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LIBRE DE ATADURAS!
¡Cómo hallar libertad
en Cristo!

DR. NEIL
ANDERSON

© 1995 EDITORIAL CARIBE


Una división de Thomas Nelson
P.O. Box 141000
Nashville, TN 37217-1000, EE.UU.
Título del original en inglés: Released from Bondage
© 1993 por Neil T. Anderson
Publicado por Thomas Nelson, Inc.
ISBN: 0-88113-283-7
Traductora: Susana Roberts Arbizu
Salvo que se indique en el texto, las citas bíblicas son de la Santa Biblia, Versión Reina
Valera Actualizada Editorial Mundo Hispano, 1982–1989. Las citas bíblicas identificadas
con una BV corresponden a la Biblia Viviente
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la debida autorización de los
editores.
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Dedico este libro


a mis queridos amigos, Ron y Carole Wormser, y también a los valientes que nos narraron
sus historias.
Que el Señor los proteja y a través de su testimonio y servicio fiel les permita ayudar a
muchos a lograr su victoria en Cristo. Han mostrado que son verdaderos discípulos: «En
esto es glorificado mi Padre: en que llevéis mucho fruto y seáis mis discípulos» (Juan
15:8).

Agradecimientos
No hay nadie «hijo de sus obras». Sólo el «hijo de Dios» existe espiritualmente y da
fruto. Los verdaderos hijos de Dios nacen de arriba. Maduran en la medida en que sus
mentes se renuevan mediante la Palabra de Dios y por vencer la cruda realidad de un
mundo caído. Dios no nos salva de las pruebas y las tribulaciones en este mundo, sino de
una eternidad sin Él. Pasamos a esta vida eterna en el momento en que confiamos en Él.
Dios nos libra de nuestro pasado y obra por medio de las dificultades en la vida para
engendrar un carácter piadoso.
Este libro trata acerca del descubrimiento de nuestra libertad en Cristo y de nuestra
supervivencia en un mundo cuyo dios anda como león rugiente buscando a quien devorar.
Jesús dijo: «Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis
aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo» (Juan 16:33).
Quiero dar gracias a las personas cuyas historias aparecen en este libro. Han encontrado
su paz en Cristo y han vencido al mundo. Son muy amables al permitirme contar sus
historias. En el proceso de colaborar con nosotros se vieron obligadas a revivir el horror por
el cual pasaron. Para mí, son héroes de la fe. «Y ellos le han vencido [a Satanás] por medio
de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos» (Apocalipsis 12:11). Lo
único que los motiva a contar sus experiencias es ayudar a otros.
Quiero también reconocer a mis queridos amigos, Ron y Carole Wormser, que hicieron
posible este libro. Se responsabilizaron con gran parte de la redacción y edición, y
aconsejaron particularmente a algunas personas de este libro. Una pareja preciosa que ha
servido más de treinta años al Señor en la labor misionera.

Contenido
Introducción: Libertad para los cautivos
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1. Molly: Libertad del ciclo de abusos


2. Anne: Libertad a través de las etapas de desarrollo
3. Sandy: Libertad de la esclavitud de sectas y del ocultismo
4. Jennifer: Libertad de los trastornos alimentarios
5. Nancy: Libertad del abuso sexual femenino
6. Doug: Libertad del abuso sexual masculino
7. Charles: El violador liberado
8. Una familia: Libertad de los falsos maestros
9. La iglesia: Conduce a la gente hacia la libertad
10. El abuso ritual y el TPM
Apéndice: Pasos hacia la libertad en Cristo

Introducción

Libertad para los cautivos


¿Dónde están los dolientes?
¿Cuál es su esperanza?
Cuando me gradué del seminario esperaba llegar a ser el capitán de un barco del
evangelio. Zarparíamos hacia el eterno atardecer, rescatando a la gente del abismo acuático.
Tendríamos estudios bíblicos, clubes para los niños y deportes para los que les guste (con el
fin de evangelizarlos, por supuesto). Nos amaríamos unos a otros.
Zarpé a cargo de mi primera misión, y casi de inmediato noté un barco sombrío
navegando al costado. Allí se encontraban personas con toda clase de problema. Luchaban
contra el alcohol, el sexo, las drogas y todo tipo de abuso concebible. De repente me di
cuenta que estaba en el barco equivocado. Dios me había llamado a ser el capitán del barco
sombrío. A través de una serie de hechos trascendentales en mi vida llegué a ser ese
capitán; y para mi sorpresa, ¡descubrí que era el mismo barco!
Los necesitados no sólo están «por allí» en cualquier lado. Nuestras iglesias están
repletas de personas dolidas que usan máscaras, asustadas de que alguien descubra lo que
realmente sucede en su interior. Para ellas no habría mayor gozo que recibir un poco de
esperanza, confianza y apoyo.
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Este libro trata sobre la liberación de ese tipo de esclavitud. Aquí leerá relatos verídicos
de personas valientes que decidieron narrar sus historias desde su propia perspectiva. Antes
de nuestro encuentro eran cristianos evangélicos. Algunos ejercen el ministerio a tiempo
completo. Sólo que para proteger sus identidades hemos cambiado los nombres, oficios y
referencias geográficas. Le aseguro que lo que dicen es verdad y que no se trata únicamente
de unos cuantos casos aislados.
Tenemos cientos de relatos similares de sesiones de consejería personal y miles que se
contaron en congresos. Lo que está en juego no es mí reputación ni un ministerio
transitorio, sino la integridad de la iglesia y de los millones incontables de personas que
dependen de que la iglesia tome su lugar debido en el programa del reino de Dios de liberar
a los cautivos. Espero que al leer estas páginas, encuentre una gran ayuda personal pero
más que eso, es mi sincera oración que llegue a participar del creciente movimiento de Dios
para liberar a los cautivos, que empieza a desarrollarse en la Iglesia.

Esperanza para los desesperados


Un día me llamó un colega en el ministerio. Charlamos sobre lo que Dios estaba
realizando en nuestras vidas. Después de contar los testimonios de matrimonios rescatados
y de gente liberada del cautiverio, fue al objetivo principal de su llamada.
«Neil» empezó a decir, «me acuerdo que decías que un marido se puede ver en un
conflicto de conductas cuando trata de aconsejar a su propia esposa. He tenido el privilegio
de ayudar a otros a encontrar su libertad en Cristo, pero lograr esto en mi propia familia es
otra cosa. ¿Te sería posible encontrar un momento para hablar con mi esposa, Mary? Es
una mujer maravillosa, la gente la ve muy equilibrada, pero interiormente tiene una lucha
diaria».
Observe que esta es la esposa de un hombre que tiene un ministerio. Sin embargo, ¿por
qué Satanás no debería atacar a los que se encuentren en el frente de batalla?
Me reuní dos veces con Mary. El primer día apenas llegamos a conocernos. Al segundo
día la acompañé a dar los pasos hacia la libertad en Cristo, relacionados con las siete áreas
principales en que Satanás podría tener la oportunidad de lograr una fortaleza en nuestras
vidas (estos pasos hacia la libertad se encuentran en el apéndice). A la semana siguiente
recibí esta carta:
Querido Neil:
¿Cómo se lo puedo agradecer? El Señor me permitió pasar un rato con usted cuando
llegaba a la conclusión de que no había esperanza de romper con la espiral descendente de
la derrota continua, de la depresión y la culpabilidad. No conocía mi posición en Cristo ni
reconocía las acusaciones del enemigo.

Todo el mundo pensaba que era tan fuerte por dentro como por
fuera.
Prácticamente me crié en la iglesia, y por eso, así como también por ser esposa de un
pastor durante veinticinco años, todo el mundo pensaba que era tan fuerte por dentro como
por fuera. Al contrario, sabía que interiormente no tenía infraestructura, y a menudo me
preguntaba cuándo se desplomaría mi vida bajo el peso de tratar de mantener mi fortaleza.
Parecía que lo único que me sostenía era la voluntad firme de seguir adelante.
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Era un día diáfano y maravilloso cuando salí de su oficina el jueves pasado; al ver las
montañas coronadas de nieve sentí que un velo se me había caído de los ojos. En la casetera
sonaba la melodía al piano del himno: «Alcancé salvación», cuyas palabras prácticamente
estallaban en mi mente ante la conciencia de que estoy bien con mi Dios … por primera vez
en muchos años.
Al día siguiente en el trabajo, mi respuesta inmediata a la pregunta: «¿Cómo estás
hoy?», fue: «¡Estoy maravillosamente bien! ¿Y tú, cómo andas?» Antes hubiera susurrado
algo así como que apenas estaba viva. El siguiente comentario que escuché fue: «Bueno,
algo te tiene que haber sucedido ayer».

Quiero proclamar a los cuatro vientos lo que ha sucedido en mi


vida.
He escuchado las mismas canciones y he leído los mismos versículos bíblicos de antes,
pero es como si fueran totalmente nuevos. Hay gozo y paz entretejidos en medio de las
mismas circunstancias que antes me llevaban al fracaso y al desánimo. Por primera vez he
querido leer mi Biblia y orar. Me cuesta contenerme porque quiero proclamar a los cuatro
vientos lo que ha sucedido en mi vida, pero mi verdadero deseo es que mi vida grite por mí.
El engañador ya ha tratado de sembrar en mi mente que esto no va a durar, que es
simplemente otro truco que no va a servir. La diferencia es que ahora sé que esas son
mentiras de Satanás y no la verdad. ¡Cuán distinta me siento con mi libertad en Cristo!
Muy agradecida,
Mary

Y en efecto, ¡cuán distinta! ¿Será que hay algo especial en Neil Anderson que hizo que
esta sesión de consejería fuera tan eficaz? ¿Será que tengo un don único de Dios o una
unción especial? No lo creo. Es más, hay gente en todo el mundo que utiliza con resultados
similares las mismas verdades que yo para ayudar a la gente a encontrar su libertad en
Cristo. Entonces, ¿cómo nos explicamos tales resultados?

¿Qué es la salud mental?


Los sicólogos y los expertos en salud mental generalmente admiten que las personas
tienen buena salud mental cuando se mantienen en contacto con la realidad y en cierto
modo libres de la ansiedad. Desde un punto de vista secular, entonces a cada persona
mencionada en este libro se le consideraría enferma mental, y por lo tanto lo sería cualquier
que estuviera bajo ataque espiritual. Visto a través del marco de nuestra cultura occidental,
esta gente tiene un problema neurológico o sicológico.
Si alguien oye voces o ve una aparición que el consejero no capta, este llega a la
conclusión de que la persona ha perdido contacto con la realidad y hay que ponerla bajo
medicamentos antisicóticos para callar las voces. Sin embargo, he aconsejado a muchas
personas que oyen voces, y hasta el día de hoy todas han sido voces demoníacas o con
trastornos de personalidad múltiple). Contando con la colaboración de la persona,
normalmente se requiere entre dos y tres horas y media para liberar a un cristiano de esa
influencia.
En 1 Timoteo 4:1 vemos que «en los últimos tiempos algunos se apartarán de la fe,
prestando atención a espíritus engañosos y a doctrinas de demonios». Para mí es más fácil
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creer que estas personas que escuchan voces están bajo ataque espiritual y no que son
enfermos mentales, ni que su mente se ha dividido de algún modo y una parte converse con
la otra. Después de oír sus relatos, he dicho a muchos que no se están volviendo locos, sino
que hay una batalla espiritual que se libra en sus mentes. No se puede imaginar el gran
alivio que esto da a las personas atribuladas.
Si están mentalmente trastornadas, no les puedo ofrecer un pronóstico muy positivo.
Pero si hay una batalla en sus mentes, podemos ganar la guerra. Sí creo, sin embargo, que
durante un trauma severo la mente se puede disociar como mecanismo de defensa para
sobrevivir. Discutiré ese fenómeno en el último capítulo.

Satanás paraliza a su presa


Cualquiera que esté bajo ataque espiritual fallaría también en el segundo criterio para la
salud mental: estar relativamente libre de la ansiedad. El temor es un hecho para los
esclavizados. Como un león, el rugido engañador de Satanás (1 Pedro 5:8) paraliza de
temor a su presa, pero debemos permanecer firmes en nuestra fe, o sea, en lo que creemos.
El temor y la fe se excluyen mutuamente. Si el temor a lo desconocido gobierna nuestra
vida, entonces no hay fe en Dios. Sólo el temor de Dios es compatible con la fe bíblica. En
realidad, este león que se llama «Satanás» ya no tiene dientes, ¡pero con sus encías está
asustando de muerte de manera desaforada a los cristianos!
Un pastor amigo llamó para pedirme ayuda. Su esposa estaba enfrentando una
enfermedad terminal, y él me llamaba porque ella experimentaba un temor tremendo. En el
transcurso de nuestra conversación ella me dijo con lágrimas que quizás no era una
cristiana. Eso me asombró. Era uno de los más amorosos y piadosos ejemplo de
cristianismo que jamás he conocido. Sin embargo, al encontrarse cara a cara con la muerte
no tenía seguridad de su salvación.
—Cariño—le contesté—, si tú no eres cristiana, estoy en problemas serios. ¿Por qué
piensas eso?
—A veces cuando voy a la iglesia tengo pensamientos terribles acerca de Dios y me
pasan malas insinuaciones por la mente—replicó.
—Esa no eres tú—le aseguré.
Media hora después entendía de dónde provenían esos pensamientos y cuáles eran las
tácticas de Satanás; con eso se desaparecieron, así como su temor.
Si esos pensamientos hubieran sido suyos, ¿qué podía haber concluido respecto a su
propia naturaleza? «¿Cómo puedo ser cristiana y a la vez pensar esas cosas?», razonaba, así
es como lo hacen millones de cristianos bien intencionados. Cuando se expone la mentira y
se comprende cuál es la batalla por la mente, se gana la mitad de la lucha. La otra mitad se
gana teniendo un verdadero conocimiento de Dios y sabiendo quién es uno como hijo de
Dios.

Dónde empieza la salud mental


Creo que la salud mental empieza con un conocimiento verdadero de Dios y de quiénes
somos como sus hijos. Si sabe que Dios lo ama, que jamás lo dejará ni lo desamparará y
que le ha preparado un lugar para toda la eternidad … si sabe que sus pecados son
perdonados, que Dios suplirá todas sus necesidades y lo habilitará para vivir con
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responsabilidad en Cristo … si no le teme a la muerte porque la vida eterna es algo que


posee ahora y para siempre … si sabe todo eso … si lo conoce profundamente y lo cree …
¿tendrá buena salud mental? ¡Por supuesto que sí!
Si la salud mental empieza a partir de ese conocimiento verdadero de Dios y de quiénes
somos, déjeme agregar de inmediato que la clave de la enfermedad mental es un
conocimiento distorsionado de Dios: una comprensión patética de su relación con Él y la
ignorancia de quién es usted como hijo de Dios. Por eso los consejeros seculares muchas
veces odian la religión. ¡La mayoría de sus clientes son muy religiosos! Visite un salón
siquiátrico en un hospital y observará algo, unas de las personas más religiosas que jamás
haya visto, pero no tienen una comprensión real de quiénes son en Cristo. Como los
consejeros seculares ignoran el mundo espiritual, se equivocan al echar la culpa de los
problemas de sus clientes a los pastores y a las iglesias (aunque debo aceptar que existen
algunos pastores e iglesias bastante enfermizos, que en realidad le crean problemas a la
gente).

El evangelio en la consejería sicológica


Le pido a Dios que venga el día en que se pueda definir la consejería cristiana en base a
dos asuntos clave. Primero, ¿qué papel juega el evangelio en el proceso de consejería?
¿Son los atribulados sólo un producto de su pasado, o serán principalmente un producto de
la obra de Cristo en la cruz? Las experiencias del pasado pueden tener un efecto profundo
sobre nuestro diario vivir y en nuestras perspectivas actuales, pero, ¿podremos ser libres de
nuestro pasado? ¿Cómo?
A menudo se hacen intentos de arreglar el pasado. Usted no puede arreglarlo; ni se
puede devolver para deshacer lo hecho. Es muchísimo mejor la verdad de que se puede ser
una nueva criatura en Cristo Jesús y obtener su libertad del pasado, estableciendo una
nueva identidad en Cristo y perdonando a los que le hayan ofendido. La cruz de Cristo es el
eje central de la historia y de la experiencia humanas, y sin esto no habría evangelio ni
perdón (este es el tema de mi primer libro, Victory Over the Darkness [Victoria sobre la
tinieblas]).
El segundo asunto clave que debe caracterizar a la consejería cristiana se relaciona con
la perspectiva bíblica del mundo: ¿Toma en cuenta el consejero pastoral la realidad del
mundo espiritual? ¿Qué importancia tiene en nuestro proceso de consejería el hecho de que
«nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados, contra autoridades,
contra los gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares
celestiales»? (Efesios 6:12) ¿Cómo puede el consejero conducir a la persona de la
esclavitud a la libertad? (Este es el tema de mi segundo libro, The Bondage Breaker
[Rompiendo las cadenas]. Ambos libros ofrecen la base teológica por medio de la cual
encontraron su libertad en Cristo las personas cuyas historias se relatan en el presente
tomo.)

¿Poseído por un demonio o endemoniado?


Hay otro asunto que tiene que ver con la posesión demoníaca. ¿Puede un cristiano ser
poseído por un demonio? No hay asunto que polarice más a la comunidad cristiana que
este, y la tragedia es que no hay forma bíblica para resolverla. Sin embargo, existen dos
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puntos dignos de notarse: en las traducciones bíblicas del griego al castellano, la frase
«poseído por un demonio» se deriva de una sola palabra griega. Por lo tanto, prefiero usar
más bien la palabra «endemoniado». Además, la palabra que se traduce como «posesión
demoníaca» jamás vuelve a aparecer en las Escrituras después de la cruz, por lo que nos
deja sin ninguna precisión teológica respecto a lo que consiste estar endemoniado en la era
de la Iglesia.
Pese a ello, el que un cristiano pueda estar de un modo u otro bajo la influencia del
«dios de este mundo» es un hecho en el Nuevo Testamento. De no ser así, ¿por qué se nos
instruye que nos pongamos la armadura de Dios y estemos firmes (Efesios 6:10); que
cautivemos todo pensamiento a la obediencia de Cristo (2 Corintios 10:5), y que resistamos
al diablo (Santiago 4:7)? ¿Qué pasa si no nos ponemos la armadura de Dios, ni nos
mantenemos firmes, ni nos responsabilizamos por lo que pensamos? ¿Y qué si dejamos de
resistir al diablo? ¿Entonces qué? Somos presa fácil para el enemigo de nuestras almas.
Así que, ¿cómo nos damos cuenta si un problema es sicológico o espiritual? Creo que
esa pregunta es fundamentalmente falsa. Nuestros problemas nunca dejan de ser
sicológicos. No hay momento alguno en que las experiencias previas, las relaciones
personales y nuestra propia mente, voluntad y emociones no contribuyan a nuestros
problemas actuales, ni sean la clave para resolverlos. Pero, de igual modo, nuestros
problemas jamás dejan de ser espirituales. No hay momento en que Dios no esté presente,
ni momento en que se pueda dar el lujo de quitarse la armadura de Dios. La posibilidad de
ser tentado, acusado y engañado por el maligno es una realidad constante. Debemos tratar
con la totalidad de la persona, tomando en cuenta tanto lo espiritual como lo sicológico, o
una espiritualidad falsa suplantará a la auténtica, como sucede con la invasión de la
filosofía de la Nueva Era en los grupos de los doce pasos así como en otros de
autorrecuperación, de sicología secular y de educación.

¿Un encuentro con la verdad o un enfrentamiento de poderes?


Ahora me gustaría tocar un tema de metodologías. Propongo sostener un «encuentro
con la verdad» antes que un «enfrentamiento de poderes». El modelo clásico de liberación
es conseguir a algún experto que invoque al demonio, consiga su nombre, y hasta su rango
en la jerarquía, para luego echarlo fuera. En un enfrentamiento de poderes hay una lucha
entre un agente externo y la fortaleza demoníaca. Pero no es el poder el que le da la libertad
al cautivo: es la verdad (Juan 8:32). Cuando viven en derrota, los creyentes a menudo
estiman equivocadamente que lo que necesitan es poder, así que buscan alguna experiencia
religiosa que se los prometa. No hay ningún versículo en la Biblia, después de Pentecostés,
que nos inste a buscar el poder, sólo la verdad. Eso se debe a que el poder del cristiano
reside en la verdad; al estar en Cristo poseemos todo el poder que necesitamos. El problema
es que no lo vemos ni lo creemos, por lo que el apóstol Pablo ora que lleguemos a
comprenderlo (Efesios 1:18, 19). En contraste, el poder de Satanás reside en la mentira y
una vez que esta se ha expuesto ese poder queda anulado.
En un encuentro con la verdad, trato únicamente con esa persona y no hago a un lado su
mente. De forma que la gente es libre para tomar sus propias decisiones. Jamás hay falta de
control en la medida en que facilito el proceso de ayudarles a asumir su responsabilidad
ante Dios. Al fin y al cabo, no es lo que yo diga, haga o crea lo que libera a la gente; es a lo
que renuncien, confiesen, abandonen, a quienes perdonen y la verdad que reafirmen lo que
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les da la libertad. Este «proceder de la verdad» me exige que trabaje con la persona
integralmente, tratando con su cuerpo, su alma y su espíritu.

La medicina y la iglesia
Tratar a la persona en su totalidad incluye lo físico y lo interpersonal. Por supuesto,
existen problemas glandulares y desequilibrios químicos, y tanto la iglesia como el campo
médico deberían ansiar los aportes. La profesión médica se dispone a sanar el cuerpo, pero
sólo la iglesia está en condiciones de resolver los conflictos espirituales. Así que no nos
sentemos en juicio de las deficiencias del mundo secular si como iglesia no nos
responsabilizamos con las soluciones espirituales.
En estos últimos días veremos muchas falsedades espirituales. En mi libro, Walking
Through the Darkness [Caminando a través de las tinieblas], trato de identificar esos falsos
prodigios y establecer los parámetros de la dirección divina. Necesitamos ese tipo de
discernimiento espiritual para mantenernos firmes contra las filosofías de la Nueva Era y de
los falsos maestros que surgirán de entre nosotros (2 Pedro 2:1 ss). Los principales
promotores de la medicina integral son los de la Nueva Era, y son los que manejan la
mayoría de los negocios de alimentos para la salud. No hay nada malo en comprar las
pastillas en los estantes, pero no lea la literatura en los anaqueles.

El mayor asidero de Satanás


Además, nuestros problemas jamás se originan ni se resuelven independientemente de
las relaciones personales. Tenemos una necesidad absoluta de Dios, pero también nos
necesitamos desesperadamente unos a otros. En mi experiencia, la falta de perdón para con
los demás le abre a Satanás la principal puerta de acceso a la iglesia. Cuando la gente
perdona de corazón, da un paso gigantesco hacia la libertad. Y una vez libres, las buenas
relaciones ayudan a promover ese crecimiento. Es por eso, por ejemplo, que no es una
solución adecuada resolver el problema espiritual de un niño para volverlo a internar en una
familia con disfunción en sus relaciones. (Steve Russo y yo hemos tratado extensamente
este tema en nuestro libro The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos].)

No hay tal madurez instantánea


El último asunto es distinguir entre la libertad y la madurez. No creo en la madurez
instantánea. Se necesita mucho tiempo para renovar nuestras mentes, desarrollar el carácter
y aprender a vivir con responsabilidad. Un cautivo primero necesita ser liberado para luego
aprender a disfrutar de esa libertad, porque fue por libertad que Cristo nos hizo libres
(Gálatas 5:1). En mi experiencia, las personas atadas no crecen y rara vez, si acaso,
experimentan la sanidad emocional. Una persona atada necesita su libertad y a una persona
herida hay que tratarla con compasión para que pueda recibir su sanidad con el tiempo.
Ahora bien, permítame presentarle a algunos de los seguidores selectos de Cristo.
Conforme digan la historia de sus vidas, agregaré algunas percepciones mías respecto a la
naturaleza y solución de sus problemas. Por lo menos usted aprenderá tanto de sus
experiencias como de mis comentarios. Es mi oración que sus testimonios sean de
tremendo estímulo para los que anhelan ser libres, así como para los que desean ayudarles.
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Molly:
Libertad del ciclo de abusos
Me agrada empezar una conferencia preguntándole a la gente: «¿Me agradarían si en
verdad lograra conocerlos en el poco tiempo que estaré aquí? Quiero decir: ¿Si los llegara a
conocer verdaderamente?» Hice esa pregunta a mi clase en el seminario y antes de que
pudiera continuar uno de mis alumnos respondió: «¡Me tendría lástima!» Lo dijo en broma,
pero captó la perspectiva de muchos que experimentan una vida de desesperación
disimulada. Perdidos en su soledad y autocompasión, se aferran a un hilo de esperanza que,
de alguna manera, Dios irrumpirá entre la espesa neblina de la desesperación que rodea sus
vidas.
El sistema no los ha beneficiado. Los padres que se suponían iban a ofrecer el amor, el
cariño y la aceptación que necesitaban, eran más bien la causa de su condición. Tampoco la
iglesia de la que se habían aferrado en busca de esperanza parecía tener las respuestas.
Tal es el caso de la persona que nos presenta el primer relato. No conocía a Molly antes
de recibir su extensa carta, en la que me dio a conocer su recién lograda libertad en Cristo.
Meses más tarde, tuve el privilegio de encontrarme con ella cuando dictaba una serie de
conferencias. Esperaba ver a una criatura acabada y regordeta. Por el contrario, la persona
que almorzó con mi esposa y conmigo era una profesional inteligente y atractiva.
Conforme usted conoce, creará su imagen mental. Su relato es importante porque no la
aconsejé personalmente. Encontró su libertad viendo en la Escuela Dominical los videos de
nuestro congreso sobre «Cómo resolver los conflictos personales y espirituales». Su
historia representa a todos los que sufren debido a una familia disfuncional y a una iglesia
inepta. Creo que muchos de los que hoy viven en la esclavitud espiritual saldrían a la
libertad ahora mismo si supieran quiénes son en Cristo y cuál es la naturaleza de la batalla
espiritual que se libra en sus mentes. Jesucristo es el que libera, Él ha venido a darnos vida
en abundancia.
* * *

La historia de Molly
Nací de las dos personas más odiosas que jamás he conocido.
Toda mi vida ha cambiado desde que empecé a participar en la serie de videos sobre:
«Cómo resolver los conflictos personales y espirituales». Por primera vez en mi vida se me
aclaró cuál era la fuente de mis ataduras. Tengo cuarenta años y siento que sólo ahora he
encontrado «la tierra prometida».
Nací en una zona rural de Estados Unidos, hija de las dos personas más miserables que
jamás he conocido. Mi padre era un agricultor de muy poca educación que se casó con mi
madre cuando ella era muy joven. Él era uno de los quince hijos de una familia plagada de
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enfermedades mentales. Hay también una gran inestabilidad en la familia de mi madre,


pero simplemente niegan que haya un problema.
La luz que más brillaba entre mis familiares era mi abuela. De no haber sido por ella,
estoy convencida que de no haber sido por ella, hace años estuviera loca. Fue una santa y
yo sabía que me amaba.
Fui la primogénita de mis padres, sin embargo, nací cuando cumplieron doce años de
casados. Mis primeros recuerdos de ellos juntos eran que en la noche mi madre dejaba fuera
a mi papá. Todavía veo la expresión feroz de su cara mientras se dirigía a mí a través de la
puerta y gritaba: «¡Molly! Ábreme la puerta y déjame entrar». Mi mamá, parada
directamente detrás de mí, me gritaba: «No te atrevas a abrir esa puerta».

Al pie de la cama pude ver la clásica figura del diablo


Mis padres se divorciaron cuando tenía cuatro años y mi madre nos llevó a otra casa.
Mucho antes del divorcio recuerdo la noche en que mis padres iban a salir. Mi hermanita de
un año de edad y yo estábamos en la cama de ellos, sin duda esperando a la muchacha que
nos iba a cuidar, cuando de repente vi bailar al pie de la cama una aparición malévola
exactamente como el tradicional diablo rojo. Estaba petrificada del temor y me sentí
obligada a no decirle a nadie lo que veía.
Llamé a mi mamá y llorando solamente le dije que había algo en el cuarto. Encendió la
luz y dijo: «Aquí no hay nada, ni acá». Me cubrió con las mantas para no ver el pie de la
cama cuando ella apagó la luz y salió del cuarto. Pasé largo rato escondida debajo de las
mantas, demasiado aterrorizada como para asomarme. Cuando lo hice, todavía estaba allí
aquella presencia, riendo.

Sentí que esas palabras me traspasaban el corazón como un


puñal.
Después del divorcio de mis padres, recuerdo que se encontraron una vez en la calle, se
pararon a conversar y papá le pidió a mamá que lo dejara llevarse a mi hermanita. Sentí que
esas palabras me traspasaban el corazón como un puñal, porque me indicaban que mi padre
no me quería.
Lo más probable es que las voces hayan empezado en esa época: «Tu padre ni siquiera
te quiere». Y era verdad. Siempre me había dicho que era «exacta a mi madre». Sabia lo
que significaba eso: Sabía que la odiaba. Ella era colérica y a mí me aterraban sus
arranques de ira.
Una vez, cuando tenia unos seis años y estaba en casa de mi papá, una tía le dijo:
«Molly es exacta a ti». De inmediato, cambió su expresión por completo y le gritó: «¡Es
exacta a su madre! ¡Vivi dieciséis años con esa mujer y ella se parece a su madre!»
Diciendo eso salió furioso de la casa y sentí que un dolor agudo me atravesaba el pecho.

Temía mucho que ella nos envenenara.


Nuestros familiars pensaban que mi madre podría maltratarnos. Una vez, cuando ella
estaba muy mal llegó una tía y se paró fuera, frente a una de las ventanas. Nos estaba
vigilando porque temía por nuestra seguridad. Mamá nos maldecia muchísimo y controlaba
nuestras vidas totalmente. No tenía amistades, ni amor, ni ternura y a menudo decía que su
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vida habría sido mucho major sin mí. Sentí que estaba resentida con nosotros y que le
éramos un estorbo.
En los dos años siguientes, mamá llegó a ser aún más cruel y malévola. Temí por mi
vida el resto de mis años junto a ella. Aunque no conocía mucho del mundo espiritual,
sentía, aun en ese entonces, que Satanís estaba involucrado en nuestra vida familiar.
Llegó el momento en que no comía a menos que ella lo hiciera antes, porque temía que
nos envenenara. Me es imposible describir el terror de ser una niña que siempre vivía
amenazada por el peligro de muerte. Aun cuando algunos de nuestros parientes temían por
nuestra seguridad, no nos ayudaron porque le temían más a ella.
Una vez, cuando tenía catorce años, mi madre creyó que le habia perdido algo y no me
quiso alender cuando traté de decirle que nunca habia tenido en mis manos aquello. Me
pegó y me estuvo maldiciendo desde las seis de la tarde hasta la una de la mañana,
obligándome a revisar la basura una y otra vez para encontrar ese objeto. Al fin se acostó.
Sin duda muerta del cansancio. ¡Lo que buscaba era la tapita del tubo de pasta de dientes!
Poco después llegó mi padre para su visita mensual. Tal vez nos hubiera visitado más a
menudo a no ser que su esposa alegaba y rabiaba todo el tiempo que estaban con nosotras,
tratándonos de la misma manera que lo hacía nuestra madre. De regreso a casa ese día, de
repente mi mente se quedó en blanco. No podía recordar quién era ni toda esa gente que
estaba en el auto. Se me hizo un enorme nudo en la garganta, estaba tan asustada que no
podía hablar. Luego, de manera igualmente repentina, me volvió la memoria como un
torrente apenas papá hizo que el auto doblara hacia la calle en que vivíamos. Cómo odiaba
el regreso al «infierno» de mi hogar, pero no tenía otro recurso.
En medio de todo, anhelaba desesperadamente el amor de mis padres. Todavía cuando
tenía treinta y tantos años llamaba a mi madre a diario, a pesar de que muy a menudo me
tiraba el teléfono. A esas alturas seguía tratando de obligarla a amarme.

Siempre me amenazaba con decirle a mi mamá que yo fumaba


cigarrillos si le contaba lo que él me hacía.
Cuando aún era pequeña, uno de mis tíos, que tenía muchos hijos, llegaba a mi casa y
me sacaba a pasear. Al parecer, a mi madre jamás se le ocurrió ser cautelosa y preguntarme
por qué hacía eso. Cuando tenía entre cuatro y siete años, recuerdo que me hacía caricias
íntimas y me amenazaba con que si alguna vez le contaba a mamá lo que me hacía, me
acusaría con ella de fumar cigarrillos. Recuerdo haber sentido una culpabilidad inmensa,
creyendo que debía haber dicho que «no», pero tenía miedo de hacerlo.
Después llegué a enviciarme con la masturbación, un problema que jamás pude
controlar hasta que encontré mi libertad en Cristo. Ese deseo sexual ha tratado de volver,
pero ya sé lo que tengo que hacer: simplemente proclamo en voz alta que soy hija de Dios,
le digo a Satanás y a sus mensajeros malignos que me dejen. Entonces la compulsión se va
inmediatamente.
Hace poco quise contarle a alguien acerca de esa adicción sexual para aceptar mi
responsabilidad. Cuando se lo conté a una de mis amigas del mismo estudio bíblico,
exclamó: «¡Yo siempre he tenido ese mismo problema!» Lloramos juntas y le conté de mi
victoria sobre esa influencia demoníaca y sobre todos los pensamientos sexuales violentos
que la acompañaban. Me regocijo ahora que ya no tengo que estar sometida a la presencia
malévola y al poder arrollador que se asociaba con ese acto. En Cristo soy libre para
decidirme a no pecar de esa manera.
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De nuevo, a los nueve años de edad, un compañero de trabajo de mi madre abusó de mí.
Ella le permitía llevarnos a pasear en auto, a mi hermana y a mí, me besuqueaba y me metía
su lengua en la boca. Una vez estaba tan asustada de lo que me podría hacer que me subí a
la ventana trasera de su auto y le rogué que nos llevara a casa, después de lo cual jamás nos
volvió a sacar.

Había visto películas en que la gente perdía toda noción de la


realidad.
A medida que crecía, todo empeoraba. No recuerdo exactamente cuándo fue, pero
empecé a pedirle a Dios que no me dejara volver loca y parar en un asilo. Sabía que no
sería muy difícil terminar allí porque había estado escuchando voces desde que tenía uso de
razón. Había visto películas como «Las tres caras de Eva», en que la gente perdía toda
noción de la realidad y me era fácil verme en esa misma condición.
No teníamos vida espiritual alguna. Mi madre rechazó el cristianismo totalmente y no
me dejaba hablar con ella del tema. Mi padre asistía todos los domingos a la iglesia, pero
era demasiado legalista, trampa en la que después caí yo también.
De adolescente empecé a asistir a una iglesia del vencindario y me convertí en una
legalista muy aferrada, haciendo todo lo que me indicaran … todo … para lograr ser feliz
cuando fuera adulta.
A la edad de catorce años le pedí a Jesucristo que fuera mi Salvador. Me sentí tan
emocionada que esperaba con ansias aprender todo lo que pudiera sobre Él. La primera vez
que asistí a un grupo de jóvenes, distribuyeron unos libros y nos asignaron una tarea. Para
la siguiente semana, ya había contestado todas las preguntas y había comprado un cuaderno
de notas. Alguien vio que había completado el trabajo y gritó: «¡Miren, todos! Ella hasta
contestó las preguntas».
Todo el grupo se rió y jamás volví a hacer una tarea.
La Escuela Dominical fue peor. Había muchas muchachas en la iglesia que eran
acaudaladas, toda la clase pertenecía a una hermandad de muchachas, excepto otra
muchacha y yo. Ella y yo nos llamábamos cada domingo por la mañana para estar seguras
de que ambas asistiríamos, porque las demás no nos hablaban y ninguna de las dos quería
estar allí sola.
En todo ese tiempo las voces me decían: «Eres fea. Eres repugnante. Eres indigna. Dios
jamás te podrá amar». Y con lo que era mi vida, me convencí de que era así.

Cuando me casara, Dios me permitiría encontrar la felicidad.


La opresión, la depresión y las voces de condena seguían, pero nadie lo sabía. No tenía
a quién contarle esta parte de mi vida. Creía que lo merecía. Cuando trataba de contarle a la
gente cómo era mi madre, no entendían o respondían de manera inadecuada. Una vez se lo
confesé a una maestra en la Escuela Dominical y me dijo: «Vamos a hablar con tu mamá».
Fue tal el terror que sentí por lo que sabía sería la reacción de mi madre una vez que se
hubiera ido la maestra, que me negué a hacerlo. Estaba demasiado aterrorizada.
Vivía de acuerdo al código del autoesfuerzo, tratando de complacer a mamá para evitar
que se enojara. Creía que Dios me había puesto en el lugar donde estaba y, si podía
aguantar el sufrimiento, ser obediente, llevar una vida buena y sin pecado, cuando me
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casara, Él me permitiría encontrar la felicidad. Mi meta era tener un hogar y un marido


cristianos para ser feliz; tener un lugar seguro donde nadie abusara de mí.

El matrimonio fue una gran conmoción.


El verano después de mi graduación de la enseñanza secundaria me encontré con un
hombre que me presentaron en aquella graduación, fue amor a primera vista. Con él me
casaría diez meses después, a los diecinueve años de edad, en busca de felicidad.
Asistíamos a la iglesia todos los domingos y miércoles por las noches y a cualquier otro
programa al que se pudiera asistir. Pero no teníamos amistades y jamás nos invitaron a otro
hogar.
En nuestra iglesia no ofrecían orientación prematrimonial, de manera que el matrimonio
fue una gran conmoción. Me había guardado para el matrimonio, pero odiaba el sexo. Al
cabo de una semana, mi marido empezó a salir de casa por largo rato, a veces todo el fin de
semana. Nos mudamos a un apartamento y con todas las cajas sin desempacar, simplemente
se fue a jugar golf y a estar con sus amigos.
Ese fue el colmo, después de toda una vida de no sentirme jamás amada por nadie. Mi
autoestima estaba tan baja que cuando me di cuenta de que a mi esposo ya no le importaba,
me enfermé, sumida en una tremenda depresión. A las tres semanas, me convencí de
pecado y me levanté, pensando: ¿Cómo podrá amarme? No podrá jamás respetar a una
mujer que se le une y trata de seguir desesperadamente cada paso que dé. Así que traté de
cambiar y de hacer que nuestro matrimonio marchara bien. No sé cómo, pero logramos
estar juntos durante quince años … quince años de conflicto, de rechazo y de dolor …
vacilando entre una vida de pretensión legalista en el cristianismo y de dar la espalda a Dios
completamente.

No era el tipo de mujer coqueta.


Esperaba que tener un hijo nos traería la felicidad, como no podía quedar embarazada
empecé a visitar a distintos médicos. Cuando mi doctor de cincuenta años de edad fue
bondadoso y me tomó de la mano, creí que simplemente actuaba como un padre. Pero
luego me acarició íntimamente cuando estaba sobre la camilla. Más tarde, cuando me salió
una protuberancia en un seno, fui a otro médico que me hizo algo parecido.
No era el tipo de mujer coqueta; pues apenas si podía mirar los ojos a otra persona.
Creo que es exactamente como obra Satanás, utilizando a los demás para traer su maldad a
nuestras vidas cuando somos vulnerables. Me sentía muy incómoda mientras sucedían estas
cosas, pero de todos modos estaba acostumbrada a sentirme molesta.
Más tarde, me llamó una de mis amigas que trabajaba en un bufete de abogados, me
dijo que uno de esos médicos le había hecho lo mismo a otra mujer, la que lo estaba
enjuiciando. Fue en ese momento que al fin supe que no era yo, lo cual me alivió bastante
de las muchas dudas que tenía sobre mí misma. Lo bueno era malo y lo malo era bueno.
Los procesos mentales que tenía andaban tan equivocados que ya no sabía lo que era justo y
recto.
Al fin quedé embarazada y salté de repente a la maternidad. Al poco tiempo, mi esposo
llegó a casa una noche y me dijo: «De lo único que hablan los compañeros de trabajo es de
muchachas y de sexo, por lo que me paso la mayor parte del tiempo con Linda. Ella asiste a
nuestra iglesia, es cristiana y en mi tiempo libre estoy con ella.
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Me preguntó si me importaba y le dije que no. Con el tiempo me dejó por Linda.
Mis amigas me habían advertido que se estaba viendo con otras mujeres, pero no lo
creía. Simplemente decía: «Él no haría eso».
Traté así el asunto porque quería evitar el dolor de saber o enterarme que me estaba
siendo infiel.

Renuncié a Dios.
Cuando al fin mi esposo me abandonó y me dejó con dos bebés, renuncié a Dios,
culpándolo de todo mi dolor. En la iglesia había aprendido que el camino a la felicidad para
la soltera era casarse con un cristiano, cosa que había hecho. Ahora estaba enojada con
Dios y durante seis años lo eché a un lado.
Mi madre me instaba: «Haz algo. No te quedes allí sentada toda tu vida. Haz algo,
aunque sea malo».
Mis compañeros de trabajo querían que los acompañara al bar y, aunque jamás había
entrado en uno, fui con ellos y pronto quedé inmersa en ese estilo de vida. Jamás tuve la
intención de salir con hombres indecentes, pero esa clase baja de personas me hacía sentir
mejor. ¡Hasta terminé yendo a bares donde algunas de las personas ni siquiera tenían
dientes! Supongo que ese era el único lugar donde me sentía bien conmigo misma porque
ellos estaban peor que yo.
Todavía estaba atada por el legalismo y a veces trataba de ir a la iglesia, pero eso
demandaba un esfuerzo hercúleo. Los viernes en la noche iba al bar y, cuando mis hijos
regresaban el sábado de la visita a su padre, volvía a mi papel de buena madre. El domingo
trataba de llevarlos a la iglesia, pero cuando lo hacía, sentía como si me clavaran la frente.
Había padecido siempre de dolores de cabeza, pero este dolor era insoportable. A veces me
enfermaba y tenía que salir de la iglesia; una de ellas me vomité en el auto, por lo que
decidí no volver a la iglesia.

Iba al bar y alguien me decía algo agradable.


Recuerdo uno de los últimos sermones que escuché. El predicador dijo: «Hay una
espiral descendente. Cuando empieza, el círculo es bien grande y las cosas se mueven
lentamente en la superficie. A medida que baja se acerca cada vez más, adquiriendo
velocidad hasta que pierde el control. Pero usted puede parar esa espiral descendente
simplemente al no dar ese primer paso».
Di ese primer paso y las cosas se escaparon de mi control y ya no pude parar. Cuando
me deprimía, iba al bar y alguien me decía algo agradable. Me tomaba un trago y por el
momento no me sentía tan mal. Me aceptaban más en el bar que en la iglesia. Desde los
catorce años había asistido a ella con regularidad, pero nunca tuve una amiga íntima. Era
muy retraída y parecía que la gente no me extendía la mano, por lo que me quedaba sola y
triste.
Me encontraba en una situación muy mala en mi vida. La gente en esos bares se peleaba
con cuchillos y a veces alguno sacaba una pistola. Pero conforme pasaba el tiempo, logré ir
a tomarme un trago sola sin hacerle caso al peligro. En realidad, no me importaba ya lo que
me sucediera.

Recuerdo que decía: «No creo que esto sea malo».


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Tuve un encuentro con el cáncer que me asustó mucho y pensé que quizás era Dios que
me estaba golpeando fuerte. Así que renuncié a los bares y volví a la iglesia. Pero un año
después ya se me había pasado el susto y había vuelto a mi antiguo estilo de vida. Vivía una
mentira tal que era inevitable. Siempre había tenido una conciencia muy fuerte, pero en ese
momento me acuerdo que pensé: Ni siquiera me siento mal por esto.
Me sentía infeliz, miserable y pensé en el suicidio, pero era tan cobarde que no lo podía
hacer. Mi vida estaba tan descontrolada que cuando conocí en el bar a un hombre que se
quería casar conmigo, me lancé sin pensarlo. No le pregunté a Dios qué le parecía, porque
sabía la respuesta que me daría y no me importaba. El tipo todavía estaba casado cuando lo
conocí, era cliente del lugar donde trabajaba. Tenía muchísimo temor de que mencionara
que me había conocido en el bar, pues quería mantener esa parte de mi vida en secreto. Me
casé con él en mi desesperada búsqueda de felicidad, pero sólo estuvimos junto dos años.
Aun antes de este matrimonio había vuelto al ciclo legalista en que trataba de
controlarlo todo. Íbamos a la iglesia y me aseguraba de que mi esposo leyera todo lo que yo
quería que leyera. Pero estaba más enfermo que yo y muy débil, sin el menor sentido de su
identidad propia. Al principio pude controlarlo todo, pero cuando llegaron sus dos hijas a
vivir con nosotros, «se desataron los infiernos». La madre había estado en un hospital
siquiátrico y ahora tenía una relación lesbiana. Las niñas no tenían la menor disciplina y yo
había decidido que las iba a «salvar»; pero me salió el tiro por la culata.
Al fin le pedí a mi esposo que se fuera, pues ya sabía que lo estaba pensando y quise
adelantarme a los hechos. Pedí el divorcio, pero entonces no podía dormir en las noches y
paré el procedimiento. Sabía que lo que hacía era malo. Le dije que cuando quisiera, le
daría el divorcio, pero jamás supe nada más de él.

Fuimos a los consejeros, pero nadie nos ayudó.


Mi segundo esposo y yo sí fuimos a buscar consejería matrimonial, pero no hubo quien
nos ayudara. La gente no trataba la realidad del conflicto espiritual, así que, ¿cómo nos
podrían ayudar? Sólo nos daban una palmadita en la mano y nos decían que todo iba a
resultar bien.
Finalmente, el último consejero que tuve reconoció que estaba experimentando un
problema espiritual. Muchas veces le hablé de mi temor a la muerte … de los pensamientos
de suicidio … de la incapacidad de sentir el amor de Dios … de la nube que me rodeaba
cada vez que entraba a mi casa … pero no parecía saber cómo ayudarme.
Me preguntó si amaba a Dios, a lo que respondí: «No lo sé». Entonces me contestó:
«Bueno, sé que lo amas». Le dije que el único Dios que conocía era el que me esperaba en
los cielos con un martillo para golpearme. Discutió conmigo que Dios no era así, pero de
nada valió.
No le hablé de la enorme araña negra que veía todas las mañanas al despertar, porque
apenas comenzaba las actividades del día se me olvidaba. Es increíble que hubiera sucedido
durante diez años y que jamás lo recordara excepto en el momento en que sucedía. En ese
momento me convencía de que tenía una pesadilla con los ojos abiertos.
Finalmente no pude seguir fingiendo: lloraba todo el fin de semana y clamaba a Dios:
«Ya no puedo fingir más que estoy bien». Apenas llegaban los niños del fin de semana con
su padre, me levantaba y ponía la cara de buena madre. La verdad era que había pasado
todo el fin de semana acostada en el sofá, envuelta totalmente en tinieblas. Jamás abría las
ventanas y nunca salía. No le hablaba a nadie porque siempre habían voces que me decían:
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«Ellos no quieren hablar contigo. No les gustas». Nunca me di cuenta de que esas cosas
negativas que escuchaba en la cabeza las puso allí el mismo Satanás.

Era como si una nube me esperara para devorarme.


De día, en mis labores, trabajaba más o menos bien, pero en el instante en que entraba
por la puerta después del trabajo, me esperaba una nube para tragarme. De nuevo me tiraba
en el sofá, sintiéndome miserable. Pequeñeces como ir a comprar al supermercado me eran
dificilísimas porque allí había gente y sentía que todos me odiaban.
Seguí visitando a ese último consejero porque estaba desesperada y ya no podía seguir
con la farsa. Llegué al punto en que siempre lloraba en el trabajo y le dije a mi consejero:
«Me estoy volviendo loca, me siento desgraciada. Ya no puedo más».
Me dio un libro para leer, pero este no llegó a la raíz de mi problema. A pesar de que
hablaba de Cristo, no había solución; la única esperanza era asistir a una de las clínicas que
describía. Sin embargo, el libro tocaba el tema de la codependencia maligna y yo sabía que
ese era mi caso: sin amistades, totalmente aislada, viviendo una mentira, sin saber quién
era. Eso me aterró.
Terminado el libro, fui a ver a mi consejero y le dije: «Esta soy yo …»
Estaba al borde del suicidio, pero sólo me dijo que volviera a los quince días. Intenté
ingresar a la clínica, pero no pude por no tener el dinero que exigían.
En esa misma época, mi hermana estaba pasando también por problemas serios, pero no
podía visitar al consejero de nuestra iglesia porque no era miembro. Tenían tantos casos
que atender que no podían tomar casos que no fueran de miembros. Mi consejero
recomendó una clase para hijos de familias disfuncionales, ofrecida en otra iglesia.
También quise asistir, pero me era demasiado dificil volver a empezar con un grupo nuevo.
Al llegar el fin de semana, se fueron mis hijos y me acosté en el sofá todo el viernes por
la noche y todo el sábado, totalmente deprimida y comiendo nada más que rosetas de maíz.
El domingo se me ocurrió que debería asistir a aquella clase. No había nada más difícil en
este mundo que hacerlo, no sé ni cómo, pero logré armarme de valor. Apenas entré, me
sentí completamente como en mi casa. Empecé a asistir con regularidad y me ayudó
muchísimo, pues me sirvió de mucha ayuda tener amistades aunque también estuvieran
enfermas.

A medida que observaba el video me quedaba boquiabierta.


Una de mis nuevas amistades me invitó a una clase distinta en que iban a pasar una
serie de videos de Neil Anderson. A medida que observaba el video, me quedaba
boquiabierta repitiendo constantemente: Esto sí es verdad. A partir de ese momento, jamás
falté ni una sola vez a la clase. Una vez fui enferma, porque no había nada en mi vida que
me hubiera dado tanta esperanza.
Cuando oí a Neil hablar de personas que escuchan voces, me emocioné muchísimo
porque al fin había encontrado quien comprendiera lo que estaba experimentando. Luego
habló de Zacarías 3 donde Satanás acusa al sumo sacerdote y el Señor le dice: «Jehová te
reprenda». Esa verdad me liberó porque pensé: Yo lo puedo hacer.
En ese momento me di cuenta de que el padre de las mentiras, Satanás, me había
engañado. Me había acusado toda la vida y no me había plantado contra él. Aprendí que al
estar en el Señor Jesucristo tengo autoridad para reprender a los espíritus engañadores y
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rechazar las mentiras de Satanás. Cuando esa noche salí del curso, me sentí flotando en las
nubes.
Se fue mi depresión … se fueron las voces … ¡desapareció ese enorme objeto parecido
a una araña que vi durante diez años en mi cuarto al despertar por las mañanas!

Ahora amo la luz.


Para Navidad, mi jefe me regaló una serie de casetes titulada: «Cómo resolver los
conflictos personales y espirituales», que escucho siempre. En mi mente hay luz donde
antes había oscuridad. Ahora amo la luz y abro las cortinas y las ventanas para permitir que
entre. ¡Es cierto que ya soy una nueva persona! Recibo en mi casa a personas que quieren
estudiar la Biblia en esos casetes, cosa que jamás hubiera podido hacer antes.
Al reflexionar sobre mi pasado veo que los mensajes que recibí de parte de mi familia
fueron negativos. No recuerdo jamás en mi vida haber sentido amor hasta que escuché los
videos y me di cuenta de que Dios me amaba tal y como soy.
Antes de encontrar mi libertad en Cristo me portaba de la misma manera que mi mamá
conmigo: con arranques de ira hacia mis hijos y luego odiándome por haberlo hecho. Ahora
esos arranques son raros y mis hijos se sienten bien conmigo.
No soy como antes; estoy sanando. Sé lo que debo hacer cada vez que me veo cayendo
en un viejo hábito o patrón de pensamiento. No tengo que humillarme en autocompasión.
En cada punto de conflicto puedo buscar la mentira específica que Satanás quiere que crea
y luego enfrentarla, escogiendo deliberadamente lo que ahora conozco como la verdad.
Mi gran meta ahora es ser el tipo de madre que Dios quiere que sea, y creo que Él
compensará todos esos años que se comieron las langostas (Joel 2:24, 25).
* * *

Cómo vive la gente


Nadie se puede comportar constantemente de manera que no corresponda con la visión
que tenga de sí mismo. Molly creía que no valía nada, que nadie la quería, que no era digna
de ser amada. Vivía una vida distorsionada, impuesta sobre ella por padres maltratados y
abusadores. Ese ciclo de abuso habría seguido, de no haber sido por la gracia de Dios.
Cada vez que escucho un relato como este, y son muchos los que oigo, simplemente
deseo que la gente como Molly pudiera recibir un sano abrazo de parte de alguien, por cada
vez que haya sido tocada por el mal. Deseo disculparme con ella porque tuvo que tener esos
padres. Deseo ver que la gente tenga oportunidad de cambiar. Están sentados en los bares
cerca de su iglesia. Algunos se meten sigilosamente por la puerta de atrás del santuario y se
sientan en la última fila. Otros se convierten en pestes que se le guindan a uno y a quienes
se busca evitar. Son hijos de Dios, pero no lo saben, y la mayoría no han sido tratados como
tales.

Detener el ciclo del abuso


Los cristianos tenemos todo el poder necesario para llevar vidas productivas y la
autoridad para resistir al diablo. Las personas como Molly no son el problema; son las
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víctimas … martirizadas por el dios de este mundo, por padres abusadores, por una
sociedad cruel y por las iglesias legalistas o liberales.
¿Cómo paramos este ciclo de abuso? Los conducimos a Cristo y les ayudamos a
establecer su identidad como hijos de Dios. Les enseñamos la realidad del mundo espiritual
y los animamos a andar por la fe en el poder del Espíritu Santo. Nos importan lo suficiente
como para enfrentarnos a ellos en amor y apoyarlos cuando caen. Lo hacemos al
transformarnos en los pastores, padres y amigos que Dios quiere que seamos. Le hacemos
caso a las palabras de Cristo en Mateo 9:12, 13:
Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los que están enfermos. ld, pues, y
aprended qué significa: Misericordia quiero y no sacrificio. Porque yo no he venido para
llamar a justos, sino a pecadores.

Los «Pasos hacia la libertad» que ayudaron a Molly cuando vio las películas, están en el
apéndice. También se encuentran en el libro The Bondage Breaker [Rompiendo las
cadenas].

El camino hacia Dios


De ninguna manera estoy abogando por una solución fácil a los problemas difíciles.
Parece que seguir siete pasos u oraciones sencillas es algo simple o fácil, pero me temo que
no es así. Hay un millón de maneras en que uno se puede equivocar. El camino a la
destrucción es amplio, las sendas numerosas y su explicación compleja. Pero el camino
hacia Dios no es tan ancho. Jesús es el camino estrecho, la verdad simple y la vida
transformadora. No es de extrañar que Pablo hubiera dicho: «Pero me temo que, así como
la serpiente con su astucia engañó a Eva, de alguna manera vuestros pensamientos se hayan
extraviado de la sencillez y la pureza que debéis a Cristo» (2 Corintios 11:3).
A pesar de esto, no es tan fácil ayudar a la persona a reconocer el engaño, la dirección
falsa y a decidirse por la verdad. Saber cómo lograr que la persona se dé cuenta del dolor
emocional del pasado y se esfuerce por perdonar no es tampoco tan fácil. Más bien,
enfrentarla con su orgullo, su rebelión y su comportamiento pecaminoso exigen muchísimo
amor y aceptación incondicionales.
Muchos pueden elaborar estos pasos por sí solos como lo hizo Molly. Mi hijo me
preguntó una vez si la gente podría lograr su libertad en Cristo. Sí lo pueden hacer, porque
la verdad es la que nos libera y Jesús es el libertador. Sin embargo, muchos van a necesitar
la ayuda de parte de una persona piadosa. Prerrequisito para el pastor o consejero es que
tenga el carácter de Cristo y el conocimiento de sus caminos. Este tipo de orientación exige
la presencia y la dirección del Espíritu Santo, el «Maravilloso Consejero».
Pareciera como si la mayoría de los profesionales de servicio se concentraran en el
problema. Padecemos de parálisis analítica. Si estuviera perdido en un laberinto, no me
gustaría que alguien me estuviera explicando todas las complejidades de los laberintos y
por qué la gente se mete en ellos. En realidad, no necesito que nadie me diga qué tonto fui
al meterme en ese lío. Necesitaría y querría que alguien me diera un mapa para salir de allí.
Dios envió a su Hijo como nuestro Salvador, nos dio las Escrituras como mapa del camino
y nos envió al Espíritu Santo a guiarnos. La gente en todo nuestro entorno se está muriendo
en el laberinto de la vida, por falta de alguien que le muestre con mucha ternura cuál es el
camino.
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Anne:
Libertad a través de las etapas de desarrollo
Molly nos ha contado su vida, espero que haya tenido un gran impacto en usted. Los
siguientes capítulos relatan las historias de otras personas valientes que han permitido que
las publiquemos.
Sin embargo, este será distinto. Antes de proceder, me parece importante que veamos
cuál es el plan de Dios para los procesos de desarrollo y santificación; explicados
basándonos en las Escrituras e ilustrados con la vida de Anne, otra persona restaurada. Le
ayudará a comprender mejor el peregrinaje espiritual de las personas a quienes conocerá en
este libro, y a contribuir a sanar las heridas de aquellos que atraviesen su camino.

Muertos al nacer
San Pablo escribe: «En cuanto a vosotros, estabais muertos en vuestros delitos y
pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, conforme a la corriente de este mundo y
al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora actúa en los hijos de desobediencia»
(Efesios 2:1, 2). Desde Adán todos nacimos físicamente vivos, pero muertos
espiritualmente, o sea, separados de Dios. Durante nuestros primeros años de formación
aprendemos cómo vivir independientes de Dios. No teníamos ni la presencia de Él en
nuestras vidas ni el conocimiento de sus caminos.
Esta independencia de Dios, aprendida por nosotros, es característica de la carnalidad o
de la antigua naturaleza. Una de las maneras en que funciona la carne es desarrollar
mecanismos de defensa por medio de los cuales aprendemos a lidiar con la vida, a tener
éxito, a sobrevivir o a vencer sin tomar en cuenta a Dios.

Vivos para la eternidad


Cuando nos entregamos a Cristo recibimos vida espiritual, lo que significa que ahora
estamos unidos con Dios. Esta vida eterna no es algo que recibimos al morir; la poseemos
desde ahora mismo por estar en Cristo: «Y éste es el testimonio: que Dios nos ha dado vida
eterna, y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo
de Dios no tiene vida» (1 Juan 5:11, 12).

Programados de nuevo
Desde el momento de nuestra conversión tenemos a nuestro alcance todos los recursos
de Dios. Desafortunadamente, nadie aprieta la tecla indicada para «borrar» lo programado
anteriormente en nuestra mente. Hasta que no empiece el proceso de transformación de
Dios en nuestras vidas, viviremos en un estado de conformidad a este mundo y
reglamentados por él. Por eso Pablo escribe: «No os conforméis a este mundo; más bien,
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transformaos por la renovación de vuestro entendimiento, de modo que comprobéis cuál


sea la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta» (Romanos 12:2). Por lo tanto:
• la tarea principal de la educación cristiana es discipular a las personas que
anteriormente estaban programadas para vivir independientes de Dios, a fin de que
vivan en una relación de dependencia con Él.
• la tarea principal del discipulado o la consejería es librar a la gente de su propio
pasado y erradicar los viejos mecanismos de defensa, sustituyéndolos por Cristo
como su única defensa.

Ser transformados
La verdad y la obediencia son la clave en un estilo de vida que dependa de Cristo. Pero
la verdad sólo se puede creer si se entiende, y los mandamientos se pueden obedecer
solamente cuando se conocen. Debemos responder con nuestra fe y nuestra obediencia en la
medida en que el Espíritu Santo nos conduce a toda verdad: «El que dice, “Yo le conozco”,
y no guarda sus mandamientos es mentiroso, y la verdad no está en él» (1 Juan 2:4). La
desobediencia le da campo abierto a Satanás para realizar su obra en nosotros. Según
Efesios 2:2, ese espíritu «ahora actúa en los hijos de desobediencia».
«La santificación» es el proceso por medio del cual nuestro ser se conforma a la imagen
y al carácter de Cristo. Dios actúa en este proceso paciente y cuidadosamente, nos hace
avanzar, porque renovar nuestra mente y desarrollar el carácter requiere tiempo. Pero hay
otro dios que también está activo, y sería un descuido desastroso pensar que este proceso se
realizara independiente del «príncipe del reino del aire» (el dios de este mundo, Satanás).

