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A LA ORILLA DE LOS DIAS
Colección Cuadernos de Difusión N° 78
Portada: Iván Estrada
Depósito Legal, lf 82-4.355
Impreso por Editorial Arte
Editado por Fundarte
Apartado de Correos, 17.304
Caracas 1015-A - Venezuela
GRANDES SUEÑOS
6
SALUDO A VALLEJO
9
DEBER DEL ARTE
11
HÖLDERLIN SALUDA LAS ESTATUAS
13
LA CABAÑA DE POE
16
EL CIELO VERDE DE LA MARTINICA
18
EL RIO
20
JUNTO A VIENTOS DE INVIERNO
22
LOS CAMINOS, LOS VIAJEROS
24
UNA PALABRA EN EL VERANO
26
EL VIEJO QUE MIRA EL MAR
28
UNA ISLA
31
APAGAR EL SOL EN OTROS HOMBRES
34
RAMOS SUCRE, EL AUN DESCONOCIDO
36
AMANECER DE LAS ISLAS
38
LAS PALABRAS VERDADERAS
41
ROTACION DE LOS DIAS
43
LA PESADILLA DE BORGES
45
nitas veces) estos versos de Rubén Darío: "Tú que es
tás la barba en la mano,/meditabundo/¿has dejado pa
sar/h erm an o/la flor del mundo?”.
Junio, 1977
46
ELOCUENCIA Y VERDAD
Al
banco de brumas. Al nombrar, separamos, le damos sitio
a cada cosa, organizamos la confusa diversidad. Pero
también erramos al creer que en un nombre nos viene
su íntima identidad. Resignados a esta suerte, la realidad
nos cerca y la perdemos, nombrándola, en vez de pro
mover un encuentro verídico, permaneciendo junto a
ella sin hablar. Timón de Atenas, en la versión de Sha
kespeare, injuria a los traidores que mermaron sus arcas
y luego lo abandonaron. Insultos y blasfemias llenaron los
espacios por donde atravesaba. Al final, junto a sí mismo,
optó por el silencio, la prédica interior, la reflexión
callada. Juzgaron locura o debilidad su aire distraído,
su soliloquio intenso, su desvelo incompartible. Parece
ser que en los murmullos, o en las ruinas de murmullos,
algunos reconocen la plenitud de la verdad, la de relacio
narse armónicamente con lo diverso. A veces, imponer,
o imponerse silencio, conviene a un trato auténtico con
el mundo.
LOS RABIOSOS DIAS DE DYLAN THOMAS
49
Como prueba de la autenticidad de sus visiones, es des
mesurada. Al parecer, Dylan comprobó una discordia
irredimible entre el hombre y el universo, entre las po
tencias de la naturaleza y el orden de vida histórica, so
cial, y quiso fulminar esa diferencia elevando a irradia
ciones estelares las profundas razones de la sangre, pro
moviendo lo humano a una pertenencia más vasta, atada
como raíces en la tierra pero moviéndose entre enran
cias de esplendor solar. La tensión de este esfuerzo lo
desbordó: el final llegó rápido y en una cama de hos
pital, en Nueva York, aflojó los músculos y los huesos
al arrebato del delirium tremens. Tenía 39 años. Había
burlado la vigilancia de una mujer que lo amaba y en
un bar próximo le había hecho homenaje profundo a
18 whiskis seguidos. "Creo que es un buen record”, dijo,
y cayó derribado. Su esposa, Caitlin, que lo admiraba
como poeta y lo despreciaba como hombre, preguntó al
saber su agonía: "¿Todavía está viva la bestia sangrien
ta?”. Pero al saber su muerte, y mientras bajaba el as
censor del hospital, saltó sorpresivamente sobre una mon
ja y le desgarró una oreja. Misterios de la pasión. En
un poema, Dylan Thomas escribió: " . . .N o para el orgu
lloso distante escribo en estas páginas de rocío marino
desde la rabiosa luna, ni para los muertos encumbrados
con sus ruiseñores y salmos, sino para los amantes, que
estrechan en sus brazos el dolor de las edades, y que
no pagan con elogios o salarios y no les importa para
nada mi oficio o mi arte”.
50
VIDA Y POESIA
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presar el horror y el vacío apoderándose de las trinche
ras, desalojando en los cuerpos una pequeña llama de res
piración, cuando no los cuerpos mismos.
