Вы находитесь на странице: 1из 53

ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO


DONALD CURTIS
Era un tipo llamado Sacramento. Nadie sabía cuál era realmente su nombre. Creo que nadie llegó a
saberlo jamás. Había pocos como él en el Oeste. O en cualquier otra parte. En realidad, es posible que no
hubiera ningún otro. Por fortuna para el Oeste. Y para todo el mundo. Sacramento sabía que aquélla era
una tierra dura para vivir. Y vivía. Para eso, tuvo que hacerse sus propios modos de vida. Peculiares, pero
prácticos. Muy prácticos. Esta es la historia de ese tipo llamado Sacramento. Y del mundo que le rodeaba.

CAPÍTULO PRIMERO
PUEBLO
Aquél era Pueblo.

El nombre le iba bien. En español, significaba «pequeña población» o «villorrio». Y lo era. Además, era
feo, tristón y sucio. Tenía poco de agradable. Muy poco... si es que tenía algo.

Pero era el sitio adonde tenía que ir, y eso era lo que contaba. Al menos, por el momento. Echó una
ojeada en derredor, estudiando las casas de madera, las aceras de porche, el polvo y la suciedad que eran
como distintivos del lugar.

«Pinky», el jamelgo, relinchó lastimosamente. Era la única forma que tenía de relinchar, y era preferible
que mantuviese su fea bocaza cerrada, en vez de soltar aquel sonido desagradable y penoso. Pero nadie
podía sorprenderse de que un animal tan antiestético, pudiera emitir sonidos semejantes.

Eso significaba que a «Pinky» no le gustaba el sitio. Y «Pinky» podía ser todo lo que se quisiera, menos
un animal estúpido. Tenía instinto. Un gran instinto, para ciertas cosas.

Su jinete bostezó, mirando en torno. Se rascó los largos cabellos rubios, y entornó sus azules ojos oscuros
con aire perezoso. Sacudió la cabeza, volviendo a ajustarse bien el sombrero de copa plana, muy baja y
muy redonda, con las alas abarquilladas.

—Que me ahorquen si me quedo aquí más de un día —refunfuñó.

Siguió adelante, con el mismo trote cansino, lento, casi irritado, que «Pinky» utilizaba cuando no tenía
ganas de galopar. Cosa que le sucedía siempre. O casi siempre. Sólo cuando intuía las cosas mal dadas
para él y su amo, con aquella rara habilidad suya para oler a chamusquina, «Pinky» se convertía en una
montura relativamente veloz. Muy relativamente, desde luego.

Ya estaban en Pueblo, y eso era lo que contaba. «Pinky» sabía que el refrigerio llegaría pronto, y eso era
lo que, cuando menos, le impulsaba a seguir adelante, haciendo de tripas corazón.

Su jinete clavó los ojos en la cantina. Hizo un gesto con la cabeza. Se humedeció los labios resecos.

—Amigo, vamos a calmar la sed antes que nada —dijo, pensativo.

«Pinky» emitió otro relincho, e incluso agitó las orejas, como si aquello le sonara a gloria.

Avanzaron hacia la cantina, que ocupaba el chaflán de un edificio irregular hecho de madera todo él.

Entonces apareció una nube de polvo hacia su derecha, procedente de la otra amplia calle del pueblo, que

1 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

formaba, con la principal, una especie de trazo de letra T, bordeada de edificaciones irregulares y feas.

En medio de la polvareda venía algo más. Un tiro de seis caballos. Y un carruaje espantosamente pintado
de rojo sangre; la diligencia.

—No se privan de nada aquí —refunfuñó el jinete—. Incluso tienen diligencia...

Pero la diligencia no le importaba a él gran cosa. No acostumbraba a viajar sino en su montura. Ni


diligencia ni ferrocarriles. Esto era mejor. Más independiente, más personal.

La diligencia se detuvo junto a la cantina. Estaba allí la parada de postas. Leyó su gran cartelón:
«PARADA DE DILIGENCIAS. DESPACHO DE BILLETES PARA TUCSON Y SILVER CITY. WELLS
& FARGO».

Un par de hombres salió a recibir el carruaje de postas. Algunos curiosos asomaron en porches y puertas.
La llegada de la diligencia acostumbraba a ser siempre un acontecimiento semanal o quincenal. Donde
nada sucedía, cualquier cosa era buena para romper la monotonía.

Siguió adelanté, hacia la cantina. Se detuvo frente a ésta. Algunos curiosos asomaban también por encima
de los batientes de la entrada, para contemplar la diligencia. Dudaron en repartir su interés entre el
vehículo de Wells & Fargo y el extraño jamelgo que llegaba con un jinete encima.

Finalmente, «Pinky» y su caballero ganaron limpiamente la partida. Su estampa era infinitamente más
extraña que todo lo demás.

—¡Eh! ¿Visteis eso? —rezongó uno—. ¿De dónde salieron?

—Me pregunto cómo se tiene en pie, esa cosa parecida a un caballo... —comentó otro.

«Pinky» parecía molesto. Era un animal sensible. Su jinete bostezó otra vez. No se alteraba fácilmente.
Estaba habituado, además, a esa clase de comentarios. «Pinky» no era como para presentarse a un
concurso de alazanes. Á pesar de ello, le molestaba que pudieran ofender al buen amigo de cuatro patas.

Con olímpico desprecio hacia todos, llegó ante el abrevadero. «Pinky» olfateó el agua, y emitió un
relincho de disgusto, sacudiendo su cabeza con aire negativo. Su jinete ató al animal a un poste.
Contempló el agua, fangosa y sucia, con moscas y toda clase de desperdicios flotando en su maloliente
superficie.

—Calma, muchacho —dijo entre dientes, palmeando el cuello del animal—. Te traeré algo de beber más
limpio que esa inmundicia...

Miró de soslayo. La diligencia se había detenido. Se abrió la portezuela, color rojo oscuro. Asomó una
melena rubia. Y un pie calzado con botín rojo. Y un tobillo entre crujientes faldas y enaguas...

Hubo un rugido. Si, un rugido. Y colectivo, que era lo raro.

El jinete de «Pinky» enarcó las cejas. Apoyado en los estribos, estiró sus interminables piernas y estudió
con ojos sorprendidos lo que sucedía. Había motivos para sorprenderse. ¡Vaya si los había...!

Apenas apareció la pierna pudorosa de la damisela, en el estribo de la diligencia, seguida por unas caderas
bastante ampulosas, una cintura breve y un busto muy respetable, hubo una especie de nuevo alarido
general en la calle. Una masa de diez hombres, que en rápida evolución se transformó en veinte y luego en
una treintena larga, se precipitó sobre la diligencia.

El postillón creyó que llegaba la avalancha temida de los pieles rojas, disfrazados en esta ocasión de
apacibles colonos, en un alarde de picardía. La chica rubia gritó, que era lo menos que podía hacer.
Hubiera retrocedido, de no ser porque a sus espaldas, en el angosto interior del carruaje, se hacinaban

2 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

otros cinco viajeros que, al impulso de sus bien desarrolladas nalgas, se fueron al fondo, confusamente,
impidiéndole regresar a la diligencia.

La masa ululante cayó sobre el estribo. Unas manos ávidas tiraron del delicado tobillo femenino. La dama
gritó otra vez, con toda la dignidad posible, para caer aparatosamente sobre el trasero, sin dignidad alguna
ya. Los aullantes opresores empezaron un auténtico espectáculo de strip, digno de La Jaula de Oro de
Tombstone. Sólo que la pobre damisela no intervenía en el espectáculo sino como elemento pasivo. Sus
prendas eran arrancadas por aquellos energúmenos, hasta el punto de que solamente la dejaron a la
infortunada en corpiño y prendas íntimas, ricas, en encajes, lazos y perifollos.

Sólo Dios sabía lo que hubiera sucedido, ante la mirada pasiva, curiosa y asombrada del indolente jinete
de «Pinky», de no mediar un repentino estruendo que inmovilizó a los agresores.

Todos se pararon en su nada decorosa diversión de dejar a la viajera En paños menores, y se volvieron
hacia el punto de origen del estampido.

También el rubio, joven y largirucho jinete de «Pinky», giró la mirada azul, plácida y divertida, hacia
donde sonara el estampido.

Vio a un hombre con una placa de latón, algo abollada y torcida por cierto, empuñando una formidable y
voluminosa carabina de otra época, todo lo anticuada que se quisiera, pero contundente a la hora de soltar
un cartucho de perdigones al aire. Lo peor es que tenía dos cañones, y el otro, bien repleto de carga,
estaba asestado sobre los ciudadanos que tan peculiar y salvaje procedimiento tenían para dar la
bienvenida a una dama viajera.

—¡Hatajo de salvajes desnaturalizados! —aulló el que lucía la desairada placa de autoridad local—. ¡Me
siento avergonzado de vosotros, hoy más que nunca! ¡Sois peor que una jauría de lobos, desgraciados! ¿Es
que acaso nunca visteis una mujer, sinvergüenzas? ¿Es que el honor y la dignidad de este lugar debe
depender de vuestras lamentables maneras? Mereceríais todos ir a la horca, por cerdos, o cuando menos
ser bien embreados y emplumados, para escarmiento de todos en lo sucesivo. Y bien sabe Dios que si de
mí dependiera, ni uno solo de vosotros se libraría del castigo...

—Pero, Rick, comprende que... —comenzó lastimosamente uno que exhibía un íntimo lacito color de
rosa, como trofeo de guerra, entre sus dedos apretados.

—¡Callaos todos, desdichados! —le cortó el llamado Rick—. ¡No comprendo nada de nada, a la vista de
esa vergüenza pública! Retiraos, vamos. Y que alguno de vosotros, cuando menos, tenga la suficiente
caballerosidad para cubrir a esa dama con alguna prenda...

Hubo un silencio impresionante. Unos se miraban a otros, indecisos. Al final, un fornido pelirrojo tragó
saliva, se incorporó, despojándose de su chaqueta de piel, y fue hacia la horrorizada damita, para cubrirla
coa su prenda. Ella le sonrió, agradecida. Pero apenas los brazos del hombre la rodearon con la chaqueta,
pudorosamente, se abalanzó sobre ella, intentando besuquearla con un rugido.

—¡Smithy, te volaré la cabeza si repites algo así! —aulló el sheriff, manteniendo la carabina en una mano,
y disparando un revólver con la otra, estruendosamente.

El hombre se retiró, asustado, de la no menos asustada dama, que ya sin fiarse de nadie, miraba a unos y
otros con auténtico pavor. Los viajeros de la diligencia, agrupados en la puerta del vehículo; eran testigos
atónitos de la escena.

—¡Fuera, fuera! —rugió el hombre de la placa de latón. Y volvió a disparar el revólver furiosamente, con
lo que logró la estampida desordenada de todos los asaltantes.

Desaparecieron en esquinas, puertas y aceras, como perseguidos por el diablo. En la calle se hizo el
silencio. La dama, sollozando, se incorporó, oprimiendo contra sus muy respetables curvas aquella prenda

3 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

«gentilmente» donada por uno de sus asaltantes.

—Cielos, nunca me ocurrió algo así —se quejaba—. Nunca... Sé que soy atractiva, pero no hasta este
punto...

«Pinky» resopló, impaciente. Todo aquello, sin duda, le tenía sin cuidado. Quería comer y beber, no
presenciar estupideces. Su jinete salió de la contemplativa indolencia, y saltó a tierra. Casi era como si no
se hubiera movido del animal. Seguía siendo tan alto como antes.

El sheriff se había acercado a la dama de la diligencia. Se inclinó cortés ante ella. La viajera le miró,
agradecida.

—Créame que lo siento —dijo el hombre de la estrella de latón—. En Pueblo, la gente es todavía un poco
salvaje...

—¿Un poco? —repitió ella, estupefacta—. ¿Qué ocurrirá entonces donde sean muy salvajes, sheriff?

—Debería comprenderles. ¿No ha oído hablar usted de... de Pueblo y sus problemas?

—No —negó ella—. ¿Qué problemas son esos?

—Pues verá, señorita. Yo podría explicarle... —se acercó más a ella. No Separaba su mirada del descote
sonrosado de la viajera. De repente, se abalanzó, intentando abrazarla a viva fuerza—. ¡Yo, señorita, no
puedo culpar a mis conciudadanos de algo que nos afecta a todos por igual!

Ella chilló, asustada. Cayó la chaqueta de sus hombros, corrió a la diligencia, provocando de nuevo el
cataclismo, y derribando a los viajeros nuevamente dentro de la diligencia. Tras ella, como un lebrel, se
lanzó el impetuoso sheriff, exultante de vitalidad.

—¡No huya, por favor, señorita! —gemía el sheriff—. También yo soy casado, compréndalo!

—¡Entonces, aún lo entiendo menos! —se quejó angustiada la desdichada joven, tras cerrar de golpe la
portezuela de la diligencia, una vez dentro, en confuso hacinamiento con los demás compañeros de
viaje—. Pero, ¿qué les ocurre a todos en este lugar?

«Pinky» relinchó, ya realmente harto de todo aquel cúmulo de disparates que su mente caballuna no
acababa de entender. Lo malo es que su jinete tampoco entendía del todo. Y preguntóse en voz alta,
frotándose la cara, algo barbuda de unos días, con roce de papel de lija en el dorso de su nervuda mano:

—Sí, por todos los diablos... ¿Qué les ocurre a todos aquí?

Alguien le contestó, perezosamente, desde el porche de la cantina:

—Nunca lo entendería, forastero, si no se lo dijesen... En Pueblo no hay mujeres, ¿sabe? Ninguna mujer...

CAPÍTULO II
SACRAMENTO
—Ninguna mujer... ¿Eso tiene sentido?

—Vaya si lo tiene. Ya vio lo que ocurría. Cuando ven a una, esto es un volcán... Lógico, ¿no?

—Supongo que sí —se desperezó el forastero, apoyándose en el largo mostrador de madera de pino, con
superficie de estaño—. ¿Qué hicieron con las que había? ¿Las ahorcaron?

—No somos tan bárbaros-rió el cantinero, un tipo con un parche de cuero negro, sucio de grasa, encima

4 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

de uno de sus ojos, posiblemente vaciado en alguna reyerta—. No, amigo. Ellas no necesitaron ser
ahorcadas. Se largaron. Eso es todo.

—¿Se... largaron? —sacudió la cabeza el jinete de «Pinky», perplejo—. No entiendo bien...

Afuera, un lastimoso relincho puso una nota patética en el ambiente. Los numerosos parroquianos del
lugar levantaron la cabeza. Miraron al exterior, perplejos.

—¿Eso fue un caballo? —pregunto alguien.

—Yo diría que no. Parecía un coyote acatarrado —cortó otro, zumbón.

—No, no —rechazó un tercero—. Es una oveja con anginas.

Impávido, el forastero se acodó en el mostrador, como si nada hubiera oído. Miró al tuerto cantinero. Le
encargó, apacible el tono:

—Déme un vaso de leche, amigo. Y que no esté aguada...

Se hizo un silenció impresionante. El cantinero pestañeó con su único ojo, como si hubiera escuchado una
aberración. Los clientes, atónitos, volvieron ahora la cabeza hasta el recién llegado.

—¿Ha dicho usted... un vaso de leche? —indagó, esbozando una sonrisa divertida.

—Eso dije, sí. Un vaso de leche.

—Bromea, claro... —rió el cantinero, de buena gana—. Usted sabe lo que es un chiste, amigo.

—No bromeo. No dije ningún chiste —replicó parsimonioso el viajero—. Pedí leche. Sólo eso. Un vaso de
leche... ¿Tiene o no?

—Claro...,Claro que tengo —tartajeó el hombre del parche al ojo—. Leche de vaca, desde luego. No nos
gustan las ovejas por aquí.

—Desde luego. Leche de vaca. Esa es la que quiero. Un buen vaso.

—Es que... —tragó saliva el cantinero. Miró alarmado a sus clientes. Luego, al forastero. Se inclinó hacia
él—. Es que... sólo se sirve a... a los niños. Y a las mujeres. Como no hay mujeres...

—¿Y niños tampoco?

—Pues... sí. Sí, hay algunos, pero... —tosió, incómodo—. ¡Diablo, nunca serví un vaso de leche a un
hombre! ¿Entiende ahora?

—Claro. Se le entiende todo. Usted tiene buena voz, amigo. Y buena dicción, además —sonrió, afable.
Pidió, enérgico—: ¿Y ese vaso de leche?

El cantinero resopló. Se volvió. Fue a la trastienda, de mala gana. A espaldas del viajero hubo risitas. Él
no se movió. Ni se inmutó. En vez de eso, calmosamente, sacó un delgado cigarro de su bolsillo superior.
Lo mordisqueó, escupiendo la punta. Lo encendió, parsimonioso, con un fósforo que prendió en su
gastado pantalón tejano, de recio, áspero dril azul desvaído, con parches de cuero.

—¿Oyeron eso? —dijo una voz—. El jovencito pidió leche...

Hubo risas. Y un comentario insultante:

—Ya me pareció... Ojos azules, pelo rubio, largo... Parece una damisela.

5 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—Diablo, sólo lo parece. No es una damisela, aunque beba leche, ¿eh?

—No. Pero lo parece... Eh, amigo, ¿qué tal sabe la leche?

Se volvió, inexpresivo. Sonreía, en su rostro de rubio vello descuidado.

—¿Me pregunta a mí? —quiso saber.

Frente a él tenía a una media docena de tipos. Todos mal encarados. Sobre todo, un gigantón pelirrojo, de
largas patillas, frondosos bigotes y boca torcida. Debía pesar doscientas libras largas. Y todo ello en
huesos, músculos y fibras. Poca grasa. Gesto agresivo, malhumorado.

—Claro. A usted, jovencito delicado —hubo risas—. ¿Por qué no pide whisky o ginebra como los
hombres?

—Primero he pedido leche. Deje que pida lo que quiera, ¿no?

—Bueno, apostaría a que nunca bebió whisky ni ninguna otra cosa —dijo otro—. ¿Por qué no le dejas que
beba leche, Jenkins? El pobre chico tiene sus costumbres...

—No me gustan las costumbres de niños y de mujeres... cuando las adoptan los hombres. O los que
aparentan serlo, cuando menos —silabeó, zumbón, el llamado Jenkins. Avanzó, pesadamente, hacia él.
Llevaba revólver al cinto; un voluminoso «45» de Samuel Colt. Y tenía una expresión belicosa e
inquietante en sus torcidos ojos grises—. Vamos, vuélvase atrás antes de qué lo pase mal, hijito. No pida
ese vaso de leche, ¿estamos?

El cantinera apareció entonces. Dejó sobre el mostrador un grueso vaso de whisky.. repleto del blanco
líquido. Se miraron el tuerto cantinero y Jenkins. Luego, ambos miraron al forastero.

—Gracias —sonrió afablemente el joven de larga cabellera rubia—. Parece que no tiene mucha agua,
amigo. Excelente, fresca y cremosa leche. Nada mejor para beber cuando hay sed...

Acercó la mano al vaso. Rápidos, los dedos férreos de Jenkins se cerraron sobre la muñeca del
desconocido. Apretaron ruda, furiosamente. Y con brusquedad.

—Espere, hijito —silabeó, agresivo. Elevó la voz, sarcástico—. No pensará beberse eso, ¿no es cierto? No
delante de nosotros, claro...

—No he dicho lo que vaya a hacer —replicó él—. Pero la leche es para beber, ¿no?

—No entre hombres —ríe cortaron con agresividad—. Vamos, tire la leche. Y pida algo de verdad, algo
digno de un tipo que lleva pantalones..., aunque no sepa llevarlos.

Las risas aumentaron. El forastero bostezó, encogiéndose de hombros.

—No tiene sentido —dijo—. Está usted haciendo el tonto, pelirrojo.

—¿Qué?—bramó el aludido, enrojeciendo casi tanto de piel como de cabellos—. ¿Encima me injuria,
cerdo apestoso y afeminado?

—No injurio a nadie —sonrió apacible el otro—. Sólo dije que hace el tonto. Vamos, deje que tome ese
vaso de leche y luego...

—¡No, mientras yo viva! —se tocó el revólver, rápido, agresivo—. Y si quieres vivir, petimetre ridículo...,
¡no toques ese vaso de leche!

