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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
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Cenáculos del rosario
Cenáculos
del
Rosario
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
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Cenáculos del rosario
INDICE
1. LOS QUINCE PASOS DEL CENÁCULO 12
2. ¡LA MUERTE VENDRÁ COMO LADRÓN DE NOCHE! ¡VELAD!” 14
(Apocalipsis 16, 15 y Mateo 24, 42) 14
3. “¡TENGAN PIEDAD DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO!” 17
4. “EL ADVIENTO, ¡TIEMPO DE ESPERANZA!” “¡Pues Tu eres mi esperanza, Señor!”(Sal 71, 5) 20
5. “¡HUMÍLLENSE ANTE LOS DEMÁS!” 23
6. “¡RESPETEMOS LA CREACIÓN QUE DIOS QUISO COMPARTIR CON NOSOTROS!” 26
“Le entregaste las Obras de Tus manos” (Sal 8, 8) 26
7. LA BONDAD “El Padre del Cielo hace salir su sol sobre buenos y malos” (Mt 5, 45). 30
8. “OBRA SANTA Y PIADOSA ES ORAR POR LOS MUERTOS” (2 Mac 12, 43 46). 33
9. “ESTÁN CONTADOS TUS DÍAS” (JOB 14, 5). 36
10. “¡AL DESCUBIERTO ANTE EL TRIBUNAL DE CRISTO!” (2 Co 5, 10). 40
11. “LO QUE APRENDISTE... LLEVADLO A LA PRACTICA” 43
12. “¡ENTRA EN EL ABISMO DE TU ALMA Y ADMÍRALA!” 47
13. “¡NOS CREÓ INMORTALES... PARA TENERNOS SIEMPRE CONSIGO!” 51
14. “¡YO ME VOY A PREPARARLES UNA POSADA!” (Jn 14, 3) 54
15. “¿DIOS MÍO, DIOS MÍO, POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? (Mt 27, 46) 58
16. “¡DICHOSO EL QUE HALLA UN AMIGO VERDADERO!” (Eclo 25, 12) 62
17. ‘’EL JUSTO MIRA POR LA VIDA DE SUS BESTIAS” (Prov 12, 10). 65
18. “¡NO PIERDAS NUNCA LA SERENIDAD¡” 68
19. “¿POR QUÉ NO TRATAS DE AGRADAR DIOS?” 70
20. “¡SEAN COMO MARÍA FIELES EN LAS PEQUEÑAS COSAS!” 73
21. “DISPON DE TUS COSAS PORQUE VAS A MORIR” (Is 38.1). 76
22. “¿ALGUIEN ESTÁ ENFERMO? LLAMEN AL SACERDOTE” 79
23. “¡NADA HAGAIS POR VANAGLORIA¡” (Flp 2, 3) 82
24. “TODO ES DIRIGIDO Y GOBERNADO PERFECTAMENTE” 85
25. ¡QUE LA CUARESMA NOS HAGA “COOPERADORES DE NUESTRO DIVINO SALVADOR!” 88
26. “COMO DEFENDERSE DE LAS BRUJERIAS” 92
“Y EL DIABLO SE RETIRÓ DE JESÚS…” (Lc 4, 13). 92
27. “LAS SIETE PALABRAS DE JESÚS EN LA CRUZ” 95
28. “EL DIOS DE ETERNA MISERICORDIA” 98
29. “¡MAESTRO!, ¿QUE DEBO HACER?” (Lc 10:25) 100
30. “UN MINUTO VALE UNA ETERNIDAD” 103
31. “DEJA PLENA LIBERTAD A LA ACCION DE DIOS” 105
32. “A TI ME DIRIJO DESDE LA AURORA” 107
33. “¡YO SOY UN DIOS QUE SIENTO CELOS DE MIS HIJOS¡” 110
34. “¡NO DEIS OCASION AL DIABLO!” 113
35. “¡UN ÁNGEL CAMINA DELANTE DE TI Y PROTEGE TUS PASOS¡” 117
36. “EL ADVIENTO: TIEMPO DEL PADRE” 122
37. “¡EL TIEMPO SE HA CUMPLIDO!” 124
38. “NADA DEBE ESPANTARLES MÁS QUE EL MAL USO DE SU LIBERTAD” 126
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
39. “¡NADA HAY MÁS INFELIZ QUE LA FELICIDAD DE LOS QUE PECAN!” 129
40. “¡HE PECADO CONTRA EL CIELO Y CONTRA TI!” (Lc 15) 132
“CATECISMO CATÓLICO N° 1440 ss.” 132
41. “¡SU MISERICORDIA LLEGA A SUS FIELES DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN!” 135
42. “¡QUE LA TRISTEZA Y EL DESÁNIMO NO TE VENZAN!” 138
43. “HAZ LO QUE TE DICE MI HIJO” 141
“REINA DE LOS HOGARES” Y “MODELO DE TODAS LAS MADRES” 141
44. “LA IMPENITENCIA FINAL” 144
45. “¡HAY EN EL PARAÍSO UN LUGAR QUE TE ESPERA!” 147
46. “LAS TERRIBLES CONSECUENCIAS DEL PECADO” 151
47. “LA VOZ QUE GRITA DENTRO DE TI” 154
48. “LA SINCERIDAD EN LA CONFESIÓN” 158
49. “VIVIR SIEMPRE EN ESTADO DE GRACIA”. 160
50. “¡EL SACERDOTE RECIBIÓ El PODER DE LAVAR TUS CULPAS!” 163
51. “El MILAGRO EUCARÍSTICO DE LANCIANO” 166
52. “EN LA EUCARISTÍA JESÚS RENUEVA EL SACRIFICIO DE LA CRUZ” 170
53. “EL MILAGRO EUCARÍSTICO DE IMELDA” 175
54. “¡EN LA EUCARISTÍA JESÚS SE OFRECE COMO COMIDA!” 178
55. “MILAGRO EUCARÍSTICO DE SAN ANTONIO” 181
56. “EN LA EUCARISTÍA JESÚS SE QUEDÓ ENTRE NOSOTROS” 185
57. “¡NI UN DOMINGO SIN LA SANTA MISA!” 188
58. “¡EL AMOR QUE SE DESHACE Y SE CONSUME POR EL BIEN DE LAS ALMAS!” 192
59. “¡NO SE PUEDE AMAR CON TIBIEZA A UN DIOS QUE NOS AMÓ CON TANTO ARDOR!” 196
60. “SI NO CONTROLAS TU GULA, NO PODRÁS CONTENER LA LUJURIA” 199
61. “EL ESCAPULARIO” 202
62. “¡NO TE DEJES LLEVAR POR EL ENOJO!” 205
63. “¡UN GRAVE DEFECTO A CORREGIR: LA CALUMNIA!” 208
64. “ÁRMATE NUEVAMENTE DE VALOR” 212
65. “¡PASTOR ETERNOS DE LAS ALMAS, DANOS SANTOS SACERDOTES!” 214
66. LA GENEROSIDAD 217
67. “¡PRUDENTES COMO SERPIENTES!” 220
68. “¡SED FUERTES!” (1 Cor 16:13) 223
69. “¡VIVAMOS CON TEMPLANZA!” 225
80. ¡VENGA TU REINO!” 228
81. “HÁGASE TU VOLUNTAD” 230
82. “DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA” 232
83. “PERDÓNANOS NUESTRAS OFENSAS” 235
84. “MARÍA ASUNTA AL CIELO” 238
85. “NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN” 240
86. “MAS LÍBRANOS DEL MAL” 242
87. “¡LA MADRE QUE NOS SIGUE MIRANDO!” 244
88. “¡UNA ESPADA DE DOLOR TE TRASPASARÁ EL ALMA!” 246
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Cenáculos del rosario
89. EL ROSARIO: “UN OASIS ESPIRITUAL EN EL CURSO DE LA JORNADA PARA TOMAR VALOR
Y CONFIANZA” 248
90. “¡OJALÁ RESURGIESE LA COSTUMBRE DE REZAR EL ROSARIO EN FAMILIA!” 250
91. “¡UN ROSARIO SIN CONTEMPLACIÓN, ES UN CUERPO SIN ALMA!” 252
92. ¡LA VERDADERA BELLEZA ES LA DEL ALMA! 254
93. “¡HAY UNA MADRE QUE SIEMPRE CUIDA NUESTROS PASOS!” 257
94. “MARÍA... ¡LA MÁS TIERNA DE LAS MADRES!” 260
95. ¡SEAN MIS SANTAS MADRES! “EL QUE CUMPLE LA VOLUNTAD DE MI PADRE, ÉSA ES MI MADRE” 262
96. “LA VIRGEN DE GUADALUPE” 264
97. “MARÍA, GLORIFICADA YA EN CUERPO Y EN ALMA, PRECEDE CON SU LUZ AL PEREGRINANTE PUEB-
LO DE DIOS” 266
98. “MARÍA INMACULADA: LA ÚNICA NO MANCHADA POR EL PECADO ORIGINAL” 268
99. “¡MARÍA, REFLEJO MÁXIMO DE LA HERMOSURA DE DIOS!” 271
100. “¿DÓNDE ESTÁN TUS OBRAS DE MISERICORDIA?” 273
101. “DAR DE COMER AL HAMBRIENTO Y DE BEBER AL SEDIENTO” 276
102. “VESTIR AL QUE NO TIENE ROPA” 278
103. “HOSPEDAR A LOS PEREGRINOS” 281
104. “VISITAR A LOS ENFERMOS” 283
105. CONFORTAR A LOS PRESOS 286
106. “ENTERRAR A LOS DIFUNTOS” 289
107. “DAR UN CONSEJO A QUIEN LO NECESITA” 292
108. “ENSEÑAR AL IGNORANTE” 294
109. “DEVOLVER AL BUEN CAMINO AL EXTRAVIADO” 297
110. “CONSOLAR AL AFLIGIDO” 300
111. “PERDONAR A LOS QUE NOS OFENDEN” 302
112. “SOPORTAR CON PACIENCIA A LAS PERSONAS MOLESTAS” 305
113. “ROGAR A DIOS POR LOS VIVOS Y POR LOS DIFUNTOS” 307
114. “¡VIVAMOS EL AÑO LITÚRGICO COMO UN PASADO... ACTUAL!” 310
115. “CÓMO PREPARAR LA NAVIDAD” 312
116. “Y EL HIJO DE DIOS SE HIZO HOMBRE” 315
117. “PROPÓSITOS PARA EL AÑO NUEVO” 318
118. “LOS REYES SIGUIERON LA ESTRELLA” 320
119. “¡TRABAJAD Y ORAD!” 322
120. “¡NO DESPERDICIES TU TIEMPO!” 324
121. “NO SE PUEDE DORMIR TRANQUILAMENTE SABIENDO QUE MUCHAS ALMAS QUEDAN LEJOS DE DIOS”. 327
122. “¡FÍJENSE BIEN DE NO CAER EN LA AVARICIA!” 330
123. “¡SED AGRADECIDOS!” 333
124. “¡ACUDID A JOSÉ!” 335
125. “¡TU PADRE-DIOS NO ES UN TIRANO!” 338
126. “¡EL AMOR DE DIOS ES LA SALUD DEL ALMA!” 340
127. ¿ANDAS TÚ TAMBIÉN HUYENDO DE DIOS? 344
128. “¡SEAMOS TODOS MISIONEROS!” 347
129. “¡HABRÁ ENTRE VOSOTROS FALSOS PROFETAS!” 349
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
130. “LA IGLESIA ES APOSTÓLICA” 352
131. “LA IGLESIA ES SANTA” 355
132. “LA IGLESIA: SIN MANCHA NI ARRUGA, SANTA E INMACULADA” 358
133a. “LA IGLESIA ES UNA” 360
133b. “LA IGLESIA ES CATÓLICA” 363
134. “¡DONDE ESTÁ PEDRO”… 366
135. “SERÉIS TESTIGOS MÍOS” 369
136. “¡GRANDE ES EL MISTERIO DE LA RELIGIÓN!” 371
137. “¡COMO LA SEMILLA, CRECE NUESTRA FE!” 374
138. “¡LA FE ES LA PRUEBA DELAS REALIDADES QUE NO SE VEN!” 377
139. “¡ANSÍO IRME Y ESTAR CON CRISTO!” 380
140. “¡CONSOLAOS MEDIANTE EL CONSUELO CON QUE DIOS OS HA CONSOLADO!” 383
141. “TU PADRE DIOS NO ES UN TIRANO” 386
142. “CONFIAD EN LA DIVINA MISERICORDIA” 389
143. “EL INFIERNO, EL PRECIO Y EL RIESGO DEL AMOR” 392
144. “ACEPTA DEJARTE QUERER POR DIOS” 395
145. “AMAR ES MORIR A SÍ MISMO” 398
146. “VIVIR AGRADECIDOS” 401
147. “ES NUESTRA OBLIGACIÓN HACERNOS SANTOS” 403
148. “GLORIFICAD A DIOS” 406
149. “DAD A DIOS LO QUE ES DE DIOS” 409
150. “¿POR QUÉ NO TRATAS DE AGRADARA A DIOS?” 411
151. “¡PORQUE NOS AMA, DIOS NOS CREÓ!” 413
152. “HIJOS CRIÉ Y SE REBELARON CONTRA MÍ” 416
153. “NUNCA SE APARTE DE LOS OJOS DE NUESTRO CORAZÓN LA IMAGEN DEL JUICIO DIVINO” 420
154. “LA CUARESMA TIEMPO DE SILENCIO INTERIOR” 423
155. “CUARESMA: ¡TIEMPO DE LIMPIEZA GENERAL!” 426
156. “NO SE APARTE DE TU MENTE LA PASIÓN DE CRISTO” 429
157. “LA PEOR TENTACIÓN: RECHAZAR TU CRUZ” 431
158. “¡ABRAZA TU CRUZ, ESTÁ HECHA A TU MEDIDA!” 434
159. “FUE LLAGADO POR NUESTRAS INIQUIDADES” 436
160. “¡UNA ESPADA DE DOLOR TE TRASPASARÁ EL ALMA!” 439
161. “¡AMAR ES...; MORIR A SÍ MISMO!” 441
162. “¿TE HE OFENDIDO HOY, JESÚS MÍO?” 444
163. “¡DEJARSE SALVAR POR CRISTO Y DARLE UNA MANO EN SALVAR A LOS DEMÁS!” 446
164. “QUIEN RESUCITÓ A CRISTO, NOS RESUCITARÁ TAMBIÉN A NOSOTROS” 448
165. “LA AGONÍA DE JESÚS EN EL GETSEMANÍ” 451
166. “¡SI TÚ QUISIERAS!...” 454
167. “¡JESÚS TIENE SED DE NUESTRA SED!” 456
168. “¡ME ENCONTRARÉIS CUANDO ME SOLICITÉIS DE TODO CORAZÓN!” 458
169. “¡DESPIÉRTATE TÚ QUE DUERMES”! 461
170. “ES NUESTRA OBLIGACIÓN HACERNOS SANTOS” 463
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Cenáculos del rosario
171. “CONVIENE QUE ME VAYA. ¿CÓMO MANDARLES, SI NO, AL ESPÍRITU SANTO?” 465
172. “¡MARÍA LES PRECEDE EN LA NOCHE DE LA FE!” 467
173. “EL CORAZÓN NECESITA UNA RAZÓN PARA VIVIR”’ 470
174. “¡SEAN MIS SANTAS MADRES!” 473
175. “RECEN A DIARIO EL SANTO ROSARIO” 475
176. “SE PRONTO EN ESCUCHAR, PERO TARDO PARA HABLAR!” 477
177. “¡ÉSTA ES TU HORA MARÍA, TIEMPO DE UN NUEVO PENTECOSTÉS!” 480
178. “¡VEN DULCE HUESPED DEL ALMA!” 482
179. “¡AMAD AL PAPA, SEGUIDLO, DEFENDEDLO! 485
¡NO CESÉIS DE REZAR POR ÉL!” 485
180. “LA IGLESIA, DEPOSITARIA DE LA VERDAD” 487
181. “NECESITO ALMAS QUE ME AYUDEN A LLAMAR A LOS ALEJADOS”. 489
182. “SAN LUCAS EL EVANGELISTA DE LA DIVINA MISERICORDIA” 491
183. “EL FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO ES: ¡AMOR!, ¡ALEGRÍA!, ¡PAZ!” (Gál 5: 22) 494
184. “EL ESPÍRITU SANTO QUE DIOS DA A LOS QUE LE OBEDECEN” (HCH 5: 32). 496
185. “LA IGLESIA NO SACA EXCLUSIVAMENTE DE LA ESCRITURA LA CERTEZA DE TODO LO
REVELADO” 498
186. “SI NADIE ME EXPLICA, ¿CÓMO VOY A ENTAENDER?” 502
187. “BUSCA EL LIBRO DE YAHVEH Y LEE” (Isaías 34, l6) 505
188. “HABLA, SEÑOR, TU SIERVO ESCUCHA” (1 REYES 3, l0). 509
189. “LAS BODAS DE CANÁ” 512
190. “TOCANDO LOS CUERPOS INFUNDE GRACIA EN EL ALMA” 515
191. “TÚ, ¿QUIÉN ERES PARA JUZGAR A TU PRÓJIMO?” 517
192. “LOS ANTIVALORES DE LA SOCIEDAD” 519
193. “EL DERECHO Y EL DEBER DE LA IGLESIA DE PROMOVER LA JUSTICIA SOCIAL” 522
194. “¡QUE PODÁIS CONOCER EL AMOR DE CRISTO MISERICORDIOSO!” 525
195. “¡PON ORDEN EN TU VIDA Y GOZARÁS DE PAZ!” 527
196. “¡QUE EL PRÍNCIPE DE LA PAZ REINE EN VUESTROS CORAZONES!” 530
197. “DIOS EN NUESTROS HERMANOS” 534
198. “¡EL QUE AMA YA ESTÁ EN EL CIELO!” 536
199. “LA MADRE QUE NOS SIGUE MIRANDO” 538
200. LOS SACRAMENTOS: “SIETE RIOS QUE NOS TRAEN LAS AGUAS DE LA REDENCIÓN” 541
201. “BROTAMOS DE LAS AGUAS BAUTISMALES COMO HIJOS DE DIOS” 543
202. “TE UNIRÁS CON LA JOVEN EN EL TEMOR DEL SEÑOR” (Tobías) 547
203. “¡LA MUJER QUE TÚ SEÑOR, TIENES PREPARADA PARA TU SIERVO!” (Génesis 24) 550
204. “MUJERES, ESTÉ VUESTRO ADORNO EN LA INCORRUPTIBILIDAD DE UN ALMA DULCE Y
SERENA” 553
205. “LO QUE DIOS HA UNIDO ¡QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE!” 555
206. “NO PODEMOS UNIRNOS COMO LOS QUE NO CONOCEN A DIOS”. (TOBÍAS) 558
207. “UN MARIDO Y UNA MUJER BIEN UNIDOS ENTRE SÍ, AGRADAN A DIOS” 561
208. “LA PURA Y FUERTE BELLEZA DEL AMOR CRISTIANO”.(PRIMERA PARTE) 563
209. “LA BELLEZA PURA Y FUERTE DEL AMOR CRISTIANO”.(SEGUNDA PARTE) 565
210. “¡SED FECUNDOS, MULTIPLICAOS Y POBLAD LA TIERRA!” 567
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
211. “¡TOMA ESTE NIÑO Y CRÍALO PARA MÍ, QUE YO TE PAGARÉ!” (EXODO 2, 9) 572
212. “¡DEN A SUS HIJOS UN NOMBRE CON UN CLARO SENTIDO CRISTIANO!” 574
213. “A NADIE EN LA TIERRA LLAMÉIS PADRE” (MATEO 23:9) 576
214. “¡ENSEÑEN A SUS HIJOS QUE TIENEN UN ÁNGEL CUSTODIO!” 578
215. “ES MISIÓN DE LOS PADRES PREPARAR CIUDADANOS DEL CIELO”. 581
216. “LA ESPOSA Y LA MADRE: SOL Y GOZO DEL HOGAR DOMÉSTICO” 583
217. “¡SEAN LOS INCRÉDULOS GANADOS POR LA CONDUCTA CASTA DE SUS ESPOSAS!” 586
218. “¡ERES MUJER, LA REINA DEL HOGAR!” 588
219. “EL COMPROMISO DE LA MUJER EN LA VIDA CONYUGAL” 591
220. “CONSERVAD ESPOSOS, UN TIERNO, CONSTANTE Y CORDIAL AMOR A VUESTRA ESPOSA” 593
221. “EL PAPEL DEL HOMBRE EN LA FELICIDAD DEL HOGAR DOMÉSTICO” 596
222. “¡HAZ DE TU CASA UN HOGAR Y UN TEMPLO!” 598
223. “¡TRANSFORMEN A SUS FAMILIAS EN OASIS DE PAZ!” 601
224. “¡SIN LA HUMILDAD SERÁN INEVITABLES LOS PLEITOS EN EL HOGAR!” 604
225. “SEA JESÚS EUCARÍSTICO: EL SANTIFICADOR DE VUESTRAS ALMAS” 606
226. “¡NO SEA LA TELEVISIÓN, DEL ALMA DE TU HOGAR, EL LADRÓN!” 609
227. “¡UN ARMA SECRETA AL ALCANCE DE TODOS LOS CASADOS!” 613
228. “¡DENSE AL MÁXIMO POR LOS JÓVENES!” 617
229. “LA FAMILIA: EL MEJOR FRENTE CONTRA LA DROGA” 619
230. “EL DRAMA DE LAS MADRES SOLTERAS” 623
231. “DON DE DIOS ES EL FRUTO DEL VIENTRE” 626
232. “HONRA A TU PADRE Y A TU MADRE” (ÉXODO 20, 12). 630
233. “HIJO CUIDA DE TUS PADRES EN SU VEJEZ, Y EN SU VIDA NO LES CAUSES TRISTEZA”
(ECLESIÁSTICO 3:12) 632
234. “¿CÓMO ORAR EN FAMILIA?” 634
235. “LAS PRÁCTICAS RELIGIOSAS EN EL HOGAR” 636
(CATECISMO CATÓLICO No. 2558) 636
236. “¡EXPERIMENTEN LA BELLEZA Y EL PODER 639
DEL SANTO ROSARIO!” 639
237. “¡CUÁNTAS FAMILIAS DESTRUIDAS POR LAS MALAS LENGUAS!” 642
238. “LA MUJER: EL ÁNGEL CUSTODIO DEL ALMA CRISTIANA DEL 644
CONTINENTE LATINOAMERICANO” ( SN. JUAN PABLO II) 644
239. “MATRIMONIO Y SACERDOCIO: DOS PATERNIDADES, DOS 646
SACRAMENTOS AL SERVICIO DE LA COMUNIDAD” 646
240. “MI VIDA POR LA SUYA” 649
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Cenáculos del rosario
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
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Cenáculos del rosario
lenguas y sin pasar de cinco minutos.
14) *Dándose la mano, se hace un CANTO DE PAZ.
15) *CONSAGRACIÓN A MARÍA:
*”Madre de piedad y de ternura, / dispón por entero y para siempre / de todo lo que tengo / de todo
lo que puedo / de todo lo que soy. / ¡Tuyo, todo tuyo quiero ser!... / Te ofrezco mis penas, alegrías y
fatigas,... / los propósitos que acabo de hacer en este Cenáculo,... / todas mis acciones por pequeñas
que sean, / y también mi miseria. / Quiero amarte y servirte cada vez más, / y ofrecerte a diario las
rosas de mi Rosario / y las espinas de mis pequeños sacrificios, / para que se mantenga vivo el fuego
de mi amor / y se salven todas aquellas almas / por las cuales Jesús cuenta conmigo./
¡Reina Victoriosa del mundo, muéstranos tu poder! / Un viento de locura azota actualmente al mun-
do que tan sólo quiere gozar. / Tu corazón, Madre, llora por tanta podredumbre / que se extiende
en pleno día y destroza el alma de muchos. / ¡Tú tienes el poder de vencer al maligno! / Bajo tu guía
queremos formar un ejército invencible / de alma humildes y confiadas, / que tiernamente unidas
se alcen, / entre los pecadores y la Justicia Divina, / para que triunfe la Divina Misericordia / y haya,
por fin, paz: / en el mundo entero y en cada alma. /... Dulce Madre no te alejes. / Tu vista de mí no
apartes, / ven conmigo a todas partes / y nunca sólo me dejes. / Ya que me proteges como verdadera
Madre, / haz que me bendiga –el Padre, -el Hijo, -y el Espíritu Santo. Amén”.
CANTO FINAL
*Unos MOMENTOS DE FRATERNIDAD, para comunicar noticias y/o reuniones de los Cenáculos,
encargar alguna Obra de Misericordia hecha en nombre del todo el CENÁCULO a alguno de los
discípulos, recordar fiestas litúrgicas, invitar a FRECUENTAR los Sacramentos, etc.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Hay que temer a la muerte “porque no sabéis en que día vendrá vuestro Señor. Por lo tanto velad”,
nos amonesta Jesús en (Mt 24, 42). Y en (Ap 3, 3, confirmado por 16, 15), el Señor nos avisa: “Acuér-
date, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi Palabra: guárdala y arrepiéntete. Porque, si no estás en
vela, vendré como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Dichoso el que vela”.
En la parábola del hombre despreocupado, Jesús nos propone el trágico ejemplo de un hombre
que no supo temer a la muerte y pasó toda su vida acumulando riquezas en vista de que había
concebido su vejez como una fiesta sin fin. Pero precisamente el día que se jubiló, llegó la muerte
y Jesús concluye este triste ejemplo con una exclamación casi burlona: “¡Necio! Esta misma noche
te reclamarán el alma: las cosas que amontonaste, ¿para quién serán?” (Lc 12, 20). Por tanto, San
Pablo aconseja: “Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación..”. (Flp 2, 12). Dejamos la con-
clusión de este texto sobre el temor a la muerte al autor del Eclesiástico que aconseja: “En todas tus
acciones ten presente tu fin y jamás pecarás”.
Por otro lado, la Biblia nos dice: “No temas la sentencia de tu muerte” (Eclo 41, 3) porque “si amar-
ga es tu memoria, oh, muerte, para un hombre que vive en medio de sus riquezas... ¡cuán dulce es
tu sentencia al hombre necesitado!”, es decir, al hombre necesitado, hambriento de Dios y de una
felicidad más grande de la que nos pueda brindar la tierra. La muerte del justo, dice la Biblia, es un
paso a la paz: “ellos están en paz”, asegura Sb (3, 1). Y a la muerte Jacob la llama: “reunirse con los
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Cenáculos del rosario
suyos” (Gn 49, 29), y para San Pablo la muerte es comienzo de vida mejor: “porque sabemos que si
esta tienda, que es nuestra habitación terrestre se desmorona, tenemos una casa que es de Dios:
una habitación eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos” (Co 5, 1).
Por esto para San Pablo, como para todos los verdaderos cristianos, morir es mucho mejor que
vivir, como él escribe a los Filipenses en (1, 21): “Pues, para mí la vida es Cristo, y la muerte una
ganancia. Me siento apremiado por las dos partes: por una parte deseo partir y estar con Cristo, lo
cual, ciertamente es lo mejor”.
La conclusión bíblica es: santo es el temor a la muerte que nos impide pecar y malgastar la vida y
los talentos recibidos en vanidades. Pero mal sería y una ofensa a Dios y a su Bondad, sentir mie-
do y tristeza frente a la muerte, como si dudáramos de Dios y de sus promesas. Sólo el que habrá
malgastado su vida sentirá un miedo terrible y justificado cuando viene la hora de dar cuenta de su
obra. Porque temerá la mirada severa del Juez divino y las terribles palabras: “Lejos de Mí. No te
conozco, hechor de maldad”.
1011 En la muerte Dios llama al hombre hacia Sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la
muerte un deseo semejante al de San Pablo: “Deseo partir y estar con Cristo” (Flp 1, 23); y puede
transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cris-
to (cf. Lc 23, 46): Mi deseo terreno ha desaparecido;... hay en mí un agua viva que murmura y que
dice desde dentro de mí “Ven al Padre” (San Ignacio de Antioquía, Rm. 7, 2).
Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir (Santa Teresa de Jesús, vida 1).
Yo no muero, entro en la vida (Santa Teresa del Niño Jesús, verba).
1012 La visión cristiana de la muerte (cf. 1 Ts 4, 13-14) se expresa de modo privilegiado en la liturgia
de la Iglesia: La vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse
nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo.(MR, Prefacio de difuntos).
1013 La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de miseri-
cordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su últi-
mo destino. Cuando ha tenido fin “el único curso de nuestra vida terrena” (LG 48), ya no volveremos
a otras vidas terrenas. “Está establecido que los hombres mueran una sola vez” (Hb 9, 27). No hay
“reencarnación” después de la muerte.
1014 La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte (“De la muerte repentina e
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
imprevista, líbranos Señor”: antiguas Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que inter-
ceda por nosotros “en la hora de nuestra muerte” (Ave María), y a confiarnos a San José, Patrono
de la buena muerte:
La constitución pastoral del Concilio Vaticano II “Gaudium et Spes” nos dice:
“El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución
progresiva del cuerpo. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la
ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en sí lleva, por ser irreductible a la sola
materia, se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna no pueden calmar
esta ansiedad del hombre, ni la longevidad que hoy proporciona la biología puede satisfacer ese
deseo del más allá que surge ineluctablemente en el corazón humano. Mientras toda imaginación
fracasa ante la muerte, la Revelación divina afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un
destino feliz situado más allá de las fronteras de la miseria terrestre. Dios ha llamado y llama al
hombre a adherirse a Él con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible
vida divina. Ha sido Cristo resucitado el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de
la muerte con su propia muerte” (GS 18).
San Ambrosio afirma: “Para los justos la muerte es el puerto del descanso”. Y San Agustín: “No
tenemos de qué temer en la muerte, si no cometimos en nuestra vida nada por lo cual hayamos
de temer”. Y San Alfonso de Ligorio escribe: “La vida no ha de servir sino para aumentar nuestro
amor; el amor en que deberemos dulcemente abrasarnos en la eterna bienaventuranza”. Y un au-
tor espiritual afirma: “Todos quieren bien morir, pero muy pocos quieren bien vivir, que es el único
medio seguro de llegar a una buena muerte”. Y un poeta nos dejó esta linda estrofa: “Oh, muerte,
muerte amable y redentora, quien espantosa te pintó y airada, con el ceño feroz en la mirada y en
las manos el arma segadora, no entiende de la vida: si una hora, sintiera del dolor aguda espada, te
pintara cual bella desposada, que sonríe gentil, fascinadora”.
Será un consuelo para ti verte rodeado de tus seres queridos; pero como no podrán hacer nada por
ti, su presencia te producirá más bien angustia que consuelo. La única alegría para ti será tu Dios, la
paz de tu conciencia, el deseo del Paraíso. En el momento mismo de tu muerte te será fácil pensar
en estas cosas, a condición de que durante toda tu existencia hayan sido objeto de tus reflexiones
y meditaciones. Será, entonces, como la conclusión de una larga carta que has escrito día tras día
dirigiéndosela al Padre.
¿Quieres que tu muerte sea serena? Trata de que tu vida sea digna de serle ofrecida. Que las páginas
de tu vida, escritas día tras día en el corazón de Dios, estén siempre ordenadas y limpias. Que sean
ricas solamente de actos de bondad y de buenas obras, para que el corazón del Padre tenga de qué
alegrarse y a ti de qué recompensarte al fin... Haz tus obras a la luz de la eternidad. Que te sea famil-
iar el pensamiento de la muerte. Pues no es más que la hermana llena de bondad, como la llamaba
16
Cenáculos del rosario
San Francisco, que abre la puerta del cielo, aun cuando sea inexorable y no haga excepción con na-
die. Aun cuando no se haga anunciar, tienes que esperarla cada día, pues estás seguro que vendrá.
Si la miras con serenidad y la aguardas con impaciencia, te será fácil acogerla bien cuando llegue.
Si no has pensado en ella ni te has preparado a su venida, vendrá de todos modos y será peor para
ti. Que te sea familiar este pensamiento: “Tengo que morir”, y verás cómo a su luz cambian muchas
cosas. ¿Te apenas tal vez porque recibes poco afecto de parte de personas a las que has dado todo?
No te preocupes, la muerte reconciliará estos sentimientos, pues al reencontrarse contigo en el
cielo, tus hijos, tus seres queridos, las personas que has amado y colmado de favores, te amarán
verdaderamente y para siempre.
Si por ahora se han alejado de ti, es sólo una cosa provisoria. Te afliges porque quisieras resolver tus
problemas que interesan a la familia y no te ves ayudado. Encomiéndate a los que ya han llegado
al puerto, ten confianza en la Providencia y sigue adelante con buena voluntad, día a día. Lo que
tú no alcanzares a hacer, lo harán otros. Tú haz todo lo que puedas y realízalo con recta intención.
No esperes agradecimientos ni nada de nadie, sino que espera únicamente de Dios la recompensa
eterna. Actúa siempre para su Gloria y El te glorificará algún día como el Padre me ha glorificado
a Mí, pues siempre busqué su Gloria. No sabes dónde morirás, pero sabes que dondequiera que
fuere, Yo estaré cerca de ti. Y si estás acostumbrado a pensar en Mí, sentirás con más eficacia Mi
presencia y Mi ayuda.
No sabes cuándo sonará para ti la última hora, pero si es indiferente para ti vivir o morir, con tal que
se cumpla la Voluntad de Dios, estarás contento cuando llegue esa hora, porque la muerte será para
ti el último acto de ofrenda y de adhesión a su santa Voluntad. La muerte será la gran liberación
que te abrirá triunfante la puerta del Cielo, después de una última purificación en el Purgatorio. Haz
amistad con ella y doquiera que te encuentres será siempre bienvenida esa hermana muerte”. Así
sea.
La Iglesia, que manda dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, amparar al desvalido, asistir
al doliente, consolar al preso, ella misma es la que llama al corazón de los fieles para que socorran
a sus hermanos difuntos implorando la divina misericordia a fin de que abrevie la expiación a que
están sometidos.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
a Dios el perdón para los difuntos, porque dice la Biblia: “Judas tenía buenos y religiosos sentimien-
tos acerca la resurrección y por esto no juzgaba cosa superflua e inútil el rogar por los difuntos. (2
Mac 12, 43)
1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya
habla la Escritura: “Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los
muertos, para que quedaran liberados del pecado” (2 Mac 12, 46). Desde los primeros tiempos, la
Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el
sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica
de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en
favor de los difuntos:
Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el
sacrificio de su Padre (cf. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los
muertos les lleven un cierto consuelo? No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en
ofrecer nuestras plegarias por ellos (San Juan Crisóstomo, hom. in 1 Cor 41, 5).
1479 Puesto que los fieles difuntos en vía de purificación son también miembros de la misma comu-
nión de los santos, podemos ayudarles, entre otras formas, obteniendo para ellos indulgencias, de
manera que se vean libres de las penas temporales debidas por sus pecados.
a. Estableció el Concilio Florentino: “Les aprovechen a las bendita almas los sufragios de los fieles
vivos, tales como el sacrificio de la Misa, oraciones y limosnas, y otros oficios de piedad, que los
fieles acostumbran practicar según las costumbres de la Iglesia”.
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Cenáculos del rosario
b. San Agustín escribe, ya en los primeros siglos de la cristiandad: “No se puede negar que las almas
de los difuntos pueden ser aliviadas por la piedad de los vivos, cuando se ofrece por ellas el sacrifi-
cio del Mediador o se hacen limosnas en la Iglesia. Más estas cosas sólo aprovechan a aquellos que
durante su vida merecieron que les fuesen provechosas después de la muerte”. Es decir, no habrá
piedad, después de la muerte, para quienes no tuvieron piedad en su vida. Entonces Dios aplica las
buenas obras o las Santas Misas a otras almas que más lo merecen.
c. Muchísimos Santos, con permiso de Dios, tuvieron contacto directo con las almas del Purgatorio,
que se les aparecieron, les contaron sus penas y les pidieron ayuda, anunciándoles, después, la hora
de su liberación. Santa Teresa de Ávila pudo visitar el Purgatorio.
Si no es posible hacerles llegar agua para su sed torturante, hay, sin embargo, una bebida preciosa
que puede aliviar grandemente sus sufrimientos. Es la Sangre de Mi Hijo Jesús, derramada en la Eu-
caristía. Es la comunión real o espiritual que ustedes reciben y que pueden ofrecer a los que esperan
este alivio para el fuego que los consume. Tienen estas almas tanta sed, y la Sangre derramada por
Jesús el viernes Santo y místicamente en cada misa, es su mejor alivio. Las almas del purgatorio
arden en amor a Dios y también en el deseo de verles a ustedes conseguir esa perfección que el-
los han descuidado, en parte, por lo menos, cuando les tocó vivir en la tierra. Su anhelo de verles
buenos y santos para que juntos puedan un día gozar de la visión beatífica, es en ellas tan fuerte
que cualquier defecto o pereza por parte de ustedes, les causa una gran pena. Ellas por sí mismas
no pueden hacer nada, ni merecer nada, ni siquiera rezar. Todo lo deben, esperar de ustedes. ¡No
defrauden su inmensa expectativa e ilusión! Muchas de estas almas benditas, antes de morir, tu-
vieron que soportar una larga enfermedad. Si con amor y humildad hubieran aceptado esa cruz, se
habrían evitado la cruz muchísimo más pesada del purgatorio. Lastimosamente, por falta de fe y
de paciencia no han sabido valorizar la enfermedad y el dolor. Y ahora sufren mucho, mucho más
porque las penas en el más allá no tienen comparación con las penas de la tierra. Muchos familiares
al ver a sus seres queridos cerrar los ojos, dan un suspiro de alivio: piensan; ya descansó, no sufre
más. Pero es todo lo contrario. Hijos míos, tengan compasión y ayúdenles.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Ustedes no ven ni oyen sus lamentos, pero créanme, están en un hospital lejano, donde serán
curadas, pero cuyos dolorosos tratamientos les pueden ser, por ustedes ahorrados. Recuerden,
además, que la misma medida que usen con estas almas será usada con ustedes cuando sea su tur-
no de estar en el purgatorio. ¡Cuánto me disgustaría a mí, su Madre, no poder abrazarles en seguida
en el Paraíso, precisamente porque no tuvieron piedad con las almas abandonadas de ese lugar de
expiación y reparación. ¡Sean generosos! Desgranen a menudo en el día, y aún de noche cuando no
concilien el sueño, las cuentas de su Rosario que, bien rezado, es como una lluvia refrescante que
irá a caer sobre estas almas dolientes. Yo misma, Reina del Purgatorio, iré a llevar a sus queridos
deudos el precioso don de las rosas de su corazón a mí ofrecidas y de las cuales Yo puedo disponer.
Estas almas les serán eternamente agradecidas y serán sus mejores abogados ante el Señor para
todas sus necesidades espirituales y materiales. Les bendigo y les doy gracias por haber escuchado
estos consejos de su Madre”. Así sea.
El mismo Jesús lo afirma: “Bienaventurados los que tienen puro su corazón, porque ellos verán a
Dios”. (Mt 5, 8)
Y San Juan, el discípulo del corazón más puro, lo precisa en su (I Jn 3, 2) “Nosotros somos ya ahora
hijos de Dios; mas lo que seremos algún día no aparece aún. Sabemos, sí, que cuando se manifes-
tare claramente, seremos semejantes a Él en la gloria, PORQUE LO VEREMOS TAL COMO EL ES”.
San Pablo, escribiendo a los Corintios (I Co 13, 12), participa de la misma certeza: “Mas entonces lo
veremos cara a cara”.
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Cenáculos del rosario
Comparadas con esta gloriosa esperanza, ¡cuán mezquinas y vanas aparecen las esperanzas del
mundo!: dinero, salud, belleza física, honores, poder... cosas todas que irremediablemente la
muerte destrozará tal como el Maestro de Galilea nos advirtió en (Mt 6, 19): “No amontonéis te-
soros en la tierra, donde hay polilla y moho que corroen y ladrones que socavan y roban. AMON-
TONAOS MAS BIEN TESOROS PARA EL CIELO”.
Claro está que nosotros, para lograr el objetivo de nuestra esperanza, hemos de cooperar. Así lo
recuerda San Pablo a los (Rm 8, 24): “No somos salvos sino en esperanza”. Es decir, como especifico
a los Colosenses en 1, 23: “Con tal que perseveréis cimentados en la fe, y firmes e inconmovibles en
la ESPERANZA del Evangelio”.
¡Qué diferencia si se compara el cristiano con el que no tiene esperanza! Este último lleno de
intranquilidad, de desesperación que a menudo desemboca en depresión nerviosa o suicidio y el
duro y rebelde soportar de la “mala suerte”. El otro, gozando de tranquilidad, paz profunda y amo-
rosa sumisión a la voluntad divina, porque el cristiano sabe, como se lee en (St 1, 12), que “superada
la prueba, recibirá la corona de la vida que ha prometido el Señor a los que le aman”.
¿De dónde tanta diferencia? Es que el uno, como lo explicó Jesús en (Mt 7, 24), funda su casa sobre
sí mismo “y soplaron los vientos”... El otro con el corazón rebosante de esperanza sobrenatural,
la funda en Dios y las tempestades no pueden contra ella, por estar “cimentada sobre piedra”, la
piedra de la ESPERANZA.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoís-
mo y conduce a la dicha de la caridad.
2090 Cuando Dios se revela y llama al hombre, éste no puede responder plenamente al amor divino
por sus propias fuerzas. Debe esperar que Dios le dé la capacidad de devolverle el amor y de obrar
conforme a los mandamientos de la caridad. La esperanza es aguardar confiadamente la bendición
divina y la bienaventurada visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de
provocar su castigo.
2091 El primer mandamiento se refiere también a los pecados contra la esperanza, que son la
desesperación y la presunción:
Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar
a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad de Dios, a su Justicia -porque el Señor es fiel
a sus promesas- y a su Misericordia.
2092 Hay dos clases de presunción. O bien el hombre presume de sus capacidades (esperando pod-
er salvarse sin la ayuda de lo alto), o bien presume de la omnipotencia o de la misericordia divinas
(esperando obtener su perdón sin conversión y la gloria sin mérito).
a-) Comentando el Sal 72, 34 escribía San Agustín: “Tu barco se ve zarandeado; clava el áncora en el
más allá. Aún no estás allí, pero adhiérete por medio de la esperanza”.
b-) Acostumbraba decir el Papa Pío XII: “El cristiano es un hombre que tiene los pies sobre la tierra,
pero la cabeza en el cielo”.
c-) Terminamos con un hermoso texto del Concilio Vaticano II: “Toda vida exige ejercicio continuo
de la fe, de la esperanza y de la caridad. Quienes poseen esta fe viven con la esperanza de la reve-
lación de los hijos de Dios, acordándose de la Cruz y de la Resurrección del Señor. Escondidos con
Cristo en Dios y libres de la esclavitud de la riquezas, durante su peregrinación de esta vida, a la vez
que aspiran a los bienes eternos, se entregan generosamente y por entero a dilatar el Reino de Dios
y a informar y perfeccionar el orden de las cosas temporales con el espíritu cristiano. En medio de
las adversidades de esta vida, HALLAN FORTALEZA EN LA ESPERANZA, pensando que los padec-
imientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en
nosotros” (Decreto sobre el Apostolado de los Seglares N° 4).
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Cenáculos del rosario
Dios y de que recibirán por todo una recompensa, debe servirles de incitación y de estímulo para ir
siempre mejorando.
NADA SE PERDERÁ
Nada se perderá y con la misma precisión que serán examinadas sus acciones, pensamientos y
palabras indebidas, serán también recompensadas las buenas, hasta retribuirles incluso un vaso de
agua dado por amor a Mí. Ustedes son muy propensos a descorazonarse en este mundo, a hacer
comparaciones y a pensar que no vale la pena ser bueno porque ven que los malvados triunfan y
que los buenos sufren. Es un enorme error que cometen. Si pudiese explicarles lo que es ver a Dios
y cómo esta visión trae consigo toda clase de alegría, no temerían afrontar el martirio. Un poco de
voluntad para renunciar ahora con generosidad, y luego gozarán plenamente en los cielos el esfuer-
zo que han realizado. Allí encontrarán todo lo que quieran y todo lo que puedan desear. Allí tendrán
la facultad de gozar del bien total, sin peligro de perderlo. Allí nadie les hará oposición, nadie se
quejará de ustedes, nadie les estorbará y nadie será un obstáculo en su camino, sino que cuanto
aspiren lo disfrutarán en su totalidad y serán cumplidos todos sus anhelos y saciados hasta en sus
mínimos detalles. Allí concederé la gloria por la afrenta recibida, un traje de honor por la aflicción
sobrellevada y un trono en el reino eterno por el último lugar elegido en la tierra. Allí se verá el fruto
de la obediencia, tendrá júbilo el esfuerzo de la docilidad y será gloriosamente coronada la dulce
sumisión al divino querer.
A María, su ESPERANZA, hoy la invocan. Mañana la gozarán para siempre”. Así sea.
Contestación: El humilde es el hombre que no se apropia los dones de Dios “Pues, ¿quién es el que
te distingue? Pregunta San Pablo a los Corintios (I Co 4, 7), ¿qué tienes que no lo hayas recibido? Y
si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido?”
El humilde es aquel que es “sumiso a Dios”: “Buscad a Yahvé exhorta el profeta (Sofonías 2, 3) vo-
sotros todos, humildes de la tierra, QUE CUMPLIS SUS LEYES”.
El humilde, según la Biblia, se siente indigno de los dones de Dios: Señor protesta el centurión yo
no soy digno de que entres bajo mi techo (Mt 8, 8). El humilde, en fin, no se estima superior a los
demás, sino que se mantiene en constante disposición de servicio:
“El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero
será esclavo de todos”. Palabras de Jesús en (Mc 10, 43).
Segunda respuesta: ¿Qué tienen que ver con la virtud de la humildad, los pleitos y cóleras que se
suscitan entre las personas?
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Respuesta: ¡Mucho! Tal como la humildad ablanda la ira de Dios, también nos enseña la Biblia
la humildad entre nosotros evita pleitos. En el Segundo Libro de las Crónicas 12, 7 está escrito:
“Cuando Yahvé vio que se habían humillado, dijo: ‘Por haberse humillado no los destruiré y no se
derramará mi cólera’.
Asimismo, cuando un hombre reconoce su culpa, cuando se humilla y pide perdón, están dadas las
mejores condiciones para llegar a una sincera y pronta reconciliación.
¡En Ef 4, 2 San Pablo exhorta: “...con toda humildad, mansedumbre, paciencia, soportándonos
unos a otros por amor”. San Pedro en su (I P 5, 5) escribe: “De igual manera, jóvenes, sed sumisos a
los ancianos; revestíos de humildad en vuestras mutuas relaciones, pues Dios resiste a los soberbi-
os y da su gracia a los humildes”.
También el Libro de los Proverbios nos trae una preciosa lección: “Una respuesta suave calma el
furor, una palabra hiriente aumenta la ira. Lengua mansa, árbol de vida, lengua turbulenta rompe
el corazón” (Prov 15, 5).
Concluimos con San Pablo en (I Co 13, 4): “La caridad es paciente, es servicial, la caridad no es en-
vidiosa, no es jactanciosa, no se engríe”
San Agustín dejó escrito: “La doctrina de Cristo no está en la abundancia de palabras, ni en el arte
de disputar, ni en el afán de alabanza y gloria, sino en la verdadera y querida humildad, que Jesucris-
to abrazó vigorosamente y enseñó desde el seno de su madre hasta el suplicio de la cruz”.
Y San Alberto Magno sentenció: “El verdadero humilde siempre teme la gloria, y cuando ella se
presenta, él se entristece abrumado”.
El Concilio Vaticano II nos enseñó que también la reconciliación entre los cristianos divididos, será
fruto de la humildad: “El auténtico ecumenismo no se da sin la conversión interior, porque es la
renovación interior de la abnegación propia y de la libérrima efusión de la caridad de donde brotan
y maduran los deseos de la unidad. Por ello debemos implorar al Espíritu divino la gracia de una sin-
cera abnegación, humildad y mansedumbre en el servir a los demás y de un espíritu de liberalidad
fraterna con todos.
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Cenáculos del rosario
cualquier manera se hieren, ustedes hieren mi corazón, pues yo vivo en ustedes y estoy presente
en su prójimo. Antes de pedirme perdón o antes de confesarse, es necesario que haya paz entre
ustedes, o por lo menos que hayan intentado hacer la paz, pues sólo así obtendrán Mi perdón to-
tal. ¿De qué les sirve ir a acusarse a los pies del confesor de sus impaciencias, de haber faltado a la
caridad, de haberse encolerizado si habiendo tal vez roto, por su actitud, la amistad con personas
que están unidas a ustedes por lazos de parentesco y de sangre, no se toman ustedes el trabajo de
restablecer la armonía y la paz? Justamente por eso se les ha dicho: “Si vienes al altar para hacer tu
ofrenda y notas que alguien tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda, anda a reconciliarte con él, y
luego vuelve a presentar tu ofrenda a Dios.
Pero nunca olviden que deben actuar con los demás de la misma manera que ustedes quisieran que
los demás actuaran con ustedes. Si observan con todo el mundo las leyes de la buena educación,
y si observan el Evangelio, la práctica de la caridad, les será fácil mantener una armonía sólida y
sincera.
Y si por culpa del temperamento o del carácter surgiera un disgusto, o si debido a inesperados
problemas llegara a faltar la paz, tengan el deseo y premura de restablecerla cuanto antes.
Y que no les importe que la ruptura haya sido provocada por otros; lo más importante es que la
armonía vuelva a reinar entre todos, para que todos a su vez, puedan estar en paz con Dios y que
con tranquilidad puedan presentar su ofrenda al altar, con la seguridad que será acogida y bendita.
Aceptar los deseos del prójimo es señal de humildad, de bondad, de gentileza y de caridad. Si tú
aceptas los consejos de los otros, los otros aceptarán los tuyos y se creará esa armonía que es paz y
concordia, es decir, unión de corazones.
Amen la concordia que tanto agrada a Dios. Sean siempre corazón a corazón con Él y corazón a
corazón con los hombres, con su prójimo, siempre dispuestos a escucharlo, a perdonarlo, a hacerle
el bien. Sean indulgentes con todos. La indulgencia es misericordia, es aptitud de corazón, es mag-
nanimidad.
Nunca miren al pasado si no es para recordar las cosas bellas y la misericordia de Dios para con
ustedes. ¿De qué sirve recordar el mal recibido? ¿Les gusta, acaso, que les recuerden sus propios
errores? Estos, una vez bien confesados, conviene olvidarlos todos, porque Dios también, cuando
perdona, olvida. Y si Él ha perdonado y olvidado, ¿por qué ustedes no quieren olvidar?
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Ocupen sus pensamientos en cosas más útiles. Piensen en la eternidad que les aguarda; piensen en
aumentar la virtud y la perfección. Piensen corno pueden, cada día, ayudar a hacer el bien y dejar
contentos a los que están cerca de ustedes. Utilicen bien el tiempo tan precioso que pasa rápido y
no vuelve”. Así sea.
6. “¡RESPETEMOS LA CREACIÓN
QUE DIOS QUISO COMPARTIR CON NOSOTROS!”
“Le entregaste las Obras de Tus manos” (Sal 8, 8)
Contestación: La Biblia, el libro más antiguo, es también sorprendentemente moderna, porque hay
en ella toda una enseñanza de cómo hemos de respetar este mundo.
En primer lugar, la Palabra de Dios nos deja bien claro que si bien Dios ha ENTREGADO al hombre
su Creación, no es como a un dueño absoluto, sino como a un ADMINISTRADOR.
El Salmo 8 exclama: “¿Quién es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán, para que de él
te cuides?” Y el salmista contesta: alguien a quien “le entregaste la obra de tus manos”.
Sin embargo, la Biblia también nos recuerda, por boca de San Pablo en (Rm 11, 35) que sólo Dios es
el dueño: “Porque de Él y para Él son todas las cosas. ¡A Él la Gloria por los siglos!”. Y cuando Jesús
quiere situar al hombre frente a la creación, El usa la palabra ADMINISTRADOR. A los que destruy-
en la Naturaleza, debe aplicarse el reproche de Dios en (Lc 16, 2) “¿Qué oigo decir de ti? Dame
cuenta de tu administración”.
En segundo lugar, la Biblia nos indica para cuáles FINES Dios nos ha entregado sus bienes: no para
que abusemos de ellos, si no para que nos ayuden a dar Gloria a Él, a salvarnos, a santificarnos. No
son los bienes de Dios los que son malos, “porque Dios vio que era bueno lo que había creado” (Gn
1, 31). Es el hombre el que los torna malos cuando abusa de ellos.
El primer fin es la GLORIA DE DIOS. Quiere Él que la mente y el corazón del hombre, ante las
bellezas y sabiduría de lo creado, se eleven hacia Él: Dios, se lee en (Eclo 17, 2) “dio también poder al
hombre sobre todas las cosas de la tierra; puso su ojo en sus corazones para mostrarles la grandeza
26
Cenáculos del rosario
de sus obras”. Mientras que el (Sal 89) reza: “los cielos celebran, Yahvé, tus maravillas y tu lealtad en
la asamblea de los santos. Porque ¿quién en las nubes es comparable a Yahvé?”
El segundo fin es la utilidad del hombre misma. Un sólo ejemplo: los alimentos. En (Gn 1, 29) lee-
mos: “Dijo Dios: Yo les entregó para que ustedes se alimenten, toda clase de hierbas, de semillas
y toda clase de árboles frutales”. Pero no se trata de comer desordenadamente o en exceso. San
Pablo nos avisa en (1 Co 10, 31): “Por tanto, ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo para gloria de Dios”.
Los alimentos son buenos, pero lo malo es cuando el hombre abusa de ellos: “A vientre moderado
recuerda (Ecleo 31, 20) sueño saludable, se levanta temprano y es DUEÑO DE SÍ. Insomnio, vómi-
tos y cólicos le esperan al hombre insaciable”.
Segunda pregunta: Pero ¿nos habla la Biblia, específicamente, de nuestro deber de proteger y res-
petar la Naturaleza?
Contestación:((Dt 22, 6-7) enseña el RESPETO que Dios exile al hombre hacia la Naturaleza: “Cuan-
do encuentres por el camino algún nido de ave, con pollos o huevos, en cualquier árbol o sobre la
tierra, y la madre echada sobre los pollos o sobre los huevos, no tomarás la madre con los hijos.
Dejarás ir a la madre”. Dios vigila así que las especies no se extingan.
En (Éx 23, 11) encontramos la misma solicitud de Dios, esta vez a propósito de la TIERRA. Para no
agotarla prescribe: “Siete años sembrarás la tierra y recogerás su cosecha, más el séptimo año la
dejarás libre”. Aquí Dios nos recuerda lo que los agrónomos y campesinos parecen haber olvidado
hoy: Que la tierra se comporta como un organismo vivo y dinámico. Hay que tratarla bien y con
consideración. El cristiano debe sentir AMOR por la creación y tratarla ron respeto porque Dios creó
la Tierra con amor e hizo un pacto no sólo con el hombre, sino con toda la creación: “He aquí que Yo
establezco mi pacto con ustedes y con sus descendientes, después de ustedes; y con todo viviente
que esté con ustedes: aves, animales y toda bestia de la tierra (Gn 9, 9-10) Tan serio es este pacto
que (Ap 1, 17 –19) profiere una terrible amenaza contra todo aquel que disgusta a su Hacedor irre-
spetando la Obra de la Naturaleza: “Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era, ha llegado
tu cólera, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos... Y DE DESTRUIR LOS OUE DESTRUYEN
LA TIERRA”.
a-) Ningún santo nos dejó un mejor modelo de cómo el hombre debe, a partir de la Naturaleza,
alabar a su Dios, como San Francisco de Asís en su conocido “Cántico al Hermano Sol”. Un poema
que nos enseña también a valorizar y a respetar los recursos naturales: “Loado seas mi Señor, por
nuestra hermana madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos con color-
idas flores y hierbas”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b-) Los últimos Papas han levantado su voz en favor de la urgencia de que nos formemos una con-
ciencia ecológica. La ecología es sabiduría que nos enseña a respetar el medio ambiente en el cual
vivirnos. Es la ciencia de la “supervivencia” porque el hombre, por su egoísmo y su ignorancia culpa-
ble, está acelerando siempre más la destrucción de nuestro planeta hasta tal punto que pronto será
el ambiente irrespirable Citamos a San Juan Pablo II en su Encíclica “Redentor de los hombres”. El
hombre parece no darse cuenta muchas veces de otros significados de su ambiente natural, fuera
de aquellos que le sirven a los fines de un uso o consumo inmediatos.
Cuando, por el contrario, era voluntad del Creador que el hombre se comunicase con la naturale-
za, como “señor” “guarda” inteligente y noble y no como “disfrutador” y “destructor” sin respeto
alguno”.
Y en Brasil, sin duda aludiendo a la desastrosa destrucción en ese país del más grande “pulmón
verde” de la tierra, el Amazonas, el Papa lanzó; el 8 de julio de 1980, este grito apasionado: “Ante
los recursos inmensos y las riquezas maravillosas de esta gran nación, surge espontáneamente un
grito del alma: ¡cultivad y custodiad vuestro querido Brasil! Aprovechad y dominad esos recursos,
haced que rindan más en favor del hombre, del hombre de hoy y mañana. Aquí en cuanto al uso del
don de Dios que es la tierra, se debe pensar mucho en las generaciones futuras, se debe pagar un
tributo de austeridad, para no debilitar, reducir, o peor todavía, hacer insoportables las condiciones
de vida de las futuras generaciones. ¡Lo exigen la justicia y la humanidad!”
Y en Ecuador el Papa denunció a aquellos que por comodidad y amor al dinero destruyen el medio
ambiente en el que vivimos: “El irrenunciable respeto a vuestro medio ambiente, puede a veces
entrar en conflicto con exigencias como la explotación de recursos. Es un conflicto que plantea a
numerosos pueblos un verdadero desafío, y al que hay que hallar caminos de solución que respe-
ten las necesidades de las personas, por encima de las solas razones económicas” (31 de Enero de
1985).
Ahora, en nombre de mi gran amor por esa Naturaleza, obra de la Sabiduría y del Cariño de mi Pa-
dre, les vengo a pedir tres cosas: ALABANZA, GRATITUD y RESPETO.
ALABEN frecuentemente, acudiendo al gran libro abierto de la Naturaleza, donde todo les habla
de Dios. Alaben a Dios y serán alabados; bendíganle y serán benditos; santifíquenle y serán santifi-
cados; ensálcenle y serán ensalzados; glorifiquen a Dios y serán fortificados por Él en el cuerpo y en
el alma, cultiven, además una inmensa GRATITUD hacia el Creador que al servicio de ustedes quiso
poner todos los tesoros de lo creado.
Imiten a San Francisco de Asís. Un día, caminando este santo por los campos, dijo a sus discípulos:
“Esperadme aquí, que quiero predicar a nuestras hermanas las aves”. Entró en un pastizal y apenas
comenzó a hablar, todas las aves de los árboles se posaron en el suelo. “Mis hermanas las aves dijo
el Santo, mucha gratitud debéis a Dios, y siempre y en todas partes debéis alabarlo y glorificar-
lo, porque podéis volar libremente adonde queráis, por vuestros dobles y triples vestiduras, por
vuestros multicolores y vistosos adornos, y por los bellos cantos con que el Señor os ha regalado.
Vosotros no sembráis los frutos, sino que Dios os alimenta y os da ríos y fuentes, para que bebáis
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Cenáculos del rosario
en ellos, y montañas y colinas, peñas y riscos para abrigaros, y grandes árboles para que hagáis
vuestros nidos, y aunque no podéis hilar ni tejer, tanto a vosotras como a vuestras crías os da el
necesario vestido. Por tanto, grandemente os ama el Creador, que tantos beneficios os ha dispen-
sado. Cuidad mucho, hermanas aves, de no ser desagradecidas, sino emplearos siempre en alabar
a Dios”. Y las aves abrían sus picos, batían sus alas, tendían el cuello e inclinaban reverentes sus
cabecitas, mostrando con cantos y movimientos cuánto les alegraban las palabras que decía San
Francisca. Hizo éste la señal de la Cruz, y todas ellas rompieron a volar.
¡Cuántos motivos más tienen ustedes para estar agradecidos con Dios! Y una bellísima manera de
mostrar esta gratitud es RESPETAR esta hermosa creación que les dio Dios corno casa, no como
dueños, Dios es sólo el dueño, sino como ADMINISTRADORES; no para destruirla sino para usarla
con ingenio y delicadeza, sabiduría y moderación. ¿No necesitan ustedes acaso, para vivir y desarr-
ollarse bien, de aire puro, agua limpia, alimentos naturales, silencio en la noche para dormir y belle-
za y armonía en lo que les circunda para que su alma también respire y se dilate? ¿Por qué entonces,
en un afán de lucro, se obstinan en talar árboles, en destruir sus bosques, sin reflexionar que en esa
forma se secarán sus ríos, se mermarán las lluvias, se erosionarán las ricas capas de tierra que la
lluvia arrastrará, y mañana ustedes o sus hijos tendrán que abandonar sus tierras, antaño fértiles,
porque se habrán arruinado?
¿Por qué insisten, por pereza, en desyerbar sus caminos o cultivos con herbicidas altamente tóxi-
cos, a menudo prohibidos en las mismas naciones que los producen? Quizás y muy probablemente,
por este mismo camino que ustedes han rociado con veneno tan fuerte que es capaz de quemar al
instante toda vegetación, pasará un caballo, una vaca y pastaran en esta hierba apenas fumigada;
o pasarán sus niños, y quizás cogerán inocentemente una flor o una fruta allá caída y la llevarán a la
boca, o sus pies descalzos, sin saberlo, caminarán sobre esta, grama envenenada. Pasarán también
los pajarillos y las abejas y morirán fulminados por estos tóxicos que las lluvias, además, llevarán al
río o hasta las corrientes subterráneas de donde brota el agua que ustedes mismos beberán maña-
na. Y todos estos destrozos que bien pueden llamarse criminales se dan porque ustedes quieren
ahorrarse algún dinero y el sudor de su frente. Pero, ¿no les dijo mi padre: “Con el sudor de tu frente
comerás tu pan, porque maldito sea el suelo por tu causa: con FATIGA sacarás de él el alimento. Es-
pinas y abrojos te producirá”.(Gn 3, 18) ¿Por qué prefieren hoy INTOXICARSE e INTOXICAR en vez
de CANSARSE? ¿Por qué abandonan el campo y prefieren amontonarse en áreas metropolitanas
sobrepobladas, donde el aire es viciado por el negro humo de carros, camiones y buses, que hasta
que el sol obscurece e impide la vista de las estrellas del cielo; donde el ruido es enervador y donde
el alma languidece porque el ojo no ve el verde reposante de los bosques, ni el oído es acariciado
por el gorjeo de los pájaros? Crecen mal las plantas sin luz ni sol, sin aire puro, tal y como las plantas
marchitas que se ven a lo largo de las autopistas. Y crecen mal los niños en estas urbanizaciones de
asfalto que nacen sin control de algún tipo, sin un mínimo de verdor o de espacio para jugar...
¡Y cuántos más vicios, droga, cines pornográficos y delincuencia se fomentan en estos ambientes
insalubres de los barrios marginales!
Irrespetando el medio ambiente que Dios creó tan armonioso, saludable y poético, el darlo no es
sólo físico. Es sobre todo moral y espiritual. ¡Cuánta gente hoy con nervios destrozados, irritable
y sin dominio de sí! Pero, ¿qué salud mental, qué equilibrio podrá tener una persona cuyo cuerpo
intoxicado por tanto veneno que ingiere con la alimentación, está también debilitado por falta de
ejercicios y agotado por excesos de diversión artificial o escasez de sueño?
Queridos discípulos, Dios no es sólo su Salvador. Es también su Creador y como tal exige respeto
de su Obra y observancia de las sabias leyes de la Naturaleza. Vuelvan a la Naturaleza y la salud y
el equilibrio volverán a ustedes. Y con el equilibrio, el dominio de sí, la virtud y la PAZ del corazón.
Ningún artista jamás puede complacerse en quien destruye sus Obras de Arte. También mi Padre
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
es un Artista, el Supremo Artista y Hacedor. Respeten su obra dentro y fuera de ustedes y recibirán
su sonrisa y su bendición de Creador junto con la paz de su alma y la salud de su cuerpo en espera
de la eterna felicidad del Cielo. Así sea.
7. LA BONDAD
“El Padre del Cielo hace salir su sol sobre buenos y malos” (Mt 5, 45).
CONTESTACION: Hay que evitar los dos extremos: ser demasiado severos o demasiado blandos e
indulgentes. Veremos lo que la Santa Biblia nos enseña a este propósito.
a) SABER GANAR EL CORAZON DE LOS HIJOS No alejarlos con demasiada severidad. (Ef 6, 4) nos
dice: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino. Formadlos mas bien mediante la instrucción y la
corrección según el Señor”. Y en (Pr 19, 18), lo siguiente: “Mientras hay esperanza corrige a tu hijo,
pero no insistas hasta hacerlo morir”. Y en (Gal 6, 1), nos dice San Pablo: “Cuando incurra en alguna
falta, corregidle con espíritu de mansedumbre y cuídate de ti mismo, pues también tú, puedes ser
tentado”.
b) QUIEN NO CASTIGA NO AMA. Hay padres que por su propia comodidad y tranquilidad, para
evitar problemas y disgustos, no tienen valor para corregir los defectos, los caprichos de sus hijos. Y
peor aún, les dan demasiada libertad. No se preocupan con quién anda, qué libros o revistas leen, a
cuáles espectáculos asisten, qué ven en la televisión y a qué hora regresan en la noche.
A estos padres, la Biblia les llama con claridad la atención y les recuerda que Dios les pedirá cuenta
de sus hijos.
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Cenáculos del rosario
c) y Prov. (29, 15-1): “¿Tienes hijos? Adoctrínalos; doblega su cerviz desde la juventud. Vara y rep-
rensión dan sabiduría, niño dejado a sí mismo, avergüenza a la madre. Corrige a tu hijo y te dejará
tranquilo y hará las delicias de tu alma”.
Eclesiástico (30, 2 y ss): “El que enseña a su hijo, sacará provecho de él, entre sus conocidos de él
se gloriará; el que mima a su hijo, vendará sus heridas, a cada grito se le conmoverán sus entrañas.
Caballo no domado sale chúcaro; hijo consentido, sale libertino. Halaga a tu hijo y te hará temblar,
consiente a tu hijo y te traerá disgustos. No les des libertad en su juventud y no pases por alto
sus errores. Doblega su cerviz mientras es joven, tunde sus costillas cuando es niño; no sea que,
volviéndose indócil, te desobedezca y, sufras por él amargura de alma. Enseña a tu hijo y trabaja en
él, para que no tropieces por desvergüenza”.
2828 “Danos”: es hermosa la confianza de los hijos que esperan todo de su Padre. “Hace salir su
sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45) y da a todos los vivientes “a su
tiempo su alimento” (Sal 104, 27). Jesús nos enseña esta petición; con ella se glorifica, en efecto, a
nuestro Padre reconociendo hasta qué punto es Bueno más allá de toda bondad.
a-) Dice San Anselmo: “Tres cosas son necesarias al que quiere llegar a ser bueno: saber, querer y
obrar”. Y también dice: “Suprime en el trato de los hombres la benevolencia, y será como si quitaras
del mundo el sol”.
c-) Otro autor espiritual escribe: “La mujer, la madre, de un modo particular debe ser, en el plan del
Creador, un ángel de bondad. Ella debe introducir en la sociedad todos los matices de esta virtud,
para impedir a los hombres, lobos unos para con los otros, devorarse mutuamente”.
d-) El Papa Pio XII era de la misma opinión. Escuchémosle hablar de las esposas y madres: “Sí; la
esposa y la madre es el sol de la familia. Es el sol con su generosidad y sumisión, con su constante
prontitud, con su delicadeza atenta, providencial en todo lo que sirve para alegrar la vida del mari-
do y de los hijos. Difunde en torno suyo el calor; y, si suele decirse que un matrimonio es feliz cuan-
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
do uno de los cónyuges, al contraerlo, pretender hacer feliz, no a sí mismo, sino a la otra parte, este
noble sentimiento e intención, aunque toca a los dos, es, sin embargo, virtud principal de la mujer,
que nace con las palpitaciones de madre y con la madurez del corazón; aquella madurez o enten-
dimiento que, si recibe amarguras, quiere solamente devolver alegrías; si recibe humillaciones, no
desea restituir sino dignidad y respeto, del mismo modo que el sol, que alegra la nebulosa mariana
con sus albores y dora las nubes con los rayos del ocaso”.
Los hombres, por lo general, realizan actos esporádicos de bondad, pues su naturaleza no está del
todo inclinada a la bondad y al bien. La bondad es una disposición del espíritu a la indulgencia, al
perdón, a la compasión, a la piedad, a la misericordia, El que es bueno, siente temor de ofender, no
guarda rencor, abre su corazón a la confianza, no toma en cuenta su rango o las diferencias sociales.
Para el alma buena, todo el mundo es igual, ricos y pobres, desea ayudar a todo el mundo. No hay
sufrimientos que no hallen eco profundo en su corazón.
Quisiera ayudar a todo el mundo, enjugar todas las lágrimas, curar todas las heridas, consolar a
todos los que sufren. Le atraen los niños y se alegra de su compañía. Los ancianos lo buscan porque
saben que los comprende.
HACER FELICES A TODOS
El hombre bueno goza con las pequeñas cosas, se contenta con todo, todo lo acepta con gran
reconocimiento, lo da todo con generosidad, nada espera en cambio. Quiere hacer felices a todos y
oculta sus lágrimas, sus preocupaciones, sus dolores, no quiere que nadie sufra por su culpa.
Lo ve todo bello y todo bueno, y si ve algo malo, no habla de ello para no difundirlo; pide perdón a
Dios por eso, y encuentra en si mismo una razón para excusarlo si otros hablan de eso, o se calla.
No lo aprueba, sino que conociendo su propia debilidad, teme juzgar el mal que él mismo puede
cometer. Por eso prefiere abstenerse de hablar.
El que es bueno se asemeja a Dios. Digo sólo que “se asemeja”, porque Dios es la Bondad Absoluta
y por más que el hombre se esfuerce por ser bueno, nunca podría igualarlo.
A esta bondad, con todas las cualidades que te he enumerado, debes tú tender, modelando tu
corazón en el mío. Durante el día dime a menudo: “Corazón de JESÚS, infinitamente bueno, haz mi
corazón, semejante al tuyo”.
Proponte cada día realizar algunos actos de bondad, sobre todo con ésas personas que menos te
atraen, por las que sientes antipatía, o por las que te han hecho algún mal. Estos actos serán como
el comienzo de una larga cadena que poco a poco abarcará toda tu vida.
‘’ Proponte siempre ser más bueno que justo. Ves que el Señor no quiere ejercer la justicia en esta
vida, mientras están ustedes en este mundo. El está dispuesto a usar solo de Su Misericordia y si da
algún anticipo de su justicia, sólo lo hace porque quiere convidar a todos los hombres al bien y a la
conversión.
SE SIEMPRE BUENO
Es mejor ser engañado por ser demasiado bueno, que ser duro y temido. Es correcto el proverbio
que dice: “Es mejor siempre recibir el mal que hacerlo”. El que trata de ser bueno siempre y en todas
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Cenáculos del rosario
partes, estará más tranquilo en la vida, recibirá todas las vicisitudes con tranquilidad, tratara con
calma de superar las dificultades sin hacerle a nadie la vida pesada.
La bondad es uno de los atributos de Dios, es como un rayo de sol infinito que se llama Amor. Trata
de ser bueno y sentirás el mundo, pero sólo los buenos sienten su ternura infinita.
Es verdad que para algunos no es difícil ser buenos, pues lo son por naturaleza, mientras que para
otros es más difícil serlo. Pero lo que cuenta es el esfuerzo que cada uno haga continuamente, aun
cuando el resultado no satisfaga. Pues el mérito será proporcional al esfuerzo realizado.
Así como el Señor perdona fácilmente los defectos de carácter, a condición de no ser descuidado
en corregirlos, así también toma en cuenta el esfuerzo que hace una persona por reaccionar ante sí
misma, y trate de dominar su naturaleza, aunque no siempre tenga éxito.
Piensa siempre que el Señor, en su inmensa Bondad, hace brillar el sol sobre buenos y malos, y que
a todos llama a su Corazón, y quisiera estrecharlos a todos en un solo abrazo. Imítalo, mi querido
discípulo; ensancha tu corazón y abraza espiritualmente a todo el mundo, deseando amar a todos
y darles bondad y alegría”. Así sea.
a) Muchos pasajes del Nuevo Testamento postulan y exigen la existencia de un lugar de purificación,
so pena de hacerse incomprensibles y, más bien, contradictorios: Jesús en (Mt 5, 26, ) habla de un
lugar que llama cárcel, donde nadie saldrá sin haber satisfecho la deuda hasta el último céntimo.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
No puede ser el Cielo, que por cierto ¡no es una cárcel! Ni tampoco el Infierno, del cual nadie saldrá.
¿Entonces qué? Sólo queda la explicación católica del Purgatorio. Escuchemos: “Llega a un acuer-
do con el enemigo mientras van de camino, no sea que tu enemigo te entregue al juez y el juez al
carcelero y te echen al calabozo. Te aseguro que no saldrás de ahí hasta que hayas pagado el último
centavo”.
b) San Pablo en (1 de Corintios 3, 15) dice que los cristianos cuyas obras no fueron perfectas, se sal-
varán no sin pasar antes por la prueba del fuego. Escuchemos: “Si su obra se convierte en cenizas,
sufrirá el daño, aunque el mismo se salve como quien pasa por el fuego”.
Además, desde los primeros siglos del cristianismo, se ofrecían oraciones y sacrificios por los difun-
tos, como es testimoniado en muchas inscripciones de las catacumbas. Se ve claramente que esta
fe y esta costumbre les fue inculcada por los mismos Apóstoles.
a) Que el Purgatorio EXISTE es un dogma de fe, definido en su sesión 25, por el Concilio de Trento,
en contra de los protestantes. Definiendo este dogma el Concilio no hizo más que afirmar solemne-
mente lo que siempre ha creído la Iglesia.
Escuchemos ahora a San Gregorio: “Hemos de creer que antes del juicio universal hay un fuego
purificador por las culpas leves”.
Y San Agustín comenta: “Será más doloroso aquel fuego, que cuanto puede padecerse en esta
vida”.
b) La segunda gran enseñanza de toda la Tradición es la siguiente: En esta vida podemos y debemos
purificarnos. De Casiano es este texto antiguo: “Dios permite las humillaciones para que nuestras
almas estén del todo purificadas al poner el pie en el umbral de la otra vida, o por lo menos, no ten-
gamos que sufrir más que una pena muy leve”.
Santa Teresa de Ávila nos aconseja: “Esforcémonos por hacer penitencia en esta vida. ¡Qué dulce
será la muerte de quien de todos sus pecados la tiene hecha, y no ha de ir al Purgatorio!”
c) La tercera enseñanza unánime de la Tradición es: Sufraguemos en favor de las Almas del Pur-
gatorio. San Juan Crisóstomo escribe: “Pensemos en procurarles algún alivio del modo que poda-
mos... ¿Cómo? Haciendo oración por ellos y pidiendo a otros que también oren... Porque no sin
razón fueron establecidas por los apóstoles mismos estas leyes que en medio de los venerados
misterios se haga memoria de los que murieron (es decir, en la Santa Misa). Bien sabían ellos que
de esto sacan los difuntos gran provecho y utilidad”.
Oigamos ahora al Concilio Vaticano Segundo: “La iglesia desde los primeros tiempos del cristian-
ismo, tuvo perfecto conocimiento de esta comunión de todo el cuerpo místico de Jesucristo y así
conservó con gran piedad el recuerdo de los difuntos y ofreció sufragio por ellos, porque santo y
saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados” (Lu-
men Gentium N° 49, 50).
