Вы находитесь на странице: 1из 5

1

Steven Friedman (Comp.)


El nuevo lenguaje del cambio. Colaboración constructiva
en psicoterapia.
Ed. Gedisa, Barcelona, 2001
pp. 25-49

Hacer hablar a los números: el lenguaje en la terapia

INSOO KIM BERG Y STEVE DE SHAZER

¿Quiere aprender ciencias fácilmente? Comience por aprender su propio idioma.

Étienne Condillac

La metáfora de la terapia como conversación es al mismo tiempo útil y peligrosamente


engañosa. El peligro reside en el reemplazo, probablemente inevitable, de «como» (en inglés, as)
por «es» (is), es decir de «terapia como conversación» por «terapia es conversación» (que en
inglés no es más que una diferencia de una vocal). Este cambio señala la transformación de una
metáfora en una metáfora disfrazada de concepto.
Que dos personas que se encuentran en un mismo momento y en un mismo lugar
compartan una conversación resulta una actividad normal y natural. Por ello suponemos,
automáticamente, que cuando utilizamos el término conversación sabemos a qué nos referimos.
Parece simple y obvio que no necesitamos saber nada sobre conversaciones para poder
participar en ellas. Al producirse la ineludible transformación a la que acabamos de referirnos
(lo que ya está sucediendo, por lo menos en talleres y seminarios de formación profesional), la
proposición «La terapia es conversación» cobra la fuerza de una declaración y es razonable
entonces que comencemos a pensar que terapia equivale a conversación. De ese modo, una
transformación gramatical inadvertida y erróneamente nos lleva a creer que sabemos todo lo
que hay que saber sobre la práctica terapéutica y que ésta fundamentalmente requiere que
poseamos las habilidades necesarias para mantener una conversación o continuar un diálogo.
Así, equivocadamente pensamos que la conversación misma constituye la terapia, que el factor
curativo es el hecho de compartir una charla. Al igual que la expresión relación terapéutica, que
la precedió, la afirmación «La terapia es conversación» parece explicar en qué consiste la terapia
y sin embargo es tan vaga que en realidad no nos dice nada.

Por otro lado, el hecho de que la práctica terapéutica pueda ser considerada una
conversación nos recuerda sus aspectos interaccionales. Primero, para que se vea a la terapia
como una conversación deben participar en ella dos o más personas. Segundo, las
2

conversaciones tienen lugar dentro del lenguaje, y es también lenguaje lo que utilizamos para
mantener conversaciones. De este modo, la consigna señala en dirección a la idea de Condillac
de que, para aprender acerca de la terapia debemos primero aprender nuestro propio idioma (y,
de hecho, para aprender sobre la conversación o cualquier otra actividad humana).
Las ideas que surgen de la consideración de la terapia como conversación, como una
actividad en la que participan dos o más personas, tienden a amenazar o corromper (o quizás a
equilibrar) los significados tradicionales de la palabra terapia (del griego, «cuidar, curar»), que
ciertamente pueden llevarnos a adherir a la descaminada idea de que el terapeuta actúa sobre
el paciente o cliente. Consideremos, por ejemplo, la siguiente definición que da el diccionario de
terapéutico/terapia:

que sirve para curar o sanar; curativo; relativo al descubrimiento y aplicación de remedios para las
enfermedades. Parte de la ciencia médica que se vincula con el tratamiento y la cura de las enfermedades.

Parece que «La terapia como conversación» es una fructífera contradicción en sus términos,
en tanto nos induce a considerar la práctica terapéutica y el uso del término terapia de un modo
que socava y contamina las definiciones usuales de la palabra terapia (que el vocablo
lamentablemente conlleva de manera automática).