Al comienzo de la contienda Apollinaire había escrito:
"Qué hermosos son esos cohetes que iluminan la no
che. . . Semejan damas que bailan”. Poco después su
imaginación no agregaría colores a ese espectáculo de
escombros: "La noche desciende como una humareda
aplastada/ Estoy triste esta noche que el seco frío vuelve
triste/ Los soldados cantan aún antes de volver a subir/
La noche desciende como un arrodillamiento/ Y los que
morirán mañana se arrodillan/ Humildemente/ La som
bra es dulce sobre la nieve/ La noche desciende sin son
reír/ Sombra de los tiempos que precede y persigue al
futuro”.
El siglo X X , heredero afable del optimismo positivista,
encontró en 1918 que la adhesión incondicional a la má
quina no había hecho sino perfeccionar la muerte. Al com
bate cuerpo a cuerpo — del cual algún sangriento humo
rista pudiera decir que al menos tenía el mérito de lo
artesanal— la cruel ingenuidad tecnológica opuso el com
bate a distancia, parapeteados los contrincantes en trinche
ras que los obuses pulverizaban. Como no hay ninguna
victoria en ocuparse de la muerte masiva del hierro aéreo,
Apollinaire se ocupó entonces de otra cosa. Con un puño
enfundado en la chaqueta militar y el otro afiebrado sobre
páginas de blanco fervor, el poeta evocó las imágenes de
unos labios en el verano, bocas de Lou y de Madeleine y
Marie Laurencin frescas bajo la luz y los deseos, cuerpos
espléndidos que no se apagaban en la memoria: "Qué otra
cosa puedo hacer sino cantar hoy esta adorable vegetación
del universo que eres tú Madeleine/ Qué otra cosa puedo
hacer sino cantar sus bosques yo que vivo en el bosque”.
Rodeado por la muerte, Apollinaire rescató las fuerzas
vivificantes que le recordaba su sangre, más fiel que la
metralla y la destrucción. Bien vemos que al menos parte
de la naturaleza humana no se entrega a las sombras sin
una insistencia en la claridad.
52
EL GESTO VERDADERO
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se había consagrado a la celebración de divinidades célti
camente personales y de paisajes sosegados y compensato
rios. En un poema de 1893 (del libro La Rosa) Yeats
insiste en huir hacia una isla rústica, atendido por un
lago con la visita de manantiales: "Hallaría allí paz, por
que la paz se viertedesde el romper del día hasta el canto
del grillo; allí brilla la noche y el cénit es de púrpura y
la tarde está llena de alas de jilgu eros.. . ” La realidad de
su país (ya tanto como ahora) si bien no convirtió a Yeats
en un fanático nacionalista, sí lo sacudió con sus encuen
tros sangrientos, estranguladores de la libertad irlandesa.
Dejó entonces Yeats las islas y los lagos, y aplicó sobre la
piel de la realidad la placa de fuego de sus palabras.
Aguas arriba ya en la tercera década del siglo, Yeats
ataca (como quería Artaud) el espíritu público: "La fas
cinación de lo que es difícil ha secado la savia de mis
venas y arrancado la alegría espontánea y el contento na
tural de mi corazón.. . Que caiga mi m aldición.. . sobre
la guerra diaria con todos los estúpidos y bribones, el ne
gocio del teatro, el gobierno de los hombres. Y como
para que no quede duda acerca de a quienes habla, se refie
re, en un hallazgo de despojada certeza, al "sucio depósito
de huesos y de trapos de nuestro corazón”. Insistente, se
pronuncia sobre "este sucio mundo en decadencia y ruina,
sobre linajes de bandidos que se ennoblecieron”. Ferozmen
te claro, dice: "esos hombres que en sus escritos son los
más sabios, no poseen más que sus corazones ciegos, estu-
pidizados”.
N o tantas veces como en Yeats se ha cumplido una
mirada tan minuciosamente cierta sobre la realidad, de
sencantada, sí, pero ( ¿quién se opondría?) valiente y sin
cera.
El arte honesto es un gesto verdadero, y tal acto borra
en el acto simulaciones elogiosas, complicidades espesas.
El gesto verdadero nos invita a buscarnos, aunque a través
de ello el corazón no encuentre sino el sucio depósito de
huesos y de trapos del cual habla Yeats. Un poco de va
lentía moral no le hace daño sino a las falsas conciencias.
