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•v-
♦
LEYENDAS VASCONGADAS.
LEYENDAS VASCONGADAS.
MADBID,-IStl.
j i] Cebr |i'-ja.,
r.i i , Ortcvla Sl.i .
' „..rri.f... ' v.' .
Es propiedad del autor y se tendrán por furtivos los
' ejemplares que no esten rubricados y con la contraseña
del mismo.
OTUmENIK.
, , II., . ». *»
Es aphaqye dp todos, los , pantos, rooala¡iese*:e|l s*e.
mas,ó menos inclinados a, creerir^lo,que.sea'9QU(iefr
nat,ural y maravilloso. Sea quesea .estos p¡aiaes la n^ty,r .
raleza se Dre^euta do un,* manera, mas imponente;^
riendo las,imaginaciones de los sencillos hsbitaatsg.<}p,i
las montañas,,ó sea por otras ra?QnflS que de¿a*nos.áiIa,
consideracion de observadores mas profundos, ,ella,es.
qu.e lasesparpa,d3s orillas del,Rhin,|5BlRicadas.de,ruj>iss
deludalesi castillos,, las m,antaSas.ry,lagps,de.la Esf^fcr.
ciarlas áridas rpcas de las .Hebridas,, copip las esteflsas.
y quebradas laudas cubiertas , de maleza de. la, verid*
Erin,, tienen las ,una.s,sus gnqmos «^cJweiMÍe?, las otras.
sus dapias blancas cabalgando sobte fantásticas hawk7
neas, estas sus peris,juguetonas , a,q aellas ,sus.uz)üí¿f
danzarinas, ¡y,.)iodas,ür^a^numer^bie,a|^t|fcu^ dé ^otfp
misteriosos, cuyos gritos, danzas, juegos y aereas ca-
237983
algatas han visto á la pálida luz de la luna ó entre la
ruma que sube de los torrentes, para posarse á mane-
a de dosel , sobre las copas de los árboles seculares de
los bosques.
Si algun viajero despreocupado se sentase en el ho
gar hospitalario de estos paises, y al oir las maravillo
sas aventuras que el mas anciano de la familia relata
con la mas envidiable buena fé , al paso que los demas
lo escuchan con religioso y ejemplar silencio ; si este
viajero, repetimos, tuviese la desgraciada ocurrencia de
interrumpir la relacion , bien sea con un bostezo , bien
con otro signo mas ó menos marcado de incredulidad,
veris, á toda la reunion alzarse en masa y protestar
contra aquel acto , no ya de descortesia , sino de inju
riosa duda: duda que rebajaria en mucho la importan
cia del Canton ó comarca, que se creeria de menos va
ler que sus circunvecinas si no tuviese en su territorio
uno de estos seres, no definidos hasta hoy , pero en
contacto con los habitantes y ejerciendo directo influjo
en todos los actos importantes de su vida sencilla y
monótoaa.
T para que el incrédulo viajero se convenza, no faltará
algun robusto pastor que jurará por la Biblia haberse des
pertado una noche por el ligero beso de una blanca vvi-
lli que arrancándolo del lecho de heno, le ha conducido
al bosque vecino, y alli lo ha abandonado al amanecer,
molido y quebrantado , merced á las rápidas vueltas de
algun wals ú otro baile mas violento.
Recordará el anciano haber visto en su mocedad á 1»
Vil
dama blanca del castillo inmediato, pasearse á caballo
por la selva , con el halcon encaperuzado al puño y e'
acompañamiento obligado de la trompa de caza y los
ladridos de la jauria.
A estas aseveraciones , que nadie pone en duda , se
guirán las de la decrépita dueña de la casa que ha visto
con sus propios ojos á un travieso duendecillo verter
la sal, echar agenjo á los pucheros y aun llevar su auda
cia hasta el estremo de atar una sarten vieja á la cola
del gato mas venerable de la casa.
A tan irrecusables testimonios no hay duda que re
sistir pueda, y el viajero se ve obligado á convenir en
que realmente existen duendes, vvillis, peris y damas
blancas, volviendo de este modo á captarse la benevo
lencia de sus patrones.
