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CRISIS NÚMERO 1995: Lo urgente contra lo importante

Pablo Fernández Christlieb


Facultad de Psicología, UNAM

Lo urgente no deja tiempo para lo importante


Mafalda

Crisis, palabra griega, se refiere al instante en que se decide un futuro, o sea, al punto en
el cual tiene que suceder algo, o todo lo contrario. Así, cuando la moneda de un volado
está en el aire, está en crisis, como el peso mexicano, y puede caer completamen te águila
o definitivamente sol, pero no quedarse volando. En medicina se llama crisis a ese
momento que ya no depende del médico, sino del paciente, en donde uno se cura de una
buena vez o se muere de una vez por todas, porque, en efecto, crisis, etimológicamente,
significa yo decido.

Quienes creen que la actual crisis nacional es algo terrible son unos optimistas; por eso
están tan apurados tratando de arreglarla. Los pesimistas están más tranquilos porque
saben que sólo ha pasado lo de siempre, es decir, ha sucedido otra vez el hecho de que
vivimos en México, país al que le encantan las sorpresas; país que no cree en el futuro,
sino que cree en el pasado, y por eso, y por eso lo reinstala cada tanto, cada sexenio; país
que no se traga el cuento de la realidad porque le gusta más la historia de la fantasía. En la
lógica lo contrario de una mentira es la verdad; en México, lo contrario de una mentira es
otra mentira: quizá lo único malo es que el encanto de vivir en México se paga en dólares.

Los realistas argumentan que la crisis de hoy se puede arreglar, y por ello andan diciendo
que el problema es muy urgente. Los fantasiosos creen que la crisis se debe comprender,
e insisten que eso es lo importante. Ciertamente, eso es lo que hay que decidir, si es
urgente o es importante, porque las dos cosas tienen estructuras psicosociales distintas.

En el terreno de lo urgente se ubican hechos tales como la devaluación, la fraudulencia


electoral, la inflación rampante y el desempleo galopante como si estuvieran echa ndo
carreras, las ganas de linchar a los corruptos y el desgarramiento de las vestiduras con el
agravante de que ya no alcanza para comprar otras nuevas, el cierre de empresas, los
pagos de deudas. Asimismo, forman parte de estas urgencias los posibles bro tes de
violencia y demás disturbios sociales, los conflictos entre clases o el estancamiento de la
movilidad social. En este terreno, no se trata de entender sino de arreglar, de quitarnos
como sea de encima eso que nos cayó por la espalda un día de diciembre del 94. Lo
urgente siempre es para hoy, y además es muy escandaloso.

La estructura de lo urgente puede reconocerse en todas partes: tiene la forma de la


velocidad y la fugacidad, como las ambulancias que cuando van a alguna emergencia
pasan hechas la raya y desaparecen. Así, tienen esta forma las modas que pasan más
rápido que ambulancias, las tecnologías que se hacen obsoletas para que compremos el
nuevo Windows, las noticias de primera plana que pasan una tras otra día tras día, las
decisiones estilo bolsa de valores que se toman en un segundo y cambian en el siguiente,
los medios de transporte de preferencia aviones, las comunicaciones por fax e internet y
satélite que no pueden esperar, los fast food como el McDonalds o los tacos en la esquina
de pie mientras pasa la pesera, y el dinero que circula, gánese o piérdase, sin detenerse
jamás. El acelere es la marca registrada de la urgencia. Quienes caen dentro de esta
estructura psíquica se mueven con rapidez, caracterizados por un movimiento febril,
medio dislocado e impaciente; hacen mil cosas a la vez, nunca dudan porque eso quita
tiempo, su reloj siempre marca el cuarto para las doce, son dinámicos y activos y los
anuncios de desodorantes están hechos para ellos.

Hay una paradoja: los que nos quieren sacar de la crisis son los que nos metieron en ella, y
la misma mentalidad que ahora hace changuitos para llegar al fin de la quincena también
es la que compró el último modular Panasonic a plazos. Así como hoy es urgente pagar las
deudas, así fue urgente ayer endeudarse. La estructura de lo urgente no aparece
solamente cuando hay una crisis por resolver, sino que es un modo de ser que existe de
antemano y que le inyecta a todo esa impulsividad; por eso, desde hace ya varios años
pareció muy urgente meter a fuerzas computadoras hasta en las cocinas, hoteles Hyatt y
Juventud Dorada, televisión por cable y satélite, tarjetas de crédito, aspirinas gringas y
Price Clubs, gente estudiando en Harvard, en Europa o de perdida en el ITAM, laptops
para que el niño haga la tarea. Si la memoria no falla, así como hoy andan corriendo de un
lado al otro componiéndonos la crisis, así andaban hace un año, siempre ocupados con sus
agendas repletas de desayunos urgentes, con la aspiración de tener juntas urgentes,
porque era muy urgente entrar al primer mundo. Lo urgente es la estructura de lo
perentorio efímero, lo que es de vida o muerte pero nada más por un ratito.