H
COSTUMBRE DE SEQUIA
55
si, de un pasado que sopla en sí mismo el aletazo de lo
irrecuperable, pero evocación de tal austeridad que se im
pide cualquier pesarosa elegía. En voz baja y de confiden
cia (rezo sibilante a los fantasmas de la intim idad), Cos
tumbre de sequía se ocupa de la hondura de un tiempo ca
vado a paletadas entre terrones, tras una memoria en su
surrante insistencia: "Ahora/ya no puedes esconderte
más/mientras suena el relámpago/y los taturos, y las chis
pas/vienen por el cielo raso/y prenden la claraboya./Estás
encandilada en la pared/con los demás retratos,/comién
dote de susto el cuello/del vestido/y se abrió el techo/y
el aguacero te fue quitando/de ahí/hasta que quedaste en
el piso/como una mancha” (Novenario, pág. 103).
Libro que reúne cinco colecciones de poesía (1968-78),
no por eso Costumbre de sequía difiere en su voluntad úni
ca en torno a un lenguaje tenso desde un principio, inten
so también por su desnudez sucesiva — no progreso sino
cambio— hacia un despoj amiento expresivo. Si en la pri
mera colección el poema se ciñe a un coloquio discreto,
de morosa relación, ya en la última queda el puro decir
hacia dentro, el hilo apenas ovillando imágenes rotas,
precisas en su dureza (su rigor) de riqueza elemental: "La
casa que tengo que hacer/para ir a tocar la puerta,/para
ir a decir ya llegué,/que ya vine./La casa que tengo que
inventar/cuando regrese,/todos los días,/tiene las manchas
del gavilán de allá/y los vuelos de zamuro que llevan mi
nombre/por el cielo duro del techo”. (Rayas de lagartija,
pág. 153).
Sin llamamientos de privilegio, puede decirse que la
fuerza de un pueblo es su lenguaje, el mismo que en la
poesía verdadera alcanza extremo riesgo, densidad. Cos
tumbre de sequía se impone el regreso a las fuentes del
habla, al vocablo de sencilla, fresca firmeza, tan necesario
ahora, tan urgente entre tantas vociferaciones.
56
EL CORAZON ES U N CAZADOR SOLITARIO
57
Los personajes, sin saberlo, cumplen una figura de anverso
luminoso, de reverso sombrío. En un juego cuyas reglas
ignoran se atacan y se vencen y se preguntan cada vez por
una recompensa que no aparece. El otro contraste es el
social: la pobreza, la riqueza y aún otro más: el mundo
de los negros, involuntariamente ascético y resentido, el
mundo de los blancos, de torpes sueños de oro que la inge
nuidad y el cálculo posponen siempre. El inmenso, el agó
nico Sur es el escenario. Allí la tierra quema, aturde, desa
siste los pasos, y los breves inviernos no hacen sino aumen
tar la perplejidad.
En medio de todo y de todos un personaje lo entiende
todo y a todos: sordomudo, sereno, pasa de puerta en puer
ta y es como un mesías silencioso, que no tiene otro don
que el de no interrumpir los deasaforados, simples, gran
des o retorcidos planes de los demás. Confidente impasi
ble, recibe a una muchacha que le cuenta temblorosos pro
yectos de adolescencia, a un médico negro que padece de
sabiduría y humillación, a un andariego de corazón vasto
y rabioso que no soporta más la estupidez y el dolor y
vive dando gritos de indignada conciencia. Lo que ha vi
vido, lo que ha visto, él mismo lo dice: "Pero, ¿qué pasa
con un hombre que sabe? Ve el mundo tal como es, y
puede volver a su vida miles de años atrás y mirar cómo
se ha venido produciendo todo esto. Contempla la lenta
aglutinación de capital y poder, hoy en día en su cumbre.
Y ve a América como un manicomio. Ve como los hom
bres tienen que robar a sus hermanos para poder vivir, y
como los niños mueren de inanición y las mujeres tienen
que trabajar sesenta horas por semana para poder comer.
Ve todo ese condenado ejército de desocupados, y ve có
mo son desperdiciados billones de dólares y millares de
kilómetros de tierra. Contempla el sufrimiento de la gente
que, de tanto sufrir, se vuelve mala, perversa, y algo mue
re en ella. Pero lo más importante de todo lo que descu
bre es que la totalidad del sistema del mundo está edifi
cada en una mentira. Y aunque esa mentira es tan eviden
te como el sol que brilla sobre nuestras cabezas, los igno
rantes han vivido tanto tiempo creyendo en ella que ya no
pueden descubrir el engaño”. Carson Me Cullers tenía
una sensible, intensa imaginación, pero, sin duda, no se
58
sirvió mucho de ella para trazar este cuadro. Le bastó le
vantar la cara, confiadamente, y mirar en cualquier senti
do, muy próximo y muy lejos, el vasto mundo.