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Cenáculos del rosario
d) Y la última lección a propósito del Purgatorio es esta: si nosotros podemos ayudar a estas almas,
¡ellas también pueden hacer mucho por nosotros!
¿Te acuerdas de la parábola que Jesús cuenta en el Evangelio, sobre el invitado que fue encontrado
sin la ropa nupcial? Pues bien, nadie entra en el Paraíso sin la blancura del traje blanco que el sac-
erdote coloca simbólicamente sobre el cuerpecito del recién nacido, el día de su Bautismo. Ahora
bien, como es muy difícil que las almas lleguen a la muerte con la inocencia bautismal, es necesario
que la recuperen en este lugar de purificación.
Te preguntarás, ¿qué es el Purgatorio?... Es realmente difícil podértelo explicar. Sería necesario que
pudieses comprender que cosa es Dios para un alma, para comprender cuanta pena representa la
privación de Él, aunque sólo sea momentánea.
Mientras estemos metidos en esta envoltura que llamamos cuerpo, nuestra alma es como insen-
sible al llamado de Dios; pero una vez liberada de los lazos que la retenían en el cuerpo, el alma
quisiera emprender el vuelo hacia Dios. Y el verse privada de Él, le causa un tormento indescriptible.
Todas las otras penas que sufrirán las almas por sus defectos particulares, serán secundarias com-
paradas con la pena de verse privadas de Dios.
Las almas del Purgatorio sufren preferentemente en aquellas partes del cuerpo que fueron causa
de pecado. Decimos cuerpo, porque a pesar de haberlo dejado en la tierra, tendrán la sensación de
que todavía lo poseen como al amputado de un brazo le da la sensación de tenerlo aún.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Ahora bien, piensa que este acto de caridad, que puedes realizar mientras estás en la tierra, es
también un deber de justicia. Tal vez en el Purgatorio gimen padres que durante su vida fueron des-
cuidados de sus hijos. Este es el mejor momento de reparar esa negligencia. Tal vez sufren personas
consagradas, especialmente sacerdotes por no haber tenido bastante cuidado de las almas que
Dios les había confiado. También ellos necesitan de tu caridad. Es un deber de justicia ayudarlos y
liberarlos, ustedes pueden y deben hacerlo. No dudes que esta caridad en favor de las almas bendi-
tas, Jesús te la recompensará. Ruégale diariamente a la Madre del Cielo que libere a las almas que
más la amaron durante su vida y ten por seguro que tu invocación será acogida por Ella con alegría
y retribuida con generosidad”. Así sea.
Prepárate, pues “¡Tus días están contados ya!” Que tu muerte no sea un terrible despertar, mirando
y comprendiendo cosas que nunca has querido meditar en tu vida, sino como la de los santos: la
llegada del niño al regazo del Amor Divino, el dormirse entre los hombres y el despertar entre los
Ángeles.
b) La muerte, enseña la Biblia, es CASTIGO POR EL PECADO. “Por la envidia del diablo entró el
pecado en este mundo”, nos dice (Sb 2, 24). Y San Pablo lo explica en (Rm 5, 12): “Así como por un
solo hombre entró el pecado en este mundo, y por el pecado la muerte; y así la muerte alcanzó a
todos los hombres, por cuanto todos pecaron”.
Segunda pregunta: ¿Cómo enfoca la Biblia la muerte? ¿Cómo algo espantoso o algo dulce?
Contestación: La Biblia te responde que ¡esto dependerá de ti! Dependerá de cómo hayas vivido.
A. LA MUERTE DEL JUSTO ES UN PASO A LA PAZ. Escuchemos (Sb 3, 1): “En cambio las almas
de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno... ellos están en paz”.
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Cenáculos del rosario
Asegura Jesús en (Jn 5, 24): “En verdad, en verdad os digo: el que escucha mi Palabra y cree en el
que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio, sino que ha pasado de la muerte a la
vida”.
La Biblia nos ofrece hermosos ejemplos de buena muerte: Abraham en (Gn 25, 8; Jacob en Gn 49,
33; Moisés en Dt 34; el anciano Simeón en Lc 2, 29; San Pablo: “Anhelo morir”, Flp 1, 23 y 2 Tm 4,
18.)
B. PERO HORRIBLE ES EL DESPERTAR ETERNO PARA EL MALVADO: “¡Ay de vosotros, hombres
impíos que habéis abandonado la ley del Señor Altísimos... cuando muriereis, la maldición será
vuestra herencia!” nos dice (Eclo 41, 1 1).
Y en (Is 3, 1 1): “¡Ay del impío maléfico! porque se le pagará según merecen sus acciones”. De ellos
nos dice el libro de la Sabiduría: “Al cabo vendrán a morir sin honor, y estarán con eterna infamia
entre los muertos. Comparecerán llenos de espanto por el remordimiento de sus pecados, y sus
mismas iniquidades se levantarán contra ellos para acusarlos” (Sb 4, 19 20).
“En verdad, en verdad os digo que Yo no os conozco. Id al fuego eterno, malditos”, dice Jesús en
(Mt 25, 12.) Y (Ap 21, 8, ) nos dice: “Los cobardes, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los
impuros, los hechiceros, los idólatras, y todos los embusteros tendrán su parte en el lago de fuego
que arde con fuego y azufre; que es la muerte segunda:” Ejemplos de mala muerte en el Antiguo
Testamento: Onán, (Gn 38, 9); Saúl, (1 Sam 28, 17 19), Jezabel en (2 R 9, 36 37); Antíoco IV Epífanes,
(Y en las parábolas).
1006 “Frente a la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su cumbre” (GS 18). En un
sentido, la muerte corporal es natural, pero por la fe sabemos que realmente es “salario del peca-
do” (Rm 6, 23; cf. Gn 2, 17). Y para los que mueren en la gracia de Cristo, es una participación en la
muerte del Señor para poder participar también en su Resurrección (cf. Rm 6, 3-9; Flp 3, 10-11).
a-) La TRADICION insiste, en primer lugar, en que TODOS HEMOS DE MORIR. Escuchemos a San
Agustín: “Como los médicos, cuando diagnostican una enfermedad y la encuentran mortal, sen-
tencian: ‘De ésta muerte, no hay escape’, así, desde que nace el hombre, hay que diagnosticar: ‘No
hay escape’“. Señala el mismo santo: “Asistimos a la muerte de muchos, celebramos sus entierros
y funerales, y seguimos prometiéndonos larga vida”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
teniendo un día seguro? ¡Cuántos han sido engañados y sacados del cuerpo cuando no lo pensaban!
¿Cuántas veces oíste contar que uno murió a espada, otro se ahogó, otro cayó de lo alto y se quebró
la cabeza, otro comiendo se quedó pasmado, a otro jugando le vino su fin? Uno muere a fuego, otro
a hierro, otro con pestilencia, otro a mano de ladrones, y así la muerte es el fin de todos, y la vida de
los hombres pasa como una sombra”.
b-) Sin embargo, Dios en su sabiduría no nos dijo cuándo tenemos que morir: INCIERTO ES EL DIA
DE NUESTRA MUERTE.
c-) El tercer consejo que nos da la TRADICION es VIVIR CADA DIA COMO SI FUERA EL ULTIMO.
Escuchemos a San Atanasio: “Para no obrar con ligereza, conviene meditar la frase del Apóstol:
Muero cada día. Si viviésemos como si tuviéramos que morir cada día, no pecaríamos. Lo hemos de
entender de la siguiente manera: levantándonos cada mañana, no tengamos por seguro alcanzar
la noche, y al acostarnos no creamos que llegaremos a la mañana, ya que nuestra vida es incierta y
la alarga cotidianamente la Providencia”.
d-) Pero la Tradición nos trae también un mensaje muy luminoso: EL CRISTIANO VERDADERO NO
DEBE TENER MIEDO A LA MUERTE.
Oigamos a San Cipriano: “¡Qué gran dignidad y seguridad, salir contento de este mundo, salir glo-
rioso en medio de la aflicción y la angustia, cerrar en un momento estos ojos con los que vemos a
los hombres y el mundo para volverlos a abrir en seguida y contemplar a Dios! El que esta lejos de
su patria es natural que tenga prisa para volver a ella. Para nosotros, nuestra patria es el paraíso;
allí nos espera un gran numero de seres queridos, allí nos aguarda el numeroso grupo de nuestros
padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún de la nuestra”.
Dejemos la conclusión al Seráfico San Francisco de Asís que así habla de la muerte: “Loado seas, mi
Señor, por nuestra hermana la muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar;
¡ay de aquellos que mueren en pecado mortal! Bienaventurados aquellos que acertaren a cumplir
tu santísima voluntad, pues la muerte segunda no les hará mal”.
Pues bien, ¿cómo será tu muerte? De ella dependerá tu eternidad. ¿Cómo quisieras que fuera? Aun
cuando la sueñas serena y tranquila, no debes sin embargo, olvidarte que la muerte es la ruina de
la vida humana; siempre trae consigo destrucción y el sufrimiento más o menos grande según el
grado de lucidez que en aquel momento tuvieres.
Será serena en la medida que tu conciencia no te acuse, y que tú estés moral y espiritualmente
fuerte y preparado para soportar el inevitable sufrimiento.
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Cenáculos del rosario
UNA LARGA CARTA
Será un consuelo para ti verte rodeado de tus seres queridos; pero como no podrán hacer mucho
por ti, su presencia te producirá, quizás, más angustia que consuelo. La única alegría para ti será tu
Dios, la paz del Paraíso. ¡Ojalá hayas pensado toda tu vida en estas cosas! Tu muerte será entonces
como la página final de una larga carta que has escrito día a día, dirigiéndola al Padre.
Tú vas llenando ordenadamente las páginas de tus cuadernos; y si por casualidad tienes que corre-
gir algo, o si manchaste las hojas, esto te molesta. Pues bien, compórtate de la misma manera en
tu vida espiritual. Que las páginas de tu vida, escritas día a día en el corazón de Dios, estén también
ordenadas y limpias. Que sean ricas solamente de actos de bondad y de buenas obras, para que el
Corazón del Padre tenga de qué alegrarse y a ti de qué compensarte al fin.
¿Quieres que tu muerte sea serena? Trata de que tu vida sea digna de ser ofrecida a Dios, tu Padre.
Haz tus obras a la luz de la eternidad; que te sea familiar el pensamiento de la muerte. Pues no es
más que la hermana llena de bondad que abre la puerta del Cielo, aun cuando sea inexorable y no
haga excepción con nadie.
¿Te afliges porque quisieras ver resueltos los problemas de tu familia y no se siente ayudado?
Encomiéndate a los que ya llegaron al Puerto, ten confianza en la Divina Providencia... y sigue ad-
elante con perseverancia y buena voluntad, día a día.
Lo que tú no alcanzares a hacer, lo harán otros. Tú haz todo lo que puedas y realízalo con recta
intención.
No esperes agradecimiento, no esperes nada de nadie, sino que espera únicamente de Dios la rec-
ompensa eterna. Actúa siempre para su Gloria y Él te glorificará algún día como el Padre ha glorifi-
cado a Jesús, pues siempre buscó la Gloria de Su Padre.
Aunque no sabes cuándo llegará para ti la última hora, si te es indiferente vivir o morir, con tal que
se cumpla la Voluntad de Dios, estarás siempre contento y conforme cuando llegue el momento,
porque la muerte, entonces, será para ti el supremo acto de ofrenda y de adhesión a su Santa Vol-
untad. Será la despedida de la Santa Misa que celebraste durante tu vida, será el “podéis ir en paz”
al descanso preparado para ti. La muerte, entonces, será la gran liberadora que te abrirá triunfante
las puertas del Cielo. Haz, pues, amistad con ella, y doquiera que la encuentres... ¡será siempre
bienvenida!” Así sea.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Leonardo Da Vinci pintó en una cúpula de Roma, los últimos instantes del mundo: un altar en medio
del cataclismo universal, en donde el último sacerdote celebra la última Misa, mientras en semicír-
culo asisten impacientes los ángeles con la trompeta en la mano, para despertar a los muertos y
llamarlos al Juicio universal.
Sin embargo, y es también de fe, que, los que mueren no tendrán que esperar el Juicio Final para
ser juzgados. Es inmediatamente después de su muerte que se decide la suerte eterna de todo
hombre. Y este Juicio PARTICULAR del cual nos ocuparemos hoy, no Será ni revisado ni corregido
en el juicio universal, sino confirmado y dado a conocer públicamente.
Estos dos textos prueban que apenas muere el hombre su alma es juzgada y recibe premio o cas-
tigo. En otras palabras, que hay un juicio particular distinto del juicio universal que tendrá lugar al
fin del mundo.
Segunda pregunta: ¿Cómo nos presenta la Biblia el juicio de Dios?
a-) En primer lugar como algo FORZOSO. En (2 Co 5, 10) San Pablo escribe: “Es necesario que todos
nosotros seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba con-
forme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal.
En (Hb 9, 27) dice el Apóstol: “Está decretado a los hombres el morir una sola vez, y después el
juicio”. Notemos como San Pablo dice claramente que morimos UNA SOLA VEZ. Con este texto
quedan condenados los que creen en la reencarnación: una doctrina totalmente anticristiana que
pretende que el alma vuelve siempre a encarnarse en un nuevo cuerpo y en una nueva condición,
peor o mejor, según los méritos de su vida anterior.
b-) En segundo lugar, el (Juicio de Dios será IMPARCIAL: En (Eclo 11, 28) leemos: “El Señor es Juez,
y no tiene miramientos a la dignidad de las personas”. La misma idea se expresa en (Sb 6, 7 8): “No
exceptuará Dios persona alguna, ni respetará la grandeza de nadie”.
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Cenáculos del rosario
c-) En tercer lugar, la Biblia enseña que NADA ESCAPARÁ AL OJO DEL JUEZ. Job se preguntaba:
“¿Acaso Él no ve mis caminos y cuenta todos mis pasos? (Jb 31, 4). Y la misma Biblia le da la respues-
ta: “Hará Dios dar cuenta en su juicio de todas las faltas, y de todo el bien y el mal que se habrá
hecho” (Ecle 12, 14).
d-) Sin embargo, existe una manera poderosa de influir sobre el fallo inapelable del Juez: USAR MI-
SERICORDIA CON LOS HERMANOS MIENTRAS SE VIVE. El (Sal 31, 2) exclama: “Dichoso el hom-
bre, a quien el Señor no arguye de pecado; y cuya alma se halla exenta de dolor”. Y ¿quién es ese
dichoso?... Jesús mismo nos contesta en las Bienaventuranzas y en algunas parábolas: “Bienaven-
turados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7). Por el contrario nos
dice: “Un juicio sin misericordia aguarda al que no usó misericordia, pero la misericordia sobrepuja
al vigor del juicio”, nos dice (St 2, 13). Dejamos la última palabra a Jesús quien nos asegura: “Quien
escucha mi palabra y cree a Aquel que me ha enviado, tiene la vida eterna y no incurre en sentencia
de condenación, sino que ha pasado de muerte a vida” (Jn 5, 24).
1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un
juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Cc de Lyon: DS
857-858; Cc de Florencia: DS 1304-1306; Cc de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente
en la bienaventuranza del cielo (cf. Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para con-
denarse inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS 1002). A la tarde te examinarán en el
amor (San Juan de la Cruz, dichos 64).
Escuchemos, en primer lugar, a San Hilarlo: “Testigos nuestros son el rico y el pobre del evangelio,
de los cuales uno fue conducido por los ángeles a la sede de los bienaventurados y al seno de Abra-
ham, y el otro fue a parar inmediatamente al reino de la pena. Fue castigado tan aprisa el difunto
que sus hermanos aún vivían. Allí no hay demora ni dilatación. En el día del juicio es la retribución
eterna: de bienaventuranza o de pena”.
También San Ambrosio nos advierte: “El día del juicio nuestras obras acudirán en nuestra ayuda, o
nos llevarán al abismo con el peso de una piedra de moler”.
Muy dignas de consideración son, así mismo, las palabras de San César de Aries: “Son muchos los
que cuidan más de su cuerpo que de su alma. Y convendría que tuviesen siempre mayor solicitud
del alma, en la que está impresa la imagen de Dios; porque cuando el cuerpo, tan mimado ahora,
empiece a ser devorado por los gusanos en el sepulcro, el alma será presentada por los ángeles a
Dios; y allí, si fue buena, será coronada, y si mala, cera precipitada en las tinieblas”.
Escuchemos también a San Juan Crisóstomo: “Aunque tengas padres o hijos o amigos o alguien
que pueda interceder por ti, solo te aprovechan tus hechos. Así es el juicio: se juzga sólo lo que has
hecho”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
De esta sentencia tan sabia nos da un comentario la Imitación de Cristo: “Ciertamente, el día del
juicio no nos preguntarán qué leímos sino qué hicimos; ni lo bien que hablamos, sino lo honesta-
mente que vivimos.
De un joven que era tan hermoso de cuerpo como sucio en sus pensamientos, palabras y acciones,
cuenta San Vicente Ferrer que, habiendo soñado una noche que era presentado ante el tribunal de
Dios, fue tanto el temor y temblor que de él se apoderó, tanto lo que sufrió en aquellos momentos,
que, a la mañana siguiente, todos sus cabellos le aparecieron tan blancos como los de un anciano.
Discípulo mío, tu también serás juzgado un día en el momento inevitable de tu muerte. En un abrir
y cerrar de ojos te verás privado totalmente de ilusiones y falsedad, y tu alma se verá a la luz divina
como si estuviera expuesta a los rayos X.
No quedará más de ti que una transparencia enorme como un rayo, y esta clarividencia bañará toda
tu alma, separada por fin de las ilusiones palpables del cuerpo. Se habrán disipado la neblina de
las opiniones mundanas y el polvo de los propios engaños... ¡Que descubrimientos, que sorpresas,
que cambio más radical de valores! ¡Cómo se agigantará lo pequeño: las pequeñas faltas, mentiras,
satisfacciones de los sentidos!... ¿Y qué decir de las maldades de tu vida? Y si el alma observa con
angustia el otro platillo de la balanza, el de las obras buenas, ¡qué sorpresas también! ¡Cómo se
reducirá, a menuda el gran “paquete” de tus obras buenas, pero que era grande solo en apariencia y
vacío por dentro, porque tus obras estaban manchadas de vanidad y amor propio! Al ser pesado en
la balanza de la justicia divina, quiera Dios que nuestras obras no se hallen faltas de peso y nuestro
árbol escaso de frutos.
Al enfrentarnos al divino Juez con la propia conciencia al final de nuestra corta jornada, nuestra
insignificancia, nuestra flaqueza, no serán una excusa para nuestra inacción. Podremos argüir: “no
éramos nada, no éramos más que un granito de arena”. Él nos dirá: “he puesto delante de ti, de tu
tiempo, los dos platillos de una balanza en que se pesan los destinos de la humanidad; en un platillo
estaba el bien y en el otro el mal. No fuiste más que un granito de arena, es cierto más ¿quién te
dice que este granito de arena no hubiese hecho inclinar la balanza de mi lado? Tenías inteligencia
para ver, conciencia para escoger: habías de poner tu granito de arena en un platillo o en otro; no lo
has puesto en ninguno. Ni en el del bien para cumplirlo, ni en el del mal para evitarlo. ¡Que lo lleve,
pues, el viento: no ha servido ni a Mí ni a tus hermanos!
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Cenáculos del rosario
Así será de nosotros en el momento mismo de verse el alma y de leer su juicio en el rostro de Cristo,
ella ya se precipita al abrazo de la Luz y del Amor divino: “Venid benditos de mi Padre”: o a la eterna
noche del lago de fuego donde habrá “llanto eterno y rechinar de dientes”: “Apartaos de Mí, mal-
ditos…”. O a la penumbra del lugar de purificación hasta que haya sido limpiada de toda mancha:
destierro doloroso y, con todo, ruta de felicidad eterna.
¿Cuál debe ser nuestra conclusión de hoy? Recordar siempre que un día, con la claridad de un relám-
pago, todas nuestras acciones aún las más secretas, quedarán sometidas al juicio de Dios. Pedir a
Dios la sabiduría para vivir por aquello que me dará consuelo, y no vergüenza en la hora suprema
de mi muerte. Trabajar tan bien cada día, que al final pueda decirme: “¡Qué bien aproveché el día
de hoy!” y sobre todo, ¡vivir cada momento en gracia de Dios, es decir, bien confesado, para que la
muerte, cuando venga como un ladrón en la noche, nunca me coja desprevenido!” Así sea.
Examínate despacio, con valor Pregúntate, ¿cómo aprovecho estas preciosas lecciones y consejos
que cada semana me da mi Cenáculo? ¿Me han cambiado? ¿Estoy mejorando?
Debes proponerte hoy con afán sobrenatural y con santa “desvergüenza”, revolver en tu alma para
comprobar hasta que punto puedes ¡y quieres, de verdad corregirte, superarte, para mayor Gloria
de Dios, alegría tuya y provecho de tus hermanos.
Este examen de conciencia, sin embargo, no será solamente personal, juntos, y con total sinceri-
dad, nos preguntaremos también: ¿cómo va nuestro Cenáculo? ¿Camina conforme al método que
el misionero fundador nos ha enseñado? ¿Es un Cenáculo vivo, donde se reza intensamente, donde
todos se aman como verdaderos hermanos, sin críticas, desconfianzas y rencores? ¿Somos un
Cenáculo abierto a las necesidades de afuera?
¿Estamos creciendo? ¿Nos hemos esforzado por invitar a los vecinos, por traer alguna pariente o
amigo?
¡Manos, pues, a la obra, discípulos! Mucho trabajo nos espera hoy. Pero un trabajo hacia adentro.
Estudia tu punto flaco y el de tu Cenáculo, analízate a ti mismo, sé primero tu propio FISCAL, luego
JUEZ... ¡y por fin pide perdón y como REO y corrígete!
Oigamos lo que pasa con los flojos, con los que no progresan, con los que no adelantan en su vida
espiritual. Lo describe (Prov 24, 30-33) “Pasé por el campo de un perezoso, y por la viña de un ton-
to: y vi, que todo estaba lleno de ortigas, y la superficie cubierta de espinas, y arruinada la cerca de
piedras. A vista de esto, medité en mi corazón y con este ejemplo aprendí a gobernarme”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Meditemos también nosotros en nuestro corazón y aprendamos a gobernarnos por medio de los
muchos ejemplos que recibimos dentro de los Cenáculo, tanto por las palabras oídas como por el
testimonio de nuestros hermanos del Cenáculo.
En (Eclo 27, 5) encontramos una preciosa sentencia. Dice así: “Como el colador cuela la arena fina,
así del pensar nace la ansiedad del hombre”. ¿Qué quiere decir? Para colar arena, para que salga la
arena fina y queden las piedrecillas y demás impurezas, es preciso SACUDIR el colador. Asimismo,
para que nazca la ansiedad del hombre, para dar otro rumbo a su vida, hace falta la sacudida del
PENSAR, es decir, el esfuerzo de volver la mirada hacia dentro, a fin de adquirir el conocimiento
propio fundamental: pecados, vicios, desordenes, olvido de Dios, talentos frustrados, fracasos, de-
fectos, imperfecciones... pero también virtudes, aprovechamiento espiritual, propósitos y éxitos.
Estos, para dar gloria y méritos a Dios, aquéllos para corregirlos sin demora.
Concluiremos esta parte bíblica con una enseñanza muy clara de Santiago donde se nos suplica no
ser de los que se engañan a sí mismos contentándose de oír la Palabra de Dios, pero SIN PONERLA
EN PRACTICA”. Escuchemos a (St en 1, 22) “Pongan por obra la Palabra y no se contenten sólo con
oírla, engañándose a sí mismos. Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por
obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero, en yéndose, se
olvida de cómo es. En cambio el que considera atentamente la Ley... y se mantiene firme, no como
oyente olvidadizo sino como cumplidor de ella, ése, practicándola, será feliz” Sí, querido discípulo,
no lo dudes. Está probado. Quien pone por obra las enseñanzas de Jesús, ES FELIZ, hace feliz y
muere feliz para encontrar por fin, esa felicidad y esa paz que ya nadie podrá quitarle y que repre-
senta el anhelo más profundo y genuino del corazón humano.
1022 Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio
particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación (cf. Cc de Lyon: DS 857-858;
Cc de Florencia: DS 1304-1306; Cc de Trento: DS 1820), bien para entrar inmediatamente en la bie-
naventuranza del cielo (cf. Benedicto XII: DS 1000-1001; Juan XXII: DS 990), bien para condenarse
inmediatamente para siempre (cf. Benedicto XII: DS 1002). A la tarde te examinarán en el amor
(San Juan de la Cruz, dichos 64).
1783 Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral. Una conciencia bien formada es rec-
ta y veraz. Formula sus juicios según la razón, conforme al bien verdadero querido por la sabiduría
del Creador. La educación de la conciencia es indispensable a seres humanos sometidos a influ-
encias negativas y tentadas por el pecado a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas
autorizadas.
1784 La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despi-
erta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una
educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los
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Cenáculos del rosario
insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debili-
dad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz
del corazón.
Pero, cuídate de un demonio que quizás no conoces: y que se llama el “demonio MUDO”. Es decir,
el demonio que nos hace creer que todo va bien, que son los otros los que tienen que cambiar
y así te hace quedar MUD0 frente a la voz de Dios que te urge al cambio, aunque sea iniciando
con pequeñas cosas.¿ No dijo Jesús: “quien es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho”. Estas
palabras te señalan que examines la raíz de tus desvíos. Reacciona. Oye lo que te sugiere hoy el
Espíritu Santo. Luego concreta. Que no sean tus propósitos fuegos artificiales, cohetes que brillan
un instante para dejar como realidad amarga un cartucho negro e inútil que se tira con desprecio.
Quizás eres todavía muy joven. Pero esa ligera desviación de ahora, si no la corriges, ara que al final
tu barco no llegue al puerto.
Haz pocos propósitos. Haz propósitos concretos Y cúmplelos con la ayuda de Dios. Pero cúmplalos
HOY, “Mañana” es el adverbio de los vencidos. Haz un propósito determinado y firme. Ponlo por
obra “ahora” sin acordarte de “ayer” que ya paso y sin preocuparte de “mañana”, que ni sabes si lle-
gara para ti. ¡Ahora! Vuelve a una vida santa ¡ahora! No te dejes engañar: “ahora” no es demasiado
pronto… ni demasiado tarde.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¡NO DESPERDICIES TU TIEMPO!”
¿Recuerdas como meditamos que el tiempo no es para “matarlo”, sino para vivirlo en plenitud y
aprovecharlo bien: en el servicio a Dios, a tu comunidad, y en desarrollar los talentos que de Dios
recibiste?
San Gregorio Magno te dijo: “Está ya próximo a volver el que marchó de viaje”... y vuelve para exigir
la cosecha de todas las gracias con las cuales abonó tu arbola... Oíste que “la duración de la vida
es muy corta. Pero ¡cuánto puede realizarse en este pequeño espacio por amor de Dios!”... Y estas
palabras inolvidables de Pablo Sexto: “El tiempo es un don de Dios: es una interpelación del Amor
de Dios a nuestra libre y decisiva respuesta. Debemos ser avaros del tiempo, para emplearlo bien,
con la intensidad en el obrar, amar y sufrir”.
Acuérdate que se te dio el consejo de cuidar con especial cariño la oración de la mañana, pidiendo
a Dios la gracia de saber aprovechar bien el nuevo día que te regala.
Pregúntate, ¿este Cenáculo, cambió en algo mi vida? ¿Estás aprovechando mejor las 24 horas que
Dios pone a tu disposición? ¿Has dejado de perder tiempo en charlas y quizás chismes inútiles o
hasta nocivos para tu “camino”? ¿Limitaste el tiempo frente al televisor, para tener más espacio
para la oración y el servicio de los demás? ¡Cuán pocos se confiesan del grave pecado de omisión,
de haber desperdiciado el tiempo en tonterías!
Pero, ¡cuidado! No confundas “actividad” con “activismo”. Quizás desarrollas una incansable
actividad. Pero no te conduces con orden y andas falto de metas concretas, y por tanto, careces de
eficacia.
Y hasta el mismo descanso, no debe ser OCIO. Descanso significa acumular: acumular nuevas fuer-
zas, ideales, planes... En pocas palabras, cambiar de ocupación, para volver después con mayor
entusiasmo al quehacer habitual.
Y no te olvides de sembrar el jardín de tu tiempo con muchas semillas de jaculatorias. Las cuales no
entorpecen la labor, como el latir del corazón no estorba el movimiento del cuerpo.
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Cenáculos del rosario
El alma es “aquello” con lo cual Dios nos dotó para poder amarlo y ser amados por Él. ¡Es la obra
maestra de la Creación! ¡Cuán poco comprendemos y meditamos su hermosura y su nobleza, su
encanto a los ojos de Dios! Ya lo decía el Cardenal Newman: “Nadie se da realmente cuenta de lo
que significa tener un alma. Aun el mejor de nosotros está en camino de subir a esta sencilla ver-
dad”. ¡Y sin embargo, fue para restaurar la grandeza de esta alma caída en el lodo, para lavarla con
su Sangre, que el Divino Reparador no dudó en bajar a la tierra!
“Consolaos, consolaos, pueblo mío, ya viene”, nos anuncia un Isaías jubiloso: ¡Ya viene el Divino
Alfarero a restaurar el roto cristal de tu alma para que reaparezca en toda su primitiva belleza y
encanto “aquello con lo cual tú amas y por lo cual eres amado: ¡TU ALMA!”
Así como el primer componente de nuestro ser recuerda nuestra pequeñez y caducidad, el segundo
destaca nuestra grandeza y encumbramiento: ES SOPLO DE DIOS: “Inspiró Dios al hombre en sus
narices aliento de vida y fue el hombre ALMA VIVIENTE” (Gn 2, 7). Esto no lo hizo Dios con ningún
otro ser de la tierra. Pronunció Dios su “HAGAMOS”... y tuvo ante Sí al hombre: un ser sorpren-
dente, único, formado de la tierra, pero animado por el soplo de Dios; al mismo tiempo, CARNE y
ESPIRITO, cuerpo y alma, miseria y grandeza, tierra y cielo.
b. EL MODELO: “Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra... Creó, pues, Dios al hombre
a imagen suya: a imagen de Dios le creó”. (Gn 1, 26). Esta semejanza con Dios el aspecto más típico
y grandioso del alma humana incluye: su capacidad de CONOCER, de DECIDIR por sí misma, pero
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
sobre todo, su capacidad de AMAR, ya que está hecha por Dios conforme al modelo del mismo
JESÚS, su HIJO DIVINO BIENAMADO. “Dios nos destinó a reproducir la imagen de su HIJO, nos
dice San Pablo en (Rm 8, 29).
CONCLUSION BIBLICA: La Biblia dice al hombre: “eres polvo”; pero también le dice: “eres hijo de
Dios” y, en vez de alentar al hombre para que indague el misterio científico de su origen, la Biblia
más bien opina, como lo expresó un famoso convertido, Alexis Carrel, que “el hombre no fue hecho
tanto para comprender SINO PARA AMAR”. Pregunta Dios por boca de (Is en 45, 9) “¿Litiga con el
que ha modelado la vasija entre las vasijas de barro? Dice la arcilla al que la modela: ‘¿Qué haces
tú?’ y ‘¿Tu obra no está hecha con destreza?’ ¿Vais a interrogarme vosotros acerca de mis hijos y
darme órdenes acerca de la obra de mis manos? Yo hice la tierra y cree al hombre en ella. Yo extendí
los cielos con mis manos y doy órdenes a todo su ejército”... (Is 64, 7) contesta: “¡Claro que sí! Yah-
vé, tu eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla y Tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos somos
nosotros”.
362 La persona humana, creada a imagen de Dios, es un ser a la vez corporal y espiritual. El relato
bíblico expresa esta realidad con un lenguaje simbólico cuando afirma que “Dios formó al hombre
con polvo del suelo e insufló en sus narices aliento de vida y resultó el hombre un ser viviente” (Gn
2, 7). Por tanto, el hombre en su totalidad es querido por Dios.
363 A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana (cf. Mt 16, 25-26;
Jn 15, 13) o toda la persona humana (cf. Hch 2, 41). Pero designa también lo que hay de más íntimo
en el hombre (cf. Mt 26, 38; Jn 12, 27) y de más valor en él (cf. Mt 10, 28; 2 M 6, 30), aquello por lo que
es particularmente imagen de Dios: “alma” significa el principio espiritual en el hombre.
364 El cuerpo del hombre participa de la dignidad de la “imagen de Dios”: es cuerpo humano pre-
cisamente porque está animado por el alma espiritual, y es toda la persona humana la que está
destinada a ser, en el Cuerpo de Cristo, el Templo del Espíritu (cf. 1 Co 6, 19-20; 15, 44-45): Uno en
cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo
material, de tal modo que, por medio de él, éstos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre
alabanza del Creador. Por consiguiente, no es lícito al hombre despreciar la vida corporal, sino que,
por el contrario, tiene que considerar su cuerpo bueno y digno de honra, ya que ha sido creado por
Dios y que ha de resucitar en el último día (GS 14, 1).
365 La unidad del alma y del cuerpo es tan profunda que se debe considerar al alma como la “for-
ma” del cuerpo (cf. Cc. de Vienne, año 1312, DS 902); es decir, gracias al alma espiritual, la materia
que integra el cuerpo es un cuerpo humano y viviente; en el hombre, el espíritu y la materia no son
dos naturalezas unidas, sino que su unión constituye una única naturaleza.
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Cenáculos del rosario
SAN AGUSTIN da al hombre este precioso consejo: “Dios mismo es tu artífice; mírate a ti mismo y
suprime en ti todo lo que no lleva la marca de ese taller”.
SAN CIPRIANO nos recuerda: “Teniendo un cuerpo hecho de tierra y un espíritu procedente del
cielo, somos tierra y cielo’“.
Y SAN AMBROSIO nos enseña: “Nuestra alma es la que lleva la imagen de Dios. En ella estás por
completo, oh hombre; porque sin ella no eres más que tierra y en tierra te convertirás”.
Y de SAN ISIDORO DE SEVILLA queremos recordar esta bella sentencia: “La vida del cuerpo es el
alma; la vida del alma es Dios. Y así como el cuerpo está muerto sin el alma; el alma está muerta sin
Dios”.
SAN JUAN CRISOSTOMO indignado exclama: “¿Cómo puedes mirar con tranquilidad perecer de
hambre tu alma, y ser pasto de gusanos?”
El CONCILIO VATICANO II insistió sobre la dignidad de la persona humana: “En la unidad de un
cuerpo y un alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo, el cual
alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Creador”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
un profundo sueño, ante la admiración de los Ángeles y la expectación del universo entero, para
insuflar en el rostro un ‘SOPLO DE VIDA’, de SU VIDA DIVINA, de si mismo: EL ALMA INMORTAL. Y
¡Adán abrió los ojos!, parpadeó asombrado y vio al Señor, su Creador y su Padre. Y le sonrió.
Decía Dios una santa “¡Hija mía por una sola sonrisa tuya, Yo crearía nuevamente el paraíso!” Sonrió,
pues Adán, recibiendo como respuesta la más cálida oleada de ternura y benevolencia que un padre
pueda derramar en el corazón de su hijo. Empezó así la más fascinante y sufrida de las aventuras:
vida, hechos y muerte sobre el escenario de este mundo con el obligatorio acto final en la eternidad
de un protagonista llamado ¡HOMBRE! Un compuesto de cuerpo y alma, de espíritu y de carne, de
mortal y de inmortal; un bípedo con los pies anclados en la tierra pero cuya cabeza debería tocar
el cielo; una carne que recibió la misión de ESPIRITUALIZARSE, y un espíritu que recibió como su
prueba el de ENCARNARSE: como carne, miserable y débil; como alma espiritual: fuerte y grande.
Discípulo mío: ¿te diste cuenta, una vez siquiera, del tesoro que te dio el Señor dotándote de alma?
“¡Oh hombre!”, exclama San Isidoro de Sevilla, “¿que admiras las alturas de los astros y la profundi-
dad del mar, entra en el abismo de tu alma y admírala si puedes?” Admira tu capacidad de CONOC-
ER las cosas. Gracias a ella llegas a lo más alto, profundo, oculto, difícil y lejano: al conocimiento de
ti mismo y de las cosas fuera de ti, a la conquista de las ciencias, a las maravillas de la técnica; y ante
todo, al conocimiento de Dios... Admira el don de VOLUNTAD que posee el alma con su capacidad
de decisión. Con ella puedes lanzarte a la conquista de las metas aun las más difíciles, elevadas e
imponentes. Con ella, sobre todo, decidirás tu suerte eterna. Y admira como tu alma es domicilio de
los SENTIMIENTOS que tu corazón encierra. Temor y esperanza, tristeza y alegría, placer y dolor,
arrepentimiento, vergüenza, felicidad, y sobre todo, la reina de todas las virtudes, la bondad, la
más noble del corazón humano, y la más amada por Dios. ¿Te das cuenta ahora por qué Dios dotó
tan espléndidamente tu alma?... ¡Porque quiso darte las HERRAMIENTAS DEL AMOR! ¡PORQUE
QUISO CAPACITARTE PARA AMAR! Porque sólo seres responsables, profundos, de anhelos infini-
tos jamás del todo colmados, tienen “AQUELLO CON LO CUAL PUEDEN AMAR Y SER AMADOS
POR DIOS Y SUS HERMANOS”, y un día, con asombrosos premios en el Cielo, saciados. ¡EL ALMA
INMORTAL: pedazo que Dios arrancó de Sí mismo, chispa caída de Dios, eterno FUEGO de Amor!
Así sea.
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Cenáculos del rosario
sencillamente, ¡GRACIAS! Gracias de verdad y del fondo de mi pobre corazón por haberme dado
¡un alma inmortal? Pero, gracias sobre todo, por el motivo por el cual lo hiciste... para TENERME
CONTIGO PARA SIEMPRE!
Para que estos conceptos sean plena y correctamente asimilados, vamos a recordar lo siguiente:
a) Que Dios creó el ALMA naturalmente INMORTAL. Nadie podría suicidar su alma. Es un principio
simple y espiritual y por tanto no lleva en sí germen alguno de corrupción que es propio de lo mate-
rial. Leemos en (Sb 2, 23) “Dios creó INMORTAL AL HOMBRE”.
b) Que el CUERPO es de por sí MORTAL. Dice (Eclo 12, 7) “Que el polvo vuelva a la tierra de donde
salió; y el espíritu vuelva a Dios que le dio el ser”.
c) Que un alma, naturalmente VIVA, está sobrenaturalmente MUERTA si no tiene en sí, la gracia
santificarte, la inhabitación del Espirito Santo. Sólo si el alma es MORADA DE DIOS goza de la
amistad divina.
d) Que esta GRACIA SANTIFICANTE se pierde con el pecado mortal. Donde hay rebelión a la Volun-
tad Divina, odio, impureza, por ejemplo, el Espíritu Santo no puede permanecer.
e) Los primeros en perder esta gracia santificarte, para ellos y todos sus descendientes fueron
ADÁN y EVA: “Por la falta de uno solo todos recurrieron en la muerte”, explica San Pablo a los (Rm
en 5, 15) Dios habla avisado a los primeros padres: “Si comes del fruto prohibido MORIRÁS”, Es
decir, morirá su alma en cuanto morada de Dios, morirá su VIDA SOBRENATURAL; y su cuerpo, por
participar en el pecado, será dolorosamente separado del alma por un tiempo y deberá conocer la
pudrición, la descomposición.
g) Esta vuelta del ESPIRITO SANTO al corazón del hombre se realiza para quien “lavó su ropa en la
Sangre del Cordero”, nos dice (Ap 7, 14), es decir, en las AGUAS BAUTISMALES.
h) Aun el bautizado puede volver a MORIR, si comete un pecado mortal. Y puede volver a VIVIR si
recupera la Divina Gracia en el Sacramento de la Reconciliación, o en su imposibilidad, por un acto
de sincera contrición
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
i) El hombre que en la hora de su muerte física se halla en gracia de Dios VIVIRÁ PARA SIEMPRE. El
que MUERE EN PECADO MORTAL irá al ‘“lago de fuego que es la segunda muerte” (Ap 20, 14 y 21,
4), la muerte definitiva, la del alma eternamente separada de Dios. Pero, “dichosos los que mueren
en el Señor porque sus obras les acompañarán. Ya no habrá noche y reinarán por los siglos de los
siglos”, nos dice el mismo libro en (14, 13 y 22, 5 6).
CONCLUSION BIBLICA: Nacen todos los hombres con su alma sobrenaturalmente MUERTA, y
así permanece hasta que no renazca, como hija de Dios, en las aguas del Bautismo. En forma muy
acertada, pues, habla la Biblia de la MUERTE DEL ALMA, en cuanto es como si estuviera muerta por
no gozar de la amistad de Dios, su único fin. Sea porque nunca estuvo bautizada, sea porque perdió
la gracia del Bautismo por un pecado mortal personal.
Pregunta: ¿No volverá el cuerpo a reunirse para siempre con el alma? ¿No es en cierto sentido in-
mortal?
Contestación: Así es, efectivamente. El cuerpo es de por sí mortal. Pero, si Adán y Eva no hubieran
pecado, su cuerpo, como el de María Santísima, hubiera sido ASUNTO AL CIELO sin conocer de-
scomposición. “La muerte entró en el mundo por el pecado”, nos dice San Pablo en (Rm 5, 12) Se
refiere también a la muerte del cuerpo.
Ahora, al terminar su periodo terrenal, el cuerpo del hombre debe quedarse en la tierra y podrirse.
Y sólo a la SEGUNDA VENIDA de Cristo, los cuerpos resucitarán, se unirán nuevamente al alma y
no podrán ser ya destruidos: sea para eterna dicha, sea para perpetuo “llanto y rechinar de dientes”
(Mt 13, 42). Sin embargo, será entonces un cuerpo GLORIOSO y TRANSFIGURADO como el de Cris-
to después de su Resurrección, pues “en la Resurrección serán como ángeles en el cielo”, nos dice
Jesús en (Mt 22, 30), Y San Pablo escribe a los (Flp 3, 20): “Nosotros somos ciudadanos del cielo, de
donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo
nuestro en un cuerpo GLORIOSO COMO EL SUYO”.
En definitiva, la condición mortal del cuerpo es sólo algo pasajero: entre la muerte y la resurrección
final. Después se reunirá PARA SIEMPRE con el alma, sea en la beatitud del Cielo, sea para la des-
dicha de los condenados.
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
1025 Vivir en el cielo es “estar con Cristo” (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4, 17). Los elegidos viven “en Él”,
aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17):
1703 Dotada de un alma “espiritual e inmortal” (GS 14), la persona humana es la “única criatura en
la tierra a la que Dios ha amado por sí misma”(GS 24, 3). Desde su concepción está destinada a la
bienaventuranza eterna”.
363 A menudo, el término alma designa en la Sagrada Escritura la vida humana (cf. Mt 16, 25-26;
Jn 15, 13) o toda la persona humana (cf. Hch 2, 41). Pero designa también lo que hay de más íntimo
en el hombre (cf. Mt 26, 38; Jn 12, 27) y de más valor en él (cf. Mt 10, 28; 2 M 6, 30), aquello por lo que
es particularmente imagen de Dios: “alma” significa el principio espiritual en el hombre.
526 “Hacerse niño” con relación a Dios es la condición para entrar en el Reino (cf. Mt 18, 3-4); para
eso es necesario abajarse (cf. Mt 23, 12), hacerse pequeño; más todavía: es necesario “nacer de lo
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Cenáculos del rosario
alto” (Jn 3, 7), “nacer de Dios” (Jn 1, 13) para “hacerse hijos de Dios” (Jn 1, 12). El Misterio de Navidad
se realiza en nosotros cuando Cristo “toma forma” en nosotros (Ga 4, 19).
Navidad es el Misterio de este “admirable intercambio”. Navidad: “El Padre ha enviado a la tierra
algo como un saco lleno de misericordia; un saco, diría, que se romperá en la pasión, para que se
derrame el precio de nuestro rescate que contiene; un saco que, si bien es pequeño, está ya total-
mente lleno. En efecto, un Niño se nos ha dado, pero en este Niño habita toda la plenitud de la
divinidad”.
Si echamos un pedazo de madera en el agua, al poco tiempo se habrá descompuesto, pero no así
un diamante. Después de miles de años lo encontraríamos intacto en el agua. Así es nuestra alma:
no puede descomponerse ni podrirse como el cuerpo, porque es una sustancia simple y espiritual
que no lleva en si ningún fermento de corrupción. Ella, para toda la eternidad, o será un diamante
absorbido por la Eterna Luz de Dios y calentado por su Infinito Amor, o será una piedra íntima y
eternamente carbonizada por las crepitantes llamas del fuego eterno.
Aquí en la tierra nuestra alma nunca está plenamente colmada. Siempre le falta “algo”, nunca que-
da del todo satisfecha, porque fue creada para la Verdad, para la Belleza perfecta, para el Bien
supremo, para el Amor, para la Alegría, la Paz y la Felicidad INFINITAS. En una palabra, para una
existencia que nunca acabará. ¡Cómo nos repugna sólo el pensar que fuéramos un día aniquilados!
¿Infundiría el Dios Sapientísimo en el hombre tales inclinaciones infinitas si nunca pudieran encon-
trar satisfacción? ¿Es posible que tantas injusticias jamás sean reparadas? ¿Tantas lágrimas jamás
secadas y tantos delitos horribles jamás castigados? ¿Defraudaría la Sabiduría Divina al hombre en
sus aspiraciones más íntimas, puras y hermosas?... Toda hambre y sed infinitas quedarán saciadas
en la vida inmortal, en donde ya no habrá injusticias, en donde cada uno recibirá recompensa según
lo actuado y donde Dios “secará toda lágrima de nuestros ojos”.
El hombre terrenal ni siquiera sospecha, ni sus ojos han visto, ni sus oídos han escuchado las sor-
presas que Dios ha preparado para los que lo aman, afirma San Pablo. En el Cielo serán sobreabun-
dantemente colmados nuestros sueños más audaces y grandiosos de felicidad. En el Cielo, sobre
todo, culminará el gran proyecto de Amor paterno, la suprema ilusión por la cual Dios creó este
universo: que fuese para el hombre como el trampolín para el cielo, que le diera ocasión de ganarse
esa dicha eterna para que el Padre pudiera estrecharlo para siempre contra su corazón paterno. Por
esto decimos que Dios creó el alma inmortal para PODERLA TENER SIEMPRE CONSIGO, Y cuando
esta alma se le escapó como un pájaro que abandonó el calor de su nido, Dios no dudó en mandar a
SU PROPIO HIJO para traer de vuelta a esta alma con los LAZOS DEL AMOR, esta es la NAVIDAD.
Un Niño se nos ha dado, un Salvador ha bajado en busca de nuestra alma, para hacerla de nuevo
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
ETERNAMENTE DICHOSA, colmada y feliz en los dulces regazos del Padre Celestial. Nosotros,
felices con Él, y Él gozando de nosotros, sus hijitos más queridos”. Así sea.
Pero la Ascensión de Cristo es día de gloria también para el linaje humano. Nuestro Jefe ha entrado
en el Cielo. ¡Qué honor para nosotros! Uno que es carne, hueso de nuestros huesos, ha penetrado
en el Santo de los Santos y está sentado a la diestra del Padre. La naturaleza humana, tan débil, tan
frágil en nosotros, se introduce en la vida íntima de Dios, por encima de todos los coros angélicos,
que con adoración se inclinan y presentan su homenaje. Y nosotros hemos de seguirlo un día. El se
nos adelantó para prepararnos una posada. Cristo todo lo quiere compartir con nosotros: su triunfo
final, su gloria junto al Padre. ¡Qué perspectiva!... Discípulo, di hoy a ti mismo: Él, que sube amo-
roso y blando con muestras de grande amor, volverá terrible con señales de gran vigor... Por tanto,
alma mía, en el día de la subida de Cristo al Cielo para ser tu abogado, acuérdate de su regreso para
ser tu juez.
b) El último camino: Nos dice (Lc 24, 5-6) “Jesús los condujo a Betania y, levantando las manos los
bendijo”. Siete semanas antes, en la noche del Jueves Santo, camino al Cenáculo y al Getsemaní,
Jesús había pasado por este camino de Betania, que entonces lo llevaba a la noche de dolor. ¡Qué
diferencia! Ahora este camino lo lleva al encuentro con la gloria del Padre. ¿Qué pensarán el Señor
y los discípulos al volver a recorrer este camino, ahora por última vez?
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Cenáculos del rosario
c) La bendición: Han llegado. Y también el momento de la despedida. Entonces Jesús quiere dar la
última bendición a los suyos. (Lc 24, 50ss) nos dice: “y, levantando las manos, los bendijo. Y mien-
tras los bendecía se alejó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos se postraron ante Él…” Todos se ponen
de rodillas y el Señor levanta las manos para bendecidlos. Con su mirada los envuelve una vez más,
como si quisiera estrecharlos en sus brazos salvadores, para llevarlos consigo. Sus manos siguen
todavía bendiciendo, cuando sus pies se separan ya del suelo y su figura sacratísima se eleva.
d) La última mirada. (Hch 1, 9) nos dice: “En presencia de ellos Jesús fue levantado y una nube lo
ocultó”. Una nube, plateada envuelve su figura. En la Biblia la nube es símbolo de Divinidad. Po-
dríamos decir que antes de subir, Jesús acaricia con su mirada una vez más aquel palmo de la tierra
en que están arrodillados los suyos y después recorre el país donde ha desarrollado su actividad.
¡El Gólgota! ¡El Templo! ¡Belén! ¡Qué mirada, la última del Salvador en la tierra! ¡Y que espectáculo
para los discípulos el Señor Glorificado! ¡Cómo lo siguen con el pensamiento, con el corazón, con la
mirada, hacia las alturas! Sus ojos brillan con alegría indecible e igualmente con inconmensurable
tristeza. Cristo ha alcanzado su meta: está junto al Padre. ¡Aleluya! Pero no verán más sus ojos dul-
císimos ni oirán más sus palabras de aliento. Se fue... hasta su segunda venida.
e) La última palabra, que cierra los momentos de despedida. Nos dice (Hch 1, 10-11) “...se les apare-
cieron dos hombres vestidos de blanco y les dijeron: ‘hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí mirando
al Cielo? Este que ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá como lo han visto subir al cielo” Parece
que estos Ángeles quisieran decirles: ¡Adelante! ¡Adelante! ¡No se queden ahí parados! ¡Piensen en
el encargo que se les hizo y cúmplanlo hasta que vuelva el Señor!
Nos hallamos aquí en el punto que va de los momentos dichosos de la despedida a la dura realidad
con sus gravísimos deberes. Pero ¡cómo ha cambiado para ellos el aspecto del porvenir! No podrán
ya olvidar nunca estos momentos. Su recuerdo los acompañará como una bendición, llenándolos
de gozo y dicha. “¡Volverá del mismo modo que lo habéis visto subir al cielo!” (Hch 1, 10).
CONCLUSION BIBLICA: ¡Que nos acompañe siempre el recuerdo de esos momentos, el recuerdo
de la última mirada del Señor, de su última bendición y de su gran promesa! ¡Volverá! Y cuando los
pesares de todos los días nos abrumen y nuestras obligaciones parezcan superiores a nuestras fuer-
zas, levantemos la mirada y ensanchemos el corazón. El Cielo nos sonríe, pronto volverá el Salvador
y nos dará la recompensa: “Subiendo a los cielos” reza el (Sal 67, 9) “se llevó al Cielo a los cautivos”.
SAN AGUSTIN: “Tienes un emperador que ya te precedió al Cielo; te abrió el camino que has de
seguir. Donde está la cabeza, allí están los demás miembros. Cristo sube al cielo adonde nosotros
le seguiremos”.
SAN LEON MAGNO enseña esta solemnidad: “Hoy no sólo hemos sido constituidos poseedores
del paraíso, sino que con Cristo hemos ascendido, mística pero realmente, a lo más alto de los Cie-
los, y conseguido por Cristo una gracia más inefable que la que habíamos perdido”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
JOSÉ MARTA ESCRIVA DE BALAGUER nos dice: “Nos recuerda la fiesta de hoy que el celo por las
almas es un mandamiento del Señor, que, al subir a su gloria nos envía como testigos suyos por el
orbe entero. Grande es nuestra responsabilidad: porque ser testigo de Cristo supone, antes que
rada, procurar comportarnos según su doctrina, luchar para que nuestra conducta recuerde a Jesús,
evoque su figura amabilísima”.
Esta responsabilidad de ser testigo de Jesús resalta muy bien en un episodio de la vida de SAN
FRANCISCO: “Oye”, le pregunta un campesino a San Francisco, que le salió al paso en un camino,
¿es verdad que eres el hermano Francisco de Asís?” “Sí”. “Pues entonces, cuídate de ser tan virtuo-
so como todos suponen, porque mucha gente tiene gran confianza en ti. De manera que te aconse-
jo que no haya nada en ti que no sea lo que de ti se espera”. Por toda respuesta, Francisco se desliza
del burro y se arrodilla ante el aldeano para besarle los pies en agradecimiento por la advertencia.
Para un cristiano, cada día que pasa es hacer un camino hacia lo alto. Cada momento de su vida
tiene una repercusión en la eternidad.
Estos son los pensamientos que mi Ascensión al Cielo debe evocar en ustedes. ¡La vida pasa tan
rápido! Quizás está probada por duros sufrimientos, quizás es disfrutada en un tranquilo biene-
star... de todos modos, ¡no durará mucho!, porque pronto llegará la hora fijada por el Eterno Padre
desde toda la eternidad, la hora de salir de este mundo para presentarnos ante Él. Entonces se
romperá el hilo que les tiene encadenados a la tierra e iniciará la definitiva, la eterna vida.
Hijos míos, vivir con la esperanza del cielo en el corazón, ¡eso sí es vivir! ¿Para qué desear conseguir
tantas cosas, si todas, a la muerte, deberán ser abandonadas? Pero, ¿qué importa perderles si lo
que se recibirá en cambio valdrá infinitamente más?
Para pensar en el Cielo con gozo, hace falta una renuncia sin tregua. Cuando Yo me despedí de mis
discípulos, a los cuales, a pesar de sus muchos defectos había amado intensamente, su corazón
estaba lleno de tristeza y de dolor. No comprendieron mis palabras anteriores hasta que el Espíritu
Santo les aclaró todo.
También ustedes, discípulos míos, desde hace muchos años reciben mis enseñanzas. Y todavía les
resulta difícil comprender que ser seguidor mío quiere decir abrazar una cruz, amarla, y, en el de-
sprendimiento de sí mismo y del mundo, prepararse a llegar a mi lado. ¡Cuánto desearía Yo que su
vida fuese un acto de amor incesante y un ejercicio continuo de fe de modo que cada día fueran
más santos!
Hay muchos allá arriba que les están esperando. Sus antepasados, familiares y amigos que ya alca-
nzaron la gloria del cielo. Esta subida al Cielo desde el lugar de purificación y tomados de la mano
de su ángel, es el evento mayor de toda su existencia.
Yo subí al Cielo, fui coronado de Gloria por el Padre y mi cuerpo glorificado recibió perfecta rep-
aración de todo lo que tuvo que soportar por la maldad de los hombres. También su cuerpo será
glorificado al final de los tiempos y recibirá su gloria en la medida que sirvió al alma de instrumento
de bien.
Créanme, discípulos míos, ninguno de los que por gracia de Dios y propia colaboración se han salva-
56
Cenáculos del rosario
do, tiene el más mínimo deseo de regresar a la tierra. Sin embargo, conservan intacto el recuerdo,
el deseo, y la posibilidad de ayudarlos a ustedes que viven aquí abajo. ¿Olvidar a sus amigos y pari-
entes todavía peregrinos en la tierra? ¡Jamás! El amor que une los beatos a Dios y entre ellos, es el
mismo que les une a los que viven todavía en la tierra.
Los beatos del Cielo ven a la luz de Dios todo lo que les pasa en la tierra y son iluminados sobre lo
que es bueno para ustedes. Este admirable conocimiento permitido por la Santísima Trinidad les
permite ayudarles a salvar y a santificar su alma. Ellos dan anticipadamente gracias a Dios por las
almas de sus queridos que saben que se salvarán. Interceden suplicando por ustedes al Padre Celes-
tial y a la Reina del Cielo todo lo que ustedes piden en relación con su eterna salvación.
Invoquen sin tregua a sus queridos difuntos y especialmente a los más santos. Habiendo llegado a
la cima de la montaña, son capaces de indicarles el camino a seguir. Y aunque ustedes sufren duran-
te este exilio, ¡jamás desesperen! porque Dios está a su lado, aunque no lo vean.
Cuando yo había desaparecido a la mirada de mis discípulas, mis palabras les volvieron a la mente.
Recordaron que les había dicho: “Es preciso y bueno para ustedes que Yo me vaya. De lo contrario,
no podría mandarles el Espíritu Consolador que les clarificara cada cosa”.
15. “¿DIOS MÍO, DIOS MÍO, POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? (Mt 27, 46)
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
¡En qué estado quedó Jesús después de la flagelación! Sus ojos hermosísimos que cuando miran
penetran hasta el fondo del alma y dicen tantas cosas... ahora están cerrados... muy hinchados y
llenos de sangre, que le cae por la cara, los ojos y la boca. Estaba de pie, pero encogido y atado.
Atadas también las Manos, una con otra y ensangrentadas. El cuerpo todo cubierto de heridas y de
manchas negras y las venas de los brazos muy hinchados de color oscuro, por varias partes, jirones
de carne, como desprendidos, en particular en el hombro izquierdo. Y su mirada divina, penetrando
el porvenir, descubre una multitud de almas, que han de ver en la visión de su pasión, la prueba
de un amor infinito, y cuya fe, reanimándose con la vista de tantas pruebas de amor, encontrará
también en esta contemplación valor para corresponder a ellos, aun a costa de cualquier sacrificio.
b) “Tengo sed” dice (Jn 19, 28). Jesús verdaderamente tenía sed. Era uno de los mayores tormen-
tos de los crucificados: los dolores físicos, la pérdida de sangre producen en la boca una tremenda
sequedad que aceleraba la muerte. Pero esta palabra de Jesús tenía, además, otro significado. Era
el cumplimiento de una profecía y era la expresión de la sed del Padre Celestial y de las almas, que
desde la entrada de Jesús en el mundo lo acosaba. La profecía se halla en el mismo (Sal 22, 16) que
dice: “Está seco mi paladar como una teja y mi lengua pegada a mi garganta; Tú me sumes en el
polvo de la muerte”. De la “sed de Dios” nos habla la introducción del Sal (63): “Dios, tú mi Dios, yo
te busco, sed de Ti tiene mi alma, en pos de Ti languidece mi carne, cual tierra seca, agotada, sin
agua”. De la sed de almas habló Jesús a la Samaritana a quien manifestó su sed de derramar de su
corazón esos torrentes de agua viva (Jn 4, 4) que debían apagar la sed de todos los hombres. Con
esta sed quiere Jesús incitarnos a servirle, a amarle y a consolarle.
c) “Padre mío, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Así oraba Jesús por sus en-
emigos, cumpliendo lo profetizado por Is (53, 12) que dice: “Ha tomado sobre sí los pecados de
todos, y ha rogado por los transgresores”.
d) “Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). Este grito supremo de Jesús Cru-
cificado se recalca en el salmo mesiánico (31, 6) que reza: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.
58
Cenáculos del rosario
603 Jesús no conoció la reprobación como si Él mismo hubiese pecado (cf. Jn 8, 46). Pero, en el
amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8, 29), nos asumió desde el alejamiento con rel-
ación a Dios por nuestro pecado hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: “Dios
mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34; Sal 22, 2). Al haberle hecho así solidario
con nosotros, pecadores, “Dios no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos no-
sotros” (Rm 8, 32) para que fuéramos “reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo” (Rm 5, 10).
616 El “amor hasta el extremo” (Jn 13, 1) es el que confiere su valor de redención y de reparación,
de expiación y de satisfacción al sacrificio de Cristo. Nos ha conocido y amado a todos en la ofrenda
de su vida (cf. Ga 2, 20; Ef 5, 2. 25). “El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por
todos, todos por tanto murieron” (2 Co 5, 14). Ningún hombre aunque fuese el más santo estaba
en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por to-
dos. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza
a todas las personas humanas, y que le constituye Cabeza de toda la humanidad, hace posible su
sacrificio redentor por todos.
SAN AGUSTIN dice: “Esta cruz de la cual está pendiente nuestro ¡Maestro se transforma en cátedra
en la cual Él nos da sus últimas enseñanzas!”.
Escuchemos a SAN BERNARDO: “Como doctor excelente, hace lo que Él mismo ha enseñado. Ora
no solamente por los que le han calumniado, sino también por los que le dan muerte. He ahí una pa-
labra que conviene grabar en el fondo de nuestro corazón, una palabra que hay que oponer a todos
los ataques y a todas las tentaciones de cólera: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
SAN AMBROSIO nos dice: “Mayor que la gracia pedida es la gracia otorgada; Jesús obra siempre
así. El ladrón pedía al Salvador que se acordara de él en su reino; y el Salvador le responde: “Estarás
conmigo en el Paraíso”. Donde está Cristo, allí está la vida, allí está el verdadero reino.
Y SAN JUAÑ CRISÓSTOMO expresa: “Ah, ¡qué palabra, oh Jesús, me dejas oír! ¡Estás clavado en la
cruz, y prometes el paraíso! Sí, nos responde, lo hago para que conozcáis la misericordia y la fuerza
que tengo en la cruz”.
Escuchemos a ORÍGENES: “María no podía tener otro hijo que Jesús; al decirle Jesús: “He ahí tu
hijo”, no le dijo: “He ahí otro de tus hijos, sino: He ahí tu hijo, el que has engendrado; porque quien
es verdaderamente cristiano, no vive de su propia vida, sino que Jesús vive en él”.
“hijos predilectos de mi Cenáculo, permaneced hoy conmigo al pie de la Cruz. Estoy junto a Jesús
que muere para abrazar con mi amor de Madre todo su inmenso dolor. Y me uno perfectamente a
Él para beber el amargo cáliz de su gran abandono. Aquí, bajo la Cruz, no están los amigos y los dis-
cípulos, no están todos aquellos que de tantas maneras fueron beneficiados por Jesús. Su mirada
divina está velada por esta amargura interior y tan humana. Y mi mirada de madre se abre como
extraviada buscando entre los presentes a alguno que pueda ofrecérsele para aplacar su dolorosa
sed de amor: “He buscado consoladores, pero no los he encontrado”.
Aquí; bajo la Cruz, no están las multitudes que lo aclamaban con hosannas, ni la gente que le acogía
con júbilo, ni las muchedumbres alimentadas por Él con su pan.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Hay, en cambio, un grupo de pobres hijos, cegados por el odio y excitados por sus jefes religiosos a
una ferocidad tan inhumana para hacerle más amarga la ingratitud y más profundo su abandono.
Así, para su dolor, las burlas; para sus caídas, el desdén, para sus heridas, los insultos; para su cuer-
po inmolado, el ultraje; para los gemidos de su agonía, las blasfemias; para la oblación suprema de
su vida, el desprecio y el rechazo.
El corazón de mi hijo fue desgarrado por este inmenso abandono antes de ser traspasado por la lan-
za del soldado romano. El corazón de la Madre está herido por un dolor tan grande, que no puede
aliviarlo la presencia de algunas personas fieles.
Yo siento latir su corazón inocente, veo su temor de niño asustado, su dolor de amigo y le estrecho
a mi corazón para sostenerle en la ayuda que está llamado a darme. La mirada de Jesús, que ya
va a morir, en el momento de su supremo abandono, desde la Cruz, se posa intensamente sobre
nosotros dos y se ilumina con su amor infinito: ¡mujer, he ahí a tu hijo! Y, bajo la Cruz, mi hijo ya ha
muerto estrecho a mi Corazón Inmaculado a mi nuevo hijo, que me ha nacido de tanto dolor. Así
¡todo queda cumplido!
Aquí, bajo la Cruz, donde os he engendrado, os quiero hoy, hijos míos predilectos. En el momento
en que la Iglesia está llamada a vivir las horas de su pasión y de su gran abandono, vosotros sois los
hijos que Yo le doy para consolarla y ayudarla. Por esto, con Juan, permaneced todos bajo la Cruz de
Jesús, junto a vuestra Madre Dolorosa. He aquí el verdadero Cordero de Dios, que quita el pecado
del mundo. Sobre el corazón de este manso cuerpo de víctima inmolada y crucificada pesaba todo
el pecado del mundo, toda la maldad, redimida por su Sacrificio.
“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Sobre el Corazón Divino de mi Hijo, tan quebrantado y
oprimido que sentía en la Cruz hasta el abandono del Padre, pesaba también la falta de correspon-
dencia y la ingratitud de su Iglesia, nacida como cándida Esposa, del seno de profunda pasión.
Porque, todavía hoy, Jesús continúa siendo abandonado, negado y traicionado en su Iglesia. Es ne-
gado por aquéllos que lo posponen a sus propias comodidades y sensualismos, a la búsqueda de sí
mismos, al placer de ser acogidos y aplaudidos. La soberbia lleva a muchos a negarlo con la palabra
y con la vida: “¡No conozco a este Hombre!”
Es traicionado también por aquellos pastores que no se desvelan por el rebaño a ellos encomenda-
do, que guardan silencio por miedo o por conveniencia y no defienden la verdad contra las insidias
de los errores y no protegen las ovejas del terrible flagelo de los lobos, disfrazados de corderos. Es
abandonado por tantos sacerdotes y religiosos que abandonan el estado de su excelsa vocación
y, no viviendo en la fidelidad a sus compromisos, se dejan guiar completamente por el espíritu del
mundo en que viven. Es negado y rechazado por muchos laicos que profanan su matrimonio, que
evitan los hijos con medios reprobados por el Magisterio de la Iglesia; que escandalizan a niños y a
jóvenes con drogas, pornografía y música impúdica y satánica; que siguen ideologías de moda, y
se rebajan y comprometen en su afán de obtener siempre el aplauso de todos. En verdad, se repite
hoy el Viernes Santo, en una forma inmensamente más grande y universal, todo lo que sucedió en
los momentos de la pasión y de la muerte en la Cruz.
60
Cenáculos del rosario
A un gesto de entonces, corresponden miles de gestos ahora. Por eso en su cuerpo místico, que es
la Iglesia, Jesús continúa repitiendo el grito doloroso: “¡Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Es también el dolor de vuestra Madre Celestial, que hoy se renueva, viendo cómo se repiten en la
Iglesia los mismos sufrimientos probados por Jesús en este día de su Viernes Santo.
¡Ved si hay un dolor semejante al mío! Participad en mi angustia por la propagación del pecado, por
la apostasía que crece de día en día, por la pérdida de fe de muchos, por la infidelidad que aumenta
como una marea y sumerge las almas.
Nunca, como hoy, oh Iglesia, has sido tan semejante a tu Esposo Crucificado. Esta es también para
ti la hora de tu agonía, de tu abandono, de tu dolorosa muerte en la Cruz. Mas, en tu Viernes San-
to, junto a ti está la Madre Dolorosa, que te conforta y vela en oración en la firme esperanza de tu
cercana y gloriosa resurrección, cuando finalmente Mi Corazón Inmaculado triunfara al lado del
Corazón Misericordioso de mi Hijo. Así sea”.
“Un día”, escribe en una de sus memorias, “una alumna nueva llegó a nuestra escuela. Cuando
Mary, mi amiga blanca, la invitó a jugar con nosotros, ésta meneó vivamente la cabeza y se negó.
Y apuntando el dedo en dirección mía, me dijo: ‘No quiero jugar con esa “negra”. Esta fue la pri-
mera vez que oí la palabra. Era muy pequeña cuando esto sucedió, pero aún recuerdo la expresión
extraña que vi en el rostro de mis compañeras de juego. Algunas retrocedieron con una mirada
de espanto en los ojos. Otras me miraron de pies a cabeza y luego intercambiaban miradas entre
ellas... En cuanto a mí, me preguntaba con sorpresa qué había sucedido que pudiera cambiarme de
un modo tan repentino que mis compañeras me miraban con tal desdén... Entonces, se adelantó
Mary... y ¡me acarició la mano! Luego con sencillez y viveza, de modo que todos la oyeran, me dijo:
“No te preocupes, Isabel, ¡yo te amo!”...
b) Para la Biblia, pues, meta principal de la amistad debe ser la de LEVANTAR. Lo que incluye el
CORREGIR. (Prov 27, 6) nos dice: “Más leales son las heridas del amigo, que los besos del enemi-
61
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
go”. (Prov 27, 6). Y también el ACONSEJAR al amigo: “No cuentes con gente ociosa y perversa para
ningún consejo. Sino recurre siempre a un hombre piadoso, de quien sabes bien que guarda los
mandamientos, cuya alma es según tu alma, y que si caes, sufrirá contigo” (Eclo 37, 11).
c) Este texto, así mismo, nos da una estupenda definición del auténtico amigo: que sea una persona
piadosa y practicante de su fe. Que su alma sea según tu alma. Y, que si caes ella sufrirá contigo.
d) Escoge bien tus amigos, advierte la Biblia, y cuídate mucho del AMIGO FINGIDO: “Hay amigo
que sólo lo es cuando le tiene cuenta, y no persevera tal en el tiempo de la tribulación. Y amigo hay
que se trueca en enemigo” (Eclo 6, 8). “Las riquezas aumentan mucho el número de los amigos
pero del pobre se retiran aún los que tuvo” (Prov. 19, 4). Como también es preciso guardarse del
AMIGO MALO: “Anda con los sabios y serás sabio, quien frecuenta los necios se hará malo”, (Prov
13, 20). “El que toca la pez (es decir, el alquitrán) se mancha, el que convive con el soberbio, se hará
como él” (Eclo 13, 1).
f) Las amistades pueden ECHARSE A PERDER POR PROPIA CULPA: “El que tira una piedra contra
los pájaros, los hace huir así también el que hiere al amigo, rompe la amistad” (Eclo. 22, 20).
g) JESÚS NOS OFRECE LA MÁS SUBLIME AMISTAD: “No os llamo siervos... os he llamado AMIGOS”
(Jn 15, 15): una amistad que selló con su propia Sangre: “Nadie tiene mayor amor que el que da la
propia vida por sus amigos”. (Jn 15, 13).
b) Que no se niegue la propia amistad al hermano, especialmente al más pobre y necesitado: “Ha-
ceos amigos con el vil dinero para que os acojan en el Reino de los Cielos, “nos urge Jesús en (Lc 16,
9). Y en (Lc 14, 12) nos dice: “No inviten a cenar a sus amigos ricos... inviten a los pobres, ciegos,
lisiados, que no podrán pagarles, y grande será su premio en el Reino de los Cielos”.
CONCLUSION BIBLICA:
A cada alma que se le acerca repite Jesús la pregunta: “¿Amigo, ha qué has venido? (Mt 26, 50).
¡Que no sea nunca para traicionarlo con el beso de Judas!
2346 La caridad es la forma de todas las virtudes. Bajo su influencia, la castidad aparece como una
escuela de donación de la persona. El dominio de sí está ordenado al don de sí mismo. La castidad
conduce al que la practica a ser ante el prójimo un testigo de la fidelidad y de la ternura de Dios.
SANTO TOMAS DE AQUINO da esta bella definición de la amistad: “Es ese sentir al amigo como
otro yo”.
62
Cenáculos del rosario
Y SAN AGUSTIN advierte: “Si entre los amigos no hay compenetración en las cosas divinas, tampo-
co puede haberlas plena y verdadera en las cosas humanas”.
Y SAN AMBROSIO enseña: “Una amistad que puede acabar, nunca fue verdadera amistad”.
Famosa es la noble amistad que unía a SAN GREGORIO NACIENCENO Y SAN BASILIO MAGNO:
“Parecía”, escribe Basilio, “que en nosotros dos había un alma sola en dos cuerpos. Un solo querer
teníamos entre ambos, que era practicar la virtud y arreglar el fin de nuestras acciones a las esper-
anzas futuras, saliendo por este medio de la tierra mortal aun antes de morir.
El SANTO CURA DE ARS, a su vez, exalta el APOSTOLADO a través de la amistad: “Así como a vec-
es basta una sola conversación para corromper a una persona, no es raro tampoco que una conver-
sación buena la convierta o le haga evitar el pecado. ¡Cuántas veces, después de haber conversado
con alguien que nos habló del buen Dios, nos hemos sentido vivamente inclinados a Él y habremos
propuesto portarnos mejor en adelante!
Esto es lo que multiplicaba tanto el número de los santos en los primeros tiempos de la Iglesia; en
sus conversaciones no se ocupaban de otra cosa que de Dios. Con ello los cristianos se animaban
unos a otros, y conservaban constantemente el gusto y la inclinación hacia las cosas de Dios”.
El siervo de Dios JOSE M. ESCRIVA DE BALAGUER así interpela a un alma dirigida por él: “Andas
buscando la compañía de amigos que con su conversación y su afecto, con su trato, te hacen más
llevadero el destierro de este mundo..., aunque los amigos a veces traicionan. No me parece mal.
Pero... cómo no frecuentas cada día con mayor intensidad la compañía, la conversación con el Gran
Amigo, que nunca traiciona: ¡Jesús!”
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Si descubres tal amistad, consérvala y cultívala como un precioso tesoro. Pero, ¿dónde hallar tal
amigo?... Discípulo mío, hace tiempo que camino contigo. Te sigo dondequiera que vas y tú no lo
notas. Cuando tienes un problema lo hago mío y te ayudo, pero a otro le das las gracias. Si estás
triste, al verte así me entristezco y te consuelo, pero tú ni te fijas en la cantidad de lágrimas que
recojo de tus mejillas. Cuando estás alegre, Me alegro contigo y quisiera que supieras que estoy
siempre a tu lado, para que tu alegría perdure. A veces dices, “No tengo amigos”. Y me duele saber
que nunca me has buscado a Mí que quiero ser... tu sincero compañero y el amigo fiel que nunca
falla: ¡Yo, tu Jesús! Así sea”.
17. ‘’EL JUSTO MIRA POR LA VIDA DE SUS BESTIAS” (Prov 12, 10).
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Cenáculos del rosario
El sencillamente levanta la mirada, sigue el vuelo de los pajarillos que cruzan por el cielo, y exclama:
“Os digo: no os acongojéis... Mirad las aves del cielo cómo no siembran, ni siegan, ni tienen graner-
os, y vuestro Padre Celestial les alimenta. ¿Pues no valéis vosotros incomparablemente más? (Lc
12, 24). Como queriendo decirnos: ¡Hombres sabios! no os sonrojéis de aprender de unos pajarillos,
lecciones al vuelo del Padre bondadoso. Seguid con la mirada su vuelo. Así os veréis obligados a
levantarla al cielo. Y la cuestión es empezar... ¡para no bajarla más!”
SAN JUAN CRISOSTOMO enseña: “También los animales tienen su parte en los beneficios que Dios
ha concedido al hombre. Son las almas de los santos sumamente blandas y aman no sólo a sus
familiares, sino también a los extraños; de suerte que esta mansedumbre la extienden también a
los animales”.
¡Cuán llenos de compasión, en efecto, fueron los Santos para con estas humildes criaturas de Dios!
En la vida de SAN FRANCISCO DE ASIS, por ejemplo, se lee como un fiero lobo tenía aterrados a
todos los vecinos de un pueblo. ¡Cuántas ovejas blancas habían desaparecido entre sus dientes
crueles! Salió a su encuentro el bondadoso Santo, le acarició suavemente y le dijo: “Hermano lobo,
yo te mando, en nombre de Dios, que no vuelvas a hacer daño ni a las ovejas ni a los hijos de Dios..”.