Lo importante, en cambio, es lo que es de vida o muerte aunque no nos pase nada si no lo


hacemos. Por eso se nota. La estructura de lo importante no se balconea, no anda a las
carreras ni se menciona en los discursos, pero ahí está, en el fondo de las promesas y los
desengaños y las crisis. De hecho se llama “importante”, no porque a alguien le importa,
sino porque, etimológicamente, significa que carga algo dentro, que trae algo, como las
importaciones, que tienen la misma raíz gramatical.
Esta estructura es mucho más vieja que la de la urgencia y se mueve con toda lentitud. En
versión de historia patria para principiantes, se puede decir que nace el mismo día en que
llegan los españoles y que son recibidos como dioses, es decir, como portadores de lo
extraño, poseedores de lo desconocido, y producen el éxtasis y la sumisión, la impotencia
como prueba de la existencia del poder. Desde entonces, la figura de México es la de algo
sagrado que nos ampara en un momento y nos desampara de repente: el paraíso y el
infierno a la misma hora. Aquellos hombres blancos barbados sobre bestias escupiendo
fuego se convirtieron cinco siglos después en un chaparrito calvo y orejón con bigote, pero
que todavía produce mezcla de fascinación con furia de éxtasis y condenación. Por esa
mezcla de cobijo y abandono, este país se la pasa dando bandazos entre la alegría y la
melancolía, entre la fe y la duda. La historia mexicana es el recuento de los arrebatos que
van de la comunión a la exclusión, del centro del universo a la periferia del tercer mundo.

La necesidad de la presencia de un lugar sagrado, mítico, místico, que funcione como


centro de nuestra fascinación y máquina de nuestras esperanzas, fuera del cual todo es
traición y desaliento, se ve por todas partes en este país. Puede verse en la existencia de
la Ciudad de México como lugar donde está todo el poder, toda la historia, tod o el
conocimiento, toda la realidad, centro de atracción porque todos la visitan y centro de
repulsión porque los que la vistan quieren matar un chilango; se ve también en el modo
de aclamar y olvidar boxeadores, futbolistas, cantantes y líderes populares, en la historia
desde la conquista, pasando por la independencia y la revolución, que está hecho sólo por
héroes y mártires rodeados de multitudes amorfas, en la estructura familiar todavía
imperante con una madre al centro, y por supuesto en la religión, ya sea la que se oficia
en la Villa o la que se oficia en Avenida Chapultepec No 18. Todos éstos son casos de un
punto de fascinación, dentro del cual todo es felicidad y si el cual todo es miseria.

Dentro de la política. Este lugar enigmático de lo divino también está ocupado por alguien,
y es por eso que no nos conformamos con tener presidentes sino caudillos: éste es un país
de caudillos, desde Cuauhtémoc, hasta Cuauhtémoc, pasando por su papá, y por Madero,
Zapata, Villa, Juárez, Morelos e Hidalgo; Maximiliano se negó a serlo, y eso es lo que no se
le perdona, mientras que Don Porfirio ya fue rehabilitado por Enrique Krauze y Humberto
Zurita. Y así, entre caudillo y caudillo: caudillitos: nótese, por ejemplo, las ganas de erigir
mesías al presidente en turno. Lo mejor que uno puede hacer en este país es morirse a
tiempo, cosa que hizo a la perfección el Benemérito de las Américas, porque de otro
modo, al no cumplir con las expectativas, se le resentirá como abandono. No hay nadie
más odiado que quien fue adorado, nadie más traidor que aquél de quien se esperaba
todo: todo caudillo provoca el odio de la ilusión marchita. Esto la saben los cuatro
expresidentes que nos quedan vivos, y también lo sabe el Dr. Mejía Barón. Este panorama
explica por qué no se nos da la democracia, porque en las democracias no caben ni los
héroes ni los mártires que tanto nos gustan y que no vamos a dejar de tener nada más por
eso.