59
LOS NEGROS G A N A N A VECES
60
tribales negros de Rodesia aspiran a ella, en medio de
confusiones, injusticias, desaciertos, las mismas confusio
nes, injusticias y desaciertos que otros pueblos encontra
ron, y encuentran, en su marcha junto a la historia. La
hora presente no es la hora del orgullo fácil ante los en
sangrentados logros de una civilización como la europea,
tan endeudada con otras culturas, moral y económicamente,
tan accidentada en su realización. La hora presente es más
bien la hora de la vergüenza, la hora de asumir responsa
bilidades. George Büchner, un poeta alemán del siglo pa
sado, escribía, no sin desaliento: " . . . ¿por qué debemos
luchar los unos contra los otros? Deberíamos sentarnos
juntos y vivir en paz”. N o por ingenuo, este deseo del
poeta debiera hacernos sonreír. Al contrario, merece el
más profundo respeto.
61
LA PROPIA MUERTE
62
insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un vicio
absurdo. Tus ojos serán una vana palabra, un grito calla
do, un silencio. Así los ves cada mañana cuando te incli
nas solitaria sobre ti ante el espejo. Oh querida esperanza,
ese día sabremos también nosotros que eres la vida y eres
la nada. Para todos tiene la muerte una mirada. Vendrá
la muerte y tendrá tus ojos. Será como dejar un vicio,
como contemplar en el espejo resurgir un rostro muerto,
como escuchar unos labios cerrados. Bajaremos al remolino
silenciosos”. N o sólo por suicida, sino tal vez a pesar de
ello, Pavese se resignó a la última anulación, hecho que
el poeta consideraba como un salto tras una niebla defini
tiva.
Otras sensibilidades, otras gentes, han presentido la
propia muerte de modo distinto, quizá con la misma in
tensidad del poeta italiano, pero sin esa aureola de brillo
trágico, esa desgarradura de solícita atención, sombra en
la sombra de lo viviente, Wen Yi To, poeta chino con
temporáneo, no se impidió a sí mismo preverse en la
muerte, aunque esperó de ese acto no una ruptura de la
ruta vital, sino el cierre deseable de una experiencia que
no puede sucederse sin término, contrariando los movi
mientos de unos ciclos que nos sobrepasan: "Mi vida es
una hoja blanca sin valor. -El verde me ha dado el creci
miento, el rojo el ardor, el amarillo me enseñó lealtad y
rectitud, el azul la pureza, el rosa me ofreció la esperanza,
el gris claro la tristeza. Para terminar esta acuarela, el
negro me impondrá la muerte. Desde entonces amo mi
vida, puesto que amo sus colores”.
Como quiera que presintamos la propia contingencia,
hay entre tanto el ahora de los días y su fuente nutricia,
aguas del sol y las noches fluyéndonos sin pausa, como a
piedras con sueño en el lecho de un torrente que no se
detiene. Hay asimismo el sufrimiento o la felicidad, mo
nedas que se dan la vuelta en un vértigo impredecible,
pero hay sobre todo los instantes, el mundo ahí en su fuer
za contidiana y excepcional: mares bajo la luz y sus ori
llas de saludo insistente y de vastedad, ciudades como un
destino que se busca, se pierde, se vuelve a encontrar; la
llamarada del mediodía y el sabor solitario del frío de una
calle de madrugada; la proximidad de los cuerpos, la amis
63
tad y sus ritos, los amantes y su fiesta, cosas todas que no
permiten pertenencia pero que son nuestras, así como
pertenecemos a ellas, nosotros: barro y fuego en la rota
ción de los elementos.
64
MOCTEZUMA Y LA ESPIGA DE FUEGO
65
Moctezuma, caudillo y sumo sacerdote de la época, que
ría, como todo su pueblo, una pausa en el homenaje a ese
dios inagotable. Añoraban la armonía de Quetzal coátl. Uno
de sus poetas lo expresaba: "Sacerdotes, yo les pregunto:
¿De dónde provienen las flores que embriagan al hom
bre, el canto que nos da la ebriedad, el hermoso canto?
— Sólo proviene de su casa, del interior del cielo, sólo de
allí vienen las variadas flores”.