En cuanto á mi, soy de parecer que es mejor dejar
á estas buenas gentes sus creencias, que á nadie per
judican, encomendando al tiempo el cuidado de su des-
eBgaño, que meternos á reformadores tratando de des
arraigarlas, Por otra parte, los pueblos que en su sen
cillez creen estas cosas, son generalmente los mas vir
tuosos, los mas pacificos, los mas honrados, los mas
dispuestos á la observancia de les preceptos religiosos
ylos mas inclinados á obedecer las leyes emanadas de
sus respectivos gobiernos.
Con tales circunstancias en su favor, bien pueden dis
pensárseles estas creencias, que en cierta manera los
predisponen á no dudar de otras mas interesantes.
T además, ¿cómo pasarian las largas veladas del in
VIH
tierno si caree¡esen de estas maravillosas historias,
^pe relatadas al amor de la lumbre en buena paz y
*ompana, sirven de pasto á su imaginacion y de alivio
á sus cuerpos fatigados con el rudo trabajo campestre?
¿No es esto preferible á ocuparse de asuntos politicos,
ó i disputar acerca de la dignidad del hombre, acerca
de sus derechos, sin que el que con sus escritos haya
lecho sustituir estas perniciosas al par que estériles
cuestiones á las anteriormente indicadas, se haya to
mado Id molestia de mostrarles con antelacion cuáles
son sus deberes?
Convengamos, pues, en que son felices al menos
mientras dure la velada y la maravillosa conseja, y no
agriemos con nuestro necio escepticismo el placer que
aquellas gentes esperimentan. Y volviendo á mi asun
to, del cual me he separado en demasia, voy á mi vez
á sacar á plaza las creencias mas ó menos arraigadas
de nn pueblo, en cuyo territorio se ven montañas como
en Escocia, verdes colinas como eo Irlanda, rios de es
carpadas orillas como en Alemania, costas sombrias é
Inhospitalarios como en las Hebridas. ,''
Y este pueblo es el vascongado: pueblo sui géneris'.
«on su idioma magnifico, original, á ningun otro pare
cido: con su imaginacion brillante y poética' con sus
costumbres sencillas, patriarcales: con su amor idóla -
toa hacia sus montañas: con sus creencias religiosas
profundamente arraigadas: con sus asombrosos adelan
tos, sus virtudes innegables: con su admirable admi-
iiistracion dig^na de ser imitada.
IX
Este pueblo tan parecido topográficamente á los an
teriormente citados, lo es tambien en su inclinacion á
crear entes fantásticos, conocidos con el nombre de
Lamias en las borrascosas costas, de Éassa jaon ó jau
ria en sus interminables bosques, ¡de Maitagarrya en
las frondosas florestas, y de Sorguiñas en los soli
tarios descampados y en los cauces profundos abier
tos por los torrentes.
LEYENDA PRIMERA.
Aquelarre.
i.
III.
'
LEYENDA SEGliDA.
Lamia.
Leyenda maritima.
i.
n.
ID.
La aurora asomaba su faz por el horizonte: abrianse
las puertas de las casas de Pasajes; los muelles iban
llenándose de gente y notábase en la babia un rumor
' — a» —
producido por los golpes secos de los remos, por las
cantinelas de los grumetes que limpiaban las cubiertas
de los barcos y otros [mil ruidos que soo la alborada
de los puertos de mar, como el canto de los pájaros lo
es de los bosques.
Uoa densa niebla cubria la superficie de la bahia re*
posando perezosamente sobre las azuladas aguas: al
gunos mástiles asomaban sus topes sobre la niebla, y
tal cual flámula solitaria y decolores brillantes, presen*
taba sus pliegues, y giaciosas ondulaciones á les tibios
rayos del sol naciente, y al soplo de la brisa fresca y
juguetona.
La niebla, hasta entonces inmovil, empezó á con»
moverse: elevábase i veces formando torreones y cas
tillos, y cuando su fuerza de ascension cesaba, volvia
á caer en lluvia de espuma blanca y esponjosa. Otras
veces, cediendo al impulso de las mansas olas, recor
ria en confusas y mudas oleadas la superficie espacio»
sa de la bahia é iba á chocar silenciosamente contra los
ennegrecidos muros de la fortaleza de Pasages, preci
pitándose enseguida al mar por el estrecho que con
nuce al puerto.