Dispersión del pasado


En muchos casos, las experiencias traumáticas de la infancia siguen teniendo un
impacto debilitador sobre la vida actual. Es muy común tener bloqueadas muchas de ellas
en la memoria. Conscientes de esto, muchos sicólogos seculares intentan llegar a los
recuerdos ocultos usando la hipnosis. Algunos tratan de inducir recuerdos mediante el uso
de drogas en un programa de hospitalización. Si bien se les puede felicitar por su
sinceridad, estoy totalmente en contra del uso de ambas opciones por dos razones: Primero,
no quiero hacer nada que desvíe la mente de una persona; y segundo, no quiero adelantarme
al tiempo de Dios.
En las Escrituras no existe instrucción que inste a centrarse en uno mismo ni a dirigir
sus pensamientos hacia dentro. Ellas siempre abogan por el uso activo de nuestras mentes y
porque nuestros pensamientos se dirijan hacia afuera. Es a Dios a quien le pedimos que
examine nuestros corazones (Salmos 139:23, 24). Toda práctica oculta intenta inducir un
estado pasivo de la mente, y las religiones orientales nos exhortan a desviarla. Las
Escrituras nos exigen que pensemos y asumamos la responsabilidad de llevar todo
pensamiento cautivo a la obediencia de Jesucristo (2 Corintios 10:5).
Si hay dolor dentro de nosotros y recuerdos ocultos de nuestro pasado, Dios espera
hasta que lleguemos a la madurez adecuada antes de revelárnoslos. Pablo dice:
Para mí es poca cosa el ser juzgado por vosotros o por cualquier tribunal humano; pues
ni siquiera yo me juzgo a mí mismo. No tengo conocimiento de nada en contra mía, pero no
por eso he sido justificado; pues el que me juzga es el Señor. Así que, no juzguéis nada
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antes de tiempo, hasta que venga el Señor, quien a la vez sacará a la luz las cosas ocultas de
las tinieblas y hará evidentes las intenciones de los corazones. Entonces tendrá cada uno la
alabanza de parte de Dios (1 Corintios 4:3–5).

La búsqueda de Dios
¿Qué debemos hacer cuando sabemos que algo de nuestro pasado todavía nos está
afectando? Creo que debemos continuar en busca del conocimiento de Dios, aprender a
creer y a obedecer todo lo que es verdadero y comprometernos con el proceso santificador
de desarrollar nuestro carácter. Cuando hemos alcanzado suficiente seguridad y madurez en
Cristo, Él nos revela un poquito más sobre quiénes somos realmente. En la medida en que
Cristo se convierta en la única defensa que necesitemos, nos apartará gradualmente de
nuestras formas antiguas de defendernos.
Despojarnos de los antiguos mecanismos de defensa y revelar las deficiencias en
nuestro carácter es como quitar las capas a una cebolla. Cuando se nos quita una capa nos
sentimos muy bien. No tenemos nada en contra de nosotros mismos y nos sentimos libres
de lo que piensen los demás de nosotros, pero todavía no hemos alcanzado la perfección.
En el momento justo, Él nos revela algo más para que podamos disfrutar su santidad.
Nuestro próximo relato tiene que ver con este proceso progresivo de santificación.
Anne redactó la siguiente carta y me la entregó en medio de una conferencia. Escuchó
quién era ella como hija de Dios, aprendió a caminar en fe y vio la naturaleza de la batalla
en su mente. Se emocionó tanto que se adelantó y cumplió por sí sola los pasos hacia la
libertad.
* * *
Estimado Neil:
¡Alabado sea Dios! Creo que esta es la respuesta que he buscado. ¡No estoy loca! No
tengo una imaginación demasiado activa, como me han dicho y he creído, por años.
Simplemente soy normal como todo el mundo.

¿Cómo podía admitir ante alguien de la iglesia lo que cruzaba


por mi mente?
Durante toda mi experiencia cristiana he luchado contra pensamientos extraños que me
apenaban tanto que nunca hablé a nadie de ellos. ¿Cómo le iba a contar a alguien de la
iglesia lo que cruzaba por mi mente? Una vez, en un grupo de cristianos, traté de hablar con
sinceridad de lo que me pasaba. La gente se asustó, hubo un silencio tenso, entonces
alguien cambió el tema. Casi me muero. Rápidamente aprendí que estas cosas no se aceptan
en la iglesia, o por lo menos en esa época no lo hacían.
No sabía lo que significaba llevar cautivo todo pensamiento. Una vez traté de hacerlo,
pero sin mayor éxito, porque me culpaba a mí misma de todas estas cosas. Creía que todos
esos pensamientos eran míos y que era yo quien los estaba produciendo. Siempre ha habido
un terrible peso sobre mí debido a esto. Jamás pude aceptar el hecho de que fuera
verdaderamente recta, porque no me sentía así.
Gracias a Dios que sólo era Satanás y no yo. ¡Yo valgo! El problema es más fácil de
tratar cuando se sabe lo que es.
Me maltrataron cuando era niña. Mi madre me mentía mucho y Satanás utilizaba lo que
decía, como: «Eres perezosa. Jamás vas a valer nada». Me alimentaba continuamente con
demasiada basura, agobiándome con mis peores temores. Tenía pesadillas, temía que las
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mentiras fueran ciertas y en la mañana amanecía deprimida. Me ha costado mucho


deshacerme de todo esto.
Como se me maltrató, aprendí a no pensar por mí misma. Hacía lo que se me ordenaba
y jamás cuestionaba nada por temor a ser castigada. Esto me preparó para los juegos
mentales de Satanás. Estaba condicionada, especialmente por mi madre, a que me dijeran
mentiras sobre mi persona. Me daba miedo tomar el control de mi mente porque no sabía lo
que podría suceder. Creía que perdería mi identidad porque no tendría quién me dijera lo
que tenía que hacer.

Por fin soy yo, ¡una hija de Dios!


Actualmente he recuperado mi identidad por primera vez en la vida. Ya no soy
producto de las mentiras de mi madre; ya no soy producto de la basura que me tira Satanás.
Por fin soy yo, ¡una hija de Dios! En medio de tanta asquerosidad, Satanás me había
aterrorizado. Vivía aterrada de mi misma, pero gloria a Dios, ya eso se acabó. Antes me
mortificaba tratando de distinguir si un pensamiento venia de Satanás o de mí misma.
Ahora me doy cuenta que ese no es el punto. Simplemente debo examinar el pensamiento a
la luz de la Palabra de Dios y luego decidirme por la verdad.
Me siento un poco insegura escribiendo esta carta tan pronto. Quizás deba tomar una
actitud de «veremos lo que pasa», pero es tal el gozo y la paz que siento en mi interior que
debe ser auténtico. ¡Gloria a Dios por la verdad y por la oración contestada! ¡Ya soy libre!
Con el corazón lleno de gratitud,
Anne

* * *
Se desprendió una capa de la cebolla. Se le dio a conocer a Anne lo crucial de la
primera parte, de las Epístolas, que habla de nuestra identidad en Cristo. Ya ella no es
simplemente un producto de su pasado; es una nueva criatura en Cristo. Con ese
fundamento, pudo enfrentar y repudiar las mentiras que había creído por muchos años. Se
sintió rechazada cuando trató de expresar algunas de sus luchas en el pasado, posiblemente
porque los demás miembros del grupo luchaban con lo mismo sin poderlo resolver.
Cuánto anhelo el día en que nuestras iglesias ayuden a la gente a establecer firmemente
su identidad en Cristo, y ofrezcan un ambiente en que las personas como Anne puedan
manifestar la verdadera naturaleza de su lucha. Satanás hace todo en la oscuridad. Cuando
surgen asuntos como este, no debemos suspirar y cambiar de tema. Mantener todo a
escondidas es comprar la falsa estrategia de Satanás. Andemos en la luz y tengamos
comunión los unos con los otros para que la sangre de Jesucristo nos limpie de todo pecado
(1 Juan 1:7). Dios es luz y no hay oscuridad en Él (1 Juan 1:5). Dejemos de lado toda
falsedad y hablemos la verdad con amor, pues somos miembros uno del otro (Efesios 4:15,
25).
Ahora Anne sabe quién es y comprende la naturaleza de la batalla que se está librando
en su mente. ¿Debe ser ahora totalmente libre? ¡No, no es cierto! Quedó libre de lo que
analizó, pero Dios no había terminado con ella todavía. La cebolla no tiene una sola capa.
A las dos semanas de terminada la conferencia, escribió la segunda carta.
* * *
Estimado Neil:
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¡Cielos! ¿Dónde empiezo? Permitame decir que fui a su conferencia sólo por razones
académicas. Jamás pude haber vislumbrado lo que el Señor tenía en mente para mí. De
todos modos no lo hubiera creído. Pienso que debería empezar desde donde terminé con
usted hace unos días.
Le escribí una carta explicando que fui liberada de los pensamientos obsesivos. Hace
unos meses le había pedido al Señor que me ayudara a comprender este problema. Me
emocioné muchísimo cuando escuché la información en la conferencia, al principio de la
semana. Era exactamente lo que le había pedido al Señor. En mi casa oré siguiendo todas
las oraciones de los «Pasos hacia la libertad». Fue una lucha, pero dejaron de molestarme
las voces. Me sentí libre, por lo que pensé que ya todo se había acabado. ¡Qué engañada
estaba!

Como resultado de ese esfuerzo falso llegué a ser muy amargada


y sarcástica.
Usted habló conmigo una noche después de una de las sesiones y me dijo que tal vez
necesitaba perdonar a mi madre. No me convenció mucho porque lo había intentado una
vez y no me dio resultado. Ahora me doy cuenta de que algunos cristianos bien
intencionados me empujaron, diciendo que no importaban mis sentimientos. Es más,
dijeron que ni siquiera debería tener sentimientos de ira. Para ellos, el tipo de ira que yo
sentía era muy pecaminoso. Así de malagana empecé a decir, que perdonaba a las personas
que me habían dañado. Como resultado de ese esfuerzo falso llegué a ser amargada y
sarcástica. Traté de no serlo, pero la verdad es que lo era. Dios me mostró después, que mi
amargura venía como resultado de negar que estaba enojada cuando aparentaba perdonar.
Hace un año asistí a un grupo de apoyo para las víctimas del maltrato. La líder del
grupo me dijo que yo estaba amargada por haber tratado de perdonar antes de estar lista
para hacerlo. Me dijo que debía analizar todos mis sentimientos respecto a cada incidente.
Después, sería capaz de perdonar.
Esa noche, cuando usted me habló, pensé que me estaba induciendo a la oración ritual
de perdón que no significaba nada. De todos modos, estaba segura de que no podía regresar
a ese sendero tan amargo. Decidí tomar la información que recibí al principio de la
conferencia como algo que Dios quería que recibiera, y puse en el estante académico el
resto de la información.

El asunto del perdón me golpeó de nuevo.


El jueves por la noche cuando usted tocó el tema del perdón, me sentí desgraciada.
Durante la reunión, estaba incomodísima en mi asiento, me sentía aburrida y enojada.
Estaba muy confundida y creía que estaba desperdiciando mi tiempo. Sabía que no podría
salir del auditorio porque entonces todos pensarían que estaba poseída o algo parecido, por
lo tanto terminé luchando por permanecer despierta, casi no aguantaba las ganas de salir.
Esa noche empecé a realizar una tarea para una clase que estaba recibiendo, pero no
pude concentrarme porque el asunto del perdón me seguía retando constantemente. Estaba
enojada, pero algo en mi interior me decía que tenía que haber más en lo que usted decía en
la conferencia. Decidí que debía ser receptiva y a estar dispuesta a probar lo que fuera.
Supuse que no me podría hacer más daño, aunque realmente dudaba de que me ayudara, ya
que tenía años de estar tratando de perdonar a mis padres.
Así que hice una lista de las personas y las ofensas, como usted lo había sugerido esa
noche. El Señor me mostró que yo reaccionaba con ira ante las ofensas de esas personas
porque era mi manera de protegerme para no sufrir más abusos. No sabía cómo
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bíblicamente fijar límites a mi alrededor, para protegerme de la injuria. La iglesia me había


enseñado que debía seguir dando la otra mejilla y dejar que la gente me siguiera
cacheteando. Pero cuando usted habló de lo que realmente significa honrar a sus padres,
supe que ese era mi boleto hacia la libertad.
Dios me mostró que estaba bien que me defendiera y que no necesitaba esa actitud de
falta de perdón para protegerme. Me mostró que el grupo de apoyo para personas
maltratadas tenía razón al decirme que me centrara en mis emociones; sin embargo, nunca
hubo resolución porque jamás nos enseñaron a llegar hasta el punto en que nos
decidiéramos por el perdón. Eso siempre quedaba más adelante en el camino, para cuando
uno se sintiera mejor. Veo ahora que ambos grupos destacaban un solo aspecto del perdón,
pero nunca ambos.
Una vez completado el perdón, me sentí extenuada. Lo interesante Neil, sin embargo,
fue que inmediatamente un amor genuino hacia usted invadió mi corazón. Antes no lo había
tenido. Me acosté a dormir sintiéndome muy bien.
Una hora más tarde me desperté sudando frío y con taquicardia. Acababa de tener otra
de mis espantosas pesadillas. No las había tenido en varios meses, por lo que me
sorprendió. Por primera vez en mi vida se me ocurrió que quizás no era por culpa del
maltrato que había sufrido, como se me había enseñado en el pasado. Le pedí al Señor que
me ayudara a averiguar la causa y me volví a dormir. A las dos y media de la madrugada
me despertó mi compañera de cuarto con sus gritos. Salté de la cama y la desperté.
Comparamos relatos y nos dimos cuenta de que ambas habíamos tenido pesadillas
parecidas. Después de orar juntas y de renunciar a Satanás, regresamos a la cama y ambas
dormimos bien el resto de la noche.
En esas horas de la madrugada, mientras dormitaba, Dios me mostró que había tenido
pesadillas similares desde el tercer grado, había soñado que me topaba con el diablo y que
me maldecía. No puedo creer que todo eso se me hubiera olvidado. Le pregunté al Señor
qué había sucedido en tercer grado y me acordé que en esa época había empezado a ver el
programa de televisión Bewitched [Hechizada]. Era mi programa favorito y lo veía
fielmente.
Fue por ese programa que me interesé en los poderes espirituales. Junto con muchas de
mis compañeras de escuela, leía libros sobre fantasmas, percepción extrasensorial,
quiromancia y aun uno sobre encantos y maleficios. También estaba de moda jugar con las
ocho bolas mágicas, con la ouija y con juegos de magia. Otro de mis programas favorito de
televisión era La Isla de Gilligan, de donde obtuve la idea de usar mis muñecas como
figuras de vudú para vengarme de mamá. Estuve contemplando la posibilidad de hacerle un
maleficio. Cuando estaba en sexto grado ya me deprimía muchísimo. Empecé a leer libros y
cuentos de Edgar Allen Poe, llegó a ser lo único que ansiaba. No puedo creer que hubiera
olvidado todo esto.
En la secundaria me volvieron a atormentar las pesadillas y llegué a tener fuertes
tendencias de suicidio. Por la gracia de Dios, invité a Jesucristo a mi corazón en esa época.
Lo más grande que me mostró Dios fue que yo sabía desde muy niña que existía un poder
malévolo que había deseado tener.
Cuando llegó el sábado, créalo, era todo oídos. Ya no eran puras palabras cabalísticas.
Así que hice de nuevo todas las oraciones conforme usted nos dirigió a través de los «Pasos
hacia la libertad», y renuncié a todas las mentiras que han circulado en mi familia por años.
Reconocí mi propio pecado y la falta de perdón.
Esta es la mejor forma de describirle lo que me pasó esta semana: ¿Sabe qué ocurre
cuando alguien ha estado por mucho tiempo en una secta y lo internan para
desprogramarlo? Así pasó conmigo. Fue como si Dios me hubiera encerrado en un cuarto y
me hubiera dicho: «Dame tu cerebro. No saldremos de aquí hasta que me lo entregues». Ha
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sido una semana intensa, y necesaria para que comprendiera las mentiras con que había
vivido. No tuve la menor idea de lo que había hecho.

Pude sentir que la opresión salió de mi corazón.


Tan pronto regresé a casa volvieron en gran cantidad los pensamientos mentirosos: «No
vales nada. Eres estúpida. Nadie te quiere». Le conté todo a mi esposo, así que cada vez que
recibo un pensamiento mentiroso se lo cuento y ambos nos reímos y hablamos de lo que es
realmente cierto. ¡Gloria a Dios! Antes sentía demasiada vergüenza para contarle nada.
Anoche me quiso volver a dar una de mis pesadillas. Sentí la opresión que me venía
encima cuando ya estaba dormitando e inmediatamente dije: «Jesús». Neil, pude sentir que
la opresión salió rápidamente de mi corazón, como si alguien la hubiera arrancado de allí.
¡Gloria a Dios!
Debido a la consejería que he recibido al cabo de los años, tengo algunos cuadernos
llenos de historias sobre el dolor de mi pasado. Este dolor ha estado amontonado en mi
gaveta y me ha mortificado cada vez que lo he visto. Ahora sé que mi identidad no tiene
nada que ver con el pasado sino que está en Cristo. Así que quemé todos esos cuadernos.
Gracias por decirme la verdad, aunque no la comprendiera al principio. ¡Siento el
mismo gozo que experimenté cuando recibí a Cristo! Al fin entiendo lo que significa ser
una hija de Dios.
Gozosamente,
Anne

* * *
Quitar tres capas de la cebolla en una sola semana es fantástico. Anne reconoció su
identidad en Cristo, pudo perdonar de corazón y aprendió a resistir a Satanás. Quizás tenga
más ventajas que la mayoría, pues tuvo una educación cristiana y tiene un marido amoroso
y comprensivo que la apoya en su hogar. Esto no significa que otros no puedan resolver los
mismos problemas, pero puede que sea un poco más lento el proceso.

El perdón libera
Cabe destacar aquí varios asuntos. Cada persona en este libro ha tenido que enfrentarse
con la obligación de perdonar. A los consejeros legítimos les afecta que los cristianos bien
intencionados sugieran que alguien que expresa sentimientos como la ira y la amargura no
debería «sentirse así». Desviar los sentimientos jamás permitirá que se resuelvan los
problemas. Si uno desea la sanidad, tiene que establecer un contacto con sus raíces
emocionales. Dios hará que salga a flote el dolor emocional para que se pueda tratar. Los
que no quieran encarar la realidad, tratarán de empujarla hacia adentro, cosa que producirá
únicamente mayor amargura.
El perdón es lo que nos libera de nuestro pasado. No lo hacemos por el bien de la otra
persona, sino por el nuestro. Debemos perdonar así como Cristo nos ha perdonado. No
existe libertad sin perdón. «Pero no sabes cuánto daño me hicieron», protesta la víctima. El
caso es que todavía le están haciendo daño y, así que, ¿cómo va a parar el dolor? Debe
perdonar de todo corazón, reconocer el dolor y el odio, y dejarlos ir. Cuando no se perdona
de corazón, se le da oportunidad a Satanás (Mateo 18:34, 35; 2 Corintios 2:10, 11).
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Otro error es ver el perdón como un proceso de larga duración. Muchos consejeros
dicen: «Tiene que experimentar el sentimiento a profundidad, para entonces perdonar».
Pero repasar el pasado y revivir todo el dolor sin perdonar, sólo lo refuerza. Mientras más
hable de eso, más fuerte será el dominio que tendrá sobre la persona. Se supone que
primero uno tiene que sanar para luego perdonar. ¡No es cierto! Primero hay que perdonar,
entonces empieza el proceso de sanidad.
No hay manera de leer las Escrituras y llegar a la conclusión de que el perdón es un
proceso a largo plazo. Puede que los sentimientos dolorosos lleven tiempo para sanar, pero
el perdón es una decisión. Una crisis de la voluntad cuyo premio es la libertad.

Resistir el pecado
Igual que Anne, muchos ven en su ira un medio para protegerse de más maltrato. Los
consejeros seculares creen que el perdón cristiano es una codependencia y argumentan:
«No dejes que esa persona te controle más. ¡Enójate!» Pero yo digo: «No dejes que esa
persona te siga controlando. ¡Perdónala!»
Luego resista el pecado. El perdón no es tolerar la manera en que otros pecan contra
uno. Dios perdona, pero no tolera el pecado. Me duele que algunos pastores se enteren de
maltratos y le digan a un hijo o a una esposa que simplemente vuelvan a casa y se sometan,
diciendo: «Confíe en que Dios te va a proteger». Quisiera decirle a ese pastor: «Anda tú a
esa casa en vez de esta persona, para ver si no te maltratan a ti también». Pero, ¿no dice la
Biblia que las esposas y los hijos deben someterse? Cierto, pero también dice que Dios ha
establecido el gobierno para proteger a los niños agredidos y a las mujeres golpeadas. Lea
Romanos 13:1–7 y entregue a los abusadores a la ley, como se exige en muchos estados.
Si un hombre de su iglesia abusara de una mujer de la misma congregación, ¿lo
toleraría usted? Si un hombre o una mujer en su iglesia maltratara al hijo de otro miembro,
¿lo toleraría? Entonces, ¿por qué entonces tolerar en su propio hogar lo que es claramente
un pecado intolerable en otros, simplemente por ser la esposa o el hijo?
Dios ha dado a los padres la responsabilidad de amar, proteger y suplir las necesidades
de su hogar. Jamás se les ha dado licencia para abusar, ni siquiera se debería tolerar esto.
Entréguelos a la autoridad, para el bien de todos. No se ayuda al abusador permitiendo que
continúe en su pecado.
Una noche, una madre de tres hijos me dijo llorando que sabía exactamente a quién
tenía que perdonar: a su madre. Pero que si la perdonaba esa noche, ¿qué haría al día
siguiente, domingo, cuando tenía que volver a su casa? «Simplemente me va a volver a
maltratar verbalmente como siempre». “Póngale fin a eso”, le dije. «Tal vez puede decirle
algo como: “Escucha mamá, has estado hablando pestes de mí toda la vida. Nada has
ganado con eso, y realmente a mí tampoco me ha hecho ningún bien. Ya no puedo seguir
con esto. Si tienes que tratarme así, me voy».
Ella dio una respuesta típica: Pero, ¿no dice la Biblia que debo honrar a mi madre?
Le expliqué que dejar que su madre la destruyera sistemáticamente tanto a ella como a
su familia, en verdad no sería honrarla. De cualquier manera la deshonraría».
«Honrar a su padre y a su madre» por lo general se entiende como tener responsabilidad
económica por ellos en su ancianidad. Ya no se aplica para esta mujer el que tuviera que
obedecer a sus padres, porque ya ha dejado a padre y madre para estar bajo la autoridad de
su marido.
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Vivir con las consecuencias


La decisión principal que se toma al perdonar es pagar la pena por el pecado de otra
persona. Todo perdón es eficaz. Si hemos de perdonar como nos perdonó Cristo, ¿cómo lo
hizo Él? Tomó para sí los pecados del mundo: sufrió las consecuencias de nuestro pecado.
Cuando perdonamos el pecado de otro, estamos dispuesto a vivir con sus consecuencias.
Quizás diga: «¡Eso no es justo!» Bueno, pero va a tener que hacerlo de todos modos, sea
que perdone o no. Todo el mundo vive con las consecuencias del pecado de otra persona.
Todos vivimos con las consecuencias del pecado de Adán. En realidad, la única opción que
tenemos es hacerlo dentro de la libertad producida por el perdón o dentro de la esclavitud
que resulta de la amargura.
Usted podría preguntar: «¿Por qué debo dejar que queden libres?» El caso es que
cuando usted los engancha queda enganchado con ellos por medio de su falta de perdón. Un
hombre exclamó: «¡Con razón no resultó cuando me mudé a otro lugar!» Cuando usted deja
que se vayan libres, ¿se liberan de rendirle cuentas a Dios? ¡Jamás! Dice el Señor: «Mía es
la venganza; yo daré la retribución» (Hebreos 10:30). Dios tratará con justicia a todos en el
juicio final.

Incluya a Dios en el proceso


Debemos incluir a Dios en el proceso. El tercero de los «Pasos hacia la libertad» trata el
asunto de la amargura en contraste con el perdón y empieza con una oración pidiendo a
Dios que «traiga a mi mente sólo a los que no he perdonado para que ahora lo pueda
hacer». Muchos me han mirado con toda sinceridad, asegurándome que no creen que haya
alguna persona a quien no hayan perdonado. Pero les he pedido que de todos modos me
dijeran los nombres que les viniera a la memoria. No es nada raro que en pocos minutos
tenga en mano una hoja llena de nombres, porque el Señor es fiel en contestar este tipo de
oración. Luego pasamos la siguiente hora (o a veces, horas) trabajando a través del proceso
del perdón.
Animo a estas personas a orar: «Señor, perdono a (nombre) por (lo que hizo)», y luego
repasamos todo dolor y maltrato que recuerden. Dios les traerá muchos recuerdos dolorosos
para que perdonen de todo corazón. Es probable que por años Él haya traído a la memoria
esos recuerdos, pero la gente los ha ido suprimiendo. Una persona dijo: «No puedo
perdonar a mi mamá. ¡La odio!»
«Ahora sí puedes», le dije. Dios jamás nos pide que mintamos acerca de lo que
sentimos. Sólo nos pide que lo soltemos de nuestro corazón para que Él nos pueda librar de
nuestro pasado.
Insto a la gente a quedarse con la imagen de la persona que están perdonando hasta que
haya salido a flote todo recuerdo doloroso, antes de seguir adelante con la siguiente
persona. He visto salir a la luz experiencias que jamás habían hablado ni recordado antes.
Algunos quizás respondan: «Mi lista es tan larga que no va a tener tiempo». Siempre les
contesto: «Sí tengo tiempo. Si es necesario me quedaré aquí toda la noche». Y es la pura
verdad. Un hombre empezó a llorar y me dijo: «Usted es la única persona que me ha dicho
tal cosa».
Este tipo de consejería no se puede dar en sesiones de cincuenta minutos. Me
comprometo a permanecer con una persona a través de todos los siete pasos hacia la
libertad para que pueda lidiar con cada área en la que Satanás haya intervenido. Una vez
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iniciado el proceso, se debe cumplir todo; no se deben separar en sesiones diferentes. Una
resolución parcial le dará a Satanás una oportunidad y un incentivo de hostigar con mayor
fuerza.

Las capas de la cebolla


No se sorprenda si la gente sale sintiéndose libre para luego luchar por varias semanas o
meses. Quizás lleguen a la conclusión de que no resultó, pero si revisa los asuntos con los
que ahora están lidiando, probablemente verá que estos representan otra capa de la misma
cebolla. En muchos casos, como en los relatos en este libro, se mantiene la libertad cuando
saben quiénes son como hijos de Dios y comprenden la naturaleza de la lucha en que
estamos enfrascados. Mientras habitemos en el planeta Tierra tendremos que levantar
nuestra cruz a diario y seguir a Jesucristo. Esto significa ponernos toda la armadura de Dios
y resistir al mundo, a la carne y al diablo.
En el capítulo 10 trataré el trauma severo en la niñez, como es el caso del abuso ritual
satánico. Para quienes lo han sufrido, los recuerdos permanecen mucho más profundamente
enterrados. Normalmente no logran recordar hasta que tienen treinta o cuarenta años de
edad. El «efecto de la cebolla» es más pronunciado y siempre empieza desde la tierna
infancia hacia adelante. Creo que debemos ayudar a esta gente a establecer firmemente su
identidad en Cristo y luego ayudarles a resolver los conflictos en su pasado, conforme Dios
se los revele lentamente.
En todo momento sigo insistiendo en que la libertad es un prerrequisito para crecer.
Esto se puede observar en el crecimiento rápido que ocurre en la vida de una persona
cuando logra cierto grado de libertad. Sin embargo, como en el caso de Anne, estas
personas enfrentarán muchos otros asuntos con que tendrán que lidiar. Por ejemplo, ella
sintió una noche que le sobrevenía una opresión, pero había aprendido qué hacer para
resistirla, y fue lo que hizo: expresar verbalmente el nombre de Jesús. Dependía del Señor
para que la defendiera y se lo estaba anunciando al enemigo. Conforme otras tretas de
Satanás, salen a la superficie, ella está aprendiendo a reconocerlas y exponerlas ante la luz
de la verdad, verdad que la sigue liberando.

Sandy:
Libertad de la esclavitud de sectas y del
ocultismo
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Conocí a Sandy cuando huía llena de temor de una sesión en congreso. Es una mujer
linda de poco más de unos cuarenta años, normalmente tiene una personalidad llena de vida
y suficiente energía como para dos. Tiene un marido cristiano comprometido con el Señor,
varios hijos y vive en una hermosa comunidad en las afueras de la ciudad.
Durante toda su vida Sandy había ocultado muy bien la batalla que se libraba en su
mente. Pocos, tal vez ninguno, sospechaban la guerra que tenía por dentro hasta que
misteriosamente empezó a desaparecer de su mundo unos dieciocho meses antes de que nos
conociéramos. He aquí su historia:
* * *

La historia de Sandy
Casi siempre vivía dentro de un minúsculo rincón de mi mente.
Al fin puedo creer que soy hija de Dios. Ahora estoy segura de mi lugar en el corazón
de mi Padre. Él me ama. Mi espíritu da testimonio con su Espíritu de que esto es cierto y ya
no me siento fuera de la familia de Dios; ya no me siento huérfana.
La presencia malévola que tenía adentro desde el momento que pasamos juntos en el
congreso se fue, al igual que las muchas voces que me persiguieron durante treinta y cinco
años. Siento que toda mi mente luce limpia, amplia y bella.
Antes de encontrar mi libertad en Cristo vivía casi siempre en un minúsculo rincón de
mi mente. Aun así, jamás pude escapar de las voces que me ordenaban, de las expresiones
obscenas ni de la ira acusadora. Así que trataba de separarme de mi mente y llevar una vida
lejos de todo eso.
En 1979 me convertí a Cristo, y desde entonces fue una lucha constante poder creer que
Dios realmente me aceptaba, me quería y yo le importaba. Pero por fin, ya, se acabó esta
lucha de toda una vida. Nunca antes pude escuchar esa apacible y delicada voz de Dios en
mi mente sin recibir castigo de parte de las otras voces. Hoy sólo está allí la apacible y
delicada voz.

Esperaba que mi padre tuviera la razón y que Dios no existiera.


Todo empezó cuando yo era muy niña. Mi padre profesaba ser ateo y mi madre era muy
religiosa, por lo que hubo mucho conflicto y confusión en nuestro hogar. Asistía a escuelas
religiosas, pero cuando llegaba a casa escuchaba a mi padre decir que la religión era una
tontería sólo para los débiles. Realmente esperaba que él tuviera la razón y que no existiera
ningún Dios, porque le tenía miedo a la religión de mamá. Temía que Dios me castigara si
no me comportaba correctamente. Aun así, buscaba respuestas espirituales a pesar de
rechazar las soluciones de mis padres.

Me comunicaba con la bola, usándola como un medio para


predecir el futuro, y creía que era mágica.
Mi familia, tanto mis padres como mis abuelos, estaba plagada de creencias
supersticiosas y de amuletos. Recuerdo que cuando visitaba a mis abuelos maternos sentía
que su casa era un lugar tranquilo donde lograba escaparme del caos del hogar en que me
criaba. El único juguete que mi abuela tenía para mi era una bola mágica negra. La bola
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tenía una ventanita y pequeñas fichas adentro que daban quizás cien respuestas distintas. Le
hacía una pregunta a la bola, como «¿lloverá mañana?» y flotaba a la superficie una
respuesta como «probablemente».
Me encantaba esa bola y pasaba largo rato donde mi abuela jugando con ella y creyendo
que tenía poderes mágicos y respuestas para todo los aspectos de mi vida. Le comunicaba a
la bola los problemas de mis padres y de lo que estaba sucediendo en mi vida, usándola
como un medio de predecir mi destino. Después de un tiempo me fui dando cuenta que
muchas de las respuestas que me daba eran correctas confirmando mi creencia de que tenía
poder especiales.
Supongo que los adultos creían que era simplemente un juguete con el que podían jugar
los nietos. Sin embargo, cada vez que yo tenía problemas, los guardaba hasta llegar a casa
de mi abuela donde trataba de resolverlos con la bola mágica.
Cuando visitaba a mis abuelos paternos, me llevaban a su muy legalista iglesia, y
empecé a tenerle terror al infierno. Con temor a Dios y a la religión, me volqué hacia la
bola mágica para tratar de pronosticar hechos. De esa manera podría estar preparada por
adelantado a los desastres que Dios enviara a mi camino.

Explotaba de ira por cualquier cosa. Al mismo tiempo me sentía


como una temerosa niñita triste y sola.
Cuando cumplí catorce años, ya me había convertido en una persona muy religiosa en
la iglesia católica, donde por alguna razón me sentía muy segura. En casa no había paz
porque el alcoholismo de papá y los pleitos entre él y mamá se intensificaron.
Probablemente ellos dirían que el problema era yo, una niña problemática. Mi madre
trataba de separarnos, a mi padre y a mí, porque él era muy abusador y yo no era muy
pasiva. Me encantaba pelear y siempre me entremetía cuando él estaba enojado con
alguien. Cada vez que me veía me echaba de la casa, por lo que al fin sólo volvía cuando él
no estaba o cuando dormía.
Yo era iracunda, rebelde y odiaba a toda autoridad hasta el punto que la gente pasaba a
mi lado cuidadosamente debido a mi cólera explosiva. Lo que no sabían era que por dentro
me sentía como una niñita temerosa, triste y sola. Simplemente quería tener a alguien quien
que me cuidara, pero jamás pude hablar de esto con nadie. Cuando alguien intentaba
acercarse a mí, escondía mi inseguridad volviéndome agresiva.
En la escuela y en la comunidad era un problema, y llegué a ser sexualmente
promiscua, haciendo básicamente todo lo que pudiera para quebrantar los diez
mandamientos. Una vez entré a una iglesia católica, miré al crucifijo y dije: «Amo todo lo
que odias y odio todo lo que amas.
Estaba retando a Dios para que me golpeara y ni siquiera tenía miedo de que lo hiciera.

Deseaba simplemente estar en una familia y sentirme segura.


A los diecinueve años fui a una gran ciudad y durante dos años viví con otras dos
muchachas. A las dos de la mañana en un bar un barman nos dio una pequeña tarjeta y nos
preguntó:
«¿Por qué no van a mi iglesia? Tal vez allí encuentren las respuestas a algunos de sus
problemas y no tendrán que estar aquí a media noche.
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Sentí que debería por lo menos intentar el asunto de «iglesia» una vez más, creyendo
que todas eran iguales. Simplemente quería estar en una familia y sentirme segura; por lo
que al día siguiente asistimos a esa iglesia. No tenía la menor idea de que era una secta …
¡y por diez años participé en ella!
Al principio me sentí amada; era mi «familia». Se interesaron por mi vida, nadie me
había prestado antes tanta atención. Nadie se ocupó lo suficiente de mí como para decirme:
«Queremos que duermas nueve horas por las noches. Queremos que comas tres veces al
día. Queremos saber dónde estás». Me hicieron rendir cuentas de mi estilo de vida y yo
interpreté su interés por mí como amor y preocupación por mi bienestar. Hubiera dado mi
vida por ellos.
Acepté su filosofía de que todos somos dioses. Esto se ajustaba a la visión atea de mi
padre de que realmente no existe un Dios supremo y que la religión es un invento de
alguien para controlar a la gente. También me explicaron quién era Jesucristo, lo cual
parecía satisfacer la religión de mi madre. Dijeron que él era simplemente un buen maestro,
como Mahoma o Buda, pero que no era ni supremo ni Dios, porque de serlo no hubiera
tenido que morir en una cruz.

Mi mundo entero giraba alrededor de las enseñanzas de la secta


Mientras más me metía en la secta, más me consumía la vida. Creía todo lo que me
decían, y consideraba una mentira cualquier cosa que leyera en los periódicos o viera en la
televisión. Así que no leía nada que no hubiera redactado la secta, y no creía nada a menos
que su firma estuviera en ello. Mi mundo entero giraba en torno a su enseñanza.
Recibí bastante instrucción personal en que me indicaban lo que tenía que hacer para
convertirme en un «ser espiritual totalmente libre». Como enseñaban la reencarnación,
creía que había tenido varias vidas anteriores. «Aprendí» nombres anteriores, cuántos hijos
tuve, hasta el color de mi cabello. Esto incluía vidas en otros planetas. Como yo confiaba
en ellos, les creía; la razón por la que nadie más conocía esta «verdad» respecto a sí mismos
era que no estaban dispuestos a conocerla.

Vivía en dos mundos


Traté de vivir en dos mundos. Desde los siete años de edad he oído voces en mi cabeza
y he tenido amigos invisibles, por lo que en la escuela vivía en un mundo y en mi casa tenía
otro. Las voces en mi cabeza me seguían hablando, y los líderes de la secta me decían que
eran voces de mis vidas anteriores. Mi esperanza inútil era que cuando estuviera
plenamente instruida, esas voces se aquietarían y no me molestarían más.
Mientras sucedía esto, mi familia se trasladó a otro estado donde mi madre fue invitada
a asistir a un estudio bíblico en el vecindario y aceptó a Jesucristo. No lo dijo a nadie
porque mi padre todavía era ateo y no la habría dejado asistir al estudio. Sin embargo, pidió
a sus amigos que oraran por la conversión de su marido y de sus hijos. Si hubiera sabido
que estaban orando por mí, también habría intentado detenerla.

Fui a visitar a mi madre en su lecho de muerte con la idea de que


un miembro de la secta pudiera convertirla.
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Cuando mi madre enfermó de cáncer, fui a visitarla en su lecho de muerte con la idea de
que un miembro de la secta pudiera convertirla y así cuidar de su espíritu en la próxima
vida. En esa próxima vida ella viviría en la secta y yo podría estar consciente de ella;
entonces tendría una mejor vida que la que tuvo con mi padre.
Mientras estaba con ella sentí un odio tremendo por sus amistades que visitaban su
cuarto, le hablaban de Jesús y oraban por su sanidad. Yo ridiculizaba sus intentos, pero
estaba asombrada de ver la fuerza de las convicciones de mi madre. Fue una batalla entre su
mente y la mía, pero una noche estaba con tanto dolor y tan agotada emocionalmente que
hizo conmigo una oración de compromiso para entregar su espíritu a la secta. Al día
siguiente regresé a casa sintiéndome satisfecha, y ella murió a los pocos días.
Recuerdo una tarde a las tres, mientras hacía crucigramas con una vecina, que de
repente sentí la presencia de mi madre en el cuarto. Le dije: «¿Qué haces aquí?
Supuestamente deberías estar en la sede de la secta».
Más tarde ese mismo día me llamó mi hermano y me dijo que mamá había muerto esa
tarde.
Mi amiga en la secta me contó que todo estaba muy bien, que habían recibido el espíritu
de mi madre. Con el tiempo me llamarían apenas naciera la bebé que iba a recibir el espíritu
de ella, para que yo la fuera a visitar.

Eso me enojó tanto, que robé una Biblia para resaltar todas las
mentiras.
Cerca de una semana más tarde, recibí carta de una de las amigas de mamá que había
estado con ella cuando murió. Dijo que mi madre se había ido a estar con Jesús, lo que me
enojó tanto que fui a una iglesia local y me robé una Biblia. Iba a subrayar todas las
mentiras en ella para luego enviarla a esta señora y mostrarle lo confundida que estaba, y
para convertirla a la secta.
Abrí la Biblia en la mitad y empecé a leer en el libro de Isaías. En vez de subrayar las
«mentiras» me vi subrayando palabras como «Venid, pues, dice el Señor, y razonemos
juntos[…] si volviereis a mí, yo me volveré hacia ti». Descubrí que el libro estaba lleno de
pasajes acerca de que uno no se debe involucrar con médiums ni con astrólogos. Cuando
terminé de leer estaba confundida respecto a cuál era la verdad.
Jamás había leído una Biblia, mucho menos había poseído una, por lo que fui al final
del libro para ver cómo terminaba todo. Cuando leí el libro de Apocalipsis me asusté,
porque la secta enseña ese libro al revés. Ellos dicen que las personas son realmente
«dioses» que regresan y toman el lugar que les corresponde en el cielo.

Me senté allí y traté de comunicarme con el espíritu de mi madre.


Regresé a la iglesia de donde había robado la Biblia y traté de comunicarme con el
espíritu de mi madre. Razoné que si ella había sido cristiana, entonces yo debía poderla
contactar en un lugar cristiano. Cuando llegué a la iglesia, dije que estaba tratando de
comunicarme con mi madre, dijeron muy amorosamente que no creían que la encontraría
allí, pero me invitaron a desayunar con ellos y a conversar del asunto. Resultó ser un
desayuno de comunión cristiana, donde por primera vez en mi vida me encontraba entre un
grupo de personas cuyas vidas parecían ser especiales debido a su relación con Jesucristo.
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En los siguientes meses aumentó mi confusión conforme iba y venía entre mi lectura
bíblica y la de mis libros de la secta. Visité la iglesia donde había conocido a la pareja y
ellos iban a mi casa simplemente para leer las Escrituras conmigo. Los considero mi madre
y mi padre espirituales. Jamás me hicieron sentir mala; simplemente me amaron y me
aceptaron. Cada mes me recogían para llevarme a su desayuno cristiano y a otros servicios
de la iglesia.

Si ella había ido realmente a estar con Jesús, yo también quería


estar allí.
Durante esta época recuerdo que oraba y le decía a Dios que yo quería estar
dondequiera que estuviera mi madre. Si había sido la causa de que ella hubiera perdido su
entrada al cielo, entonces no quería ser cristiana porque quería estar con ella. Pero si
realmente se había ido con Jesús, como me lo había dicho su amiga, deseaba estar allá
también. No podía escoger.
Una noche en sueños vi a mi madre caminando hacia mí junto con otra persona vestida
de blanco, me dijo: «Te perdono por lo que hiciste y quiero que te perdones a tí misma y
ores por tu padre». Eso me despertó como un tiro y desperté a mi marido diciendo: «Ya sé
donde está ella». Me enojé por haberme pedido que orara por mi padre, pero así supe que
era mi madre. Nadie más se atrevería a pedirme que hiciera eso.
La siguiente semana asistí a la iglesia con esa pareja, entregué mi vida al Señor y
renuncié a mi participación en la secta. Entregué a la pareja todos mis libros y los avíos de
la secta, y ellos se lo llevaron de mi casa. En los dos años siguientes me discipularon y me
llevaron a su grupo de comunión.
A las seis semanas de ser cristiana me di cuenta de que estaba embarazada, por lo que
me enojé con el Señor. Ya había tenido tres abortos y había decidido que no debía seguir
con el embarazo sólo porque era cristiana. Pero mi marido, me dijo: «Yo pensaba que tú,
como cristiana, no aceptarías un aborto porque los cristianos no creen en el aborto». Me
enojé porque Dios me hablara a través de mi marido, quien ni siquiera era cristiano, pero
Dios parecía decirme: «Mira, tu casa tiene suficiente espacio para un bebé. ¿Pero qué tal tu
corazón? ¿Habrá campo en él?» Entonces me decidí a tener el bebé.
A los nueve meses de haber nacido el bebé mi esposo entregó su vida al Señor. Me dijo:
«Cuando te decidiste en contra de un aborto me impresionó la intervención de Dios y su
impacto en tu vida».

Un sacerdote supo mi trasfondo y sugirió que probablemente yo


necesitaría liberación.
Me preguntaba si debería ser católica como había sido mi madre. Mis padres
espirituales me dijeron que estaría bien que asistiera a la iglesia católica, por lo que empecé
a asistir a un grupo de oración de católicos carismáticos. Cuando el sacerdote supo mi
trasfondo sugirió que probablemente necesitaría liberación, por lo que me reuní con él.
Empezó a hablar con lo que había dentro de mí, pidiéndole su nombre. La «cosa» le daba
un nombre y luego se ponía iracunda y violenta; me asusté y le di una paliza al sacerdote.
Esto me asustó tanto que decidí mantenerlo en secreto. Quise creer que si realmente era
cristiana, Dios espantaría de mi vida esa horrible presencia. Como no sucedió así, no pude
creer que en verdad tenía una relación con Dios. La gente me decía que yo estaba salva ya
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que había entregado mi corazón al Señor, pero nadie me podía ofrecer la seguridad que
buscaba. Me sentí medio mala, medio buena y no me podía imaginar cómo iría al cielo sólo
la mitad de mí.

Iba a la iglesia, pero cuando llegaba a casa, las voces me


atormentaban; ya no eran mis amigas.
De nuevo nos mudamos, tuvimos más hijos y nos involucramos en una iglesia nueva y
en sus estudios bíblicos, pero todavía experimentaba esa vida dividida. Iba a la iglesia, pero
apenas llegaba a casa las voces empezaban a atormentarme. Ya no eran mis amigos: me
acusaban, gritaban, se enojaban y profanaban. Me decían: «Crees que eres cristiana, pero
no lo eres. Eres inmunda y pecadora».
Mientras más cristiana me hacía, peor actuaban las voces.
Me hice legalista, pensando que tenía que asistir a todo estudio bíblico y a toda
actividad de la iglesia. Iba los domingos por la mañana y las noches de domingos y
miércoles, con la idea de que si estaba presente cada vez que la iglesia abría sus puertas
podría comprobar que era cristiana.
Salía en viajes de misiones y enseñaba en la escuela dominical. Cuando enseñaba los
estudios bíblicos y hablaba con otros los peligros de las sectas, todo se intensificaba dentro
de mí. El enojo se transformaba en ira, el dolor en tormento, las acusaciones me hacían
sentir suicida. Pensé: ¿Por qué no me mato? Jamás voy a alcanzar la perfección para ser
una verdadera cristiana.
Cuando salí en un programa radial y hablé de los peligros de las sectas, me plagaba el
temor de que mataran a mis hijos. Me volví paranoica hasta de enviarlos a la escuela, por lo
que me salí de todo. Me sentí entonces mejor por un tiempo y las voces disminuyeron su
actividad, pero me convertí en una persona solitaria que no iba a ningún lado ni hablaba
con nadie, deseaba simplemente estar sola todo el tiempo. Me sentí cada vez más atada, y
mi vida interior se convirtió en una cárcel en donde no brillaba la luz.

Me diagnosticaron un TPM (trastorno de personalidad múltiple).


Asistí a un centro cristiano de consejería que me ayudó a aclarar algunos maltratos de
mi infancia. Me diagnosticaron un trastorno de disociación debido a las voces y a las
personalidades múltiples, porque muchas veces decía: «Bueno, nos sentimos de tal
manera». Mi consejero me preguntaba: «¿Por qué dices “nos”?» «No lo sé», contestaba.
Esto me asustaba pero también sentía alivio al saber que por fin alguien creía que
habían voces dentro de mí. Asistía dos veces por semana a sesiones de consejería para
aliviar el dolor y el tormento. Si en algún momento habían aciertos aparentes me daba
pavor y luego sentía la necesidad de castigarme haciendo algo peligroso o doloroso. No
había nada que apaciguara la cólera dentro de mí, excepto los casetes de alabanza y
adoración. Solamente cuando los escuchaba sentía que no me volvía loca, pero sólo podía
escucharlos: no los podía cantar.
Los consejeros me amaban y estaban dispuestos a ayudarme cada semana. Oraban por
mí y se comprometían a acompañarme en todo mi peregrinaje, cosa que les parecía que iba
a durar mucho tiempo pues tenía que integrarme de nuevo. Me dieron esperanza,
asegurándome que Dios me quería sana y que Él lo lograría, a pesar de que yo vacilaba
entre la esperanza y la desesperación como si estuviera en una montaña rusa. Estos
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consejeros cristianos fueron como un salvavidas para mí, y me transmitieron el amor y la


aceptación de Dios en la manera en que me escuchaban, me comprendían y se preocupaban
por mí.
Sin embargo, cuando tenía siete años ocurrió un hecho tan traumatizante que me
produjo terror y que incluso impidió seguir los consejos. Cada vez que llegaba a la edad de
siete años, en el proceso de consejería, me daba demasiado temor seguir adelante.
Razonaba: Si es tan terrible, no quiero saber de qué se trata. Una voz dentro de mí decía
que me haría daño recordar el asunto.
Tenía una vecina amiga que conocía mis luchas. Un día me pidió que la ayudara a
preparar una «Conferencia sobre la resolución de conflictos personales y espirituales» que
se iba a dar en su iglesia en unas seis semanas. La idea era que yo le ayudara a visitar
iglesias, colocar carteles y vender los libros. No quería hacerlo. Estaba segura de que la
conferencia era simplemente una reunión más como tantas en las que había estado. Siempre
regresaba a casa muy sola y desanimada, sabiendo que me esperaba el castigo por haber
intentado buscar una cura. Aunque temía que mi vida fuera aún más desgraciada. De mala
gana le dije que la ayudaría.

Después de ver el primer video durante diez minutos, decidí


odiar a Neil Anderson.
Mi vecina me dio varios videos del congreso para que los viera con el fin de poder
responder a las preguntas sobre los materiales. A los diez minutos de ver el primer video ya
había decidido odiar a Neil Anderson, pues él no tenía nada que decirme. Sentí deseos de
advertir a la gente que no asistiera y le dije a mi vecina:
—No me gustó el hombre. ¿Estás segura de que quieres que venga a dar esta
conferencia? Me parece que hay algo malo con él.
—Bueno—me respondió—, eres la única que me dice eso entre unas treinta y cinco
personas con quienes he conversado.
En la cruzada aumentó mi resistencia y no escuché todo lo que se dijo. Tampoco
recordé las noches en que Neil habló de nuestra identidad en Cristo, y me senté en la
segunda fila sin poder cantar ni uno de los himnos. Mientras él hablaba, parte de mí decía:
Eso no es nada nuevo. Lo sabíamos de todos modos. Otra pequeña voz dentro de mí decía:
Quisiera que todo lo que dice fuera cierto y que me pudiera ayudar. Sin embargo, no revelé
mi parte que tenía esperanza, sino más bien la que criticaba. Al conversar con los demás,
les decía:
—¿Qué piensas de la conferencia? No es tan buena, ¿verdad?

Me empecé a ahogar y a sentir enferma, me dirigí al auto para ir


a casa.
Casi al final de la semana nos mostraron la grabación de una sesión de consejería de dos
horas. No pude mirar a la mujer del video mientras encontraba su libertad. Sentí terror y
cólera a la vez. Me empecé a ahogar y a sentir enferma, y me dirigí al auto para ir a casa,
decidida a no aparecer el sábado. Pero en el pasillo me encontré con Neil.
Pasamos a una sala adjunta donde Neil me ayudó a hacer algunas renuncias, que repetía
en voz alta y que me permitieron tomar mi posición en contra de Satanás y de sus
influencias en mi vida. También le pedí a Dios que me revelara qué era lo que me había
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impedido sentarme a mirar el video, y fue entonces que recordé lo que sucedió cuando tenía
siete años de edad. Era como si se hubieran apartado las nubes: me pude ver como una
niñita aterrada por una presencia oscura y negra.
Jugaba con muñecas en el dormitorio al fondo de la casa. Era de día y no sucedía nada
que produjera temor, ni había nadie más en el cuarto. De repente sentí que me consumía el
terror. Recuerdo que dejé de jugar y me acosté boca arriba y dije: «¿Qué quieres?» a una
presencia gigantesca y negra que estaba sobre mí. La presencia me dijo:
—¿Puedo poseer tu cuerpo?
—Sí, si prometes no matarme—le respondí.
Literalmente sentí aquella presencia infiltrarse totalmente desde la cabeza hasta los pies.
Fue tan opresivo sentir que esa cosa invadiera todos los poros de mi cuerpo que recuerdo
que pensé: Me voy a morir. Tenía sólo siete años, pero recuerdo que fue tan sexual y sucio,
que sentí tener un gran secreto que debía ocultar y que jamás se lo podría contar a nadie.
Desde entonces me parecía que tenía más de una personalidad y creía natural que otros
seres invisibles tomaran mi cuerpo. A veces hacía cosas que luego no recordaba cuando la
gente hablaba de ellas. Entonces pensaba: Bueno, no fui yo; fue mi «amigo» invisible el que
lo hizo.
Jamás volví a jugar con la bola negra. Nada más tenía que hablar con mi amigo
invisible y este me sugería lo que debía hacer. Unas veces eran sugerencias malas, pero
otras eran buenas. Dada mi gran necesidad de compañerismo por los maltratos en mi
infancia, jamás se me ocurrió que esa voz fuera otra que la de una amistad.

Cuando le contaba, Neil decía: «Es mentira». Apaciblemente me


conducía a través de los pasos hacia la libertad.
Cuando Neil me condujo a la liberación, dándome las palabras que debía decir,
renuncié específicamente a todos los guardianes satánicos que se me habían asignado. En
ese instante me asustó la presencia malévola y temía que nos diera una paliza a los dos. Me
recordó que yo había jugado con esa bola mágica por años.
Neil me instó a que no tuviera miedo y me preguntó qué decía la presencia a mí mente.
Cada vez que le contaba lo que decían las voces, él respondía: «Eso es mentira», y me iba
conduciendo muy apaciblemente por los pasos hacia la libertad. Recuerdo el mismo
instante en que la presencia ya no estaba. Sentí como que la personita que era yo
verdaderamente se estaba inflando como un globo dentro de mí. Al fin, después de treinta y
cinco años de una vida fraccionada, yo era la única persona dentro de mi cuerpo. He
dedicado el lugar desocupado por la presencia malévola a mi nuevo inquilino: el Espíritu
limpio, apacible y tranquilo de Dios.
El sábado por la mañana temí despertarme, pensando: Esto no es real. No quería abrir
los ojos porque normalmente la voz me decía algo como: «¡Levántate, ramera estúpida!
Tienes que trabajar». Entonces me levantaba y hacía todo lo que me indicara. Pero esta
mañana no habían voces y mientras reposaba en cama pensé: Aquí no hay nadie más que
yo.
Cuando regresé al congreso y entré por la puerta, la gente me veía distinta. Les conté
cómo me había sentido siempre una huérfana en el cuerpo de Cristo, pero que ahora me
sentía libre y parte de la familia de Dios.
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Llegué a convencerme de que Dios quería tanto como yo que eso


se fuera.
Pensé que apenas se fuera Neil, esa cosa volvería. Sin embargo, la paz perduró porque
Jesucristo fue el que me liberó. Cada vez que volvía el temor, repasaba sola los pasos hacia
la libertad, cosa que hice por lo menos cuatro o cinco veces más. Llegué a convencerme de
que Dios quería tanto como yo que eso se fuera y jamás volvió desde entonces.
Una semana después tuvimos un choque frontal en el auto. Temí que la voz estaría allí
de nuevo para decirme: «Voy a destruirte porque crees que estás libre». Pero más bien sentí
que Dios me decía: «Aquí estoy para protegerte y siempre estaré contigo así».
Cuando una de mis hijas me preguntó si el choque había sido por su culpa, me pregunté
por qué podría pensar así. Recordé que uno de los pasos hacia la libertad es romper con las
ataduras ancestrales porque las fortalezas demoníacas se pueden pasar de una generación a
la siguiente (Éxodo 20:4, 5). Mi niña de diez años de edad me dijo:
—A veces sé lo que va a pasar antes de que suceda y a veces miro por la ventana y veo
cosas que nadie más ve.
Inmediatamente supe que había que liberarla de esa atadura. Entonces hice que tomara
los pasos, traduciendo las palabras más complicadas a un lenguaje que ella podía entender.
Oró para cancelar todas las obras del mal que sus antepasados le hubieran transmitido,
rechazando toda forma en que Satanás podría estar reclamándola para sí. Se declaró estar
eterna y completamente identificada con el Señor Jesucristo y comprometida con Él. Desde
ese momento jamás volvió a sentir esa presencia demoníaca.
Mi marido estaba fuera de la ciudad durante el congreso y cuando regresó a casa le
conté todo lo sucedido. El domingo siguiente en la clase de la escuela dominical, el líder
preguntó si había alguien que quisiera decir algo respecto a la conferencia. Mi esposo se
paró y dijo:
—Yo quiero hablar de algo, aunque no logré asistir, porque a mi regreso el Señor me
regaló una nueva esposa.

Ahora siento la sonrisa de Dios y su rostro oculto hacia mí.


Antes, no tenía autoestima. Sentía diariamente que Dios tenía cierta medida de gracia
para mí que en algún momento se acabaría, y que incluso Él mismo se preguntaría por qué
me había creado. Sabía que algún día iba a decir: «Estoy cansado de Sandy». Por lo tanto,
oraba todos los días:
«Por favor, Señor, no dejes que sea hoy. Permíteme terminar esto último antes de que lo
hagas».
Fue algo muy liberador saber, cuando Neil nos enseñó, que Dios y Satanás no actuaban
de la misma manera, sino que Dios va más allá de toda comparación y que Satanás está tan
por debajo de Él, que no deberíamos equivocarnos y pensar que tiene atributos divinos.
Siempre había creído que Dios y Satanás eran iguales, luchando por nosotros, y que Dios
básicamente le decía: «Te regalo a Sandy».
Desde mi conversión había clamado constantemente al Señor:
¡Crea en mí un corazón puro!
¡Renueva un espíritu firme dentro de mí!
¡No me eches de tu presencia!
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¡No quites de mí tu Santo Espíritu!


Una y otra vez había hecho esa oración, agonizando y anhelando conocer al Señor en
persona y con afecto, pero sintiendo que mi relación era con la espalda de Dios. Ahora
siento su sonrisa y su rostro vuelto hacia mí.
Ya no vivo en un minúsculo rincón de mi mente o fuera de mi cuerpo. Vivo por dentro,
con mi mente en mi único y precioso Señor. ¡Qué diferencia más profunda! No hay
palabras para expresar adecuadamene la tranquilidad y la ausencia de dolor y de tormento
que ahora experimento a diario. Es como si viera después de haber estado ciega todos esos
años. Todo es nuevo, precioso y lo atesoro porque no se ve negro. Ya no vivo con el miedo
al castigo por cada movimiento que haga. Ahora soy libre para tomar decisiones y tengo
alternativas. ¡Tengo la libertad de cometer errores!
El último año y medio me había sido imposible dejar que alguien me tocara sin sentir
dolor o sin tener pensamientos sexuales terribles. Durante el acto sexual yo miraba desde
fuera de mi cuerpo. Cuando esa presencia malévola decía ser mi «esposo», sabía por qué
me sentí siempre como una prostituta, aun siendo cristiana.
Una vez desenmascarada esa mentira, y después de renunciar a ella, he llegado a
comprender el significado de «novia» por primera vez en mi vida después de veinte años de
matrimonio, y también siento el amor del Novio a quien veré algún día.
El Señor me ha enjugado mis lágrimas y respondido al clamor de mi corazón. Al fin
siento un Espíritu recto dentro de mí; la presencia que salió de mí no era de Dios sino del
maligno. Siempre temía que la presencia de Dios me dejara. Ahora me siento limpia por
dentro. Sigo asistiendo a la consejería cristiana y estoy progresando. Estoy aprendiendo a
enfrentar y rechazar el maltrato del pasado. Estoy aprendiendo a vivir en comunidad y a
confiar de nuevo en los demás, después de haberme sentido traicionada por mi experiencia
con esa secta.
Creo que Dios en su misericordia se encontró conmigo en mi necesidad, y ordenó la
reunión que finalmente desenmascaró y echó fuera la opresión satánica en mi vida. Ahora
puedo seguir creciendo en la familia de Dios. Estoy segura de pertenecer a esta familia y de
ser amada en ella. Dios me ha mostrado que Él es fiel y capaz, no sólo de llamarme de las
tinieblas hacia la luz, sino también de guardarme y de sostenerme hasta que termine mi
peregrinar y me encuentre cara a cara con Él. Todavía me encuentro con pruebas,
tentaciones y el dolor de vivir en un mundo perdido, pero camino sintiendo dentro de mí el
fuerte latido del corazón de un Padre amoroso. Ya se ha ido la interferencia satánica.
Gloria al Señor.
* * *

Los padres deben conocer las artimañas de Satanás


Lo horrible de Satanás se revela en la vida de Sandy. ¿Será capaz de aprovecharse de
una niñita con padres disfuncionales y con abuelos que en su ignorancia, ofrecen a sus
nietas juguetes de las ciencias ocultas? Sí, lo haría, y en realidad, lo hace.
He investigado el origen de muchos problemas de adultos en las fantasías infantiles, en
los amigos imaginarios, en los juegos, en lo oculto y en los maltratos. No basta con
advertirle a nuestros hijos respecto al extraño que se podrán encontrar en la calle. ¿Qué
hacer con el que les aparece en su dormitorio? Nuestra investigación indica que la mitad de
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nuestros adolescentes que profesan ser cristianos han experimentado en sus propios
dormitorios algo que los ha asustado. Más que cualquier otra cosa, eso fue lo que nos
impulsó a Steve Russo y a mí a escribir el libro The Seduction of Our Children [La
seducción de nuestros hijos]. Deseamos ayudar a los padres a saber cómo proteger a sus
hijos y a vencer la influencia de las tinieblas. Al final de ese libro he anotado algunos pasos
hacia la libertad de manera simplificada para los niños y los jóvenes al comienzo de la
adolescencia.

Verdad, no enfrentamiento de poderes


En el área de liberación, el intento noble pero desastroso del sacerdote de realizar un
exorcismo con Sandy me da razón para no promover un enfrentamiento de poderes. El
hecho de que el consejero se dirigiera directamente al demonio podría ser como meter y
menear un palo de escoba en un nido de avispas proclamando: «¡Aquí hay demonios!» Esa
experiencia dejó a Sandy aterrorizada y totalmente indispuesta a enfrentar el asunto otra
vez. Mi interacción fue únicamente con Sandy y no con los demonios.
El cerebro es el centro de mando, y debido a que Sandy estaba dispuesta a hablar
conmigo de lo que le sucedía, nunca perdimos el control. Pensamientos acusadores y
aterradores le bombardeaban la mente. Apenas ella revelaba lo que escuchaba, yo
simplemente exponía el engaño diciendo: «Es mentira», o si no le pedía que no lo aceptara
y le dijera que se fuera. El poder de Satanás está en la mentira; al exponerla se rompe el
poder. La verdad de Dios libera a la gente. De vez en cuando insto a la persona a pedirle a
Dios que le revele lo que la mantiene atada, y es muy corriente que los hechos pasados
muchas veces, recuerdos bloqueados vuelvan a la memoria de la persona para que pueda
confesarlos y renunciar a ellos. En el caso de Sandy, no tenía recuerdo consciente de lo que
sucedió cuando tenía siete años (el capítulo diez expone los medios bíblicos de descubrir
esos recuerdos).