El Serafín de Asís lo llevó consigo, y desde aquel día la bestia fiera no se apartaba de él. A veces,
algunos muchachos conseguían piedras y palos y querían maltratarlo. Pero el humilde lobo corría
a refugiarse junto al hábito de su santo amigo. Allí estaba tranquilo, seguro de que aquel fraile tan
santo no iba a permitir que nadie le hiciera mal.
Otra especie de lobo, el famoso “perro gris”, aparece en la vida de DON BOSCO. Era un animal sin-
gular. Se dejó acariciar, le obedecía, pero nunca aceptaba ni comida ni bebida. Y lo más maravilloso
era que siempre surgía de improviso, en circunstancias de extremo peligro, como aquella noche de
Noviembre de 1854, cuando dos asaltantes derribaron a Don Bosco y mientras uno lo sujetaba, el
otro lo amordazaba. Pero, de repente aparece el Gris ladrando furiosamente con ademán de hacer-
los pedazos...y los malhechores se echaron a correr. El misterioso perro no volvió, por treinta años,
pues Don Bosco no le necesitó más...Pero surgió otra vez el fiel “Gris”, un día que el Santo Don
Bosco, y con aplomo le guió hasta su destino. Fue la última vez que vio Don Bosco al animal que era
realmente una Providencia extraordinaria de Dios.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
SANTA MARTA BARAT, por su parte, miraba con amor las criaturas más humildes de Dios. Cuid-
aba los animalitos hambrientos y abandonados. Cuando se le decía que esto era cosa infantil, re-
spondía: “Mi principio es hacer feliz a toda criatura de Dios”.
Pero el caso más famoso de compasión con los animales es el de nuestro SAN MARTIN DE POR-
RES, maestro consumado de la caridad. Tenía organizada una enfermería para toda clase de ani-
males, a los que cuidaba con ternura y esmero. ¡Hasta puso un palito a la pata de un ratón para que
volviera a caminar! Y cuando el exasperado Superior de su convento estaba al punto de matar a
unos dañinos roedores, el Santo empezó a hablarles, prometiéndoles que se les dejaría con vida, a
cambio de que nunca volvieran a molestar en el convento. Y haciéndole caso los animales desapa-
recieron para siempre.
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Mis muy amados discípulos: Cada criatura en el universo, no solo el hombre, es una obra estu-
penda de ingeniería y de arte, en que ha puesto la firma para su Gloria infinita su insigne autor: el
mismo Dios. El sol, la luna y cada una de las estrellas; el oro, el diamante y cada una de las piedras
preciosas; la palmera que se eleva triunfante y el humilde musgo que besa la tierra; el león, como
la hormiga... llevan la firma del Hacedor supremo, escrita con letras de luz, con leyes físicas o con
procesos biológicos.
Dondequiera que extiendan la vista, ¡ustedes se inundan del esplendor de Dios! Esplendor que
tiene sus más bellos matices en los animales, en una araña que teje, en un colibrí que liba el néctar
y cuyo corazón late rítmicamente mil veces por minuto, y vuela hacia adelante y hacia atrás... y
en el zancudo que zumba por la noche y mueve las alitas mil veces por segundo, en el tigre que se
deja destrozar por defender sus cachorros o en la libélula que planea con gracia sobre la fuente, y
tiene un ojo con 25 mil facetas semejantes a otras ventanillas por las que dirige la mirada escruta-
dora... Pero tan fácilmente se familiarizan ustedes con el encanto de tantos seres, que llegan a no
asombrarse en su presencia y su contemplación. Observan sin fijarse y admiran superficialmente,
olvidándose que tanto vale el hombre, cuanto mayor es su capacidad de admiración...
Son más de un millón las especies animales repartidas por la superficie terrestre, todas perfectas
en su modo de ser, todas llenas de vida y alegría, y que dan muestras de la riqueza del poder y de la
sabiduría de Dios; todas puestas, de un modo o de otro, al servicio del hombre para que éste una a
la alabanza una estrofa de la gratitud.
Ustedes pueden disponer de todos los animales. De los domésticos pueden servirse como suelen:
para que lleven sus cargas, y les den leche y cuero; de otros pueden servirse para su alimentación:
no pecan quitándoles la vida, siempre que lo hagan sin crueldad y para este noble fin:... y a las fieras
y demás animales dañinos pueden eliminarlos en tanto y en cuanto lo exijan su seguridad y su recta
comodidad de reyes de la creación.
¡Tantos privilegios llevan consigo deberes! Tengan compasión con los animales y dulzura en su
trato; no descarguen sobre ellos el malhumor y los nervios; no torturen, ni maten sin necesidad a
un animal, lo que demuestran un grave desorden de su propio interior.
¿Es pecado se preguntan muchos el maldecir irritados a un animal que no quiera servirnos o, en
un caso dado nos perjudica? Puede serlo indirectamente, por su ira y falta de paciencia o por su
rebelión contra la cruz; y también puede serlo y por cierto gravísimo si la maldición llega a renegar
de Dios.
Tengan pues, a raya sus instintos pero también sus afectos. Aberración, contrasentido y síntoma
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Cenáculos del rosario
vehemente de profundo desvío es volcar demasiado afecto en los animales, exagerar en su afecto
hacia ellos, tratándolos como si fueran personas y hasta mejor que a sus semejantes...No faltan
ejemplos de quien ha hecho de su perro, su gato o su perico..., un ídolo, un dios, gastando en estos
caprichos sumas considerables que gritan venganza al cielo en un mundo donde todavía cunde
tanta miseria y hambre.
Tengan pues, discípulos míos, hacia los animales, esas humildes criaturas de mi Padre Celestial,
una actitud constante a invitación Mía y de los Santos, de respeto a la obra de Dios y de suavidad.
Y que el trato con los animales les ayude a conquistar el corazón de las personas aún más obsti-
nadas. Porque también las fieras son sensibles al servicio que se les presta, y no hay animal por
cruel que sea, que no se amanse por los cuidados que se le dispensan y no sienta agradecimiento.
¿No leyeron nunca la historia verídica de Androcles, esclavo romano, que por haberse fugado, fue
condenado a morir en el circo despedazado por las fieras? Un león, al cual había curado una herida
años antes, le reconoció y le defendió. El emperador, conmovido por esta muestra de gratitud de
un animal, libertó al esclavo y le regaló el león. ¡No sean ustedes menos sensibles que los llamados
“brutos” animales! ¡Ni menos agradecidos conmigo, el Cordero de Dios que les curó las heridas
fatales del pecado! Así sea”.
El secreto para ser siempre sereno, que consiste en la amorosa y paciente aceptación de la voluntad
divina y en la certera de que la vida no es más que un breve tiempo de pruebas, lo hallamos en (Eclo
2, 4) “Todo lo que te sobrevenga, acéptalo; y en los reveses de tu humillación sé paciente. Porque
en el fuego se purifica el oro, y los adeptos de Dios en el horno de la humillación”.
San Pablo enumera el dominio de sí mismo entre los dones del Espíritu Santo. Y a Timoteo es-
cribe: ‘Pero tú, conserva en todo la serenidad’. (2 Tim 4, 5). El Apóstol Santiago, por su parte, nos
pregunta: ¿”De dónde vienen tantas contiendas y litigios entre vosotros? ¿No provienen acaso de
las pasiones que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no lográis; ardéis en envidia, y no con-
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
seguís vuestros deseos; os combatís y os hacéis la guerra” (St 4, 1 2). En otras palabras: no estamos
serenos porque no dominamos nuestras pasiones.
‘Venid a MI exclama Jesús, todos los que andáis agobiados y faltos de paz, y Yo os aliviaré’. (Mt
11, 28) La presencia de Jesús, en efecto, entonces como ahora siempre irradia paz y serenidad. Un
gesto de su mano, una orden de su voz bastan para calmar las olas más tempestuosas del mar: “El
viento cesó y sobrevino una gran calma” (Mc 6, 51). Y Jesús sigue hoy dando serenidad. Ningún
remedio existe en el mundo que dé tanta serenidad al corazón como un largo rato que se pase ante
Jesús Sacramentado.
CONCLUSIÓN: ‘Acercaos a Dios’ es decir a su paz, serenidad alegría y paciente misericordia..., y
Dios se acercará a vosotros, leemos en (St 4, 8). Si pues, carecemos de serenidad, conviene PEDIR-
LA A DIOS, según el consejo del mismo Apóstol cuando escribe: ‘Si alguno entre vosotros carece de
sabiduría, pídala a Dios, que da a todos con esplendidez. Y le será otorgada’. (St 1, 5)
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Cenáculos del rosario
para poder mantener la paz en todas las circunstancias de la vida Descubre tú también la próvida
mano de Dios en cada cosa y verás que todo anda bien. Que todo está caminando para tu mayor
provecho espiritual. Quien está en las tinieblas busca la luz, pero el que camina constantemente a
la luz del sol, ¿qué más le hace falte?... Sea Dios el sol que alumbre continuamente tu vida. Ya que
tú estás sumergido en Él. No cierres nunca los ojos a esta Luz que ilumina tu alma. Confíate plena-
mente a Dios, a Él que nunca te abandona.
Pero, ¿en qué consiste, en definitiva, Me preguntarán la serenidad o estabilidad de ánimo? Es
la virtud que les mantiene inalterables y les hace dueños de sus pasiones y afectos, conservando
siempre la misma paz y tranquilidad en el alma, el mismo humor, la misma serenidad y alegría, la
misma caridad en su trato con los demás, en fin, el mismo ejercicio de virtudes que normalmente
practican,... y todo esto a pesar de las dificultades que les pueden sobrevenir y sin importar la per-
sona que esté a su lado. Es una virtud sumamente necesaria porque saben por experiencia cómo
su ausencia muchas veces, es la causa de sus caídas, la razón de sus humores, de sus salidas ex-
temporáneas y hasta de sus resoluciones equivocadas y funestas. (¡Cuánto daño no ha provocado
esta falta de dominio en su modo de ser! ¡Analiza tu pasado, y verás!... Y no busques excusas. No te
quejes de tener demasiadas preocupaciones, demasiadas cosas que arreglar, demasiadas pruebas
que superar. Otros, incluso más débiles e incapaces que tú, han sabido vencer obstáculos muchos
mayores.
Querido discípulo mío: ¡Sé siempre sereno y humilde! La serenidad es garantía de éxito, porque
todo lo que haces lo puedes medir. Y la humildad te atrae la ayude de Dios continuamente. Todo,
creedme, tanto en lo espiritual como en lo material, se resuelve mucho mejor con la paciencia,
la calma, la confianza la ilimitada esperanza y el optimismo, no separadas, claro, de la fuerza de
voluntad, que se exige en cada acción; pues es la bueno voluntad la que será premiada por Dios.
Cuando te encuentres atado por mil cosas que no puedes ni sabes resolver, y con tus nervios, quizás
a flor de piel, vuelve entonces tu mirada el Cielo y ora con fe. Si el niño llama en su ayuda a su papá
o mama, estos acuden y proveen. ¿Crees, acaso, que Dios Padre es menos próvido o seria sordo a
tus llamadas?
Una cosa te pido: no pierdas nunca la serenidad ni la paz, porque basta una persona inquieta o bra-
va para arruinar la paz de una familia mientras que, si la mamá especialmente es serena, se propaga
tanta tranquilidad que da armonía y alegría a todos.
Recuerda: el hombre justo vive de fe; y con la fe lo resuelve todo. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
a) AGRADARA DIOS EN TODO es una meta propuesta más de cincuenta veces en las páginas bíbli-
cas y que está implícitamente en todas. Es la obsesión más íntima por decirlo así que mueve a todos
los personajes de la Biblia. Encontramos esta expresión por vez primera a propósito de Abel y Caín:
“Yahvé, leemos en (Gn 4, 4) miró con agrado a Abel y su oblación, más no miró propicio a Caín..”.
En el libro primero de los Reyes (10, 9) oigamos cómo la Reina de Saba dice a Salomón: “Bendito
Yahvé tu Dios que se ha complacido en ti..”. Mientras que (Ecl 2, 26) sentencia: ‘A quien le agrada,
da Dios sabiduría ciencia y alegría...’ Pero, sobre todo el Nuevo Testamento desarrolla la noción de
AGRADAR A DIOS y lo propone como meta de la conducta del hombre.
b) Cuando Jesús bajó el Río Jordán se oyó desde el Cielo la voz del Padre, como un grito de júbilo
después de milenios en que el hombre le había dado sobre todo amarguras y desencantos, que
decía: ‘He aquí mi Hijo amado, EN QUIEN ME HE COMPLACIDO’ (Mt 3, 16). Y la misma expresión
se volvió a oír por la misma voz cuando Jesús se transformó en el Monte Tabor: ‘Tú eres mi Hijo
amado, EN QUIEN ME COMPLAZCO: ESCUCHADLE’ (Mt 17, 5). Es decir, que El Padre Celestial nos
dice aquí a nosotros: Escuchen a Mi Hijo, para que Él les enseñe cómo pueden ustedes también
complacerme.
En efecto, los Evangelios nos cuentan cómo Jesús no tuvo mayor anhelo que el de AGRADARA A
SU PADRE CELESTIAL reparando así, los disgustos dados por Adán y Eva y su descendencia. “SÍ,
Padre, repetía Jesús, porque así te agrada” (Mt 11, 26 y Lc 10, 21): y en (Jn 8, 29), Jesús nos revela lo
que puede considerarse el secreto más hondo de su existencia: ‘El que me ha enviado está conmi-
go: no me ha dejado solo, PORQUE YO HAGO SIEMPRE LO QUE LE AGRADA A ÉL’. San Pablo hace
esta amarga constatación a propósito de los Israelitas en el desierto en el tiempo de Moisés: “Dios
no se complació en la mayoría de ellos” (1 Co 10, 5). Y por esto nos alienta: “Demos a Dios el culto
que le agrada” (Hb 11, 6). Y a los Tesalonicenses (I Tes 4, 1) escribe: “Por lo demás, hermanos, os
rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene que viváis PARA AGRADARA
DIOS, según aprendiste de nosotros, y a que progreséis más”.
(Hb 11, 6) establece como principio general: ‘SIN FE ES IMPOSIBLE AGRADAR A DIOS’. Mientras
que a los Romanos incita: “Transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que
podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno. LO QUE LE AGRADA, lo perfecto”. Y, de sí
mismo, San Pablo nos dejó este hermoso testimonio: ¿’Busco yo el favor de los hombres o el de
Dios? ¿O es que invento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no
sería siervo de Cristo’ (Gal 1, 10).
CONCLUSION BIBLICA:
Esforcémonos, por todos los medios a nuestro alcance, por complacer a Dios en todos los actos de
nuestra vida. Si lo complacemos Él se complacerá en nosotros y seremos felices ya en esta tierra y
después, para siempre. Y COMPLACERLO significa: HACER EN TODO MOMENTO SU VOLUNTAD
y no la nuestra.
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Cenáculos del rosario
búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la rectitud de su voluntad, “un cora-
zón recto”, y
también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida.
Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que, reves-
tido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el testimonio de que Tú resistes
a los soberbios. A pesar de todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mis-
mo le incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para
Ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en Ti (S. Agustín, conf. 1, 1, 1).
COMPLACER A DIOS EN TODO. ¡He aquí el secreto de los Santos! Ante la abundancia de textos, es-
cogeremos el de un Santo que escogió precisamente como lema en su vida el de AGRADAR A DIOS;
SAN ALFONSO MARIA de LIGORIO. Así rezaba el Santo: “Señor, cuando mi alma esté dormida a
los dones eternos, despiértame el deseo de tu amor. Cuando mi corazón sea prisionero de aficiones
mezquinas, levántame hasta Ti. Cuando esté poseído de orgullo o amor desordenado de mí mismo,
dame el conocimiento de mi gran pobreza. En lugar de éxtasis o raptos, pon en mi oración la confi-
anza sencilla del necesitado. En vez de unión de las potencias dame, la gracia de no pensar, buscar
ni desear SINO LO QUE SEA DE TU DIVINO AGRADO”.
Y continúa diciendo el Santo: “Los que viven sólo en la complacencia de lo inmediato, cuando actúan
lo hacen desde la intención de contentar a los jefes, de conquistar honores, de allegar riquezas o
satisfacer caprichos. Los amigos de Dios, por el contrario, sólo tienen ojos para agradarle a Él. No
te baste con hacer cosas buenas, si además puedes hacerlas con la recta intención de agradar al
Señor, como se dijo de Jesús: ‘Todo lo hizo bien’. Quien obra solamente con el fin de complacer
a Dios, sitúa en el segundo plano el éxito personal, con lo cual no se turba aun cuando fracase,
pues siempre logra el primer fin que deseaba. Si quieres saber cuándo buscas ante todo hacer la
Voluntad de Dios, atiende a estas señales: La primera: si conservas la mente ecuánime lo mismo si
triunfas que si fracasas. La segunda: si te alegras del éxito ajeno como si fuera propio. La tercera: si
no apeteces morbosamente ningún cargo honorífico. Y la cuarta: una vez realizada la acción, si no
buscas la aprobación ajena ni te turbas al verte censurado, poniendo tu justificación y tu alegría en
haberlo hecho puramente por Dios”.
Nada tan querido para Mí como la Gloria de Mi Padre, ¿cómo podría Yo negar Mi ayuda a quienes
la buscan y la quieren?
Vive, discípulo mío, para el Reino de Dios, para que Él pueda complacerse en ti y en muchas otras
almas. No te concedas la disculpa de que eres pequeño y miserable, pues toda criatura puede tra-
bajar para que el Reino venga. Todo está en trabajar en Mí y conmigo; Yo soy El que lo ha puesto
todo en movimiento. ¿No crees que si trabajas para Mí estaremos más unidos?
¡No! No vale la pena vivir sólo para los pequeños anhelos de la tierra: son demasiado cortos y
limitados. Pero, padecer trabajos y sufrimientos con el fin de lograr la gloria de Dios, su contento
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
y satisfacción, se convierte en ciertas almas, bajo el impulso del Espíritu Santo, en una verdadera
pasión. Esta Gloria de Mi Padre por la cual di Yo la vida está ahora en vuestras manos. Depende de
lo que hagáis vosotros, criaturas hechas para conocer, amar y servir con fidelidad.
Todo esto, ¿verdad?, es muy distinto de lo que tú te imaginas que es necesario para amarme. ¡Dis-
cípulo! Simplifícate dulcemente en mi Presencien, con un amor despierto. Tú subes que siempre
estoy contigo. Y piensa que aún cuando hagas todo lo que te resulta posible para consolarme y am-
arme, este “todo” es poca cosa en comparación con lo que Yo te doy al recibir algo de ti. Y así está
bien. Es bueno que el infinitamente Poderoso se inclina sobre las necesidades de un hijo, de una hija
suya pequeña y débil, pero llena de deseos de ser proveída.
Deseen, discípulo mío, que hoy tenga Yo corazones vacíos de sí mismos, pero llenos de Mí. ¡Y sé
tú mismo una de ellos! Muchos son los que Me invocan por algún favor, pero pocos los que Me
traen un corazón encendido de amor, de celo y de agradecimiento. ¿De cuántos entre ellos podré
Yo decir: “éstos son los Míos”? Por algo se dice de Mí: “habiendo amado a los suyos, los amó hasta
el extremo”. Así soy Yo. Por eso te repito y te suplico: ¡sé mío! para que disfrutes “hasta el fin”, e
infinitamente más después de tu muerte, de ese extremado Amor Mío, que es más que capaz de
Llevarte, ya en esta vida, a dulzuras jamás soñadas... Dulzuras del Amor de un Dios. Así sea.
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Cenáculos del rosario
Todos los santos, y sobre todo la Virgen María la “Virgen Fiel”, deben su grandeza a un conjunto de
pequeñeces, que ellos supieron aprovechar admirablemente. Al contrario, todas las grandes caídas
han tenido su origen en cosas tan pequeñas e insignificantes, que pasaron casi inadvertidas. Está
comprobado, en efecto, que el que descuida o desprecia lo pequeño tarde o temprano caerá.
Además, la BIBLIA nos enseña LA IMPORTANCIA DE LOS DETALLES y que es juzgado severa-
mente el que descuida aun el más pequeño detalle de los Mandamientos divinos. Jesús en (Mt 5, 29)
dice: “El que violare, uno de estos mandamientos, por mínimos que sean, y enseñare a los hombres
a hacer lo mismo, será tenido por el más pequeño en el reino de los cielos: pero el que los guardare
y enseñare, ése será tenido por grande en el Reino de los Cielos”. Porque, como explica (Eclo 19, 1):
‘El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco vendrá a caer en las grandes’.
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
CIC: 2044 La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio
y para la misión de la Iglesia en el mundo. Para manifestar ante los hombres su fuerza de verdad
y de irradiación, el mensaje de la salvación debe ser autentificado por el testimonio de vida de los
cristianos. ‘El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas realizadas con espíritu sobre-
natural son eficaces para atraer a los hombres a la fe y a Dios’ (AA 6).
a) DIOS DEBE SER SERVIDO tanto en lo pequeño como en lo grande, enseñan los Maestros de la
vida espiritual. “Raras veces”, observa SAN FRANCISCO DE SALES, “se ofrecen grandes ocasiones
de servir a Dios, pero pequeñas, continuamente”.
Y SAN JERONIMO explica: “También en lo pequeño se muestra la grandeza del alma. Por eso el
alma que se entrega a Dios pone en las cosas pequeñas el mismo fervor que en las cosas grandes”.
Y el Papa LEON TRECE nos pide: ‘Haz todas las cosas, por pequeñas que sean, con mucha atención
y con el máximo esmero y diligencie; porque el hacer las cosas con ligereza y precipitación es señal
de presunción; el verdadero humilde está siempre en guardia para no fallar aun en las cosas más
insignificantes. Por la misma razón, practica siempre los ejercicios de piedad más corrientes y huye
de las cosas extraordinarias que te sugiere tu naturaleza; porque así como el orgulloso quiere sin-
gularizarse siempre, el humilde se complace en las cosas corrientes y ordinarias’.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
el armazón. Con el tiempo la pequeña abertura va tomando mayores proporciones, originando gri-
etas y desplomes considerables. Al cabo la lluvia penetra a torrentes”.
c) LO GRANDE SUELE COMENZAR CON LO PEQUEÑO. El Siervo de Dios José María Escrivá de
Balaguer nos pregunta: “¿Has visto como levantaron aquel edificio de grandeza imponente? Un
ladrillo y otro. Pero, uno a uno. Y sacos de cemento, uno a uno. Y trozos de hierro. Y obreros que
trabajan, día a día, las mismas horas... ¿Viste cómo alzaron aquel edificio tan enorme?... ¡A fuerza
de cosas pequeñas!... Porque fuiste fiel en lo poco, entra en el gozo de tu Señor: son palabras de
Cristo. ‘¡Fiel EN LO POCO!’, ¿desdeñarás ahora las cosas pequeñas si se promete la gloria a quienes
las guardan?”
Aquella viuda, discípulos míos, les enseña algo grandioso: cómo tocar el corazón de Dios con lo
único que ordinariamente tienen a su alcance: COSAS PEQUEÑAS: y cómo cualquier acción de su
vida por insignificante y banal que les parezca puede convertirse en algo que agrada sumamente a
Dios y, por ser grato a Él, es sumamente valioso.
¿Se dan cuenta de la gran cantidad de oportunidades que tienen de convertir el día más gris en
la jornada más valiosa y resplandeciente a los ojos de Dios?... Cosa pequeña es una sonrisa una
mortificación cualquiera, un detalle de delicadeza en la oración, el orden en el trabajo, la amab-
ilidad en el trato, una carta de felicitación o de aliento por un cumpleaños, un acto de contrición
sincero, un llegar a tiempo a la Eucaristía Dominical, y un apegarse estrictamente a las leyes de la
castidad matrimonial... Cosas pequeñas son: pedir a Dios por una persona que vemos en necesidad,
no criticar por ningún motivo, no dejarse arrastrar por chismes, evitar la más mínima mentira y el
más leve movimiento de cólera, el saber dar las gracias, el no ser susceptibles... ¿Y no se concreta
también el espíritu de mortificación en pequeños sacrificios a lo largo del día: sobriedad en las co-
midas, puntualidad en el trabajo, afabilidad en el trato, orden y cuidado en los instrumentos que
se utilizan en el cumplimiento del deber...? En esta fidelidad en lo pequeño, que cada día se les
presente, prueba el discípulo mío si de verdad Me ama y si es apto para recibir lo grande: el reino de
los Cielos. Yo permanezco siempre atento a lo que quieren ofrecerme con amor y rectitud, por in-
significante que sea porque, definitivamente, la santidad ¡no consiste en hacer milagros ni ejecutar
cosas extraordinarias, sino en ejecutar de una manera extraordinaria las cosas pequeñas comunes
y ordinarias que están al alcance de todos!
¡Estos son los verdaderos rayos que iluminan su vida y dan el encanto a su alma y estos pequeños
servicios, y acciones gozosas, silenciosas, del amor son mucho más cargadas de mérito, que muchos
grandes donativos en dinero y actos de brillo y de relumbrón! ¡Cuántas veces la práctica de esos ac-
tos extraordinarios y de una virtud heroica y resonante, queda convertida en un poco de humo de
soberbia, que echa a perder por completo todo el valor que de suyo podría tener! La fidelidad en las
cosas pequeñas, al contrario, suele proporcionar la seguridad de no perder en ellas, por vanidad o
vanagloria, el mérito que tienen.
Para Dios, discípulo mío, sólo vale la grandeza del corazón, la intención recta y pura del que obra. Tu
74
Cenáculos del rosario
grandeza no está en LO QUE HACES, sino en CÓMO lo haces. Pues bien, ama mucho el ejercicio de
esas virtudes pequeñitas, que más que fama y estimación, te servirán para formarte en la humildad,
sencillez y mortificación. Y así, como acostumbrándote a este dominio de las cosas pequeñas, es-
tará tu alma bien templada y preparada para las cosas grandes si Dios así lo quiere. Así se preparó,
María en la humildad de Nazareth, a enfrentar el Calvario con asombrosa fortaleza... Imítala en lo
primero, si quieres llegar a ser semejante a Ella en su segundo heroísmo, y merecer un día oír de
mi boca esas ansiadas y definitivas palabras: “has sido fiel en lo poco, entra ahora, bendito de mi
Padre, en el gozo de tu Señor. Así sea”.
b) El ejemplo de ISAIAS cuando habla al Rey Ezequías que está enfermo, nos recuerda el grave de-
ber de avisar a tiempo. Sin falsa prudencia ni rodeos. Isaías le dice al Rey: “Dispón de las cosas de
tu casa: porque vas a morir”. (Is. 38, 1) Y el aviso dio un lindo e inesperado resultado: tanto suplicó
a Dios el Rey que vio su vida prolongada muchos años más. En la parábola del pobre Lázaro, Jesús
nos describe el espantoso despertar entre las llamas del fuego eterno, del rico banquete-dor; al que
nadie en su último trance tuvo el valor de desengañar ya que éste suplica que le den, por lo menos,
el permiso de avisar a sus hermanos de la caducidad de la vida y la vanidad de los placeres.
c) San Pablo nos urge que sepamos ver la muerte, propia y ajena en la dulce perspectiva de la eterni-
dad. “Sabemos” escribe a los Corintios “que, al destruirse la casa terrenal Dios nos tiene reservado
un edificio no levantado por mano de hombre, una casa para siempre en los cielos. Sabemos que
mientras vivamos en el cuerpo, estamos aún fuera de casa o sea, lejos del Señor. Penetrados, pues,
del temor del Señor, tratemos de sincerarnos ente los hombres” (2 Co 5).
d) La Biblia. Además, impone el deber de Llamar al sacerdote para que el enfermo grave pueda con-
fesarse, recibir la Unción de los Enfermos y el Viático (es decir la Santa Comunión que le fortalece
y llena de dulzura su último “viaje”) Hay que llamar el sacerdote, pero, CON TIEMPO, y no esperar
que el enfermo esté agonizante o inconsciente. ¿Acaso no necesita éste, de todo su lucidez pera
preparar su alma al encuentro del cual dependerá su eterna felicidad o condena? Escuchemos a (St
75
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
5, 14-15) “¿Alguno entre vosotros está enfermo? Haga llamar a los sacerdotes de la Iglesia para que
oren por él después de haberlo ungido con óleo en el nombre del Señor. Y el Señor le reanimará. Y
si ha cometido pecados, le serán perdonados”.
1020 El cristiano que une su propia muerte a la de Jesús ve la muerte como una ida hacia Él y la
entrada en la vida eterna.
SAN AMBROSIO se expresa en su Tratado sobre el bien morir: “No te perturbe el oír el nombre de
muerte, antes bien, deléitate en los dones que te aporta este tránsito feliz. ¿Qué significa en reali-
dad para ti la muerte sino la sepultura de los vicios y la resurrección de las virtudes?”
SAN CIPRIANO exclama: “El que está lejos de su patria es natural que tenga prisa por volver a ella.
Para nosotros nuestra patria es el paraíso; allí nos espera un gran número de seres queridos. Allí nos
aguarda el numeroso grupo de padres, hermanos e hijos, seguros ya de su suerte, pero solícitos aún
de la nuestra”.
SAN FRANCISCO DE ASIS acostumbraba llamar a la muerte: “hermana muerte”, ya que es encar-
gada de abrirnos la puerta de nuestra verdadera casa: el Cielo.
Y SAN JUAN DE LA CRUZ sentencia: “Temen mucho la muerte los que aman mucho la vida de este
mundo y poco la del otro. Pero el alma que amó a Dios vive más en la otra vida que en esta, porque
el alma vive mas donde amó que donde anima”.
El siervo de Dios JOSE MARIA ESCRIVA DE BALAGUER nos alienta: ‘No tengáis miedo a la muerte.
Acéptala, desde ahora, generosamente, cuando Dios quiera, como Dios quiera, donde Dios quiera.
No lo dudes: vendrá en el tiempo, en el lugar y del modo que más convenga enviada por tu Padre
Dios’.
76
Cenáculos del rosario
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Mis muy queridos discípulos: Hoy vengo a recordarles que ante todo hay que ser siempre cris-
tianos, es decir, caritativos de verdad: y el verdadero amor exige que se proporcione a la persona
amada una dicha eterna, aun a costa de unos cuantos minutos de dolorosa verdad. La experiencia
confirma que, pasados esos momentos angustiosos para todos, los enfermos, ayudados por Mi
Gracia Divina se resignan, se vuelven a Dios y con admirable paciencia cuando no también con
alegría y filial acatamiento se someten santamente al dulce rigor de la divina voluntad que los lla-
ma: ¡cuán grande será su dicha, entonces, el constatar cómo el enfermo creyente se abandona con
generoso amor en los brazos de su Padre celestial Lleno de arrepentimiento, contempla y ama a su
Salvador Divino, que para él, por ganar el Cielo para él, se dejó inmolar en la Cruz. Y por último, en
fervorosos y dulces coloquios con el Espíritu Santo, del que procede toda santificación, sacrifica sin
reserva su propia voluntad.
Muchas personas, acobardadas por su falta de fe, impiden que sus familiares queridos hagan ac-
tos de virtud y ganen muchos méritos, cuando en forma imprudente les ocultan la proximidad de
la vida eterna. Hay que familiarizar al enfermo con la idea del cielo, con la confianza en Dios, con
el hecho de que sus sufrimientos le permiten hacer su purgatorio en la tierra, con las gracias que
atesoran para la eternidad, y con la gloria que proporcionan el Señor inmolando su vida para la
salvación propio y de los demás. Y si llegara el enfermo a impacientarse porque la muerte tarda en
venir, pregúntenle, entonces, qué es lo que prefiere: ¿Sufrir y contribuir así con la salvación eterna
de todos sus hijos, o verse librado de todo dolor, pero no aportar sus sufrimientos a la salvación
de algún hijo o nieto suyo que pudiera perderse eternamente? Los padres cristianos que aman de
verdad dirán: “¡Sufriré con gusto, Señor, todo lo que sea preciso, con tal que todos mis hijos estén
un día conmigo en el paraíso¡” ¡qué hermosa corona se labra un enfermo!, ¡qué méritos adquiere el
alma que padece y que, como víctima se sacrifica al Amor de Dios y a la salvación y santificación de
sus seres queridos.
Por eso, el demonio hace tantos esfuerzos y triunfa por medio de la sensiblería humana, robando
ese torrente de gracias a las almas próximas a comparecer en la Divina Presencia. ¡Lejos de ust-
edes, queridos discípulos, esas sensiblerías, esas actitudes cobardes capaces hasta de impedir a
sus familiares la conquista del cielo! Hay que dominar los sentimientos naturales y con una mirada
de fe ver los acontecimientos como venidos directamente de la mano de Dios para el bien de to-
dos. ¿Quién duda que Dios, infinitamente sabio y más amoroso que todos los padres, obra siempre
por amor y sabe el día y el momento de llevarles consigo? Cuando se vean en el caso de tener a su
alcance un enfermo de gravedad, aparten suavemente sus pensamientos de la tierra y háganle
familiares las cosas del cielo. Pero no imiten a ciertas personas tan imprudentes como indiscretas,
que sin consideración al estado angustioso del enfermo, abusando de su paciencia, lo fatigan y lo
intranquilizan.
El Espíritu de Dios es de paz y de suavidad; es espíritu consolador, que sabe llegar a lo más hondo
del alma sin lastimarla. Pídanme que les conceda este espíritu, y con él la enérgica dulzura y el valor
necesarios para ayudar a los enfermos con la mayor caridad posible, y salvar así a muchas almas
del infierno. Sí discípulos míos, la mayor muestra de cariño que pueden dar a los pobres enfermos
que ustedes aman es acercarse a ellos con sabiduría y prudencia e insistir en llevarle a Dios, que es
la dicha suprema. Así sea”.
77
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) San Marcos (6, 12-13) relata cómo Jesús “llamando a los doce, comenzó a enviarlos de dos en
dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros... y echaban muchos demonios, y ungiendo con
óleo a muchos enfermos, los curaba. (Mc 6, 7-13)
c) La Iglesia católica hace ahora lo que hizo Jesús y lo que hacían sus apóstoles, y así vemos que
cuando un cristiano enferma, la Iglesia le administra la Unción de los enfermos, con la que le unge
en nombre del Señor, para darle la salud del alma y a veces la salud del cuerpo. Tal como la misma
Biblia manda cuando dice, por boca del Apóstol Santiago: “¿Enferma alguno de vosotros? Haga lla-
mar a los sacerdotes de la Iglesia y oren sobre él, ungiéndole con óleo en el nombre del Señor, y la
oración de fe salvara al enfermo, y el Señor le hará levantarse y los pecados que hubiera cometido
le serán perdonados” (St. 5, 14).
1516 Solo los sacerdotes (obispos y presbíteros) son ministros de la unción de los enfermos (cf Cc.
de Trento: DS 1697; 1719; CIC, can. 1003; CCEO. can. 739, 1). Es deber de los pastores instruir a los
78
Cenáculos del rosario
fieles sobre los beneficios de este sacramento. Los fieles deben animar a los enfermos a llamar al
sacerdote para recibir este sacramento. Y que los enfermos se preparen para recibirlo en buenas
disposiciones, con la ayuda de su pastor y de toda la comunidad eclesial a la cual se invita a acom-
pañar muy especialmente a los enfermos con sus oraciones y sus atenciones fraternas.
1526 “¿Está enfermo alguno entre vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él
y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará
que se levante, y si hubiera cometidos pecados, le serán perdonados” (St 5, 14-15).
1527 El sacramento de la Unción de los enfermos tiene por fin conferir una gracia especial al cristia-
no que experimenta las dificultades inherentes al estado de enfermedad grave o de vejez.
1528 El tiempo oportuno para recibir la Santa Unción llega ciertamente cuando el fiel comienza a
encontrarse en peligro de muerte por causa de enfermedad o de vejez.
1529 Cada vez que un cristiano cae gravemente enfermo puede recibir la Santa Unción, y también
cuando, después de haberla recibido, la enfermedad se agrava.
1530 Sólo los sacerdotes (presbíteros y obispos) pueden administrar el sacramento de la Unción de
los enfermos; para conferirlo emplean óleo bendecido por el Obispo, o, en caso necesario, por el
mismo presbítero que celebra.
1531 Lo esencial de la celebración de este sacramento consiste en la unción en la frente y las manos
del enfermo (en el rito romano) o en otras partes del cuerpo (en Oriente), unción acompañada de la
oración litúrgica del sacerdote celebrante que pide la gracia especial de este sacramento.
1532 La gracia especial del sacramento de la Unción de los enfermos tiene como efectos:
• la unión del enfermo a la Pasión de Cristo, para su bien y el de toda la Iglesia;
• el consuelo, la paz y el ánimo para soportar cristianamente los sufrimientos de la enfermedad
o de la vejez;
• el perdón de los pecados si el enfermo no ha podido obtenerlo por el sacramento de la peni-
tencia;
• el restablecimiento de la salud corporal, si conviene a la salud espiritual;
• la preparación para el paso a la vida eterna.
a) El Concilio de Trento definió solemnemente, contra la doctrina de los protestantes, que la Unción
de los Enfermos es un verdadero Sacramento, instituido por nuestro Señor Jesucristo. Y no un rito
recibido de los Padres, o una invención humana.
b) El Concilio Vaticano Segundo precisó: “La Unción de los enfermos no es sólo el sacramento de
quienes se encuentran en los últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para
recibirlo comienza cuando el cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte por enfermedad o
vejez”.
c) La Iglesia, así mismo, nos enseña que a los que mueren de repente hay que procurar que se les
administre la Unción de los Enfermos, aunque hubiese transcurrido hasta una hora de tiempo. En
el Canon 1005 del Derecho Canónico está prescrito: “En la duda sobre si el enfermo ha fallecido ya,
adminístresele este sacramento”.
79
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
d) Y Este mismo Código establece: “Puede recibirse nuevamente este sacramento si el enfermo,
recobrada la salud, contrae de nuevo una enfermedad grave, o si, durante la misma enfermedad, el
peligro se hace más grave”.
San Clemente Hofbauer, el incansable apóstol austriaco, se halló en cierta ocasión junto a la cama
de un enfermo que rehusaba recibir los Santos Sacramentos. Todas las súplicas y amonestaciones
del Santo se estrellaron ante le negativa y repulsión del enfermo, que le exigía salir de su casa y que
le dejase morir según le viniera la gana. Pero el Santo se plantó y le dijo con energía: “No; yo no
salgo de aquí. He visto a muchos morir santamente en paz y gracia de Dios, y puesto que vuestro
fin esté cercano, quiero ver hoy como muere un condenado al infierno y cómo se lo llevan los de-
monios. Así podré contarle a otros para que ellos, sí, se conviertan”.... El enfermo, a estas palabras,
tanto se impresionó, que al poco rato no tardó en rendirse, y murió después con grandes muestras
de arrepentimiento.
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Mis muy queridos discípulos: vendré inevitablemente un momento en su vida en que el tiempo
de convertirse y de merecer se les escapará veloz de las manos, y se habrán de presentar ante Dios
para rendir estrecha cuenta de sus acciones. ¡Cuán felices, ustedes, entonces, si su pobre alma,
cual frágil navecilla a la deriva y a punto, quizás, de naufragar entre las agitadas olas de temores y
angustias sin cuenta encuentra en la Unción de los enfermos un sostén segurísimo al cual aferrarse
y mantenerse firme en medio de tan temible marejada¡
En efecto, si el haber muerto santamente es la mayor dulzura, el morir, sin embargo, es siempre
trabajoso; especialmente para aquellos a quienes atormente, en aquella hora, su mala conciencia
y el temor de lo que le esté aguardando. Porque enfrentándose aquel hombre cara a cara con la
muerte, se le abrirán los ojos, y estará obligado a mirar lo que quizás nunca había querido mirar
en la vida Y, sin embargo, mientras haya un suspiro de vida en ustedes, Yo nunca les abandono. Así
como el Bautismo es el Sacramento de la FE, y la Eucaristía el del AMOR la Unción de los enfermos
es el Sacramento de la ESPERANZA. Es como el último beso solemne que Yo vengo a estampar con
amorosos labios en el rostro demacrado del enfermo: es el postrer regalo capaz de infundir en su
alma todas las gracias necesarias de esta hora suprema es óleo de gracia, que cura y fortalece; es
cruz que santifica; es palabra de misericordia, que perdona y borra todo lo que por sensualidad han
cometido. Es como el resumen de los demás Sacramentos, porque es el gran Sacramento de Mi
piedad de Salvador en la hora tremenda de la pasión de mis hijos.
Y ¿cuáles son los efectos de la Unción de los enfermos en el cuerpo y en el alma de los que lo reciben
con devoción? En primer lugar este Sacramento confiere un AUMENTO DE LA GRACIA SANTIF-
ICANTE con tal suerte que la acción del Espíritu Santo borra los pecados veniales y aun los mor-
tales, si el enfermo está arrepentido, pero imposibilitado para confesarse. En segundo lugar, este
Sacramento alivia y fortalece el alma del enfermo, despertando en él una gran confianza en la
divina misericordia por la que, animado, el enfermo soporta con más facilidad las incomodidades y
trabajos de la enfermedad, y resiste mejor las tentaciones del demonio. ¿No era costumbre entre
los antiguos atletas ungirse con óleo antes de emprender las luchas del boxeo para adquirir más
flexibilidad en los miembros, y disponerse de este modo a obtener el triunfo y ganar el premio?
¡Qué finezas, pues, las del Corazón Divino para ustedes¡ Vio Dios Padre que sus hijos en la última
batalla de la vida tenían que enfrentarse con poderosos adversarios, y con delicadeza sin igual Me
mandó instituir un nuevo sacramento destinado a infundir celestiales energías, a los que, presos de
grave enfermedad, han de trabar la lucha suprema contra los asaltos del enemigo. Y, en tercer lugar
a veces, cuando conviene a la salvación del alma propia o ajena con la Unción el enfermo recobra
inesperadamente la salud del cuerpo.
80
Cenáculos del rosario
¡Cuántos no han experimentado este saludable efecto! A tal punto que Santa Bernardita que recibió
tan señalados favores de la Santísima Virgen de Lourdes, en su último enfermedad no mostró
ningún deseo de recibir este Sacramento, porque, habiéndolo recibido varias veces y recobrado
con él la salud decía: “temo que me cure, como lo ha hecho otras veces” (Deseaba morir para ver
en el Cielo a la Virgen).
Tienen ustedes, pues, queridos discípulos, el grave deber de procurar que reciban sus familiares
y amigos, la Unción de los enfermos, de ser posible antes de que pierdan la lucidez de la mente.
Porque Yo Jesús, ansío hacer sentir mi Presencia, mi Gracia y mi piedad en la hora tremenda de la
pasión de estos mis hijos. Por favor, les suplico, no les priven de esta medicina que disminuye los
terrores de la muerte, robustece el alma del moribundo para el último combate, y la purifica para el
paso del tiempo a la eternidad. Así sea”.
b) EL VANAGLORIARSE ES ROBAR A DIOS SU GLORIA. Debemos recordar que todo es puro don
de Dios y que de propio, sólo tenemos nuestros pecados y nuestra fragilidad: “Una voz dice: Grita
Y yo respondo es Isaías que habla en el (cap. 40, 6). ¿Qué he de gritar? ...Que toda carne es hierba,
y toda su gloria como flor del campo”. San Pablo, asimismo, escribe a los Corintios (1 Co 4, 7)”¿Que
tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿de qué te glorias, como si no lo hubieras recibido?
“Por lo tanto, concluye el Apóstol: “El que se gloríe, gloríese en el Señor. Pues no queda probado el
que se alaba a sí mismo sino aquel a quien alaba el Señor “(2 Co 10:17) “En cuanto a mí, se confiesa,
no me gloriaré sino de mis flaquezas”. (2 Co 12, 5)
c) ¡Cuántas veces no condenó el Divino Maestro la conducta hipócrita de los fariseos que ora-
ban, ayunaban, daban limosna y predicaban para ser visto por los hombres. Les reprendía porque
“aceptáis gloria uno de otros, y no buscáis la gloria que viene de sólo Dios” (Jn 5:44) Y les decía:
“Os dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones: porque lo que es
estimable para los hombres, es abominable ante Dios”.
81
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
d) ¿COMO DEBE COMPORTARSE, entonces, EL VERDADERO CRISTIANO?
En primer lugar: no sentirse gran cosa al obrar el bien: “Cuando hayáis hecho lo que os fue manda-
do, decid: “Somos siervos inútiles: hemos hecho lo que debíamos hacer”.
Segundo: Hacer el bien de la manera más discreta: evitando hacerse notar. Así lo notará y lo recom-
pensará el Padre del cielo: “Cuando oréis,... cuando ayunéis... cuando dais limosna, nos dice Jesús,
hazlo en secreto y el Padre que ve en lo secreto os recompensará” (M t 6:4).
Tercero: Ni siguiera debemos dar vuelta en nuestra cabeza al bien hecho, complaciéndonos de ello.
Ésta forma de vanidad, que puede clamarse interior, fue condenada por Jesús cuando dijo: “Que
vuestra mano izquierda ignore, lo que da la derecha”.
Cuarto: De lo contrario, Dios ya no nos daría ningún premio en la vida eterna; Ya tuvimos el premio
en el incienso humano: “ Estad atentos, nos avisa el Maestro divino, a no hacer vuestra justicia
delante de los hombres, para que os vean; de otra manera no tendréis recompensa ante vuestro
Padre que está en los Cielos”
(Mt 6:1)
CONCLUSION BIBLICA
Con San Pablo exclamemos: “En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de
nuestro Señor Jesucristo, por lo cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el
mundo” (Gal 6:14).
a) SAN AGUSTIN enseña: “Tanto se es favorecido por Dios, cuanto menor se presume de las propias
facultades” y SAN GREGORIO MAGNO advierte: “Temed con mucho cuidado por las buenas obras
que hacéis, no sea que por ellas busquéis algún favor o alguna recompensa humana, no sea que se
despierte en vosotros el deseo de alabanzas, y lo que manifestáis al exterior se quede interiormente
vacío de retribución. Muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por sus buenas acciones el
halago de los aplausos humanos, se desvía.., encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa
que en serlo realmente. Y aquello que había de ser un motivo de alabanza en Dios se le convierte
en causa de separación de Él”.
b) SAN JERONIMO dijo: “Debemos gozarnos y alegrarnos porque se nos prepara un premio en el
Reino de los Cielos que no conseguirán los que van detrás de la vanagloria”.
c) SAN JUAN Crisóstomo avisa que la vanagloria se encuentra más entre la gente piadosa que entre
la mala: “Todos los males mortifican a los hijos del diablo, pera el deseo de la vanagloria mortifica
más bien a los hijos de Dios”.
d) “Nada más ridículo, dijo el Santo Cura de Ars, nada más tonto que estar siempre dispuesto a
hablar de lo que se ha hecho, de lo que se ha dicho”.
82
Cenáculos del rosario
f) SANTO TOMAS DE AQUINO considera la vanagloria como uno de los pecados capitales, es decir,
raíz de los demás pecados. Y una de sus tristes consecuencias es que, cada vez que nos dejamos
acariciar por ella, lo que para algunos es como una droga indispensable y fatal, estamos pidiendo la
recompensa de aquí abajo: un mísero puño de satisfacción propia... y perderemos lo que realmente
cuenta: ¡el premio eterno!
Pero; ¡cuántas obras se quedan vacías de significado y de méritos porque las ha arruinado el gusano
del amor propio! ¡Cómo desea el hombre, después de una buena acción, aspirar a pulmones llenos
el humo del incienso que acaricia su vanagloria!
Discípulos míos, no caigan en esta trampa del amor propio que les quita a sus buenas acciones todo
el mérito para la vida eterna. Dios consideraría, en tal caso, que ya recibieron recompensa aquí en
la tierra. Y no es más que el miserable salario de un poco de vanidad y alabanza, ni siquiera sincera,
sino dicha o hecha para halagar a una persona y obtener de ella, luego, algún provecho.
Traten ustedes, más bien, que la intención de sus acciones sea siempre recta, simple y pura como
el agua cristalina que baja de los montes y corre límpida por entre piedras y peñas..., hasta el mar.
Ojalá: así sea de sencillo el motivo de sus acciones, sin falsedades, sin doblez. Inspiradas desde lo
alto lleguen, incluso a través de dificultades enormes, al Mar Infinito, o sea a Dios, que les ha inspi-
rado y guiado. ¡Qué riqueza de méritos acumularán actuando de esta manera, pues todo tendrá un
valor inmenso y todo será ampliamente remunerado! No cuentes ni recuerdes el bien que puedes
hacer, porque no eres tú solo, hijito mío, el que actúa, sino Yo quien te ayuda y te inspira.
No pretendo con esto decirte que debas esconderte para hacer el bien. Las buenas obras, hechas a
la luz del sol, deben mover a los hermanos a alabar a Dios, como se les dijo en el Evangelio: “Brille
sus obras delante de los hombres, no para que estos los alaban, sino para que alaben a Dios.
Recuerda y reza con particular fervor ese cántico que Mi dulce Mamá dedicó a Dios cuando se vio
elegida como Madre del Salvador: “Mi alma alaba al Señor... porque Él ha hecho en Mí grandes
cosas”. Este es el cántico de la verdadera humildad, pues, si bien no oculta lo que hay de grande, de
bueno, y de bello en cada criatura, se eleva con reconocimiento y afecto hacia el Creador, inspirador
y remunerador de toda obra buena: DIOS.
Estén, pues; siempre vigilantes para que si alguna vez llega el aplauso, sea a pesar suyo. Esto lo con-
seguirán si meditan con frecuencia que Dios, su Padre, es el testigo por excelencia de sus acciones.
Esto ya les debería ser suficiente recompensa y una poderosa motivación, para excederse en las
verdaderas obras en que se manifiesta su profunda caridad con el prójimo.
83
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Hagan, pues, a menudo un examen de conciencia para descubrir las verdaderas intenciones que
les mueven y las manchas de corrupción, de vanagloria que pueda haber en estas acciones. De
esta manera rectificarán su intención. Y todo en sus vidas, será hecho para la Gloria y contento de
Dios. No les vaya a suceder lo que a la nave, que ha realizado muchos viajes, escapado de muchas
tempestades, y ha acumulado muchos tesoros. Pero... en el mismo puerto, choca contra una roca y
pierde lamentablemente todas las riquezas que guardaba. Así, quien después de muchos trabajos
no aplaca el deseo de alabanzas, naufraga en el mismo puerto... ¡Que no sea así para ustedes! Que
mi bendición y mi aliento les acompañen siempre. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
b- La única mancha que desentona en este cuadro, conmovedor y grandioso del orden divino, es
el hombre pecador. Pero, a pesar de todo, Dios cuida de él con inconcebible magnanimidad y pa-
ciencia. Sigue “‘mandando su sol sobre buenos y malos y su lluvia sobre justos y pecadores” (Mt 5,
45). Lo que hace exclamar al autor del libro de la Sabiduría: “Tú amas todo cuanto tiene ser, y nada
aborreces de todo lo que has hecho.... ¿Y cómo pudiera durar alguna cosa, si Tú no quisieses? ¿Ni
cómo conservarse nada sin orden tuya?” (Sb 11, 25-26) Y el (Sal 22) exclama: “El Señor me pastorea,
nada me faltará…”.
c- Pero, ¿y las catástrofes que azotan a la humanidad? ¿El hambre de que mueren miles y millares
de personas? ¿No es enervante la doctrina cristiana relativa al cuidado que Dios tiene del mundo?...
Respondemos, con la Biblia:
- “Por el pecado entró en el mundo la muerte”, el desorden, la enfermedad, enseña San Pablo en la
carta a los (Rm 5, 12). La rebelión de Adán y Eva fue un verdadero terremoto. Afectó a la naturaleza
entera que, desde entonces, “gime en los dolores de parto... esperando ser liberada del destino de
muerte que pesa sobre ella”.(Rm 8, 21)
d- Sin embargo, el cuidado de Dios ¡no es una blanda almohada en qué descansar! Dios exige la
cooperación intensa del hombre. Sus designios, sus permisiones, ya tienen en cuenta el esfuerzo
constante del hombre. La doctrina del gobierno supremo de Dios, pues, lejos de enervar, nos debe
llenar de orgullo y de preocupación, porque da amplio campo a una intensa actividad humana.
¡Cuánta hambre en el mundo causada por el egoísmo del hombre, por las guerras y guerrillas por
él provocadas!
CONCLUSION BIBLICA:
“Descargad, escribe San Pedro, en el amoroso seno de Dios todas vuestras solicitudes, pues el tiene
cuidado de vosotros” (1 P 5, 7) Dios está invisiblemente cerca del mundo. Más cerca de lo que imag-
inamos. Sigue obrando aún hoy día. Por, tanto la creencia en la fatalidad es necia y errónea, lo
mismo, que la creencia en el acaso y en los horóscopos. Al contrario, con San Pablo estemos firme-
mente convencidos que “Todo concurre para el bien de los que Dios ama”, porque Dios sabe sacar
bien del mal.
85
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
(Ap 3, 7); “hay muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se realiza” (Pr
19, 21).
307 Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su providencia confiándoles
la responsabilidad de “someter’’ la tierra y dominarla (cf Gn 1, 2628). Dios da así a los hombres el
ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su armonía
para su bien y el de sus prójimos. Los hombres, cooperadores a menudo inconscientes de la volun-
tad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino
también por sus sufrimientos (cf Col 1, 24).
Entonces llegan a ser plenamente “colaboradores de Dios” (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino (cf Col
4, 11).
a) Escuchemos a SAN AGUSTIN: “Dios conoce mucho más que el hombre qué es lo qué conviene a
cada tiempo; qué casa ha de otorgar, añadir, quitar, rebajar, aumentar, disminuir y cuándo; inmu-
table en medio de las cosas mutables, las crea y las gobierna; hasta que la hermosura de todo el
universo, para el cual vienen a ser particular las cosas que son adecuadas a tal o tal época, termina
como una grandiosa melodía de un artista inefable”.
d) SANTA FRANCISCA DE CHANTAL, aún en las circunstancias más adversas, demostraba una con-
fianza profunda: “Cielo y tierra pueden pasar, pero es eterna la palabra de Dios. Él nos ha dicho que
si buscamos su reino, nos proveerá de lo demás. Yo lo creo, y confío en ello. Y cuando las cosas
apretaban mucho, solo se le oían éstas palabras: “Dios es fiel, Dios es fiel”.
CONCLUSIÓN: Digamos siempre, con SAN CIPRIANO: “¿Quién teme del mundo si tiene en medio
del mundo a Dios por protector?”
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Discípulo mío: Los designios de Dios son inescrutables y ningún hombre tiene derecho a juzgar su
conducta. Sin embargo, Yo quiero iluminarte, para que puedas bendecir al Señor en cada ocasión,
sea esta buena o mala, ante tus ojos.
Tú sabes que la Providencia dirige y vela por la vida de cada criatura y que “hasta los cabellos de tu
cabeza están contados”. También la vida de cada familia, de las naciones y del mundo, son dirigi-
das y gobernadas del modo más perfecto y conveniente para la Gloria de Dios. El mundo entero es
como una gran unidad que culmina en el divino querer. Cada cosa tiene un fin preciso y bien defini-
do. Ley universal que regula tanto lo particular como el todo. Lo que puede tornarse en daño para
uno, puede ser beneficioso para otro.
86
Cenáculos del rosario
A tus ojos humanos, discípulo mío, las cosas y los acontecimientos no asumen, quizás, un aspecto
muy claro, porque tú tienes corta la vista. Sólo pasado un tiempo estás en situación, de juzgar los
hechos. Delante de Dios, al contrario, todo es claro y límpido. Nada es oculto. Nada incierto. Él ve
con seguridad. No existe para Él, la incertidumbre, la duda con respecto a alguien.
Es cosa muy sencilla juzgar los sucesos, cuando se sabe y se ve, con la máxima claridad, el pasado,
el presente y el futuro. Así es para Dios. El hombre, al contrario, recuerda, mal las cosas pasadas, di-
rige a duras penas las presentes y desconoce las futuras. Fiarse, pues, de Dios y dejar en sus manos
la propia voluntad es cosa de gran importancia. Significa llevar a cabo, el propio destino, del modo
más feliz.
Discípulo mío amado: Nunca te angusties por un acontecimiento que, a tu parecer, se presenta
mal. Tú no conoces el futuro. No eres capaz de medir las consecuencias de todo lo que sucede: Lo
que para ti es desagradable y tal vez sumamente doloroso, puede ser muy ventajoso para otros.
Alégrate, pues, y acepta todo lo que te pasa sin rebelarte. Deja que Dios mismo, como Maestro que
es, lo resuelva. Busca sólo el beneplácito de Dios, porque sólo en Él reside todo bien.
Te muestro el ejemplo de mi Santa Mamá. Ahí tienes a una jovencita que no conoce varón, dedi-
cada totalmente a Dios, a quien ha consagrado junto con su Virginidad la vida entera. A Dios le ha
agradado muchísimo su ofrenda. Pero, la pone en una situación en que, desde el punto de vista de
los hombres, nada le queda de tal privilegio. Mi Madre no puso demasiados “por qué”. Pudo haber
preguntado: “Pero, Señor, ¿por qué me inspiras una cosa así y luego me pides hacer otra?” No.
María obedece y con su “Sí” hace posible que Dios lleve a cabo su plan de redención. Tú también,
haz siempre lo mismo en tu vida. A la llamada, a la invitación de Dios responde: “Señor, aquí es-
toy”. No digas: “¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuando?”... No te preocupes, no te inquietes, no razones ni
sueñes. Acepta y sigue adelante con confianza. A lo mejor, antes era de una manera y, ahora, con-
viene que sea de otra. Mira, Dios no se equivoca, ni puede equivocarse.
Sí discípulo mío, el que pone la mano en el arado y luego se vuelve para atrás no llega a la meta es-
tablecida. Mira siempre hacia adelante y déjate guiar por Él que está en lo alto y tiene la vista más
larga que la tuya. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
a) La pregunta, hecha por Dios a Caín, debería resonar siempre a nuestros oídos:... “¿Dónde está tu
hermano Abel?”... Caín, irresponsable y malcriado, contestó: “¡A saber!; ¿Soy acaso el guardián de
mi hermano?”... Dios le hizo comprender que sí: “Habla la sangre de tu hermano y desde la tierra
grite hasta Mí”. (Gn 4, 9-10); Grita a Dios la sangre de tantos hermanos nuestros, acuchillados en
el alma por la maldad de sus propios pecados. Gritan y nos suplican: “¡Ayúdanos a resucitar a la
vida de Cristo!... Si tapamos el oído a estos gritos; no queriéndonos ocupar más que de la propia
salvación,... ¡Dios nos pedirá cuenta, también de esa sangre!
b)” ¡Sepan esto escribe el Apóstol Santiago! el que endereza a un pecador de su mal camino, salvará
su alma de la muerte y conseguirá el perdón de muchos pecados” (St 5, 20). En otras palabras: el
que no aparte al pecador del mal camino... tampoco su propia alma salvará.
c) ¡Cómo nos alienta el Apóstol SAN JUDAS en el versículo (23) de su carta!: “Traten de convencer a
los que duden y SÁLVENLOS, arrancándolos de la condenación”.... ¡Que responsabilidad más terri-
ble carga aquí el Apóstol sobre nuestras frágiles espaldas!.... Qué palabra más poderosa: ¡Arrancar
de la condenación al hermano extraviado!
d) San Pablo, muy consciente de que Jesús en la Obra de la Redención nos hizo corresponsables,
escribe a los Colosenses (1, 24) “Completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”.… ¿Qué
falta? ¿Acaso la pasión de Cristo no alcanza para redimirnos? ¡Jamás! ¡Una sola gota de Su Preciosa
Sangre bastaba sobreabundantemente para redimirnos a todos! El hecho es que Jesús QUISO que
su propia expiación fuese encarnada, prolongada y actualizada, para los pecados de los hombres de
hoy, a través del inestimable tesoro del sufrimientos de su Cuerpo Místico, la IGLESIA. ¡Sufriendo
nosotros, damos a Jesús la oportunidad de REVIVIR ENTRE NOSOTROS, de sufrir nuevamente en
esta HUMANIDAD SUPLEMENTARIA, que nosotros representamos para Él!: “Ya no vivo yo, sino
Cristo en Mí” exclama San Pablo, en una identificación mística total con Cristo.
Conclusión mística: A todos y cada uno Jesús invita insistentemente: “Ven a trabajar en mi viña” (Mt
20, 4) Quiere decir: Denme una mano para salvar a los hombres de hoy.
a) El Papa PIO XII dedicó una encíclica entera, la del “CUERPO MISTICO DE CRISTO”, para explicar
nuestra corresponsabilidad en la eterna salvación de los demás. En esta encíclica se halla una de
las frases más famosas de Pio XII: “Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará
bastante: que la salvación de muchos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de
los miembros del cuerpo místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto, y de la colaboración de los
pastores y de los fieles, sobre todo de los padres y madres de familia, con lo que vienen a ser como
cooperadores de nuestro Divino Salvador”.
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Cenáculos del rosario
b) Y el Papa sigue explicando: “No hay que pensar que la Cabeza, Cristo, estando colocada en tan el-
evado lugar, no necesita de la ayuda del Cuerpo. Porque también de éste místico Cuerpo cabe decir
lo que San Pablo afirma del organismo humano: “No puede decir... la cabeza a los pies: no necesito
de vosotros” (1 Col. 12, 21).
Hay que afirmar, aunque parezca completamente extraño que Cristo también necesita de sus
miembros. Nuestro Salvador, quiere ser ayudado por los miembros de su Cuerpo Místico en el de-
sarrollo de su misión redentora. Lo cual no proviene de insuficiencia por parte suya, sino más bien
porque Él así lo dispuso. Porque mientras al morir en la cruz concedió a su iglesia el inmenso tesoro
de la redención, sin que Ella pusiese nada de su parte; en cambio, cuando se trata de la distribución
de este tesoro, no solo comunica a su Esposa (la Iglesia) la obra de la santificación, sino que quiere
que en alguna manera provenga de Ella”... Y llegado a este punto de su meditación el Papa inserta
su ya citada frase: “Misterio verdaderamente tremendo…”.
c) En su cuarta aparición en Fátima; el 13 de Agosto de 1917; la Virgen María volvió a insistir en el
rezo del Rosario y que hiciéramos sacrificios por los pecadores. Antes de elevarse y desaparecer,
la Virgen dijo a los niños: “Mirad que van muchos almas al infierno POR NO HABER QUIEN SE
SACRIFIQUE Y RUEGUE POR ELLAS”. En otras palabras la Virgen nos recordó el mismo misterio
tremendo del cual nos habló el Papa Pio XII: QUE HAY ALMAS QUE NO SE SALVARÁN PORQUE A
NOSOTROS NOS DA PEREZA HACER ALGO PARA ELLOS.
d) El Papa SAN JUAN PABLO SEGUNDO, que en repetidas ocasiones ha visitado Fátima, la última
vez en 1990 dijo a propósito de este Mensaje: “María, Nuestra Madre Celestial, vino a Fátima para
sacudir las conciencias... vino a socorrernos, porque muchos, por desgracia, no quieren acoger la
invitación del Hijo de Dios para volver a la casa del Padre. ¡ESCUCHEMOS LA VOZ DE LA MADRE
DEL CIELO! ¡QUE LA ESCUCHE TODA LA IGLESIA¡ ¡QUE LA ESCUCHE LA HUMANIDAD ENTERA!
¡QUE SE MANIFIESTE UNA VEZ MÁS EL INFINITO PODER DEL AMOR MISERICORDIOSO¡”
Discípulo mío, también a ti te necesito... ¿No sientes sobre ti la suplicante mirada de mis
ojos?...¿Esquivarás mi mano que te pide ayuda?... Y, ¿qué es lo que te pide?; algo muy sencillo!:
Que Me permitas revivir en ti de las tres maneras que Yo empleé en la tierra, y que la Iglesia te ha
recordado el Miércoles de las Cenizas, es decir, con tu ORACION SUPLICANTE, con tu PENITENCIA
EXPIADORA y, sobre todo, con la limosna de tu AMOR REPARADOR. Con estas armas hacemos,
juntos, brechas en el alma del pecador aun más endurecido.
Regálame tus ORACIONES. ¿Te interesas de un modo particular por algunas personas? ¡Háblame
de ellas con insistencia y con amor! ¡Si me pides almas, cómo podría rechazarte! ¡Sería trabajar en
contra de Mi propia obra redentora! Pero, invítame a que sea Yo el que reza, en ti y contigo, a Mi Pa-
dre Celestial. Como cuando en el silencio de la noche o desde el alto de la cruz le suplicaba: “Padre
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Que nadie se pierda de aquellos que Tú me has confiado…”. “Padre, perdónales, porque no saben
lo que hacen”. Conmovido por las amorosas súplicas de Este, Su Hijo bienamado en quien halla
todas sus complacencias, súplicas que ya no serán mías, sino tuyas, ni tuyas sino mías... Mi Padre,
entonces, inundará a ese pecador con un diluvio de gracias y favores.
¡Que se ofrezcan al Padre, sin cesar, Mí preciosa Sangre y las Lágrimas de Mi Madre Dolorosa!
“ iPadre, por la Sangre de Jesús, por las Lágrimas de María, salvad las almas!” ¡Las gotas de Mi
Sangre son un pagaré en sus manos! ¡Depende de ustedes que lo cobren! Este pagaré no vence
hasta el fin del mundo, y el alma que vive en gracia de Dios, puede cobrarlo en cualquier lugar, en
cualquier momento, hasta el día de su muerte, aunque ignore cuando esto ocurra. Empéñese, pues,
cada uno en hacer uso de su pagaré (lo más frecuentemente posible). Invoquen también al Ángel
de la guarda de aquellas personas necesitadas de conversión, para que Este les hable al corazón y
les inspire deseos de regresar a Mí. Permíteme, además, discípulo mío, seguir sufriendo en ti para
los que siguen pecando hoy. Ofréceme, pues, tus pequeños y grandes sacrificios, porque rezar, no
basta ¡Las almas se compran! Y... ¡A caro precio! No se regalan. Juntos lograremos la conversión
de tu esposo bebedor, de tu hijo o nieto drogadicto... si tú renuncias a unos cafecitos, golosinas o
refrescos..., ofreciéndome estos gustitos en unión con mi sed en la cruz. ¿Tienes un cónyuge infiel,
un hijo atraído por la pornografía, una hija que vive en unión libre?... ¡Mortifica, entonces, tu carne,
tus caprichos, renunciando hasta a legítimos diversiones y placeres. Puede ser tu programa preferi-
do de la Televisión, tal música que tanto te gusta o esa excursión o viaje de placer, tan añorado...
Piensa en tu Jesús, que ayunó por ti cuarenta días en el desierto. ¡Encuentra en esto negarte a tu
diversión! No digas que Yo, soy muy exigente. Todo es pasajero, sólo quedan los sacrificios que uno
hace por aquellos que quieren conducir a Mi camino¡¡Dame siempre nuevos y frescos sacrificios! Si
hay personas que viven a tu lado y te hacen sufrir, recoge estos sufrimientos y ofrécelos al Padre en
unión con los Míos. Devuelve siempre el bien por el mal, vence con amor la maldad, la rebelión y
cualquier defecto. El dolor de los pecados también fecunda a las almas, el sencillo deseo, el suspiro
por su salvación, todo contribuye, porque la voluntad del alma es ya amor. Hasta con el ofrecimien-
to del trabajo que van a realizar durante el día, pueden salvar almas...
Pero, ¡sufran sonriendo! Esto es lo que significa “perfúmate la cabeza” ¡Que nadie se de cuenta, que
nadie lo vea, que sea el secreto de nosotros dos! ¡Cuántas conversiones no concederá mi Padre a
aquellas almas que saben soportar sonriendo, en unión conmigo, los incesantes sacrificios!
Pero, permíteme, sobre todo, ofrecer a Mi Padre por medio de ti, las perfumadas limosnas de un
Amor reparador, que le harán olvidar las amarguras que le causan tantos pecadores. Hay un hilo
conductor que une a Dios con el alma: LA GRACIA. Cuando un alma la posee, todo lo que realiza
asume un valor divino, porque Yo mismo, entonces, actúo en esa alma. Sólo le hace falta darle a sus
acciones una motivación originada por el AMOR y el deseo de darle a Dios consuelo y reparación
para otras almas. De este modo amarán a las almas como Dios las ama: desinteresadamente y por
ellas mismas. Si amas así, todo se hace fácil. El verdadero amor no conoce medidas, es ingenioso y
perspicaz. Todo sirve a quien ama. Cualquier sugerencia o inspiración de lo alto tiene en su corazón
una resonancia sincera y solícita. Todo se transforma en oro entre sus manos y en su corazón.
Discípulos míos, la vida en la tierra es corta y nunca vuelve ¡Aprovechen, pues, cada oportunidad
y cada manera para salvar las almas! ¡Esfuércense por ello! Si cada cristiano salvara las almas por
las cuales Yo cuento con él, ¡ni una alma se condenaría!... Yo, por mi parte, les prometo que cuando
oren, sufren y amen por el rescate de los pecadores, serán siempre escuchados: cuando pagan un
precio suficiente, que varía de pecador a pecador. Las gotas de sangre de sus sacrificios no solo
caerán en las lámparas de esas almas perdidas, sino también en Mis heridas ardientes de fiebre, y
actuarán en ellas como bálsamo refrescante: Y el Hombre Dios, que Soy, les dará las gracias por eso
Y se sentirá en deuda con ustedes. Entonces, por decirlo así, Ustedes Me habrán comprado, obliga-
do y comprometido con sus favores. Han llenado el Corazón de Mi Padre y el Mío con una felicidad
desbordante: la alegría que hay en el Cielo por un sólo pecador que se convierte, por un sólo Hijo
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Cenáculos del rosario
pródigo que mi Padre creía perdido y que, gracias a ustedes, ha vuelto al abrazo de su Corazón pa-
terno. O ¿creen ustedes, acaso, que no es nada trabajar para la alegría de un Dios? Así sea”.
b) EL SEÑOR ABOMINA A LOS HECHICEROS: Deuteronomio (18, 10) reza: “No ha de haber na-
die que practique adivinación, astrología, hechicería o magia, ningún encantador ni consultor de
espectros, ni adivino, ni evocador de muertos. Porque todo el que hace estas cosas es una abom-
inación para Yahvé tu Dios. “Y el segundo libro de los Reyes comenta, a propósito del Rey impío
Manasés: “Practicó los presagios, hizo traer a los adivinos y hechiceros, haciendo mucho mal a los
ojos de Yahvé y provocando su cólera”.
c) DIOS PROHIBE QUE SE CONSULTE A BRUJOS, aunque sea para obtener algo bueno o eliminar
lo malo. Leemos en Levítico (20, 6) estas severas palabras: “Si alguien consulta a los hechiceros y
a los adivinos, prostituyéndose en pos de ellas. Yo volveré mi rostro contra él y le exterminaré en
medio de su pueblo”.
d) DIOS CASTIGA A LOS QUE RECURREN A LOS SERVICIOS DE UN BRUJO. Saúl va en busca de
una mujer que tiene espíritu de Pitón. Pero, “cayó de bruces en el suelo” y, poco después, herido
por los filisteos y viéndose perdido, se suicidó “arrojándose sobre su espada” (1 S 2, 20 y 34, 4)
Sobre el ya mencionado Manasés, dominado por la superstición, ‘’¡Yahvé hizo venir a los jefes del
ejército del rey de Asur, que apresaron a Manasés con ganchos, lo ataron con cadenas y lo llevaron
a Babilonia” (2 Cro 33, 11) Esta prueba le abrió los ojos: “Cuando se vio en angustias quiso aplacar a
Yahvé, su Dios, humillándose profundamente en presencia del Dios de sus padres. Rezó a él y Dios
le concedió que volviera a Jerusalén y reinara nuevamente”
e) Si Dios prohíbe recurrir a brujos, para librarse de un maleficio, ¿QUE ACONSEJA LA BIBLIA?...
En, primer lugar: Vivir siempre en gracia de Dios, bien arrepentidos y confesados. “Sabemos, es-
cribe San Juan en su primera carta (5, 18), que contra un hijo de Dios el Maligno no puede nada”. En
segundo lugar, seguir la advertencia del Divino Maestro: “Esta clase de demonios de ningún modo
puede irse sino mediante la ORACION Y EL AYUNO” (Mc 9, 29)
91
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
CONCLUSION BIBLICA:
Para romper un hechizo, sólo a Dios debemos recurrir, usando los medios recomendados por El.
Dios, es un Dios celoso. No permite que se vayan a mendigar favores al demonio. Lo que se hace
cuando se recurre a un brujo, para que éste deshaga hechizos de otro: “Yo no quiero avisa San
Pablo que ustedes entren en comunión con los demonios. Ustedes no pueden beber al mismo
tiempo de la copa del Señor y de la de los demonios. ¿ACASO QUIEREN PROVOCAR LOS CELOS
DEL SEÑOR?” (1 Co 10, 20).
1673 Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una per-
sona o un objeto sea protegido contra las asechanzas del maligno y sustraída a su dominio, se
habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf Mc 1, 25s; etc.), de Él tiene la Iglesia el poder y el oficio de
exorcizar (cf Mc 3, 15; 6, 7.13; 16, 17). En forma simple, el exorcismo tiene lugar en la celebración
del Bautismo. El exorcismo solemne sólo puede ser practicado por un sacerdote y con el permiso
del obispo. En estos casos es preciso proceder con prudencia, observando estrictamente las reglas
establecidas por la Iglesia. El exorcismo intenta expulsar a los demonios o liberar del dominio
demoníaco gracias a la autoridad espiritual que Jesús ha confiado a su Iglesia. Muy distinto es el
caso de las enfermedades, sobre todo síquicas, cuyo cuidado pertenece a la ciencia médica. Por
tanto, es importante, asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, de que se trata de un presencia
del Maligno y no de una enfermedad (cf. CIC, can. 1172).
a) San Ignacio de Antioquía, testigo de los primeros siglos, nos trae el mensaje lleno de optimismo
QUE EN CRISTO VENCEMOS TODO PODER MALÉFICO. “A la luz de Cristo, escribe el Santo, se
desvaneció toda magia y se rompió todo vínculo de maldad. Se suprimió la ignorancia. Se derribó
el reino antiguo, el de las tinieblas al manifestarse Dios en forma humana para traer la novedad de
la vida eterna”.
b) Pero, San Juan Crisóstomo nos recuerda que SI UN BAUTIZADO COMETE UN PECADO MOR-
TAL, SE ARROJA, ÉL MISMO, NUEVAMENTE BAJO LA POTESTAD DEL DEMONIO: “De la misma
manera que la nave, una vez roto el timón, es llevada a donde quiere la tempestad, así también el
hombre, cuando pierde el auxilio de la gracia divina por su pecado, ya no hace lo que quiere, sino lo
que quiere el demonio”.
c) El Santo Cura de Ars explica: “El demonio es un gran perro encadenado, que acosa, que mete
mucho ruido, pero que solamente muerde a quienes se le acercan demasiado”.
d) Aunque mucha supuesta brujería, no existe más que en la fantasía de la gente o en las engañosas
palabras del brujo que codicia su dinero, la Tradición y la vida de los Santos prueban que existen
CASOS DE VERDADERA BRUJERIA, OBRA DEL DEMONIO. Leemos en la vida del Santo Cura de
92
Cenáculos del rosario
Ars, que él, en 1840, arrojó, de una mujer, a un demonio. Este increpó al Santo diciéndole, en pres-
encia de ocho testigos: “ ¡Ah!, cuánto me atormentas, pero mutuamente nos hacemos la guerra....
Eres un ladrón de las almas; me has arrebatado más de ochenta mil!..”. Y preguntado sobre el autor
de las brujerías y magia negra, contestó: “Soy yo... Todo esto es asunto mío”.
