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Notas de “Identidad” – Zygmunt Bauman.

En esta entrevista devenida libro –más bien en el fragmento trabajado- se pone en


cuestión el entrecruzamiento entre el concepto1 de identidad y el de nacionalidad,
Subrayando desde el inicio que aunque el proceso mismo de alcanzar una
conceptualización implique siempre alguna clase de generalización, el modo en que la
identidad se vincula con otras nociones o experiencias está siempre ligado a un contexto
histórico desde donde se la intenta pensar. De este modo, siguiendo las respuestas de
Bauman se podría situar un contexto de aparición y despliegue del concepto de
identidad en torno a tres tiempos: un primer momento, anterior a su emergencia, en
que existiendo una comunidad de pertenencia y destino sostenida en la proximidad del
otro, no existe la pregunta por la identidad; un segundo momento de surgimiento de
esta idea de la mano del nacimiento del Estado moderno, que garantiza una identidad
nacional que opera fundamentando la soberanía de ese Estado que la proclama; y por
último las mutaciones que la identidad sufre en la actual modernidad liquida.
A partir de esta genealogía resulta útil la idea que ofrece Bauman al afirmar que la
preocupación por la identidad nace de la crisis de pertenencia: si la pregunta por la
identidad se plantea, es porque la pertenencia ya no es destino ni condición sin
alternativa. Mientras que por un lado habría una pérdida en relación a la certidumbre
de un origen, por el otro hay ganancia en tanto se multiplican las vías y posibilidades
para la invención de una identidad que podrá asentarse en los más diversos
fundamentos.
En la modernidad liquida que habitamos la consistencia y continuidad como aspectos
pretendidamente inherentes a la identidad, son puestos en cuestión. La caída del valor
y solidez de la pertenencia y del lazo social dan lugar a construcciones individuales y
múltiples, colectivos virtuales que elaboran identidades sostenidas en la ¿libre? elección
y con una fuerte marca de lo provisorio. Como consecuencia, vemos delinearse la
contraposición entre la garantía de las viejas identidades nacionales, fundada en su
estabilidad; y la fluida libertad actual en la fabricación de identidades, que sin embargo
ya no cuentan con ningún seguro de permanencia.

A propósito de la pena del destierro Rita Segato sostiene que el primer derecho de todo
ser humano es el derecho a tener un pueblo. Ahora bien, cabe preguntarse si una
población habla de una tierra de origen o si se funda justamente en un acto de
apropiación que funda la comunidad –lo común- con otros. Hablar de pueblo, ¿es hablar
de lo que nos pertenece o a lo cual pertenecemos?
De esta forma, podríamos pensar que la identidad queda ubicada entre ser un acto de
reivindicación y un acto de reconocimiento, es decir que toda identidad esgrimida se
formula como un reclamo de reconocimiento. Esto implica, por lo tanto, su ligazón a un
conjunto social en que un sujeto se incluye. En este borde de reivindicación que propone
el concepto situamos el problema de la certificación de la identidad. ¿Necesita la
identidad ser certificada? ¿Quién o qué encarna hoy esta función? En este punto la Ley
26.743 de identidad de género puede oficiar de paradigma de dicho interrogante, en

1
En una realidad de lenguaje, como la propiamente humana, no resulta posible dar cuenta de algún
fenómeno en lo real sino de conceptos como herramientas de lectura de esa realidad. Entre el
percipiens y el perceptum siempre hallaremos al lenguaje como tamiz.
tanto a la vez que sitúa a la identidad como “autopercepción”, sólo a partir de la
formulación de la ley –como instrumento del Estado- es posible que la misma se inscriba
para otros, en ámbitos sociales e institucionales.
Acuciado por las preguntas, Bauman esgrime una posible definición de identidad: “mi
‘ser postulado’, el horizonte hacia el que me debato y por el que valoro, corrijo y censuro
mis movimientos”. Por un lado, plantea a la identidad como algo que se postula, se da a
ver. ¿Pero ante quién? ¿Es mostración al otro, o se postula al propio yo? Por el otro,
sostiene la vertiente ideal de la identidad, como horizonte y punto de llegada al que sin
embargo nunca se llega. Desde esta perspectiva, la identidad es más una meta que un
punto de inicio, a la vez que se sostiene su consustancial incompletud y fragilidad,
caracteres que sin embargo permanecen velados al yo, aun cuando en la modernidad
liquida este velo se vuelve cada vez más transparente.
Al tiempo que situamos a la identidad como horizonte, sostenemos que no existe
identidad de origen, lo cual no implica, sin embargo, que no se pueda après coup hacer
una genealogía de ella. En el origen solo tenemos al ADN, ignorado y oculto para el
sujeto. Esto permite preguntarnos ¿incluye la identidad algo de lo desconocido o es sólo
aquello que es susceptible de autoafirmación?, ¿es posible que el otro nos revele algo
de nuestra identidad, que desconocíamos? ¿Eso desconocido, tenía la cualidad de
pertenencia a la propia identidad, o solo forma parte de ésta al ser reconocida por el
propio yo?
A su vez, la identidad no puede desligarse de su vinculación tanto con la grupalidad como
con el poder. En relación a la primera, sostenemos que la identidad, si bien cada vez más
individualizada, siempre se encadena a un movimiento colectivo: a la pregunta por
“quien eres tú” siempre se responde desde un ser con otros. Por otro lado, y en relación
al poder, Foucault sostiene que es en una relación de poder que el ser – o un modo del
ser – se impone a un sujeto, y que es su resistencia –“yo no soy eso”- lo que constituye
un movimiento hacia la autoafirmación de la identidad2. Pero allí se deja entrever un
aspecto problemático, en tanto que la fragmentación consecutiva a la autoafirmación
constituye una resistencia al poder, pero al mismo tiempo hace peligrar la cohesión
colectiva. Quizás la identidad –en tanto afirmación sostenida en una expulsión anterior-
pueda ser pensada como el retorno de lo expulsado que emerge como parte de la
construcción.

2
Encontramos un punto de coincidencia respecto del planteo de Judith Butler en relación a los puntos
de resistencia que anidan en el proceso de iterabilidad de la norma, la cual produce identidades a partir
de definiciones y exclusiones.

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