Ejercer la autoridad en Cristo


La preocupación que Sandy expresó por mi salida de su ciudad es otra razón por la que
me gusta tratar solamente con la persona. Cuando me preguntó qué podría hacer cuando yo
no estuviera, respondí:
No hice nada. Usted hizo la renuncia y usó su autoridad en Cristo al decirle a la
presencia malévola que se fuera. Jesucristo es su libertador y siempre estará con usted.
Renunció a su invitación a dejar que el demonio poseyera su cuerpo. Más adelante
renunció a toda experiencia de sectas y de lo oculto. No se puede recalcar lo suficiente la
importancia de este paso, pues está ligado al concepto total del arrepentimiento.
A través de toda su historia la Iglesia ha declarado públicamente: «Renuncio a ti,
Satanás, a todas tus obras y a todos tus caminos». La mayoría de las iglesias católicas,
ortodoxas y litúrgicas todavía hacen esa profesión, pero no sé por qué razón no lo hacen las
iglesias evangélicas. Esa afirmación general se debe aplicar de manera muy específica a
cada individuo. Este debe confesar y renunciar a todo lo que sea jugar con lo oculto, todo
contacto leve con las sectas y toda búsqueda de dirección falsa. Conforme Dios nos los
traiga a la memoria, debemos renunciar a todas sus obras y a todos sus caminos. Toda
mentira y todo camino de engaño se deben reemplazar con «el camino, la verdad y la vida»
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(Juan 14:6). Lo que se hace en el primero de los pasos hacia la libertad: Lo falsificado en
contraste con lo real».

Las ataduras de Satanás


Sandy nunca tuvo una relación sexual «normal» y se percibía a sí misma como una
prostituta porque la presencia malévola decía ser su marido. La libertad de esa atadura le
permitió entrar en una relación amorosa e íntima con su esposo. Tendré mucho más que
decir sobre las ataduras sexuales después de otros testimonios.
La batalla mental que sufrió es bastante típica en los que están esclavizados. La mayoría
de la gente implicada en un conflicto espiritual hablará de su origen familiar disfuncional o
de otros abusos, pero rara vez revelarán la batalla que existe en sus mentes. Temen que se
estén volviendo locos y no les gusta la idea de que alguien se lo confirme, ni tampoco les
gusta la posibilidad de tener que usar medicamentos.
Sandy se sintió aliviada cuando su consejero cristiano le creyó. El mundo secular no
tiene otra alternativa que buscar una cura física, ya que la enfermedad mental es el único
diagnóstico posible. La tragedia de los medicamentos antisicóticos, en caso de que el
problema sea verdaderamente espiritual, es drogar al paciente. ¿Cómo la verdad podrá
liberar a quien esté tan intoxicado que casi no pueda hablar, mucho menos pensar?
Los consejeros cristianos con quienes he podido dialogar agradecen mucho cuando les
hago considerar el conflicto espiritual y cómo resolverlo. Esto les permite dar una
consejería mucho más integral y eficaz.
En medio de una conferencia una señora me dijo que yo la estaba describiendo hasta el
último detalle. Dijo que iría a un centro de tratamiento por treinta días. Le pregunté si
podría verla antes, pues yo sabía que ese centro era conocido por el uso de drogas en la
terapia. Estuvo de acuerdo, y después de nuestra reunión me escribió lo siguiente:
Luego de conocerlo el lunes por la noche mi marido y yo estábamos absolutamente
eufóricos. Él estaba muy contento de verme feliz. Al fin había podido tomar mi posición en
Cristo y renunciar al engañador. El Señor me ha liberado de la esclavitud.
La gran nueva que tengo es que no me desperté con pesadillas ni gritos. ¡Más bien me
desperté con cantos en el corazón! El primer pensamiento que entró a mi mente fue «aun las
piedras clamarán», seguido de un «Abba, Padre». Neil, ¡el Espíritu Santo está vivo en mi
ser! ¡Alabado sea el Señor! No puedo empezar a contarle lo libre que me siento, ¡pero de
algún modo creo que ya lo sabe!

Aceptar la responsabilidad
Las voces y pesadillas tienen una explicación espiritual en cuanto a su origen, y la
Iglesia tiene la responsabilidad de investigarla. Creo que todo pastor y consejero cristiano
debe ayudar a las personas que las padecen.
Usted no tiene nada que perder al tomar los pasos o guiar a otros hacia la libertad. Es
simplemente una limpieza de la casa al estilo antiguo, tomando en cuenta la realidad del
mundo espiritual. Lo único que pretendemos es ayudar a la gente a responsabilizarse de su
relación con Dios. Nadie está acusando a nadie de nada. Si no hay nada demoníaco
sucediendo en esa vida ¡lo peor que puede suceder es que ahora la persona esté realmente
lista para participar en la Santa Cena la próxima vez que se ofrezca!
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El relato de Sandy destaca muy bien las dos metas más codiciables en este tipo de
consejería Primero, que las personas sepan quiénes son como hijos de Dios y que forman
parte de esa familia para siempre. Segundo, que tengan paz y tranquilidad mental, la paz
que guarda nuestros corazones y nuestras mentes, la paz que sobrepasa todo entendimiento
(Filipenses 4:7).

Jennifer:
Libertad de los trastornos alimentarios
Recibí una llamada de Jennifer preguntándome si estaría dispuesto a darle un poco de
tiempo para venir en avión a verme. Aparté un lunes por la mañana y tuve el privilegio de
llevarla a través de los pasos hacia la libertad. Un mes más tarde recibí la siguiente carta:
Estimado Neil:
Le escribo porque quiero agradecerle el tiempo que pasó conmigo. Al parecer, en el
momento en que oramos no sentía nada y creía que quizás no era un problema demoníaco el
que tenía. Pero estaba equivocada. De verdad que algo sucedió y desde entonces no he
tenido ni un sólo pensamiento, acción o compulsión autodestructivos.
Creo que el proceso de liberación empezó mediante mis oraciones de arrepentimiento
en los meses siguientes a mi intento de suicidio. No lo comprendo del todo, pero sé que hay
algo verdaderamente diferente en mi vida y hoy en día me siento libre. No me he cortado en
un mes, lo cual es un verdadero milagro.
Tengo unas cuantas preguntas que me gustaría que contestara, si tiene tiempo. Se
relacionan con mis problemas sicológicos. Se me dijo que tengo un trastorno
maniacodepresivo, esquizoafectivo crónico y que me tienen con litio y con un medicamento
antisicótico. ¿Necesito estas drogas? ¿Es realmente crónico mi problema?
Durante mis ratos de hiperactividad, sobre los cuales basaron mi diagnóstico, siempre
sentí que no era yo, sino alguna tremenda fuerza externa que me obligaba a actuar de
manera autodestructiva y loca. Las últimas tres veces que dejé de tomar litio volví a tener
impulsos de suicidio y fui a parar al hospital. No quiero que vuelva a suceder, pero … ¿era
eso demoníaco? Además, con las pastillas tuve muchos cambios de temperamento, ¡pero
desde que le visité no he vuelto a tener ni uno! Esto me hace preguntar si ya estoy bien y no
necesito las pastillas.
Además, desde pequeñita jamás pude orar: siempre parecía haber una pared entre Dios
y yo. Nunca fui muy feliz y siempre tuve un sentido de temor y de inquietud, como que
algo andaba mal.
Jennifer
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La historia de Jennifer es importante porque aclara la necesidad que tenemos de


conocer quiénes somos como hijos de Dios y de saber cuál es la naturaleza de la batalla
espiritual en la que nos encontramos. Esa única mañana en que nos reunimos logramos
desarrollar muchas cosas y obtuvo una sensación de libertad. Pero, ¿sabrá quién es como
hija de Dios, y cómo mantener su libertad en Cristo?
Seis meses después Jennifer empezó de nuevo a experimentar dificultades. Transcurrió
otro año antes de que estuviera lo suficientemente desesperada como para llamar. Decidió
volver a hacer el viaje, pero esta vez asistió a un congreso completo. He aquí su relato.
* * *

La historia de Jennifer
Todo parecía un sueño y todo el mundo simplemente un personaje.
En el séptimo grado empezó mi trastorno de alimentación: comía demasiado y luego me
obligaba a pasar hambre. Cuando iba a alguna casa a cuidar niños, me comía todo lo que
había en el refrigerador y luego pasaba tres o cuatro días sin comer nada. Toda mi atención
se concentraba en el peso; la necesidad de verme delgada me obsesionaba.
Alrededor de mí, todo parecía un sueño y todo el mundo simplemente un personaje.
Pensaba: Algún día me despertaré pero no conoceré a la soñadora. Nada me parecía real.
Vivía como en la luna, sin poder pensar. Cuando la gente hablaba, simplemente la miraba
perpleja porque estaba en contacto con mi mente.
Durante el día parecía ser normal y en la escuela actuaba bastante bien. Las noches eran
extrañas y llenas de pesadillas y terror. Lloraba muy a menudo debido a las voces en mi
cabeza y a las imágenes y pensamientos tontos que a menudo saturaban mi mente. Pero
jamás le conté nada a nadie. Sabía que la gente pensaría que estaba loca, y me aterraba la
posibilidad de que nadie me creyera.
Mis años universitarios fueron durísimos, repletos de mis rutinarios excesos en comer
para luego purgarme. Perdí treinta libras y empecé a desmayarme y a tener dolores en el
pecho. Como me encontraba patéticamente flaca debido a la anorexia, literalmente la piel
me colgaba de los huesos. Al fin estuve de acuerdo en que me hospitalizaran porque estaba
totalmente exhausta, tanto física como mental y espiritualmente.
Casi me muero. Cuando me internaron tenía un pulso de cuarenta y con dificultad me
encontraron la presión arterial. Mis padres me dieron mucho apoyo. El hospital era bueno y
tuve terapeutas cristianos, pero jamás tocaron conmigo el tema espiritual. Me cortaba con
navajas y cuchillos y todavía tengo cicatrices en las manos del daño que me hacía con las
uñas.

Gateaba por el corredor tratando de escapar de las cosas que


volaban alrededor de mi cuarto.
Las voces y las noches eran horribles, con visitaciones demoníacas y algo que me
violaba sexualmente, sosteniéndome para que no me moviera. A veces me iba a gatas por el
corredor, tratando de escapar de las cosas que volaban alrededor de mi cuarto. Estaba
aterrorizada; en mi mente dominaba la idea de sacarme el corazón con un cuchillo. Una vez
hasta hice el intento de atravesarme el pecho con cuchillos porque creía que mi corazón era
veneno y que tenía que deshacerme de este para quedar limpia.
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Cuando empezaron a salir a la superficie los recuerdos de mi niñez, me descontrolé.


Otra vez me internaron en el hospital, totalmente descontrolada. Algunos días requerían
cinco o seis personas para calmarme. Observaba desde fuera de mi cuerpo a esta gente que
me sostenía mientras luchaba y pataleaba, hasta que me sedaban. Me diagnosticaron
maniacodepresiva. Durante los seis años siguientes tomé litio y seguí con los
antidepresivos, medicamentos que lograban calmarme un poco.
Mientras estaba en el hospital una amiga me sugirió que hablara con Neil Anderson,
pero le dije que no. La idea de que hubiera algo demoníaco me aterraba, y le dije: «Dios
dijo que si dos o más personas oran, Él escucha. ¿Por qué simplemente no vienen varias
personas aquí al hospital a orar conmigo? ¿Por qué tengo que recibir a algún hombre?»
Hablé con mis consejeros cristianos quienes me dijeron: «Lo que tus colegas quieren es
hacer de esto un problema espiritual porque no quieren lidiar con el dolor en tu vida». Este
año los consejeros habían logrado mi confianza por lo que les creí a ellos y no acepté ver a
Neil. Esa fue la primera vez que escuché el nombre de Neil, pero no lo llegué a conocer
hasta tres años después. Me daba demasiado miedo; todo el asunto me alarmaba
sobremanera.

Desempeñaba una labor fantástica; luego me metía al auto y


sacaba mis cuchillas de afeitar.
De algún modo me gradué y empecé a trabajar. Desempeñaba una labor fantástica y
luego me metía al auto, sacaba mis cuchillas de afeitar y por dieciséis horas vivía en un
mundo totalmente distinto. Después regresaba a mi trabajo, hablaba a todas mis
«amistades» que tenía en la cabeza y ritualmente me cortaba para obtener sangre.
Simplemente quería sentir algo; sabía que no estaba en contacto con la realidad.
De noche, a menudo me quedaba despierta, con la esperanza de morir antes del
amanecer. Escribía notas de suicidio y conocía toda casa vacía en la zona: casas que
estaban a la venta, donde podría meter mi auto al garaje, dejar el motor prendido y así
matarme. También conocía todas las armerías de la ciudad y el horario en que atendían, en
caso de que necesitara un arma. Guardaba en casa unas doscientas o trescientas pastillas
como «escape» para cuando no pudiera aguantar más. Tenía muchos planes para
suicidarme.

Le rogaba a Dios que me ayudara a sobrevivir una noche más.


Pensaba constantemente: El Señor tiene que sacarme de esto. Sabía que Él era mi única
esperanza y que había una razón para vivir, por lo que seguía clamándole. Recuerdo que en
la noche me iba a gatas a un rincón de mi cuarto y dormía allí en el piso. Trataba de
escaparme de todo y le rogaba a Dios que me ayudara a sobrevivir una noche más. Le pedía
que me diera fuerza y me protegiera de mí misma. Me culpaba por todo esto.
Temía por mi vida, al igual que muchas de mis amistades. Fui a ver a un pastor, le dije
que creía tener un problema espiritual y que además sentía que me iba a morir. Me dijo:
—Estás visitando a uno de los mejores siquiatras de la ciudad; no sé por qué me vienes
a buscar.
—¿Estás tomando tu medicina?—me preguntó después.
Me tenía miedo y no sabía cómo ayudarme.
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Una vez pasé varias horas hablando con algunas amistades preocupadas por mí. Una
sugirió:
—Jennifer, simplemente debes entrar a la sala del trono de Jesús.
—¡Eso es!—me dijeron las voces dentro de mí.
Para mí «entrar a la sala del trono» significaba morir. Me fui en auto a un hotel, tomé
una habitación y me tragué doscientas pastillas. Me acosté junto a una nota sencilla que
decía: Voy para mi casa a estar con Jesús. Ya no aguanto más.

No quería estar sola cuando muriera.


Llamé a alguien porque no quería estar sola cuando muriera. Creía que si al menos tenía
a alguien al teléfono me sería una ayuda. Al principio no quise darle el número de teléfono
a mi amiga, pero más tarde estaba tan adormecida y fuera de todo que se lo di para poderme
dormir y para que mi amiga me llamara más tarde. A las dos horas y media me encontraron
y me llevaron a un hospital en donde me hicieron limpieza de estómago. Me pusieron en la
unidad de cuidados intensivos. Debí haber muerto, pero por un milagro de Dios eso no
pasó.
Me hospitalizaron de nuevo en una clínica cristiana distinta. Jamás se mencionó la
posibilidad de que mi problema fuera espiritual. Me diagnosticaron como esquizoafectiva y
bipolar. Me dijeron que no sabía lo que era la realidad, y que debía basar mi confianza en lo
que decían los demás y no en lo que me pasaba por la mente. Me dijeron que tendría que
depender de los medicamentos el resto de mi vida. Los efectos secundarios de los
antisicóticos y de los antidepresivos eran horrendos. Me daban temblores tan fuertes que
hasta me costaba usar la mano para escribir mi nombre, y se me nublaba la visión. Estaba
tan drogada que ni siquiera podía mantener abierta la boca.

Nunca exploraron la posibilidad de lo demoníaco.


En mis sesiones de consejería les dije que estaba oyendo voces, pero jamás exploraron
la posibilidad de que fueran demoníacas. Me dijeron que como ya había tenido mucha
terapia, ellos querían tratar conmigo a nivel espiritual. Me trajeron un hombre muy piadoso
que era bueno, pero no pude oír ni recordar una sola palabra de lo que dijo. Apenas abría su
Biblia y empezaba a hablar, yo oía otras cosas y planeaba matarme. Pensaba que si al
menos pudiera salir de allí, lograría hacerlo y esta vez con éxito.
Un día me llamó un amigo a la clínica y trató honestamente con el pecado en mi vida.
Básicamente me dijo que yo era manipuladora, deshonesta, odiosa, egoísta y que buscaba
ser el centro de atención. Fue duro oírlo, pero lo hizo con cariño y yo estaba lista para
escucharlo. Me arrodillé y escribí en mi diario una carta a Dios pidiéndole perdón. Esos
pecados eran parte de mí que me avergonzaba, y había convivido con la culpabilidad de
ellos toda mi vida. Experimenté un poco de alivio y sé que allí empezó mi sanidad.

Las voces hablaban tan alto que no podía escuchar una palabra
de lo que él decía.
Unos amigos de California me invitaron a visitarles y decidí aprovechar para conocer a
Neil Anderson. Fui a su oficina y hablamos cerca de dos horas. Abrió su Biblia y empezó a
repasar algunas Escrituras, pero las voces resonaban tan fuerte que no podía escuchar ni
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una palabra de lo que me decía. Era como si estuviera hablando en jerigonza: sus palabras
eran como de otro idioma. Siempre que la gente usaba la Biblia conmigo, me pasaba esto.
Realicé los pasos hacia la libertad, pero no sentí nada diferente cuando al salir. Me
preguntaba si las palabras habrían pasado directo de mis ojos a mi boca sin interiorizar lo
que leía. Pero entonces mejoraron dos aspectos de mi vida. Mejoró la lucha con la comida y
no me volví a cortar más. Las voces también se alejaron durante dos semanas, pero luego
volvieron. No recordaba qué debía hacer cuando volvieran las voces y los pensamientos
según las instrucciones de Neil, y jamás se me ocurrió que no tenía que escucharlos. No
sabía que tenía esa opción, por lo que me golpearon más fuerte que nunca.
Seis meses más tarde estaba de nuevo en el hospital, tanto por lo de suicida como por lo
de lo sicótico. Estaba descontrolada y hacía todo lo que me ordenaban las voces. Mis
amistades me animaron a que fuera a ver de nuevo a Neil, pero si eso no daba resultados,
sabía que iba a morir. Todo esto sucedió durante siete años terribles, los efectos secundarios
de los medicamentos eran tan horribles que lo único que hacía era trabajar cuatro horas,
para luego dormir o sentarme frente a la televisión. No podía seguir una conversación que
tuviera sentido ni tampoco me importaba nada. Me sentía desesperada, exhausta y
desanimada.
Asistí al congreso sobre Cómo resolver conflictos personales y espirituales. De nuevo
me reuní con Neil y en un momento dado me enfermé tanto que vomité. Me presentó una
señora con un pasado similar al mío, quien se sentó a mi lado y oró por mí. Así logré
escuchar y comprender lo que decía Neil.
Aprendí muchísimo sobre la batalla espiritual que se estaba librando en mi mente y lo
que debía hacer para mantenerme firme. Una vez que tuve en claro esa parte, quedé libre.
Sabía lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. Antes no sabía cómo mantenerme en libertad
y andar en esta, aunque fui criada en un buen hogar cristiano. A pesar de que acepté a
Cristo cuando tenía cuatro años, nunca supe quién era en Cristo y no entendía la autoridad
de la que gozaba como hija de Dios.

Mi siquiatra no estaba de acuerdo en que dejara los


medicamentos.
Le conté a mi siquiatra que ya estaba libre en Cristo y que quería dejar de tomar mis
medicamentos.
—Ya lo has hecho antes y mira tu historia—me dijo.
—Pero ahora es distinto—repliqué—. ¿Me va a apoyar?
—No, no puedo—respondió.
—Bueno—repliqué—, lo haré de todos modos. Asumo toda la responsabilidad.
Me dijo que me vería en un mes. Cuando al cabo de un mes regresé, estaba tomando la
mitad de los medicamentos, en dos meses más la había suprimido totalmente. Me preguntó
cómo me sentía, y cuando le dije que estaba muy bien, me dio la mano y me comunicó que
ya no tenía que volver. Fue como si estuviera descubriendo la vida por primera vez y me
sentí motivada a escribirle la siguiente carta a Neil.
Querido Neil:
Estuve leyendo mis diarios de los años pasados y fue un recuerdo cruel y duro de las
tinieblas y del mal en que estuve sumida por tantos años. Escribí a menudo acerca de
«ellos» y de cómo me controlaban. A menudo creí que antes de sentirme dividida entre
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Satanás y Dios, prefería descansar en la oscuridad. No me había dado cuenta de que era hija
de Dios y que estaba en Cristo, no pendiendo entre dos espíritus. Muchas veces sentía que
me controlaban y que estaba loca, perdiendo todo sentido de mi propia identidad y de la
realidad. Creo que de algún modo había aprendido a amar las tinieblas. Me sentía segura
allí, y me engañaban las mentira de que moriría si dejaba el mal y de que Dios no supliría
mis necesidades ni me cuidaría como yo deseaba.
Por eso no pude hablar con usted la primera vez. No quise que me quitara lo único que
tenía, y la simple idea me aterrorizó. Supongo que el maligno tuvo algo que ver con esos
pensamientos y temores, pues estaba muy engañada. Me esforzaba mucho para orar y leer
la Biblia, pero no tenía sentido. Una vez traté de leer el libro The Adversary [El adversario]
de Mark Bubeck, y literalmente no pude lograr que mi mano lo levantara. Sólo me quedé
mirándolo.
En un intento de mejorar las cosas, los siquiatras probaron muchos medicamentos y
dosis (incluyendo antisicóticos). Tomaba hasta quince pastillas diarias sólo para
mantenerme en control y un poco en acción. Estaba tan drogada que no podía pensar ni
sentir casi nada. ¡Era como un cadáver ambulante! Los terapeutas y los médicos estaban de
acuerdo en que padecía de una enfermedad mental crónica, y que lidiaría con ella el resto de
mi vida, ¡fue un pronóstico derrotante!
En el congreso pude ver el cuadro total. Sólo pocas semanas antes había tomado la
decisión de no entretener más las tinieblas, y que realmente deseaba estar sana, pero sin la
menor idea cómo dar ese paso. Bueno … aprendí, y de nuevo mi mente se tranquilizó.
Pararon las voces, se levantaron las dudas y la confusión; estaba libre. Ahora sé cómo
enfrentarlo.
Me siento como una niñita que ha pasado por una tormenta horrible y aterradora,
perdida en la confusión y la soledad. Sabía que mi Padre amante estaba al otro lado de la
puerta y que era mi única esperanza y alivio, pero no podía pasar por esa puerta tan pesada.
Entonces alguien me enseñó cómo darle vuelta a la cerradura y me dijo que tenía todo el
derecho y la autoridad para abrirla por ser hija de Dios. He levantado mis manos y he
abierto la puerta para correr hacia mi Padre y ahora descanso en sus brazos fuertes y
amorosos. Tengo toda la seguridad y la fe de que «ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni lo presente, ni lo porvenir, ni poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna
otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro»
(Romanos 8:38).

Ahora me siento en paz y satisfecha por dentro.


Ahora trabajo en un ministerio, y saco horas para leer y orar y ser amada por el Dios,
del cual tanto había oído pero jamás experimentado. Doy, y sirvo como siempre soñé. En
mi esclavitud, nunca pude extenderme más allá de mi desesperación. Ahora me siento en
paz y satisfecha por dentro, en cierto modo como una niña, con propósito, dirección, gozo y
esperanza.
Ahora cuando tengo pensamientos acusadores o negativos, simplemente rebotan porque
he aprendido a atar a Satanás con una frase rápida, haciendo a un lado sus mentiras y
escogiendo la verdad. ¡Y realmente funciona! Gracias a mi fuerte Salvador, Satanás me
deja casi instantáneamente. He tenido unos cuantos días bastante malos, pero entonces
decido recordar quién soy y le digo a Satanás y a sus demonios que se vayan. Es un milagro
… ¡se levanta la nube!
Me da tristeza pensar que he estado gran parte de mi vida en cautiverio, creyendo
mentiras. Trato de recordar: «Por esto mismo te he dejado con vida, para mostrarte mi
poder y para dar a conocer mi nombre en toda la tierra» (Éxodo 9:16). Sé que Dios usará
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poderosamente mis experiencias en mi vida, así como también en la de los demás. Las
cadenas han caído; me he decidido por la luz y la vida.
Debido a los cambios tan evidentes en mi rostro, la gente me ha estado buscando para
conocer la luz y la verdad. Son tantos los casetes suyos que he dado a otros que también se
encuentran en esclavitud y necesitados, que no puedo seguir la pista a todos.

Tuve que ver que no soy la persona enferma.


Todavía estoy visitando a un consejero cristiano, lo que me ha sido muy útil. Es
espantoso dejar atrás mi pasado y es una lucha aprender a vivir. La tentación más grande
que siento es estar enferma, porque lograba recibir mucha atención. Tuve que ver que no
soy esa persona enferma sino que soy una hija de Dios y que Él desea que yo esté libre. Me
fue difícil aceptar esa nueva identidad, y unas cuantas veces he tenido días «locos». Pero
reconozco que no es lo que quiero y llamo a mi amiga para que ore conmigo, y con su
apoyo renuncio a las tinieblas.
La batalla más grande que tengo es permanecer estable porque mi tendencia es dejar
que mi mente se divida. Mi oración diaria es que Él me ayude a permanecer centrada y que
lo ame con todo mi corazón y mi alma, no a medias.
Otra amiga importante hace cinco años fue liberada como médium de la Nueva Era. Me
ha sido de ayuda inmensa, pero mi apoyo principal es la amiga que conocí en su congreso.
Nuestras cuentas de teléfono son enormes y nos vemos tres o cuatro veces por año.
Verdaderamente creo que no habría sobrevivido ni permanecido libre en esos primeros
meses sin la ayuda que ella me brindó.

Mi familia hizo todo lo posible por amarme.


Mi familia y el tratamiento que recibí fueron de lo mejor. Hicieron todo lo que pudieron
por amarme, ayudarme y salvarme la vida. He recibido mucho amor en el transcurso de mi
vida por parte de tantas amistades y familiares. Siento que es por sus oraciones, amor
constante y apoyo que hoy estoy viva.
Creo firmemente que las drogas que me recetaron no me permitían pensar ni luchar. Me
dejaban en un estado tan pasivo y semialerta, que no me podía concentrar. No podía escribir
por el fuerte temblor de mis manos … no podía ver a veces por la visión nublada … no
podía orar porque no había concentración … y jamás tuve la energía para discernir
pensamientos o recordar verdades de las Escrituras … y no podía seguir el hilo a una
conversación. Era como si estuviera tomando entre doce y quince antihistamínicos a la vez,
quedando en condición desamparada sin ninguna calidad de vida.

Saco mis tarjetas y las leo en voz alta, hasta que la luz ahuyente
a la oscuridad.
Tengo gran cantidad de tarjeticas en las que he escrito versículos conteniendo la
verdad, y las llevo a todas partes. Ha habido momentos en que la oscura nube de la opresión
es tan arrolladora que saco mis tarjetas y las leo en voz alta, hasta que la luz ahuyente a la
oscuridad y logre volver a orar. Entonces descubro la mentira que había estado creyendo,
reclamo la verdad, anuncio mi posición en Cristo y renuncio al diablo. Ya el proceso se ha
vuelto tan automático que me encuentro reclamando y renunciando en voz baja, casi sin
tener que pensarlo.
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Mi amiga y yo hemos hablado mucho respecto a lo que es rendirse activamente. ¿Cómo


reconozco mi dependencia total de Dios y sigo a la vez luchando? No lo comprendo
totalmente pero es la entrega activa la que nos libera.
El mayor conflicto que tengo hasta la fecha es querer ser libre. Siento la tentación de
usar mis «otros yo» o amigos desvinculados. Ocupaban los compartimientos en mi ser
donde yo iba para escaparme de la realidad y para encontrar alivio. Satanás se aprovecha de
esos escapes mentales, causando caos en mi mente y en mi vida.

Ahora deseo encontrar mi seguridad en Dios.


Literalmente enterré piedras que representaban cada parte de mi mente en las que
persistía. En un sentido, fue una pérdida enorme. Por otro lado, sabía que tenía que hacerlo
porque esas identidades y esos compartimientos tipo sicótico fueron las habitaciones de
Satanás y de sus secuaces. Todavía me tientan, e incluso he regresado a ellas cuando me he
sentido bajo mucha presión, pero lucho en contra y logro enderezarme. Me agarro del amor
de Dios y de su fortaleza de una manera que jamás antes había podido. Ahora deseo
encontrar mi seguridad en Él.
Jamás podré expresar la diferencia que he sentido en mi corazón y en mi vida. Donde
residía un corazón hecho pedazos, ahora hay uno sano. Donde mi mente estaba vacía, ahora
hay un canto y un intelecto muy superior a lo que jamás antes comprendí. Donde antes
hubo una vida irreal y de desesperación, ahora hay gozo, libertad y luz. A Dios sea la
gloria, porque lo único que he hecho es al fin decir «sí» a su oferta de libertad. ¡Estoy muy
agradecida de estar con vida!
Jennifer

* * *

Cómo obtener la libertad y mantenerse libre


Cuando Jennifer se reunió conmigo por primera vez, la conduje a través de los pasos
hacia la libertad. El hecho de que hubiera cierta resolución se pudo notar claramente en la
primera carta que envió. Sin embargo, no hubo tiempo suficiente en una sesión de tres
horas de consejería para que yo, ni nadie, pudiera educarla lo suficiente acerca de su
identidad en Cristo, mucho menos respecto a la naturaleza de la batalla espiritual. Además,
en ese entonces yo no tenía la base de experiencia que ahora tengo. Como Jennifer no tenía
el conocimiento volvió a caer en sus antiguos patrones y hábitos. En su segunda visita
participó en todo un congreso diseñado con el fin de darle la información que necesitara
para obtener su libertad y mantenerse libre.
La mayoría de los pastores no disponen de tiempo suficiente como para sentarse con la
gente, uno por uno, para darles sesiones extensas de enseñanza. Normalmente pido a la
persona antes de la primera entrevista, que al menos lea Victory Over the Darkness
[Victoria sobre la oscuridad]. Cuando se tiene que luchar para poder leer como le sucedía a
Jennifer, a menudo hay un síntoma de hostigamiento demoníaco. Entonces los dirijo
primero por los pasos hacia la libertad y les doy seguimiento con tareas como leer el libro o
escuchar casetes sobre el mismo tema.
Permítame destacar de nuevo que no doy nada por sentado respecto a los conflictos
espirituales. Se necesita un medio, seguro para evaluar las cosas a nivel espiritual. No
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difiere de lo que hace un médico cuando pide primero un examen de sangre y de orina. La
iglesia debe responsabilizarse del diagnóstico espiritual y de la resolución.
Si se ve la liberación como algo que uno puede hacer por una persona, normalmente
habrá problemas. Quizás logre conseguir su libertad al echar un demonio, pero es muy
posible que este regrese y que el estado final sea peor todavía. Cuando Jennifer confesó,
renunció, perdonó, etcétera, aprendió cuál era la naturaleza del conflicto al experimentar
todo el proceso. En vez de desviarla, apelé a su mente, donde se estaba librando la
verdadera batalla, y la ayudé a asumir la responsabilidad de escoger la verdad.
Son muy apropiados los comentarios de Jennifer sobre los medicamentos recetados. El
uso de drogas para curar el cuerpo es recomendable, pero para curar el alma es deplorable.
Estaba tan dañada su capacidad para pensar que no podía elaborar nada a nivel mental. Veo
a menudo personas en esta condición y es sumamente frustrante, sin embargo, jamás
contradigo el consejo de un médico. Tengo muchísimo cuidado de advertirle a la gente que
no dejen sus medicamentos demasiado pronto, para evitar los graves efectos secundarios
que puedan resultar. Es cierto que Jennifer dejó de tomar sus medicamentos demasiado
pronto después de su primera entrevista, y eso quizás contribuyó a que tuviera una recaída.

Algunos no quieren ser libres


A la gente espiritualmente sana le es muy difícil comprender a quienes no siempre
quieren ser libres de la esclavitud de su estilo de vida. He conocido a muchos que no
quieren librarse de sus «amigos». Una vez, después de conducir por los pasos hacia la
libertad a la esposa de un pastor, sentí que no estaba completa su libertad. Me miró y me
dijo:
—¿Y ahora qué?
—Dígale que se vaya—respondí después de una pausa.
Con una mirada perpleja, reaccionó:
—En el nombre del Señor Jesucristo, le ordeno que se vaya de mi presencia.
Inmediatamente recibió su libertad. Al día siguiente me confesó que la presencia le
estaba diciendo a la mente: «¿Me vas a echar después de todos los años que hemos vivido
juntos?» Apelaba a sus sentimientos de compasión.
Un joven me dijo que oía una voz que le rogaba que no lo obligara a irse porque no
quería ir al infierno. El demonio quería quedarse con el joven para poder ir con él al cielo.
Le pedí al muchacho que orara, pidiéndole a Dios que le revelara la naturaleza real de esa
voz. Apenas había terminado de orar, exclamó con gran disgusto. No sé lo que vio ni
escuchó, pero era obvio que era algo malévolo. Estos no son unos inofensivos guías
espirituales: son espíritus engañadores que buscan desacreditar a Dios y promover alianzas
con Satanás. Son destructores que destrozan una familia, una iglesia o un ministerio.

Excesos de comida seguidos de purgas


Es una condición inquietante de nuestra época la de los trastornos en la alimentación.
Las filosofías enfermizas de nuestra sociedad han asignado al cuerpo humano un estado
endiosado. Las muchachitas a menudo se obsesionan con su apariencia como norma para
medir su propio valor. En vez de encontrar su identidad en el ser interior, la buscan en el
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exterior. En vez de centrarse en el desarrollo del carácter, lo hacen en la apariencia, y


prestigio. Satanás aprovecha esta búsqueda equivocada de la felicidad y autoestima.
Agregado a ese problema vemos el aumento del abuso sexual y de la violación. Muchas
niñas y muchachas adictas a los trastornos en la alimentación han sido víctimas de delitos
sexuales. Como las agencias seculares no tienen el evangelio, no saben cómo liberar
totalmente de su pasado a esta gente. Lo que las libera totalmente es conocer quiénes son en
Cristo y reconocer lo imprescindible que es perdonar, aunque siempre deben lidiar con las
mentiras que Satanás usa con ellas.
Una señorita tomaba setenta y cinco laxantes diarios. Se graduó en una excelente
universidad cristiana y no era tonta. Sin embargo, fue inútil razonar con ella. Las unidades
para el tratamiento de trastornos en la alimentación lograron detener su tendencia de perder
peso usando fuertes controles de conducta. Cuando hablé con ella le pregunté:
—Esto no tiene nada que ver con tus hábitos de comer, ¿verdad?
—No—respondió.
—Estás defecando para purgarte del mal, ¿no es cierto?—le dije.
Asintió con la cabeza y le pedí que repitiera mis palabras:
—Renuncio a la defecación para purgarme del mal y declaro que únicamente la sangre
de Jesucristo me limpia de toda maldad.
Por un corto tiempo dejó de tomar laxantes, pero en este caso, como en el de Jennifer,
no tenía el cuadro total y no logró aprovechar el apoyo que necesitaba.
Otra mujer dijo que se había purgado toda la vida, igual que su madre. Dijo que no
planeaba hacerlo conscientemente y que era un chiste entre sus hijas adolescentes poder
vomitar en un vaso desechable mientras conducía el auto, sin jamás cruzar la línea media de
la carretera. Cuando le pregunté por qué vomitaba, me respondió que se sentía limpia
después. Le pedí que repitiera mis palabras: «Renuncio a la mentira de que vomitar me va a
limpiar. Creo únicamente en la obra purificadora de Cristo en la cruz».
Después de repetirlo, inmediatamente exclamó: «Ah Dios mío, eso es, ¿verdad? Sólo
Jesús puede lavarme de mi pecado».
Me contó que en su mente tuvo una visión de la cruz.
Por esa misma razón se corta la gente: trata de purgarse del mal. Es un engaño
espiritual, una mentira de Satanás, de que podemos ser el dios de nuestra vida y lograr
nuestra propia purificación. ¿Recuerda a los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal que se
levantaron contra Elías? Ellos se cortaron (1 Reyes 18:28). En muchas religiones paganas
alrededor del mundo se cortan la piel, cosa que para el que viaja es fácil corroborar. Es
importante desenmascarar esa mentira y renunciar a ella. En muchos casos la persona ni
siquiera sabe por qué lo hace, así que pedirle la razón podría ser contraproducente. Jennifer
trataba de extraerse el corazón porque creía que era maligno. También expuso que se
cortaba la piel para mantenerse en contacto con la realidad, creyendo que las personas vivas
sangran. La joven que tomaba laxantes empezó a llorar inmediatamente después de
renunciar a la mentira. Apenas se logró calmar, le pregunté en qué pensaba y me dijo: «No
puedo imaginar que creía tantas mentiras».
Es importante recalcar aquí que no todos los que se cortan tienen trastornos en su
alimentación, ni que muchos de los que los tienen no se cortan.
Recibí una carta muy perspicaz de una señora que experimentó un alivio tremendo al
seguir los pasos hacia la libertad, pero en ese momento el pastor no había tratado con ella el
asunto de su trastorno en la alimentación. Me escribió:
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Estimado Neil:
Acabo de leer The Seduction of Our Children [La seducción de nuestros hijos], que me
iluminó bastante en muchas áreas. En el capítulo 13 leía los pasos para los niños cuando
noté la sección aparte sobre los trastornos de alimentación. Conforme la leía, un dolor
agudo me atravesaba el corazón, pero también hubo un suspiro de alivio. Sus palabras
describían mi vida desde la escuela primaria.
Al principio de este año seguí los pasos hacia la libertad con un pastor y cambié
radicalmente. Pero no me parecía bien la lucha que seguía librando en cuanto a mi
apariencia física. Ese tema no había surgido en mi sesión de consejería.
A medida que leía su descripción de la persona típica que padece un trastorno en la
alimentación, me puse a llorar delante del Señor. Empecé cortándome, luego me volví
anoréxica, bulímica y finalmente una mezcla de los tres.
Repasé todas las renuncias y los anuncios que usted declaró y me puse de acuerdo con
una amiga en orar al respecto. Dios es muy bueno conmigo. No importa por qué se pasó por
alto en mis sesiones, el punto es que el enemigo quiso que fuera por mal, para mantenerme
esclavizada en una área que había controlado gran parte de mi vida. Dios usó el libro suyo
para agregarle a mi vida este paso de libertad. Muchísimas gracias.

La necesidad de que le crean a uno


Esta gente busca desesperadamente quién les crea y entienda lo que les sucede.
Conocen lo suficiente como para no hablar con quienes no entienden de pensamientos
extraños e imágenes raras. En el caso de Jennifer, cuando finalmente expuso su relato la
gente no le quiso creer y algunos todavía dudan. Ven su sanidad como una casualidad. Los
consejeros deben reconocer la realidad de las maniobras de Satanás, de que realmente no
«luchamos» contra sangre y carne, «sino contra principados, contra autoridades, contra los
gobernantes de estas tinieblas, contra espíritus de maldad en los lugares celestiales»
(Efesios 6:12).

El seguimiento
Los pensamientos de Jennifer respecto al seguimiento son selectos. No se puede
recalcar lo suficiente la importancia de tener una amistad con quien contar. Jamás fue la
intención de Dios de que viviéramos solos; nos necesitamos unos a otros. Y Jennifer
necesitaba seguir con una consejería que la ayudara a adaptarse a su nueva vida. En muchos
aspectos no se había desarrollado lo mismo que otros y ahora necesita madurar hasta lograr
la sanidad completa. En sí, la libertad no es madurez. Las personas como Jennifer están en
proceso de desarrollar nuevos patrones de pensamiento y necesitan tiempo para
reprogramar sus mentes.
Sus consejeros le proporcionaron el apoyo que necesitaba para sobrevivir, y son
personas buenas que hubieran hecho cualquier cosa por ayudarla. Nadie tiene todas las
respuestas. En primer lugar, y sobre todo, necesitamos al Señor, pero también nos
necesitamos unos a otros.

La oración eficaz a favor de otros


Pienso en los pastores que tratan de ayudar a la gente como Jennifer. La mayoría no ha
tenido preparación formal en consejería y muy pocos han estudiado en un seminario que los
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equipe a tratar con el reino de las tinieblas. Lo buscan personas desesperadas con
necesidades arrolladuras, sabiendo que su única esperanza es el Señor. A veces, la única
arma disponible al pastor es la oración, y así lo hace. Pero a menudo ve muy poca respuesta
a su oración de fe, lo que puede desanimarlo.
La mayoría de los cristianos están conscientes del pasaje en Santiago que instruye al
que está enfermo a llamar a los ancianos a que oren y los unjan con aceite. Creo que la
iglesia debería estar haciendo esto, sin embargo creo que hemos pasado por alto algunos
conceptos muy importantes, además del orden implícito en Santiago: «¿Está afligido alguno
entre vosotros? ¡Que ore!» (5:13). Quien más debe orar es quien está sufriendo. Las
personas con dolores que me veían cuando era pastor, me pedían oración. Por supuesto que
oraba por ellos, pero quien realmente tenía que orar era la persona que me pedía oración.
Fue tan notable el cambio en el rostro de una trabajadora social después de llevarla a
través de los pasos hacia la libertad que la insté a ir al cuarto de damas para que se mirara
en el espejo. Al regresar a mi oficina brillaba de la felicidad. Reflexionando en la
resolución de sus conflictos espirituales, me dijo: «Siempre pensé que otra persona tenía
que orar por mí. Este es un concepto equivocado muy común. En los pasos hacia la libertad
el aconsejado es quien hace casi toda la oración.
No podemos tener una relación de tipo secundario con Dios. Quizás necesitemos un
tercero para facilitar la reconciliación de dos personas, pero no la van a lograr por lo que
haga el mediador. Se reconciliarán sólo por las concesiones que hagan las partes
principales. En la resolución del conflicto espiritual Dios no hace concesiones para que nos
podamos reconciliar con él. Más bien, los «Pasos hacia la libertad» describen las
«concesiones» que debemos hacer nosotros para aceptar nuestra responsabilidad.
«¿Está enfermo alguno entre vosotros? Que llame a los ancianos de la iglesia» (5:14).
De nuevo vemos que la responsabilidad de sanarse siempre recae sobre el enfermo. Dudo
que jamás seamos eficaces en nuestros intentos de sanar a una humanidad doliente que no
quiera sanidad. Los pasos hacia la libertad funcionarán únicamente si la persona desea ser
sanada y acepta su propia responsabilidad.
Marcos registra el incidente en que Jesús envió por delante a sus discípulos en un barco.
El viento empezó a soplar fuerte y los discípulos se detuvieron en medio del mar y «se
fatigaban remando». Mientras caminaba sobre el mar Jesús, «quería pasarlos de largo»
(Marcos 6:48). Creo que el Señor quiere pasar de largo al autosuficiente. Cuando todo lo
queremos hacer nosotros mismos, Él nos lo permite. Cuando los discípulos le clamaron a
Jesús, Él fue donde ellos. Cuando el enfermo llama a los ancianos, ellos también deben
acudir.
Sigue diciendo Santiago: «Por tanto, confesaos unos a otros vuestros pecados, y orad
unos por otros de manera que seáis sanados. La ferviente oración del justo, obrando
eficazmente, puede mucho» (5:16). Creo que las oraciones de nuestros pastores serán
eficaces cuando la gente esté dispuesta a confesar sus pecados. Los pasos hacia la libertad
son un inventario moral feroz. He oído a la gente confesar atrocidades increíbles conforme
los van cumpliendo. Mi papel es darles la seguridad de que Dios contesta la oración y
perdona a sus hijos arrepentidos.
Siento mayor confianza en la oración después de conducir a la persona por los pasos
hacia la libertad. Juan escribe: «El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo
peca desde el principio. Para esto fue manifestado el Hijo de Dios: para deshacer las obras
del diablo» (1 Juan 3:8). Creo que estamos dentro de la voluntad perfecta de Dios cuando le
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pedimos que restaure una vida dañada por Satanás, daño que puede ser físico, emocional o
espiritual.
La orden es: «Buscad primeramente el Reino de Dios» y luego todo lo demás nos será
añadido. Una joven se me acercó en una conferencia con un saludo muy alegre:
—¡Hola!
—¡Hola!—le respondí.
—No me reconoce, ¿verdad?—me dijo.
No la reconocía ni siquiera después que me recordó que la había aconsejado hacía un
año. Había cambiado mucho. Como Jennifer, su apariencia y su rostro se veían totalmente
distintos, una manifestación bellísima del cambio en la persona que «busca primeramente el
Reino de Dios». ¡Qué distinto es todo cuando Cristo nos da la libertad!

Nancy:
Libertad del abuso sexual femenino
El ciclo de pecar, confesar, pecar, confesar, pecar, «me doy por vencido» es más común
en las esclavitud. Supongamos que el perro del vecino se haya metido al patio porque usted
dejó abierto el portón. Ahora la mandíbula del perro se ha prendido de su pantorrilla. ¿Se
golpea usted o al perro?
Con todo el dolor del alma y conscientes de haber dejado una puerta abierta al pecado,
clamamos a Dios por su perdón. Adivine lo que hace Dios: ¡Nos perdona! Había dicho que
lo haría, pero el perro todavía está adentro. En vez de la rutina de pecar y confesar, la
perspectiva bíblica completa es pecar, confesar y resistir: «Someteos pues a Dios. Resistid
al diablo, y él huirá de vosotros» (Santiago 4:7).
En nuestro mundo occidental nos portamos como si los únicos actores en el drama
fuéramos nosotros y Dios, lo cual no es cierto. Si fueran sólo usted y Dios, entonces o usted
o Dios tendría que llevar encima la culpa de los espantosos estragos cometidos en este
mundo. Creo que Dios no es el autor de la confusión ni de la muerte, sino del orden y de la
vida. El arquitecto principal de la rebelión, del pecado, de la enfermedad y de la muerte es
el dios de este mundo: el padre de las mentiras (Juan 8:44).
Sin embargo, «el diablo me empujó» no forma parte de mi teología ni de mi práctica. Es
nuestra la responsabilidad de no dejar que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales
(Romanos 6:12). Pero sería el colmo del juicio farisaico y del rechazo humano tratar como
culpables principales y a las personas atadas y echarlas por no lograr poner orden.
Si usted fuera testigo de una violación sexual de una niñita que dejó la puerta abierta y
los intrusos malévolos se aprovecharon de su descuido, ¿no haría caso a los abusadores y
confrontaría únicamente a la niña? De ser así, esa niñita llegaría a concluir que hay algo
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maligno en su ser, que es lo que han experimentado Nancy y muchas otras como ella.
Aprendamos por medio de su historia.
* * *

La historia de Nancy
Parecíamos una familia normal y feliz.
Mis padres eran jóvenes y no eran cristianos. Cuando yo nací tenían dos años de
casados, y su matrimonio estaba tambaleante. Luego se agregaron a la familia dos
hermanos y una hermana y las fotos de esa época muestran que parecíamos una familia
normal y feliz. Papá era guapo y mamá también era bonita. La mayoría de las fotos fueron
tomadas cuando la familia estaba lista para ir a la iglesia un domingo de resurrección, el
único día del año en que asistíamos a la iglesia.
Nos mudábamos a menudo, por lo que asistí a ocho escuelas distintas antes de entrar a
la secundaria, en dos colegios diferentes.

Mi padre me decía que yo era su hija favorita. Luego me tocaba.


Mi padre tenía un problema de drogas y de alcohol, entraba y salía de la cárcel porque
robaba para obtener lo que necesitaba para alimentar el vicio. Hasta rompió mi alcancía
para sacar el poco dinero que tenía, y una vez vendió todas las lámparas de la casa. Se iba
por un par de días y luego regresaba totalmente ebrio y agresivo, quebrando muebles,
cuadros y cristalería. No era nada raro que cuando se enojaba destruyera las cosas.
Cuando tenía tres años de edad mi padre me dijo que podía dormir en su cuarto
mientras mi madre trabajaba. Recuerdo estar acostada en la cama de mis padres, mi papá
hablándome como si fuera su esposa. Me decía que me amaba más que a mi madre y que
yo era su hija favorita. Entonces me tocaba sexualmente. No tenía la menor idea de lo que
estaba sucediendo, sólo que esto hacía feliz a papá y entonces me trataba bien. Me advertía
que jamás le contara a mi mamá porque ella no lo comprendería. Fue entonces cuando
empecé a masturbarme, generalmente varias veces al día.
Fue una época muy confusa para mí. A veces me sentía dividida entre mis padres
porque otras noches, cuando mi madre estaba en casa, mi padre me pegaba y me tiraba
contra la pared. Una noche tomó una cobija, la arrojó sobre mi cuerpo entero y se sentó en
ella. No podía respirar ni ver la luz. Al principio mi madre sólo se rió, pero luego le gritó a
papá que se levantara. Esa experiencia fue una de las primeras veces en que recuerdo haber
estado fuera de mi cuerpo observando lo que sucedía.
Otra vez mi papá nos emborrachó a mi hermanito y a mí. Nos daba a probar lo que
tomaba y luego nos daba vueltas y observaba nuestra cómica manera de caminar.
Cada dos o tres meses mamá dejaba a papá y nos íbamos una temporada a donde mis
abuelos hasta que papá decía: «Lo siento; no lo vuelvo a hacer». Entonces regresábamos a
vivir con él. Durante esos períodos de separación siempre estuve con mamá, y me alegraba
mucho porque me daba muchísimo miedo quedarme totalmente sola con mi padre.

La casa estaba destruida totalmente, peor que de costumbre.


Papá estaba parado sobre nosotros con una pistola.
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Una vez, cuando tenía cerca de cinco años, Papá llegó a casa y hubo el común destrozo
de muebles y cuadros; pero esta vez fue diferente. Era muy tarde en la noche y mamá y yo
estábamos levantadas pero estábamos empacando para irnos, como hacíamos a menudo.
Esta noche, en particular, estábamos agachadas en un rincón de su dormitorio. La casa
estaba totalmente destrozada, peor que nunca, y papá estaba de pie sobre nosotras con una
pistola apuntando a la cabeza de mi madre. Nos dijo:
«Ahora sí, voy a jalar el gatillo».
Mamá me abrazó fuertemente y le rogó que no la matara. Lloré y oí que el gatillo sonó,
pero no hubo explosión. Mamá había botado las balas, y la pistola que papá creía tener
cargada estaba vacía; aunque mamá no estaba segura si él habría conseguido o no más
balas.
Con eso, papá se enojó mucho más y levantó a mamá y la arrojó al otro lado del cuarto.
Mamá me dijo que me fuera corriendo donde los vecinos, cosa que hice. Vino la policía y
se llevó a papá, me quedé toda la noche en casa de los vecinos, durmiendo sola en una
cama extraña y llorando como jamás lo había hecho antes. Quería que mamá me abrazara,
pero no estaba allí. No sé a dónde fue pero cada vez que las cosas andaban mal me tenía
que quedar en otro lado sin mamá. Todavía no entiendo a dónde iba ni por qué no quería
llevarme con ella.

Amaba a mamá, pero nunca sentí que ella me amara. Sabía que
papá me amaba, sin embargo me asustaba.
Otra vez estaban peleando, papá tenía un cuchillo y mamá una botella quebrada.
Recuerdo el conflicto en mi mente en cuanto a quién quería que ganara. Amaba a mamá
pero nunca sentía que ella me amaba. Sabía que papá me amaba pero me asustaba mucho.
Esta vez papá logró cortar la garganta de mamá y darle una paliza, por cuanto una vecina la
tuvo que llevar al hospital donde permaneció varios días. Por supuesto, me quedé en casa
de una amiga … otra vez sola.
Pensaba que mis padres amaban más a los animales que a la gente. Una vez papá trajo
un perro a casa porque alguien lo había estado maltratando. Mis padres se compadecieron
de él, lo mimaron, le dieron comida extra y hablaron de lo terribles que habían sido sus
dueños anteriores. Recuerdo que me sentía celosa del perro, pues deseaba que mis padres
fueran buenos «dueños» de mí.
Cuando cumplí seis años de edad, ya papá había estado varias veces en la cárcel y mi
madre al fin lo dejó. Nos mudamos a vivir con mis abuelos por un par de años y luego nos
fuimos a otra casa en el mismo pueblo.
Constantemente hablaba sola, diciendo cuánto necesitaba masturbarme para sentirme
mejor. Soñaba con los niños de la clase en la escuela y simulaba que estábamos haciendo el
amor. Una vez, mientras me masturbaba viendo televisión mi madre entró al cuarto y me
estuvo mirando. Al principio no la vi, pero cuando lo hice, simplemente me sonrió y me
dijo que eso era normal.
Había momentos, mientras me bañaba, que viajaba fuera de mi cuerpo y soñaba con que
yo misma me ahogaba. Lo sentía agradable, pero a la vez me asustaba. Llenaba la bañera
hasta donde pudiera, me metía y me veía entre el agua, boca arriba y muerta.
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Las sombras salían del ropero de mi abuela. Oía voces y algo se


movía en todo el cuarto.
Me quedaba cuanto tiempo pudiera donde mi abuela y veía cosas extrañas: sombras que
entraban y salían de su ropero, voces y ruidos y cosas que se movían en el cuarto. Una vez
mi escoba de juguete, salió volando hasta el otro lado del dormitorio. Al principio estas
cosas me asustaban, pero después disfrutaba tratando de hacerlas mover.
Mi abuela nos dio un tablero de la ouija para que jugáramos mi hermano y yo. Fue en
esta época que le pedí a mi hermano que durmiera conmigo. Nos besábamos y nos
agarrábamos de la mano, pues lo amaba tanto y sentía que no había otra forma de mostrarle
cuánto lo quería (¡oh, cómo te odio, Satanás!).
Me dieron un perro y lo miraba, pensando: «Te amo de todo corazón». Dejaba que me
lamiera y por un tiempo me hacía sentir bien, pero luego me deprimía. Un día lo miré y me
pregunté cómo sería si se muriera. En pocos minutos salió corriendo a la calle donde lo
atropelló un auto matándolo de inmediato. Recuerdo que otros sueños también resultaron
ciertos.
Cuando tenía unos siete años asistí a una iglesia en el barrio. Me gustaban los cantos y
la gente parecía muy buena, pero jamás recuerdo que alguien me preguntara quién era yo ni
por qué estaba allí sola.

Escribía historias acerca de fantasmas amigables. Así que pensé


que los fantasmas que veía en su casa también eran buenos.
Mis abuelos no dormían juntos. Más tarde supe que mi abuelo había tenido relaciones
con otra mujer y mi abuela le había dicho que se podía quedar; pero jamás volvieron a
dormir juntos, por lo que yo dormía con mi abuela. Ella escribía cuentos y me los contaba,
cuentos que por lo general eran de fantasmas amistosos, y por eso yo creía que los
fantasmas que veía en su casa eran buenos.
Mi abuelo me amaba y me decía que yo era su nieta favorita. Dormía con él también,
pero jamás me tocó de manera inapropiada, me gritó ni me hizo ningún daño.
Conversábamos y jugábamos en el comedor y él tocaba su guitarra y me cantaba. Aun
cuando había cosas extrañas en su casa, en mi experiencia fue lo más cercano a una familia
feliz.
Mi madre se volvió a casar y nos fuimos de allí. Los primeros años de su matrimonio
parecían normales. Nos castigaban, pero no nos golpeaba. Participaba en el grupo de niñas
exploradoras, en clases de zapateado, en gimnasia y sacaba buenas notas. Pero siempre
seguí escuchando voces que decían: «Eres fea y estúpida. Esto se va a acabar y tu
verdadero padre vendrá a agarrarte».
Empecé a soñar que me moría, por lo que me quedaba tendida en la cama rogándole a
Dios que me ayudara:
«Por favor, que haya algo que no sea la muerte, algo que sea más allá de la muerte».
Soñaba que mis abuelos se iban a morir, que nunca los volvería a ver. Soñaba que mi madre
se moría. Llegó a convertirse en tal obsesión, que no me dejaba dormir hasta que pensara en
la muerte de alguno de mis familiares, y luego lloraba hasta quedar dormida.
Asistí a una iglesia con una amiga cristiana y me presenté al altar cuando dieron la
invitación, deseando de corazón que alguien me amara y me ayudara. Pero este no era el
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momento ni el lugar. El consejero dijo que tenía que «morir bajo la cruz» para poder hablar
en otro lengua. Mi amiga me dijo que después me caería para atrás, pero que no me
asustara.
Unas treinta personas a mi alrededor empezaron a orar, algunos en lenguas y otros no.
Hacía calor y yo simplemente quería regresar a casa, por lo que se me ocurrió hablar en
jerigonza y caerme, cosa que hice. Todo mundo se emocionó mucho porque ahora yo era
«cristiana». Sabía que los había burlado y estaba confundida, preguntándome si no sería
que los cristianos eran falsos.

Jugábamos en el vivero, nos tomábamos de las manos y nos


besábamos.
Cuando estaba en la escuela primaria me cuidaba una muchacha solo unos años mayor
que yo. Nos quitábamos la ropa y nos acostábamos una encima de la otra en el suelo de la
sala. A veces pasaba la noche en su casa y jugaba conmigo desnuda.
En los veranos visitaba la casa de mis abuelos, y el verano después de terminar quinto
grado me llevé conmigo a una amiga.
Jamás había tenido deseos homosexuales, pero ese verano fue distinto. Jugábamos en el
vivero y yo le decía que era mi esposa o que yo era la suya, nos tomábamos de la mano y
nos besábamos. Una cosa conducía a otra y terminábamos en el piso, dando vueltas las dos
hasta que yo terminaba masturbándome. No creo que ella lo hizo jamás, y parecía un poco
nerviosa, pero siempre estaba dispuesta a jugar así varias veces al día.
Cuando regresamos a casa nos metimos a los arbustos y tratamos de jugar de nuevo,
pero esta vez no nos pareció bien y no lo volvimos a hacer. Mantuvimos nuestra amistad
durante todos nuestros años escolares pero jamás volvimos a mencionar los veranos juntas.
El año siguiente llevé a otra amiga a casa de mi abuela. Esta vez nos quedamos en el
dormitorio leyendo revistas y representando las historias que leíamos en las mismas.

La voz me decía: «Imbécil. Eres tan estúpida y fea que nadie te


va a querer».
En mis primeros años de secundaria, mi madre y mi padrastro peleaban cada vez más.
Me sentía culpable de sus pleitos, pero peor me sentía por mi problema de masturbación.
No le podía contar a nadie ni preguntar si realmente era algo normal, aunque también sabía
que no lo podía. Trataba al máximo de dejar de hacerlo pero siempre oía esa voz que me
decía: «No, está bien. Todo el mundo lo hace». Entonces más tarde la misma me decía:
«Imbécil. Eres tan estúpida y fea que nadie te va a querer».
Cuando cursaba los últimos tres años de secundaria, la mentira se convirtió en algo muy
importante en mi vida. Deseaba tener amistades y disfrutar de la vida, pero me sentía
estúpida e inferior, por lo que inventaba historias para verme mejor a los ojos de los demás
y para sentirme mejor.
Salía mucho con muchachos y dejaba que hicieran conmigo lo que quisieran, hasta
llegar al punto inmediatamente anterior al acto sexual, podía terminar a solas esa sensación
en casa. Por supuesto que los muchachos no sabían eso, por lo que tenía fama de
atormentadora. Varios me dijeron que los volvía locos por el sexo, lo que me hizo sentir
desprecio por mí misma, culpabilidad, sucia por dentro y por fuera, fea y fracasada.
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Finalmente ocurrió lo inevitable. Realicé el acto sexual con un muchacho en el asiento


delantero de su auto fuera de un teatro al aire libre. Realmente no fue doloroso; no fue
nada. Volvimos a su casa porque su papá era alcohólico y nunca estaba. Nos bañamos
juntos y le hice bailes sexuales.
Cuando llegué a casa me esperaba mi padrastro, como siempre. No hablamos mucho,
simplemente nos miramos y me fui a acostar, sintiéndome entumecida mientras dormitaba
pensando en todo lo sucedido esa noche. A la mañana siguiente, llamé al muchacho y le
dije que no quería volverlo a ver jamás y a todos en la escuela les conté que era un
perdedor.
Luego le pregunté a mamá que si una se podía vestir de blanco en la boda aunque no
fuera virgen. Ella se limitó a decir: «Puedes vestirte como quieras».
Me sentí rechazada, hubiera deseado que por lo menos me hubiera preguntado qué
pasaba.