—¡Eh, Jenkins, cuidado con lo que haces! —avisó alguien—. El tipo no lleva armas...

6 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Por vez primera pareció darse cuenta de ese detalle el tal Jenkins. Perplejo, observó el cinturón de su
antagonista, libre de proyectiles, de armas, de funda pistolera... Pestañeó. No le gustó eso, pero tenía que
aceptarlo.

—Cierto... —masculló—. No hay armas... ¿No sabes tampoco usarlas, imbécil?

—No me gusta llevar armas. Ni lucirlas. Si puedo pasarme sin usarlas, mejor.

—¡Pues no va a ser así! —aulló Jenkins—. ¡No en Pueblo, ciertamente! Defiéndete, mozalbete... o tira
esa leche lejos de ti y pide algo fuerte, algo de hombres.

—No voy a empuñar ningún revólver —sonrió el otro—. No me batiré con usted, si es eso lo que basca.
No tiene sentido hacerlo. Deje que recoja mi vaso de leche y...

—¡Quieto, cerdo! —ordenó el pelirrojo mastodonte con ira—. ¡Un gesto más y te agujereo la cabeza!
Vamos, dadle un arma... ¡Pronto, un revólver para ese mocoso!.

Impávido, el forastero sonrió. Pidió, apacible:

—Un momento. El cigarro se está apagando... Deja que lo arregle...

Sacó algo de su camisa, bajo el chaleco de flecos de cuero. Antes de que nadie tuviera tiempo de evitarlo
o de tomar precauciones, aquello estaba ya prendido por la brasa del cigarro. Y chisporroteando.

—¡Dinamita! —aulló uno—. ¡Es un cartucho explosivo!

El forastero, con una sonrisa, mantuvo ante sí el cartucho recién prendido, con su corta mecha
chisporroteando lenta pero implacablemente. Era un pequeño, oscuro cilindro de expresivo contenido.

Hubo un masivo retroceso de todos, con el pelirrojo Jenkins a la cabeza. El cantinero huyó despavorido.
El portador del cartucho sonreía, apacible.

—No me gustan los duelos —silabeó—. Pero si alguien quiere agujerearme la piel, me da lo mismo que
volemos todos en pedazos. Es un final divertido, Jenkins...

—¡Por el amor de Dios, ese cartucho! ¡Casi ha consumido media mecha ya! —jadeó, lívido, el pelirrojo.

—Su arma. Y las demás —dijo fríamente el forastero—. Déme su revólver. Los demás, tiren las suyas
bien lejos. ¡Pronto, o no apago la mecha!

Y agitó en el aire el cartucho. Aventada, la chispa corrió más veloz por la corta mecha medio consumida.

Rápidos, todos tiraron las armas, excepto Jenkins, que arrojó su voluminoso «Colt 45» a las manos del
antagonista. El forastero tomó con su diestra el arma al vuelo. En la zurda, chisporroteaba la dinamita.

Sudorosos, lívidos, se movieron todos hacia la salida. El hombre del mostrador rió, y sin soltar el arma con
su diestra, tiró el cartucho repentinamente sobre el grupo de clientes del local.

Hubo un alarido colectivo, carreras, atropellos mutuos, caídas contra los batientes... El cartucho rodó tras
ellos hasta la acera. Hubo chillidos de terror en la calle. Jenkins quiso huir y tropezó, cayendo de bruces...,
justo ante el cartucho y su mecha chisporroteante..., que se agotó en ese momento.

Jenkins aulló, en agonía, tapándose el rostro para morir sin ver la muerte cara a cara.

Se apagó la mecha. La dinamita no estalló. En su lugar, del cartucho brotó un bufido agudo, como algo
que se deshincha. Sólo aire brotó del interior con ruido burlesco..:

7 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Siguió un silencio impresionante. Y risas de todos.

De espectadores alejados, del propio cantinero, presa de repentina hilaridad... Jenkins, sudoroso, lívido,
contempló con estupor primero, con ira después, aquel cartucho de «pega», deshinchado ante él... y sin
estallar. No contenía sino aire. Nada de explosivos.

Iracundo, se volvió. El forastero reía de buena gana. Y hacía girar el «Colt» sobre su dedo índice,
amartillado perfectamente, mientras fumaba su cigarro con indolencia...

Luego tomó calmosamente el vaso de leche, y con él en su mano zurda, se movió hacia el exterior.
Contempló a todos los presentes, que se alejaron, impresionados, mirándole con asombro. Jenkins,
humillado, se incorporó, alejándose de la acera de la cantina con gesto iracundo.

El recién llegado avanzó hasta el abrevadero. Miró a «Pinky». Este relinchó, gozoso. Y el joven de rubia
melena se quitó su sombrero de copa plana. Vertió dentro el vaso de leche. Lo ofreció a su montura.

«Pinky», ávidamente, succionó la leche contenida en la prenda. El cantinero, desde la puerta, asistió
estupefacto a la escena.

—Mi buen amigo, esa gentuza quería que no calmaras tu sed —rió entre dientes su jinete—. Traté de
explicárselo, pero no quisieron oírme...

El animal siguió apurando el blanco líquido, golosamente. El cantinero se rascó sus cabellos, con el
estupor reflejado en su único ojo.

—Que me ahorquen si vi nunca a alguien como usted, amigo —masculló—. ¿Cómo dijo que se llama?

—No lo dije —suspiró el viajero—. Pero me llaman Sacramento.

***
—Sacramento... ¿Eso dijo?

—Sí. Sacramento.

—No es un nombre...

—Es una ciudad. En California. Nací allí. Empezaron a llamarme Sacramento por esa razón, y así
quedaron las cosas.

—¿Y su verdadero nombre?

—¿Quién se acuerda de eso? Además..., ¿qué es un nombre? Un puñado de letras en cierto orden nada
más. Sacramento está bien. ¿Por qué buscar otro?

—Nunca vi un caballo que bebiera leche...

—Eso no quiere decir qué no los haya. Solo que no vinieron por aquí, amigo.

El cantinero tuerto meneó la cabeza, dubitativo sirvió ginebra en dos vasos. Uno para él y otro para el
forastero.

—Aún así, juraría que ninguno más bebe leche —sostuvo.

—Eso a «Pinky» no le preocupa demasiado —dijo Sacramento—. A él le gusta.

—Se ha ganado un mal enemigo.

8 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—¿Quién? ¿Jenkins?

—Le llaman algo más que eso: Jenkins Perro rabioso. Y está justificado el apodo, ¿va entendiendo?

—Sí, creo entender. No tendrá más remedio que resignarse.

—No se resignará. No perdona ofensas. Su burla con el falso cartucho fue demasiado sangrienta. La gente
no habla de otra cosa en Pueblo.

—Peor hubiera sido volarle la cabeza.

—¿Lo hubiera hecho? —se interesó el cantinero del parche de cuero en el ojo.

—Si no había otro remedio... —sacudió la cabeza—. Pero no me gusta la violencia. No, si no es
absolutamente necesaria.

—La violencia... Ese es el gran problema de Pueblo. Hemos sido violentos. Demasiado violentos durante
años. Las mujeres se enfurecieron por ello. Nos lanzaron un ultimátum, todas de acuerdo; novias, esposas,
hijas... Nadie hizo caso, claro.

—¿Y...?

—Ellas se largaron. Todas.

—¿Todas? —Sacramento arrugó el ceño—. Nunca vi a dos mujeres de acuerdo en algo. ¿Cómo pudieron
ponerse tantas?

—No lo sé. Debían de estar hartas de muchas cosas. No las creímos. Y se largaron.

—Como los niños tras el flautista de Hamelín, ¿eh? —rió entre dientes Sacramento.

—¿Cómo?—pestañeó el único ojo del cantinero.

—No, nada. Olvídelo. El hecho es que ellas se largaron, ¿eh?

—Sí, eso es. Hasta que la gente cambie.

—Cambie, ¿el qué?

—Su modo de ser. Cuando no sean bravucones ni camorristas. Cuando no haya peleas, disparos ni sangre
derramada...

—¿Eso se logrará alguna vez?

—Claro que no —gimió el cantinero—. Nunca volverán ellas...

—¿Usted tiene esposa tal vez?

—No —Sacramento no supo si cerraba su ojo o le hacía un guiño. Era difícil distinguir ese matiz en un
tipo con un solo ojo—. Es la mujer de otro. Pero nos arreglamos bien los dos.

—Ya —Sacramento sacudió la cabeza—. Incluso ella se largó, ¿no?

—Incluso ella, sí —se quejó su interlocutor—. Es horrible. Ni una mujer... Ya ha visto lo ocurrido con esa
viajera de la diligencia... No sé lo que acabará sucediendo.

—¿Dónde están todas ellas? —se interesó Sacramento, apurando su ginebra y tomando la botella, de
donde se sirvió otro trago.

9 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—En Puebla.

—¿Puebla? —arrugó el ceño—. No sé de ningún pueblo así en muchas millas a la redonda.

—Es un nuevo lugar. El pueblo de las mujeres, forastero.

—Vaya, eso sí que es nuevo para mí... —Sacramento iba de sorpresa en sorpresa.

—Está cerca. Muy cerca. Pasado el arroyo y el puente. A sólo media milla de Pueblo... se alza Puebla.
Todo son mujeres allí, Sacramento.

—Terminarán asaltando esa ciudad, ¿eh? —rió el forastero de buena gana.

—¡Cielos, no! —rechazó horrorizado el cantinero!.

—¿Por qué no? Parece lo más sensato. En la guerra, como en el amor. Y viceversa. Sitio en regla, asalto a
la fortaleza... y victoria de los hombres. ¿No se le ocurrió a nadie?

—Claro. A Sam Bowens, a Pancho Mendoza... e incluso a los hermanos Lanuza...

—¿Y...?

—Ninguno de ellos puede sentarse aún en una silla doméstica o de montar. Y de eso hace ya dos meses.
Las perdigonadas lanzadas por ellas, en defensa de su población, les dejó el... Bueno, cierta parte de su
cuerpo... realmente acribillada.

Sacramento soltó una carcajada. Sus azules ojos chispearon.

—¡Eso está bien! —aprobó—. Unas muchachas valientes y decididas... Primera escaramuza a su favor,
¿eh?

—Son unos diablos. No hay nada peor que un centenar de mujeres unidas, puede creerme... —el cantinero
tuerto apuró su ginebra de un trago. Sacramento hizo otro tanto, y escanció de nuevo en los vasos,
añadiendo—: Beba gratis. La casa invita, Sacramento.

—Gracias, amigo... Aún no me ha dicho cuál es su nombre...

—Pete —replicó el cantinero—. Pete One eye. No me gusta el apodo, pero váyaselo a decir a los demás...

—Lo imagino... —asintió, dando unos pasos por la cantina. Luego, de repente, se detuvo, mirando al
exterior. Vio pasar a diversos transeúntes. Todos ellos hombres. Ni una mujer, joven o anciana. Ni una
niña, tan siquiera. En voz alta se preguntó—: Ahora, quisiera yo saber cómo puedo encontrarla...

—Encontrar..., ¿a quién? —indagó Pete, el cantinero del parche en el ojo.

Sacramento se volvió, muy despacio. Habló, apaciblemente:

—A mi esposa, Pete. Ella vive aquí...

CAPÍTULO III
DORIS
—¿Su esposa, Sacramento?

—Sí, sheriff. Eso he dicho. Tengo esposa. ¿Le sorprende?

10 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—No, ¿por qué habría de sorprenderme? —se encogió de hombros el hombre de la placa de latón torcida
y abollada, con gesto de aburrimiento—. Los imbéciles somos muchos, amigo. Y los demás nunca
aprenden.

—He venido a buscarla. Luego me iré.

—Tendrá que ir a Puebla. Y no le arriendo las ganancias, muchacho.

—¿Ella está en Puebla, seguro?

—Todas están en Puebla —resopló el sheriff—. Llevan allí tiempo.

—¿Cuánto?

—Unos tres meses. Primero pensamos que bromeaban. O que se cansarían a la semana. Incluso
empezamos a beber todos como cosacos, felices de sentirnos solos, sin nadie que nos controlase la hora de
volver a casa... Eso fue al principio. Luego vino lo peor. Ellas se han mantenido firmes. Y nosotros
tenemos perdida la batalla...

—Entonces, ríndanse.

—No basta eso. Usted ha vivido ya su propia experiencia en ese sentido. Muchos deseamos la paz y el
orden en Pueblo. Pero no todos. Hay gente como Jenkins y otros. Camorristas habituales, gentuza que
disfruta con la violencia. Esos lo complican todo. Las condiciones de nuestras mujeres son drásticas: ni un
disparo, ni una violencia, ni una sola pelea, en un período mínimo de veinte días. Entonces volverán a
casa. Y claro, ya lo ve; no han vuelto.

—Siguen las peleas, los tiroteos...

—Sigue todo igual, sí.

—¿Y usted? Se supone que es el sheriff, la ley personificada...

—Al diablo con eso —refunfuñó el hombre de la placa de latón—. Soy viejo, nadie me hace caso... Se
burlan de mí. Si, al menos, Rufus Ritter me apoyase...

—¿Rufus Ritter? ¿Quién es? ¿Otro violento?

—Cuando menos, tolera y protege la violencia. Es el alcalde y a la vez, banquero de la población. Un día
de estos le presentaré mi dimisión. Estoy harto, amigo. Quiero que vuelva mi esposa, ¿comprende?

—Comprendo —sonrió Sacramento, con ironía—. Le vi hoy junto a la diligencia.

—¡Oh, eso...! —enrojeció violentamente—. Usted sabe... Uno necesita siempre alguna mujer al lado...

—Claro. Todo el pueblo anda igual, ya lo vi —rió Sacramento, divertido. Luego frunció el ceño, y se
retrepó en el asiento de la oficina polvorienta y descuidada del sheriff local—. Creo que iré a buscar a mi
esposa, en todo caso.

—No se lo aconsejo. Le recibirán a tiros. Y saben disparar esas malditas harpías... No crea que es para
tomarlas a broma.

—Yo nunca tomo en broma a las mujeres, sheriff. Sería un error demasiado grave...

—Confidencialmente, Sacramento... —el hombre de la ley también se inclinó a él, interrogando con voz
débil—: ¿Quién es su mujer?

11 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Sacramento se puso en pie con indolencia. Se desperezó, como si todo aquello le cansara terriblemente. Y
expuso su respuesta:

—Se llama Doris. Doris Darnell.

El sheriff dio una repentina voltereta, con silla y todo. Y se derrumbó en el suelo, aparatosamente.

Sacramento le contempló, pensativo. Arrugó el ceño.

—¿Qué le pasa, sheriff? —quiso saber.

—¡Doris... Darnell! —jadeó el hombre de la placa estrellada, desde el suelo. Juró entre dientes, se puso en
pie, levantando su silla y limpiándose el polvo, y meneó la cabeza, enfático, de lado a lado, en sentido
negativo—. ¡Imposible!

—Imposible... ¿qué?

—Que sea su esposa. No, ella no puede serlo...

—¿Por qué no? Tengo motivos para saberlo algo mejor que usted.

—Doris Darnell... Doris Darnell es la responsable de todo. La que provocó el cisma de las mujeres, la
creación de Puebla...

—Tiene carácter, ¿eh? —sonrió Sacramento con arrogancia—. Me gustan, me gustan las mujeres así,
sheriff.

—Pero... ¡Pero es que ella está ya casada con otro! —jadeó el sheriff, atónito—. Es la esposa de Hannibal
Woods...

—Entonces, tendré que matar a Hannibal Woods... o compartir ambos la esposa —declaró con increíble
tranquilidad el forastero llamado Sacramento.

Y se quedó tan tranquilo.

***

—No hablará en serio, ¿verdad, Davies?

Rick Davies, sheriff de Pueblo, meneó afirmativamente la cabeza.

—Vaya si hablo en serio, Hannibal... Eso dijo ese tipo; que es el marido legal de Doris. Y que tendrá que
elegir entre... entre...

—¿Entre qué? —quiso saber Hannibal Woods, dejando de limpiar su revólver, un voluminoso «Colt»
calibré 45, modelo Frontier, para fijar sus helados ojos azul pálidos, en el rostro curtido del veterano
representante de la ley.

—Bueno, cuesta un poco decir esas cosas... —resopló Rick—. Entre... matarte a ti... o bien... o bien...

—O bien, ¿qué? —aulló de mal talante Hannibal Woods, pegando un golpe con el cañón de su arma
descargada, sobre la mesa. Rick Davies pegó un respingo.

—O bien... o bien compartir... contigo... la esposa —terminó a duras penas el sheriff, con un resoplido.

Hannibal Woods le miró con inmensa estupefacción. Con una mezcla de ira, escándalo, estupor...

12 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—Eso no puede ser cierto, Davies... —jadeó.

—¿Me crees capaz de inventarme algo así? —se asombró el sheriff.

—No —sacudió la cabeza—. Ciertamente..: no. Tendré que creer lo que dices.

—Puedes creerlo. Es la pura verdad, maldita sea. Ese tipo llamado Sacramento es lo más raro que vi.

—¿Sacramento? Extraño nombre...

—No sé cuál será el suyo. Ese es el que usa y le gusta. Su caballo bebe... ¡leche! —agitó la cabeza,
perplejo—. Y él utiliza cartuchos de dinamita... sin dinamita. Cielos, no entiendo nada de nada, pero él
parece estar a gusto así.

—Todo, eso me tiene sin cuidado, Davies. Lo que me preocupa es lo que dijo de Doris. No puede ser
cierto todo eso. Es una gran mentira. Tú sabes... como lo saben todos... que soy el legitimo, el único
esposo de ella. Me casé, estuviste en mi boda...

—Diablos, claro que lo sé. Se lo dije así. No pareció demasiado impresionado. Se limitó a sonreír y
comentar que eso no tenía gran importancia. Que una mujer siempre podía tener dos maridos..., pero
jamás un hombre dos esposas. A menos que fuese mormón, claro.

—Eso no tiene sentido —Hannibal sacudió la cabeza—. Doris es mi mujer, ¿entiendes? ¡Es mi mujer, y no
la compartiré con nadie!

—Me parece muy lógico —el sheriff Davies se rascó los canosos cabellos—. Pero de todo eso convence a
Sacramento, no a mí. Y a Doris, claro está. Porque ella es la principal interesada en el asunto.

—¡Doris no tiene nada que ver! —se enfureció Hannibal, terminando de montar su revólver e
introduciendo, las balas una a una, nerviosamente, en el cilindro de seis orificios—. ¡Ella me dio el «sí»
legal ante el juez Dorritt! ¡Soy su marido, malditos sean todos! .

—Yo pensé igual cuando le oí hablar. Estaba seguro de que mentía. Pero no sé, Hannibal... No sé. El tipo
parecía tan sincero cuando habló del asunto...

—¡Sincero! El muy bastardo... —Woods entornó sus ojos peligrosamente, con gesto agresivo—. Yo me
ocuparé de él. ¡Vaya si me ocuparé! —Y metió con rabia el «Colt» en su cintura, en la funda de cuero
gastado. Luego se movió rápido hacia la calle, preguntando abruptamente—: ¿Dónde puedo encontrarle
cuanto antes?

—¿A Sacramento? —el sheriff se encogió de hombros, con indolencia—. No sé... La última vez que lo vi
para no variar... estaba en la cantina de Pete.

Hannibal, sin añadir un solo comentario, salió de la oficina de Bienes Raíces y Registro de Propiedades,
sin preocuparse siquiera del sheriff, que se limitó a recoger su viejo, gastado sombrero de encima del
mostrador de oficinas, saliendo pausado, sin la menor prisa, detrás de la figura lanzada de Hannibal
Woods.

Cuando alcanzó la calle, Woods subía ya a largas zancadas, acera arriba, aproximándose a la puerta de
batientes de la cantina de Pete One Eye.

—Que Dios le asista a Sacramento —masculló el hombre de la placa de latón—.Y a Hannibal, claro...

***

—¿Quién es el hijo de perra que afirmó ser esposo de Doris Darnell?

13 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Lentamente, se volvió un cliente, hacia la puerta. Afirmó, apaciblemente:

—Yo.

