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OTOÑO 1210         24 mar 2019

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Inocencio III y Jiménez de Rada; los duros


flecos de la cruzada hispánica

ROMA, 10 diciembre 1210. Alfonso VIII ha decidido no renovar las treguas que mantenía
con los almohades desde 1196-1197 y ha enviado a Roma a su canciller, el arzobispo de
Toledo Rodrigo Jiménez de Rada, a solicitar del papa los privilegios de cruzada para una
campaña contra los almohades. Para el rey castellano ha llegado el momento de retomar
la Guerra Santa contra el Islam, pero esta vez sin cometer los errores que le llevaron a la
terrible derrota de Alarcos (1195), cuando excesivamente confiado decidió enfrentarse en
solitario al ejército de Yaqub Al-Mansur, sin esperar a las tropas leonesas y navarras que
habían asegurado su participación.
 
En esta ocasión, el rey quiere garantizarse el máximo apoyo y la máxima participación de
efectivos, y para ello la herramienta  perfecta es la cruzada, la declaración papal de
indulgencia plena a todo aquél no solo que participe en la lucha contra los enemigos de
Dios, sino también a quién apoye la misma con el envío de hombres o  dinero. Pero las
cruzadas solo las puede convocar el papa, y en Roma hace tiempo que este tipo de
privilegios, que son muy útiles y muy demandados por la Cristiandad, vienen siendo
utilizados para aumentar el poder del papado. Por eso entran de lleno en  la vieja y
soterrada lucha que Roma mantiene con la iglesia  de Hispania donde lleva todo el siglo
XII presionando para la implantación plena de la Reforma Gregoriana (1075), sobre todo
en lo que a la elección de obispos se refiere, y a la que se ha unido la preocupación por la
desunión de los reinos hispanos y su  escandalosa disponibilidad a pactar con los
almohades en sus guerras intra-cristianas, motivo principal que ha hecho dudar a los
sucesivos papas sobre la idoneidad del momento para proclamar una cruzada.
 
De hecho, esta acusación papal, la tendencia a las guerras entre cristianos y a la alianza
con el enemigo común, deberá enfrentarse a la principal acusación castellana contra
Roma;  el espinoso y más delicado asunto de la estrategia pontificia de favorecer al resto
de reinos peninsulares para frenar la preeminencia de Castilla en la región. Una
estrategia que, en opinión de la cancillería castellana, se ha agudizado en el escenario
post-Venecia (tras la Paz de Venecia, 1177), que con Alejandro III dio un impulso
significativo al poder de Roma sobre el imperio y toda la Cristiandad. Desde Burgos
reprochan que  la Sede Católica está  utilizando su poder para mantener en Hispania un
puñado de reinos débiles y frenar la expansión del más fuerte de ellos, el castellano, con
el objetivo de tener más ascendencia sobre la península. En este sentido son
interpretadas  las anulaciones de los matrimonios entre Fernando de León y Urraca de
Portugal (que acercaban la re-unión entre ambos territorios) y especialmente la de
Berenguela de Castilla con Alfonso IX de León, la que más claramente puso de manifiesto
las diferencias entre la iglesia castellana y la Santa Sede, pues  tardó cuatro años en
llevarse a cabo, cuando el matrimonio ya tenía cuatro hijos, dada la resistencia de aquella
a deshacer una unión que traía, precisamente, la unión y el beneficio a los dos reinos
implicados. Además, tampoco se han visto con muy buenos ojos la infeudación del reino
de Aragón ante la Santa Sede, ni las decisiones de Roma de conceder el tratamiento real a
los reyes de Navarra y de Portugal precisamente ahora cuando, a pesar de que fueron
proclamaron como tales en 1134 y 1147 respectivamente, solo eran tratados como duques
por el papa, quien les había negado  el reconocimiento real por considerarlos (como
fueron) dos segregaciones de reinos cristianos previos, Aragón y León.
 
Y sobre todas la que más preocupa e interesa al arzobispo de Toledo; la primacía de la
sede toledana sobre las demás sedes hispanas, concretamente frente a Tarragona, Braga y
Santiago de Compostela. Su arzobispo Rodrigo Jiménez de Prada lleva años efectuando
esta reclamación que Roma se niega a aceptar porque, efectivamente, ello supondría el
reconocimiento de una supremacía castellana que todavía no está dispuesta a oficializar.
 
Pero también hay muchos factores que reman a favor del buen fin de las negociaciones y
que no son nadas desdeñables: Jerusalén lleva 13 años en manos de los musulmanes y la
situación de guerra en el Sacro Imperio mantiene en punto muerto las operaciones de
Ultramar, a lo que hay que añadir las constantes peticiones de cruzada que le llegan
desde toda la península, no solo de Castilla, siendo Pedro II de Aragón el principal
demandante, a las que se ha unido  la fervorosa petición del infante Fernando, hijo de
Alfonso VIII y heredero al trono de Castilla. Y todo ellos sin olvidar que la no renovación
de las treguas ha activado la movilización del ejército almohade en África, el cual también
se prepara para una acción en Al-Ándalus.
 
Los factores a favor de la cruzada han acabado imponiéndose sobre las diferencias entre
Toledo y Roma, cuando este 10 de diciembre Inocencio III ha garantizado la indulgencia
plena a todos los que apoyen a Alfonso VIII en sus campañas, unos beneficios
equiparables semajantes a los ofrecidos en las cruzadas, y que será perfeccionado a
primeros de 1212 cuando en febrero proclame efectivamente la cruzada hispánica contra
los almohades. Aunque eso sí, en el tema del dinero  serán los cruzados los que deben
sufragar  los costes, pues el papa retiene para sí la parte recaudada para una próxima
cruzada que tiene en mente y que deberá llevar a la definitiva recuperación de
Jerusalén.  
 
Inocencio III (49) y Jiménez de Prada (48) fueron dos grandes políticos de inicios del siglo
XIII que consiguieron importantes avances para sus monarquías. Ambos estudiaron en
las universidades de Bolonia y París, en las que probablemente coincidieron, y se
mostraron como grandes hombres de estado que interpretaron perfectamente la
ascendencia de las nacientes monarquías "nacionales" sobre la rígida estructura feudal
por entonces dominante.  Inocencio III gestionará con éxito, y con la ayuda de Francia, el
cisma imperial que está teniendo lugar en estos momentos y elevará las cuotas de poder
del papado en el IV Concilio de Letrán, celebrado poco antes de su muerte (1215),
mientras que Rodrigo Jiménez de Prada será un político fundamental en la consolidación
y expansión del reino de Castilla, tanto para Alfonso VIII como para su nieto y heredero
Fernando a partir de 1217, el futuro Fernando III El Santo.
 
 
IMAGEN SUPERIOR: RODRIGO JIMÉNEZ DE RADA (IZDA) E INOCENCIO III
 
 
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