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El general José Padilla: un itinerario militar y político en la construcción de

la Nueva Granada independiente*

Aline Helg

Universidad de Ginebra

Pocos hombres contribuyeron tanto a la independencia de Colombia como el general José

Padilla, y después pocos fueron olvidados como él. Hoy en día, la mayoría de los manuales

escolares colombianos borran su papel de libertador naval de Venezuela y Colombia,1 porque

era un pardo de origen humilde y porque quiso que las promesas de igualdad contenidas en las

luchas independentistas se realicen concretamente en la paz republicana. Entonces, mencionar

el general o almirante Padilla y su injusta ejecución a órdenes de Simón Bolívar en 1828

significaba recordar al pueblo, sobre todo en la región caribeña, que la república no logró

construir una sociedad igualitaria y liberada del racismo colonial. Además hablar de Padilla

traía el riesgo de que los afrodescendientes que seguían padeciendo del racismo se

movilizaran para combatirlo, un riesgo que las élites gobernantes no querían tomar.

Por fin, de mayo a noviembre del 2011, la Expedición Padilla, organizada por la Universidad

Tecnológica de Bolívar, la Alcaldía de Cartagena y la Armada Nacional, entre otras

instituciones, han celebrado su memoria por tierra y por mar, recorriendo parte del itinerario

que condujo Padilla de Riohacha, su lugar de nacimiento en 1784, a Cartagena, donde se

radicó después de la independencia. Otra razón que ha permitido devolver a Padilla el papel

que hubiera debido tener en el panteón de los próceres de la nación es que 2011 fue declarado

*
Este texto se basa en la presentación que hice el 1º de octubre de 2011 en Riohacha en el marco de la
Expedición Padilla, que revisé y complementé para la ponencia que presenté en Cartagena el 16 de noviembre
de 2011 en el Seminario internacional “Bicentenario de la independencia de Cartagena de Indias: Reflexiones
sobre su historia” organizado por el Instituto Internacional de Estudios del Caribe.

1
Año de los Afrodescendientes por la Organización de las Naciones Unidas—y Año de la

Afrocolombianidad aquí.

Mi encuentro con José Padilla

Cuando en 1995 empecé mi investigación histórica sobre el Caribe colombiano, mi propósito

era entender porque las historias de la independencia guardaban silencio sobre el papel de

toda la región caribeña en el proceso independentista de la Nueva Grenada—un trabajo

iniciado magistralmente por Alfonso Múnera en su libro El fracaso de la nación, sobre

Cartagena hasta 1811.2 Mi encuentro con Padilla fue casual: leyendo la correspondencia de

Simón Bolívar, descubrí una carta que escribió a Francisco de Paula Santander desde Lima en

abril de 1825, en la cual el Libertador denunciaba:

[…] el espíritu que [Padilla] tiene con respecto al gobierno y al sistema […] Yo creo que
este negocio merece muy bien la atención del gobierno, no para dar palos, sino para tomar
medidas que eviten en lo futuro los desastres horrorosos que el mismo Padilla prevé. La
igualdad legal no es bastante para el espíritu que tiene el pueblo, que quiere que haya
igualdad absoluta, tanto en lo público como en lo doméstico; y después querrá la
pardocracia, que es la inclinación natural y única, para exterminio después de la clase
privilegiada. Esto requiere, digo, grandes medidas, que no me cansaré de recomendar.3

Busqué la respuesta que Santander le mandó en julio de 1825 y éste era mucho menos crítico

de Padilla que Bolívar: “Yo no sé cómo pueda destruirse el germen de pardocracia; nada les

gusta y todo les incomoda. Ellos lo quieren todo exclusivamente; y debo ser justo con Padilla,

que hasta ahora es de los menos chisperos”.4

El intercambio entre el presidente y el vice-presidente de lo que se llamó después la Gran

Colombia, sobre la pardocracia (literalmente, el gobierno absoluto de los pardos, un término

probablemente inventado por Bolívar) captó mi curiosidad. Según Bolívar, la pardocracia

llevaría a la exterminación de los blancos e, implícitamente transformaría Venezuela y la

Nueva Granada caribeña en otros Haitís. Leí tres biografías de José Padilla bien

2
documentadas que escribieron historiadores hace algunas décadas y publicadas por las

Fuerzas Armadas.5 Y emprendí una larga búsqueda del texto escrito por Padilla del cual

debatían Bolívar y Santander en 1825. Empecé por encontrar varias cartas que Padilla les

escribió, reunidas en las ediciones de sus respectivos archivos.6 El documento al cual aludían

Bolívar y Santander fue difícil de localizar: terminé por descubrirlo en el Archivo Histórico

Nacional de Colombia, en el Archivo Restrepo de su Sección República. Era un panfleto

imprimido cinco meses antes de la carta de Bolívar, con fecha del 15 de noviembre de 1824—

lo cual significaba que tuvo cierta difusión, pero también nos recuerda que en la época el

correo se demoraba semanas o meses para circular.

Entonces empecé a entender que José Padilla encarnaba tanto de las oportunidades que se

abrieron a modestos pardos como él en las guerras de independencia como los límites de la

igualdad legal decretada por las constituciones independentistas, desde la del Estado de

Cartagena de Indias en 1812 a la de la República de Colombia en 1821.