Si todo lo anterior hasta parece historia de amor, es porque lo es. En efecto, la historia
profunda de este país está hecha del material de las pasiones: es una estructura pasional
de rebote entre el amor y el desamor, todas las historias de amor son historias de vida y
muerte, de éxtasis y azote sin medias tintas ni moderaciones, tórridas o gélidas pero
nunca tibias, donde un minuto después de sentirse infinitamente absorto por la imagen
del otro, se cae en la duda, y la amargura. Es el típico salto sin red, donde tan pronto uno
está en las nubes como hecho pomada en el suelo. Por eso la respuesta se ob tiene al
deshojar una margarita es tan tajante, me quiere o no me quiere, sin concesiones porque
la estructura pasional no es un parlamento ni un mercado; ahí no se negocia ni se regatea.
La situación actual, que desde el punto de vista de lo urgente es una crisis, y en efecto los
enamorados las tienen, desde el punto de vista de lo importante es tan sólo un azote más
del desamor, y así como a cualquiera le entran insomnios en estas circunstancias, y vigila y
recela, y maldice y odia, y se hace el ofendido y tienen ganas de matar, así también el
comportamiento social en este momento es por el estilo; sufrimos para toda la eternidad
lo que durará un ratito, y después vamos a estar encandilados para toda la eternidad con
la próxima promesa, que también durará un ratito.

De esta estructura se pueden entender dos cosas: primera, por qué somos tan buenos
para hacer telenovelas, y segunda, por qué, según los cálculos, en 500 años, hemos
logrado tener aproximadamente diez minutos de democracia, desafortunadamente n o
registrados por ningún historiador. No existen los amores democráticos. La democracia es
la organización social que se aleja de los extremos del amor y el desamor, de dios y del
infierno, de la fascinación y la exclusión, y en ella no privan los arrebato s ni los arrobos,
sino la negociación, el diálogo, y los acuerdos, no hay gritos ni silencios, sino palabras
templadas; no existe lo sagrado, sino lo laico, y no promete ni traiciona, sino solamente
administra. La democracia es el desapasionamiento de la historia. La democracia es
segura, estable, pero poco emocionante, y por eso no encaja con la estructura mexicana, y
por eso también está presentando fisuras serias en los países desarrollados. La
democracia es la estructura de la justicia y el aburrimiento, y a nosotros nos gusta el
vértigo. La diferencia se puede ver en un dato dado por La Revista de cultura psicológica:
en las democracias, la gente bebe todos los días, pero poquito, en México, en cambio, se
bebe un solo día a la semana, pero hasta las chanclas. La euforia y la cruda son nuestro
laberinto de la soledad, nuestra jaula de la melancolía.

Todo lo que es urgente, incluyendo el deseo, tiene la dinámica económica, es decir, de


gasto, desgaste, acumulación, despilfarro ya sea de energías, tiempo, dinero o espacio,
por lo cual la resolución se hace en los mismos términos. En el caso de la crisis actual, la
cantaleta de los urgentistas es la de reducir el gasto que no es urgente. Así, puede verse,
se desestiman todas aquellas actividades e instituciones que no sirven para producir
dinero o empleo o cualquier resultado comúnmente justificable. Lo primero que se
soslaya es el renglón de la cultura, esa inútil bonita: cierre de las galerías, falta de apoyo al
cine mexicano, estrechez asfixiante de las editoriales, ausencia de empleos para
sociólogos, filósofos, historiadores, críticos, literatos, o dicho más concretamente,
congelación de plazas en universidades y otros centros de cultura. Por su parte, la gente
deja de compra libros, revistas y periódicos, va menos a conciertos, se interesa menos por
el conocimiento impráctico y deja de perder el tiempo en actividades culturales, y si acaso
le entra tantita culpa, va a alguna presentación de libro al rango de sana diversión para
toda la familia. En suma, lo que hace la estructura de lo urgente es reprimir la cultura de lo
importante.

Se ha intentado hasta aquí, hacer un trabajo de psicología, de una psicología que concibe
a la sociedad y a la historia como una entidad psíquica. Por ello es pertinente pregu ntar
por lo que puede hacer esta disciplina en tiempos de crisis. El urgentismo le pedirá a la
psicología que si está viendo la procesión que se hinque, o sea, que deje de hacer lo que
está haciendo y atienda las urgencias, que se ponga a hacer psicoterapias al vapor para los
damnificados del dólar, que la docencia se concentre en dar cursos de sobrevivencia en el
campo de trabajo, que la investigación toda, haga proyectos, sobre las rodillas, porque así
se escribe cuando es urgente, en cuyo título aparezca la palabra “crisis”, que es buena
receta para obtener presupuesto. Después de todo, si las amas de casa se ponen a vender
productos Amway y Avon cuando la cosa está difícil, nada más natural que los psicólogos
vendan investigaciones de puerta en puerta., también marca Avon, compitiendo al tú por
tú con las cremas antiarrugas y otras desilusiones fortificadoras de la personalidad.
Cuando la ciencia se urgentiza, le sale la marca Patito y se vende a la salida del metro.
También habrá artículos, conferencias y tesis sobre temas como la repercusión de la crisis
en la autoestima, el papel del psicólogo ante la crisis y la representación social de qué,
pues de la crisis.

