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En el presente trabajo se analizará la relación entre vasallo y señor, utilizando para ello el texto “Poema

del Mío Cid”, con base en las series 1 al 16. El fin de este trabajo es profundizar y comprender las
relaciones feudo-vasalláticas de la Edad Media.

El feudalismo fue una forma de producción u organización social, la cual se manifestó en los Reinos
Peninsulares Occidentales, específicamente en León, durante el siglo XI, época en la que vivió Rodrigo
Díaz de Vivar, también conocido como Mío Cid. Para el feudalismo era clave la relación de vasallaje,
la cual era una relación jurídico-política entre señor y vasallo, ambos eran hombre libres, guerreros y
nobles de distintas categorías. La nobleza tenía un estrato superior donde los hombres eran caballeros
ricos, de grandes posesiones y que poseían vasallos. Debajo de este estrato, estaban los caballeros,
dentro de ellos los infanzones, que en sus casas criaban escuderos y caballeros. A este último estrato
pertenecía el Cid. El rey, escogía a sus condes y potestades de la alta nobleza, mientras que sus
dignatarios y caballeros pertenecían a la baja nobleza. Tal es el caso del Cid, que fue un representante
de ésta en Castilla. Estas distinciones sociales se pautaban con el nacimiento, por lo que cada hombre
nacía en una determinada situación social, y su deber se basaba en vivir de acuerdo a ella, haciendo,
pues, que la sociedad funcionara correctamente, contribuyendo al bien común y al orden.

Los caballeros de menor rango eran vasallos del noble más poderoso, que se convertía en su señor por
medio de una ceremonia realizada en la torre del homenaje en el castillo. Esta ceremonia constaba del
homenaje y la investidura. El homenaje se daba de parte del vasallo al señor, consistía en la postración
o humillación de rodillas, el osculum (beso), la inmixtio manum, en la cual el vasallo colocaba las
manos en posición de orante y el señor las acogía entre las suyas; para culminar el homenaje, el vasallo
decía una frase que reconociera su nueva condición social. Seguido del homenaje se realizaba la
investidura, que contrariamente, era de parte del señor hacia el vasallo, dónde le era entregado un feudo
(que podía ser un condado, un ducado, una marca, un castillo, una población o un simple sueldo,
dependiendo de la categoría de vasallo y señor) a través de un símbolo del territorio o la alimentación
que el señor le debía al vasallo, como podía ser un poco de tierra, de hierba o grano. Continuando, el
señor le daba un espaldarazo, dónde el vasallo recibía una espada y unos golpes en el hombro con ella.
Con esto el pacto feudo-vasallático quedaba consolidado.

Las relaciones vasalláticas consistían en el intercambio de apoyos y fidelidades mutuas, como dotación
de cargos, honores y tierras y compromiso de auxilium et consilium, esto quiere decir, auxilio o apoyo
militar y consejo o apoyo político. Además la relación de vasallaje no solo consistía en el otorgamiento
de tierras por parte del señor, sino también en darle lugar en empleos públicos, como participación en
la corte.
En el caso del Cid, su señor es el rey Alfonso VI. Es esta relación rey-vasallo el hilo unificador de la
obra. Estaba basada en la sumisión leal y una motivación económica. El rey necesita de sus vasallos,
los cuales le llevan una parte de las riquezas obtenidas en su misión. También realizan labores como
cobrar las parias. Esto se puede ver en el canto I del texto, en el relato de la Crónica de Veinte Reyes,
el cual comienza así:

“Enbió el rey don Alfonso a Ruy Díaz mio Cid por las parias que le avían de dar los reyes de Córdova
e de Sevilla cada año.”

Por otro lado, el vasallo tiene la necesidad de ser honrado con el reconocimiento del rey ante la
sociedad. Sin embargo, las relaciones medievales de vasallaje no se reducen solamente a esto, K. J.
Hollyman, un técnico lingüista, plantea que los términos barón o vasallo califican al hombre que
practica las virtudes específicas del guerrero, como la valentía, el coraje o la lealtad. Mío Cid es un
ejemplo de estas virtudes, no hace falta más que ver uno de los epítetos que lo caracteriza:

“en buena çinxiestes espada”

Es reconocido por ser un buen guerrero, tal así que también se lo conoce como “Campeador”, lo que
significa que sobresalía en el campo de batalla, lo cual indica su valentía y coraje, es esto lo que lo
lleva a ser conocido como un “buen vasallo”, tanto por aliados y enemigos. Otras características del
vasallo para ser ejemplar es que debía de tener fuerza física, heroísmo y mando militar. Bandera Gómez
dice de tal expresión que el Cid “no es bueno a secas, sino un buen vasallo, con lo cual su bondad
encaja dentro de un orden preestablecido de relaciones de tipo social.”