Sí, existen verdaderos brujos, mal de ojo y hechizos. No tantos como suponen algunos “credu-
lones”, que en cualquier contrariedad sospechan de algo raro. Eso, sí, más de lo que creen ciertos
espíritus fuertes que, habiendo perdido la fe de las gentes sencillas, a quienes Mi Padre revela sus
secretos, se hinchan de ciencia humana y osan poner en duda hasta la misma existencia del diablo,
tan repetidamente por Mí afirmada y tan presente, desde las primeras hasta las últimas páginas de
la Biblia.
Me preguntarán, ¿qué hacer para librarse de algún supuesto maleficio? En primer lugar, oigan bien,
por ninguno motivo deben acudir a otro hechicero para que éste deshaga el maleficio. ¡Claro! que
éste puede lograrlo... pero, ¿a qué precio?... ¡Al precio de un pecado grave! ¡Al precio de su alma!
El brujo, lejos de arreglar la situación les hundiría más y más en las garras de Satanás, del cual pre-
tendían liberarse. Este, muy astuto, sabrá esperar su hora, para cobrarles sus servicios: la hora de
vuestra muerte.
Hagan, lo que ahora les indicaré. Antes de todo, si hubieran perdido la gracia de Dios, vuelvan a
ella por medio de una BUENA CONFESION SACRAMENTAL. El permanecer en gracia de Dios es la
mejor defensa contra el demonio. Al recibir los Sacramentos, Yo mismo, revestido de todo mi pod-
er, vengo a aniquilar a su enemigo. En cuanto una persona frecuenta la Confesión y la Comunión,
el Maligno pierde todo poder sobre ella. ¿Comprenden ahora porque éste pone tanto empeño en
apartarles de estos Sacramentos, o en procurar que los profanen? Es preciso, insisto, para que una
casa quede liberada de maleficios, que todos, sin excepción, los que en ella moran, VIVAN EN GRA-
CIA DE DIOS, confesándose sacramentalmente, si es el caso.
En segundo lugar, QUITENSE DEL CORAZÓN TODA CLASE DE ODIO, por débil que sea, contra los
que sospechan que sean los causantes de sus desavenencias. Al contrario: REZAD PARA LA CON-
VERSIÓN DE LOS QUE LES OFENDEN.
Luego, recurran a la ORACION, humilde, confiada y perseverante. Nadie es capaz de vencer la fuer-
za del demonio sin oración. Ningún poder humano puede ser comparado con el poder diabólico.
Sólo el poder divino lo puede vencer y tan sólo la luz divina puede desenmascarar sus artimañas.
Pero, si Dios está con ustedes, ¿quién estará en su contra? ¿A qué poder maléfico deben entonces
temer?... Hoy, como hace dos mil años, les digo: ¡Animo! YO HE VENCIDO AL MUNDO.
Invoquen siempre a la VIRGEN INMACULADA y REINA DE LOS ÁNGELES. Entre Ella y la Serpiente
existe una perpetua enemistad. Permitan a vuestra Madre del Cielo, defenderlos y les ampare de
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
un manera especial, llevando la MEDALLA MILAGROSA y el ESCAPULARIO. Son regalos, nada
despreciables, de su maternal cariño y gran poder. Llamen también en su defensa a los SANTOS
ÁNGELES, de los cuales Ella es la Reina. Supliquen a SAN MIGUEL ARCÁNGEL, en particular, con
la oración compuesta personalmente por mi gran Papa LEON XIII: “Arcángel San Miguel, defién-
denos en la batalla: sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanza del demonio. Reprímale
Dios, pedimos suplicantes; y tú Príncipe de la celestial milicia, lanza al infierno, con el divino poder,
a Satanás y a otros malignos espíritus, que discurren por el mundo para la perdición de las almas.
Así sea”. La omisión, en la actualidad, de esta plegaria si ustedes no la suplen por otra equivalente,
contribuye a que el ángel rebelde, el diablo, siga con mayor libertad seduciendo y desviando la
mente de los hombres para que éstos continúen por la senda del pecado.
Y, por fin, no desprecien el uso de los demás SACRAMENTALES, desde siempre por mi Iglesia
recomendados. ROCIEN frecuentemente en toda la casa AGUA BENDITA. Esta lleva consigo mi
fuerza de Cristo Resucitado. “De ninguna cosa, decía SANTA TERESA DE Ávila, Doctora de la igle-
sia, huyen más los demonios, para no tornar, que del agua bendita”. Y como última recomendación
les aconsejo el uso devoto no supersticioso de las MEDALLAS DE SAN BENITO. Este gran Santo,
en atención a la caridad especial que siempre mostró hacía las infelices víctimas de sortilegios, fue
revestido por Mí de un poder especial. Recen a este gran Santo. Patrono de Europa. Invóquenle con
fervor, lleven su medalla, especialmente si sospechan que alguien enterró, en el solar de su casa,
ciertas cosas maléficas. Acudan, si es el caso, a experimentados Ministros de mi Iglesia. Nunca, lo
repito, a personas que practican hechicerías.
Como ven, discípulos míos, ¡cuántas ayudas disponen en su lucha contra los maleficios! A Ustedes
les toca, usarlos con inmensa fe, con devoción y perseverancia, repitiendo, además a diario, la
oración que Yo mismo les enseñé: “NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN, Y LIBRANOS DEL MAL.
Así sea”.
b) La segunda Palabra se encuentre en Juan (19, 25-27): “Junto a la cruz estaban su Madre y la her-
mana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto
a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: “MUJER, AHI TIENES A TU HIJO” Luego dice al
discípulo: “AHI TIENES A TU MADRE” Y desde este momento solemne María empieza su función de
Madre espiritual de todos los vivientes.
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Cenáculos del rosario
c) La tercera palabra se halla en Mateo, Marco y Lucas. Uno de los ladrones, crucificados al lado
de Jesús, lo insulta. El otro se arrepiente, cree en Jesús y da este sublime y humilde testimonio:
“Nosotros justamente sufrimos, pues pagamos lo que hemos hecho. Pero Este, es decir, Jesús, no
hizo ningún mal” Y añade: “Jesús, acuérdate de mí cuando vayas a tu reino” Jesús le respondió: “EN
VERDAD TE DIGO QUE HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAISO”
d) Jesús, víctima de expiación colgado entre cielo y tierra, se halla en el más espantoso abandono.
Hasta el mismo Padre parece no asistirlo más. Y se queja con las primerísimas palabras del salmo
(22), salmo del abandono, “DIOS MÍO, DIOS MÍO, ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO”; referidas
por Mateo, Marcos y Lucas.
e) Mateo, Marco y Juan comentan la quinta palabra: “Sabiendo Jesús que ya todo se había acabado,
para que se cumpliera la Escritura, dijo: TENGO SED”. Y le acercaron a la boca una esponja empa-
pada de vinagre.
f) Sólo Juan nos permitió conocer la sexta palabra de Jesús en la cruz: “TODO ESTA CUMPLIDO” (Jn
19:30). Cumplida está, exactamente, la misión que el Padre le había encomendado. Así, todas las
profecías del Antiguo Testamento.
En San Lucas hallamos las últimas palabras de Jesús, arrancadas del Salmo (31, 6): “Y dijo Jesús con
una gran voz: PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI Espíritu” (Lc 23, 46).
g) Una octava Palabra, que no fue Palabra inteligible, sino un fuerte grito, lanzó Jesús según Mateo
y Marcos, en el momento de expirar el último aliento de su vida.
Voy a repetirles las palabras que proferí en esas horas tan dolorosas: “¡Hijo, he aquí a tu Madre,
Madre, he aquí a tu hijo!”. El más hermoso regalo que podía Yo darles a los hombres en ese momen-
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to, era ese, darles una Mamá, Mi propia Mamá. Sí, en ese momento solemne Juan representaba a
toda la humanidad. Ella los acogió a todos en Su regazo, y los estrechó a todos contra Su Corazón.
Para comprender la grandeza de este regalo, deberían ustedes conocer la grandeza de mi Mamá,
según el orden de la naturaleza y el de la gracia...; ¡Sólo en el Paraíso estarán ustedes en condi-
ciones de comprenderla! Puedo decirles que nunca ha existido ni existirá jamás una criatura más
bella, más santa, más poderosa, más rica en gracia y amor que Ella. Dios mismo, en su Omnipo-
tencia, no habría podido crearla más perfecta, en Su Pureza Inmaculada y en su divina Maternidad.
La Naturaleza humana, en efecto, como si fuera un fusible, no hubiera resistido mayor corriente
de Amor. Reciban, pues este regalo maravilloso y acuérdense de su Madre. A Ella le he confiado a
cada uno de ustedes. A Ella, a la que tanto he amado y amo. A Ella que compartió Mis sufrimientos,
que me recibió muerto, entre sus brazos, que participó de tal manera de Mis penas que pudo ser
llamada con todo derecho, la Corredentora del género humano. ¡Mamá dolorosa, vela por tus hijos!
; Lávalos con mi Sangre, ponlos en tu Corazón, cúbrelos con tu manto...; ¡Que ninguno se pierda!
Han costado demasiado caro, a Ti y a Mí.
Después de haberles dejado este regalo, Yo pedí de beber... ¡Tengo sed! Es el grito que lanzo con-
stantemente a cada alma y al mundo entero. Tengo sed de ti, discípulo mío, de tu amor, de tu san-
tidad. Deseo habitar en tu corazón, establecer allí Mi morada. Deseo tu felicidad, tengo sed de tu
felicidad. Deseo que tú colabores conmigo en la salvación del mundo. Tengo sed de almas, de todas
las almas que he creado a Mi imagen y por cuya redención experimenté penas indescriptibles. Al-
gunos santos comprendieron Mi sed inextinguible e hicieron suyo mi grito. “Denme almas”, decían.
Y tú, ¿qué haces para calmar mi sed? ¿Qué haces para salvar las almas, para ayudarme a salvarlas?
¿Querrás permanecer indiferente frente a un moribundo que te pide de beber? ¡Oh, ayúdame, te
lo suplico! ¡Ayuda a mi Mamá! Haz todo lo que de ti dependa, todo lo que tú puedas. No vaciles en
hacer hasta el más pequeña sacrificio para ir en ayuda de tantas pobres ¡almas que sin esta miseri-
cordia tuya estarían miserablemente perdidas. A lo mejor es suficiente ese pequeño sacrificio, la
aceptación de tal sufrimiento en unión con los Míos, para conseguir un rayo de luz, una conversión.
¡Oh, ayúdame, calma mi sed! No te pido sufrimientos enormes. No te pido que dejes casa ni patria,
ni que seas flagelado, ni coronado de espinas, Sólo te pido que Me ames y que Me ofrezcas todo lo
que puedas... ¡Eso será el vaso de agua, que calmará la sed infinita del Divino moribundo!
Después de haber expresado con estas palabras que pocos comprendieron y comprenden cuán
grande era Mi deseo de amor y de almas, sentí todavía más cruelmente el abandono de Mi Padre
y lancé hacía Él ese grito: “Padre, Padre mío, ¿por qué me has abandonado? El Padre no podía
abandonarme puesto que estaba unido a Mí que era y soy Dios. Pero, eran tan grandes las mise-
rias que Me cubrían y tan fuerte, además, la repugnancia que Mi Divinidad sentía por ellas, que se
produjo en Mí como una especie de gran separación entre la Divinidad y la Humanidad. Y en este
momento de suprema desolación, estaban presentes ante mis ojos todos aquellos que, aplastados
por el peso del sufrimiento, piensan que Dios les ha abandonado. ¡Oh! Cómo comprendo Yo esa
pena y cómo quisiera hacerles comprender a todos, que Dios no les puede abandonar. En el dolor,
Él está más cerca de ellos. La separación del alma de Dios sólo puede producirse por el pecado.
Aún, esta separación, mientras que viven, no es más que aparente, pues Él no abandona jamás al
alma, porque es su soplo vital, algo que le pertenece. Sólo en el Infierno tiene lugar la separación
completa. Allí no hay respiración, pues la respiración del alma es Dios. Las almas de los condenados
no Lo sienten más, aún cuando Él permanezca presente, por su Justicia.
Alma que vive en la desolación, que piensa que Dios la ha abandonado, que no la ama más... ¡Venga
al pie de la Cruz, míreme, escúcheme. Yo la comprendo! Yo experimenté ese sufrimiento antes que
tú, Yo dije: “Padre, ¿por qué Me has abandonado?”... Desde lo alto de la Cruz, veía desencadenarse
sobre Mí la Justicia de Dios. Me veía en la más intensa desolación y sin embargo el Padre estaba
conmigo. ¡El sufría en Mí y por Mí, y Me amaba como Me ha amado desde toda la eternidad!... Si a
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Cenáculos del rosario
ti, también, bajo la presión del dolor, llegara a escaparse de tus labios algún grito de desesperación
y de angustia, míreme a Mí que te he sido un ejemplo en todo. Repite conmigo: “Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu”. Sí, confíe al Padre las penas que afligen a tu alma; pues aquéllas
son peores que las del cuerpo. ÉI está contigo y Yo también. Y te amamos. Mira al Cielo, mira dentro
de ti y Me encontrarás oculto en tu corazón para sufrir contigo. Mira en derredor y verás cuántos
sufren mucho más que tú. ¿No sabes que el sufrimiento puede transformarse en alegría cuando
haces de él, un medio para consolar y salvar a los demás?
“Todo se ha cumplido”. Sí, el sacrificio ya estaba hecho. Ya había pasado Mi jornada en la tierra
como lo había querido Mi Padre. Estaba listo para volver a Él, mi misión cumplida... Mis queridos
hijos, cada uno de los que vienen a este mundo, tienen una misión particular que cumplir. Cada
hombre ha recibido una tarea. Lo que uno rehúsa hacer no puede ser hecho por otro. Es importantí-
simo conocer lo que Dios quiere de ti y realizar Su voluntad en tu vida con toda la perfección que
seas capaz. Esto para que puedas llegar un día, a la cima del Calvario y decirme: He terminado mi
jornada de trabajo para el Señor, he cumplido mi misión. Ahora, Jesús, igual que al buen ladrón que
estaba a Ti fiado, confío que el Paraíso me espera”... Ya, entonces, te responderé, te lo prometo, por
los méritos infinitos de esa Sangre que derramé hasta la última gota en la Cruz: “Hoy, sí, hoy mismo
estarás conmigo en Mi Reino”. Así sea.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Con sobrada razón puede el Salmista exclamar que de la Misericordia del Señor está llena la tierra.
(Sal 33, 5) Dios, nos asegura la Biblia, ve la aflicción del pueblo, oye sus clamores, conoce sus an-
gustias y baja a salvarlo (Éx 3, 7). En otras palabras: está siempre misericordiosamente presente.
Su Misericordia, explica la Biblia con una profusión de adjetivos, es eterna, es decir sin límite de
tiempo; es inmensa, es decir sin límite de lugar ni de espacio; universal, lo que significa: sin límite,
de razas o aceptación de personas. Y, como el mismo Papa Juan Pablo segundo explica en la parte
bíblica de su Encíclica “DIOS, RICO EN MISERICORDIA”, es también infinita.
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
El Papa San Juan Pablo Segundo, de nacionalidad polaca como Sor Faustina, de la cual fue, como
Obispo y Cardenal, quien la beatificó el 18 de Abril de 1993 y canonizó el 30 de Abril del 2000 quiso
dedicar una encíclica entera, y una de sus primeras, a la Misericordia de Dios. He aquí un extracto
de esta encíclica que se llama: “DIOS, RICO EN MISERICORDIA”: “Infinita, pues, es inagotable la
prontitud del Padre en acoger a los hijos pródigos que vuelven a casa. Son infinitas la prontitud y
la fuerza del perdón que brotan continuamente del valor admirable del sacrificio de su Hijo. ¡No
hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera que la limite! Por parte
del hombre puede limitarla únicamente la falta de buena voluntad, la falta de prontitud en la con-
versión y en la penitencia, es decir, sin perdurar en la obstinación, oponiéndose a la gracia y a la
verdad, especialmente frente al testimonio de la cruz y de la resurrección de Cristo”
No he venido para los justos sino para los pecadores. He venido a encontrar lo que está perdido
y poner sobre Mis espaldas la Cruz cargada de los pecados de todos los hombres, para aliviar sus
propias espaldas.
Discípulos, créanme, Yo estaría dispuesto a morir no una, sino diez, cien, mil veces en el mismo
sangriento sacrificio, con tal de salvarlos a todos. ¿Por qué dudan tantas veces? ¿Por qué creen
imposible que Yo pueda resolver sus situaciones dolorosas? ¿Creen tal vez que Yo no pueda o no
quiera ya hacer milagros? ¿No soy acaso el mismo, ayer, hoy y siempre: el Hijo del Dios vivo? Crean,
discípulos, tengan confianza, crean en mi potencia, en mi Bondad y sepan que cuando todo parezca
humanamente imposible y todo perdido, a Mí me toca la última palabra. Siempre es una palabra
llena de misericordia que Yo pronuncio en favor de las almas, aunque Yo no haya sido suplicado
por ellas, sino por otros. Crean que a ninguna oración hecha, por ustedes o por los demás, Yo per-
manezco sordo. Utilizo hasta el más pequeño acto de amor y con él construyo el monumento de mi
bondad y de Mi misericordia.
Tengan fe y confianza. Y, créanme, ¡los amo! Ustedes son Mis hijos, son Mi conquista, el motivo de
Mi Pasión. ¿Cómo podría descuidar aunque fuera a uno solo de ustedes, cuando amo a cada uno
como si fuese el único en el mundo?
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Cenáculos del rosario
Discípulos míos, los abrazo y los estrecho contra mi Corazón. Sepan, que si Yo no dejo que le falten
las pruebas, es porque con ellas se fortifica su fe, aumenta su gracia. Y, cuando los veo en el su-
frimiento, Me veo a Mí mismo y a mi santa Mamá, mi Colaboradora y su Corredentora.
No se olviden que el sufrimiento, soportado en estado de gracia, los santifica y los hace grandes a
los ojos de Dios, hasta el punto de hacerlos alcanzar Mi estatura espiritual.
Les parecerán difíciles, quizás, las cosas que Les he dicho hoy, pero he encargado a Mi Mamá que se
las explique, para que cada uno las entienda muy bien en su corazón. Difundan, por favor, la devo-
ción a Mi Misericordia. Es un gran don y un gran medio que he dado a la humanidad. Mi Corazón
está traspasado y exasperado por los muchísimos pecados que se cometen y por las numerosísimas
almas que se pierden. Ahora he hallado este nuevo medio la devoción a Jesús Misericordioso y les
pido su ayuda como el mendigo pide la limosna. ¿Me quieren ayudar? Los bendigo desde ahora y les
prometo que producirá grandes beneficios espirituales en los que la difundan y obrará transforma-
ciones asombrosas y repentinas en aquellos que Me acojan con amor y agradecimiento. Supliquen
a Mi Santa Mamá para que los ayude a introducir en todas las casas mi Imagen de Jesús Misericor-
dioso, con la esperanza de entrar en el corazón de todos los hombres y hacerlos felices y salvarlos.
Estoy contento de que se apresten a honrar a Mi Mamá en su cercano mes de Mayo, llevándole las
más bellas flores. También Yo, durante Me vida mortal, Me sentía feliz de alegrarla ofreciéndole las
flores que recogía en Mis peregrinaciones. Sepan, además que aquí y en cada Cenáculo, en torno a
Ella, una falange de Ángeles y de Santos se unen a ustedes en la oración. Su perfume le proporciona
a su corazón esa alegría que las flores de los jardines o de los campos proporcionan a las mamás que
las reciben como regalo. Los bendigo a todos, queridos discípulos, y los aguardo siempre como su
Jesús Misericordioso para infundir en sus corazones paz, alegría y amor. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
lo rodean y por la de los hombres de hoy. Su palabra es una tremenda acusación contra esa gente
tan terca y cerrada. Leemos en Lucas (11, 24): “Jesús empezó a decir. Los hombres de hoy son una
gente mala. Piden una señal, pero no la tendrán. Solamente se les dará la señal de Jonás. Porque
así como Jonás fue una señal para los habitantes de Nínive, así lo será el Hijo del Hombre para
esta generación. En el día del Juicio la reina del Sur se pondrá en pie para acusar a toda esa gente,
porque vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien
que es mucho más que Salomón. Y en el día del Juicio los habitantes de Nínive se pondrán de pie
para acusar a toda esa gente, porque cambiaron su conducta con la predicación de Jonás, y aquí hay
alguien que es mucho más que Jonás”.
¡Cuán largo viaje hizo la Reina de Saba, como leemos en 1 Reyes (10, 1-10), para captar unas luces
fugaces de la sabiduría de Salomón! Y aquí está la Sabiduría eterna... ¡y tantos ignoran a Jesús MAE-
STRO! Pululan, hoy día, sectas del más diverso origen, color y mentalidad. Sectas protestantes,
gnósticos, maestros chinos, hindúes, coreanos, los de la “Nueva Era”... ¡y hasta los “extraterres-
tres”! ¡Con las doctrinas más aberrantes, esotéricas y extravagantes! Pero la gente corre tras de
ellos como abejas en pos de miel, dejando siempre más solo al Maestro de los maestros, JESÚS,
“en el cual, dice San Pablo, están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2, 3).
El Apóstol había previsto esta dramática confusión moderna, cuando escribía a Timoteo (2. 4, 3):
“Vendrán tiempos en que la gente no soportará la doctrina sana, sino que se buscarán un montón
de maestros según sus deseos. Estarán ávidos de novedades y se apartarán de la verdad para volv-
erse hacía PUROS CUENTOS.
“¡Cielos y tierra pasarán, pero MIS PALABRAS NO PASARAN! “avisó Jesús solemnemente” (Lc 21,
33). ¡Qué responsabilidad, la nuestra, al ser parangonados el día del Juicio con esos afanosos bus-
cadores de la verdad del Antiguo Testamento! Tuvimos la incomparable dicha, en la plenitud de los
tiempos, de conocer la Sabiduría humanada, hecha Persona. ¡Aquél que es infinitamente más, que
cualquier mortal!: JESÚS EL ÚNICO MAESTRO
CONCLUSION BIBLICA:
“Vosotros me llamáis Maestro y decís bien, porque lo soy” (Jn 13, 13) Acudamos a este Maestro, el
Rabí de Galilea, Él es “Camino, Verdad y Vida”, para que nos enseñe, precisamente, la VERDAD
SOBRE EL CAMINO HACIA LA VIDA. ¡Y no abarrotemos nuestra cabeza y las de nuestros hijos, con
tanta erudición fútil! “La sabiduría de este mundo es necedad delante de Dios” nos grita San Pablo
(1 Co 3, 19).
JUSTINO, el gran apologista del siglo segundo, que selló su fe con la propia sangre, cuenta que
después de estudiar los más diferentes sistemas de la sabiduría griega, no quedó satisfecho. Iba
meditabundo, un día por las orillas del Tibes; de repente lo llamó un anciano, a quién ya no volvió a
ver más. Este le recomendó el estudio de la Sagrada escritura, pues solamente por boca de Cristo
Maestro encontraría la verdadera sabiduría que su corazón anhelaba. Justino siguió la indicación
del misterioso consejero y dentro de poco tiempo fue uno de los más entusiastas devotos de la
verdadera sabiduría.
SAN AGUSTIN, ese otro gran buscador del infinito, dejó este testimonio: “El madero en que están
fijos los miembros del Hombre-Dios que muere, es también la cátedra del Maestro que enseña”.
100
Cenáculos del rosario
SANTA TERESA dejó escrito: “Juntaos junto a este buen Maestro y muy decididos a aprender lo
que os enseña, que su Majestad hará que no dejéis de salir buenos discípulos ni os dejará si no le
dejáis”... ¿No es exactamente, al pie de Jesús Misericordioso, BEBER DE SU BOCA lo que Él nos
quiere ENSEÑAR, anhelar ser BUENOS DISCÍPULOS, dignos de tal Maestro...y NUNCA DEJARLO,
para que EL NUNCA NOS DEJE. ¡Gracias, Santa Teresa por esta linda y tan alentadora palabra tuya,
tan apta para nuestros Cenáculos!
Escuchemos, por fin al Concilio Vaticano Segundo: “Cristo, que es MAESTRO y Señor nuestro...
atrajo e invitó pacientemente a los discípulos. Cierto que apoyó y confirmó su predicación con mila-
gros para excitar y robustecer la fe de los oyentes, pero no para ejercer coacción sobre ellos. Cierto
que reprobó la incredulidad de los que lo oían, pero dejando a Dios el castigo para el día del Juicio.
Al enviar a los Apóstoles al mundo, les dijo “el que creyere y fuere bautizado, se salvará; más el que
no creyere, se condenará” (Mc 16:16).
Yo soy el Maestro. Un Maestro que con su omnisciencia de Dios, ¡ay!, sabe cuán pocas almas de ver-
dad escuchan, comprenden, guardan y ponen en práctica mi Palabra. Cuán pocos son para quienes
Mi Amor es la luz de su inteligencia y la norma de su voluntad. ¡Cómo Me consuelan aquellos, que
arrebatados por Mi Amor, sondean y viven mi Doctrina! A ellos les basta una sola explicación para
que ésta se convierta en una norma de su vida. Cuántos otros, ¡ay!, abrumados por el peso de sus
reiteradas caídas, su pereza espiritual y apego a los placeres carnales, tengo que repetir, una y mil
veces, las mismas enseñanzas, para que capten, al menos un mínimo de luz, de doctrina, y que de
este modo germina en ellos, alguna minúscula planta de vida espiritual.
Acostumbro, pues, volver, de mil maneras diferentes, sobre la misma doctrina. Quien menos la
necesita, por estar ya muy unido conmigo, siempre la acogerá con renovada ansia, porque le hace
más falta, que a su cuerpo, el aire y la comida. Lastimosamente, aquellos que más la necesitan,
fácilmente se aburren y se apartan de ella. ¡Pobres hijos míos! No ven la belleza de mis enseñanzas
sus pasiones se los impide y temen que les sirvan de reproche. Pero Yo cumplo igualmente mi obli-
gación de Maestro. Prosigo la dura tarea de hablar a los hostiles, a los indiferentes, a los débiles y a
los distraídos. Pero estrecho contra mi Corazón, consolándome con ellos, a los discípulos fieles para
quienes mi cariño, es ya palabra.
Discípulos míos queridos, ¿se dan cuenta de la alegría que me causan cuando asisten fielmente a
estos Mis Cenáculos, en donde Yo les traigo, cada semana un pan perfumado: pan sobrenatural que
aportará a sus almas, deseosas de verdad y de luz, este abundante alimento que hará crecer sus
fuerzas? Reciban estas enseñanzas con fe y amor y, después de haberlas asimilado, compártanlas
con los demás, a través de su ejemplo y propia palabra. Conviértanse de tal modo, en pequeños
“maestros” que difundan la eterna Verdad del único Maestro que soy Yo. No teman.
Yo hablaré iluminando sus mentes. Yo actuare en sus corazones, y moveré sus voluntades. Yo sigo
siendo la Palabra Eterna del Padre.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Hablé durante mi vida mortal a las muchedumbres hambrientas de mi doctrina, y sigo hablando a
todo aquél que quiere escucharme. Cree y confía en Mí. El Maestro sabe más que el alumno. Sé dócil
a Mi voz. Pon en práctica mis enseñanzas. Mi Verdad y Mi Voluntad de Maestro prevalecerán siem-
pre, aunque se las combata y se las pisotee. Que tu lenguaje, como el mío, sea sencillo y verdadero.
No caigas en los chismes. El mucho hablar te distrae y perturba a los demás. Pondera lo que dices
y a nadie ofendas. No reprendas con facilidad ni alabes fácilmente a tu prójimo; en el primer caso
para no desmoralizarlo, y en el segundo para no ensoberbecerlo. Sé reflexivo y sereno, prudente y
generoso. Compórtate con los demás como querrías que se comportaran contigo. Procura siempre
dar confianza y reanimar a todos. Que encuentren en ti un corazón abierto a la comprensión, a la
compasión, la misericordia y la bondad. Modela tu corazón sobre Mi Divino corazón de Maestro y
buen Pastor... y verás, ¡no habrá miseria que tú no podrás consolar y ayudar! Así sea”.
b) El tiempo concedido a cada hombre es más bien escaso para realizar todo lo que Dios espera de
él. Leemos en Eclesiástico (18, 8): “El número de los días del hombre, a más tirar, son cien años,
como una gota de agua en el mar, como un grano de arena, así son sus pocos años a la luz del día
de la eternidad” Y, además de breve, el final de nuestro tiempo en la tierra es incierto. No sabemos
hasta cuándo se prolongará: “Si el dueño de casa supiera a qué hora vendrá el ladrón, estaría prepa-
rado.... Ustedes también estén preparados, porque en el momento menos pensado, vendrá el Hijo
del Hombre” nos dice Jesús en Lucas (12, 41).
102
Cenáculos del rosario
c) Al final del tiempo que se nos concedió vendrá el premio, si respondimos fielmente, o el castigo si
no supimos aprovechar nuestra Vida tan breve: “Mira, nos avisa Jesús en Apocalipsis (2, 12), vendré
pronto... y pagaré a cada uno según su trabajo”.
b) El tiempo es corto para amar. Lo expresa de un modo sublime Santa Teresita del Niño Jesús: “En
el día de mi muerte, cuando me toparé con la inmensa Bondad de Dios queriéndome hacer feliz y
recompensar por toda la eternidad... ¡cómo podría soportar esto si también yo no hice en mi vida
todo lo que pude para hacerlo feliz a Él!”
c) CONCLUIMOS con SAN GREGORIO MAGNO: “En fin, puesto que ignoramos en qué tiempo ven-
drá la muerte y después de la muerte ya no podemos obrar, resta que aprovechemos con afán el
tiempo que se nos concede”.
Una jornada comenzada así, es una jornada rica en energías y será rica en méritos, porque habien-
do empezado bien y estando bien orientada, terminará bien.
¿No has oído con qué tono de tristeza se lamentan los mundanos de que cada día que pasa, es morir
un poco? Pues, yo te digo: alégrate, discípulo mío, porque cada día que pasa te aproximas más a la
Vida Eterna. Es tan corto tu tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo, por tanto,
que malgastes, que tires este tesoro irresponsablemente por la ventana, desbaratando esa etapa
del mundo que Dios confía a cada uno de ustedes. El tiempo es un tesoro que se va, que se escapa,
que discurre por tus manos como el agua por las montañas altas. Ayer pasó, y el hoy está pasando.
Mañana será pronto otro ayer. La duración de una vida es tan corta. Pero, ¡cuánto puedes y debes
realizar en este pequeño espacio, por amor de Dios y de tus hermanos!
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
izas durante la breve jornada de tu vida! Hay cosas que parecen buenas y, al contrario, son merece-
doras de castigo. Y cuántas cosas, que parecen indiferentes, son dignas de recompensa y cuántas,
que la naturaleza humana tiene a menos, son preciosas para la vida eterna.
Pregúntate a menudo si lo que haces es conforme al Amor de Dios y del prójimo, si es según la Vol-
untad de Dios. Los trabajos más humildes de tu deber de estado, los que conciernen a la misión que
Dios te ha confiado, deben tener prioridad hasta sobre tus deberes de vida social. ¡Cuánto menos
tiempo se perdería, cuánto menos Purgatorio habría, si la obsesión de los bienes eternos fuera el
móvil de toda acción!
Acuérdate para decirlo a todos y para aprovechar mis palabras: “Un minuto vale una eternidad
“... Los mundanos, los avaros, los materialistas no apartan su pensamiento de los placeres, de las
riquezas y de todo lo que pasa rápidamente y que deberán abandonar con la muerte. Ellos pierden
su tiempo buscando estos falsos bienes. Con la misma diligencia y con mayor empeño todavía, de-
bieras dedicarte a buscar los verdaderos bienes, haciendo a Dios el generoso sacrificio de muchas
cosas de las que deberás separarte forzosamente, llegado el momento.
Vive con el corazón libre, para que tu vuelo hacia lo alto sea más fácil y da con generosidad de cora-
zón todo lo que puedas. Las personas que reciban tus beneficios serán amigas tuyas: intercederán
por ti y apresurarán tu encuentro con el Padre. Así sea”.
b) EL ESPIRITU SANTO IMPULSA FUERTEMENTE A ACTUAR. San PABLO, el gran teólogo de Cris-
to y del Espíritu Santo, nos enseña en (Rm 8, 14) que los hijos de Dios deben ser “GUIADOS POR EL
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Cenáculos del rosario
ESPÍRITU DE DIOS”. En esta frase breve, genial, nos revela todo el secreto de la santidad: dejarse
continuamente guiar, manejar, inspirar por, las mociones incesantes del Espíritu Santo
c) SEGUIMOS LOS IMPULSOS DEL ESPÍRITU SANTO. Dejémosle obrar. No le pongamos obstácu-
los; “No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la re-
dención. “ nos suplica el Apóstol en (Ef 4:30). Entreguémonos a Él con toda docilidad, como lo
hizo Samuel, como lo hizo, sobre todo, María, y como lo expresa tan fuertemente (Jb en 38:8): “En
verdad, es un soplo en el hombre, es el Espíritu de Dios lo que hace inteligente... Pues estoy lleno
de palabras, me urge mi soplo interior. Es en mi seno como vino sin escape, que hace reventar los
odres nuevos”.
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
a) Decía el SANTO CURA DE ARS: “Si se preguntara a los condenados: ¿Por qué estáis en el infi-
erno?, ellos contestarían: Porque no quisimos escuchar al Espíritu Santo. Y si se preguntara a los
santos del Cielo: ¿Cómo habéis llegado aquí?, responderían: Escuchando al Espíritu Santo”.
b) SAN BUENAVENTURA enseña: “Fuego de amor, que ilumina el entendimiento e inflama el cora-
zón, es el Espíritu Santo”. Y SAN GREGORIO MAGNO: “A la luz del Espíritu Santo ve el alma lo que
debe desear, y refrigerada por el divino rocío cobra nuevas fuerzas”.
c) SAN FRANCISCO DE SALES lo deja muy claro: “Así como para caer en el pecado hay tres grados,
que son la tentación, la delectación o el gusto y el consentimiento, así también hay tres para subir
a la virtud: la INSPIRACION, que es contraria a la tentación, la DELECTACION en esta inspiración,
es decir el encontrar allí gusto, que es opuesta a la delectación en la tentación, y el consentimiento
a la inspiración, contrario al consentimiento en la tentación”.
CONCLUSION: Ojalá Dios nos conceda hoy la gracia de la cual habla el mismo Santo: “Sentir com-
placencia cuando se reciben las divinas inspiraciones, es principiar a encaminarse a la Gloria de Dios
y empezar ya con esto a dar gusto a su divina Majestad”.
No temas que esta exclusividad que deseo para Mí en tu vida, te lleve a ser menos afectuoso o
menos bueno con los demás. Al contrario, en la medida en que te purifiques para acercarte más a
Mí, haré tu corazón más sensible a todas las miserias humanas y más buenas con todos. Además,
el amor de Dios, que recibirás en cambio, dará tal valor a tus obras, que de él brotará para ti, junto
con la eficacia de la palabra iluminada, la gracia de poder confortar al que sufre, de instruir al que
es ignorante, de guiar a las almas a la conquista del verdadero Bien y convertir a los pecadores. La
acción divina, que tiene plena libertad para actuar en una criatura, que ha hecho pleno don de sí a
Dios por amor, se complace en realizar por su intermedio cosas maravillosas.
Para llegar a este punto se necesita mucho recogimiento y silencio, sobre todo interior. Se deben
suprimir las preocupaciones y los pensamientos inútiles que turban, para llegar a esa moderación,
compostura y actitud silenciosa que, aunque no te impide conversar, te hace intervenir sólo por
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
necesidad o por caridad o deber, con reflexión y dulzura. De este modo se hacen agradables tu
presencia y tus palabras. Trata que así transcurra tu jornada. Harás una experiencia de ello y luego
te empeñarás por llegar a transformar toda tu vida, de tal manera que hagas de ella un perfecto
holocausto de amor a Dios.
¡Si tú supieras cómo el hablar demasiado arruina las cosas de Dios! Aun cuando sea movido por
buenos deseos, ¡cuán fácil es que entre el amor propio y eche a perder los méritos del bien que se
hace! Qué fácil es, que entre la murmuración en el hablar demasiado y, cuánto daño puede ocasion-
ar a ti mismo y a los demás.
Discípulo mío, escúchame: si el deber de tu misión te lleva a tener que entretenerte frecuentemente
con muchas personas en cordial conversación, ten, siempre presente en tu mente estas sugeren-
cias Mías, para que tu conversación sea regulada e iluminada por Mí y produzca así abundantes
frutos de bien para todos. Que te ayude Mi Mamá, auxiliadora y perpetuo socorro de los cristianos.
Ella está siempre dispuesta a acudir donde el deseo de mejoramiento y de santidad te llaman y
como buena Madre y Maestra instruye a sus criaturas, las nutre con su leche y hace brotar en ellas
las más bellas flores, las virtudes más excelsas. Así sea”.
b) San Pablo exhortaba a los primeros cristianos a ofrecer todo su día a Dios. Recomendaba a los
Corintios: “ya comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios”. (1
Co 10, 31) Y a los Colosenses: “Y todo cuanto hagáis de palabra o de obra, hacedlo todo en nombre
del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él” (Col 3, 17).
c) LA CARTA A LOS HEBREOS nos pide que “ofrezcamos sin cesar, por medio de Cristo, el Sumo
Sacerdote, a Dios un sacrificio de alabanza”. Es decir: nos alienta que todo el día nuestro, precis-
amente por estar unido al Sacrificio del Sumo Sacerdote, Cristo, se convierta en algo agradable al
Dios.
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Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
a) CASIANO insiste en la IMPORTANCIA DE OFRECERNOS A DIOS, APENAS DESPERTAMOS. “Se
levantan al rayar el alba, pero no se envuelvan en seguida en los cuidados familiares y demás ocu-
paciones de este mundo. Consagren antes en la divina presencia las primicias de sus acciones y
trabajos. Los siervos de Cristo, apenas despiertan, antes de enfrentarse de nuevo con el trajín de la
vida, antes de concebir en su corazón cualquier impresión, antes incluso de acordarse del cuidado
de sus intereses familiares, consagran al Señor el nacimiento y principio de sus pensamientos”.
b) NO IMPORTA SI TENEMOS MUCHO O POCO QUE OFRECER: “El Señor, nos ilumina, dice SAN
JUAN Crisóstomo, no mira tanto la cantidad que se ofrece, como el amor que se pone en la ofrenda.
Lo que se hace por Dios, se ofrece a Dios y Él lo recibe: lo que se hace por el mundo, se convierte
en aire”.
c) ¿QUE ES LO QUE TENEMOS QUE OFRECER?... SAN PEDRO DE ALCÁNTARA responde: “Prime-
ramente debe ofrecerse uno a sí mismo por perpetuo esclavo suyo, resignándose y poniéndose en
sus manos para que haga de él todo lo que quisiere en tiempo y en eternidad, y ofrecer juntamente
todas sus palabras, obras, pensamientos y trabajos, que es todo lo que hiciere y padeciere para que
todo sea gloria y honra de su santo nombre”
d) EL CONCILIO VATICANO SEGUNDO nos alienta a que esta OFRENDA MATUTINA SE HAGA EN
UNION CON LAS SANTAS MISAS QUE CONTINUAMENTE SE OFRECEN SOBRE TODOS LOS AL-
TARES DEL MUNDO; “Todas sus obras, sus oraciones e iniciativas apostólicas, la vida conyugal y
familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y de cuerpo, si son hechas en el Espíritu, e incluso
las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espir-
ituales, aceptables a Dios por Jesucristo, que a la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosa-
mente al Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor”
e) SAN BERNARDO, nos aconseja que esta ofrenda pase por las manos de María. Aquello que de-
sees ofrecer, procura depositarlo en aquellas manos de María graciosísimas y dignísimas de todo
aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor sin sufrir de Él repulsas”
f) Es muy conveniente adaptarse a una fórmula concreta de ofrecimiento del día, práctica tan útil
para que marque bien toda la jornada, se aproveche al máximo y sea por Dios bendecida. Puede hac-
erse, por ejemplo, signándose lentamente con la señal de la cruz, saludando, invocando y ofrecién-
dose al PADRE, al HIJO y al ESPÍRITU SANTO. Otros recitan una oración aprendida de pequeños...
o de mayores. Es muy conocida esta oración a la Virgen que sirve a la vez de ofrecimiento de obras
y de consagración personal diaria a Ella:
¡Oh Señora mía! ¡Oh Madre mía! Yo me ofrezco del todo a Vos, y en prueba de mi filial afecto, Te
consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón: en una palabra, todo mi ser. Ya que
soy todo tuyo, ¡Oh Madre de bondad!, guárdame y defiéndeme como cosa y posesión Tuya. Amén.”
Cuenta la leyenda que el rey Midas convertía en oro todo cuanto tocaba. Yo vengo a traerles hoy
el secreto para convertir en oro de méritos sobrenaturales, todo lo que toquen, a pesar de su
pequeñez, errores y miserias personales. El secreto para que ustedes divinicen todo lo que hacen,
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
al elevar todo ese quehacer a Dios. Y este secreto consiste sencillamente en ofrecer al Padre por
medio de mi Hijo Jesús y en el Espíritu Santo todo lo que hagan,... haciéndolo pasar por mis manos
Inmaculadas para que yo perfume y embellezca todo y lo haga llegar delante del trono del Padre
como incienso agradable a sus ojos.
Cada mañana es como un pequeño nacimiento, cada día una pequeña vida y cada noche una
pequeña muerte. Cada día es una aventura única, irrepetible, que encierra en sí inmensurables
posibilidades de salvación y de santificación. Es importantísimo, pues, tomar conciencia aguda de
esto desde el despertar y suplicar a Dios que no permita que se desaprovechen estas riquezas. De-
cirle a Él: Tuyo soy, Señor, me creaste, me redimiste y para ti quiero, pues, yo vivir y santificarme.
En este ofrecimiento matutino, hijitos míos queridos, ustedes alertan su espíritu de servicio, pre-
viniéndolo contra los riesgos de la soberbia, de la comodidad, del sensualismo, de la gula y de la
irresponsabilidad. Renueven, recarguen, dinamicen, valoricen cada mañana, cada nuevo día con un
decidido ¡Serviré!
¡Te serviré Señor! , junto con el propósito de no ceder, de no caer en la pereza o en la rutina, de
afrontar los quehaceres con más esperanza, con más optimismo, bien persuadidos de que si en
alguna batalla salen vencidos podrán superar ese bache con un acto de amor sincero y humilde.
¿No ven ustedes a la gente correr por la mañana por las calles o hacer ejercicios aeróbicos para
mantener su cuerpo ágil y listo para servir?... Asimismo, ¡la gimnasia mañanera del alma es la
oración!
La oración de la mañana es como una gota de rocío que cae sobre el alma sedienta de Dios, re-
cargándola y refrescándola, mientras que la Luz del Sol Divino la ilumina y la purifica. Es una el-
evación de la mente y del corazón, que sirve para dar un impacto de energía y de vida al día entero.
Parece una pequeña cosa, pero es tan poderosa y efectiva.
La oración de la mañana es un acto de voluntad y de deseo del bien y de ser bueno, que se expresó
con una señal de la cruz y con algunas palabras. Esta es como la dirección que se inscribe encima
de un sobre que contiene una carta preciosa. La carta será escrita con las obras inspiradas del amor
a Dios y al prójimo, y ofrecidas a Él en unión con el Sacrificio en la Cruz de Mí Jesús, que se renueva
en cada Santa Misa.
Dejar, descuidar la oración de la mañana es permitir que las flores, los pájaros, los insectos y hasta
las mismas bestias del campo les superen, porque aquellas abren sus corolas a la luz del Sol matu-
tino, y con sus estribillos y gorjeos, sus mugidos, ladridos y bramidos inician el nuevo día, dando
gloria al Dios que les ha creado. ¿Nunca escuchaste el estruendoso concierto! con el cual, dentro de
un bosque, la Naturaleza entera saluda el inicio de un nuevo día?...
Una madre que no reza por la mañana, no ofrece su día, no implora la fuerza de lo alto, sino que
prefiere holgar en la blandura de la cama, pasará el día nervioso e irritado, y se olvidará de muchas
cosas importantes como se olvidó de dar Gloria a Dios. No enseñará a sus niños a rezar, y estos cre-
cerán con una fe floja y pálida, porque no recibieran aquellas rociadas, aquellas caricias del sol que
vienen del encuentro del alma con Dios.
Hijo mío, hija mía, que el “¡Dios mío, Te amo”, que pronunciarás ojalá en el último día de tu vida,
sea cada mañana tu saludo al Señor por el primer rayo de sol que te ilumina, y sea tu respuesta de
amor y tu agradecimiento por su “Fiat” Creador. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
Y el CANTAR DE LOS CANTARES, canta el amor como tendría que existir entre el corazón divino y
el corazón humano. Este “celo” de Dios, pues, lejos de frenar, de ser una restricción para nuestra lib-
ertad, representa, al contrario, para nosotros... ¡la más increíble suerte y oportunidad de un AMOR
GRANDE! ¡El Amor de un Dios, tan amoroso y tierno, tan rico y poderoso, que quiere considerar y
tomar a nuestra pobre alma como su esposa de verdad! ¡Que nadie más, pues., diga que no tuvo
suerte, o que nunca topó con un gran amor en su vida!
b) ¿CUALES SON LAS PROPIEDADES DE ESTE CELO DE DIOS? Como lo es por su misma esencia el
amor más puro y más alto, el Amor Divino es: a) santamente VEHEMENTE: “El Señor Dios tuyo es
un fuego devorador, un Dios celoso” reza (Deuteronomio 4:24). b) Es santamente EXIGENTE: “No
quieras adorar a ningún Dios extranjero. El Señor tiene por nombre Celoso, Dios quiere ser amado
Él sólo” c) Es santamente EXCLUSIVISTA: “Yo soy el Señor Dios tuyo, el fuerte, el celoso, que casti-
go la maldad de aquellos que me aborrecen... (Exudo 20 5) y “No podréis servir al Señor (a la par de
los ídolos): porque es un Dios Santo, un Dios fuerte y celoso, que no perdonaría vuestras maldades
y pecados” (Josué 24:19)
c) ¿QUE SIGNIFICA ESTE CELO DE DIOS EN LA PRACTICA BIBLICA?... ¿Celos humanos?... ¡No!
Se trata de algo divinamente grande y santo: el amor misericordiosísimo que Dios tiene al alma
humana y la pretensión santa, exclusiva de Dios al amor del hombre. Siendo así que el fundamento
de estas relaciones entre Dios y el hombre, es un amor que se entrega y que exige, de ahí la imagen
de una alianza conyugal, de ahí también la expresión de “celo” de Dios.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
La Biblia es el Libro de esta Historia de Amor entre Dios y el hombre. Y hubiera valido la pena, pero
el espacio no lo permite analizar por un momento la suerte que corre esta alianza de amor, tal
como la concibió Dios entre Sí y el pueblo escogido del Antiguo Testamento. Hubiéramos descubi-
erto tres etapas en este amor: La primera época del amor puro.
Luego, en el hombre que se deja engañar por “ídolos”, el decaimiento de este primer amor, que
según (Dt 32:16) “Incita el celo de Dios” Y, por fin, la increíblemente generosa respuesta de Dios:
Amará más, todavía, al hombre hasta la “locura” de sacrificarle su Hijo único.
b) SAN FRANCISCO DE SALES propone la siguiente comparación: “Si la esposa se mira en el espejo
para arreglarse y parecer hermosa a los ojos del esposo, no ha de ser tildada de vana, sino que ha de
verse en ello, una prueba de amor. Así ha de mirarse también el alma en el espejo de la conciencia,
no para detenerse en sí misma, sino únicamente para buscar como lograr la complacencia de Dios”.
c) SAN JUAN CRYSÓSTOMO explica: “EL deseo de ser muy amado procede de gran amor... Por
esto cuando a nosotros no nos interesa mucho una persona, no buscamos mucho su amor, aunque
se trate de un personaje rico y famoso: en cambio, si amamos con sinceridad a alguien, aunque sea
humilde y modesto, nos importa mucho que nos ame”.
d) Un episodio en la vida de SANTA GERTUDIS nos hará comprender como también el purgatorio
es un misterio del amor celoso de Dios y que las almas benditas lo entienden así. Sírvanos esta ver-
dad de aliento e incentivo para vivir santamente en la tierra. Santa GERTRUDIS vio el alma de una
difunta, que había llevado una vida muy piadosa. Sin embargo, ésta se encontraba ante el Señor
con todos los adornos de sus virtudes, más no se atrevía a levantar la mirada, y por sus gestos pare-
cía que deseaba más bien alejarse. Sorprendida preguntó Gertrudis al Señor por qué no admitía a
aquella alma en su infinito amor. El Salvador extendió amorosamente su diestra, como queriendo
atraer a sí aquella alma. Más ésta con profunda humildad se retiró. Con sorpresa acrecentada in-
terrogó Gertrudis a aquella alma por qué esquivaba al Esposo celestial y recibió esta respuesta:
“Porque todavía no estoy plenamente purificada de las manchas que dejaron mis pecados; y si Él
me permitiese en ese estado entrar en el cielo, no consentiría yo, porque por muy brillante que
parezca a tus ojos, sé muy bien que todavía no soy esposa digna de mi Señor”
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
110
Cenáculos del rosario
“Mis muy amados discípulos: Beban a grandes sorbos el Agua saludable que les doy, Ella les quita la
sed y les ilumina, les restaura y les apacigua. Es el Agua viva que brota de mi Corazón Misericordio-
so e inunda las almas deseosas de Amarme, Recíbanla en lo mas íntimo de su corazón y saboréenla.
Su abundancia depende del deseo que de ella se tenga.
¿Quieres que te instruya y te hable sin cesar? Pon tus labios secos en la herida de Mi Corazón y
bebe. Así como una mamá con la leche que alimenta a su niño se da ella misma totalmente y le
transmite las buenas cualidades que posee, así lo haré Yo contigo. Acércate a Mí y bebe.
¿Deseas ser humilde y bueno? Acércate a Mí y toma el alimento que Yo te doy. Te producirá bondad
y humildad. ¿Deseas ser fervoroso y piadoso? Acércate a Mí y bebe de Mi agua, Te dará fervor, sin-
ceridad y piedad. ¿Quieres ser santo? Ven a mi lado y aprenderás a practicar la santidad.
¿Quieres amar al prójimo como Yo te lo he enseñado? Ven al pie de Mi Cruz, recoge las últimas
gotas de agua y sangre que brotan de Mi Corazón y Yo te enseñaré, que dándote totalmente por
todos, podrás cumplir tu misión como Yo cumplí la Mía.
Yo te lo he dado todo y te doy todo cada vez que lo quieras. Haz que en cada momento de tu Vida,
aproximándote a Mí, puedas ser generoso hasta el extremo de darte todo a todos. ¿Sientes algún
cariño especial por algo? Yo te lo pido. ¿Amas a alguien con una predilección particular? Yo te pido
un renunciamiento. Yo soy un Dios que siento celos de mis hijos. Yo lo pido todo y del don total que
recibo hago una lluvia de gracias para todo el mundo.
Allí donde tú no puedes llegar por tu insuficiencia, llego Yo con el poder de Dios. ¿Quieres hacer el
bien y ayudar a todos tus hijos? ¿Te quejas de que no lo puedes hacer porque no tienes la posibilidad
de hacerlo o porque no aceptan tu ayuda, tu consejo, tu palabra? ¡No importa! ¡Date a Mí! Yo te re-
emplazo. Yo hablo, Yo hago el bien, Yo llamo a todas las puertas, Yo fuerzo a las voluntades, Yo rem-
uevo los corazones, y fíjate bien, todo eso Yo lo hago en tu nombre, dejándote a ti el mérito, como
si tú sola hubieses realizado todo eso, y esto solo por esa donación completa que tú Me hiciste.
¿Has entendido, ahora, por qué te he dicho que soy un Dios celoso? Yo lo quiero todo porque utilizo
lo poco que tú me das para hacer numerosas cosas para la Gloria de Dios y el bien de la humanidad.
No seas, pues avara conmigo. No te preocupes por tu insuficiencia. Haz todo lo que puedas por tu
Dios. Llega al fondo en el amor y en el sacrificio. Lo demás, déjamelo a Mí. Quédate tranquila. Verás
el poder de Mí Nombre, las maravillas de Mí Bondad, la grandeza, la inmensidad, de Mi Misericor-
dia.
Cuando no estés segura sobre la manera de actuar, cuando estés triste por los resultados, desolado
de no poder ni saber hacer más, llámame en tu ayuda, entrégate completamente a Mí y déjame
actuar: verás milagros de Providencia y de Amor y te quedarás asombrado. ¿Quieres llegar un día
a corresponder al Dios Celoso con el amor que Él de ti espera y exige? Dime a menudo la siguiente
oración: “Oh Jesús, que el fuego de Tu Amor penetre en lo más profundo de mí corazón y me de-
vore.
Que tu Espíritu Santo me invada y me Identifique contigo. Que yo pueda pensar con Tu Espíritu,
amar con Tu Corazón, actuar con Tu Voluntad y realizarlo todo en Ti, contigo y por Ti. Haz, oh Jesús,
que seas Tú a quien los hombres vean y amen en mí, y que seas Tú a quien se dirijan por mí interme-
dio. Haz que yo también Te descubra en cualquier criatura y que Te ame en cada una de ellas. Haz
que todas Me ayuden a subir hacia Ti, y contigo a encontrar al Padre, y que en unión con el Espíritu
Santo, pueda vivir en el amor por los siglos de los siglos. Amén”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Es, pues, un enemigo pérfido de nuestra felicidad, un ser hostil a Dios y envidioso del hombre, su-
mamente astuto y capaz de influir en este al punto de hacerlo olvidar, aunque fuese tan sólo por
unos momentos, de la Ley y Presencia de Dios. En el Libro de Job se le da un nombre. Es “Satanás”:
que significa “el enemigo”, “el adversario”. Le gusta “recorrer la tierra y pasearse por ella” (Jb 1,
6-13), lleno de odio contra los hombres y capaz de causarle muchos males, pero sin traspasar los
límites que Dios le fija: “Ahí tienes a Job en tus manos, le dice Dios, pero respeta su vida”. En el
Nuevo Testamento reaparece como el enemigo de Dios y de su Reino, del hombre y de su salvación,
y enemigo de la Iglesia, cuya expansión trata de entorpecer. Es tentador, mentiroso, dueño y señor
del mundo. Es llamado diablo, demonio, Satanás, Belcebú, el maligno, el tentador, el homicida y
el que peca desde el principio, el príncipe de este mundo, el gran dragón, la serpiente antigua, el
padre de la mentira, el espíritu maligno e impuro. Es el “malo” que procura sembrar maleza en el
campo del Señor, (Mt 13, 25); sacude los apóstoles, cribándolos como al trigo (Lc 22, 31), suscita
persecuciones contra la Iglesia (Ap 2, 10; 12, 17 y 13, 7) y estorba la predicación del Evangelio (1 Tes
2, 18). Es el ladrón de la parábola del Buen Samaritano. Nos asalta, nos hiere y luego nos abando-
na. Jesús le declara abiertamente la guerra, anunciando que el ‘fuerte será encadenado por el más
fuerte’ (Mc 3, 27) y “el jefe de este mundo va a ser expulsado afuera” (Jn 12, 31) Sin embargo, al
final de los tiempos, la venida del Anticristo “estará señalado por el influjo de Satanás”(2 Tes 2, 9),
quien pondrá a disposición de aquél “su fuerza, su trono y su gran autoridad” (Ap 13, 2), en orden a
“engañar, si fuera posible, aun a los mismos elegidos” (Mt 24, 24)
b) ¿DE DONDE PROVIENE EL DIABLO? La Justicia de Dios exige que toda felicidad y premio sea
merecido. Dios, pues, sometió a los Ángeles a una prueba, antes de confirmarles en gracia y fel-
icidad. En (Hb 1, 6), San Pablo refiere cómo Dios dijo a los Ángeles, a propósito del Hijo de Dios
encarnado en el seno de María Ssma: “Adórenlo todos los ángeles de Dios”. Pero uno de ellos se re-
beló contra esta exigencia Divina. ¡Cómo! ¡Él, Lucífero, el Ángel más bello y resplandeciente jamás
creado, y tan sólo por Dios superado en Inteligencia y poder,... debería adorar y servir a un hombre
carnal, aunque fuese el mismo Hijo de Dios, pero como hombre siempre inferior a Él!... ¡Jamás!... Y
en esta rebeldía y orgullo arrastró una tercera parte de los Ángeles. Lucha tremenda en el cielo, a la
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Cenáculos del rosario
cual se refiere (Is, 12, 15), cuando exclama: “¿Cómo caíste del cielo, oh Lucero, tú que tanto brillabas
por la mañana? ¡Cómo fuiste precipitado por tierra! Tú dijiste en tu corazón: El Cielo escalaré, por
encima de las estrellas más altas elevaré mi trono... Por el contrario, al abismo has sido precipitado,
al más hondo de la fosa” Jesús mismo hizo alusión a esta batalla, como asimismo al futuro y defini-
tivo hundimiento del poder maléfico del ángel caído, cuando dijo: “Yo estaba viendo a Satanás, que
caía del cielo como un rayo” (Lc 10,18) La culminación de esta derrota se describe en (Apocalipsis
12,7): “Y estalló un combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchando contra el dragón. Y el dragón
luchó, y sus ángeles, pero no tuvieron fuerza, ni volvió a encontrarse su sitio en el cielo; fue expulsa-
do el gran dragón, la serpiente, que engaña al orbe entero; fue expulsado a la tierra, y sus ángeles
fueron expulsados con él”
c) ESTA LUCHA DEL DEMONIO CONTRA DIOS SIGUE. El cielo el campo de batalla se ha transpor-
tado a la tierra. El demonio, no pudiendo medirse directamente con Dios, se ensaña, ahora, con
nosotros. (Quiere golpear y herir el corazón de Dios Padre, privándole, por medio del pecado, del
afecto y del cariño de sus hijos, los hombres). Nosotros somos, ahora, el blanco de sus ataques,
queriendo el demonio inocularnos su propia orgullosa rebeldía, para luego arrastrarnos consigo a
la perdición eterna: “Serás como Dios” mintió a Eva. Y les presentó el fruto prohibido, símbolo del
placer que encierran el pecado y el vicio.
d) EN JESÚS Y MARIA SEREMOS VICTORIOSOS Apenas logró su victoria sobre Eva y Adán, Dios le
anunció a la serpiente que una Mujer, a su vez, lo vencerá: “Habrá enemistad entre ti y la mujer, en-
tre tu descendencia y la suya, éste te aplastará la cabeza..”. (Gn 3, 15 b) Está victoria será definitiva
a la Segunda Venida de Cristo a la tierra. En el capítulo 12 del último Libro Bíblico, el Apocalipsis, se
describe esta batalla tremenda entre la Mujer, vestida de sol y la luna balo sus pies, y el Dragón,
hasta que este sea definitivamente “arrojado”.
c) Mientras tanto, “El diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar nos advierte San
Pedro en su primera carta (5:8).Pero tal como Jesús venció en el desierto la triple tentación diabóli-
ca, también nosotros, con Él, en Él y por Él, podemos y debemos salir victoriosos. Pero, tenemos
que ser precavidos y humildes. Porque el mundo entero, nos avisa San Juan, “yace en poder del
maligno” (l Jn 5, 19), a quien San Pablo llega a llamar “el dios de este mundo”. El diablo puede y
debe ser vencido, porque fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados por encima de nuestras
fuerzas” asegura San Pablo (1 Co 10, 13) ¿Cómo vencer al demonio? ¡Con humildad y valentía! (St 4,
7) nos da la fórmula: “Someteos a Dios; en cambio resistid al diablo y huirá de vosotros” Hay que
“revestirse de la armadura de Dios y embrazar el escuda de la fe” (Efesios).
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
a) QUE EL DEMONIO EXISTE fue declarado, como verdad de la fe, por el Cuarto Concilio de Letrán
y él de Trento, Pero ningún Papa habló del demonio con más claridad, valentía y lucidez, corno lo
hizo en el transcurso de 1972, el Papa Pablo VI: “Hay en el mundo, dijo el Papa, un agente oscuro
y enemigo: el demonio. El mal no es solamente una deficiencia, sino una eficiencia, es decir, un
ser vivo, espiritual, pervertido y perversos. ¡Terrible realidad! ¡Misteriosa y pavorosa!” Y el Papa
amonesta: “Se sale del cuadro de la enseñanza bíblica quien se niega a reconocer su existencia. El
diablo, es más bien, el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Este ser oscuro y per-
turbador existe de verdad y con alevosa astucia actúa todavía; es el enemigo oculto que siembra
errores e infortunios en la historia humana. Es el pérfido y astuto encantador, que sabe insinuarse
en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia de la lógica utópica o de
los desordenados contactos sociales..”. Y el Papa no duda en declarar que a través de alguna grie-
ta ha entrado el humo de Satanás en el mismo templo de Dios. Hoy prefieren algunos mostrarse
valientes y libres de prejuicios, tomar actitudes desafiantes, prestando luego fe a tantas gratuitas
supersticiones mágicas o populares; o peor aún, abrir la propia alma ¡la propia alma bautizada,
visitada tantas veces por la Presencia Eucarística y habitada por el Espíritu Santo a las experiencias
libertinas de los sentidos, a los deleites de los estupefacientes, como igualmente a las seducciones
ideológicas de los errores de moda; figuras estas a través de las cuales puede penetrar fácilmente el
maligno y alterar la mentalidad humana. Y Pablo VI termina diciendo: “todo lo que nos defiende del
pecado nos defiende del enemigo invisible, la gracia es la defensa decisiva. La inocencia adquiere
un aspecto de fortaleza... El cristiano debe vigilar y orar”.
SAN JUAN CRISOSTOMO nos explica la táctica del demonio: “Si en una mesa, dice el Santo, hay
varias personas a comer, y de tiempo en tiempo unas de ellas arrojo un bocado a un perro, éste
ya no pierde de vista a quien se lo proporciona, en tanto que se aparta de los que nada le dan. Así
se conduce el demonio con nosotros. Constantemente nos observa, y espera que le dejemos caer
algo, sea una palabra reprensible, sea una obra mala; y tanto mayor es su atención cuanto mayores
y más numerosos pecados cometemos. Al contrario, si somos cuidadosos en nuestro Lenguaje y
conducta, si nada le dejamos caer, nos abandona y cesa de inquietarnos”.
Y otro Santo aclara que el demonio tienta con preferencia a los buenos: ‘Igual que el perro no ladra
a los de la casa, sino a los extraños. Lo mismo hace el demonio. De los pecadores habituales ya no
se cuida, porque ya son suyos’.
SAN ANTONIO DE PADUA compara el demonio a una araña. Explica el Santo: “Como la araña em-
pieza su tela en el externo más remoto, el cual junta con el centro por medio de numerosos hilos.
Allí se dispone un lugar de acecho y, en cuanto un insecto cae en sus redes, corre aceleradamente
y lo envuelve, lo enlaza con mil hebras, de manera que le fatiga y le deja sin movimiento, y luego
lo arrastra a su caverna, donde le chupa la sangre. Así hace también el enemigo cuando quiere
coger al hombre: extiende primero hilos imperceptibles desde el más lejano extremo, eso es, em-
pezando por las impresiones de los sentidos; y luego extiende más fuertes cuerdas, más violentas
tentaciones, que llegan hasta el centro del corazón. Y en cuanto se manifiesta un movimiento de
la carne, voluntariamente consentido, envuelve a la pobre alma con nuevos asaltos, la rodea de
oscuridad, la rinde y le arrebata finalmente su fuerza”.
114
Cenáculos del rosario
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Mis muy queridos discípulos: Han de saber que el demonio estableció su reino no sólo en el infier-
no, sino también en el mundo, y que trabaja encarnizadamente por arrastrar tras él el mayor núme-
ro posible de almas. Su astucia, tan sutil é inteligente, no es a veces advertida por los hombres, que
poco a poco se sienten arrastrados en el torbellino del mal.
Existen dos medios infalibles para resistirle: la oración asidua, humilde y ferviente, y el recurrir a
Mi Santa Mamá. La oración lo domina, lo aterroriza, lo desarma. Con la oración podéis siempre
arrebatar al enemigo el terreno que ha conquistado; podéis hacer brotar gérmenes de bien en el
desierto del mal y del pecado; sobre todo podéis liberar un número inmenso de almas que Satanás
ha logrado encadenar. ¡El que reza tiene a Dios de su parte y solo puede vencer, Naturalmente, la
oración tiene que ser hecha en estado de gracia, pues si tú no tienes la gracia de Dios, estás abrien-
do voluntariamente la puerta al Maligno, entonces, ¿como podrás echarlo después? Recuerda que
hacer una alianza con el enemigo de Dios y tuyo, no es cosa fácil de reparar; muy a menudo eso
acaba en un desastre. Teme al enemigo y prepárate a luchar contra él por la oración hecha en esta-
do de gracia. Dios será tu fuerza y tu auxilio.
¡Si supieran, hijos míos, cuántas almas se salvaron y están en las altas esferas del Cielo, porque
fueron devotos de mi Santa Mamá, y rezaron, a diario, el Rosario!... ¿Por qué es tan eficaz el Santo
Rosario? Porque es una oración sencilla, humilde y les forma espiritualmente en la pequeñez, en la
mansedumbre, en la sencillez del corazón. Hoy Satanás logró conquistarlo todo con el espíritu de
soberbia y de rebelión contra Dios y tiene terror a todos los que siguen a la Madre Celestial en el
camino de la pequeñez y de la humildad. Mientras los grandes y soberbios desprecian el Rosario,
con cuánto amor y gusto lo rezan los pequeños: los pobres, los niños, los humildes, los que sufren,
la multitud de hijos suyos que la Reina del Cielo ha tomado bajo su manto y protege. Un día la so-
berbia de Satanás será vencida por la humildad de los pequeños y el Dragón Rojo se sentirá definiti-
vamente humillado y derrotado, porque fue atado, no con una gruesa cadena, sino con una cuerda
fragilísima: la del Santo Rosario. ¡Rezad, pues, con frecuencia, discípulos míos, el Santo Rosario!
Con esta cadena ataréis al poderoso Dragón Rojo, su radio de acción se verá cada vez más reducido
y por último se volverá impotente e inofensivo. Y entonces, todos verán el milagro del triunfo de Mi
Corazón Misericordioso y del Corazón Inmaculado de María, de la Mujer, anunciada desde la noche
de los tiempos, como aquella Bendita entre las Mujeres que aplastaría la cabeza de la Antigua Ser-
piente, Satanás. Así sea”
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) Son los Ángeles también los poderosos EJECUTORES DE LAS ORDENES DIVINAS. Tanto en la
época de los patriarcas como en la mosaica, y después en la cristiana, encontramos frecuentes apa-
riciones de ángeles. Desde aquel querubín que puso Dios, después del pecado original, en el Edén
para que custodiase, con espada de fuego, el camino que conducía al árbol de la vida,... pasando
por el Ángel “venido del cielo paro confortar” (Lc 22, 43) a Jesús en el Jardín de los Olivos,... hasta el
ángel que reveló a San Juan las visiones del Apocalipsis. Todos ellos se presentan como enviados de
Dios, obedeciendo sus divinos mandatos”.
c) CADA HOMBRE RECIBE DE DIOS UN ÁNGEL ESPECIAL QUE LE GUARDA: En el Salmo (91, 11)
está escrito: “El Dios dará orden sobre ti de sus ángeles de guardarte en todos tus camines. Te
llevarán ellos en sus manos para que en piedra no tropiece tu pie..”. Jesús confirmó esta doctrina
cuando dijo: “Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños; porqué Yo os digo que sus ánge-
les..”. precisando así que cada quién tiene SU ángel. SAN PABLO especifica aún más la misión de
estos ángeles custodios: “Los ángeles, escribe Pablo a los Hebreos (1, 14), son espíritus servidores
con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación”.
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Cenáculos del rosario
Conclusión bíblica: “Si somos devotos a nuestro Ángel, podríamos decir con Daniel: “Mi Dios ha
enviado a su ángel, que ha cerrado la boca de los leones para que no me hiciesen mal..”. (Dn 6, 2223)
a) ES DOCTRINA CATOLICA QUE CADA QUIEN RECIBE DE DIOS EN REGALO UN ÁNGEL CUSTO-
DIO, cuya misión comienza en el mismo momento de la concepción del protegido y se prolonga
hasta el momento de la muerte.
SAN AGUSTIN atestigua: “Conocemos por la fe que existen los ángeles y leemos que se apare-
cieron a muchos, de forma que no es lícito dudarlo”. El CONCILIO VATICANO SEGUNDO DECLARO
“Siempre... profesó la Iglesia especial veneración a los santos ángeles, e imploró piadosamente el
auxilio de su intercesión”.
b) ¿CUAL ES LA MISION DE LOS ÁNGELES CUSTODIOS? La Tradición cristiana les describe como a
unos grandes amigos, puestos por Dios al lado de cada hombre, para que le acompañen y le prote-
jan en sus caminos. Y por eso nos invita a tratarlos, a acudir a ellos con fe y devoción. Dice SANTO
TOMÁS DE AQUINO que de la misma manera que a quienes van por caminos inseguros se les da
escolta, así también a cada hombre, mientras camina por este mundo hacia su patria definitiva,
camino en el cual le amenazan muchos peligros, interiores y exteriores se le da un Ángel que le
guarde. Cuando haya llegado al término del camino ya no tendrá necesidad del Ángel de guarda.
c) Oigamos como nos habla SAN BERNARDO de la misión de los Ángeles: “El Ángel Custodio, vela
sobre nosotros, incansable y cuidadoso. A sus ángeles, dice la Biblia, Dios ha dado órdenes para que
te guarden en tus caminos. Estas palabras deben inspírate una gran reverencia, deben infundirte
una gran devoción y conferirte una gran confianza. Reverencia por la presencia de los ángeles,
devoción por su benevolencia, confianza por su custodio, porque ellos están presentes junto a ti, y
lo están por tu bien. Están presentes para protegerte, lo están en beneficio tuyo. Y, aunque lo están
porque Dios les ha dado esta orden, no por ello debemos dejar de estar agradecidos con ellos, pues
cumplen con tanto amor esta orden y nos ayudan en nuestras tan grandes necesidades. Aunque
nos queda por recorrer un camino, quizás largo y peligroso, nada debemos temer bajo la custodia
de unos guardianes tan eximios. Ellos, los que nos guardan en nuestros caminos, no pueden ser
vencidos ni engañados, y menos aún pueden engañarnos. Son fieles, son prudentes, son podero-
sos: ¿por qué espantarnos? Basta con que los sigamos, con que estamos unidos a ellos, y viviremos
así a la sombra del Omnipotente”.
d) Un Papa particularmente devoto de los Ángeles, era el buen Papa Juan XXIII, cuyo nombre era
Ángel Roncalli. Recomendaba entrañablemente esta devoción. Decía en sus alocuciones: “Nuestro
deseo es que aumente la devoción al Ángel custodio. Cada uno tiene el suyo y cada uno puede con-
versar con los ángeles de sus semejantes. Esta protección y devoción, en la práctica de la vida cris-
tiana, ocupa en el alma de quien sabe profundizar en ellas, un puesto de especial honor y es motivo
de dulzura y de ternura. La evocación de los celestísimos espíritus que el cuidado solícito del Padre
celestial colocó y pone junto a cada uno de sus hijos, infunde alegría y ánimo. Pues los ángeles del
Señor escudriñan nuestro interior y ¡quisieran hacerlo digno de las divinas complacencias!”
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Discípulos míos: Aquí estoy con ustedes, ¡qué hermoso es vivir con el Señor!, ¿No les parece? Pues
bien, continúen amándolo y amando a la Mamá del Cielo. Ellos son los que deben ayudarlos a su-
perar todas las dificultades y a alcanzar el Bien más grande. Los bendigo y los ayudo continuamente
pidiendo para ustedes gracias especiales; pero, siempre me hace falta la prontitud de ustedes para
corresponder a los divinos llamados y, a las inspiraciones de su Ángel Custodio. Hoy quisiera hablar-
les precisamente de los Ángeles, de estos Seres excelsos que tuvieron tanta participación en mi
vida mortal y, ojalá, tanta trascendencia tengan en la de ustedes.
Los Ángeles son Espíritus puros, sin cuerpo; primicias y estrellas de la mañana en la obra de la
creación, a los cuales Dios dotó de una inteligencia muy superior a la de ustedes. Magníficos en el
entendimiento, para saber ellos no deben discurrir ni estudiar como ustedes, y potentes en la vol-
untad, son criaturas soberanamente bellas a imagen del Creador, a cuyo servicio están destinados
y puestos. Todos, sin excepción, habrían gozado de la vista y gloria infinita de Dios si, libremente
sometidos a una prueba, hubiesen elegido reconocer su propia inferioridad con respecto al Ser Su-
premo, y aceptado ponerse a su servicio.
Este acto libre, llevado a cabo por inteligencias tan superiores, hacía imposible de parte de Dios el
perdón y la reparación, los que, al contrario, fueron concedidos al hombre. Los Ángeles rebeldes
fueron llamados demonios y ellos mismos, huyendo de la vista de Dios, se precipitaron al infierno.
Ellos odian, desde entonces, a Dios y por nada del mundo renunciarían a su situación, a pesar de ser
tan infelices. Y odian a los hombres, a los cuales les envidian Mi Encarnación y Redención a favor
de estos.
Con el permiso de Dios vagan por el mundo y tientan al hombre al mal. No leen los pensamientos
de la mente del hombre, pero con su inteligencia superior llegan fácilmente a adivinarlos. Captan
el lado débil de cada criatura y se sirven de eso para hacerla caer. Son astutos y malvados. Sin em-
bargo, nada pueden sobre el alma del hombre si Dios no lo permite y si el hombre no les facilita el
camino, abriendo la puerta de su voluntad al mal. Son como perros, encadenados: ¡sólo muerden a
quienes demasiado se les avecinan!
Incluso con la sola razón puede deducirse la existencia de los Ángeles. Si en efecto, observas el or-
den magnífico que reina en el universo, comprenderán, sin más, como faltaría un peldaño en esta
admirable escala de la creación, si no hubiera por encima del hombre, criaturas superiores a él, pero
en un puesto inferior a Dios.
Además, abriendo los libros sagrados, inspirados por Dios, puedes darte cuenta, como desde el
principio del mundo los Seres angélicos estaban presentes y activos. Después del pecado de Adán
118
Cenáculos del rosario
y de Eva, por ejemplo, fue, un Ángel que los expulsó del Paraíso terrenal. Apariciones de Ángeles
al lado de muchos personajes del Antiguo Testamento, sirven para demostrar no sólo su existencia
sino además la misión que tienen de guiar al hombre al bien, prestándole incluso servicios materia-
les y ayudándolo a superar muchas dificultades.
Al principio de mi propia vida humana, los Ángeles fueron los solemnes grandes anunciadores de
extraordinarios acontecimientos. El anuncio a María, el aviso a los pastores, las advertencias y ex-
plicaciones a José y a los Magos, muestran a los hombres la gran familiaridad que tuvieron estas
criaturas con la Familia de Nazaret, y quisieran ellos tener la misma amistad íntima con todas las
familias del mundo.
El Señor, discípulo mío, nada hace al azar. Por eso, así como ahora en las enseñanzas que te doy, me
dirijo a todas esas almas que las oirán y querrán hacerles caso, así, en cada acontecimiento ya sea
del Viejo o del Nuevo Testamento, Dios tuvo en mira el bien, no sólo de su pueblo elegido, sino de
todos los pueblos y de todos los tiempos.
