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Vicisitudes de la identidad
sexual y de género en la adolescencia
Autor: López Mondéjar, Lola
Palabras clave
Introducción
Para los padres, los adolescentes constituyen una hipérbole, una desagradable
caricatura de su fracaso educativo, que les llena de responsabilidad y culpa,
cuando no tratan de evitar estas con la negación y el abandono de sus
funciones parentales. Estas dimensiones reprimidas, se entrecruzan en una
resultante singular que hace a cada adolescente único. La clínica se ocupa de
ver qué se esconde bajo el rótulo adolescente que ellos, los adolescentes y
los padres, utilizan como un pivote identificatorio que da coherencia a la
labilidad de identificaciones que caracteriza esta etapa para ambos, dotándoles
de una identidad de grupo que les garantiza su inscripción en el conjunto
social. “Son cosas de adolescentes”, solemos decirnos para apaciguar nuestra
angustia.
Enrique Gil Calvo (2001) subraya el cambio como una característica central en
las sociedades postmodernas. Cambio laboral, familiar, ideológico, tecnológico,
que modifica las identidades, cambiantes, llevándonos a la formulación
de un yo múltiple (formado por yoes frágiles e inconstantes) cuya cualidad
esencial para su supervivencia es, precisamente, la de aprender a cambiar. En
este contexto la única identidad estable, dentro de sus propios cambios, es la
corporal. En el adolescente, ese cuerpo se vuelve un extraño, aumentando aún
más su desarraigo identificatorio.
6. Por otro lado, esta búsqueda del amor a toda costa hace que se
produzca un aumento de los divorcios, cuando la relación no responde a las
expectativas buscadas. En la mayoría de las sociedades industrializadas hay
un elevado número de divorcios. En Alemania, uno de cada tres matrimonios
acaba en divorcio (Beck, 2001, p. 33), mientras que en los Estados Unidos se
disuelven 1 de cada dos uniones(3). Pero, puesto que el matrimonio ha dejado
de ser la institución que elige la pareja para regular su convivencia, las
estadísticas sobre divorcios han dejado de reflejar la realidad: las parejas de
hecho se separan sin registrar ni su unión ni su separación, por lo que el
porcentaje de rupturas no está nada claro. Todo esto hace que nos
encontremos en la realidad con una jungla de relaciones paternales, hijos de
diferente procedencia (4), padres adoptivos, parejas homosexuales con hijos,
con la amalgama de emociones que se ponen en juego.
12. Por todo lo anterior, podemos inferir que el mecanismo de defensa más
apropiado para nuestra época no es la represión, sino la disociación, tomada
no como una lacra del yo sino como una ventaja competitiva. La disociación le
permite al yo desprenderse de sus vínculos, reconstruirse sin duelos, avanzar
en la jungla de asfalto. Los costes de esta falta de historia son obvios: negación
del pensamiento y del afecto, afectos de usar y tirar, vínculos funcionales, etc.
13. Si, como señala P. Jeammet (1997), la violencia surge como una
defensa ante la amenaza de la pérdida de identidad; podemos pensar, como
corolario, que las condiciones que impone nuestra sociedad a sus miembros
son las más apropiadas para el incremento de la violencia.
Sea como fuere, en el mundo actual, “al hijo cada vez se le debe aceptar
menos como es, con sus peculiaridades físicas y mentales o sus
posibles deficiencias. Se le convierte más bien en el objetivo de
múltiples esfuerzos” (Beck, 2001, p. 180). Es fruto de esta vocación
reformista hacia nuestros vástagos, convertidos en importante fuente
de orgullo narcisista, tanto la ortodoncia y las plantillas correctoras,
como la visita al psicólogo.
El orden social así descrito contribuye a la modelación del ideal del
yo (Vinocur, 1998) de nuestros adolescentes a través de las funciones
ejercidas por estas madres y estos padres, un ideal del yo cuya función se
torna fundamental en la adolescencia. Al mismo tiempo, las identidades son el
resultado de un contexto, el resultado de ciertas coordenadas biográficas y
sociales, de modo que, al cambiar estas, las identidades también se
transforman (Guasch, 2000).
Género y adolescencia
Entendemos que la identidad tiene que ver con la diferencia y corre paralela a
la línea de separación-individuación que caracteriza la adquisición de la
subjetividad, y a la adquisición de las normas éticas y la sujeción a la ley
(superyó, ideal del yo).