Hannibal Woods vaciló. Su mano estaba cerca de la culata del arma que pendía de su costado. Miró a su
interlocutor. Observó que era alto, muy alto. Rubio, muy rubio. Joven, algo desgarbado, esbelto, fibroso.
Ojos azules. Ropas gastadas. Aire apático.

Los dos hombres se midieron con la mirada. Prudentemente, un puñado de clientes que jugaban a naipes o
bebían licor perezosamente, pegaron un respetable salto y se desviaron de la línea de posible fuego, entre
ambos contrincantes.

Pete retiró la botella de ginebra, por lo que pudiera ocurrir. Aprovechó para avisar entre dientes a su
nuevo cliente:

—Es Woods. El marido de Doris Darnell, la chica más bonita de Pueblo..., hasta que se fue a Puebla a la
cabeza de las rebeldes.

—Ya —Sacramento estudió de hito en hito al recién llegado. Desde su oscuro cabello y sus negros ojos
estrechos, hasta sus lustrosas botas de espuelas plateadas. No pasó por alto, ni mucho menos, la culata del
revólver que emergía de la pistolera de su cadera derecha.

Hannibal avanzó parsimonioso, cauto, sin desviar su mirada del forastero. El silencio en el local era tan
profundo, que una mosca, al caer en un charco de cerveza, zumbó casi estrepitosamente. Pete la remató
de un puñetazo, casi con ira.

—He venido a matarte —silabeó Hannibal, furioso.

—Eso está bien —aceptó Sacramento—. ¿Por qué?

—Soy Hannibal Woods. Mi esposa es Doris Woods. De soltera, Doris Darnell.

—Oh, entiendo. Eres el cretino que, según Davies, afirma ser esposo de Doris. De mi mujer...

—¡Mientes, bastardo! —aulló Hannibal, enrojeciendo—. ¡Ella es mi esposa, no la tuya!

—Yo no insulto a nadie. No niego que seas su marido. Afirmo sólo que también yo lo soy.

—¡Una mujer no se casa con dos hombres!

—¿No?

—¡No! En ese caso... uno de los dos miente.

—Exacto —suspiró Sacramento—. Uno de los dos miente: tú.

—¡Defiéndete, si sabes, cerdo! —desenfundó su arma, la amartilló y pareció a punto de disparar sobre
Sacramento... que sonreía, tranquilo, acodado en el mostrador ante él, sin la menor intención de
reaccionar en forma violenta.

—Cuidado, Woods —avisó Pete—. No lleva armas. Sería... un asesinato.

Tembló el dedo de Woods en el gatillo. Pero sus ojos estudiaban al forastero. Y comprobaban qué eso era
cierto. No llevaba armas. Ni un revólver, ni un cuchillo. Nada.

—Dale una —silabeó Hannibal—. ¿Me oyes, Pete? ¡Dale un revólver y que se defienda como un hombre!

—No sé manejar armas de fuego —sonrió Sacramento.

14 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—¡Mientes! ¡Pete, un arma!

—No... No tengo ninguna a mano —jadeó el cantinero—. Además, si no sabe usarlas... sigue siendo un
asesinato...

—¡Calla de una vez, imbécil! —se enfureció Hannibal Woods. Tembló, furioso— ¿Te defiendes o no,
forastero?

—Me temo que no puedo hacerlo... —chupó su cigarro, exhibiendo las manos abiertas, vacías, inermes—.
No me gustan los revólveres... Oh, perdón.

De su labio cayó el delgado cigarro a medio consumir. Golpeó su bota y se quedó a sus pies. Se inclinó a
recogerlo, sonriente. Hannibal no hizo gesto alguno.

—Si no te defiendes ahora mismo, voy a matarte. Pase lo que pase —silabeó éste.

Cuando una mano de Sacramento tocaba las tablas del suelo, la otra pareció apoyarse en su pierna, a la
altura de la bota. Se irguió, tras recoger el cigarro...

Simultáneamente, de su otra mano escapó, centelleante, el cuchillo que había surgido de su bota entre los
dedos rápidos, vertiginosos. La hoja de acero silbó en el aire hacia Hannibal.

Fueron décimas de segundo. Después, asombrado, Woods se dio cuenta de que tenía clavada su camisa,
por la manga, a una columna del local. Y el revólver, sin puntería, disparaba rabiosamente hacia el techo.

Rápido, Sacramento fue hacia él. Le pegó secamente en la muñeca. El arma escapó de los dedos de
Woods. La recogió en el aire el forastero, que la hizo voltear sobre su índice, y luego la arrojó a un cubo
de papeles y desperdicios junto al mostrador.

—Así está mejor —dijo.

Luego, inesperadamente pegó un rodillazo al estómago de Woods. El hombre gimió, doblándose adelante.
Sacramento le pegó un cabezazo seco en la frente. Instantáneamente, se inmovilizó el contrario, que cayó
como un fardo, desgarrándose su camisa, tras colgar unos segundos por la manga atravesada por el
cuchillo.

Calmoso, Sacramento arrancó el arma de la madera, con fuerte tirón, y guardó de nuevo el cuchillo en su
bota zurda, con una media sonrisa sardónica.

—Asunto terminado —dijo, apacible. Miró al inconsciente Hannibal Woods, tendido a sus pies—. Este
tipo es un impulsivo, ¿eh?

—Cielos, no sé cómo hace las cosas, muchacho, pero es el tipo más raro que vi jamás —confesó el
cantinero del parche en el ojo, sacudiendo su cabeza con aturdimiento—. Y ni siquiera necesita matar a la
gente para librarse de ella...

—He tenido suerte, eso es todo —rió Sacramento. Señaló al caído—. O ellos la tuvieron. No me gusta
matar, pero a veces... no queda otro remedio.

—Sinceramente, Sacramento... —Pete se rascó la cabeza, preocupado—. ¿Quién es el marido de Doris


Darnell? ¿El ó usted?

—No sabría decirlo —sonrió Sacramento, con ironía—..Yo creo que los dos...

CAPÍTULO IV
PUEBLA

15 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—¿Los dos? ¡Imposible! ¡Una esposa, una mujer, conforme a la ley vigente en todo Estado o Territorio de
Estados Unidos, solamente puede tener un esposo, no dos!

—¿Seguro?

La fría pregunta de Sacramento, indolentemente sentado en una silla del juzgado, con sus piernas
estiradas, las botas sobre una mesa, cayó como un mazazo sobre el juez Dorritt y sobre los demás
presentes.

Fue preciso que entre dos hombres frenasen a Hannibal Woods, cuando intentó lanzarse violenta,
impulsivamente, sobre el forastero de aire apacible y desvaído.

—¡Quieto, Woods! —silabeó el más fuerte y maduro de ambos, con una expresión enérgica en su curtido,
moreno rostro, que enmarcaban, en contraste, las patillas salpicadas de plateadas canas—. No ganará
nada así...

—Calma, caballeros, calma —ahora fue el juez Dorritt quien se hizo oír, pegando un golpe en su mesa,
con verdadera ira en el semblante gordo, fofo, carilleno—. Están aquí para poner algo en claro, no para
pelearse como en una, cantina. Al primero que rompa su debida compostura y ofenda la dignidad de este
lugar y de mí como magistrado, le haré multar con veinticinco dólares y le encerraré en la prisión por
cuarenta y ocho horas. Si reincide o demuestra rebeldía, la pena será de cincuenta dólares y cuatro días de
cárcel. De modo que están advertidos todos.

—Yo nada hice por molestarle, señor juez —habló Sacramento con indolencia—. Sólo pregunté si una
mujer sólo podía tener un esposo... o era posible que tuviera dos.

—Todo es posible, existiendo fraude, engaño, bigamia... o bien un error legal. Pero en todos esos casos,
uno de los matrimonios se anula automáticamente, quedando, tan sólo el otro como enteramente legal a
todos los efectos.

—¿Qué matrimonio, señor juez? —quiso saber Sacramento, con un bostezo mal disimulado.

El magistrado Lew Dorritt le miró molesto, de hito en hito.

—Ciertamente..., el último. Si el anterior fue celebrado con toda legalidad, no puede existir otro válido, y,
así fuese, uno o ambos cónyuges serían responsables de delito.

—Eso esperaba —Sacramento estudió de reojo a los presentes. Fijó, de modo muy especial, su peculiar
mirada azul en Hannibal Woods—. ¿Cuándo fue la boda de ese hombre con Doris Darnell?

—Hace exactamente... —el juez consultó unos papeles sobre su mesa—..Hace tres meses y seis días.
Justo el día en que las mujeres de Pueblo se rebelaron, fundando la vecina población de Puebla, reservada
sólo a mujeres.

—Me alegra saberlo. Ese matrimonio no es válido, juez Dorritt.

—¿Cómo se atreve...? —se engalló el magistrado—. ¡Yo lo celebré, forastero!

—Usted no tuvo culpa. Pero era ilegal. Doris Darnell... está ya casada. Conmigo.

—¡Miente! —rugió violentamente Hannibal.

Quería volver a incorporarse, y tuvieron que frenarle entre sus dos acompañantes, el caballero de patillas
canosas y aire sobrio, y el otro más pequeño, rechoncho y vulgar, de calvo cráneo brillante, algo deforme,
y barbita recortada, puntiaguda, casi mefistofélica.

—No, no —dijo el «primero de ellos—. Woods, no haga tonterías...

16 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—Claro que no. Ya conoce al juez Dorritt. Si ese farsante miente, como es lógico, le va a encarcelar con
todas las de la ley, y usted ganará el pleito sin necesidad de violencias, muchacho...

—¿Quiénes son esos dos pajarracos de mal agüero? —indagó Sacramento, volviendo la cabeza hacia el
sheriff Davies, sentado junto a él.

—A uno se lo mencioné ya una vez —suspiró el hombre de la ley en voz baja—. Son Rufus Ritter, alcalde
y director del Banco Ganadero del Sudoeste... y Aaron Hendrix, agente especial del Ferrocarril Southern
Pacific, para el sur de Arizona y Nuevo México, con residencia actual en Pueblo. Son buenos amigos
entre sí... y amigos, a su vez, de Hannibal Woods. Casi siempre andan los tres juntos en toda clase de
asuntos, limpios o no.

—Entiendo —sonrió Sacramento, con beatífica expresión. Meneó la cabeza de un lado a otro y no añadió
nada más.

—En suma, caballeros —habló el juez Dorritt, con su atiplada voz, que pugnaba siempre por revelar
energía—. Uno de ustedes miente. El otro deberá probar que dice la verdad, y se entablará proceso de
bigamia contra Doris Darnell y el segundo y falso esposo...

—Nada de bigamia —rechazó violentamente Woods—, ¡Es mi esposa legal! ¡El miente!

Y señaló con energía, como el más rígido juez, al indolente personaje llamado Sacramento.

Este sonrió, enarcó las cejas, y se desperezó. Luego logró ponerse en pie, al parecer con un tremendo
esfuerzo físico, y bajo la mirada ceñuda y nada amistosa del juez Dorritt, se movió hacia éste, hasta poner
ante sus ojos una serie de folios plegados, llenos de escritura menuda, con sellos y membretes.

El magistrado estudió receloso a Sacramento. Luego tomó los documentos. Los empezó a examinar,
críticamente, tras ajustar sobre su ganchuda nariz unos lentes de pinzas. Su voz se hizo un ahogado
murmullo.

Releyó las líneas escritas en los folios, volvió a leerlas otra vez, y finalmente, clavó su mirada de asombro
en el forastero.

—¿Usted se llama... Sacramento? —indagó.

—Así me llaman, sí —afirmó él, rotundo.

—Sacramento... Nacido en Sacramento. Nombre de pila... er... ¿Jim?

—Si, está bien ése Jim —aceptó Sacramento, encogiéndose de hombros.

—Sacramento... ¿Esto es un nombre, realmente?

—Es mi nombre. Ahí hay pruebas de que...

—Ya sé, ya sé. He leído todo esto. Veo que, realmente, es usted. Y veo que, ciertamente, es el esposo
legal de Doris Darnell.

—¿Qué? —aulló Hannibal Woods, pegando un brincó, con los ojos, desorbitados por el estupor.

—Lo siento, señor Woods —cortó el juez, violento su tono, volviéndose a él. Se quitó sus lentes de pinzas,
golpeó con ellos los papeles escritos—. Este documento lo firma el juez Balderston, de Glendale. Buen
amigo y excelente juez el gran Howard Balderston, de Glendale, por todos los diablos... No hay lugar a
dudas. El joven Jim... er... Sacramento, conocido popularmente sólo como Sacramento..., es el esposo legal
de Doris Darnell, hija de Otis Darnell... ¡desde hace dos años exactamente! Por tanto, señor Woods, su
matrimonio con la joven Doris Darnell, casada ya anteriormente..., es ilegal, y aunque, yo mismo lo

17 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

legalicé como juez de paz... lo anulo en esta fecha.

—¡Está usted loco, juez! —aulló Hannibal Woods, soltándose de la férrea presión de sus dos amigos, el
banquero y alcalde Ritter, y el agente de los Ferrocarriles del Sudoeste, Aaron Hendrix—. ¡Esa es la
mayor atrocidad legal que pueda usted cometer!

El juez, irritado, hizo un gesto. El sheriff Davis se incorporó de un salto, y aferró a Woods. La voz del
magistrado sonó aguda, llena de estridencias irritantes:

—¡Señor Woods, este tribunal le condena a veinticinco dólares de multa y dos días de prisión!

—¡Cerdo! —aulló, furibundo, Hannibal Woods.

—Señor Woods, la pena se eleva a cincuenta dólares de multa y cuatro días de cárcel! —rugió Dorritt, en
un auténtico pugilato.

—¡Yo le...! —afortunadamente para Woods, su boca fue amordazada por la recia mano de Ritter, el
banquero-alcalde, y su cuerpo dominado por los brazos del pequeño y rechoncho Aaron Hendrix, que
tenía suficiente fuerza para dominarle. Cuando menos, en aquel crítico momento.

El juez, furibundo, se irguió, pegando dos mazazos secos en su estrado. Luego, majestuoso, abandonó la
estancia, advirtiendo a Sacramento:

—No se olvide pasar luego por mi despacho a legalizar su situación real, como esposo único y verdadero
de la señorita Doris Darnell. Aunque, ciertamente, si hemos de acusar a su esposa de bigamia, conforme a
la ley, y proceder a su arresto... ejem... tendremos..., tendremos que ir a Puebla...

La salida fue airosa cuando menos. Pero Sacramento se preguntó si lo sería tanto aquel hipotético viaje a
Puebla en busca de su esposa...

***
—Sí, señor. Eso es Puebla. Y como si hubiera dicho suficiente, el sheriff Davies resopló tras su informe,
echándose instintivamente atrás.

«Pinky» soltó un relincho breve, y hasta coceó. Sacramento conocía bien a su montura. Cambió una
mirada con el juez Dorritt.

—Tienes miedo —dijo—. No sé por qué...

El juez iba a explicárselo, pero no hizo falta... Los disparos comenzaron justo en ese momento, y con
regular intensidad. «Pinky» estiró sus orejas, luego las bajó y pretendió recular, sin gran sentido del
heroísmo, pero con indudable criterio práctico.

Sacramento lo dominó como mejor pudo. Luego, sus azules ojos ingenuos estudiaron el muro de tablas y
piedras, que formaba el acceso natural a Puebla, al otro lado del angosto puente sobre el arroyo.

Las balas pasaban altas sobre sus cabezas. Las personas que disparaban podían ser muy ineptas en ello... o
lo hacían intencionadamente. Se inclinó por esta última posibilidad.

—Será mejor volver a Pueblo —señaló el juez, precavido—. Más tarde extenderemos una orden de
arresto y...

—¿Y quién la traerá? —masculló Davies, malhumorado, logrando dominar a su caballo del mejor modo
posible—. Porque yo, desde luego, no.

—Esperen —avisó Sacramento, escudriñando la población de las féminas, al otro lado del arroyo—. Me

18 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

da la impresión de que no quieren herirnos.

—¡Cielos, claro que no! —gimió el juez—. Si no ya nos habrían tumbado fácilmente...

Sacramento empezó a pensar que aquellas damas eran muy respetables en todos los sentidos: Se le ocurrió
una idea tan vieja como el mundo. Y la puso en práctica.

Sacó su pañuelo. Era blanco o cuando menos lo bastante blanco para verlo así a distancia. Agarró el rifle
del arzón del sheriff, y ató allí el trapo blanco. Lo agitó, decidido. Avanzó por el puente hacia el poblado
atrincherado.

Se hizo un silencio. Davies y Dorritt se quedaron atrás, esperando, no demasiado convencidos de que su
idea fuese la mejor.

—Ese chico está loco —masculló el sheriff—. Sólo a él se le ocurriría confiar en las mujeres...

El juez no dijo nada. Cesaron los disparos. Hubo un silencio largo y tenso. El jamelgo de Sacramento y su
jinete pudieron seguir adelante. Cruzaron la trinchera. Siguió el silencio. Nadie disparaba. Luego se
oyeron voces femeninas. Gritos estentóreos. Sacramento desapareció tras las trincheras. Volvió el silencio,
la calma.

Confiado, Davies intentó avanzar con su montura unos pasos. Restallaron dos disparos. Las balas pasaron
cerca. Demasiado cerca. Su montura relinchó. Él volvió grupas.

—No lo entiendo —refunfuñó—. El lleva bandera blanca..., pero también es un hombre..:

—Amigo Davies, es un hombre... joven y guapo —suspiró el juez—. Eso cambia las cosas, ¿no? Al
menos, en un lugar regentado por mujeres...

Luego, los dos hombres, juez y sheriff, volvieron grupas, de regreso a Pueblo.

—Joven y guapo... —refunfuñaba Davies—. ¿Qué tendrá eso que ver...?

***
—Joven y guapo. Eso eres tú, muchacho... ¿Cómo dices que te llaman?

—Sacramento. Me llaman Sacramento.

—¡Sacramento! ¡Qué nombre tan raro para no ser mexicano!

—Soy californiano. Nací en Sacramento.

—Eso no explica nada... Me gustaría saber quién eres realmente.

—Pues... eso; un tipo llamado Sacramento, ¿no basta?

—Bastaría para nosotras. Eres diferente a todos los del pueblo... por suerte para ti —suspiró ella—. Si no
fuera así, estarías embreado y emplumado por arriesgarte a entrar en nuestro territorio... Puebla es sólo
para mujeres. Y Pueblo para los hombres.

—¡Al diablo con eso! Yo no soy de Pueblo. Soy forastero. Busco a una mujer. Una de vosotras.

—Afortunada ella... —murmuró la dama—. ¿Quién es?

—Mi mujer —se incorporó. La dama dejó de acariciar sus rubios, largos, lacios cabellos, sus mejillas
hundidas, su mentón salpicado de rubia barba de algunos días—. ¿Vas entendiendo ahora?

19 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

La dama, fuerte y exuberante, detuvo sus caricias en el joven. Frunció el ceño. Miró a las que rodeaban al
prisionero. Todas ellas armadas, bien de rifles, bien de escopetas de dos cañones. Hubo como un
desencanto colectivo en las féminas.

—Tu mujer... —rezongó la que llevaba la voz cantante—. ¿Quién diablos es tu mujer? Si no eres de
Pueblo, tu esposa no puede estar aquí, muchacho... De todos modos es una pena que estés casado,
palabra.

Él enarcó las cejas, irónico. Miró a la que hablaba. Luego, a las demás. Había mujeres de todas las edades.
Desde veinte a cuarenta años. Se preguntó si alguna sería Doris Darnell. Pero preguntándoselo él mismo,
nunca encontraría respuesta.

—Mi mujer está aquí —afirmó—. Estoy seguro de eso.

—Seguro que mientes. ¿Cómo se llama ella?

—Doris —dijo—. Doris Darnell de soltera. Dicen qué también se casó con un tal Hannibal Woods. Espero
que no sea cierto.

Hubo un grito agudo. Una voz exclamó con potencia:

—¡Sacramento! ¡Tú eres Sacramento, querido! ¡Estoy segura!

Miró algo mosqueado. La voz parecía de una mujer mayor, pero creía saber que Doris era joven. Sin
embargo, lo que se le lanzó impetuosamente en los brazos y cubrió su rostro de besos..., fue una especie
de mastodonte femenino, cuarentón y casi varonil, que era el que había pronunciado su nombre poco
antes con aquel tono efusivo.