EL ÁNGEL DE LA GUARDA
Así como un Ángel acompañó a Tobías en su viaje y consoló a José en su duda, así también cada
hombre es acompañado en el viaje de la vida por un Ángel. Este ve a Dios continuamente y, bajo Su
dirección, les ayuda a cumplir su voluntad y a alcanzar la salvación eterna.
Así pues, en las dudas y en las aflicciones de la vida, los Ángeles están a su lado para ayudarlas, ani-
marlos y preservarlos de los más variados peligros. Discípulo mío: ¡Si supieras de cuántos peligros
has sido salvado gracias a Tu Ángel! Peligros, más o menos amenazantes, del alma y del cuerpo.
Los Ángeles tienen también la misión de iluminar a los hombres. ¿No tuviste, ya de ello numero-
sas pruebas? ¡Cuántas veces una luz imprevista ha iluminado tu mente, con una solución óptima a
problemas importantes tanto para la vida espiritual corno para tu vida familiar o profesional! A lo
mejor lo atribuiste a la perspicacia de tu inteligencia y te olvidaste que la luz te venía de lo alto, de
ese Ángel que, aunque tú lo olvides a veces, nunca se olvida de ti. Él te ayuda a cumplir tu misión y
sólo espera de ti tu “sí “ de adhesión a la voluntad de Dios, tal como el Ángel Gabriel con Mi Mamá.
Los Ángeles están cerca de ustedes en cada momento de la vida, pero sobre todo en el momento
más decisivo de la muerte del hombre, cuando el demonio, para llevarse consigo la presa, desata
contra éste su última batalla.
Un número muy grande de Ángeles, divididos en nueve coros, alegran el Paraíso. Si quieres un día
ser acogido en medio de ellos, ámalos desde ahora, oye sus buenas inspiraciones, e invócalos para
que te ayuden a cumplir tus deberes con esa perfección con que ellos la cumplen.
Algunos santos, por ser particularmente devotos de los Ángeles, tuvieron la dicha de verlos a su
lado. Tú puedes verlos con los ojos de la fe e invitarlos continuamente a alabar y bendecir al Señor
en tu nombre, cuando no eres libre para rezar. Y cuando ores, solo o en compañía, ¡ invita, a los
119
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Ángeles a unirse a ti¡ Ten, pues, la certeza de que las oraciones que sus Ángeles llevan al Cielo, su-
biendo y bajando la misma escala que vio Jacob en sueños, traerán a ustedes gracias abundantes e
insignes favores.
Amen, pues, a sus Ángeles y no los tengan desocupados. Transfórmenlos en sus emisarios y en sus
cómplices del bien. Mándenlos a hablar al corazón de sus hijos, y háblenles a sus hijos de sus Ánge-
les. Verán cómo cambian las cosas y como ellos se harán más buenos. Y que la Reina de los Ángeles
les acompañe, les proteja y les sonríe siempre”. Así sea.
b) Dios que por amor nos creó, ¿qué espera de nosotros en cambio?... Dios espera... ¡amor por
Amor! Lo prueban las palabras solemnes que, entre truenos y relámpagos, recibió Moisés en el
Sinaí y quedaron con letras imborrables esculpidas en las tablas de la Ley: “Amaras a Yahvé, con
todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. “ Palabras que se explicitan en el (cap. 12
del Dt): “Y ahora, Israel, ¿qué te pide tu Dios, sino que temas a Yahvé tu Dios, que sigas sus caminos,
QUE LE AMES, que sirvas a Yahvé tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma?”... Ni el más apa-
sionado amante pudiera exigir más: ¡todo tu corazón, toda tu alma, todas tus fuerzas! Pero “Dios,
nos advierte la Biblia, es un Dios celoso. Espera y exige de nosotros un amor fiel y exclusivo: “No te
postrarás ante otro Dios..., ni le darás culto, porque Yo, Yahvé, soy un Dios celoso” (Éx 20, 5)
120
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
a) Afirma San Juan Crisóstomo: “Por puro amor nos ha creado Dios, y todo lo demás por amor a no-
sotros. “Y San Basilio medita: “No fui yo creado a causa del mundo, sino que el mundo está hecho
para mí”.
b) Dios espera nuestra correspondencia a Su Amor. Explica SANTO TOMÁS: “Esto es lo primero
en la intención del amante; que sea correspondido por el amado. A esto tienden, en efecto, todos
los esfuerzos del amante, a atraer hacia sí el amor del amado. “El Amor, explica SAN JUAN DE LA
CRUZ, sólo con amor se paga. La paga y el jornal del amor es recibir más amor hasta llegar al colmo
del amor. “ “AMOR SACA AMOR”; repite SANTA TERESA y SAN AGUSTÍN afirma: “Mi PESO ES MI
AMOR”. Aclara el Beato JOSÉ MARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER: “El corazón nuestro ha nacido para
amar, y cuando no se le da un afecto puro y limpio, se venga y se inunda de miseria. “
c) En el CATECISMO CATÓLICO leemos: “Se puede pecar de diversas maneras contra el Amor de
Dios. La INDIFERENCIA descuida o rechaza la consideración de la caridad divina; desprecia su ac-
ción proveniente y niega su fuerza. La INGRATITUD omite o niega a reconocer la caridad divina y
devolverle amor por amor. La TIBIEZA es una vacilación o negligencia en responder al amor divino;
puede implicar la negación a entregarse a las mociones de la caridad. La PEREZA ESPIRITUAL llega
a rechazar el gozo que viene de Dios, y sentir horror por el bien divino. El ODIO A DIOS tiene, su
origen en el orgullo; se opone al amor de Dios cuya bondad niega y lo maldice porque condena el
pecado e inflige penas”.
¡Con cuanto cariño, pues, el Padre les llamó a la vida! ¡Cuánta ternura espera recibir de ustedes en
cambio! Como una joven madre prepara amorosamente, la cuna del niñito que pronto le nacerá, es-
forzándose que sea, no sólo suave y cómoda, sino también graciosa y alegre, así Dios, que iba a ser
padre y madre, preparó amorosísimamente la cuna del hombre. Se apresuró a adornarla y enrique-
cerla con todo cuanto contribuiría al bien y a la dicha de esa criatura predilecta en su paso sobre la
tierra. Creó Dios plantas y animales para cubrir las necesidades de alimento, calor y vestido de sus
hijos en la tierra. Configuró la corteza de la tierra de tal suerte que los saltos de los ríos generasen
fuerza eléctrica para la industria y para el riego de los campos. Escondió Dios en las entrañas de la
tierra, como en inmensa bodega, minas de carbón y vastos pozos de petróleo para que el hombre
hasta el fin de los tiempos pudiera saciar sus necesidades energéticas...
Creó Dios ese mundo con tales hermosura y poesía, porque tuvo y tiene la gran ilusión de que el
hombre en él se paseara extasiado y rebosando de gratitud y alegría. De tal manera lo dispuso Dios
todo, que su hijo, el hombre, al entrar al mundo se viera obligado a exclamar: ¡Qué bueno es mi
Padre! ¡Ha leído mis pensamientos, ha adivinado mis gustos, se ha adelantado a colmar hasta mis
caprichos!”
Abran sus ojos y sus oídos, discípulos míos: Los pajaritos en su canto melodioso, los campos semb-
rados de flores, el riachuelo que corre, el murmullo de la fuente que serpentea a través del bosque,
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
las montañas juntándose con el cielo, los minúsculos granos de arena acariciados por el inmenso
océano, la aurora que despierta la vida, el sol radiante de mediodía, el crepúsculo que atenúa sus
rayos, la noche que adormece la vida, las estaciones que pasan en un eterno recomienzo, el Univer-
so entero en su esplendor... ¡todo canta la gloria del Creador, todo grita el cariño, la predilección del
Creador por su hijo, todo les pregona el Amor del Padre y su anhelo a que correspondan a tantos
beneficios!...
¡No sean ingratos e indiferentes! Suma amargura y decepción serían para Aquel que puso tantas
esperanzas en el único ser que dotó con dos voces para cantar. Con la voz de su alma agradecida, a
la manera de los seres puramente espirituales que son los ángeles y con su voz corporal, para que
con esta dominare, cual aguda soprano, el concierto universal del Creador.
Imiten a mis Santos. Tocando dulcemente a las florecillas con su bastón, San Ignacio de Loyola les
decía: “Callad, callad, que ya os oigo: ¡Me decís que me ama mi Dios”. Y tomando en su mano una
sabrosa fruta o una hermosa flor, Santa María Magdalena de Pazzis sentía como si una flecha de
amor hacia Dios traspasara su corazón, pensando que ya desde la eternidad había Él proyectado
crear aquella fruta y aquella flor para que ella se recrease con el sabor de la una y la fragancia de la
otra...También para San Antonio María Claret, era la Naturaleza entera como un libro abierto, un
templo lleno de símbolos... En todas las cosas oía la voz del Creador y en todas contemplaba sus
grandiosas huellas. En la hermosura de las flores no veía sino el símbolo de la hermosura del alma
en amistad con Dios. La fruta de un árbol, le recordaba la necesidad en el hombre de buenas obras.
El toque de la campana por un difunto, le hablaba de la fragilidad de la vida humana y la cercanía de
la muerte. El fulgor de los relámpagos y el estruendo de los truenos, le anticipaban el juicio univer-
sal, y la vista de un fuego, le proyectaban las llamas eternas del abismo. El armonioso gorjeo de las
aves le anunciaba el dulce y suavísimo cantar de los ángeles en el cielo, y el centelleo de las estrellas
era para él como la apremiante invitación a entrar en la casa del Padre para siempre. Así lo sea tam-
bién para ustedes. Partiendo de la Naturaleza, contemplen, alaben, agradezcan al Padre Creador.
Así se harán dignos, un día, de gozar y de cantar para siempre las hermosuras celestiales. Así sea”.
122
Cenáculos del rosario
Israel... La Gruta rústica se vuelve sublime por el Hijo de David, llamado a sentarse sobre su trono
real... Los pastores acuden para ofrecer el homenaje de los simples y de los pobres de espíritu...
El coro de los ángeles canta y trae la luz inocente de los niños, de los pequeños, de los puros de
corazón. ¡Con qué inefable amor y delicada ternura María depositó sobre el pobre pesebre a su Hijo
Divino, el Primogénito del nuevo pueblo de Israel, el Unigénito Hijo del Padre, el Mesías prometido
y esperado desde siglos! Sí, “el tiempo se ha cumplido”.
b) Pero María es también VICTORIOSA REINA DEL MUNDO. San Juan en el Apocalipsis, contempla
un gran signo en el cielo: la Mujer vestida de sol y con doce estrellas en torno de su cabeza, combat-
iendo al Dragón y a su poderoso ejército del mal. Las estrellas en torno de su cabeza, que forman
la luminosa corona de su maternal realeza, están constituidas por las doce tribus de Israel, por los
doce Apóstoles como también por los Apóstoles de estos últimos tiempos: todos aquellos que se
consagran a su Corazón Inmaculado, forman parte de su escuadrón victorioso y se dejan guiar por
Ella para combatir esta batalla decisiva y para obtener al final la más grande victoria, anunciada por
la Biblia: Cuando la Mujer victoriosa aplastara la cabeza de la serpiente.
JESÚS: “Discípulos míos: En la pequeñez de María, Mi gran Todo había encontrado un lugar de
elección; elección divina, ¡pequeño y maravilloso estuche que contenía el Infinito! Y el estuche se
abrió para dejar paso al Puro de los Puros. Este año, una vez más, contra la violencia, traigo a los
hombres mi mansedumbre. Contra el odio, vengo a ofrecer el Amor. Contra la envidia, invito al de-
sapego, a la generosidad. Contra las pasiones y los vicios, pongo en contrapeso la pureza inefable
de mi Santísima y muy amada Madre. Contra los homicidios, signos de violencia, contra la matanza
de las inocentes víctimas de la iniquidad de los hombres, traigo mi pequeñez, mi poder infinito de
Niño Dios que implora y avisa. Yo soy el NIÑO en su inocencia y su candor; pero Yo soy también el
PODER Divino.
En esta noche que Me vio nacer, sólo quiero a los pequeños a mí alrededor. Sólo deseo sonreír antes
de llorar sobre las almas perdidas que Me obstino en querer salvar. Yo vengo en medio de los que
persiguen mi Iglesia para gritarles: Soy el Amor... ¡Que no pasa! ¡No se puede quitar nada al Amor!
¡Pobres y miserables hombres! ¡Por un bocado de pan Matan! ¡Para saciar una pasión... matan!
¡Para lo que molesta y para lo que se codicia... matan! Yo, el Niño Dios, Soy el que molesta, el que
quisieran ver desaparecer. Mi obstinación en meterme en cada alma, Me cuesta una lucha implaca-
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
ble: la lucha entre lo que Yo le traigo y lo que ansia su mísera humanidad. Si el desprecio de las cosas
santas, la indiferencia de las almas, hielan mi Corazón manso y humilde,... mis Brazos, mis Ojos, mi
Corazón van, ya, hacia mis consoladores: los pequeños a imagen Mía, los humildes, los pobres, los
mansos..., y por un tiempo, olvido a los que, agazapados en la sombra, viven el sueño insensato de
matar al Amor que viene! ¡Ya será hora de acordarme de ellos cuando haya recibido el homenaje de
los hijos de mi Corazón!
¡Sí!, el Rey de Amor va a bajar, una vez más, al fango que recubre la tierra y nada se opondrá a su
paso... Oh, discípulos del Cenáculo: Sean ustedes, para el divino Niño que va a nacer, los primeros
adoradores, los pastores de estos tiempos. Esta noche de Amor no será verdaderamente saborea-
da y apreciada más que por los humildes, los pequeños de este mundo. Pero esto, para el Niño Dios,
es como la sonrisa de la tierra que Le acoge. ¡Con cuánta ternura, Mis ojos de Niñito se posarán
sobre ustedes que rodean ahora mi más que modesta, cuna...! Ustedes: los mansos y humildes,
los sufridos, los que ahora lloran llevando su cruz, los que tienen hambre y sed y necesidad de Mí,
los que todavía aprecian y agradecen mi venida. Salga de sus corazones conmovidos y fervientes,
como antaño de los ángeles, el Gloria, signo de alegría y de agradecimiento, a Aquel que viene en-
tre ustedes, y en cuyas manitas, están encerrados los Tesoros del Cielo que Yo los destino.
¿Y ustedes, discípulo mío, que Me van a ofrecer? una cosa puede alegrarme verdaderamente: ¡Su
voluntad unida a la Mía para siempre, su adoración y su sumisión...! Vengan dentro de Mí, los curaré
de sus flaquezas, los haré más mansos, más serenos, más sumisos, agotaré para, ustedes los teso-
ros de mi Sabiduría y de mi Amor, si ustedes quieren.
¡Y nadie más que Yo tendrá poder sobre tu corazón...!Que en ti no haya más que una disponibilidad
a la Gracia. Que lo demás desaparezca en las profundidades de Mi Amor que te hará vivir tan sólo
en Mí, quemando y calcinando todo lo que no es Mío. Pues, aun lo humano sirve al Amor, cuando
se da a Él con todas sus imperfecciones y sus miserias. Ven a Mí, pues solo Yo soy Santo; viviendo
en Mí, conocerás la Santidad que se ignora, pero que irradia el Amor... Pero, ¿lo quieres de verdad?
¡Paz a los hombres de buena voluntad!... ¿Qué hay de bueno en el hombre si no es el hambre y la
sed de Dios que le atenaza sin cesar? En este mundo, nada es comparable a la paz y a la alegría de
amar, de reconocer la maravillosa llama de Amor que viene a alumbrar la noche de su vida. Que el
milagro de Navidad se renueve también este año para ti, discípulo mío, pues el NIÑO DIOS tiene
para ti un Amor de especial predilección. La fuerza del Amor está en el abandono a sus exigencias,
y sus exigencias están en tu fidelidad de cada día”. Que así sea.
124
Cenáculos del rosario
a) “Elegid hoy a quién habéis de servir”, nos urge Dios en (Jos 24), y en (Dt 30) solemnemente nos
avisa: “Mira, Yo pongo ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si escuchas los mandamientos
de Yahvé tu Dios, si lo amas, si sigues sus caminos... VIVIRÁS; Yahvé tu Dios te bendecirá. Pero si tu
corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar... Yo os declaro hoy que pereceréis sin reme-
dio”.
b) San Pablo escribe a los Corintios: “Allí donde está el espíritu del Señor, allí está la libertad”.
c) Pero no quiere que mal entendamos esto: En (Ga 5), advierte: que la libertad no consiste en dejar
suelto los instintos. ¡Esto sería libertinaje!: “Hermanos, han sido llamados a la libertad. Pero no
tomen de esta libertad pretexto para la carne; antes al contrario, sírvanse por amor los unos a los
otros”. Y SAN JUAN precisa: “Cristo nos da la libertad... Al contrario todo el que comete pecado se
hace un miserable esclavo”.
d) Para que nuestra libertad no se convierta en enemiga de nuestra salvación es indispensable se-
guir la advertencia del Señor Jesús: “VIGILAD Y ORAD PARA NO CAER EN TENTACIÓN”. En el “caer
en la tentación” está precisamente el mal uso de nuestra libertad. Debemos, por lo tanto, fortale-
cerla mediante la ORACIÓN, la PENITENCIA y el AYUNO.
b) LA FALSA LIBERTAD: “únicamente es libre quien tiene libertad en su interior; esclavo es aquel
que se somete a sus pasiones”. enseña SAN JUAN CRISÓSTOMO. SAN AMBROSIO comenta: “El
que vive según el mundo, no pueda decir a Dios: Soy vuestro, porque tiene muchos amos. Se pre-
senta la lujuria, y le dice: Eres mío, puesto que deseas cosas carnales. Viene la avaricia y le dice: Me
perteneces, porque el oro y la plata que posees son el medio por el cual te vendiste. Llega la gula
y le dice eres propiedad mía, porque un solo festín es el pago de tu vida. Se presenta la ambición y
dice: Me perteneces del todo; ¿sabes que sólo te he dado el mando de los demás con la condición
de que seas esclavo mío?... Acuden todos los vicios diciendo: Eres nuestro esclavo. Y el pecador, que
no puede decir a Dios: Soy vuestro, oye que el demonio le dice: Mío eres”.
c) TODAS LAS DESGRACIAS SON DEBIDAS AL MAL USO DE LA LIBERTAD. Enseña el CATECIS-
MO CATÓLICO: “El hombre libremente pecó. Al rechazar el proyecto de Dios, se engañó a sí mismo
y se hizo esclavo del pecado. Esta primera alienación engendró una multitud de alienaciones. La
historia de la humanidad, desde sus orígenes, atestigua desgracias y opresiones nacidas del cora-
zón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad…”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
esclavos quedaron los que fueron creados libres. A raíz de este pecado original, la humanidad que-
da tan herida, la voluntad del hombre tan inclinada al mal que el mismo apóstol, san Pablo, amar-
gamente gime: “El bien que quisiera hacer no lo hago, y el mal que no quiero, lo estoy haciendo…
¿ay, quien me librara de este cuerpo de esclavitud?
Sólo Yo, discípulos míos, Yo su Jesús y Salvador, les puede liberar de esta esclavitud del pecado y de
la muerte. Sólo Yo puedo hacerles nuevamente libres, felices, dueños de ustedes mismo, capaces
de hacer todo el bien que quisieran, sin que les frene la molestia del hombre carnal con su cortejo
de bajas inclinaciones. Sólo Yo puedo sacar lo mejor de ustedes. Y hasta que no me dejen la libertad
de obrar en ustedes, nunca llegarán a florecer.
Discípulos míos: ¡A cuán caro precio les he comprado la fuerza de no abusar más de su libertad!
Nada debe espantarles más que el mal uso de esa libertad. Porque quien escoge y obra el mal, deja
de ser hijo de Dios para convertirse en un verdadero esclavo, esclavo del Maligno, quien irá siem-
pre, como un pobre mendigo, de deseo en deseo sin calmarse jamás, sin quedar jamás satisfecho.
La esencia de la verdadera libertad no está en elegir un contenido contrario al fin del hombre, sino
en una decisión propia, personal, por la que ustedes buscan en todas las cosas de su vida la volun-
tad de Dios. Consiste en la libre decisión con la que el hombre se adhiere al plan de Dios sobre él,
realizando así su ser, en la plenitud de santidad a la que Dios le llama.
126
Cenáculos del rosario
rotos los lazos del pecado y de la pasión, se mueve gozosamente dentro de la ley de Dios, sin ca-
denas, sin ataduras. ¡Con qué energía rompió María Magdalena todos los lazos, y con qué soltura
andaba, desde entonces, dentro de Mi dulce Ley! Sí, discípulos míos: aceptad mi Yugo, y serán por
fin libres”. Así sea.
39. “¡NADA HAY MÁS INFELIZ QUE LA FELICIDAD DE LOS QUE PECAN!”
b) El pecado desordenó toda la creación, enseña (Romanos). “Por un solo hombre entró el peca-
do en el mundo y con el pecado la muerte..., y la muerte se fue propagando a todos los hombres
porque todos pecaron en Adán”.
c) Como toda acción que hagamos tiene su paga, lo mismo sucede con el pecado: “La paga del
pecado es la muerte” se lee en (Rm 6). Por eso: “como de la serpiente, huye del pecado, porque si
te acercas te morderá” aconseja (Eclo 21).
d) Debemos poner todo de lo que esté de nuestra parte para evitar el pecado. “Aún no habéis re-
sistido hasta la sangre en vuestra lucha contra el pecado” nos reprocha (Hb 12).
b) LIMPIARSE LO MÁS PRONTO QUE SE PUEDE: Escuchemos a SAN AGUSTÍN: “La profundidad
del pozo de la miseria humana es grande; y si alguno cayera allí, cae en un abismo. Sin embargo, si
127
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
desde ese estado confiesa a Dios sus pecados, el pozo no cerrará la boca sobre él. Pero, desdeñada
la confesión, no habrá lugar para la misericordia”. Y comenta SAN FRANCISCO DE SALES: “El alma
que ha consentido la culpa se ha de horrorizar de sí misma y limpiarse lo más pronto que pueda,
por el respeto que debe tener a los ojos de Dios, que la está mirando; a más de que es gran necedad
estar muertos en el espíritu teniendo tan formidable remedio”.
¡Ah! ¡Si pensaran algunas veces en eso todos los fornicadores, los adúlteros, los drogadictos; todos
los autores de intemperancias e inmoralidades; todos estos amantes de los placeres ilícitos; todos
los que siembran escándalos y mala vida; todos estos desgraciados corruptores que se entregan
y entregan a los demás a los pecados; a las costumbres depravadas y a los vicios más perniciosos,
sin querer jamás arrepentirse! ¡Si supieran cómo todas sus voluptuosidades, todos sus perjuicios,
todos sus crímenes, se cambiarán en infiernos, en suplicios horribles, cuya virulencia no hará que
aumentar día tras día!
Si supieran, si quisieran comprender siquiera cuanto los ama Mi Padre. Si supieran cuanto Yo los
amos.
¡Ah! Cómo vendrían a mi con una confianza sin límites. Sus miserias no los apartan de mi Amor;
atraen más bien mi Misericordia y provocan mis divinas ternuras. No hay hombre tan malo, tan cor-
rompido, no hay un pecador tan culpable que no pueda con la gracia y el arrepentimiento alcanzar
el fuego de la caridad divina. Y si permanece fiel, ni todos los demonios juntos podrán retenerlo.
¡Ah! Si supieran todos estos escritores pornográficos, perversos y escandalosos, a que desgracias
horribles se exponen y que torturas el demonio les tiene preparado. Si lo supieran todos estos cris-
tianos indignos de ese nombre: los acaudalados que abusan del sudor y de la miseria del pobre,
explotándolo como un mero instrumento para enriquecerse, no importa a qué precio; si lo supieran
todos estos desgraciados avaros que roban a Dios y al prójimo, si supieran todos ellos los tormen-
tos eternos que les esperan.
Si lo supieran esos esposos y padres adúlteros que deshonran, sin estremecerse y al parecer im-
punemente, el divino sacramento del matrimonio o hasta irrespetan a sus hijas; si lo supieran todos
estos infelices jóvenes, y desgraciadas muchachas que se mofan de la honestidad , exhiben impú-
dicamente sus cuerpos, y se atreven a burlarse de los sublimes leyes divina, de los sabios y pru-
dentes consejos y de las profundas advertencias de la religión, salvaguarda y protectora soberana
de las virtudes cristianas! ¡Cuántos hombres y mujeres creen hoy día que todo les es permitido; que
cualquier cosa podrán leer sin temor a intoxicarse; olvidándose de que no por su dulce sabor deja
un alimento de ser venenoso, si el veneno está escondido adentro.
¡Si lo supieran todos estos flojos y débiles, que en otro tiempo habían, quizá, aprendido a balbucear
el dulce nombre de JESÚS y María sobre las rodillas de su madre, pero se dejaron arrastrar al mal
por cínicos tentadores; si supieran todos esos burladores de las enseñanzas divinas, a las que han
rechazado por un una falsa vergüenza, o quienes por un temor injustificado han rehusado confesar
al hombre de Dios, el sacerdote, lo que turba su conciencia y su corazón!
128
Cenáculos del rosario
Nadie impunemente se expone a la tentación. Nadie impunemente hojeará libros o verá pelícu-
las que encierran, bajo el disfraz de la poesía, los encantos del estilo o el arte, las flores malditas
del mal, que halagan los bajos instintos, ridiculizan los afectos legítimos y aplaudan los vicios. El
pecado pone desorden en todos los que lo cometen. Las faltas aun llamadas veniales, son siempre
peligrosas para el alma, aún si esta conserva un poco de clarividencia, de control de sí mismo; una
cierta barrera que se promete no franquearla. Lo que hoy se mira, se codicia, mañana se terminará
haciéndolo. Cuando la vergüenza se habrá apagado y el estimulo se habrá hecho demasiado fuerte,
el alma terminará cediendo, incapaz de contenerse por más tiempo.
¡Cómo perdió el hombre moderno el sentido del divino y hasta del simple arte de vivir! La vista del
abismo le atrae como un vértigo, como atraen las fauces de la serpiente al pájaro fascinado, como
atrae la luz a la mariposa que luego se quema las alas. Habiéndose apartado de Dios; se apega a
todo lo que no es Él, a todos los encantos y deleites que el mundo, la propia carne y el diablo le of-
rece, aún los más deshonestos y los más perniciosos. ¡Es una gran lástima! Salido de su eje y como
desorbitado, su centro de gravedad ya no está en las cosas de arriba. Cortado todo contacto con
el mundo sobrenatural ya no apetece sino las cosas materiales y los placeres carnales. La moral, la
reduce a un conjunto de hábitos adquiridos, y a la religión la considera un artículo de lujo que más
bien sobra, que no le hace falta, dice, para vivir feliz. ¡Oh, la terrible ceguera de los que por barati-
jas, humos, quimeras, por una ganancia culpable, algunos placeres impuros, tan efímeros, pierden
a Dios, el bien supremo e infinito y entregan y comprometen su eternidad! Ya que, si no rectifican
su rumbo a tiempo, ¡un día serán lanzados a las más atroz desesperación, a los más espantosos
suplicios eternos!
Porque el pecado grave, es un verdadero suicidio espiritual, y la puerta hacía el abismo. Sumerge a
las almas en los más bajos fondos del odio y de la eterna desesperación. Pecar no es tan sólo rebe-
larse contra Dios, es herir su Amor y dar una tristeza a su Corazón tan tierno y amante. Es la ruptura
con Dios su Padre, la negación de Mi Persona, el rechazo a los avances luminosos y a las inspira-
ciones del Espíritu Santo; y por contragolpe, es la desgracia del mismo pecador. Aunque pretende
hacerlo con engañosa apariencia, el pecado jamás hace feliz al pecador. El pecador no puede ser
feliz, separado del Amor de Dios, que, a pesar de todo, lo persigue, con su divina solicitud.
No es Dios, como lo pretenden los ignorantes, el que pierde a las almas: Dios no condena a nadie;
es el pecador obstinado quien se condena á sí mismo, dando descaradamente la espalda a la Ver-
dad; a la Luz y al Amor. Es él y sólo él, quien carga con su propia pérdida y desgracia eternas. Es el
mismo quien se convierte en su propio verdugo, por no querer enmendarse de su vida pecaminosa
y rehusar expiarla.
Discípulos míos: El Padre del Cielo no se ha contentado con darles órdenes y establecer prohibi-
ciones; no se ha limitado tampoco a darles advertencias, para vencer las tinieblas y el entumec-
imiento en el cual los aprisiona el pecado. Él les ha entregado a Mí, Su propio Hijo, tomando, por así
decirlo, a la humanidad entre sus manos divinas y elevándola hasta la altura de su rostro Paternal.
Él da a cada uno el dulce nombre de hijo, pidiendo a cambio el dulce nombre de Padre, y les dice:
“Tú me amarás como un hijo, ya que te he asociado a mi único Hijo, y tú vivirás con nosotros, de
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
nuestra vida por toda la eternidad”. El amor sólo con amor se paga. El Amor no responde y no se
da sino al amor. Es en el amor total y puro, en donde todas las demás virtudes florecen y el corazón
da fruto.
Ámenme pues, discípulos míos, con todo su corazón, con toda su alma, con todo su espíritu, con
todas sus fuerzas o más bien con toda sus debilidades; porque es amando a pesar de sus miserias
y del fondo mismo de sus carencias físicas como morales, como Me amarán plenamente”. Así sea.
Jesús instituyó este Sacramento como broche de oro a los demás Sacramentos. Quiso esperar a
que los Apóstoles hubieran vivido la amarga experiencia de haber abandonado a Su Maestro cuan-
do más necesitaba Él su presencia. Cuando más avergonzados se sentían y con necesidad de per-
dón, fue cuando Jesús, al punto ya de subir al Cielo, les confió esa maravilla del Perdón Divino: El
hecho que manos humanas, las propias pecadoras de ellos, tendrían el poder de conceder el perdón
en nombre de Dios. Les dijo solemnemente, en Juan 20: “Como Mí Padre Me ha enviado, así os
envío Yo a vosotros. Recibid el Espíritu Santo: Quedan perdonados los pecados a aquellos a quienes
los perdonaréis y quedan retenidos a quienes se los retuviereis”.
Muchos años después, ya en su vejez, el Apóstol San Juan, en su primera carta, volvió a hablar de
esta maravilla: “Si dijéramos, escribe, que no tenemos pecado, nosotros mismos nos engañamos,
pero si confesamos nuestros pecados, fiel y Justo es Él para perdonarnos y lavarnos de toda iniqui-
dad”.
130
Cenáculos del rosario
acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote
es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador. Los Padres de la Iglesia
presentan este Sacramento como “la segunda tabla de salvación” después del naufragio que es la
pérdida de la gracia”
Cada Sacramento es un gran don de amor, de parte de Dios. Es un canal que te trae o te aumenta
esa agua misteriosa que se llama Gracia, la que te purifica de las caídas y te calma la sed hasta el
punto de que no tendrás más.
Yo instituí el Sacramento de la Reconciliación con Dios cuando, poco antes de subir al Cielo, les di
a Mis Apóstoles el encargo de ir por el mundo perdonando los pecados. ¡Sólo Dios puede perdonar
los pecados! Mis Ministros sólo actúan por orden Mío. Son mis representantes. Soy Yo El que actúo
en ellos, prolongando, así, mi presencia en el espacio y en el tiempo. Aunque ellos mismos son
pecadores, Yo les doy el poder de realizar curaciones espirituales en Mi Nombre, en Mí y por Mí.
Pero, así como un enfermo que va al médico se predispone física como mentalmente para exponer-
le sus males, así el enfermo del alma debe recogerse en sí mismo, antes de la Confesión, si quiere
ser ayudado por el Médico Celestial, representado por Mi Sacerdote. De esta manera, conocerá sus
defectos y llegará hasta su raíz: el defecto dominante o el pecado capital que se esconde debajo de
los demás pecados. Una persona, por ejemplo, puede hablar mal de otra por ligereza, por vanidad,
pero también puede hacerlo por envidia, rencor, odio o venganza.
Estos últimos son mucho mas graves y “Cuando vamos a confesar, decía el SANTO CURA DE ARS,
es necesario saber lo que se va a hacer. Puede decirse que vamos a desclavar a Nuestro Señor. Los
pecados que ocultamos, reaparecerán a la vista de todos (en el día del Juicio). Si queremos que
nunca más reaparezcan, es preciso confesarlos bien”.
Por lo tanto urge el EXAMEN DE CONCIENCIA, que SAN AGUSTÍN con las siguientes palabras
recomienda: “Avanzad siempre, hermanos míos. Examinaos cada día sinceramente, sin vanaglo-
ria, sin autocomplacencia. Examínate y no te contentes con lo que eres, si quieres llegar a lo que
todavía no eres. Porque en cuanto te complaces en ti mismo, allí te detuviste. Si dices ¡basta!, estás
perdido”. Decid más bien: “Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado”. El
que así ora no atiende a los pecados ajenos, sino que se examine a sí mismo, y no de manera super-
ficial, como quien palpa, sino profundizando en su interior. No se perdona a sí mismo, y por esto
precisamente puede atreverse a pedir perdón al Altísimo”.
SAN FRANCISCO DE SALES asegura: “El examen de conciencia por la noche, así como el de la
mañana, nunca debe omitirse. Con el examen de la mañana abres las ventanas del alma, para que
entre en ella el Sol de la justicia, y con el de la noche las cierras, para que no las oscurezcan las tini-
eblas del abismo”.
131
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
El CATECISMO CATÓLICO insiste en la total sinceridad de nuestra confesión: “Quienes callan con-
scientemente algunos pecados, no están presentando ante la bondad divina nada que pueda ser
perdonado por mediación del sacerdote. Porque si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga
al médico, la medicina no cura lo que ignora”. Ya SAN JUAN CRISÓSTOMO había recordado que,
para que el milagro de la Misericordia se cumpla, Dios exige una total sinceridad en confesarse: “Si
no declaras la magnitud de la culpa, no conocerás la grandeza del perdón”.
Para examinar tu conciencia, colócate delante del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, consideran-
do el gran Amor y el cuidado que tienen para contigo. Luego, mediante Su Luz averigua en qué co-
sas, desde la última confesión bien hecha, los has entristecido y ofendido y en qué otras ocasiones,
además, has entristecido a tu prójimo.
Tu alma, discípulo mío, es como una habitación cerrada. Cuando por las rendijas de una ventana
entra un rayo de luz solar, el aire que antes parecía tan puro, se ve lleno de pelusillas, de átomos
de polvo, imposibles de contar. Así sucede en el alma, cuando penetra en ella la luz de Mi gracia,
¡cuántas imperfecciones se encuentran, en donde todo parecía limpio y santo! Sin, no santas, las
que no encuentran de qué confesarse! No por falta pecados, sino por haber cerrado el cuarto de
su alma, a la luz de Mi Gracia. Una vez invocada la Luz divina, haz tu examen de conciencia, inter-
rogándote sobre tus tres clases de deberes: Con Dios, con el prójimo y contigo mismo.
Pregúntate, también: ¿Asisto a la Santa Misa cada Domingo?... ¡Cuántos, ¡ay! toman con ligereza
este grave mandamiento! ¡Sólo van a la Santa Misa cuando no tienen otros compromisos o cuando
se les antoja! Y luego de haber faltado a tan grave Ley divina, tienen la osadía de acercarse a la San-
ta Comunión, sin antes haberse confesado, ¡como si se tratase de un pecadillo!...
Discípulos míos reflexionad: Dios os regaló seis días para vuestros quehaceres, pero el séptimo día,
lo reservó para Sí. Es un día consagrado a Él. No respetarlo ¡Es robar a Dios la gloria que le compete!
Claro, siempre que no haya una excusa muy seria que te dispensa de la Santa Misa: una enferme-
dad, por ejemplo, o el cuidado imprescindible de niños pequeños. Pero si, sin motivo serio, has
faltado a la Santa Misa, aunque fuera un sólo Domingo, no puedes recibirme en la Santa Hostia sin
previa confesión. ¿No os advirtió Mi gran Apóstol Pablo que “El que come indignamente del Cuerpo
de Cristo come y bebe la propia condenación”? Pregúntate también ¿cómo acojo las buenas inspi-
132
Cenáculos del rosario
raciones que Dios te manda?... ¿Eres con Él generoso o perezoso?... ¿Haces cada día el bien que
Dios y tus hermanos esperan de ti?... Recuérdate de la higuera, maldita por Mí por no dar fruto. ¿No
fue el rico sepultado en el infierno, por cerrar al pobre Lázaro su compasión y sus bienes? Acúsate,
pues, y arrepiéntete de tus pecados de omisión!
CON EL PRÓJIMO
Pregúntate, en segundo lugar: ¿Cómo me comporto con el prójimo? ¿Hago sufrir a los que viven
conmigo? ¿Soy para ellos un consuelo o, más bien, una cruz pesada por no esforzarme en dominar
mi carácter?.. ¿Soy rencoroso, pesimista, envidioso? ¿Me enojo o me altero con facilidad?... ¿Educo
a mis hijos con cristiana firmeza, sin ser con ellos ni demasiado duro, ni demasiado blando? ¿Me
preocupo del bien espiritual de sus amistades? ¿Les hablé del inconmensurable Amor divino, para
con ellos? ¿Les enseño, con mi ejemplo, a rezar, a practicar la Ley de Dios, a santificar el Domin-
go?... No corregir, por pereza o comodidad, los errores y defectos de los hijos, puede ser un pecado
grave.
CONTIGO MISMO
Examínate, por fin, sobre tus deberes hacia ti mismo. ¿Eres sincero? ¿Has mentido, criticado, ca-
lumniado? ¿Guardas rencor u odio? Sentir rencor, no es lo mismo que consentirlo. Dios no te pide
sentir simpatía para quien no lo merece. Pero te pide orar por los que te ofenden y hacer el bien a
quien te hace el mal...
¿Dominas tu gula, tu sensualidad? ¿Te dejas llevar por vicios, haciendo sufrir a tu esposa y a tus hi-
jos? ¿Estás usando métodos anticonceptivos ilícitos?... Te casaste, acuérdate: no para pecar juntos,
sino para ir, tomados de la mano, camino al Cielo. No toca a los médicos, ni a los diputados, ni a los
sacerdotes individualmente, ni menos a las parejas, decidir lo que es lícito o no en materia de con-
cepción. Es al Todopoderoso y Hacedor vuestro, que ha dejado la interpretación auténtica de su Ley
en manos del Magisterio Supremo de la Iglesia, a quien debes obedecer y respetar. Desobedecer al
Papa es desobedecer y disgustar gravemente a Mí, su Jesús.
Usar métodos anticonceptivos, reprobados por la Iglesia, atrae una maldición sobre el hogar. No les
dijo el Dios del cielo y de la tierra, por boca de su siervo Moisés: “He aquí que Yo pongo delante de
ustedes una bendición o una maldición. Obedézcanme vivirán... De lo contrario... ¡Morirán!”
Discípulo mío: Que estas pautas, por incompletas que sean, te sean útiles a la hora de examinar
tu conciencia ¿No encuentras siempre tiempo para algo que te gusta o consideras importante?
Encuentra también un momento, para hacer ese alto diario en tu camino. Ahondando en ti mismo,
acudiendo, luego, a Mí para que te ayude a corregir, si es el caso, el rumbo de tu vida,... te pondrás
en una actitud de humildad delante de Mi Padre del Cielo. Esto, a su vez, atraerá sobre ti Su mirada
más benévola y la abundancia de sus gracias”. Así sea.
133
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) La suprema manifestación del Misericordioso Amor Paterno, la tenemos en su Hijo Jesús. Ya que
“tanto amó Dios al mundo..”. que quiso entregarnos a su propio Hijo como Víctima para nuestros
pecados. En su Hijo Jesús Dios se apiadó de los hijos pródigos, de las Marías Magdalenas, de los
Pedros y de los “ladrones arrepentidos” de todos los tiempos. “No he venido” dijo Jesús “para los
justos, sino para los pecadores, no para los sanos, sino para los enfermos”. Y en Juan 3 leemos. “No
envió Dios su Hijos al mundo para condenar al mundo, sino que por su medio el mundo se salve”.
c) SAN CIRILO DE JERUSALÉN dejó escrito: “Lo más terrible es si piensa alguno que para él no es
posible la conversión y la misericordia”. San CAMILLO DE LELLIS llamaba a su grave y dolorosa
enfermedad “Misericordia de Dios”, porque le permitía hacer su purgatorio en la tierra.
d) El Papa SAN JUAN PABLO SEGUNDO, en su Encíclica “Dios, RICO EN MISERICORDIA”, llama al
misterio de la cruz “el pasmoso encuentro de la trascendente justicia divina con el Amor: el “beso”
dado por la misericordia a la justicia”.
134
Cenáculos del rosario
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Discípulos míos: Queriendo recordar y honrar a la Divina Misericordia, están hoy nuevamente re-
unidos ante Mi presencia. Yo les miro a los ojos y veo lo más escondido de su corazón. No teman,
soy Padre de las almas y Hermano suyo. Soy Jesús, su Redentor y Salvador. Soy el Cristo, Sacerdote
eterno. Soy la Bondad, la Sabiduría, la Gracia y la Misericordia. Por eso, les digo: cualquiera que sea
el grado de santidad que posean, cualquiera que sea su estado de ánimo, Yo les amo y no deseo más
que hacerles el bien, beneficiarles mucho, de manera que todos salgan de aquí con gran alegría e
inmensa serenidad en el corazón.
Sé que tienen cruces que les atormentan. A menudo son probados en el cuerpo y en el alma. Las
tentaciones, el demonio, el mundo, las enfermedades corporales o la demás gente les hacen sufrir...
Pero, ¿Creen acaso que Yo voy a permitir que mis hijos sean tentados más allá de lo que pueden
aguantar? ¿Acaso no les he llamado aquí para darles fuerza, para ayudarles, para consolarles y, si
es para el bien de ustedes, para aliviarles o quitarles por lo menos una parte de los males que les
afligen?
Quiero aliviar las espinas que hieren el corazón de las madres. Estos hijos que deberían ser con-
suelo, a menudo son su cruz y su pena. Madres, en cada una de ustedes, yo veo a mi propia Madre
Celestial Yo les prometo que a sus hijos les salvaré, aunque estos ahora quieran tener sus propias
experiencias. Yo les salvaré; siempre que sean ustedes, madres, perseverantes en la fe, en la oración
y en la ofrenda de sus lágrimas. Y ¿Aquellas esposas que lloran por sus maridos que se han aleja-
do, que deben hacer?... Hijas mías, permanezcan fieles, aunque el esposo les sea infiel. Oren por
él, porque aun que lejos de Dios y de vuestro corazón: Ante Dios sigue siempre siendo su marido.
Guarden y críen con amor esos hijos cuya carga recae ahora totalmente sobre sus propias espal-
das. Yo les prometo que un día serán su consuelo. Todo es posible para Dios; pero la libertad que Él
respeta en sus criaturas, le impide forzarlas. Sin embargo, gracias a la cruz, encontrarán santidad,
paz y salvación.
Bendigo y ayudo a los viudos que santifican su viudez y se afanan con generosidad y sacrificio por
el bien de muchos. Bendigo, llamo y ayudo a los solteros, que a veces sienten la amargura de la
soledad, y deseo de ellos aquella ofrenda que las almas víctimas ofrecen para la santificación de los
sacerdotes y de los hermanos. A todos, a todos quiero acoger hoy. Las familias que me dejan vivir
en medio de ellas, donde me siento bienvenido y amado: ellas son mi Nazaret, mi Betania, el lugar
de mi descanso.
La cruz no está nunca lejos; pero donde hay amor y temor de Dios, la virtud florece y con ella reina
la paz. Ustedes representan aquí a su parroquia, a su diócesis, a su país, pero ¡cuánto deseo que el
mundo entero, en este día dedicado a la Divina Misericordia, estuviese postrado a mis pies! ¡Que
hermoso sería que todos, golpeándose el pecho y reconociéndose pecadores, invocasen mi perdón!
No hay deseo más grande en mi Corazón Salvador que el de perdonar, de favorecer, de bendecir.
Discípulos míos: Si Dios no fuese misericordioso, es decir si no tuviera “corazón” para la “miseria”
del hombre, les aseguro: Hace tiempo que este mundo ya no existiría. Porque lo que en el mundo
acontece: los más horribles pecados, los crímenes más abominables, las más profundas traiciones...
son un tal océano de mal que Dios, fijando su mirada en el mundo, debiera darse vuelta con asco.
Pero, así como la más amorosa de las madres, se inclina sobre su hijo enfermo y le prodiga miles de
atenciones, así también Dios, que es todo piedad y amor, siente por el hombre que ha creado a Su
Imagen y Semejanza, una compasión inmensa. Mientras que el hombre está con vida lo perdona
todo, lo aguanta todo, lo repara todo. Únicamente pide que después de haberse equivocado de
camino ¿y quién no se equivoca alguna vez? regresen a Él con un corazón arrepentido para pedirle
que los perdone. No hay pecado, por grave que sea, que Dios no pueda ni quiera perdonar.
135
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Pero ustedes, háblenle de todo. Háblenme de los pueblos enfrentados unos a otros por el odio y la
guerra; de los pueblos donde se niega la existencia de Dios y se difunde el ateísmo; de los pueblos
en los cuales el bienestar material ha llegado a ser el máximo ídolo.
Háblenme de todo: de aquellos sacerdotes que son infieles a su vocación, de las almas consagradas
que no quieren creer ya más en mi deseo de castidad y pureza. Háblenme de los esposos que no
ponen su fe en Mí y no cumplen con sus deberes, y de aquellos que, sin piedad ni cariño, maltratan
a sus hijos como si fuesen los dueños de sus vidas. Háblenme también de los buenos, de los sac-
erdotes que tienen anhelos de santidad, de las almas comprometidas al sacrificio como don a sus
hermanos. Háblenme de sus seres queridos y de los que quieren ayudar. Cuando prometo, cumplo;
deseo, quiero y debo ayudarles. Cuando me rezan por el Santo Padre, el Papa, háganlo con entusi-
asmo y con insistencia, por que esta oración encuentra un eco muy profundo en mi Corazón.
Que sea fiesta también para sus seres queridos que están en el Purgatorio, donde recibirán una
lluvia refrescante de alivio, cada vez que ustedes invocan sobre ellos Mi Divina Misericordia. La
oración por sus difuntos es un acto de bondad también hacia Mí que tan grande deseo tengo de
estrecharles contra mi Corazón en el Cielo. La Madre de la Misericordia y Virgen del Carmen les
ayudará en esta tarea”. Así sea.
¡Cuánta razón tiene la Madre TERESA! En este mundo en que nos ha tocado vivir hay demasiada
gente muy seria. Habría que inundar la tierra de sonrisas y de amabilidad. Es decir, de esas mani-
festaciones de buen humor que nacen un corazón alegre. Cuesta, a veces, sonreír; ¿No sería buena
idea, de una vez para siempre, asegurarnos la sonrisa?
a) ¿Cuál es la BUENA TRISTEZA?... “Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados”; ex-
clamó Jesús. El llanto, al que aquí le prometen el consuelo eterno, nada tiene que ver con la tristeza
de este mundo. La tristeza espiritual es la que llora los pecados propios o bien las faltas ajenas en
cuanto lleva a hacer actos de reparación y expiación, y a ser mejores. Esta tristeza es muy distinta
de aquella que aleja de Dios y nos paraliza.
b) Pero MALA ES LA TRISTEZA cuando provenga de causas moralmente malas: de la tibieza, por
ejemplo, del egoísmo, de la envidia, de cumplir a mala gana la voluntad de Dios... Esta tristeza,
136
Cenáculos del rosario
en cuanto nos lleve al abatimiento moral, al desaliento, nubla la inteligencia, y conduce al incum-
plimiento de nuestros deberes, a faltar a la caridad, etc. Frecuentemente indica un estado de ale-
jamiento de Dios.
Esta es la tristeza que condena la Biblia: “Como la polilla al vestido y carcome a la madera, así la
tristeza daña al corazón del hombre”. leemos en Proverbios (25). Y Eclesiástico (30) nos advierte
que “la tristeza predispone al mal; por eso se ha de luchar en seguida contra este estado del alma:
Anímate, pues, y alegra tu corazón, y echa lejos de ti la congoja; porque a muchos mató la tristeza.
Y no hay utilidad en ella”.
Concluimos con San Pablo en Filipenses (4): ‘Alegraos siempre en el Señor de nuevo os digo:
alegraos’.
b) HAY UNA TRISTEZA QUE NACE DE LA ENVIDIA, enseña SAN BASILIO: “Es la envidia, un pesar,
un resentimiento de la felicidad y prosperidad del prójimo. De aquí que nunca falte al envidioso, ni
tristeza, ni molestia. ¿Está fértil el campo del prójimo? ¿Su casa abunda en comodidades de vida?
¿No le faltan ni los esparcimientos del alma? Pues todas estas cosas son alimento de la enfermedad
y aumento de dolor para el envidioso. De aquí que éste no se diferencia del hombre desarmado,
que por todo es herido”.
¿Cómo podrás ayudar y animar a los demás, ya que esa es tu misión, si tú mismo estás abatido y
triste?... Reine siempre en tu corazón la alegría y la serenidad, que son el fruto de una conciencia en
paz con Dios y con el prójimo. Ama y procura que reine la armonía entre todos y quédate siempre
137
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
dispuesto a sacrificar tus gustos, a respetar las opiniones de los demás, a soportar las humillaciones
y las maldades, con tal de que quede a salvo esa armonía.
NO LE DES IMPORTANCIA
Vence el mal por el bien. Resta importancia a las menudeces, olvida rápidamente cualquier ofensa,
restablece el orden, pues así es como actúo y quiero que todos ustedes Me imiten. Normalmente,
la tristeza no viene de Dios sino del Maligno, quien se sirve de ella para apartarlos del bien y de la
oración. Por culpa de esta tristeza te falta el entusiasmo tan necesario para afrontar y vencer los
peligros y poder alcanzar los fines más sublimes.
Que tu mente permanezca serena. Clarifica tus pensamientos, oriéntalos a cosas nobles. No te de-
tengas a considerar los aspectos negativos de la vida o las personas que te circundan, sino que
esfuérzate por descubrir todo lo bueno que hay en ellas. Todos tienen algunas virtudes. Así te será
más fácil amar a todo el mundo.
Si tienes que corregir alguno de sus defectos porque tienes autoridad para ello, hazlo con bondad
y delicadeza. No te dejes arrastrar por el resentimiento, la cólera o un falso celo, pues te aseguro
que ningún beneficio obtendrás con ello, ni para los demás ni para ti. El que se ve reprendido du-
ramente, está poco dispuesto a aceptar que tiene necesidad de corregirse. Más aún, en ti mismo,
después que hayas descargado tu furor, entrará la tristeza, porque te das cuenta de que no eres
dueño de ti mismo y, por consiguiente, te desalientas, saliendo así tú también perjudicado.
SABRÁS DISCULPAR
Sé más indulgente con los otros que contigo misma. ¿Te das cuenta con qué habilidad sabes tapar
tus defectos? Haz lo mismo con los demás. Eres muy ciego por tus propios defectos, mientras que
descubres fácilmente los de los demás. Pero, si estás en paz contigo mismo, descubrirás con más
facilidad tus propios puntos débiles y deficiencias y sabrás ser más indulgente con los demás. Ust-
edes creen, a menudo, que son muy buenos, pero si comparan su bondad con la de Dios y la de
algunos santos que han vivido su misma vida, comprobarán que todavía les falta mucho y queda
mucho camino que recorrer.
No les está prohibido llorar; Yo mismo lloré durante mi vida mortal. Lloré sobre las ruinas de Je-
rusalén, como lloro ahora sobre mi Iglesia, sobre algunos de sus ministros que traicionan demasia-
do su vocación y su misión. Lloré por la muerte de Lázaro, como lloro por tantos pecadores, sordos
a mis llamadas y a mi voz. Lloré en el Huerto de los Olivos al ver la inutilidad de mis sufrimientos
para tantas almas y lloré lágrimas de sangre, sangre que brotaba de todo mi cuerpo. Tú también
puedes llorar, pero que tus lágrimas sean benditas. Llora por tus pecados y por los del mundo en-
tero, y que tus lágrimas tengan valor de purificación y de limpieza. Únelas a las mías y a las de mi
Santa Mamá y que contribuyan a retener el brazo de la Justicia Divina. Llora, pero que tus lágrimas
sean de dolor y no de desesperación. Que sirvan para suavizar tu sufrimiento y no sean un signo de
rebelión contra la Voluntad de Dios.
138
Cenáculos del rosario
ra, muestra a menudo sus lágrimas en diversos lugares del mundo. Con esto quiere invitar a todos
los hombres al arrepentimiento y a la reflexión. Pero, ay, con frecuencia, no se aclama más que el
milagro y no se penetra en la sustancia; se es demasiado superficial. Si la mamá llora, la obligación
de sus hijos es consolarla y averiguar el motivo de su dolor.
Tú, al menos, discípulo mío, hazlo así, y el consuelo que darás a tu Mamá Celestial te será pagado
en cambio con alegrías espirituales y gracias numerosas”. Así sea.
PRESENTA EL TEMA
“Madre del Cielo, en este hermoso mes tuyo de Mayo, henos aquí Contigo y con tu Hijo en las Bo-
das de Caná, para admirar en el prodigio de Jesús tu potencia y tu ilimitado amor materno por mí y
por todos tus hijos. ¡Ah, Madre mía, toma mi mano en las tuyas, ponme en tus rodillas, lléname de
amor, purifica mi inteligencia y haz
me comprender qué gran misterio encierra el Primer milagro de Jesús!
a) ¡Cuán destrozada, quedó en efecto la familia humana, después del pecado original! Toda la deso-
lación que languidece la familia humana es consecuencia directa del pecado de Adán y Eva. Cuando
descubrieron el engaño que puso fin a su vida paradisíaca, su alma lanzó un grito cuyo eco sigue
repercutiendo en todas las angustias, tormentos y aflicciones de nuestra pobre sociedad humana
Conclusión: María, pues, que devolvió la belleza, la santidad a la familia y restauró el plan original
de Dios, puede con sobradísima razón ser aclamada: “REINA DE LOS HOGARES” y “MODELO DE
TODAS LAS MADRES” ¿Quién, en efecto, meció a Jesús en su cuna? ¿Quién secó sus lágrimas?
¿Quién lo llevó en sus brazos hacia Egipto? ¿Quién lo cuidó amorosamente por treinta años? ¿A
quién acudieron los esposos de Caná para salir de su gran apuro? ¿Quién consoló al Hijo en la calle
de la Amargura? ¿Quién recibió su última mirada?... ¿Y quién lo cogió ya muerte y frío, nuevamente
en sus brazos? ¿Con quién se fue a vivir San Juan? ¿Quién fue el aliento, la guía, el modelo de la
Iglesia naciente? ¿A quién acudió Lucas para que le ayudase a escribir el Evangelio de la infancia?
¡Quién, sino la Madre de Jesús y Madre nuestra, la cual con más que sobrada justicia, puede y debe
ser llamada “REINA DE LOS HOGARES!”
139
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“Virgen del Hogar, Tú que fuiste la Madre del hogar de Belén y Nazaret, sé ahora la madre de to-
dos los padres y madres de familia, de todos los que van a los campos, a la fábrica, a la oficina o a
sus quehaceres domésticos, con la frente preocupada y que vuelven agotados de fatiga; de todos
cuantos ven su trabajo despreciado y que lo hacen a disgusto, como una cosa amarga; de todos los
que trabajan más allá de sus fuerzas y minan su salud, para alimentar a sus familias y satisfacer sus
necesidades y caprichos; de todos los que se creen abandonados, y cuya desesperación colinda con
la rebeldía; y sobre todo, de los que han perdido a Cristo y cuya vida no tiene ya sentido. Devuélve-
les a todos la alegría de trabajar en la obra de Cristo, la dignidad del trabajo ofrecido en unión con el
Sacrificio Eucarístico, y muestra que un Dios ha trabajado como ellos para que vuelvan a encontrar
el orgullo de ser llamado “obrero en la viña del Señor”.
b) Entre José y María había cariño santo, espíritu de servicio, comprensión y deseos de hacerse la
vida feliz mutuamente. Así es la familia de Jesús: sagrada, santa, ejemplar, modelo de virtudes hu-
manas, dispuesta a cumplir con exactitud la voluntad de Dios. El hogar cristiano debe ser imitación
del de Nazaret: un lugar donde quepa Dios y pueda estar en el centro del amor que todos se tienen.
¿Es así nuestro hogar? ¿Le dedicamos el tiempo y la atención que merece? ¿Es Jesús el centro?
¿Nos desvivimos por los demás? Son preguntas que debemos hacernos a menudo en nuestro ex-
amen de conciencia.
Los hogares cristianos, si imitan el que formó la Sagrada Familia de Nazaret, serán «hogares» lu-
minosos y alegres, porque cada miembro de la familia se esforzará en primer lugar en su trato con
el Señor, y con espíritu de sacrificio procurará una convivencia cada día más amable. La caridad lo
llenará así todo, y llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidán-
dose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los
hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin
importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños
servicios de que está compuesta la convivencia diaria.
c) Concluimos con una magnífica oración que el PAPA SAN JUAN PABLO II incluye en su Encíclica,
«Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, sea también Madre de la “Iglesia doméstica”, y, gracias a
140
Cenáculos del rosario
su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una pequeña Iglesia de
Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios;
sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas
de cuantos sufren por las dificultades de sus familias. Que Cristo Señor, Rey del Universo, Rey de
las familias, esté presente, como en Caná, en cada hogar cristiano para dar luz, alegría, serenidad
y fortaleza».
Mi Jesús había regresado del desierto y estaba a punto de iniciar su Vida Pública, pero primero quiso
asistir a estas bodas y quiso que Yo fuera también invitada. No fuimos para gozar de la fiesta, sino
para obrar grandes cosas en favor de las generaciones humanas. Mi Hijo tomaba su lugar de Padre
y Rey de las familias humanas y Yo el puesto de Madre y Reina. Con nuestra presencia quisimos ren-
ovar la santidad, la belleza y el orden del matrimonio que Dios había instituido en el Edén uniendo
con vinculo indisoluble a Adán y Eva, para que se poblase la tierra con innumerables hijos Suyos que
le iban a amar y complacer mucho.
Como ven, hijos míos, el matrimonio es la esencia de la que brota la vida del género humano, es el
medio por el cual la tierra es poblada. A causa del pecado nuestros progenitores, al haberse sustraí-
do de la Divina Voluntad destruyeron la integridad de la familia y por eso Yo, su Madre y nueva Eva
inocente, participé en las Bodas de Caná con mi Hijo Divino, para restituir la santidad al matrimonio
y reordenar los planes que Dios había pre-ordenado en el Edén. Además, deseando que todas las
familias me pertenecieran y que por medio mío se instaurara en ellas el Reino de la Divino Voluntad,
Mi Hijo me constituyó Reina de los hogares.
¡Cómo ardía nuestro amor en deseos de manifestarse a los hombres y darles la más sublime entre
las lecciones! Esperábamos hasta el final del banquete y cuando faltó el vino, mi corazón de Madre,
que amaba intensamente, se sintió enternecer. Queriendo ir en ayuda de los esposos y sabiendo
que mi Hijo podía todo, me dirigí a Él con acento suplicante: Hijo mío, los esposos no tienen ya
vino... “MI HORA no ha llegado aún”, me respondió. A pesar del aparente rechazo, Yo sabía que
Jesús nada me habría negado, y por eso dije a los que servían la mesa: “Haced todo lo que Él os
diga. Con estas pocas palabras Yo di a los hombres de todos los siglos una entre las más útiles, más
necesarias y más sublimes de las lecciones. Hablándoles con corazón de Madre les decía: Hijos
míos, ¿queréis ser santos? ¡Haced la Voluntad de mi Hijo!, No os separéis jamás de lo que Él os
enseña y tendréis en vuestro poder su semejanza y su santidad. ¿Queréis que todos vuestros males
cesen? ¿Deseáis obtener cualquier gracia, por muy difícil que sea? ¿Necesitáis las cosas más indis-
pensables para la vida natural?... ¡Haced todo lo que mi Hijo os dice y quiere, y obtendréis no sólo
lo que os es necesario, sino superabundantemente todas las gracias que Él tanto desea concederos!
¡Cuántos hay, desgraciadamente, que a pesar de todas sus oraciones permanecen siempre débiles,
afligidos y miserables! Les parece que el Cielo esté cerrado y que su voz no es escuchada y, no haci-
endo lo que les dice mi Hijo, por lo tanto, con sumo daño propio, se mantienen lejos de la fuente de
la Voluntad Divina en la que residen todos los bienes.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Los sirvientes, en cambio, hicieron puntualmente lo que les dijo Jesús: Llenad las tinajas con agua y
llevadlas a la mesa... ¡Y las llenaron hasta el borde! y con esto obtuvieron que el agua se convirtiera
en vino exquisito. ¡Oh, mil y mil veces bienaventurado quien hace lo que Jesús dice y quiere!
Con haber querido mi cooperación y con haber escuchado mi petición, Jesús demostró haberme
elegido como Reina de los milagros y, si no con palabras sí con los hechos. Él dijo a todos y a cada
uno de los hombres: Si queréis Gracias y milagros venid a mi Madre, recurrid a su intercesión, a Ella
jamás le niego nada de cuanto me pide.
Hijos míos, asistiendo a estas bodas Yo miraba a todas las familias de los siglos futuros y les alca-
nzaba la gracia de ser en la tierra los representantes de la Santísima Trinidad. Como Madre y Reina
anhelaba hacer triunfar en el santuario de la familia a la adorable Voluntad de Dios y ponía a su
disposición todas las gracias, los auxilios y la santidad que se necesitan para vivir en un Reino tan
santo.
Hijo, hija mía, también a ti te hago la misma recomendación. Escucha lo que te dice mi Hijo y sol-
amente haz lo que Él quiere. Si sigues este mi consejo, Yo te daré por dote la misma Vida de mi
Unigénito y por don mi maternidad con el cortejo de todas mis virtudes. En todas sus acciones
escuchen a su Mamá Celestial que les dice suavemente al oído: “Haz lo que te dice mi Hijo”. Dime
a menudo: “Mamá santa, ven a mi alma y obra el milagro de convertir mi voluntad humana en Vol-
untad Divina”. Así sea.
Que este hecho histórico nos recuerda que nada es más temible, por ser un mal irreparable y eter-
no, que la MALA MUERTE, es decir: LA IMPENITENCIA FINAL. Por lo tanto no dejemos de prestar
oído a los amorosos llamamientos de Dios durante nuestra vida. Procuremos así que no sea la can-
dela de la agonía la que nos descubra la verdad sobre una vida equivocada.
142
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
Eclesiástico (41) exclama: “¡Ay de vosotros, hombres impíos que habéis abandonado la ley del
Señor Altísimo! Cuando nacisteis, en la maldición nacisteis; y cuando muriereis, la maldición será
vuestra herencia”. Isaías (3), por su parte, vocea: “¡Ay del impío maléfico! porque se le pagará según
merecen sus acciones”.
En Proverbios (8 y 1) Dios avisa: “Quien pecare contra Mí dañará a su propia alma. Todos los que
me aborrecen a Mí, aman la muerte. Muerto el impío, muere también su esperanza. Entonces me
invocarán, y no los oiré”. También en Sabiduría (4) se nos avisa: “Comparecerán llenos de espanto
por el remordimiento de sus pecados, y sus mismas iniquidades se levantarán contra ellos para
acusarlos”.
El mismo Jesús habla con frecuencia de la “gehenna” y del ‘fuego que nunca se apaga’; reservado a
los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde son arruinados a la vez el alma
y el cuerpo. Jesús anuncia en términos graves que “enviará a sus ángeles que recogerán a todos
los autores de iniquidad..., y los arrojarán al horno ardiendo” (Mt 13), y que pronunciará la conde-
nación: “¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!” (Mt 25).
Abundan en la Biblia los ejemplos de malas muertes. Recordamos a Onán, Saúl, Jezabel, Antíoco
Epífanes, el mal ladrón crucificado al lado de Jesús, Judas, Herodes Agripa, el rico que atesoraba
para sí: de Lc (12), el rico epulón que negaba el pan al pobre Lázaro.
SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO exclama: “Cosa asombrosa por cierto: Dios no cesa de avisar al
pecador que no haga mala muerte porque “Entonces me invocarán, y no los oiré” (Pr 1). Y los peca-
dores viven tranquilos, llenos de seguridad, como si Dios les hubiese prometido concederles en la
muerte el perdón y el Cielo.... ¡Oh candela, candela de la agonías!, ¡cuántas verdades descubrirás!
¡Cómo harás ver entonces las cosas muy diferentes de lo que ahora parecen! ¡Con cuánta elocuencia
dirás que todos los bienes de este mundo no son sino vanidad, locura, mentira!”
Advierte el Catecismo Católico: “Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor mi-
sericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre
elección. Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar con-
tinuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos
entrar con Él en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos
y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde “habrá llanto y rechinar de dientes”.
143
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Mi muy amado discípulo: La lección que te voy a dictar podrá tener una importancia decisiva en tu
vida. Te hablaré de la impenitencia final.
Es importante que puedan llegar al fin de su vida con el espíritu lleno de serenidad respecto a todos,
pero, es mucho más importante que estén en paz con Dios ya que la paz con el prójimo es conse-
cuencia de aquella. Aun cuando se encuentren en estado de pecado mortal, es importante tener el
alma dispuesta a recuperarse, a arrepentirse y a dirigirse a su Creador pidiéndole perdón.
Esto, que parecía una cosa tan fácil, sobretodo ante la muerte y ante el juicio, que aguarda al alma
inmediatamente después, no es así, en realidad. Cuán cierto es el dicho: “¡Se muere tal como se
vivió!” El que vive bien, morirá en paz, pero el que vive habitual y voluntariamente en el pecado,
no aceptará fácilmente cambiar de vida en el último momento. Prefiere continuar en pecado, elige
permanecer en él y odiar a Dios por toda la eternidad.
Yo quiero que el pecador se convierta y viva. Tengo paciencia, llamo y espero, utilizando todos los
medios hasta el último día. Todos los caminos son buenos y los siembro de gracias; me sirvo de
todo. Así como doy bienes materiales, así los quito. Doy la salud y la quito. Doy gracias espirituales
de todo tipo. Nada dejo sin intentar, pues, lo que más me interesa es la salvación de las almas, ya
que Yo las creé y las rescaté a un alto precio.
LA VOLUNTAD HUMANA
Siempre y doquier es necesario el concurso de la voluntad humana para que Dios actúe, porque Él
no fuerza jamás la libertad del hombre. La prueba tiene que ser soportada libremente, no debe ser
impuesta. Hijos míos, estén dispuestos a reconocer sus errores y esto háganlo también entre ust-
edes mismos para que les sea más fácil humillarse delante de Dios. Pídanse mutuamente perdón,
porque siempre tienen ustedes la posibilidad de equivocarse y de pecar.
Si su espíritu es humilde y dispuesto a hacer la paz con el prójimo, no podrá conservar el odio hacia
144
Cenáculos del rosario
Dios, ante el cuál se humillará fácilmente. Se les dijo: “Que el sol no se ponga sobre su enojo” y aho-
ra, les digo: “No se duerman con el pecado en el alma y por eso, enojados con Dios”. Apresúrense
a remediarlo inmediatamente. Arrepiéntanse, pidan perdón, pues no saben si durante la noche
puede venir la muerte como un ladrón.
Vigilen, porque no saben ni el día ni la hora en que vendrá el Esposo. Acudan a Dios después de cada
caída; pues, por pequeñas que sean, siempre son graves si se piensa en la dignidad de la persona
ofendida. Pidan siempre al Señor la luz suficiente para conocer sus pecados y la humildad para
detestarlos. Rueguen también por los pecadores obstinados que, rebeldes, endurecidos e ingratos
para con Dios, se encaprichan en una vida de pecado, que fatalmente, si no cambian, los conducirá
a la ruina.
“Mientras hay vida, hay esperanza”, acostumbran ustedes decir y así es en realidad. Por eso les
ruego que nunca olviden a los que, habiendo llegado al fin de su existencia, están todavía en el
pecado.
Discípulos míos, “denme almas. ¡Tengo sed de almas!” No hagan vana su vida siendo que la pueden
emplear con este fin. Yo vine al mundo para salvar lo que estaba perdido. Si ustedes me ayudan en
este trabajo, su recompensa será grande.
Ustedes no pueden ni deben permanecer indiferentes ante las almas que se pierden. Cada uno
tiene un poco de responsabilidad por su hermano que corre a su perdición. “¿Qué has hecho con tu
hermano”?, le preguntó Dios a Caín. Lo mismo le preguntará Él a cada uno de ustedes, pues, cada
uno está encargado de la salvación de su prójimo. “¿Qué has hecho de tus hijos?, le preguntará a las
mamás, ¿De tu marido?” a la esposa.
“¿Qué han hecho ustedes de los sacerdotes que les di?”. ¿Han sufrido y trabajado con ellos para
la salvación de las almas? ¿Han rezado por su santificación para que después de haber predicado
a los otros no les suceda que ellos mismos se condenen? ¿Y qué han hecho de todas las personas
que puse cerca de ustedes? ¿Las han edificado con buenos consejos? ¿Les han dicho alguna buena
palabra y sobretodo, les han hecho sentir el ardor de su caridad, de su cariño, para ganarlas para
Dios y para Mí?
AMEN A TODOS
¿Han orado por todos de corazón, o se han encerrado herméticamente en ustedes mismos, limitan-
do su súplica a algunas pequeñas cosas personales y materiales, ante las cuales era incluso inútil de-
tenerse un momento?... Ensanchen, hijos míos, sus miradas y sus corazones. Amen, amen a todos.
Cuántos problemas se resuelven así con facilidad, cuando parecían insolubles.
Nunca olviden que lo que más cuenta es salvar el alma, pero, difícilmente salvarán la de ustedes si
no se preocupan de corazón de la salvación de los demás. Recuérdenlo siempre”. Así sea.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Desde su estercolero exclamaba el santo JOB: “Sé que mi REDENTOR vive...; yo mismo le he de ver,
yo y no otro, estos mis ojos le han de contemplar; en mi propia carne he de ver a Dios mi Salvador”.
b) Pero, aun aquel que fue arrebatado hasta el tercer cielo (2 Co 12) no pudo decir otra cosa, sino
que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que
le aman” (1 Co 2, 9). Dios habita para nosotros, explica en primera Timoteo (6), “en una luz inac-
cesible” Pero un día le veremos “cara a cara” (1 Co 13), ya que el cielo será para nosotros “vida eterna
junto a Dios, gloria eterna”.
La Escritura nos habla del cielo en imágenes: vida luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa
del Padre, Jerusalén celeste, paraíso...
c) El último sermón de Jesús, en Mateo (25), fue sobre el juicio final, en el que dirá a los buenos:
«Venid, benditos de mi PADRE tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación
del mundo...» Allí, en la gloria del cielo, los bienaventurados continúan cumpliendo con alegría la
voluntad de Dios con relación a los demás hombre (22).
JESUCRISTO, en su oración pontifical, le decía al PADRE: «Esta es la vida eterna: conocerte a Ti,
el solo Dios verdadero, y a quien Tú has enviado, a Jesucristo». A los apóstoles les dijo: «Gozará
vuestro corazón y nadie os podrá quitar vuestro gozo y aquella sentencia que dirá a cada uno de los
buenos al ser juzgado “Levántate, siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor”.
146
Cenáculos del rosario
SAN JUAN, en su primera Carta escribe: «Cuando Dios se nos muestre, seremos semejantes a Él,
porque le veremos cara a cara tal y como es en SÍ”. La luz divina caerá como el sol sobre la imagen
bruñidísima, y limpísima, en la imagen divina del alma, en brazos ya de Dios. Se unirán, sin con-
fundirse, foco luminoso y objeto iluminado, en solo un haz de lumbre divina y de imagen ilumi-
nada. “¡Cuál no será tu gloria y tu dicha!: Ser admitido a ver a Dios, tener el honor de participar en
las alegrías de la salvación y de la luz eterna en compañía de Cristo, el Señor tu Dios..., gozar en el
Reino de los cielos en compañía de los justos y de los amigos de Dios, las alegrías de la inmortalidad
alcanzada” (San Cipriano).
SANTA PERPETUA vio también como una escala, toda de oro, que llegaba desde la tierra al cielo;
y en lo alto de la escala un espacioso jardín. Y decía a sus compañeros de martirio: “Siento en mí un
género de alegría que no se puede explicar”.
SANTO TOMÁS DE AQUINO tuvo un rapto prodigio, y al volver en sí suspiraba: “Todo lo que sabía
es nada en comparación de lo que se me ha mostrado en este rapto, pero no se me da tiempo para
escribirlo”. Y así fue; murió pocos días después.
SAN AGUSTÍN enseña: «El alma unida a su Dios se hará con Él un solo espíritu, y abrazada a su
Dios se hallará allí el alma, más íntimamente que en vida participante cara a cara, de la naturaleza,
verdad y felicidad del mismo Dios, que será la triple reverberación de la Trinidad divina en la triple
renovación de las potencias del alma. Allí, fundida así el alma con su Dios, vivirá inmutable, como
contemplará también todo inmutable en la inmutabilidad del mismo Dios. Entonces sus deseos
se anegarán y se saciarán hundidos en el piélago sin fin del bien infinito, inmutable, como será la
misma Trinidad, cuya imagen es».
Era SAN BERNARDO un joven lleno de talento nobleza y hermosura; el mundo le ofrecía riquezas,
placeres, glorias y honores, pero él se preguntaba: «¿Cuánto durará esto? La vida es corta, el mun-
do pasa; el mayor y mejor bien es el que no puede ser robado. Y ¿cuál es éste?... Y suspirando por
los bienes del Cielo, tomó la resolución de consagrarse sólo al servicio de Dios. Comunícalo a sus
hermanos y amigos, inflamándolos en el amor a las cosas celestiales, y treinta de ellos, nobles,
jóvenes, ilustrados e ignorantes, y aun soldados veteranos, renunciaron con él a los placeres, gloria
y nombradía, y a todos los bienes de la tierra, para ir a pasar la vida en medio de un bosque impen-
etrable llamado el Cister, en ayunos, vigilias y santas conversaciones con Dios».
El Cielo es nuestra patria. Cuenta SAN GREGORIO NAZARENO que preguntando un día SAN
BASILIO de dónde era ciudadano, respondió: «Soy de aquellas inmensas alturas de la grandiosa
patria mía”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
SAN ESTANISLAO DE KOSTKA suspiraba por esta patria querida y repetía con frecuencia: «No he
nacido para la tierra, sino para el Cielo; no para las cosas presentes, sino para las venideras”.
SANTA CATALINA DE SIENA tuvo una visión del Cielo y pudo contemplar altísimos misterios.
Cuando volvió en sí, no podía hablar ni cesar de llorar un día entero. Al fin dijo a sus Hermanas, que
estaban muy admiradas: «No os maravilléis de verme llorar tanto; admiraos más bien de que no se
me parta de dolor el corazón, pensando en la gloria que gocé, y viéndome de nuevo en este valle
de lágrimas». Desde entonces, cuando recordaba esta visión, no podía contener las lágrimas. Sus
deseos del Cielo eran tan encendidos, que solo gracias a su alta conformidad con la voluntad divina
conseguía no morir de ansia y de dolor.
SAN JUAN DE LA CRUZ, en las conversaciones que tenia con personas religiosas, solía decir con
frecuencia: « ¡Alto! ¿Qué hacemos aquí? Vamos a vida eterna». Y clavando los ojos en el cielo, se
quedaba como suspenso. Alegrábase mucho de ver de noche el cielo, cuando estaba sereno y es-
trellado, acordándose que era la patria de su descanso, y recordando las muchas cosas que del Cielo
le había revelado el Señor. Largas horas de la noche pasaba en oración a la ventana de su celda, y
allí lo hallaron arrobado muchas veces sus hermanos. Tiene poesías maravillosas, en las que canta
la gloria del Paraíso.