El sol fué adquiriendo. fuerza: elevóse majestuoso y
radiante en el espacio y la niebla fué haciéndole mas
diáfana, mas ligera. Poco á poco se desprendieron,
de aquella masa blanca algunas porciones, que, con
vertidas en vapores sutiles y semejantes á gasas vapo
rosas y aéreas, desaparecieron; ya formando graciosas
guirnaldas, ya tomando formas caprichosas de árbor
— 56 —
ies copudos, de ciudades flotantes ó de animales fabu
losos. ,
Descubriose al fin toda la bahia, como la decoracion
de un teatro al levantarse el telon de boca, y el sol
inundó con sus rayos de oro las aguas, los barcos, las,
caserias y montañas.
Pero en vano los ojos escudriñadores de los marine
ros, buscaron entre los demás buques el casco negro y
rojo del Requin.
El barco misterioso no 'se balanceaba ys en las
mansas aguas de la bahia.
Este suceso fijó por un momento la atencion de
los habitantes de Pasages y fué objeto de animadas
conversaciones : pero estas cesaron muy pronto;
pues otro suceso no menos notable preocupaba los
Animos.
La Atrevida, la mas ligera de las caravelas guipuz-
coanas, se disponia á levar anclas é iba á dirigir su
rumbo á los bancos de Terranova. Jorge, su capitan,
recorria la embarcacion de popa á proa ejerciendo
una vigilancia estrema y presidiendo el embarque de ro
pa, provisiones, redes y arpones. Y por cierto que todas
cuantas precauciones se tomaban, las justificaba lo pe
ligroso del viaje á regiones casi desconocidas, endonde
se sostenian luchas gigantescas con furiosos huracanes,
y mónstruos marinos de corpulencia tal, que con sus
acometidas hacian zozobrar embarcaciones de mediano
porte.
Concluidos los preparatiros de marcha , saltó Jorge
— 57 —
i un ligero esquife, y al vigoroso impulso de los remos
te acercó rápidamente á tierra.
Ed la playa, fijos los llorosos ojos en la laneha, per
manecia la desconsolada Blanca aguardando el abra
zo de despedida del intrépido marino. Las largas
trenzas de sus cabellos de ébano flotaban en sus
espaldas á merced del viento , y sus brazos esten
didos hácia el mar estrecharon el robusto cuello de
Jorge.
—Enjuga tu llanto , Blanca mia , dijo abrazándola;
pronto me verás llegar cargado de despojos.
—Dios te oiga , amado mio, contestó la joven. '
—Y entonces, prosiguió el marino, nos uniremos
para ta separarnos jamás.
—Oh! Jorge! esclamó Blanca sollozando; tengo mie
do, mucho miedo.
—Miedt ! preguntó Jorge con estrañeza : miedo T y
de qué?
—El Requin ha desaparecido ; fué la contestacion
de la doncella.
Jorge dirijió la vista hácia el sitio en que estaba an
clado la vispera, y observó por primera vez la ausen
cia del buque.
—Y qué tiene eso de estraño 1 preguntó : acaso te
mes que Beau-ssac me ataque en alta mar ? Si asi fue-
tt, te aseguro que se encontraria con un hombre que
no le tema.
—No sé, Jorge; pero tengo un presentimientojde qut
este viaje no será feliz.
—Confiemos en Dios , Blanca mia, que él nos liber
tará de los peligros.
—rSea «i: pero qué qn'ieres... te amo tatoto, qUe me
he Suelto timida por ti. Además de quenoptredo se
rrar de'mi mente la; escena; de anoche. Confiesa que
le dejaste llevar de la cólera.
—Yo?pues habia de permitir que te iusuHasen á i*l
'presencia?
—Oh ! aun me quema la megil'a en que el menguado
me besó, dijo Blanca ruborizada.
—Vive Dios , que no to volverá á hacer.
—Guárdate, íorge, Guárdate. Tengo muy presente ej
diabólico gesto que hizo al salir.
—Y qué me importan á mi sus gestos?!Te aseguro
que ahora mas que minea me pesa el no haberla clava
do una buena puñalada.
