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Unicervantina, san Agustín

Teología Espiritual
Fr. Carlos Saúl Jaimes Guerrero, OSA
17.04.2018

SERMÓN 183 DE NP SAN AGUSTÍN


COMENTARIO

Durante la época en la que vivió nuestro padre san Agustín, pululaba innumerables herejías
de todo tipo, entre ellas a aquellas a la que se dirige este sermón y que tenían (las herejías)
en suma, su heterodoxia controvertida en contra de la segunda Persona de la Santísima
Trinidad, el Hijo.

Básicamente el santo Hiponense se centra en el pasaje de san Juan que dice: todo espíritu
que confiesa que Jesucristo ha venido en la carne, procede de Dios. A partir de este principio
fundamental, él, san Agustín, logra salir al paso de estas doctrinas erróneas que niegan que
Jesucristo sea el Hijo de Dios, y que con eso, que Jesucristo haya venido en la carne. No
obstante, también hay quienes acepten que Jesucristo sea el Hijo de Dios y que de una y otra
manera reconozcan que Jesucristo haya venido en la carne, pero con sus hechos niegan que
Cristo, el Hijo de Dios, sea el mismo que ha venido en la carne… dando como resultado el
no aceptar que Jesucristo haya venido en la carne.

De una y otra forma nuestro padre san Agustín rebate las doctrinas que están en contra de la
fe en Jesucristo, de las cuales el arrianismo, que no reconoce a Jesucristo como Hijo de Dios
por naturaleza, es decir, de la misma sustancia, sino que erróneamente ven en Él, no el Hijo
igual al Padre, sino una creatura creada directamente por Dios, y por la Cual (la “criatura”:
Cristo), fue creada todas las demás creaturas; así por tanto, si Jesucristo, según la doctrina
arriana Jesús no es el Hijo de Dios, es decir, sino participa de su misma usía, entonces,
Jesucristo no vino en la carne… siendo que Él, sí, vino en la carne semejante de pecado –
pero sin pecar- para salvar a los que estaban sujetos al pecado.

Verdaderamente Jesús, el Hijo de Dios, ha venido al mundo para salvarlo, para hacer de los
hombres sus hermanos adoptivos, hijos todos en un mismo Padre, Cristo por naturaleza,
nosotros por gracia. Ahora bien, cuando el Señor vino en su carne mortal a la tierra instituyó
a los apóstoles para que ellos fuesen por todo el mundo a predicar la salvación a todos los
hombres, para que, quien confesara que Jesucristo es el Hijo de Dios, tuviese vida eterna en
su nombre… del mismo modo, los apóstoles dejaron este ministerio directamente encargado
por el mismo Jesucristo, a la Iglesia, para que fuese Ella, esposa de Cristo, Sacramento de
salvación para todos los hombres que confiesen a Jesucristo.

Bibliografía
Agustín, s. (s.f.). Sermón 183.

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