Cuatro concepciones del lenguaje

Sin duda, nuestros lectores, como los de Condillac, creen que conocen su propio idioma; y
nosotros, como autores, queremos creer que tenemos una comprensión similar del nuestro.
Después de todo, lo usamos todo el tiempo, especialmente al hablar, escuchar, leer y escribir. El
uso de nuestro propio idioma parece algo simple y sin complicaciones.
El sentido común se basa en una concepción ingenua del lenguaje, que lo considera
transparente y verdadero. El supuesto de sentido común que sostiene que el lenguaje es un
medio transparente que expresa hechos preexistentes implica que el cambio nunca se produce
en el lenguaje. Se supone que el lenguaje siempre refleja cambios anteriores a los que ocurren
en el lenguaje. Se considera que los autores o hablantes son capaces de percibir las verdades
de la realidad y de expresar esta experiencia por medio del lenguaje, permitiéndole de ese modo
al lector y oyente saber exactamente a qué se refieren. Sin embargo, las cosas no son tan
simples. Hay al menos otras tres maneras diferentes de conceptualizar el funcionamiento del
lenguaje.
El pensamiento occidental tradicional (que se relaciona con la perspectiva del sentido
común) considera que, de un modo u otro, el lenguaje representa la realidad. Este punto de
vista se basa en la idea de que existe una realidad externa para ser representada. Por lo tanto,
el estudio del lenguaje puede consistir en determinar en qué medida este re-presenta esa
realidad. Es evidente que esta creencia se basa en la idea de que el lenguaje es capaz de
3

representar la «verdad», cuya revelación es la meta de la ciencia occidental tradicional. Además,


esta creencia conduce a la idea de que para desarrollar una ciencia del significado es necesario
escrutar lo que hay detrás y debajo de las palabras, enfoque conocido como estructuralismo
(Chomsky, 1968; 1980; Saussure, 1922), que fue explícitamente utilizado por Bandler y Grinder
(1975) para estudiar la hipnote-rapia y la psicoterapia. Toda la historia de la psicoterapia, desde
Freud hasta Selvini Palazzoli o Minuchin contiene un pensamiento estructuralista, es decir,
interesado en lo que hay detrás y debajo de la superficie de lo que se investiga.
Los budistas, por otra parte, dirían que el lenguaje bloquea nuestro acceso a la realidad
(Coward, 1990). Y como también piensan que existe una realidad externa, utilizan la práctica
de la meditación para desactivar el lenguaje y conectarse con la realidad.
Y existe otra concepción, generalmente llamada posestructuralismo (De Shazer, 1991; De
Shazer y Berg, 1992; Harland, 1987) que sostiene, simplemente, que el lenguaje es la realidad.
Expresándola en términos más familiares a los terapeutas, esta idea de que nuestro mundo es
lenguaje remite a una perspectiva vinculada con lo que se llama constructivismo. Este enfoque
sugiere que debemos observar el modo como hemos ordenado el mundo en el lenguaje y el modo
como el lenguaje (que nos precede) ha ordenado nuestro mundo. Esta perspectiva nos ha llevado
a creer que para estudiar cualquier tema es necesario estudiar el lenguaje. Es decir que, en vez
de escrutar por detrás y debajo del lenguaje que usan el terapeuta y los clientes, nosotros
pensamos que lo único que tenemos para trabajar es, precisamente, el lenguaje que ellos usan.
Ni los autores (o hablantes) ni los lectores (u oyentes) pueden tener la certeza de que
comprenderán lo que el otro quiso decir, porque cada uno de ellos lleva a ese encuentro todas sus
experiencias previas, que son singulares. El significado es producto de una negociación en cada
contexto específico. Es decir, los mensajes no son enviados, sino solamente recibidos: lo que
vale tanto para el autor como para el lector (en consecuencia, el autor no es más que uno de
tantos lectores). Contrariamente a la perspectiva de sentido común, la perspectiva
posestructuralista considera que el cambio sucede dentro del lenguaje: el contenido de lo que
hablamos y el modo como lo hacemos marca una diferencia y son estas diferencias las que
pueden utilizarse para marcar una diferencia (para el cliente).
En los últimos veinte años, el trabajo con nuestros clientes nos ha llevado de una visión
occidental tradicional a una visión posestructuralista, por el camino del contacto con una versión
de la concepción oriental tradicional. Es decir, que hemos llegado a entender que los significados
que se consiguen en una conversación terapéutica se generan por medio de un proceso más
parecido a una negociación que al desarrollo de una comprensión o un desenmascaramiento de
lo que «en realidad» sucede. Dado que en lo concerniente a los significados toda conversación
entraña incertidumbre, el malentendido es mucho más probable que la comprensión. Creemos
que la tarea del terapeuta consiste en utilizar creativamente este malentendido y generar, junto
con el cliente, un malentendido lo más fructífero posible.
4

Conversación centrada en el problema


Conversación centrada en la solución

La totalidad de los hechos pertenece únicamente al problema, no a su solución.