El BEATO RODOLFO AQUAVIVA, solía por las noches subirse a un terreno, o a otro sitio abierto,
desde donde se descubría el cielo, y allí permanecía absorto en altísima y regalada oración, desde
la puesta a la salida del sol.
También SAN IGNACIO DE LOYOLA, desde los principios de su conversión, se pasaba grandes ra-
tos mirando al cielo y a las estrellas, por la ventana de su casa de Loyola, y desde entonces contrajo
aquella dulce costumbre de exclamar: «¡Cuán baja me parece la tierra, cuando miro al cielo!» Así
lo hacía también en su ancianidad, desde la azotea de su casa de Roma. Muchos le llamaban: el
caballero que mira al cielo.
El BEATO CARLOS ESPÍNOLA, condenado en el Japón a morir a fuego lento, fue colocado en un
círculo de leña y para que no intentase huir, cuando el fuego llegara á él, quisieron atarle a una
columna; pero él aseguró que no se movería, pues con sólo mirar al Cielo que esperaba, podría so-
portar todos los tormentos. Y así fue; durante dos horas estuvo mirando al cielo sufriendo aquellos
terribles tormentos hasta que su alma voló a la mansión de las eternas delicias”.
ALLÍ, TE ESPERAN
Todos ustedes están destinados a vivir en la gloria conmigo y con María, Mi Madre, sumergidos
en Dios. Pero, ¿Llegarás tú a ese sitio bendito? Allí te esperan los Ángeles y los Santos que te han
precedido. Allí, tus abuelos y tus padres, allí los Santos del Antiguo y del Nuevo Testamento forman
una corona para Dios, en cuya visión experimentan una alegría infinita.
148
Cenáculos del rosario
Tú también estás destinado a juntarte con ellos y a unirte a ellos para celebrar la Gloria infinita de la
Santísima Trinidad durante toda la eternidad. ¡Cómo debe toda esta perspectiva seducirte hasta el
punto de hacerte sacrificar cualquier cosa con tal de alcanzarlo! ¡Con qué alegría deberías aceptar
todas las molestias y superar todos los obstáculos con tal de llegar allá!
Si supieras lo que te tiene preparado Mi Padre. Te aseguro que la felicidad preparada para ustedes
en el Cielo es tal que nada sería soportar todos los martirios, derramar todas las lágrimas, sufrir
cuanta pena y desgracia haya, con tal de llegar a esta felicidad. Ustedes ni siquiera pueden imagi-
narse algo semejante, pero están urgidos a desearlo. Precisamente en el deseo y en la voluntad de
alcanzarlo ejercen ustedes la virtud de la fe. Si ustedes hubiesen visto el cielo, ¿qué mérito tendrían
en creer en él?
TU NO AMAS EN VANO
No, discípulo mío: tú no trabajas en vano, no sufres en vano, no lloras en vano, no amas por nada.
Todo converge hacia un fin: reunirte con tu Dios para el cual fuiste creado. Pero, aunque sufrieras
todos los tormentos imaginables, nunca bastarían para alcanzar el cielo. Hacen falta Mis méritos
infinitos, Mi sangre principalmente, para que, borrando tus faltas y revistiéndote de la Gracia, te
dispongan para poder entrar en el Paraíso. Esa es la gran esperanza que debe aparecer radiante a
tus ojos y que debe llenarte de alegría cada día.
Cuando todo haya terminado a los ojos de los hombres; cuando para ti el sol se haya ocultado y no
se levante más, cuando todos los tuyos te saluden para siempre, comenzará para ti la verdadera
vida, aquella que jamás terminará. Una vida donde el Sol no se pone, donde no hay más que Amor y
alegría, paz y felicidad. Vive, de ahora en adelante, en la serenidad con este pensamiento, Mi queri-
do discípulo; mira siempre hacia lo alto. Breve es la vida y hecha sólo de miserias, pero en el paraíso,
recuérdalo siempre, hay una posada de felicidad que te espera”. Así sea.
La reina de Francia, esposa de Luis XV, viendo el peligro que corría en la corte su hijo menor y sabe-
dora de su débil carácter, de rodillas ante un crucifijo pidió para él la muerte, antes que el pecado. El
joven murió poco después, y sin haber pecado. La madre, llamando a los otros hijos, les decía: “Yo
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
misma he pedido a Dios que se lo llevara, antes que llegase a perder su inocencia. Bendigo al cielo,
que me ha escuchado, aunque lloro como madre, pues lo quería tanto”.
b) Él PECADOR NO CONOCE PAZ: En Isaías se lee: “Los impíos son como un mar alborotado, que
no pueden estar en calma; cuyas alas rebosan en lodo y cieno. NO HAY PAZ PARA LOS IMPÍOS,
dice el Señor”.
c) TAMPOCO TENDRÁ PAZ EN LA OTRA VIDA. En SAN JUAN Jesús advierte: “Si alguno no perman-
ece en Mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, se seca, lo recogen y luego lo echan al fuego para
que arda”. Asegura SAN PABLO: “Ningún borracho, ningún adúltero, ningún ladrón o asesino...
entrará en el Reino de Los Cielos” (Gá 5:21 y Ef 5:5). Y en (Rm 2, 9) el Apóstol escribe: “Tribulación y
angustias, aguardan al alma de todo hombre que obra mal”.
b) Él PECADOR DEBE LIMPIARSE CUANTO ANTES POSIBLE. Escribe SAN FRANCISCO DE SALES:
“El alma que ha consentido la culpa se ha de horrorizar de sí misma y limpiarse lo más pronto que
pueda, por el respeto que debe tener a los ojos de Dios, que la está mirando; además de que es gran
necedad estar muerto en el alma teniendo tan formidable remedio”.
c) TENGAN SIEMPRE PRESENTE El INFIERNO, nos suplica el Papa SAN GREGORIO MAGNO: “Se
nos dice que en aquel lugar habrá llanto y crujir de dientes, los dientes de los que mientras estu-
vieron en este mundo, se gozaban en su voracidad. Llorarán allí los ojos de aquellos que en este
mundo se recrearon con la vista de cosas ilícitas; de modo que cada uno de los miembros que en
este mundo sirvió para la satisfacción de algún vicio, sufrirá en la otra vida un suplicio especial”.
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Cenáculos del rosario
Cierto alumno de un colegio, en el día de su primera Comunión, hacía el propósito de no acostarse
nunca en pecado mortal. Una noche, al hacer el examen de conciencia, que había pecado grave-
mente y se acordó de su propósito. Pero por miedo a oscuridad se quedó en su cuarto. Aquella
noche no pudo conciliar el sueño. Sin duda el ángel de la guarda le avisaba. Al fin se levantó y fue a
confesarse con uno del Padres del colegio. Volvió tranquilo a la cama, donde a la mañana siguiente
aparece muerto. Su alma había volado al Cielo. “¿Un triste fin”, pensarán?... Al contrario, desenlace
maravilloso. Previendo que el niño, quizá como adulto, no tendría el mismo valor, y que podría
perderse eternamente, Dios, en su gran bondad y en premio a la promesa del niño, lo llevó consigo
antes de que pudiera perderse. Así es Dios, sabio y providente. Así de grande debería ser nuestra fe.
El pecado grave es como una rueda de molino atada al cuello del pecador, con la cual, él mismo,
se está hundiendo en el abismo; es como una bomba que el pecador transporta consigo y cuando
menos lo piensa estallará... Es como una cadena de hierro sujeta al pecador, y de ella tiran los de-
monios para arrastrarle al fuego eterno.
Por un instante de placer se profana a sí mismo, reniega de su Dios, deja de pertenecer al Cuerpo
místico de Cristo y entra en las filas del cuerpo maléfico de Satanás. Su vida honrada, su vocación,
las promesas del Bautismo, las esperanzas que Dios y sus hermanos habían puesto en él, su pas-
ado, su presente, su futuro, todo se viene abajo. De hijo de Dios, se convierte en secuaz y esclavo
de Satanás; de amigo predilecto, en enemigo altamente desgraciado; de heredero del Paraíso en
combustible para el fuego infernal. Arrojando el Espíritu Santo de su alma, ha abierto de par en par
las puertas a Satanás y se estableció en un país de servidumbre y abyección, en donde, de ahora
en adelante, como alma en pena vagando sin rumbo ni sentido, vivirá en la miseria moral más pro-
funda y desdichada.
En el Bautismo el sacerdote había imprecado al demonio: “Sal de aquí, Espíritu inmundo, y cede
el lugar al Espíritu Santo”. Al pecar gravemente el pecador le dice a Dios: “Salid de mí, por favor, y
ceded el lugar al Espíritu maligno”. ¡Qué tristeza, qué locura, qué degradación! De rey de la creación
a esclavo, de hijo adoptivo de Dios a sujeto al yugo diabólico! ¡Qué ruina, qué bancarrota, qué quie-
bra total!
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
El hombre que lleva un pecado mortal en su conciencia, es como un pobre pececillo que con el
cebo tragó el anzuelo; cuanto más procure desprenderse de él, más profunda y dolorosamente se
clava en las entrañas. Es como un árbol pequeño, tan envuelto y sofocado en toda clase de plantas
trepadoras, que a falta de aire y de luz, va decayendo y termina por morir. Los pecados, en efecto,
impiden que lleguen al alma el aire y la luz de la gracia divina.
Mientras que ustedes, discípulos míos, peregrinan sobre la tierra pueden disponer de su vida, per-
manecer en estado de gracia, abrazar su cruz y servir a su Dios, en una palabra: hacerse “santos
como Mi Padre del Cielo es Santo”... Pueden, también aburrirse de todo esto, irse de la “casa del
Padre”, como el “hijo pródigo”, en pos de placeres y convertirse en unos rebeldes... Pero, sépanlo
bien: en la hora de la muerte se acabará su libertad. Cada uno, “ENTONCES”; pagará eternamente
la consecuencia de su elección.
Pero, ¡qué ironía! en cambio de todo lo que prefirió perder, el pecador ni siquiera tiene un sólo día
feliz. Cuan justamente exclama San Agustín, hablando por experiencia propia : “¡Nada más infeliz
que la felicidad de los que pecan. Pecó para obtener cierto placer corporal; pasó el placer, quedó el
pecado. Pasó el deleite, quedó la cadena, la vergüenza y la falta de paz!”
Discípulos míos: “Vigilad y orad para no caer en tentación”. ¿Saben ustedes cuán astuto es el “pa-
dre de la mentira” para encontrar el punto débil de ustedes, por donde infiltrarse y hacerles pecar?
¿Entienden ustedes cuán grave y peligroso es un pecado, cuán sutil y penetrante es su mal, como
da vueltas a su alrededor y entra por cada rendija, por cada poro, como un polvo fino, que todo lo
cubre y lo contamina, y obliga a una atención y limpieza constante?
Acudid, pues, a Mí: Un buen médico no se conforma con curar los síntomas del mal: ataca las causas
para evitar recaídas. Yo, su Jesús Misericordioso, Médico del alma, les quiero arrancar las raíces de
sus pecados. Mis instrumentos de cirugía son la Confesión y la Comunión. La primera, cura el mal,
la segunda, evita las recaídas.
Vigilad y orad. Yo haré el resto. Restauraré en su alma la semejanza y la gracia divina, de modo que,
al finalizar ustedes su peregrinaje terrenal, el Padre Celestial reconozca en ustedes la imagen de su
Hijo Bienamado y les abra, largo y tendidamente, los brazos con un “Entrad en mi Reino”. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
a) En el libro del Eclesiastés se lee: “Dios creó en los primeros padres la ciencia del Espíritu, llenóles
el corazón de discernimiento, y los hizo conocer los bienes y los males. Añadió, en bien de ellos, las
reglas de costumbres, y DIÓLES POR HERENCIA LA LEY DE LA VIDA, y les dijo: “guardaos de toda
suerte de iniquidad”.
c) Uniendo estos dos textos llegamos a una definición bíblica de la conciencia: Es el don de dis-
cernimiento con el cual llenó Dios el corazón del hombre, una ley de vida que le dio en herencia,
cuyo objetivo es recordarnos los mandamientos de Dios y empujarnos a hacer “todo lo que a Dios
agrada”.
d) La Biblia nos muestra, como la buena conciencia PREMIA, y la mala CASTIGA: JOB, por ejemp-
lo, puede serenamente testificar: “Me he aferrado a mi justicia” es decir, lo que su conciencia veía
correcto “y no la soltaré, mi corazón no se avergüenza de mis días”. (Jb 27, 6) Asimismo, en (2 Co 1,
12), SAN PABLO habla del “testimonio orgulloso de su conciencia: porque se comportó no con la
sabiduría carnal, sino con la santidad y la sinceridad que viene de Dios”.
Abundan también ejemplos bíblicos de conciencias que remuerden: Adán y Eva que “se ocultaron a
la vista del Señor” (Gn 3, 8) ; Caín que gime: “mi culpa es demasiado grande para soportarla” (Gen.
4, 1-3);. Rubén y sus hermanos culpables de haber abandonado a su hermano menor en un pozo:
“Nos hallamos por eso en esta angustia” (Gn 42, 21). Y la lista sería larga, pasando por el perverso
Rey Baltasar “cuya faz”, dice DANIEL, “cambió de color, sus pensamientos se turbaron, las articu-
laciones de sus caderas se le relajaron y sus rodillas se pusieron a castañetear” hasta llegar a Judas
cuya mala conciencia le empujó a ahorcarse. Como ven, ¡cuán poderosa es la conciencia!
Conclusión Bíblica: ¡Ojalá triunfe siempre la conciencia en nosotros, como venció en el Hijo Pródi-
go!: “Volveré a la casa de mi Padre” (Lc 15, 18), es decir, al respeto de mi conciencia, donde por
dentro mi Padre me habla.
d) Él JUICIO ERRONEO. SAN JUAN CRISÓSTOMO explica: “La luz para nosotros es la conciencia,
que se muestra oscura e iluminada según la cantidad de luz. Si se descuida la oración, que alimenta
la luz, la conciencia bien pronto se queda a oscuras”. La conciencia, por lo tanto, no debe consid-
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
erarse como el juez supremo y soberano de nuestros actos. Debe ser formada por las enseñanzas
de la Biblia y del Magisterio de la Iglesia. Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “La conciencia
moral puede estar afectada por la ignorancia y puede formar juicio erróneos sobre actos proyect-
ados o cometidos. El desconocimiento de Cristo y su Evangelio, los malos ejemplos recibidos de
otros, la servidumbre de las pasiones, la pretensión de una mala entendida autonomía de concien-
cia, el rechazo de la autoridad de la Iglesia y de su enseñanza, la falta de conversión y de caridad
pueden conducir a desviaciones del juicio en la conducta moral. En estos casos la persona es culpa-
ble del mal que comete”.
Discípulos míos: En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que
sabe que es justo y recto. La conciencia moral es precisamente el juicio de la razón por el que la
persona humana percibe la cualidad moral de sus actos concretos y capta las prescripciones de la
ley divina inscritas en su corazón. Hoy más que nunca, para que el hombre capte nítidamente la
voz de su conciencia, es preciso que preste mucha atención. ¿Cómo logrará discernir, en efecto, el
susurrar suave de su conciencia si casi nunca su alma está envuelta en silencio, si su casa, las ofic-
inas y las calles resuenen de las estridencias ensordecedoras de una música a toda volumen o del
eternamente encendido Televisor; o si ustedes, ¿por adormecer su conciencia?, se embotan de día
de tranquilizantes y, a la hora de acostarse, de pastillas para dormir?... ¿Como podrá Dios hacerle
una llamada... si el teléfono de ustedes se encuentra siempre ocupado? ¿Mandarle un “fax”, si otros
mensajes acaparan incesantemente su atención?
Discípulos míos: La agitada vida moderna les impulsa con frecuencia a prescindir de toda reflexión,
examen o interiorización. Hay una inmensa necesidad actual de INTERIORIDAD Y DE SILENCIO.
Sin estos el hombre jamás logra su equilibrio personal ni podrá convivir armoniosamente con los
demás, porque solo una conciencia claramente percibida le permite descubrir la malicia de sus ac-
tos y corregirlos.
LA FORMACIÓN DE LA CONCIENCIA
¡Urge formar rectamente la conciencia de los niños y jóvenes y esclarecer sus juicios morales! Esta
educación de la conciencia es tarea de toda la vida. Desde los primeros años deben los padres
despertar al niño al conocimiento y la práctica de la ley divina percibida en su interior; enseñarles,
con paciencia y perseverancia, todas las virtudes, ¡sin olvidarse del pudor y de la castidad!, preser-
varles o sanarles del egoísmo, del orgullo, y tanto de los movimientos de complacencia, nacidos de
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Cenáculos del rosario
la debilidad y de las faltas humanas, como de los exagerados sentimientos de culpabilidad. Esta
educación es indispensable para seres humanos constantemente sometidos a influencias nega-
tivas e instigados por el Maligno a preferir sus propios juicios, criterios y gustos, rechazando los
dictámenes divinos y las enseñanzas de la Iglesia Una educación así engendrará en sus hijos, como
fruto hermoso, la paz del corazón... Sin esta educación la sociedad se hundirá siempre más en la
violencia y la inmoralidad. La paz o será cristiana o no será.
Hay, sin embargo, una regla de moral que siempre es válida y que les ayudará a despejar muchas
dudas: Es la siguiente: NUNCA ESTÁ PERMITIDO HACER Él MAL PARA OBTENER UN BIEN. Espa-
ciar el nacimiento de los hijos puede ser cosa buena... ¡pero nunca recurrir a anticonceptivos, ester-
ilizaciones o abortos! Excelente cosa es ayudar al pobre, pero muy mala... ¡robar para lograr tal fin!
Lindo es lograr el respeto y la obediencia de los hijos pero nunca el lograrlo por medio de rudezas,
golpes, rabias o sevicias.
Aunque lo aparenta, aunque sus graneros estén repletos y sus barriles rebosan de vino y aceite, el
pecador nunca realmente es feliz. No lo son los ladrones, ni los borrachos, ni los adúlteros ni los
impúdicos. No tienen paz los que mataron el fruto de las entrañas en el seno materno o cerraron
sus entrañas al don de los hijos. No hay paz para los sin misericordia ni para los carcomidos por el
odio y la sed de venganza, porque no existe miseria mayor que haber perdido la amistad con Dios:
Pobres e infelices criaturas que por holgazanería o ligereza han perdido al Eterno Esposo que mo-
raba dentro de ellos.
Como el Médico que se afana al lado de sus enfermos, como el Redentor Misericordioso, cuyo se-
creto es tener paciencia, bondad, constancia y oración, Mi Corazón divino tiene una paciencia in-
finita con los pecadores. Siempre paciente y ansiosamente espera el momento en que por fin a las
narices del pecador le llega la ola de su fango, en que percibe la náusea de aquel sabor y de aquel
hedor que repugna a los demás y asfixia su propio corazón, en que siente asco de sí mismo y brota
finalmente una aspiración hacia el bien.
¡Pobres, engañadas almas! Si hubieran sido menos perezosos y hubiesen respondido a las primeras
invitaciones del Esposo Eterno, que los despertó con el ímpetu del Amor y les dijo: “Ábreme”, no
hubieran llegado a abrir la puerta cuando el Esposo se había ya alejado envuelto en desilusiones; y
no hubieran profanado aquel ímpetu santo, por una necesidad de amor carnal, en un lodazal que
causa repugnancia. ¡Pobres almas! Conocerán las burlas y el desprecio sin piedad de la sociedad.
Tan sólo Dios acudirá a curar las heridas para que su criatura vuelva a vestirse con vestidura dia-
mantina.
155
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Pero Dios no quiere una resurrección forzada. Quiere ser libremente amado por sus criaturas. Les
doblegará a la hora de la muerte, pero mientras vivan espera que se vuelvan a Él como las flores
abren sus corolas al sol. Dios hace siempre la primera invitación y da la primera ayuda. Deja que
entre en esas tinieblas asfixiantes el aire y la luz... y luego espera. Si el Espíritu tiene deseos de
salir, saldrá. Si no quiere, buscará más las tinieblas y se hundirá más. Pero, si sale... ¡Oh!, si sale, en
verdad, ¡nadie será más grande que el Espíritu resucitado! Tan solo la inocencia absoluta es mayor
que este muerto que vuelve a vivir porque ha amado y ha sentido la alegría que siente Dios. ¡Mis
grandes triunfos! ¡Mis glorias de Redentor!
Discípulos míos: Obedeciendo su conciencia obedecerán a Dios. No permitan que esta voz se pier-
da sin ser oída; no intenten acallarla, no la adormezcan artificiosamente. Dan gracias a Dios si esta
voz todavía sigue hablando en ustedes de una manera clara y perceptible y compártanse según
ésta, que tiene la misión de conducirles a Dios. Un día les acusará, con gran espanto suyo, o, al con-
trario, les absolverá para su salvación eterna: Que esta gran verdad la tengan siempre presente en
lo más vivo de su mente, voluntad y corazón”. Así sea
En efecto, en vez de mostrar sus llagas y pudriciones al Divino Medico, cuántos se preocupan más
bien de lo que el sacerdote pudiera pensar de ellos. Aprendamos hoy a ser totalmente sinceros, a
la hora de confesarse.
b) ¿Quién es aquel que nos incita a que escondamos pecados en la Confesión? ¡Aquel que no qui-
ere que nos salvemos! Aquel a quien Jesús llamó en (Jn 8, 44): “el padre de la mentira”, es decir el
diablo. En el libro del Apocalipsis se lee: “Todo el que ama y practica la mentira... ¡fuera!” Es decir,
¡fuera del Cielo!...
156
Cenáculos del rosario
después del bautismo, para conseguir la salvación, como lo es el mismo bautismo a los que no han
sido regenerados”. San Agustín apostrofa al pecador: “Has podido mancharte... ¡no puedes hacerte
hermoso!” En otras palabras: para lograr esto hay que recurrir al ministro de Dios.
b) LA CONFESIÓN DEBE SER SINCERA Y COMPLETA. Escuchemos otra vez al Concilio de Trento.
“Es necesario que los penitentes expongan en la confesión todas las culpas mortales de que se acu-
erdan, después de un diligente examen..”. De lo contrario no serían perdonados, la Confesión sería
sacrílega como también lo serían las Confesiones y Comuniones que seguirían hasta que se haya
sanado esta situación.
Decía el SANTO CURA DE ARS: “¡Cuán astuto es el demonio! Primero nos quita la vergüenza a la
hora de pecar, luego nos pone vergüenza a la hora de confesar. Debería ser al revés: Sentir vergüen-
za para pecar, pero no para confesar”.
SAN JUAN CRISÓSTOIMO pregunta al pecador: “Cuando fornicabas, no te sonrojabas; cuando apli-
cas el remedio ¿te sentirás presa de pudor?, ¿Te sonrojas al librarte del pecado? Debías sonrojarte
y sentir vergüenza al pecar. No te sonrojabas al hacerte pecador: ¿te avergonzarás de buscar el
camino para ser justo?”
c) COMO El REVENTAR DE UNA ÚLCERA: Explica SAN GREGORIO MAGNO: “¿Qué es la confesión
de los pecados sino como el reventar de una úlcera? Porque en la confesión se abre camino de un
modo saludable al virus del pecado que antes estaba oculto de un modo pestilente en la mente”.
Muy acertadamente, como siempre, SAN AGUSTÍN observa: “No podemos infligir al diablo dolores
más acerbos, que los que siente al curar nosotros las llagas de nuestros pecados, confesándonos y
haciendo penitencia”.
Discípulo mío: Yo escudriño el interior y lo veo todo hasta el fondo. Veo cada pecado con toda su
malicia. No esperes la última hora para hacer el bien, para que no te encuentres con las manos
vacías cuando venga el Esposo. Haz el bien mientras haya tiempo. Humíllate después de cada caída
y continúa animosamente. Sé sincero contigo mismo para conocer mejor tus defectos. Se sincero
con Dios confesándoselos y detestándolos en el sacramento de la confesión.
PRACTICAR LA SINCERIDAD
He aquí una cualidad muy importante que debes llevar al tribunal de la penitencia: la sinceridad.
Practicar la sinceridad en este sacramento equivale a arrojar tus miserias en mi Corazón, arrojarlas
totalmente y querer su destrucción. Escudriña bien tu corazón cuando te prepares para recibir este
sacramento y busca la causa del mal. Un pecado que detestas, bajo determinado aspecto, puede
presentar una raíz bien distinta.
157
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Te lo explico: una persona puede robar por diferentes motivos y es el motivo la que cuenta. Otro
puede murmurar o mentir y puede ser empujado por diversos aspectos a cometer esta falta. Se
puede murmurar, por ejemplo, por vanidad, por la costumbre de chismear, por envidia, etc. Por eso
es tan necesario decir el pecado como descubrir su origen. Si se corta la raíz del mal, todo lo demás
está eliminado.
Cuando vas a ver al médico, no sería conveniente que ocultases los males que tienes, pues deseas
sanar. Y el tratamiento será más eficaz si, después de 18 descripciones de los males, el médico los
conoce mejor. Si quieres verdaderamente curar tus males espirituales, exponlos a mi ministro y
sigue sus consejos. No trato de decir con esto que al confesarte tengas que entrar en detalles que
puedan herir los oídos del confesor o faltar al pudor, sino que es preciso que tu descubras en ti mis-
mo el origen de tus defectos y se te pueda ayudar a corregirlos.
Hijo mío, créeme. Muchas confesiones son nulas y hasta sacrílegas, por falta de sinceridad. Cuando
te confieses, arrójate con toda sinceridad a mis pies para pedirme perdón; exponiéndolo todo con
claridad, pero también con delicadeza y simplicidad, ante todo con gran fe. Tuviste el atrevimien-
to de pecar, atrévete ahora a exponer con franqueza y sin guardarte nada, las faltas que más Me
ofendieron y te alejaron de Mí.
Reza mucho por los demás que no quieren pedir perdón por sus culpas. Ámense y ayúdense los
unos a los otros, perdonándose mutuamente. No guardes a nadie rencor y vive en la gracia de Dios,
para que no seas presa del Maligno. Haz penitencia e invoca a mi gran Arcángel Miguel para que
proteja al mundo.
Te bendigo, discípulo mío, y bendigo este lugar donde se celebra el Cenáculo. En él tendrás un re-
fugio y un aliento cada semana para la salvación y la santificación, que debe ser la meta de tu vida”.
Así sea.
158
Cenáculos del rosario
os hagáis partícipes de la divina naturaleza, huyendo de la corrupción que por la concupiscencia
existe en el mundo”.
b) LA GRACIA DIVINA NOS HACE VERDADEROS HIJOS DEL PADRE y, si en ella perseveramos, nos
hace COHEREDEROS DEL CIELO. “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre”; escribe SAN JUAN,
que, llamados hijos de Dios, lo seamos. Y SAN PABLO enseña a los Ef 1, 3: “Dios nos eligió antes
de la constitución del mundo, para que fuésemos santos e inmaculados ante Él y nos predestino a
la adopción de hijos suyos. Mientras que a los Romanos (cap. 8) el mismo Apóstol enseña: “habéis
recibido el Espíritu de adopción de hijos...Y siendo hijos somos también herederos; herederos de
Dios y coherederos con Jesucristo; con tal no obstante, que padezcamos con Él, a fin de que seamos
con Él glorificados”.
c) La GRACIA NOS HACE HERMANOS Y AMIGOS DE CRISTO: “A los que son santificados, Jesús no
desdeñó llamarlos hermanos... ya que Él es el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8, 29 y
Hb 11, 11). “A vosotros ya no os llamo siervos sino amigos. Y sois mis amigos SI HACÉIS LO QUE OS
MANDO” (Jn 15, 14 15).
d) POR LA GRACIA SOMOS también TEMPLO DEL ESPÍRITU SANTO: “¿No sabéis que sois tem-
plos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?” pregunta San Pablo (1 Co 3, 16). Y Jesús
promete: “Si alguno me ama. Guardará, mi Palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos
morada en él” (Jn 14, 23).
e) SIN LA GRACIA NADA PODEMOS HACER: “Permaneced en Mí: que Yo permaneceré en vo-
sotros. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; quien esté unido conmigo y Yo en él, ése dará mucho
fruto, porque SIN MÍ NADA PODÉIS HACER. El que no permanece en Mí será echado fuera como
sarmiento inútil y le cogerán y arrojarán al fuego, y arderá” (Jn 15, 1). Lo que Jesús llama “PERMAN-
ECER EN MÍ” significa VIVIR EN GRACIA SANTIFICANTE. El que NO PERMANECE EN JESÚS es
un sarmiento cortado, el cual, si no es reinjertado por una buena confesión sacramental será en el
momento de su muerte arrojado al fuego eterno. “En verdad te digo, respondió Jesús a Nicodemo,
que quien no naciere de arriba no podrá entrar en el Reino de Dios” (J n 3, 3).
b) La GRACIA se llama así porque Dios la da en virtud de los méritos de JESUCRISTO sin haberla no-
sotros merecido. Pero la gracia no se CONSERVA sin nuestra colaboración. SAN JUAN CRISÓSTO-
MO explica “La tierra sin lluvia nada produce, y la lluvia sin tierra no puede dar fruto; así la gracia
nada puede sin la voluntad, ni la voluntad sin la gracia. Dios que te creó a ti, no te salvara sin ti”.
c) Los Santos se extasían ante la belleza del alma en gracia de Dios. Escuchemos al SANTO CURA
DE ARS: “Si una vez en la vida tuviésemos la suerte de penetrarnos bien de la belleza y del valor
de nuestra alma. ¿No estaríamos dispuestos, como los mártires, a sufrir todos los sacrificios por
conservarla? ¡Cuán hermosa, cuán preciosa es un alma a los ojos del mismo Dios! Para conocer el
precio de nuestra alma no tenemos más que considerar lo que Jesucristo hizo por ella. Nuestra alma
159
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
es algo tan grande, que solo Dios la excede”. Decía el mismo SANTO a los padres de familia: “Si se
les muere un hijo, justamente le lloran... Pero si cae en pecado, apenas se conmueven. Deberían
más llorar y dolerse, cuando lo ven en pecado; deberían tomarle por la mano, enseñarle a bien vivir
y darle doctrina. Y si el hijo no les hiciera caso alguno, entonces, sí, deberían llorar y lamentarse de-
sconsoladamente, porque entonces su hijo, viviendo licenciosamente, ha tenido una muerte más
desastrosa que si la muerte hubiera puesto fin a su vida corporal. Pues cuando tan mal se portaba
en su casa, no sólo estaba muerto, sino que hedía y apestaba. Estos son los males que hay que sen-
tir y llorar; los demás deben soportarse y aguantarse”.
Cuando Dios permitió a SANTA CATALINA ver a un alma, la Santa lo halló tan hermoso que ex-
clamó: “Dios mío, si la fe no me enseñase que existe un sólo Dios, pensaría que es una divinidad; no
me extraña Dios mío, ya no me admira que hayas muerto por un alma tan bella”.
d) Escuchemos por fin al Papa SAN JUAN PABLO II: “Comprometeos a vivir en gracia, Jesús ha na-
cido precisamente para esto: para darnos la vida de la gracia. Comprometeos a ser siempre partíci-
pes de la vida divina injertada en nosotros por el Bautismo. Vivir en gracia es dignidad suprema, es
alegría inefable, es garantía de paz, es ideal maravilloso y debería ser también preocupación lógica
de quien se llama discípulo de Cristo. Porque cristianismo significa la presencia de Cristo en el alma
mediante la gracia. Y si por debilidad humana se ha perdido la vida de la gracia a causa del pecado
grave, entonces hay que retornar a la gracia mediante la Confesión sacramental realizada con se-
riedad de arrepentimiento y de propósitos”.
La gracia pues, es un don estupendo, el más grande que Dios, mi Padre, podía darte. Y te lo da gra-
tuitamente porque su amor hacia ti es infinito, como Él mismo es infinito. Dios mismo es la vida del
alma en estado de gracia, como el alma es la vida del cuerpo. Así, como la gota de agua mezclada al
vino en la Santa Misa toma el color, el olor y el gusto del vino, tu alma se une entonces íntimamente
con Dios y participa de los bienes divinos. Esta GRACIA SANTIFICANTE, pues, es como un fuego
que te penetra, al igual que el fuego natural penetra el metal y le comunica sus propiedades, su
brillo, su calor, su radiación, sin modificar su naturaleza.
Los efectos de la gracia son muchos. Es poseer al Padre y vivir para agradarlo a Él. Es poseer al Hijo
y gozar de sus méritos infinitos. Y es ser habitado por el Espíritu Santo, disfrutando de sus siete
dones. Es, en suma poseernos a Nosotros, Dios Uno y Trino, dentro de ti.
¡Ay del alma que pierde la gracia, porque lo pierde todo! Es un cadáver ambulante. Si no recupera
la gracia de Dios, ¡inútilmente, la creó el Padre, la redimió el Hijo y le infundió sus dones el Espíri-
tu Santo! Inútilmente recibió los Sacramentos. Está muerta. Es rama podrida que, bajo la acción
corrosiva del pecado, se desgaja, cae del árbol vital y acaba corrompiéndose en el fango... Pero si
un alma supiera conservarse tal como se encuentra después del Bautismo y de la Confirmación,
160
Cenáculos del rosario
cuando ella está embebida por la Gracia, esa alma sería en belleza “poco inferior a los Ángeles, y de
gloria y honor coronada” (Hebr 2, 7). Esto lo dice todo.... Tú te asombras leyendo los prodigios de
mis Santos. Pero Yo te pregunto: el mero hecho de que vivieran en gracia santificante, ¿acaso no les
convierte en otro Cristo, ya que la gracia deifica y asemeja? ¿Acaso no exclama San Pablo: “ya no
yo vivo, sino Cristo en mí”? ¿Acaso no dije en mi Evangelio que los míos harán los mismos prodigios
que Yo hago y aún mayores?... Mas, por ser míos, es preciso que vivan Mi Vida, es decir la vida de la
Gracia. ¡Cuánto quisiera Yo que todos fuesen capaces de obrar prodigios de santidad! Porque esto
significaría que mi Sacrificio fue coronado en ustedes con una victoria total y que Yo les arranqué
totalmente del imperio del Maligno.
Pero, ¡ay!, si el pecado mortal destruye la gracia, el venial la resquebraja y las imperfecciones las
debilitan. ¡Cuántas almas languidecen en una anemia espiritual porque su inercia y sus continuas
imperfecciones, debilitan cada vez mas la gracia hasta dejarla convertida en un hilo delgadísimo,
en una llamita agonizante... ¡Cuando debería ser un fuego, un vivo incendio, ardiente, purificador!
El mundo se pudre porque murió la gracia en muchísimas almas... Y en las restantes languidece.
Sí, discípulo mío, cuanto más viva esté la gracia en tu corazón, más frutos dará. Así sucede con la
tierra: es más fértil y rica en elementos; cuanto más sol, agua y aire recibe. En cambio, para una
tierra estéril y pobre, de nada sirve que el agua la empape, el sol la caliente y el aire la bañe. Lo mis-
mo sucede con las almas: las que se esfuerzan en conservar la gracia de Dios, es decir en acumular
elementos vitales, logran beneficiarse al máximo de sus efectos.
Los elementos vitales son: vivir conforme a Mi Ley, castos, misericordiosos, justos, humildes, aman-
tes de Dios y del prójimo, creciendo cada día en oración profunda y viva, y aprovechando siempre
más mis Sacramentos de Vida... La gracia entonces crece, florece, echa raíces hondas y se eleva
hasta hacerse un árbol de vida eterna. Entonces el Espíritu Santo, como un sol, les inunda con sus
siete rayos, con sus siete dones; Yo, el Hijo, les empapo con la lluvia divina de mi Sangre; el Padre:
les mira con complacencia viendo en ustedes su semejanza conmigo; María les acaricia estrechán-
dolos en su seno que, al igual que Me llevó a Mí, lleva a mis hermanitos, sus hijos menores, pero tan
queridos por Su Corazón Materno; y los nueve coros angélicos hacen corona a su alma, templo de
Dios, y cantan el “Gloria”, sublime... Entonces, su muerte es Vida y su Vida es Bienaventuranza en
mi Reino. Así sea”.
161
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
¿Por qué confesarse?... La respuesta es sencillísima. ¡Porque así lo decidió Jesús! El Sacramento de
la Reconciliación es una de las siete fuentes de Misericordia brotadas del Corazón herido y abierto
de Cristo. Él quiso que el hombre se reconciliara con su Padre por el baño purificador de su Sangre.
Por eso creó sacerdotes, para llevar su Redención a todos los hombres de todos los tiempos y lug-
ares. Leemos en SAN JUAN (20:19), como la tarde, estando las puertas cerradas donde los discípu-
los estaban juntos por miedo de los judíos, vino Jesús, se puso en medio y les dijo: “Paz a ustedes”.
Y dicho esto les mostró las manos y el costado. Y los discípulos Se alegraron viendo al Señor. En-
tonces les dijo Jesús otra vez: “Paz a ustedes; como Me envió el Padre, así también Yo os envío”. Y
dicho esto, les sopló diciendo: “Recibid el Espíritu Santo: a los que perdonen los pecados, les serán
perdonados; a quienes los retuvieren, les serán retenidos”.
¡Qué gran psicólogo Nuestro Señor! Esperó hasta que los mismos apóstoles necesitaran del perdón.
Todos, menos Juan, lo habían abandonado, y Pedro... ¡sabemos lo que pasó, hasta que le cantó el
gallo! ¡Cuán desgraciados y mortificados se sentían! Así, cuando Jesús, el Domingo después de su
Resurrección, se les apareció a través de las puertas cerradas y los saludó con su acostumbrado sa-
ludó: “La Paz sea con ustedes”, ¿qué quiso manifestar, sino que todo ya estaba bien? Era como de-
cirles alta y claramente: “Yo les he perdonado. Tengan ahora paz. Vuelvan a ser mis colaboradores”.
Habiendo clavado el pecado en la Cruz, ahora quería abrir una nueva fuente de Misericordia. Por
eso les mostró sus manos perforadas y su Corazón llagado y abierto. Entonces les dijo por segunda
vez: “La paz sea con ustedes”. ¿Por qué lo repitió? Porque esta segunda paz como lo prueban las pa-
labras que siguen no es para ellos sino para todos aquellos que hasta el final de los siglos también lo
abandonarían y para los cuales ellos estaban a punto de ser constituidos portadores e instrumentos
de paz. Jesús pronunció luego las palabras más grandiosas y solemnes jamás pronunciadas sobre
hombre alguno: “Como el Padre Me ha enviado ASÍ LOS ENVÍO YO A USTEDES” (Jn 20, 21). Es de-
cir, ustedes serán los CONTINUADORES de Mi misma misión: un “otro Yo”; serán mi prolongación,
un “pedazo” de Mí que se quedó en la tierra, ¡Cuán justamente decían los primeros cristianos: “Sac-
erdotes alter Cristus”: “El Sacerdote es OTRO CRISTO”. Es Cristo ahora y para mí. Cierra los ojos
de tu carne, y verás ya no al hombre Sacerdote, sino al mismo Jesús. Y ¿para qué envió el Padre a
Jesús? “No he venido para sanos y justos, sino para enfermos y pecadores”. Su nombre mismo qui-
ere decir “Salvador”. Pero solamente Dios puede perdonar nuestros pecados. Por eso Jesús ¡les dio
el mismo poder de Dios! El sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo”...
¡Cómo no pensar en el primer SOPLO con el cual el Padre Creador insufló en Adán, su propia Vida
Divina, su propio Espíritu! Adán destruyó en si mismo y para su descendencia, esta presencia san-
tificante, esta imagen sobrenatural de Dios. He aquí que Jesús da a sus sacerdotes el poder de SO-
PLAR también, como Dios, y devolver a los hombres el Espíritu de Dios. ¡Que increíble, tremendo
y grandioso poder! ¡Cómo tenemos que venerar y respetar a nuestros sacerdotes, y ayudarles para
que reconozcan y respeten su propia dignidad y grandeza!
b) SAN JUAN CRISÓSTOMO enseña: “Si no declaras la magnitud de la culpa no conocerás la gran-
deza del perdón. Esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues quien condena aquello
en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despi-
erta y sea como tu acusador doméstico y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios”.
162
Cenáculos del rosario
c) Así describe el PAPA PIO II los beneficios de la confesión: “Por la confesión frecuente aumenta
el genuino conocimiento propio, la humildad cristiana aumenta, los malos hábitos se corrigen, la
negligencia espiritual y la tibieza se combaten, la conciencia se purifica, la voluntad se fortalece, se
fomenta el control propio saludable, y se asegura un aumento de gracia en vista del mismo sacra-
mento”.
d) Él PAPA SAN JUAN PABLO II, quien no desdeña ponerse a veces en un confesionario como un
simple sacerdote sigue insistiendo mucho en la necesidad de la confesión frecuente aun para los
pecados veniales, porque, dice: “aun los pecados menores ofenden a Dios y dañan a la Iglesia. So-
bre todo debería enfatizarse que la gracia propia de la celebración sacramental tiene un gran poder
terapéutico y ayuda a curar las raíces del pecado”.
¡Por esto instituí Yo, su Jesús, a los Sacerdotes! Para arrancar de las garras de la muerte a quienes a
tan caro precio había Yo abierto las puertas de la Vida Eterna. Ya que las ovejas siguen cayendo en
la muerte, es imprescindible que haya quienes, habiendo recibido tan extraordinario poder, sigan
lavándoles... no siete, sino setenta veces siete... en la Sangre Redentora del Salvador y, a Mi ejem-
plo del Buen Pastor, las sigan guiando cual lucero que alumbra su camino.
¡Cuán puros deben ser los oídos y ojos sacerdotales para que reciban y comuniquen los secretos del
Reino de Dios! ¡Cuán inmaculadas sus manos para que no vayan regando y tocando sacrílegamente
la Sangre de un Dios! Pero, ¡cuán grave y urgente es también su deber de orar y de hacer pequeños
sacrificios a diario, para que ellos continúen siendo sacerdotes puros, entusiastas y santos!
¡Aprovechen los Sacerdote que Dios les dio! Son los distribuidores de sus Divinos Tesoros especial-
mente a través de Los Sacramentos. Cuando Yo, su Jesús, instituí el Sacramento del Perdón, como
una maravilla más de mi inagotable Bondad y Misericordia, Yo veía los siglos futuros. El tiempo y las
multitudes infinitas de hombres a venir estaban ante Mí. Veía calamidades y guerras, falsos perio-
dos de paz, grandes tragedias humanas, odio y robos, sensualidad y orgullo.
Veía a hombres, mujeres, ancianos, niños... guerreros, estudiosos, doctores, campesinos..., todos
con su fardo de esperanza y dolores. Veía como muchos vacilan, porque el dolor es demasiado y la
esperanza la primera en caer cual copa que se despedaza al dar contra el suelo... Veía como muchos
caen al borde del camino porque otros más fuertes les empujan. Veía que muchos, al sentirse aban-
donados de quien pasa, y hasta pisoteados, en la hora de su muerte llegan a imprecar y a maldecir.
¡Pobres hijos! ¡Cómo sangraba por ellos Mi Corazón de Hermano y de Padre! Entre todos estos
heridos por la vida, quien caminando todavía, quien ya caído... Mi Amor iba a esparcir pastores
como samaritanos piadosos, médicos buenos, faros en la noche, voces en el silencio, para que los
débiles que caen encuentren una ayuda, vuelvan a ver la luz, vuelvan a oír la Voz que dice: “Espera.
No estás solo. Sobre ti está Dios. Contigo está Jesús”.
Yo su Dios, he puesto a propósito estas almas consagradas para que sus pobres ovejitas no vayan a
morir en su alma, ni pierdan la Eterna Mansión, para que sigan creyendo en un Dios que es Amor, al
ver su reflejo en estos Sus Ministros.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Pero,... ¡Oh dolor que hace que vuelva a sangrar la herida de Mi Corazón, como cuando fue abierto
en el Gólgota! ¿Qué veían en este momento, qué están viendo sus ojos divinos? ¿No hay acaso
sacerdotes entre las multitudes infinitas que pasan? ¿Están vacíos los Seminarios? ¿Mi divina in-
vitación no resuena más en los corazones? ¿No es capaz el corazón humano de oírla?... ¡No es esto!
En el correr de los siglos habrá y hay seminarios, y en ellos, levitas. De ellos saldrán sacerdotes
porque en su adolescencia oyeron la invitación con claridad cristalina y ellos la seguirán.
Pero con la juventud y la madurez muchos oirán otras voces, y la del Señor no se escuchará más. Esa
voz que en el correr de los siglos ha hablado a sus Ministros para que sean siempre lo que fueron los
Apóstoles: perennes alumnos en la Escuela de Jesús. El titulo lo siguen teniendo, pero el sacerdote
ha muerto. Y en el curso de los siglos a muchos les sucederá esto. Sombras inútiles y borrosas que
nunca serian fermento en medio de su gente, testimonio que arrastra, fuente que quite la sed, trigo
que sacie el hambre, corazón que sepa comprender, luz en las tinieblas, voz que repita lo que el
Maestro le ordena.
Sino que son para la pobre raza humana ocasión de escándalo, un peso mortal, putrefacción... y
¡horror! Veía Yo, su Jesús, desde lo alto de la Cruz, como en el futuro los peores Judas los tendría,
¡ay! entre sus sacerdotes!
Y sin embargo, hoy como ayer, ¡cuánta compasión tengo, cuánta piedad infinita siento para con
esas multitudes infinitas, rebaños sin pastores o con muy pocos o con pastores que no asumen su
papel y responsabilidad.
Pero nunca su Jesús abandonará a su grey. El juró por su Divinidad que nunca dejaría a su Iglesia,
que siempre les daría pan, agua, luz, voces. Repetirá a los largo de los siglos el milagro de los panes
y los pescados. Con pocos, con unos pescadillos y con unos trozos de pan, dará de comer a muchos
y se saciarán, y hasta les sobrará, porque “tiene infinita compasión de este pueblo” y no quiere que
perezca.
Benditos los que merecerán ser tales. No serán benditos por ser elegidos, sino porque lo habrán
merecido con su amor y abnegación. Y tres veces benditos LOS SACERDOTES QUE PERMAN-
ECERÁN APÓSTOLES. Resplandecerán en el cielo con una luz especial y con la mayor de todas las
satisfacciones: el haber sabido dar una expresión, una presencia, una cara a la ternura, a la pacien-
cia y a la Infinita Misericordia de un Dios, cuyo costado abierto manará Sangre por los siglos de los
siglos. Así sea”.
164
Cenáculos del rosario
aprobación y en 1976 el Papa Pablo VI visitó el Santuario y lo elevó a nivel de Basílica, después de
haber venerado personalmente el santo corporal con la Sangre de Cristo. También el Papa San Juan
Pablo II fue a venerar el lino milagroso de Bolsena. Hoy presentamos un milagro eucarístico similar,
el de Lanciano.
a) Puso Dios en boca de Moisés esta reflexión: “No hay otra nación por grande que sea, que tenga
tan cercanos a sí los dioses, como está cerca de nosotros el Dios nuestro, y PRESENTE a todas
nuestras súplicas y oraciones”. (Dt 4, 7) ¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA? ¿Sospechaba siquiera Moisés
al recibir estas palabras, cuán cerca y presente estaría un día nuestro Dios pudiendo recibirlo en la
Comunión y escuchando nuestras súplicas en el Tabernáculo?
b) En Tobías leemos: “Oh Jerusalén, ciudad de Dios, el Señor te ha castigado por causa de tus malas
obras. Glorifica al Señor y bendice al Dios de los siglos, para que REEDIFIQUE EN TI SU TABERNÁ-
CULO”... ¡Y efectivamente, Dios nos edificó un TABERNÁCULO EUCARÍSTICO y precisamente en
JERUSALÉN donde tuvo lugar la última Cena. ¡Cuántas razones nos sobran pues para que glori-
fiquemos y alabemos al Señor por tan insigne e inesperado regalo!
c) El Salmo (147, 12-14) canta: “Alaba al Señor, Oh Jerusalén; alaba Oh Sión a tu Dios... Porque... ha
establecido la paz en tu territorio y te ALIMENTA CON FLOR DE HARINA”. Efectivamente Dios nos
alimentó con flor de harina: la que se usa para fabricar las blancas Hostias de la Santa Comunión.
d) Se oye también como un eco eucarístico en esta frase de Proverbios (8, 31)”Siendo mis delicias
de estar con los hijos de los hombres”. ¿No está haciendo, día y noche, Jesús nuestra delicia en los
Tabernáculos del mundo?
e) Anuncia también la Eucaristía el “pan sin levadura” que Dios ordenó en el libro del Éxodo comer
a los Israelitas para recordar su salida apurada de Egipto.
f) Otra figura del Pan eucarístico, como Jesús mismo lo indica en Juan 6, 49, es el famoso “maná del
desierto”, que mantuvo milagrosamente con vida a los israelitas durante su marcha de cuarenta
años a través del desierto hacia la Tierra prometida. De igual modo el pan milagroso de la Eucar-
istía nos sostiene en nuestra marcha hacia la Patria verdadera del Cielo a través del desierto de esta
vida, en donde somos tentados como lo fue Jesús.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
la Misa. Es urgente recordar que los pecados graves sólo se perdonan mediante una Confesión Sac-
ramental. Como asimismo recordar que faltar, por ejemplo, aunque fuese por un sólo Domingo a la
Santa Misa, es un pecado grave, como, asimismo, usar anticonceptivos, tener relaciones prematri-
moniales, vivir juntado sin haberse casado etc.
Contestación: a) Refiere San Gregorio que antiguamente, antes de dar la Comunión, el diácono se
volvía al pueblo diciendo: “Los que no estén preparados para participar del grande y augusto mis-
terio, retírense y dejen el puesto a los demás”. Luego añadía: “Acérquense los demás con fe, con
temor de Dios y con amor”.
b) Exclama dolorosamente San Agustín: “¡Cuántos reciben del altar y MUEREN RECIBIENDO!” Es
decir, mueren en su alma porque lo reciben mal.
c) Profesa el gran teólogo Santo Tomás de Aquino: “El pecado de los que reciben indignamente este
sacramento es semejante al de aquellos que dieron muerte a Cristo; porque uno y otro pecado se
cometen contra el Cuerpo de Cristo”.
d) Mientras que San Ambrosio nos avisa: “No deben mezclarse los sacramentos llenos de virtud div-
ina con los vicios en un vaso de corrupción. “Lo que el Cardenal Goma comenta: “Si a la comunión
de las sagradas especies no acompaña la comunión espiritual, y ello es debido a la indignidad del
sujeto, el efecto producido es opuesto a la comunión: es una mayor separación; es comunicación
de muerte, en vez de serlo de Vida divina”.
166
Cenáculos del rosario
celebrante, y fueron testigos a su vez del increíble milagro. Arrobados y abismados de gratitud y
alegría, se arrodillaron pidiendo al Señor perdón y misericordia. La noticia no tardó en esparcirse
por toda la ciudad y pueblos vecinos. Empezó así este constante peregrinar que ininterrumpido
prosigue hasta hoy.
Este pedazo milagroso de carne viva, con sus cinco grumos de sangre coagulada, sigue expuesto al
público desde casi 1300 años, sin ninguna precaución especial, sin siquiera ser refrigerada o conge-
lada, y todos pueden verlo, y hasta tocarlo y analizarlo en circunstancias especiales.
Y todavía eso no es todo. Lo más increíble es lo descubierto recientemente, como si Dios deseara
hacer un milagro por etapas y reservar las sorpresas más bellas para estos tiempos de nueva y may-
or incredulidad y falta de respeto a la Santa Hostia. Una comisión médica internacional convocada
por la Organización Mundial de la Salud y las Naciones Unidas, conseguía el permiso del Obispo
para llevar a un modernismo laboratorio de la Universidad de Siena, un fragmento de la Hostia y de
la Sangre milagrosa. Lo que descubrieron mediante análisis histológicos y microscópicos los dejó
estupefactos: algo que para todos los creyentes será también un inmenso consuelo y una prueba
del insospechado e inagotable amor que su Dios tiene por ustedes.
Hallaron esos médicos no solamente que la carne de la Hostia es verdadera carne humana y que la
sangre es realmente sangre de la cual pudieron determinar el grupo sanguíneo: del tipo AB; sangre
en la cual encontraron todas las proteínas y sales minerales y exactamente en las mismas propor-
ciones de la sangre fresca y normal del hombre, sino que descubrieron algo que hasta ahora Mi
Iglesia ignoraba, salvo unas contadas almas privilegiadas a quienes Yo lo había revelado: el hecho
de que la carne de la Hostia milagrosa no es carne cualquiera, sino que ha sido identificada con
absoluta certeza, como parte del tejido muscular del corazón humano, es decir, del miocardio, del
cual presenta bajo el microscopio todas las inconfundibles características. En otras palabras: es
carne viva de mi CORAZÓN palpitante de amor por ustedes. Este hallazgo fue espléndidamente
confirmado por la nueva investigación, en 1975, por biólogos estadounidenses de la NASA.
¿No les conmueve hasta en lo más hondo pensar que lo que su Jesús les da a comer en la Comunión
es justamente un pedacito de su propio Corazón, y precisamente de la parte muscular del cora-
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
zón que impulsa sus latidos? ¿Hay manera más bella de probarles cuánto mi corazón late de amor
por ustedes y cómo deseo que a su vez el suyo me responda con latidos de amor? Muchas y muy
profundas conclusiones podrían sacarse de este hallazgo, pero quiero limitarme a ésta: así como
María llevó a Jesús en su corazón, a ustedes también se les permite llevar Mi Cuerpo, Mi Corazón,
Mi Amor, dentro de su propio pecho mediante la santa comunión.
Piensen a menudo en esto y nunca más serán los mismos, como nunca más fue el mismo aquel
sacerdote que escribió a un amigo, unos meses después de haber visitado el santuario de Lanciano,
donde vio la Hostia convertida en carne con sus propios ojos. Le decía así: “Ya nunca más puedo
alzar la hostia o el vino en la consagración sin ver el Corazón real de mi Señor entre mis dedos, y SU
Sangre viva en el Cáliz ante mí”. ¡Que sea así para todos ustedes!
Discípulos míos: Un día Yo reproché amargamente a las ciudades de Corazín y Betsaida porque no
hicieron caso a los milagros. “Si en Sodoma les dije se hubieran hecho los milagros que se han
hecho en ti, aún subsistiría el día de hoy”. (Mt 11, 23). No imiten, pues, ustedes los que hoy, alérgicos
a lo sobrenatural, no quieren oír hablar de milagros, señales y prodigios. Sería ir contra Dios mismo,
porque los milagros son inseparablemente unidos al Reino de Dios y a la vida de Mi Iglesia, como
prueban los muchos milagros referidos por los Hechos de mis Apóstoles. ¿No les anuncié que si
tuvieran Fe iban a ver milagros aún mayores que los que hice Yo? Al intervenir tan poderosamente
Dios lo hace con fines altísimos de conversión y de santificación que escapan a menudo a nuestra
mente limitada.
No imitemos el comportamiento de los fariseos ante los milagros de Jesús. El verdadero creyente
aunque no pretende ni exige prodigios, sin embargo, los agradece humildemente y los atesora en
su alma para los días malos en que su fe pudiera mermar, porque para el auténtico creyente cada
milagro es como una martillada con que el Espíritu Santo confirma y arraiga más las verdades de la
FE en su corazón”. Así sea.
168
Cenáculos del rosario
“Sin sacrificio no puede existir religión alguna” explica San Agustín. El “pecado es precisamente
todo aquello que NO se puede ofrecer a Dios”: es decir todo lo que el hombre sustrae, roba a la Glo-
ria del Señor. Históricamente los sacrificios del hombre pasan por cinco fases sucesivas, los cuales
giran y culminan alrededor del grandioso misterio de la Eucaristía.
a) El primer Sacrificio fue la INOCENCIA DEL PARAÍSO: “Nuestros primeros padres en el Paraíso
terrenal, en su inocencia e integridad, enseña San Agustín, se ofrecían a sí mismos a Dios como
víctimas puras”. Esta INOCENCIA fue el primero, el más básico y agradable sacrificio que el hombre
ofreció y debe ofrecer a su Señor y Creador. Era un culto de alabanza, de acción de gracias y de
petición.
b) El segundo Sacrificio fueron los del ANTIGUO TESTAMENTO, los cuales, luego del pecado orig-
inal, expresaban una nueva urgencia, la de reparación y prefiguraban al Sacrificio de Cristo. ABEL,
el inocente, que luego sería matado por su hermano Caín, ofreció al Señor los primogénitos de su
ganado: “Y miró el Señor a Abel y sus presentes; más a Caín y a sus ofertas no miró”, leemos en
Génesis. NOÉ, después del diluvio, edificó un altar al Señor y ofreció sacrificios de aves y otros ani-
males: “Y olió el Señor olor de suavidad, y dijo: No volveré jamás a maldecir la tierra por causa de los
hombres”. A ABRAHAN Dios mandó que le sacrificara a su hijo único, Isaac. (Gn 22: 1- 2) Al punto de
hacerlo, un Ángel de Dios le paró el brazo. Alzando Abrahán sus ojos, vio a sus espaldas un cordero
enredado, anuncio del “Cordero de Dios que quitará los pecados del mundo”; lo tomó y lo ofreció
en holocausto en lugar de su hijo.
MELQUISEDEC, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo presenta pan y vino, prefigurando lo
que Jesús, Rey y Sacerdote Eterno, hará en la última Cena.
En el preciso instante en que, a las tres de la tarde del Viernes Santo, “Jesús inclinó la cabeza y
entregó el Espíritu... la cortina del templo se rasgó en dos de arriba, abajo, tembló la tierra y las
piedras se resquebrajaron” (Mt 27: 50-51). Dios, en este preciso momento, se retiró para siempre
del Templo y del altar judío; y se acabó el Antiguo Testamento, quedando abolidos los sacrificios
y holocaustos de animales. Así lo había profetizado DANIEL: “Después de setenta y dos semanas
(de años), será muerto el CRISTO; y no será más suyo el pueblo que le negará... y en medio de esta
semana cesará la hostia y el sacrificio; y será en el templo la abominación de la desolación; y durará
la desolación hasta la consumación y el fin”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
e) El último y definitivo Sacrificio, el final acto de culto del hombre será, lo que es ya para los Bie-
naventurados en el Cielo, LA LITURGIA CELESTIAL, que es el traspaso de la Santa Misa de la tierra
a la Liturgia del Cielo, en donde se ofrecerá a Dios, por los siglos de los siglos, alabanza, honor
y acción de gracias alrededor del trono del Cordero inmolado y glorificado. El Apocalipsis de San
Juan, (7:14 y ss, ) nos la describe así: “una reunión habida en el día del Señor, el primero de la sem-
ana, presidida por un pontífice venerable, sentado en un trono y rodeado de veinticuatro ancianos
y presbíteros; la vestidura del pontífice es una ropa blanca que le llega a los pies y un cíngulo de
oro. Resuenan himnos de alabanza figurados por las arpas, cánticos, etc. Hay un altar, siete can-
delabros, un incensario de oro con fuego e incienso que humea, un libro cerrado con siete sellos, y
sobre todo un cordero en ademán de sacrificado, al cual toda la tierra tributa honores soberanos.
Debajo del altar yacen los huesos de los santos mártires, y delante de él un ángel que está en pie,
ofreciendo las oraciones que suben de la tierra”.
En el Paraíso Celestial volverán los hombres, a ofrecer a Dios el Sacrificio de inocencia del Paraí-
so terrenal, simbolizada por SUS VESTIDURAS BLANCAS. “¿Quiénes son?’; se pregunta en el
Apocalipsis. “Son los que vienen de la gran tribulación y blanquearon sus vestidos en la Sangre del
Cordero”. Son los sacerdotes de la Nueva y definitiva Liturgia, la Celestial: el pueblo sacerdotal
rescatado por Cristo.
“La Santa Misa, decía el Santo, alegra toda la Corte Celestial, alivia a las pobres almas del purgato-
rio, atrae sobre la tierra toda suerte de bendiciones, y da más gloria a Dios que todos los sufrimien-
tos de los mártires juntos, que las penitencias de todos los solitarios, que todas las lágrimas por
ellos derramadas desde el principio del mundo y que todo lo que hagan hasta el fin de los siglos.
No hay momento tan precioso para pedir a Dios nuestra conversión y la de nuestros seres queri-
dos como en la Santa Misa. ¡Ay!, si los padres y las madres comprendiesen bien esto y supiesen
aprovechar esta doctrina, sus hijos no serían tan miserables ni se alejarían tanto de los caminos que
al cielo conducen. ¡Dios mío, cuántos pobres junto a un tan gran tesoro! ¡Cuántas almas saldrían del
pecado, si tuviesen la suerte de oír la Santa Misa en buenas disposiciones! No nos extrañe, pues,
que el demonio procure en este tiempo sugerimos tantos pensamientos ajenos a la devoción”. Y
el Santo concluye, preguntando a cada uno de nosotros: “¿Asistes a la Santa Misa con las mismas
disposiciones con las que la Virgen Santísima estaba en el Calvario, tratándose de la presencia de un
mismo Dios y de la consumación de igual sacrificio?”
A SAN JUAN CRISÓSTOMO el Señor hizo ver como “tan pronto como el sacerdote principia la cel-
ebración del Santo, Sacrificio, bajan numerosos espíritus celestiales que, con vestidos brillantes,
con atención y reverencia, se colocan en torno al altar, asistiendo, llenos de respetos silenciosos
y serenos, a la celebración del tremendo misterio. Luego se esparcen por la iglesia, para asistir y
ayudar a los obispos, sacerdotes y diáconos, que distribuyen los fieles el Cuerpo y Sangre del Señor,
SANTA BRIGIDA los vio llenando los espacios vacíos dentro de los templos durante la Santa Misa,
y SANTA CATALINA DE BOLONIA los oyó cantar al llegar el “Santo, Santo, Santo..”., con tan dulce
armonía que le parecía estar en el Paraíso.
SANTA COLETA, exclamaba un día en el momento de la consagración: “¡Oh, Dios mío! Jesús mío!
¡Ángeles, Santos, pecadores, qué maravilla!” Al sacerdote, que después le interrogaba, extrañado,
la santa respondió “padre, al levantar usted la sagrada Forma, he visto a Jesús manando sangre de
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Cenáculos del rosario
sus heridas y oí que decía: “Padre eterno: mira este mi Cuerpo, que cuelga de la cruz; mira la Sangre
que brota de mis llagas. Todo lo sufrí por salvar a los pecadores. Que no se pierdan eternamente.
Por mi amor, salvad a los pecadores”.
Se cuenta de un hombre que no sabía leer, y no obstante, acostumbraba llevar siempre a misa un
cuaderno con páginas de distinto color: negras, rojas y doradas. Le preguntaron de qué le servía
aquel librito, y contestó: “Al principio de la Misa miro una página toda negra, que me recuerda mis
pecados, y procuro arrepentirme de ellos hasta el ofertorio. Después cuando nuestro Señor renue-
va el sacrificio del Calvario en la Consagración, me fijo en las páginas rojas, para acordarme de la
preciosísima Sangre misericordiosamente derramada. Y al acercarse la Comunión, miro las letras
doradas, que me hacen pensar en la felicidad de recibir a nuestro Señor y en el gozo de estar con Él
para siempre en el Cielo”.
Ya que no hay otra paga para cancelar la deuda de la muerte que la paga de la vida, el arrepen-
timiento buscará en el sacrificio de la misma vida el equilibrio de la expiación. Esta búsqueda afano-
sa hizo correr, en el tiempo del Antiguo Testamento, torrentes de sangre de animales, anticipando
y anunciando la única víctima verdaderamente pura y eficaz, el único sacrificio perfecto, la única
Hostia digna, santa e inmaculada: la que Yo, su Jesús, ofrecería, en su Hora, en la Cruz y la que en la
Santa Misa, que es la Cruz perpetuada, sigue ofreciendo. De este último sacrificio, centro del culto
cristiano, deseo hoy hablarles.
¿Saben lo que es la Santa Misa?... Un sangrar misterioso de Mis llagas, una renovación incesante
del sacrificio del Viernes Santo; un diluvio de gracia que parte de la Cruz; un Gólgota siempre pre-
sente: Yo, Jesús que Me sacrifico incesantemente en medio de ustedes. Demasiados cristianos, ¡ay!,
asisten a la Santa Misa como a una simple plegaria colectiva dominical, sin darse cuenta que es
fuente de vida, inmolación perenne de una víctima divina; la única víctima que puede pagar a Dios
una deuda insolvente.
Si no fuera por la Misa, les aseguro, discípulos míos: a estas horas el mundo se habría hundido y
para siempre bajo el peso de sus pecados. Pero, sacrificador y sacrificado, Me ofrezco al Padre
como Víctima perenne, aunque de una manera incruenta, para los pecados y maldades de los hom-
bres de todos los tiempos y de todos los lugares. A cada momento del día y de la noche, se alza de
la tierra al Cielo una Hostia, con las apariencias de pan, un Cáliz, con el contenido aparente de vino,
¡verdadero misterio de fe! No son más que mi Cuerpo y mi Sangre que el Sacerdote ofrece al Padre
por la salvación del mundo.
Cuánta más profunda sea tu unión conmigo, discípulo mío, tanto más provechoso será el sacrificio
de la Misa para ti y para los demás. ¡Cómo quisiera que todos los que asisten al Divino Sacrificio
171
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
formaran una gran unidad conmigo! Entonces, el sacrificio sería perfecto, pues, los hombres com-
pletarían con el suyo lo que le falta a Mi Pasión. Nunca pienses que estás solo cuando asistes al
Santo Sacrificio. Al contrario, lleva siempre en mente y en tu corazón, a todos los hombres de la
tierra. Ofréceme el amor de que son capaces sus corazones y los dolores que atormentan a toda la
humanidad.
Ofréceme todo lo que hay de bello en el mundo: la inocencia de los niñitos, la pureza de las vírgenes,
la santidad, pues, santos los ha habido y los habrá en cualquier época y en cualquier categoría de
personas. Preséntame las necesidades de todos, pues, la Santa Misa no es tan sólo acción de gracia
no es sólo reparación del mal, ni tampoco sirve solamente para aplacar al Padre y adorarlo, sino que
sirve también para implorar esas ayudas que tanto necesitan. Celebrando cada día su Misa conmi-
go, uniendo su sacrificio al Mío, tengan la seguridad que su vida se santifica con esta inmolación y
que así ayudan poderosamente a sus hermanos del mundo entero de la manera más concreta.
Su Misa, sin embargo, no debe limitarse a ese pequeño espacio de tiempo que ustedes pasan en
la iglesia junto al altar y al sacerdote. Tampoco termina allí la Mía, pues, es ininterrumpida. ¡Ay del
mundo si se interrumpiese! Por eso su Misa, al igual que la Mía, debe ser continuada. Su ofrenda
debe subir continuamente al Padre por todos. La acción del cristiano no debe ser individual sino
colectiva conmigo. Escogí como materia del sacrificio el pan y el vino precisamente para indicar
esta unión.
Él PAN Y Él VINO
El pan está hecho de numerosos péquenos granos de trigo; el vino de numerosos granos de uva.
Soy el Pan Vivo bajado del Cielo. En la Santa Misa, Me ofrezco al Padre, pero no solo, sino en unión
con toda la Iglesia, con todos Mis hijos de la tierra. Cada uno de ustedes, junto con el sacerdote,
el instrumento de esta inmolación, debe ofrecer sus penas y alegrías, sus pequeños sacrificios y
mortificaciones, sus sudores y sus lágrimas, junto con la gotita de agua que el sacerdote vierte en el
cáliz. Así unen y valorizan ustedes todo lo que hacen con mi gran Sacrificio en la Cruz.
Esta gotita suya de lágrimas y de sudores será absorbida por el vino y, después de la Consagración,
transformada en mi Sangre, lo que le prueba y le enseña que todas sus acciones, si son unidas a Mi
gran Sacrificio Eucarístico, son como divinizadas y adquieren valor y méritos para la vida eterna.
Asistan, pues, con gran fe y con gran amor a la Santa Misa, la cual no es una simple ceremonia,
sino una auténtica renovación continuada del Sacrificio del Calvario. Acérquense, luego a la Santa
Comunión, que completa y hace crecer su unión conmigo y con Mi Cuerpo Místico, la Iglesia. No
hay oración más eficaz que la que se hace al momento de la Comunión, pues entonces Yo ruego con
ustedes y por ustedes a mi Padre del Cielo.
¿Quieres ayudar a personas vecinas o lejanas? Ofréceme por ellas una Santa Misa. ¿Quieres librar
almas del Purgatorio?... Ofrece Santas Misas. Si quieres obtener gracias y ayuda, nada es más efi-
caz que la Santa Misa. Con tal de que lo que pides les sea realmente de provecho para la vida eterna,
ten la certeza de que lo obtendrás. Dios no puede negarte lo que pides por medio de Su Hijo y en
el momento en que este muere nuevamente en la Cruz, aunque de manera incruenta, por amor a
ustedes.
Una sola cosa te recomiendo: asiste siempre al Santo Sacrificio en gracia de Dios, pues, es por
medio de la Gracia que la Vida Divina circula en ti. Si Ella te falta, tú te conviertes en enemigo, en
172
Cenáculos del rosario
rebelde a Dios. ¿Cómo pretendes, entonces, gracias y favores? ¿Cómo podrías unirte a Mí en tu
inmolación?
Te doy tu última sugerencia: nadie como Mi Madre asistió con más amor y con tanto dolor a Mi
primera Santa Misa. Ella, a quien Dios quiso libremente asociar, como Corredentora del género hu-
mano, a mi Sacrificio de la Cruz, no puede, tampoco ahora, permanecer ausente de la celebración
de este grandioso misterio. Pues bien, cuando asistes a la Santa Misa, llámala en tu auxilio, une tus
sentimientos a los suyos y verás con cuánta devoción asistirás de ahora en adelante a la Santa Misa,
lo que será abundante fuente de bendición para ti, tus seres queridos y para todos. Así sea”.
Segunda Pregunta: ¿Qué debe significar la Primera Comunión para el niño? Es preciso dar al niño
una explicación profunda de la Comunión. El niño debe comprender lo siguiente:
a) Que la comunión no el algo que se tome en la boca, sino ALGUIEN con quien tiene un encuentro
muy profundo y provechoso. Por primera vez se le admite como comensal a la mesa del Señor y
puede reclinar la cabeza, como San Juan, sobre el corazón de Jesús, el Hijo del Dios Eterno, en
comunión de amor con Él. ¡Qué dicha que alegría, qué honor sentarse con El que dijo: “¡Ardiente-
mente he deseado comer este cordero pascual con vosotros!” (Lc 22, 15 2). ¿Quién puede olvidar
esta hora, quién pagar con suficiente gratitud el amor de Quien dijo, en (Jn 15, 15): “No os llamo ya
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo, sino AMIGOS”?
173
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) Que Cristo, en la Comunión viene dentro del niño para que este se transforme, poco a poco en
otro Cristo, en alguien que “tiene los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Filipenses 2, 5), en al-
guien que poco a poco “ya no él vive, sino que Cristo vive en él” (Gal 2, 20) c) Que la Comunión invita
también al niño a participar más íntimamente del sacrificio de Cristo, haciéndose pequeña víctima
con la gran Víctima, “completando en su carne lo que falta a la pasión de Cristo”. Hay que enseñar a
los niños el valor de los pequeños sacrificios y mortificaciones en orden a la salvación de las almas.
Una madre, por ejemplo, invitará, si fuera el caso, a sus niños a rezar y hacer pequeños sacrificios
para la conversión de papá.
Escribe Santa Teresita del Niño Jesús “Mi Primera Comunión será siempre para mí un recuerdo sin
nubes... Los detalles más mínimos de aquellas horas celestiales dejaron en mi alma indelebles re-
cuerdos. ¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma; sí, fue un beso de amor. Ya no éramos
dos: Teresa había desaparecido como la gota de agua se pierde en el océano. Jesús quedaba sólo
como dueño y rey”.
Un famoso escritor francés, Luis Veuillot, debe su conversión a la Primera Comunión de su hijo.
El niño quería pedirle que comulgase con él ese día. Pero Veuillot enemigo acérrimo de la religión
católica, no tenía ninguna gana de acceder a este deseo, tan contrario a sus principios. El niño fue a
rezar ante una imagen de la Virgen, y luego, con una mirada suplicante, amorosa y a la vez resuel-
ta le dijo: “Papá, lo que quisiera es que el día de mi Primera Comunión me acompañasen usted y
mamá. Venga, papá, venga, por amor de Dios que tanto le ama”. El padre no supo resistir a la súpli-
ca infantil. Se confesó, se convirtió de verdad y llegó a ser un célebre campeón de la prensa católica
en Francia, fundador de un gran diario católico. ¡Lo que puede hacer la oración de un niño!
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
a) El Cuarto Concilio Lateranense estableció: “Todo fiel, una vez que haya llegado a la edad de
discreción... ha de confesar fielmente todos sus pecados, a lo menos una vez al año... y recibir con
reverencia por lo menos en Pascua el sacramento de la Eucaristía”. Esta ley fue solemnemente con-
firmada frente a los errores del protestantismo en el Concilio de Trento.
b) Pero fue el gran Papa de la Eucarística, Pío X, quien, en 1910, puso fin a las erróneas posiciones
de quienes dificultaban la Primera Comunión, exigiendo excesivas preparaciones y atrasando así
la Primera Comunión hasta la edad de diez, doce y a veces catorce años. Abriendo el camino a los
niños para acercarse a su Divino Amigo que tanto desea bajar a ellos antes de que el pecado tome
posesión de su alma, el resolvió de un modo claro la cuestión debatida diciendo: “Cuando un niño
sabe distinguir el pan eucarístico del pan común y corpóreo, esto es, a la edad de la discreción, a
los siete años, poco más o menos; desde este tiempo empieza la obligación tanto de la confesión
como de la Sagrada Comunión”.
c) El CÓDIGO DE DERECHO CANÓNICO estipula: “Los padres en primer lugar y quienes hacen sus
veces, así como también el párroco, tienen obligación de procurar que los niños que han llegado
al uso de razón se preparen convenientemente y se nutran CUANTO ANTES, previa confesión sac-
ramental, con este alimento divino; corresponde también al párroco vigilar para que no reciban la
santísima Eucaristía los niños que aún no hayan llegado al usó de la razón o los que no juzgue sufici-
entemente dispuestos. Para que pueda administrarse la santísima Eucaristía a los niños, se requiere
que tengan suficiente conocimiento y hayan recibido una preparación cuidadosa, de manera que
entiendan el misterio de Cristo a la medida de su capacidad, y puedan recibir el Cuerpo del Señor
con fe y devoción. Puede sin embargo, administrarse la santísima Eucaristía a los niños que se hal-
len en peligro de muerte, si son capaces de distinguir el Cuerpo de Cristo del alimento común y de
recibir la comunión con reverencia”.
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Cenáculos del rosario
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
Mis muy queridos discípulos del Cenáculo, hoy les narraré la maravillosa y verídica historia de una
jovencita de apenas once años que se consumió de Amor por Mi Sacramento del Altar: la beata
Imelda Lambertini, llamada por el Santo Papa Pío X la “protectora y modelo de los que hacen la
Primera Comunión”. Es una historia tan pura y conmovedora que muchos podrían ser tentados a
considerarla una leyenda, bella sí, pero irreal. Mi Padre el Cielo, en su Divina Providencia, previendo
estas posibles objeciones, ha querido confirmar la milagrosa vida y muerte de esta joven, con un
nuevo y permanente milagro, aún visible el día de hoy: el cuerpo incorrupto de la Beata que murió
de una manera muy especial como vamos a ver.