Efectivamente, Padilla pasó de participante en el derrocamiento del gobernador español de

Cartagena en 1810 a capitán de navío en el ejército libertador en 1817, a comandante general

de Marina en 1821 y culminó su carrera militar ganando la batalla naval de Maracaibo en

1823 que liberó la Gran Colombia por mar. Pero no obtuvo cargo político eminente en el

gobierno y su vida se terminó prematuramente el 2 de octubre de 1828, cuando fue fusilado a

órdenes de Bolívar. Con la excepción de su ejecución, la carrera de Padilla fue ejemplar de las

de muchos héroes militares, en su gran mayoría pardos, mestizos, negros e indios de las clases

populares, que se distinguieron en los campos de batalla pero que fueron marginalizados por

la misma república que habían contribuido a establecer. No obstante, a la diferencia de la

mayoría de ellos, como lo señala la carta de Bolívar de abril de 1825, Padilla no lo aceptó y,

después de la independencia, siguió luchando por la plena igualdad sin silenciar su identidad

socio-racial de pardo.

3
Las exclusiones raciales de la colonia española

Antes de continuar, conviene detenerse un momento en las exclusiones raciales que los libres

afro-descendientes, ricos o pobres, enfrentaban bajo la Corona española. Entre éstas, la

exigencia de la limpieza de sangre —que excluía a los individuos de “la mala raza de negros,

moros, judíos, recién convertidos”7— y el estigma racial de la “mancha de la esclavitud”—

que marcaba hereditariamente a los libres descendientes de esclavos, mestizos o no— habían

prohibido a generaciones de negros, pardos, mulatos, zambos, cuarterones y quinterones de

América acceder al colegio y la universidad, a funciones reales y eclesiásticas, así como a

honores y profesiones superiores.

Desde el principio del proceso independentista, en 1810, decretos y constituciones declararon

la igualdad de los hombres libres nacidos en el país, sin diferencia racial, pero los legisladores

y gobernantes se negaron a promulgar e implementar medidas para atenuar las desigualdades

oriundas en el principio colonial de la limpieza de sangre. Por consiguiente, después de 1821,

en el momento de constituir los gobiernos y administraciones republicanas, la antigua

jerarquía socio-racial de la Colonia se reprodujo, porque los únicos con formación superior

eran casi exclusivamente blancos acomodados. Para justificar el resurgimiento de la

preponderancia de los blancos, las nuevas élites promovieron el concepto de la igualdad

basada en los méritos, sin reconocer que los ciudadanos, por razones históricas ligadas a su

raza (la limpieza de sangre y la mancha de la esclavitud), provenían de condiciones

desiguales. Así, los requisitos republicanos permitieron a miembros de la élite criolla blanca

que no lucharon en las guerras de independencia conservar su predominio.

La carrera naval y militar de Padilla

Volviendo a José Padilla, su carrera fue extraordinaria y atravesó las grandes revoluciones de

fines del siglo XVIII y principios del XIX. Nació en 1784 cerca de Riohacha, de una madre

4
wayúu y de un padre negro oriundo de Santo Domingo. A los 14 años de edad, en plena

revolución de Santo Domingo, Padilla se alistó como muchacho de cámara en un buque

navegando en el Mar Caribe. Así desde muy joven, Padilla fue un hombre del mundo caribeño

y atlántico en profundas mutaciones, viviendo experiencias que contribuyeron a formar su

personalidad y ampliar su visión del futuro. En 1803, se enroló en la Real Armada Española y

en 1805 le cogió la batalla de Trafalgar, a raíz de la cual fue hecho prisionero durante tres

años con otros de distintas partes del Atlántico. Cuando en 1808 Padilla fue liberado y

nombrado contramaestre del apostadero de Cartagena, se estableció en el arrabal de

afrodescendientes de Getsemaní.

Allí otro acontecimiento transatlántico cambió su trayectoria: la invasión napoleónica de

España, que desencadenó el proceso independentista de la provincia de Cartagena, al cual

contribuyó plenamente detrás de Pedro Romero y los hermanos Gutiérrez de Piñeres.

Participó en la guerra contra las provincias realistas de Santa Marta y Riohacha desde

principios de 1812, distinguiéndose en varios combates navales. En 1813 conoció a Simón

Bolívar cuando éste se refugió en Cartagena, y a partir de este encuentro aceptó

incondicionalmente su liderazgo. Cuando quiso juntarse con sus tropas en marzo de 1815, fue

encarcelado por traición por él que iba a convertirse en su peor enemigo hasta lograr su

ejecución en 1828, el aristócrata venezolano Mariano Montilla8.

A mediados de 1815, cuando Fernando VII, de regreso en el trono de España, mandó al

general Morillo con miles de soldados reconquistar Venezuela y la Nueva Granada, Padilla

fue liberado de la cárcel y se dedicó con otros a la defensa de Cartagena. Sobrevivió los 106

días de sitio impuestos por Morilla a la ciudad portuaria. Además Padilla fue de los que

pudieron escapar, y en comanda de una goleta, logró romper la línea española y abrir paso a

otros buques patriotas para refugiarse en Los Cayos, en Haití. Simultáneamente, Bolívar dejó

su exilio en Jamaica y se asiló también en Haití.9 Padilla, al igual que Bolívar y otros

5
patriotas, vivió más de dos meses en Los Cayos, beneficiando de la hospitalidad del

presidente mulato, Alejandro Petión. En Haití, seguramente, Padilla admiró a Petión y su

gobierno compuesto de negros y mulatos en una nación cuyos ciudadanos eran casi todos

afrodescendientes, y soñó con la posibilidad de formar un gobierno incluyendo hombres de

color después de la liberación de la Nueva Granada caribeña. Otra vez aportó su respaldo a

Bolívar en la competición por el liderazgo de los exiliados. Hizo parte de la primera

expedición libertadora equipada por el gobierno haitiano y desembarcó con otros en Ocumare,

al oeste de Caracas, mientras que Bolívar regresó a Haití ante las amenazas españolas.