Recuerdo lo bien que me sentía de niña en la iglesia, y ahora


volvía a sentir lo mismo.
Después de una de las mudanzas de nuestra familia yo viajaba en ómnibus a mi nueva
escuela, donde había decidido que no haría amistad con nadie, porque odiaba el lugar y
odiaba a mi padrastro por habernos trasladado otra vez. Se sentó a mi lado una alegre
muchacha que era animadora de los partidos deportivos. En sus manos tenía un trofeo y en
su cara una gran sonrisa. Sólo le di una mirada de reojo. Yo había participado en esa misma
actividad en el colegio de donde me acababa de mudar y no me hacía gracia que me
recordara todo lo que había tenido que dejar atrás.
Habló todo el camino al colegio y terminó invitándome a ir con ella al grupo de jóvenes
de su iglesia. No tenía la menor idea qué era un grupo de jóvenes de una iglesia y tampoco
me iba a hacer amiga de ella. Sin embargo, después de viajar juntas en el ómnibus por
varias semanas al fin estuve de acuerdo en acompañarla.
Fue una sorpresa encontrarme con un grupo de muchachas que cantaban, reían y leían
sus Biblias. Recuerdo lo bien que me sentí de niña en la iglesia y volví a sentir lo mismo
ahora. Mis voces me decían: «¡No! Estos muchachos no te van a querer. Eres estúpida por
estar aquí». Pero la chica que conocí en el ómnibus siguió siendo mi amiga y al final de ese
año escolar le pedí a Cristo que entrara en mi vida y me bauticé.
Me sentí muy entusiasmada con el Señor. Al fin había encontrado a alguien que jamás
me dejaría, ni me pegaría, ni me obligaría a hacer cosas malas, alguien que siempre me
amaría. A todo el mundo le contaba de Jesús y andaba por toda la casa, para arriba y para
abajo con mi Biblia, citando versículos. Empecé un estudio bíblico con mis hermanos y
orábamos juntos y hablábamos del amor de Cristo.

Tomé todo el dinero que encontré en casa y me fugué.


En mi último año de secundaria, mi madre y mi padrastro tuvieron un pleito muy
violento. Estaba aterrorizada y sentía que no podría aguantar que se volviera a repetir lo que
sucedía con mi padre natural, por lo que tomé todo el dinero que encontré en la casa y me
di a la fuga.
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Salí en auto a otro estado y me fui a vivir con un muchacho a quien había conocido
anteriormente. Las voces dentro de mí empezaron de nuevo, diciendo: «¡Ramera! ¿Y dices
ser cristiana?»
Después de un tiempo mi novio y yo rompimos y regresé a casa, pero mi padrastro no
quería que me quedara. Una noche asistí a una actividad deportiva en la universidad bíblica
local, pues en medio de todo lo ocurrido, anduve siempre con la fachada de ser cristiana y
de que Dios es muy grande.
Sin embargo, durante el partido sólo pude pensar en mi situación: me había fugado de la
casa, había vivido con un muchacho y ahora no tenía dónde vivir. En ese momento se
volvió hacia mí la muchacha sentada a mi lado y me preguntó si necesitaba donde vivir. Le
pregunté si podía leer la mente porque sí me hacía falta. Me mudé a vivir con ella y con
otras dos muchachas, me enteré que era lesbiana y que pensaba que yo era atractiva. Pero
esa fue una relación en la que jamás me metí.

Le fue difícil aceptar algunas cosas de mi vida. Sin embargo, me


dijo que de todos modos me amaba.
Una de las muchachas con las que vivía tenía un hermano que me gustaba, pero ella
trataba de cuidar su inocencia y realmente no quería que yo saliera con él. A pesar de ello,
empezamos a salir y fue una relación distinta a cualquier otra que había tenido. Sabía que
Jim me quería, ¡me amaba de verdad!
Al poco tiempo de comprometernos, le jugué sucio. Me sentí tan culpable que le
devolví el anillo de compromiso, pero no quiso romper la relación. Estaba confundida, me
masturbaba todavía y no comía bien. En mi corazón añoraba que me amara y se quedara
conmigo, pero me porté mal con él.
Decidí que el hombre con quien me casara tendría que conocer la verdad respecto a mí,
así que le conté mi pasado. Creció en un hogar cristiano muy estricto y protegido, y le fue
difícil aceptar algunas de las cosas en mi vida, pero me dijo que de todos modos me amaba.
A los siete meses nos casamos.
Antes de casados nunca nos habíamos acostado juntos, pero después nuestra relación
sexual fue muy anormal. Yo era adicta al sexo, no sólo con mi marido sino también con la
masturbación. Esto creaba tensión entre nosotros y peleábamos, por lo que empecé otra vez
a sentirme sucia y sola.
Nuestros primeros diez años de matrimonio fueron turbulentos. Jim asistía a un instituto
bíblico, trabajó con una corporación por siete años y luego entró oficialmente al ministerio.
Me entusiasmaba ser la esposa de un pastor y me impuse expectativas muy altas, de ser
perfecta y de estar siempre dispuesta a ayudar a los demás.
Teníamos dos hijos pero yo no era muy buena madre. Les pegaba mucho y me deprimía
fácilmente. Sentía que mi vida era un desperdicio; el suicidio llegó a ser una idea diaria.
Alternaba entre arranques de ira y pedir perdón. Quise estar cerca de Dios pero no lo sentía.
Cuando quedé embarazada por tercera vez, gran parte de mí quería abortar, pero una
partecita decía: «Ama a esta criatura».
Mi marido estaba contento con el embarazo, pero peleábamos todavía más y mis
cambios de temperamento se descontrolaron del todo. Llegó el bebé y no sabía cómo cuidar
a otro hijo. Lo único que quería era dejar esta vida, pues estaba deprimida y aburrida, y me
sentía fea, estúpida, indeseable y solitaria.
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Mientras tanto, en la iglesia y en las reuniones parecía que yo le gustaba a todo el


mundo. Normalmente era el centro de atención en las fiestas, pero esa era una fachada.
Nadie me conocía en verdad.
Estuve muy cerca de tener relaciones con uno de los diáconos casado con mi mejor
amiga. Jamás pasé de la etapa de hablar, pero me sentí muy tentada y sumamente
confundida. Dentro de mí, una voz me decía: «Hazlo. Nadie se va a dar cuenta». Pero otra
decía: «Sé fiel a tu marido». Después de esto perdí interés por el sexo con Jim, pero seguí
con el problema de la masturbación.

Veía sombras atravesando rápidamente el pasillo. Intenté


matarme.
Mi padrastro murió y nos llevamos a casa su sillón favorito. Cada vez que me sentaba
en el sillón y miraba por el corredor veía sombras saltar de los cuartos de los niños hacia el
dormitorio al otro lado del pasillo. Al principio creí que era porque estaba cansada, pero
luego me enteré que mi marido y otros también las vieron.
Una noche se paró una figura al pie de mi cama y me miró fijamente. Era alto y
moreno, con un niño pequeño a su lado. Estas apariciones volvieron de vez en cuando por
varios meses. Me deprimía cada vez más, hasta que intenté matarme varias veces con
pastillas. Hablaba de morir y entonaba canciones acerca de la muerte. Le dije a mi marido
que era la única forma en que tendría paz, entonces todo estaría tranquilo y yo estaría con
Dios.
Como me volvía cada vez más taciturna, Jim empezó a irse de casa por las noches
llevándose a los niños los fines de semana. No sabía qué hacer, por lo que salía huyendo
para esconderse. Yo permanecía en cama durante dos o tres días manteniendo la puerta con
llave y con un rótulo para evitar que me molestaran. Mientras tanto, Jim me disculpaba con
la iglesia, diciendo que yo estaba enferma.
Varias veces nuestro hijo mayor llamó una ambulancia porque le pareció que me estaba
muriendo. Me llevaban a la sala de emergencias, me hacían pruebas, me decían que todo
estaba bien y me devolvían a casa. Una vez recordé el nombre de un pastor y clamé
desesperadamente que lo llamaran para que me ayudara. Jim no estaba en casa, pero la
muchacha que cuidaba a los niños lo llamó. Oró conmigo y me refirió a un consejero
cristiano a quien consulté durante tres meses.
El consejero empezó diciendo que yo era cristiana y él también pero que este no era un
problema espiritual. Me dijo que había recibido maltrato de varios hombres en mi vida, que
estaba demasiado atareada y que no me estaba enfrentando con la niña dentro de mí. Una
vocecita interna dijo: «¿Pero dónde está Cristo en todo esto?» Sabía que las respuestas
tenían que estar en Él, pero simplemente no lograba alcanzarlas. Finalmente dejé de visitar
al consejero.

Uno de nuestros hijos empezó a ver «cosas» y a tener pesadillas.


Un día decidí que ya era hora de actuar, por lo que llevé la silla de mi padrastro al
mercado de las pulgas y la vendí. Después ya no volvimos a ver fantasmas en casa.
Renuncié a mi trabajo porque allí también estuve viendo fantasmas. En ese momento
empecé a tener un estudio bíblico diario.
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Jim y yo nos empezamos a llevar mejor y las cosas llegaron a ser casi normales, aunque
todavía deseaba morir para que él pudiera encontrarse una mejor esposa y nuestros hijos
una madre buena que no se encogiera cuando le dijeran: «Mami, te amo». Entonces a Jim le
ofrecieron otro trabajo y nos mudamos, deseando desesperadamente que esta nueva
situación nos ayudara.
En el nuevo lugar, uno de nuestros hijos empezó a ver «cosas» y a tener pesadillas. No
podíamos dejarlo solo. Veía a un hombre rubio correr por su dormitorio y salir por la
puerta. Una noche, cuando tenía cuatro años de edad, nos dijo: «Necesito que el Señor viva
en mí».
Recibió a Cristo en su vida, y no sólo desaparecieron las apariciones y las pesadillas,
¡sino que también sanó inmediatamente de los graves ataques de asma que lo tenían con
medicamentos y con un respirador! Hoy en día, si le preguntan sobre el asunto, siempre
dice que: «Dios me sanó».
Después de ese breve período y estar casi normales, el nuevo empleo se volvió un
desastre. Empecé a masturbarme de nuevo, peleando y mintiendo. Despidieron a mi marido
y nos mudamos a otro lugar, donde Dios suplió milagrosamente una casa y otro empleo con
el personal de una iglesia. Contentos con esa nueva situación pasamos un tiempo muy bien,
pero de nuevo llegó la depresión. No podía desempeñar mis funciones y de nuevo quería
morir. No tenía amistades; ni en quien confiar. ¿Quién iba a comprender lo que eran voces,
fantasmas, depresiones tremendas y la obsesión por morir? Llevaba una doble vida, trataba
de ayudar en la iglesia, aun presentándole el Señor a unas personas, mientras que en casa
era histérica e iracunda. Tenía engañado a todo el mundo, menos a mi familia. Sentía que
me volvía loca.
Un médico me diagnosticó el problema como síndrome premenstrual y me contó que
había una pastilla nueva. Yo creía que un cristiano podía tener problemas físicos, pero en el
caso mío el problema era de la mente y sabía que de algún modo tendría que ponerle fin a
este tormento mental.
Sentía miedo … miedo de bañarme por temor a que la cortina de baño me envolviera y
me matara … temor de contestar el teléfono por no querer hablar con nadie … temor de ser
responsable, pues ya no era la persona a quien le encantaba planear, organizar y realizar
grandes actividades … temor a las caras en el espejo de mi cuarto … y temor a manejar el
auto de noche porque figuras y culebras aparecían en los focos.

Las oraciones tenían respuesta y nuestro ministerio en la iglesia


crecía.
En una librería cristiana encontré un cuaderno para la oración y Jim me lo compró, pues
estaba muy desesperado y hacía cualquier cosa para ayudarme. Mientras tanto me decía que
Dios nos sacaría de esto, oraba por mí constantemente y esta vez no se enfrascó en su
trabajo.
Me traje el portafolio de oración a casa y empecé a tener estudios bíblicos todas las
mañanas. Había predicado a otros de la importancia del estudio diario, pero jamás lo había
podido cumplir en mi propia vida. Empecé a tener ese rato diario con Dios y fue
maravilloso. Las voces negativas cesaron, por un tiempo dejé de masturbarme, las
oraciones tenían respuesta y creció nuestro ministerio en la iglesia.
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Me sentía tan asustada y enferma que deseaba que Neil


cancelara la actividad.
En preparación para un congreso acerca de «Cómo resolver conflictos personales y
espirituales» en nuestra iglesia, mostraron una película donde Neil hablaba y algunas
personas daban testimonios. Mientras lo veía empecé a sentirme enferma y quise salir
corriendo, pero me quedé por el qué dirán. Camino a casa le dije a Jim que no quería asistir
al congreso, que ya me sentía mejor. Pensaba que mientras estudiara y orara todas las
mañanas estaría bien. Hablamos del asunto, luego dejamos el tema y me sentí tranquila,
pues todavía faltaban dos meses.
En las semanas anteriores al congreso hubo mucho alborozo en la iglesia. Todo el
mundo hablaba de lo interesante que iba a ser e invitaban a sus amistades. Decidí que iría
sólo para aprender a ayudar a otros y para apoyar a Jim. Entonces comenzó de nuevo el
tormento: no podía orar, me enojaba por cualquier cosa y volví a masturbarme. Me sentía
tan asustada y enferma que deseaba que Neil cancelara la actividad.
La primera noche del congreso estuve sentada haciéndome la que estaba totalmente
tranquila, tomando apuntes como si no me afectara. Pero la tercera noche ya no podía
concentrarme y nada tenía sentido. Sentía que me vomitaría o que lloraría. Escuché voces,
tuve pensamientos terribles e iba cuesta abajo con rapidez, especialmente cuando Neil
habló sobre la violación sexual.
Jim hizo una cita para mí con Neil y cuando me lo contó, empecé a temblar
fuertemente. Cuando llegó la mañana de la cita, le dije a Jim que no había forma de que
fuera a conversar con un conferenciante engreído, que simplemente me diría que estaba
mintiendo y que tendría que dejar de hacer todo eso.
Jim oró y me convenció de acompañarlo a la conferencia y luego a la cita. Esa mañana
lloré durante todas las sesiones. Finalmente, no aguanté más y me fui a sentar en el auto.
Este conflicto interno fue el peor que jamás había experimentado en mi vida entera. Me
decía: «¿Por qué vendría? ¿No sabe que no necesito su ayuda? Me gusta estar así. Estoy
muy bien. ¿Por qué no se va? Va a arruinarlo todo». Ese último pensamiento era el que me
seguía resonando: Va a arruinarlo todo.
Luego otra parte de mí decía: «¿Y qué podría arruinar?» Sentí tal temor que pensé guiar
el auto hasta atravesar la cerca que tenía al frente y escaparme, pero no lo hice. No tenía
dónde esconderme. Deseaba que me ayudaran, pero dudaba que Neil tuviera las soluciones.
Entonces me enojé. Odiaba a Neil; era el enemigo. Iría a esa cita estúpida, pero ganaría.

Le dije a Neil que no me agradaba y que esto no daría


resultados.
Jim me encontró en el auto y fuimos a almorzar con un amigo. Regresamos a la
conferencia y casi sin darme cuenta estaba sentada en un cuarto con Neil y con una pareja,
miembros de su personal. Jamás olvidaré lo que transcurrió en las dos horas siguientes y
jamás seré la misma.
Primero, le dije a Neil que no me agradaba y que esto no daría resultados. De manera
prosaica le conté algunas cosas respecto a mi familia. Luego empecé, sin ningún problema,
con la primera oración en los pasos hacia la libertad, aunque no sabía lo que leía. Pero no
pude orar cuando llegué al punto de tener que renunciar a todas mis experiencias cúlticas, al
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ocultismo y a lo no cristiano. Sentía que me vomitaba, mi visión se iba y volvía, sentía que
me ahogaba y no podía respirar. Recuerdo que muy tranquilamente Neil le dijo a Satanás
que me liberara, afirmando que yo era hija de Dios. Me sentí calmada y continué con las
oraciones.
Cuando llegamos a la parte del perdón le dije a Neil que no tenía que perdonar a nadie,
que amaba a todo el mundo, excepto a él en ese preciso momento. Me dijo que orara y le
pidiera a Dios que me ayudara a recordar a quiénes debía perdonar. Vinieron a mi mente
nombres en los que no había pensado en muchos años. Cuando empecé a orar para
perdonarlos, lloré profundamente y esta vez salieron bien las lágrimas. Sentí que me
quitaban un enorme peso de encima.
Pasamos por las otras oraciones y me iba sintiendo cada vez mejor. Podía respirar y me
sentía amada. Cuando terminamos, Neil me sugirió que fuera al cuarto de damas y me
examinara bien en el espejo. Lo hice y, por primera vez en mi vida, ¡me gustó lo que vi!
Dije: «Me gustas, Nancy. Es más, te amo». Miré a mis ojos y estaba feliz porque sentí que
gracias a Jesús, allí se reflejaba una persona realmente buena. Fue la primera vez en mi vida
en que pude mirar el espejo sin sentir autorrepugnancia.
Esa noche tuve que manejar el auto durante tres horas para llegar a la graduación de uno
de mis hermanos. Jim no pudo ir conmigo debido a sus responsabilidades con el congreso.

Miré al cielo y dije: «¡Gloria a Dios, estoy completamente


libre!»
Había manejado muy poco en la oscuridad por las imágenes que veía, normalmente
eran culebras blancas que saltaban hacia el auto. Una vez vi un auto envuelto en llamas
pero cuando llegué al sitio no había nada. He visto a gente parando su carro y de repente no
había nadie. Por eso, manejar de noche me producía muchísimo temor. Pero esa noche,
durante las tres horas que maneje, no vi nada. ¡Gloria a Dios!
Al día siguiente, junto a veintiocho mil personas más, asistí a la ceremonia de
graduación. Antes, las multitudes me causaban pánico. Me sentía atrapada y no podía salir,
como que me ahogaba y no podía respirar, y era como si el cielo se derrumbara a mi
alrededor. Sin embargo, ese día no sentí ninguno de estos síntomas. Por cierto, no fue sino
hasta que salí del estadio con la gente a mi alrededor que me di cuenta que se había ido el
temor. Miré al cielo y dije: «¡Gracias a Dios, soy verdaderamente libre!»
Lo que más agradecí cuando oré con Neil fue que no era una típica cita de consejería;
pasamos un rato con Dios. Neil me guió en las oraciones y me ayudó a seguir adelante,
pero fue Dios el que me libró de las garras de Satanás; fue Dios el que limpió la casa de mi
mente.

Miré en torno a nuestro dormitorio y escuché. Estaba silencioso,


verdaderamente silencioso. No habían voces.
La primera mañana en nuestra casa, después del congreso, miré en torno a nuestro
dormitorio y escuché. Estaba silencioso, verdaderamente silencioso … no habían voces, ¡y
no han vuelto! De vez en cuando me he sentido frustrada, pero ahora sé cómo manejar la
situación.
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Desde entonces nuestro hijo menor tuvo algunos temores y pesadillas. En vez de orar
con temor, hablamos de quién es él en Cristo. Nuestro hijo dijo: «¡Oye! Satanás me tiene
miedo. Mejor que me tengas mucho cuidado porque soy hijo de Dios».

Mi esposo y yo llevamos a una pareja a través de los pasos hacia


la libertad. Ahora ellos también son libres.
Varios meses después se quedaron con nosotros, por una semana, unos amigos nuestros
que eran misioneros. La esposa había sufrido mucho hostigamiento de varias maneras,
incluyendo la depresión y los pensamientos de suicidio. Jim y yo los condujimos por los
pasos hacía la libertad y ahora ¡ellos también son libres!
Desde que encontré mi libertad en Cristo puedo decir «Te amo» a mi marído sin oír
pensamientos de Mentira, no es cierto o Este matrimonio no va a durar. Ya hace mucho
tiempo que no siento depresión. No grito histéricamente a mis hijos. Ya no temo a la
cortina del baño.
La masturbación ya no es un problema. Jim y yo hemos podido llevar a muchos de
nuestros amigos en la iglesia por los pasos hacia la libertad, y estamos disfrutando de ver
que la libertad se extiende. ¡Gloria a Dios, soy realmente libre!
* * *

¿Le odian?
Tal vez se esté preguntando por qué Nancy, Sandy y otros expresaban odio hacia mí.
Me alegra decir que no eran sus sentimientos reales, porque esos no eran ellos. A Satanás
no le gusta lo que digo ni que esté ayudando a la gente a recuperar terreno donde él tenía
una fortaleza. Si esto sucede cuando está ayudando a alguien, no le haga caso a esos
comentarios y siga adelante. Una vez terminados los pasos, cuando ya se sientan libres, a
menudo le expresarán un gran cariño. ¿Recuerda el comentario que hizo Anne en el
capítulo 2? Dijo: «Inmediatamente sentí amor en mi corazón para usted, Neil».

La transferencia demoníaca
Si se puede traspasar la influencia demoníaca de una persona a otra, más que en
cualquier otro momento, que yo sepa, sucederá durante el acto sexual ilícito. Cada persona
abusada sexualmente con quien he trabajado ha tenido graves dificultades espirituales. La
masturbación compulsiva desde la edad de tres años no es parte «normal» del desarrollo,
especialmente para las niñas. Pero es un bastión muy común en aquellas alas que se han
violado sexualmente. Estas mujeres casi siempre se encuentran en un estado de profunda
condenación, tanto por el enemigo como por sí mismas, y con gusto se despojan de la
masturbación al entender cómo renunciar su punto de entrada y hacerle frente a Satanás.
La fortaleza tiene más arraigo cuando el abusador sexual fue uno de los padres. Estos
son la autoridad del hogar, y se supone que deben proporcionar la protección espiritual que
todo niño necesita para desarrollarse espiritual, social, mental y físicamente. Los padres que
se encuentren esclavizados pasan su iniquidad a la generación siguiente. Cuando son
abusadores, abren directamente la puerta para que haya un asalto espiritual sobre su hijo.
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En vez de ser el paraguas espiritual de la protección, abren las compuertas de la


devastación.

Vigilar lo que Dios nos ha encomendado


El principio fundamental es la mayordomía. Debemos ser buenos mayordomos de todo
lo que Dios nos encargue (1 Corintios 4:1–3). En mi libro, The Seduction Of Our Children
[La seducción de nuestros hijos], desarrollo este concepto más extensamente. Cada padre o
madre debe saber lo que significa dedicar sus hijos al Señor y cómo orar por su protección
espiritual. Como padres no tenemos mayordomía más importante que las vidas de las
criaturas que Dios nos ha confiado.

Unión sexual: atadura espiritual


Cada iglesia tiene la historia de una bella señorita que se involucra con un hombre
inapropiado. Después de tener relaciones con él ya no se logra apartar. Todo el mundo trata
de convencerla de que no vale la pena. A veces hasta sus amistades más cercanas toman
partido con sus padres, y ella sabe con certidumbre que la relación es enfermiza por el
desprecio con que la tratan. ¿Por qué simplemente no le dicen que se largue? Porque la
unión sexual ya ha creado una atadura «espiritual». A menos que la rompa, siempre se
sentirá atada a él por algo que ni siquiera comprende.
Me llamó un pastor un día y me dijo: «Si no puedes ayudar a esta jovencita que he
estado aconsejando, la van a tener que internar en la sala de siquiatría del hospital». Hacía
dos años que sostenía una relación enfermiza con un muchacho que traficaba con drogas y
que la trataba generalmente como un objeto sexual. El asalto mental que experimentaba era
tan vivo que no entendía por qué los demás no escuchaban las voces que ella oía. Al
conocer su historia, le pregunté qué haría si yo le exigiera que dejara a este muchacho y no
tuviera nunca más nada que ver con él. Empezó a temblar y dijo: «Seguramente tendría que
salir de esta sesión».
La guié por los pasos hacia la libertad, animándola a pedir perdón por usar su cuerpo
como instrumento de maldad, a renunciar a toda experiencia sexual que Dios le hubiera
revelado, y a reconocer que su cuerpo es el templo del Espíritu Santo. Su libertad recién
lograda fue inmediatamente evidente para mí y para los compañeros en oración que se
encontraban en el cuarto. Sin ningún consejo, dijo que también estaba libre del muchacho,
y que yo sepa, jamás lo volvió a ver.

Dios desea la libertad de sus hijos


He visto que es necesaria la renuncia a todo pecado sexual. Normalmente insto a tales
personas que le pidan al Señor que revele a sus mentes todo pecado sexual y toda persona
con la que se hayan involucrado, ya sea como víctima o victimario. Es increíble cómo viene
a la mente un torrente de experiencias. Dios desea la libertad de sus hijos. Cuando
renuncian a la experiencia, están específicamente renunciando a Satanás, a sus obras y a sus
caminos, y rompiendo sus ataduras. Cuando piden perdón, deciden andar a la luz con Dios.
El poder de Satanás y del pecado se ha roto y la comunión con el Señor se restaura de
manera muy bella.
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Doug:
Libertad del abuso sexual masculino
Los sentimientos de repugnancia surgen rápidamente en la mente de la mayoría de las
personas cuando se consideran imágenes de perversión sexual. Supongamos que esa fuera
la percepción de usted mismo y que además fuera ministro del evangelio a tiempo
completo. Para agravar el asunto añada el autoconcepto de ser un bastardo criado en un
hogar de raza mixta, con todo el rechazo social que desgraciadamente le acompaña.
¿Cómo se sentiría con respecto a su persona? ¿Aceptaría fácilmente el hecho de ser un
santo que peca, o se vería como un pecador desgraciado? ¿Andaría en la luz, tendría
comunión con otros creyentes y hablaría la verdad con amor? ¿O viviría una vida solitaria,
muerto del susto pensando que alguien se va a dar cuenta de lo que realmente le sucedería
por dentro? Tal es el caso de la siguiente historia.
* * *

La historia de Doug
Papá nunca me llamó «hijo».
Mi madre no estaba casada cuando nací, pero a los dos años se casó con un negro. Era
una persona decente, pero nunca me llamó «hijo» ni jamás me dijo que me amaba. Cada
vez que íba a algún lado con ambos padres era obvio que yo no era producto de su
matrimonio y a veces me llamaban «el chiquillo de Sambo».
Cuando tenía edad preescolar, una mujer que me Cuidaba me llevó a su apartamento e
hizo juegos sexuales conmigo. En los años siguientes realicé experimentación sexual con
otros niños, fui explotado sexualmente por muchachas y muchachos mayores y finalmente
fui violado por jóvenes.
Comprendía que mi identidad era «bastardo»: alguien que no había sido planeado ni
deseado, un accidente. Muy pronto percibí que mis ansias de amor y de aceptación
posiblemente se podrían satisfacer a través del sexo, y que al ofrecerle satisfacción a otros
por medio del sexo, podría mostrarles que mi amor no era egoísta. Por tanto, el sexo llegó a
ser una obsesión y con el tiempo me llevó a la perversión.
Traté muchísimo de lograr los aplausos y la aprobación también de parte del mundo
«correcto», y gané muchos premios y honores en la escuela. Pero mi autoimagen estaba en
cero y nadie ni nada parecía ayudarme. A los dieciséis años de edad me volví suicida.
Entonces un verano fui a un campamento y conocí personas que parecían quererme
genuinamente. Allí me enteré del amor de Jesús por mí. La promesa de obtener ese amor,
combinado con el enorme disgusto por mi persona, me condujo a recibirlo a Él como mi
Salvador. En esa época ya sabía que mi estilo de vida era malo y que debía abandonarlo,
pero lo había fijado durante años y me parecía que no tenía el poder para cambiar.
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Sin embargo, me propuse seguir a Cristo, orando que de alguna manera milagrosa me
transformara un día en la persona que ansiaba ser. Me preparé para el ministerio, me gradué
y luego me puse a trabajar con ahínco. Creo que parte de lo que me motivaba a trabajar en
el ministerio fue darme a otros con el fin de que a cambio, me amaran a mí.

Desde el principio, nuestra relación matrimonial estaba perdida.


Al cabo de unos cuantos años me casé con una mujer maravillosa. Desde el principio
nuestra relación matrimonial estaba perdida por la invasión de imágenes masculinas; mi
propia perversión en el pasado destruyó toda posibilidad de tener una vida sexual saludable.
Constantemente luchaba por no retroceder a las formas anteriores de sexo ilícito. Recurrí a
la masturbación, cosa que consideraba sexo «protegido» dado que así podía controlar mi
ambiente.
Mi esposa siempre me fue leal, pero definitivamente sentía que algo andaba mal. No fue
sino hasta que cumplimos diez años de casados que finalmente le conté un poco respecto a
mi problema. Esa noticia fue muy dolorosa para ella, pero a la vez sintió alivio de conocer
al fin la verdad.
Escuchaba conferenciante tras conferenciante hablar de la victoria en Jesús y yo
pensaba: Eso es bueno para el que no tiene un pasado como el mío. A otros les dará
resultados, pero no a mí. Simplemente voy a tener que vivir con mi pecado. Más adelante
tendré el cielo, pero por ahora debo lidiar con las realidades de mi pasado. Sentía que
estaba encadenado en una horrible identidad; era una esclavitud muy pesada.

Si me suicidara, esperaba que pareciera un accidente.


Desarrollé un plan de contingencias en caso de que alguien se enterara de que había
sido «homosexual» o bisexual. Conduciría mi auto contra un camión de transporte. Por
años estuve preparando el camino contándole a la gente que me daba muchísimo sueño tras
el volante y tenía que comer algo para mantenerme despierto. Si tuviera que suicidarme,
esperaba que pareciera un accidente para que a mi familia le dieran dinero del seguro.
Una noche, en un grupo de terapia, me hipnotizaron y conté algo de mi problema; más
de lo que debí. Salí con el estímulo del grupo, pero no me sentí bien por lo que les había
contado. De regreso a casa busqué uno de esos camiones por la carretera solitaria, decidido
a terminar con mi vida, pero no apareció ninguno. Apenas metí el auto en la entrada de la
casa, mis hijos salieron corriendo a recibirme y su aceptación y amor fue tan maravilloso
que rápidamente volví a la realidad.

Di el paso para alejarme de mi prisión de autocompasión.


Luego de algunos fracasos en el ministerio, pedí consejos a unos hermanos cristianos
mayores. Uno de ellos me dijo: «Te oigo decir que te esfuerzas tratando de comprobar que
eres digno». Esa fue una verdad muy dura e inmediatamente me metí en mi patrón
«autocompasivo» diciendo: «Señor, nunca ha habido una persona más rechazada que yo».
Entonces fue como si Dios hubiera hablado en voz alta a mi mente diciendo: «Al único a
quien le di la espalda fue a mi propio Hijo, quien llevó tus pecados en la cruz». Ese fue un
paso hacia la recuperación, de alejarme de mi prisión de autocompasión.
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Poco a poco hubo crecimiento. Dios me estaba ayudando a ver las cosas desde una
perspectiva distinta y ya mis pasiones no me controlaban tanto. Pero me seguía molestando
la realidad de que nuestra relación matrimonial no era todo lo que debía ser.

En una escala de diez, las tentaciones en mi vida mental bajaron


a dos.
Tuve la oportunidad de sentarme bajo la enseñanza de Neil y de oírlo hablar del
conflicto espiritual. Aprendí algunas dimensiones nuevas sobre la resistencia a Satanás y,
en una escala de diez, las tentaciones en mi vida mental bajaron a dos. Mi vida de oración
llegó a ser más vibrante e intensa. Mi necesidad de sentir autogratificación sexual que había
tenido durante veinticinco años disminuyó hasta tal punto que se eliminó totalmente.
Al fin encontré que podía tener una relación normal con mi esposa sin que pasara por
mi mente un video de otros imponiéndose sexualmente sobre mí. Fue algo sano y bello.
Todos esos cambios sucedieron sin que yo los persiguiera. Me senté a aprender de Neil y el
Señor hizo lo demás.

Pensaba que como único se acaba con el pecado es destruyendo


al pecador.
Entonces surgieron algunas dificultades y me di cuenta de que estaba sufriendo un
ataque y que debía reforzar lo aprendido. La verdad que me había ayudado de maneras
distintas fue quién era yo en Cristo, definido por mi Salvador y no por mi pecado. En
Romanos pude ver la diferencia entre quién soy y mi actividad: «Y si hago lo que yo no
quiero, ya no lo llevo a cabo yo, sino el pecado que mora en mí» (Romanos 7:20). Al fin
pude separar el verdadero yo de mis acciones. La razón por la que en todos esos años había
sentido tendencias al suicidio fue porque creía que como único acabaría con el pecado era
destruyendo al pecador. Todavía sufría una lucha constante entre la autoridad de mis
experiencias contra la autoridad de las Escrituras, pero al escoger la verdad y hacerle frente
a las mentiras de Satanás empecé a experimentar mi verdadera identidad.
Pude aprovecharme de la ayuda que me dio Neil cuando hablé en un congreso
eclesiástico de fin de semana. Después de la última sesión hubo un rato de testimonios en
que la gente empezó a confesar sus faltas unos a otros, como un miniavivamiento. Nunca
había visto algo así; fue una experiencia bellísima.
Pero mientras hablaba en ese congreso sobre el conflicto espiritual, a cientos de millas
de distancia, mi esposa pasó un susto por manifestaciones demoníacas en nuestra casa.
Tuvo que llamar a nuestros amigos para que la apoyaran y oraran por ella. Esto llegó a ser
una pauta que continuó por un período.
En el lado positivo, por medio de nuestro ministerio las personas se liberaban de
ataduras que las habían esclavizado por años. Las víctimas de abuso que habían tenido
relaciones desequilibradas recibían restauración en sus matrimonios y los pastores se
liberaban de problemas que paralizaban a sus ministerios. A la vez nos vimos hostigados
por Satanás y agotados por un horario abarrotado.

Durante esa opresión hubo una oleada de pensamientos


perversos.
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Ahora que reflexiono sobre la vez en que había planeado quitarme la vida pero que al
llegar a casa encontré a mis hijos en la entrada, me doy cuenta de que muchos de mis
recuerdos del pasado se habían bloqueados, misericordiosamente. Sin embargo, durante la
opresión demoníaca que vino después, hubo escenas retrospectivas de conducta depravada
y oleadas de pensamientos perversos. Luego habría un torrente de pensamientos
autodestructivos en los que el suicidio era de nuevo la salida más fácil para toda la presión
que experimentábamos.
Entraba y salía de la realidad sin poder controlarlo. Me dio miedo volverme loco. Me
despertaba a medianoche sudando por haber soñado con horrores increíbles como matar a
mis seres queridos y colocar sus cadáveres en bolsas transparentes.
Hablé de este ataque con mis hermanos en Cristo y hubo un apoyo masivo en oración.
Estaba muy débil y vulnerable, y necesitaba el apoyo de la oración por parte del pueblo de
Dios para quitarme de encima esa arremetida de depresión demoníaca. Finalmente se fue, y
de nuevo pude pensar con objetividad y espiritualidad sobre los asuntos.

La fortaleza que tengo hoy se debe a que no estoy solo.


Por la experiencia me he convencido de que nadie es tan fuerte que pueda mantenerse
solo. Tengo una esposa que ora por mí, un grupo de apoyo de hombres con quienes me
reúno una vez por semana, un estudio bíblico en la iglesia, y amigos dedicados y seres
queridos. Todos necesitamos un cuerpo de creyentes para animarnos, gente que con
nosotros enfrente los ataques del enemigo.
Anticipo con gozo los retos futuros. Nuestro ministerio continúa. Mi esposa y yo
todavía estamos resolviendo algunos asuntos en nuestro matrimonio que no se habían
solucionado totalmente, pero no hay nada allí que Dios no pueda sanar. Mi aceptación de Él
es mi mayor fortaleza. Gracias a su amor incondicional no tengo que probar que soy digno.
No hay nada que pueda hacer para aumentar su indiscutible amor por mí.
Donde antes llevaba la etiqueta de «bastardo», Colosenses me indica que en Cristo
somos elegidos, amados y santos. Estas son las nuevas etiquetas que luzco, y que
establecen mi identidad.

Dios dice que Él me escogió y no precisamente como el último


del grupo.
Cuando era niño y otros escogían a los miembros de los equipos de béisbol, me parecía
que escogían a todo el mundo antes que a mí. Era como si yo fuera una desventaja para el
equipo que me escogiera. Pero Dios dice que Él me escogió y no fue precisamente como el
último del grupo.
Recientemente pude tomar la mano de papá y decirle que no ha habido momento en que
lo amara más que ahora, ni que estuviera más orgulloso de él que ahora. Se le llenaron los
ojos de lágrimas y me dijo: «No creí jamás que te importaba. Nunca supe que yo era tan
importante para ti». Me acercó a él, me estrechó en sus brazos y me dijo por primera vez:
«Hijo, te amo».
¡Cómo penetró eso en las profundidades de mi corazón!
Dios tiene el ministerio de reparar nuestras vidas. Nos está cambiando a su semejanza.
Está uniendo todas las piezas separadas, tocando todas las relaciones entre padre e hijo,
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esposo y esposa. Ha empezado la buena obra y la continuará hasta que estemos delante de
él, completos en Cristo.
* * *

¿Dónde está su identidad?


Hay muchas maneras enfermizas de identificarnos, y el hacerlo de acuerdo al color de
nuestra piel o al estigma conectado con nuestro nacimiento es la más enfermiza. Si
tuviéramos sólo una herencia física, tendría sentido tomar nuestra identidad del mundo
natural. Pero tenemos también una herencia espiritual.
Repetidas veces Pablo amonesta a la iglesia para que se despoje del viejo hombre y se
vista del hombre nuevo: «El cual se renueva para un pleno conocimiento, conforme a la
imagen de aquel que lo creó. Aquí no hay griego ni judío, circuncisión ni incircunsición,
bárbaro ni escita, esclavo ni libre; sino que Cristo es todo y en todos» (Colosenses 3:10,
11). En otras palabras, deje de identificarse por la raza, religión, cultura y sociedad.
¡Encuentre su identidad común en Cristo!

La esclavitud del pecado


Todo aquel que amontone más condenación sobre este pastor o sobre cualquiera que
lucha así, ayuda al diablo y no a Dios. El diablo es el adversario, Jesús nuestro abogado. No
hay nada que quiera más la gente atrapada por el pecado sexual que ser libres.
Ningún pastor en sus cinco sentidos botaría su ministerio por una noche de placer, sin
embargo, muchos lo hacen. ¿Por qué? ¿Podremos ser siervos de Cristo y a la vez cautivos
del pecado? Tristemente, hay muchos que viven como siervos en ambos reinos, habiendo
recibido libertad del reino de las tinieblas y trasladados al reino del Hijo amado de Dios.
Aun cuando ya no estemos en la carne por estar en Cristo, todavía podemos andar (vivir) de
acuerdo a la carne, si así lo decidimos. Y la primera obra de la carne enumerada en Gálatas
5:19 es la inmoralidad (fornicación).
Hice una encuesta del cuerpo estudiantil de un seminario y me di cuenta que 60% se
sentía culpable por su moralidad sexual. El otro 40% estaba probablemente en varias etapas
de negación. Todo cristiano legítimo anhelaría ser sexualmente libre. El problema es que
los pecados sexuales son únicos en su resistencia al tratamiento convencional. En todo
caso, sí se puede lograr la libertad. Permítame establecer una base teológica para la libertad
y luego sugerir algunos pasos prácticos que debemos tomar.

Dos elementos fundamentales


Si tuviera que resumir las dos funciones imprescindibles que deben ocurrir para que un
creyente sea liberado y mantenga esa libertad, diría: «Primero, actúe. Haga algo respecto a
la disposición neutra de su cuerpo físico, entregándolo a Dios. Segundo, sea vencedor en la
batalla por su mente, programándola de nuevo con la verdad de la Palabra de Dios». Pablo
resumió ambas funciones en Romanos 12:1, 2:
Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros
cuerpos como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os
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conforméis a este mundo; más bien, transformaos por la renovación de vuestro


entendimiento, de modo que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios, buena, agradable y
perfecta.

En este capítulo quiero discutir el asunto del pecado sexual habitual en su relación con
el cuerpo físico. En el siguiente capítulo trataré el tema de la batalla por nuestra mente en
relación a las ataduras sexuales.
En Romanos 6:12 se nos amonesta que no dejemos que el pecado reine en nuestros
cuerpos mortales para obedecer sus malos deseos. Esa es nuestra responsabilidad: no dejar
que el pecado reine en nuestros miembros. Lo difícil es que la fuente de los conflictos son
«vuestras mismas pasiones que combaten en vuestros miembros» (Santiago 4:1).

Muertos al pecado
En Romanos 6:6, 7 encontrará el concepto básico que debemos entender para no dejar
que el pecado reine en nuestros cuerpos: «Y sabemos que nuestro viejo hombre fue
crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que ya
no seamos esclavos del pecado; porque el que ha muerto ha sido justificado del pecado». A
menudo pregunto en una conferencia: «¿Cuántos han muerto con Cristo?» Todo el mundo
levanta sus manos y luego pregunto: «¿Cuántos son libres del pecado?» Debería haber el
mismo número de manos, o si no, esta gente tiene un problema con las Escrituras.
Cuando fracasamos en nuestro andar cristiano es común razonar: «¿Qué experiencia
debo tener para vivir como si llevara la muerte de Cristo?» La única experiencia necesaria
fue la que Cristo tuvo en la cruz. Muchos tratan una y otra vez de hacer morir al viejo ser
(hombre) y no pueden. ¿Por qué no? ¡Porque el viejo ser ya murió! No se puede volver a
hacer lo que ya Cristo hizo por usted. La mayoría de los cristianos tratan desesperadamente
de convertirse en lo que ya son. Recibimos a Cristo por la fe … andamos por la fe … somos
justificados por la fe … y también somos santificados por la fe.
Sin embargo, en mi propia experiencia muchas veces no me siento muerto al pecado.
Muy a menudo me siento vivo al pecado y muerto a Cristo, aun cuando se nos amonesta
«vosotros, considerad que estáis muertos para el pecado, pero que estáis vivos para Dios en
Cristo Jesús» (Romanos 6:11). Es importante reconocer que tomar esto como cierto lo hace
cierto. Lo tomamos como cierto porque es cierto. Creer algo no lo convierte en la verdad.
Es verdad; por tanto, lo creo. Y cuando decidimos caminar por fe de acuerdo a lo que
afirman las Escrituras, termina siendo la verdad en nuestra experiencia. Así que, para
resumir: Usted no puede morir al pecado porque ya murió al pecado. Decida creer esa
verdad y andar en ella por la fe, entonces el resultado de estar muerto al pecado se va
desarrollando en su experiencia.
De manera similar, no sirvo al Señor para lograr su aprobación. Soy aprobado por Dios;
por tanto, le sirvo. No trato de vivir en rectitud con la esperanza de que algún día Él me
ame. Vivo con rectitud porque ya Él me ama. No trabajo en su viña tratando de ganarme su
aceptación. Soy aceptado en el Amado; por tanto, le sirvo con muchísimo gusto.

Vivamos libres
Cuando el pecado hace su llamado, yo digo: «No tengo que pecar porque ya he sido
librado de las tinieblas y ahora estoy vivo en Cristo. Satanás, tú no tienes ninguna relación
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conmigo y ya no estoy bajo autoridad». El pecado no ha muerto. Sigue siendo fuerte y


atractivo, pero ya no estoy bajo su autoridad y no tengo ninguna relación con el reino de las
tinieblas. Romanos 8:1, 2 ayuda a aclarar el asunto: «Ahora pues, ninguna condenación hay
para los que están en Cristo Jesús, porque la ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha
librado de la ley del pecado y de la muerte».
¿Estará funcionando todavía la ley del pecado y de la muerte? Sí, y se aplica a todo el
que no esté en Cristo, a los que no lo han recibido en sus vidas como su Salvador. También
está en efecto para cristianos que han decidido vivir de acuerdo a la carne. En el mundo
natural podemos volar si vencemos la ley de la gravedad con una ley superior. Pero en el
momento que desconectamos esa potencia superior, perdemos nuestra altura.
Así es con nuestra vida cristiana. La ley del pecado y de la muerte se reemplazó por una
potencia superior: la resurrección de Cristo. Pero caeremos el momento en que dejemos de
andar en el Espíritu y de vivir por la fe. Así que: «Vestíos del Señor Jesucristo, y no hagáis
provisión para satisfacer los malos deseos de la carne» (Romanos 13:14). Satanás no puede
hacer nada respecto a nuestra posición en Cristo, pero si logra que creamos lo que no es
cierto, viviremos como si no fuera cierto, aun cuando lo sea.

Nuestros cuerpos mortales


En Romanos 6:12 se nos advierte que no dejemos que el pecado reine en nuestros
cuerpos mortales, luego el versículo 13 nos da la percepción de cómo lograrlo: «Ni
tampoco (sigáis presentando) vuestros miembros al pecado, como instrumentos de
injusticia; sino más bien presentaos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros
miembros a Dios como instrumentos de justicia». Nuestros cuerpos son como un
instrumento que se puede usar para el bien o para el mal. No son malos sino mortales, y
todo lo mortal es corruptible.
Pero para el cristiano existe la maravillosa anticipación de la resurrección cuando
recibiremos un cuerpo imperecedero como el de nuestro Señor (1 Corintios 15:35ss). Pero
hasta entonces tenemos un cuerpo mortal, que puede estar al servicio del pecado como
instrumento de iniquidad o al servicio de Dios como instrumento de justicia.
Obviamente, es imposible cometer un pecado sexual sin usar nuestro cuerpo como
instrumento de iniquidad. Cuando lo hacemos, permitimos que el pecado reine en nuestro
cuerpo mortal y obedecemos las pasiones de la carne en vez de ser obedientes a Dios.
Personalmente, creo que la palabra pecado en Romanos 6:12 se personifica en
referencia a la persona de Satanás: «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de
modo que obedezcáis a sus malos deseos». Satanás es pecado: el compendio del mal, el
príncipe de las tinieblas, el padre de las mentiras. Me sería demasiado difícil entender cómo
un simple principio, y no una influencia malévola personal, pudiera reinar en mi cuerpo
mortal de tal forma que yo no tuviera ningún control sobre el mismo.
Aun más difícil de entender es cómo echar un principio de mi cuerpo. Pablo dice:
«Parece que la vida es así, que cuando quiero hacer lo recto, inevitablemente hago lo malo»
(Romanos 7:21, La Biblia al día). Lo que está presente en mí es el mal (la persona, no el
principio) y es así porque en algún momento usé mi cuerpo como instrumento de iniquidad.
Pablo concluye con la promesa victoriosa de que no tenemos que permanecer en este
estado de iniquidad: «¿Quién me libertará de la esclavitud de esta mortal naturaleza
pecadora? ¡Gracias a Dios que Cristo lo ha logrado!» (Romanos 7:24, 25, La Biblia al día).
¡Jesús nos dará libertad!
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Pecamos con nuestros cuerpos


1 Corintios 6:15–20 define la relación vital entre el pecado sexual y el uso de nuestros
cuerpos:
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros
de Cristo para hacerlos miembros de una prostituta? ¡De ninguna manera! ¿O no sabéis que
el que se une con una prostituta es hecho con ella un solo cuerpo? Porque dice: Los dos
serán una sola carne. Pero el que se une con el Señor, un solo espíritu es. Huid de la
inmoralidad sexual. Cualquier otro pecado que el hombre cometa está fuera del cuerpo,
pero el fornicario peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo
del Espíritu Santo, que mora en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?
Pues habéis sido comprados por precio. Por tanto, glorificad a Dios en vuestro cuerpo.

Todo creyente está en Cristo y es miembro de su cuerpo. Unir mi cuerpo con una
prostituta sería usar mi cuerpo para pecar, en vez de usarlo como un miembro del cuerpo de
Cristo: la iglesia. «El cuerpo no es para la inmoralidad sexual, sino para el Señor, y el Señor
para el cuerpo» (1 Corintios 6:13). Si está unido al Señor en Cristo, ¿se imagina el
torbellino interno que resultaría si a la vez está unido físicamente con una prostituta? Esa
unión crea una atadura impía que se opone a la unión espiritual que tenemos en Cristo. La
esclavitud que viene como resultado de esa unión es tan tremenda que Pablo nos advierte:
«Huid de la inmoralidad sexual». ¡Salga corriendo!
Los pecados sexuales forman una categoría aparte, ya que todos los demás pecados
están fuera del cuerpo. Podemos ser creativos en la manera de arreglar, organizar o usar de
otra manera lo que Dios ha creado, pero no podemos crear algo espontáneamente de la nada
como sólo Dios puede hacer. La procreación es el único acto creativo en que el Creador
permite que el hombre participe, y Dios ofrece instrucción muy detallada de cómo debemos
vigilar el proceso de traer a este mundo otras vidas. Limita el sexo a un acto íntimo del
matrimonio, exige que el lazo matrimonial dure hasta que la muerte los separe y encarga a
los padres proporcionar un ambiente que fomente la crianza de los niños en el conocimiento
del Señor.

La perversión satánica
Cualquiera que haya ayudado a las víctimas a salir del abuso ritual satánico sabe cuan
profundamente Satanás viola las normas de Dios. Esos rituales son las orgías sexuales más
repugnantes que jamás su mente se atrevería a imaginar. No es el sexo como lo entendería
un humano normal. Por el contrario, es la explotación más desgarradora, obscena y violenta
de otro ser humano que usted pueda imaginar. Violan y torturan a los niñitos. El clímax
para un satanista es sacrificar a alguna víctima inocente en el momento del orgasmo. La
palabra «enfermizo» no puede describir con justicia el abuso. La «maldad absoluta» y la
«iniquidad total» describen mejor el increíble envilecimiento de Satanás y de sus legiones
de demonios. Si Satanás apareciera como es en nuestra presencia ¡creo que sería un noventa
por ciento de órgano sexual!
Los satanistas tienen ciertos reproductores escogidos para desarrollar una «super» raza
satánica que según ellos gobernará este mundo. A otros reproductores se les exige que
traigan sus crías o fetos abortados para sacrificarlos. Satanás hará todo lo que pueda para
establecer su reino, mientras que a la vez intenta pervertir la descendencia del pueblo de
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Dios. Con razón los pecados sexuales son tan repugnantes para Dios. Usar nuestros cuerpos
como instrumento de iniquidad permite que Satanás reine en nuestros cuerpos mortales.
Hemos sido comprados con un precio, hemos de glorificar a Dios en nuestros cuerpos. En
otras palabras, debemos manifestar la presencia de Dios en nuestras vidas conforme
producimos fruto para su gloria.

El comportamiento homosexual
Si bien la homosexualidad es una fortaleza que va en aumento en nuestra cultura, no
existe tal cosa como un homosexual. Considerarse homosexual es creer una mentira, porque
Dios nos creó varón y hembra. Sólo existe el comportamiento homosexual, y normalmente
esa conducta fue desarrollada en la primera infancia y fue reforzada por el padre de las
mentiras. Cada persona a quien he aconsejado y que lucha contra las tendencias
homosexuales ha tenido una fortaleza o atadura espiritual importante, algún aspecto de su
vida donde Satanás tiene pleno control.
Pero no creo en un demonio específico de homosexualidad. Esa mentalidad nos tendría
echando fuera ese demonio y entonces la persona estaría totalmente liberada de futuros
pensamientos y problemas. No conozco ningún caso así, aunque no podría presumir de
limitar a Dios de realizar semejante milagro. Sin embargo, he ayudado a muchísima gente
atada por la homosexualidad, a encontrar su libertad en Cristo y la he dirigido hacia una
nueva identidad en Él y a la comprensión de cómo resistir a Satanás en esta área.
Los que se ven cautivos por el comportamiento homosexual luchan contra toda una vida
de malas relaciones, de hogares desajustados y de confusión de papeles. Sus emociones han
sido atadas al pasado y se lleva tiempo establecer una nueva identidad en Cristo.
Típicamente pasan por un arduo proceso de renovación de mentes, pensamientos y
experiencias. En la medida en que lo hacen, sus emociones finalmente se conforman a la
verdad que ahora han llegado a creer.
Los gritos proferidos desde el púlpito diciendo que los homosexuales tienen el infierno
como su destino, sólo desespera más a los que luchan con ese problema. Los padres
autoritarios que no saben amar contribuyen a una mala orientación de su hijo y los
mensajes de condena refuerzan una autoimagen ya dañada.
No me malentienda. Las Escrituras condenan claramente la práctica de la
homosexualidad, así como de todas las demás formas de fornicación. Pero imagínese lo que
debe ser padecer sentimientos homosexuales que uno ni siquiera pidió, para luego saber que
Dios le condena por ello. Como resultado, muchos quieren creer que Dios los creó así,
mientras que los homosexuales militantes tratan de comprobar que su estilo de vida es una
alternativa legítima a la heterosexualidad, y se oponen violentamente a los cristianos
conservadores que dicen otra cosa.
A los que batallan contra las tendencias homosexuales, debemos ayudarlos a establecer
una nueva identidad en Cristo. Hasta los consejeros seculares saben que la identidad es un
asunto clave en la recuperación. ¡Cuánto mayor no será el potencial de los cristianos para
ayudar a esta gente, ya que tenemos un evangelio que nos libera de nuestro pasado y nos
establece en Cristo! Así que, como consejero pido a las personas atrapadas por la
homosexualidad que profesen su identidad en Cristo. También les pido que renuncien a la
mentira de que son homosexuales y que declaren la verdad de que son hombres y mujeres.
Algunos quizás no tengan una transformación inmediata, pero su declaración pública los
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coloca en el camino de la verdad, de ahí en adelante pueden decidirse a continuar o no en


él.

La salida de la atadura sexual


¿Qué puede hacer uno cuando está esclavizado sexualmente? Primero, sepa que no hay
condenación para los que están en Cristo Jesús. Despreciarse a uno mismo o a los demás no
resuelve esta atadura. La acusación es una de las tretas de Satanás. Además, el suicidio
definitivamente no es el medio que Dios tiene para liberarlo.
Segundo, siéntese solo, o con una amistad de mucha confianza, y pídale al Señor que le
revele a su mente todas las veces que usó su cuerpo como instrumento de iniquidad,
incluyendo cada pecado sexual.
Tercero, responda verbalmente a cada ofensa conforme la recuerde, diciendo:
«Confieso (el pecado que sea) y renuncio ese uso de mi cuerpo». Un pastor me dijo que una
tarde pasó tres horas solo y fue totalmente purificado después. Las tentaciones todavía se
presentan, pero se ha destruido su poder. Ahora tiene la posibilidad de decirle «no» al
pecado. Si usted cree que este proceso podría durar demasiado tiempo, itrate de no hacerlo
y verá lo larga que le parecerá el resto de una vida arrastrándose en medio de la derrota!
Tómese un día, dos días o una semana si es necesario.
Cuarto, cuando haya terminado de confesar y de renunciar, diga lo siguiente: «Me
comprometo ahora con el Señor y mi cuerpo como instrumento de rectitud. Te presento mi
cuerpo como sacrificio vivo y santo a Dios. Te ordeno, Satanás, que te vayas de mi
presencia y a ti, Padre celestial, te pido que me llenes de tu Espíritu Santo». Si es casado,
diga también: «Reservo el uso sexual de mi cuerpo sólo para mi cónyuge, de acuerdo a 1
Corintios 7:1–5».
Por último, decida creer la verdad de que está vivo en Cristo y muerto al pecado. Habrá
muchas ocasiones en que la tentación podrá ser arrolladura, pero tiene que declarar su
posición en Cristo en el primer momento en que esté consciente del peligro. Diga con
autoridad que ya no tiene que pecar, porque está en Cristo. Luego viva por la fe de acuerdo
a lo que Dios dice que es verdad.
Echar de mi cuerpo el pecado es la mitad de la batalla. Renovar mi mente es la otra
mitad. Los pecados sexuales y las prácticas de ver pornografía tienen la mala costumbre de
quedarse dentro del banco de su memoria por mucho más tiempo que otras imágenes. Ser
liberado es una cosa; mantenerse libre es otra. Trataré ese tema en respuesta a la historia del
próximo capítulo.

Charles:
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El violador liberado
Un día recibí una llamada de un pastor que empezó así: «¿Le exige la ley que divulgue
declaraciones confidenciales?» En realidad, lo que quería decir era: «Si llegara a reunirme
con usted, ¿podría contarle que estoy abusando sexualmente de mi hija o de otros niños sin
que me entregue a las autoridades?» Le recordé que casi todos los estados todavía protegen
la confiabilidad del clero, pero que le exigen a los profesionales con licencia del estado y a
los oficiales públicos denunciar cualquier sospecha de abuso. Dije que aunque no me lo
exige la ley de nuestro estado, mi responsabilidad moral era proteger a otra persona que se
encontrara en peligro.
Se arriesgó y me narró su historia. Todo empezó dándole masajes a la espalda de su hija
para despertarla en la mañana, pero pronto esto lo llevó a darle caricias inadecuadas,
aunque no hubo intento de coito. «Neil», me dijo, «antes no tuve tanta lucha con la
tentación sexual, pero ahora apenas entro por la puerta de su cuarto es como si no tuviera
control. Cuando hablé con su hija comprendí por qué.
Lo que estaba sucediendo me recordaba la descripción de Homero en el siglo nueve
a.C. de las sirenas o ninfas marítimas, cuyos cantos seducían a los marineros a su muerte en
las costas rocosas. Todo barco que pasaba demasiado cerca sufría el mismo fin desastroso.
En la historia, Ulises se amarra al mástil del barco y ordena a su tripulación que se pongan
tacos en las orejas y que no hagan caso a ninguna solicitud suya. El tormento mental de
tratar de resistir el canto de las sirenas era inaguantable.
No deseo excusar a este pastor, pero hay una línea delgada en la tentación, que cuando
se traspasa da como resultado la pérdida del control racional. Este pastor la cruzaba cada
vez que entraba por la puerta de la habitación de su hija. Según me enteré más tarde, la hija
tenía graves problemas espirituales como resultado del abuso de un pastor de jóvenes en un
ministerio anterior, abuso que nunca se resolvió a nivel espiritual. No era la hija la que
estaba realmente atrayendo sexualmente a su padre; sino la fortaleza demoníaca en su vida.
Las «sirenas» encantaban al padre para que hiciera lo indecible. Cuando me reuní con la
hija, ni siquiera pudo leer toda una oración de compromiso para enfrentarse con Satanás y
sus ataques, lo cual es una señal de la opresión del enemigo. El padre luchó con su esposa y
juntos buscaron la ayuda que necesitaban y trabajaron para resolver la situación.
La siguiente historia difiere de esta en por lo menos un aspecto: La hija de Charles
jamás había sido abusada, ni era seductora y no parecía haber fortaleza demoníaca alguna
en su vida. Sin embargo, en algún momento de su búsqueda de gratificación sexual, Charles
cruzó una línea después de la cual perdió el control. Su vida fue dominada por una fuerza
que lo conducía a la habitación de su hija, y que fue la causa de la desintegración de su
mundo. Finalmente casi pierde la vida.
Charles es un profesional próspero que padeció abuso como niño y luego se convirtió
en abusador. Gracias a Dios su historia no termina allí, pues después del naufragio hubo
una recuperación.
* * *

La historia de Charles
Dios moldea a sus escogidos.
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Mi relato es de redención en Dios y la libertad que viene cuando se descansa en su


gracia; una historia de los escogidos para su obra, a pesar de la oposición del adversario,
Satanás. Conforme redacto este relato me maravillo de lo poco de mi y lo mucho de Dios
que se revela en lo que ha sucedido. No me queda más que alabarlo a Él por su obra
transformadora.
Soy libre de la esclavitud de un surtido depravado de actitudes y hábitos pecaminosos
que me costaron el respeto de mi familia, de mis compañeros de trabajo y de mi iglesia.
Esta esclavitud me tenia en el camino inexorable de la destrucción personal que, de no
haberlo parado, también hubiera tomado mi vida. Mi libertad se compró con un terrible
precio que yo no pagué. Fueron el sufrimiento, la muerte y la resurrección de mi Señor
Jesucristo los que compraron mi libertad; no fueron mis propios esfuerzos ni mi
sufrimiento. La vida que llevo es la de Cristo, el Hijo de Dios en mí, y no mi propia vida.
Me regocijo de que con la ayuda del Espíritu Santo puedo alinear mis emociones con lo que
reconozco ser cierto de mi mismo en Cristo. Sin embargo, esto no sucedió al instante, y la
historia de cómo Dios amolda a los que escoge es tanto de conflicto y de derrota como de
victoria.

Corrí para salvar la vida mientras mi hijo cargaba su pistola.


«¡Baja tu pistola! ¡No lo hagas! ¡Jesucristo, ayúdame! ¡Jesucristo, ayúdame!» Los
gritos angustiados de mi esposa hacían eco en mis oídos conforme yo corria para salvar la
vida mientras mi hijo cargaba su pistola, preparándose para buscarme y matarme. Llegué
hasta mi auto en la entrada de la casa, buscando a tientas las llaves (¡viene a matarme!) y
abrí la puerta del auto. Tirando mi maletín al asiento trasero, me senté detrás del volante y
arranqué el motor. Di marcha atrás en la entrada y salí disparado cuesta abajo, dejando que
mi esposa luchara con mi enloquecido hijo, sin saber si podría dispararle a ella, sin
importarme lo suficiente como para quedarme y enfrentar su ira.
Manejé a toda velocidad por la calle, pues imaginaba que mi hijo me perseguía en su
auto, listo para sacarme de la carretera y terminar la obra. Las calles transversales me
atraían como medio de evadir la caza; di varias vueltas y al fin me detuve debajo de una
arboleda. Mi corazón latía con tanta fuerza que estaba seguro de que todo el mundo en ese
tranquilo vecindario podría escucharlo. Era tan inmensa mi vergüenza que pensé que el fin
de mi vida era inminente tal y como la había conocido. Oraba, pero lo único que emitía
eran gemidos y lágrimas ardientes, y todos eran por mí. Había perdido a mi familia en un
instante; estaba seguro de que mi carrera, mi libertad y quizás mi vida, les seguirían
rápidamente una tras otra.
¿Qué nos sucedió a mi familia y a mí? ¿Cuál terrible destino había intervenido en
nuestros asuntos para amenazar la misma vida? ¿Dónde estaba Dios cuando más lo
necesitaba? En mi desesperación no habían respuestas, sólo preguntas y acusaciones. Ideas
de suicidio se filtraban por mi mente, vencidas de inmediato por mi instinto de
conservación. Después que me pasó el primer temor de ser perseguido, llamé a un siquiatra
a quien conocí un par de semanas antes, y con lágrimas le expliqué la situación.