Ocurrió en Bologna, una ciudad muy grande y famosa de Italia en donde descansan muchos
grandes Santos: Santo Domingo, el fundador de la Orden Dominica, Santa Catalina de Bologna,
cuyo cuerpo se conserva incorrupto Y allí descansa, también incorrupto, en la iglesia parroquial de
San Segismundo, el cuerpo de esta niña, nacida en el seno de una familia noble.
No fue, pues, sorpresa cuando ella a la edad de nueve años pidió y consiguió permiso de sus padres
para ir a vivir con las monjas dominicas de Santa María Magdalena en Valpidietra. Por mucho que
sus padres la amaban, movidos por la gracia divina, no quisieron negarle este favor a una hija tan
visiblemente favorecida por Dios. Imelda encontró entre las monjas una nueva familia. Siendo la
más joven en la comunidad y la más amada, era tratada como un regalo del Señor. Las monjas to-
das advirtieron que no era una niña ordinaria. Ella se encontraba inmensamente feliz con su nueva
vida y quiso llevar la vida religiosa con todos sus rigores, llegando a ser un ejemplo.
Imelda sentía un inmenso amor por Jesús en la Eucaristía. ¡Cómo ansiaba poder recibir la Comu-
nión! Pero las leyes de aquel tiempo no lo permitían hasta la edad de doce años. Cuando las otras
hermanas recibían la Eucaristía, Imelda se consumía de anhelo y nostalgia, entristecida sobre-
manera por ese único regalo del Señor que se le negaba. Alguna vez se le oyó decir: “Díganme,
¿puede alguien recibir a Jesús en su corazón y no morir de felicidad?”
Pero el Señor tenía un regalo especial para ella: un Milagro Eucarístico. Sucedió en la fiesta de Mi
Ascensión al Cielo en el año de 1333 . Durante la Misa de la comunidad Imelda oró con más fer-
vor que nunca y, terminada la Misa, se quedó sola orando. No encontrándola, unas hermanas se
volvieron para llamarla. Lo que vieron las dejó pasmadas. Había, sobre la cabeza de Imelda, una
Hostia blanca y brillante suspendida en el aire. Corrieron las monjas a avisar al sacerdote, el cual
tomó inmediatamente una patena para ir a recoger la Hostia, donde Imelda estaba arrodillada. La
Hostia brillante, aún suspendida sobre su cabeza, descendió lentamente sobre la patena. El sacer-
dote consideró esto como una evidente señal divina de que a Imelda se le debía dar la Primera Co-
munión y se la dio. Imelda, al instante perdió el sentido, arrobada por un profundo éxtasis de amor
del que nunca volvió. Su Primera Comunión fue también la última porque en este éxtasis murió, el
12 de Mayo de 1333. Tenía 11 años.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Su historia es corta como su vida. Pero más completa que la de muchos que viven hasta los cien
años. Ella cumplió a la perfección una misión bien definida que Mi Divino Corazón le tenía encomen-
dada. La devoción a la pequeña Imelda comenzó, tan pronto como su conmovedora y milagrosa
historia llegó a conocerse. Muchos libros fueron escritos sobre ella, alabando las virtudes y el poder
de Mi Divino Sacramento de Amor. Dondequiera que surgía una gran devoción por la Eucaristía o
una herejía negándola, seguían también fervientes súplicas por la intercesión de Imelda, que pron-
to fue proclamada Beata por la Iglesia. Y desde entonces, en la Iglesia de San Segismundo, cerca
de la Universidad de Bologna, es venerado y admirado el cuerpo incorrupto de Imelda, la pequeña
novia que murió de inflamado amor por su Divino Esposo Sacramentado, para gritar al mundo que
Yo estoy realmente en la Santa Hostia, vivo y presente para recibir su amor y colmarles de mis fa-
vores y bendiciones.
¡Cuánto desearía que los niños la tomen como modelo cuando se preparen a la Primera Comunión:
modelo de fe, de amor y de respeto! ¡Cuánto desearía que los jóvenes aprendan de ella el altísimo
valor de la pureza, premiado en la tierra con su cuerpo incorrupto y en el cielo con gozos inefables
y eternos! ¡Cuánto desearía que los padres aprendan este caso, el inmenso respeto que deben de
tener por la vocación de sus hijos, y que todos saquen de su vida esta gran lección: Yo, su Jesús,
estoy Vivo y Presente en la Eucaristía, y así como Yo morí por amor a ustedes, merezco que ustedes
mueran de amor por Mí!
Esta es la inolvidable lección de la pequeña beata Imelda: la pequeña gran santa que muriendo de
amor encontró la Vida para siempre. ¡Que esta estrella brillante del más puro amor a Jesús Sacra-
mentado encienda en sus corazones una renovada Fe y una más encendida confianza en Mi Pres-
encia Eucarística”. Así sea.
54. “¡EN LA EUCARISTÍA JESÚS SE OFRECE COMO COMIDA!”
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Cenáculos del rosario
disposiciones interiores, ciertas exigencias del cuerpo: el ayuno de una hora mínima, salvo agua y
medicinas, las posturas, el modo de vestir, etc.…, que son signos de respeto y reverencia al Señor.
c) Oculto bajo los accidentes de pan, Jesús espera que nos acerquemos con frecuencia a recibirle.
El banquete está preparado: “Feliz el que tome parte en el banquete del Reino Dios” exclama Jesús
en Lucas (14, 15). Y en el Apocalipsis (3, 20) Jesús nos asegura: “He aquí que estoy a la puerta de tu
corazón, y te llamo; si alguno escuchare mi voz y me abriere la puerta; entraré en él y con él cenare
y el conmigo. Dichosos los que son convidados a la cena de las bodas del Cordero”.
d) Sin embargo, guardémonos bien de recibir la Santa Comunión sin antes habernos bien limpia-
do de todo pecado grave por medio de una buena Confesión Sacramental. Recibir la Santa Hostia
en estado de pecado mortal es renovar a Jesús el dolor del beso de Judas. Advierte severamente
San Pablo: “Examínense cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Quien come el pan o
beba el cáliz del señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Come y bebe su
propio castigo”. (1 Cor 11, 27 29) Si nos atreviéramos a recibir la Santa Hostia en pecado mortal, es
decir reconquistado por el diablo, después de que Cristo nos había liberado de él en el Bautismo,
entonces Jesús nos repetiría como a Judas: “Amigo, ¿a qué has venido? ¿Con un beso traicionas a
tu Maestro?”
b) Pero TAMPOCO DEBEMOS DEJAR DE COMULGAR POR SENTIRNOS INDIGNOS. Enseña SAN
ALFONSO MARÍA DE LIGORIO: “Habrá quien diga: por eso, precisamente, no comulgo más a menu-
do porque me veo frío en el amor... Y, ¿porque te ves frío quieres alejarte del fuego? Precisamente
por que sientes helado tu corazón debes acercarte más a menudo a este sacramento, siempre que
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
alimentes sincero deseo de amor a Jesucristo”. “Acércate a la Comunión, dice SAN BUENAVENTU-
RA, aún cuando te sientas tibio, recibiéndolo todo de la misericordia divina, porque cuanto más en-
fermo se halla uno, tanto mayor necesidad tiene del médico”. Y San José María Escriva de Balaguer
comenta: “No es reverencia dejar de Comulgar, si estás bien dispuesto. Irreverencia es sólo reci-
birlo indignamente. Que el sentimiento de tu pobreza y miseria no te lleve a cerrar tu corazón y a
menguar en nada esa santa confianza que debes tener en tan celestial banquete. ¿Olvidas que dijo
Jesús: no es necesario e1 médico a los enfermos?”
Conclusión: He aquí como SAN AGUSTÍN nos alienta, a recibir a diario, si fuera posible, a Jesús
Sacramentado: “Toma todos los días lo que todos los días aprovecha, y vive de tal modo que todos
los días merezcas recibirle”.
Recuerda todo lo que quise cuando instituí este gran Sacramento de Amor. Hice adornar la sala y la
quise limpia, y quise que se usaran las mejores cosas que habrían de servir para la Cena. Yo mismo
me puse a lavarles los pies a Mis discípulos, para indicar que la exigencia de una pureza inmaculada
era la condición, delicadamente querida por Mí. Una condición indispensable, por lo cual pude de-
cirle a Pedro, que se rebelaba frente al pensamiento de dejarse lavar por Mí: “Si no te lavas no ten-
drás; parte, conmigo en la Cena”. Después de la purificación, la mejor preparación la constituye el
deseo vivo de recibirme, acompañado de la oración y del recogimiento interior. ¡Cuántos coloquios
interrumpidos, cuántas almas que siguen con las manos vacías y por lo tanto incorregibles, después
de tantas y tantas, comuniones!
Discípulo mío: Si tú crees firmemente que en la consagración de la Misa en todos los altares del
mundo, por mano de Mis Ministros, se produce el gran milagro que Yo realicé por primera vez ese
Jueves Santo, en que loco de amor por ti y por todos los hombres, quise hacerles el presente de
todo Mi Yo... Si tú crees, debes consumirte de amor y de deseo al acercarte a Mí en la Eucaristía,
pues, Soy; siempre el mismo Jesús, alimento, Víctima y vida de sus almas.
Vengan, sí, vengan a Mí, puesto que ardientemente deseo unirme a ustedes. Pero, por favor, no Me
pongan en corazones tibios y fríos. No unan Mi vida a la de un cadáver. ¡El que está en pecado mor-
tal está muerto a la vida de la gracia! Yo soy el Dios vivo, el Dios verdadero, el Dios tres veces santo.
¡Oh, no hagan semejante matrimonio! ¡No Me unan a las almas muertas por el pecado!
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Cenáculos del rosario
Discípulo mío, que tus Comuniones sean verdaderos encuentros de amor y sirvan para reparar los
muchos ultrajes que recibo de tantos hijos. Detente un poco a escucharme cuando estoy contigo.
No se pongan en seguida a rezar fórmulas de oración. Las muchas palabras no Me gustan. Las
fórmulas deben ayudar a la mente a pensar, y al corazón, a amar, pero no sustituirse al diálogo con-
migo. Quédate un poco conmigo. Hazme oír el sonido de tus propias palabras. Aún balbucientes.
Háblame, después de haberme escuchado, de lo que más te preocupa, con la confianza de un hijo,
de un niño, y pídeme que te dé todas esas gracias que Yo quisiera darte que tú ni siquiera sospechas.
Repara, te ruego, los muchos sacrilegios que se cometen en todas las partes del mundo, sobre
todos los altares, por Ministros que celebran sin amor y sin fe, y por todas las almas descuidadas,
malas e ingratas que voluntariamente Me ofenden. Tú puedes reparar por muchos, que no Me de-
sean y que no responden a Mi llamado de amor. Ven, pues, discípulo Mío, vuela con el pensamiento
a menudo al Tabernáculo. Precede así con la mente y el deseo nuestros encuentros de corazón a
corazón, en los cuales tú Me abres el tuyo al beso de Mi Amor Eucarístico”. Así sea.
Sin embargo, no todos comparten esta Fe nuestra en que Jesús se encuentra realmente presente
en la Hostia consagrada. Pero Dios es tan infinitamente bueno y condescendiente que ha tenido
compasión de estas almas soberbias y ha hecho MILAGROS para lograr que esas inteligencias alti-
vas se rindan ante su presencia divina. Entre los ciento treinta milagros eucarísticos de los cuales se
guarda memoria, hoy queremos recordar uno entre los mejor documentados.
¡De ninguna manera! Lo que a Dios le disgusta es que exijamos milagros. A Jesús se los exigieron
diciéndole: “Haznos ver una señal hecha por ti” (Mateo 2, 28). Y Él les contestó con estas fuertes
palabras de rechazo: “¡Esta generación malvada y adúltera pide una señal! No se le dará otra que la
del profeta Jonás” (Mt 12, 39), es decir el milagro de su RESURRECCIÓN.
Pero, más todavía, se disgustaría el Señor si no hiciéramos caso a los milagros que Él mismo nos
quiere regalar. En Marcos 6, 52 leemos que los discípulos “no habían comprendido el milagro de
los panes, porque su mente estaba embotada”. Y Jesús, en una oportunidad, “se puso a maldecir a
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
las ciudades impenitentes de Corazín y Betsaida” en las que se habían realizado la mayoría de sus
milagros, porque no se habían Convertido: “Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro
y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras tiempo ha que en sayal y
ceniza se habrían convertido” (Mt. 11, 21-22). Es decir, que el milagro nos interpela, nos obliga a au-
mentar nuestra Fe. Si no queremos hacerle caso, oiremos las palabras de Jesús sobre esas ciudades
rebeldes a sus milagros: “Por eso os digo que en el día del Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón
que para vosotras”(Mt. 11, 22).
Los milagros que Jesús hace son “signos” del poder de Dios y del fin del reino de Satanás. No con-
virtieron automáticamente a sus testigos. Son producidos por la compasión de Jesús, tal como la
curación del ciego o de los leprosos. Son interpretados por los Evangelios como prueba de que Jesús
es el Mesías y símbolo de la victoria sobre el diablo En Hechos (10, 28) esto se confirma cuando oí-
mos a Pedro testimoniar: “Dios ungió a Jesús con poder... y Él paso curando a todos los oprimidos
por el diablo”. Además la misma Biblia anuncia que Dios seguirá realizando milagros hasta el punto
de que habla de que algunos tendrán el “poder de los milagros” (1 Cor 12, 10 y 28). Así, en Hechos (9,
40), vemos como Pedro resucita a Tabita: “Y vuelto al cadáver, dijo: “Tabita, levántate”. Ella abrió
sus ojos y al ver a Pedro se incorporó. Esto se supo por doquier y muchos creyeron en el Señor”.
Sin embargo, Jesús ni quiso hacer un milagro para satisfacer la curiosidad de un curandero (véase
Lc 23, 8), ni para contentar al malvado Herodes, el cual, dice San Lucas, “AI ver a Jesús se llenó de
alegría, pues hacía mucho que esperaba verle hacer algún milagro” (Lc 23, 8).
En definitiva, lo que la Biblia nos pide es que si bien no podemos exigir milagros, es preciso que
hagamos caso a los que Dios en su infinita sabiduría nos quiere regalar, y de los cuales, en el día del
Juicio, se nos pedirá cuenta. ¿Qué dirán aquel día los seguidores de las sectas, quienes malogrando
tantos y tan evidentes milagros eucarísticos, no quieren creer en la presencia de Jesús en la Hos-
tia?”... Contra aquellos que atacan y denigran nuestra Fe en la Hostia, aclamemos con el Salmo (65,
3): `¡OH, cuán estupendas son, Señor, tus obras! ¡A la fuerza de fu gran poder se reducirán a la nada
tus enemigos!”
Escribía San Agustín a propósito de los milagros: Los milagros tienen su lenguaje propio; lo que por
fuera despierta nuestro asombro tiene también su significado en lo interior. Así como los hombres
acostumbran hablar con palabras, el poder divino habla con hechos. En estas cosas toda la razón
del hecho es el poder de quien la realiza”.
b) Los milagros siguen ocurriendo, entre ellos milagros eucarísticos. Antes de beatificar o de can-
onizar a alguien, la Iglesia exige un cierto número de milagros, que sólo después de una muy severa
investigación, con la ayuda de la ciencia más rigurosa son reconocidos como tales. Hasta los ene-
migos más encarnizados de la Iglesia reconocen su seriedad en materia de milagros. Basta pen-
sar en el caso de Lourdes donde la misma Iglesia instituyó una “Asociación de Médicos” a la cual
pertenecen los más renombrados especialistas, muchos de los cuales no son siquiera creyentes.
180
Cenáculos del rosario
Muchas asombrosas curaciones allí ocurren mientras el Santísimo es llevado solemnemente entre
los enfermos, bendiciéndoles uno a uno. Pero sólo pocas logran un reconocimiento oficial a causa
de las normas tan exigentes y escrupulosas que se siguen.
Se trata, en efecto, del caso, históricamente cierto y bien documentado, de una mula que se arro-
dilló al pasar el ostensorio con mi Hostia Santa. A los que tendrán dificultad en creer en un milagro
así, porque les falta la sencillez de “los pequeños a quienes Mi Padre revela sus secretos” quiero
hacerles esta sencilla pregunta: si en el Antiguo Testamento se lee cómo una burra a la vista de un
Ángel cambia totalmente su comportamiento natural y hasta abrió la boca para hablar a Balaam
(Nm 22, 31), ¿quién podrá sostener que fue imposible que a la vista de una Hostia Sagrada, donde
Yo mismo estoy vivo con mi poder de hombre Dios, una mula doble las rodillas? ¿No dice la misma
palabra de Dios: “Para Dios nada es imposible”? (Lucas 1, 37).
Aquella tarde hablaba de la presencia real de Jesucristo en la Divina Eucaristía. Lo demostró con tan
fuertes argumentos, que todo el pueblo cayó con más fervor que nunca de rodillas ante la blanca
Hostia, fachada Purísima detrás de la cual se oculta la Majestad Divina. Sólo uno permaneció en
pie. Sólo uno decía que él no creía aquellas cosas, sólo uno afirmaba que él no se arrodillaría nunca
ante aquel pedazo de pan.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Y llegó el momento esperado. Acudieron a la iglesia catedral el Arzobispo, San Antonio, todo el
clero y una muchedumbre inmensa. La expectativa era inmensa. Momentos después llegaba a la
catedral el hereje, llevando del freno a su mula, extenuada por tres días de ayuno riguroso.
El Arzobispo vistió sus ornamentos pontificales, tomó en sus manos el sagrado Ostensorio en me-
dio del CUAL blanqueaba la Santa Hostia y se adelantó, colocándose bajo el baldaquín, rodeado de
luces y de sacerdotes. Llegó hasta donde estaba el Hereje con su mula, quien en aquel momento
abrió un saco lleno de avena y ofreció aquella sabrosa comida a su bestia hambrienta. “Soltad la
mula”, gritó el que presidía aquella ceremonia. Y soltaron la mula.
El animal no dio siquiera una mirada a la avena. Se acercó al sagrado Ostensorio, levantó la frente
como si quisiera mirar la blanca Hostia y luego bajó la cabeza, permaneció unos momentos inmóvil,
y lentamente dobló las rodillas... Y permaneció así en reverente actitud hasta que San Antonio ex-
clamó: “Levántate, animalito de Dios, y caigan de rodillas los creyentes hijos de Jesucristo”. El prim-
ero que se acercó y cayó de rodillas, temblando y llorando su impiedad fue el hereje. Y todo el pueb-
lo, loco de entusiasmo con el milagro que acababan de contemplar, bendecía y alababa al Señor
Discípulos míos, este hecho portentoso les dice dos cosas: primero, que su Jesús esta realmente
en la divina Eucaristía, y segundo, ¡con qué reverencia y adoración deben caer de rodillas en su
presencia! ¡Que mi paz sea con ustedes!” Así sea.
b) “¡Quédate con nosotros!” lo suplicaron los discípulos de Emaús. Y Jesús se quedó;... ¡en la EUCA-
RISTÍA! Allí podemos recibirlo y visitarlo cuántas veces lo deseamos.
182
Cenáculos del rosario
c) Sabían Marta, María y Lázaro que Jesús iba a hospedarse en su casa de Betania. Ambas her-
manas, gozosas, como leemos en Lucas 10, se lanzan a los preparativos para recibir dignamente
al huésped. María, subyugada por el indecible ascendiente espiritual del Señor, se sentó a sus pies,
como solían hacerlo a la sazón los discípulos al escuchar a su Maestro, y quedó absorta al oír la
divina palabra. Marta, por el contrario, proseguía febrilmente los preparativos, y de vez en cuando
lanzó, de soslayo, una mirada siempre más inconforme, a María que siguió, imperturbable y como
extasiada, a los pies del Divino Maestro. Hasta que no aguantó más. Apurada por su afán de brindar
al Señor un almuerzo digno de Él, no pudo menos de observar, tomando pie en la confianza que
tenía con el ilustre huésped: “Señor, ¿no Te molesta que mi hermana me deje sola para atenderte?
Por favor, dile que me ayude”. ... Pero, con el mismo tono de confianza, le responde Jesús: “Marta,
Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas. ¡Solo una es necesaria! María ha escogido la par-
te mejor, que no le será quitada”. A muchos, igualmente, les parece tiempo perdido, el que pasan
almas devotas a los pies del Salvador, que sigue viviendo entre nosotros en la Sagrada Hostia. ¡So-
bre todo en estos tiempos en que cunde la “herejía de la acción”! Ojalá sepamos encontrar siempre,
aun en medio de nuestros afanes y congojas, por lo menos unos momentos para pasarlos, como
María Magdalena a los pies del Señor, ante el Santísimo Sacramento del Altar.
Esta es la mejor suerte, de la que jamás seremos privados, porque nos traerá un aumento de santi-
dad, y ésta, a su, ¡ vez, se traducirá en una mayor paz aquí en la tierra y en un mayor gozo beatífico
por toda la eternidad.
d) ¡Cómo, por fin, no aplicar a las visitas al Santísimo, la apremiante invitación de Jesús: “¡Venid a
Mí todos los que andáis cansados y agobiados, y Yo os daré alivio”.! Y cómo no ver, en su Presencia
Sacramental del Tabernáculo, el cumplimento más dulce de lo que Jesús había profetizado un día:
“Yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a todos hacia Mí” (Juan 12).
b) Pocos Santos favorecieron tanto el culto a Jesús Sacramentado como San Alfonso María de Li-
gorio, Doctor de la Iglesia. Su libro: “Visitas al Santísimo” causó una verdadera revolución en la
piedad cristiana. Allí San Alfonso nos explica cómo EN JESÚS SACRAMENTADO: HALLARON LOS
SANTOS SU PARAÍSO EN LA TIERRA: “Los amigos en este mundo. Escribe, encuentran tanta com-
placencia en estar juntos que pierden días enteros haciéndose compañía. Los Santos encontraron
su Paraíso delante del Santísimo Sacramento”. Y el Santo exclama: “¡Qué alegría ha de ser la mía,
oh Verbo Eterno hecho hombre y sacramentado en provechos mío, sabiendo que estoy delante de
Ti que eres mi Dios, que eres una majestad infinita, una bondad inagotable, y que tanto amor tienes
a mi alma!”
183
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
c) Muchos otros Santos son recordados por su insigne devoción al Tabernáculo. AL SANTO EY-
MARD, llamó el Papa Pío XII: “Campeón más que ningún otro, de Cristo presente en el Sagrario”.
Este Santo, no sólo pasó casi el día entero frente al Santísimo expuesto, sino que fundó una Con-
gregación religiosa dedicada exclusivamente a este fin. Este Santo dijo a Jesús: “Quiero establecer
una corriente eléctrica de amor entre mi morada y vuestro divino sagrario; y de vuestro sagrado
copan dirigiréis hacía mí gracias y dardos inflamados que yo os devolveré con mi corazón herido de
amor”.
SANTA GEMA GALGANI, desde muy niña, con el pensamiento volaba siempre al lado de Jesús Sac-
ramentado y no estaba contenta hasta que la dejaron ir a la Iglesia. Solía exclamar: “Voy a Jesús;
vamos que está solo, nadie se acuerda de Él. ¡Pobre Jesús!” Y una dama noble, la condesa de Feria,
que al enviudar a los veinticuatro años de edad, se hizo religiosa de Santa Clara con el nombre de
ANA DE LA CRUZ, obtuvo permiso para habitar una celda desde la que se veía el altar del Sacra-
mento. “¡Yo estaría allí por toda la eternidad!” solía exclamar. Y realmente allí pasó días y noches
haciendo compañía a Jesús. Por esto pasó a la historia con el nombre de “Esposa del Santísimo”, o
la “Enamorada de Jesús Sacramentado”.
Ven, pues, con cuanto amor, con cuánta reverencia y devoción deberían asistir a la Santa Misa, con
cuánto deseo deberían comulgar y ¡con cuanta asiduidad deberían visitarme en las iglesias donde
Yo permanezco, mudo y prisionero, a la espera de su amor!
¿Saben cuál fue el motivo que me movió a permanecer día y noche, encerrado bajo la humilde
apariencia de una blanca Hostia, en los Tabernáculos del mundo entero? Sencillamente para que
ustedes, por cuantas veces quisieran verme, les fuera dado hallarme. No todos pueden hallar a los
poderosos de la tierra. Lo más que algunos consiguen es valerse de alguna tercera persona; mas
para hablar conmigo, el Rey de la gloria, no es preciso buscar terceras personas, porque siempre Yo
estoy pronto en este Sacramento para oírlos.
YO SOY EL REMEDIO
¡Cuán consoladores y suaves serán para ustedes los momentos pasados con este Dios de bondad!
¿Están dominados por la tristeza?... Vengan un momento a echarse a Mis plantas. ¡Quedarán
consolados! ¿Están oprimidos por la pobreza?... Vengan aquí, donde hallarán a un Dios inmens-
amente rico, que les dirá que todos sus bienes son suyos. ¿Eres despreciado por el mundo, ca-
lumniado, dejado de lado por los tuyos?.. Ven aquí, y hallarás un amigo que nunca falla y jamás
quebrantará su fidelidad. ¿Te sientes tentado?... Aquí es donde vas a hallar las armas más seguras
y poderosas para vencer a tu enemigo. ¿Temes el juicio final que a tantos santos ha hecho tem-
blar?... Aprovecha el tiempo en que tu Dios es Dios de misericordia y en que tan fácil es conseguir
el perdón.
Como la gota del rocío absorbe el rayo de sol que la hace centellear y finalmente se deja absorber
por él, como el hierro absorbe el fuego que le penetra y se deja absorber por él hasta el punto de
hacerse fuego también, luminoso ardiente y maleable, así debes tu absorberme y dejarte absorber
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Cenáculos del rosario
por Mi Presencia Eucarística ¿Hay algo más silencioso y al mismo tiempo más penetrante y más
elocuente que un perfume?... Bajo la irradiación eucarística, cuando tú quieres pasar unos ratos al
pie del Tabernáculo para hablarme y escucharme, es entonces como tú enriqueces tu alma de mi
Presencia, de mi perfume. A ti te toca captarlo, conservarlo largo tiempo y perfumar con él a los de
tu casa y a tus vecinos.
Yo soy también el remedio contra tu egoísmo, tu soledad, y contra la esterilidad de tu vida. Porque
es imposible exponerse a los rayos de la Hostia sin que infiltren, sin que acaben por abrasar el alma
con el fuego de mi Amor. Si tuvieses mayor confianza en el baño de sol que te procura el cara a cara
conmigo en la Hostia, ¡ya vendrías más gustoso a exponerte a los rayos de mi influencia! ¡Cómo te
gustaría dejarte penetrar por mis irradiaciones divinas! ¡No temas que te quemen! Teme más bien
el descuidarlas y el no aprovecharlas bastante para beneficio de los demás. Yo estoy ahí, cerca de
ti, sin abandonarte nunca ni con el pensamiento ni con la mirada y en Mí encuentras a tu Mamá del
Cielo, y a todos los hombres, tus hermanos.
VEN A MÍ: Vengan a Mí. Yo les enriqueceré, les colmaré de mis gracias, de mis bendiciones, les co-
municaré el principio de toda virtud y de toda santidad, para hacerles participar de mi humildad,
de mi paciencia, de mi caridad, para hacerte compartir mi visión de todas las cosas y mis designios
sobre el mundo, para darte la fuerza y el valor de emprender lo que te pido. Ven a Mí y Yo purificaré
todo lo que en ti tiende a enfangarse, y daré a tu vida el impulso hacia Dios y hacía tu progresiva
transformación en Mí. Esto, claro, no se realizará en un momento, sino día tras día, poco a poco,
visita tras visita al Santísimo.
Discípulos míos, escuchan la queja de mi corazón dolido: ¡Cuantas iglesias, una vez terminado el
culto, están vacías. Ya no se comprende ni se apetece Mi presencia en el Tabernáculo. Repara, discí-
pulo mío, por tanta ingratitud. Y no te olvides que espero día y noche tu Visita. Allí me expondrás tus
afectos y tus deseos. Allí querrás escucharme: pues si no te hablo con la voz, hablaré ciertamente a
tu corazón y a tu conciencia. El que ama a Jesús, ama el silencio a sus pies.
Si, ya lo sé, para consagrarme algún tiempo hay que renunciar a muchas cosas secundarias apar-
entemente más urgentes o más agradables a la naturaleza humana. Tienes miedo de no saber ni
qué decir ni qué hacer. Tienes miedo de perder tu tiempo. Pero, prueba, y verás. ¡Ah, si el mundo
creyera en mi ternura infinita, divina, exquisita de la que te hice probar algunas dulzuras, discípulo
mío! Ah, si en ella creyera la gente ¡Si de veras creyeran que Yo Soy el Dios bueno, tierno, solicito,
ardientemente deseoso de ayudarles, de amarles, de alentarles, pendiente de sus esfuerzos, de
sus adelantos, de su buena voluntad, siempre dispuesto a oírlos, a escucharlos, a otorgarles lo que
piden!
Yo quiero que ustedes sean felices y alegres, sin preocupación excesiva por el porvenir, confiando
en mi Providencia y en mi Misericordia. Yo quiero su felicidad y, en la medida en que pongan en Mí
su confianza, ni la prueba, ni el sufrimiento conseguirá abatirles. Junto a Mí, vivo en el Sacramento
de mi Amor, éstos, más bien, les traerán un renuevo de vitalidad. Se sentirán atravesados por tales
relámpagos de alegría que sus almas estremecidas quedarán totalmente colmadas por Mi divina e
innegable dulzura”. Así sea.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Basta leer los Hechos de los Apóstoles para darse cuenta de este cambio de sábado a domingo: En
Hechos (20, 7), por ejemplo, se lee: “El primer día de la semana (es decir el Domingo), estábamos
reunidos para la fracción del pan”. Asimismo, en Corintios (16, 2), San Pablo habla de la colecta de
dinero que cada Domingo hacían los Corintios en su Eucaristía: “¡Cada Domingo, todos ustedes
guarden lo que hayan podido recoger, de modo que no esperen mi llegada para juntar limosnas”
(Cor 16, 2).
Pregunta: A estos textos los protestantes oponen otros como, por ejemplo, Hechos (16:13) en donde
se lee que San Pablo, un sábado, busca a las mujeres judías en reunión de oración para Hablarles de
Jesús. ¿Que les contestamos?
Respuesta: Este texto de ninguna manera contradicen los que acabamos de citar en favor del Do-
mingo. Prueba únicamente el celo misionero de San Pablo el cual, el Domingo, se unía con los que
ya se han convertido, para celebrarles la Santa Misa que en aquel entonces se llamaba “la Fracción
del Pan”... pero que en día sábado buscaba a los judíos en sus sinagogas para convertirlos al cris-
tianismo. Era el único día para encontrarles en un plan religioso, ya que ellos siguieron y siguen
todavía celebrando el día sábado. Como vemos los protestantes siguen haciendo como los judíos
del Antiguo Testamento, mientras los cristianos auténticos pusieron `Vino nuevo en odres nuevos’
(Lc 5:38) como Jesús mismo les había pedido, anunciándoles que Él era “dueño del Sábado” (Lc 6,
5), dueño por lo tanto de cambiarlo por otro día en el marco de su Iglesia”.
186
Cenáculos del rosario
orden de las cosas vinieron a la novedad de esperanza no guardando ya el sábado, sino viviendo
según el domingo, día en que también amaneció nuestra vida por gracia del Señor y mérito de su
muerte”... También en la carta de BERNABÉ, un testimonio del siglo segundo, leemos: “Por eso
justamente nosotros también celebramos el día OCTAVO, es decir el Domingo, con regocijo por ser
día en que Jesús resucitó de entre los muertos..”. SAN JUSTINO, por su parte a mediados del siglo
segundo en su primera Apología escribe “Y el día que se dice del Sol (domingo) juntados todos los
de las ciudades y aldeas en una reunión, leemos los comentarios de los Apóstoles y los Escritos de
los profetas... Es el día del Sol que nos reunimos todos porque es el primer día de La semana; el mis-
mo día en que Cristo nuestro Señor resucitó de entre los muertos”. Conclusión: Una vez más, la His-
toria apoya la solidez de la Fe católica y prueba cuan engañosos son los argumentos de las sectas.
Discípulos míos, reflexionen: Faltar el Domingo a la Santa Misa, aunque fuese por un solo Domingo,
es una rebelión grave, un insulto, un desprecio de ustedes para con mi Padre Celestial. Es, por lo
tanto un pecado mortal y no pueden recibir más la Santa Hostia sin confesarse antes con el sacer-
dote. Faltar ala Santa Misa es como decirle a Dios en la cara: “No te necesito, vete, no me haces
falta esta semana, tengo algo más importante que hacer”. Entonces Dios, con dignidad pero dolido
como un Padre ofendido, despreciado y olvidado, se retira, y les retira su bendición durante la sem-
ana. Entonces, ya no está con ustedes, ya que despreciaron a Mí su Hijo, el cual les dijo, en su vida
mortal. “¡Sin Mí no podéis hacer nada!”
Sin Mí, ¿Como podrán permanecer fieles a su compromiso matrimonial? Sin Mí ¿cómo podrán
educar a los hijos cristianamente, o tener el valor, siquiera, de aceptar que nazcan?... Sin Mi desa-
parecerá el respeto, la alegría, el buen humor, el encanto y la poesía entre ustedes los esposos, y
entre ustedes y sus hijos... ¿Por qué, creen ustedes. Que hay hoy tantos divorcios y separaciones y
tantísimo matrimonios en crisis?... ¿Por qué tantos abortos y tanto uso de anticonceptivos?... ¿Por
qué deben tantos padres llorar un hijo drogadicto o una hija rebelde?
Sencillamente: Porque uno de los dos cónyuges, o los dos, dejaron de santificar el Domingo, o solo
asisten por costumbre, pero sin comulgar, sin recibir mi fuerza sacramental para permanecer fieles,
para seguir soportándose, aguantándose, perdonándose... Dejar de ir a la Santa Misa es, por lo tan-
to, el más trágico error, la más grande tontera que una persona, que una familia puede cometer. Es
privarse de la bendición divina. Es confiar sólo en uno mismo, empujando a Dios fuera de su hogar.
Es ponerse en manos de! padre de la mentira, el cual causará pleitos, odios y toda clase de maldad
y mala suerte en el seno de su hogar.
Es, asimismo, privarse de mi bendición en los hijos. ¿Cuantos padres lloran y se lamentan por tener
un hijo drogadicto, por ejemplo, o alcohólico, o una hija rebelde?... sin caer en la cuenta que ellos
mismos, no yendo a Misa, son hijos rebeldes de su Padre celestial. Dios permite, entonces, que su-
fran la rebelión de sus propios hijos, para hacerles caer en la cuenta que ellos mismos están desobe-
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
deciendo al Padre Celestial. Que vuelven a Dios y Dios volverá a bendecir sus esfuerzos de padres.
¿Qué es, en efecto, la Santa Misa? Es el momento en el cual, Yo, su Jesús y Salvador, renuevo para
ustedes, místicamente pero real, mi muerte en la cruz. Es el eje alrededor del cual gira toda la hu-
manidad. Es la fuente de todas las bendiciones. Faltar a la Santa Misa, aunque fuese por una sólo
semana, es un pecado mortal, de la cual es preciso confesarse sacramentalmente, antes de poder
recibir nuevamente la Santa Hostia. “Seis días, dijo Dios al hombre, trabajarás, pero el séptimo
día es Santo. Es un día consagrado a Mí”. El Domingo, pues, es un día que definitivamente no les
pertenece. Si lo cogen, son LADRONES, ladrones de la Gloria de Dios, del cariño filial que el Padre
Celestial está en derecho de recibir de ustedes.
Discípulos míos: ¿No es cierto que todos los hombres anhelan encontrar posada un día, en la Casa
de mi Padre? Pero a muchos de ellos Dios podrá echarles en cara; “¿Cómo? ¡Pretenden ahora que
Yo les dé mi casa por toda la eternidad, mientras en la tierra no quisieron estar en mi casa, ni una
hora! ¿No les dije que con la misma medida que Me mediste en la tierra, serían medidos por Mí aquí
por la eternidad?
Hoy día, ay, ¡con cuánta ligereza se descuida el precepto de la Misa festiva! ¡Cuán pocas son las
almas que asisten a ella con verdadera devoción, convencidas de que es el momento más impor-
tante, el acto más solemne de toda la Semana, su coronación, y su fuente de fecundidad. Cada
Santa Misa, en efecto, hace revivir en el altar el momento más trágico y más solemne de la historia
del mundo, cuando el Hijo de Dios se inmoló, sacrificándose a Sí mismo para salvar a los hombres,
sus hermanos rebeldes e ingratos! Se olvidan de que la Santa Misa no es un acto de institución
humana, sino divina, y que es el centro de la religión que como tal, une al hombre con Dios. Una
religión supone actos de culto externos e internos, y la Santa Misa es el mayor de todos, puesto que
si se participa en ella verdaderamente con el corazón, opera una real transformación de los fieles,
los que se hacen copartícipes del Santo Sacrificio y por consiguiente se identifican conmigo.
VALORIZA LA VIDA
La Santa Misa valoriza la vida del cristiano, dándole a la propia ofrenda un valor infinito y universal:
infinita en sí misma porque está unida a la Mía y universal porque puede ayudar a todos los hombres
de todos los siglos y de todos los lugares.
Muy claro fue el tercer mandamiento, dado por Dios en el Monte Sinaí: “Acuérdate de santificar
las fiesta”., Y cómo se le puede santificar si se suprime el mayor acto de culto, el mas agradable a
Dios, ofrecido por el Hijo al Padre? Ninguna obra buena, ninguna oración, ningún sacrificio podrá
jamás reemplazar a esta preciosa ofrenda que salva al mundo. ¡Cuánto me apenan esos padres
que descuidan este importante deber, tanto para ellos como para sus hijos. Criada en la ignorancia
de sus deberes con Dios, tanta juventud crece atraída por cosas fútiles, mientras que descuida los
verdaderos valores y no aprecia la riqueza insondable de la Santa Misa. ¡Ay de los padres que des-
cuidan la educación religiosa de sus hijos! Favoreciendo más bien sus inclinaciones a la pereza, la
diversión y el placer, preparan a sus hijos una eternidad infeliz. ¡Cuánto desearía, más bien, que mis
fieles asistieran a la Santa Misa y se alimentaran de la Santa Eucaristía, no sólo el domingo, sino, en
lo posible, también cada día! ¡Cuánta ayuda no recibirían, cuánta paz, cuánta alegría, cuánta mayor
paciencia y cuánta mayor santidad no habría en el mundo; cuánto menos odio, cuánta menos mal-
dad y cuánta más bondad y felicidad!
SERIAN PEORES
Me dirán que hay personas que frecuentan la Iglesia y asisten a la Santa Misa,... y son peores que
los demás. Será. Pero, les pregunto: ¿si estas personas no frecuentaran la Iglesia, no serían peores
todavía? Asistiendo a la Santa Misa tienen, al menos, la posibilidad de reconocer sus culpas y de
arrepentirse.
188
Cenáculos del rosario
La recta intención en la participación de los divinos misterios y de la oración colectiva, justifica
muchas veces al pecador, aún cuando le queden esos defectos que lo hacen tanto sufrir, contra los
cuales lucha sin parar, aunque no logra, por el momento y muy a su pesar, vencerlos o superarlos.
Lo que más agrada a Dios es que no juzguen a los demás, sino que cada cual se acerca al altar de
Dios y se golpee sinceramente el pecho, acusándose como pecador y pidiendo perdón para sí mis-
mo y para todos sus hermanos. Es cosa inútil y pecaminosa frecuentar la iglesia sólo por ser bien
visto, con ligereza y sin el mínimo deseo de mejorar, pues esto se llama malgastar los dones de Dios
y engañarse a sí mismo. Pero llevar a la iglesia su propia miseria, incapacidad y el deseo de mejorar,
es garantía de justificación y de santidad.
TU SACRIFICIO
Discípulos míos, óiganme bien Yo les daré bendición y alegría, pero aprendan a sacrificarse, pues la
Santa Misa a la que asisten no está completa sin su sacrificio Y mientras más grande sea el sacrificio
y con mayor amor ofrecido, más abundante será la gracia que posean y más fructífera será tu par-
ticipación y más Copiosas las gracias y auxilios que obtengan de ella.
Al pie de la cruz mi Madre ofreció al Padre Celestial junto con mi Sangre, su corazón desgarrado,
ofrezcan ustedes también, sus penas de cada día, por grandes o pequeñas que sean. Júntenlo todo,
como en un cofre que guarda los tesoros, y hagan de todo unido a Mí, una ofrenda generosa a Dios,
por el bien de todos. Rueguen, sufran, amen y trabajen conmigo, por Mí y en Mí, por su familia, por
la Iglesia y por el mundo”. Así sea.
189
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) UNA SED SACIADA EN LA EUCARISTÍA: La Biblia desde el Antiguo Testamento nos hace ver
claramente cuál sería el recinto sagrado que sacia la sed: el Sagrario: “Allí me encontraré contigo;
desde encima del propiciatorio, de en medio de los dos querubines colocados sobre el arca del tes-
timonio, te comunicaré todo lo que haya de ordenarte para los israelitas” (Ex 25, 22). En efecto, es
en el Sagrario, es en la Santa Hostia donde el Señor se nos hace tan cercano. Nunca vacilemos en
esta fe, frente a tantos, sobre todo los seguidores de las Sectas, quienes harán lo imposible para
confundirnos. Reafirmamos nuestra fe meditando en la palabra de Jesús: “Éste es el pan bajado
del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este Pan vivirá para
siempre” (Jn 6, 58).
a) San Lorenzo de Brindis, agobiado por agudísimos dolores de gota, se ve constreñido a perman-
ece inmóvil en el lecho. ¿Dejará por esto de celebrar la Santa Misa? ¡Nunca! Manda que lo lleven
en brazos al altar y apenas viste los ornamentos sagrados, los dolores cesan. Y el Santo celebra sin
dificultad el divino Sacrificio. Pero, apenas terminado, vuelvan los agudos dolores, y es llevado otra
vez en brazos al lecho.
b) El Obispo de Málaga, España, Monseñor Manuel González, gran devoto de la Eucaristía exclama:
“¡Cuántas y cuántas veces tiene Jesús que permitir que se desencadenen tempestades de enferme-
dades del cuerpo, de quebrantos, de intereses, de penas del corazón, de tentaciones del alma, y
se hace el dormido para probar lo que creen en Él y lo que de Él se fían los comulgantes! Y cuántas
veces la prisa, la agitación, la inquietud, la amargura, la desconfianza con que acudimos a pedirle
auxilio, tiene que poner en su boca y en su gesto el mismo reproche que a sus apóstoles miedosos y
desconfiados: “¿De qué teméis hombres de poca fe? ¿No os basta tenerme en el Sagrario y llevarme
con vosotros cada vez que comulgáis? Y si me tenéis a Mí ¿Qué os puede faltar? ¿Por qué os agitáis
en miedos que me ofenden?”
c) El Catecismo Católico enseña: “La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eu-
carístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encon-
trarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos
del mundo. No cese nunca nuestra adoración” (N° 1380).
190
Cenáculos del rosario
Habito en medio de los pecadores para ser su salvación y su vida, su médico y su medicina en todas
las enfermedades de su naturaleza corrompida, y ellos, en cambio, se alejan de Mí, me ultrajan y
me desprecian... ¡Pobres pecadores! No os alejéis de Mí... Os espero día y noche en el Sagrario...
No os reprenderé vuestros crímenes... No os echaré en cara vuestros pecados... Lo que haré será
lavaros con la Sangre de mis llagas; no temáis. Venid a Mí... ¡No sabéis cuánto os amo!
Y vosotras, almas queridas, ¿por qué estáis frías e indiferentes a mi amor? Sé que tenéis que atender
a las necesidades de vuestra familia, de vuestra casa, y que el mundo os solicita sin cesar; pero ¿no
tendréis un momento para venir a darme una prueba de amor y de agradecimiento? No os dejéis
llevar de tantas preocupaciones inútiles y reservad un momento para venir a visitar al Prisionero
del Amor. Si vuestro cuerpo está débil y enfermo, ¿no procuráis hallar un momento para ir a buscar
al médico que debe sanaros? Venid al que puede haceros recobrar las fuerzas y la salud del alma...
Dad una limosna, de amor a este mendigo divino que os espera, os llama y os desea”.
Todo esto sentía en mi Corazón, en el momento de la Cena, pero aún no te he dicho lo que sentía
al pensar en mis almas escogidas, en mis esposas, mis sacerdotes. Quiero que conozcáis, tú y las
almas predilectas de mi amor, lo que de vosotras espero. Porque si sus infidelidades me hieren vi-
vamente, su amor me consuela y me roba hasta tal punto el Corazón, que me olvido, por decirlo así,
de las ofensas de otras muchas almas.
En el momento de instituir la Eucaristía vi presente a todas las almas privilegiadas que habían de
alimentarse con mi Cuerpo y con mi Sangre y los diferentes efectos producidos en ellas. Para unas
sería remedio a su debilidad; para otras, fuego que consumiría sus miserias y las inflamaría en amor.
¡Ah!... esas almas reunidas ante Mí serán como un inmenso jardín en el que cada planta produce
diferente flor, pero todas me recrean con su perfume. Mi sagrado Cuerpo será el sol que las rean-
ima... Me acercaré a unas para consolarme, a otras para ocultarme, en otras descansaré. Si supi-
erais, almas amadísimas, ¡cuán fácil es consolar, ocultar y descansar a todo un Dios! Este Dios que
os ama con amor infinito, después de librarlos de la esclavitud del pecado, ha sembrado en vosotras
la gracia incomparable de la vocación religiosa, os ha traído de un molde misterioso al jardín de sus
delicias. Este Dios Redentor vuestro se ha hecho vuestro Esposo. Yo mismo os alimento con mi Cu-
erpo purísimo, y con mi Sangre apago vuestra sed. Si estáis enfermos, Yo soy vuestro médico; venid
os daré la salud. Si tenéis frío, venid, os calentaré. En Mí encontréis el descanso y la felicidad. No os
alejéis de Mí, Yo soy la Vida, y cuando os pido consuelo, no me lo neguéis.
¡Qué amargura sentí en mi Corazón cuando vi a tantas almas que, después de haberlas colmado de
bienes y de caricias, habían de ser motivo de tristeza para mi Corazón! ¿No soy siempre el mismo...?
¿Acaso he cambiado para vosotras...? No, Yo no cambiaré jamás y hasta el fin de los siglos os am-
aré con predilección y con ternura. Sé que estáis llenas de miserias, pero esto no me hará apartar
de vosotras mis miradas más tiernas, y con ansia os estoy esperando, no sólo para aliviar vuestras
miserias, sino también para colmaros de nuevos beneficios. Si os pido amor no me lo neguéis; es
muy fácil amar al que es el Amor mismo. Si os pido algo costoso a vuestra naturaleza, os doy jun-
tamente la gracia y la fuerza necesaria para vencerlos. Os he escogido para que seáis mi consuelo.
Dejadme entrar en vuestra alma y si no encontráis en ella nada que sea digno de Mí decidme con
humildad y confianza: Señor, ya veis los frutos y las flores que produce mi jardín, venid y decidme
qué debo hacer para que desde hoy empiece a brotar la flor que deseáis.
Si el alma me dice esto con verdadero deseo de probarme su amor, le responderé: “alma querida,
para que tu jardín produzca hermosas flores deja que Yo mismo las cultive; deja que Yo labre la tier-
191
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
ra; empezaré por arrancar hoy esta raíz que me estorba y que tus fuerzas no alcanzan a quitar. No
te turbes, si te pido el sacrificio de tus gustos, de tu carácter... tal acto de caridad, de paciencia, de
abnegación... de celo, de mortificación, de obediencia. Ese es el abono que mejorará la tierra y la
hará producir flores y frutos”.
La victoria sobre tu carácter, en tal ocasión obtendrá luz para un pecador; con esta contrariedad,
soportada con alegría, cicatrizarás las heridas que me hizo con su pecado, repararás la ofensa y
expiarás su falta... Si no te turbas al recibir esta advertencia y la aceptas con cierto gozo, alcanzarás
que las almas a quienes ciega la soberbia, abran los ojos a la luz y pidan humildemente perdón.
Esto haré Yo en tu alma si me dejas trabajar libremente en ella; no sólo brotarán flores en seguida,
sino que darás gran consuelo a mi Corazón... Voy buscando consuelo y quiero hallarlo en mis almas
escogidas... Todo esto se me puso delante al instituir la Eucaristía. El amor me encendía en deseos
de ser el alimento de las almas. No me quedaba entre los hombres para vivir solamente con perfec-
tos, sino para sostener a los débiles y alimentar a los pequeños. Yo los haré crecer y robusteceré sus
almas. Descansaré en sus miserias y sus buenos deseos me consolarán.
Pero, ¡cuánto sufrió mi Corazón en aquella hora cuando no pudiendo contener el fuego que me
consume, inventé esta maravilla de amor: la Eucaristía. Al contemplar entonces a todas las almas
que habían de alimentarse de este Pan Divino, vi también las ingratitudes y frialdades de muchas
de ellas, en particular de tantas almas escogidas... de tantas almas consagradas... de tantos sacer-
dotes... ¡Cuánto sufrió mi Corazón! Vi cómo se irían enfriando poco a poco, dando entrada primero
a la rutina y al cansancio... después al hastío y finalmente a la tibieza!
¡Y estoy en el Sagrario por ellas! ¡Y espero!... Deseo que esa alma venga recibirme, que me hable
con confianza de esposa; que me cuente sus penas, sus intenciones, sus enfermedades... que me
pida consejo y solicite mis gracias, sea par ella, o para otras almas... Quizá entre las personas de
su familia o las que están a su cargo las hay que están en peligro... tal vez alejadas de Mí... Ven, le
digo, dímelo todo con entera confianza... Pregúntame por los pecadores... Ofrécete para reparar.
Prométeme que hoy no me dejarás solo... Mira si mi Corazón desea algo de ti que lo pueda conso-
lar...
Esto esperaba Yo de aquella alma ¡y de tantas! Mas, cuando se acerca a recibirme, apenas me dice
una palabra, porque está distraída, cansada o contrariad Su salud la tiene intranquila, sus ocupa-
ciones la desazonan, la familia la preocupa, entre los que conviven o tratan con ella, siempre hay
alguien que la molesta. “No se qué decir, confiesa ella misma, estoy fría... me aburro y paso el rato
deseando salir de la capilla. ¡No se me ocurre nada!”
¡Ah! le contestó ¿Y así vas a recibirme, alma a quien escogí y a quien he esperado con impaciencia
toda la noche? Sí, la esperaba para descansar en ella; le tenía preparado alivio para todas sus in-
quietudes; la aguardaba con nuevas gracias pero... como no me las pide... No me pide consejo ni
fuerza... tan sólo se queja apenas se dirige a Mí. Parece que ha venido por cumplimiento... porque
es costumbre y porque no tiene pecado mortal que se lo impida. Pero no por amor, no por verdade-
ra deseo de unirse íntimamente a Mí. ¡Qué lejos está esa alma de aquella delicadeza de amor que
Yo esperaba de ella!
Y ¿aquel sacerdote?... ¿Cómo diré todo lo que espera mi Corazón de mis sacerdotes? Los he reves-
tido de mi poder para absolver los pecados; obedezco a un palabra de sus labios y bajo del cielo a
la tierra; estoy a su disposición y me dejo llevar de sus manos, ya para colocarme en el Sagrario, ya
para darme a las almas en comunión. Son, por decirlo así, mis conductores. He confiado a cada uno
de ellos cierto número de almas para que con su predicación, sus consejos, y sobre todo, ejemplo,
las guíen y las encaminen por el camino de la virtud y del bien. ¿Cómo responden a este llama-
192
Cenáculos del rosario
miento? ¿Cómo cumplen esta misión de amor?... Hoy, celebrar el Santo Sacrificio, al recibirme en
su corazón, ¿me confiará aquel sacerdote las almas que tiene a su cargo?... ¿Reparará las ofensas
que sabe que recibo de tal pecador?... ¿Me pedirá fuerza para desempeñar su ministerio, celo para
trabajar en la salvación de las almas?... ¿Sabrá sacrificarse hoy más que ayer? ¿Recibiré el amor que
de él espero?... ¿Podré descansar en él como en un discípulo amado?
¡Ah! ¡Qué dolor tan agudo siente mi corazón!... Los mundanos hieren mis manos y mis pies, man-
chan mi rostro... pero las almas escogidas, mis esposas, mis ministros, desgarran y destrozan mi
Corazón. ¡Cuántos sacerdotes que devuelven a muchas almas la vida de la gracia están ellos mismos
en pecado! ¡Y cuántos celebran así... me reciben así... viven y mueren así! Este fue el más terrible
dolor que sentí en la última Cena cuando vi, entre los doce al primer apóstol infiel, representando a
tantos otros que, en el transcurso de los siglos habían de seguir su ejemplo.
La Eucaristía es invención del amor, es vida y fuerza de las almas, remedio para todas las enferme-
dades, viático para el paso del tiempo a la eternidad. Los pecadores encuentran en ella la vida del
alma; las almas tibias, el verdadero calor; las almas puras, suave y dulcísimo néctar; las fervorosas,
su descanso y el remedio para calmar todas sus ansias; las perfectas, alas para elevarse a mayor
perfección. En fin, las almas consagradas hallan en ella su nido, su amor y la imagen de los benditos
y sagrados votos que los unen íntima e inseparablemente al esposo Divino.
Discípulos míos muy queridos, quiero refugiarme en ustedes para olvidar las ofensas de los peca-
dores. Sea su vida para Mí como las rosas, que me defienden con sus espinas y me consuelan con
su amor... Ofrézcanme, además, a sus niños. Son para mi Corazón como tiernos capullos en los que
encuentro deleite y solaz. Que todos ustedes me amen como Yo les amo... Y me busquen como Yo
les busco”. A si sea.
59. “¡NO SE PUEDE AMAR CON TIBIEZA A UN DIOS QUE NOS AMÓ CON
TANTO ARDOR!”
A las almas que se sienten faltas de cariño de su Padre Celestial, al contrario, todo les pesa. Son
almas sin alas para volar, sin canto en su voz, sin entusiasmo en sus ojos, sin carga en su corazón,
sin ilusión en su vida. Decía de ellos el Beato de Colombiere: “Prefiero tener que convertir a un gran
pecador que a una persona que ha caído en tibieza. Es éste un mal casi sin remedio. Veo a pocos
que vuelven sobre sus pasos”... Quiera Dios y la Virgen Santísima que hoy tomemos conciencia del
grave mal que es la TIBIEZA, para nunca caer en ella o para reaccionar con la máxima energía si,
acaso, sus garras letales nos estuvieran asfixiando.
193
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
huerta descuidada de un perezoso: “Pasé junto al campo del perezoso y junto a la viña del hombre
despreocupado. Y vi que todo estaba lleno de ortigas, los cardos cubrían el terreno, la cerca de
piedras estaba en el suelo. Al verlo reflexioné, al contemplarlo saqué esta lección. Dormir un poco,
adormecerse un poco, cruzar los brazos estirándose, y como un ladrón, así llega la pobreza y como
un mendigo la indigencia”.
Jesús sentenció en (Mt 1): “El reino de los cielos está cerca”, nos advierte: “Tenía una higuera en su
viña, y vino en busca del fruto y no lo halló... Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles, y todo
árbol que no produce fruto será cortado y arrojado al fuego”.
Con igual vigor nos suplica San Pablo en (Rm 12): “Sed diligentes sin flojedad, fervorosos de es-
píritu, como quienes sirven al Santo”. Y a los que se dejaron decaer pregunta, en (Gl 3): “Habiendo
comenzado en Espíritu, ¿ahora acabáis en carne?”. Mientras que en (Ef 5) nos suplica: “Despierta tú
que duermes y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo”.
Espantoso es lo que, en (Ap 3), el Espíritu de Dios manda escribir a la comunidad de Laodicea, caída
en tibieza: “Conozco tus palabras y que no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Mas,
porque eres tibio, y no eres ni caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca. Porque dices: Yo
soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad, y no sabes que eres un desdichado, un mis-
erable, un indigente, un ciego y un desnudo; te aconsejo que compres de mi oro acrisolado por el
fuego, para que te enriquezcas, y vestiduras blancas para que te vistas y no aparezca la vergüenza
de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos a fin de que veas”.
SAN BERNARDO describe la miseria espiritual de los tibios: “Podemos advertir en todas las co-
munidades unas personas llenas de consuelo, que rebosan en gozo, siempre agradables y alegres,
fervorosas en el espíritu, que meditan la ley de Dios día y noche, que alzan con frecuencia al cie-
lo sus ojos y levantan en la oración sus puras manos... Pero hay otras, al contrario, que se hallan
pusilánimes y tibias, y caen bajo la carga y necesitan de vara y espuela; cuya alegría es remisa,
mezquina su tristeza; cuya compunción es breve y rara, rastrero su pensamiento, su conducta floja;
sin devoción su obediencia, sin cuidado y control sus palabras, su plegaria sin atención interior, su
lectura espiritual sin edificación; a los cuales, como vemos, apenas el temor del infierno detiene,
apenas el pudor reprime, apenas refrena la razón”.
SAN JUAN DE LA CRUZ, horrorizado, exclama: “¡Oh almas criadas para estas grandezas y para
ellas llamadas!, ¿qué hacéis? ¿en qué os entretenéis? ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra
alma; pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos!”
SAN AGUSTÍN nos indica el REMEDIO contra la tibieza: “Cristo es fuente de vida: acércate, bebe y
vive; es luz: acércate, ilumínate y ve. Es fuego: caliéntate y enciéndete nuevamente. Sin su influjo
estarás seco y ciego”.
El Beato JOSÉ MARIÁ ESCRIVA DE BALAGUER aconseja: “El amor a nuestra Madre Celestial será
soplo que encienda en lumbre viva las brasas de virtudes que están ocultas en el rescoldo de tu
tibieza”.
194
Cenáculos del rosario
“Mis muy amados discípulos: Hoy su Jesús, Divino Médico del alma, se ocupará de una enfermedad
del alma cuyo diagnóstico es grave, cuyo pronóstico es alarmante y, a menudo fatal, especialmente
si es muy prolongada. Ciertamente puede curarse, aunque su curación es bastante difícil si el alma
no reacciona con vigor y horror ante las consecuencias trágicas del estado en el cual se encuentra.
Esta enfermedad, verdadero cáncer del alma, se llama TIBIEZA.
Les doy primero mi diagnóstico: La tibieza es una indolencia, tristeza o apatía del alma, por la que
la persona se vuelve perezosa para realizar actos espirituales a causa del esfuerzo que comportan.
Al alma tibia le da pereza rezar, se aburre de oír hablar de cosas espirituales, y no siente gusto en
leer la Biblia. Se distrae en la Santa Misa y fácilmente encuentra excusas para no ir. Se confiesa
muy poco y sin gran dolor, y recae en seguida en las mismas culpas. Y, si es que comulga todavía,
apenas encuentra algo que decir después de haberMe recibido... Yo, Jesús, tan solo represento para
ella, una figura desdibujada, de rasgos indefinidos y un poco indiferente. Ya que su Fe quedó ador-
mecida, su esperanza sin firmeza, y su caridad enfriada, sin ardor. En suma, el alma tibia arrastra
una vida desdichada y sin consuelos, suspendida entre un Dios cuya paz y alegría no alcanza y un
mundo de cuyos placeres se priva, pero sólo por temor al infierno. ¡Pobrecita! Se arrastra tras unos
deberes que le son desagradables, y se priva de la satisfacción que esos mismos deberes cumplidos
por amor, le procurarían. Y lo peor es que el alma tibia, a menudo, no sabe lo que tiene, ni siquiera
se entera de que está enferma.
Discípulos míos, ¡cuán peligrosa es esta enfermedad, y más, todavía, si es de mucho tiempo! Cuan-
do una pelota cae desde lo alto, rebota, pero si va deslizándose hasta lo hondo del abismo, allí se
queda. Lo mismo sucede con las almas tibias. El estado de tibieza es como una pendiente inclinada
que cada vez les va separando más de Dios. Se empieza con aceptar como algo natural e inevitable
el pecado venial. Y se justifica esta actitud de poca lucha y de falta, con razones de exigencias per-
sonales, carácter o de salud. Estas ayudan al tibio a ser indulgente con sus pequeños defectos de-
sordenados, sensualidades, apegos a personas peligrosas, comodidades, etc. “¿No lo hacen todos?
¿No somos todos pecadores?”, argumenta el tibio para excusarse. Así, cada día más, sus fuerzas se
van debilitando, hasta llegar, si no se remedia, al pecado mortal.
Reaccionen, les suplico, discípulos míos, antes de que la muerte les sorprenda ¿Por qué tiemblan de
entrar en las vías de la santidad y no tiemblan de caer en los vicios? ¡Qué muerte más angustiosa y
desconsoladora, la del alma tibia! Con el cuerpo pesado y harto de sensualidades y consentimien-
tos, ¡muy mal aparejada está para volar al cielo!
Alma tibia, reacciona, porque hoy te repito: “¡Ojalá fueras frío o caliente!” Pero no eres frío, es de-
cir, no has pasado al campo contrario, no has roto tus relaciones conMigo, no sientes el frío de la
muerte del pecado mortal. Aún tienes el calor de la vida. Aún vives; pero apenas, débilmente, con
una anemia que te consume, sin entusiasmo para obrar, sin obras que broten de tu caridad lángui-
da. Si fueras frío, quizás rebotaría la pelota, acaso te horrorizaría tu estado de evidente degrad-
ación; tal vez te remordería agudamente la conciencia y te convertirías... Pero estoy por “vomitarte
de mi boca” porque quieres ser mi amigo sin aportar el calor de tu amor, quieres vestir el ropaje de
la gracia en medio de coqueteos con el mundo; imperceptiblemente te vas acercando a la cloaca
de los vicios y de la podredumbre. Tu conducta me causa náusea, como a ti te la causa el maná del
cielo.
Y sin embargo, hoy vengo a renovarte mi invitación siempre amorosa: fija tu atención, no en los
goces y riquezas de la carne y de la tierra, sino en los de más arriba, y transforma esos goces mun-
danos, en goces celestiales. Te aconsejo que compres el oro acrisolado en el fuego, el oro de la
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
caridad y el fervor. Este oro acrisolado en el fuego del amor, te hará rico de verdad, y no sólo en
apariencia; y te vestirá de ropas blancas, en las que brillará con su encanto singular la pureza de tus
costumbres.
¡He aquí que estoy a la puerta y llamo! EscuchadMe, abre, no te pesará. Si alguno escuchare mi voz
y me abriere la puerta, entraré en él y con él cenaré, y él conMigo.
b) Eclesiástico 37:27 nos advierte: “Enfermedades causa de la gula y la glotonería provoca cólicos;
por falta de dominio de su gula muchos han muerto, pero el que se domina alarga su vida”.
c) La gula origina, además, graves faltas contra la caridad y la compasión con los pobres: El rico
comilón de Lucas 16, banqueteaba espléndidamente cada día mientras el pobre Lázaro se moría
de hambre a pocos pasos de él.
d) La gula logra que uno se despreocupe de su salvación eterna: JESÚS nos advirtió: “Velad sobre
vosotros mismos, no suceda que se ofusquen vuestros corazones con la glotonería y embriaguez...
y os sobrecoja de repente aquel día”. Él mismo dio el ejemplo ayunando cuarenta días, antes de
comenzar su apostolado. Juan Bautista le había precedido en el desierto adonde se había retirado
antes de salir a predicar la penitencia y la caridad, - alimentándose de hierbas y de langostas. Otra
prueba de la importancia de la penitencia y del ayuno, la tenemos en la advertencia de Jesús: “ésta
clase de demonios no se echan sino orando y ayunando”. San Pablo, por su parte, denuncia a aquel-
los “que hicieron de su vientre su dios”.
196
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
a) Enseña SAN BUENAVENTURA: “Así como el que cabalga se sirve de las riendas para guiar al
caballo, el espíritu debe guiar la carne con las riendas de la templanza”. En efecto, nos recuerda el
Beato José María Escrivá de Balaguer: “No todo lo que experimentamos en el cuerpo y en el alma
ha de resolverse a rienda suelta. No todo lo que se puede hacer se debe hacer. Resulta más cómodo
dejarse arrastrar por los impulsos que llaman naturales; pero al final de ese camino se encuentra la
tristeza, el aislamiento en la propia miseria”.
b) Moderar el sentido del gusto ofrece una especial dificultad, ya que no podemos prescindir enter-
amente de él. Por una parte, es obligatorio alimentarse para conservar la vida, y por otra, es preciso
mantenerse dentro de los límites de la razón, sin permitir al natural deleite que nos proporcionan
los manjares excederse en lo más mínimo. San Agustín expresa muy bien, en una página de sus
admirables Confesiones, esta lucha entre la razón y el deleite sensible: “Señor, Vos me habéis en-
señado que me acerque a tomar los alimentos cual si fueran medicamentos. Pero mientras paso de
la molestia de la necesidad a la quietud de la suficiencia, en el paso mismo me acecha el lazo de la
concupiscencia, porque el paso mismo es deleite, y no hay otro para pasar a la suficiencia, adonde
la necesidad me fuerza a pasar. Y siendo la salud la causa de comer y beber, júntasele como criado
el peligroso deleite, y las más veces se empeña en ir delante, para que yo haga por causa de él lo
que digo que hago o quiero hacer, por causa de la salud. Y no tienen ambos igual medida; pues lo
que basta para la salud es poco para el deleite; y muchas veces es incierto si todavía el necesario
cuidado del cuerpo demanda refuerzo o el deleitoso engaño del apetito reclama servicio. Ante esta
incertidumbre regocíjase el alma infeliz, y en ella prepara la defensa de su excusa, gozándose de o
ver claro qué es lo que basta a conservar la salud para encubrir, con pretexto de la salud, el contra-
bando del deleite”.
c) “Entre la gula y la lujuria existe un parentesco y una conexión muy particulares”, nos recuerda
CASIANO. Y añade: “Mal se podrá contener en la lujuria quien no corrija primero el vicio de la gula”.
Y el beato Escrivá De Balaguer enseña: “La gula es la vanguardia de la impureza”.
Por eso mi dulce Madre, en cada una de sus apariciones en la tierra, les inculca la necesidad de la
penitencia, para que nunca hagan del cuerpo su propio dios. La templanza es una virtud muy impor-
tante en la vida cristiana que, además les ayudará a conservar por más tiempo su cuerpo saludable.
El vicio de la gula, constituye un obstáculo muy serio en el camino de la santidad, ya que es difícil
refrenar la ansia inmoderada de comer y de beber. Por una parte, ustedes deben alimentarse para
conservar la vida, y por otra, es preciso mantenerse dentro de los límites de lo razonable, sin ex-
cederse.
Discípulos míos: De cinco maneras ustedes pueden pecar de gula. Con comer fuera de horario sin
necesidad. Comiendo con demasiado ardor. Con exigir manjares exquisitos. Comiendo excesiva-
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
mente en cantidad. Y por fin, comiendo alimentos preparados con excesivo refinamiento y suma-
mente costosos. Además, el pecado de gula puede llegar a ser mortal. Lo es cada vez que ustedes
prefieren, en materia grave, el deleite a Dios y a sus preceptos.
La gula es pecado mortal cuando, por el placer de comer o beber, se quebranta un precepto grave
como el de la santificación del Domingo. Es pecado grave también, cada vez que se infiere, por el
excesivo comer o beber, a sabiendas grave daño a la salud, o por comer alimentos que ustedes bien
saben que les hacen daño. La mayor parte de las enfermedades son precisamente causados por las
intemperancias del comer, del beber o del fumado. Peca también mortalmente quien se emborra-
cha, por la grave pérdida momentánea de su razón y dignidad humana, sin hablar de las lágrimas
que su conducta causa a los demás. Cuando para satisfacer su gula, ustedes gastan demasiado din-
ero, pecan también seriamente. ¡Cuántos borrachos, por ejemplo, privan, por su vicio, a sus niños
y esposa de los alimentos y necesidades más básicas! La gula, por fin, puede ser pecado grave,
especialmente en el beber, cuando con ella se da grave escándalo.
Si bien ordinariamente, el desorden en la comida o bebida no suele exceder los límites del pecado
venial, sin embargo la falta de mortificación del sentido del gusto constituye un gran obstáculo
para la propia santificación.
¡Cuán funestos, en efecto son las consecuencias del comer o beber en exceso!
La gula da origen a otros muchos vicios y pecados; porque el entendimiento, nublado y adormeci-
do por la pesadez del cerebro a causa del exceso en la comida o bebida, pierde el gobierno y aban-
dona la dirección de sus actos. Del pecado de gula derivan la torpeza o estupidez del entendimien-
to, la desordenada alegría - sobre todo por la bebida -, de la que se siguen grandes imprudencias
e inconvenientes; la locuacidad excesiva, en la que no faltará pecado, como dice la Escritura; la
vulgaridad en las palabras y en los gestos, y, sobre todo la lujuria, en todas sus manifestaciones, que
es el efecto más frecuente y pernicioso del vicio de la gula.
Si a esto añadimos que el exceso en el comer y beber destroza el organismo, empobrece la afec-
tividad, degrada los buenos sentimientos, destruye la paz de una familia, socava los cimientos de
la sociedad - con la plaga del alcoholismo sobre todo - e incapacita para el ejercicio de toda clase
de virtudes, habrán recogido los principales efectos desastrosos que lleva consigo este feo vicio,
que rebaja al hombre al nivel de las bestias y animales. Discípulos míos: Duras son estas doctrinas,
pero bien vale la pena practicarlas a trueque de alcanzar la santidad. Por no tener ánimo para ello
se quedan tantas almas a mitad de su camino, prendidas en los lazos que las atan a la tierra. Si hay
tan poco santos es precisamente porque hay tan pocas almas mortificadas.
REMEDIOS PRINCIPALES
Si es difícil controlar perfectamente la desviación sensual del placer del gusto, mucho les pueden
ayudar los siguientes consejos llevados a la práctica con decisión y perseverancia:
En primer lugar: No comer ni beber nunca sin haber rectificado antes la intención, orientándola al
cumplimiento de la voluntad de Dios en la satisfacción de sus necesidades corporales. Por lo tanto
no omitir nunca de orar antes y después de las comidas.
198
Cenáculos del rosario
Tercero: Limitar las conversaciones sobre comidas y bebidas y evitar el paladear con espíritu paga-
no, nuevos postres y licores.
Levantarse de la mesa con un poco de apetito es bueno para la salud; además que les hace dueño
de sí mismos y les permite, mediante un pequeño sacrificio, elevar su pensamiento hacia Dios, que
les da el alimento y la bebida. Todo en el mundo es un regalo del Padre Celestial, el alimento, el
vestido, la ciencia, etc. Pero hay que usarlos con agradecimiento y moderación. No olviden a los
que carecen de estos dones o tienen menos. Regálenles lo que puedan con generosidad y sobre
todo no malgasten lo que Dios les ha dado. Recuerden siempre que se malgasta tanto por el exceso
en el comer, como desperdiciando lo que a otros podría servir. Que la economía y el ahorro practi-
cadas con ustedes mismos mediante sacrificios les ayude a ser generosos con el prójimo. Pues “la
caridad sale por la ventana y entra por la puerta”, porque devuelvo centuplicado lo que se hace por
los demás”. Así sea.
¿No es todo esto lo que se refleja y se plasma en el gran don del ROSARIO? ¿No son, acaso, estas
sus PREOCUPACIONES que se manifiestan en las distintas devociones que sus hijos practican a
través de los siglos, como lo es la del conocido ESCAPULARIO DE LA VIRGEN DEL CARMEN?
Quien ama de verdad a María, es más permeable a sus lecciones. Hoy profundizaremos sobre esta
devoción que ha obrado tantos prodigios en abundantes gracias. He aquí, pues, las metas de nues-
tro encuentro de hoy: un mayor conocimiento y aprecio de la devoción que representa llevar EL
ESCAPULARIO DEL CARMEN.
a) En el Evangelio de San Juan leemos cómo Jesús fue con sus discípulos a una boda en Cana de Gal-
ilea. “Y, como faltara vino, le dice a Jesús su Madre: ‘No tienen vino’. Jesús le responde: ‘¿Qué tengo
yo contigo mujer? Todavía no ha llegado mi hora’. Dice su madre a los sirvientes: ‘Haced lo que Él os
diga’” (Jn 2: 3-5). Después de esta intervención de María, Jesús manda a llenar con agua seis tinajas
de piedra y la convierte en vino. Y nos dice Juan en 2:11: “Así en Caná dio Jesús comienzo a sus seña
199
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Nos damos cuenta en este episodio de cómo María está atenta y preocupada de las necesidades de
aquellos novios y sin que éstos solicitarán ayuda, Ella no permanece indiferente y más bien, como
Madre amorosa, al darse cuenta de la necesidad, acude a su Hijo, y llena de fe, interviene para que
Él, que todo lo puede, resuelva aquella situación.
También es evidente que Jesús, ante la petición de su Madre da una respuesta negativa, haciéndole
ver que no ha llegado su hora de hacer milagros y de manifestarse como el Mesías. Sin embargo el
corazón de Madre de María, conociendo también el corazón de Su Hijo y teniendo fe plena en su
Misericordia infinita dice: “Haced lo que Él os diga” y Jesús que ve ese Corazón Inmaculado de María
palpitante de amor y preocupación, accede a esta petición de su Madre.
b) En el mismo Evangelio de San Juan, leemos también que Jesús cuando pendía de la cruz, poco
antes de morir, “viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: ‘Mujer
ahí tienes a tu hijo’. Luego dice al discípulo: ‘Ahí tienes a tu madre’”. (Jn 19: 26-27). Instituye aquí
Jesús la maternidad espiritual de María, dejándonos bien claro que ese papel de madre que María
asume para la Iglesia fue voluntad de Jesús y Ella, como esclava del Señor, obedece y cumple amo-
rosamente, dando su segundo Sí al Padre Eterno: María dio un Sí a la maternidad divina de Jesús, y
dio su Sí a la maternidad espiritual de todos los hombres.
Estos dos pasajes bíblicos demuestran que efectivamente el Evangelio afirma que María es nuestra
Madre y que se preocupa e interviene ante el Señor por todos nosotros.
- He aquí unos extractos del apoyo más sublime y completo jamás dado al escapulario por parte de
un Papa: un texto inolvidable del Papa Pío XII en ocasión de los 700 años del Escapulario del Carmen
en 1950: “Esta piadosa devoción al SANTO ESCAPULARIO, la recomendamos de todo corazón,
tanto por nuestro constante amor hacia la Madre de Dios, como por nuestra agregación, desde la
más tierna edad a la confraternidad de dicho escapulario, y le deseamos de Dios una abundante
lluvia de favores. Porque no se trata de cosas de poca importancia, sino de la adquisición de la vida
eterna, en virtud de la tradicional promesa de la Beatísima Virgen; se trata en efecto, de la empresa
más importante y del modo más seguro de llevarlo a cabo. Ciertamente, el sagrado escapulario,
como vestidura mariana, es signo y garantía de la protección de la Madre de Dios; pero no piensen
quienes la visten poder conseguir la vida eterna en la pereza y en la indigencia espiritual, puesto que
nos avisa el apóstol: “Buscad vuestra salvación con temor y temblor” (Fil 2:12). Por tanto, -todos los
que llevan devotamente el escapulario, pertenecen, por un particular vínculo de amor, a la misma
familia de la Beatísima Madre- tengan en el memorial de dicha Virgen el espejo de la humildad, y
de la castidad; tengan en la sencilla confección de la vestidura, un breviario de modestia y sencillez;
tengan, sobre todo, en la vestidura que día y noche lleven, la elegante expresión simbólica de las
súplicas con que invoquen la ayuda divina; finalmente, en ella: aquella consagración al sacratísimo
corazón de la Inmaculada Virgen María. Ciertamente, la piadosísima Madre no dejará de hacer que
los hijos que expían en el Purgatorio sus culpas alcancen lo antes posible la patria celestial por su
intercesión, según el llamado PRIVILEGIO SABATINO que la tradición nos ha transmitido”.