Entonces Padilla se integró en las tropas dirigidas por Manuel Piar, el único general afro-

descendiente en la época, que durante la reconquista logró formar en la Guayana el núcleo del

ejército de liberación de Venezuela. Cuando Bolívar llegó con la segunda expedición

financiada por Haití, no toleró la amenaza que Piar representaba para su poder absoluto y lo

hizo juzgar y fusilar en octubre de 1817, oficialmente por conspiración racista. Se sabe que

Padilla presenció esta ejecución y que hábilmente Bolívar le encargó, en su calidad de pardo,

de mantener la disciplina entre las tropas, casi exclusivamente compuestas de pardos, negros,

mestizos e indios, que consideraban la ejecución de Piar racista. A raíz de esta acción, Bolívar

promovió a Padilla capitán de navío (o coronel).10

A lo largo de los tres años siguientes, Padilla actuó de manera decisiva como capitán de

buques de guerra, tanto en el Orinoco, el Apure y el Magdalena, como en la costa caribeña.

Junto con Montilla, contribuyó a liberar Riohacha, Santa Marta y Cartagena, sometiendo esta

última a un sitio de cinco meses en 1821. Entonces Padilla logró destruir la Armada española

en la Noche de San Juan (el 24 de junio) y diseñar una hábil estrategia, gracias a la cual los

patriotas pudieron entrar en Cartagena en octubre. El mes siguiente el gobierno de la Gran

Colombia nombró Padilla comandante general del Tercer Departamento de Marina, que se

extendía de Riohacha al Golfo de Mosquitos en Panamá, y lo ascendió a general de brigada o

6
contraalmirante.11 Padilla llegó a la cumbre de su carrera militar en el Lago de Maracaibo en

1823, primero cuando forzó con su flotilla la barra de defensa española que bloqueaba la

entrada al lago por el Mar Caribe, y segundo cuando aseguró la victoria de los patriotas—y la

independencia de Venezuela—en la batalla naval de Maracaibo del 24 de julio de 1823. A

raíz de esta acción, Bolívar le calificó “del Nelson” colombiano.12

Padilla frente a las desilusiones de la república

Así, desde 1813, José Padilla había apoyado a Bolívar, y por su triunfo en Maracaibo que, hay

que repetirlo, consagró la derrota definitiva de España en la Gran Colombia, él esperaba un

reconocimiento político, o sea el puesto de intendente del departamento de Magdalena

(incluyendo las provincias de Riohacha, Santa Marta y Cartagena). Sin embargo, el gobierno

colombiano restableció a Montilla en este puesto y a Padilla en la comandancia de la

empobrecida Marina del litoral, subordinada a Montilla. Por su triunfo en Maracaibo, sólo se

otorgó a Padilla un ascenso a general (o almirante), el uso de una medalla de oro y una

pensión anual de 3.000 pesos. Sin dejarse embaucar, en una carta a Santander, Padilla

comparaba amargamente los altos cargos que “otros militares” habían obtenido como

“premio” por sus servicios con su propia compensación, que describía como “la paga de un

mercenario”. En su calidad de oficial, quería “concluir su carrera con honor”, y no con una

pensión.13

Estas palabras muestran la inmensa desilusión de Padilla en 1824, su sentimiento de haber

sido marginalizado por ser un pardo de origen humilde, y no un aristócrata blanco como

Montilla (el cual se había opuesto a Bolívar entre 1813 y 1816). Su enemistad con Montilla,

nacida en su encarcelamiento por éste en 1815, ya había renacido en 1822, cuando Montilla,

como intendente de Magdalena, sospechaba sin cesar a los pardos y los patriotas radicales de

agitar “el asunto de la raza”. Montilla pedía repetidamente a Santander que retirara a Padilla

7
de Cartagena, acusándolo de respaldar a “la maldita gente de Santo Domingo”, es decir, a los

que se habían exiliado en Haití después de la reconquista en 1815. Además, Montilla se

quejaba de que “algunos zambos de Getsemaní” habían comenzado a decir que los soldados

pedían “por jefe al coronel [sic] Padilla” (una denigración ya que en 1821 Padilla había sido

ascendido a general de brigada o contraalmirante).14 A pesar de estas acusaciones, Padilla era

muy popular en la región de Cartagena y a lo largo del río Magdalena, siendo elegido senador

de la República en 1822.

En 1824, la indignación de Padilla creció a medida que la élite cartagenera iba restableciendo

las jerarquías socio-raciales, como lo muestran algunos incidentes. Entre ellos, figura una

carta anónima publicada por un “padre de familia” que vilipendiaba al general pardo por

cohabitar de manera “inmoral” con Anita Romero, hija del fallecido Pedro Romero. Por este

medio se le excluía del grupo de padres de familia respetables que personificaban a los

verdaderos ciudadanos con derechos cabales sin necesidad de mencionar su raza.