—¿Doris? —gimió Sacramento, aterrado, vencido bajó el peso de aquella mole femenina—. ¡Oh, cielos,
no, no!

***
—Doris... ¿Doris Darnell, Doris Sacramento... o Doris Woods? —una risotada amplia, larga y poderosa—.
¡Diablo, claro que sí! ¿No esperabas encontrarla aquí?

—Sí, pero..., pero no pensé nunca... —jadeó Sacramento, casi al borde del derrumbamiento final—. No
pensé que fueses... así...

—¿Quién? ¿Yo? —la matrona soltó una risotada que agitó sus potentes y desmesuradas formas—. ¡Oh,
eso tiene gracia, sí! ¡Mucha gracia, Sacramento, cariño!

Y para horror suyo, se abalanzó sobre él, cubriéndole de besos.

Sacramento rodó, bajo aquel alud de carne femenina, con un jadeo que era casi el estertor de un
moribundo, y que hizo agitar inquietamente las orejas puntiagudas del buen «Pinky», allá ante el porche,
cuando ello sucedió.

Logró desasirse, angustiado, de semejante dogal viviente. Miró despavorido a la matrona, igual que a la
dama que le recibiera en primer lugar, arma en ristre. Se quejó, plañidero:

—Creo que, después de todo, me equivoqué de lugar... Disculpen todas. Vuelvo a Pueblo...

—Ah, no, no —rechazó la mole viviente con un resoplido—. Has encontrado a tu media naranja, amor. Y
no puedes dejarla ahora...

—¿Media naranja? —dudó Sacramento, angustiado—. ¿O media sandía...?

20 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—Mira —dijo la otra, extendiendo sus brazos efusiva, y haciéndole retroceder vivamente—. Aquí está.
Aquí tienes a tu amada...

Sacramento pensó en huir, saltando a lomos de «Pinky» y forzando al pobre jamelgo, a correr, cuándo
menos, una sola vez en su vida. Se detuvo, estupefacto.

La matrona no se movía. No se señalaba a sí misma. Estaba señalando a otra persona. A alguien que,
lentamente, venía hacia él, mirándole con fijeza, por la calle Principal de aquel raro lugar llamado
Puebla... y destinado íntegramente a las mujeres.

Una criatura de suave melena rubia, de dulces ojos pardos, de esbelta figura vestida de malva y azul...

—Es ella —dijo la que parecía tener más autoridad en Puebla—.Es Doris... Tu esposa, Sacramento...

La damisela rubia le miró. Luego, repentinamente, rompió en un sollozo. Y corrió hacia él, extendiendo
sus brazos:

—¡Jim!,—gimió—. ¡Jim Sacramento...!

Cuando la tuvo en sus brazos, sí fue agradable. Cuando su boca encontró la de ella, todavía lo fue mucho
más...

CAPÍTULO V
MUJERES
—Resulta extraño. Extraño y divertido...

—¿Qué es lo que resulta extraño... y divertido, Sacramento?

—Vuestro pueblo. Este lugar. Tenéis todo, tal y como está allí, en Pueblo. Cantina, tiendas, establos...
¿Pretendéis rebelaros contra el hombre y repetís todo lo suyo?

—No nos rebelamos contra el hombre, sino contra los hombres violentos —rectificó la dama que le
recibiera al llegar—. Es diferente, Sacramento...

—Sheila Davies tiene razón —afirmó la matrona a quien él creyera Doris Darnell durante un espacio de
tiempo—. Tenemos que vivir. Pero solas. Al menos mientras ellos sigan pegando tiros estúpidamente...

—Sheila Davies... —Sacramento la miró, pensativo—. ¿La esposa del sheriff Rick?

—La misma —suspiró ella—. Ya veo que conoce al imbécil de mi marido...

—Todos los maridos son imbéciles —refunfuñó la matrona. Y rápida, rectificó, mirando con embeleso a
Sacramento—. Menos tú, claro está...

—¿Yo? —Sacramento enarcó las cejas—. ¿Por qué yo soy distinto?

—Te lo explicaré, cariño —musitó ahora dulcemente la rubita de ojos pardos a quien habían presentado
como Doris Darnell, su esposa—. Mamie Roana es mi mejor amiga, casi mi madre. Fue madrina de mi
boda...

—¿Boda? —Sacramento enarcó las cejas—. Creí que eras mi mujer, Doris...

—Hablo de esa otra maldita boda con Hannibal Woods —se quejó ella—. ¡Oh, si pudiera olvidarlo todo...!
Mamie Roana me sirvió de madrina, repito.

21 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—En mala hora fue eso —rezongó la robusta, poderosa Mamie Roana, que hiciera sentir poco antes el
peso de su humanidad a Sacramento—. Tú eres su verdadero marido, hijo...

—Haría falta explicar ampliamente todo eso, ¿no? —frunció el ceño la esposa de Rick Davies, el sheriff
de Pueblo—. Yo aún no entendí una sola palabra de todo el lío...

—No es tan difícil como parece —sonrió Doris apaciblemente. Miró a Sacramento de reojo—. ¿Verdad,
Jim?

—Verdad. Sonará un poco raro, pero a veces la verdad resulta tremendamente rara...

—Explicaos entonces.

—Es cosa simple. Sacramento y yo nos casamos anteriormente. Es el matrimonio válido. Pero nunca nos
habíamos visto en realidad.

—Eso lo entiendo menos aún —refunfuñó Sheila Davies.

—Es simple. Una boda por poderes. Una autorización de cada uno, unas cartas, unos documentos... y todo
hecho —suspiró Doris—. Así nos hicimos marido y mujer Sacramento y yo.

—¿Nunca os visteis antes de ahora?

—Nunca —sonrió Sacramento.

—Pues sigo sin entender nada de nada.

—Fue cosa de mi padre —murmuró Doris—. Otis Darnell, mi padre, resolvió casarme a distancia, con un
desconocido, con un entrañable amigo suyo, encargado de cuidar de mí hasta que realmente fuese esposa
del hombre que mereciera ser mi compañero de por vida. Él mismo lo escogió: Sacramento.

—Y así nos casamos. El viejo Otis temía por su pequeña —sonrió Sacramento, indolente, retrepándose, en
su asiento—. Yo cuidaría de ella. Pero llego... y está ya casada con otro.

—Aunque la boda fuese por poderes... eso no es legal —rechazó Sheila Davies.

—Claro que no —musitó Doris, bajando los ojos, avergonzada—. No es mi culpa. Alguien me comunicó
un día... que mi primer esposo había muerto. Recibí un telegrama. Y luego un certificado de defunción.
Eso parecía demostrar que así eran las cosas. No dudé de ello. Apareció Hannibal, se celebró la boda... y
después supe lo que tenía que saber. Me rebelé contra él, contra todos. Vosotras me seguisteis. Y aquí
estamos aún...

—Eso es lo que yo quiero aclarar —manifestó Sacramento, pensativo—. ¿Qué sucedió, exactamente, para
que te rebelases y abandonaras a tu esposo segundo el día mismo de la boda?

—Muy sencillo; Hannibal mató ése día a un hombre en duelo. Y el duelo no está prohibido, ni mucho
menos, en Pueblo. Fue providencial. Ese hombre, al morir, aseguró que Sacramento, mi primer esposo,
vivía. Yo le oí cuando agonizaba. Además de eso, descubrí que Hannibal sólo se había casado conmigo
para ser, legalmente, dueño de mis bienes. De mis escasos y pobres bienes, ¿te das cuenta? Por eso,
desolada, defraudada, le abandoné. Y mi rebeldía creó una causa que todas las mujeres siguieron para
acabar con la violencia y el derramamiento de sangre en Pueblo.

—Tus bienes son escasos; ciertamente —asintió Sacramento—. Los que posees de tu padre. Y él murió
ya. Pero esa boda con Woods es ilegal. Sigo siendo tu esposo ante la ley, aunque sea por poderes.

—Y yo me siento feliz de que eso anule la boda anterior —afirmó ella, risueña—. Lo que no comprendo
es quién pudo informar de tu muerte y por qué...

22 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—Alguien a quien interesaba mucho que te casaras con otro hombre, Doris.

—Pero es que esa persona me informó como si fuese gran amigo de papá...

—Todo falso. Pretendieron unirte a otro hombre. No sé por qué, pero así se hizo todo.

—¿Hannibal Woods? No puedo entenderlo, Sacramento. Mis bienes son tan insignificantes... Una pequeña
propiedad, un legado escaso... No, no tiene sentido...

—Pues lo tiene, Doris —afirmó Sacramento, con indolencia— no sé dónde, pero hay sentido para todo
eso. Veremos cuándo lo encontramos...

—Tienes un singular esposo, Doris —habló Sheila Davies—. El único hombre que ha cruzado la
divisoria...

—¡Y qué hombre! —suspiró la robusta Mamie Roana.

Doris se echó a reír ante el gesto de embarazo de Sacramento. Le tomó por sus manos. Le invitó:

—Ven... Eres mi esposo ante la ley, Sacramento. Tengo una vivienda... Deberás irte, conforme marca la
ley en Puebla. Pero antes... permanecerás conmigo un tiempo. Será una demorada luna de miel, querido.
Pero luna de miel, al fin y al cabo.

Sacramento se dejaba llevar dócilmente, incluso complacido. De pronto pareció recordar algo, y frunció el
ceño a disgusto: .

—No, Doris, no. Todavía no... —protestó, frenándose a duras penas.

—Pero querido... —la manó de ella acarició sus rubios cabellos, su rostro—. Eres mi marido... Tienes todo
el derecho...

—No, no. Hemos de aclarar cosas, resolver trámites... Anular tu segundo matrimonio... —apurado, se
soltó de ella—. Sólo entonces... aceptaré...

—¡Sacramento! —gritó ella, enérgica, con un destello de luz en sus pardos ojos ingenuos, que habían
perdido repentinamente bastante de su ingenuidad—. ¡Te exijo que seas mi esposo, conforme marca la ley,
desde AHORA MISMO! ¡Sólo de ese modo serás admitido en Puebla, o de lo contrario...!

—Ella tiene razón —afirmó, rotunda, Mamie Roana—. Si te niegas a ser un amante esposo para Doris,
nuestra femenina ley caerá sobre ti con todo su peso y...

Sacramento siguió negando. Se echó atrás, con renovada energía, enjugándose apurado el sudor de su
rostro.

Momentos después, «Pinky» demostraba que, a veces, también sabía correr, sobre todo si se presentaban
mal dadas.

Y por encima de ellos, estruendosamente, silbaban los perdigones en alud, mezclados con alguna bala que
otra.

Era una fuga desairada de Puebla. Pero una fuga, después de todo. Y huir de las mujeres no resultaba
siempre humillante. Ni mucho menos...

***

—Su vaso de leche, amigo...

23 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Sacramento hizo un gesto de agradecimiento. Se quitó el sombrero y echó el blanco líquido en la copa
redonda y plana. Fue a la acera. El cantinero se quedó mirándole, pensativo, estupefacto. Algunos clientes
también. Pero nadie dijo nada.

La succión del blanco líquido, por parte de «Pinky», fue audible desde dentro. Alguien meneó la cabeza,
dejando de dar los naipes en una partida de póquer.

—No sé dónde iremos a parar... —refunfuñó—. Un caballo bebiendo leche...

Nadie opinó al respecto, pero su gesto era elocuente. Siguieron jugando en silencio. Sacramento volvió.
Sacudió su sombrero, le pasó el pañuelo y tranquilamente, se plantó la prenda sobre sus rubios cabellos sin
darle la menor importancia.

Pete One Eye clavó su único ojo en el exterior. Puso una ginebra ante Sacramento. Y arriesgó una tímida
pregunta:

—¿Seguro que su montura es... es un caballo?

—Pues creo que sí —confesó él, perplejo—. Nunca se me ocurrió dudar de eso. ¿Por qué lo pregunta?

—Oh, por nada, por nada —sacudió la cabeza Pete—. Olvídelo, amigo.

Sacramento bebió su ginebra. Se limpió los labios. Miró en torno, pensativo. Bostezó. No de sueño, como
en él parecía ya habitual. Se tocó el estómago.

—¿Sabe una cosa, Pete? —comentó—. Hay un cosquilleo aquí... Debe ser hambre, ¿no?

—Seguro. Tengo unos frijoles picantes puestos a hervir —explicó Pete—. ¿Le apetecen?

—Me fascinan. ¿Falta mucho?

—No, no demasiado —sonrió el tuerto—. Le guardo un plato, amigo.

—Y cuanto más abundante, mejor —le advirtió Sacramento.

Le puso otra ginebra, y la apuró con lentitud. Pete le miró de pronto con fijeza.

—No se habla de otra cosa en Pueblo —dijo.

—¿De qué cosa?

—De su viaje a Puebla. Y de su estancia allí entre las mujeres...

—¡Bah...! ¿De eso? —Sacramento se encogió de hombros.

—Tiene mérito, no lo dude. Cualquier otro hubiera salido a tiros de allí.

—¿Cómo cree que salí yo?

—Ya sé, ya sé. Todos oímos el tiroteo. Pero para entonces llevaba ya unas horas allí dentro, amigo. Eso no
lo logra cualquiera. Yo diría que no lo consigue nadie.

—¿Hasta cuándo durará esta situación?

—Hasta que ellas quieran. O hasta que se efectúe un asalto en toda regla a su población. Si es que alguien
se atreve, claro... Ya vio cómo están los ánimos. Me refiero a la joven de la diligencia...

—¿Qué fue de la chica? Supongo que saldría de estampida...

24 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—Como alma que lleva el diablo —rió Pete—. Venía a actuar en el saloon del hotel local. Ya debe haber
llegado al Pacífico si la dejaron ir a pie delante de la diligencia.

Sacramento asintió, pensativo. Miró en torno. El ambiente de Pueblo parecía apacible, pero él sabía cuan
engañoso era todo ello.

—De todos modos, eso se acabará de un día a otro —señaló—. Ellas también echan de menos a los
hombres. Y sonde carne y hueso como los demás.

—Serán las últimas en ceder, pese a todo... —estudió a Sacramento, pensativo—. Creo que el juez va a
anular el matrimonio de Hannibal Woods. ¿Es cierto?

—Sí, es cierto. Doris Darnell estaba ya casada conmigo para entonces. La segunda boda es ilegal.

—¿Y ella no lo sabía?

—Ella pensaba que era viuda. Le informaron de mi muerte. Seguramente para que se casara con Hannibal
Woods.

—¿Qué ganaba él con eso? La chica es bonita, pero no tiene un dólar... Sólo unas tierras por las que nadie
daría un centavo. Toda esta región es árida. Y su propiedad, la peor de todas. Incluso la llaman El Yermo...
Imagine, Sacramento. No va a tener mucha dote, salvo la belleza personal de su joven esposa, esté
seguro...

—Estoy seguro de eso. Y no me importa. ¿Pero por qué se casó Hannibal Woods con ella? ¿Le cree un
romántico o un mujeriego. Pete?

—¿A Woods? —sacudió la cabeza, negativo—. No, la verdad. Es un tipo calculador. Por algo se ocupa del
Registro de Propiedades y todo eso. Dicen que anda muy unido con Aaron Hendrix.

—¿El agente del ferrocarril?

—Sí, el mismo. Son buenos amigos los dos.

—¿Qué clase de tipo es Hendrix?

—Como todos los del ferrocarril. ¿Ha visto a alguno bueno?

—No, creo que no —admitió él—. ¿Y... Ritter?

—¿Rufus Ritter? Ese es alcalde. Pero sobre todo, banquero. Le interesa estar a bien con el Southern
Pacific. No se mete en nada. Sólo en invertir dinero. Y en recuperarlo casi siempre, como todos los
banqueros.

—¿Qué labor hace Hendrix aquí en nombre del ferrocarril?

—Compra terrenos —dijo Pete con un suspiro.

—¿Terrenos?

—Sí. Pero no se haga ilusiones. No he oído decir nunca que pensase comprar el de su esposa...

—A no ser que fuese un convenio secreto entre Hendrix y Woods. Una vez casados, él dispondría a su
antojo de la propiedad, ¿no es cierto?

—Bueno, tal vez... Eso sólo Dios y él lo saben.

—Y el ferrocarril —rió Sacramento entre dientes. Meditó algo. Luego se dispuso a preguntar algo—. Por

25 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

cierto. Pete; creo que el día de su boda, Woods mató a alguien en duelo, y por eso Doris y las demás
mujeres hicieron su acto de rebeldía. ¿Sabe acaso a quién...?

—Cuidado —cortó el cantinero, con voz tensa—. Mire quiénes vienen...

Sacramento giró la cabeza. Miró a la puerta.

Los batientes habían cedido. Entraron cinco hombres. Los reconoció a todos.

Eran Jenkins Perro Rabioso y sus esbirros. Todos en grupo. Entraron con su cabecilla pelirroja por
delante. Cruzaron el local en silencio. Se acomodaron en una mesa redonda, central. No miraron a
Sacramento. Ni a Pete.

—Parecen amansados —señaló Pete—. Aun así no me fío...

—Yo tampoco —murmuró Sacramento, indolente. Se apoyó en el mostrador.

—¡Pete, queremos cenar algo! —gritó con voz potente Jenkins.

—Sólo hay frijoles en salsa picante, con carne y tortas de maíz —observó el cantinero.

—Eso estará bien,—afirmó el pelirrojo—. Cinco platos de frijoles y cinco tortas de maíz, con cinco jarras
de cerveza. ¡Y pronto, Pete! Tenemos hambre...

—Sí, en seguida. Os serviré sin perder tiempo... —el único ojo del cantinero, se fijó inquieto en
Sacramento.

Este, como ajeno a todo, tenía su mirada perdida en las botellas de licor de los anaqueles, ante el espejo de
marco dorado, Pero, casualmente o no, Jenkins y, sus cuatro esbirros se reflejaban nítidamente en ese
mismo espejo.

Pete se ausentó en busca de la cena de los cinco hombres. Sacramento arrugó el ceño, reflexivo. Apuró su
ginebra. Puso una moneda sobre el mostrador. Calmoso, sacó un delgado cigarro, lo encendió sin prisas,
tras morder y escupir su punta opuesta, y chupó luego, con lentitud, exhalando el humo apaciblemente.

Luego, muy despacio, fue hacia la salida. Con el rabillo del ojo no perdía de vista a los ocupantes de la
mesa, redonda. Pero ni Jenkins ni ninguno se movió, como si sólo acudieran a cenar sin meterse con nadie
ni buscar nuevos problemas.

Afuera, la calle aparecía iluminada por los quinqués de los porches en la noche recién caída sobre Pueblo,
el lugar sin mujeres. Puso una mano sobre los batientes para empujarlos y salir de la cantina, satisfecho de
que no hubiera nuevos problemas.

No le dejaron salir.

Los batientes fueron empujados de súbito, pero en sentido opuesto. Aparecieron tres hombres cerrándole
el paso.

—Quieto, forastero —silabeó uno—. Es mejor que vuelva al interior. Y sin trucos...

—Será mejor, sí —afirmó otro del trío—. No nos obligue a disparar.

Lentamente, controlando sus movimientos, Sacramentó fue dando pasos atrás. Ante él, en las manos de
los tres recién llegados, brillaban fríamente los revólveres de acero color azul metálico. Los tres estaban
amartillados. Prestos a vomitar contra él fuego y plomo. A aquella distancia, la descarga sería de muerte.

—Gracias, muchachos —sonó la voz zumbona de Jenkins Perro Rabioso, desde la mesa redonda donde

26 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

esperaban sus fríjoles en salsa picante—. Lo hicisteis muy bien... Ese bastardo forastero llamado
Sacramento ha caído esta vez de lleno... Vamos, amiguito, vuelve aquí. Te has encontrado con la horma de
tu zapato;., y palabra que vas a sentirlo...

CAPÍTULO VI
VIOLENCIA
—Pensaba volver en seguida —dijo apaciblemente Sacramento—. Sólo iba a dar una vuelta. Pete me
guarda la cena y...

