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Los castores roen los árboles para construir presas donde crezca la vegetación de
la que se alimentan. Las aves hacen nidos con ramitas, hierbas, tallos y otras
cosas que encuentran, como hebras de lana. Pero en ninguno de estos casos
podemos hablar de tecnologías en sentido estricto. Si no se trata de situaciones
completamente estereotipadas, los animales son incapaces de generalizar su plan
evolutivo innato para adaptarse a nuevas circunstancias.
Los chimpancés, por otro lado, utilizan distintas herramientas en sus diferentes
agrupaciones sociales. Los de la reserva de Gombe en Tanzania emplean largas
ramitas, despojadas de hojas y de excrecencias, y las introducen en los
hormigueros para extraer a los insectos y comérselos. Los chimpancés del bosque
Tai en la Costa de Marfil no saben proceder así, pero a diferencia de los de
Tanzania construyen yunques con tocones y rocas y luego recurren a objetos
contundentes de madera o piedra con que abrirlos frutos. Los diferentes grupos
aprenden a 'utilizar estas herramientas en el seno de sus clanes, pero se registran
escasas invenciones en el uso de un nuevo útil. Dentro de los mismos grupos se
han observado durante décadas iguales pautas exentas de innovaciones. Y
ningún chimpancé construyó herramientas que sobreviviesen a lo largo de las
épocas arqueológicas. Los chimpancés y otros animales no poseen en realidad
nada que remotamente evoque una tecnología humana.
los albores del tercer milenio, pero ¿cómo serán las cosas dentro de cien años? Mi
tesis es que en un plazo de tan sólo veinte años se desplomará la barrera entre la
fantasía y la realidad. Y antes de que pase un lustro esa barrera quedará
horadada de modos tan inimaginables para la mayoría de los que viven ahora
como podía serlo hace un decenio el uso cotidiano de Internet.
REVOLUCIONES TECNOLÓGICAS
Cuando yo era adolescente, recibía todas las noticias científicas por medio de
vapores que navegaban durante tres meses. En 1984 contribuí a fundar en Palo
Alto una empresa de Silicon Valley, Lucid, y acepté un puesto académico en el
Instituto Tecnológico de Massachusetts. Yo era el responsable principal de la
compilación para un lenguaje de programación de inteligencia artificial,
CommonLisp, y desempeñé esas funciones desde mi nuevo hogar en
Massachusetts. Utilicé en primer lugar lo que ahora denomino «Red de Federal
Express», mediante la cual remitíamos diariamente por vía aérea a través de todo
el país unos cartuchos de cinta de 20 megabytes. Más tarde dispuse de una
costosa línea terrestre que proporcionaba un acceso de 19.200 baudios y luego, a
punto de arruinarnos, usé el servicio gratuito de Internet a comienzos de la década
de 1990. Viví así a través de tres o cuatro generaciones de tecnología de
dispersión de la información antes de empezar a sentirme maduro, habiendo
experimentado el microcosmos histórico de las transformaciones de la vida
tecnológica gracias a una serie de máquinas diferentes. Aunque todas estas
alteraciones se desarrollaron a una velocidad vertiginosa en comparación con la
de las que sufrieron nuestros antepasados, en mi caso discurrieron con una
violencia o incluso una incomodidad notablemente inferior. Nuestra tecnología nos
define del mismo modo que la sintaxis.
Al comienzo de la historia de la humanidad creamos máquinas muy sencillas, tan
simples que a algunas personas incluso les costaría trabajo asignarles este
nombre.
Durante esa transición fueron inventadas otras máquinas, como los hornos de
fundición de metales y la rueda. Ésta surgió hace unos 8.500 años, pero
transcurrieron tres mil antes de que los sumerios inventasen los vehículos tirados
por animales. Gracias a las bestias, nuestras máquinas empezaron a conseguir
una cierta autonomía. Ya no era necesario que una persona estuviese al frente de
la tarea a cada momento. Podía, por el contrario, dar a un caballo alguna
indicación acerca del rumbo que tenía que seguir y el animal
Todo eso está cambiando el grado en que se requiere la mediación humana para
obtener el acceso a la información. Desaparece ya una de las funciones que les
quedaban a los seres humanos cuando se desplazaron a las ciudades durante la
Revolución Industrial. Ahora no es tan imperativa la necesidad de personas para la
gestión de las cadenas de montaje y en las tareas contables, bancarias y fiscales.
A través de Internet es posible adquirir libros, víveres, aparatos, muebles, coches y
acciones y contratar viajes. En torno de las transacciones a través de la línea ha
surgido toda una nueva economía. Personas que antes no eran capaces de
vender nada operan en prósperos mercados de artículos accesibles. Hacen
negocios en el mundo entero, sin tener que preocuparse de localizaciones
geográficas.
LECTURAS COMPLEMENTARIAS
Bush, V.: «As We May Think», Atlantic Monthly, julio de 1945. Accesible en línea en
http://www.isg.sfu.ca/— duchier/misc/vbush/ vbush.shtml.
Nelson, T.: Computer Lib/Dream Machines, Bits Inc., Peterborough, New Hampshire,
1974. Revisión: Tempus Books, Microsoft Press, Redmond, Washington, 1987.
Pepperberg, I. M.: The Alex Studies: Cognitive and Communicative Abilities of Grey
Parrots, Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts, 2000.