Similarmente, poco después, un acaudalado comerciante español que además había sido

deportado por ser realista durante la Primera Independencia (1811-1815), rehusó a Padilla y

Anita Romero la entrada a un baile privado en su residencia, bajo el pretexto que vivían en

concubinato, cuando era evidente que era porque eran pardos. En otras palabras la exclusión

moral de Padilla y su compañera era una exclusión racial disfrazada.

Al respetable público de Cartagena o la igualdad según Padilla

Asemejando su exclusión a la de los pardos en general, Padilla empezó a interpretar cada

manifestación de desprecio de su persona como un regreso al sistema de castas de la colonia.

Y en noviembre de 1824, publicó el incendiario panfleto dirigido Al respetable público de

Cartagena que alarmó tanto a Bolívar en Lima, como lo señalé al principio. En este panfleto,

Padilla advertía: “la espada que empuñé contra el rey de España, esa espada con que he dado

8
a la patria días de gloria, esa misma espada me sostendrá contra cualquiera que intente abatir a

mi clase [parda], y degradar a mi persona”. Padilla comenzaba así:

No es ésta la primera tentativa con que mis enemigos, los enemigos de mi clase, han
tratado de desconceptuarme delante del gobierno, delante de mis conciudadanos, delante
del mundo entero; ya se ve, yo no pertenezco a las antiguas familias, ni traigo mi origen
de los Corteses, los Pizarros, ni de los feroces españoles que por sus atrocidades contra
los desgraciados indios, su rapiña, su usura y su monopolio amontonaron riquezas con
que compraron nuevos abuelos […] Ciudadanos, que sensible es en mi corazón
contemplar que los sacrificios que he hecho por mi Patria, y que me han adquirido el alto
rango que obtengo, sean el motivo del celo, de la rabia y del negro odio con que me miran
esos hombres a quienes Colombia no debe sino traiciones e indiferencia, esos hombres
que cada día y desvergonzadamente redoblan sus ataques y minan el santo edificio de la
libertad y de la igualdad del pueblo, para levantar sobre sus ruinas el tablado de la
ambición, y sustituir a las formas republicanas las de sus antiguos privilegios y la
dominación exclusiva de una pequeña y miserable porción de familias sobre la gran
mayoría de los pueblos.15

Al respetable público de Cartagena ofrece una comprensión poco frecuente de la visión que

tenía Padilla de la igualdad. Como Bolívar lo señaló correctamente a Santander, Padilla

deseaba la igualdad absoluta en las esferas pública y privada, entre las cuales no hacía

diferencia. Según Padilla, si la República había abolido los privilegios de clase y raza, sólo el

servicio a la patria debería importar en la nueva jerarquía social, y a causa de sus notables

logros militares, él merecía un rango superior y el correspondiente respeto,

independientemente de que fuera un pardo de origen humilde. Aun cuando se consideraba

superior a sus conciudadanos, él era, a su parecer, no sólo un individuo de méritos

republicanos, sino también parte de una categoría socio-racial colonial: la clase parda.

Cualquier afrenta hecha a él constituía una afrenta a todos los pardos y, por extensión, a la

república en cuya construcción ellos habían participado más que los blancos de la élite. La

noción de igualdad que tenía Padilla iba más allá que la de otros funcionarios

afrodescendientes, que vislumbraban que la República extendería la igualdad de derechos y

deberes a todos los ciudadanos sin consideración de raza y clase.16


9
A diferencia de ellos, Padilla desafiaba abiertamente la jerarquía socio-racial heredada del

colonialismo español y amenazaba con movilizar a los pardos para conseguir la igualdad

concreta. Aunque en todos los casos, un pequeño grupo de blancos poderosos, reacio a

renunciar a su pretendida superioridad racial en una postguerra con escasos recursos y pocas

posibilidades de empleo, esgrimía el fantasma de la pardocracia para silenciar a

afrodescendientes prominentes, sólo en el caso de Padilla su discurso les permitió deshacerse

de él. Además, la visión de igualdad de Padilla reñía con aquélla de los aristócratas

cartageneros que rodeaban a Montilla, que percibían las exigencias de algunos pardos —

promociones equivalentes a las de los blancos e igualdad en las relaciones privadas— como

manifestaciones de arrogancia y violaciones a la esfera privada. También, al anunciar que

usaría su espada para defender la igualdad de derechos y la completa integración de la clase

parda en todos los niveles, Padilla planteaba justo el escenario que, desde finales de la década

de 1790, las autoridades coloniales y de la Primera Independencia habían predicho que

convertirían a la Nueva Granada caribeña en otra Haití. En otras palabras, cuando Padilla

comenzó a utilizar la raza para movilizar a la gente, sus detractores pudieron fácilmente

enarbolar el espectro de la Revolución haitiana y acusarlo de preparar una guerra racial.

Al mismo tiempo, en 1824 los ataques de Montilla contra Padilla redoblaron con sus intentos

de quitarle en el puesto de comandante de la Marina. Padilla publicó entonces una invectiva

contra los pardos que durante la colonia buscaban comprar gracias al sacar para pasar por

blancos y reusaban pertenecer “a la clase que se llamaba de pardos en tiempos de la tiranía y a

la que correspondí, a esta clase se le llamaba ruin, baja, oscura y la que se apellidaba con

todos los dicterios ignominiosos”.17 Detrás del desprecio que reproducen estas palabras,

trasparecen los sufrimientos de Padilla bajo la discriminación racial colonial. Sin embargo,

hay que apreciar que entonces, a pesar de los repetidos ataques de la aristocracia contra

10
Padilla, su popularidad no disminuía en la región, pues fue otra vez elegido senador en 1825,

con gran perjuicio de Montilla.