—Deja a Pete y tu cena ahora —silabeó Jenkins, poniéndose calmosamente en pie. Su mirada,
centelleante y cruel, revelaba rencor, ira, incluso odio virulento, mal contenido—. Ha llegado la hora de
ajustar cuentas contigo, muchacho...

Sacramento estudió a los tres hombres armados. Luego, al quinteto impávido de la mesa. Sonrió.

—Sois ocho en total. Demasiados para un tipo solo, ¿no os parece? —comentó.

—Me gusta tomar precauciones —masculló el pelirrojo, sarcástico. Se volvió a Pete, que venía con cinco
platos de fríjoles en salsa roja y le avisó con tono acerado—: Deja aquí, en la mesa, esos platos. No
intentes nada. Si juegas en favor del forastero te vuelo los sesos, cerdo.

—Descuida, Jenkins —jadeó el cantinero—. No es mi problema. Allá vosotros...

Dejó los platos. Miró a Sacramento, apurado, pero salió sin comentar nada. Y menos trató de intentar
algo. Entre tanto, los restantes clientes, saludablemente, hacían mutis ordenada, silenciosamente, sabiendo
la que iba a armarse allí en breve.

Finalmente, sólo quedaron nueve hombres en la cantina: Jenkins y sus siete esbirros a un lado.
Sacramento, solitario y sin armas al otro. Mirándose mutuamente todos.

—Bien —habló Jenkins, sarcástico—. Y ahora, ¿qué, amiguito?

—Psé... —se encogió de hombros, con aire perezoso, el rubio forastero llamado Sacramento—. No sé. Un
poco desigual es esto, ¿no te parece, pelo de panocha?

—¡No me insultes, asqueroso bastardo! —se enfureció Perro Rabioso—. Juré matarte por lo de antes. Y
voy a hacerlo, palabra, a poco pretexto que me des.

—¿Qué pretexto esperas?

—Que te defiendas, que empuñes un arma. ¡Lo que sea!

—No puedo hacerlo. No llevo arma alguna.

—¡Te tiraré un arma! —aulló—. ¡Tendrás que defenderte, maldito puerco!

—No —negó—. No hay por qué. No me gustan las armas de fuego, salvo si son absolutamente necesarias.
Y no es éste el caso.

—Sí que lo es. Tus trucos están ya gastados. No va a servirte de nada fingir que no quieres armas. Te
obligaré a esgrimir una, y te mataré como a una alimaña.

—La violencia no tiene sentido, cuando se utiliza como diversión o para hacerse el más fuerte. Ya viste lo
de antes; me bastó un falso cartucho de dinamita para asustaros y venceros. Es lo malo de confiar en la
violencia, en las armas y la brutalidad. Se cae víctima de todo ello.

27 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—Eso te salvó una vez. No volverá a suceder, Sacramento.

—Tal vez sí —rápida, la mano del rubio forastero, apoyada en el mostrador, emergió de junto a su
cinturón carente de armas. Como por arte de magia, otro cartucho de dinamita aparecía en ella. Antes de
que nadie reaccionase, aplicó la corta mecha al cigarro. La prendió.

Su chisporroteo sordo alarmó a todos. Jenkins, sin embargo, soltó una seca carcajada.

—¿A quién esperas engañar otra vez con tu truco? —se mofó.

—Esta vez puede ser auténtico —señaló Sacramento—. Dispara sobre él y lo probarás. Mi brazo y yo
mismo volaremos con el cartucho. Pero vosotros no saldréis mejor librados...

La carcajada de Jenkins, ahora, fue estentórea. Miró sin pestañear el progreso de la chispa crepitante en la
mecha, ganando terreno hacia el cartucho que, como quien sujeta el propio cigarro, sostenía Sacramento
en su mano firme sin temblor alguno.

—Una vez te saliste con la tuya, Sacramento —jadeó—. Dos sería demasiada estupidez por nuestra parte.
Nadie sujeta un cartucho de dinamita con esa tranquilidad, sabiendo que va a volar con él. Debí advertir
eso mismo la vez anterior. No, ya no cuela, amiguito. Caíste en tu propia trampa. Vamos, tira ese cartucho.
Has perdido la baza... definitivamente.

—Allá vosotros —suspiró Sacramento—. Toma, Jenkins. Pero harás bien en apagarlo... o todos volaréis
en pedazos:

Hubo otra carcajada. Sacramento, con aire de derrota, tiró el cartucho. Jenkins lo tomó al vuelo, riendo.
La mecha disminuía por instantes, pero eso ya no preocupaba a nadie. Todos reían de buena gana. Jenkins
tiró el cartucho a uno de sus compañeros.

—Toma, Buck, el arma terrible de nuestro enemigo —se mofó.

Con una risa lo tomó el otro. La pasó a otro compañero. La mirada de Sacramento se mantenía fija en el
crepitar de la mecha...

Así desfiló de mano en mano, mientras Jenkins reía estentóreo. Uno de ellos, burlesco, la agitó al ver que
se agotaba la mecha.

—¡Mirad! —se burló, riendo—. ¡Voy a mojarla en fríjoles y salsa picante para...!

Sacramento pegó un salto inverosímil. Y desapareció tras el mostrador.

Luego...

¡Booommm!

***
La mesa se hizo pedazos.

Los platos de fríjoles saltaron, estrellando la salsa roja y las alubias en los rostros de los ocho hombres.
Pareció que todo era salsa roja, pero no era así. Había también otra cosa, más densa y siniestra,
salpicándolo todo bruscamente entre la humareda oscura, repentina, y el llamear virulento de la
explosión..

Los cuerpos brincaron en el aire como peleles. La onda explosiva lo sacudió todo, destrozando botellas,
espejos y todo lo frágil que había en torno.

28 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Muchos cuerpos se quedaron trágicamente inmóviles, desgarrados por el caótico estallido. Otros se
agitaron, malheridos. Rostros y ropas ennegrecidos formaron un espectáculo tan grotesco como terrible.

Jenkins, el pelirrojo, se agitó, mientras ardían sus patillas y su rojo cabello se tornaba negro chamuscado,
abrasado por el fuego de la explosión. Todo tenía algo de cómico, aun dentro de su terrible virulencia.

—Os lo dije —jadeó desde el mostrador Sacramento, empezando a asomar con lentitud—. Está vez no era
ningún cartucho trucado. Pero no me quisisteis escuchar...

Lo malo es que tampoco ahora le escuchaban.

Jenkins y algunos de sus hombres, cojeando, chamuscados, heridos y torpes, salieron de estampía del
local. Otros no salieron. Ni saldrían por su propio pie jamás.

Sacramento agitó la cabeza con aire de disgusto.

—Violencia... —masculló—. Con lo agradable que es charlar amistosamente, resolver las cosas de modo
amable...

Desde la puerta de la cocina, entre horrorizado y atónito, Pete One Eye fijó en él la mirada incrédula de su
única pupila, dilatada por el asombro.

***
—Cielos, cuando las mujeres oigan hablar de esto van a decidir quedarse un año más en Puebla —se
lamentó plañideramente el sheriff Rick Davies, contemplando el destrozo y los cadáveres en aquella
especie de cráter ennegrecido que era ahora la redonda mesa donde iniciaran su cena de fríjoles picantes
los esbirros del pelirrojo Jenkins.

—De veras lo sentiré por ustedes, sheriff. Pero no fue culpa mía —se excusó con apatía Sacramento,
apoyado en una de las columnas del local—. Pete puede decírselo. No sólo me provocaron, sino que eran
ocho tipos contra mí, y con bastante mala idea por cierto.

—No necesita decírmelo. Sé cómo es Jenkins. Yo sólo me refería a esas malditas mujeres, que van a seguir
teniéndonos aquí solos...

—Trataré de mediar en el asunto... si es que puedo acercarme a su población sin riesgo para mi pellejo
—bostezó Sacramento—. Pero dudo que me escuchen.

—Si a usted no le escuchan no lo harán con nadie más, muchacho. De eso puede estar usted bien seguro...

—Respecto a todo esto, imagino que hará usted responsable de los destrozos a Jenkins, ¿no?

—La verdad es que no tengo ganas de verme en líos con Hendrix por culpa de todo esto.

—¿Hendrix? ¿Qué tiene que ver el ferrocarril en este asunto?

—Debería saberlo. Jenkins acostumbra a trabajar para el ferrocarril. Hendrix le paga. Y el grupo de
bribones que capitanea ese pelirrojo son gente que trabajará en el nuevo tendido de la línea, al tiempo que
cuidan los intereses del Southern Pacific y todo eso...

—Ya veo. Todo gira alrededor de las mismas personas, ¿eh? Y de unos mismos intereses... ¿Conoce usted
el exacto trazado del ferrocarril en su tramo por Pueblo, Davies?

—Es secreto de la compañía. Si dieran esos datos los terrenos aumentarían su valor de modo considerable,
No, no dicen nada aún. Ellos compran con mil trucos y artimañas, para que uno no sepa que necesitan
éste o aquel terreno para pasar sus vías por él. Sólo Hendrix sabe eso. Y naturalmente, Delmar Tryon.

29 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Pero él viene poco por aquí.

—¿Quién es Delmar Tryon? —se interesó curiosamente Sacramento.

—Un pez gordo del Southern Pacific. Una especie de delegado general para Arizona y Nuevo México en
su zona sur. Él viene a examinar lo que hace Hendrix, y aprueba o desaprueba, siempre desde el punto de
vista de los altos intereses de la compañía. Así trabaja esa gente, amigo. Manejando millones, eso sí. Pero
escatimándolos todo lo que pueden, para que lo que deben comprar no suba de precio excesivamente.

—Sí, conozco a los del ferrocarril. Todos son iguales desde que empezaron a tender sus vías por el país
—Sacramento sacudió la cabeza, pensativo.—. Era simple curiosidad, sheriff.

—Se ha vuelto usted muy curioso...

—Lo he sido siempre, palabra. Sobre todo en los asuntos que me afectan directamente a mí.

—¿A usted le afecta en algo el ferrocarril? —dudó el hombre de la ley.

—Empiezo a sospechar que sí. Más de lo que usted cree —rezongó Sacramento, echando a andar hacia la
puerta—. Bueno, me quedaré a dormir por ahí esta noche.

—Siendo el esposo legal de Doris Darnell, tiene derecho a ocupar su propiedad. Pasa a ser ahora de
ambos, Sacramento...

—Prefiero ocuparla otro día. Cuando el juez haya dado su decisión al respecto y Doris regrese a la
población.

—Entonces, largo lo fía, amigo mío. Las mujeres seguirán en su recinto, estoy seguro.

—Veremos, sheriff, veremos...

Se desperezó, saliendo calmosamente de la cantina. Echó a andar calle arriba, por la acera porcheada, de
la que colgaban luces de petróleo. Rodeó el edificio y comprobó que «Pinky» descansaba apaciblemente
en la caballeriza de Pete. Tranquilo por ese lado, se encaminó a algún sitio donde dormir.

Lo encontró en unos cercanos establos, amplios y llenos de heno. Subió a un cobertizo destinado al grano,
acomodó el heno a su gusto y se tumbó cuan largo era.

Poco después dormía apaciblemente, con el sombrero echado sobre sus ojos, tapándole casi totalmente el
rostro.

***
Era un día apacible y luminoso. El sol penetraba en el cobertizo, por entre las rendijas de las mal ajustadas
tablas de su techumbre.

Se desperezó, tomó una brizna de heno, que mordisqueó, pensativo, incorporándose y bajando
parsimonioso al suelo. Echó a andar calle abajo otra vez. No llevaba reloj, ni nunca le había hecho falta.
Le bastaba mirar al cielo. Si era de noche por su grado de sueño y pereza podía calcular la hora aun sin
ese requisito. Si era de día, la colocación del sol era su mejor reloj.

Debían ser aproximadamente las nueve. Sonrió satisfecho consigo mismo, cuando oyó hasta nueve
campanadas de la pequeña torre de la capilla. Su instinto no fallaba nunca. Ni en ésa, ni en muchas otras
cosas.

—Buenos días, Sacramento.

30 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Se detuvo. Miró al que le saludaba.

—Buenos días, señor Ritter —saludó.

—¿Me conoce?

—Me dijeron quién era usted. Nos vimos ya en casa del juez, ¿no es cierto? —contempló indolente al
alcalde y banquero de Pueblo. Este se peinó con aire pensativo, utilizando dos dedos de su mano, las
patillas canosas, cuidadosamente recortadas en su rostro curtido, de aire correcto y serio.

—Es verdad —sonrió Ritter—. Habrá pensado que yo era enemigo suyo, ¿no?

—No, no he pensado nada, señor Ritter. Procuro pensar lo menos posible. Fatiga el entendimiento.

—Me han dicho que es usted un tipo pintoresco.

—Puede que lo sea. Supongo que eso no será un delito...

—No, no lo es —rió el alcalde— Pero a Hannibal Woods le ha complicado usted bien las cosas, amigo.

—Se las complicó él al casarse con una chica que ya estaba casada:

—Eso es algo que no he podido entender. ¿Por qué hizo Woods una cosa así?

—Pregúnteselo a él. Yo me limité a casarme antes. De lo demás no sé nada.

—¿Quiere entrar? —invitó Ritter—. Hablaremos más calmosamente usted y yo, Sacramento.

—Veo que todo el mundo en Pueblo conoce ya mi nombre —comentó él, encogiéndose de hombros, y
siguiendo a Ritter al interior del Banco local.

—Es un nombre original. Por eso se acuerda uno de él en seguida, muchacho.

Le guió hasta un despacho situado al fondo, tras la hilera de ventanillas de pagos y cobros bancarios, del
establecimiento que dirigía el alcalde de Pueblo. Cerró la puerta vidriera y se quedó contemplando a
Sacramento.

Este enarcó las cejas, estudiando a su vez a Rufus Ritter. Pero no preguntó nada, esperando que fuese el
otro quien iniciara el diálogo.

—Me he enterado de lo sucedido anoche en la cantina de Pete-dijo al fin el alcalde.

—¿Ah, sí? —Sacramento se encogió de hombros—. Mucho ruido, ¿eh?

—Bastante. Y trabajo para el sepulturero. Cuatro hombres muertos. Aparte los heridos. El doctor Kent
dice que daba pena verlos a todos...

—No pude hacer otra cosa. De otro modo, el muerto sería yo ahora. Y créame, alcalde, le tengo cierto
apego a mi pellejo, qué diablo...

—Lo creo —rió entre dientes Ritter—. No voy a reprocharle nada. No podría hacerlo. Para eso está Rick
Davies, nuestro sheriff. No es muy eficiente, pero al menos conoce su oficio. Si él consideró que usted
obró en legítima defensa, no hay nada que objetar.

—Menos mal. Ya me veía haciendo compañía, a su amigo Woods en la celda...

—Eso hubiera tenido cierta, gracia —Ritter soltó una suave carcajada—. Escuche, Sacramento. Le quiero
hacer una proposición.

31 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—¿A mí? —Sacramento meneó la cabeza—. No soy banquero, señor Ritter. Ni creo que tenga nada que
vender.

—Se equivoca. Necesito a un tipo como usted. Alguien que defienda mis intereses. El Banco, la seguridad
de mi dinero... Creo que lo he encontrado.

—¿Sí?

—Sí. Usted.

—¿Yo? —Sacramento sacudió la rubia cabeza con énfasis—. No soy un pistolero. Ni siquiera llevo
armas...

—Tendrá que llevar una. A su gusto, claro.

—Odio la violencia.

—Yo también. Ya sabe lo que sucede aquí por culpa de la violencia natural de mis conciudadanos,
Sacramento.

—Oh, sí, las mujeres —rió entre, dientes el joven de rubia cabellera.

—Le pagaré ciento cincuenta dólares al mes. Es un buen sueldo, ¿no?

—No es malo. ¿Qué debería hacer caso de aceptar?

—Ya se lo dije; cuidar del Banco, velar por mi dinero, por la seguridad de este establecimiento y cosas así.

—No creo que peligre demasiado —rechazó Sacramento—. Tirará su dinero si me contrata.

—Yo no creo que lo tire. Acepte y recibirá su primer salario.

—Ni siquiera sé si podré quedarme un mes aquí, señor Ritter. Nunca estuve tanto tiempo en ninguna
parte.

—Tiene una esposa, ¿no? Y un hogar por tanto. Tendrá que ir pensando en cambiar sus costumbres...

—No vaya tan de prisa, alcalde. Sólo vine a saber qué clase de esposa era. He vivido mucho tiempo sin
ella. Puedo seguir haciéndolo, ¿no?

—No dirá que Doris Darnell... perdón, Doris... er... Sacramento, no es bonita...

—Mucho. Pero es mujer, y eso basta.

—¿Con quién esperaba casarse entonces? ¿Con un caballo?

—Posiblemente esa boda crearía menos problemas —bostezó Sacramento—. No, no aceptaré su trabajo,
señor Ritter. Además, insisto en que no creo que le haga falta y...

—¡Arriba las manos todo el mundo! ¡Venga, el dinero, pronto! ¡A quien mueva un solo dedo le volaremos
la cabeza!

Era un modo inoportuno de interrumpir a Sacramento. Se quedó boquiabierto escuchando las secas
órdenes llegadas del exterior, del establecimiento bancario. Sonó el grito ronco de un hombre, algo cayó al
suelo, y se hizo un silencio de muerte.

Pálido repentinamente, Rufus Ritter, alcalde y banquero, se quedó mirando sin aliento a su visitante.

32 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—¿Lo ve? —jadeó—. Esto me costará hoy unos cuantos miles de dólares que hay en metálico en caja...
De cosas así le hablaba. Claro que esto ya no tiene remedio, pero la banda de Lester Cannyon no deja un
Banco sano en la región. Ahí los tiene ahora. Y lo malo es que harán lo que dicen. Si alguien intenta evitar
el atraco, le volarán los sesos en pedazos...

Sacramento no dijo nada; Había arrugado el ceño, con un gesto de preocupación en sus labios. Clavó los
ojos en la puerta vidriera. Esta se abrió bruscamente, y un tipo enmascarado con un pañuelo hasta los
ojos, hizo su aparición allí. Esgrimía un amartillado «Colt» 45, tan voluminoso como amenazador.

—Y ustedes quietos ahí si estiman en algo su sucio pellejo! —masculló con voz sorda el asaltante—. Sólo
queremos dinero, no vidas humanas. No nos obliguen a cambiar de idea.

Sacramento no dijo nada. Ritter, tampoco. Alzaron sus brazos, eso fue todo. No podían hacer otra cosa en
ese momento. Y no la hicieron, claro.

CAPÍTULO VII
CONFLICTOS
Sacramento tenía la mirada distraída clavada en el exterior.

Otros tres bandidos, enmascarados igualmente, mantenían a raya a dos viejos cajeros, un jovenzuelo
empleado en Contabilidad y dos clientes amedrentados, encogidos contra la pared. Tres revólveres muy
respetables les mantenían a todos bien quietos. Uno de los asaltantes estaba echando fajos de billetes en
una saca de cuero, con profesional agilidad. Desde luego no era la primera vez que lo hacía.

—Así está bien —silabeó el enmascarado, midiendo a ambos hombres con mirada astuta—. Ni un
movimiento, ni un truco, o son hombres muertos. Los dos ya están avisados...

Sacramento no dijo nada. Ritter se quejó amargamente:

—Algún día van a fracasar en su tarea. Y les ahorcarán —amenazó.

—Eso ya lo veremos, Ritter —se rió el asaltante—. Una cosa es desearlo, y otra cumplirlo. No nos
dejamos coger fácilmente, usted lo sabe.

Miró atrás, adonde sus compinches estaban terminando ya su colecta. No era mucho dinero, pero
suficiente para tan poco trabajo. «Asaltar Bancos —pensó Sacramento— es una tarea productiva y
rápida.»

Sacramento captó una mirada angustiada, de soslayo, del alcalde y banquero, a la caja fuerte situada en un
rincón del despacho, tras un pesado armario. Indolente, hizo observar en voz baja, aunque no
excesivamente baja:

—Eh, Ritter, ¿acaso guarda más dinero ahí en esa caja?

Ritter se tornó lívido, desorbitó los ojos y masculló, apremiante:

—¡Imbécil, cállese!

