa y efecto que la de ciertos objetos siempre unidos entre sí, y observados como

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inseparables en todos los casos pasados. Y no podemos penetrar en la razón de esa
conjunción, sino que observamos tan solo la cosa misma, hallando en todo momento que es
por esa conjunción constante por lo que los objetos se unen en la imaginación. Cuando nos es
presente la impresión de un objeto, nos formamos inmediatamente una idea de su
acompañante habitual y, en consecuencia, podemos establecer como elemento de la
definición de opinión o creencia que es una idea relacionada o asociada con una impresión
presente. Así, aunque la causalidad sea una relación filosófica –en cuanto que implica
contigüidad, sucesión y conjunción constante – sólo en tanto que es una relación natural, y
produce una unión entre nuestras ideas, somos capaces de razonar sobre ella o de efectuar
inferencias basadas en la causalidad” (200-201).

Hume examina la existencia, importancia y naturaleza de las relaciones causales, que


en el caso del lenguaje tienen relevancia visible en la problemática del significado de
las proposiciones empíricas.

Los únicos objetos inmediatos del pensamiento son nuestras percepciones. Estas se
dividen en impresiones e ideas. Tenemos ideas de objetos externos, aun cuando no
podamos aseverar la existencia de tales objetos. Estas ideas se derivan de
impresiones. Una idea es válida cuando se corresponde con una impresión. Las
impresiones se clasifican en impresiones de la sensación referidas a algo externo) e
impresiones de la reflexión (referidas a estados internos). Sólo estamos autorizados a
hablar acerca de nuestras impresiones: afirmar las cosas como existentes requiere de
una inferencia causal, basada en una mera creencia, a saber: la creencia de que algo es
causa de mis impresiones. Nunca estaremos en contacto o tendremos experiencia con
nada más allá de nuestras impresiones; no podríamos aseverar la conexión entre
nuestras percepciones y las cosas reales. No es posible asegurar con absoluta certeza
la existencia de un mundo exterior. Nuestras ideas, así como las cadenas
argumentativas que forjamos a partir de ellas, están desvinculadas de la naturaleza de
las cosas.

Lenguaje y costumbre
Hume destaca la acción de la costumbre en la producción de significados. Como

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sistema artificial, el lenguaje no se vincula con un mundo externo objetivo. El sistema
de la lengua se basa en la repetición, el hábito, la costumbre. Las ideas no son signos
naturales de las cosas, sino que son resultados de procesos cognitivos inmanentes al
sujeto. Creemos que las ideas y las palabras que las designan son representación de
un mundo objetivo independiente (trascendente al sujeto). Pero no podemos
aseverarlo, se trata aquí de una mera creencia o suposición (escepticismo humeano).
No hay una relación de causalidad entre el mundo externo y el mundo interno o
representacional. Esa presunta causalidad es solo producto del hábito. Ahora bien,
independientemente de la relación que el lenguaje tenga con la realidad, el lenguaje
ayuda a traducir las ideas, los pensamientos.

Por otra parte, la dimensión convencional del lenguaje pone en evidencia que el
sistema lingüístico, al igual que otros sistemas, como la moral, la política, poco tienen
que ver con la naturaleza objetiva, sino que están vinculados con lo humano, son un
resultado de nu8estra naturaleza.

Las observaciones de Hume acerca de la significación de nuestras palabras son parte


de su reflexión acerca del accionar de la mente. Pensar el lenguaje, considerar su
naturaleza interna, es pensar el paso de las impresiones a las ideas, el paso de la
imaginación al entendimiento. Las relaciones entre ideas (regladas por los llamados
principios del entendimiento) no sólo son fundamentales para la conexión de ideas,
sino que son a la vez condiciones de posibilidad del lenguaje. Así como las
impresiones de la sensación permiten generar ideas simples, así hubo una instancia en
la que las palabras fueron elaboradas gracias a las impresiones que se producen a
partir de nuestro contacto con el mundo objetivo. El lenguaje es resultado de
impresiones. Pero a la vez da origen a nuevas impresiones e ideas. Las palabras
producen representaciones, permiten evocar cosas que están ausentes.

Ver: Hernández, Pablo, Notas sobre el lenguaje en el Tratado de la naturaleza humana


de David Hume, Revista de Filosofía d ella Universidad de Costa Rica, XL, nº 100,

12
pp. 69-76, 2002.

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