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Crisis, palabra griega, se refiere al instante en que se decide un futuro, o sea, al punto en
el cual tiene que suceder algo, o todo lo contrario. Así, cuando la moneda de un volado
está en el aire, está en crisis, como el peso mexicano, y puede caer completamen te águila
o definitivamente sol, pero no quedarse volando. En medicina se llama crisis a ese
momento que ya no depende del médico, sino del paciente, en donde uno se cura de una
buena vez o se muere de una vez por todas, porque, en efecto, crisis, etimológicamente,
significa yo decido.
Quienes creen que la actual crisis nacional es algo terrible son unos optimistas; por eso
están tan apurados tratando de arreglarla. Los pesimistas están más tranquilos porque
saben que sólo ha pasado lo de siempre, es decir, ha sucedido otra vez el hecho de que
vivimos en México, país al que le encantan las sorpresas; país que no cree en el futuro,
sino que cree en el pasado, y por eso, y por eso lo reinstala cada tanto, cada sexenio; país
que no se traga el cuento de la realidad porque le gusta más la historia de la fantasía. En la
lógica lo contrario de una mentira es la verdad; en México, lo contrario de una mentira es
otra mentira: quizá lo único malo es que el encanto de vivir en México se paga en dólares.
Los realistas argumentan que la crisis de hoy se puede arreglar, y por ello andan diciendo
que el problema es muy urgente. Los fantasiosos creen que la crisis se debe comprender,
e insisten que eso es lo importante. Ciertamente, eso es lo que hay que decidir, si es
urgente o es importante, porque las dos cosas tienen estructuras psicosociales distintas.
Hay una paradoja: los que nos quieren sacar de la crisis son los que nos metieron en ella, y
la misma mentalidad que ahora hace changuitos para llegar al fin de la quincena también
es la que compró el último modular Panasonic a plazos. Así como hoy es urgente pagar las
deudas, así fue urgente ayer endeudarse. La estructura de lo urgente no aparece
solamente cuando hay una crisis por resolver, sino que es un modo de ser que existe de
antemano y que le inyecta a todo esa impulsividad; por eso, desde hace ya varios años
pareció muy urgente meter a fuerzas computadoras hasta en las cocinas, hoteles Hyatt y
Juventud Dorada, televisión por cable y satélite, tarjetas de crédito, aspirinas gringas y
Price Clubs, gente estudiando en Harvard, en Europa o de perdida en el ITAM, laptops
para que el niño haga la tarea. Si la memoria no falla, así como hoy andan corriendo de un
lado al otro componiéndonos la crisis, así andaban hace un año, siempre ocupados con sus
agendas repletas de desayunos urgentes, con la aspiración de tener juntas urgentes,
porque era muy urgente entrar al primer mundo. Lo urgente es la estructura de lo
perentorio efímero, lo que es de vida o muerte pero nada más por un ratito.
Dentro de la política. Este lugar enigmático de lo divino también está ocupado por alguien,
y es por eso que no nos conformamos con tener presidentes sino caudillos: éste es un país
de caudillos, desde Cuauhtémoc, hasta Cuauhtémoc, pasando por su papá, y por Madero,
Zapata, Villa, Juárez, Morelos e Hidalgo; Maximiliano se negó a serlo, y eso es lo que no se
le perdona, mientras que Don Porfirio ya fue rehabilitado por Enrique Krauze y Humberto
Zurita. Y así, entre caudillo y caudillo: caudillitos: nótese, por ejemplo, las ganas de erigir
mesías al presidente en turno. Lo mejor que uno puede hacer en este país es morirse a
tiempo, cosa que hizo a la perfección el Benemérito de las Américas, porque de otro
modo, al no cumplir con las expectativas, se le resentirá como abandono. No hay nadie
más odiado que quien fue adorado, nadie más traidor que aquél de quien se esperaba
todo: todo caudillo provoca el odio de la ilusión marchita. Esto la saben los cuatro
expresidentes que nos quedan vivos, y también lo sabe el Dr. Mejía Barón. Este panorama
explica por qué no se nos da la democracia, porque en las democracias no caben ni los
héroes ni los mártires que tanto nos gustan y que no vamos a dejar de tener nada más por
eso.
