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Los seres más cercanos a nosotros, sea por sangre, por afecto o por otras
situaciones que “solo” la psicología “entiende”… hace que se formen
vínculos muy estrechos con ellos. La famosa frase, yo la comparto, de
“disfrútalos en vida” toma relevancia debido que ya muertos es ridículo
hacer los “shows” en el velorio, entierro; días posteriores respecto al
porque no le dije algo, no hicimos esto o aquello; no l@ escuche… Esa rabia
está presente en much@s por las cosas que NO se hicieron. Esa negación de
ciertos pensamientos, diálogos, actos con él (la) otr@ fomenta en nuestro
interior una considerable cantidad de inconformidades, disgustos,
malestares, que se reflejan en esos actos tan peculiares –bochornosos- que
a diario se ven en nuestra idiosincrasia.
Morir por causa natural se concibe como algo muy “bonito”, el ideal de
muchos. Otros, parados en lecturas progresistas de la “humanidad” y de
los actores que la modifican, dirían que si no fue transcendental al “núcleo
duro” de la “humanidad” fue uno más, del “montón”, o mejor dicho NADIE.
Para estos últimos no sería algo “bonito ni triste” (porque no conmueve a
un grupo significante) sino más bien algo banal, efímero, que solo tiene
importancia, no siempre, para sus seres cercanos. Estos últimos, en
cambio, si perciben la muerte de un ser cercano, en la mayoría de los casos,
como algo trascendental para su vida. Si nos paramos en el individualismo,
en la subjetividad de cada “yo”, comprenderemos que estas muertes no
solo nos conmueven, también nos hacen reflexionar y cuestionarnos sobre
la vida, su sentido y el devenir tanto de uno como de la “humanidad”. De
nuevo acá el recuerdo juega un papel importante, puesto que son estos
recuerdos los que nos ayudan a mantener ciertas posturas, concepciones,
criterios, respecto a algo, alguien o al fallecido.
Morir por causa natural es Bello -léase lo más estético posible- y mucho
mas hoy en día donde millares de humanos mueren por culpa de la guerra,
de “ataques animales” (no me refiero solo a los llamados “lobos solitarios”
y a los que se inmolan. ¡Humano, no te olvides de nuestra macro-especie!);
de negocios (i)legales, por “bobadas” (robo de celular, celos…); por
enfermedades creadas por nuestra propia especie. Muchos mueren por
factores externos, ajenos a nuestra mentalidad, voluntad o naturalidad.
Morir por causa natural es bonito, y mucho más cuando se es viejo. Haber
recorrido o “aguantado” tanto tiempo en una sociedad como esta es ser
merecedor de un premio a la resistencia (aunque también están quienes se
aprovecharon, oprimieron y manipularon a otros, para esos, que los
condene las Historias porque en la “otra vida” pienso muy difícil esa
condena). Soportar tantas injusticias, ridiculeces, inverosimilitudes es
merecedor de aplausos. No quitarse la vida ni quitársela a los demás
debido a estas circunstancias anómalas es digno de admiración, pero
preguntémonos, ¿esa inacción frente a esas situaciones alimenta la
inmoralidad humana o por el contrario es el camino que debemos procurar
seguir? Me hago esta pregunta es porque a esos que admiramos por haber
resistido hasta viejos fueron, en gran parte, inactivos y permitieron directa
o indirectamente estas injusticias; y a la vez procuramos seguir sus
prácticas para llegar a morir de viejos. Un dilema interesante.
Para abordar esta pregunta y dilema –que debería estar inscripta en las
lápidas de los anteriormente mencionados- hay que tener en cuenta
elementos como la inconsciencia, los sentimientos, los cálculos racionales
(“si es que los tenemos”), la prudencia y principalmente lo que se pone en
preponderancia, la “humanidad” o el “yo” (para el contexto es un “yo”
ligado a la idea de familia). Tomemos primero la inconsciencia. Esta
permite que muchos de nuestros actos se den de manera espontánea, sin
ser reflexionados conllevando al aseguramiento de nuestra vida y de los
que queremos. Por el lado de los sentimientos, con un lazo muy fuerte con
nuestros allegados, hace que nuestros actos sean inspirados de acuerdo a
estados de ánimo y reflexiones (conscientes) sobre la situación y
consecuencias de estas. En el cálculo racional, predomínate en el “yo”, se
piensa y se actúa conforme a que tengo que ceder para poder ganar lo que
quiero, si lo que cedo es mayor (por ejemplo la vida por el bien de un
grupo distinto a la familia) al beneficio hará que piense varias veces sobre
si esa es la actuación que he de seguir. Por lo general no se actúa así, solo
se da la vida por seres queridos. La prudencia, presente en los actos
reflexionados y racionales, fomenta el tener todo el panorama claro para
poder actuar acorde a lo que se quiere, para nuestro caso es acorde con mi
vida (terrenal, material y espiritual) y la de mis allegados. En los anteriores
elementos, incluso en el inconsciente, hay preponderancia por el “yo”. Se
podrá decir que ese instinto de “auto-conservación” sigue vigente, es cierto
aunque debemos cuestionarnos si esta forma (más la regla que la
excepción, solo las guerras obliga a romper esta “lógica”) o estilo de vida es
el que queremos que perdure en el tiempo, permitiendo atropellos,
injusticias y una serie de actos por parte de unos que elevan su “yo” a un
puesto superior. Estos generan, y mantienen en el tiempo, un grado
impresionante de desigualdades tanto en el campo económico, como en el
social, cognitivo, cultural y especialmente frente a quienes han de ser los
escritores de la(s) historia(s) de esto que llamamos humanidad.
Hay que promover que las generaciones presentes y las venideras procuren
llegar a viejos pero con un grado alto de responsabilidad frente a las
situaciones desfavorable de los demás. Hoy en día muchos “gozamos” de
ciertos privilegios que otros (tanto hoy como antepasados) no poseen, pero
estos privilegios no se pueden quedar solo en procurarse por uno mismo y
sus allegados sino que debe de trascender de estos, ir más allá, a
desconocidos, diferentes…Y si en el proceso a este objetivo hay que dar la
vida pues hay que darla, voluntariamente, en pro de que las generaciones
que vengan tengan un espectro de oportunidades favorables para su
devenir y de que en un futuro esta responsabilidad ya no se necesite pues
autónomamente cada uno velara por sí y por los demás sin la necesidad de
sobrepasar a los demás para obtener lo que quiere. Por eso vivir es algo
bello, es poder modificar esta obra de arte en constante cambio en pro de
todos y no solo del “yo”. Morir por este ideal es bello también, zafándose
de las garras de la inactividad y buscar que el porvenir de todos sea más
armonioso (tanto interno como con el entorno), llegándose en un futuro –
no lejano- a que la única causa de muerte sea la natural. Por eso vivir es
bello, y morir es más bello aún.