En 1509 comenzaron a notar raros prodigios: "Una
como espiga de fuego, una como llama de fuego, una co
mo aurora: se mostraba como si estuviera goteando, como
si estuviera punzando en el c i e l o ...” Tiempo después
había ocurrido el incendio del templo de Colibrí Brujo,
sin que mano alguna lo prendiera. Más tarde, otro templo
había sido herido por un rayo que no tronó, un rayo de
llovizna como un golpe silencioso del sol y que consumió
la edificación en un fuego lento. Y luego otros sucesos,
otras cosas extrañas, y Moctezuma llamaba a los augures
y les pedía develar los portentos. En la Casa de lo Negro
(lugar de adivinación) se multiplicaba el registro de pre
sagios.
En 1519 —uno de los años propiciatorios de Quetzal-
coátl— se presentaron en las playas de Veracruz unos pro
digiosos visitantes. Un hombre de pueblo, que rondaba
una mañana por las arenas, los avistó en unas grandes casas
de madera que se mantenían balanceándose sobre el agua.
Se apresuró entonces a notificar la novedad a Moctezuma
y los nigromantes. Después de considerar fervorosamente
la noticia, Moctezuma y sus magos decidieron que la Ser
piente Emplumada había cumplido su promesa. "Es, sin
duda —dijo a su pueblo— Quetzalcoátl quien viene. Dis
pongamos las joyas y los alimentos, preparemos la ciudad
entera para la bienvenida”. Y Hernán Cortés y sus solda
dos asistieron con asombro al recibimiento. N o podían
creerlo. Se confesaron el uno al otro la maravilla de la
ciudad de Tenochtitlán, sobre cuyas ruinas, dos años des
pués, comenzaron a levantar la ciudad de México. Un poe
ta indígena dejó en su lengua náhuatl esta descripción:
"Y todo esto pasó con nosotros. Nosotros lo vimos, noso
tros los admiramos. Con suerte lamentosa nos vimos an
gustiados. En los caminos yacen dardos rotos, los cabellos
están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos
66
tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y
en las paredes están salpicados los sesos. Rojas están las
aguas, están como teñidas, y cuando las bebimos, es como
si hubiéramos bebido agua de salitre. Golpeábamos, en
tanto, los muros de adobe, y era nuestra herencia una red
de agujeros. En los escudos fue su resguardo, pero ni con
escudos puede ser sostenida su soledad. Hemos comido
palos de eritrina, hemos masticado grama salitrosa, piedras
de adobe, ratones, tierra en polvo, gusanos. Todo esto pasó
con nosotros”.
67
QUEVEDO, EL OTRO, EL DESOLLADO
68
ésa del siglo XVII que le tocó vivir ya no impedía el sol
poniente en sus territorios. Las experiencias de descalabro
interior, de empresas fallidas, de amenaza constante del
vencimiento de las cosas, encontraron tensa expresión en
sus muchas páginas, aunque la fe teológica que profesaba
le dictara esperanzas de eternidad: . .Entré en mi casa:
vi que amancillada/de anciana habitación era despojos;/mi
báculo más corvo, y menos fuerte.//V encida de la edad
sentí mi espada,/y no hallé cosa en que poner los ojos/que
no fuese recuerdo de la muerte”. Una oscura prisión de
cuatro años, de 1639 al 43, terminó su resistencia física y
dos años después se entregó a esa presencia " . . . miedo de
fuertes y de sabios. . . ” que había ñamado y estimado tan
tas veces: ". . .Y o dejo la alma atrás; llevo adelante/de-
sierto y solo el cuerpo peregrino
69
M UNDO BARBARO Y AVARO
70
mendo: alguien que andaba sobre la tierra y era tocado
por el sol y las noches y se nutría de grandes sueños (al
guien que alguna vez fue tocado por el amor), decide en
una hora de opresiva duración impedirse un paso más, y
este acto, es muy claro, no arroja sino a un único vencido.
Comprender el gesto decisivo de los muertos volunta
rios (los involuntarios, también llamados asesinados, no
exigen comprensión sino otra cosa) notablemente nos so
brepasa. En el caso de Ramos Sucre, quizás la desmesura
de su lucidez (lucidez que sin desmesura es de por sí, se
dice, suficientemente intolerable) lo llevó a extremos de
sensibilidad que no salvaban sus actos de inagotables ecos
paralizantes. (Lucidez: ser testigo de algo que se quiere
cambiar, pero ese algo — orden del mundo, valores, in
justicias— continúa allí imperturbable).
Poseedor de saberes diversos que reunían en la unidad
impersonal del poema, Ramos Sucre se instaló en la ten
sión de anular, mediante cifras verbales sobre la página,
cierto tipo de horror del mundo (la Venezuela gomecista
le daba cotidianamente ocasión) y de obtener en sus imá
genes de desarraigo una paz sucedánea de la paz absoluta.