—'No digas eso , amado mio ; un viaje en alta mar
despues de un homicidio, no puede ser teiiz.
-¿Pero ya que no lo he cometido , de esperar es que
no nos suceda una desgracia. Mas el tiempo vuela y ya
mi tripulacion me aguarda impaciente. Adios , Blanca
rafa , adios.
—Jorge, contestó llorando la jóven ; no te espongás
á los -peligros sin necesidad : acuérdate que dejas en
esta playa una muger que morirá si tú moeres'. A'hora,
áfiadió desciBéndose una hermosa faja de seda amari
lla , toma este recuerdo mio, y adios.
El marino 'besó el donde su amada , ábra¿61a con
•fusion y se lanzó á la lancha.
— S»V-
Cioco minutos despues la caravela, salvando la, boga
del puerto eu medio de las aclamaciones de, todos los' '
habitantes de Pasageg, se balanceaba en el mar coa sus
velas triangulares desplegadas, y la faja de Blanca iza
da en el tope de uno de sus palos.
IV.
V.
■a*a Janna.
II.
m.
b
e¡rpK"7 'BSTUIT WHBBK1S KMtñftB s* ;ilo
— Bih! bah! contesto riéndose. Que se presente
ese señor á veinte pasos de distancia , y ya veremos
para qué le sirve su agilidad.
— Diablo con el muchacho! esclamó el prior.' ¿y ten
drias suficiente serenidad para apuntaile bien?
—Y porqué no? contestó bebiendo de un splo.tiago
un vaso de supurado, . . ,. , ¡.,. ,n,
—Pues yo te juro en mi ánima, que echarla á po.rr^r
apenas lo divisase. . ,.
—Pronto te alcanzaría ; le contestó mi tio. Pero no
tengas cuidada ; yo te prometo que su piel abrigará tusv
pies este invierno. . , , ", , ,
,—Dios lo quiera : te aseguro que no faltará quien to
lo agradezca. L03 pobres arrieros están acobardados,
con la fiera que los persigue encarnizadamente.. ¡I
—Y hacia qué punto se deja ver con mas fre
cuencia? . , r¡ i„
.—En el camino del portillo de Francia. , '., ,,,),., ¡
—En el paso de Roldan?
-Si, .01,.
—Muy bien. Ahora, señores, vamonos á dormn,, que
mañana es preciso madrugar. ^ ._ ^ .
Rezó el prior el üenedicite, aparecieron los criados
eon luces, y cada uno se dirigió al aposento que le es
taba destinado. Eran las once de la noche, y la cena
habia durado dos horas y media.
Francisco y yo nos encontramos unicos propietario s
de una mediana sala, desde cuyas dos rasgadas venta
nas se divisaba el lindero de un bosque inmediato'. No
pude resistir al placer de contemplar aquel agreste pai-
sage, cubierto de nieve é iluminado por la luna , cuyo
brido purisimo sé estendia por todo el firmamento, sin
que la mas ligera nubecilla viniese á empañarlo, ' ' " ' '
Abri en consecuencia una de las ventanas , y aso'má-
. .J I. .¡.' I .«V ." '.' i¡ n.. ll¡
— 115 —
do á ella, páseme á contemplar el espectáculo que te
nia ála vista.
Si cuando llegamos al monasterio me habia formado
la ilusion de que me encontraba en uno de los castillos
feudales de la edad media, poblado de pajes , damas y
caballeros, aquella fue adquiriendo mayor' fuerza de
realidad, cuando me asomé á la gótica ventana. "
Descubriase al frente y en primer término una vast8
llanura cubierta de nieve congelada , que al reflejo de
los rayos de la luna, parecia ser un blanquisimo tapiz
sembrado de brillantes, topacios y esmeraldas.
Mas allá se divisaban, medio veladas por una ligera
neblina, las casas del puebla de Burguete. "
A mi derecha, elevábanse hasta confundirse con el
azut mate de la atmósfera , los elevados picos del Iru y
de las demas montañas que forman aquella cordillera
titánica.
Á mi izquierda, el espectáculo era mas sorprendente.