Le conté a mi esposa por qué nuestra hija estaba deprimida; yo


había abusado sexualmente de ella.
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«¿Recuerda que le conté que me sentía deprimido porque mi hija estuvo internada en un
salón de siquiatría todo el mes pasado?», empecé. «Estaba bajo observación después que se
fugó de casa e intentó suicidarse. Bueno, esta noche le conté a mi esposa por qué mi hija
estaba deprimida: había abusado sexualmente de ella. Mientras mi esposa todavía
tambaleaba ante esa revelación, entró nuestro hijo adulto. Se volvió loco, golpeando las
paredes, llamándome monstruo, después de lo cual se fue a buscar su pistola. Tuve que
correr para salvar la vida. Cuando salí, mi esposa luchaba con él para que no me disparara.
No sé qué sucedió después». Terminé mi confesión y luego me eché a llorar amargamente.
«Busque un lugar donde vivir por unos días mientras tratamos este asunto», dijo mi
consejero. «Es obvio que no puede regresar en estos momentos. Llámeme cuando se instale
para conversar.

Me invadió un miedo desenfrenado que me empapó de sudor.


Manejé por horas sin rumbo, torturado por pensamientos de fracaso, de enorme pecado,
de condenación y de rechazo. Me sentía totalmente desanimado, desdeñado por todo el
mundo, especialmente por Dios. Oraba y oraba, pero no recibía respuesta. Llamé a mi
supervisor en el trabajo diciéndole que no iba a poder ir a trabajar debido a una emergencia
familiar. Entonces empecé a buscar los moteles más baratos, los que parecían calzar con mi
estado actual. Cada antro me recordaba lo bajo que había caído, pero mi orgullo no me
dejaba entrar en uno de ellos a buscar habitación.
Finalmente me decidí por un motel «respetable», como para negar el impacto de los
sucesos que me habían volcado patas arriba. El recepcionista no me hizo preguntas, pero
estaba seguro que detrás de su fachada tranquila escondía la repugnancia. Una vez dentro
de la habitación, un miedo desenfrenado me invadió dejándome empapado en sudor. Había
perdido mi familia, mi autoestima, mi petulancia y no había nada en su lugar. Sentía sólo
ira, rechazo, condenación; no tenía un ápice de esperanza. Oré, llorando amargamente por
mi pérdida, pero sin enfrentar los pecados que me llevaron hasta este punto. Quise leer la
Biblia pero no estaba entre las cosas que agarré a la carrera cuando salí de casa. El motel no
tenía una Biblia de los gedeones y no se me ocurrió pedirle una al recepcionista.

Satanás estableció posiciones en mi vida.


Tuve muy poco descanso esa noche. A cada rato despertaba, reviviendo la noche
anterior, tratando de comprender el mal que había hecho, y cómo me hubiera protegido
mejor. Mi atención se centraba en mis propios sentimientos de rechazo y de indignidad, no
en mi dolida familia.
¿Qué sucesos produjeron tales sentimientos de remordimiento y de desesperación?
Nada mitiga la terrible realidad de que el pecado surge a raíz de la decisión de desobedecer
a Dios. Tanto usted como yo somos responsables de nuestras propias decisiones y acciones.
Sin embargo, a veces es más fácil aprender de los errores de los demás. Un poco de
trasfondo puede ayudar a comprender cómo Satanás capturó posiciones en mi vida por
medio de mi reacción a las situaciones.
Yo era el primogénito de una familia no religiosa, seguido por un hermano y dos
hermanas. Mis padres estuvieron casados por casi cuarenta años hasta que mi padre tuvo
una muerte prematura. Nuestra familia era tradicional en lo que respecta a las apariencias
externas. Mi padre tuvo una serie de ocupaciones, pero no nos mudábamos muy a menudo
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y siempre teníamos todo lo que materialmente necesitábamos. En sus últimos años mis
padres vivían muy bien y nos daban muchos lujos. Me sentí amado y cuidado, según mi
juicio, pero realmente no sabía nada de la vida familiar de otros niños, por lo que no tenía
punto de comparación. Una de las características de nuestra familia era que no se hablaba
de cómo nos llevábamos, de cómo andaba la familia ni de nuestra reacción emocional a
nada. No hablábamos de nuestra vida personal entre mis hermanos y yo, mucho menos con
el mundo exterior.
Uno de mis recuerdos más tempranos fue recibir una nalgada por haber tenido un
accidente en el piso del baño cuando estaba aprendiendo a usar el inodoro. Algo que yo
había considerado un pasatiempos infantil, se transformó de repente en humillación, regaño
y dolor intenso. No sabía lo que había hecho para merecer tal ira; a esa edad tan tierna sólo
estaba consciente de la vergüenza que sentía por haberle fallado a mi madre.

Había que agarrar, culpar, humillar y castigar a alguien para


que el resto se sintiera digno.
Este episodio fue seguido de muchos otros en que los accidentes, fueran por descuido o
no, recibían castigo y humillación. Las cosas no «sucedían así porque sí»; a alguien había
que agarrar, culpar, humillar y castigar para que el resto de la familia se sintiera digna.
Hasta hace muy poco me enteré de que este patrón de actitudes había pasado por ambos
lados de la familia a través de las generaciones.
Nunca estuve seguro de que me valoraran por mí mismo; el valor parecía darse de
acuerdo a lo que hacía. En nuestra familia lidiábamos constantemente para obtener nuestro
puesto, tratando de lograr la aprobación o denigrar a otro para podernos ver bien en
comparación. A una edad muy temprana empecé a tomar decisiones basadas en cómo me
veían mis padres o cualquier otra figura de autoridad que tuviera el derecho de juzgarme.
Mis padres no eran religiosos. Papá, en particular, reaccionaba activamente hostil contra
todo tipo de religión, y rara vez se le escapaba la oportunidad de hacer algún comentario
despectivo sobre los que amaban a Dios. Jamás íbamos a la iglesia (a mí me mandaron una
vez a la Escuela Dominical, lo que nunca más se repitió), y la Biblia no era parte de nuestra
familia.
Cuando era adolescente, mi abuelo me regaló la Biblia que su madre le había dado a él.
Su estado casi nuevo indicaba que mi abuelo no había podido darme un viaje a través de
ella después de regalármela. Para él era como una clase de amuleto que se pasaba de una
generación a otra, pero nunca discutía su contenido ni su relación con Dios, si acaso la
tuvo. Así que allí estaba en mi librero a la par de Why I Am Not a Christian [Por qué no soy
cristiano] por Bertrand Russell, y me servía tanto como aparentemente le había servido a mi
abuelo.

Las nalgadas que recibíamos eran brutales e inadecuadas con el


delito.
Las alternativas de la carrera de mi padre, implicaban ausencias prolongadas mientras
ponía a prueba negocios nuevos en otro país, dejando que mi madre nos criara como mejor
pudiera. Cuando estaba en casa, era caprichoso e iracundo y las nalgadas que recibíamos
eran brutales e inadecuadas con el delito. No hubo afecto en ningún momento y recuerdo
que más de una vez me dijo: «¡Lárgate de aquí! ¡No te quiero ver, pues me enfermas!» Mi
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madre tenía sus propios problemas emocionales con mi padre y no podía comunicarle sus
emociones a nadie, mucho menos a sus hijos. Así que vivíamos independientes, aguantando
cada uno como pudiera la ira y el rechazo de papá.
Cuando tenía cerca de once años un compañero de escuela me introdujo a la
masturbación. Confundido y fascinado, me di cuenta de que así podía sentirme mejor y
obtener placer, aunque sólo fuera por unos pocos momentos cada vez. Como no tenía gozo
en mis relaciones personales, me vi atraído cada vez más por la autogratificación como una
manera de lograr solaz y consuelo cuando estaba solo, asustado o sintiéndome rechazado o
inútil.
El aislamiento producido por mi práctica solitaria habría sido malo en sí, pero de algún
modo descubrí el poder de la fantasía para mejorar la experiencia y aumentar el estímulo.
Empezando con las ilustraciones de ropa interior femenina en el catálogo de Sears que tenía
mi abuela, rápidamente me enteré de la pornografía por medio de una copia de la revista
Playboy que mi abuela me compró (creyendo, supongo, que tenía algo que ver con sugerir a
los jovencitos actividades de juego). Más tarde, cuando ella vio el contenido, rápidamente
la recuperó pero sin que antes mi mente impresionable hubiera permitido tuviera un
impacto indeleble en mi mente.

Aprendí a considerar a las mujeres como objetos para satisfacer


mi lujuria.
Mis fantasías lujuriosas tuvieron un mayor ímpetu con el descubrimiento de un lote
escondido de pornografía que mi padre tenía en la parte alta del librero en su estudio. Al
parecer, había pedido materiales por correo que eran ilegales en esa época; hoy en día se
pueden comprar legalmente cosas similares en los antros pornográficos del vecindario en la
mayoría de las comunidades. Aprendí rápidamente a considerar a las mujeres como objetos
destinados a estimularme y a satisfacer mi lujuria. Empecé a tratar de tener contacto sexual
con las muchachas de mi edad. Fui rechazado, lo que me enseñó rápidamente que la
sexualidad era algo vergonzoso. Era un asunto escondido, para reír de él en los sanitarios
del colegio o del gimnasio, pero del que no se podía conversar seriamente con nadie.
Estaba a la deriva en un mar de lujuria sin ningún conocimiento espiritual ni sentido del
juicio de Dios. Cada episodio me traía una vergüenza de la que no podía comentar con
ningún amigo, mucho menos con mis padres. Cada vez me sentía más despreciable. Al
dedicarme de lleno a lo académico, me sentí mucho más enajenado que nunca de mis
compañeros.
En todo esto tuve el infortunio adicional de ser seducido por un hombre en un cargo de
autoridad. Era en quien yo confiaba y que me gustaba, y cuya posición era tal que me daba
miedo contarle a alguien. Asqueado por la experiencia, y confundido por la atención y la
sensualidad, me sentía violado pero no pude aceptar mi propia ira hasta muchos años
después. Con mi sexualidad totalmente confundida seguí codiciando cualquier experiencia
sensual que pudiera leer o imaginar. Para satisfacer la lujuria, seduje a mi hermano menor
por varios años, abusando de su afecto natural sin comparación, piedad ni remordimiento.

La pornografía se convirtió en mi escape de la presión que traen


las relaciones sociales y las responsabilidades displicentes.
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A la vez continué buscando otras experiencias sensuales y pornografía. Me atraían más


las heterosexuales, pero mientras más perversidad sexual mostraran más estímulo sentía. La
«adrenalina alta» transitoria se mezclaba con la vergüenza, el temor a que me sorprendieran
y la sensación de evitar ser descubierto. Mientras más me enredaba con pornografía, más
fácil me era usarla para aliviar la tensión, para eludir la presión de las relaciones sociales y
para evitar las responsabilidades desagradables. Las fotos en una página impresa prometían
emociones, aceptación ligera y nada de conflictos, cosa que no podían ofrecer las mujeres y
muchachas reales de mi edad. Cada vez que usaba la pornografía, me sumía en una
depresión que seguía al efecto estimulante, y juraba que esta iba a ser la última vez.
Reflexionaba en la escoria que yo era. Me aislaba cada vez más de los demás,
justificándome por el hecho de que si la gente supiera realmente quién era, no querría tener
nada que ver conmigo.
Una vez que empecé a salir con muchachas, mi meta principal fue conseguir que
suplieran lo que yo percibía como necesidades sexuales. Exacerbado por la pasión, gracias
a la pornografía, todos los días pasaba horas abrumado de pensamientos y actividades
sexuales, dejando de cumplir mis tareas debido a la masturbación; temeroso de abrirme
socialmente para no ser rechazado y demasiado terco como para aceptar que mi vida
estuviera fuera de control. Por supuesto, hubo intervalos en que mis actividades fueron más
«normales» debido a mi participación en organizaciones, estudios y algunas «amistades»
ocasionales. Pero aun estos no lograron penetrar el centro de mi ser porque, yo tenía miedo
de ser descubierto y rechazado.

Sólo podía pensar en más maneras de recrearme en el mal.


Poco a poco pude vencer mi temor a las muchachas, lo suficiente como para hacer mía
la preocupación de seducirlas e ir sexualmente lo más lejos que pudiera. Conforme logré
ser más hábil en este nuevo desahogo a mi lujuria, abusaba menos de mi hermano hasta que
al fin dejé de hacerlo. Ahora me doy cuenta de las terribles consecuencias para cada una de
las víctimas de mi lujuria. Fueron violadas, sus límites traspasados, sus cuerpos usados sin
cuidado ni respeto. En ese momento sólo se me ocurría pensar en más maneras de darle la
rienda suelta al mal. Cada pensamiento era más perverso y contra toda norma de la
sociedad que el anterior. La masturbación llegó a ser una preocupación tan grande que mis
notas sufrieron y mis relaciones sociales finalmente se acabaron. Mi búsqueda constante de
fantasías y experiencias estimulantes hizo daño a otras personas, invadió su privacidad y los
alejó totalmente.
Cuando conocí a la que sería mi esposa, estaba recobrándome de una relación sexual
obsesiva que no tenía base sólida. Aunque sabía que mi nueva amada era cristiana, yo había
tenido solo un contacto muy fugaz con los «fanáticos de la Biblia», como yo les decía. Era
linda, inteligente, amorosa y necesitaba cariño porque su infancia también había sido
infeliz.

No prometí fidelidad, honra o protección a mi esposa.


Creí que ella abandonaría el cristianismo apenas supiera la verdad; y ella pensó que yo
me convertiría apenas escuchara el evangelio. Ninguno de los dos recibió consejos sabios
en contra de la relación, mucho menos del matrimonio, a pesar de que hablamos con varios
pastores antes de casarnos. Fue un enredo de ceremonia. Mi novia leyó 1 Corintios 13 y
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otros pasajes bíblicos, mientras yo no dije nada religioso cuando tuve que hablar y cité
fuentes seculares o místicas. Es notable que no hice voto de fidelidad, honra o protección a
mi esposa. En ese momento estaba muy «enamorado» pero no tenía la menor idea del
compromiso que mi novia hacía, de amarme en el amor de Cristo.
Al principio mi esposa, por sus fuertes deseos de complacer a su nuevo marido,
satisfizo mi lujuria. Aun en la cama matrimonial yo la consideraba simplemente otro objeto
colocado allí para mi placer, para hacerme sentir adecuado y amado. No procuré mucho
aumentar el placer en ella, aparte de pedir una copia de un tratado hindú sobre el sexo, que
incluía centenares de actividades acrobáticas que para mi decepción no podíamos ejecutar
por no ser atletas. Todavía estaba buscando el máximo placer sexual prometido pero jamás
entregado por la pornografía. Me costaba entender nociones tales como compromiso,
cuidado, protección, comunicación y fidelidad.
Después de nacer nuestro primer hijo hubo muchas discusiones amargas respecto a la
crianza religiosa de nuestros hijos. Insistía en que no tendría ninguna. Con lágrimas mi
esposa me confesó que temía que fueran condenados al infierno si no conocían a Jesús
como su Señor. Quería que conocieran a Jesús desde muy pequeños. Mi empecinamiento
era que a nuestros hijos no se les «lavara el cerebro», sino que de alguna manera
aprendieran algo de religión una vez que ya fueran adultos. Aunque tomé un curso sobre la
vida de Cristo y me saqué una nota alta, todavía rechazaba el evangelio. Era abusivo, hostil
y blasfemaba al Dios vivo en mi petulancia e ira. Mientras tanto, mi vida era un desorden,
aunque yo era el último en darme cuenta.

Acepté el regalo de salvación que libremente me ofrecía el Padre


a través de su hijo.
Al fin, en un momento de crisis y después de ver respuestas inexplicables a las
oraciones de mi esposa, decidí aceptar el regalo de la salvación ofrecido libremente por el
Padre a través de su Hijo, Jesucristo. Entregué mi vida a Cristo para seguirlo sin la menor
idea de lo que significaba eso. Por un tiempo estaba tan agradecido de que me hubiera
salvado del infierno que escondí mi lujuria por el momento. Pero no duró mucho. Había
renunciado privadamente a mis pecados pasados, pero no estaba dispuesto a someterme al
autoexamen y a la limpieza necesarios para que un hijo de Dios exprese verdaderamente el
gozo asociado con seguir a Dios en obediencia amorosa.
Cuando los predicadores o comentaristas hablaban de Dios como un «Padre amante»,
me parecía una contradicción; no había experimentado esa clase de padre. Esperaba castigo,
no alabanza. En ese momento no conocía lo que Dios había dicho al respecto: «Así que, no
juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, quien a la vez sacará a la luz las
cosas ocultas de las tinieblas y hará evidentes las intenciones de los corazones. Entonces
tendrá cada uno la alabanza de parte de Dios» (1 Corintios 4:5).
Al poco tiempo de convertirme en cristiano participé en mi primer acto de adulterio. Ya
había tenido pensamientos adúlteros, pero se presentó una oportunidad de poner en práctica
mi lujuria y me lancé (no caí) al pecado. Después me sentí tan avergonzado que no intenté
seguir con la relación. Tuve remordimiento y traté de orar, pero no acepté ante mí ni ante
Dios mi plena responsabilidad en el asunto. Tres veces más en los años siguientes
aproveché oportunidades de tener contacto sexual con otras mujeres, y mi participación con
la pornografía siguió de manera incidental, agregándole combustible a la vida de fantasía
que denigraba la relación con mi esposa.
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A pesar de mis circunstancias, soy responsable de mis acciones.


Alguien insensato podría ofrecer el «consuelo» de que quizás mi esposa fuera poco
atractiva física o emocionalmente, y que eso de algún modo puede haberme impulsado a
pecar. Tengo dos respuestas: Primero, mi esposa era (y sigue siendo) muy bella y durante
ese tiempo trataba de ayudarme; segundo, a pesar de mis circunstancias, soy responsable de
mis acciones. Mi enfoque en el sexo como medio de suplir mis necesidades emocionales
me condujo a decisiones de exigir o tomar lo que no era realmente mío.
Al pasar los años mi esposa empezó a sentirse muy atribulada por el aumento en mis
presiones para realizar prácticas sexuales irregulares, las que consideraba aberraciones. Al
mismo tiempo fue haciéndose más frecuente mi impotencia. No hablábamos de estas cosas
porque los intentos ocasionales de mi esposa de hablar del sexo se toparon con mi
hostilidad, defensiva o silencio. Estaba tan avergonzado del «resto» de mi vida sexual que
me era imposible discutirlo con nadie, ni siquiera con mi esposa. Si alguien se enterara, mi
vida se acabaría porque yo era especialmente pecaminoso y digno de condenación o
muerte.
Definitivamente no me acerqué a Dios: Él aceptaba sólo a los que le eran
completamente obedientes al menos en las «cosas grandes». Yo sabía que iba al cielo, pero
creía que era porque Dios estaba apenas respetando un trato hecho. No podría amarme
jamás, por el cúmulo de mis actos pecaminosos. Me sentía fuera de control, impotente para
acabar con esta conducta. Ni los graves encuentros con las autoridades me impidieron
buscar ese climax sexual mágico que me haría sentir amado.
A la vez que perseguía esas fantasías rechazaba toda amistad o intimidad verdadera con
mi esposa, amigos o hermanos en Cristo. Era anciano de nuestra iglesia, dirigía estudios
bíblicos en casas e incluso buscaba la evangelización; vi a varias personas aceptar la
salvación de Cristo una vez que hablaba con ellos acerca del evangelio. Pero mi interior no
conocía la paz.

Empecé a observar de manera malsana el desarrollo de mi hija.


Parte de la pornografía que leía se llamaba «Lecturas para la familia», un eufemismo
para las historias de incesto. Al principio me parecía repulsivo el tema; luego era
estimulante, como otros temas de perversión. Al principio no lo aplicaba a mi propia
familia. Pero luego, cuando mi hija cumplió los catorce años, empecé a observar de manera
poco sana su desarrollo.
Mi lenguaje en casa se hizo más indecente, mis comentarios menos apropiados, los
chistes que traía del trabajo eran de contenido más sexual. Fui menos cuidadoso respecto a
la modestia en mi vestir. Cuando veía a mi hija en vestido de baño o en camisa de dormir,
se me hacía más difícil desviar la mirada.
Al fin, cuando le daba las buenas noches en su cuarto, encontraba un pretexto u otro
para rozar una mano «accidentalmente» contra su pecho, aun mientras oraba con ella. Esto
pasó por un período de varios meses. Empecé a temer lo que sucedería después, pero me
convencí de que no podía evitarlo, que realmente amaba a mi hija. Mi ambivalencia
interfirió mi vida sexual con mi esposa y me volví cada vez más impotente con ella. Ni la
masturbación me satisfacía.
Una noche ofrecí darle las buenas noches a mi hija. «No, gracias, papi, estoy demasiado
cansada», me dijo y se fue para su habitación cerrando la puerta firmemente.
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Después de eso no hubo más «buenas noches», ya no quería que la abrazara, ni siquiera
que la tocara, aduciendo que le dolían los músculos por sus ejercicios. Se abrió una brecha
entre los dos, pero en mi estado de engaño no quise aceptar que su rechazo tuviera nada que
ver con el abuso de nuestra relación, con la violación de sus límites como persona, ni con la
transgresión de la ley de Dios. Atribuí su frialdad a los «dolores de crecimiento», sin poder
reconocer que la había herido y asustado, y había pervertido nuestra relación.

No confié a nadie lo que pasaba en mi vida secreta.


Varios meses más tarde ya sea había deteriorado gravemente las relaciones personales
en nuestra familia. Nadie se estaba comunicando bien con nadie y todos estábamos apenas
lidiando con nuestra existencia diaria. Las cosas empeoraron todavía más después de un
desastroso viaje de vacaciones en que nadie habló durante todo el camino de regreso. Mi
esposa entró en una depresión tan severa que la tuvimos que internar en una unidad
siquiátrica por una semana. Mientras estuvo allí, todos nos sentíamos tremendamente
turbados, pero aun así no le dije a nadie lo que en mi vida secreta había corrompido a toda
mi familia.
A pesar de que en ese período tumultuoso no abusé de mi hija ni tampoco tomé ninguna
acción decisiva, ella se deprimió más que nunca. A los quince días de que mi esposa
regresara del hospital, nuestra hija se fugó de casa. Unos días después al fin logramos
encontrarla en una comunidad vecina, nos desafió y no quiso volver. Una de sus conocidas
nos dijo que habían evitado que se suicidara. Entonces la internamos por un mes en el
hospital.
Mientras estuvo en el hospital, no salió ni el menor indicio de su abuso sexual hasta la
última semana. A pesar de que tanto mi esposa como el equipo de salud mental le
preguntaba repetidas veces, ella negaba que hubiera algo entre nosotros, cosa que también
negaba. Era como si creyéramos que podríamos borrar los incidentes, que realmente no
había pasado nada. Pero algo sí había sucedido y ese pecado monstruoso se estaba
ulcerando debajo de la superficie, convirtiéndose en algo pútrido. Hubo poca mejoría en la
depresión y la ira de nuestra hija, y mi esposa y yo nos distanciábamos cada día más.

Una compulsión por protegerme produjo una prolongada


confesión que duró cuatro días.
Finalmente, desperté a las cuatro de la mañana de un jueves, totalmente despabilado y
sentado en mi cama con una urgencia de confesar todo a mi esposa. Aunque mi intento era
contarle todo, mi compulsión, casi igualmente fuerte de protegerme y defenderme, me llevó
a una prolongada confesión de cuatro días. Hubo mentiras, verdades a medias y verdades
completas brotando todas junto a las lágrimas y el remordimiento. Se enteró del adulterio,
del incesto con mis hermanos, de mi seducción por parte de un hombre mayor y de los
enfrentamientos con las autoridades. Persistía en preguntarme sobre nuestra hija, mientras
yo seguía negando que algo impropio pasara.
Al fin, en la noche del cuarto día, le dije a mi esposa que había abusado de nuestra hija.
Se quedó sentada en silencio, aturdida y horrorizada. Finalmente, dijo: «Eso explica
bastante. No pude hilar todo en mi mente, pero ahora tienen sentido los hechos».
En esos instantes entró nuestro hijo y ya sabe cómo prosiguió el resto de la tarde. Esa
noche llegaron unos ancianos de la iglesia a orar con mi familia, para animarlos hasta
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donde pudieran y para ofrecerles su ayuda. Uno de ellos se llevó las armas de nuestra casa.
Mi esposa se comunicó al día siguiente con la agencia de protección de la niñez, porque por
ley hay que denunciar cuando se descubre un abuso.
Me mudé a un motel económico por un par de semanas mientras mi esposa decidía qué
hacer. No podía llamar a casa porque mi hijo estaba allí. Pasé mis días con mucho dolor,
fustigándome, llorando mi pérdida. Encontré una Biblia y empecé a leer versículos acerca
de los que estamos en Cristo y del amor de Dios por nosotros. Lloré muchísimo. Leía una y
otra vez el Salmo 51, la confesión de pecado del rey David con Betsabé. Oré en voz alta a
Dios; le grité a mi almohada y la bañé en lágrimas. Lloré amargamente por lo que quedaba
de una vida desperdiciada, de relaciones quebrantadas. Empecé muy lentamente a darme
cuenta de cómo mis pecados produjeron consecuencias imborrables en las vidas de otros.
Desde mi habitación en el motel hablé con nuestros amigos de la iglesia, vertiendo sobre
ellos mi angustia. Estaba pasmado de que no me hubieran tirado el teléfono. No aprobaban
mi conducta, pero seguían hablándome.

Sabía que debía estar con el pueblo de Dios aunque me echaran


a patadas.
No pude asistir a la iglesia a la que asistían mi esposa y mi hija, por lo que busqué en
las páginas amarillas una que quedara cerca de mi motel. Estaba convencido de que la
vergüenza me salía por los poros, pero sabía que tenía que estar con el pueblo de Dios,
aunque me echaran a patadas. El primer culto al que asistí fue sobre el pecado y la gracia de
Dios. Me quedé sentado, cegado por las lágrimas y con un nudo en la garganta que me
impedía cantar.
Después del culto le pedí al hombre sentado a mi lado que me recomendara un cristiano
maduro con quien pudiera conversar. Captando la urgencia en mi voz, me presentó a un
hombre de mi edad que me llevó afuera. Sollozando, le conté toda la historia sin dejar nada.
«No quería que su iglesia me aceptara como un supersanto, dándome la bienvenida con los
brazos abiertos», le dije. «He ofendido a muchísima gente y mi pecado me ha dolido mucho
también».
Jamás se me olvidará la respuesta de este hombre: «Amigo, esta iglesia es un lugar para
encontrar sanidad. Eres bienvenido». La gracia inmerecida de Dios inundó mi corazón y
lloré incontrolablemente ante tal generosidad. Nunca había considerado que la iglesia
tuviera un ministerio en pro de la gente herida por su pecado. Regresé el domingo
siguiente, y me arriesgué a reunirme con algunos de los ancianos de la iglesia y con el
pastor, para contarles mi historia. Pedí oración por mi familia y por mí. La reacción no
excusaba mi pecado pero quedó claro que me consideraban un hijo de Dios digno de
respetar. Me sentí colmado de gratitud.
Mi esposa estaba golpeada por el dolor, enojada, atemorizada y deprimida por la
revelación que le hice de mi infidelidad. A pesar de eso, sacó tiempo para llamarme al
motel y ver cómo estaba. Recogió lo básico que yo necesitaba para vivir fuera de la casa y
me lo llevó de contrabando. Pasó horas conmigo en lugares escondidos, hablando de sus
frustraciones y animándome a lidiar con la realidad a medida en que confrontaba mis
pecados.
Tuvimos períodos en que las emociones estaban tan alteradas que no nos hablábamos
por días, pero Dios siempre nos traía de nuevo.
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«Aquí hay problemas graves, pero ninguno que Dios no pueda


resolver».
Uno de nuestros amigos en la iglesia donde antes asistíamos nos recomendó un
consejero cristiano que conocíamos por años: «Es un hombre manso, lleno de sabiduría, y
he oído que respalda todo lo que dice con la verdad en las Escrituras, para que lo
compruebes. Aunque visitaba a un siquiatra secular, decidimos ir a ver a este hombre en
busca de ayuda. Escuchó toda la asquerosa historia y dijo: «Aquí hay problemas graves,
pero ninguno que Dios no pueda resolver». Nos empezó a enseñar a comunicar los
sentimientos de nuestros corazones uno al otro sin matar el espíritu en el proceso. Nos
enseñó la base del pecado y nuestra reacción a ella, empezando desde Adán y Eva en el
huerto del Edén y de allí a través de toda la Biblia. Empezamos a ver la esperanza.
Además de las sesiones de consejería, nuestro consejero nos recomendó varios libros.
Uno de ellos fue Victory Over the Darkness [Victoria sobre la oscuridad], de Neil
Anderson, que trataba sobre la madurez cristiana. Por primera vez empecé a comprender
que debido a que estoy en Cristo, ciertas cosas son verdad tanto respecto de mí como de
Cristo.
Dada mi identidad en Cristo, tengo el poder sobre las cosas en mi vida que siempre
supuse que estaban fuera de mi control. En particular aprendí que quien yo me crea ser
domina mis emociones y mis acciones. Si creo una mentira respecto a mi naturaleza básica,
sea del mundo, de la carne o del diablo, actuaré de acuerdo a esa creencia. Igualmente, si
decido creer lo que Dios ha dicho de mí, gobernaré de acuerdo a la voluntad de Dios a mis
pensamientos y a las acciones que procedan de ellos.

Por primera vez empecé a experimentar períodos de gozo


auténtico intercalados con otros de melancolía y tristeza.
Experimenté una sensación dramática de gozo y libertad al darme cuenta de la
permanencia y solidez del amor de Dios por mí, que trasciende cualquier particularidad del
pecado. Fue una revelación profunda ver en las Escrituras que no soy simplemente «un
pecador salvo por gracia», sino un santo que peca, alguien llamado y santificado por Dios.
Aprendí con este consejero cómo apropiarme de la verdad de que tengo un abogado delante
del Padre, quien está allí constantemente para contradecir a las acusaciones de Satanás
contra los elegidos de Dios. Por primera empecé a experimentar vez períodos de gozo
auténtico, intercalados con otros de melancolía y tristeza profunda delante de Dios por mis
pecados contra Él y contra los demás, especialmente mi hija y mi esposa.
Al fin se acabaron los momentos de odiarme cuando mi esposa me recordó: «Debes
acordarte que si Dios ha perdonado tus pecados en Cristo, tú debes ahora perdonarte».
Ha sido una lucha perdonar a quienes me hirieron en el pasado, no porque las heridas
justifiquen mis pecados viejos o recientes, sino porque la falta de perdón me refrenaba. Pedí
y recibí perdón de los familiares que herí (con excepción de mis hijos que todavía luchan
con el asunto), y me he reconciliado con ellos, conociendo por primera vez en mi vida la
verdadera intimidad con mi hermano, mis hermanas y mi madre. Hace unos años, mi padre
murió sin creer hace unos años, rechazando el evangelio hasta el fin. Ha sido duro
perdonarlo por su violencia y abandono, pero Dios también me llamó a hacerlo.
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Estos grupos no pudieron ofrecerme la perspectiva espiritual que


identificaba dentro del corazón, el poder de Jesucristo que
cambia vidas.
Había estado asistiendo a dos grupos diferentes de doce pasos para la «adicción sexual»
y al fin renuncié cuando me di cuenta de que estaban elevando la sobriedad sexual en un
pedestal como la meta de sus esfuerzos. A pesar de que reconocían a una «Autoridad
Superior», no se les permitía identificarla como Jesucristo. Y cuando hubo una votación
dividida sobre si se permitiría el sexo sólo en el matrimonio o en cualquier «relación
comprometida», sea homosexual o heterosexual, me di cuenta de que estaba en el lugar
equivocado y me retiré de ambos grupos para siempre.
Lo único que hicieron esos grupos fue ayudarme a comprender el contexto de mi
disfunción sexual en la sociedad. Hay muchísima gente involucrada en el pecado sexual.
Pero no podían ofrecer la perspectiva espiritual que identificaba dentro del corazón de
quienes confían y le obedecen. Por eso titubeo en recomendar su perspectiva de
«autoayuda», especialmente cuando le resta importancia a las relaciones dentro del cuerpo
de Cristo. A menudo aducen en las reuniones que los «adictos» son los únicos que se
pueden comprender uno al otro, que ellos son la verdadera familia del adicto. Para un
cristiano tal actitud elimina totalmente al cuerpo de Cristo, que debe cuidar de sus
miembros heridos.

Aprendí cómo permitimos que Satanás y sus ángeles impíos


establezcan posiciones
El segundo libro que leí arrojó muchísima luz sobre el tema y fue una obra clave en
darme esperanza y dirección en mi lucha: The Bondage Breaker [Rompiendo las cadenas],
de Neil Anderson. Este libro habla detalladamente de la guerra espiritual y del aspecto
demoníaco del pecado habitual. Aprendí cómo permitimos que Satanás y sus ángeles
impíos establezcan posiciones y esperanzas en nuestra vida espiritual y a la medida que
dejamos de vivir de acuerdo a nuestra identidad en Cristo y nos apropiamos de los aspectos
de su carácter que ya son nuestros. El libro me dio esperanza de victoria en la lucha
espiritual y física sobre el pecado, al recordarme que Satanás es un enemigo vencido que no
tiene ningún poder sobre mí, a menos que se lo entregue.
Empecé a leer en voz alta las verdades espirituales que Neil había incluido en ambos
libros acerca de nuestra identidad en Cristo y los resultados de esta. A medida que afirmaba
mi identidad y luchaba con la discrepancia entre mi naturaleza en Cristo y mis actitudes,
pensamientos y comportamientos, me sentía mchas veces abrumado por el dolor y la
autocondenación. Renuncié a las fortalezas que Satanás había establecido, experimentando
una libertad progresiva conforme se identificaba cada área problemática. No fue sino hasta
después de muchos meses de lucha que pude llegar a donde Dios quería: confiando en Él,
no en mí, y confiando en su amor tan infalible e interminable.
Mi esposa y yo nos hemos esforzado durante este último año por restablecer nuestra
relación, no en base a la lujuria y la explotación sino en el fundamento sólido de Jesucristo.
Poco a poco nos hemos enfrentado con los problemas del pecado y del perdón, y hemos
vuelto a ser amigos. Todavía tenemos discusiones, conflictos y sentimientos heridos que
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atender, pero nuestras herramientas son las mejores. Estamos construyendo un registro de
éxitos en la resolución de nuestros conflictos pasados y presentes.

Se ha roto la esclavitud del pecado en que me había sumido.


Todavía lucho con mis emociones, pero logro sentir toda la gama desde la tristeza
profunda hasta el gozo desbordante, y en todas está Dios conmigo. ¿Peco todavía? Por
supuesto, pero soy un santo que peca de vez en cuando y se lo puedo confesar a Dios,
recordando 1 Juan 1:9: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad». Y además, algo muy importante, es que ya
soy libre de la compulsión sexual producida por creer las mentiras de Satanás respecto a mi
verdadera naturaleza.
Con la ayuda de mi terapeuta estoy aprendiendo a reconocer y a aceptar las emociones.
Con la ayuda del Espíritu Santo tengo el poder para querer hacer el bien antes que el mal.
No se me ha liberado mágicamente de la tentación: mientras más me acerco a Dios, más
oportunidades para pecar me presenta el tentador. Me decido constantemente por hacer el
bien, pues reconozco que mis pensamientos producen fruto si se lo permito. Se ha roto la
esclavitud al pecado en que me había sumido debido a mis decisiones pecaminosas. En
medio del mal que me rodea, estoy aprendiendo a huir de la tentación, a resistir al diablo y
a estar en el mundo pero no ser del mundo. Me agarro de la promesa de Dios:
No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios quien no
os dejará ser tentados más de lo que podéis soportar, sino que juntamente con la tentación
dará la salida, para que la podáis resistir (1 Corintios 10:13).

Estoy aprendiendo a asumir las funciones de una persona que se


responsabiliza de sus actos.
Aun así, tengo toda la confianza de que el tiempo de Dios y sus métodos son perfectos,
que su plan de redención no falla. Estoy agradecido por su restauración y anticipo el
momento en que se hayan sanado todas las heridas, se hayan enjugado todas las lágrimas y
se perfeccione la reconciliación en Cristo. Hasta entonces, estoy aprendiendo a asumir las
funciones de una persona que se responsabiliza de sus actos, y a amar a mi esposa de la
manera en que Dios lo quiso. Ahora puedo orar, estudiar las Escrituras con gratitud, alabar
a Dios por su gracia y descansar en su provisión por mi vida. Gracias a la comprensión que
tengo de mi identidad en Cristo, ¡soy libre! ¡Puedo vivir como Dios me llamó a vivir!
* * *

¿Quiénes son los lastimados?


Cada primavera doy un curso que se llama «La iglesia y la sociedad», es una clase
básica sobre la ética y que intenta definir el papel de la iglesia en la sociedad. En la segunda
mitad del semestre invitamos a los expertos locales para que discutan temas morales
específicos. Disfruto el curso porque para mí es un aprendizaje cada primavera. A medida
que llegan los invitados a dar sus presentaciones, advierto a los alumnos que no «tomen la
carga de todos» o se sentirían abrumados. Sin embargo, hay que escuchar sus
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preocupaciones porque estos conferenciantes buscan suplir las necesidades de las personas
lastimadas de nuestra sociedad, lo que también es el ministerio de la iglesia.
Una constante preocupación que escucho de los cristianos, que trabajan en las agencias
paraeclesiásticas y seculares, con las personas vejadas, es su frustración con la iglesia.
Dicen que esta vive en el rechazo y que más bien alcahuetea a los que agreden a sus
esposas, a los que abusan de niños y a los alcohólicos. Aducen que es más común que la
iglesia no defienda a la víctima sino que ofrezca un santuario al abusador, bajo el disfraz de
no querer ningún escándalo. Por lo consiguiente, ni el abusador ni el abusado reciben
ayuda, y sus vidas siguen cada vez más y más desviadas, como en el caso de Charles.

La sexualidad masculina y femenina


Fuimos creados como seres sexuales: la lubricación vaginal femenina y las erecciones
masculinas ocurren dentro de las primeras veinticuatro horas de nacidos. Los bebés tienen
que experimentar el calor y el tacto para poder lograr la unión con los padres, y la confianza
se desarrolla durante los primeros meses de vida. Aun durante este período el abuso o el
abandono tendrá efectos perjudiciales duraderos, por lo que es fácil ver el grave impacto
sobre un niño cuando es víctima del abuso en su tierna infancia, cuando tiene incluso mayor
conciencia. Existe una organización enfermiza de pedófilos que promueven el incesto
proclamando: «¡Sexo antes de los ocho es demasiado tarde!» Buscan destruir el
funcionamiento sexual normal aun antes de que haya tenido oportunidad de desarrollarse.
Toda la anatomía sexual está presente desde el momento de nacer y se desarrolla
temprano en la adolescencia. Las hormonas empiezan su secreción tres años antes de la
pubertad. En la mujer, la secreción del estrógeno y de la progesterona es muy irregular
hasta un año después de la pubertad, en que se establece un patrón rítmico regular. Después
de la menopausia, conforme disminuye la secreción hormonal, se adelgaza la pared de la
vagina y disminuye la lubricación vaginal.
En el varón, la testosterona aumenta en la pubertad, alcanza un máximo a los veinte
años, disminuye a los cuarenta y llega a casi cero a los ochenta. El proceso normal de
envejecimiento causa una erección más lenta y menor funcionamiento sexual, pero no hay
un cese completo de estas funciones. Mientras el hombre duerme experimenta una erección
cada ochenta a noventa minutos.
Todo esto es parte de la maravillosa creación de Dios que debemos vigilar como buenos
mayordomos. Pero como ya se ha notado, este bello plan para la procreación y la expresión
del amor se puede distorsionar gravemente.

Sanidad para el desarrollo sexual distorsionado


Dios quiso que el sexo fuera para nuestro placer y para la procreación dentro de los
límites del matrimonio. Pero cuando el sexo se vuelve un «dios» es feo, aburrido y
esclavizante. No es muy acertado colmar de condenación a los que están esclavizados,
porque aumentar la vergüenza y la culpabilidad es contraproducente y no producirá buena
salud mental, carácter cristiano ni autodominio. La culpabilidad no inhibe el estímulo
sexual; más bien, puede contribuir a aumentarlo y a impedir que usemos nuestra sexualidad
tan sanamente como lo quiere Dios. En vez de condenación, yo ofrecería los siguientes
pasos para los que hayan tenido un desarrollo sexual distorsionado:
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1. Enfrente su condición actual delante de Dios. Con Dios no hay secretos. Él conoce
los pensamientos y las intenciones de su corazón (Hebreos 4:11–13), y jamás debe temer el
rechazo por ser honesto con Él y por confesar su pecado y su necesidad. La confesión
simplemente es hablar la verdad con Dios y vivir constantemente de acuerdo con Él. Lo
opuesto de la confesión no es el silencio, sino más bien la racionalización y la
autojustificación, que intentan excusar o negar su problema. Esto jamás le conducirá a la
libertad. Su camino de salida de la esclavitud debe incluir a Dios de manera honesta e
íntima.
2. Comprométase con una visión bíblica del sexo. Dios creó toda expresión sexual con
el fin de asociarla con el amor y la confianza, que son imprescindibles para un buen
funcionamiento sexual. Según estudios recientes, hay pruebas de que la confianza quizás
sea uno de los factores más importantes en la capacidad de las mujeres para lograr el
orgasmo. Asegurar la confianza significa que no tendremos jamás el derecho de violar la
conciencia del otro: lo que es malo para su cónyuge, es malo para usted.
Demasiadas esposas me han preguntado con lágrimas en los ojos si deben someterse a
toda solicitud que sus maridos les hagan. Normalmente los maridos piden alguna expresión
desviada con la esperanza de satisfacer su lujuria. Algunos hasta se amparan en Hebreos
13:4 diciendo que es «pura la relación conyugal», aduciendo que la Biblia permite todo tipo
de expresión sexual dentro del matrimonio. No hay cuatro palabras que más se saquen del
contexto que esas. Termine de leer el versículo: «Pero Dios juzgará a los fornicarios y a los
adúlteros». La idea es mantener pura la relación sexual sin adulterio ni fornicación. La
esposa puede cumplir con las necesidades sexuales de su marido, pero jamás podrá
satisfacer su lujuria.
Una visión bíblica del sexo siempre será personal, pues es la expresión íntima de dos
personas enamoradas. La gente esclavizada por el sexo o aburrida de él lo han
despersonalizado. Se vuelven obsesionados con pensamientos sexuales para lograr mayor
excitación; y como el sexo obsesivo siempre despersonaliza, aumenta el aburrimiento y los
pensamientos obsesivos se hacen más fuertes. ¡Un hombre me dijo que su práctica de
masturbación no es pecaminosa porque en sus fantasías las mujeres no tienen cabeza! Le
dije que precisamente eso es lo malo de lo que hace. Tener fantasías de otra persona como
objeto sexual, sin verla como persona creada a la imagen de Dios es precisamente el
problema. Aun la reina de la pornografía es la hija de alguna madre y no simplemente un
pedazo de carne.
La visión bíblica del sexo también se asocia con la seguridad y la protección. Fuera del
plan de Dios, el temor y el peligro también pueden causar despertar sexual. Por ejemplo,
meterse a una tienda pornográfica causará la excitación sexual mucho antes de que se
presente un estímulo sexual real. Y la costumbre de mirar objetos sexuales es muy
resistente al tratamiento porque la excitación no viene simplemente por la vista, el acto
viola una norma cultural prohibida. El clímax emocional se intensifica con la presencia del
temor y del peligro.
Un hombre dijo que estaba metido en sexo estimulante. Alquilaba una habitación en un
motel y cometía adulterio en la piscina donde la posibilidad de que los vieran intensificaba
el clímax. Esa gente tiene que separar el temor y el peligro de su estímulo sexual. Una
visión bíblica del sexo incluye los conceptos de seguridad y protección para que el
cumplimiento máximo venga a raíz de una entrega total del uno al otro, en confianza y
amor. Alguna gente se deja engañar con el cuento de que la fruta prohibida es la más dulce,
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negando la importancia crucial de una relación entre el hombre y la mujer para encontrar el
placer y la satisfacción en el sexo.
También abogo por abstenerse del uso de los órganos sexuales para cualquier otra cosa
que para lo que los hizo el Creador. Dios no me hizo patas para arriba, ni se supone que
deba caminar sobre las manos. Hay partes de mi cuerpo que fueron creadas para disponer
de los fluidos y las sustancias de desecho. No creo que el sexo oral refleje el propósito del
Creador para el uso apropiado de las partes del cuerpo. Hasta la higiene personal sugiere
que esta expresión no se ajusta a los objetivos de Dios.
¿Por qué será que constantemente buscamos la máxima experiencia sexual? ¿Por qué no
buscamos la máxima experiencia personal con Dios y uno con el otro, para que el sexo en
el matrimonio sea una expresión de la misma forma? La buena relación sexual no hace un
buen matrimonio, pero un buen matrimonio tendrá una buena relación sexual.
3. Busque el perdón de todos los que haya ofendido sexualmente. Insto a todo hombre a
pedirle perdón a su esposa por cualquier violación de su confianza. Nuestras esposas
sienten cuando algo anda mal; no permitamos que tengan que adivinarlo. En realidad ellas
forman parte imprescindible de lo que nos permite vivir sexualmente libres en Cristo. Los
hombres somos increíblemente vulnerables en el área sexual, y necesitamos el apoyo
cariñoso y el discernimiento que ofrece una esposa amorosa. Tanto Douglas, en el capítulo
anterior, como Charles finalmente confesaron todo a sus esposas. ¿Habrá sido humillante?
Sí, pero ese es el camino hacia la libertad.
Charles también tuvo que pedir el perdón de sus hijos. En algunos casos se llevará años.
Tristemente, algunos nunca logran llegar al punto de perdonar al que abusó de ellos, y
entonces el ciclo de abuso continúa. Los hijos a los que se ha maltratado normalmente se
vuelven abusadores también y sus hijos sufren la consecuencia de otro padre esclavizado.
Si la víctima decide no perdonar al abusador, vive esclavizado por la amargura. Sin
embargo, para el abusador restaurado que vive bajo condenación porque su víctima no lo ha
perdonado se está negando la obra que Cristo completó. Cristo murió por los pecados del
mundo una vez por todas. Tenemos que creerlo, vivirlo y enseñarlo para poder parar el
ciclo de abusos.
4. Renueve su mente. El sexo anormal es producto de los pensamientos obsesivos.
Dichos pensamientos se vuelven duraderos a causa del refuerzo físico y mental que reciben
con la repetición de cada acto y de cada percepción mental. La mente sólo puede
reflexionar sobre lo que se ve, se guarda en la memoria o se imagina intensamente; somos
responsables de lo que pensemos y de nuestra propia pureza mental.
Recuerdo cuando recién me convertí a Cristo y me comprometí a limpiar mi mente.
Como se imaginará, el problema empeoró en vez de mejorar. Cuando cede a los
pensamientos sexuales, la tentación no parece tan fuerte, pero cuando decide no pecar, la
tentación se vuelve más fuerte. Recuerdo que yo cantaba simplemente para distraer la
mente. Mi vida y mis experiencias serían bastante inocentes en comparación con las de la
mayoría de las personas con que he hablado, pero aun así, duré años en el proceso de
renovar mi mente debido a las imágenes que le había programado.
Imagine a su mente como el café en una cafetera. El líquido es oscuro y maloliente
debido a la broza del café viejo (el material pornográfico y las experiencias sexuales) que
tiene y que ha quedado allí. No hay forma de librarlo de ese sabor amargo y ese color tan
feo que ahora lo impregnan; no hay forma de sacarlo con filtro. Tiene que botar la «broza»,
y lo debe hacer. ¡Debe botar a la basura el material pornográfico!
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Imagínese ahora un recipiente de hielo cristalino al lado de la cafetera. Cada cubo de


hielo representa la Palabra de Dios. Si tomáramos por lo menos un cubo de hielo cada día y
lo pusiéramos en la cafetera, con el tiempo el café se diluiría tanto que no se podría oler ni
ver el café original. Eso funcionaría, siempre y cuando usted se hubiera comprometido a no
echar más broza de café en la cafetera.
Dice Pablo en Colosenses 3:15: «Y la paz de Cristo gobierne en vuestros corazones,
pues a ella fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos». ¿Cómo vamos a dejar
que Cristo gobierne en nuestros corazones? El siguiente versículo lo dice: «La palabra de
Cristo habite abundantemente en vosotros, enseñándoos y amonestándoos los unos a los
otros en toda sabiduría con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando con gracia a
Dios en vuestros corazones».
De la misma manera que Jesús, debemos confrontar la tentación con la verdad de la
Palabra de Dios. Cuando ese pensamiento tentador nos acecha por primera vez, lo llevamos
cautivo a la obediencia de Cristo (2 Corintios 10:5). «¿Con qué limpiará el joven su
camino? Con guardar tu palabra. En mi corazón he guardado tus dichos para no pecar
contra ti» (Salmo 119:9, 11).
Vencer la batalla por nuestras mentes a menudo implica dar dos pasos hacia adelante y
un paso para atrás. Con el tiempo llegan a ser tres pasos hacia adelante y uno para atrás.
Luego son cinco pasos hacia adelante y uno hacia atrás, hasta que son tantos los pasos
positivos hacia adelante que el «uno para atrás» es un recuerdo que se desvanece. Recuerde
que se podrá desesperar de tanto pedirle a Dios que le perdone vez tras vez, pero Él jamás
se desespera de tener que perdonarle.
5. Busque relaciones legítimas que suplan su necesidad de amor y de aceptación. La
gente con adicciones sexuales tiende a aislarse, pero nos necesitamos unos a otros; no
fuimos creados para sobrevivir solos. Charles buscó ayuda y compañerismo cristiano. Sin
embargo pocos lo hacen por la vergüenza que sienten y en consecuencia, permanecen
esclavizados. Cuando nuestras relaciones nos producen satisfacción, se cumplen las
necesidades legítimas más profundas. La búsqueda de satisfacción expresiones sexuales en
vez de relaciones personales conducirá a la adicción.
6. Aprenda a andar en el Espíritu. Gálatas 5:16 dice: «Andad en el Espíritu, y así jamás
satisfaréis los malos deseos de la carne». Un andar con Dios legalista solo le traerá
condenación, pero nuestra verdadera esperanza es la relación dependiente de Él, sostenidos
por su gracia. En mi libro, Cuando andamos en la luz, trato de definir lo que significa gozar
de la dirección de Dios y de una vida mejorada por su Espíritu.
Es cierto que la esclavitud sexual es una atadura difícil de romper, pero toda persona
puede ser libre de las garras de Satanás en esa área. El terrible costo de no luchar por esa
libertad es un precio demasiado elevado. Vale la pena luchar por su libertad sexual y
espiritual.

8
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Una familia:
Libertad de los falsos maestros
Las personas más inseguras que podrá conocer son los manipuladores. Son
independientes, no le importan los demás; son superficiales, no profundizan.
Subconscientemente insisten demasiado en la falsa creencia de que su valor depende de la
capacidad de controlar o manipular el mundo que los rodea. Tome en cuenta a los Hitler y
los Hussein del mundo, cuyas inseguridades llegaron a tal extremo que millones perdieron
sus vidas. Los manipuladores de este tipo simplemente eliminan a los que se oponen y se
rodean de marionetas que los reafirmen externamente.
De manera similar y más siniestra, se han metido en la iglesia falsos profetas y
maestros, como nos advierten claramente las Escrituras: «Porque se levantarán falsos
cristos y falsos profetas, y darán grandes señales y maravillas de tal manera que engañarán,
de ser posible, aun a los escogidos» (Mateo 24:24). Todavía me sorprende que los
seguidores de líderes de sectas provengan de hogares de alto nivel de educación, de clase
media, y usualmente religiosos. ¿Seremos tan susceptibles al engaño? ¡Pues sí lo somos!
En 2 Pedro 2 vemos que el capítulo entero se dedica a advertirnos de los falsos profetas
y maestros que se levantarán, aparentando ser cristianos. Tome nota de los primeros dos
versículos:
Pero hubo falsos profetas entre el pueblo, como también entre vosotros habrá falsos
maestros que introducirán encubiertamente herejías destructivas, llegando aun hasta negar
al soberano Señor que los compró, acarreando sobre sí mismos una súbita destrucción. Y
muchos seguirán tras la sensualidad de ellos, y por causa de ellos será difamado el camino
de la verdad.

El lado siniestro del fraude religioso


Cuando se difama el camino de la verdad, el resultado es la esclavitud y no la libertad.
¿Y quiénes se disponen a seguir a este tipo de engañadores? Normalmente las personas
dependientes y las que son producto de padres controladores y manipuladores. Algunos son
idealistas decepcionados por una sociedad promiscua.
El abuso por medio del fraude religioso es todavía más siniestro que el abuso físico o
sexual del que hemos venido hablando, porque esta máscara viene acompañada de un alto
grado de compromiso, con ideas que suenan muy nobles. Así se destruye a las personas
decentes que buscan poder confiar en quien los dirige. Sin darse cuenta siquiera, terminan
siguiendo a un hombre en vez de seguir a Dios. Pablo nos advierte en 2 Corintios 11:13–15:
Porque los tales son falsos apóstoles, obreros fraudulentos disfrazados como apóstoles
de Cristo. Y no es de maravillarse, porque Satanás mismo se disfraza como ángel de luz.
Así que, no es gran cosa que también sus ministros se disfracen como ministros de
justificación, cuyo fin será conforme a sus obras.

El legalismo sofocante
En Cuando andamos en la luz examino la naturaleza y consejería fraudulenta de los
falsos profetas y maestros. Nadie es más repugnante ante Dios que quienes pretendan
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desviar a sus hijos. Los falsos maestros tienen un espíritu independiente y no rinden cuentas
a nadie. Exigen lealtad absoluta para con ellos y si no la reciben, lo acusan a uno de no
someterse. En vez de liberar a las personas en Cristo, ejercen controles rígidos, a menudo
disfrazándolos como normas del discipulado. Insisten en que ellos siempre tienen la razón y
que los demás están equivocados, y sus peones no pueden hacer nada sin su aprobación
previa. El fruto de su espíritu es el dominio como líder, que termina en legalismo sofocante.
El fruto del Espíritu Santo es el dominio propio, que da como resultado la libertad.
Dios es santo y debemos vivir en santidad, pero el legalismo no es el medio por el cual
lo podamos lograr. Los controles externos no pueden cumplir lo que solamente puede
lograr el Espíritu Santo que vive dentro de la persona. Los legalistas son personas
compulsivas que se obligan a vivir de acuerdo a alguna norma, pero que jamás lo logran.
Hasta exigen que los demás traten de cumplirla, y paradójicamente los rechazan cuando no
logran cumplirla. Viven bajo la maldición de la condenación: «Porque todos los que se
basan en las obras de la ley están bajo maldición» (Gálatas 3:10).
Los legalistas tratan de establecer su suficiencia en ellos mismos y no en Cristo:
No que seamos suficientes en nosotros mismos, como para pensar que algo proviene de
nosotros, sino que nuestra suficiencia proviene de Dios. El mismo nos capacitó como
ministros del nuevo pacto, no de la letra, sino del Espíritu. Porque la letra mata, pero el
Espíritu vivifica (2 Corintios 3:5, 6).
Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (2
Corintios 3:17).

Una familia dentro y fuera de la esclavitud


Nuestro próximo relato es de una familia que en un lapso de diez años hizo su
peregrinaje dentro y fuera de la esclavitud. Cuando lo conocí, Joe era un hombre
competente y próspero en su profesión, pero su matrimonio estaba en peligro. Su esposa se
había ido por algunos días para contemplar la posibilidad de separarse de él. Sus ojos
expresaban profunda preocupación cuando vino en busca de consejo. Escuchemos primero
a este hombre concienzudo quien inadvertidamente condujo a su familia a esclavizarse al
líder de una secta, un hombre que se disfrazaba de mentor justo. Para Joe lo más difícil fue
aceptar que se le engañó; una vez que lo logró, luchó respecto a quién sería el próximo en
quien confiaría.
Luego escucharemos la opinión de su esposa, quien discernió que algo andaba mal pero
fue acusada de no someterse. Finalmente, dan su voz en el asunto las dos hijas a quienes les
irritaba ese ambiente opresivo. No comentaré sobre sus testimonios porque lo dicen todo.
* * *

La historia de Joe
Mi madre hizo lo imposible por mantener unida a la familia.
Mis padres se divorciaron cuando yo era muy pequeño. Después de eso recuerdo que
sentí nuevos trauma con la muerte y separación de otros seres queridos. Mi madre hizo lo
imposible por mantener unida a la familia, pero su propia inseguridad se manifestó en la
necesidad de controlarnos.
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Mamá y yo siempre fuimos muy unidos, pero ahora que reflexiono sobre el pasado veo
que me presionaba en mi toma de decisiones y me moldeaba como una persona que
necesitaba a otra para guiarme. Esto ha tenido un efecto tremendamente negativo en mi
vida y todavía paso a menudo por un «infierno» de indecisión a la hora de tratar de escoger
un plan de acción. Y una vez que tomo la decisión, me encuentro evaluándola y
reevaluándola una y otra vez.
Me fue bien en el colegio y especialmente en la universidad, sacando el segundo lugar
en mi campo principal de estudio cuando me gradué. Formé también parte de la selección
deportiva de universitarios en la costa este de los Estados Unidos.

Cynthia odiaba nuestra iglesia legalista, por la que yo daba la


vida.
Cynthia y yo nos conocimos cuando teníamos diecisiete años de edad y ella llegó a casa
como huésped de mi hermana. Era bonita y sus ojos vivaces, por lo que me atrajo mucho.
Nos enamoramos, salíamos juntos durante nuestros años universitarios y nos casamos
después de la graduación. Una vez casados, asistíamos a una iglesia, pero no conocí al
Señor sino cerca de un año después; para ella fue varios años después. Cynthia odiaba
nuestra iglesia legalista, por la que yo daba la vida. Como resultado de mi dedicación,
mucha gente allí me aconsejó que debía ingresar al ministerio.
Nos trasladamos a otra iglesia donde también me involucré muchísimo: dirigía el culto
de adoración, ayudaba a los pastores, redactaba el programa y dirigía pequeños grupos. Allí
fue cuando empecé a notar que mi relación con Cynthia se deterioraba. Al fin renuncié a
toda actividad del «ministerio» para dedicarme exclusivamente a mi hogar y a mi familia.
Conocimos a una pareja de otra iglesia que era ejemplo de buena vida familiar, nos
ayudaron mucho en nuestra relación y en la crianza de nuestros hijos pequeños. Fue a
través de ellos que conocimos el movimiento de discipulado que a la larga terminó
destrozando nuestra familia. Asistimos a un culto en su iglesia para escuchar al líder del
movimiento que era de otro estado. Respondí a su mensaje y una vez tras otra escuchaba
sus casetes, hasta que me convencí de que debíamos involucrarnos en ese movimiento.
A Cynthia le fue difícil aceptarlo y, cuando escuchaba los casetes, se sentía abrumada
por el temor. Los líderes de nuestra iglesia también se oponían a que participáramos tanto,
por lo que me sometí a Cynthia y a ellos durante dos años. Al final, acordaron que nos
uniéramos al movimiento.
Ahora puedo ver que Cynthia nunca se sintió bien con esa decisión; pero en realidad, la
cansé con mis presiones. Sin embargo, en esa época pensaba que había estado esperando
que Dios actuara a favor nuestro y que Él había quitado las barreras para que nos fuéramos.

Poco a poco la perspectiva que tenía de mi esposa comenzó a


cambiar
Nos hicimos miembros de la nueva iglesia y poco a poco la perspectiva que tenía de mi
esposa comenzó a cambiar. En mi nueva interpretación de autoridad y sumisión en el hogar
empecé a calificar la resistencia que me hacía como su rebelión contra el Señor.
Sentía hambre de Dios y me emocioné con la visión del movimiento y con las
respuestas que parecía ofrecer para los problemas de la iglesia y de la sociedad moderna.
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De veras pensé que la iglesia necesitaba orden y disciplina, y que Dios había establecido
esta obra para cumplir con dicha meta.
Me dieron algunas responsabilidades grandes en el movimiento, tanto a nivel legal
como administrativo. Vendimos nuestra casa para trasladarnos más cerca de la iglesia y
donamos el patrimonio para el avance de la visión.

