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S.M.D. Al paso que el nuevo mundo ha sido por sus riquezas el objeto de la común
codicia, han sido sus naturales el blanco de una general contradicción. Desde el primer
descubrimiento de estas Américas empezó la malicia a perseguir unos hombres que no
tuvieron otro delito que haber nacido en unas tierras que la naturaleza enriqueció con
opulencia. Cuando su policía y natural cultura eran dignas de la admiración del mundo
antiguo, no trepid6 la maledicencia dudar públicamente en la capital del orbe cristiano
acerca de su racionalidad; y para arruinar un delirio que parecía no necesitar más
anatemas que los de la humanidad, fue necesario que fulminase sus rayos el Vaticano. Si
esta calumnia injurió notablemente a los habitantes de estas provincias, no fue menor la
herida que recibieron con el tenaz empeño de aquellos que solicitaron despojarlos de su
nativa libertad. Impelidos por bárbaros ejemplos de la antigüedad, o más bien seducidos
por los ciegos impulsos de su propia pasión, no dudaron muchos sostener que los indios
debían según toda justicia vivir sujetos bajo el grave y penoso yugo de una legítima
esclavitud, llegando a tanto el desvarío, que el obispo del Darién Sr. Thomas Ortiz en
las porfiadas y repetidas disputas que sobre este punto sostuvo contra el obispo de
Chiapas a presencia del señor Emperador Carlos V, y sus consejos, se atrevió a afirmar
que los habitantes de las Indias eran a natura siervos fundados sin duda en una
extravagante doctrina de Aristóteles, que a entenderse bajo el literal sentido
que presenta, no da la mejor idea de las decantadas luces de su autor. Si la conquista de
estos reinos hubiera estado reservada a unos príncipes menos grandes, menos piadosos,
y menos equitativos que los católicos monarcas de las Españas, auxiliada del poder la
maledicencia hubiera llevado al colmo todos sus deseos y con el último triunfo de la
inocencia hubieran sido víctimas de la esclavitud todas estas recién conquistadas
naciones; pero el cielo que había mirado estos pueblos con una particular predilección
les destinó para conquistadores unos príncipes que equivocando las acciones de tales
con las de un verdadero padre, mirasen con más interés la felicidad de estos nuevos
vasallos, que el esplendor que con ellos se acrecentaba a su corona. Más ha de tres
siglos que las armas españolas, auxiliando al Evangelio para introducido en esta región
la conquistaron. En todo este tiempo no han perdido de vista nuestros católicos
monarcas la situación de los indios, manifestándose clementísimos padres de ellos.
¿Cuántas leyes no se han publicado para su beneficio? ¿Cuántas providencias para
civilizados? ¿Qué cuidados no ha costado su conservación, su aumento, y su felicidad?
¿Qué de reglas para bien instruidos? ¿Qué de privilegios para favorecerlos? De éstos
ninguno ha sido más interesante a los indios ni más celosamente mirado por nuestros
príncipes que el de la conservación y guarda de su entera y nativa libertad. Casi no se
halla en el sabio código de nuestras leyes expresión alguna tocante a ellos que no
demuestre con evidencia ser las intenciones del monarca que los indios no carezcan de
ninguno de aquellos caracteres propios de una libertad legítima y perfecta. No contento
el soberano con declarados libres, no satisfecho con eximirlos de aquellos servicios que
sólo pueden ser efecto de una verdadera esclavitud se extiende a prohibir con el mayor
rigor que aun voluntariamente puedan los indios sujetarse a semejantes servicios. Parece
que ellos son el único objeto de las atenciones de los soberanos pudiendo sus paternales
providencias causar envidia a los habitantes de la antigua España. Sin embargo, los
efectos no han correspondido a tan amorosas providencias. Los reyes de España nada
han mirado con más empeño que desterrar de los indios cualquier servicio capaz de
hacerlos titubear acerca de la libertad, con que los han enriquecido, y no obstante esto
en tiempos posteriores se han visto sujetos a algunos servicios que sólo pudieron ser
propios de unos verdaderos esclavos, practicándose en la actualidad algunos que en
sentir de muchos sabios no son compatibles con su privilegiada libertad. Materia es esta
útil, interesante y necesaria; por lo tanto para tratarla en la presente disertación con la
posible dignidad, dividiré ésta en dos partes: En la primera hablaré del servicio personal
de los Indios en general; y en la segunda ciñéndome a los particulares servicios que
se practican demostraré la conformidad que en ellos se halla con las piadosas
intenciones de nuestros monarcas, y con una desapasionada razón. Si yo no puedo
prometerme tratar debidamente una materia superior en todo a mis débiles luces, no se
me podrá a lo menos negar el mérito de cumplir de algún modo con el interés que uno
debe mirar los derechos de aquellos hombres cuyas regiones habita.