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Castro Pérez Alejandra

0009
Introducción al pensamiento social y político
moderno
ACTIVIDAD DE APRENDIZAJE

RESUMEN DE EL PENSAMIENTO POLÍTICO-FILOSÓFICO DEL ISLAM

EL PENSAMIENTO POLÍTICO-FILOSÓFICO DEL ISLAM


Su vehículo fue una literatura cuyo valor ha sido parangonado con el de la
jurisprudencia romana, si bien la esencial vinculación del derecho a la religión hace que
sea propiamente como el equivalente de la canonística cristiana medieval. El Corán era
la fuente revelada de todo derecho.
La escuela ​hanefí​, ​de perdurable influencia en el Imperio Otomano, fue fundada por
Abuhanifa, de origen persa. Abrió ampliamente la puerta a la equidad y por ende a la
actividad racional del juez. Con él la tradición pasó a un segundo plano, quedando
subordinada a la analogía.
Las consideraciones de equidad quedan, limitadas y se amplía el papel del
consentimiento unánime, en la escuela ​malequí,​ ​que debe su nombre a Malic ben
Anas (Malik Ibn-Anas, m. 795), de Medina, y se ha mantenido en el norte de África y la
India musulmana. Los malequitas, por otra parte, introdujeron el criterio de la «utilidad
pública».
Para la escuela ​xafei, ​la noción más importante es la de «causa» o raíz de la ley, lo
que podríamos llamar «espíritu de la ley», cuya indagación permite resolver los casos
no previstos. De ahí un retroceso del Corán y de la tradición en su sistema de fuentes.
La cuarta escuela ortodoxa se aparta en cambio de las anteriores por un rigorismo
tradicionalista que se atiene a la letra de la ley y rechaza el recurso al ​ray. ​Se trata de
la escuela ​hanbalí​, ​así llamada por remontarse a Ahmed ben Hanba! (Ibn-Hanbal,
780-855), de Bagdad.
Como también ocurriría en los canonistas cristianos, un aspecto importante de esta
literatura jurídica eran los problemas de las relaciones con los ««infieles» (en este
caso, los no-musulmanes) y especialmente de la guerra con ellos («guerra santa», ​jikad
o ​yihad). ​Los preceptos correspondientes constituyen lo que se ha llamado un
«derecho canónico externo». Su elaboración doctrinal arranca de la obra de Mohamed
as-Saibani (m. en 809), ​Los grandes modos de proceder, ​que ha llegado hasta
nosotros por la reproducción comentada que de ella hizo Abu Bakr Mohammed
as-Sarahsi (m. en 1090). Ambos pertenecen a la escuela ​hanefí.

No hay en la concepción islámica más autoridad que la de Dios, Ala, de quien los
gobernantes terrenales son como la sombra. Muerto Mahoma, cuya vocación profética
no podía repetirse, se instauró, sobre la base del consentimiento de la comunidad
musulmana suficientemente representada, el califato como expresión institucional del
gobierno teocrático. El califa, sucesor o representante del Profeta, y llamado también
sumo sacerdote, reúne todos los poderes, siendo su función primordial la de guardar la
ley de Dios ​y ​hacer que se respete y difunda en el prójimo. Esta última exigencia fue
llevada a cabo con un celo misional ayudado en la fuerza de las armas: la guerra contra
los infieles era un deber religioso, y sólo se impuso el requisito previo de una triple
amonestación a la conversión en el caso de las «gentes del Libro», judíos y cristianos.

La unidad religiosa del mundo que el Islam persigue implica la unidad política, un
Estado-Iglesia universal que pareció prefigurado en el imperio de los Omeyas. Pero es
sabido que el califato fue perdiendo su primitivo papel hasta quedar reducido al
meramente religioso, mientras pasaban a ejercer el poder efectivo príncipes y caudillos
no califas (sultanes y emires). Surgió así un califato irregular que el derecho musulmán
sólo acepta ​de facto ​para que no sufra menoscabo el principio de la unidad
musulmana.

La institución del califato por el consentimiento de la comunidad musulmana implicaba


que el deber de obediencia de los súbditos no es incondicional. El gobernante queda
sometido a la ley divina y sólo es legítimo en cuanto no se aparta de ella.
En función de la concepción musulmana tradicional del califato y sus vicisitudes
institucionales, surgieron tratados jurídico-políticos, de ​los ​que los pueblos del libro
–judíos y cristianos sometidos a tributo, puede considerarse como prototipo el que
escribiera Mauerdi, bajo el título de ​Reglas del poder ​o ​Reglas del mando.