"Unidos en un mismo ensueño, huiremos del mundo, cada
día más bárbaro y avaro”, le escribe a una amada desco
nocida en Entonces, del libro La T one del Timón. Pero
en muchos otros casos, Ramos Sucre proponía escenas tor
turantes: "Olvidé fácilmente al amigo de a n te s... Me
abordó para lamentarse de su pobreza y declararme su
casamiento y el desamparo de su mujer y su hijo. Los cor
tesanos me distrajeron de reconocerlo y lo entregaron al
mordisco sangriento de sus perros”. El Rajá, en Las Formas
del Fuego).
Puede pensarse que cada quien nutre su corazón con
las imágenes de sus sueños, pero el alimento del mundo
parece ser más tenaz, menos inevitable. Por lo demás, has
ta los cuencos acostumbran verter sólo lo que ponemos
en ellos.
71
PAISANO
72
las promesas perdidas, las ausencias ganadas. La desnudez
de los vocablos tiene lumbre de arroyo, de laja pulida por
las corrientes, los vendavales: "Ay, que no tengo un patio
para asolearme,/que no tengo cuarto,/que no tengo ven-
tana;/yo que tenía tantos patios con limones,/tantos
naranjos,/tantos zapotes;//que era rico que tenía ani
males en casa,/que me acostaba en el café y me reía y
me ponía rojo de reír/y me estaba bajo las matas oliendo
el monte,//pero ya se me fue,/ya me quedé solito/ya el
sol me dijo que no./— ¿Y qué vas a hacer ahora? —me
dijeron los gallos— ,/ya nosotros nos vamos, ya te deja
mos,/aquí no nos vamos a estar.//Voltié de la cama y
miré/y me dijo la cama que se iba,/y quedé en el suelo y
me dijo el suelo: — me voy,/y quedé en el aire/y me dijo
el aire: no te sostengo/y me quedé en los naranjos y los
naranjos me dijeron:/—Nosotros nos vam os.//Yo que
tenía tanta luz,/yo que me vestía con lunas/y tenía la fuer
za en mi nuca/una vez me vi en la montaña como piedra
encendida/y tenía coraje y vigor,/ay, que me metí en la
niebla, que estoy apagado:/— ¿Qué se me hicieron las
casitas,/qué se me hicieron?//Yo tenía tanto ganado que
se veía/como un pueblo cuando llegaba,/y se veían mon
tes en el polvo/y se entusiasmaban los días, y era que te
nía/tantas casas que cada sueño lo vivía en una y no se
me acababan.//Hasta que me fueron dejando./Y fue esa
luna roja, esa piedra negra,/esa rosa que me venía ilumi
nando, iluminando” (Abandonado).
Una mirada impecable desde la infancia conserva en
Paisano sus imágenes. N o las palabras acerca del niño sino
las palabras del niño, su fresca inmediatez, la clarísima
fuerza de sus visiones. Luego de una experiencia habitual
con el mundo, las fatigas de la decepción, desilusiones
atroces, resulta poco menos que milagrosos la recuperación
intacta de un espacio y un tiempo desinteresado, livianos
como una súbita libertad: "Pues me estuve entre las flo
res del patio/con las cayenas/gozando con las hojas y los
rayos del cielo.//A quí pongo mi cama y me acuesto/y me
doy un baño de flores./Y después saldré a decirles a las
culebras y a las gallinas/y a todo los árboles./Me estuve
sobre las betulias y sobre las tejas de rosas/conversando,
cenando, escuchando al viento./Yo me voy a encontrar un
caballo y seremos amigos.//Mañana le digo al saúco que
73
me voy/hasta muy lejos, hasta allá donde están cantando
los hombres,/donde corren los muertos y se entierran.//Yo
caminaba por unos árboles, por unas hojas doradas./Y me
comía las estrellas, y me senté/y escuché la hierba alta y
vi los ojos de una m ujer/que brillaban como un diente/y
entonces arrojé una gran rama de naranjo/y todo quedó os
curo” (En el patio). Otra forma del agua puede ser el
poema: más incesante, más tenaz, antídoto amable contra
los venenos cotidianos.