—¿Eh? —los ojos del asaltante se fijaron en Sacramento, luego en Ritter... e inevitablemente al final en la
caja fuerte del rincón, pese a su disimulado emplazamiento—. ¿Cómo dijo este larguirucho?

—No, nada... —se excusó Sacramento, mordiéndose el labio inferior—. Yo...

—A ver, abra esa caja, amigo Ritter. Y no me venga con excusas o le levanto la tapa de los sesos
—silabeó el asaltante, complacido. Luego soltó una risita—. Si no es por su amigo nos largamos sin ver

33 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

eso...

—Debería partirle la cabeza por esto —se quejó Ritter, furioso; mirando a Sacramento con expresión
asesina—. ¡Hablar de la caja ahora!

Sacramento hizo un gesto de disculpa, lleno de timidez y de inocencia, y se hizo a un lado, siempre con
sus largos brazos en vilo, siempre sin armas al cinto, mientras el bandido llamaba a uno de sus compinches
para que le ayudase a cargar con el nuevo e inesperado botín de su asalto.

—Cuida de ese tipo, mientras tanto —señaló a un tercero que acudió a la puerta del despacho, el que por
taba la saca de cuero con los billetes. Afuera, el último del grupo miraba impaciente a la calle, mientras
tenía a raya con su revólver a empleados y clientes del establecimiento bancario. El que parecía jefe del
grupo añadió, despectivo, refiriéndose siempre a Sacramento—: Aunque el mozo, además de charlatán e
idiota, no lleva arma alguna encima de su cuerpo...

El salteador de Bancos asintió, midiendo con ojos despreciativos al tranquilo, inefable Sacramento. Luego
prestó mucha más atención a la caja fuerte, cuya combinación estaba haciendo funcionar con infinita
rabia el banquero Ritter para abrirla y sacar su contenido.

Sacramentó observó la posición de los asaltantes dentro del despacho y fuera de él. Dos hombres se
preocupaban tan sólo de Ritter y de la apetecida caja fuerte. Otro cuidaba de él, muy poco
previsoramente. El último se encargaba de los de afuera. Eso era todo. Quizá habría un quinto hombre con
los caballos, pero ése estaba en la calle.

«Cuatro enemigos .—pensó Sacramento—. Esto es coser y cantar...»

No fue precisamente coser y cantar. Resultó algo más ruidoso y violento. Pero en el fondo se le pareció
mucho.

Y eso fue cuando Sacramento dejó de ser un pasivo espectador con aire de imbécil perfecto, y se convirtió
en algo muy parecido a un torbellino.

***
Tenía los brazos tan en vilo, que tocaban la lámpara del techo del despacho, provista de una gruesa
cadena, de la que pendían tres brazos de quinqué de petróleo con barra metálica y pantalla verde
esmeralda.

Aferró la lámpara. Se irguió súbitamente, colgándose en el vacío. Péndulo en décimas de segundo ante la
sorpresa de su vigilante. Cuando éste quiso darse cuenta, Sacramento había oscilado violentamente contra
él, clavándole las botas en plena cara, y lanzándole atrás dando tumbos. El revólver se disparó, estallando
los vidrios del despacho en mil pedazos.

Los dos enmascarados que rodeaban a Ritter se volvieron vivamente para ver saltar como un simio al
sorprendente Sacramento, que cayó justamente sobre ellos, y antes de que tuvieran tiempo de utilizar sus
armas, cogidos por sorpresa, enroscó sus largas piernas al cuello de uno, y soltó un cabezazo inaudito
contra el otro: La cabeza rubia de Sacramento era, sin duda, lo más parecido a un ariete, porque crujió la
otra como una sandía madura y cayó el tipo como fulminado.

Su presa alzó el brazo armado, pretendiendo disparar contra él. Enroscado a su cuello, se limitó a dar una
voltereta fantástica en el aire, derribando la mesa despacho y cientos de papeles con ella... y de modo
inevitable también a su enemigo, cogido en aquella presa espectacular. La cabeza del apresado chocó
brutalmente contra la caja fuerte que Ritter pretendía abrir, y el resultado fue que el tipo se quedó más
inconsciente que si le hubieran soltado encima un peñasco de diez toneladas.

El cuarto adversario disparó desde afuera contra ellos dos. Sacramento, veloz, tiró a Ritter tras el armario

34 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

de un empellón, evitándole recibir un balazo en pleno pecho, y a su vez revolvióse, tomó una de las armas
del suelo, desprendida de la mano de uno de sus enemigos, y la alzó contra el salteador, que iniciaba su
huida hacia la calle, amenazando con disparar, en su desesperación, contra cualquier empleado o cliente
del exterior.

Sacramento hizo un solo disparo, aparentemente sin apuntar siquiera.

El fugitivo se paró en seco, dio una voltereta sobre sí mismo y se fue contra un pupitre de los destinados a
los clientes del Banco, donde se quedó doblado con un agujero feo y oscuro en plena sien. Estaba muerto.
Y bien muerto además: Resbaló, despacio, hasta quedarse hecho un ovillo en el suelo.

Afuera, en la calle, un quinto hombre empezó a disparar furiosamente contra las vidrieras del Banco, que
destrozó a balazos. Se escuchó el galope de un caballo, la fuga desesperada del quinto salteador. Pasó
veloz ante la ventana desgajada del despacho de Ritter...

Sacramento alzó un poco el brazo armado. Disparó otra vez. Una sola también ahora.

El caballo se encabritó cuando su jinete aulló, tirando violentamente de las riendas, y luego saltó
despedido por encima de la cabeza de la montura para ir a rebotar en un abrevadero, y terminar el cuerpo
incrustado dentro de un barril para problemática agua de lluvia de aquellos terrenos secos y áridos, tan
poco dados a los aguaceros.

Las piernas quedaron en alto, como si el tipo estuviese empotrado en el barril. Pero no pateó siquiera.
Estaba tan muerto como el otro.

—Bueno... —resopló Sacramento, dando una voltereta al revólver sobre su dedo índice y apuntando luego
a los tres individuos abatidos ante él—. Creo que terminó esto, Ritter. No necesitará abrir la caja fuerte
después de todo...

El alcalde y banquero, asombrado, contempló el caos. Enrojeció, avergonzado, al mirar a su visitante.

—Sacramento, yo... No debí insultarle. Pensé que era un bobo... y buscaba hacer todo esto... Que el
diablo me lleve si sé cómo lo hizo... Pero lo cierto es que lo hizo.

—No era difícil —bostezó Sacramento, con indolencia. Dio una leve patada a uno de los enemigos
abatidos—. Estos tipos son bastante malos como salteadores de Bancos. Ni sé cómo podían tener éxito.
Cuando yo me dediqué a... Bueno, mejor será dejar eso.

—Sacramento, esto me persuade de mi idea anterior más que nunca —se inclinó, tomó la saca de cuero y
extrajo de ella los billetes. Puso un fajo de billetes de veinte dólares en la cintura de Sacramento—. Esto
es suyo. Por su trabajo de ahora. Y le daré doscientos dólares mensuales además por trabajar para el
Banco y defender mi...

—No, gracias, señor Ritter. Esto sería muy aburrido, créame. Acepto su gratificación, aunque la considero
excesiva para el poco trabajo que me dio, pero nada más. Busque a otro tipo que guste de tareas así,
créame. Sacramento no sirve para esas cosas.

—Se equivoca. Creo que sirve para todo lo que se proponga.

—De acuerdo. Pero como sólo me propongo descansar y pasarlo bien... —se encogió de hombros,
risueño—. Hasta otra vez, señor Ritter. Fue un placer ayudarle...

Se tocó el ala del sombrero con la punta, de los dedos, dejó el revólver en la mano de Ritter, casi
aprensivamente, y se encaminó a la salida, añadiendo con pereza a medida que se acercaba a la puerta
ante los atónitos clientes y empleados del Banco:

—Violencia... Siempre violencia... Con lo cómodo que es dormir, comer, beber, soñar...

35 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Cerró tras de sí la puerta, y los pocos vidrios que quedaban sanos cayeron estrepitosamente. Hizo un gesto
de desagrado y siguió calle adelante con su indolente modo de andar, tranquilo y sin prisas. Como si nada
hubiera sucedido.

Los masculinos habitantes de Pueblo, perplejos, le siguieron con la mirada en su ruta, y alguien comentó
en voz alta:

—Que me ahorquen si vi jamás un tipo como ese del Sacramento.

Sonrió para sí, sin hacer comentarios ni demostrar que lo había oído. Pasó ante el hotel local, y el saloon
anexo al mismo. Su sonrisa se hizo más amplia cuando vio, tapada por una franja de papel verde, con el
rótulo de: «Aplazada su presentación», la figura de una rubia exuberante, que recordaba muy bien, en un
afiche donde anunciaba su arte único para cantar y bailar. Era la dama de la diligencia. No era fácil que
volviese nunca más por Pueblo, pensó.

Siguió adelante. Pero sólo dos pasos o tres. Una voz le saludó:

—¿Toma un trago y juega una partida de póquer conmigo, Sacramento?

Se volvió. Estudió al hombre que le hablaba.

—Vaya —comentó—. Todo el mundo quiere hablar hoy conmigo, ¿eh, Hendrix?

Aaron Hendrix, agente del ferrocarril, asintió, pensativo. Sonreía su cara mofletuda y pequeña, bajo la
especie de lustrosa bola de billar sonrosada que era su pelona cabeza.

—Le vi salir del Banco. Y oí lo demás. Parece que le arregló los problemas a Ritter, ¿eh?

—Algo parecido. ¿Usted también tiene problemas?

—Y graves —miró la cintura de Sacramento, el fajo de flamantes billetes a la vista, donde los pusiera
Ritter—. No le voy a ofrecer unos cientos de dólares, como Ritter..., sino miles de ellos.

—Ya. ¿También por mis servicios? —bromeó Sacramento, irónico.

—No sólo por eso. También por una propiedad: El Yermo...

—Eso no es mío aún.

—Legalmente, lo es. Suyo y de Doris. Entre, beberemos algo. Jugaremos unas manos de póquer, si quiere.
Y discutiremos el asunto. No pierde nada con eso...

—Conforme —aceptó Sacramento. Pasó los batientes pintados de rojo oscuro, lustroso y pulcro, del
saloon. Se encontró en un ambiente muy distinto a la cantina de Pete: dorados, espejos, cortinajes verde
oscuro, mesas con tapetes verde esmeralda, sillas cómodas, con respaldo, un mostrador de madera bruñida
y metal niquelado. Un buen local aquel saloon vecino al hall del hotel local. Añadió, mientras rebuscaba
en sus bolsillos—: Pero si jugamos unas manos de póquer, Hendrix, sólo acepto por costumbre mis propias
cartas... No me fío de nadie.

Hendrix arrugó el ceño. Pidió dos consumiciones en el mostrador. Miró lo que Sacramento le mostraba: un
mazo de naipes. Flamante, todavía envuelto en su papel de origen, bien precintado. Iba impreso en su
cubierta el nombre de una imprenta de San Francisco de California.

—Conforme —dijo—. Nada que objetar. Son naipes en regla. Jugaremos con ésos. ¿Está dispuesto a
jugarse todo su dinero?

—¿Por qué no? —se encogió de hombros Sacramento—. ¿Y usted?

36 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—También llevo dinero para arriesgarlo —rió Hendrix. Y agitó con descuido un puñado de billetes de cien
dólares—. Vamos. Hablaremos mientras tanto. Podemos jugarnos, si lo desea, incluso su respuesta. Si
gano, será «sí», forzosamente. Si pierdo, usted elegirá su propia respuesta. Y el precio por las tierras, por
su trabajo a sueldo del ferrocarril...

—Parece muy seguro de sí mismo como jugador... —hizo notar distraídamente Sacramento.

—Lo estoy —afirmó Hendrix—. No sé qué tal jugador es usted, pero yo soy mejor.

—Eso, las cartas lo dirán. —Sacramento se frotó la barba—. Vamos allá, Hendrix.

Se sentaron en la mesa. El mazo de naipes quedó ante el hombre del ferrocarril.

—¿Quién da? —preguntó.

—Usted mismo —se encogió de hombros Sacramento—. No tengo preferencias...

Los ojillos maliciosos de Hendrix tuvieron una luz especial. Sacramento, ingenuo y como ausente, no
parecía darse cuenta de que estaba a punto de caer en el cepo habilidoso de un perfecto jugador de
póquer.

Un jugador que, como Aaron Hendrix, no vacilaría incluso en hacer trampas, para ganar un terreno y un
empleado diestro con las armas para la Compañía del Ferrocarril del Sudoeste.

***
—Mi oferta es ésta: diez mil dólares por El Yermo. Y quinientos por su trabajo. Mensuales, claro está.

—Parece mucho dinero. Alguien me dijo que El Yermo no vale ni el trabajo de recorrerlo.

—Eso es cierto —sonrió misteriosamente Hendrix—. Pero si yo pensara que el ferrocarril puede pasar por
allí..., o cerca de allí..., eso elevaría mucho su valor, pese a lo pequeño de su extensión. Y pese a que,
desde luego, el ferrocarril podría pasar por otro lado, sin problema alguno... Voy, Sacramento. Cincuenta
dólares.

—No —Sacramento tiró sus cartas—. No voy, Hendrix.

El agente del ferrocarril reveló cierta sorpresa. Recogió los naipes, con disgusto.

—Me pareció que tenía un full —comentó.

—Sólo le pareció —la risita de Sacramento fue irónica—. También a mí me pareció que tenía usted un
póquer. Y en ese caso, cincuenta eran pocos dólares.

—Naturalmente, era sólo una figuración mía. No puedo ver las cartas al trasluz.

—No, ni yo tampoco —convino Sacramento, afable—. Eran figuraciones... Dijo usted que diez mil por El
Yermo, quinientos para mí...

—Sí, eso es.

***
—Póquer de nueves, Sacramento. Gano, ¿verdad?

—No. Póquer de damas —rió él, tirando las cartas sobre el tapete—. Gano yo. Las damas, se me dan
bien. Aquí, claro. En Puebla, no tanto...

37 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Recogió el dinero. Hendrix se enjugó el sudor. Eran dos mil quinientos los que volaban ahora. Nunca
imagino tal jugada en su interlocutor. Pero era sólo un accidente del juego.

—No subiré más —negó luego, rotundo—. Quince mil es el tope. Y setecientos mensuales para usted,
como empleado del ferrocarril...

***

—Treinta mil creo que es la suma adecuada, Hendrix.

—¡Imposible! —rechazó por enésima vez, con un resoplido. Pidió cartas. Dos solamente, y dominó el
relampagueo de júbilo de sus ojos al ver los cuatro ases ante sí. Añadió, pausado—: Treinta mil es una
locura. Estoy dispuesto a llegar a veinte mil por ese trozo de tierra sin valor real para nadie qué no sea el
ferrocarril. Sólo eso, veinte mil. Ni un dólar más... Bueno, en el juego sí. Cien dólares más...

—Aceptados. Y mil más...

—Serán cinco mil, entonces —silabeó, rápido, Hendrix.

Sacramento le contempló largamente. Afirmó, muy lento:

—El resto —dijo, tirando el dinero Hacia el centro de la verde mesa.

—¡Va el resto! —aprobó, con entusiasmo, el del ferrocarril. Jubiloso, añadió—: Recuerde: si pierde esta
mano, pierde todo. Deberá decir «sí» a todo cuanto le ofrecí. Es regla del juego...

—La cumpliré. Veamos sus cartas, Hendrix.

—¡Póquer de ases! —gritó, triunfante—. Gano, ¿verdad?

—Lo siento —suspiró Sacramento—. Escalera de color...

Y ante la lividez y estupor de Aaron Hendrix, recupero su dinero y todo el de su adversario. A manos
llenas, recogió cuanto había en el centro de la mesa.

Anonadado, el agente del ferrocarril clavó sus ojillos en Sacramento. Meneó la cabeza, estupefacto.

—Me parece increíble... —jadeó—. Usted... Usted no podía ganarme... De todos modos, Sacramento,
espero su respuesta. Veinte mil es mucho dinero... por una tierra inútil... Y su trabajo para nosotros...

—Mi respuesta es «no», Hendrix. Tengo derecho a ella, ¿no? —rió el rubio e indolente forastero. Se
guardó el dinero en sus bolsillos. Tiró su billete enrollado hacia el barman, que lo tomó al aire—. Sírvale al
señor Hendrix lo que quiera. Invita Sacramento, amigo...

—¡Espere, Sacramento! —aulló Hendrix, incorporándose, aferrándole la manga con ira—. No sé cómo
diablos pudo hacerlo, pero le confieso que jugué sucio con usted. Le hubiera devuelto todo su dinero, si se
lo gano, palabra. Pero no su respuesta, su palabra de vencedor. Yo... Yo marqué sus naipes. ¿Cómo diablos
tuvo suerte suficiente incluso para ganar así?

—No sea ingenuo, Hendrix. Usted necesitó marcar los naipes. Yo, ni eso.

—¿Qué... quiere decir? —barbotó el del ferrocarril.

—Muy sencillo. Esos naipes... los fabricaba un amigo de San Francisco, especializado en servir a tahúres.
Los reversos son diferentes en cada carta... y basta conocer de memoria sus leves diferencias impresas
para saber qué cartas posee el contrario, igual que si uno las estuviera viendo por el otro lado. Un saludo,
Hendrix. Y gracias por su sinceridad. Me gustan los tipos que no se andan con tapujos...

38 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Rió entre dientes, saliendo del suntuoso saloon. Un Aaron Hendrix lívido, demudado, humillado y furioso,
se quedó allí, abatido tras la última andanada de Sacramento. De tener cabellos, se los hubiera arrancado a
mechones. Pero ése no era el caso de Hendrix. Y tuvo que conformarse con jurar entre dientes hasta
perder el aliento.

Afuera, cuando Sacramento pisó la calle, se quedó sorprendido en principio por el revuelo y las voces y
gritos estentóreos que, procedían de todos los puntos de Pueblo.

Escudriñó en torno, tratando de averiguarlo. Lo entendió cuando vio venir hacia él unos zapatos
puntiagudos, de alto tacón, una falda crujiente, de tejido amarillo a rayas, una pamela, una sombrilla... y,
entre todo ello, un cuerpo de mujer apetecible y esbelto, rematado por una suave cabellera rubia y unos
hermosos ojos pardos.

—¡Doris! —exclamó, asombrado.

—Hola, Sacramento —saludó ella, parándose risueña frente a él—. Hemos vuelto a casa...

CAPÍTULO VIII
EL YERMO
—Bien venido a tu hogar, Sacramento. A tu verdadero hogar.

Sacramento no dijo nada. Contempló, ceñudo, el paraje. La tierra árida, pedregosa. El cercado medio
derruido, los famélicos animales encerrados en él. Y el viejo cuidador de todo aquello, tan milagrosamente
en pie como la casucha de troncos que constituía la hacienda de Doris Darnell.

—No puede decirse que sea muy acogedor todo esto... —comentó, rascándose la nuca.

—Es horrible —rió Doris, entre dientes, sacudiendo su rubia cabecita—. ¿Realmente has creído lo de
«verdadero hogar»?

Y soltó una alegre carcajada, dando una vuelta sobre sí misma.

—Unos cuantos acres de tierra improductiva, de hierbajos agostados, un grupo de reses que parecen
esqueletos vivientes... y un viejo que se tiene en pie por milagro.

—El viejo Zebulon Smith... —dijo ella, con cierta ternura, contemplando la encorvada figura que servía
algo de heno fresco a los famélicos terneros del cercado—. De no ser por él, todo esto no existiría ya...,
con ser tan poco.

—¿Es todo lo que te dejó tu padre?

—Todo —ella hizo un gesto expresivo—. Por eso nunca le entendí bien cuando decidió casarme contigo,
con un desconocido para mí... que era para él su mejor amigo.

—Yo pensé entonces otra cosa. Tu padre me dijo... que temía que tú pudieras ser expoliada un día en tus
bienes, en tus derechos..., y que era mejor que existiera alguien que respondiese por ti, con quien tuvieran
que contar para cualquier cosa. Por eso se le ocurrió esa locura de la boda por poderes.

—¿Locura? —Doris le contempló, pensativa—.No tanta locura. Eres un marido aceptable. Más guapo,
más joven y más atractivo que Hannibal Woods, la verdad.

