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¿Qué de malo tenía que él hiciera un censo? ¿Por qué Joab lo califica de pecado?
¿Qué pretendía la serpiente antigua, el diablo, al incitar a David?
En esa ocasión, Dios mismo le ordena a Moisés y Aarón que tomen censo de
toda la congregación por sus familias considerando a los que tenían veinte años hacia
arriba, forma de saber los que estaban en edad para combatir en guerra además del
mismo objetivo que explican las Escrituras al realizarse el segundo censo treinta y ocho
años más tarde. El resultado contabilizó 603.550 hombres.
Nada malo había en ello, la instrucción de Dios fue registrar a su pueblo. Tal vez
para que entendamos que nuestro Padre está interesado de manera personal en cada uno
de nosotros, conoce no solo nuestros nombres sino nuestras particulares necesidades,
conductas y anhelos.
La historia nos cuenta que una vez que estuvo todo dispuesto emprendieron viaje
hacia la tierra prometida, al llegar acamparon antes de cruzar el río Jordán y desde allí
Moisés envió doce espías, uno por cada tribu, quienes tenían por objetivo observar y
recorrer la región. Al cabo de cuarenta días regresaron con muestras de los pródigos
frutos de la tierra, uvas, granadas e higos, pero al mismo tiempo la mayoría con
desalentadoras noticias, acobardados, atemorizados por las ciudades amuralladas, por
los gigantes, por los ejércitos que habían visto y aconsejaron al pueblo con temor que no
era pertinente ni oportuno cruzar el Jordán.
Sólo dos hombres, Josué y Caleb, dieron un informe contrario, animados por la
fe que si Dios les había prometido esa tierra, esperanza que por generaciones se venía
transmitiendo, se las concedería.
Entonces el propósito de Dios para realizar dicho censo fue, ya que estaban
listos para entrar a los territorios prometidos, obtener una medición para hacer un
reparto justo. Los que eran más numerosos, a las tribus que se habían multiplicado más
prolíficamente, había que darles mayor extensión de tierra.
La cantidad fue semejante con una ligera variación incluso menor: 601.730
contra 603.550, eran 1820 varones menos, es decir la población prácticamente se
mantuvo con leve decrecimiento renovándose por completo pues en esos cuarenta años
todos los mayores que vivieron en Egipto murieron.
La causa de éste castigo era para atacar la enfermedad que se anida en el corazón
del hombre, que hace dudar de las promesas de Dios a nuestra vida, impidiendo que las
personas se apropien de ellas llevándolas a desviarse por caminos equívocos.
El tercer censo que ahora nos ocupa se realiza más de tres siglos después,
conforme a lo que hemos leído hace un momento. Los dos anteriores fueron ordenados
por Dios, éste por la arbitraria decisión del rey David quién era conocedor de las
Escrituras, pues tenía a su alcance el Pentateuco donde están registrado en detalles todos
estos antecedentes. No era ignorante del objetivo trascendente de este censo, tomó una
antojadiza y temeraria iniciativa personal ordenando ejecutar este empadronamiento por
nefasta inspiración de Satanás.
Otros dicen que pudo haber sido por afán expansionista, quería calcular la fuerza
potencial de su ejército para poder conquistar otros territorios, dominar otras regiones o
bien que en sus intenciones estaba la idea de controlar, de grabar con más tributos al
pueblo y quería saber la cantidad de recursos que podría anexar a las arcas fiscales para
la vida de la monarquía, para su propio beneficio personal.
Quizá una sumatoria de los tres pero hay algo claro, el propio general de
ejército, amigo y muy cercano hombre leal al rey, de nombre Joab, inmediatamente
cuando recibe la orden se da cuenta que no es algo adecuado, como leemos en el verso:
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Y dijo Joab: Añada Jehová a su pueblo cien veces más.
Si usted quiere saber cuantos somos, el Señor le añada cien veces más de lo que
ya es el pueblo, de cómo se ha desarrollado, multiplicado. Joab tuvo un claro
discernimiento que ésta orden del rey era contraria a los propósitos de Dios, pero David
no hace caso al consejo asesor y, explica la Escritura, que prevaleció más la obcecación
del rey:
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Mas la orden del rey pudo más que Joab.
Por tanto sumiso salió a cumplir su tarea. Nueve meses y algo más le tomó a
Joab ir de ciudad en ciudad con la colaboración del ejército para censar al pueblo,
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Y había en todo Israel un millón cien mil que sacaban espada,
y de Judá cuatrocientos setenta mil hombres.
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Entre éstos no fueron contados los levitas, ni los hijos de Benjamín.
Los levitas quienes atendían las cosas sagradas, vivían de los diezmos, por esa
razón, no se censó a la tribu sacerdotal pues no aportaban con tributos ya que como
dijimos, algunos piensan que el propósito del censo era grabar con más impuestos al
pueblo o tener una fiscalización más acotada.
Esto también puede explicar porque la cifra que aparece en 2ª Samuel 24, donde
se relata paralelamente el mismo pasaje no es coincidente, al no haberse contabilizado a
toda la congregación como también la pequeña tribu de Benjamín. Pero habiendo
explicado las posibles motivaciones que le llevaron a ordenar el censo me interesa
destacar lo que viene a continuación:
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Asimismo esto desagradó a Dios, e hirió a Israel.