En sentido estricto, sólo se llamaba «filósofos» a los seguidores de Aristóteles, mejor


conocido a partir del siglo IX como consecuencia de la fundación de una escuela de
traductores en Bagdad (832): el primero a quien se aplicó el término fue Alkindi
(al-Kindi, siglo ix). La inspiración platónica de la antigua filosofía política arábiga se
pone bien de manifiesto en Alfarabí (al-Farabi, m. 950), conocido bajo este nombre por
ser oriundo del distrito de Farab, en el Turquestán. Denominado el «segundo maestro»
por su saber enciclopédico, consagró Alfarabí a los problemas de nuestra disciplina los
tratados de ​La ciudad ideal (​ o ​La ciudad virtuosa) ​y ​El gobierno de la ciudad. ​La ciudad
tiene como fin racionalizar la vida humana para que pueda perfeccionarse en la
verdadera felicidad.

La necesidad imperiosa que los hombres tienen unos de otros da lugar a una serie de
comunidades que, iniciándose con la familia, culminan en las perfectas y
autosuficientes de la ciudad y el pueblo instalado en un territorio, con tendencia a
abarcar la sociedad universal de cuantos viven en la tierra. La autoridad se funda en la
sabiduría, que ha de asociarse a la fuerza. A la ciudad ideal o virtuosa se contrapone
la ciudad del error, que erige en fin supremo algún bien meramente parcial, como la
riqueza, el placer sensible, los honores, etc. La justicia se funda, a la manera platónica,
en la verdad objetiva, conocida por la razón, no en la opinión subjetiva, fruto de los
sentidos.

También Avicena (Ibn-Sina, 980-1037) cultivó todas las ciencias, especialmente la


medicina, y dejó una obra de considerables dimensiones. Ya es mayor en su filosofía
jurídica y política la influencia de Aristóteles, unida a una teoría del profetismo de signo
aristocrático.
La ciudad surge de la necesidad de un intercambio de servicios, y en ella la acción de
la minoría de los mejores permite a la multitud alcanzar aquel mínimum de perfección
requerido por la condición humana. Los guías naturales del pueblo son los grandes
solitarios, que gracias a su aislamiento logran participar en mayor medida que los
demás de la razón universal; pero su mensaje ha de adaptarse a la mediocridad
general, y sólo tiene, por tanto, carácter práctico. Las leyes y medidas humanas de
gobierno han de atemperarse a la ley por antonomasia, constituida por el Corán; y el
gobierno, para ser legítimo, requiere además el consentimiento de la comunidad,
expreso (elección) o tácito (sucesión legítima).

Avicena, como Aristóteles, sostiene que la natural preeminencia de ciertas


comunidades humanas sobre otras, y el consiguiente derecho de conquista en favor del
pueblo superior. Para el musulmán, esta guerra justa equivale a la guerra santa,
fundada en el deber que la ciudad más perfecta tiene, de llevar por el buen camino a la
que permanece sumida en el error. La guerra justa (santa), como la pena en el
ordenamiento interno, aparece así como un instrumento al servicio de la unidad del
orden divino, frente a las fuerzas disolventes que la amenazan.

Algazel (Al-Ghazali 1058-1111). De origen persa, Algazel cultivó sucesivamente la


mística, el derecho y la filosofía, para finalmente entregarse, después de una crisis de
conciencia, a la ascítica y la predicación. El pensamiento de Algazel se caracteriza por
su antirracionalismo y su concepto voluntarista de Dios. Denuncia la vanidad de los
esfuerzos humanos para aprehender la realidad de manera puramente intelectual;
acentúa en Dios el primado de la voluntad absolutamente imprevisible; antepone la fe a
la razón en el conocimiento. En consonancia con estas premisas, el derecho divino
positivo revelado en el Corán es para Algazel el único válido. Hace de la intención el
criterio esencial de la valoración ética.

Avempace (Ibn Bayya, m. 1138), nacido en Zaragoza, es autor del famoso ​Régimen del
solitario, c​ onocido antes sólo por un resumen en hebreo, pero cuyo texto árabe
poseemos hoy, y ha sido traducido por M. Asín Palacios. El solitario es el que,
superando las contingencias que le rodean, aspira a realizar la ciudad ideal, la
comunidad ajustada a las exigencias de la razón. Ello es decir que el solitario no es un
individuo replegado sobre sí mismo, y cabe incluso que esté constituido por toda una
ciudad, si sus miembros se apartan colectivamente de la común corrupción.
Abentofail (AbenTofail, Ibn Tufail) Es conocido sobre todo por una novela filosófica de
​ n el q
intenciones no muy claras: ​El hijo viviente del vigilante e ​ ue se describe el
desarrollo intelectual de un niño que desde su nacimiento se halla aislado en una isla
desierta. Su contacto con el mundo le lleva a la conclusión de que la perfección, es
privilegio de unos pocos.
Averroes había nacido en Córdoba de una familia de juristas, y su formación
enciclopédica le situaba en la linca de los mejores de su pueblo. Desempeñó cargos
públicos y cayó algún tiempo en desgracia por motivos políticos a la vez que religiosos,
sin que por ello quepa poner en duda la sinceridad de su fe. También Averroes unió el
cultivo de la medicina al de la filosofía.