El líder del discipulado abusaba de su autoridad y manipulaba a


la gente.
Ahora en retrospectiva, veo que en ese movimiento había un hombre, el líder, que
abusaba de su posición de autoridad y usaba, controlaba y manipulaba a la gente. Yo era el
que respondía a su liderazgo, pero lo hice creyendo firmemente que le respondía al Señor.
La advertencia que no capté en todo el camino fue la preocupación de Cynthia. Seguía
oponiéndose. Ahora me doy cuenta de que en su espíritu percibía que algo andaba mal,
pero no me lo explicaba y tal vez no estaba listo para escuchar. Debí haber atendido sus
sospechas, pues eran parte de la dirección dada por Dios, pero las eché a un lado. Más bien
consideré que su resistencia era de autoprotección y que mi responsabilidad era ayudarla.
Al fin nos pidieron que nos mudáramos a otro estado donde pensé que podríamos
involucrarnos aún más, lo que nunca sucedió. No lo sabía en ese entonces, pero cuando ya
teníamos un tiempo de estar allá, el líder empezó a contarle a Cynthia cosas dañinas y
contenciosas sobre mí. Por otro lado, me decía que no podía dirigir a mi esposa y que no
era capaz de tener ninguna responsabilidad en la iglesia. Me echaron totalmente a un lado.
Todo esto sucedió en una época en que cuestionaba los asuntos legales del movimiento.
Había visto una señal de peligro y cuando hablé con el líder acerca de mis preocupaciones,
reaccionó con ira. Me dijo que me estaba metiendo en lo que quedaba fuera de la esfera de
mi responsabilidad y que no tenía derecho a intervenir.

Una barrera grande creció cada vez más entre Cynthia y yo.
Pasé los cinco años siguientes agonizando ante Dios, tratando de responder ante lo que
se me decía que eran mis «problemas». Mientras tanto, una barrera grande creció cada vez
más entre Cynthia y yo. Sentí que mucho de lo que Dios me había llamado a hacer se había
bloqueado porque ella siempre se oponía a mí, a los líderes y a Dios. El líder fomentaba
esta actitud de maneras tan sutiles que no me daba cuenta de lo que sucedía.
Poco a poco se me hacía cada vez más difícil responder a la enseñanza y a los retos del
liderazgo, pero se nos enseñaba que deberíamos seguir respondiendo a Dios en sumisión a
la autoridad de ellos. Fue una época dolorosa y confusa para mí, y no percibí las muchas
señales que me advertían que las cosas no andaban bien.
Me regocijé muchísimo cuando Cynthia tuvo la idea de ir a una escuela de preparación,
una experiencia de discipulado en un internado para la familia entera. Lo vi como un
cambio en Cynthia y estuvimos de acuerdo en asistir.

Desenmascararon al líder del movimiento


Al año siguiente, desenmascararon ante el público al líder del movimiento, tanto por su
manejo de las finanzas del ministerio como por su abuso espiritual y sexual de muchas de
las mujeres. Junto con otros del grupo, Cynthia y yo armamos el rompecabezas del
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movimiento y vimos un cuadro demasiado complejo e increíble de control y manipulación


por un solo hombre.
Todo el mundo creyó que eran las únicas víctimas y que, debido al «problema» en su
vida personal, no podían pasar a asumir nuevas responsabilidades. Gran parte del control de
la gente se mantuvo mediante la división entre marido y mujer; Cynthia y yo éramos un
ejemplo clásico. Pero cuando descubrieron al líder, se rompió esa poderosa influencia que
nos controlaba a todos.
Salimos de inmediato y regresamos para reorganizarnos en nuestro estado natal.
Nuestra familia, el mayor tesoro de mi vida, había sufrido un enorme daño en sus
relaciones. Ya no tenía la capacidad para relacionarme con mis hijos, especialmente con mi
hija mayor que tenía muchísimo tiempo de estar luchando de la misma manera que lo hacía
Cynthia.
Necesitábamos un cambio radical. Yo había bebido profundamente de un espíritu malo,
lo había introducido en nuestro hogar y había modelado algo que era básicamente
defectuoso. Reconocí estos hechos ante mi familia pero no me daba cuenta de que era
simplemente el comienzo de un largo peregrinaje, no el fin de nuestros problemas.

Hallé claridad y frescura en la libertad en Cristo que describía.


Me recomendaron un libro del doctor Neil Anderson: The Bondage Breaker. Encontré
claridad y frescura en la libertad en Cristo que describía. Compré también su primer libro,
Victory Over the Darkness, que Neil había recomendado como importante para nuestra
identidad en Cristo. Devoré ambos libros, leyéndolos, reflejándolos y haciendo anotaciones
en todas partes. No hubo un área de las Escrituras mencionadas en estos libros que ya no
hubiera estudiado profundamente; sin embargo, Neil daba a todo una perspectiva fresca.
Le recomendé los libros a Cynthia y empecé a tomar en serio la idea de ir a California
con la esperanza de ver a Neil. ¡Cuál no fue mi regocijo cuando me enteré de que vendría a
nuestra área en pocas semanas para dar un seminario de siete días! A Cynthia no le interesó
mucho la idea y se fue de viaje para evaluar nuestra relación, por lo que asistí solo. En el
seminario me remitieron a una pareja de miembros del personal de Freedom in Christ
[Libertad en Cristo] ya que había pedido consejería. A su regreso, Cynthia aceptó ir a
hablar juntos, siempre y cuando fuera con alguien totalmente independiente que no
estuviera prejuiciado por mi perspectiva sobre la situación ni por la de ella.

Comencé a verme en una nueva luz.


Me reuní con el marido mientras Cynthia se reunía con la esposa, y cada quien nos
condujo por los pasos hacia la libertad. En el transcurso de esa sesión empecé a verme de
manera distinta. Conocía mi identidad en Cristo; podría haber discutido los asuntos desde la
perspectiva bíblica. Sin embargo, empecé a ver que había construido un muro fuerte
alrededor de las muchas emociones que había sentido desde mi infancia y que había
encerrado dentro de mí. No estaba en contacto con mis propios sentimientos, sino que me
relacionaba sólo a nivel de la mente con Dios y con los demás.
Las barreras que me había construido eran una autodefensa, un sistema de seguridad
bajo el disfraz de la espiritualidad: gran disciplina personal, un estudio constante de la
Palabra de Dios, momentos de comunión con Dios; pero siempre un sistema en que yo
ejercía todo el control que pudiera para poderme mantener de una sola pieza. Sentía orgullo
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espiritual de mi habilidad para responder «correctamente» a las situaciones, para controlar


o suprimir mis sentimientos y emociones y para hacer lo correcto.
Era mi propia «rectitude» la que bloqueba todo sentido de pobreza personal y mi
necesidad de Dios. Lo que no conocía era la humildad de necesitar a Dios día a día a nivel
personal. Sabía lo que tenía que hacer, siempre tenía la respuesta «correcta» y la podía
respaldar con las Escrituras, pero lo hacía con mi propio esfuerzo, cosa que irritaba mucho
a Cynthia pues para ella yo no era auténtico.
Se me hacía demasiado difícil estar equivocado, especialmente en asuntos espirituales,
y a menudo no escuchaba a Cynthia. Ella era la que estaba «fuera de onda» y la que
necesitaba ayuda. Me instaron a dejar de insistir en ser correcto, a sentirme libre para
equivocarme y a dejar que Cynthia me ayudara.

Yo, en realidad, había destruido a Cynthia.


Al fin me di cuenta de que yo, en realidad, había destruido a Cynthia. Me había
entregado a la obra de Dios, específicamente a la visión y al llamado de nuestro líder de
discipulado, haciendo a un lado a mi esposa. ¿Qué clase de hombre hace eso? Había
idolatrado a un hombre porque en mi propia inseguridad necesitaba su aprobación, y a
pesar de que podía enseñar todo respecto a la maravillosa aprobación y aceptación de Dios,
yo mismo no la había comprendido.
Llegar a esta realización me fue muy difícil porque sinceramente creía que todo lo que
hacía era para Dios y que ya tenía su aprobación.

Satanás es mentiroso, engañador y muy sutil en todas sus


maniobras.
Todavía me cuesta entender cómo, con todas mis ansias de conocer a Dios, me pudo
engañar el enemigo de nuestras almas. Por supuesto que la explicación es que Satanás es
mentiroso, engañador y muy sutil en sus maniobras. Esta experiencia de diez años ha
dejado una huella indeleble en mi vida y en mi familia.
Aun después de recibir el seminario sobre «Libertad en Cristo», aún descubría más
respecto a esa persona tan asustada que había dedicado los últimos veinte años a servir a
Dios, pero a nivel personal se mantenía independiente de Él: Tenía conocimiento espiritual
pero vivía en una irrealidad emocional.
Gracias a Dios pude enfrentar la verdad sobre mí mismo, pues la barrera más grande
para la restauración de mi familia había sido que yo tuviera conciencia de mi propio
pecado. Después de pedir perdón al Señor y a Cynthia, hablé con mis hijas, contándoles
algo de cómo me percibía y lo equivocado que había estado, que no había sido un buen
reflejo de la imagen verdadera de Dios. No podemos borrar el pasado y estamos lejos de ser
perfectos, pero juntos nos encaminamos en un nuevo peregrinaje de gracia.
* * *
Cuando Cynthia entró al vestíbulo de la iglesia al lado de Joe, me parecía muy evidente
que era una mujer acechada por el temor y la desilusión, que venía a tantear la situación. Su
relato es el siguiente:

La historia de Cynthia
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Tenía la costumbre de dormirme llorando.


Hubo conflicto en el hogar de mi infancia. Mientras mis padres discutían y se peleaban
en la sala, mi hermana y yo nos tomábamos de la mano entre nuestras camas para lograr
consuelo y nos dormíamos llorando.
Tanto deseaba la paz, que cuando papá se enojaba, procuraba no cruzarme en su camino
y trataba de mantener todo en calma.
Papá era un obrero orgulloso que creía que un buen hombre debe trabajar duro todo el
día; y así como trabajaba, así tomaba. Tenía básicamente una tremenda ética del trabajo la
que me trasmitió. Siempre quise hacer e hice bien las cosas, porque algo menos era
rebajarme. Logré mis metas escolásticas a pesar de sentirme terriblemente insegura y sin
saber qué sería de mi futuro.

Mamá me dijo que los muchachos querían una sola cosa.


En mis años de adolescente mamá compraba toda mi ropa de segunda mano, y siempre
me quedaba demasiado grande, tanto que tenía que arreglarla con alfileres. Cuando me
quejaba, me decía que los muchachos querían una sola cosa y que si pudieran ver la forma
de mi cuerpo, les metería ideas en la cabeza.
De pura vergüenza me alejé de los muchachos de mi escuela y simplemente me
concentré en los estudios, sobre todo en el inglés y en la redacción imaginativa. Disfrutaba
de esos cursos porque por medio de ellos podía expresarme. Una vez, desde el fondo de mi
corazón escribí un ensayo sobre la individualidad, sobre lo que significa ser diferente pero
aceptado, de tener valor por sí mismo a pesar de ser diferente.

Mi amiga dijo que tendríamos un romance veraniego.


En mi último año de colegio fui con una amiga a visitar a su familia en otra ciudad. Me
quedé pasmada de que mis padres me dieran permiso porque siempre me protegían
increíblemente. Pero, bueno, mi amiga era la hija del pastor. Me dijo que tendríamos un
romance veraniego, aunque yo en realidad no sabía qué significaba eso.
Había otra muchacha de nuestra edad en la casa donde nos hospedamos y tenía un
hermano. Temía a los muchachos, pero Joe era bueno, hablaba correctamente, era todo un
caballero y unos pocos meses mayor que yo. Con el paso de los años se desarrolló nuestra
amistad y aunque percibí una tendencia a controlarme, no lo reconocí como un problema
que nos asediara.
Nos casamos y por un tiempo esperaba emocionada que llegara a casa todas las noches.
Pero pronto aprendí que era un hombre sumamente inseguro.

Todos los domingos lloraba cuando salíamos de la iglesia


Su inseguridad creó serios problemas en nuestra relación cuando nos unimos a una
iglesia legalista. Era un cristiano que buscaba a Dios y amaba el legalismo. Quería que
alguien le dijera simplemente lo que tenía que hacer para poder sentirse seguro haciéndolo.
Todos los domingos lloraba cuando salíamos de la iglesia porque siempre estaban
señalándonos y diciéndonos qué andaba mal.
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Llegué al punto de no volver más a la iglesia. No quería ser como esa gente: decaída,
infeliz y sin gozo. El pastor incluso nos dijo que si uno era cristiano y enseñaba en una
escuela pública, era como los paganos. Una enfermera que trabajaba los domingos también
estaba condenada.
Sin embargo, una vez escuché a un misionero visitante que reía mucho y cantaba. Jamás
antes había visto un cristiano tan alegre. Todo lo que yo había intentado anteriormente, ya
sea unirme a la iglesia o asistir a grupos de estudio bíblico, había producido en mí un gran
vacío, pero ese misionero llegó a ser mi amigo y empezamos a reunirnos con él para
estudiar la Biblia. Una noche la luz vino sobre mí y vi a un Salvador amante dándome la
bienvenida y perdonando mis pecados. Lo recibí en mi vida y lloré a lágrima viva,
diciendo: «¡Ya entiendo! ¡Ya entiendo!»

Tenía un verdadero temor de que nos estuviéramos involucrando


en alguna secta.
Entonces nos fuimos para otra iglesia más legalista que la primera y Joe estaba muy
emocionado, porque formaba parte de ella el líder del movimiento de discipulado que a Joe
le había llamado mucho la atención. Sentía que este líder tenía las respuestas que buscaba
en la vida cristiana. De mi parte, sentía lo opuesto. Temía que nos estuviéramos
involucrando en alguna secta, y sentía fuertes reservas tanto sobre las enseñanzas y los
métodos de este grupo como sobre el mismo líder. Pero Joe persistió y yo le seguí.
Parte de su enseñanza era que la gente debía asistir a reuniones, no sólo por largos
períodos los domingos sino que varias veces entre semana y siempre los viernes en la
noche. Se suponía que los niños tenían que estar presentes en todo momento, por lo que los
pequeñitos pasaban tres o cuatro noches seguidas durmiendo en el piso. Se nos decía que
teníamos que sacar de nuestra mente la «religión», por lo que se celebraban las reuniones
los domingos a otras horas que no fueran tradicionales. Nos enseñaron que ahora la iglesia
era nuestra familia y que teníamos que escoger cualquier reunión convocada por el líder,
por encima de cualquier actividad de familia.
Fue un programa constante de adoctrinamiento. Si no estábamos de acuerdo con algo
que decía o hacía el líder, no teníamos derecho a hablar con él al respecto. Los líderes no
tenían que rendir cuentas a su seguidores, sus «ovejas». Jamás tenían que pedir perdón por
algo mal hecho. Sin embargo, a las ovejas se les daba supuestamente el derecho llamado
«derecho de apelación» en caso de que alguno de los líderes subordinados les hubiera
hecho algún mal. La verdad es que esto jamás sucedió. Las ovejas siempre estaban
equivocadas, se les enseñaba que cuando retaban o incluso cuestionaban al liderazgo
estaban atacando al «trono de Dios».
Los líderes, o «pastores», enseñaban que estaban por encima de las ovejas. No debían
fraternizar con las ovejas, sino simplemente darles a conocer sus necesidades para que las
ovejas los sirvieran. Jamás sentí que los pastores nos dieran apoyo; su tarea consistía en
señalar nuestras faltas y errores.

Mi esposo me dijo tranquilamente que yo tenía un espíritu de


Jezabel.
Durante los primeros meses de asistencia a esta iglesia hablé de mis inquietudes y
preguntas con Joe. Sin yo saberlo, él le relataba a su pastor todo lo que yo decía. La
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jerarquía apoyaba esta actitud, supuestamente para ayudarnos a madurar. Un día mi esposo
me dijo tranquilamente que yo tenía un espíritu de Jezabel. Como no sabía qué era eso, le
pedí que me lo explicara. Dijo que yo era una usurpadora, que su pastor había llegado a esa
conclusión después de conocer mis preocupaciones. A Joe le dijeron que yo trataba de
manejar la familia y pasaba por encima de él.
Durante diez años, todo lo que se decía o hacia en nuestro hogar se juzgaba de acuerdo
a esa perspectiva. Joe sentía que no era hombre si no podía dirigir a su esposa, y la iglesia
constantemente reforzaba esa creencia. Le dijeron que no podía avanzar dentro de la iglesia
hasta que no tuviera en orden su casa, o sea, a mí.
Cuando tuvimos ese primer conflicto grande, pedí un «derecho de apelación». Nos
dieron una cita con el líder y este pastor me dijo que lo que yo quería era un «perrito
faldero» como esposo, alguien que me siguiera a mí por todos lados. También me dijo que
hay muchos niveles de madurez en la fe cristiana y que yo estaba apenas en el jardín de
infancia.
Salí de la entrevista sintiendo que esta había sido injusta y que no habían escuchado mi
punto de vista. El líder trató de debilitar mi voluntad y aplastar mi espíritu. En realidad, lo
único que logró fue que yo cuestionara más y sintiera mayor preocupación por toda la
situación.
Desafortunadamente, mientras más desconfiaba yo, Joe se encantaba más de la
enseñanza fuerte y aun del mismo líder, enviándole largas cartas con su compromiso de
servirle como siervo. Cuando descubrí esto me enfurecí; no sólo se estaba vendiendo a otro
hombre, sino que lo hacía a costa mía.

Me veía como una enemiga.


Mi esposo siempre había sido amoroso, bueno y considerado, pero todo eso cambió.
Empezó a ser suspicaz, desconfiado y resentido, y me veía como una enemiga que siempre
le frustraba sus planes.
Lo que hacía más difícil todo este proceso era que yo sabía cuánto él añoraba buscar a
Dios y andar en sus caminos. En este momento nos instaron a vender todo y mudarnos
varios miles de kilómetros para estar cerca del líder, quien había trasladado la sede de la
iglesia a otro estado. Para mí fue como una condena, pero como no había otra salida para
nuestro matrimonio, estuve de acuerdo con este paso. Con muchísima ansiedad
emprendimos el proceso de mudarnos. Nuestras dos hijas, y particularmente la mayor, no
querían dejar su casa, su escuela ni sus amistades. Por otro lado, yo estaba agarrada de un
hilo con la esperanza de que esta fuera la respuesta y que podríamos resolverlo todo.

«Tenga cuidado con Cynthia; es un problema».


Una vez que nos mudamos, en vez de recibir ayuda nos dejaron solos sin ningún
contacto personal por varios meses. Supe después que la pareja asignada a ser nuestros
pastores le habían advertido a todas las personas con quienes yo había sido amistosa:
«Tenga cuidado con Cynthia; es un problema. No debe pasar mucho tiempo con ella».
A Joe también lo hacían a un lado y sufrió ostracismo de parte del grupo. Mientras
anteriormente estuvo por algunos años bastante involucrado en los aspectos legales de la
iglesia y tuvo responsabilidades importantes en esta área, ahora le dijeron que no debía
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hacer preguntas ni familiarizarse de ninguna manera con el funcionamiento del


movimiento.
Yo luché. El luchó. Desafortunadamente no luchamos juntos. Joe seguía manteniendo
que el liderazgo tenía razón, y se enojaba mucho conmigo cada vez que expresaba mis
inquietudes. Francamente, no pude ver mucho de Jesús en lo que sucedía. Hacía tiempo
había decidido que si lo que tenía mi esposo era cristianismo, yo no quería saber nada de
eso. Pero como me habían dicho que espiritualmente estaba en pañales mientras que a mi
marido lo consideraban muy maduro, me reservé estos pensamientos.

A los niños se les enseñaba que la vida no es justa


Después de un tiempo de vivir en el otro estado, le sugerí a Joe que asistiéramos a la
escuela de preparación que manejaba el movimiento de discipulado. Esa decisión nació de
mi desesperación y de la creencia de que necesitaba más disciplina en mi vida.
Las reglas de la escuela para el comportamiento familiar eran muy estrictas y nuestra
hija adolescente tuvo muchos encuentros con Joe. A los niños se les enseñaba que su lugar
era escuchar, obedecer y dejar que se frustrara su voluntad para que aprendieran que la vida
no es justa. Cada vez que Joe regresaba de un viaje insistía en traer un regalito para sólo
una de las niñas. No importaba si dejaba fuera a la misma niña varias veces seguidas, pues
eso únicamente servía para reforzar la lección. La idea que surgió directamente del mismo
líder.
Varios meses después de graduarnos del curso, tanto Joe como yo decidimos regresar a
casa al final del año. Cuando le pedimos permiso al líder, nos dijo que no creía que el Señor
hubiera terminado con nosotros todavía y que también él tenía planes para nosotros. Pero
yo no quería sus planes. Además, el Señor me había dado personalmente un versículo en las
Escrituras: «Yo sé los planes que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, planes de bienestar
y no de mal, para daros porvenir y esperanza» (Jeremías 29:11). Me agarré muchísimo de
esta palabra.
En la medida en que yo estudiaba Jeremías el Señor me iba dando mensajes respecto al
regreso del exilio. Todos, Joe, nuestras hijas y yo sentimos que debíamos regresar a casa y
estábamos emocionados. Por primera vez en diez años la familia entera estaba de acuerdo.

Le habían pedido al líder que renunciara debido a su


comportamiento sexual indecente.
De repente, se convocó a una reunión de toda la iglesia y se anunció que le habían
pedido al líder que renunciara debido a su comportamiento sexual indecente con muchas
mujeres. Fue un choque que golpeó a toda la iglesia, y entonces supimos sin la menor duda
lo que el Señor quería que hiciéramos: ¡regresar a casa!
Una vez en casa, las niñas y yo estábamos eufóricas, pero Joe entró en una depresión
profunda que le duró semanas. Se había retado su sistema de convicciones. Estaba confuso
y enojado, sin saber a dónde ir o de dónde buscar consejo.
Empezamos a pelear otra vez y sabíamos que necesitábamos ayuda, de parte de alguien
que fuera independiente de nuestra situación y que tuviera un ministerio devoto. Ese era
nuestro clamor.
Pasaron los meses y Joe se enteró de los libros del doctor Neil Anderson, que leyó con
enorme interés. Compró uno y luego otro. Entonces supo que el doctor Anderson venía a
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nuestra ciudad a dirigir un seminario sobre: «La Resolución de conflictos personales y


espirituales».
Joe estaba decidido a asistir y me pidió que lo acompañara, pero rehusé. Sí leí el libro
que me había recomendado, pero no tenía la menor intención de tratar con diez años de
abuso y control en un salón lleno de gente. Hice un viaje sola a otra ciudad para tratar de
poner orden en mi confusión y quizás decidirme a dejar a Joe. Regresé casi al fin del
seminario y todas las noches Joe llegaba a hablar un poco de lo que estaba aprendiendo.
Pero no me interesaba mucho, le había perdido todo respeto en lo espiritual.

Buscaba el menor juicio o desconfianza para conmigo.


Estuve de acuerdo en reunirnos con una pareja del personal de Libertad en Cristo hacia
el final del seminario. Estaba asustada. Había ido demasiadas veces a hablar con alguien
para que después no me quisiera escuchar. Cuando entramos a la iglesia y nos encontramos
con la pareja sonriente, respondí levemente a su saludo pero permanecí reticente. No iba a
decir nada si sospechaba el menor juicio o desconfianza para conmigo. Pero no encontré
nada.
Oramos brevemente juntos y luego los hombres fueron a otra sala mientras la mujer y
yo empezamos a conversar. Me pidió que le hablara de mi vida y de mis heridas; lo que
sucedió en las dos horas siguientes cambió dramáticamente mi vida.
Hablé … ¡qué no dije! Cuando me di cuenta de que en esta mujer había un espíritu
receptivo y sensible, bajé las defensas y salió como torrente todo lo que había tenido
encerrado por muchos años. Por primera vez en diez años sentí que alguien me escuchaba
sin condenarme; sólo su receptividad y generosidad de darme su tiempo me permitieron
que soltara la carga de todos esos años. Finalmente me condujo por los pasos hacia la
libertad, renunciando a cualquier contacto y a toda participación con la secta.

No se me había ocurrido perdonar a Dios por permitir que todo


sucediera.
Me pidió una lista de nombres de todas las personas a las que yo debía perdonar y fue
larguísima. Cuando llegué al nombre del líder del movimiento tuve una lucha, dentro de mí
todo se oponía, pues no quería perdonarlo por lo que había hecho para destruir nuestras
vidas. Pero al fin lo hice; con un acto de mi voluntad lo perdoné y se soltó un profundo
torrente de emoción. No se me había ocurrido perdonar a Dios por permitir que todo
sucediera, pero me di cuenta de que sí lo culpaba. Finalmente, tuve que perdonarme por lo
que había hecho y no había hecho en toda mi vida.
Al final estaba cansada y extrañamente humilde. Me sentí consolada por el hecho de
que alguien me había creído y limpia porque había soltado la carga de la falta de perdón.
Hablando después acerca del líder del movimiento, ya no sentía opresión en el pecho ni
tensión en el cuerpo; sabía que por fin estaba libre de él. ¡Había empezado mi sanidad!

Como familia, se nos ha dado esperanza y aliento.


Mis hijas estuvieron de acuerdo en acompañarme, por lo que las llevé al siguiente
congreso que tuvo Neil. Desde la primera noche las muchachas se sintieron relajadas, y
disfrutaron de los mensajes. Habían pasado anteriormente muchas semanas en seminarios
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de iglesia y habían llegado a odiarlos, pero este era distinto. Este hombre era auténtico;
hasta era divertido y lo que decía tenía sentido. Al final de la semana ambas muchachas
experimentaron el mismo proceso de liberación que yo había tenido la semana anterior.
Los cambios en la vida de nuestras hijas han sido profundos. A la mayor se le restauró
la ternura, y su corazón está muy abierto al Señor. La menor soltó cargas de dolor y de falta
de perdón, ahora todos estamos libres.
Joe y yo todavía tenemos mucho que hacer. A diario surgen situaciones en las que
debemos lidiar con viejos patrones de conducta. Pero ya no siento que sea demasiado.
Sabemos que llevará tiempo salir del viejo estilo de pensar, pero estamos en el camino a la
sanidad. ¡Tenemos esperanza!
* * *
Judy, la hija mayor adolescente de Joe y Cynthia, es un ejemplo del efecto que puede
suceder cuando los padres se arrepienten, volviéndose real y sincera la comunicación entre
ellos y sus hijos. He aquí el relato de la búsqueda de Judy por la verdad y su lucha con su
propia ira y rebelión.

La historia de Judy
Me preguntaba cómo se podrían equivocar jamás los adultos.
Cuando era pequeña pensaba que mamá y papá eran felices, pero cuando tenía unos
diez años empecé a sentir mucha tensión interior. Pero todavía pensaba que mis padres eran
perfectos, y me preguntaba cómo se podrían equivocar los adultos.
Mamá lloraba mucho, ella y papá discutían a puerta cerrada, a veces por horas y horas.
De noche, acostada en mi cama los escuchaba sin saber qué hacer. Me asustaba muchisimo.
Luego papá subía a darnos las buenas noches pero no decía nada más.
Me convertí a Cristo siendo muy pequeña. Cuando era adolescente nos fuimos a otro
estado, y fue espantoso. La gente allí, especialmente los muchachos de mi edad, eran muy
caprichosos. Por fuera eran amables, pero me parecía que sus intenciones ocultas eran
dañarnos y hacernos deprimir. No estaba acostumbrada a eso y duré mucho para
sobreponerme. Llegaba a casa en un mar de lágrimas porque no podía manejar el hecho de
que la gente chismeara de mí sin ninguna razón aparente.

Era como si el cuarto estuviera lleno de maldad.


Odiaba la iglesia a la que asistíamos y al pastor. Cuando él entraba yo sentía algo así
como una presencia oscura, como si el cuarto estuviera lleno de maldad. Me sentía ahogada
y claustrofóbica y quería salir. No me gustaba estar cerca de él.
Cuando iba a la iglesia, me encerraba en mí misma. No cantaba ni participaba del culto.
Simplemente no podía reaccionar, lo que me metía en muchos problemas. Mis padres me
decían: «¿Qué te pasa? Dices que estás bien antes del culto y dices que te sientes bien
después del culto. ¡Algo tiene que pasarte! Pero no sabía qué responder; simplemente no
quería estar allí.
Seguramente estaba sintiendo todo lo malo que allí había. Sentía que el movimiento
entero era una farsa. Los líderes se paraban y gritaban hasta el punto en que le dolían a uno
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los oídos, y lo que decían no tenía sentido. Todo era teología y mucha palabrería que no
ayudaba en nada.
Teníamos que asistir a reuniones de la juventud; no teníamos alternativa. Si no íbamos
nos despreciaban como rebeldes y ovejas negras. Lo bueno era que podía ver a mis
amistades, y esa era una de las pocas veces en que nos veíamos.

Querían saber las cosas para poder enseñorearse de uno.


Dentro de la estructura de la autoridad la gran frase era marco conceptual; eran puras
reglas, muy legalista. De arriba a abajo todo era la ley y eso me afectó muchísimo.
Se suponía que los líderes tenían que conocer todo acerca de todos. No era tanto el caso
nuestro porque estábamos en un nivel bajo. Pero entre más alto el nivel de uno, más
conocía acerca de los demás. Esa era la estructura del poder. Querían saber las cosas para
enseñorearse de uno. Era responsabilidad de mi papá contarles todo respecto a nosotras.

Discutíamos constantemente.
Cuando cumplí catorce años y mis padres estaban en la escuela de preparación, había
reglas muy estrictas. Papá estaba a favor de todas, por lo que las seguía hasta el último
detalle. Me sentía constantemente presionada y con el tiempo me rebelé. Peleaba mucho
con él y discutíamos constantemente. Llegué al punto de odiarlo con todo mi ser durante el
último año que pasamos fuera de casa. A todo lo que él defendiera yo me oponía. Sabía que
no debería ser así, pero ni siquiera me sentía mal.
Mi madre me hablaba de algunas de las dificultades que experimentaba y yo le contaba
lo que estaba sintiendo, más que nada la presión de parte de papá. No importaba lo que yo
dijera, él lo tomaba como una crítica; pensaba siempre que yo lo estaba humillando, aun
cuando hiciera solamente un pequeño comentario.
No confiaba en mi padre. Una vez le dije algo y se fue directo a ver a mi maestra y se lo
contó. Luego ella vino y me lo dijo. No lo podía creer. Había dicho algo muy importante
para mí y ahora lo usaban en mi contra.
A veces mi madre me decía: «Hay esperanza; hay esperanza. Está cambiando; él está
cambiando». Pero respondía: «Pues yo no lo veo así».

No quería hacer nada que me hiciera una hipócrita.


Cuando regresamos a casa, mi vida espiritual casi no existía. No era que a propósito le
estuviera dando la espalda al Señor, pero tomé una decisión consciente de no meterme en
nada como lo que habíamos tenido antes. No quería ser una hipócrita.
Cuando mi papá empezó a hablar del seminario de Libertad en Cristo, no quise tener
nada que ver con el asunto. Él seguía presionando y presionando, pero ya habíamos ido a
demasiadas conferencias. Habíamos asistido a sesiones de enseñanza que se daban en
reuniones todas las noches de la semana, y sentíamos que nos metían la religión a la fuerza.
Teníamos que asistir a esas sesiones y era espantoso, por lo que pensé: aquí vamos otra vez
con lo mismo.
Papá nos dijo que no nos obligaría a asistir, pero que le gustaría mucho que lo
hiciéramos. No sé por qué pero esta vez no parecía que estuviera insistiendo como solía
hacerlo antes, y estábamos en un punto en que nos llevábamos un poquito mejor. Sin
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embargo, mamá, mi hermana y yo no quisimos ir, mientras papá asistía y nos contaba lo
bueno que era el seminario. Pensé: Bueno, vamos a ver algunos cambios grandes por acá,
pero no sucedió nada visible. Entonces mamá y papá asistieron juntos a una sesión de
consejería.

La experiencia de mamá me impactó mucho y las dos lloramos


juntas.
Al día siguiente salimos solas mi madre y yo, y hablamos por horas. Me describió lo
que había sucedido en la sesión y las dos lloramos juntas.
Mamá me contó que la pareja que conoció no la había criticado y me pareció que me
gustaría ir. Asistimos al siguiente seminario en que ellos estaban y me encantó. Todas las
sesiones eran placenteras y refrescantes, nada de legalismos, y el conferenciante era
divertido. No le predicaba a uno sino que daba ejemplos a partir de su propia vida y de su
familia. Uno sentía que él venía al lado de uno y decía: «Mire, yo también soy persona y
también tengo problemas».
Decidí consultar con la misma consejera que tuvo mamá y cuando lo hice entregué por
voluntad propia gran cantidad de resentimiento. Era algo que tenía que hacer. Ahora oro
por esas personas de mi pasado.
Durante los años allí hubo esos momentos en que tuve encuentros dramáticos con el
Señor. Sin embargo nunca perduraban más de una o dos semanas. Fueron experiencias
emocionales y físicas con temblores y todo. Hubo cosas buenas pero también hubo mucha
exageración. Entonces yo volvía a ser como antes. Siempre fue externo y yo deseaba algo
más. Deseaba algo profundo que durara, y eso fue lo que me pasó ahora. Algo sucedió
dentro de mí y me siento diferente, definitivamente más tierna hacia el Señor. Le hablo y
me siento contenta y en paz. Me siento feliz. ¡Realmente me siento feliz!

Ahora respeto mucho a mi papá. Dijo que se había equivocado.


En la familia todavía tenemos problemas, pero ahora tenemos la respuesta. Hace poco
tuvimos un desacuerdo y papá se enojó y se alejó, pero al día siguiente vino y pidió perdón.
Dijo que estaba todavía lidiando con ciertas cosas, y le tengo mucho respeto por hacer eso.
Dijo que se había equivocado y que aceptaba la responsabilidad por lo que pasó. Ahora
podemos seguir adelante porque ya no se barren las cosas debajo de la alfombra.
* * *
Joan, la menor de esta familia, expresa su temor y finalmente su esperanza mientras su
familia se vuelve a unir en Cristo. Ambas muchachas son más inteligentes y bonitas que el
promedio y tienen más personalidad. Su reacción a las decisiones que tomaron sus padres
de perdonar y restaurar prueba que uno de los regalos más grandes que puede dar a sus
hijos es amar a su cónyuge.

La historia de Joan
Me asusté muchísimo porque nuestros padres peleaban cada vez más.
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Antes de mudarnos de nuestra casa había momentos en que yo sentía que mamá no era
cristiana. No la había visto orar y no participaba en todo lo que hacía papá.
Me encantaba colaborar con papá y le creía todo lo que decía. Pero me asusté
muchísimo cuando mi hermana y yo empezamos a observar que nuestros padres peleaban
cada vez más. A veces se me ocurría que tal vez se iban a separar.
Me deprimí y en realidad no sabía qué creer, por lo que me aislaba y eludía a la gente.
Si escuchaba pasos, me escondía de inmediato para que nadie me viera. Y me metí de lleno
a leer. Si alguien quería conversar conmigo, lo evitaba sumergiéndome en mis libros y
dramatizando las historias que había en mi mente. Lo que sucedía en mi familia me tenía
muy asustada y este era mi escape.

Quería saber por qué Dios no me hablaba.


Pensaba que todo era culpa mía y quería saber por qué Dios no me hablaba. ¿Por qué no
podía ser feliz como parecían todos los demás? Papá me ayudó a aceptar a Cristo en mi
corazón cuando tenía cuatro años de edad, pero ahora cuestionaba a Dios y dudaba de que
algo realmente hubiera sucedido en ese entonces.
Cuando nos trasladamos al otro estado, detestaba ir a la iglesia pero pensé que cuando
fuera mayor tal vez podría entender. Se suponía que el domingo debía ser el mejor día, pero
para mí era el peor de la semana. Era muy aburrido estar sentada mucho tiempo sin
entender, y sin poder hacer nada, ni siquiera bostezar.
Una vez estaba tan cansada que bostecé. Papá me llevó fuera y me dijo que no volviera
a bostezar o me iba a tener que pegar. Lo hice otra vez y me llevó al auto, pero no me pegó
cuando le dije que lo había hecho porque estaba muy cansada. Me confundió cuando lo
hizo pero ahora entiendo que fue porque lo obligaron. Se suponía que él tenía que estar en
control y por cualquier alboroto que hicieran sus hijas estaba obligado a castigarlos. Era el
papel del padre disciplinar y ser responsable de su familia.

Me escondía de mis padres. Me daba miedo hablar con ellos.


Cuando regresamos a casa, estaba muy mal. Me escondía de mis padres. Me daba
miedo hablar con ellos. La escuela me asustaba. No tenía amistades y cuando los
muchachos eran crueles conmigo, no me defendía. Pensaba que debía ser noble y no
enojarme, que si era cristiana debía simplemente aguantar, aguantar y aguantar. Me culpaba
por todo lo que andaba mal en mi vida.
Satanás me tenía bien agarrada con el temor, pero cuando aprendí cómo reprenderlo, las
cosas cambiaron bastante. Ahora cuando oigo pensamientos que sé que no son la verdad,
digo: «Satanás, te reprendo. Vete», y se va.
Antes de aprender acerca de mi libertad en Cristo me deprimía muchísimo y evadía
tener que lidiar con mis propios problemas. Ahora estoy aprendiendo a enfrentarlos porque
el Señor está conmigo. Le clamo pidiendo ayuda y hablo con Él, ¡pues es mi amigo!
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La Iglesia:
Conduce a la gente hacia la libertad
En diciembre de 1989 participé en un «Simposio de evangelización de poder», al que
estaban invitados únicamente profesores de seminarios que daban cursos sobre temas
relacionados con la guerra espiritual. Los trabajos presentados en ese congreso formal se
publicaron en forma de libro titulado Wrestling With Dark Angels [La lucha contra los
ángeles de las tinieblas]. Todos los participantes eran bíblicamente conservadores, pero
representaban una amplia perspectiva teológica. Mi trabajo fue el último presentado.
Antes de empezar a leer, dije: «No veo la batalla como un enfrentamiento de potencias,
sino más bien como un encuentro con la verdad. Creo que la verdad nos libera. En segundo
lugar, temo que en el pasado hemos adoptado un método extraído de los evangelios en vez
de las epístolas.
No hay instrucción en las epístolas para echar fuera un demonio, pero hay muchísima
instrucción a los individuos para que tomen responsabilidad propia por lograr y mantener la
libertad.
Antes de la cruz, el pueblo de Dios no estaba redimido y Satanás no estaba vencido, por
lo que se requería un agente con autoridad, especialmente dotado para echar fuera un
demonio, como en el caso de Cristo o de los apóstoles (Lucas 9:1). Después de la cruz ya
Satanás está vencido y todo hijo de Dios tiene autoridad para resistir al diablo, pues
estamos en Cristo y sentados con Él en los lugares celestiales. La responsabilidad se
traspasó del agente externo al individuo. Tenemos en 2 Timoteo 2:24–26 un pasaje muy
determinante:
Pues el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para
enseñar y sufrido; corrigiendo con mansedumbre a los que se oponen, por si quizás Dios les
conceda que se arrepientan para comprender la verdad, y se escapen de la trampa del diablo,
quien los tiene cautivos a su voluntad.

No es el poder, sino la verdad


El ministerio que Dios ha dado a la iglesia no es un modelo de poder, sino más bien un
modelo amable, «apto para enseñar», que depende totalmente de Dios para otorgar el
arrepentimiento. No podemos liberar a nadie, pero podemos facilitar el proceso si somos
siervos del Señor, si conocemos la verdad y si la transmitimos con compasión y paciencia.
Después de presentar mi trabajo en el simposio, me preguntaron si realmente da
resultado el encuentro con la verdad. Le aseguré a quien hizo la pregunta que sí, porque la
verdad siempre da resultado y Dios es el liberador. Él vino a librarnos (Gálatas 5:1). He
visto encontrar su libertad en Cristo a cientos de personas por medio de la consejería
personal y a miles por medio de congresos.
Luego me preguntaron si la liberación perdura. Siempre perdurará, más cuando los que
se han liberado se responsabilizan y toman sus propias decisiones, en vez de hacerlo yo en
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su lugar. Es la persona que estoy aconsejando la que tiene la responsabilidad de perdonar,


renunciar, confesar, resistir, etc. Nosotros, como los pastores y consejeros, no lo podemos
hacer por ellos.
Luego me preguntaron si era transferible. La verdad siempre es transferible, pero no lo
es si nuestro método se basa en los dones de algún individuo o en un oficio de la iglesia. La
mayoría de los pastores no desean entrar en un enfrentamiento de poderes, y si lo hacen
algunos consejeros probablemente perderían su licencia o serían enjuiciados. Abogo por un
medio tranquilo y controlado de ayudar a liberar a la gente, un medio que dependa de Dios
y no de alguna persona especial. No es el «método de Neil» lo que libera a la gente, sino
simplemente la obra de Dios por medio de la verdad en su Palabra. Miles de pastores y
laicos en todo el mundo están utilizando los pasos hacia la libertad para hacer precisamente
lo mismo.

Un ministerio transferible
Un pastor asistió a una clase que yo impartía para el doctorado en el ministerio; junto
con su asociado había conducido por los pasos hacia la libertad a más de cien personas en
su iglesia evangélica, en más o menos un año. Hablé en su iglesia y me sentí transportado
por el espíritu de adoración y la «vitalidad» que había allí. Muchas de esas personas se me
acercaron y me expresaron su gratitud para con Dios. Hablaron de lo agradecidos que
estaban de tener pastores que les podían ayudar a resolver sus problemas. El personal
pastoral actualmente está en proceso de capacitar a otros en la iglesia para conducir a la
gente a la libertad en Cristo.
En este capítulo va a conocer a John Simms, un santo pastor pentecostal que reconoció
su necesidad de liberación pero que se cansó de las sesiones maratónicas del
enfrentamiento de poderes. También estaba frustrado por la falta de «herramientas» para
ayudar a una pareja de su iglesia que estaba sumamente necesitada. Luego tendrá el relato
de la pareja, que fueron referidos a un pastor que había sido alumno mío, y quien se ofreció
a guiarlos a través del proceso.
Hago saber sus historias para transmitir que lo que estamos realizando es transferible.
Los pastores pueden y deben involucrarse en la ayuda a las personas como esta pareja. Creo
que lo que llevamos a cabo no es un asunto evangélico carismático, teológico
dispensacional o pactista. Ni siquiera es un asunto protestante o católico. Es un asunto
cristiano centrado en la verdad de la Palabra de Dios, parte íntegra del propósito eterno de
Dios.
* * *

La historia del pastor Simms


Soy simplemente un pastor que ama a la gente.
Pat y su esposo George empezaron a ir a nuestra iglesia invitados por el hermano y la
cuñada de ella. Desde el principio mismo supe que Pat tenía problemas: le costaba mucho
estar sentada en la iglesia, siempre se retorcía en el asiento y a menudo simplemente se
levantaba y se iba. Jamás miraba a los ojos, era callada y ensimismada al extremo.
Le llevó tiempo armarse de confianza para empezar a contarme las cosas y pedir ayuda.
Le dije que no era un consejero por formación, sino simplemente un pastor que ama a la
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gente y que estaba dispuesto a escucharla y a orar con ella. Nos pusimos de acuerdo para
reunirnos.
Pat vino a nuestra casa y empezó a contarnos a mi esposa y a mí la historia de su vida.
Generalmente trato de limitar las citas a una hora, pero ella a menudo lloraba tan
profundamente que las citas se alargaban fácilmente a un par de horas o más. Trabajaba con
ella una o dos veces cada quince días, tratando desesperadamente de ayudarla a liberarse de
sus luchas contra toda una vida de rechazo, depresión y dolor.
Su memoria estaba bloqueada por sus heridas y falta de perdón. Traté de lograr que se
centrara en Jesús y en la Palabra de Dios, y le dije que era como un atleta que tenía por
delante muchas vallas que saltar. A veces golpearía algunas de las vallas, brincaba saltaría
otras y algunas le parecerían demasiado altas para saltar: pero Jesús estaba al final de la
carrera. Eso empezó un largo viaje en un período de por lo menos año y medio, reuniéndose
conmigo un promedio de cada quince días.

Era fastidioso tener a alguien que emocionalmente dependiera


tanto de mí.
Pat tenía siempre alguna necesidad, y llegó a depender tanto de mí que tuve que ser
brusco y directo para volverla hacia la dependencia en Cristo y en su marido. Lo aceptó
bien, pero todavía me llamaba constantemente, a veces tres, cuatro o cinco veces en una
semana. Era fastidioso tener a alguien que emocionalmente dependiera tanto de mí. Oraba
todo el tiempo porque quería hacer lo mejor que pudiera como pastor, pero también tenía
responsabilidades para con el resto de la congregación. Sin embargo, ella era una de las
personas más frágiles que conocía en esa época. Tal era la fortaleza que Satanás tenía en su
mente que la engañaba con facilidad. A menudo ella sentía que me enojaba, y
constantemente tenía que convencerla de que no estaba enojado.
Trabajé con Pat, pero de vez en cuando hablaba en privado con George, de las
necesidades de ambos. Sin embargo, en esa época no estaba consciente de todo lo que había
transcurrido en la vida de él.
Fue en medio de esta constante consejería que Dios me llevó a comunicarme con el
ministerio Freedom in Christ [Libertad en Cristo], del que jamás me había enterado antes.

No buscaba demonios bajo cada arbusto.


Ese contacto fue importante porque hacía ocho años, cuando yo era pastor asociado en
otra iglesia, que el Espíritu Santo me había manifestado de que Dios me usaría en un
ministerio de liberación. Ese mismo día dos personas endemoniadas cruzaron mi camino
buscando liberación y ayuda. No buscaba demonios bajo cada arbusto y ni siquiera había
leído libros al respecto, por lo que no estaba programado para dar ese tipo de ayuda.
El primer año me mandaron todo caso perdido que hubiera. Una señora manifestó
actividad demoníaca en mi oficina y Dios generosamente la liberó, pero en mi corazón sentí
gran disgusto por la maratónica laboriosa de pasar noches enteras en el ministerio de
liberación. Después de un año ya estaba dispuesto a abandonarlo todo y simplemente
dedicarme a predicar la Palabra. Ya no quería tener nada que ver con la liberación. Parecía
que no había suficiente poder. Le pedí a Dios: «Señor, no te puedo imaginar insistiendo
toda la noche con la gente. Tú hablabas y la gente se sanaba instantáneamente, y eso es lo
que añoro, lo que quiero ver».
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Vi que la liberación era más amplia de lo que me imaginaba.


Fue entonces que asistí a una reunión pastoral, donde el Dr. Neil Anderson habló de su
próximo seminario titulado: «Resolución de conflictos personales y espirituales».
Conforme nos hablaba yo sentía una punzada en el corazón. Vi que tenía mucho que
aprender, que la liberación era más amplia de lo que me imaginaba, y eso me emocionó.
Regresé a casa y le conté a mi esposa: «Este hombre tiene la respuesta y quiero conocer
más».
En esa misma época Dios me puso por delante a un joven muy atormentado. Sucedieron
en la vida de Frank cosas muy terribles que jamás había contado a nadie. Tenía más hábitos
y conductas compulsivas que nadie que hubiera conocido; lo diagnosticaron como
esquizofrénico y maniaco depresivo.
Sabía que Frank necesitaba liberación, por lo que lo llevé donde un par de amigos
pastores y tuvimos varias sesiones largas tratando de echar fuera los demonios. Hubo
manifestaciones claras pero no se logró la libertad; mi alma añoraba que él fuera libre.
Para ese entonces ya su papá estaba listo a llevarlo a cualquier parte del mundo con tal
de conseguirle una cura espiritual. Me dio el nombre de alguien que quizás podría
ayudarnos, mi esposa pasó cinco horas en el teléfono tratando de ubicarlo. Esa noche
cuando llegué a casa me dijo: «No me lo vas a creer. No pude ubicar a aquel hombre, pero
adivina con quién me comunicaron». Procedió a contarme que la habían dirigido a llamar a
la oficina del doctor Anderson, la misma persona a quien yo había escuchado en aquella
reunión pastoral.

Pat no pudo aguantar ir a la última sesión.


Los padres de Frank, Pat, mi esposa y yo asistimos al seminario de Neil. Frank no pudo
ir porque estaba hospitalizado. La primera parte de la semana nos dio una enseñanza
maravillosa de nuestra aceptación como hijos de Dios. Pero cuando llegamos a la última
sesión, en que Neil nos condujo a través de los pasos hacia la libertad, Pat se levantó y salió
de la reunión. Pegó contra la barrera del asunto del perdón. Sencillamente no podía
perdonar, y se sintió muy mal emocional y físicamente. El doctor Anderson dijo que
algunos tal vez no podrían resolver sus conflictos en grupo y tendrían que tomar los pasos
en otra ocasión.
Proseguí este asunto luego con Pat. Le conté que me había enterado de un pastor en un
pueblo cercano que había estudiado con el doctor Anderson, y que estaba ayudando a la
gente a tomar los pasos hacia la libertad. Ofrecí comunicarme con él. Ella sentía temor y
estaba atormentada, quería y no quería hacerlo. Las voces que había estado escuchando ya
se habían convertido en «amigas» y temía exponer su pasado y sus problemas ante un
extraño, pero como yo había sido un amigo confiable me dejó hacerle la cita.

¿Cómo se podría haber liberado tan rápidamente?


La sesión con Pat duró casi cuatro horas. No hice mucho a excepción de estar allí para
apoyar en oración. Un par de veces casi se levanta y se va, pero el pastor la condujo por los
pasos. Cuando salimos de la oficina estaba sonriente y feliz. Yo casi no lo podía creer.
¿Cómo se podría haber liberado tan rápidamente cuando a mí me había tomado tantos
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meses sin ver ningún resultado? Pero sabía que Dios había usado todo lo anterior para
llevar a Pat hasta este punto.
Sin embargo, mi esposa era un poco más escéptica. Supongo que había presenciado
demasiadas sesiones largas y tediosas de consejería con Pat, como para creer que pudiera
venir una sanidad tan rápidamente, después de que habían fallado muchos meses de nuestro
esfuerzo por aconsejarla. Ese escepticismo duró muy poco. Las mujeres de nuestra iglesia
asistieron a un retiro al que también asistió Pat. Después de ese fin de semana llegó mi
esposa diciendo: «No puedo creerlo. Esa Pat es un milagro total».
Es realmente la mejor manera de describir lo que sucedió en su vida.
Pat empezó a alabar al Señor en nuestros cultos y a aplaudir durante la alabanza. Fue
liberada y se mantiene libre. Por supuesto, como para cualquiera, hay momentos de un poco
de desánimo y de derrota, pero Satanás ya no tiene ese asidero en su mente; se liberó de esa
opresión.
Su esposo George también encontró libertad sobre espíritus sexuales al tomar los pasos
con ese mismo pastor.
Los padres de Frank esperaban que también sería la solución al problema de él.
Desafortunadamente Frank ahora no tiene el control suficiente como para recorrer este
camino y saber lo que hace. Pero sus padres se liberaron de algunas cosas en sus vidas, y
seguimos orando por Frank.
Dios me ha traído una nueva comprensión del proceso de liberación. Veo que es un
cuadro mucho más amplio. A veces somos tan estrechos de mente que no nos damos cuenta
de que no es sólo liberación lo que nos falta: sino tener la consciencia de quiénes somos en
Cristo, cuál es nuestra autoridad y cuáles nuestros recursos para enfrentarnos con fuerza
ante el enemigo. Dentro de eso está la necesidad de perdonar. Creo que la falta de
disposición a perdonarnos a nosotros mismos y a los demás es el asunto más grave que
mantiene atados a muchos.
* * *
Hemos dado un vistazo a las vidas de Pat y George, y el resultado de los esfuerzos de
un pastor fiel por ayudar a un miembro de su iglesia en necesidad. Veamos ahora la historia
de Pat a mayor profundidad.

La historia de Pat
Nuestra familia jamás expresaba sus sentimientos.
Recuerdo anécdotas de la escuela durante mi niñez, pero no recuerdo mucho de mi vida
familiar, excepto algunas escenas retrospectivas que tuve durante mi consejería. Nuestra
familia jamás expresaba sus sentimientos y a nadie le importaba lo que sucedía en la vida
de los demás.
Entre los cuatro y los seis años de edad, papá abusaba de mí sexualmente. Al fin le dije
a mi mamá: «Tengo miedo de papi. Me duele lo que me hace». Esa noche los oí discutir y
luego mamá dejó de hablarme. Estaba enojada conmigo y me cortó mi pelo largo para que
pareciera un niño. Aprendí a nunca más contar mis problemas ni a mamá ni a papá.
El muchacho vecino me violó cuando tenía ocho años. Me sentí confundida, deprimida
y enojada por mucho tiempo, y temía mucho el rechazo. Nunca tuve muchas amistades y no
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me gustaba la vida. En la escuela primaria me corté las manos con vidrio creyendo que era
una persona horrible que necesitaba castigo.
Si pensaba que mi vida de niña fue dura, esta empeoró todavía más durante la escuela
secundaria. Me sentí como si hubiera llegado al final de todo. No podía beber lo suficiente
como parar mitigar el dolor que sentía y las voces que escuchaba, pero lo intenté. Tomaba
alcohol antes de ir a la escuela, durante las clases y en los fines de semana con el fin de
poder sobrevivir a esos días. Cuando al fin me dieron un cuarto para mí sola, lo hice mi
refugio y pasaba mucho tiempo encerrada en él. Era el lugar donde escapaba de mi abuela,
que vivía con nosotros y que nunca me quiso.
Cuando tenía quince años tomé un puñado de pastillas para el dolor que tenía mamá.
Pensar y planear el suicidio me dio el rato de más paz que jamás hubiera experimentado en
mi vida de incredulidad. Esperé que todo el mundo fuera a dormir y me las tomé, pero no
tomé las suficientes y sólo dormí todo el día siguiente. Mamá no dijo nada al respecto y me
volvió a enviar a la escuela al otro día. Lloraba en todas mis clases hasta que finalmente la
profesora llamó a mamá y le pidió que me recogiera. Me llevó al médico que nos puso en
contacto con un siquiatra que me dio antidepresivos y empezó a aconsejarme con
regularidad.
Un día cuando papá me recogió después de una cita con el siquiatra, me dio una
impresión muy rara, como si fuera otra persona. Vi en sus ojos una expresión malévola
como cuando acostumbraba abusar de mí. Creo que estaba temeroso de que lo
desenmascarara ante el doctor. Después de eso traté dos veces más de tomar una
sobredosis.

Lo único que te va a ayudar en tu vida no voy a ser yo.


Cuando todavía era alumna de secundaria conseguí un empleo como mesera en un
centro cristiano de conferencias. Creo que lo logré porque en la solicitud mentí respecto a
mi experiencia con Dios. Un día hablaba con otra mesera acerca de mis problemas y ella
me presentó un muchacho llamado George. Había oído que él era un «seguidor de Jesús».
No sabía qué pensar de alguien que siempre hablaba de Jesús, Sin embargo, era un
muchacho bueno y simpático.
Conforme nos conocimos empecé a apreciarlo mucho porque me escuchaba y me
trataba de ayudar. Una noche estrellada de diciembre, después del trabajo, estábamos
conversando en el estacionamiento y me dijo: «Pat, podemos hablar todo el tiempo, pero
tiene que ser el Señor».
Y esa noche, a la edad de diecisiete años, le entregué a Cristo a mi vida.
A partir de ese momento cambió mi vida, como si se hubiera soltado una enorme
presión y pesadez desde mi interior. Tuve mucha hambre de leer la Biblia y no me
importaba que mi madre pensara que sólo estaba pasando por otra etapa en mi desarrollo.
Estaba agradecida de George por haberme conducido a Cristo y empezamos a salir, y
luego me pidió que me casara con él. Cuando le contamos a mi madre de nuestros planes,
su respuesta a George fue: «No la deje embarazada. No quiero otro bastardo en la familia».
Ella había quedado embarazada antes de casada y mi hermana pasó por lo mismo.
Como el sexo era un tema que jamás discutíamos en casa, me enojó muchísimo y sentí
vergüenza de que mi madre lo hubiera mencionado de esa manera delante de George.

Volvió la pesadez sentida antes de ser cristiana.


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Cuando George empezó a presionarme sexualmente, volvió la pesadez sentida antes de


ser cristiana. Me sentí sumamente decepcionada, porque todos los demás hombres que yo
conocía también habían hecho lo mismo. Pero como sentí que lo quería mucho, cedí ante el
concepto de que «así son todos los hombres». En ese momento se empezó a realizar un
cambio muy sutil en mi manera de pensar: el comienzo de mi desilusión con el
cristianismo.
Cuando nos casamos ya estaba embarazada, pero al mes perdí mi bebé y empecé a caer
en espiral hacia la depresión. George empezó a traer marihuana a casa para que fumáramos
juntos, y de nuevo consideré el suicidio.
Asistíamos a la iglesia esporádicamente y escuchábamos gloriosos relatos de las
victorias de los demás. Yo agonizaba respecto al hecho de que tuviéramos que luchar tanto.
La gente nos decía que deberíamos ser diferentes dado que éramos nuevas criaturas en
Cristo, pero eso sólo me hizo sentir más rechazada, confundida y desesperada.
Pensé que si tuviéramos un bebé tal vez se llenaría el vacío de mi vida. Me parecía que
nadie me necesitaba y que tener un bebé que dependiera de mí me haría feliz. Cuando me
enteré que estaba embarazada le dije a George que ya no iba a fumar marihuana. Se enojó y
empezamos a pelear por casi todo, hasta que nuestras discusiones se volvieron muy
violentas y a menudo él salía furioso de casa.

Me enojaba hasta llegar a la violencia.


Seguí con depresión casi todo el tiempo, pero no me di cuenta de la urgencia de que
necesitaba ayuda hasta después que nació mi hijo. Me enojaba con él hasta llegar a la
violencia. Dos años y medio después, nació mi hija, entonces empecé a tener pesadillas de
que mi hijo abusaba de ella o le hacía daño, y me vi reaccionando excesivamente ante cada
equivocación del niño, por más simple que fuera. Esto me molestó y hablé con amistades y
con mi pastor (no era el Pastor Simms), pero no tomaron en serio el asunto diciéndome que
yo era «una buena mamá».
Me pareció que el pastor me rechazó porque esperaba que un cristiano viviera una vida
perfecta. Fue severo y acusador, y no nos sentimos a gusto en esa iglesia. Tampoco sentía
aceptación de parte del papá y de la madrastra de George, por lo que también tuvimos
conflictos al respecto.
Entonces George perdió su empleo, al mismo tiempo en que nuestro pastor asociado se
mudaba a trabajar en una iglesia en otra parte del estado. Sugirió que hiciéramos un cambio
y que nos trasladáramos con él, cosa que hicimos.

Estábamos en el fin del mundo.


Resultó un trabajo para George en una hacienda, que nos ubicó en el fin del mundo.
Trabajábamos siete días por semana y casi nunca íbamos a la iglesia como familia. Fue una
época difícil, pero nos unimos más pues dependíamos uno del otro en vez de depender de
los demás.
Allá vivimos por dos años y medio. En todo ese tiempo sentí odio de parte del jefe de
mi esposo. Siempre nos preguntaba: «¿Cuándo se van de aquí?» Finalmente, cuando nos
fuimos, no estuvo en la cena de despedida que nos hizo el personal.
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Alguien nos ofreció un empleo de tiempo parcial y nos dio dinero para regresar al
pueblo donde habíamos vivido anteriormente. Esto enojó al pastor que nos había invitado a
mudarnos con él. Se separó de nosotros también.
Seguía viviendo en tormento, oyendo voces, hostigada por pesadillas terribles y
bebiendo. Era anoréxica, luchaba con el suicidio y era masoquista: me cortaba como lo
había hecho en la escuela primaria.

Cuando iba a la iglesia, me sentía atormentada.


Después de mudarnos, George y yo empezamos a asistir a la iglesia donde iban mi
hermano y mi cuñada; llegué a querer mucho al pastor Simms. Parecía que tenía un amor
genuino por la gente. A pesar de eso, cuando iba a la iglesia, me sentía atormentada; de
repente le tenía un odio intenso. Cuando lo miraba se me llenaba la mente con escenas de
cosas terribles que le sucedían. Le tenía pavor y buscaba cualquier excusa para no asistir.
Una amiga me contó de un grupo de atención a víctimas, al que asistí por mucho
tiempo, pero me costó mucho. El momento que entraba donde estaba el grupo, las voces y
los horribles pensamientos se agravaban. Sin embargo, pude soltar un poco de mi ira para
no descargarla siempre en mi hijo. Eso me ayudó porque me había sentido culpable de estar
destruyéndolo.

Jamás me hizo sentir que me estaba volviendo loca.