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Entonces dijo David a Dios: He pecado gravemente al hacer esto.
Conocedor del carácter y justicia de Dios sabía que no podía librarse del castigo.
Con su imaginación probablemente analizaba y recorría las opciones, pensando que será
menos terrible, tres años de hambruna, tres años de acoso guerrero o la peste diseminada
por todo el territorio.
Hemos visto a través de la televisión desgarradoras imágenes, muchos reportajes
y testimonio fotográfico de niños con los ojos desorbitados, esqueléticos, próximos a
morir de inanición, multitudes de famélicos africanos, hoy siglo XXI, en las noticias de
diferentes canales. Sin embargo vemos esa realidad como algo que acontece lejos, mas
allá de los mares, de los continentes, sentados cómodamente en el living de la casa,
quizá disfrutando una rica bebida o un buen bistec, mirando por nuestro televisor gente
desconocía muertas de hambre.
Tremendamente dramático es si sabemos que esa tribulación sería una realidad
en la propia familia, en su propia nación, en su propio entorno y como consecuencia de
su propia responsabilidad, no era un tema menor. Iba a ocasionar tres años de sequía,
desolación muerte y desesperación tan prolongada, por eso la angustia del rey.
En segundo lugar imaginaba, tres meses de ser acosado por los ejércitos de sus
despiadados enemigos muriendo a espada, decapitados, mutilados, heridos. Como
experto guerrero conocía a la perfección las gloriosas victorias como también los
horrores de la guerra, el ensañamiento de los adversarios, la aplicación despiadada de la
espada. Esta alternativa implicaba tres meses de continuas derrotas junto a su pueblo, su
ejército, batalla tras batalla, trayendo desgarro a las familias de los soldados, inundando
de sangre villorrios y ciudades.
Por estas razones escogió la tercera opción, caer en las manos del Señor, quien
aplica la correcta intensidad del castigo. El mismo David escribe en un Salmo: las
misericordias de Dios son muchas, ese amor compasivo que se derrama clementemente
desde lo alto. La palabra clemencia connota moderación al aplicar justicia, clemencia es
compasión y también es mesura en la aplicación del castigo.
Conocedor de los atributos de Dios, de todos estos terribles castigos, sin duda
equivalente y proporcional a la magnitud del mal ocasionado, llega a la sabia conclusión
que en todo caso es preferible caer en las manos de Dios.
Yo te ánimo en esta hora cristiano, hijo, hija del Señor, que siempre escojas caer
en las manos santas de Dios, siempre es bueno, siempre es lo mejor andar en los
caminos del Señor, aún cuando él tenga que corregir nuestras vidas, nuestros actos, dice
en Hebreo capitulo 12 ese texto clásico que hemos citado tantas veces y que es
importante que usted también lo conozca, lo rememore, se acuerde siempre de él:
Hay otro texto que refuerza este concepto del bien que conlleva la corrección:
él que tiene en poco la disciplina menosprecia su alma. Proverbios 15:32:
No es ésta la ocasión para ver los muchos casos en las Santas Escrituras de
situaciones familiares donde se relatan las funestas consecuencias del accionar de
padres pusilánimes, de padres permisivos, de padres que no pusieron obstáculos a las
malas actitudes de sus hijos, que no les advirtieron ni reprendieron con firmeza,
padeciendo los propios hijos posteriormente las consecuencias del desvarío: rebeldía,
sufrimiento, destrucción, adicciones, incluso muerte. Son muchos los ejemplos.
Quiera Dios, si tú estás bajo el azote divino, que el ángel del Señor detenga su
mano sobre tu espalda, quizás ya aprendiste la lección, tal vez ya fue suficiente, yo no lo
sé, el Señor lo sabe y tú lo sabes, yo te invito en esta hora a que revises tu vida y le
pidas perdón al Señor, para ver si él envaina esa espada o detiene la mano de ese látigo
que azota vuestra espalda intentando corregirte.
Una vez que David reconoció su pecado, que soportó la disciplina, que clamó y
alcanzó misericordia, levantó un altar, ¿Qué significa un altar? Aquí lo hicimos de
madera por la calidez, de pino oregón como expresión local, una madera nativa, típica
de nuestra patria; el altar es un símbolo del punto de encuentro, de la reconciliación
entre Dios y el hombre, donde se sellan los pactos, el holocausto, el sacrificio, la
consagración.
Le ordena el Señor, levantarás un altar para recordatorio, para memoria para que
quede claro este pacto, por eso cuando invitamos a pasar al altar es tan significativo, no
es cosa menor. El hombre actúa por símbolos, es para afirmar el compromiso que usted
hace con Dios en el altar, ese punto de comunión, de reencuentro entre la criatura y el
Creador a los pies de la cruz.
Confiesa pues, reconoce, arrepiéntete y ven al altar del Señor. Haz un pacto en tu
corazón para cambiar de conducta, a ver si ese buen Dios instruye al ángel para que
envaine su espada y cese la tribulación, la angustia, el padecimiento, concluya la
prueba. Mientras tanto no desmayes porque lo que te está ocurriendo tiene un propósito
divino, el Señor te ama y quiere tu santificación.