Estas tareas son resumidas por Ricardo Rodulfo (1986, 1992) como los seis
trabajos del adolescente: pasaje de lo familiar a lo extrafamiliar, del Yo ideal al
Ideal del Yo, de lo fálico a lo genital (del autoerotismo a las experiencias
intersubjetivas), abandono del narcisismo infantil, pasaje del jugar al trabajar,
tensión entre el mundo regresivo familiar y el progresivo o social).
Masculino/femenino/neutro
En la actualidad nos encontramos cada vez más con personas que modifican
su elección de objeto amoroso de, hetero a homosexual, en años avanzados
de su vida. Se da sobre todo en mujeres, tenemos menos constancia de su
incidencia entre los hombres.
Entre ellos, nos parece relevante la revisión de Jessica Benjamin (1996), para
quien la identidad de géneroestá fundada en una tensión creativa, oscilante,
móvil, entre las identificaciones tradicionalmente femeninas y
masculinas. Ambas identificaciones construyen la subjetividad humana, y
se comunican entre sí de forma mutuamente enriquecedora. Para esta autora,
“el sentido nuclear de la pertenencia a un sexo no se ve comprometido por las
identificaciones con el otro o por las conductas características del otro. El
deseo de ser y hacer lo que el otro sexo es y hace no es patológico ni
necesariamente una negación de la propia identidad. La elección de objeto
amoroso, heterosexual u homosexual, no es el aspecto determinante de la
identidad genérica, idea ésta que la teoría psicoanalítica no siempre admite” (p.
144).
El psicoanálisis freudiano tuvo muy presente el carácter bisexual del
ser humano, (Freud, 1905)reconociendo en los individuos de ambos sexos
impulsos pulsionales tanto masculinos como femeninos, que pueden volverse
inconscientes por la represión. Groddeck (1931) postulaba una bisexualidad
no sólo física sino psíquica, la civilización reprime, mediante mecanismos más
arcaicos que la represión, una parte para imponer la otra, escindiendo al
individuo.
Como dijimos, estamos apostando por una concepción del género como
una construcción social que genera estereotipos cuyos rasgos se ven
modificados de una cultura a otra, teniendo como base el cuerpo no biológico,
sino metaforizado, en el que esos estereotipos se implantan, de ahí la
plasticidad y la versatilidad de las identidades humanas. El deseo erótico es
universal (Eibl-Eibesfeldt, 1995), atraviesa todas las culturas, y son estas
quienes se encargan de encauzarlo para eliminar su vertiente transgresora,
que escapa a las normas, mediante la gestión de la sexualidad humana y de
estereotipos de género cerrados (masculino, femenino), calificando de
desviación, de patológico, de raro o perverso, lo que se sitúa fuera de esa
distribución binaria.
Es en este sentido que debemos plantearnos, como hace Mitchell (1996), ¿Son
la masculinidad y la feminidad, como se definen tradicionalmente, ideales
todavía válidos? ¿Es necesario y deseable para un chico o una chica
consolidar un sentimiento firme de identidad sexual? ¿O es más deseable
y saludable esforzarse por trascender los roles de género, buscar unos
nuevos ideales de androginia o bisexualidad? Un paciente de 26 años con
una historia de ambigüedad sexual desde su adolescencia, se expresaba así:
“Ahora me siento un hombre, pero no en el sentido masculino, sino en el de ser
humano” ¿Cómo se enfrenta el clínico, con qué prejuicios, a las disyuntivas que
presentan los adolescentes en este proceso de construcción de su identidad de
género? ¿Qué ideales de salud proponemos, de modo consciente o
inconsciente, en nuestras psicoterapias?
Como hemos repetido varias veces, lo reprimido hoy, tanto en los hombres
como en las mujeres, no es la sexualidad, sino el sentimiento de la profunda
necesidad de una cierta dependencia afectiva, de reconocimiento
intersubjetivo; contrarios ambos al modelo de producción del capitalismo
avanzado que pretende que los seres humanos nos desprendamos de todos
nuestros lazos estables, pues precisa de hombres y mujeres móviles y
autónomos.
Por último, señalar la dificultad que esta tarea de creación propuesta encuentra
en la sociedad moderna, cuyos iconos de uniformidad y no-pensamiento,
atraviesan cada una de las ofertas que - grupo de edad privilegiado por el
marketing-, se ofrecen a los adolescentes. La corriente imperante se establece
en el sentido opuesto, esto es, la construcción de clones psíquicos que
responden a fetiches identificatorios iguales, hombres y mujeres máquina –
cyborg (17)-, en los que el conflicto que constituye la subjetividad creadora, está
elidido.