Cuando empecé a recibir la consejería del pastor Simms, esperaba ilusionada cada
sesión. Fue la primera persona que no me dijo que era una criatura nueva en Cristo, que las
cosas viejas habían pasado y que no debería seguir con problemas. Jamás me hizo sentir
que me estaba volviendo loca. Recuerdo la primera vez que le dije que oía voces en mi
cabeza. No se burló de mí, sino que me creyó.
El pastor Simms sufrió mucho tratando de ayudarme porque lo llamaba con frecuencia
y cuando luchaba contra el suicidio, su apoyo fue muy fuerte.
Por dos años pasé por un ciclo de bulimia que nunca le conté a mi marido. No sé por
qué, pues ya sabía de mi lucha contra el alcohol, de las voces y de los pensamientos
suicidas. Pero cuando me hospitalizaron por un mes debido a mi trastorno en la
alimentación, fue todo un choque para él y se sintió traicionado.
Más tarde me confesó que poco antes de que yo saliera del hospital había tenido
relaciones con una compañera de su trabajo. Eso me chocó violentamente. No quería saber
nada de eso ni de las voces que me atormentaban cada vez que asistía a la iglesia … ni de
las cosas que me sucedieron antes, durante y después de mi hospitalización … ni de mi
niñez … ni de nada. Por dos meses me retiré dentro de mi casa y me encerré en mí misma.

Estaba segura de que Dios no quería que viviera así el resto de


mi vida.
Fue entonces que el pastor Simms me dio el folleto sobre el seminario del Dr.
Anderson. Quise ir porque estaba segura de que Dios no quería que viviera así el resto de
mi vida.
Escuchar a Neil fue como oír la historia de mi vida. Habló de las personas que escuchan
voces y tienen pensamientos suicidas, cosa que yo hacía. Su enseñanza me dio una
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esperanza increíble, hasta el último día en que se nos pidió que hiciéramos las oraciones en
los pasos hacia la libertad. Ese día sentí náuseas y parecía que la cabeza me iba a estallar.
Me fui a la parte trasera del auditorio y finalmente salí, pues ya no aguantaba más.
Después de un rato me obligué a regresar; fue el momento en que todo el mundo hacía las
oraciones de perdón. Las voces dentro lazaban alaridos. Sentí que no había nadie con quien
estuviera enojada, nadie que tuviera que perdonar, todo el mundo era perfecto; el único
problema era yo.

Con sólo pensar en mis problemas, las lágrimas corrían por mis
mejillas.
Unos quince días después llamé al pastor Simms y le dije que en un ambiente de grupo
no podía hacer mi lista de personas a quienes perdonar. Además, cuando estaba sentada en
la parte trasera del auditorio no había nadie llorando cerca de mí. Parecía que nadie luchaba
contra nada, mientras que con sólo pensar en mis problemas, las lágrimas corrían por mis
mejillas y no quería pasar vergüenza.
El pastor Simms me dijo que se había enterado de otro pastor que me podría conducir
por las oraciones, me concertaría una cita y hasta iría conmigo, si así lo deseara. El día de la
cita nos encontramos allá. Me sentía muy nerviosa, pero de inmediato me sentí segura
cuando el pastor Simms y yo nos sentamos en la oficina del pastor Jones. Nunca había visto
antes a este hombre pero cuando miraba su cara sentía paz, sabía que era sincero y que yo
le importaba. Empezó diciendo que le advirtiera inmediatamente en caso de que las voces o
las náuseas aparecieran, para que nos detuviéramos a orar y hacerlas ir.
Desde la infancia había tenido incesantes dolores de cabeza a diario, los que habían
aumentado su intensidad, desde que asistí al primer grupo de apoyo hacía tres años. Ahora
me empezaba a martillar la cabeza. Cuando llegamos al paso del perdón, me dieron náuseas
como el día que estuve en el seminario. Me temblaban las manos. Las voces eran tan
fuertes que me volvían loca, y recuerdo haber preguntado: «¿No oyen esto?» Con cada una
de estas distracciones, el pastor Jones oraba o me pedía que orara: «En el nombre de Jesús,
te ordeno Satanás que te vayas de mi presencia» y se calmaba la molestia. Quizás de lo más
difícil que jamás haya hecho en mi vida entera fue seguir esos pasos, pero lo logré con la
ayuda del pastor Jones.

Sabía que ahora todo era distinto.


Al principio parecía como si nada hubiera cambiado. Pero luego vino mamá y criticó el
orden y la limpieza de mi casa como acostumbraba hacerlo en el pasado. Cuando sucedió
eso no me molestó, ¡y sabía que todo era distinto¡ Al principio me costó un poco regresar a
la iglesia, pero eso también cambió. Me encantaba la alabanza y escuchar al pastor Simms,
por primera vez pude entender lo que decía porque no habían voces. ¡Jamás había sonreído
tanto como ese día! Estoy muy agradecida por el amor incondicional del pastor Simms que
no me había dejado retirarme de la iglesia.
He subrayado todos los versículos en mi Biblia respecto a quién soy en Cristo. Todavía
tengo pensamientos que me condenan y me acusan pero no me agarro de ellos como lo
hacía antes: Ahora los reconozco rápidamente. La vida todavía tiene sus problemas pero lo
que siento ahora es como de la noche al día, nada como era antes. En realidad, mi manera
de ver las cosas ha cambiado totalmente desde el día que salí de la oficina del pastor Jones.
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* * *
George, el esposo de Pat, se sintió tan animado y contento de que ella fuera liberada de
tanto tormento, que quiso también buscar ayuda.

La historia de George
Nada en mi vida había obrado para liberarme.
Me emocioné mucho cuando revisé los libros que Pat trajo del seminario a casa y
pensé: Esto sí va a resultar. No hay palabras para describir lo desesperadamente que
necesitaba la ayuda prometida en ellos, porque en mi vida nada había obrado para librarme
de la fortaleza sexual de Satanás que estaba destruyendo a nuestro matrimonio y a mí.
Me crió un padre perfeccionista, la clase de papá al que nada le era suficiente por más
que yo tratara de hacer lo mejor. Cuando bateaba jonrón me decía: «Lo hiciste bien, pero
déjame mostrarte otra manera mejor».
Mis padres se divorciaron cuando yo tenía unos cinco años y a pesar de mi poca edad
mi madre empezó a depender de mí. Se volvió a casar y mi padrastro era un alcohólico
verbalmente ofensivo. En mi etapa de crecimiento trabajaba con él, quien a su vez me decía
cuánto me necesitaba. Creo que fue por eso que desarrollé la actitud de tener que
esforzarme por conseguir aceptación y aprobación, lo que intentaba hacer con ahínco.

Mi papá tenía pornografía con escenas muy vívidas de actos


sexuales.
La primera vez que vi material pornográfico todavía vivía con mi padre biológico.
Había escenas muy vívidas de actos sexuales pornográficos. Mi abuelo también tenía una
cabaña empapelada con ilustraciones de la revista Playboy. Tanto papá como el abuelo
tenían una actitud irrespetuosa y de explotación hacia las mujeres.
Además, mi abuelo tenía un grado treinta y dos en masonería. Usaba un anillo de la
masonería y tenía mucha influencia política en la ciudad en donde vivía. Al morir, tuvo un
funeral masón.
Cuando tenía trece años, empecé a asistir a una pequeña escuela católica. Quería que
me aceptaran, por lo que le correspondí a uno de los muchachos que parecía muy popular
cuando mostró interés en mí. Me invitó a su casa cuando sólo se encontraba su hermano
mayor, y nos fuimos a su dormitorio porque quería tener relaciones sexuales conmigo.
Recuerdo que pensaba: La verdad es que no quiero hacerlo, pero lo haré con tal de que
seas mi amigo. Jamás me había llamado la atención los muchachos, pero en ese momento
parece que fue plantada una semilla que más tarde tuvo un impacto profundo sobre en mi
conducta.

La pornografía era mi manera de sentirme bien.


No me sentía cómodo conmigo mismo ni me sentía aceptado, lo cual hizo que la
pornografía fuera mi manera de sentirme bien. Nunca tuve que comprar revistas
pornográficas porque podía ver todas las que quisiera del surtido de mi padre. Devoraba las
revistas Playboy y tenía fantasías con las mujeres que allí aparecían, así como también con
las que salían en las secciones femeninas de los catálogos.
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Empecé a masturbarme a los catorce años. Escogía a una muchacha de la escuela y de


noche me iba a pensar en ella y a masturbarme. Tenía fantasías con las muchachas, pero no
salía con ninguna; ni siquiera les hablaba y no quería ninguna relación con ellas, sino la
simple gratificación sexual. El punto central era sexual.
Tuve relaciones sexuales por primera vez a los diecisiete años y ni siquiera fue por una
cita. Conocí a la muchacha en un centro comercial, donde nos presentó un amigo mutuo, y
luego nos fuimos a la casa de ella donde hicimos el acto sexual.
A los dieciocho años empecé a salir con muchachas, una de ellas era la vecina. Lo que
recuerdo es que no soportaba su risa, cosa que no impidió que tuviera relaciones con ella.
De nuevo, el eje de todo era el sexo; ni siquiera me interesaba llegarla a conocer. Esto me
preocupó porque sentí que quizás nunca iba a poder amar verdaderamente a una muchacha,
sino que seguiría encontrando en ella defectos que romperían la relación.
Estaba decidido a salir únicamente con las que pudiera tener relaciones sexuales, y no
buscaba chicas de carácter ni respetables. Lo único que deseaba era sexo.

No sabía cuál era el propósito que tenía mi vida.


A los veinte años me deprimí totalmente y por un año más o menos no salí con nadie.
El Señor empezó a hacer su obra en mi vida como resultado de un curso universitario de
ecología humana. Cuando me enteré de que nuestro mundo se está desmoronando, me
empezó a sobrecoger una depresión profunda, la cual quise contrarrestar fumando
marihuana y tomando licor. No sabía cuál era el propósito que tenía mi vida. Quería que me
amaran, pero no andaba con la gente indicada. Quería un futuro pero me frustraba que no lo
hubiera.
En esa época alguien que repartía en la universidad el Nuevo Testamento de los
gedeones me regaló uno y lo empecé a leer. Más tarde, después de ver la película «Los
Diez Mandamientos», empecé a leer el Antiguo Testamento.
A medida que lo leía me emocionaba sobremanera el hecho de que Dios pudiera
establecer una relación conmigo. Conforme leía el Antiguo Testamento, lo único que se me
ocurría era pensar en todas las reglas que había quebrantado. Pensé: ¿Cómo voy a salir de
esto? Soy demasiado culpable. Así me deprimía más.
Lo otro que me hizo sentir impotente fue la costumbre de fumar marihuana. Sabía que
era malo y deseaba dejar el hábito, pero no podía. Recuerdo que le decía a Dios: «Por favor,
haz algo porque yo quiero dejar de hacerlo. Quiero estar bien ante ti, pero sigo
ofendiéndote y pecando contra ti».

Se me ocurrió que Dios estaba literalmente hablándome a través


de la Biblia.
Un día tomé mi bicicleta, mi almuerzo y mi Nuevo Testamento de los gedeones y dije:
«Voy a salir a almorzar con Dios». Leí la parábola del sembrador y comprendí su
significado. Cuando leí la interpretación en los siguientes versículos y vi que mi
entendimiento había sido correcto, se me ocurrió que Dios estaba literalmente hablándome
a través de la Biblia. Sin embargo, no comprendía por qué lo hacía cuando yo había
quebrantado todas sus leyes.
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Sabía que necesitaba romper con mis relaciones poco sanas, así que volví al estado
donde vivía mi madre. Ese verano conocí a una lesbiana quien me invitó a su casa con otros
muchachos. Me invitaron a un bar donde empecé a tomar y terminé besando a un tipo que
estaba allí. Me arrolló un poderoso sentimiento de lujuria, mucho más potente que lo que
jamás había sentido con una muchacha y me dio un tremendo susto. Era un deseo ardiente,
agresivo que saltó de la nada y me di cuenta de que me estaba abriendo al homosexualismo.
Eso me asustó tanto que lo dejé allí mismo.
En esa época leí un libro extraño de Roy Masters que describía a Jesús de manera
desviada. Lo había comprado en una librería en el centro comercial, donde daban un
seminario de la Nueva Era. Empecé a meditar dentro de mi ropero, colocando mi mano ante
la frente y trayéndola hacia mí para darme la sensación de que la mano me atravesaba la
cabeza. Estaba en una búsqueda y el hecho de que esta enseñanza tuviera un sabor a
«Jesús» me hizo receptivo a la misma.
Lo más probable es que me hubiera metido más en la Nueva Era de no haber sido por la
copia del libro The Late Great Planet Earth [El finado gran planeta tierra], que alguien le
dejó a mi hermana. Leí el libro en su totalidad y cuando terminé, salí a pedir a Jesús que
fuera mi Salvador, pero no estaba muy seguro de que realmente lo fuera.

En ese momento obtuve la seguridad de mi salvación.


Un amigo me dijo: «Tienes que conocer a mi abuela. Ella te puede ayudar».
Cuando lo hice, pensé: Jamás he conocido a nadie que tuviera tanto celo por el Señor.
Ella tenía una profunda relación personal con Jesús. Después de hablar con ella una noche
me di cuenta de que debía tomar una posición definitiva y rendir mi vida a Cristo. Al día
siguiente asistí con ella a la iglesia y cuando hicieron la invitación, me preguntó si no
quería que me acompañara adelante. Le dije: «No tiene que hacerlo. Ya voy».
En ese momento obtuve la seguridad de mi salvación.
A partir de ese día quise verdaderamente obedecer al Señor, por lo que no me masturbé
por todo un año y no tuve problemas sexuales de ninguna clase. Entonces regresé al estado
donde vivía papá y empecé a trabajar en el centro de conferencias cristianas donde conocí a
Pat.
Amaba al Señor y sólo quería servirle, pero un día mientras escuchaba una transmisión
nacional de radio cristiana, el conferenciante dijo algo que le abrió al enemigo una brecha
por la cual meterse. Habló acerca de la masturbación, no la veía como pecado sino algo sin
importancia, era problema sólo si sucedía por un largo período. Lo escuché, fui a casa y esa
noche dije: «Bueno, Señor, si tú lo comprendes, entonces creo que lo puedo hacer». Volvió
la atadura y una vez renovado el hábito continuó por años, aun por mucho tiempo de
casado.
Muchas muchachas trabajaban en el centro de conferencias, pero Pat se destacaba entre
todas. Me gustaba su personalidad tranquila y quise ayudarla con sus problemas. También
era atractiva, y después de un tiempo empezamos a salir juntos. Luego me di cuenta de que
la amaba y quise casarme con ella.
Ese matrimonio pudo haber ido muy bien, pero arruiné todo cuando la convencí que
tuviera relaciones sexuales conmigo antes de casarnos. Soy el responsable. Más tarde me
contó que había pensado: ¿Por qué quiere hacer esto si vamos a casarnos? Pero no expresó
lo que pensaba y no me sensibilicé con sus sentimientos. Sé que el Señor me ha perdonado,
pero esto tuvo sus efectos. La noche de bodas fue decepcionante para ambos.
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Todo estaba Juera de control.


Con mis adicciones sexuales y el hostigamiento que sufría Pat por parte de voces,
pesadillas, ira y depresión, se puede imaginar lo que era nuestro matrimonio: todo estaba
fuera de control.
Mientras hacía unos trabajos extras para papá, encontré en su escritorio una pornografía
muy explícita que miraba y a la vez me masturbaba. Luego vi que tenía videos
pornográficos, cosa que jamás había visto antes, era tan fuerte que no lo podía creer. Era
diez veces más poderoso que una revista. Empezó a crecer en mí cada vez más el deseo
sexual, tanto que cada vez que miraba a una muchacha era con lujuria.
En esa misma época Pat trataba de librarse de su pasado por medio de la consejería que
le daba el pastor Simms, y yo empezaba a sentirme sexualmente atraído por una muchacha
en mi trabajo. Era algo así como: «El pasto se ve más verde del otro lado de la cerca».
Estuve tentado por unos seis meses, a veces sí y a veces no, el jueguito del ratón y el gato,
algo muy sutil. El diablo tenía todo arreglado, mordí el anzuelo y tuve un romance con esta
muchacha. Lo más triste es que sucedió cuando Pat estaba en el hospital buscando ayuda.
Después lloré toda la noche, consumido por la culpabilidad que pesaba como una enorme
roca en mi corazón. Tenía muchísimo miedo de perder mi matrimonio. Dios nos había dado
mucho a Pat y a mí, y me había arriesgado a perderlo todo.
Estaba totalmente esclavizado. Había desarrollado un fuerte deseo de tener sexo oral.
Una vez, poco antes de ir Pat a la conferencia, me miré en el espejo del baño antes de
meterme a la ducha y sentí que alguien me estaba agarrando para tener relaciones sexuales
conmigo. Otra vez me desperté en la noche sintiendo una mujer encima de mí, con su boca
sobre la mía. Era algo físico, superior a un sueño. Sé que había algo más que yo
involucrado, pero nadie más estaba en el cuarto.

Tuve la certeza inmediata de que estaba libre.


Después de que Pat asistió a la conferencia y me puso a leer los libros que trajo a casa
quise ir a ver al pastor Jones, el hombre que la había conducido por los pasos hacia la
libertad. Estaba listo; sabia que lo necesitaba.
Se concertó una cita y fui. Después tuve la certeza inmediata de que estaba libre: los
deseos sexuales desaparecieron, pero mi preocupación era si podría mantener mi libertad o
si regresaría la atadura.
Debo ser honesto y confesar que aun después de ver al pastor Jones y de tomar los
pasos hacia la libertad, volví a caer en la masturbación unas cuantas veces. Pero estoy
aprendiendo a resistirlo y sé que cuando caigo es por un acto de mi voluntad, un patrón de
conducta, no por una compulsión descontrolada. Sé que Dios me ama, me perdona y me
acepta, y quiero que sea Él quien renueve y transforme mi mente.
Antes creía que la batalla contra Satanás ya estaba vencida y que no podíamos volver a
tener ese tipo de problema. Pensaba que teníamos una nueva naturaleza y que simplemente
luchábamos contra la carne, que no era un asunto espiritual. Ahora sé que como hay
ángeles también hay espíritus que nos rodean, y que pueden sugerirnos cosas pero no
tenemos que decidir a favor de ellos. Pat fue la que me recordó esto diciendo: «Tienes libre
albedrío». Cuando lo dijo, recordé todo. Jesús dijo: «Conocerás la verdad y la verdad os
hará libres» (Juan 8:32). Él es la verdad y me ha liberado. Conforme dependo de Él, le
obedezco y me decido por su verdad, Él me mantiene libre.
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* * *

Un ministerio para la iglesia


El pastor Jones, un ex alumno mío, se dedicó a ayudar a la gente a librarse de las
ataduras espirituales cuando estuvo presente en una sesión de consejería que me pidió que
dirigiera. Desde ese entonces se ha capacitado más y ha empezado un grupo que se llama
S.W.A.T. (Spiritual Warfare Against Trauma [Guerra Espiritual Contra el Trauma]). No
sólo ha ayudado personalmente a muchos a encontrar su libertad en Cristo, sino que ha
visto a varios de su congregación recibir preparación para ayudar a otros. Siempre insto a
los pastores que no intenten ejercer este ministerio solos, pues rápidamente quedarán
abrumados y finalmente abandonarán otros ministerios importantes de la iglesia.
Si su iglesia va a tomar en serio este ministerio vital, entonces empiece seleccionando
con mucha oración un grupo pequeño de las personas espiritualmente más maduras. Esta
gente misma debe estar libre en Cristo y viviendo una vida balanceada, comprometida con
la autoridad de las Escrituras y con el estudio de la Palabra de Dios.
La paciencia es un prerrequisito, ya que ninguna sesión se puede realizar en el corto
período asignado normalmente para la consejería cristiana. Una vez que empiece a conducir
a una persona por los pasos a la libertad, termine con ella en la misma sesión. Si no
desarrolla todos los pasos hacia una resolución, esa persona se irá y experimentará la peor
semana de su vida. La única excepción es cuando se trata de la gente gravemente
traumatizada, cuyo caso examinaremos en el último capítulo.

El aspecto espiritual de la adicción


La declaración de George, de que «había algo más que yo involucrado», saca a relucir
otros asuntos sobre la adicción sexual. Ya he dicho que existe un lado espiritual en los
comportamientos enviciados, pero se alude a lo que él experimentaba como íncubo y
súcubo (nombres latinos para los espíritus o demonios sexuales masculino y femenino).
Casi nadie divulgará jamás haber experimentado algo semejante por ser muy pervertido.
Cuando sé que ha habido incesto o adicción sexual grave, pregunto a los pacientes si alguna
vez habrán sentido que se les acercaba alguna presencia con el fin de tener relaciones
sexuales. A menudo la imagen que habrán visto es la de un hombre con la mitad inferior de
su cuerpo en forma de chivo o de una mujer con su parte inferior en forma de culebra, o
cualquier variedad de imágenes grotescas. A veces se despiertan masturbándose
compulsivamente.
Un hombre sintió que algo acariciaba sus genitales en la noche y al principio creyó que
era su esposa. En vez de resistir, participó en la experiencia; ésta creció hasta que pudo
sentir el peso de un cuerpo femenino sobre el suyo. Luego empezó a sentir la presencia en
su auto mientras iba al trabajo. Finalmente, empezó a pensar: ¿Qué estoy haciendo? ¿Me
estaré volviendo loco? Al haber participado con esto, creció en intensidad y ya no se quería
ir.
En la época en que fue a verme a mi oficina se acostaba de noche con una Biblia entre
las piernas y cuadros de Jesús encima de su cuerpo, con el intento de parar ese ataque. ¡No
resultó! No obtuvo la libertad sino cuando renunció a su participación con el espíritu
sexual, negándose a usar su cuerpo como instrumento de maldad y cuando pidió a Dios que
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lo perdonara. Esta atadura sexual puede ser muy enfermiza y malévola. Algunas personas
me han contado que sienten la compulsión de atar algo alrededor de su cuello mientras se
masturban, hay quienes han muerto así por la asfixia autoerótica.

La naturaleza viciosa de la perversión


El breve encuentro que tuvo George con el comportamiento homosexual ilustra
vivamente la naturaleza diabólica del sexo pervertido. El torrente de sensación que tuvo al
besar al hombre, como la misma sensación que se da en las drogas que alteran la mente, no
venía de su propio ser natural ni tampoco de Dios. Cuando voluntariamente se opone a las
normas de Dios, las puertas quedan abiertas a las sirenas de Satanás, y el hecho de sentir
ese «climax» es intoxicante y esclavizante. En primer lugar, jamás se debe dar rienda suelta
al sexo pervertido, pero si ya lo ha hecho, debe renunciar inmediatamente y tomar la
decisión de huir de la inmoralidad. Pablo lo resume en Romanos 13:12–14:
La noche está muy avanzada, y el día está cerca. Despojémonos, pues, de las obras de
las tinieblas y vistámonos con las armas de la luz. Andemos decentemente, como de día; no
con glotonerías y borracheras, ni en pecados sexuales y desenfrenos, ni en peleas y envidia.
Más bien, vestios del Señor Jesucristo, y no hagáis provisión para satisfacer los malos
deseos de la carne.

10

El abuso ritual y el TPM


Mientras dirigía un seminario en otro estado me pidieron que visitara a una joven
hospitalizada en una unidad siquiátrica. Había leído mis libros y quería verme. El médico lo
permitió, pero debía haber una enfermera y la sesión se debía filmar. Marie fue víctima de
abuso ritual cuando niña. Sabía que no iba a poder hacer mucho en la hora que me
asignaron, por cuanto lo único que iba a hacer era ofrecerle alguna esperanza. Con las
víctimas del abuso ritual la sesión inicial puede durar varias horas si se quiere lograr algún
cambio importante.
Le pedí su colaboración en que me dijera cualquier oposición mental que experimentara
durante la sesión. Como he mencionado antes, la mente es el centro de control. No
perderíamos el control mientras Marie dominara activamente su mente y expusiera a la luz
los pensamientos mentirosos que trataban de distraerla. Fue una lucha, pero logró
mantenerse centrada en toda la hora. Durante ese tiempo afirmé quién era como hija de
Dios y la autoridad que tenía en Cristo. Traté de ayudarla a comprender cuál era la batalla
que se libraba en su mente. Cuando me levanté para salir, habló una voz diferente: «¿Quién
es usted? ¿Por qué no me quiere?»
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¿Qué era eso? ¿Un demonio? ¿Otra personalidad? Su educación teológica y su visión
bíblica del mundo van a influir mucho en la respuesta que dé. En vista de que la sicología
secular no acepta la realidad del mundo espiritual, existe un solo diagnóstico posible: el
TPM (trastorno de personalidad múltiple). En contraste, algunos ministerios de liberación
ven sólo demonios en situaciones como esta. ¿Cuál interpretación es correcta? ¿Cómo
podemos saberlo? ¿Hay otras explicaciones posibles?
Antes de apresurarse a contestar, permítame contarle otra historia. Después de una
conferencia que di en una iglesia, varias personas me atiborraron de preguntas, entre las
cuales estaba una mujer atractiva de unos treinta años. Al describirme el abuso del que fue
víctima en su infancia, se le empezaron a poner vidriosos los ojos. Podía ver que algo en su
mente la distraía y no quise apenarla en esos momentos. Entonces le pedí que me esperara
hasta que terminara de atender a los demás, y concerté una cita para la siguiente semana.
Elaine era una mujer inteligentísima con una carrera profesional bien establecida. Sin
embargo, su vida interior apenas se podía mantener a flote, a pesar de ir a ver un consejero
secular y a un grupo de recuperación de doce pasos. Mientras me contaba su historia,
proclamó de repente que uno de sus múltiples no se quería ir. Le pregunté si se le había
diagnosticado TPM. Lo afirmó; su consejero le había informado que tenía doce
personalidades alternas.
Pedí permiso para dirigirme sólo a ella y después de pasar por los pasos hacia la
libertad, no hubo rastro de los múltiples. En su caso, creo que las voces eran claramente
demoníacas. En otros casos extremos, creo que hay una combinación de fortaleza espiritual
y mente fragmentada debido a un trauma severo.

La mente fragmentada
¿Qué es una mente fragmentada? Es una mente dividida como resultado de haber
decidido desprenderse de las circunstancias inmediatas que rodean al individuo. En un
sentido limitado, todo el mundo decide hacerlo. Recuerdo que cuando mis hijos eran
pequeños optaba por desconectarme de mi entorno. Podían estar discutiendo y vociferando
en la habitación vecina, y yo los «apagaba» como quien baja el volumen. Me concentraba
tanto en lo que hacía, como estudiar o ver mi deporte favorito en el televisor, que
consciente o inconscientemente decidía no ocuparme de ellos porque no quería enfrentar
algo desagradable, o porque no quería que me distrajeran de lo que estuviera haciendo.
Mentalmente me encontraba «en el jardín», como decía mi esposa. «Tierra llamando a
Neil», era su forma de lograr que me sintonizara de nuevo con lo que me rodeaba.
No, no soy raro; de vez en cuando todos hacemos lo mismo. La gente que vive cerca de
la línea del tren o de los aeropuertos aprenden a hacerle caso omiso al ruido. Una amistad
puede estar en su casa cuando pasa el tren y pregunta: «¿Cómo aguanta esto?» Usted
responde: «¿Aguantar qué? Ah, ¡el tren!» Al principio me molestó casi tres semanas y
ahora ni siquiera me doy cuenta cuando pasa». Decidimos pensar en lo que es verdadero,
bello, puro, etcétera (Filipenses 4:8). Podemos decidir no tratar con algo desagradable,
disociarnos y pensar en otra cosa. Pero a lo mejor es malsano si nos desprendemos de la
realidad como una manera de aguantar. También se puede transformar en un patrón de
negar la realidad.
Multiplique por mil lo desagradable que es oír a niños pelear y a los trenes que pasan, y
tal vez logre sentir un poco de lo que soportan quienes sufren de trastorno disociativo: Es
un mecanismo de defensa, causado por trauma severo, mediante el cual la persona se
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disocia para sobrevivir. Desafortunadamente, las atrocidades de las que han sido víctimas
están grabadas en su banco de memoria. Físicamente sus ojos siguen viendo, sus oídos
oyendo y sus cuerpos sintiendo, pero la mente decide hacer caso omiso de todos esos
horrores que rondan y crea un imaginario mundo «seguro», dentro del cual vivir.

Sólo hay un certificado de nacimiento


¿Cómo resolveremos este dilema? Primero, no me gusta mucho el término TPM, pues
da la impresión de que hay mucha gente presente en un cuerpo. Sólo hay un certificado de
nacimiento y cuando muera, una persona tendrá únicamente un certificado de defunción …
sólo un nombre se puede escribir en el Libro de la Vida del Cordero … y sólo una persona
puede presentarse ante Dios un día y rendir cuentas por las decisiones que haya tomado en
la vida.
Los que intentan traer a la superficie e integrar otras personalidades reconocen que, por
lo general, hay un ser dominante, y que casi siempre identifican como la personalidad
anfitriona. El cuadro clínico TPM, tal y como lo ven la mayoría de los expertos en salud
mental, sería este:
Personalidades múltiples

No creo que esta sea la percepción correcta. Prefiero pensar que sólo hay una persona y
que tiene una mente fragmentada. El cuadro entonces se vería de la siguiente manera:
Porciones fragmentadas de la mente escondidas de la memoria

Qué hacer con el viejo ser


La integración sicológica de las personalidades va mucho más allá de los límites de este
libro, pero sí quiero presentar la necesidad de establecer en Cristo a estas queridas personas
y de resolver primero sus ataduras espirituales. En muchos casos, las mismas víctimas no
logran determinar si la voz en sus mentes es una personalidad alterna o un demonio.
Mientras conducía a una joven por los pasos hacia la libertad, de repente confesó, al llegar
al paso de la rebelión: «Siempre pensé que esa parte mía era otra personalidad». Renunció
al espíritu maligno y a su participación con él y le ordenó que se fuera. El cambio en su
rostro nos fue notable a ambos. Muchos consejeros que no conocen a Dios tratan de
integrar a los demonios dentro de las personalidades de la gente, y muchos pastores bien
intencionados tratan de echar personalidades. Hay que evitar ambos extremos.
Las personalidades anfitrionas no siempre quieren aceptar que sean TPM y a menudo se
resienten con la intervención de otras personalidades menos desarrolladas que a veces los
humillan delante de la gente. Las personalidades se desarrollan debido a ciertos factores
ambientales. Cada personalidad emergerá involuntariamente a realizar la función para la
cual fue desarrollada. Una personalidad puede dominar durante el trabajo cuando se
encuentra presionada y otra puede salir para las ocasiones sociales. Cada trastorno de
personalidad múltiple es distinto. En la mayoría de los casos las personalidades
fragmentadas no se han desarrollado ni han aprendido a manejar la vida centrada en Cristo.
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En casos severos, la personalidad fragmentada quizás aun sea leal a la secta que causó la
fragmentación. Han surgido numerosos casos en que un cristiano comprometido se haya
escapado de noche y literalmente haya participado con los satanistas.
Por lo general, explico a las personalidades anfitrionas que su mente es como una casa,
en la que ellas ocupan el espacio más dominante. Conforme ayudo a limpiar el espacio y las
establezco en Cristo, puede ser que estén conscientes de que hay otros cuartos en la casa.
Estos no se han limpiado ni están conscientes de que fueron establecidos en Cristo. Hay que
reconocerlos, vencerlos y liberarlos de su pasado. Con el tiempo, deben estar de acuerdo en
ser uno en Cristo. Los siguientes versículos ofrecen esperanza y dan dirección para
conducir el tratamiento.
Porque los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y
deseos (Gálatas 5:24).
Porque si bien en otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. ¡Andad
como hijos de luz! (Efesios 5:8)
Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago:
olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,
prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús
(Filipenses 3:13, 14, RVR)
No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus
hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va
renovando hasta el conocimiento pleno (Colosenses 3:9, 10, RVR)
Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño;
pero cuando llegué a ser hombre, dejé lo que era de niño (1 Corintios 13:11)

Perfectos en Cristo Jesús


No hay lugar en las Escrituras donde se nos diga que debemos resucitar al viejo hombre
o sanar la carne. Somos completos en Cristo. «A Él anunciamos nosotros, amonestando a
todo hombre y enseñando a todo hombre con toda sabiduría, a fin de que presentemos a
todo hombre, perfecto en Cristo Jesús» (Colosenses 1:28) No podemos remendar nuestro
pasado, pero podemos liberarnos de él.
A todos los hijos fragmentados de Dios les digo que en la parte más profunda de su ser
ya están completos. Están sanos porque son completos en Cristo (Colosenses 2:10). Lo
único que queda por hacer en nuestro proceso de orientación pastoral es resolver los
asuntos que causaron la fragmentación cuando eran jóvenes. Una vez resueltos esos
asuntos, se pueden integrar plenamente. Oro que el Señor los reintegre, los haga completos
y perfectos en Él. Cada personalidad debe decidir que va a formar parte de la persona
completa y perfecta en Cristo. No podemos sanarlas, pero Jesús lo puede todo. Él vino a
sanar a los quebrantados de corazón y a restaurar el alma.
Dios nos redimió y estableció nuestra identidad en Cristo, y luego espera que tengamos
una estructura de apoyo adecuada, antes de pelar las capas de la cebolla para mostrarnos
cada vez más de nuestro ser (véase el capítulo dos). A menudo me preguntan: «¿Qué pasa
si he bloqueado períodos de mi vida que no recuerdo?» Entonces siga buscando a Dios y
sea un buen mayordomo de lo que Él le haya encomendado. En el momento preciso,
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«sacará a la luz las cosas ocultas de las tinieblas y hará evidentes las intenciones de los
corazones. Entonces tendrá cada uno la alabanza» (1 Corintios 4:5). La única razón por la
que es necesario traer el pasado a la superficie es para recordar experiencias con el fin de
que se resuelvan. Si no hay nada escondido en la oscuridad, no se preocupe. Si lo hay, será
revelado en el debido momento.

Trate con la persona


Cuando empiecen a emerger las atrocidades del pasado, ¿cómo nos damos cuenta si nos
habla un demonio o un fragmento de la mente? A veces es difícil, aun cuando tengamos
mucha experiencia y discernimiento espiritual. Hasta las personas más experimentadas y
maduras pueden ser engañadas. Es más, yo lo he sido. En cierto sentido, no trato de
diferenciar; siempre busco la solución tratando únicamente con la persona, porque no
quiero que pierda su control a nivel mental. Siempre es malo dialogar con demonios porque
ese proceso desvía íntegramente a la persona y con seguridad la conducirá al engaño, ya
que todos los demonios hablan a partir de su naturaleza mentirosa. La gente que cree en lo
que les diga un demonio corre el riesgo del engaño.
En el momento del abuso, la gente quizás se disocie mentalmente para sobrevivir.
Cuando los aconsejo, no quiero que vuelvan a caer en ese patrón defensivo para lograr su
sobrevivencia. Cristo es ahora su defensor y hago todo lo que encuentre a mano para
ayudarles a mantener el control de sus mentes. Si uno anima a los clientes a separar
reiteradamente sus personalidades fragmentadas y explora sus estados disociativos sin
resolver nada, ni ganarlos para Cristo, termina fortaleciendo la existencia de un mecanismo
de defensa en vez de establecer a Cristo como su única defensa necesaria. Los consejeros
cristianos legítimos no desean reforzar la existencia de ningún otro mecanismo de defensa.
Entonces, ¿por qué este? Expongámoslo a la luz y busquemos una manera mejor de
resolver las cosas en Cristo. Cuando se usan técnicas seculares de orientación con
múltiples, cuando ni siquiera dan resultados con una persona integrada, los múltiples se
disocian aún más. Tenemos que aprender a resolver los asuntos en Cristo para que puedan
seguir adelante con sus vidas.
Así como con la persona que escucha voces, la gente con trastornos disociativos no va a
querer que se conozca lo que verdaderamente sucede en su mente. Cumplirán sus funciones
como adultos en la sociedad, pero tendrán características muy distintas en casa. En la sala
se comporta como un padre y luego como niño a puerta cerrada en el dormitorio.
Un consejero a quien respeto y que también entiende lo demoníaco, le pregunta a sus
clientes atribulados: «¿Siente alguna vez que no está integrado?»
Si reconocen que ese es su caso, les pide permiso para hablar con la otra parte de ellos.
La única razón por la que siempre es necesario hacer esto es para tener acceso al recuerdo
de lo que sucedió, a fin de lograr que el individuo se disocie en primer lugar. En mi caso,
prefiero pedirle al Espíritu Santo que me revele las «cosas ocultas de las tinieblas».
Si acaso va a sondear los estados alterados de la persona, recomiendo mucho que
primero oren juntos y que haga orar al individuo, pidiéndole al Espíritu Santo que guarde su
corazón y su mente para protegerlos de cualquier engaño. Al pedir permiso para dirigirse a
un fragmento, asegúrese de que la persona permanezca activamente involucrada. Una vez
que haya averiguado qué llevó a causar la disociación, resuelva los asuntos pidiéndole a la
persona que perdone a los que la ofendieron y renuncie a toda experiencia con sectas o con
el ocultismo.
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En todo caso, recomiendo muchísimo que pase primero por los pasos hacia la libertad
con la personalidad anfitriona, antes de empezar a sondear en su mente. El proceso de
tomar los pasos resolverá los asuntos para la personalidad anfitriona y tal vez eliminará
cualquier fortaleza demoníaca. He tenido a personas que cambian de personalidad a medida
que van por los pasos. Si colabora, simplemente continúo. A menudo existe la necesidad de
que una personalidad perdone a la otra. Un grupo cristiano conduce a todas las
personalidades por los pasos. No creo que sea necesario, pero cada parte debe resolver sus
propios asuntos. Hago un sondeo sólo después de seguir los pasos cuando siento que no ha
habido una solución completa o cuando así lo ve el afectado.
Cuando se han resuelto los asuntos, jamás he tenido que volver con ellos a esas mismas
experiencias. Las causas de la fragmentación y de las fortalezas demoníacas se resuelven
simultáneamente. La persona seguirá recordando experiencias, pero ya el pasado no tiene
ningún poder sobre ella. Su mente empieza a verse de la siguiente manera:

Lo viejo ha pasado
Parcialmente integrada Plenamente integrada

Muchos consejeros que tratan de integrar las personalidades del pasado en la


personalidad anfitriona sin resolver los asuntos, tienen experiencias extrañas con sus
clientes. Algunos adoptan varias personalidades de maneras destructivas: unos salen a
merodear en la noche y luego llaman a la casa, o los encuentra la policía sin poder
explicarse cómo llegaron a ese lugar. Este tipo de comportamiento sólo sucede cuando se
disocian. Entonces, ¿por qué los ayudamos a disociarse? ¿Debemos animar a las víctimas a
perder su control mental al comunicarse sin solución con los fragmentos de sus mentes? A
nadie le gustaría salir de una sesión de consejería sin saber lo sucedido. Nadie quiere
disociarse. Santiago 1:8 dice que el hombre de doble ánimo es «inestable en todos sus
caminos». Esa inestabilidad es precisamente la que tratamos de evitar al ayudarles a no
perder el control mental.
Ya sea el problema de mente fragmentada o de fortaleza espiritual, les pido una
colaboración importante. Deben decrime cirme lo que sucede en su interior. Les explico
que su mente es el centro de control y que si no pierden el control en ella, no lo vamos a
perder en la sesión. Hay dos razones por las que quizás no colaboren. En primer lugar, no
van a revelar lo que sucede en su mente si sospechan que no les vamos a creer. También a
lo mejor les dé pena debido a la naturaleza asquerosa de sus pensamientos. Les digo que no
importa si esos pensamientos vienen desde adentro o desde un parlante en la pared, la única
forma de ser dominados por esas ideas es creerlas. A veces digo a las personas que si
pudieran ver un demonio, sería muy parecido a un mosquito con una enorme boca. Satanás
es un matón y un engañador. Lo que enfrentamos es una enorme decepción.
Algunos tienen un pensamiento e inmediatamente lo creen o lo obedecen, sin saber que
tienen una tecla que dice «no». Es como si no tuvieran voluntad. Antes de creer o ejecutar
el pensamiento, les pido que me comuniquen lo que están pensando. Es muy intenso
trabajar con casos severos porque les es muy fácil perder el hilo. A veces los hago
levantarse y caminar por el cuarto para comprobarles que tienen el control y lo pueden
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ejercer. Otras habrá que quitar un poco la presión y dejar que el proceso siga con más
lentitud.
La segunda razón por la que quizás no digan lo que les sucede por dentro es que los
están intimidando. Por lo general, es la amenaza de que al llegar a casa van a recibir una
paliza o que si quedan libres otros sufrirán daños. A menudo los espíritus malos amenazan
a los padres con atacar a sus hijos. Tuve la sensación de que una persona no me estaba
comunicando todo, por lo que le pregunté: «¿Están amenazándola de que si divulga lo que
sucede en su interior la van a castigar al regresar a casa? Contestó afirmativamente.
Entonces le dije: «Esto no tiene nada que ver con su casa ni con el momento de llegar allá,
es cuestión únicamente de su libertad. Si lo resuelve aquí, también estará resuelto en su
casa porque el problema no está allá, sino en su mente».
De inmediato me dijo: «Cuánto desearía que me lo comprobara».
Lo que mantiene el control es exponer a la luz el problema. Dios todo lo hace a la luz
porque Él es la luz del mundo. El poder de Satanás está en la mentira, pero ese poder se
rompe si desenmascara la mentira. El poder del cristiano está en la verdad, por eso debemos
hablar la verdad en amor porque somos miembros unos de otros.
Hay un concepto sicológico popular en esta era, el del «niño interior del pasado». He
oído decir a los promotores de este concepto: «Estoy aconsejando a dos personas: un adulto
y un niño pequeño en su interior». No estoy de acuerdo con eso porque en términos
bíblicos, ¿cuál es el niño interior de nuestro pasado? ¿Será parte de nuestra nueva identidad
en Cristo o de nuestra vieja naturaleza? Las Escrituras nos aseguran que no somos
primordialmente productos de nuestro pasado, sino que somos nuevas criaturas en Cristo.
«De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí
todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5:17).
No me malinterprete; he visto personas acurrucándose en posiciones fetales cuando
están recordando sus experiencias infantiles. He visto la regresión espontánea en edad de
una personalidad cuando recuerda atrocidades. Sé que muchos se han estancado en su
desarrollo emocional debido a las experiencias traumáticas, pero sólo una persona está
sentada delante de mí, no dos. Por el bien de ella, no quiero que se disocie mientras
experimenta un recuerdo muy doloroso. Quiero que aprenda una nueva manera de
comportarse con el pasado, una manera fundamentada en la verdad.
Con respecto a vuestra antigua manera de vivir, despojaos del viejo hombre que está
viciado por los deseos engañosos; pero renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos
del nuevo hombre que ha sido creado a semejanza de Dios en justicia y santidad de verdad
(Efesios 4:22–24).

Tenemos que reconocer el dolor emocional de nuestro pasado, buscar la sanidad que
viene por medio del perdón y establecer en Cristo nuestra nueva identidad. No podemos
arreglar nuestro pasado, pero podemos liberarnos de él. Para ser libres, debemos tener una
manera bíblica de lograr acceso a los recuerdos reprimidos.

El acceso a las cosas pasadas


Lo repetiré por ser demasiado importante. Primero debemos establecer en la persona su
identidad actual en Cristo antes de tratar de exponer el pasado, pues es el orden que dan las
Escrituras por una razón muy importante. Cuando examinamos el pasado a partir de nuestra
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posición actual en Cristo, tenemos la seguridad de que ya hay victoria en Él. Estamos
restablecidos en el hombre interior y perfeccionados en Cristo.
Supongamos que el consejero secular más dotado del mundo pueda reconstruir a la
perfección el pasado de alguien, de tal manera que explique con exactitud lo que hace hoy
en día y por qué siente lo que siente. Entonces, ¿qué? El alcohólico diría: «Tienes razón;
precisamente es por eso que tomo. ¿Quieres tomarte un traguito conmigo?» La
reconstrucción del pasado tiene su valor, pero en sí no ofrece ninguna solución. Debe haber
un conocimiento de quiénes somos en Cristo para lidiar adecuadamente con los problemas
del pasado. No queremos ponerle una venda a un síntoma; queremos sanar la enfermedad,
que es la separación de Dios.
Los consejeros legítimos saben que deben escuchar la historia de la persona para lograr
resolver su conflicto. La mayoría de los programas de formación de consejeros se centran
en técnicas de consejería como confianza, cariño, congruencia, empatía exacta, concreción,
urgencia, transparencia, etc. Estas son imprescindibles cuando la persona tiene buena
memoria y sólo requiere de una relación de confianza para ser franca. Pero cuando la
memoria está bloqueada, sólo Dios puede revelar las cosas ocultas en las tinieblas y
exponer los motivos de nuestro corazón (1 Corintios 4:1–5).

Dios trae todo a la luz


«Él revela las cosas profundas y escondidas; conoce lo que hay en las tinieblas, y con Él
mora la luz» (Daniel 2:22). Satanás hace todo en la oscuridad; como un ladrón en la noche,
teme ser desenmascarado. Sin embargo, cuando un niño ha sido víctima del abuso ritual
satánico, aunque haya sido en su propio hogar, téngalo por seguro que Dios lo va a exponer
a la luz. «Si al padre de familia le llamaron Beelzebú, ¡cuánto más lo harán a los de su casa!
Así que, no les temáis. Porque no hay nada encubierto que no será revelado, ni oculto que
no será conocido» (Mateo 10:25, 26).
Y esta es la condenación: que la luz ha venido al mundo, y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que practica lo malo
aborrece la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean censuradas. Pero el que hace
la verdad viene a la luz para que sus obras sean manifiestas, que son hechas en Dios (Juan
10:19–21).

Lo común es que los perpetradores no aceptan lo que Dios revela. La mayoría de los
abusadores no admitirán jamás su pecado; los satanistas no lo hacen porque están bajo pena
de muerte si revelan alguna vez sus acciones. Sus hechos son malos, y odian la luz y rara
vez van hacia ella.
No le pido a la persona que trate de recordar lo que pasó, sino más bien le insto a
pedirle a su Padre celestial que le revele la verdad. «Si vosotros permanecéis en mi palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres»
(Juan 8:31, 32). Hacerle frente a la verdad puede ser una experiencia espantosa para
muchos. Algunos prefieren no encararla, pero la libertad sólo viene cuando se conoce toda
la verdad, la verdad de la Palabra de Dios y la verdad sobre nosotros mismos. David clama
en el Salmo 51:6: «He aquí, tú quieres la verdad en lo íntimo».

La obra del Espíritu de Dios


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La gran obra del Espíritu Santo es divulgar esta verdad dentro del hombre interior.
Jesús dijo: «Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para
siempre. Este es el Espíritu de verdad» (Juan 14:16, 17). «Y cuando venga el Espíritu de
verdad, Él os guiará a toda la verdad» (Juan 16:13). No tenemos ningún poder para revelar
la verdad del hombre interior, ni hay una técnica que se pueda aprender para cumplir esta
tarea. Nuestra parte consiste en colaborar con Dios, como lo dice 2 Timoteo 2:24–26:
Pues el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para
enseñar y sufrido; corrigiendo con mansedumbre a los que se oponen, por si quizás Dios les
conceda que se arrepientan para comprender la verdad, y se escapen de la trampa del diablo,
quien los tiene cautivos a su voluntad.

Este pasaje no se refiere a un modelo de liberación, sino a un modelo amable, paciente,


«apto para enseñar» que exige que el pastor o consejero dependa de Dios. Sólo Dios puede
conceder el arrepentimiento y conducir a la verdad, lo que da la libertad al cautivo. Parte de
nuestro papel es ser pacientes; requiere tiempo procesar las más grandes atrocidades. Las
víctimas del abuso ritual satánico necesitan muchas sesiones, y aun así me cuido de no
avanzar demasiado rápido, porque si lo hago, la persona perderá el dominio.
No he perdido el control en mucho tiempo, pero si sucediera, detendría el proceso de
consejería. Hace poco, por unos momentos se me manifestó un demonio y dijo: «¿Quién
caramba crees que eres?» «Soy un hijo de Dios», respondí. «¡Cállate!»
Inmediatamente, la señora volvió en sí. No podemos dejarnos intimidar por esos
mentirosos. Con frecuencia oigo a la gente decir durante una sesión que tienen que salir de
allí. Les digo:
«Está bien, no voy a hacer nada para violar su mente».
Toda persona que haya salido de mi oficina ha regresado al cabo de unos cinco minutos.
Recuerde que pensar es responsabilidad de la persona misma.

El diario de la oración
Una recuperación de la memoria guiada por el Espíritu Santo se puede dividir en cuatro
categorías: primero, hacer un diario de oración. A veces animo a las personas entre cita y
cita a que personalmente pidan a Dios que les revele la verdad en sus casas y que luego
mantengan un diario de lo que el Espíritu Santo les traiga a la memoria. Algunos tienen un
compañero o una compañera de oración en quien confían para pedir ayuda. Cuando nos
reunimos de nuevo, les ayudo a procesar lo que recordaron. Es muy común que traigan dos
o tres páginas de detalles vergonzosos.
Si tratan de hacerlo por su propia cuenta, les indico que le pidan protección a Dios.
Sugiero que escriban exactamente lo que les revele el Espíritu Santo, sin cuestionarlo, sólo
registrando hasta el más mínimo detalle. Muchos se preguntarán si estarán inventándolo
todo. Una señora visitó la casa donde se crió para ver si los detalles de su vecindario eran
los que pensaba que el Espíritu Santo le permitió recordar. Para su sorpresa, el vecindario
era exactamente como se lo había revelado el Espíritu Santo, a pesar de que no había
pasado por allí en veinticinco años. Los recuerdos de mi primera infancia son muy vagos,
así que, ¿cómo va a recordar esta gente con tanta claridad las primeras experiencias de su
infancia? No las recuerdan: Dios se las revela.
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Atravesemos el punto muerto con la oración


Un segundo método de recuperación es que las personas, en presencia suya, le pidan a
Dios que les revele lo que las mantiene atadas. Casi siempre hago esto si nuestras reunión
ha llegado a un punto muerto, o después de haber pasado por los pasos hacia la libertad sin
lograr una solución completa. Hemos procesado todo lo que pudiéramos, pero algo todavía
no llega a la superficie.
Una señora pasaba por el proceso del perdón cuando paró al llegar a su maestra de
tercer grado. Lo único que recordaba era que salía del aula y de alguna manera se sentía
atada a ella. La perdonó por eso, pero ambos sabíamos que este no era el asunto clave. La
animé a orar, pidiéndole al Señor que le revelara lo ocurrido realmente en el tercer grado.
Lo hizo y se vio en el baño con la maestra maltratándola sexualmente.
¿Cómo sabemos que ese no era un juego mental o un engaño satánico? Una manera es
ver si hay alguna confirmación externa. En este caso, sus compañeras le habían dicho años
después que su maestra la había tratado muy mal. También, que la enviaron a casa
sangrando del útero con la explicación de que se había caído, aunque jamás recuerda
ninguna caída. La atadura fue espiritual debido al maltrato sexual, y no una atadura
sicológica que puede darse debido a la cercanía de una relación entre maestro y alumno.
Jamás debe implantar sugerencias en la mente de otra persona, aun cuando sospeche de
maltrato, porque la mente es demasiado vulnerable a las sugerencias. Un recuerdo vago de
un abrazo honesto de un padre o una madre se puede distorsionar muy fácilmente e
interpretarse como un cariño inapropiado o algo peor. Como pastor y consejero pido
sabiduría y dirección al Señor para mí, pero también pongo a la persona a pedir al Señor
que le revele lo que le causa la atadura. Sospecharía de lo veraz de cualquier detalle que
provenga de un sueño. Por lo general, las pesadillas indican un tipo de asalto espiritual,
pero casi siempre se acaban después que la persona encuentra su libertad en Cristo. Una
mujer acusó a sus padres de abuso sexual por un sueño que tuvo, y una amiga se lo
confirmó mediante «palabras de conocimiento». Esto es demasiado subjetivo como para
presentar acusaciones. Casi siempre habrá alguna confirmación externa para los recuerdos.
Satanás ataca la mente de las personas lastimadas y busca desacreditar a los líderes
espirituales con pensamientos sembrados en la mente de sus hijos o de sus asociados.
Conozco varios casos en que los hijos acusan falsamente a los padres. Satanás es muy
astuto. Si puede inducir recuerdos falsos de abuso ritual y que luego se absuelva de todos
los cargos a los acusados, muchos van a pensar que los casos legítimos también son falsos.
¿Qué tal si la gente ora y no surge nada a la superficie? Entonces los animo a continuar
en su búsqueda de Dios. A lo mejor este no sea el momento oportuno. O que tal vez no
haya nada y debamos explorar otra razón por sus dificultades. Usted sólo puede procesar lo
que conoce. No creo que debamos indagar mucho sobre el pasado, sino esperar hasta que
Dios revele las cosas ocultas de las tinieblas.

Pidamos iluminación para las áreas donde hay ataduras


La tercera forma es pedir al Señor que revele áreas específicas de atadura. Por lo
general, lo hago a medida que conduzco a las personas por los pasos hacia la libertad. En el
primer paso oran y piden a Dios que les revele toda experiencia que hayan tenido con
sectas, con el ocultismo o con cualquier otra cosa que no sea cristiana. Después de orar, les
pido que señalen esas participaciones en una lista de experiencias no cristianas incluidas
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dentro de este paso. Pero la lista no es completa, pues hay miles de fraudes, a veces la gente
los agrega a la lista. Si siento que van pasando demasiado rápido por este paso, les pido que
oren de nuevo para que Dios les recuerde todas las participaciones que hayan tenido en esta
área. En el capítulo dos de este libro se cuenta la historia de la mujer que había olvidado
por completo que siendo niña había buscado activamente lo oculto. Fue sólo después que
perdonó a otros cuando el Espíritu Santo le reveló sus pasatiempos infantiles.
Cuando llegamos al paso del perdón, la persona le pide a Dios que le revele los
nombres de las personas que deben perdonar. En la mayoría de los casos emergen algunos
nombres que había enterrado conscientemente. Cuando pasa por el proceso del perdón,
muchas veces Dios le trae recuerdos sumidos en el pasado, sea consciente o
inconscientemente.
Cuando ha habido abuso sexual, conduzco a la persona que pida al Señor que le revele
toda ofensa sexual, para que renuncie a cada una diciendo: «Renuncio a esa (violación
específica) de mi cuerpo». Cuando termina la dirijo en una declaración general basada en
Romanos 6:1, 2, 13 y 12, 1, 2: «Renuncio a todo uso de mi cuerpo como instrumento de
iniquidad y presento mi cuerpo ante Dios como instrumento de justicia, un sacrificio vivo y
santo y agradable a Dios». Si la persona es casada, le pido que agregue: «Reservo el uso
sexual de mi cuerpo únicamente para mi cónyuge».
Estas personas no sólo recuerdan una experiencia, la reviven. Hacerlas sumirse en el
pasado es mantenerlas en la esclavitud y fortalecer la atadura por lo cual jamás debemos
reforzar lo sucedido. Cuando Dios concede el arrepentimiento que lleva a la verdad,
debemos participar bajo su dirección, ayudando a la persona a lograr un arrepentimiento
pleno. El arrepentimiento significa literalmente un «cambio de mentalidad». La idea es:
«Antes creía eso; pero ahora creo esto». No obstante, el concepto es mucho más amplio que
la aceptación mental. El arrepentimiento pleno significa «antes caminaba por aquí, y ahora
he dado una vuelta completa y camino de acuerdo al camino, la verdad y la vida. Renuncio
a la mentira y a todas las experiencias satánicas que he tenido, anuncio la verdad y toda la
realidad de la salvación que es mía como una nueva criatura en Cristo».

Renunciamos al reino de las tinieblas


El cuarto método de lidiar con el pasado es conducir a la persona a través de varias
renuncias. Uso este método al inicio del proceso de consejería si el individuo tiene
bloqueados varios períodos de su vida. Es un medio de aplicación general tanto para revisar
el pasado, como para resolver ciertos asuntos que acompañan al abuso ritual satánico. Si no
hay maltrato de ese tipo, no hay nada que perder.
En el abuso ritual satánico, los satanistas hacen todo en directa oposición al
cristianismo. El satanismo es la antítesis del cristianismo y Satanás es el anticristo, por lo
que pido a los clientes que renuncien de la siguiente manera a cualquier participación:
El reino de las tinieblas El Reino de la luz

Renuncio a haber entregado mi Declaro que mi nombre ahora está

nombre a Satanás o haber dejado que escrito en el Libro de la Vida del


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otro entregue mi nombre a Satanás. Cordero.

Renuncio a toda ceremonia en que Declaro que soy la Esposa de Cristo.

me haya casado con Satanás.

Renuncio a todos y cada uno de los Declaro que soy partícipe del nuevo

pactos que he hecho con Satanás. pacto con Cristo.

Renuncio a toda asignación satánica Declaro que me comprometo a

para mi vida, incluyendo obligaciones, conocer y a cumplir únicamente la

matrimonio e hijos voluntad de Dios y aceptar sólo su

dirección.

Renuncio a toda espíritu guía que se Declaro que acepto sólo la dirección

me haya asignado. del Espíritu Santo.

Renuncio a haber entregado mi sangre Confío sólo en la sangre derramada

al servicio de Satanás. por mi Señor Jesucristo.

Renuncio a haber comido carne o Por fe, tomo sólo de la carne y de la

bebido sangre en alabanza a Satanás. sangre de Jesús a través de la Santa

Cena.

Renuncio a todos y cada uno de los Declaro que Dios es mi Padre y que el

guardianes y padres satanistas que se Espíritu Santo es mi Guardián, en

me han asignado. quien estoy sellado.


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Renuncio a cualquier bautismo y a Declaro que sólo el sacrificio de Cristo

todo sacrificio en mi beneficio por tiene poder sobre mí. Le pertenezco a

medio del cual Satanás podría Él. He sido comprado por la sangre del

reclamarme como propiedad suya. Cordero.

Para las víctimas del abuso ritual satánico las renuncias anteriores son una extensión de
la confesión que se hacía en la iglesia primitiva: «Renuncio a ti, Satanás, a todas tus obras y
todos tus caminos». Sin embargo, aun las renuncias anteriores son de aplicación general
porque cada víctima del abuso ritual satánico se ha entregado, de una manera u otra, a los
ritos mencionados y a otros más. Además, conforme el Espíritu Santo revele las cosas
específicas que se ocultan en las tinieblas, hay que renunciar a ellas específicamente.

La forma en que engaña Satanás


Los satanistas llaman el «libro de la vida del chivo» al referirse al libro o al pergamino
en donde piden que la gente firme, a menudo con sangre. Un colega de nuestro seminario
me trajo una muchacha de quince años de edad que había participado en el satanismo
durante diez años. Fue difícil, pero al fin entregó su vida al Señor. Sin abrir los ojos,
exclamó:
—¡Se está quemando! ¡Se está quemando!
—¿Qué se quema?—le pregunté.
—¡El libro en que escribí mi nombre!
Al parecer, Dios le estaba dando una ayuda visual para que pudiera aceptar que su
nombre ahora está escrito en el Libro de la Vida del Cordero.
Los satanistas también realizan ritos matrimoniales en que una niña o una adulta se casa
con Satanás, luego el matrimonio se consuma con espantosas violaciones sexuales. Comer
carne humana y tomar sangre son parte normal de sus ritos, como una falsificación de Juan
6:53: «De cierto, de cierto os digo que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis
su sangre, no tenéis vida en vosotros». Juan equipara el comer y tomar con creer (Juan
6:40: 47, 48), pero ellos lo toman literalmente. Una persona a quien estuve aconsejando no
podía comer carne porque le traía recuerdos de haber comido carne cruda. Renunció a ello a
la luz de 1 Timoteo 4, donde se nos dice que los que han sido engañados (v. 1) son los que
«prohibirán casarse y mandarán abstenerse de los alimentos que Dios creó para que, con
acción de gracias, participasen de ellos los que creen y han conocido la verdad. Porque todo
lo que Dios ha creado es bueno, y no hay que rechazar nada cuando es recibido con acción
de gracias»
(vv. 3–4).
El cortarse en un rito con el fin de derramar sangre es común en muchas religiones
paganas, en que la gente se corta ritualmente como una falsificación del derramamiento que
hizo Cristo de su sangre. La idea es que así nos convertiremos en nuestro propio dios y
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derramaremos nuestra sangre por nosotros mismos. Hay que renunciar a todo pacto de
sangre, hasta los «inocentes» que hicimos con nuestros «hermanos de sangre».

El sacrificio satánico
El sacrificio es un intento de establecer propiedad. Fuimos redimidos «con la sangre
preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación» (1 Pedro 1:19).
En el abuso ritual satánico a menudo se obliga a los niños a matar en sacrificio por dos
motivos: primero, eso los prepara para una participación futura en el rito. Con frecuencia,
las drogas son medios para obligarlos a acceder en el espantoso abuso sexual y en los ritos
del sacrificio. O quizás obedezcan por las amenazas de hacer daño a otros, como en el caso
de una niña a quien le dijeron que si no participaba le harían daño a su hermano. ¿Por qué
realizan estas matanzas de víctimas inocentes como bebés, fetos y animales? Dicen: «Tu
Dios sacrificó a su único Hijo, quien era perfectamente inocente». Para ellos, mientras
mayor sea el sacrificio, más grande es el poder; y los satanistas van tras el poder.
En segundo lugar, a los niños se les obliga a matar porque los sujeta a mantener el
secreto: quien mató a un niño inocente o a un animal jamás va a contarlo a los del mundo
exterior. Sus recuerdos se pueden bloquear, pero cuando años más tarde recuerde las
atrocidades, todavía no podrá hablar de ellas porque siente responsabilidad por haberlas
cometido. Tiene que tomar en cuenta las drogas u otros medios que se usaron para obligarle
a acceder. Esta gente teme por su vidas, en ese entonces y ahora, porque saben que
sacrificar una vida no es nada para un satanista. Si rehúsan matar durante el rito, los
matarán a ellos, o al menos temen esa posibilidad. El temor les impide divulgar las cosas
hechas en lo oculto, y se sienten abrumados por la culpabilidad y el dolor presentes.