Padilla frente al conflicto entre Bolívar y Santander

Entre 1826 y 1827, la Gran Colombia entró en una fase de fragmentación y división política,

que se concretizó con las veleidades separatistas de Venezuela y el conflicto entre Bolívar y

Santander (y sus respectivos aliados). Esta situación desconcertó a Padilla, que en 1825 había

votado como todos por la reelección de Bolívar como presidente, pero había contribuido a la

reelección más difícil de Santander como vice-presidente. Si como militar Padilla demostró

desde 1813 una fidelidad y obediencia sin falla a Bolívar, como ciudadano se sentía más

cercano a las ideas de Santander, al cual escribía con frecuencia. Ahora esta doble lealtad se

hacía difícil de mantener. Efectivamente, en 1826, en violación de la Constitución de 1821

que estipulaba su vigencia hasta 1831, Bolívar diseñó una constitución autócrata y semi-

monárquica y mandó a un emisario conseguir soporte a Cartagena y varias otras ciudades para

que se reuniera una asamblea constituyente para debatirla. Padilla, junto con Montilla, lo

apoyó y contribuyó a la firma por una parte escogida de la ciudadanía de un acta a favor del

proyecto de reforma constitucional de Bolívar. La actuación de Padilla sorprendió a varios de

sus seguidores—entre ellos los que Montilla solía llamar “la maldita gente de Santo

Domingo” (hombres como Manuel Marcelino Núñez, Juan José Nieto, Mauricio Romero y

Calixto Noguera). Consciente de la incoherencia de su respaldo al proyecto inconstitucional

de Bolívar, Padilla escribió al vicepresidente Santander para justificar su gesto como una

medida inevitable para proteger el orden público en Cartagena.18

Hasta principios de 1828, Padilla logró mantener su apoyo ambivalente, pero seguía

escribiendo a Santander para felicitarle por defender “una libertad garantizada por un sistema

popular representativo”.19 Sin embargo, cuando en febrero, desde su hacienda de Turbaco,

11
Montilla exigió que todos los oficiales y jefes militares firmaran una “exposición”

atribuyendo la miseria del ejército al gobierno civil de Santander y pidiendo amplios poderes

para Bolívar, la doble lealtad de Padilla llegó a su punto de ruptura. Como comandante de la

Marina, prohibió que los oficiales bajo su mando la firmaran y ofreció defender, otra vez con

su espada, a los del ejército que no querían firmar la exposición. Astutamente, Montilla seguía

los eventos desde su hacienda y dejaba crecer el conflicto.

La caída de Padilla

Según testigos, el 2 de marzo Padilla reunió a algunos oficiales pardos y les dijo que “estaba a

la cabeza del pueblo” para proteger su libertad, porque si “la corona” [es decir, la constitución

de Bolívar] iba a “verificarse”, “nos darían una patada” por ser pardos.20 En los cuatro días

siguientes, los incidentes conflictivos se multiplicaron. Desde Turbaco Montilla asumió

facultades extraordinarias para restaurar el orden público, pero contradictoriamente retiró la

mayoría de los soldados de Cartagena. Según varias fuentes, el paso dado por Montilla era

una trampa para provocar la caída de Padilla: tentó a Padilla para que tomara las riendas, y

poder así acusarle de dar un golpe e iniciar una guerra de razas. 21 Trampa de Montilla o no, la

evacuación de las tropas provocó la acción de Padilla: el 6 de marzo Padilla movilizó a la

Marina y a los pocos soldados que permanecían en la ciudad y los asignó a puestos de

guardia. Supuestamente a solicitud del pueblo, se posesionó de la intendencia y el mando

militar del departamento, un acto que él sabía que era ilegal pero que juzgó necesario para

asegurar la tranquilidad de la ciudad y hacer “entrar en razón al general sitiador”, como

calificaba a Montilla.22 Pero no recibió el apoyo masivo del pueblo que esperaba, y el consejo

municipal rechazó su autoridad.

Tres días después, Padilla huyo a Ocaña, donde se preparaba una convención extraordinaria

para debatir del proyecto de constitución autócrata de Bolívar, con el fin de obtener el

12
respaldo de los partidarios de Santander. No logró nada concreto y, sin duda mal aconsejado,

regresó a Cartagena, donde Montilla le hizo inmediatamente detener y escoltar a Bogotá para

que sea encarcelado y juzgado. Allí Padilla fue involuntariamente involucrado en la tentativa

de asesinato de Bolívar en septiembre de 1828, injustamente acusado de conspiración con

Santander y sentenciado a muerte con otros trece acusados. Al día siguiente, el 2 de octubre,

Padilla fue públicamente despojado de sus insignias militares y fusilado. Su cadáver fue

colgado de una horca. Al supuesto jefe de la conspiración, Santander, le fue conmutada la

pena de muerte por el exilio.23

Análisis del trágico destino de Padilla

El destino trágico de Padilla genera preguntas importantes. Una fundamental es ¿Porqué

Bolívar lo hizo ejecutar pero dejó en vida a Santander? El mismo Bolívar procuró la respuesta

en una carta que escribió poco después: porque Padilla era pardo y en su juicio encarnaba el

riesgo de la pardocracia:

Ya estoy arrepentido de la muerte de Piar, de Padilla y de los demás que han perecido por
la misma causa; en adelante no habrá justicia para castigar el más atroz asesino, porque la
vida de Santander es el perdón de las impunidades más escandalosas […]. Lo que más
me atormenta todavía es el justo clamor con que se quejarán los de la clase de Piar
y Padilla. Dirán con sobrada justicia que yo no he sido débil sino en favor de ese
infame blanco [Santander], que no tenía los servicios de aquellos famosos
servidores de la patria. Esto me desespera, de modo que no se qué hacerme.24

La comparación que Bolívar hizo entre Piar y Padilla era todavía más relevante sabiendo que

tanto en 1817 como en 1828, Bolívar no tomó medidas represivas contra José Antonio Páez,

que sí amenazaba su poder absoluto: en el primer caso, lo neutralizó con una promoción

militar, en 1828 lo dejó dirigir la secesión de Venezuela. Aun cuando Páez no tenía más

educación formal que Padilla, era blanco, y en 1828 se había transformado en un caudillo

potente con vastas propiedades de tierras y amplias redes de clientelismo vinculando el campo

13
a las ciudades, los campesinos a las élites, los pardos a los blancos. Ya era demasiado tarde

mandar el ejército para neutralizar o reprimirle porque resultaría en una verdadera guerra

civil. Así que Bolívar vio en Páez más bien un líder fuerte y capaz de impedir en Venezuela

los sublevamientos populares y la pardocracia que temía en este periodo de construcción de la

nación.

Al contrario, Padilla era popular pero había hecho la guerra sobre los ríos y sobre el mar. En

sus numerosos años de lucha naval, no había adquirido tierras y riquezas a partir de las cuales

construir su propia red clientelista y pesar políticamente más allá de Cartagena et Getsemaní.

Aun allí, el fracaso de su breve toma de poder en marzo de 1828 demostró que no tenía

suficientes seguidores para lanzar un movimiento popular similar a los que llevaron a la

declaración de independencia de Cartagena en 1810-1811. Su detención cuando volvió de

Ocaña en abril de 1828 no generó protestas. Cuando su hermana, Magdalena Padilla, pidió a

quince políticos y religiosos notables de Cartagena que testificaran que él no había perturbado

el orden público en marzo, todos rechazaron su solicitud.25 De igual manera, el volante que

ella publicó para refutar “las acusaciones horribles con que se intenta vilipendiar las gloriosas

proezas de mi hermano el general de división José Padilla” tampoco consiguió movilizar a los

cartageneros.26 Muy probablemente, como en abril de 1828 el pueblo cartagenero no se

movilizó para salvar a Padilla, a fines de septiembre de mismo año Bolívar sabía que si su

proceso y ejecución se realizaban en la lejana Bogotá, no producirían grandes protestas en

Cartagena y Getsemaní.

Sin embargo ¿porque, en 1824 como en 1828, Padilla no logró movilizar masivamente a los

pardos, a las clases populares de Cartagena y Getsemaní de las cuales se reclamaba y con las

cuales se identificaba? Las explicaciones son múltiples. Primero, la igualdad que exigía su

panfleto Al respetable público de Cartagena concernía sobre todo la esfera privada de la

aristocracia, a la cual muy pocos pardos podían aspirar, pues casi todos conducían su vida

14
privada entre si, en sus propios barrios populares. Por otra parte, las amenazas proferidas por

Padilla de volver a empuñar su espada para defender a su clase (de pardos) no eran del gusto

de muchos de ellos, porque les volvía a colocar en el sistema de castas socio-raciales de la

colonia. También estas intimidaciones fácilmente se podían calificar de racismo anti-blancos

y apelación a una guerra de razas que no correspondía a la visión republicana de la posguerra.

Una segunda explicación se encuentra en la situación de crisis económica de la posguerra

golpeaba sobre todo a las clases populares y hacía que sus reivindicaciones de igualdad

correspondían a una concepción más tangible que la que Padilla exigía en su panfleto. A los

efectos de la crisis se añadían causas estructurales, en particular los cambios demográficos y

socio-económicos que resultaron de los diez años de guerra que atravesaron la ciudad

portuaria y su arrabal desde 1812, en particular los 106 días del sitio de Cartagena por el

general español Pablo Morillo que produjeron la muerte de una tercera parte de su población.

En realidad, en 1824-1828, la mayoría de los habitantes de Cartagena eran mujeres negras y

pardas de las clases populares que luchaban diariamente por su supervivencia y la de sus

familias. Para ellas, como para gran parte de los hombres pobres, en 1828 las cuestiones

militares y el conflicto entre Bolívar y Santander contaban menos que otros problemas más

concretos, como la reintroducción de la alcabala colonial, o, para el 10% de los cartageneros

que seguían esclavos—en su mayoría mujeres—, la falta de perspectiva de manumisión.

Una tercera explicación yace en la falta de claridad y de constancia política del mismo José

Padilla. El episodio de su respaldo a la constitución semi-monárquica de Bolivar en 1826 y a

la dictadura del Libertador en 1827 le apartó de sus antiguos compañeros demócratas de Los

Cayos y comprometió su liderazgo para el futuro. Además, a diferencia de las milicias

voluntarias de Lanceros de Getsemaní y de Pardos Patriotas que expulsaron al gobernador

español en junio de 1810 e impusieron la declaración de independencia del Estado de

Cartagena de Indias a la Junta Suprema el 11 de noviembre de 1811, las nuevas unidades

15
militares republicanas, incluyendo la Marina dirigida por Padilla, se componían de soldados y

marinos reclutados a la fuerza. Eran trabajadores, artesanos y sobre todo campesinos

arrancados de varias regiones, que tenían poco en común con sus jefes Montilla o Padilla, y

aspiraban sobre todo a regresar a sus familias y faenas. Por consiguiente, la mayoría de los

marinos y de los escasos soldados que Montilla no retiró de la cuidad no se convirtió en

defensora de Padilla cuando asumió el poder en marzo de 1828. Tampoco parece que

protestaron cuando la noticia del fusilamiento de José Padilla el 2 de octubre llegó a

Cartagena.