NOTAS
(1) Mabel Burín distingue en la sociedad occidental tres tipos de uniones familiares que ella
clasifica como: moderna, tradicional y de transición. Los roles de padre y madre son diferentes
para cada una de ellas.
(2) A. Tobeña (2001) señala el incremento de la violencia física entre las adolescentes y las
mujeres, fruto de esta exposición a valores culturales igualitarios.
(3) American Academy of child & Adolescent Psychiatry “Los niños y el divorcio” nº 1 (revisado
8/98).www.aacap.org/publications.
(4) Según David M. Buss (1996, p. 283), “en los Estados Unidos, casi el 50% de los hijos no
viven con sus progenitores genéticos”.
(5) Stoller (1998), Volnovich (1997), Benjamin (1996, 1997), Fiorini, (1995, 2001), por citar sólo
algunos psicoanalistas actuales, insisten en la necesidad de recurrir a otras disciplinas
(filosofía, antropología, estudios de género, neurociencias o literatura) que comparten aspectos
del mismo objeto que trata el psicoanálisis. A mi juicio, renunciar a lo interdisciplinario, lo
complejo o lo transdisciplinario(Hornstein), nos encierra en un solipsismo improductivo que
pierde de vista aspectos de la complejidad de lo que se pretendeconceptualizar.
(8) Para abundar en el inicio de la identidad de género masculina pueden consultarse los
siguientes textos: Badinter (1993); Corsi (1996);Burin y Dio Bleichmar, E. (comp.) (1996).
(10) Citada por Limentani (1991) en el artículo al que antes nos referimos. En el mismo texto, el
autor hace referencia a distintos psicoanalistas que abundan en la exclusión del padre, la
desautorización que la madre hace de él, la pasividad del hombre, debida a sus conflictos con
la masculinidad propia, como rasgos de la constelación familiar, y edípica por tanto, de los
pacientes con desviaciones sexuales. Nosotros, aquí, pretendemos que entre en cuestión el
término desviación sexual, al apelar a una sexualidad normal y otra desviada.
(11) Blos distingue entre identidad de género, que se establece muy tempranamente,
comenzando en el primer año de vida, y laidentidad sexual, como
componente egosintónico del self, cuya adquisición determina el punto final de la adolescencia.
La identidad sexual comporta la elección de objeto sexual y la relación con el otro, esto es, la
actividad sexual propiamente dicha.
(12) Siguiendo una línea de pensamiento muy presente en el Psicoanálisis actual, tanto
Ricardo Rodulfo como Hugo Bleichmar, por citar sólo algunos ejemplos, cuestionan la
centralidad del Edipo (como ya lo hizo Kohut), y de la diferencia de los sexos en la constitución
del sujeto humano. Hoy, a la luz de los estudios de la relación del bebé con su madre y la
observación infantil (Stern), en la teoría psicoanalítica comparten pleno protagonismo con la
sexualidad tanto las necesidades de apego (Bolwby), como las de reconocimiento intersubjetivo
(Benjamin), así como otras motivaciones (narcisistas, de conservación; Bleichmar), lo
cual lleva a Rodulfo a hablar de una galaxia mítica, más que de un mito Edípico central y
excluyente.
(13) También la masculinidad tenía como atributo la paternidad en la sociedad rural tradicional,
como Joan Frigolé (1998) demuestra en su hermoso libro “Un hombre”. El soltero seguía
siendo definido como “hijo de”, y no era infrecuente la burla sobre lo “pegado a la madre”, que
se encontraba, es decir, la ausencia de separación del grupo familiar de origen que caracteriza
la vida adulta.
(14) Excepcional la caricatura que Verhaeghe hace del desencuentro entre hombres y mujeres,
de la asimetría de sus fantasmas sexuales, sus demandas y sus expectativas. Todo lo cual le
lleva a afirmar que las mujeres están más satisfechas con otras mujeres, puesto que comparten
el mismo fantasma de amor ideal.
(17) El cyborg, tal y como fue concebido por Haraway (1995), es un híbrido de máquina y
humano que escapa a las dicotomías del pensamiento occidental, constituye una esperanza
para el mestizaje y un punto de referencia en la construcción de un proyecto de subjetividad
que no se somete a los parámetros del pensamiento patriarcal capitalista. Su aspecto siniestro,
su riesgo clónico, su carácter virtualmente seriado, fue señalado por mí (Lopez Mondéjar,
2000).
BIBLIOGRAFÍA
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