Si todo lo anterior hasta parece historia de amor, es porque lo es. En efecto, la historia
profunda de este país está hecha del material de las pasiones: es una estructura pasional
de rebote entre el amor y el desamor, todas las historias de amor son historias de vida y
muerte, de éxtasis y azote sin medias tintas ni moderaciones, tórridas o gélidas pero
nunca tibias, donde un minuto después de sentirse infinitamente absorto por la imagen
del otro, se cae en la duda, y la amargura. Es el típico salto sin red, donde tan pronto uno
está en las nubes como hecho pomada en el suelo. Por eso la respuesta se ob tiene al
deshojar una margarita es tan tajante, me quiere o no me quiere, sin concesiones porque
la estructura pasional no es un parlamento ni un mercado; ahí no se negocia ni se regatea.
La situación actual, que desde el punto de vista de lo urgente es una crisis, y en efecto los
enamorados las tienen, desde el punto de vista de lo importante es tan sólo un azote más
del desamor, y así como a cualquiera le entran insomnios en estas circunstancias, y vigila y
recela, y maldice y odia, y se hace el ofendido y tienen ganas de matar, así también el
comportamiento social en este momento es por el estilo; sufrimos para toda la eternidad
lo que durará un ratito, y después vamos a estar encandilados para toda la eternidad con
la próxima promesa, que también durará un ratito.
De esta estructura se pueden entender dos cosas: primera, por qué somos tan buenos
para hacer telenovelas, y segunda, por qué, según los cálculos, en 500 años, hemos
logrado tener aproximadamente diez minutos de democracia, desafortunadamente n o
registrados por ningún historiador. No existen los amores democráticos. La democracia es
la organización social que se aleja de los extremos del amor y el desamor, de dios y del
infierno, de la fascinación y la exclusión, y en ella no privan los arrebato s ni los arrobos,
sino la negociación, el diálogo, y los acuerdos, no hay gritos ni silencios, sino palabras
templadas; no existe lo sagrado, sino lo laico, y no promete ni traiciona, sino solamente
administra. La democracia es el desapasionamiento de la historia. La democracia es
segura, estable, pero poco emocionante, y por eso no encaja con la estructura mexicana, y
por eso también está presentando fisuras serias en los países desarrollados. La
democracia es la estructura de la justicia y el aburrimiento, y a nosotros nos gusta el
vértigo. La diferencia se puede ver en un dato dado por La Revista de cultura psicológica:
en las democracias, la gente bebe todos los días, pero poquito, en México, en cambio, se
bebe un solo día a la semana, pero hasta las chanclas. La euforia y la cruda son nuestro
laberinto de la soledad, nuestra jaula de la melancolía.
Se ha intentado hasta aquí, hacer un trabajo de psicología, de una psicología que concibe
a la sociedad y a la historia como una entidad psíquica. Por ello es pertinente pregu ntar
por lo que puede hacer esta disciplina en tiempos de crisis. El urgentismo le pedirá a la
psicología que si está viendo la procesión que se hinque, o sea, que deje de hacer lo que
está haciendo y atienda las urgencias, que se ponga a hacer psicoterapias al vapor para los
damnificados del dólar, que la docencia se concentre en dar cursos de sobrevivencia en el
campo de trabajo, que la investigación toda, haga proyectos, sobre las rodillas, porque así
se escribe cuando es urgente, en cuyo título aparezca la palabra “crisis”, que es buena
receta para obtener presupuesto. Después de todo, si las amas de casa se ponen a vender
productos Amway y Avon cuando la cosa está difícil, nada más natural que los psicólogos
vendan investigaciones de puerta en puerta., también marca Avon, compitiendo al tú por
tú con las cremas antiarrugas y otras desilusiones fortificadoras de la personalidad.
Cuando la ciencia se urgentiza, le sale la marca Patito y se vende a la salida del metro.
También habrá artículos, conferencias y tesis sobre temas como la repercusión de la crisis
en la autoestima, el papel del psicólogo ante la crisis y la representación social de qué,
pues de la crisis.
Si lo urgente se arregla sólo, lo importante no, porque su horizonte rebasa nuestra vida
diaria. Lo importante, es la crisis mexicana, puede resumirse como la necesidad de
comprensión de la estructura fuerte del país en que se vive, no ya en versión historia
patria para principiantes, sino alguna más refinada, lo suficiente para que la creamos con
mayor convicción que los discursos del progreso; para ello, la psicología, entre otras
ciencias del espíritu, tiene una posición privilegiada. Con una comprensión así se
compondrá la estructura de lo urgente, y de la mejor manera: desvaneciéndose.