Ludwig Wittgenstein
Tractatus Logico-Philosophicus

A los fines de la argumentación utilizaremos los términos conversación centrada en el


problema y conversación centrada en la solución como una oposición binaria,1 lo que nos
permitirá seguir a Wittgenstein en el establecimiento de otra oportuna oposición binaria entre
«hechos» y su opuesto, «no hechos». La expresión no hechos es más amplia que el término, quizás
automático, ficciones, puesto que nos permite incluir las fantasías, esperanzas, ficciones, planes,
deseos y demás como lo opuesto de los «hechos».

Conversación centrada en el problema


Cuando escuchamos a las personas describir sus problemas y buscarles una explicación,
unos «hechos» se apilan sobre otros «hechos» y, como resultado, el problema parece cada vez
más pesado. Rápidamente, la situación puede llegar a hacerse abrumadora, complicada y quizás
incluso irremediable. En otras palabras, cuando se explora en detalle el problema de un cliente y
este nos relata más y más «hechos» de su atormentada existencia, el cliente llega a sacar la
(razonable) conclusión de que el suyo bien podría ser un caso realmente difícil. Después de todo,
todos esos «hechos» son lo que tanto clientes como terapeutas creen real y verdadero. Esta
«conversación centrada en el problema», es decir, hablar sobre lo que no marcha bien, no hace
más que repetir algo que, probadamente, no funciona. De modo que la conversación centrada en
el problema forma parte del problema y no de la solución. Para decirlo de manera sencilla, cuanto
más hablan los clientes y terapeutas de los «hechos», mayor es el problema que construyen entre
ambos. El lenguaje funciona naturalmente de este modo.
En general, la conversación centrada en el problema pareciera basarse en la concepción
occidental tradicional sobre la verdad y la realidad. Como en la secuencia de la conversación un
«hecho» sucede a otro, comenzamos a sentirnos obligados a buscar qué hay detrás y debajo,
y a suponer interconexiones y relaciones causales entre ellos. Esta perspectiva conduce a la
idea de que, antes de que el paciente pueda abordar otros problemas (que están en la superficie)
será necesario trabajar en el «problema básico subyacente» (fuera lo que fuese lo que se
encuentre detrás y debajo de la superficie).
Sin embargo, la perspectiva posestructuralista señala que el modo en que utilizamos el
lenguaje puede, inadvertidamente, descaminarnos (y de hecho lo hace con frecuencia). Es

1
Este es un recurso temporal, ya que no puede garantizarse el «adentro/afuera» de los pares binarios; el límite
no es una barrera.
5

fácil olvidar que una descripción debe realizarse por medio del lenguaje y que el idioma inglés, ente
otros, requiere al menos un ordenamiento sucesivo de las palabras utilizadas para lograrla. Hasta
tal punto nuestro lenguaje se nos impone, o incluso nos engaña, que olvidamos que nuestras ideas
se originaron en figuras retóricas (más formalmente, podría decirse que inadvertidamente
confundimos ontología con gramática) y en el proceso interactivo entre terapeuta y cliente que se
turnan para hablar, es decir, para solicitar y brindar una descripción, lo que tiene como consecuencia
que tomemos a las descripciones por explicaciones causales. Es importante recordar que no hay nada
que reprochar ni al terapeuta ni al cliente cuando esto sucede. Si pudiera atribuirse alguna culpa, esta
residiría en el lenguaje mismo.

Conversación centrada en la solución


Parece fuera de toda discusión que no podemos resolver un problema con el mismo tipo de
pensamiento que lo creó. Con los años, hemos aprendido de nuestros clientes que el
modo como ellos juzgan la eficacia de la terapia es completamente diferente del modo
como los terapeutas (e investigadores) juzgan o miden el éxito terapéutico. Nuestros clientes
nos han enseñado que las soluciones implican un pensamiento y un discurso muy diferentes.
Un tipo de discurso y de pensamiento externo a los «hechos» y al problema. Llamamos a esta
conversación externa al problema «conversación centrada en la solución». El cliente y el
terapeuta conversan acerca de la solución que quieren construir
juntos y en el proceso llegan a creer en la verdad o realidad de lo que constituye el objeto
de su conversación. Este es el modo en que naturalmente funciona el lenguaje.

Вам также может понравиться