Fundamenta Averroes en Aristóteles una concepción finalista del mundo que apoya el
orden moral y su jerarquía de bienes en el orden ontológico del ser. Es también de
signo aristotélico su intelectualismo ético. Por cuanto el hombre tiene como vocación
específica el saber, éste constituye la clave de su felicidad. La ciudad, que para
Averroes como para Aristóteles implica unidad en la diversidad, hace posible una vida
esclarecida, gracias a la comunión de esfuerzo de sus miembros. De ahí la enérgica
repulsa de la tiranía, que quebranta el orden comunitario, poniéndolo al servicio de una
parte. El gobierno pertenece por naturaleza al mejor, y la política es el arte supremo,
pues nutrida. Averroes sigue a Platón en la teoría de las formas de gobierno,
inspirándose en el esquema de la ​República: ​después de la ciudad ideal viene la
ciudad ambiciosa, que sólo busca la gloria y la fama; la ciudad plutocrática, para la cual
la riqueza lo es todo; la ciudad democrática, donde campea la licencia; la tiranía,
gobierno veleidoso de uno, fruto espontáneo del desorden anterior. La guerra justa
aparece una vez más, en el pensador cordobés, como una prolongación natural del
derecho de castigar, corregir o educar, que es propio del auténtico gobernante, y
asegura el debido predominio de ios mis aptos.
Abenjaldún fijó especialmente su atención en la distinción entre las poblaciones
nómadas y las sedentarias, sean estas urbanas o rurales. La índole de la vida en
desiertos y estepas crea en los nómadas una solidaridad colectiva peculiar que les
conduce a someter una y otra vez a los sedentarios; pero las nuevas condiciones del
contorno social actúan en los descendientes, debilitándola. Así llegó, a la vista del
escenario histórico que le era familiar, a su afirmación de que los Estados fundados en
tales conquistas no suelen mantenerse más allá de la tercera generación. En un plano
histórico general, considera Abenjaldún la naturaleza humana y su psicología
suficientemente permanente para establecer leyes sociales generales y prever incluso
los sucesos futuros.

El trasfondo religioso musulmán se advierte también en la decisión con que Abenjaldún


caracteriza a la monarquía como la forma de gobierno más natural. Comparando
agudamente el islamismo con el cristianismo en este punto, señala cómo la unión de lo
político y lo religioso en el califato era consecuencia de la obligatoriedad de la guerra
santa para los musulmanes y la unidad de acción que ésta implica.

Dos grandes pensadores asocian la especulación y la poesía religiosa según la mejor


tradición de su pueblo. Salomón Ibn Gabirol, más conocido como Avicebrón
(1020/21-1069/70), oriundo de Málaga, es autor de la célebre ​Fons Vitae, ​muy leída en
​ ue representa al universo como una gran
tierras cristianas, y de la ​Corona de rey, q
monarquía bajo el gobierno absoluto de Dios.

La filosofía del judaísmo medieval culminó en la obra de Moisés. En lo religioso, fue


Maimónides el gran ordenador y exegeta de la Tradición y de la Ley. Su obra filosófica
​ ​Doctor de perplejos. E
principal es el tratado ​Guía de perplejos o ​ scrito en árabe
​ . 1190. Profesando una armonía entre la revelación y la razón,
(Dalaíat al-Hairin) h
comparte con Averroes la veneración por Aristóteles y lo convierte en la mayor
autoridad filosófica. Sigue de cerca al Estagirita en su ética, principalmente en la teoría
de las virtudes y del justo, medio. A esta influencia aristotélica se debe en particular el
que considere a la ley no sólo como imperativo fundado en la voluntad de Dios, sino
también como expresión de un orden natural, aprehensible por la razón. Con ello
reservaba Maimónides a la idea de ley natural un sitio junto a la ley divina positiva,
tradicional en el judaísmo.

También en este aspecto ejerció Maimónides un papel de primer plano en la


configuración ulterior del judaísmo, rebasando socialmente su irradiación el círculo de
las escuelas y dando lugar a una religiosidad racional que superó las críticas que en
nombre de una estrecha ortodoxia se le dirigieron. Espinosa seguirá influido por él, y
para muchos correligionarios la actitud de Maimónides constituirá un puente entre la
tradición judía y el saber secular del Occidente moderno. No fue menor, por otra parte,
el impacto de Maimónides sobre el pensamiento cristiano, y en primer término sobre
San Alberto y Santo Tomás de Aquino.

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