74
LOS MUERTOS JOVENES
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Señores, un animal sangriento ( ¿para qué nombrar a
ese satisfecho genocida?) está mutilando al pueblo de N i
caragua, a los que resisten con las. armas, a la población
civil, a los indefensos, a los jóvenes, y esas muertes hu
millan de alguna manera la propia vida, la desconocen, la
degradan. Si nos ha sido dado el mantener los ojos abier
tos al día y sus fuegos, a la espléndida corriente que viaja
el mundo iluminándolo cada vez, no es posible cerrar los
ojos a las maniobras de la noche, a la pesada y astuta muer
te propiciada por los verdugos, los medrosos del sufrimien
to, los violentos de su estéril soledad.
Amanecer, siempre amanece sobre esa clase de sombras.
Pero se impone rechazar el oprobio de los asesinos. Con
sentir con indiferencia ciertos actos monstruosos convierte
en vergüenza respirar bajo el sol.
76
LA M UJER DE LA NOCHE
77
mujer de la noche se junta en el desgano con sus amigas
de íntimo oficio, y una música que quiere ser festiva gol
petea cansona las altas paredes. Varios hombres, curvados
por el alcohol, espían desde mesas adormiladas la promesa
del abrazo más apetecible, el cuerpo más dócil para su sed
antigua, y eligen con viscosa certeza. El trato se efectúa
al oído y con rapidez, y la mujer enlaza la cintura tamba
leante, perdiéndose hacia un cuarto que se adivina no más
aireado que este lugar de humo y de rituales sin sacrificio.
El temblor de la madrugada pasa su soplo sobre los mus
los manoseados de la mujer de la noche. Vuelve a su lecho
de soledad, recompensa más cálida que los billetes de labor
sudorosa que ahora protege la redondez del seno. Cruza
las mismas calles, lentas de nadie a esas horas de distan
cias consteladas, y sus pasos devuelven un recorrido inverso
que mañana reanudará. Al subir los peldaños y avanzar
hacia el estrecho recinto, siente que sus gestos obedecen
una costumbre ya sin paciencia: encenderá la luz, se ali
viará en la clemencia del agua primordial, echará sobre la
cama todos sus días rotos por un esfuerzo que no com
prende, por un peso vacío que le cierra los párpados y la
protege de no pensar. En esta hora de abandono, salmo
diante de olvido, nadie busca su cuerpo que se aferra al
reposo con esa bocanada que cede a la marea. El sueño la
busca con su niebla. Afuera empiezan los ruidos y el tra
queteo de la ciudad.
78
SALUDO A VAN GOGH
79
do de vino, atentos a un horizonte puertas adentro de las
rutas perdidas.
El agua de los canales repite un agua que se repite.
Barcas que son casas, casas que son altos velámenes de
piedra, conversan con el viento de la distancia, desde la
mar al puerto y desde el puerto a las ventanas, en un
diálogo parecido a la soledad. Nadie se asoma a los bal
cones. Debe haber ruecas en los cuartos y un hilo de
siglos que no termina de tejer. Debe haber todavía la
sombra de la noche anterior aferrándose a las cortinas, y
unos rostros de penumbra, a medio camino entre la cla
ridad y los deseos. Sólo se ven cristales y su reflejo ador
milado y la duplicación de un cielo que no se atreve a
despertar del todo. Está bien, hay que seguir de largo de
brazo del siglo. Si los sueños abrieran los ojos y comenza
ran a ver de pronto los ojos de todos, la luz sería excesiva
y ya nadie podría dormir. N os acostumbramos, parece de
cir un árbol de copa lenta, no menos navegante que las
barcas, las casas. Si los sueños despiertan, nada habrá que
no emprenda una redonda navegación.
Por la Spiegel Straat han dicho que se llega al museo
Van Gogh. Otra vez otra lluvia y sus menudas gotas he
ladas se mueven en torbellino buscando los talones, tre
pando por la espalda y la frente en un llamado desde
arriba, imperioso y caudal. El visitante no tiene nada
contra la lluvia, ni mucho menos contra el aire, denso de
alturas y de errancias. Es nada más un poco de frío, que
obliga como puede a inclinar el cuerpo a cada paso, desa
fiándolo a proseguir. Si se piensa en tus días de poco pan
y muchos vendavales, Vicent Van Gogh, una pequeña
tormenta en un soplo de nada. Se sabe que atabas el
caballete con cuerdas rápidas y la luz velocísima del día
no le ganaba el resplandor de tus trazos. ¿Recuerdas esa
noche de estrellas en Arles, frente al café de la plaza,
redondo de velas el sombrero y más velas aún en el caba
llete? Los parroquianos decidieron considerarlo una lo
cura, cuando tú sólo querías iluminar en el cuadro un pe
dazo de noche. Habría que cultivar entonces semejante
locura, tu vida febril y generosa en contra de tanta sensa
tez mezquina, tu vida de fértil humildad en contra de tanta
riqueza estéril. Pero no es justo de ninguna manera, Vi-
cent Van Gogh, te robaron la vida, y tú en cambio de
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vuelves la puerta clara de tus cuadros, por donde todos
pueden entrar y encontrarse en la fraternidad de la más
desnuda belleza.