La rehabilitación de Padilla por los liberales en 1831

La ironía de la historia es que menos de dos años y medio después de la ejecución de Padilla,

su memoria fue utilizada por los partidarios de Santander contra la dictadura del general

venezolano Rafael Urdaneta. Efectivamente, en febrero de 1831 los pueblos del río

Magdalena se sublevaron contra la dominación de Cartagena y las violaciones de la

Constitución de 1821 por Urdaneta. Para levantar una “División Liberales del Bajo

Magdalena” contra los partidarios del difunto Bolívar, apelaron a vengar el sacrificio de

Padilla, sin mencionar que era pardo. En dos meses ganaron todo el Departamento de

Magdalena a la causa de Santander, terminando por tomar Cartagena después de otro sitio y

forzando a Montilla a regresar a Venezuela.

En mayo de 1831, los liberales habían triunfado en casi toda la Nueva Granada. Francisco de

Paula Santander fue llamado de regreso de su exilio en Europa. Se celebraron elecciones, y en

octubre se inauguró en Bogotá una convención que aprobó una nueva constitución en muchos

aspectos idéntica a la de 1821. Sintomáticamente, uno de los primeros actos de la convención

fue rehabilitar la memoria del general José Padilla y de otros que fueron ejecutados luego del

intento de asesinato de Bolívar. En Cartagena, la prensa liberal floreció, celebrando la

16
libertad y la restauración de los derechos del pueblo. Una proclama titulada “A los espíritus

de Padilla”, firmada por “seiscientos cartageneros”, pedía vengar su sangre y, olvidando el

poco respaldo que había recibido en 1828, afirmaba que el pueblo lo “idolatraba”.27 En un

desagravio simbólico, Padilla recibió honras fúnebres en la catedral de Cartagena en octubre

de 1831. Según un testigo, los trofeos militares y los versos de una sentida elegía provocaban

“a la vez el sentimiento y la indignación”. Los objetos e inscripciones del catafalco señalaban

a Bolívar como responsable de la muerte de Padilla, “víctima inocente de un tirano”.28

En conclusión, José Padilla fue uno de los actores más decisivos de la independencia de

Venezuela y Colombia, no solo por su genio militar naval, sino porque, como pardo,

contribuyó a movilizar los miles de hombres no blancos que lucharon por fundar la república.

Sin embargo, después de la independencia, Padilla representó un problema para las élites

republicanas, porque exigió la igualdad absoluta, en las leyes y en las esferas públicas y

privadas. Denunció la permanencia de las jerarquías y las exclusiones socio-raciales

coloniales en la nueva nación. En otras palabras, planteó la necesidad de que la independencia

no sea solo una revolución política sino también socio-económica—una visión que Padilla no

supo transformar en un movimiento popular amplio y que chocaba con el temor al poder de la

mayoría que habitada a las élites.

En los casi 200 años que siguieron 1831, el silencio sobre el papel clave de José Padilla en la

historia colombiana siguió por la misma razón: como se decía antes y como se sigue diciendo

mucho, “aquí en Colombia no hay racismo”, aun cuando las estadísticas muestran que si uno

nace indígena, negro o pardo, no tiene igualdad de oportunidades con los blancos y los

mestizos. Este año la celebración del Bicentenario en las calles de Cartagena y en los medios

nacionales de comunicación enfatizan por primera vez el papel de Pedro Romero, de José

Padilla y de miles de personas de las clases populares en el nacimiento de la república de

Colombia. Es de esperar que sirva para despertar la conciencia de los actuales habitantes de la

17
región caribeña que fue la cuña y el campo de batalla de Padilla en la guerra y en la república

que queda mucho por realizar su sueño de “igualdad absoluta, tanto en lo público como en lo

doméstico”.

1
Yeny Serrano, “Image des populations dites ‘minoritaires’ (Noirs, Amérindiens, Métis,

femmes) véhiculée par les manuels scolaires destinés aux adolescents/es en Colombie”,

Bulletin de la Société Suisse des Américanistes, Hors-série, 2009, pp. 63-75.


2
Alfonso Múnera, El fracaso de la nación: Región, clase y raza en el Caribe colombiano

(1717 - 1810) (Bogotá: Banco de la República - El Áncora, 1998).


3
“Bolívar a Santander”, 7 de abril de 1825, en: Simón Bolívar, Obras completas, Vicente

Lecuna, ed., 2 vols. (La Habana: Lex, 1947), vol. 1, p. 1076.


4
“Santander a Bolívar”, 21 de julio de 1825, en: Francisco de Paula Santander, Cartas

Santander-Bolívar, 5 vols. (Bogotá: Fundación para la Conmemoración del Bicentenario del

Natalicio y el Sesquicentenario de la Muerte del General Francisco de Paula

Santander/Biblioteca de la Presidencia de la República, 1988-90), vol. 5, p. 16.