Moverse frenéticamente en la urgente situación de alarma y emergencia, además de que


es muy emocionante, siempre suena concientizado, politizado, solidario: da buena
conciencia. Pero hay una mala noticia para las buenas conciencias, a saber que lo urgente
se arregla solo, es decir, que la gente tiene perfecta capacidad de sobrevivencia, y uno
podrá sentarse en calma a sorprenderse de ver como los grupos e individuos de la
sociedad civil saben moverse por la vida ciudadana sin necesidad de que los expertos les
digan cómo: el verdadero know how, la auténtica aplicabilidad, la experta empiria en las
calles y en las casa. La sociedad mexicana ya hace muchos años que vive a pesar de sus
gobiernos y sus economistas. En tiempos de crisis, como en tiempos de terremoto o de
cualquier otra catástrofe, lo más recomendable es no tratar de dirigir a la gente, sino
formar parte de ella.

Si lo urgente se arregla sólo, lo importante no, porque su horizonte rebasa nuestra vida
diaria. Lo importante, es la crisis mexicana, puede resumirse como la necesidad de
comprensión de la estructura fuerte del país en que se vive, no ya en versión historia
patria para principiantes, sino alguna más refinada, lo suficiente para que la creamos con
mayor convicción que los discursos del progreso; para ello, la psicología, entre otras
ciencias del espíritu, tiene una posición privilegiada. Con una comprensión así se
compondrá la estructura de lo urgente, y de la mejor manera: desvaneciéndose.

La psicología, social e individual, educativa y clínica y por supuesto industrial, ha aceptado


como correctos el conocimiento y la conciencia normales de esta sociedad, y su papel ha
consistido en ser un buen empleado, cuyo trabajo es, no hacer cosas, sino corregir los
desperfectos de las ya hechas, componer los desajustes de la maquinaria social, arreglar a
tipos que amenazan con dejar de ser normales o que se declaran infelices en medio de
tanta normalidad de siglo veinte. La sociedad produce sus neuróticos/neuróticas y
depresivos y luego los anda para que se los arreglemos. La pregunta es por qué y para qué
creerle a una sociedad que lo que mejor produce es cocacolas, neuróticos, depresivos y
estrellas del Canal 2. Es curioso que la ciencia de la conciencia acepte sin chistar la
conciencia que fabrican los tecnócratas, los administradores, los empresarios y los
políticos, que son los que deciden como debemos ser felices.

En efecto, hay algo importante que la psicología puede hacer y es trabajar en la


construcción de otra conciencia y del inconsciente que le resulte, en la generación de
otros modos de pensamiento, en la invención de otros sentimientos, en la preparación de
otra manera de percibir y tocar el mundo. Si queremos otra sociedad, necesitamos otra
conciencia. Esto no es un sueño de opio, se puede empezar hoy en la tarde, porque el
modo de conocer y sentir actual es sólo una de las posibilidades con que contaba la
cultura occidental, y en ella misma ya se encuentran otras. Es por demás evidente, que
otro tipo de realidad requiere otro tipo de psicología. La forma de empezar esto es, por
ejemplo, hacer más investigación básica a sabiendas de que toda investigación realmente
básica es medio filosófica; asimismo hacer más investigación, no interdisciplinada, sino
desdisciplinada e indisciplinada, para no fragmentar el conocimiento en cubículos y
especialidades; también hacer más investigación teórica, tan desprestigiada hoy en día; y
por supuesto, conocer mejor, en su historia, en su epistemología y en su política a la
propia disciplina, para volver a saber qué quiere decir empiria, qué quiere decir
experimentación, qué quiere decir docencia, qué quiere decir ciencia, y de paso qué
quiere decir psicología, cuya definición desconocemos y nos ha dejado de importa r. En
resumen, se trata de hacer psicología, no de fenómenos terminados, de hechos
consumados, sino una psicología de proyectos, un proyecto de conciencia. También es
evidente que una psicología de proyectos es en sí misma un proyecto de psicología.

Una psicología de lo importante parte de dos consideraciones con respecto a la crisis. La


primera es medio grosera, y consiste en deslindarse de las urgencias de los urgidos,
porque la lógica de sus apuros no es la lógica de nuestras preocupaciones. La segunda es
humilde, pero elegante, y consiste en darse cuenta de que es perfectamente factible una
psicología de bajo presupuesto, sin los recursos que nos quita la crisis o la corrupción,
porque todo lo que se necesita es papel y lápiz y una comunidad científica con quien
poder discutir. Esto cuesta menos dinero y mucha más voluntad que una Mac.

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