—¡Al diablo con Woods! ¿Por qué te casaste con él?

—Estaba obligada a hacerlo —suspiró Doris.

39 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—¿Obligada? —frunció el ceño Sacramento.

—Por un lado estaba la noticia de tu muerte, que parecía real. Era una joven viuda que ni siquiera llegó
nunca a tener luna de miel ni siquiera marido, en el sentido exacto de la palabra. Quería casarme, pero no
con Hannibal, claro. Entonces surgió la hipoteca.

—¿Hipoteca?

—El Banco... Ritter había dado una vez dinero a papá, cuando él estuvo aquí, antes de irse a California en
busca de su dorado sueño de toda la vida: el oro.., Era una hipoteca a muy largo plazo. Pero aun los plazos
más largos terminan por cumplirse. Ritter no me puso una pistola en el pecho, sólo pidió cobrar lo suyo, lo
del Banco. Entonces, sin yo saberlo, Hannibal Woods adquirió esa hipoteca, liquidando su cuantía y sus
intereses.

—No digas más. Con esa hipoteca en su poder, apretó los tornillos.

—Eso es. Me exigió la boda... o perdería todo esto. Te parecerá tonto, pero aunque es un trozo de tierra
horrible y feísimo, un día prometí a papá no desprenderme de él por nada del mundo, e intentar incluso
formar un día mi hogar en este sitio, si era posible convertirlo en algo decente. Fui fiel a esa promesa. Una
promesa tonta, pero promesa a fin de cuentas. Y a mi pobre padre.

—Otis Darnell estaba muy orgulloso de dos cosas en la vida: de su cabezonería y de su hija Doris
—explicó Sacramento, evocador—. Ahora veo por qué. Eres tan obstinada como él.

—Creo que sí. Incluso acepté a Woods como esposo. No era mal partido, después de todo. Y salvaba la
propiedad. Entonces ocurrió todo aquello. El duelo a tiros, la muerte del hombre... Las mujeres ya
habíamos planeado algo así Lo cumplimos. Justo mi noche de bodas, me ausenté con todas ellas. Yo dirigí
la revuelta femenina. Y fundamos Puebla...

—Espera. Hablemos del hombre muerto. ¿Por qué Hannibal Woods mató a un hombre?

—¡Oh, aquello...! Fue un duelo estúpido. Yo, al principio, creía que el hombre venía a verle como amigo.
Le llamó a un lado, confidencialmente, mientras celebrábamos el festejo, yendo de sitio en sitio, tomando
cerveza, cantando y bailando... De repente, le dijo algo, el otro se echó atrás, como asustado. Pero le vi
sacar un arma, intentar disparar sobre Woods. Este fue más rápido. Disparó en un instante.

—¿Tiró a matar?

—Desde luego. Le metió la bala aquí. —Doris se tocó tranquilamente con un dedo, entre ceja y ceja—.
Me han dicho que tú disparas aún mejor que él, ¿no, Sacramento?

—No lo sé. No me gusta disparar, si no es absolutamente preciso. Pero de un hombre, no se sabe nunca si
tira mejor o no... hasta que le toca a uno enfrentarse a él.

—Por Dios, no te enfrentes nunca a Hannibal Woods. No me gustaría perderte... —Puso su mano sobre la
mano de Sacramento—. Te parecerá raro, pero si hemos vuelto todas... es porque yo decidí volver. ¿Y
sabes, por qué lo decidí?

—Pues..., no...

—¡Por ti, maldito tonto! —gritó ella.

Y se lanzó sobre él con tal ímpetu, que le derribó en tierra. Rodó encima de Sacramento, como una
pequeña fiera, le rodeó con sus brazos y le cubrió de besos. El forcejeo lo ganó ella limpiamente, ante la
mirada bucólica y un poco perpleja de «Pinky», qué mordisqueaba en vano la seca hierba del páramo.
Zebulon Smith, allá en el cercado, volvió su cara caballuna hacia ellos, y sacudió la cabeza, flemático.

40 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—Igual que su madre —dijo, filosóficamente—. No hay tipo que se la resista. Ni ese Sacramento podrá
con ella...

Y parecía ser cierto. Sacramento, arrollado por el ímpetu fogoso de su joven y rubia esposa, parecía
completamente vencido de antemano, mientras ella, triunfalmente, se erguía sobre, él, dominándole con
sus impetuosas caricias.

Poco después, cesaba él en toda resistencia. Sabía cuándo había perdido una batalla. Y ésta no resultaba
desagradable darla por perdida...

***

—Es un disparate. Debió vender, amigo.

—No me pareció suficiente dinero, Pete.

—¿No le pareció suficiente dinero... veinte mil dólares por ese trozo de desierto? —se asombró el
cantinero.

—Pues... no. Espero sacar algo más, si es que vendo alguna vez...

—Escuche, Sacramento. No sé qué ideas tiene en la cabeza, pero El Yermo no vale ni diez dólares en
conjunto. Si tuviera agua, sería diferente. Pero aquí hay pocos sitios con agua. Si el ferrocarril encontrase
una tierra con agua, sería su más grande triunfo. Porque no le quepa duda que allí mismo edificarían la
estación de Pueblo, y montarían el depósito de agua. Eso es simple utopía. Esto es un páramo, amigo. Y
de todo ello, su propiedad es lo peor.

—Entonces, ¿por qué ofrece el ferrocarril tanto dinero por esa propiedad?

—No sé lo que ellos proyectan. Acaso quieran evitarse rodeos, pérdidas de tiempo y cosas así; Pero hace
falta estar loco para no vender. ¿Qué espera hacer de ese lugar?

—Un sitio habitable, si Dios me ayuda.

—Mucho tendrá que ayudarle Dios para semejante cosa. Y ni siquiera así creo que valga la pena...

—Tal vez no —suspiró Sacramento—. Pero me gustan las cosas difíciles, Pete.

—Nunca se encontrará una peor, de eso puede estar seguro... —El cantinero le estudió, pensativo, con su
único ojo—. Por cierto, muchacho... ¿Es que piensa quedarse ya aquí de modo definitivo?

—Nunca me he quedado de modo definitivo en ninguna parte. Mi matrimonio con esa chica se puede
anular, si así lo deseo, y ella será libre de casarse con otro, sea Woods o no. Lo único que pretendo es
ayudarla. Se lo prometí a su padre, allá en California.

—¿Será capaz de dejar a una esposa como Doris? Es la chica más bonita de Pueblo...

—Aún no tengo nada decidido —sonrió Sacramento, encogiéndose de hombros—. Además, en la vida no
todo está formado por una chica bonita.

—No, pero sí casi todo —refunfuñó Pete, malhumorado.

Y se metió dentro de su establecimiento. Olía apetitosamente a fríjoles, y sin duda no quería que se
estropease su comida. Sacramento volvió calmosamente a la mesa donde esperaba Doris, sentada. Se
acomodó junto a ella.

—¿Ocurre algo, Sacramento? —se interesó la muchacha.

41 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—No lo sé —el rubio forastero se frotó el mentón, reflexivo—. Hay algunas cosas que no entiendo bien
todavía, Doris. Estoy intentando comprenderlas, antes de nada.

—¿Qué cosas?

—Una, el interés de Hendrix por tu propiedad. Otra, los motivos de Woods para comprar la hipoteca y
forzarte a ser su esposa...

—¿Acaso no soy yo un buen motivo? —preguntó Doris, deslizando las manos por su cintura y caderas,
ostensiblemente.

—Oh, claro, claro —se apresuró a afirmar Sacramento—. Eres el mejor de los motivos, pero Hannibal
Woods es algo más qué un enamorado de tus encantos. Tiene algún manejo en el asunto, con el ferrocarril
y todo eso. Quisiera saber qué... y con qué intención.

—No hay duda de que por la razón que sea, el Southern Pacific está interesado en poseer mi propiedad,
eso es todo.

—No sé si será todo... Hablemos de aquel hombre, el que aquella noche se batió con tu flamante esposo...

—¿Otra vez eso?

—Sí, otra vez eso. He hablado con algunos que fueron testigos del suceso. Todos coinciden, Doris. El tipo
no era de aquí. Era un forastero. Un desconocido.

—¿Y bien...? ¿Qué tiene eso de raro? Acaso fue un pistolero; no puedo saberlo. Del propio Hannibal, no
sé, gran cosa. Aquí se ocupaba del Registro de Propiedades, pero pudo ser un delincuente en alguna
parte...

—Lo raro es que nadie supo qué hacía aquí aquel hombre, ni a lo que vino. Woods no dio explicaciones
tampoco, porque el duelo aquí es legal, y porque, según él, no hizo sino defenderse de un inesperado
enemigo que quería matarle, quizá porque estaba ebrio. Pero Pete asegura que no le vio señal alguna de
embriaguez.

—Eso es cierto. Pero, ¿es tan importante ese suceso, aparte del hecho en sí de que Hannibal Woods
matase a un hombre?

—No lo sé. Por eso me siento intrigado, Doris. Vamos a volver a casa. Pero mucho me temo que no
estemos allí demasiado seguros, al menos de momento...

—¿Qué piensas hacer? Solos en El Yermo, con el viejo Zebulon..., sería acaso un riesgo.

—Sí, no hay duda de que será un riesgo —reflexionó Sacramento—. Espera que se me ocurra algo...

Y se le ocurrió.

La imaginación de Sacramento era fértil en ideas. Esta vez lo demostró cumplidamente, en una ocasión
más...

***
—Con cuidado... Mucho silencio... No quiero problemas. Ni uno más con ese bastardo...

—¿Seguro que habitan en El Yermo, Jenkins?

—Seguro, maldito sea el hijo de perra —jadeó el pelirrojo de los pelos chamuscados, con gesto de odio—.
Allí está con su mujer...

42 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—¿Hay que hacerle algo también a ella?

—Si podemos evitarlo, no. Pero de cualquier modo, lo importante es acabar con él. Si la chica es un
impedimento, fuera también con ella. Y con el viejo Zebulon, si es preciso. ¡Esta vez no se me va a
escapar la venganza! ¡Ese tipo llamado Sacramento huele ya a cadáver, de eso estoy bien seguro...!

Su acompañamiento no dijo nada. Tras ellos, en sigiloso desplazamiento, se movían los cinco hombres
reclutados por Jenkins para su revancha nocturna. Eran tipos profesionales, asesinos a sueldo, eficientes
en su trabajo. Su aspecto era repugnante. Sólo su suciedad y su mugre superaban a su mala catadura.

Todos iban armados. Y todos deseaban darle gusto al gatillo cuanto antes.

—Allí es —jadeó Jenkins de pronto, parándose—. Mirad. Es la casa...

—Diablo... —comentó el compañero de Jenkins, irguiéndose entre los matorrales—. Ese edificio es
mucho más grande...

—¿Tú crees?

—Seguro. Han levantado otra edificación. Mira: hay porche, una planta baja... Y luz en el porche, una
lámpara de petróleo... Cuidado, o seremos avistados.

Jenkins estudió, ceñudo, la fachada de troncos, con el tejadillo, el porche y el piso alto, con dos ventanas.
Todo aparecía herméticamente cerrado y sin luz, salvo en el propio porche.

—Se dieron prisa en levantar la casa —gruñó—. Sólo un par de días, y ya tienen un hogar. ¡Para lo que va
a servirles...! Vamos ya. Hay que terminar la tarea cuanto antes.

Jenkins se movió, iniciando la marcha. Le siguieron sus hombres, todos dispuestos a utilizar sus armas sin
pérdida de tiempo en la persona de aquél hombre tan aborrecido por su jefe.

La vida de Sacramento, con aquella nocturna sorpresa, no valía realmente, un centavo. O, cuando menos,
eso es lo que parecía...

Llegaron ante la casa de El Yermo.

El cercado se veía más lejos, con sus escasas reses agitándose inquietas ante la proximidad de los intrusos.
En la casa, ni una señal de vida. Los siete hombres llegaron a poca distancia del porche, agazapados y
sigilosos.

—Esta vez, también nosotros llevamos una ruidosa sorpresa para Sacramento —silabeó entre dientes
Jenkins. Y sacó de entre sus ropas un manojo de cartuchos de dinamita, atados entre sí y con una mecha
breve. Soltó una breve risa, al agitarlo—. Sacramento, vas a llevarte una buena sorpresa... ¡Y será la
última de tu cochina vida, por todos los diablos!

Hizo un gesto a sus hombres. Dispusieron todos sus rifles y revólveres, a punto para entrar en fuego.
Luego, Jenkins prendió un fósforo. Lo aplicó al manojo de cartuchos y arrojó éste contra la casa. Cayó en
el mismo porche, junto a la puerta cerrada, bajo la luz amarilla del quinqué.

La noche era una pura y densa sombra en torno. Sólo la fachada del edificio, recortándose en la negrura,
era visible con su luz del quinqué colgado de la acera porcheada.

Crepitó la dinamita en la puerta de la flamante vivienda de Doris y de Sacramento...

Luego, súbitamente, la mecha se agotó con un chisporroteo final.

Se levantó una oleada formidable de fuego, humo, piedras, tierra removida, troncos arrancados de cuajo...

43 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Se encendió la noche con el flamear cegador del estallido, se alzaron llamaradas violentas ante el
edificio... Saltaron puertas y ventanas de cuajo.

—¡Adentro ahora! —aulló Jenkins, incorporándose, arma en mano, alentando a todos sus hombres.

Y se lanzaron sobre el edificio envuelto en humo y fuego.

Entonces ocurrió lo increíble, lo inverosímil.

Sencillamente, el edificio se desplomó. Se les vino encima la fachada entera, como algo sin resistencia.
Toda la pared, desde abajo hasta arriba, con el destrozado porche incluido, se desmoronó, de cuajo,
entera, aplastándoles con su peso, en medio del grito de horror de todos los asaltantes.

Jenkins aulló, saltando de lado, y escapó al cepo arrollador, junto con dos de sus esbirros.

Los tres aterrorizados personajes se encontraron, entonces, con la segunda e increíble circunstancia de
aquella noche siniestra.

¡Detrás de la fachada derrumbada no había nada! .

Ni edificio, ni habitaciones, ni más paredes... Nada. La casa, la supuesta casa nueva de Sacramento..., era
una simple fachada, un decorado engañoso, con la noche y el aire libre detrás.

Una pared sostenida por unos troncos o soportes que, tras la explosión, cedieron, dejando caer la fachada
falsa sobre todos ellos.

Tras ella solamente había ahora, bien visible..., una especie de cercado donde se arremolinaban hasta una
docena larga de reses... Reses fuertes, de recia cornamenta. Reses que, aterrorizadas por el estampido de
la dinamita, y sin la resistencia de la pared, que completaba el improvisado cercado oculto, se lanzaron
impetuosamente adelante, mugiendo como desesperadas, y convirtiéndose en un peligro de muerte para
Jenkins y sus dos compinches supervivientes.

Aterrados, los tres echaron a correr, con aquel alud de retemblante galope detrás... Dos de los hombres,
arrollados por las reses, fueron pisoteados brutalmente por éstas. Jenkins, despavorido, sudoroso,
jadeante, sintiendo cada vez más cerca el retemblar de las pezuñas del enloquecido ganado, chillaba con
desesperación, con su voz más aguda y estridente:

—¡Favor, favor! ¡Ayúdenme! ¡No quiero morir...! ¡No quiero morir...!

Desde un árbol reseco y retorcido, alguien lanzó un lazo diestramente. La cuerda rodeó el cuerpo de
Jenkins, luego se puso tensa, tiró y tiró..., y el pelirrojo rufián salvó milagrosamente el pellejo, arrancado
casi de debajo mismo de la manada enloquecida, que siguió adelante, con un formidable retemblar del
suelo...

—Ahora lo peor será recoger todas esas reses de nuestro amable vecino... —comentó entre dientes
Sacramento, a horcajadas sobre una gruesa rama del árbol, sosteniendo en el aire, preso por la soga, al
hombre que pretendió asesinarle aquella noche.

CAPÍTULO IX
BUSCANDO LA VERDAD
—Creo que ha sido un buen escarmiento, ¿no es cierto?

«Perro rabioso» Jenkins dejó de lloriquear. Despavorido, con el rostro todavía chamuscado, con el terror
en la mirada, con el cuerpo dolorido y la angustia en el semblante, contempló a su interlocutor. Bajó

44 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

humilde, medrosamente, sus ojos asustados.

—Sí... Sí —gimoteó—. El mayor escarmiento imaginable...

—Sabía que algo intentarían de nuevo contra mí, Jenkins. Pero esta vez no iba a ser una vulgar
bravuconada de fanfarrones. Era algo más. Un asesinato en toda regla, ¿me equivoco?

—No, no... —humedeció sus labios, resecos y agrietados—. No se equivoca, Sacramento... Usted... Usted,
tiene razón. Tenía que matarle. Era la orden.

—La orden..., ¿de quién?

—De quien me pagaba, naturalmente...

—Naturalmente. ¿Y quién te pagaba, Jenkins?

Volvió a humedecer los labios. Tragó saliva. Sacramento se inclinó, rápido, hacia él.

—¿Quién? —insistió, rotundo.

—Fue... Fue Hendrix —tragó saliva—. Aaron Hendrix, del ferrocarril...

Sacramento se echó atrás. Estudió en silencio a su maltrecho prisionero, lleno de magulladuras,


quemaduras, cortes y arañazos.

—Lo imaginaba. Le estorbo estando vivo, ¿no es cierto? —silabeó.

—No dijo nada. No me dio explicaciones. Me... me pagó. Y yo... yo tenía que cumplir mi trabajo...

—¡Oh, claro! Un trabajo que te complacía realizar. Después de todo, querías vengarte de un tipo llamado
Sacramento, que te había dado dos serios escarmientos seguidos, ¿no es cierto, Jenkins?

—Sí, sí —gimió el preso—. ¡¡Juro que no volveré a intentarlo! ¡Lo juro, Sacramento! No olvidaré que
pudo matarme usted esta noche, y en cambio me rescató de las patas de esos malditos animales... Soy...
soy el único superviviente, ¿no es cierto?

—No, no es cierto. Hubo otros dos que están muy malheridos, pero viven aún. Fueron de los aplastados
por la fachada que construí en estos dos días, ayudado por Zebulon y Doris, para engañar a cualquier
intruso, como así sucedió.

—Es usted... un demonio. A nadie se le ocurriría algo parecido...

—Me gusta inventar cosas —rió, sarcástico, el rubio forastero. Luego bostezó, con su habitual
indolencia—. Diablo, Jenkins, lo pasé divertido viéndoos llegar, usar la dinamita y todo eso. Pero no va a
ser divertido lo que le espera a ese cerdo tramposo de Hendrix. ¿Por qué quería eliminarme?

—No... no me dijo nada... —jadeó el preso.

—Pero tú habrás imaginado algo. Tendrás alguna idea, estoy seguro...

—Sí... Sí. Es que Hendrix es amigo de Hannibal Woods. Querían deshacerse de usted... Ya entiende: la
chica; esta propiedad...

Sacramento sacudió negativamente la cabeza.

—No, no entiendo —rechazó—. Esta propiedad no vale nada en apariencia. ¿Qué esperan ellos obtener
con un lugar así? Pueden hacer pasar el tren por otro lado, sin que ocurra nada irreparable. Sólo habrá que
dar un pequeño rodeo, gastar unas cuantas traviesas.,. No más de mil dólares de gasto. ¡Y ofrecen veinte

45 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

mil! Además, estoy seguro de que para ellos esto vale más del doble de lo que están dispuestos a pagar.

—Es posible, pero yo tampoco veo por qué. Aquí no hay oro, ciertamente. Ni petróleo, ni plata. Y
tampoco vale como tierra de pastos, ni como..., ni como tierra obligada para el paso del ferrocarril.
—Jenkins meneó su maltrecha cabeza con aire perplejo—. La verdad, Sacramento, no puedo entenderlo...

—Pues quiero que lo entiendas, Jenkins, ¿me oyes? Y sólo hay un modo de entenderlo: buscar la verdad.
Tú vas a buscarla en mi nombre.

—¿Yo? —se quedó perplejo el rufián, mirando a Sacramento con incredulidad—. ¿Qué quieres decirme
con eso?