Robles seculares, centenarios pinos, se reian despoja
dos de su follaje, moviendo lentamente sus copas al
soplo de una feble y helada brisa. Los negros tron
cos resaltaban ñas' y mas sobre el fondo blanco de
la llanura, y sus gigantescas ramas semejábanse' á'16s
br.izos descomunalps de alguna fantasma colosal. "
En medio del sepulcral silencio dé la noche, tari so
lo interumpido por el ruido lejano de los torren tes»
mi oido percibia algunos sonidos estraños, que aunqua
débiles en un principio, iban haciéndose mas percep
tibles. Mi primo se habia' acostado f dormia prófun-
= Stf =
ate,. Quise despertarlo para hacerle notar aquella
circunstancia; pero me despidió echando pestes y re
niegos, y hube de renunciar á su compañia. Entre
tanto aquel sonido singular, que tanto me preocupaba,
liba gnecieudo por grados! g^m ^~.^ ^ J¿¿
Sena ilusion mia? Tal vez.
Mi acalorada fantasia, mas acalorada con las j^a
ciones de la cena y el espectáculo que tenia á la vis
ta, presentábame aquel heroico combate de los ejér
citos de Cario Magno, contra los montañeses navarros'
Si, si; ese era sin duda el ruido que oia; el crugir de las
lanzas, el relinchar de los caballos, él choque de las pie
dras contra las corazas, el silbido de las flechas, los
graos de los vencedores, los ahuliidos de los heridos,
el estertor de los moribundos Si, si; ya estaba es-
plicada la causa del rumor que llegaba á mis oidos^
Iba á cerrar' la ventana para acostarme ú mi vez,
cuando percibi, sin que me quedase duda alguna, un
grito claro, penetrante que chocando en las peñas ve
cinas, se prolongaba hasta lo infinito, repe,ido por los
' ffffIT'BOn o ! .r.wid ;,bi,i~ij y «Ido'l emj '¡b olqoa
•; ' -Francisco, Francisco! grité á mi primo sin poderme
«.fl°PHflWiii,',miiw <eur i 'c'.'ftin'una w- v .r.mng!l el
—iPéjame dormir con mil diablos; si no me marcho
á la cocina; me dijo de muy mal humor.
—Levántate, repliqué sin hacer caso de su repulsa,
aqui sucede algo de estraño. .;,im
-Y qué diablos quieres que suceda?
No losé; pero he oido un ruido
—Véteal demonio con tus^d^j ?t¡
Eq esteliripWtfVAffKgMK "WfiWn8? W1^ g#±2 de
•rfMHfenr..Jfii 'n » i;' «hr.v.i :);> fuimosv ri ",iiq óivO
snrr<Mh«<4tti<Vr¿ :W.fa-iffi.tfSS.' S*p« MffiHMPV
.ípwc^dfl^e,»,}» venUqa.cQnm^q,^ „;Ms 6, n9 ¡j9ffl
,T^L&,^Voj, oyendo b£)pe Bjed^gy^j (fl B'w
-or*;*tyTf* ,6«„4or.q^.,esp.d¡i/};,y/?ly^ndplo^.^ g0¡
—Y qué es ello? le pregu^qo^M¡fti¡i.Rnoi ,0,0,
MlTrf$«M>Mta rR"1^ a^e ia&p Jab^irAjjidiien-
— Toma 1 [T^./d^J(WndBP^nPW^P^^WWiW
-aunó «q «l,pwtiHoi i^po^dtó.aietjéB^os^^caniijijla-
mente en el Ii-cho, ..,'p f'ol ••b '•r'»T tassa »b ¡'sq
-i ' lapbsM*me. ¡í«e «pptoPief¡;|fl fiWfTfpftHftWf.W;»-
xo»c46, y,ta*l*)fnos,i#ia ¡cU,¡pqtoK ^p^ad^^rcj^íje
Harórfe^fenUBmas ,y aparecidos,, tnt ,„ 0(OH 0¡, i„n
ig .~TlUo, ra¡i vecesjuJU: m&frt^'^foffikl0
que .«s.pBPeÜOT.en las un^er^ade^.?,^. ^ft$,My
bpittM»'*hí-' Cysn'flue ro .ge, aparejabais ^SfieMiW
cuerpo que han queda4q.wjiep«tto5jty^ ^gf^j^re
ñaña, si es que vi\$3,„,|a <jgp Jhjfls,, v\sf.o. Sa,^ sinp).8|}I
¿tyrawsnw;á pas.ear;tp,#pr ese^squ^p .enhen/je, y
.W: f?esp9»4p,;,de que. apt.e^, 4$ ^^r.^;incu^'njta^a-
MN DE LA LEYENDA ClXtttTA.
