astres, sombrereros, plumajeros, peluqueros, en una tienda se ofrecian violas y flautas
traverseras, asi como papeles de contradanzas y de sonatas. El librero exhibia el iltimo
niimero de la Gazette de Saint Domingue, impresa en papel ligero, con paginas
encuadradas por vifietas y medias eafias. Y, para mas Tujo, un teatro de drama y épera
habia sido inaugurado en la calle Vandreuil. Esta prosperidad favorecia muy
particularmente la calle de los Espaftoles, llevando los mas acomodados forasteros al
albergue de La Corona, que Henri Christophe, el maestro cocinero, acababa de comprar a
Mademoiselle Monjeon, su antigua patrona. Los guisos del negro eran alabados por el
justo punto del aderezo —cuando tenia que vérselas con un cliente venido de Paris—o
por la abundancia de viandas en olla podrida, cuando queria satisfacer el apetito de un
espaffol sentado, de los que llegaban de la otra vertiente de la isla con trajes tan fuera de
moda que mas parecian vestimentas de bucaneros antiguos. También era cierto que Henri
Christophe, metido de alto gorro blanco en cl humo de su cocina, tenia un tacto
privilegiado para hornear el volovin de tortuga o adobar en caliente la paloma torcaz. Y
cuando ponia la mano en ta artesa, lograba masas reales cuyo perfume volaba hasta mas
alli de la calle de los Tres Rostros.
Nuevamente solo, Monsieur Lenormand de Mezy no guardaba la menor
consideracién a la memoria de su finada, haciéndose llevar cada vez més a menudo al
teatro del Cabo, donde verdaderas actrices de Paris cantaban arias de Juan Jacobo
Rousseau o escandian noblemente los alejandrinos trigicos, secdndose el sudor al marcar
tun hemistiquio. Un andnimo libelo en versos, flagelando la inconstancia de ciertos viudos,
revelé a todo el mundo, en aquellos, dias que un rico propictario de la Llanura solia
solazar sus noches con la abundosa belleza flamenca de una Mademoiselle Floridor, mala
intérprete de confidentes, siempre relegada a las colas de reparto, pero habil como pocas
en artes falatorias. Decidido por ella, al final de una temporada, el amo habia partido a
Paris, inesperadamente, dejando la administracién de la hacienda en manos de un pariente.
Pero entonces le habia ocurrido algo muy sorprendente: al cabo de pocos meses, una
creciente nostalgia de sol, de espaci6, de abundancia, de sefiorio, de negras tumbadas a la
orilla de una cafiada, le habia revelado que ese "regreso a Francia”, para el cual habia
estado trabajando durante largos aos, no era ya, para él, la clave de la felicidad. Y
después de tanto maldecir de la colonia, de tanto renegar de su clin, tanto critivar la
rudeza de los colonos de cepa aventurera, habia regresado a la hacienda, trayendo
consigo a la actriz, rechazada por los teatros de Paris a causa de su escasa inteligencia
dramatica. Por eso, los domingos, dos magnificos coches habian vuelto a adomar la
Llanura, camino de la Parroquial Mayor, con sus postillones de gran librea. Dominando
Ja berlina de Mademoiselle Floridor —la c6mica insistia en hacerse lamar por su nombre
de teatro—, nunca quietas en el asiento trasero, diez mulatas de enaguas azules piaban a
todo trapo, en gran tremolina de hembras al viento.
Sobre todo esto habian transcurrido veinte aos. Ti Noel tenfa doce hijos de una
de las cocineras. La hacienda estaba mas floreciente que nunca, con sus caminos
bordeados de ipecacuana, con sus vides que ya daban un vino en agraz. Sin embargo, con
la edad, Monsieur Lenormand de Mezy se habia vuelto maniatico y borracho. Una
erotomia perpetua lo tenia acechando, a todas horas, a las esclavas adolescentes cuyo
pigmento lo excitaba por cl olfato. Era cada vez mas aficionado a imponcr castigos
corporales a los hombres, sobre todo cuando los sorprendia fornicando fuera de
matrimonio. Por su parte, ajada y mordida por el paludismo, la cémica se vengaba de su
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