—Vas a volver a la población.—meditó Sacramento, en voz alta, mirando al exterior de las dos tiendas de
lona dispuestas tras el cercado de su flaco ganado, ocultas entre rocas y arbustos resecos. La noche era
aún oscura, estrellada y fría. Dentro de la tienda brillaba la luz de un quinqué. A su claridad, Doris y él
interrogaban al inmóvil, ligado Jenkins.

—¿A... la población? —tragó saliva el preso—. Supongo que... cautivo, para ser... encarcelado...

—No, nada de eso. No aún, Jenkins. Además de deberme la vida, vas a deberme incluso la libertad y el
perdón, si eres honrado con alguien, por una vez en tu vida, y me sirves lealmente.

—¿Servirle... yo... a usted? —tragó saliva, estupefacto—. ¡Cielos, no puede ser!

—De ti depende. Inténtalo, cuando menos. Ve al pueblo. Busca a Hendrix. Dile que cayeron los demás en
una emboscada. Pero que tú me liquidaste a mí. Di eso, ¿entiendes? No trates de engañarme, no me
traiciones, o la próxima vez no habrá perdón que valga, y te haré pedazos entre mis manos, bribón.

—Sí... si hago eso..., ¿no va a denunciarme siquiera a... a Rick Davies?

—No te denunciaré a nadie. Pero has de ser leal. De otro modo, la prisión o la horca serán tu premio final.
Elige, Jenkins. Sé inteligente por una vez en tu vida, y tal vez te vayan mejor las cosas que hasta ahora.

—Juro... juro que haré todo... tal como dice usted... —prometió Jenkins.

—Me parece bien. Voy a confiar en ti. —Extrajo un cuchillo de su bota. Rápido, cortó de un tajo la soga
de Jenkins. Le señaló la salida—. Vete a Pueblo. Informa a Hendrix.

—Sí, sí. ¿Y... qué más?

—Luego, trata de espiar, de averiguar algo... Infórmate, Jenkins. Quiero saber por qué vale tanto esta
tierra para Hendrix y su maldito ferrocarril. Si descubres algo, incluso es posible que te recompense...

—No. No hará falta —cortó Jenkins, con acento humilde—. No necesito ni merezco ninguna recompensa,
Sacramento. Me basta con ese perdón, con esta oportunidad. Palabra que le ayudaré en cuanto pueda.
¡Palabra, Sacramento! Y gracias...

No dijo más. Salió rápidamente de la tienda. Se perdió en la noche, de regreso a Pueblo.

A la luz del quinqué, Doris contempló largamente a Sacramento. Reveló incertidumbre clara.

—¿De veras confías en ese hombre? —se extrañó.

—No, en absoluto —rió entre dientes Sacramento—. Y él, además, sabe que no confío en él. Por eso, tal
vez, intentará ser leal por una vez en su vida.

—Eres el hombre más extraño y fascinante que jamás conocí, Sacramento —musitó ella, admirada—. ¿Es

46 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

que nunca puede saberse a ciencia cierta lo que piensas?

—Casi nunca —murmuró Sacramento. Luego se frotó el mentón—. ¿Sabes una cosa? Me gustaría saber si
está tierra... guarda algún secreto especial en su suelo.

—¿Secreto?

—Sí, algo raro... Es una propiedad pequeña, pero llevaría mucho tiempo buscar... Se me ocurre algo mejor.

—¿Qué?

—Que sean los demás los que busquen...

—No te entiendo...

—Está bien claro. Vas a ausentarte de tu propiedad, con Zebulon y las reses. Vas a dejar esto abandonado
un cierto tiempo. De lo demás me ocupo yo.

—Sacramento, ¿qué estás pensando esta vez?

—Un juego divertido —rió él, de buena gana. Bostezó, desperezándose—. No me gusta mucho trabajar,
¿entiendes? De modo que haré que trabajen los demás por mí y gustosos, además.

—No te entiendo...

—No hace falta. Entenderás cuando sepas lo que proyecto.

Y los ojos azules de aquel curioso tipo llamado Sacramento tuvieron un peculiar brillo burlón, realmente
divertido. Como si su fértil imaginación estuviese planeando en esos momentos una auténtica picardía...

***
—¡Oro!

—¿Qué?

—¡Es oro! ¿Oro de inmejorable calidad!

—¿Te has vuelto loco? ¿Oro en Pueblo?

—¡Oro, sí! ¡Mirad! ¡Es oro que vino a vender secretamente, y con mucho misterio, ese tipo anciano que
cuida de El Yermo, Zebulon Smith...! — informó el almacenista, que era a la vez comprador y vendedor
de minerales preciosos.

—¿De dónde puede haber obtenido oro ese tipo? —se sorprendió la esposa del almacenista,
contemplando los trozos de dorado mineral, con auténtica sorpresa.

—No lo sé, querida, pero es oro... y del bueno. Lástima que, cuando lo vendiera, estuviese en la tienda
Mama Roana, la mujer esa grande y gorda... Es una charlatana. Cómo se lo cuente a su gran amiga, Sheila
Davies, la mujer de Rick, tendremos a medio pueblo tras de la pista...

—¿Qué pista?

—La del oro, mujer. Zebulon dice que compró ese oro, pero es mentira. Lo he examinado. Tiene
partículas de tierra rojiza. Tierra de El Yermo, sin duda. Creo... creo que hay un filón en esas tierras...

—¡Un filón! Eso es un disparate...

47 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—Dispárate o no..., esta noche voy a ir allí a cavar.

—¿Te has vuelto loco?. ¡Es una propiedad privada!

—Me he enterado por Zebulon... La chica, Doris, no está en El Yermo ahora. De Sacramento, nadie sabe
nada. Se dice que ha muerto o está herido en alguna parte... Y Zebulon no anda por allí ahora. Por alguna
razón, incluso creo qué ha quitado la cerca del ganado. Para que veas que algo raro sucede allí... No va a
verme nadie, ya verás...

Y el tendero, muy convencido, se apresuró a cargar con una buena serie de herramientas para remover
aquella noche las tierras de El Yermo...

***
La primera noche había sido productiva. Pero no sólo para el ambicioso tendero: Mamie Roana cavó
apenas se marchó él, por otro punto de la propiedad. El sheriff y su esposa, ya de madrugada, iniciaron la
tarea por otro lado.

Un par de individuos muy espabilados, que sospecharon al ver a los Davies con herramientas, camino de
El Yermo, aprovecharon también la ocasión para esperar su turno de cavar.

Todos, absolutamente todos, tuvieron suerte.

Encontraron oro.

Pequeños trozos de oro, no más de sesenta o setenta dólares en fragmentos diminutos de oro. Pero oro, al
fin y al cabo.

Eso les alentó a seguir la tarea en noches sucesivas.

Y continuaron buscando. Y continuaron abriendo zanjas, cavando sin cesar, hallando oro desperdigado
bajo la tierra...

La afluencia de buscadores fue tal, que la noticia, forzosamente, llegó a oídos de la persona más
interesada en que eso no sucediera: Aaron Hendrix, del ferrocarril.

***
—¡Oro en El Yermo! ¡Es... es el mayor disparate que jamás escuché! —gritó roncamente, con el rostro
congestionado.

—Yo mismo lo he visto —jadeó su informante, Hannibal Woods, ya libre de su encarcelamiento por orden
del juez Dorritt—. Pequeños fragmentos de oro, pepitas diminutas. Pero oro, sin lugar a dudas. Y todo él,
hallado en El Yermo. Lo están removiendo a conciencia, cavando sin cesar...

—¡Cavando! —palideció, de súbito, Hendrix—. ¡Cielos, eso no! No nos conviene en absoluto. Si ellos
supieran...

—Lo terminarán sabiendo —refunfuñó con disgusto Woods—. Es como si alguien hubiera planeado ese
truco...

—¡Sacramento! —masculló con ira Hendrix.

—Pero... pero me han dicho que Sacramento... murió. —Woods inclinó la cabeza—. ¿No fue Jenkins
quien...?

48 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

—¡Jenkins! Juraría que me engañó como a un imbécil... —el encargado del ferrocarril dio vueltas por la
habitación, con auténtica ira—. Woods, tenemos que impedirlo, ¿entiendes? O esos estúpidos acabarán
por hallar lo que tan celosamente hemos mantenido oculto durante este tiempo... Eso me huele a él, a
Sacramento. ¡Vaya si fue cosa de Sacramento, maldito sea! Sólo a él se le pudo ocurrir el truco, ¿no lo
entiende?

—Pues... no. No del todo. ¿A qué se refiere, Hendrix?

—Está claro como la luz del día, amigo mío. ¡«Sembró» oro! Es un truco viejo como el mismo oro... Se
toma una escopeta de caza, se pone oro en vez de perdigones... y se dispara acá y allá sobre la tierra...

—¡Oh, entiendo..,! ¡Oro disperso! La gente lo halla, cava... ¡y busca, mientras Sacramento espera,
cruzado de brazos!

—Eso es —afirmó roncamente Hendrix—. Hay que impedirla. Como sea, hay que impedirlo. Hagamos
correr la voz de lo que hizo Sacramento. Que sepan que se están burlando de ellos...

—¿Lo creerán? —dudó Woods—... Mientras encuentren oro...

—¡Maldito Sacramento...! ¡Cuando encuentre a Jenkins le voy a arrancar el pellejo a tiras! No acabó con
Sacramento, seguro. Esto me huele a cosa suya. Es propio de su astucia, de sus jugarretas de todos los
diablos:..

—¿De qué están hablando? —sonó la voz tranquila de alguien, en la puerta de la oficina del ferrocarril en
Pueblo.

Se volvieron ellos. El recién llegado entró sereno y sonriente. Hendrix le borró la sonrisa con un grito:

—¡Se trata de Sacramento, Ritter! ¡Nos está, tomando el pelo a todos!

—¿A todos? No entiendo, Hendrix...

—Ha sembrado trozos de oro en su tierra, intencionadamente. Ha convencido a la gente de que hay allí
oro en vetas, en filones... ¡Y todo el mundo se va de noche a cavar en las tierras de El Yermo, en busca
del oro que no existe sino en la superficie, y muy dispersa!

La lividez súbita de Ritter le hizo parecer un cadáver... Se tambaleó, teniendo que apoyarse en el muro.

—¡Dios mío, no...! —jadeó—. Van a encontrarlo, si eso sigue...

—Claro que lo encontrarán —masculla Hendrix—. En cualquier momento, una herramienta alcanzará el
punto crucial... ¡y saltará afuera el líquido elemento! ¡Sabrán todos que en esa tierra estéril... hay un
manantial de agua! El elemento que convierte lo de menos valor en el lugar ideal para la estación
ferroviaria futura, la más estratégica de todo Arizona.

—No es sólo eso —masculló, lívido, el banquero y alcalde Rufus Ritter—. Es que, aparte del agua...,
pueden hallar a los dos hombres que yo hice enterrar allí hace tiempo. Los dos emisarios del Banco, con el
dinero de las pagas para las minas... ¿Recuerda, Woods? Los hombres de quienes dijimos que habían
desaparecido, camino de Tucson, con las sacas del dinero... y que jamás salieron de aquí. ¡Ellos están
sepultados allí, con las sacas del Banco, una vez vacías, cuando les hice asesinar! ¡Sabrán que yo..., que
yo me quedé con el dinero, y el Banco pagó la suma desaparecida!

Hendrix se tambaleó, aterrado. Woods juró entre dientes.

Los tres hombres tomaron sus sombreros. Se movieron hacia la salida...

—Vamos... —masculló roncamente Hendrix—. Hay que evitar que esa gente siga adelanté... Hagamos

49 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

algo... ¡Lo que sea! Pero que ellos no sigan con su tarea...

***

Fue un hermoso espectáculo. El más hermoso que Sacramento recordaba haber visto jamás.

Repentinamente, apenas tocó con su pico el punto dónde observara la mancha húmeda, amplia, la que
nadie, en su búsqueda febril del anhelado oro advirtiera en las noches anteriores, alcanzó el centro mismo
del pozo de agua interior.

Reventó con toda presión la superficie de piedra reseca. Saltó el agua, en un surtidor mil veces mejor que
el de un pozo de petróleo.

Agua...

La vida para toda una región... El líquido de más valor en el Sudoeste, árido y seco en toda su enorme
extensión...

Agua...

Y con el agua, en aquel raudal súbito, que Doris, Zebulon y él contemplaron aturdidos, asombrados,
radiantes de gozo, en pleno surtidor del líquido y valioso elemento..., algo más.

Algo siniestro, horrible, estremecedor...

Dos esqueletos. Ropas desgarradas, carcomidas por el tiempo... Y unas sacas de cuero, con un claro sello
aún legible: «Banco Ganadero del Sudoeste. Pueblo, Arizona».

Sí. Fue un hermoso y un terrible espectáculo a la vez.

El agua, al brotar impetuosa, arrancó consigo, de la tierra donde yacían, aquellos dos cuerpos, reveladores
de un antiguo crimen...

—¡Vaya...! —dijo Sacramento, con indolencia—. Me parece que El Yermo ocultaba más cosas de las que
imaginábamos.

—Por desgracia para todos ustedes, así es, Sacramento.

Se volvió despacio. Miró pensativo al trío de hombres vestidos de oscuro, como cuervos o pajarracos de
mal agüero. Y también descubrió en sus manos las armas amartilladas. Dos revólveres «Colt», un
«Derringer» de dos cañones...

Suficientes balas para todos ellos. Para todos. Para Zebulon, para él... e incluso para Doris.

—¡Vaya...! —dijo, lentamente, sin inmutarse—. Ya están todos reunidos. Los tres granujas juntos: Aaron
Hendrix, Hannibal Woods... y Rufus Ritter. No debí salvar su dinero ni su vida aquel día, en el Banco,
Ritter...

—No, no debió hacerlo, Sacramento —masculló el banquero—. Ahora, forzosamente..., hemos de


matarles. A los tres...

Y parecían muy dispuestos a hacerlo. De eso, Sacramento estaba seguro como nunca estuvo seguro de
cosa alguna en este mundo.

CAPÍTULO X
ESE TIPO, SACRAMENTO...

50 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

Hubo un silencio tenso, prolongado. Se miraron los seis personajes del drama, que estaba a punto de echar
el telón.

Telón definitivo, además. Por lo menos, para un tipo llamado Sacramento, su esposa por poderes y el viejo
cuidador de la tierra hasta entonces inhóspita e improductiva.

—Veo que sólo «Pinky» tiene alguna posibilidad de sobrevivir —comentó, con agrio humorismo.

—Muy gracioso —refunfuñó Woods—. Ni ese podenco debería sobrevivirle.

—No les hizo nunca nada, pobre animal —comentó Sacramento, con ternura—. Déjenlo vivir. Es lo
bastante feo para que nadie se sienta cuatrero por él.

—Bromas aparte, Sacramento —silabeó Hendrix—. Tenemos que eliminarles. Saben demasiado.

—Sí, demasiado. Usted, Hendrix, ocultaba lo del agua..., que convierte este lugar en un punto de valor
incalculable. Usted, Ritter, debió liquidar a esos dos hombres desenterrados por el agua súbitamente... y se
quedó el dinero de las sacas vacías, ¿no?

—De eso hace ya tiempo, Sacramento.

—Un crimen no importa cuándo se cometa. Sigue siendo siempre un crimen.

—Muy filosófico-bromeó Woods—. Terminemos esta farsa de una vez...

—Usted también tiene su propio crimen encima: el supuesto duelo, ¿no, Woods?

—¿Qué puede saber de eso un tipo como usted? —gritó Hannibal.

—Lo que imagino: como encargado del Registro de la Propiedad, conocía al hombre. Creo que era un
inspector de tierras, descubrió que había un curso de agua... y usted, de acuerdo con Hendrix, lo silenció.
El pobre hombre debió sentir horror el verse amenazado, al obligarle a sacar su revólver, para matarle allí
mismo, ante todos...

—Sin duda, es muy listo, Sacramento. Lástima que esa listeza le lleve ahora al infierno, amiguito
—silabeó Ritter—. Terminemos con él, vamos ya...

—¡Aún no, canallas! —chilló una voz.

Inesperadamente, de entré unas rocas, emergió el pelirrojo y maltrecho Jenkins. Alzó su arma. Disparó
contra Hendrix, que recibió el balazo en pleno pecho. Los demás hicieron fuego contra Jenkins. Antes de
que Sacramento pudiera hacer nada, ya el pelirrojo bribón daba una voltereta, herido de muerte.

—Lo... siento... —jadeó, mirándole—. Quise... salvar.. le..., Sacramento...

—Lo sé, amigo —sonrió el rubio forastero, apaciblemente—. Gracias, amigo...

Jenkins agonizaba ya en tierra. Sacramento llegó a sacar el cuchillo de su oculta vaina en la espalda. Y lo
disparó contra Ritter sin vacilar.

Le clavó el cuchillo en la garganta, pero era todo lo que podía hacer. Woods disparó.

—¡Nooo! —chilló, angustiada, Doris.

Intentó interponerse, heroicamente. Rápido, Sacramento la derribó a un lado, y recibió el balazo. Se


tambaleó. Miró a Hannibal Woods, que iba a disparar de nuevo, a mansalva...

51 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

***
No podía hacer nada. Absolutamente nada.

Estaba herido. Malherido. Tambaleante, débil. Por primera vez, Sacramento no podía hacer nada, sino
disponerse a morir.

—Lo lamento, Doris —jadeó, tranquilo incluso entonces—. Esto terminó...

Hannibal Woods sonrió, malignamente. Apretó el gatillo...

Y fue cierto: allí terminó todo.

Era el apoteosis final. Luego, caería el telón.

Todo se cumplió puntualmente, como un buen espectáculo teatral. Todo llegó por sus pasos contados.
Cronométricamente. El ensayo general resultó. O acaso la representación cara al público.

Lo cierto es que el apoteosis llegó justo a tiempo.

Pero fue inesperado. Para todos. En especial, para Hannibal Woods.

Bajo sus pies; tembló el suelo. Algo rugió. Se quebró la tierra. Reventó en pedruscos y grietas.

El agua escapó, en un surtidor espumoso, potente, por otro lugar del terreno removido y ahondado.

Casualmente..., bajo los pies mismos de Hannibal Woods.

El asesino salió disparado, como un proyectil artillero hacia el cielo. Un mortero del ejército no lo hubiera
hecho mejor.

Cómicamente, el cuerpo de Woods volteó en el aire, manipulado por aquella manguera a formidable
presión, emergida de la tierra antes reseca en su superficie. El disparo se perdió en los aires, tanto como él
mismo. Luego, cuando perdió presión el agua, y Woods cayó de cabeza, en picado, fue a estrellarse contra
unas rocas, donde se quedó inmóvil. Completamente inmóvil...

—¡Cielos! —dijo Zebulon, acercándose a él, apático—. Está muerto...

Luego, se volvió hacia Sacramento, que caía de rodillas, aferrándose la herida. Doris, angustiada, estaba
ya junto a él.

—Querido, querido, no mueras... —musitó, cubriendo le de besos—. ¡No puedes morir ahora!

—No moriré.... —sonrió Sacramento. Luego bostezó, con una: mueca burlona en su rostro, algo pálido
ahora, pero lleno de plácida conformidad—. No moriré, pequeña... Sacramento es un tipo que tiene que
dar aún mucha guerra... Mucha guerra...

***

Luego, se desvaneció.

Pero tenía razón. Sacramento aún daría mucha guerra. La herida era aparatosa, pero no grave.

A fin de cuentas, era duro de pelar. Y no estaba hecha aún la bala que debía llevar su nombre grabado. Ni
mucho menos.

No. Aún, en muchos lugares del Oeste, conocerían al pintoresco rubio y apacible muchacho que no lucía

52 de 53 07/09/2011 8:40
ESE TIPO LLAMADO SACRAMENTO — DONALD CURTIS file:///E:/Libros Biblioteca Maxi 11000 libros ordenados por autores/...

armas, pero que era capaz de avasallarlo todo con su simple presencia.

Aquel tipo llamado Sacramento iba a ser conocido en muchas partes del Este. En muchas. No había
llegado su hora.

Sacramento aún tenía vida para rato. Para mucho rato...

FIN

53 de 53 07/09/2011 8:40

Вам также может понравиться