En la serie 1 Álvar Fáñez, primo del Cid, menciona algunas de las características de un buen vasallo:

“convusco iremos, Cid, por yermos e por poblados,

ca nunca vos fallesceremos en quanto seamos sanos

convusco despenderemos las mulas e los caballos

e los avares e los paños

siempre vos serviremos como leales vasallos.”

Si bien en este fragmento Álvar Fáñez habla de sí mismo como vasallo del Cid, un vasallaje no tan
ceremonioso y jurídico, sino que es una decisión personal al seguir al Campeador luego de su destierro,
deja entrever los deberes del vasallaje según la visión de la época. Un buen vasallo debe de seguir a su
señor por “yermos y poblados”, siempre que la salud le permita, también debe poner a su servicio los
bienes materiales, como pueden ser las “mulas y los caballos” además del “dinero” y los “vestidos de
paño”.

La lealtad del Cid como vasallo se puede observar cuando es desterrado. Por consecuencia del
vasallaje, tiene la obligación de aceptar el destierro con mesura. Esto se ejemplifica en el texto, ya que
casi inmediatamente de que Alfonso le hace saber que lo ha desterrado y debe partir en nueve días, el
Cid pregunta a sus familiares y siervos quienes lo acompañarán, sin busca de venganza o reproche
hacia el rey; tal es su lealtad que no lo culpa por su destierro, sino que:

“Fabló mio Cid bien e tan mesurado:

“¡grado a ti, señor padre, que estás en lo alto!

“esto me an buolto mios enemigos malos.””

Aquí se observa que su postura ante el destierro, aunque sea de dolor, es mesurada, pero que no
considera que ha sido por saña del rey, sino que es una trampa realizada por sus enemigos. Gustavo
Correa dice que el Cid “se impone un absoluto respeto a su señor natural, es decir, renuncia a los
derechos personales que las leyes concedían al desterrado, renuncia a la hazaña de la heroica rebeldía”,
siendo así un vasallo ejemplar. Esta sumisión por parte del Cid es muy bien vista por el rey. La relación
entre el rey y el vasallo es vertical, jerarquizada, por lo que el Cid, o cualquier otro vasallo que se
considere bueno, no cuestionaría jamás la voluntad del rey. Además de ser incuestionable, la voluntad
del monarca no tiene por qué tener explicaciones. Es competente al rey, como señor, dar o quitar honra,
ya que es el único capaz de devolverla una vez quitada. Edmund de Chasca, dice que “correcto o
incorrecto, el rey siempre es el dueño del destino de sus vasallos, nunca comparten la honra de igual
manera, sino que es él quien la da o la quita.” Es Gustavo Correa quien establece que la relación rey-
vasallo está vinculada directamente a la honra. Además, se ve ligada a la riqueza material que le otorga.
Peter Such y John Hodgkinson comparten también esta postura al considerar que el juglar desde el
inicio subraya que el éxito material y la honra están relacionados, es por esto que Mío Cid, al ser
desterrado, pierde sus posesiones y las lamenta profundamente:

“Mio Cid movió de Bivar para Burgos adeliñado,

así dexa sus palacios yermos e desheredados.

De los sos sojos tan fuertemente llorando,

tornava la cabeca i estávalos catando.

Vío puertas abiertas e ucos sin cañados,


aclándaras vázias sin pielles e sin mantos

e sin falcones e sin adtores mudados.”

En ese fragmento se numeran algunas de las posesiones que deja el Cid al ser desterrado, manifestando
así la honra que pierde, su estilo de vida y su desgracia. El Poema de Mío Cid como poema épico tiene
tres etapas: orden-desorden-orden, por lo que su trama narra la recuperación de un orden inicial, sea
en el caso del Cid la recuperación de su vida como vasallo y su honra. Es por esto que toma la decisión
de seguir comportándose como vasallo para ser perdonado por el rey, por lo que a lo largo de la trama
consigue bienes que da a Alfonso y obedece su ley. Es por esto que finalmente logra restaurar la
armonía inicial, y con ella, la relación con su señor, que le da reconocimiento y favores, a tal punto
que lo eleva a “héroe”.

El rey como señor es presentado por el juglar como un personaje positivo y bueno, un rey generoso.
Cuando el rey perdona al Cid, casa a sus hijas, las cuales son deshonradas. Como vuelven a ser
jurídicamente vasallo y señor, el Campeador tiene el derecho de reclamar justicia y el señor tiene la
responsabilidad de hacerla cumplir. En este caso la deshonra del vasallo recae sobre el rey.