I I
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. .f . . . .» ' 'M
. LEYENDA QUINTA. .;
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... .' ' ' ' '
' *
Mallagarrl. (I). . ,
Iturmoz (2).
La Bruja de ZaldüíI.
I , i .; ' • •' . ! . '
Media noche era por filo, cuando se abrió lenta
mente la puerta esterior del caserfo y entró en la co
cina una muger anciana. El mastin alzó la cabeza,
lanzó un gruñido sordo, se acercó á la reden venida,
la olfateó y volvió á tenderse indolentemente. La mu
ger arrojó algunas ramas secas al fogon, y una luz
brillaste iluminó' el Hogar hospitalario. La anciana re
medó el canto del buho con una perfeccion inimitable,
j muy pronto se sintió un paso ligero que hacia tem
blar la. escalera de madera que conducia al piso supe-
liar. Dominica, la mas joven de las hijas de Pedro
Itnrrioz, acababa de entrar y se paró á alguna distan
cia de la estrangera revelando en su rostro temor y
dera en que se habia sentado su interloaatarai el
majalin se acurrucó frente á Dominica, y.appjuisu'lBie-
ligente cabeza en las rodillas. ,, ..;•;'' •
Aqnel grupa iluminado ;por la luz del fogo»* T>des
tacándose del fondo negro de las paredes abumadasv
tenia cierto barniz de hechicerfa. La anciana, coa<M
rostro arrugado y moreno, sus. redondo» ojillos 'de
nasmovilidad estraordinaria, con sus .cabellos .e»t*e-
canos y despeinados, y con su nariz larga y puoitiagv-
4a* Jomaba un contraste estcaóo.coa las frescas saeji-
lias, los hermosos ojos negros, el talle esbelto y la.
sonrisa de Dominical fiara completar este, cuadro 'aña
diremos, .que la anciana acercaba s» rostio á 1» tam
frente de la joven, y que el mastin seguia con vistan
perspicaz. todos las movimientos de la bruja.
—He has llamado, .Dominica, .dijo'eataioon voj»cas-
cada; y aqui me tienes: ¿qué deseas de mi? . u „'
—Deseaba saber, contestó lajóven con voz tem
blona, quiénes han sido los vencidos en la batalla>que
ae ha dado en la frontera.
—Nada mas? ,preguntó la bruja Ajando con' iaM»
«ion su mirada.em Dominica. : ,,./....'•', f
—Nada mas: volvió á coatestar su. intecloouta*»
bajando los /ojo», '• i- >poihi'
—.Bien: abre esa ventana que da al campa.. . ,
—Ya está, dijo abriéndola de par en par.
—Mira al cielo.
Jfti*t"'« '' • ' 'í •;!': u'
—Qué ves á poniente?
' —Veo una nube cenicienta.
—Qué forma tiene?
—Parece al esqueleto de un caballo muy grande.
—Qué mas observas?
—Observo que la nube se ha partido en dos pe
dazos. • ' •' ' ''; "' " ! •''
—Cuál de ellos es el maydrf''« '
—El del lado de la cabeza.
—Los franceses y navarros han sido vencidos, dijo
la bruja. '. . ~ '
Dominica lanzó un grito de alegria y acercándose á
Ja anciana, la dijo:
—Es cierto lo que me anunciais?
—Taii cierto como te estoy viendo. ¿Quiéres saber
i no estat8 herido?
—Nio á fé mia, aunque bien pudiérais haberme
muerto mientras estaba caido en tierra.
—Sin embargo no h> he hecho. Quede esto pues con
fluido y prosigamos la marcha cada cual por su¿camino,
'Por toda respuesta óvose de nuevo el ruido de
EL B0ME1.0