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1Günter Dux, Teoría histórico-genética de la cultura: la lógica procesual en el cambio cultural (Bogotá: Ediciones Aurora, 2007) 21.
2Daniel Stern, El mundo interpersonal del infante. Una perspectiva desde el psicoanálisis y la psicología evolutiva (Buenos Aires: Paidós,
2005) 21.
Stern, los infantes están preconstituidos para darse cuenta de los procesos de auto-organización y para ser
selectivamente “responsivos” a los acontecimientos sociales externos en su fase más temprana.3 Esto
significa que al hacer parte de la especie el infante viene equipado con una serie de “herramientas” que le
permiten conectarse con el mundo, y que nunca pasa por un periodo de total indiferenciación “sí-
mismo/otro”. Esta última idea refuerza la alineación entre la investigación de Stern y la teoría histórico-
genética: los seres humanos no nacen con una noción de sí-mismos, pero sí con las herramientas para
desarrollarla muy temprano, al igual que sucede con sus estructuras cognitivas.
Para Stern existe una progresión evolutiva del sentido del sí mismo, en la que cada vez que surgen
nuevas conductas y capacidades, estas se reorganizan para formar nuevas perspectivas subjetivas
organizadoras del sí mismo y el otro.4 Esta progresión, esquematizada por fases, va desde el dominio del
sentido del sí mismo emergente, pasando por los sentidos nuclear y subjetivo, hasta el sentido de un sí
mismo verbal. Como en Dux, es posible identificar en este planteamiento que buena parte del desarrollo
del sentido se da en la etapa pre-verbal.
Sobre lo anterior, vale la pena rescatar un planteamiento concreto sobre los cambios entre las
diferentes fases del sentido del sí mismo. Stern, retomando a Heinz Werner, sostiene que los cambios de
cosmovisión en las diferentes etapas no significan el abandono de los esquemas de pensamiento anteriores.
Más bien, estos “permanecen latentes y se integran en la organización que emerge, y de tal modo pierden
mucho de su carácter inicial”.5 Es decir, no hay una destrucción de las fases anteriores, sino que los nuevos
sistemas de organización se complejizan y se convierten en las formas dominantes de ver el mundo. A
esto podríamos llamar “espiral ontogenética”, donde cada perspectiva organizadora sucesiva necesita de
la precedente como precursora, y por tanto es posible ver en ellas elementos de una fase anterior.6
Además de poner la experiencia en primer plano, y con ello someter las ideas sobre el conocimiento
a control empírico, el trabajo de Stern toca uno de los nodos centrales de los planteamientos de la teoría
histórico-genética: la abstracción reflexiva. Para Dux, este tipo de abstracción surge a partir de la
interacción con el mundo exterior y es la que determina el proceso del desarrollo de conocimiento.7 Esta
idea la encontramos claramente representada en el proceso de adquisición de un sentido del sí mismo de
Stern. En ambos casos se trata de “una operación reflexiva en la que el sujeto se hace consciente de las
3 Stern 20.
4 Stern 34.
5 Stern 36.
6 Stern 38.
7 Dux 164.
competencias que ha desarrollado y las lleva más allá del nivel alcanzado”.8 Hasta cierto punto, la
“reorganización” de las competencias de Stern que dan forma a la espiral ontogenética está impregnada
de la noción de constructividad. Concretamente, del paso de la construcción del mundo de los objetos y
los acontecimientos a la construcción del sujeto mismo. Y es aquí donde está el punto central de la
adquisición de un sentido del sí mismo: en la constructividad del sujeto.
Como hemos visto, la vinculación de experiencias sensoriales del infante detona procesos de
creación de organización y reorganización. Estas experiencias, desde la perspectiva de Stern, se derivan
de la interacción con un mundo exterior poblado no solo de objetos y acontecimientos, sino también por
una matriz social en la que el infante se encuentra profundamente insertado desde el nacimiento. En este
sentido, los acontecimientos son el resultado de las acciones conjuntas entre infante y aquello que lo rodea
(incluidas las acciones sociales de la madre, por ejemplo), razón por la cual la adquisición de los sentidos
del sí mismo se encuentra atravesada también por las relaciones interpersonales.
Estas relaciones son fundamentales en las fases de Stern. Por ejemplo, de la fase nuclear, en la cual
el infante forma un sentido de sí mismo organizado en el cual reconoce su agencia, coherencia, afectividad
y continuidad con el pasado, hay un salto con el descubrimiento de que tiene mente propia y de que otras
personas también la tienen. En Stern, vemos así la importancia del “otro” y de las relaciones
interpersonales en el proceso de constructividad del sujeto y del mundo. Finalmente así como Dux, Stern
ve en la llegada del lenguaje una “escisión en la experiencia del sí mismo”.9 Con el verbo, el infante
adquiere un conocimiento distinto del mundo personal, tiene la posibilidad de crear significados
compartidos, y con ello experimenta la emergencia de una nueva perspectiva organizadora.
El trabajo de Stern somete a control empírico buena parte de los planteamientos de la teoría
histórico-genética de Dux. Su exploración de los primeros años de la infancia y la adquisición de diferentes
sentidos del sí mismo toca los nervios de la constructividad, la espiral ontogenética, la experiencia y la
forma en que se adquieren estructuras cognitivas para darle forma al mundo. El trabajo de Stern, como el
de Dux, apunta hacia los orígenes del conocimiento y del reconocimiento del sí mismo como parte del
mundo: desde una perspectiva evolutiva del desarrollo, ofrece claves para entender no solo la génesis de
las cosmovisiones (en palabras de Dux, formas de organización), sino las formas en las que estas se han
reorganizado secuencialmente en la historia de la humanidad. El mundo interpersonal del infante es, en
últimas, un acercamiento al proceso con el cual el ser humano se abrió paso en la historia.
8 Dux 165.
9 Stern 151.