Y a tarde en la noche, al amparo del café, una muchacha
repite sobre una misma copa el mismo sueño de a medio
vaso el olvido de vino. No, pequeña, el visitante no habla
holandés, no habla en verdad ninguna lengua ni viene de
parte alguna. Ahora sueña únicamente, mirando afuera
sobre los techos, con el duro camino, que permite a los
hombres no separarse de las estrellas.
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ANOTACIONES A LA ORILLA DE LOS DIAS
# # #
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ledad al fondo de la lluvia, la placidez de la ceniza, horas
de intimidad junto al silencio, júbilos lentos que terminen
como en un fuego que recibe y resuelve toda discordia.
* * *
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dormimos en el corazón de un vértigo. La mano pura del
movimiento nos tomará venciéndonos sin exigencia, úni
camente inermes a la sorpresa de girar, a la violencia lu
minosa de abandonarnos a una estrella que no recuerda,
pues su memoria está en la luz y la luz no requiere para
vivir más que su próximo destello.
Fidelidad del viento a la montaña que va a nacer y que
se anuncia en la perplejidad de ese pájaro-sueño, ese pája
ro-flor ya en su raíz volando, ese pájaro-flecha de siete
puntas que busca siete relámpagos simultáneos para dar
en el blanco.
* * *
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cambia el mundo, no sabemos muy bien qué dirección
lleva ese cambio, ni siquiera si lleva alguno, salvo hacia
estadios que el hombre prodigiosamente ha figurado como
infernales, círculos de impiedad que ascienden y descien
den con minuciosa desventura. La conciencia crítica no
constata otra cosa, a pesar de todos los augurios de la
conciencia ilusa, aferrada con boba beatitud a un progreso
moral que se traiciona en todo momento y en todas par
tes-
El otro progreso, el de la ciencia y la tecnología, tiene
ya representación en uno de los Caprichos registrados por
Goya: El Sueño de la Razón produce monstruos, en el
cual el pintor se abandona a la visita onírica de lechuzas
y murciélagos, y a la vigilancia de un gato de maleficios,
auspiciador nocturno y acechante.
# # #
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otorgársele. La naturaleza acostumbra ser indiferente a los
siglos y a todo cuanto los hombres ponen en ellos. Los
hombres resbalan sus ojos por las aguas de una cascada,
pero la cascada resbala sus aguas antes que mirada alguna
la viera, y seguirá fluyendo después.
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INDICE
5 / Grandes sueños
7 / Saludo a Vallejo
1 0 /D e b e r del arte
12/H ölderlin saluda las estatuas
1 4 / La cabaña de Poe
1 7/ E l cielo verde de la Martinica
1 9/ E l río
2 1 / Junto a vientos de invierno
23 / Los caminos, los viajeros
25 / Una palabra en el verano
27 / El viejo que mira el mar
2 9 / U n a isla
32 / Apagar el sol en otros hombres
35 / Ramos Sucre, el aún desconocido
37 / Amanecer de las islas
3 9 / L a s palabras verdaderas
42 / Rotación de los días
44 / La pesadilla de Borges
47 / Elocuencia y verdad
4 9 / L o s rabiosos días de Dylan Thomas
5 1 / Vida y poesía
5 3 / E l gesto verdadero
55 / Costumbre de sequía
57 / El corazón es un cazador solitario
60 / Los negros ganan a veces
62 / La propia muerte
6 5 /M octezum a y la espiga de fuego
68 / Quevedo, el otro, el desollado
70 / Mundo bárbaro y avaro
72 / Paisano
75 /L o s muertos jóvenes
7 7 /L a mujer de la noche
7 9 /S a lu d o a Van Gogh
82 / Anotaciones a la orilla de los días
ESTE LIBRO SE TERMINO DE
IMPRIMIR EL DIA 19 DE AGOSTO
DE M IL NOVECIENTOS OCHENTA
Y DOS E N L A S P R E N S A S
VENEZOLANAS DE E D I T O R I A L
ARTE, E N LA CIUDAD DE
CARACAS
FU N D A R TE
Cuadernos de Difusión / 78