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Él puede ayudarla, ocuparse de ella, en una suerte de mentira donde ella no sabe cuál
es la verdadera identidad del mismo. Sin embargo, la verdad sale a la luz casi al final
de la película y él va a la cárcel. Al finalizar, vemos que ella va a verlo a la cárcel, junto
con su hijo y no podemos ver el diálogo pero vemos una mirada y unas sonrisas
cómplices en una suerte de amistad y solidaridad.
Por otra parte, la mujer que es asaltada, interpretada por Liliana Juárez, no es de la
clase alta, por el contrario, representa a una clase media cerca de la baja, se dedica a
limpiar la casa de una vecina, con lo cual le alcanza para vivir diariamente. Él
delincuente representa a la clase pobre propiamente dicha. El director logra realizar un
salto que va más allá e independientemente de las clases, para mostrarnos que sin
importar si el hombre es pobre o ladrón y la mujer trabajadora y de la clase media,
pueden entablar un lazo afectivo de solidaridad.
Es decir, más allá de la diferencia entre una clase desposeída y otra no, lo que une a
los seres humanos es su especial capacidad de darse cuenta del dolor. Ella puede
darse cuenta de que está recuperándose de un accidente, de que necesita que la
ayuden a vestirse, a caminar, a comer. Él puede darse cuenta de que actuó
moralmente mal al tomar algo que no es de él y por eso termina en la cárcel . Y al
mismo tiempo ambos pueden intersecarse mutuamente. El ayuda a ella cuando lo
necesita. Y ella ayuda con el hijo a él mientras él paga sus culpas en la cárcel. Esto es
algo que los animales no lo pueden lograr. Pueden sufrir, porque pueden tener algún
tejido u órgano dañado por ejemplo, pero no pueden tomar conciencia de que están
sufriendo. Los hombres sí, y en eso reside su humanidad, a mi modo de ver, en esa
especial manera de sentir el dolor.