Los síntomas del abuso ritual


Los dos síntomas principales del abuso ritual satánico son la disfunción sexual y la falta
de afecto (cero emoción). La mayoría de los ritos satánicos son orgías desgarradoras y
estrepitosas de violencia sexual; no es el sexo que experimentarían los seres humanos
normales. El clímax óptimo sería el orgasmo sexual en el momento de la matanza. De esto
se trata la pornografía más extrema e intensa: el uso de animales, objetos y actos
sadomasoquistas. Es más, a menudo se liga la pornografía extrema con el satanismo.
Quienes han sufrido maltrato de esta manera, deben renunciar a este uso sexual de su
cuerpo y perdonar a los abusadores sexuales. Una víctima pudo recordar con claridad a
veintidós abusadores sexuales. Sinceramente, ¿podríamos esperar que perdonara esas
ofensas múltiples? Recuerde, el hecho de que los perdone no excusa lo que hicieron los
abusadores; más bien la libera de su pasado.
La falta total de emoción es el resultado de la programación. Condicionan a las víctimas
a creer que si lloran, alguien o algo será destruido o le sobrevendrá un grave daño físico.
Una señora recuerda que tuvo que abortar para cumplir con un sacrificio. Cuando gritó
horrorizada, le dijeron que si lloraba moriría otro bebé. Como resultado, no había podido
llorar durante años. Le dije que renunciara a esa experiencia y a la mentira de que su llanto
traería la muerte de algo o de alguien. Apenas lo hizo, sollozó por varios minutos.
La esposa de un pastor manejó varios kilómetros para asistir a una conferencia.
Acababa de empezar a recordar el abuso ritual satánico y estaba perpleja ante su
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incapacidad de llorar. No tenía recuerdos específicos de los acontecimientos, sólo imágenes


vagas y leves. Le dije: «Tal vez no va a comprender esto, pero quiero que renuncie a la
mentira que su llanto terminará en la muerte de alguien». Apenas lo hizo, una lágrima
comenzó a correr por su mejilla.
Hay que renunciar a cada asignación específica. Como las maldiciones, las asignaciones
que se dan durante los ritos. Por ejemplo, estaba trabajando con una víctima en el área del
perdón y cuando llegó a su madre no la podía perdonar. No era porque no quería hacerlo,
sino que había una experiencia en particular con la que no se podía conectar
emocionalmente. Ya había perdonado a su padre, quien la había llevado a los ritos, un
proceso muy emotivo y doloroso que duró mucho tiempo en realizarse. Podía recordar con
claridad una experiencia en que su padre la violó y ella clamó a su madre para que la
rescatara, pero no lo hizo. Era como si contara la historia de otra persona, porque no se
podía conectar emocionalmente con la experiencia (por lo general, cuando describen la
experiencia hay muchísima emoción en el relato, porque no sólo la recuerdan, sino que la
viven).
No pudimos resolverlo, así que proseguimos con los demás nombres de su lista, lo que
casi nunca me gusta hacer; llegó al nombre de una mujer a quien recordó del abuso ritual
satánico y de quien dijo: «Me la asignaron como mi madre». «¡Eso es!», exclamé.
«Renuncie a esa asignación». Manifestó:
«Renuncio a la asignación de esa mujer como mi madre y declaro que solamente tengo
una madre que es (nombre)».
Tan pronto lo dijo empezó a llorar histéricamente:
«¡Mi madre me abandonó!» Pasó los siguientes diez minutos reviviendo el horror de su
madre rescatando de su padre a su hermano, sin rescatarla a ella.
Otra persona recordó que se le asignó una familia como sus padres satanistas y al hijo
de ellos como su esposo. Esta era una familia eminente en la iglesia donde se crió.
Tampoco tenía libertad emocional para llorar ni sentir algo profundamente. El hijo la
embarazó y el bebé fue abortado y sacrificado. Cuando lloró histéricamente, le pusieron en
brazos otro bebé. Le dijeron que ese bebé también moriría si ella lloraba. Apenas pudo
renunciar a esa mentira tuvo libertad para sentir emociones y llorar. También renunció al
que le asignaron como su marido. Cuando salió de mi oficina, me dijo: «Ahora me puedo
casar, ahora puedo tener hijos». Mientras no se recuerden esas asignaciones y se renuncien
a ellas, seguirán atando a las personas.
Una señora recordó una asignación que le dieron cuando estaba apenas en el cuarto
grado de primaria. Un niño en el grupo iba a ser su marido y ellos debían procrear un hijo.
Cualquier otro hombre la rechazaría y cualquier otro vástago sería asesinado.
Con el tiempo, la señora se casó con otro hombre, pero sentía paranoia de que él la iba a
rechazar y temía tener hijos. Cuando la insté a renunciar a esa asignación, se aterrorizó. Me
dijo que no lo podría hacer. Le aseguré que no sólo podía, sino que debía hacerlo. Más
tarde me enteré que su mente era bombardeada de mentiras y visiones de bebés
moribundos. Le dije:
«Esto nada tiene que ver con algún bebé en el futuro; sólo tiene que ver con su libertad
actual». Le dije que Dios protegería a cualquier descendencia en el futuro. Renunció a la
asignación, rompió la fortaleza satánica y cayó hecha un mar de lágrimas. Ahora tiene la
libertad para tener bebés, entendiendo por qué no la tenía antes.
Conforme el Espíritu Santo trae recuerdos a la mente, le pido a la persona que renuncie
a las mentiras y a las asignaciones, que proclame la verdad y que acepte solamente la
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voluntad de Dios para su vida (el tema de mi libro, Cuando andamos en la luz, es cómo
buscar la dirección de Dios en una era de falsedades). Esto se debe hacer específica y
verbalmente conforme los recuerdos lleguen a la mente.

Sólo el Señor puede liberar a los cautivos


En la medida en que tratamos de ayudar a otros, encontraremos que cada caso es
diferente y en cada circunstancia tendremos que esperar pacientemente al Señor y confiar
en su dirección porque Él es el único capaz de liberar a los cautivos. Nuestro papel es
colaborar con Dios para ayudar a sus hijos a encontrar su identidad y su libertad en Cristo.
En este libro usted ha leído las historias de varias personas muy queridas, que clamaban
a Dios con desesperación en busca de su libertad. Le pido a Dios que estos relatos le
ayuden a comprender lo que sucede con mucha gente en su iglesia. Quizás a usted le esté
sucediendo y es mi oración que hayamos podido darle alguna esperanza y dirección para
encontrar la libertad que Jesús compró para usted en la cruz. ¡Dios le ama y quiere que sea
libre en Cristo!
Un último testimonio … pero este lo reconocerá del Salmo 18:16–19:
Envió desde lo alto y me tomó; me sacó de las aguas caudalosas. Me libró de mi
poderoso enemigo y de los que me aborrecían, pues eran más fuertes que yo. Se
enfrentaron a mí el día de mi desgracia, pero Jehová fue mi apoyo. Él me sacó a un
lugar espacioso; me libró, porque se agradó de mí.
¡Alabado sea su nombre!

Apéndice

Pasos hacia la libertad en Cristo


PRÓLOGO
Si ha recibido a Cristo como su Salvador personal, Él le ha dado la libertad a través de
su victoria en la cruz sobre el pecado y la muerte. Si no ha experimentado la libertad,
quizás se deba a que no ha estado firme en la fe ni ha tomado activamente su lugar en
Cristo. El cristiano es responsable de hacer lo necesario para mantener una buena relación
con Dios. Su destino eterno no está en juego pues está seguro en Cristo, pero su victoria
diaria corre peligro si no reclama y mantiene su posición en Cristo.
Usted no es una víctima indefensa atrapada entre dos poderes celestiales casi iguales,
pero opuestos, como lo quisiera presentar Satanás, el gran engañador. Sólo Dios es
omnipotente (todopoderoso), omnipresente (siempre presente) y omnisciente (que todo lo
sabe). Algunas veces la realidad del pecado y la presencia del mal pueden parecer más
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reales que la presencia de Dios, pero eso es parte del engaño de Satanás. Él es un enemigo
derrotado y nosotros estamos en Cristo. Un verdadero conocimiento de Dios y de nuestra
identidad en Cristo es la clave de nuestra salud mental. Un concepto falso de Dios, un
entendimiento distorsionado de quiénes somos como hijos de Dios y la deificación
equivocada de Satanás (asignarle a Satanás los atributos de Dios) son los factores más
importantes que contribuyen a la enfermedad mental.
Al prepararse para dar los pasos hacia la libertad, debe recordar que el único poder que
tiene Satanás es el de la mentira. En cuanto la expongamos, se rompe el poder. La batalla es
en su mente, pues esta es el centro de control. Si Satanás logra que le crea una mentira,
controlará su vida, pero usted no tiene que permitírselo. Los pensamientos conflictivos que
quizás experimente sólo le controlarán si los cree. Y si va a dar los pasos solo, no atienda al
engaño, por ejemplo, a las mentiras y a la intimidación en su mente. Los pensamientos
como: «Esto no va a resultar», «Dios no me ama», etc., pueden interferir sólo si cree esas
mentiras. Si realiza los pasos con un pastor o un consejero profesional o un laico de
confianza (lo cual recomendamos mucho si hay trauma severo en su vida), exprese todos
los pensamientos que tenga en oposición a lo que intenta hacer. En cuanto exponga la
mentira, se rompe el poder de Satanás. Tiene que colaborar con la persona que intenta
ayudarle, explicándole lo que está sucediendo en su mente.
Conociendo la naturaleza de la batalla por nuestras mentes, podemos orar con autoridad
para impedir cualquier interferencia. Los pasos empiezan con una oración sugerida y una
declaración. Si está dando los pasos por su cuenta, deberá cambiar algunos de los
pronombres personales; como por ejemplo, cambiar «nosotros» a «yo», con sus
correspondientes verbos, y si es mujer, tendrá que cambiar los pronombres, adjetivos, etc.,
al género femenino.

PASOS HACIA LA LIBERTAD EN CRISTO


Oración
Querido Padre celestial: Reconocemos tu presencia en este lugar y en nuestras
vidas. Tú eres el único Dios omnisciente (que todo lo sabe), el único
omnipotente (todopoderoso), el único omnipresente (siempre presente).
Dependemos de ti porque separados de Cristo nada podemos hacer. Nos
afianzamos a la verdad de que toda autoridad en el cielo y en la tierra ha sido
entregada al Cristo resucitado, y puesto que estamos en Él, disfrutamos de esa
autoridad para hacer discípulos y liberar a los cautivos. Te pedimos que nos
llenes de tu Espíritu Santo y nos guíes en toda verdad. Oramos por tu completa
protección y pedimos tu dirección. En el nombre de Jesús oramos. Amén.

Declaración
En el nombre y por la autoridad del Señor Jesucristo, le ordenamos a Satanás
y a todos los espíritus malignos a soltar a (nombre) de manera que (nombre)
quede libre para conocer la voluntad de Dios y decidirse por esta. Como hijos
de Dios sentados con Cristo en los lugares celestiales, nos ponemos de acuerdo
que cada enemigo del Señor Jesucristo sea atado y enmudecido. Le decimos a
Satanás y a todos sus obreros malignos que no pueden causar dolor ni de
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ninguna otra manera impedir que se cumpla la voluntad de Dios en la vida de


(nombre).

Preparación
Antes de realizar los pasos hacia la libertad, repase los acontecimientos de su vida para
discernir las áreas específicas que quizás tenga que enfrentar.
Historia familiar
_________ Historia religiosa de los padres y abuelos
_________ Vida hogareña desde la niñez hasta la adolescencia
_________ Historia de enfermedad física o emocional en la familia
_________ Adopción, tutores temporales o permanente
Historia personal
_________ Hábitos alimentarios (bulimia o anorexia, comer compulsivamente o
hartarse de comida para después purgarse)
_________ Cualquier adicción (drogas o alcohol)
_________ Medicamentos de receta médica (¿para qué son?)
_________ Hábitos de sueño y pesadillas
_________ Violación o cualquier maltrato sexual, físico o emocional
_________ Pensamientos (obsesivos, blasfemos, condenatorios, distracción, falta de
concentración, fantasía)
_________ Interferencia mental en la iglesia al orar o al estudiar la Biblia
_________ Vida emocional (enojo, ansiedad, depresión, amargura, temores)
_________ Peregrinaje espiritual (salvación: cuándo, cómo y qué seguridad tiene)
Ahora puede empezar. Los siguientes son siete pasos específicos que debe desarrollar
para experimentar libertad de su pasado. Se enfrentará con las áreas donde Satanás más se
aprovecha de nosotros y donde se han edificado fortalezas. Al derramar su sangre, Cristo
compró en la cruz la victoria para usted. A medida que decida creer, confesar, perdonar,
renunciar y abandonar, logrará como resultado su libertad. Eso es algo que nadie puede
hacer por usted. La batalla que se libra en su mente se ganará únicamente cuando escoja la
verdad.
Al dar estos pasos hacia la libertad, recuerde que Satanás sólo será derrotado cuando lo
confronte verbalmente. Él no puede leer su mente ni tiene obligación de obedecer sus
pensamientos. Sólo Dios tiene conocimiento pleno de su mente. Conforme desarrolle cada
paso, es importante que se someta a Dios interiormente y resista al diablo, al leer cada
oración en voz alta, y verbalmente renunciar, perdonar, confesar, etc.
Usted está haciendo un inventario moral serio y un compromiso total con la verdad. Si
sus problemas provienen de otra fuente que no se mencione en estos pasos, no tiene nada
que perder al seguirlos. Si es sincero, ¡lo único que le puede suceder es que termine
arreglando sus cuentas con Dios!

Primer paso: Falso vs. real


El primer paso hacia la libertad en Cristo es renunciar a su participación anterior o
actual en prácticas ocultistas y religiones falsas inspiradas por Satanás. Debe renunciar a
cualquier actividad y grupo que niegue a Jesucristo, que dirija mediante cualquier otra
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fuente que no sea la autoridad absoluta de la Palabra de Dios escrita, ni que exija
iniciaciones, ceremonias ni pactos secretos.
Para poderle ayudar a evaluar sus experiencias espirituales, comience pidiéndole a Dios
que le revele cada dirección falsa y todas las experiencias religiosas fraudulentas.
Querido Padre celestial: Te pido que guardes mi corazón y mi mente, y me
reveles todas y cada una de mis participaciones en prácticas ocultas, en sectas,
en religiones falsas y con falsos maestros, a sabiendas o sin saber. En el nombre
de Jesús te lo pido. Amén.
Con base en el «Inventario de experiencias espirituales no cristianas» que se encuentra
a continuación, marque cualquier cosa en la que estuvo involucrado. Esta lista no es
completa, pero le guiará a identificar las experiencias no cristianas. Agregue cualquier otra
participación que haya tenido. Aunque haya participado «inocentemente» o lo haya
observado de esa manera, debe escribirlo en su lista a renunciar, por si acaso sin saberlo le
haya dado un asidero a Satanás.
Inventario de experiencias espirituales no cristianas
(Marque las que se ajusten)

OCULTISMO SECTAS OTRAS RELIGIONES

Proyección astral La ciencia cristiana El budismo zen

La ouija La unidad El hare krisna

Levitación de objetos La cienciología El bahaísmo

Laberintos y dragones El camino internacional Los rosacruces

Hablar en trance La iglesia unificada La ciencia de la mente

Escribir en trance El mormonismo La ciencia de la inteligencia


creativa

La bola mágica del ocho La iglesia de la palabra viva Meditación trascendental

Telepatía Los testigos de Jehová El hinduismo

Fantasmas Los hijos de Dios Yoga

Sesiones de espiritismo El swedenborgianismo El eckankar


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Materialización Herbert W. Armstrong Roy Masters

Clarividencia El unitarismo Control mental Silva

Espíritus guías La masonería Padre divino

Adivinación de la suerte La nueva era La sociedad teosófica

Lectura del tarot Otras _________ El islam

Lectura de las manos El musulmanismo negro

Astrología Otras _________

Vara y péndulo (zahorí)

Autohipnosis

Sugestión mental o intento de


intercambiar mentes

Magia negra y blanca

Medicina de la nueva era

Pactos de sangre o cortarse a


sí mismo de manera
destructiva

Fetichismo (adoración de
objetos)

íncubo y súcubo (espíritus


sexuales)
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Otros _________

1. ¿Ha sido alguna vez hipnotizado, ha asistido a un seminario de la Nueva Era o de


parasicología, ha consultado una médium, un espiritista o un canalizador? Explique.
2. ¿Tiene ahora o ha tenido un amigo imaginario o un espíritu guía que le ofreciera
dirección o compañerismo? Explique.
3. ¿Ha escuchado alguna vez voces en su mente o ha tenido repetidas veces pensamientos
persistentes que le condenan o que eran opuestos a su creencias o sentimientos, como si
dentro de su mente se realizara un diálogo? Explique.
4. ¿Qué otras experiencias espirituales ha tenido que consideraría extraordinarias?
5. ¿Se ha involucrado en cualquier tipo de rito satánico? Explique.
Cuando esté seguro de que su lista está completa, confiese cada participación activa o
pasiva y renuncie a ella mediante la siguiente oración en voz alta. Repítala por cada punto
en su lista:
Señor, confieso que he participado en _________.
Te pido perdón y renuncio a _________.
Si ha participado en cualquier rito satánico o en alguna actividad ocultista interna (o si
lo sospecha debido a recuerdos bloqueados, pesadillas terribles, disfunción sexual o
esclavitud), tiene que hacer en voz alta las siguientes renuncias especiales. Lea de lado a
lado de la página, renunciando al primer punto en la columna, que es del reino de las
tinieblas y luego afirmando la primera verdad en la columna del reino de la luz. Siga las
listas de esa misma manera.
Hay que renunciar específicamente a todos y cada uno de los ritos, pactos y
asignaciones satánicas, según el Señor le permita recordarlos. Algunos han sido víctimas
del abuso ritual satánico y han desarrollado personalidades múltiples para sobrevivir. No
obstante, debe continuar a través de los Pasos hacia la libertad para resolver a nivel
consciente todo lo que pueda. Es importante que resuelva primero las fortalezas
demoníacas. Luego tiene que dirigirse a cada personalidad, cada una se debe resolver y
debe estar de acuerdo en unirse a Cristo. Quizás necesite la ayuda de alguien que
comprenda el conflicto espiritual.

Renuncias especiales para la participación en los ritos satánicos


El reino de las tinieblas El Reino de la luz

Renuncio a la entrega de mi nombre a Declaro que mi nombre ahora está

Satanás o a permitir que otro entregue escrito en el Libro de la Vida del


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mi nombre a Satanás. Cordero.

Renuncio a toda ceremonia en que me Declaro que soy la novia de Cristo.

haya casado con Satanás.

Renuncio a todos y cada uno de los Declaro que soy partícipe del nuevo

pactos que he hecho con Satanás. pacto con Cristo.

Renuncio a toda asignación satánica Declaro que me comprometo a

para mi vida, incluyendo obligaciones, conocer y a cumplir únicamente la

matrimonio e hijos. voluntad de Dios y aceptar sólo su

dirección.

Renuncio a todo espíritu guía que se Declaro que acepto sólo la dirección

me haya asignado. del Espíritu Santo.

Renuncio a haber entregado mi sangre Confío sólo en la sangre derramada

al servicio de Satanás. por mi Señor Jesucristo.

Renuncio a haber comido carne o Por fe, tomo sólo de la carne y de la

bebido sangre en alabanza a Satanás. sangre de Jesús a través de la Santa

Cena.

Renuncio a todos y cada uno de los Declaro que Dios es mi Padre y que el

guardianes y padres satanistas que se Espíritu Santo es mi Guardián, por

me han asignado. quien estoy sellado.


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Renuncio a cada bautismo en sangre u Declaro que he sido bautizado en

orina mediante el cual me he Cristo Jesús y que mi identidad ahora

identificado con Satanás. está en Cristo.

Renuncio a todo sacrificio en beneficio Declaro que sólo el sacrificio de Cristo

mío mediante el cual Satanás podría tiene poder sobre mí. Le pertenezco a

reclamarme como propiedad suya. Él. He sido comprado por la sangre del

Cordero.

Segundo paso: Engaño vs. verdad


La verdad se revela en la Palabra de Dios, pero debemos reconocer también la verdad
que existe en el ser interior (Salmo 51:6). Cuando David vivió una mentira, sufrió
tremendamente. Cuando al fin reconoció la verdad y encontró su libertad, escribió:
«Bienaventurado el hombre[…] en cuyo espíritu no hay engaño» (Salmo 32:2). Debemos
apartarnos de la falsedad y hablar la verdad en amor (Efesios 4:15, 25). La persona con
buena salud mental es la que está en contacto con la realidad y bastante libre de ansiedad.
Ambas cualidades deben identificar al cristiano que renuncia al engaño y acoge la verdad.
Empiece este paso crucial expresando en voz alta la siguiente oración. No permita que
el enemigo le acuse con pensamientos tales como: «Esto no va a dar resultados» o
«Quisiera creerlo, pero no puedo» o cualquier otra mentira que se oponga a lo que está
proclamando. Aunque le sea difícil, debe hacer la oración y leer la afirmación doctrinal.
Querido Padre celestial: Sé que tú deseas la verdad en el ser interior y que el
camino hacia la libertad es enfrentarse con esta verdad (Juan 8:32). Reconozco
que me ha engañado el padre de las mentiras (Juan 8:44) y me he
autoengañado (1 Juan 1:8). Te pido, Padre celestial, en el nombre del Señor
Jesucristo, que reprendas a todo espíritu engañador en virtud de la sangre
derramada y la resurrección del Señor Jesucristo. Por fe te he recibido en mi
vida y ahora estoy sentado en lugares celestiales en Cristo (Efesios 2:6).
Reconozco que tengo la responsabilidad y la autoridad para resistir al diablo y
cuando lo haga, huirá de mí. Ahora le pido al Espíritu Santo que me guíe en
toda verdad (Juan 16:13). «Examíname, oh Dios, y conoce mis pensamientos.
Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame por el camino eterno» (Salmo
139:23, 24). Te lo pido en el nombre de Jesús. Amén.
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Quizás quiera tomar unos momentos para considerar las artimañas engañosas de
Satanás. Además de los falsos maestros y profetas, y de los espíritus engañadores, usted se
puede autoengañar. Ahora que está vivo en Cristo y que ha sido perdonado, ya no tiene que
vivir más una mentira ni defenderse. Cristo es su defensa. ¿Cómo se ha engañado o
intentado defender de acuerdo a la siguiente información?
El autoengaño
_________ Si somos oidores y no hacedores de la Palabra (Santiago 1:22; 4:17)
_________ Si decimos que no tenemos pecado (1 Juan 1:8)
_________ Si pensamos que somos algo que no somos (Gálatas 6:3)
_________ Si pensamos que somos sabios en esta época (1 Corintios 3:18, 19)
_________ Si pensamos que no segaremos lo que sembramos (Gálatas 6:7)
_________ Si pensamos que los injustos heredarán el reino (1 Corintios 6:9)
_________ Si pensamos que podemos asociarnos con malos compañeros y no
corrompernos (1 Corintios 15:33)
La autodefensa (defendernos en vez de confiar en Cristo)
_________ La negación (consciente o inconsciente)
_________ Las fantasías (escapar del mundo real)
_________ El aislamiento emocional (retraerse para evitar el rechazo)
_________ La regresión (regresar a un tiempo menos amenazante)
_________ El desplazamiento (desquitar sus frustraciones en los demás)
_________ La proyección (culpar a los demás)
_________ La racionalización (defenderse mediante pretextos verbales)
Ore en voz alta respecto a las cosas que han caracterizado su vida:
Señor, estoy de acuerdo que me han engañado en el área de _________.
Gracias por perdonarme. Me comprometo a conocer tu verdad y a seguirla.
Amén.
Quizás sea difícil escoger la verdad cuando ha vivido en la mentira o lo han engañado
durante muchos años. Tal vez deba buscar ayuda profesional para entresacar todos los
mecanismos de defensa en los que ha confiado para sobrevivir. El cristiano necesita sólo
una defensa: Jesús. Lo que lo libera para enfrentar la realidad y declarar su dependencia de
Él es la seguridad de que es perdonado y aceptado como hijo de Dios.
La fe es la respuesta bíblica a la verdad, y creerla es una decisión que se toma. Cuando
alguien dice: «Quiero creer en Dios, pero no puedo», se engaña a sí mismo. Por supuesto
que puede creer en Dios. La fe es algo que decide hacer, no algo que siente deseos de hacer.
Creer la verdad no hace que sea cierta. Es verdad y por lo tanto la creemos. El movimiento
de la Nueva Era distorsiona la verdad diciendo que creamos la realidad a través de lo que
creemos. No podemos crear la realidad con nuestras mentes; podemos enfrentarnos a ella.
Lo que cuenta es qué y en quién es que creemos. Todos creemos en algo y andamos por fe
de acuerdo a lo que creemos. Pero si lo que usted cree no es verdad, entonces la manera en
que viva (andando por la fe) no será correcta.
Históricamente, la iglesia ha encontrado gran valor en la declaración pública de sus
creencias. El credo de los apóstoles y el credo Niceno se han recitado por siglos. Lea en voz
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alta la siguiente afirmación de su fe, y hágalo cuantas veces sean necesarias para renovar su
mente. Léala a diario durante varias semanas.

Afirmación doctrinal
Reconozco que hay un solo Dios vivo y verdadero (Éxodo 20:2, 3) que existe
como Padre, Hijo y Espíritu Santo; y Él es digno de todo honor, alabanza y
gloria como Creador, Sustentador, Principio y Fin de todas las cosas
(Apocalipsis 4:1; 5:9; Isaías 43:1, 7, 21).
Reconozco a Jesucristo como el Mesías, el Verbo que se hizo carne y habitó
entre nosotros (Juan 1:1, 14). Creo que Él vino a destruir las obras de Satanás
(1 Juan 3:8), que despojó a los principados y a las potestades, exhibiéndolos
públicamente, habiendo triunfado sobre ellos (Colosenses 2:15).
Creo que Dios ha mostrado su amor por mí porque cuando aún era pecador,
Cristo murió por mí (Romanos 5:8). Creo que me salvó del dominio de las
tinieblas y me trasladó a su reino, y en Él tengo redención, el perdón de
pecados (Colosenses 1:13, 14).
Creo que ahora soy hijo de Dios (1 Juan 3:1–3) y que estoy sentado con Cristo
en los lugares celestiales (Efesios 2:6). Creo que fui salvo por la gracia de Dios
por medio de la fe, y que fue un regalo y no el resultado de cualquier obra mía
(Efesios 2:8).
Decido ser fuerte en el Señor y en el poder de su fuerza (Efesios 6:10). No tengo
confianza alguna en la carne (Filipenses 3:3), porque las armas de mi lucha no
son carnales (2 Corintios 10:4). Me visto con toda la armadura de Dios (Efesios
6:10–20), y estoy decidido a estar firme en mi fe y a resistir al maligno.
Creo que aparte de Cristo nada puedo hacer (Juan 15:5), por lo que declaro mi
dependencia de él. Decido permanecer en Cristo para llevar mucho fruto y
glorificar al Señor (Juan 15:8). Le anuncio a Satanás que Jesús es mi Señor (1
Corintios 12:3), y rechazo cualquier don u obra falsificada por Satanás en mi
vida.
Creo que la verdad me hará libre (Juan 8:32), y que el único camino de
comunión es andar en la luz (1 Juan 1:7). Por lo tanto, estoy firme en contra
del engaño de Satanás al llevar cada pensamiento cautivo a la obediencia de
Cristo (2 Corintios 10:5). Declaro que la Biblia es la única regla autorizada (2
Timoteo 3:15–16). Decido hablar la verdad en amor (Efesios 4:15).
Decido presentar mi cuerpo como instrumento de justicia, en sacrificio vivo y
santo, y renuevo mi mente por medio de la Palabra viva de Dios, para poder
comprobar que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta (Romanos
6:13; 12:1, 2). Me quito el viejo hombre con sus prácticas malignas y me pongo
el nuevo hombre (Colosenses 3:9, 10), y declaro ser una nueva criatura en
Cristo (2 Corintios 5:17).
Le pido a mi Padre celestial que me llene con su Santo Espíritu (Efesios 5:18),
que me conduzca a toda verdad (Juan 16:13), y que me dé el poder para vivir
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sin pecado y no satisfacer los deseos de la carne (Gálatas 5:16). Crucifico la


carne (Gálatas 5:24) y decido caminar según el Espíritu.
Renuncio a todas las metas egoístas y escojo el propósito final de amor (1
Timoteo 1:5). Decido obedecer los dos mandamientos más grandes: Amar al
Señor mi Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y con toda mi mente, y
amar a mi prójimo como a mí mismo (Mateo 22:37–39).
Creo que Jesús tiene toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mateo 28:18), y
que Él es la cabeza sobre todo principado y potestad (Colosenses 2:10). Creo
que Satanás y sus demonios están sujetos a mí en Cristo porque soy miembro
del cuerpo del Señor (Efesios 1:19–23). Por lo tanto, obedezco el mandamiento
de someterme a Dios y de resistir al diablo (Santiago 4:7), y le ordeno en el
nombre de Cristo, que se aleje de mi presencia.

Tercer paso: Amargura vs. perdón


Debemos perdonar a los demás para que Satanás no se pueda aprovechar de nosotros (2
Corintios 2:10, 11). Debemos ser misericordiosos así como nuestro Padre celestial es
misericordioso (Lucas 6:36). Debemos perdonar así como hemos sido perdonados (Efesios
4:32). Pídale a Dios que le traiga a la memoria los nombres de aquellas personas que debe
perdonar, al leer la siguiente oración en voz alta:
Querido Padre celestial: Te doy gracias por las riquezas de tu bondad y
paciencia, pues sé que tu bondad me ha llevado al arrepentimiento (Romanos
2:4). Confieso que no he dado esa misma paciencia y bondad hacia otros que
me han ofendido, sino que he albergado amargura y resentimiento. Te pido
que durante este momento de examen traigas a mi mente aquellas personas
que no he perdonado, para poderlo hacer ahora (Mateo 18:35). Te pido esto en
el nombre precioso de Jesús. Amén.
Conforme recuerde a las personas, haga un listado sólo de sus nombres.
Al final de su lista, escriba: «yo mismo». Perdonarse a uno mismo es aceptar el perdón
y la purificación de Dios. Escriba también: «Pensamientos contra Dios». Por lo general, los
pensamientos que se levantan en contra del conocimiento de Dios resultan en sentimientos
de enojo contra Él. En realidad no perdonamos a Dios, porque Él no puede cometer ningún
pecado ni de acción ni de negligencia. Pero usted debe renunciar específicamente a las
falsas esperanzas y pensamientos que ha tenido de Dios y decidir desechar cualquier ira que
sienta hacia Él.
Antes de hacer su oración para perdonar, deténgase y considere lo que es y lo que no es
el perdón, qué decisión tomará y cuáles serán sus consecuencias.
En la siguiente explicación, los puntos principales están en negrita:
Perdonar no es olvidar. Las personas que intentan olvidar se dan cuenta de que no
pueden. Dios dice que «nunca más me acordaré de sus pecados» (Hebreos 10:17), pero
siendo omnisciente, Él no puede olvidar. «Nunca más me acordaré» significa que nunca
usará el pasado en nuestra contra (Salmo 103:12). Quizás el olvido sea el resultado de
perdonar, pero jamás es el medio para perdonar. Cuando sacamos el pasado en contra de los
demás, decimos que no los hemos perdonado.
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Perdonar es una decisión, una crisis de la voluntad. Como Dios nos manda que
perdonemos, es algo que sí podemos hacer. Pero perdonar es difícil pues va en contra de
nuestro concepto de justicia. Queremos venganza por las ofensas sufridas. Pero jamás se
nos permite vengarnos (Romanos 12:19). Usted dice: «¿Por qué he de dejarlos libres?» He
ahí el problema: sigue atado a los que lo han ofendido, sigue atado a su pasado. Usted los
liberará, pero Dios no lo hará nunca. Será justo con ellos, que es algo que nosotros no
podremos ser.
Usted dirá: «¡Pero no entiende cuánto me ha herido esa persona!» ¡Pero no ve que
todavía lo hiere! ¿Cómo parar el dolor? Usted no perdona otros para el bien de ellos; lo
hace por su propio bien, para quedar libre. La necesidad de perdonar no es un asunto
entre usted y el que lo ofendió; es entre usted y Dios.
Perdonar es estar de acuerdo en vivir con las consecuencias del pecado de otra
persona. El perdón es costoso: Usted paga el precio del mal que perdona. Va a tener
que vivir con esas consecuencias, quiéralo o no; su única opción es hacerlo en
amargura si no perdona, o vivir en libertad por el perdón. Jesús llevó sobre sí las
consecuencias del pecado de usted. Perdonar de verdad es tomar el lugar de otro, porque
nadie perdona realmente sin llevar consigo las consecuencias del pecado de otra persona.
Dios el Padre «al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros
fuésemos hechos justicia de Dios en Él» (2 Corintios 5:21). ¿Dónde está la justicia? La cruz
hace que el perdón sea legal y moralmente correcto: «Porque en cuanto murió, al pecado
murió una vez por todas» (Romanos 6:10).
¿Cómo se perdona de corazón? Se tiene que reconocer el dolor y el odio. Si el
perdón no toca la profundidad de sus emociones, será incompleto. Muchos sienten el dolor
de las ofensas interpersonales, pero no quieren reconocerlo o no saben cómo. Permita que
Dios traiga su dolor a la superficie para que Él lo enfrente. Es allí donde puede haber
sanidad.
Decida llevar la carga de las ofensas recibidas al no usar en el futuro esa
información en contra de los que le han ofendido. Eso no significa que deba tolerar el
pecado; siempre tendrá que estar firme en contra del pecado.
No espere perdonar hasta que sienta deseos de hacerlo; nunca los tendrá. Los
sentimientos necesitan tiempo para sanar después que se toma la decisión de perdonar y que
Satanás haya perdido su lugar (Efesios 4:26, 27). Lo que se obtiene es la libertad, no un
sentimiento.
A medida que ora, Dios puede ayudarle a recordar las personas y experiencias ofensivas
que había olvidado por completo. Permita que lo haga, aunque sea doloroso. Recuerde que
lo hace por su propio bien. Dios desea que usted sea libre. No justifique ni explique la
conducta del ofensor. Perdonar significar enfrentar su propio dolor y dejar a la otra persona
en manos de Dios. Con el tiempo se desarrollarán los sentimientos positivos; pero librarse
del pasado es el asunto crucial en este momento.
No diga: «Señor, por favor, ayúdame a perdonar», porque ya le está ayudando. No diga:
«Señor, quiero perdonar», porque estaría pasando por alto la decisión difícil de perdonar,
que es su responsabilidad. Quédese con cada individuo hasta que esté seguro de haber
enfrentado todo el dolor recordado: lo que hizo, cómo le hirió, lo que le hizo sentir
(rechazo, falta de amor, indignidad, suciedad, etc.).
Ahora está listo para perdonar a las personas de su lista y quedar libre en Cristo sin que
esas personas controlen más su vida. Por cada persona en su lista, ore en voz alta:
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Señor, perdono a (nombre) por (identifique específicamente todas las ofensas y los
recuerdos o sentimientos dolorosos).

Cuarto paso: Rebelión vs. sumisión


Vivimos en una generación rebelde. Muchos creen tener el derecho de juzgar a los que
están en autoridad sobre ellos. Rebelarnos contra Dios y su autoridad le da oportunidad a
Satanás de atacarnos. Como comandante en jefe el Señor dice: «Únete a las filas y sígueme.
No te meteré en tentación, sino que te libraré del mal» (Mateo 6:13).
Tenemos dos responsabilidades bíblicas en cuanto a las autoridades: Orar por ellas y
someternos a ellas. Dios sólo nos permite desobedecer a los líderes terrenales cuando nos
exijan hacer algo inmoral ante Él, o cuando intenten gobernar fuera del dominio de su
autoridad. Haga la siguiente oración:
Querido Padre celestial: Tú has dicho que la rebeldía es como el pecado de
adivinación, y la obstinación es como la iniquidad de la idolatría (1 Samuel
15:23). Sé que en mis acciones y actitudes he pecado contra ti con un corazón
rebelde. Pido tu perdón por mi rebelión y oro que, por la sangre derramada
por el Señor Jesucristo, sea cancelada toda ventaja adquirida por los espíritus
malignos a causa de mi rebeldía. Te pido que ilumines todos mis caminos para
que conozca toda la extensión de mi rebeldía. Decido ahora adoptar un espíritu
sumiso y el corazón de un siervo. Amén.
Estar sujeto a una autoridad es un acto de fe. Usted confía en que Dios realice su obra
por medio de su orden de autoridad establecido. Hay momentos en que los empleadores, los
padres y los maridos violan la ley del gobierno civil ordenada por Dios con el fin de
proteger del abuso a las personas inocentes. En esos casos, usted debe apelar al estado en
busca de protección. En muchos estados la ley exige que los abusos se informen.
En casos difíciles, como el abuso constante en el hogar, quizás sea necesaria una
consejería más extensa. En algunos casos, en que las autoridades del mundo han abusado de
su posición y exigen desobediencia a Dios o un término medio en su compromiso con Él,
usted debe obedecer a Dios y no al hombre.
A todos se nos amonesta que nos sometamos unos a otros como iguales en Cristo
(Efesios 5:21). Sin embargo, hay algunas cadenas de autoridad específicas en las Escrituras
con el fin de cumplir las metas comunes.
El gobierno civil (Romanos 13:1–7); 1 Timoteo 2:1–4; 1 Pedro 2:13–17)
Los padres (Efesios 6:1–3)
El esposo (1 Pedro 3:1–4)
El patrón (1 Pedro 2:18–23)
Los líderes de la iglesia (Hebreos 13:17)
Dios (Daniel 9:5, 9)

Examine cada área y pídale perdón a Dios por las veces que no ha sido sumiso, y ore de
la siguiente manera:
Señor, sé que he sido rebelde hacia _________. Por favor, perdóname por esta
rebelión. Decido ser sumiso y obediente a tu Palabra. En el nombre de Jesús.
Amén.
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Quinto paso: Orgullo vs. humildad


El orgullo mata. El orgullo dice: «¡Yo puedo solo! Puedo salir de este enredo sin la
ayuda de Dios ni de nadie». ¡Pero no es posible! Necesitamos terminantemente de Dios y
también con desesperación unos de otros. Pablo escribió: «Porque nosotros somos[…] los
que servimos a Dios en espíritu, que nos gloriamos en Cristo Jesús y que no confiamos en
la carne» (Filipenses 3:3). La humildad es la confianza debidamente fijada. «Fortaleceos en
el Señor y en el poder de su fuerza» (Efesios 6:10). Santiago 4:6–10 y 1 Pedro 5:1–10
revelan que al orgullo le sigue el conflicto espiritual. Use la siguiente oración para expresar
su compromiso de vivir humildemente ante Dios:
Amado Padre celestial: Tú has dicho que antes de la quiebra está el orgullo; y
antes de la caída, la altivez de espíritu (Proverbios 16:18). Confieso que he
vivido de manera independiente y que no me he negado a mí mismo, ni he
tomado mi cruz diariamente para seguirte (Mateo 16:24). Al hacer eso, he
concedido territorio en mi vida al enemigo. He creído que podía tener éxito y
vivir en victoria por mi propia fuerza y mis recursos. Ahora confieso que he
pecado contra ti al anteponer mi voluntad a la tuya y al centrar mi vida en mí
mismo en vez de centrarla en ti. Ahora renuncio a la vida egoísta y, al hacerlo,
cancelo toda ventaja adquirida en mis miembros por los enemigos del Señor
Jesucristo. Te pido que me guíes para que no haga nada por rivalidad ni por
vanagloria, sino estimar humildemente a los demás como superiores a mí
(Filipenses 2:3). Permíteme servir en amor a los demás y preferirlos en honor
(Romanos 12:10). Esto te lo pido en el nombre de Cristo Jesús, mi Señor.
Amén.
Habiendo hecho este compromiso, ahora permítale a Dios mostrarle cualquier área
específica de su vida donde haya sido orgulloso, como en los aspectos siguientes:
_________ He tenido un mayor deseo de cumplir mi voluntad que la de Dios
_________ He dependido más de mi fortaleza y de mis recursos que de los de Dios
_________ A veces creo que mis ideas y opiniones son mejores que las de otros
_________ Me preocupo más de controlar a los demás que desarrollar el dominio propio
_________ A veces me considero más importante que otros Tengo la tendencia de
pensar que no tengo necesidades Encuentro difícil aceptar mis faltas
_________ Tengo la tendencia de complacer más a la gente que complacer a Dios
_________ Me preocupo demasiado respecto a si recibo o no el reconocimiento debido
_________ Me siento obligado a obtener el reconocimiento como resultado de los
grados académicos, títulos y cargos
_________ Suelo pensar que soy más humilde que los demás Otras maneras en que haya
pensado más de sí mismo que lo debido
Por cada uno de los puntos anteriores que se aplique en su vida, ore en voz alta lo
siguiente:
Señor, reconozco que he sido orgulloso en el área de _________. Perdóname,
por favor, por este orgullo. Decido humillarme y confiar totalmente en ti.
Amén.
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Sexto paso: Esclavitud vs. libertad


El siguiente paso hacia la libertad se relaciona con las costumbres pecaminosas. Las
personas atrapadas en el ciclo vicioso de pecar-confesar-pecar-confesar quizás tengan que
seguir las instrucciones de Santiago 5:16: «Confesaos unos a otros vuestros pecados, y orad
unos por otros de manera que seáis sanados. La ferviente oración del justo, obrando
eficazmente, puede mucho». Búsquese a una persona justa que le apoye en oración y a
quien le pueda rendir cuentas. Otros quizás sólo necesiten la seguridad expresada en 1 Juan
1:9: «Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y
limpiarnos de toda maldad». La confesión no es decir «lo siento», sino más bien, «lo hice».
Ya sea que necesite la ayuda de otros o sólo tenga que rendirle cuentas a Dios, ore de la
siguiente manera:
Amado Padre celestial: Tú nos has dicho que nos vistamos del Señor Jesucristo
y que no hagamos provisión para satisfacer los malos deseos de la carne
(Romanos 13:14). Reconozco que me he entregado a las pasiones carnales que
combaten contra el alma (1 Pedro 2:11). Te doy gracias que en Cristo mis
pecados me son perdonados, pero he pecado contra tu santa ley y le he dado al
enemigo la oportunidad de luchar en mis miembros (Romanos 6:12–13;
Santiago 4:1; 1 Pedro 5:8). Vengo ante tu presencia para reconocer estos
pecados y en busca de tu limpieza (1 Juan 1:9) para ser libre de la esclavitud
del pecado. Ahora te pido que reveles a mi mente las maneras en que he
transgredido tu ley moral y he contristado al Espíritu Santo. Te lo pido en el
nombre precioso de Jesús. Amén.
Las obras de la carne son numerosas. Quizás quiera abrir su Biblia en Gálatas 5:19–21 y
orar a través de estos versículos, pidiéndole al Señor que le revele sus pecados específicos
de la carne.
Es nuestra responsabilidad impedir que el pecado reine en nuestros cuerpos mortales al
no utilizarlos como instrumentos de iniquidad (Romanos 6:12, 13). Si lucha contra los
pecados sexuales habituales (pornografía, masturbación, promiscuidad sexual) o si
experimenta dificultades sexuales e íntimas en su matrimonio, ore de la siguiente manera:
Señor, te pido que traigas a mi memoria cada uso sexual de mi cuerpo como
instrumento de iniquidad. Te lo pido en el nombre precioso de Jesús. Amén.
Conforme el Señor le traiga a su memoria cada uso sexual de su cuerpo, sea que fuera
víctima (de violación, incesto o cualquier otro abuso sexual) o que haya participado
voluntariamente, renuncie a cada ocasión:
Señor, renuncio a (mencione el uso específico de su cuerpo) con (nombre a la
persona) y te pido que rompas esa atadura.
Ahora dedique su cuerpo ál Señor con la siguiente oración:
Señor, renuncio a todos estos usos de mi cuerpo como instrumento de
iniquidad y al hacerlo, te pido que rompas toda atadura que Satanás ha traído
a mi vida a través de esa relación. Confieso mi participación y ahora te
presento mi cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a ti, y reservo el uso
sexual de mi cuerpo sólo para el matrimonio. Renuncio a la mentira de Satanás
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de que mi cuerpo no es limpio, que es sucio o de alguna manera es inaceptable


como resultado de mis experiencias sexuales anteriores. Señor, te doy gracias
porque me has lavado totalmente y me has perdonado, y que me amas y me
aceptas incondicionalmente. Por lo tanto, puedo aceptarme a mí mismo. Y
decido hacerlo: a aceptarme a mí mismo y mi cuerpo como limpios. En el
nombre de Jesús. Amén.

Oraciones especiales para las necesidades especiales


La homosexualidad
Señor, renuncio a la mentira de que me has creado a mí o a cualquier otro para
ser homosexual, y afirmo que tú prohíbes terminantemente el comportamiento
homosexual. Me acepto como hijo de Dios y declaro que tú me creaste como
hombre (o mujer). Renuncio a toda atadura de Satanás que puede haber
pervertido mis relaciones con los demás. Declaro que soy libre para
relacionarme con el sexo opuesto de la manera dispuesta por ti. En el nombre
de Jesús. Amén.
El aborto
Señor, confieso que no acepté la mayordomía de la vida que me encomendaste
y pido tu perdón. Decido aceptar tu perdón al perdonarme a mí misma, y
ahora te entrego ese hijo para que tú lo cuides durante toda la eternidad. En el
nombre de Jesús. Amén.
Las tendencias suicidas
Renuncio a la mentira de que puedo encontrar paz y libertad al quitarme la
vida. Satanás es un ladrón que viene a robar, a matar y a destruir. Escojo la
vida en Cristo, quien dijo que vino a darme la vida y a dármela en abundancia.
Los trastornos en la alimentación o la costumbre de cortarse
Renuncio a la mentira de que mi valor depende de mi apariencia o de mis
logros. Renuncio a cortarme, a purgarme o a defecar como medio de
limpiarme de toda maldad, y anuncio que sólo la sangre del Señor Jesucristo
me puede limpiar de mi pecado. Acepto la realidad de que puede haber pecado
presente en mí como consecuencia de las mentiras que he creído y por el uso
equivocado de mi cuerpo, pero renuncio a la mentira de que soy maligno o de
que cualquier parte de mi cuerpo sea maligna. Declaro la verdad de que soy
totalmente aceptado en Cristo, tal y como soy.
Drogas y alcohol
Señor, confieso que he usado de manera equivocada las sustancias como
alcohol, tabaco, comida, medicamentos o drogas, para mi placer, para escapar
la realidad o para enfrentar las situaciones difíciles, lo cual ha resultado en el
abuso de mi cuerpo, en la programación dañina de mi mente y en entristecer al
Espíritu Santo. Te pido perdón y renuncio a toda conexión o influencia
satánica en mi vida por medio de mi uso equivocado de sustancias químicas o
de la comida. Echo toda mi ansiedad sobre Cristo que me ama y me
comprometo a no entregarme más al abuso de sustancias, sino más bien al
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Espíritu Santo. Te pido, Padre celestial, que me llenes de tu Espíritu Santo. En


el nombre de Jesús. Amén.
Después de confesar todo pecado conocido, ore lo siguiente:
Ahora te confieso estos pecados a ti y reclamo mi perdón y limpieza por medio
de la sangre del Señor Jesucristo. Cancelo todo terreno que los espíritus
malignos hayan adquirido a través de mi relación voluntaria en el pecado. Esto
lo pido en el nombre de mi Señor y Salvador Jesucristo. Amén.

Séptimo paso: Conformidad vs. renuncia


La conformidad es una entrega o un acuerdo pasivo, sin consentimiento propio. El
último paso hacia la libertad es renunciar a los pecados de sus antepasados y a cualquier
maleficio o maldición impuestos por otros. Al dar los Diez Mandamientos, Dios dijo: «No
te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra,
ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás culto, porque yo
soy Jehová tu Dios, un Dios celoso que castigo la maldad de los padres sobre los hijos,
sobre la tercera y sobre la cuarta generación de los que me aborrecen» (Éxodo 20:4, 5).
Los espíritus familiares se pueden traspasar de una generación a la siguiente si no se
renuncia a ellos ni proclama uno su nueva herencia espiritual en Cristo. Usted no tiene la
culpa del pecado de cualquier antepasado, pero debido a su pecado, Satanás ha logrado
acceso a su familia. Esto no es negar que muchos problemas se trasmiten genéticamente o
se adquieren en un ambiente inmoral. Las tres condiciones pueden predisponer al individuo
a un pecado en particular. Además, hay personas engañadas que traten de maldecirlo a
usted, o grupos satánicos que intentan hacerlo el blanco de sus ataques. Usted tiene toda la
autoridad y la protección que necesita en Cristo para hacerle frente a tales maldiciones y
asignaciones. Para andar libre de las influencias del pasado, lea primero en silencio la
siguiente declaración y la oración, para que sepa exactamente lo que va a declarar y pedir.
Entonces reclame su posición y su protección en Cristo al hacer la declaración verbal y al
humillarse delante de Dios en oración.

Declaración
Por este medio y en este momento rechazo y desecho todos los pecados de mis
antepasados. Como uno que ha sido librado del poder de las tinieblas y
trasladado al Reino del amado Hijo de Dios, cancelo toda obra demoníaca que
me hayan traspasado mis antepasados. Como uno que ha sido crucificado y
levantado con Jesucristo y se sienta con Él en los lugares celestiales, renuncio a
toda asignación satánica dirigida hacia mí y hacia mi ministerio, y cancelo toda
maldición que me hayan puesto Satanás y sus obreros. Le anuncio a Satanás y
a todas sus fuerzas que Cristo se hizo maldición por mí (Gálatas 3:13) cuando
en la cruz murió por mis pecados. Rechazo todas y cada una de las formas en
que Satanás pueda reclamarme como propiedad. Me declaro estar eterna y
completamente comprometido con el Señor Jesucristo y entregado a Él. Por la
autoridad que tengo en Jesucristo, ahora le ordeno a todo espíritu familiar y a
cada enemigo del Señor Jesucristo que esté dentro o alrededor mío que se vaya
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de mi presencia. De ahora en adelante me comprometo con mi Padre celestial a


cumplir su voluntad.

Oración
Amado Padre celestial: Vengo como tu hijo, comprado por la sangre del Señor
Jesucristo. Tú eres el Señor del universo y de mi vida. Te entrego mi cuerpo
como instrumento de justicia, un sacrificio vivo, para que te glorifiques en él.
Ahora te pido que me llenes de tu Espíritu Santo. Me comprometo a renovar
mi mente para poder comprobar que tu voluntad es buena, perfecta y
agradable para mí. Esto lo hago todo en el nombre y con la autoridad del
Señor Jesucristo. Amén.
Una vez asegurada su libertad al seguir estos siete pasos, puede ser que las influencias
demoníacas intenten regresar días o meses después. Alguien me contó que, después de
haber recibido su libertad, oyó a un espíritu decir a su mente: «Ya volví». A lo cual
proclamó en voz alta: «¡De ninguna manera!» El ataque se acabó al instante. Una victoria
no constituye una guerra ganada, pues hay que mantener la libertad. Después de completar
estos pasos, una señora muy feliz me preguntó: «¿Estaré siempre así?» Le dije que
permanecería libre entretanto permaneciera en una buena relación con Dios. «Y aunque
resbale y caiga», la animé, «usted sabe cómo ponerse otra vez a bien con Dios».
Una víctima de atrocidades increíbles me contó este ejemplo:
«Es como si me hubieran obligado a participar en un juego con un tipo extraño y
desagradable dentro de mi hogar. Iba perdiendo y ya no quería jugar, pero el tipo extraño
no me dejaba. Al fin llamé a la policía (una autoridad superior) que vino y lo sacó de mi
hogar. Más tarde tocó a la puerta con deseos de entrar de nuevo, pero esta vez reconocí su
voz y no lo dejé entrar».
Qué hermoso ejemplo de cómo obtener la libertad en Cristo. Le pedimos ayuda a Jesús,
la máxima autoridad, y Él saca al enemigo de nuestra vida. Conozca la verdad, manténgase
firme y resista al maligno. Busque buen compañerismo cristiano y comprométase a una
costumbre de estudiar con regularidad la Biblia y de orar. Dios le ama y nunca le dejará ni
le desamparará.

Conservación de resultados
La libertad se tiene que mantener. Usted ha ganado una batalla importante en una
guerra continua. Suya es la libertad mientras siga decidiéndose por la verdad y esté firme en
la fuerza del Señor. Si llegaran a la superficie algunos recuerdos nuevos, o si se diera
cuenta de las «mentiras» que ha creído o de otras experiencias no cristianas que haya
tenido, renuncie a ellos y decídase por la verdad. Algunos han encontrado que es
beneficioso volver a realizar los pasos. Al hacerlo, lea con cuidado las instrucciones.
Para mantener los resultados de la libertad sugerimos lo siguiente:
1. Busque el compañerismo cristiano legítimo, donde puede andar en la luz y hablar la
verdad en amor.
2. Estudie su Biblia a diario. Memorice los versículos clave. Quizás quiera expresar la
afirmación doctrinal diariamente y buscar las referencias en esta.
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3. Lleve cada pensamiento cautivo a la obediencia de Cristo. Responsabilícese de su vida


mental, rechace la mentira, escoja la verdad y permanezca firme en su posición en
Cristo.
4. ¡No se aleje! Es muy fácil que sus pensamientos se debiliten y retroceder a las viejas
costumbres en cuanto a la manera de pensar. Cuente sus luchas abiertamente a un
amigo de confianza. Necesita al menos alguien que se mantenga firme con usted.
5. No espere que otro batalle por usted. Otros pueden ayudar, pero no pueden pensar, orar,
leer la Biblia ni escoger la verdad por usted.
6. Comprométase a orar todos los días. Puede usar a menudo y con toda confianza estas
oraciones sugeridas:

Oración diaria
Amado Padre celestial: Te honro como mi Señor soberano. Reconozco que
siempre estás conmigo. Eres el único todopoderoso y sabio Dios. Eres
bondadoso y amoroso en todos tus caminos. Te amo y te agradezco estar unido
con Cristo y en Él estar espiritualmente vivo. Decido no amar al mundo y
crucifico la carne con todas sus pasiones.
Te agradezco la vida que ya tengo en Cristo y te pido que me llenes con tu
Espíritu Santo para vivir libre del pecado. Declaro mi dependencia de ti y tomo
mi posición en contra de Satanás y todos sus caminos mentirosos. Decido creer
la verdad y no me dejo desanimar. Tú eres el Dios de toda esperanza, confío
plenamente en que vas a suplir mis necesidades a medida que procuro vivir de
acuerdo a tu Palabra. Expreso con confianza que puedo vivir con
responsabilidad mediante Cristo que me fortalece.
Ahora tomo mi lugar en contra de Satanás y ordeno a él y a todos sus espíritus
malignos que se aparten de mí. Me pongo toda la armadura de Dios. Entrego
mi cuerpo en sacrificio vivo y renuevo mi mente por la Palabra viva de Dios
para poder comprobar que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta.
Estas cosas las pido en el nombre precioso de mi Señor y Salvador Jesucristo.
Amén.

Oración nocturna
Gracias, Señor, que me has recibido en tu familia y me has ensalzado con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Gracias por darme este
tiempo de renovación a través del sueño. Lo acepto como parte de tu plan
perfecto para tus hijos, y confío en ti para cuidar mi mente y mi cuerpo
mientras duermo. Así como he meditado en ti y en tu verdad durante este día,
así escojo dejar que estos pensamientos continúen en mi mente mientras
duermo. Me entrego a ti para que me protejas de cada intento que hagan
Satanás y sus emisarios en atacarme durante mi sueño. Me entrego a ti como
mi roca, mi fortaleza y mi descanso. Te lo pido en el poderoso nombre del
Señor Jesucristo. Amén.

Limpieza de la casa o el apartamento


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Después de quitar todo artículo de falsa adoración de su casa o apartamento, ore en voz
alta en cada habitación si es necesario.
Padre celestial: Reconocemos que tú eres Señor del cielo y de la tierra. Por tu
poder y amor soberanos nos has dado todas las cosas para que las disfrutemos
en abundancia. Gracias por este lugar donde vivimos. Reclamamos esta casa
para nuestra familia como un lugar de seguridad espiritual y de protección de
todos los ataques del enemigo. Como hijos de Dios sentados con Cristo en el
lugar celestial, ordenamos a todo espíritu maligno que esté reclamando su
lugar en las estructuras y en el mobiliario de este lugar debido a las actividades
de los que antes la ocupaban, que se vaya para nunca más regresar.
Renunciamos a toda maldición y encantamiento utilizado en contra de este
lugar. Te pedimos, Padre celestial, que pongas ángeles guardianes alrededor de
esta casa (apartamento, cuarto, etc.) para guardarlo de los intentos que haga el
enemigo de entrar y de perturbar tus propósitos para nuestras vidas. Te damos
gracias, Señor, por hacer esto y oramos en el nombre del Señor Jesucristo.
Amén.

La vida en un ambiente no cristiano


Después de quitar todo artículo de falsa adoración de su cuarto, ore en voz alta en la
habitación que se le ha asignado.
Gracias, Padre celestial, por un lugar donde vivir y donde el sueño me renueve.
Te pido que separes esta habitación (o parte de ella) como un lugar de
seguridad espiritual para mí. Renuncio a toda lealtad ofrecida a dioses falsos o
a espíritus de parte de otros ocupantes, y renuncio a cualquier reclamo de este
cuarto (o espacio) por parte de Satanás en base a las actividades de los
ocupantes anteriores riores o mías. Con base en mi posición como hijo de Dios
y como coheredero de Cristo, quien tiene toda autoridad en el cielo y en la
tierra, ordeno a todos los espíritus malignos salir de aquí para nunca más
regresar. Te pido, Padre celestial, que me asignes ángeles guardianes para
protegerme mientras viva aquí. Esto lo pido en el nombre del Señor Jesucristo.
Amén.
Siga buscando su identidad y su valor en Cristo. Lea libros que le edifiquen. Renueve
su mente con la verdad de que su aceptación, su seguridad y su importancia están en Cristo,
al saturar su mente de las siguientes verdades. Lea toda la lista por las mañanas y en las
noches durante las próximas semanas.

EN CRISTO
SOY ACEPTADO
Juan 11:2 Soy hijo de Dios (Gálatas 3:26–28).
Juan 15:15 Soy amigo de Cristo.
Romanos 5:1 He sido justificado.
1 Corintios 6:17 He sido unido al Señor y soy uno en espíritu con Él.
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1 Corintios 6:19, 20 He sido comprado por un precio. Pertenezco a Dios.


1 Corintios 12:27 Soy miembro del cuerpo de Cristo.
Efesios 1:1 Soy santo.
Efesios 1:5 He sido adoptado como hijo de Dios.
Efesios 2:18 Tengo acceso directo a Dios por medio del Espíritu Santo.
Colosenses 1:14 He sido redimido y perdonado de todos mis pecados.
Colosenses 2:10 Estoy completo en Cristo.

ESTOY SEGURO
Romanos 8:1, 2 Estoy libre de condenación para siempre.
Romanos 8:28 Todas las cosas ayudan a mi bien.
Romanos 8:31ss Estoy libre de todo cargo de condenación en mi contra.
Romanos 8:35ss Nada me separará del amor de Dios.
2 Corintios 1:21, 22 He sido confirmado, ungido y sellado por Dios.
Colosenses 3:3 Estoy escondido con Cristo en Dios.
Filipenses 1:6 Confío en que la buena obra que Dios comenzó en mí sera
perfeccionada.
Filipenses 3:20 Soy ciudadano del cielo.
2 Timoteo 1:7 No he recibido un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de
dominio propio.
Hebreos 4:16 Puedo encontrar gracia y misericordia en tiempo de necesidad.
1 Juan 5:18 Soy nacido de Dios y el maligno no me puede tocar.

SOY IMPORTANTE
Mateo 5:13, 14 Soy la sal de la tierra y la luz del mundo.
Juan 15:1, 5 Soy una rama de la vid verdadera, un canal de su vida.
Juan 15:16 He sido elegido y nombrado para llevar fruto.
Hechos 1:8 Soy un testigo personal de Cristo.
1 Corintios 3:16 Soy templo de Dios.
2 Corintios 5:17ss Soy ministro de reconciliación para Dios.
2 Corintios 6:1 Soy colaborador de Dios (1 Corintios 3:9).
Efesios 2:6 Estoy sentado con Cristo en los lugares celestiales.
Efesios 2:10 Soy hechura de Dios.
Efesios 3:12 Puedo acercarme a Dios con libertad y confianza.
Filipenses 4:13 Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.1

1
Anderson, N. T. (1995). Libre de ataduras (1–271). Nashville, Tenn.: T. Nelson.

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