5
Enrique Otero D’Costa, Vida del Almirante José Padilla (1778-1828) (1921; reimpresión,

Bogotá: Imprenta y Litografía de las Fuerzas Militares, 1973); Enrique Uribe White, Padilla:

Homenaje de la armada colombiana al héroe de la batalla del lago de Maracaibo (Bogotá:

Imprenta y Litografía de las Fuerzas Militares, 1973); Jesús C. Torres Almeyda, El Almirante

José Padilla (epopeya y martirio) (1981; reimpresión: Bogotá: Imprenta y Litografía de las

Fuerzas Militares, 1990).


6
Daniel Florencio O’Leary, Memorias del General O’Leary publicadas por su hijo, Simon B.

O'Leary, por orden del gobierno de Venezuela y bajo los auspicios de su presidente, general

Guzmán Blanco, 32 vols. (Caracas, Imprenta de la Gaceta Oficial, 1874 – 1914); Archivo

18
Santander. 24 vols., Ernesto Restrepo Tirado, Diego Mendoza Perez, J. M. Henao y Gerardo

Arrubla (eds.) (Bogotá: Aguila Negra Editorial, 1913-32).


7
Ver, por ejemplo, “Pablo García sobre su noble ascendencia gallega” (1799 – 1805), en:

Colombia, Archivo Histórico Nacional de Colombia, Bogotá (AHNC), Sección Colonia,

Fondo Guerra y Marina, rollo 3, fols. 1-41 verso.


8
Torres, , op. cit., pp. 17-43.
9
Torres, op. cit., pp. 40-44.
10
Jaime E. Rodríguez O., The Independence of Spanish America (Cambridge: Cambridge

University Press, 1998), pp. 187-88; Torres, op. cit., pp. 44-50.
11
Torres, op. cit., pp. 50-79.
12
Torres, op. cit., pp. 83-136.
13
“Padilla a Santander”, 30 de agosto de 1824, en: E. Uribe, op. cit., pp. 301-303.
14
“Montilla a Santander”, 10 y 30 de abril de 1822, 10 y 20 de agosto y de 1822, y 20 de

febrero de 1823, en: Mariano Montilla, General de División, Homenaje en el bicentenario de

su nacimiento, 1782-1982, 2 vols. (Caracas: Presidencia de la República, 1982), vol. 2, pp. .

922-23, 927, 941, 943 y 969.


15
José Padilla, Al respetable público de Cartagena, 15 de noviembre de 1824, en: AHNC,

Sección República (SR), Archivo Restrepo (AR), fondo XI, caja 88, vol. 170, fols. 125-126

(énfasis en el original).
16
Para ejemplos, ver Aline Helg, Libertad e Igualdad en el Caribe colombiano, 1770-1835

(Bogotá - Medellín: Banco de la República - Fondo Editorial de la Universidad EAFIT,

2011), pp. 320-325.


17
Respuesta del almirante Padilla a un panfleto publicado en Caracas por el capitán Renato

Beluche, 24 de diciembre de 1824, en: Torres, op. cit., p. 323.


18
Padilla a Santander, 18 de enero de 1827, citado en: Torres, op. cit., p. 189

19
19
Padilla a Santander, 9 de febrero de 1828, en Archivo Santander. 24 vols., Ernesto Restrepo

Tirado, Diego Mendoza Perez, J. M. Henao y Gerardo Arrubla (eds.) (Bogotá: Aguila Negra

Editorial, 1913-32), vol. 17, pp. 245-246.


20
“Proceso por los tumultos de Cartagena levantado por el general Mariano Montilla . . .

contra el general Padilla y los oficiales que se negaron a firmar la representación militar

contra la convención de Ocaña”, 12 de marzo de 1828, citado en: Torres, op. cit.,p. 331.
21
“Apelación a la razón”, Bogotá, 1828, citado en: Torres, op. cit., pp. 345-351.
22
Padilla al Director de la Comisión de la Gran Convención, 12 de marzo de 1828, en:

Manuel Ezequiel Corrales [ed.], Efemérides y anales del estado de Bolívar, 2 vols (Bogotá:

Casa Editorial de J. J. Pérez, 1889), vol. 2, pp. 371-372.


23
Documentos sobre el proceso de la conspiración del 25 de Septiembre de 1828, Originales

del Fondo Pineda y del Archivo Histórico que reposan en la Biblioteca Nacional, ed. Enrique

Ortega Ricaurte (Bogotá: Prensa de la Biblioteca Nacional, 1942), pp. 13-15, 249.
24
“Bolívar a Pedro Briceño Méndez”, 16 de noviembre de 1828, en: Bolívar, op. cit., vol. 2,

pp. 505-506.
25
“Contiene quince cartas dirigidas por mi hermana a sujetos respetables y su contestación”,

en: AHNC, SR, Fondo Historia (HI), tomo 1, fols. 375-411.


26
“Magdalena Padilla, A la impostura y la intriga. La justicia y la verdad”, en: AHNC, SR,

AR, Documentos varios de Cartagena, rollo 5, fondo I, vol. 9, fol. 339.


27
Correo Semanal, Cartagena, 24 de junio de 1831. Véanse también otras ediciones de

Correo Semanal; El Cartagenero Liberal, Cartagena, junio-agosto de 1831; y El Hércules,

Cartagena, 1831.
28
Rejistro oficial del Magdalena, Cartagena, 13 de octubre de 1831.

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