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Introducción al pensamiento social y político
moderno
ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE
No hay en la concepción islámica más autoridad que la de Dios, Ala, de quien los
gobernantes terrenales son como la sombra. Muerto Mahoma, cuya vocación profética
no podía repetirse, se instauró, sobre la base del consentimiento de la comunidad
musulmana suficientemente representada, el califato como expresión institucional del
gobierno teocrático. El califa, sucesor o representante del Profeta, y llamado también
sumo sacerdote, reúne todos los poderes, siendo su función primordial la de guardar la
ley de Dios y hacer que se respete y difunda en el prójimo. Esta última exigencia fue
llevada a cabo con un celo misional ayudado en la fuerza de las armas: la guerra contra
los infieles era un deber religioso, y sólo se impuso el requisito previo de una triple
amonestación a la conversión en el caso de las «gentes del Libro», judíos y cristianos.
La unidad religiosa del mundo que el Islam persigue implica la unidad política, un
Estado-Iglesia universal que pareció prefigurado en el imperio de los Omeyas. Pero es
sabido que el califato fue perdiendo su primitivo papel hasta quedar reducido al
meramente religioso, mientras pasaban a ejercer el poder efectivo príncipes y caudillos
no califas (sultanes y emires). Surgió así un califato irregular que el derecho musulmán
sólo acepta de facto para que no sufra menoscabo el principio de la unidad
musulmana.
La necesidad imperiosa que los hombres tienen unos de otros da lugar a una serie de
comunidades que, iniciándose con la familia, culminan en las perfectas y
autosuficientes de la ciudad y el pueblo instalado en un territorio, con tendencia a
abarcar la sociedad universal de cuantos viven en la tierra. La autoridad se funda en la
sabiduría, que ha de asociarse a la fuerza. A la ciudad ideal o virtuosa se contrapone
la ciudad del error, que erige en fin supremo algún bien meramente parcial, como la
riqueza, el placer sensible, los honores, etc. La justicia se funda, a la manera platónica,
en la verdad objetiva, conocida por la razón, no en la opinión subjetiva, fruto de los
sentidos.
Avempace (Ibn Bayya, m. 1138), nacido en Zaragoza, es autor del famoso Régimen del
solitario, c onocido antes sólo por un resumen en hebreo, pero cuyo texto árabe
poseemos hoy, y ha sido traducido por M. Asín Palacios. El solitario es el que,
superando las contingencias que le rodean, aspira a realizar la ciudad ideal, la
comunidad ajustada a las exigencias de la razón. Ello es decir que el solitario no es un
individuo replegado sobre sí mismo, y cabe incluso que esté constituido por toda una
ciudad, si sus miembros se apartan colectivamente de la común corrupción.
Abentofail (AbenTofail, Ibn Tufail) Es conocido sobre todo por una novela filosófica de
n el q
intenciones no muy claras: El hijo viviente del vigilante e ue se describe el
desarrollo intelectual de un niño que desde su nacimiento se halla aislado en una isla
desierta. Su contacto con el mundo le lleva a la conclusión de que la perfección, es
privilegio de unos pocos.
Averroes había nacido en Córdoba de una familia de juristas, y su formación
enciclopédica le situaba en la linca de los mejores de su pueblo. Desempeñó cargos
públicos y cayó algún tiempo en desgracia por motivos políticos a la vez que religiosos,
sin que por ello quepa poner en duda la sinceridad de su fe. También Averroes unió el
cultivo de la medicina al de la filosofía.
Fundamenta Averroes en Aristóteles una concepción finalista del mundo que apoya el
orden moral y su jerarquía de bienes en el orden ontológico del ser. Es también de
signo aristotélico su intelectualismo ético. Por cuanto el hombre tiene como vocación
específica el saber, éste constituye la clave de su felicidad. La ciudad, que para
Averroes como para Aristóteles implica unidad en la diversidad, hace posible una vida
esclarecida, gracias a la comunión de esfuerzo de sus miembros. De ahí la enérgica
repulsa de la tiranía, que quebranta el orden comunitario, poniéndolo al servicio de una
parte. El gobierno pertenece por naturaleza al mejor, y la política es el arte supremo,
pues nutrida. Averroes sigue a Platón en la teoría de las formas de gobierno,
inspirándose en el esquema de la República: después de la ciudad ideal viene la
ciudad ambiciosa, que sólo busca la gloria y la fama; la ciudad plutocrática, para la cual
la riqueza lo es todo; la ciudad democrática, donde campea la licencia; la tiranía,
gobierno veleidoso de uno, fruto espontáneo del desorden anterior. La guerra justa
aparece una vez más, en el pensador cordobés, como una prolongación natural del
derecho de castigar, corregir o educar, que es propio del auténtico gobernante, y
asegura el debido predominio de ios mis aptos.
Abenjaldún fijó especialmente su atención en la distinción entre las poblaciones
nómadas y las sedentarias, sean estas urbanas o rurales. La índole de la vida en
desiertos y estepas crea en los nómadas una solidaridad colectiva peculiar que les
conduce a someter una y otra vez a los sedentarios; pero las nuevas condiciones del
contorno social actúan en los descendientes, debilitándola. Así llegó, a la vista del
escenario histórico que le era familiar, a su afirmación de que los Estados fundados en
tales conquistas no suelen mantenerse más allá de la tercera generación. En un plano
histórico general, considera Abenjaldún la naturaleza humana y su psicología
suficientemente permanente para establecer leyes sociales generales y prever incluso
los sucesos futuros.