A lo largo de la obra Alfonso, señor, es regido por buenas intenciones. Bandera Gómez plantea que la
maldad y la injusticia aparente del rey, no son sino acciones que están bien intencionadas, la verdadera
maldad es por parte de aquellos que planearon el destierro del Cid, ya que sus intenciones son torcidas.
Esto lo explica mejor Gustavo Correa, quien dice: “Lo desconcertante en un mundo de categorías
perfectas es la situación imposible de un vasallo perfecto que ha dejado de ser vasallo de un señor
igualmente perfecto. El Cid, desterrado por causas ajenas a la virtud esencial del rey y a las suyas
propias, es una figura eminentemente dramática dentro de este estado de cosas… Hay injusticia, pero
se trata de un elemento externo que viene de afuera y que no pertenece a la esencia de los personajes.”
Cerrando este punto, parece pertinente citar a Spinzer: “el vasallo es bueno, el rey es bueno… lo que
falta es la adecuada relación de un buen vasallo y un buen señor, por imperfección de la vida humana,
que no es precisamente paradisíaca.” Por lo que, el famoso verso 20, no plantea la imperfección del
rey como señor, sino que maneja que el Cid es un excelente vasallo y el rey un excelente señor, pero
que son condiciones de imperfección humana lo que generan la ruptura del lazo vasallático.

Queda saldada la relación rey-vasallo; Alfonso-Cid, al afirmar, al igual que Olson y Lacarra que, tanto
el Cid como el rey son personajes que refuerzan el modelo monárquico o feudal, dónde ambos actúan
por honor, debiéndose honra, respeto y favores característicos de este lazo que los une.
Para terminar esta investigación del lazo señor-vasallo cabe destacar al Cid, no solo como vasallo, sino
también como señor. Al ser desterrado, un grupo de gente, sus siervos, familiares y amigos, deciden
seguirlo, entonces él se convierte en su señor. El apelativo “Cid”, según Richard Fletcher, deriva del
árabe “sayyid” cuyo significado es “señor o amo”. O “sidi”, que es “el señor, líder, comandante o
cabecilla”. Por lo que, además de ser dueño de dominios como lo indicaría “sayyid”, también es un
jefe, o señor, propiamente dicho. Podemos conocer otras características de la relación del señor con el
vasallo de la mano del rol que cumple el Cid al ser desterrado y ocupar ante sus tropas el nombre de
señor. Él es agradecido, esto se ve en que al terminar de hablar Álvar Fáñez acerca de que lo seguiría,
el poeta dice “mucho gradesció mio Cid quanto allí fue razonado”. Es un buen guerrero, fiel, no solo
a su rey, sino también a su Dios. Es querido por cuantos lo siguen y es astuto. En diversos episodios
podemos ver manifestaciones de éstas características, por ejemplo, en la serie 12 dónde promete a la
Virgen María que si lo ayuda y socorre le cantará mil misas. Esto demuestra que es un ejemplo de fiel
creyente. El episodio de las arcas, de la serie 6 a la 10 demuestra su astucia al engañar a los judíos para
poder tener dinero para abastecer a sus hombres, lo cual también demuestra preocupación por sus
vasallos. Por último, el texto pone de manifiesto que es muy querido por sus seguidores cuando, aún
empobrecido y sin honra, deciden seguirlo; en especial en la serie 4 se puede notar esto:

“Mio Cid Roy Díaz, el que en buena cinxo espada,

posó en la glera quando nol coge nadi en casa;

derredor dél una buena compaña.”

A modo de conclusión, se puede decir que la trama del Poema de Mío Cid se basa en la relación
existente entre el señor y el vasallo. El Campeador hace sus veces de vasallo del rey y de señor de sus
tropas, siendo un ideal de ambas. Es un buen vasallo como también un buen señor. La relaciones feudo-
vasalláticas están ligadas a la honra, y con ella, el reconocimiento por parte de los bienes materiales.
El señor debe dar a sus vasallos reconocimientos, brindarles honra públicamente, debe hacer que sus
vasallos tengan respeto social, les debe justicia y riquezas como recompensa por sus favores de
protección, de poderío y por ayudarlo a hacer que sus tierras sean cada vez más amplias. También los
vasallos deben al señor lealtad y sumisión, aceptando que el lazo vasallático pueda romperse. Deben,
para ser buenos vasallos, permanecer en él por decisión propia y el señor, si es bueno, aceptará esa
sumisión, volviendo a considerarlos vasallos. Por lo que, los lazos pueden romperse y arreglarse. Son
estos lazos los que regían la sociedad feudal de la Edad Media y los que hacían que las relaciones entre
los hombres libres pudiesen funcionar de forma armoniosa.
Bibliografía:

Anónimo. Poema del Mío Cid. (2003) Editores Mexicanos Unidos, S. A.

UNED. Revista de Derecho, núm 11. (2012)

https://webs.ucm.es/info/especulo/numero42/reyvasa.html (4/6/2018 19:43)

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Blanco Aguinaga, C. Rodríguez, J. Zavala, I M. Historia social de la literatura española. (2000)


Madrid: Akal.

Duby, G. Hombres y estructuras de la Edad Media. (2000) Madrid: Siglo XXI.

Dhondt, J. La alta Edad Media (2010) Buenos Aires: Siglo XXI.

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