200
Cenáculos del rosario
- Hasta aquí las voces del Magisterio. Escucharemos ahora las palabras de San Alfonso María de
Ligorio, Doctor de la Iglesia, en su Libro de Oro, LAS GLORIAS DE MARIA: “Gusta la Reina de los
Ángeles de ver pendientes sus escapularios del pecho de sus hijos devotos, consagrados especial-
mente a su amor y su servicio como personas de su casa y familia. Por cierto, los herejes moder-
nos se burlan, como suelen, de esta piadosa devoción; pero la Santa Iglesia la tiene aprobada y
recomendada con diferentes documentos del Papa y larga concesión de indulgencias”.
Quiso Dios, con un milagro, confirmar estas certeras palabras de San Alfonso cuando, en ocasión
de su canonización, más de cincuenta años después de que murió (en 1787) fue exhumado su cuer-
po, encontraron sobre su pecho -¡oh maravilla! su escapulario inexplicablemente incorrupto, mien-
tras que todo el resto se había hecho polvo.
- Escuchemos para finalizar al santo de Dios, Monseñor Escrivá de Balaguer: “Lleva sobre el pecho
el santo escapulario del Carmen. Pocas devociones - hay muchas y muy buenas devociones mari-
anas - tienen tanto arraigo entre los fieles y tantas bendiciones de los pontífices. Además, ¡es tan
maternal ese privilegio sabatino!”
¡Imposible que María se negase! ¡Imposible que les privara de su ternura, de su cariño, del ansia y de
los desvelos de una Madre que les ayudaría a abrirse plenamente al mensaje de su Hijo, a liberarles
de las asechanzas del enemigo, facilitándoles la dura subida al monte de la perfección y a la casa
del Padre!
Tal como Yo subí al Cielo para “prepararles una posada”, también la Virgen Santísima, entrando en
cuerpo y alma al Paraíso, desea estar tan cerca de ustedes como puede estarlo una Madre, porque
ser madre supone ternura y cariño inagotable e incansable, pero implica también tremenda re-
sponsabilidad, ansias, dolores y sufrimientos hasta que no hayan llegado los hijos, sanos y salvos al
Puerto esperado.
¿Cómo extrañarnos entonces de que la más compasiva y tierna de las madres haya suplicado a su
Hijo Divino que la dejase bajar a la tierra para regalarles un vestido, el ESCAPULARIO, cual escudo
contra el Enemigo, al cual un día aplastará definitivamente la cabeza?
Dos veces intervino la Madre de Dios para regalarles las gracias que prometió a quienes correspond-
ieran con la espiritualidad que representa llevar al cuello el escapulario. Su primera intervención
se da en el siglo XIII. Habiendo los musulmanes expulsado del Monte Carmelo a los Carmelitas,
tuvieron que refugiarse en el norte de Europa donde se encontraron con innumerables problemas
que los desanimaba, motivo por el cual, su Superior, el Santo Simón Stock, suplicó a la Virgen del
Carmen que les otorgara alguna señal especial de que contaba con su maternal protección. En re-
spuesta a tanta confianza la Virgen se le apareció y le entregó el ESCAPULARIO diciendo: “He aquí
una señal para ti, y privilegio para todos los carmelitas: el que muera con ese hábito no padecerá el
fuego eterno”.
201
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
La segunda intervención remonta al siglo XIV, en el año 1322. Estando en oración el Papa Juan Vein-
tidós en su residencia provisoria de Avignon (Francia), se le apareció la Virgen del Carmen y le pidió
que confirmase con su autoridad los privilegios de la Orden del Carmen, que Ella había obtenido de
su Divino Hijo, y añadió una nueva promesa para los Carmelitas y los miembros de la Cofradía del
Escapulario: “Yo su madre, bajaré al Purgatorio el sábado después de su muerte y libraré a cuantos
allí hallare y los llevaré al monte Santo de la Vida Eterna”. Esta segunda promesa es lo que se con-
oce como Privilegio Sabatino.
Estas promesas de ninguna manera quieren decir que el escapulario puede llevarse como un “amu-
leto” que garantizaría, sin esfuerzo, la entrada al cielo. De sus beneficios únicamente pueden gozar
los que espiritualmente se asemejen a los Carmelitas, es decir: que llevan vida de ORACIÓN, de
PENITENCIA y de MISERICORDIA Fraterna.
Concretamente para gozar del PRIMER PRIVILEGIO, es decir la promesa por parte de la Virgen de
que la muerte no les sorprenderá en pecado mortal, es preciso cumplir con tres condiciones:
a) Llevar siempre el escapulario correctamente puesto, pendiente del pecho y la espalda.
b) La primera vez, este escapulario debe ser bendecido e impuesto por un sacerdote.
c) Que se lleve una vida que de alguna manera se asemeje a la de los Carmelitas, es decir, esforzán-
dose por tener una auténtica vida espiritual.
Para gozar el SEGUNDO PRIVILEGIO, llamado SABATINO, es necesario además de las tres condi-
ciones anteriores, las siguientes exigencias:
a) Que se observe PERFECTA CASTIDAD conforme a su estado de vida, es decir, no cometer peca-
do alguno contra la pureza, ni de pensamiento, ni de deseo, ni de palabra o acto.
b) Que se rece a diario el Santo Rosario.
Felices ustedes si responden a esas llamadas piadosas de Nuestra Madre; felices ustedes si se abren
a las gracias especiales de la protección de María y con el SANTO ROSARIO y el SANTO ESCAPU-
LARIO caminen seguros en este peregrinar hacia la Casa Paterna”. Así sea.
202
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
¿La cólera es juzgada en la Biblia de forma muy severa?
a) El libro del Eclesiástico describe en vivos colores el vicio de la cólera. Dice así: “A tenor del com-
bustible se enciende y alimenta el fuego, y según el poder del hombre así es su ira; según su riqueza
crece su cólera, y se enciende según la violencia de la disputa. Pendencia súbita alumbra el fuego, y
riña apresurada hace correr la sangre. Si soplas sobre brasas, las enciendes, y si escupes sobre ellas,
las apagas; y ambas cosas proceden de tu boca” (Ecleo 28:12-14).
- Provoca pleitos y disgustos entre las familias y los vecinos: “Aléjate de contiendas y aminorarás
los pecados. Porque el hombre iracundo enciende las contiendas. El hombre pecador siembra la
turbación entre amigos y en medio de los que en paz están”. (Eclo 28: 10-11).
- Impide la Misericordia Divina: “¿Guarda el hombre rencor contra el hombre, e irá a pedir al Señor
curación? ¿No tiene misericordia de su semejante y va a suplicar por sus pecados? Siendo carne,
guarda rencor. ¿Quién va a tener piedad de sus delitos? Acuérdate de tus postrimerías y no tengas
odio. El que se venga será víctima de la venganza del Señor, que le pedirá exacta cuenta de sus
pecados” (Eclo 28, 3-6).
- Atrae el juicio de Dios: Jesús dijo clara e inequívocamente que así como los mansos le pertenecen
a Él (Mt 5:4), los airados pertenecen a Satanás y a su reino de tinieblas. Aquellos, dice Jesús, que
lanzan insultos graves contra su prójimo y persisten en estar enojados, hallarán su lugar eterno en
la gehenna de fuego (Mt 5:22). San Pablo lo confirma en Gálatas 5:20: “Odios, discordias, celos, iras
rencillas, divisiones, disensiones, envidias... y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo que
quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios”.
- La cólera no dominada a tiempo puede llevar al deseo de matar: Saúl se enojó de tal manera con-
tra David, por ser éste más popular que intentó matarlo, cegado por la ira. También Jacob tuvo que
huir lejos de su hermano Esaú porque éste, por una disputa de su herencia, buscaba una venganza
sangrienta.
b) NUNCA ACTUAR bajo el efecto de la cólera: “Sea cual fuere su agravio, no guardes rencor al
prójimo, y no hagas nada en un arrebato de violencia” (Eclo 10, 6).
c) NO PERMITIR QUE LA CÓLERA CONTINUE AL DIA SIGUIENTE: Cada noche, por lo menos, calm-
arse y reconciliarse con los ofendidos: “No se ponga el sol sobre vuestra ira” (Ef 4:26).
d) AYUDAR A LOS ENOJADOS A CALMARSE, TRATÁNDOLES CON SUMA DULZURA. “Una re-
spuesta suave calma el furor, una palabra hiriente aumenta la ira” (Pr 15:1).
203
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) LA IRA DEJA SIN LUZ AL CORAZÓN: CIEGA. “Quien lleva en sus ojos la viga de la indignación”, se
pregunta Casiano, “¿podrá observar serenamente la paja en el ojo de su hermano? Cuando somos
zarandeados por la ira estamos faltos de lucidez en el juicio, de imparcialidad en el discernimiento
de la justa medida indispensable para mirar las diferencias. No olvidemos, además, que cuando
estamos irritados perdemos por completo la paz.
LA IRA DEJA SIN LUZ AL CORAZÓN: REMEDIOS CONTRA LA IRA: Dice San Francisco de Sales: “Al
despachar a sus hermanos de Egipto, el santo y famoso patriarca José, para que se restituyesen a la
casa del padre, sólo les hizo este encargo: ‘No os enojéis por el camino’. Y pues esta miserable vida
es camino de la bienaventurada, lo mismo te digo: no nos enojemos en el camino unos contra otros;
caminemos con nuestros hermanos y compañeros con dulzura, paz y amor; y te lo digo con clari-
dad y sin excepción alguna: no te enojes jamás, si es posible; por ningún pretexto des a tu corazón
entrada al enojo”. Y el mismo Santo nos da también otro precioso consejo: “Así como es excelente
remedio contra la mentira desdecirse al instante que se advierte haberla dicho, es remedio eficaz
contra la ira repararla prontamente con su acto contrario, que es el de la mansedumbre; que las
llagas, como se suele decir, se curan con más facilidad cuando están recién hechas”.
José María Escrivá de Balaguer nos dice: “Calla siempre cuando sientas dentro de ti el bullir de la
indignación. - y esto, aunque estés justísimamente airado. - Porque, a pesar de tu discreción, en
esos instantes siempre dices más de lo que quisieras”.
Así deberías ser tú también, discípulo querido: siempre manso y dueño de ti. Es necesario que con
tu buen carácter, con tu comprensión y tu afabilidad, con la mansedumbre de Cristo asida a tu vida,
seas feliz y hagas feliz a todos los que te rodean, a todos los que te encuentran en el camino de la
vida. ¿Es así?... ¿O, al contrario, tu mal carácter, tus exabruptos, tus modales poco amables, tus
actitudes carentes de afabilidad, tu rigidez (¡tan poco cristiana!), son causa de que te encuentres
solo, en la soledad del egoísta, del enojadizo, de la persona sumamente sensible, y delicada, del
amargado, del eterno descontento, del resentido, y son también la causa de que a tu alrededor, en
vez de amor, haya indiferencia, frialdad, resentimiento desconfianza?
204
Cenáculos del rosario
Para corregirte es preciso no forjarte ilusiones, ni echar la culpa a los demás. La paz de tu espíritu no
depende, no puede depender y no debe depender del buen carácter y benevolencia de los demás.
Ese carácter bueno y esa benignidad de tus prójimos no están sometidos en modo alguno a tu
poder y tu arbitrio. Esto sería absurdo. La tranquilidad de tu corazón depende de ti mismo. El evitar
los efectos ridículos de la ira debe estar en ti y no supeditado a la manera de los demás. El poder
superar la cólera no ha de depender de la perfección ajena, sino de tu propia virtud.
“Recuerdo que cuando vivía yo en el desierto” - cuenta Casiano - “disponía de una caña para escri-
bir, que, a mi parecer, era demasiado gruesa o demasiado fina; tenía también un cuchillo, cuyo filo
embotado sobremanera, apenas podía cortar; una piedra cuya chispa no brotaba lo bastante pron-
tamente para satisfacer mi afán de leer en seguida; y entonces sentía yo nacer en mí tales oleadas
de indignación, que no podía menos de proferir maldiciones, ora contra estos objetos insensibles,
ora contra el mismo Satanás. Ello es una prueba fehaciente de que de poco sirve no tener a nadie
con quien enojarnos, si no hemos alcanzado antes la paciencia. Nuestra ira se desencadenará inclu-
so contra las cosas inanimadas, a falta de alguien que pueda sufrir el golpe”.
Discípulo mío, reacciona: ¡que nadie más, a partir de hoy, sufra a causa de tu carácter! A tu paso
debes dejar el buen aroma de Cristo: tu sonrisa habitual, tu calma serena, tu buen humor, tu alegría,
tu caridad y tu comprensión. Debes asemejarte a Jesús que “pasaba haciendo el bien”.
Quienes no conocen la mansedumbre de Cristo dejan tras de sí una polvareda de descontento, una
estela de animosidad y de dolorosas amarguras, una secuela de heridas sin cicatrizar; un coro de
lamentos y una cantidad de corazones cerrados, por un tiempo más o menos largo, a la acción de la
gracia y a la confianza en la bondad de los hombres.
Nosotros los hombres, hijos e hijas de Adán y Eva, estamos todos enfermos en cierto sentido y
debemos, por consiguiente, tratarnos mutuamente como enfermos; con todo esmero y delicade-
za, comprensiva y consideradamente. Un enfermo puede comportarse a veces de tal manera que
excitaría a un desesperado enojo a la enfermera que le cuida, si ésta no fuera al mismo tiempo
como una hermana que, en las mismas circunstancias, puede experimentar las mismas debilidades
de los enfermos, y si no tuviera con él una benevolencia tanto más exquisita todavía. Cada hombre
tiene que ser para los que le rodean como una hermana de la caridad, si es que quiere alternar con
ellos tan suave y delicadamente que los trate como es debido e influya en ellos sanándolos y me-
jorándolos.
La dulzura, la paciencia, la indulgencia, no son debilidad; más bien son un aspecto muy privilegiado
de la fuerza. Los débiles obran con estrépito y violencia; los fuertes con maravillosa suavidad.
Discípulo mío, sonríe siempre, aun con la cara llena de barro, como San Pedro Chanel. Las heridas
que se endurecieron, las más de las veces se reblandecen aplicándoles medios suaves. “Si hubiera
muchos como usted” - exclamó un marinero ex-revolucionario violento, al encontrar un antiguo ofi-
cial suyo que con su suave y sincera cordialidad le había conquistado -... “Si hubiera muchos como
usted, no habría muchos como yo”.
Seamos todos uno de ésos que, con su dulzura y paciencia aplacan y sanan los corazones y temper-
amentos airados y esparcen por doquier el buen perfume de Cristo, “dulce y humilde de corazón”.
A sí sea.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) La palabra de Dios nos aconseja la mejor manera de tratar con la calumnia: REZAR POR LOS CA-
LUMNIADORES. Pedir a Dios que les perdone, que les calme el corazón. La venganza del cristiano
es el perdón y la bondad. Es la única manera de encontrar paz: orando.
“Orad por los que os persiguen y calumnian” nos aconseja el Maestro en Mateo (5:44) y en Mateo
(5:11) nos llama más bien: “Dichosos cuando los hombres por mi causa os maldijeren, y os persigui-
eren, y dijeren con mentira toda suerte de mal contra vosotros”. Es decir, que debemos sentirnos
internamente alegres y consolados si somos calumniados y odiados por ser seguidores de Jesús, de
su Ley y sus principios morales.
Este último texto nos da también una definición muy precisa de lo que es una calumnia. MAL-
HABLAR: es decir cosas malas del prójimo, que deberían callarse, pero que son CIERTAS. CALUM-
NIAR: es INVENTAR COSAS MALAS, es “decir mal contra alguien con mentira”, es decir cosas
malas que NO SON CIERTAS.
c) En la Biblia se encuentran dolorosos ejemplos de como las calumnias pueden destruir a las per-
sonas:
1. La esposa de Putifar calumnia la castidad de José (Gn 39:17).
2. Los viejos lujuriosos calumnian a Susana porque resistió sus deseos (Dn 13:36).
206
Cenáculos del rosario
3. Los cortesanos de Babilonia calumnian a David (Daniel 6:13).
4. La calumnia de los falsos testigos contra Nabot (2 Reyes 21:13).
5. Los judíos que calumnian a Pablo (Hechos 17:5, 21:17, 24:4).
b) San Bernardo enseña: “El dedicarse a la detracción o el oír a los calumniadores son cosas que
considero tan condenables, que no sé decir cuál de las dos sea peor”.
c) San Fco. de Sales: “El murmurador hace de ordinario tres homicidios con sólo una estocada de
su lengua, dando muerte espiritual a su propia alma y a la de quien le escucha, y muerte civil a la
persona de quien murmura”.
d) San Agustín tenía este letrero sobre la mesa de su comedor: “Al que le gusta denigrar con sus
palabras la vida del ausente, sepa que no es bienvenido a esta mesa”... ¡Así que sus comensales
estaban avisados!... ¿No sería buena idea poner un letrero similar en nuestra casa?
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
SUS RAICES
Las calumnias son, pues, fantasmas de noche. Busquemos su procedencia. Escarbemos dentro de
nuestro corazón. Ciertamente se puede atribuir falsamente al prójimo un defectillo, por ligereza,
por la mala costumbre de dar rienda suelta a la lengua. Aunque las consecuencias pueden ser dolo-
rosas para las personas afectadas, no encontramos aquí mayor culpa. Pero la calumnia fría, calcu-
lada, perversamente disfrutada, suele echar raíces en un fondo de odio y éste se asienta sobre una
capa de venenosa envidia, que, a su vez, tiene sus cimientos en el orgullo y el amor propio. Suprimid
el orgullo y quedará desterrada la envidia y escasearán en gran manera las calumnias.
SUS COMPAÑERAS
¡Y qué lamentable! La calumnia no va sola; la acompañan de ordinario la cobardía, la hipocresía y la
traición. La cobardía, por el temor a que la verdad se descubra. La hipocresía porque su fuerza está
en la falsedad. Y la traición porque al ausente se le hiere por la espalda.
SU OBJETIVO MATAR
El insidioso murmurador no intenta suprimir la vida de la persona, al contrario, ésta debe vivir para
poder herirla, pero lo que quiere localmente es eliminar la personalidad moral, la buena fama de su
víctima.
Calumnia Directa es cuando se atribuyen al prójimo culpas que no cometió, o se exageran las que
realmente cometió.
Calumnia Indirecta es cuando se niegan o se denigran las buenas cualidades de una persona. Son
los famosos discursos de “sí, él es muy bueno, pero..”. ¡y allí se suelta la lengua!
REMEDIOS
Cuando la caridad es la ley de nuestra lengua, el aliento de nuestros labios respira el aroma y el per-
fume de la gracia celeste. Por el contrario, si la calumnia mueve nuestros orgullosos labios, nuestra
boca no es más que el respiradero de un sepulcro.
Discípulos míos, ¿cuándo comprenderemos que es injusto de nuestra parte criticar y juzgar a
nuestros semejantes en sus intenciones, pensamientos y acciones, siendo que sólo Dios puede ha-
cerlo?
¡Cuán injusta es la envidia, la madre de la calumnia! Cada uno de ustedes ha recibido de Dios abun-
dantes dones divinos que el Señor distribuyó con justicia y sabiduría. Al darle a cada uno su misión,
le ha entregado también las capacidades para cumplirla. El envidioso codicia los dones otorgados
a otros. Es cierto que con frecuencia no se remonta hasta Dios que ha favorecido a las personas por
las cuales siente envidia; pero en su rabia siente como un mal propio el bien de los otros y se corroe
el alma hasta que llega a escupir por la boca el veneno en que rebosa su corazón.
Discípulos, sean vigilantes, prudentes y severos con ustedes mismos, pero en cambio sean bienin-
tencionados con todo el mundo. Dejen que el Señor distribuya sus bienes como Él lo juzgue más
conveniente y a nadie envidien. Dejen que el sol luzca para todos y que la lluvia moje los campos.
Porque quien odia no está con Dios que es Amor ¿Con quién, pues, está? Cuídense intensamente
de este grave defecto, que será juzgado con mucha severidad el último día. Examinen su alma,
reflexionen sobre el motivo de sus palabras y de sus opiniones, para que no sea la envidia la que los
inspire y dirija.
208
Cenáculos del rosario
¡Como quisiera Dios que sus corazones estuvieran rebosantes de caridad y de amor! Una caridad
que se prodigue para hacer feliz a todo el mundo y un amor que se manifieste en la cortesía, la
delicadeza, la gentileza, que hace de las familias cristianas, naturales o espirituales, verdaderas fa-
milias de Nazaret, en donde Dios mismo se encuentra a su gusto y en donde todos tienen algo que
aprender los unos de los otros”. Así sea.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
CONCLUSIÓN BÍBLICA: Como está escrito en Segunda de Timoteo (1, 6): “No nos dio Dios el Señor
a nosotros un espíritu de timidez, sino de FORTALEZA, de caridad y de templanza”. ¡Dios es vali-
ente y no quiere hijos cobardes!
-San Jerónimo nos avisó: “Debilidad es y cosa inútil la fortaleza que no se apoya en la fuerza de
Dios, que es Cristo”.
-De Santa Teresa es esta estrofa: “No haya ningún cobarde/, Aventuremos la vida, /Que no hay qui-
en mejor la guarde/ que el que la da por perdida”.
La Iglesia siempre asoció la virtud de la fortaleza con el Sacramento de la Confirmación. Así escribe
el Papa León Trece: “El mismo Espíritu se da a si mismo más abundantemente por la sagrada con-
firmación para constancia y fuerza de la vida cristiana; del cual procedió ciertamente la victoria y
triunfo de los mártires y de las vírgenes sobre los peligros de la corrupción”.
En la tierra, por más que se esfuercen, jamás la lograrán en su plenitud, pero deben tender a ella,
pues, eso es un mandamiento: “Sean perfectos como es perfecto su Padre que está en los Cielos”.
Preocúpate por eso de cumplir siempre lo mejor que puedas con tu deber y con lo que a Mí me agra-
da. Ejecuta lo que haces con mucha atención y con gran amor. Con estos requisitos, acompañados
de Mi gracia, harás de cada instante de tu vida una gran conquista para la eternidad.
IR CONTRA CORRIENTE
Renuncia a tu voluntad que preferiría las propias comodidades, la vida fácil, y que querría egoísta-
mente poseerlo todo. No olvides que la vida es un duro y continuo combate y que, por esta razón,
no puedes ni debes estar demasiado tranquilo.
Si tuvieras días de fervor y de tranquilidad, agradéceselo al Señor y en esos días prepárate para
nuevos asaltos, pues, ¿cómo puedes conquistar la palma de la victoria sino has combatido?
Tienes que proveerte de las armas indispensables en cualquier batalla espiritual: la oración y la
mortificación. Aliméntate continuamente de Mi Pan de los fuertes. Ten siempre puesta la mirada
en la meta, cuídate de los enemigos: el mundo, tus pasiones y el demonio.
210
Cenáculos del rosario
Recuerda que los principios del mundo son completamente distintos a los Míos. Por eso tendrás
que ir contra corriente. Encontrarás burlas, incomprensión y críticas. Si quieres servir a Dios y ser
por Él premiado, no puedes tener el pie en dos zapatos y servir a Dios y al mundo. El mundo te dirá
que busques tu interés, tu placer, y que lo importante es pasarlo bien mientras estás con vida. Yo te
diré que pienses en el prójimo, que ames el sufrimiento y que pienses en la vida eterna.
TEME AL MALIGNO
Tus pasiones se harán sentir y pretenderán ser satisfechas, pero Yo te incitaré al combate para sofo-
car su grito y sus pretensiones. Si tienes el deseo de ocupar el primer lugar, Yo te incitaré a tomar el
último puesto. Si te sientes inclinada a la pereza, Yo te sacudiré y tú siempre tratarás de hacer más
y cada vez mejor.
Si te asalta la desconfianza, invoca a Aquél que te puede ayudar. Reaviva la fe y prosigue, pues la
desconfianza deriva del amor propio y de la poca fe. Teme al Maligno, pues se presenta a ti bajo
diferentes formas y te tienta allí donde sabe que tú caerás. Sin embargo, jamás pienses que su
fuerza pueda ser superior a la de Dios, ni siquiera igual. Él puede actuar sobre ti si tú le abres el
camino; pero, si tú estás con Dios, ¿quién estará contra ti? El Maligno es como perro encadenado,
sólo puede morder a quien se acerca demasiado.
Ama mucho a mi Mamá. Ella es la Reina de las victorias. El que confía en ella no perece. Amarla
quiere decir imitarla, invocarla, comprenderla y hacer que la conozcan y amen. ¡Ánimo, pues! ¡No
te desanimes nunca! Tu pequeñez y tu debilidad, que depositas en Mi Corazón te dan derecho a mi
protección. Que tu heroísmo compense un poco la cobardía de otros. Pide perdón por los que me
abofetean con sus cobardías. Transformo tu miseria en santidad gracias a la amargura que deja en
tu alma, y porque ella no te aparta de mí, tu Dios”. Así sea.
Hagamos nuestra esta inspirada súplica, y nunca dejemos de pedir, con fervor e insistencia: ¡Oh
Jesús, Pastor eterno de las almas, dadnos muchos y santos sacerdotes!
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
a) Altas exigencias pone la Biblia al sacerdote: En Levítico (20, 16) Dios le exige: “Sed santos para
Mí, porque Yo, Yahvéh, soy santo, y OS HE SEPARADO DE LAS GENTES PARA QUE SEAIS MÍOS”.
Y el libro del Eclesiástico (45, 20), enseña: “Entre todos los vivientes le escogió el Señor para pre-
sentarle las ofrendas, el incienso y el aroma memorial, y hacer expiación por su pueblo”. - El Nuevo
Testamento insiste sobre el buen ejemplo que debe dar el sacerdote. San Pablo escribe en (2da. de
Corintios 6, 3): “A nadie damos ocasión alguna de tropiezo, para que no se haga mofa del ministe-
rio, antes bien, nos presentamos en todo como ministros de Dios..”. Y al joven sacerdote Timoteo,
San Pablo le pide: “Procura ser modelo para los fieles en la palabra, en el comportamiento, en la
caridad, en la fe, en la pureza”. (I Tim 4, 12) Y, escribiendo a Tito en 2:7, el Apóstol añade: “para que
el adversario se avergüence, no teniendo nada malo que decir de nosotros”.
b) Contra los malos sacerdotes hallamos palabras muy fuertes. En (Os 4, 4), Dios desahoga su in-
dignación “Que nadie proteste ni reprenda a nadie, pues sólo contigo, sacerdote, es mi pleito. En
pleno día tropiezas tú, también el profeta tropieza contigo en la noche: y a tu pueblo haces perecer.
Perece mi pueblo por falta de saber. Ya que tú has rechazado el saber, yo te rechazaré a ti de mi
sacerdocio, puesto que olvidas la Ley de tu Dios, también Yo me olvidaré de tus hijos... Del pecado
de mi pueblo comen y hacia su culpa dirigen su avidez. Mas tal será el pueblo como el sacerdote. Y
en (Mal 3, 11) leemos: “Pues los labios del sacerdote guardan la ciencia, y la Ley se busca en su boca:
porque él es el mensajero de Yahvéh. Pero vosotros os habéis extraviado del camino, habéis hecho
tropezar a muchos en la Ley... Por eso Yo también os he hecho despreciables y viles ante todo el
pueblo”. También Jesús avisó en forma muy clara a los indignos pastores: “Muchos me dirán aquel
día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos
muchos milagros?
Pero Yo les declararé: ¡Jamás os conocí: apartaos de Mí, hechores de maldad!”
c) ¿Cómo comportarnos cuando la conducta de los sacerdotes contradice su enseñanza? Jesús nos
responde: “HAGAN LO QUE ELLOS OS DICEN, NO LO QUE ELLOS HACEN”. Quiere decir: no se
cierren al ministerio de tales sacerdotes indignos pero que la conducta de ellos no les sirva de ex-
cusas a ustedes para seguir pecando... ¡ni menos para abandonar la Iglesia católica! Porque, como
se nos dice en (Mateo 18, 7): “Es inevitable que vengan escándalos, pero ¡ay de aquel hombre por
quien el escándalo viene!” Si seguimos esta línea de conducta con los malos pastores, Jesús alaba
nuestra gran fe: “Bienaventurados los que han CREIDO SIN HABER VISTO” (Jn 20, 29). Es decir
¡Bienaventurados nosotros si seguimos asistiendo a la Misa y comulgando con un sacerdote que,
quizás, en lo humano nos repugna o nos escandaliza!
CONCLUSIÓN BÍLICA: “Con toda tu alma honra al Señor y reverencia a los sacerdotes” (Eclo 7, 31),
dejando en manos de Dios el juicio sobre su vida personal: “No juzguéis y no seréis juzgados” (Mt
7, 11).
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Cenáculos del rosario
- El PAPA SAN JUAN PABLO II tomó la hermosa iniciativa de escribir el Jueves Santo, una “Carta a
los hermanos sacerdotes” para recordarles lo que dijo a un grupo de sacerdotes que acababa de or-
denar. Dice así: “No temáis ser separados de vuestros fieles y de aquellos a quienes vuestra misión
os destina. Más bien os separaría de ellos el olvidar o descuidar el sentido de la consagración que
distingue vuestro sacerdocio. Ser uno más, en la profesión, en el estilo de vida, en el modo de ve-
stir, en el compromiso político, no os ayudaría a realizar plenamente vuestra misión; defraudarías a
vuestros propios fieles, que os quieren sacerdotes de cuerpo entero, maestros y pastores, sin dejar
por ello de ser, como Cristo, hermanos y amigos. Por eso, haced de vuestra total disponibilidad a
Dios una disponibilidad para vuestros fieles. Dadles el verdadero pan de la palabra, en la fidelidad a
la verdad de Dios y a las enseñanzas de la Iglesia. Facilitadles en lo posible el acceso a los sacramen-
tos, y en primer lugar el sacramento de la penitencia, signo e instrumento de la misericordia de Dios
y de la reconciliación obrada por Cristo. Amad a los enfermos, a los pobres, a los marginados; con-
solad a los afligidos; dad esperanza a los jóvenes. Mostraos a todos como “ministros de Cristo” En
efecto, enseña la Tradición, la santidad de un pueblo está en directa relación con la del sacerdote”.
-Escuchemos a SAN JUAN CRISÓSTOMO: “Cuando los sacerdotes son buenos toda la Iglesia resp-
landece; pero si no lo son, toda la fe se debilita. Precisamente por esto el demonio se esfuerza tanto
por corromper el ministerio de los sacerdotes, que ha sido establecido para fomentar la santidad...
¡Quitemos el mal proceder del clero y todo saldrá bien sin otro esfuerzo! “Es tal la condición del
sacerdote, que no puede ser bueno sólo para sí, pues el modelo de su vida influye poderosamente
en el pueblo. El que cuenta con un buen sacerdote, ¡qué bien tan grande y precioso tiene!”
Concluimos esta reseña de la Tradición con un hermoso texto del Cardenal Felici, una gran figura
del Concilio Vaticano Segundo. Éste, lamentándose de la corriente secularizante en el sacerdocio
de hoy, explica: “Lo que falta a muchos sacerdotes hoy es la alegría de ser sacerdote, esto es, de
haber sido preelegidos con una particular mirada de amor, por Cristo Jesús, para la elevación espir-
itual y para la salvación de los propios hermanos”. Ahora bien, tal alegría viene únicamente de la fe
y de la generosidad con que el sacerdote desempeña una misión sublime, sin dejarse deprimir por
las dificultades o fascinar por vagos y efímeros espejismos que confunden y producen extravío y
desconsuelo. La fe lleva al sacerdote al coloquio íntimo con Dios, a la oración. Hoy se asiste mucho
al diálogo con los hombres, a veces hasta la exageración y la temeridad. Pero poco se habla del
diálogo con Dios y aún menos se practica por no pocos sacerdotes. Un sacerdote que no reza o
reza poco, o reza mal, no hace honor a su vocación y acaba por esterilizarla. En la predicación ya
no es voz viva que se nutre de fe y amor; es sólo un frío y mecánico altavoz que no mueve, que no
arrastra...
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Les suplico pues, discípulos míos: ¡oren, oren a menudo por los Ministros de Dios! Supliquen para
que éstos no vendan oro falso, no sean recipientes vacíos; para que tengan ciencia y talento, ojalá,
pero que sean ante todo, hombres de oración, constantes en la penitencia, firmes en la caridad. En
una palabra, ¡SANTOS! Que sean sacerdotes vigilantes, porque todos los días traen consigo múlti-
ples ocupaciones; elevadas, es cierto, pero monótonas y a menudo fatigosas. Que sepan guardarse
de la rutina y vigilen que los sacramentos no pierdan a sus ojos su carácter divino. Oren para que
Yo, su divino Maestro, no me convierta en “una cosa” entre sus manos; oren para que no pierdan
su preciosa estima por los enfermos y los pobres; para que los niños no sean para ellos ocasión de
aburrimiento y los pecadores causa de aversión. Para que, sobre todo, no se conviertan en sacer-
dotes vulgares, sino que permanezcan firmes en el sendero de la santidad. Al avanzar encontrarán
cruces, incomprensión, críticas, oposiciones, arideces y abandonos; pero que lleguen a la meta, sin
haberse comprometido con el mundo, ni mendigado sus consuelos.
Sí, discípulos míos, les suplico: ¡ayúdenme con sus oraciones y penitencias, a rejuvenecer en santi-
dad a Mi Iglesia, a través de un clero santo! Y verán entonces, ¡qué gran paz y armonía reinarán en
su nación, y cómo las mismas sectas desaparecerán!, porque éstas sólo florecen donde merma el
verdadero sacerdocio. ¡Les bendigo a todos!” Amén.
66. LA GENEROSIDAD
“¡Dad y se os dará!”
Hagamos hoy un examen de conciencia: ¿Soy generoso? Y, si lo soy, ¿por qué? Aprendamos hoy que
la verdadera generosidad es una fuerza que nos inclina a hacer el bien, cuando éste es excelente y
difícil y no teniendo otra mira que el provecho del prójimo y el contento de Dios.
b) En Proverbio 11, 25 leemos: “El alma generosa será colmada y el que empapa también será
empapado” .
c) Y San Pablo en (2 Co 9:6) afirma: “Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará tam-
bién con mezquindad; el que siembra en abundancia cosechará también en abundancia. Cada
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Cenáculos del rosario
cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da
con alegría”.
B) LA BIBLIA NOS EXHORTA A LA GENEROSIDAD Escuchemos estos pasajes:
a) “Que practiquen el bien, que se enriquezcan de buenas obras, den con generosidad y con
liberalidad; de esta forma irán atesorando para el futuro un excelente fondo con el que podrán
adquirir la vida eterna” (1 Tm 6:18).
c) Y en (Mc 12:42 ) escuchamos el siguiente relato: “Llegó también una viuda pobre y echó
dos moneditas. Entonces, llamando a sus discípulos les comentó: Os digo de verdad que esta
viuda pobre ha echado más que todos. Porque ellos han echado de lo que les sobraba, ésta en
cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir”.
b) Y en (Ex 36, 4): “Los encargados del Santuario dejaron su trabajo y fueron a decir a Moisés:
‘El pueblo entrega más de lo que se precisa para la realización de las obras que Yahvéh ha man-
dado hacer’”.
c) Y San Lucas nos ilustra sobre la generosidad de la Madre de Dios: “Dijo María: ‘He aquí la
ESCLAVA del Señor, hágase en Mí según tu palabra’”.
D) La Biblia nos relata numerosísimos ejemplos de generosidad tanto en el antiguo como en el Nue-
vo Testamento. Pero más que todo nos debe incitar el ejemplo de Jesús, la generosidad encarnada.
“Pasaba haciendo el bien”, dice el Evangelio. “A la caída del sol, todos cuantos tenían enfermos de
diversas dolencias se los llevaban; y poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba”. (Lc
4, 40). - También de Jesús dice San Pablo: “...fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el
cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz en medio de la ignominia…”. (Hb 12, 2).
CONCLUSIÓN: La enseñanza bíblica es clara: toda nuestra vida no es más que una OPORTUNIDAD
para ser GENEROSOS CON DIOS. En recompensa a esta generosidad, DIOS NOS COLMARÁ DE
SUS FAVORES para siempre.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Algunos de vosotros seréis llamados a ser sacerdotes, religiosos o religiosas, con un papel especial
de servicio en el Reino de Dios. Mis amados jóvenes, debéis distinguiros por la disciplina, la for-
taleza de carácter y la formalidad. Esto se mostrará de varios modos. Sed castos. Resistid todas las
tentaciones contra la santidad de vuestro cuerpo. Llevad vuestra castidad al sacerdocio, a la vida
religiosa o al matrimonio Tendréis muchas oportunidades de expresar la disciplina a través de la
templanza cristiana. Las atracciones y presiones del mundo a menudo seducen a los jóvenes a la
autoindulgencia o al escape. Las tentaciones al exceso de bebida o al uso de la droga los envuelven.
La fuerza de voluntad, reforzada por la oración humilde, es esencial para quien intente actuar de un
modo plenamente humano”. ¡Es tan preciosa vuestra vida! ¡Vuestro país, la Iglesia, tienen necesi-
dad de una juventud sana, consciente y animosa!”
Dios no te pide más que amor; pero es una palabra que lo encierra todo. Por eso, dáselo todo, sin
reservas: los pensamientos, los afectos, las acciones. Nada te guardes, ofrécelo todo, pero hazlo
de tal manera que lo que ofreces sea digno de ser ofrecido. Haz de tu vida un prolongado ofertorio
muriendo a tu propio egoísmo y viviendo, a ejemplo Mío, para tu Padre Celestial. San Pablo dijo
de Mí: “Su morir fue un morir al pecado de una vez para siempre, y su vivir en un vivir para Dios”
(Romanos 6, 3-4).
Cada día, se lo das todo al Padre. Tú eres poca cosa, eres nada... eres, para decirlo en cifras, un
cero. Pues bien, pon delante de tu cero Mi unidad y tendrás un número que crecerá a medida que
aumenten tus ceros, es decir, tu humildad.
Ahora te voy a enseñar cómo puedes hacerlo para que sea un número de gran valor. Helo aquí: cada
vez que tú reconociendo tu nulidad, te unes a Mí y te ofreces al Padre conmigo, en un sacrificio y
una donación completa, añades un cero a la cifra cuyo primer número soy Yo. A partir de esta sen-
cilla explicación, puedes comprender cuánto vale y que valor inmenso puede asumir tu jornada y
tu vida.
Me basta que tú hagas todo lo que puedas con el máximo empeño, con el mayor afecto, reconoci-
endo tu propia incapacidad. Yo estoy contento así y reparo lo que está errado, recupero lo que se
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Cenáculos del rosario
debe recuperar, agrego lo que falta. En una palabra, completo y sustituyo la ofrenda, para que sea
digna de ser presentada al Padre y para que sea meritoria del premio eterno.
Sí, haz de tu vida una MISA CONTINUA, una ofrenda incesante, una comunión perfecta entre tú y
YO. Haz como aquel trabajador que decía a su párroco: “Padre, tú te vistes cada mañana para la
Santa Misa con la sagrada casulla, pero yo también, al vestir mi mono de trabajo, me siento cada
mañana como un sacerdote, listo para ofrecer a mi Dios el sacrificio generoso de mis penas y mis
quehaceres”.
Esto por lo que respecta a tu generosidad para con Dios. Sé generoso con Dios y Dios será generoso
contigo y no se dejará nunca vencer en generosidad. Por un sacrificio que tú le ofrezcas, Él te pagará
con las ternuras de su Corazón. Pero tu ofrenda no puede ser completa sino ejercitas esta virtud
también con tu prójimo. Te he dicho muchas veces que en el hermano debes verme a Mí. Sólo hay
una diferencia que a Dios no lo ves y en cambio al prójimo si lo ves. El amor a Dios y al prójimo se
completan, no pueden estar separados. Si tú dices al Señor que te entregas completamente a Él,
que te pones a su servicio y luego niegas a tu hermano un favor que le podrías haber hecho niegas
un servicio a Dios.
Cuánto Me alegran esas almas que se proponen lo siguiente: “En cuanto me sea posible, nunca diré
no a alguien”, y con esta expresión tienen la intención de querer ayudar a los que piden ser ayuda-
dos, cuando no es posible con las obras, al menos con el consejo, con una buena palabra con una
sonrisa, con una plegaria. Y todo eso dado y hecho con una gran entrega de corazón. Que ningún
necesitado que se acerque a tu casa, se retire de ella sin haber recibido de ti todo lo que Me darías
si Yo mismo me presentase bajo los harapos del pobre que te pide algo.
Ejercita la generosidad, en primer lugar, con tus familiares, con tus vecinos con quien se cruce en
tu camino, y al dar, nunca pienses en alguna ventaja que de allí puedas derivar, porque este pens-
amiento o deseo te hace perder una gran parte del mérito. No seas de los que únicamente ayudan
cuando pueden especular: “Hoy por ti, mañana por mí”.
Haz, en cambio, todo lo que puedas para dejar contentos a todos, aún de quien no puedes esperar
nada en cambio, y me dejarás contento a Mí. Es cierto que encontrarás también quienes serán
tus amigos mientras tengas algo que darles y te abandonarán cuando quizás estés tú también en
necesidad, pero no importa; no te detengas en pensamientos amargos, pues, el Padre te ha ya
destinado un premio para cada cosa incluso pequeña, que tú hayas hecho; por eso, no te lamentes
por cosa alguna. Recuerda el proverbio que dice: “La caridad sale por una ventana y entra por la
puerta”. Así sea.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
La prudencia es alabada en la Biblia como el pilar que sostiene a las demás virtudes: “Con la sabiduría
se edifica la casa, pero con LA PRUDENCIA se afirma”. leemos en (Pr 24:3). Sin embargo, advierte
San Pablo, “no toda prudencia es buena. Mientras que la prudencia del espíritu es vida y paz, existe
una prudencia de la carne que es muerte” (Rom 8:6). Esta última se confunde con la cobardía, el
disimulo y la hipocresía, con la astucia y el cálculo interesado y egoísta. Es la falsa prudencia del
mundo, enemigo de Dios, y de ella la Escritura dice: “Destruiré la sabiduría de los sabios, y aniqui-
laré la inteligencia de los entendidos” (Is 29:14).
En (Mt 25:1), Jesús describe a diez vírgenes, apiñándose a la puerta de la entrada de un banquete
nupcial. Pero ¡ay! cinco de ellas que eran ‘’necias” se descuidaron y se dejaron distraer por los place-
res de este mundo. Y su lámpara quedó “sin aceite”, sin la presencia vivificante de la Divina Gracia.
Cuando a medianoche llega el Esposo, de improviso, como “un ladrón”, las lámparas de las sabias
se encendieron de inmediato permitiéndoles la entrada al eterno banquete. Pero las necias, sin
mayor consideración, se ven rechazadas y les dice: “En verdad os digo: No os conozco”.
¡Cuán necias fueron! Somos jóvenes, se decían, queremos divertirnos, ¡nos sobra tiempo para
tomar la vida en serio!... Pero un infarto o un accidente de tránsito, les troncó esta ilusión. Enfren-
tadas bruscamente con la “hermana muerte”, le suplican: ¡danos tan siquiera unos minutos para
comprar aceite en algún lugar!, es decir, para hallar un sacerdote con quien reconciliarse con Dios...
¡Vana súplica! Se les acabó el plazo fijado por la divina MISERICORDIA, dando paso a su tremenda
JUSTICIA. ¡Cuán trágicamente pagan ahora el DESCUIDO DE SU ALMA y de las COSAS DE DIOS! A
su vez, serán eternamente “descuidados” por el Dios de Amor.
CONCLUSIÓN BIBLICA: seamos “prudentes como las serpientes”. Así como a la serpiente no le im-
porta perderlo todo, aunque sea seccionando su cuerpo, con tal de conservar la cabeza y la vida, así
nosotros debemos estar dispuestos a perderlo todo, dinero, cuerpo y aun la misma vida temporal,
con tal de conservar la gracia, la vida del alma.
SAN BERNARDO dice de ella: “es como el timón de un navío, sin el cual necesariamente ha de
naufragar”.
San VICENTE DE PAÚL pasaba por ser uno de los hombres más prudentes de su siglo; todo lo
encomendaba a Dios y para todo pedía consejo por la gran desconfianza que tenía de sí mismo.
Cuando lo consultaban en algún asunto, reflexionaba por largo rato y daba después su parecer
con mucha modestia. Pero él era después muy firme en sus determinaciones, porque las tomaba
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Cenáculos del rosario
con mucho consejo y mucha oración. A nadie comprometió jamás y todo le salía bien. Solía decir:
“Haced cada acción como si debiera ser la última de vuestra vida”. Y por eso se preguntaba a sí mis-
mo: “Si después de esta acción tuviera que morir, ¿querría haberla hecho del modo que la hago?”
Ser prudente quiere decir sopesar bien las acciones, saber lo que debe hacerse y lo que debe evi-
tarse. Tener en cuenta experiencias pasadas, estimar justamente las circunstancias actuales, medir
los obstáculos, valorizar las consecuencias, contar con el consejo ajeno. Ser prudente quiere decir
avanzar cautelosamente, como los que caminan por hierba alta, atentos a no poner el pie encima
de una serpiente. La prudencia es sabiduría, y es propia de los adultos. De hecho, los jóvenes, por
falta de experiencia, están más inclinados a ser impulsivos e irreflexivos.
Es mejor reflexionar y ser prudente que dejarse llevar por un entusiasmo pasajero. Quien actúa así
es precipitado. No mide las cosas. Quiere ver resultados inmediatos. Con facilidad se entusiasma
y edifica, y con la misma facilidad se desmorona y destruye. ¡Cuántas consecuencias trágicas trae
este defecto! ¿Cómo conquistará jamás las altas cumbres de la santidad quien deja que, a cada rato,
sus “llantas se desinflen”?
Sin embargo, la prudencia no es una virtud pasiva. No es la cautela mezquina de quien nunca se de-
cide a obrar. No confundan la prudencia con la pereza, con el retraso en las decisiones. La verdade-
ra prudencia no es cobarde ni miedosa. Medita sí, en los pros y los contras, conveniencias e incon-
venientes, y piensa detenidamente procediendo como una tortuga a la hora de medir la toma de
decisiones, pero una vez tomadas, ¡se apresura con la velocidad de un ave para ejecutarlas! Porque
sabe que las oportunidades se pierden y la espera puede ser fatal. Como aquel famoso burrito que
indeciso entre comer un saco de maíz o uno de avena, por estar pensándolo. ¡se murió de hambre!
¡Cuántos fracasos en la vida se deben a que ustedes le jalan las riendas al caballo cuando está en
pleno salto! ¡Ánimo! ¡No da marcha atrás quien está atado a una estrella!
Dejen, discípulos míos, actuar a Dios en ustedes. Dejen que Él teja los hilos de su vida. Nunca se fíen
sólo de sí mismos. Aparten de sí esa excesiva prudencia humana que les hace tan desconfiados y, a
veces, tan cobardes, tan cortos de vista, tan faltos de horizonte sobrenatural.
¡Cuántas familias cristianas, por ejemplo, han dejado que el número de sus hijos se acorte, y llaman
“atrevimiento” o “irresponsabilidad” la confianza en Dios que tienen otras familias con más hijos.
Claro que hay que tener en cuenta las sanas normas de la paternidad responsable. Pero, ¡por favor!
no cierren el paso a la esperanza, no prescindan de la Providencia Divina. Sean generosos con Dios y
con la vida. ¿Para quién viven, o para gloria de quién trabajan? ¡Para Dios! Entonces ¡cuenten con Él
y no pongan tantos peros! ¿O sirve la palabra “PROVIDENCIA DIVINA” tan sólo para ser impresa en
libros piadosos? Cuando han comprendido que Dios les pide algo, ¡qué importan los sacrificios, qué
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
importa que tengan en contra el mundo entero! ustedes, ¡adelante! Repitan las palabras del Salmo:
“El Señor es mi Pastor y mi Fuerza. ¿A quién temeré?” Y acuérdense que siempre los “prudentes” de
este mundo han llamado locuras a las obras de Dios y a las santas audacias. ¡Ánimo!, pues y que la
virtud de la PRUDENCIA les arranque de una vez para siempre, esa venda nefasta del amor propio,
de la pereza, del descuido de la oración y de la falta de vigilancia para ver cómo y por dónde les
ataca el enemigo. Sean siempre prudentes en todo, menos en el amor a Dios y a su prójimo, porque
la prudencia del amor es amar sin prudencia, y la medida del amor, es amar sin medida”. Así sea.
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Cenáculos del rosario
SANTA TERESA DE ÁVILA, esta asombrosa “mujer fuerte”, exclama: “Siendo yo sierva de este
Señor y Rey, ¿qué mal me pueden ellos hacer a mí?, ¿por qué no he yo de tener fortaleza para
combatir con todo el infierno?”
b) LA ORACIÓN ES LA QUE DA FUERZA. SANTA TERESA confiesa: “Por no estar arrimada a esta
fuerte columna de la oración, pasé este mar tempestuoso casi veinte años con estas caídas”.
Y TERTULIANO comenta: “La oración, sin evitarles el dolor a los que sufren, con su fuerza les au-
menta la gracia para que vean, con los ojos de la fe, el premio reservado a los que sufren por el
nombre de Dios”.
c) NINGÚN MEDIO FORTALECE MÁS QUE LA COMUNIÓN FRECUENTE. Dijo el PAPA SAN PÍO X:
“Jesús y la Iglesia desean que todos los cristianos se acerquen a diario al sagrado convite, para que,
unidos con Dios por medio del Sacramento, en Él tomen fuerza para refrenar las pasiones, purifi-
carse de las culpas leves e impedir los pecados graves a que está expuesta la debilidad humana”.
d) LA AYUDA DE LOS ÁNGELES CUSTODIOS. Escribe SAN BERNARDO: “Aunque nos queda por
recorrer un camino tan largo y peligroso, nada debemos temer bajo la custodia de unos guardianes
tan eximios como son los ángeles custodios. Ellos, los que nos guardan en nuestros caminos, no
pueden ser vencidos ni engañados, y menos aun pueden engañarnos. Son fieles, son prudentes,
son poderosos: ¿por qué espantarnos? Basta con que los sigamos, con que estemos unidos a ellos y
viviremos así a la sombra del Omnipotente”.
El hombre, además, debe luchar contra sus PROPIAS MALAS INCLINACIONES. Es fuerte el que
sabe vencer los propios caprichos, la sensualidad y la comodidad innata; el que no mide el valor de
una tarea exclusivamente por los beneficios que recibe, sino por el servicio que presta a los demás.
El fuerte, a veces, sufre, pero resiste; llora quizás, pero se bebe sus lágrimas. Y cuando la tentación
y la contradicción arrecian, no se dobla.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Definitivamente, discípulos míos, sin fortaleza no se harán santos y ni siquiera se salvarán. Y esa
fortaleza la encontrarán sólo en Mí. En la oscuridad, Yo Soy el clarísimo resplandor; en la enferme-
dad, la salud robusta; en la escasez, soy la infinita riqueza; y en la debilidad, El que les sustenta:
su Dios que arde en deseos de ayudarles a vencer, y que no les abandonará jamás, con tal que Me
secunden en Mi deseo y recurran a Mí mediante la oración y los Sacramentos... Y, ¿no puse a su
lado a una Mamá Celestial, la Mujer fuerte por excelencia, y que está en condiciones, por el inmen-
so poder que Dios le dio, de defenderlos contra todo peligro y de desbaratar todas las traiciones?
Recurran a Ella, mi queridos discípulos, especialmente a través del Santo Rosario, e invóquenla en
todas sus necesidades, cualquiera que sea la batalla que tengan que afrontar. Ella estará a su lado y
combatirá por ustedes y con ustedes. Y su manto Inmaculado será el escudo contra el cual se estrel-
larán todas las flechas enemigas, que les dará la victoria sobre sí mismos, sobre el Maligno y sobre
el mundo, haciéndoles capaces de conquistar la tierra prometida, la Celestial Jerusalén”. Así sea.
b) El exceso de comida y bebida, advierte Jesús, “embota la mente” y “hace pesado el corazón”,
haciendo al hombre indiferente para las exigencias del alma:
“Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones con la glotonería y la embriaguez... y os
sorprenda de repente aquel día” (Lc. 21:34).
c) Con igual severidad nos amonestan SAN PEDRO Y SAN PABLO: “Perecerán en los vergonzosos
desórdenes en que están sumergidos... quienes ponen su felicidad en pasar la vida entre placeres”
(2P 2:12). - “El término de eso será la perdición; su dios es el vientre y la confusión será la gloria de
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Cenáculos del rosario
los que sólo aprecian las cosas terrenas” (Flp 3:19). Bien manifiestas son las obras de la carne: em-
briaguez, glotonería y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya tengo dicho, que
los que tales cosas hacen no entrarán en el Reino de Dios” (Gal 5:19).
CONCLUSIÓN BIBLICA: “Tú, vigila en todas las cosas. Vive con TEMPLANZA”, escribe San Pablo
(2 Timoteo 4:5).
SAN BUENAVENTURA dice: “Así como el que cabalga se sirve de las riendas para guiar la bestia, así
el espíritu debe guiar la carne con las riendas de la TEMPLANZA”.
SAN TEOFILO DE ANTIOQUÍA: “La luz debe estar bien alta para que ilumine a los demás, no debajo
de la mesa, es decir, de la gula, ni debajo de la cama, es decir, del ocio; porque nadie que se entreg-
ue a la gula y al ocio puede ser luz para los demás”.
JOSE MARÍA ESCRIVA dice: “Al cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo. Sino, hace traición”
Y SAN AGUSTÍN dejó esta estupenda definición: “La templanza es el amor que se conserva para
Dios íntegro e incorrupto”.
- CASIANO nos dice: “Mal se podrá contener en la lujuria quien no corrija primero el vicio de la gula.
No sólo la cantidad sino también la calidad de la comida entorpece la limpieza de corazón, y atiza el
fuego de los vicios. Hay que elegir una comida tal que amortigüe los ardores de la concupiscencia,
en lugar de fomentarlos”.
- Escuchemos a SAN AMBROSIO: “Te aconsejo usar sobriamente los manjares, para no excitar la
sensualidad, como hace el águila, que abandona la presa cogida si le estorba para remontar el vue-
lo”.
c) CASIANO indica las tres maneras con las cuales se puede pecar de gula: “Hay tres géneros de gula.
La primera trata de ANTICIPAR la hora regular establecida para la toma de alimento. La segunda
sólo atiende a satisfacer el apetito, importándole poco los manjares, con tal que pueda COMER
HASTA LA SACIEDAD. La tercera gusta sólo de los PLATOS EXQUISITOS Y SUCULENTOS”.
e) SIN TEMPLANZA JAMÁS SEREMOS HOMBRES AUTÉNTICOS. Insiste San JUAN PABLO II: “No
se puede ser hombre verdaderamente prudente, ni auténticamente justo, ni realmente fuerte si no
se posee también la virtud de la TEMPLANZA. Gracias a esta virtud el cuerpo nuestro y los senti-
223
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
dos encuentran el puesto justo que les corresponde en nuestro ser humano. Ella es indispensable
para ser plenamente hombre. Basta mirar a alguno que, arrastrado por sus pasiones, se convierte
en “víctima” de las mismas, renunciando por sí mismo al uso de la razón como, por ejemplo, un
alcohólico o un drogadicto, y comprobamos con claridad que “ser hombre” significa respetar la
dignidad propia y por ello, entre otras cosas, dejarse guiar por la virtud de la templanza”.
LA TEMPLANZA es moderación, equilibrio, norma, señorío de sí mismo: algo que protege al hom-
bre y da la paz de los sentidos. Es castigar el propio cuerpo no permitiendo que coma y beba más
de la cuenta, o que pase, perezoso demasiadas horas en la cama. Es castigar los propios ojos para
que no entren en el corazón aquellas tentaciones de lujuria o de envidia, que son como ladrones que
se infiltran por las ventanas dejadas imprudentemente abiertas. Castigar es también no dedicar a
la preparación y degustación de las comidas y bebidas, el tiempo, los recursos y energías que les
fueron dadas por Dios como una preciosa moneda para ganarse la eternidad. Castigar es mortificar,
es reducir, es quitar, es moderar. Es tratar a tu propio cuerpo, tal como lo hizo San Francisco: como
si fuese un burrito al cual no conviene dar demasiado maíz, ¡so pena de que se empache!...
LA TEMPLANZA, además, te ayudará a conservar tu cuerpo más saludable y por más tiempo. El
comer en exceso, el comer fuera del horario y el preferir alimentos sabrosos a los que son sanos,
he aquí los tres errores que causan la casi totalidad de las enfermedades y achaques que padece el
hombre, amén de provocar una vejez prematura. Levantarse de la mesa con un poco de apetito
es excelente no solo para la salud, sino que te hace dueño de ti mismo y te permite, mediante un
pequeño sacrificio unido a Mi gran ayuno y a Mi sacrificio en la Cruz, “comprar”, por así decirlo, la
salvación de muchas almas.
Eleva antes de comer, tu pensamiento hacia el Padre del Cielo. Todo alimento y bebida son dones
que vienen de Él. Empléalos, pues, con agradecimiento y moderación. Y no olvides a los que care-
cen de ellos. Regálales lo que tú puedas con generosidad y, sobre todo, no malgastes, por gula o
desperdicio, lo que Dios te ha dado. Acuérdate del pobre Lázaro y del rico Epulón. Ganarás dos
veces practicando la moderación de la gula: beneficiarás la salud de cuerpo y alma y te convertirás,
para los demás, en una prolongación de la mano providente de Dios.
Si aplicas estos conceptos, llegarás al pleno dominio de ti mismo. Y el que es dueño de sí; sabrá
mandar a los demás. Padres de familia, ¿quieren tener una verdadera influencia en sus hijos, qui-
eren que les hagan caso y que aprovechen sus consejos? Den, pues, el ejemplo de una fortaleza
de voluntad a toda prueba y de un completo dominio de sí mismos, tanto de su gula como de sus
palabras... ¡y verán milagros!
224
Cenáculos del rosario
Así, cuando salgan de este Cenáculo y se enfrenten nuevamente con los problemas del hogar, sien-
do, quizás tentados de alzar la voz, de gritar y hasta de renegar, acuérdense de los consejos que les
he dado hoy, y sientan que Yo estoy a su lado para decirles. “Hijo, hija mía, practica la templanza,
cálmate. Ora primero, y ofrece este dolor por la salvación de tus hijos; y sólo entonces habla. Y en-
tonces tus palabras serán llenas de calma, de fuerza y de amor. Y volverá el orden a la casa, volverá
la paz, y ustedes serán obedecidos. Pero primero tienen ustedes que obedecerme a Mí, su Dios y
Señor”. Así Sea.
225
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) LA PLENITUD DEL REINO DE DIOS ESTA EN EL CIELO. Dice San AGUSTÍN: “El Reino de Dios
está principalmente en los cielos, porque allí es obedecida su voluntad por aquellos en quienes
habita (en los bienaventurados); se dice también que habita en la tierra, por cuanto va edificando la
casa: la comunión de los santos que le será dedicada al final de los siglos.
¡Que venga el Reino del Padre, Reino de Gracia, de verdad y de amor! Que Él reine sobre las men-
tes, sobre los corazones y sobre las voluntades. Las mentes obscurecidas por el pecado se aclaren,
los corazones cerrados y endurecidos por el egoísmo se ablanden, las voluntades enmohecidas y
relajadas por la indolencia se sacudan y se vayan a la búsqueda del bien, del único y verdadero bien:
Dios. Esto es lo que pides con las palabras: “Venga, tu reino”, las que ya de por sí tocan al corazón
del Padre, pues le reconocen la autoridad suprema, desean el cumplimiento de sus deseos, del
primero de todos, que es ver reunidos a su alrededor a todos sus hijos en un solo corazón y en una
sola alma con Él.
¡Que gran caridad de su Padre Celestial, que Él quiere reinar, no en uno, ni en mil, ni en un millón de
corazones, sino en todos sin excepción: en todas las almas de sus hijos: por eso, cuando mis divinos
labios les enseñaron a orar, hice que pidieran su reino en plural, pues que en todos y cada uno qui-
ere formar un cielo, en qué residir Él, con el Espíritu Santo y conmigo, haciendo de cada pecho un
relicario, de cada alma un templo en donde morar, en donde poner su nido!
Pues ¡que venga a todos su Reino, el Reino de Dios, que dentro de ustedes está; ese reino Mío
espiritual que conquisté en la Cruz, ese reino que no es de este mundo, sino todo divino, espiritual
y santo! Ese Reinado de la vida interior, fecundo en gracias y en virtudes que glorifican a Dios. El
reinado del amor y del dolor en las almas puras que Dios crucifica para purificar, que purifica para
unir. ¡Dios es caridad! y si permite que sufran, es porque con esa moneda se compra el cielo; es
porque las lágrimas conquistan las coronas inmortales: es por que con la cruz se llega a Mí, su Jesús
y conmigo al paraíso. Para esto Me hizo carne, para santificar su cruz y hacer de ella hasta su delicia
en la tierra, porque la renuncia, es el combustible más poderoso del amor.
Discípulos míos: ¿Hasta cuándo permití Yo que se Me diera el titulo de Rey,... sino en la Cruz? Por
eso, desde entonces, negarse a sí mismo es reinar, y si quieren que el reino de Dios venga a sus al-
mas, tiendan los brazos a la Cruz en cualquier forma que el Padre Celestial se las envíe. “Acuérdate
de mí, cuando estés en tu reino” me dijo el buen ladrón. ¡Me reconoció Rey, pero estando crucifica-
do!’ “¡Salve, Rey de los judíos!”, Me decían cuando estaba coronado de espinas, con una caña en la
mano, y en el colmo de la humillación. Así se reina a los ojos de Dios en el colmo del abatimiento,
por amor. ¿Quieren que venga a ustedes el reino de Dios? Pues preparen el cuerpo y el alma para
la cruz de cada día. ¿Por qué temer al sufrimiento, sabiendo que la cruz destruye la esclavitud y da
la fortaleza y la verdadera dicha del corazón? Sólo en las alturas del Calvario se respiran la paz y la
felicidad sólo ahí se encienden, se conservan y crecen los divinos amores.
El Verbo hecho carne reina en las almas que voluntariamente se sacrifican por su amor; entonces
Él pone miel en las amarguras y hace suaves sus sacrificios. ¡Yo Jesús, para probarles mi amor, bajé
del cielo, viviendo mártir de la Divina voluntad y muriendo crucificado! Me constituí Víctima para
enseñarles con mi vida y mi ejemplo el camino para llegar a un reino eterno. Por tanto, si quieren
226
Cenáculos del rosario
santificarse de veras, si quieren amar, no deben importarles todos los sacrificios juntos, porque es-
tos serán nada si con ellos glorifican a su Rey y atraen su reino sobre la tierra y dentro de sus almas.
UN REINO DE AMOR
El que ama se salva, porque el amor purifica y justifica al alma en la divina presencia; Él es el antído-
to del pecado y hace al hombre santo y capaz de muchos merecimientos. El que ama practica todas
las virtudes, aborrece y huye de todos los vicios: el amor hace al hombre vencerse a sí mismo y
crucificarse; en él se encuentra el secreto de toda perfección, y la ley de Dios está encerrada en la
Caridad, de donde procede todo lo bello, puro, divino y sobrenatural.
¿Quieres salvarte, discípulo mío? ¡Ama! ¿Quieres salvar a otras almas? ¡Ama! ¿Quieres pert-
enecerme por completo? ¡Ama! ¿Quieres triunfar de ti mismo y de todos tus enemigos? ¡Ama, ama,
ama!... En el amor se encuentra el Reino Divino. En el amor se encuentra el cielo, se encuentra a
Dios que constituye el cielo. Es su Reino el que le piden que venga a poseer sus corazones. Amen
y serán puros; amen y serán santos. Que venga a ustedes ese reino del amor, que el Padre Eterno
ansía derramar en sus corazones. Tiene sed de hacerlos felices, de venir con todos los tesoros y los
primores de su reino a enriquecerlos”. Así sea.
Al entrar en el mundo, dice SAN PABLO en (Heb 10), Jesús dijo a su Padre: “Heme aquí para cumplir,
oh Dios, tu voluntad. Y a los Romanos San Pablo escribe: “Si por la desobediencia de un sólo hom-
bre Adán todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno sólo Cristo
seremos justificados”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Y SAN JUAN CRISÓSTOMO comenta maravillosamente: “Considerad cómo Jesucristo nos enseña
a ser humildes, haciéndonos ver que nuestra virtud no depende sólo de nuestro esfuerzo, sino de la
gracia de Dios. El ordena á cada fiel que ora, que lo haga universalmente, por toda la tierra. Porque
no dice que tu voluntad se haga en mí o en vosotros, “sino en toda la tierra”: para que el error sea
desterrado de ella, que la verdad reine en ella, que el vicio sea destruido en ella, que la virtud vuelva
a florecer en ella, y que la tierra ya no sea diferente del cielo”.
b) El lema del Papa SAN JUAN XXIII era “OBEDIENCIA Y PAZ”. En su “Diario de un alma” dejó es-
crito: “Fuera de la voluntad de Dios, no hay otra cosa; que intereses. Y en su lecho de muerte decía:
“Este lecho es un altar. El altar requiere una víctima: Heme aquí dispuesto, Estoy tranquilo. He
querido hacer siempre la voluntad Dios, siempre, siempre…”.
Aceptar la Voluntad de Dios, minuto a minuto, y cumplirla por su amor, es gran santidad. Esta Divi-
na Voluntad se cumple en el Cielo, donde los Ángeles son sus celestes mensajeros y donde los San-
tos la celebran. Y la cumplen los astros, las estrellas y los planetas, que en el orden más perfecto,
obedecen las leyes impuestas por Dios. Pues bien, discípulo mío, busca en todo cual es la Voluntad
del Padre respecto de ti y cúmplela, con serenidad aunque te cueste sacrificio. El reino del Cielo
será para quien haya hecho la Voluntad del Padre, no de quien haya acumulado palabras y mas pal-
abras y después se haya revelado contra el querer del Padre, faltando a las palabras anteriormente
dichas. Con el Padre Nuestro ustedes se unen a todo el paraíso que hace la Voluntad del Padre. Y si
cumplen tal Voluntad los habitantes del Reino, ¿no la cumplirán ustedes para llegar a ser, a su vez,
habitantes de allá arriba?
¡Oh, que joya les está preparada por el amor uno y trino de Dios! ¿Cómo es posible que no se afanen
con perseverante voluntad por conquistarla? El que hace la Voluntad del Padre, vive en Dios, no
puede errar, no puede pecar, no puede perder su morada en el Cielo, porque el padre no les fuerza
sino a hacer el Bien, el cual, por ser Bien, les salva de pecar y les conduce al Cielo. El que hace suya
la Voluntad del Padre, anulando la propia, conoce y gusta desde la Tierra la Paz que es dote de los
bienaventurados. El que hace la Voluntad del Padre, matando la propia voluntad contraria, sensual
y rebelde, no es ya un hombre carnal: es un ser espiritual movido por el amor y que vive en el amor.
Ustedes, pues, deben, con perseverancia, arrancar del corazón su voluntad propia y poner en su
lugar la Voluntad del Padre.
Mi Padre desea que ustedes así se funden en Él, para descubrirles el secreto más grande de su amor.
¿Y cuál es ese secreto? Es que cuando el alma se entrega completamente a la voluntad Divina, no es
ella quien hace la voluntad de Dios... ¡es Dios el que hace la suya!, porque Él no resiste a quien sólo
vive de Él, en Él y para Él. El alma lo busca, y Él se hace presente; le llama, y Él acude a su llamamien-
to; este corazón llega a ser como una cosa de Dios y tiene su voluntad encadenada.
¡Oh! si supieran lo que puede con Dios un alma que se abandona incondicionalmente a su voluntad.
228
Cenáculos del rosario
Él la sostiene con la ternura de una madre que estrecha con sus manos la cabeza de un hijo para
cubrirla de besos y de caricias. Ese es Dios, ese es su “Padre que está en los cielos” y con su reino
dentro de su pobre corazón. ¿Cómo entonces resistirse a hacer su voluntad con la perfección que se
ejecuta en el cielo? Acuérdense que Él, es el timón de su barca. Déjense guiar. Llegarán al puerto.
Estarán tranquilos, serán felices como Él lo desea a ustedes.
Díganle, ahora, a ese Padre: “¡Oh sí, Padre de mi alma!, yo quiero hacer siempre y en todas las
cosas tu Divina Voluntad, obedeciendo, ya que en darte gusto no puedo equivocarme. Yo conoceré
tu voluntad por medio de la oración y del trato intimo con Jesús, que Él lo conoce, te conoce a Ti, y
entiende tu Voluntad. Que tu Voluntad, oh Padre, la entendamos y fielmente la cumplamos. Esta
gracia te pido, no sólo para mí, sino para el mundo entero. Que todos los hombres sepamos apre-
ciar tu Voluntad, entenderla y cumplirla; sólo así conseguiremos lo que con todo el ardor de nuestra
alma te pedimos: Que se haga tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”. Así sea.
b) “El pan” en el Sermón de la Montaña (Mt 6) Jesús insiste en una confianza filial en la Providencia
de nuestro Padre, que nos libera de toda inquietud agobiante y de toda preocupación material: “No
anden preocupados por lo que van a comer... Miren como el Padre del Cielo alimenta a las aves del
Cielo... Y ¿no valen ustedes más?... Los que no conocen a Dios se preocupan por estas cosas. Pero
el Padre de ustedes sabe que necesitan todo eso”.
Y a los que buscan el Reino y la justicia de Dios, Jesús promete que “todo lo demás les sería dado por
añadidura”. Y termina su discurso diciendo: “Ni se preocupen por el día de mañana, pues el mañana
se preocupará de si mismo. Basta con las penas del día…”. como basta con el “pan del día”.
c) Pero, “no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt 4).
Hay otra “hambre sobre la tierra, mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de
Dios “ (Am 8). Pidiendo el pan de cada día” el cristiano pide, sobre todo los dos Panes que dan la
Vida eterna: la Palabra de Dios que Jesús ha venido “anunciando a los pobres en espíritu”: y el “Pan
bajado del Cielo”, es decir: “su propio Cuerpo que es verdadera comida”, ya que “el que no come de
este Cuerpo, no vive en Mi” (Jn 6).
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
d) “El pan nuestro”: Esta petición está íntimamente relacionada con la parábola del pobre Lázaro
(Lc 16) y con el juicio final (Mt 25): “Estuve con hambre y me diste de comer”... El drama del hambre
en el mundo, hambre material y espiritual, llama a los cristianos que oran en verdad a compartir sus
bienes materiales y espirituales, no por fuerza, sino por amor”. “Si a un hermano o a una hermana
les falta el pan de cada día, y uno de ustedes dice: “Que les vaya bien, que no sientan hambre, sin
darles lo que necesitan, ¿de qué les sirve?... una Fe sin las obras está completamente muerta”.
Advierte (St 2).
e) De cada día”... Dios exigió a los Israelitas en el desierto: “Que cada cual recoja según lo que
necesita para el día. Que nadie guarde nada para mañana”. (Éx 16) Con esta petición Dios nos pide
una muestra de confianza en su Divina Providencia y nos enseña asimismo el espíritu de pobreza y
de desprendimiento. “Teniendo alimento y ropa, escribe San Pablo a Timoteo, quedémonos satis-
fechos”.
b) Dios hará milagros de providencia, si es el caso, para darnos el pan que tan confiadamente le
pedimos: Abundan los testimonios en la vida de los Santos:
Cuando SAN FRANCISCO presentó al papa HONORIO II, la regla de su orden, admirando el Santo
Padre de la severidad de la pobreza, exclamó: ¿y de que vivirán sus hermanos, hijo mío?” “Nuestro
instituto, contestó el santo, es una madre pobre, pero, Dios es un Padre riquísimo. Después de la
presente vida nos promete el Cielo: ¿Cómo podría negarnos en la tierra lo poco que necesitarnos?”.
A SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO vino un día el Padre Procurador, diciéndole que no había
sino tres panes para toda la comunidad, ni más dinero para comprar. “No os inquietéis Padre, dijo
el Santo, Dios, que sustenta a las aves del Cielo, ¿no nos alimentará?”. Poco después un mendigo
que pedía limosna a la puerta del convento y San Alfonso mandó que le dieran dos de aquellos tres
panes. Fue luego a la capilla e hizo oración ante el santísimo, y dando golpes suaves a la puertecita
del tabernáculo dijo: “¡Jesús mío!; la comunidad no tiene hoy que comer”... ¡Al poco tiempo paso
un caballero que traía una cuantiosa limosna!”
c) Existe la tradición sobre todo en el sentido espiritual de esta petición. SAN AGUSTÍN medita:
“La Eucaristía es nuestro PAN cotidiano. La virtud propia de este divino alimento es una fuerza de
unión: nos une al Cuerpo del Salvador y hace de nosotros sus miembros para que vengamos a ser
lo que recibimos...
Este pan cotidiano se encuentra, además, en las lecturas que oís cada día en la iglesia, en los himnos
que se cantan y que vosotros cantáis. Todo eso es necesario en nuestra peregrinación”.
230
Cenáculos del rosario
los pájaros del aire y da vestido a los lirios del campo. Deben, pues, barrer de su corazón cualquier
preocupación exagerada por el porvenir, pues, éste está en las manos de Dios.
Pedir cada día al Padre lo que necesitan, es medida de prudencia, de justicia y de humildad. Es pru-
dente no pedir más. Si tuviesen todo de una vez, lo malgastarían en gran proporción. Son eternos
niños y caprichosos por añadidura. Los dones de Dios no deben ser malgastados. Y, además, si lo
tuviesen todo, se olvidarían de Dios, sería también injusto pedir más. ¿Por qué habrían de tener
todo de una vez cuando Yo tuve, día a día, la ayuda del Padre? Y pecarían de preocupación humana
cuando, razonando que, como nunca se sabe qué pueda pasar, conviene tener todo hoy, ante el
temor de que Dios no dé mañana. Esta desconfianza sería un pecado. No hay que desconfiar de
Dios. El les ama con perfección. Es Padre perfectísimo. El pedir todo de una vez... roba la confianza
y ofende al Padre. Es también una muestra de humildad. El tener que pedir diariamente les refresca
en la mente la idea de su nada, de su condición de pobres y, a la vez, la del Todo y de la Riqueza de
Dios.
Yo les enseñé a pedir “Pan” porque es el alimento rey en la vida de muchos pueblos. Y en esta sola
palabra encerré todo cuanto necesitan durante su estancia terrena. Pero, ¿cuál es ese pan nuestro
que es de todos: de los ricos y de los pobres, de los sanos y de los enfermos, más que el pan mate-
rial, pues que este no es de todos, y mientras unos abundan y desperdician, otros carecen de él?
¿Cuál es ese pan universal que necesitan cada día, porque, si no, morirían? ¿Por qué lo deben pedir
con tanta urgencia, diciendo hoy, hoy mismo, no mañana, ni pasado, a su Padre amadísimo? ¿Cuál
es ese Pan divino, bajado del Cielo, sino Yo mismo, el Pan de Vida, del cual está escrito: El que come
mi carne y bebe mi sangre no morirá jamás? ¡Cómo quisiera Yo, discípulos míos, que esta petición
al Padre, despertase en ustedes el hambre de la Eucaristía!
El Pan del alma es aún más necesario, que el pan del cuerpo. Todo alimento, produce un beneficio
tanto mayor, cuan más grande es el deseo de alimentarse. ¡Cuán ardientemente deberían desear la
Eucaristía, ese Pan Celestial que aporta al alma cristiana la presencia real de un Dios, hecho hom-
bre! Yo soy el Pan vivo bajado del Cielo; pero, ¡cuántas almas permanecen frías, apáticas e indifer-
entes, delante de un Don tan grande de amor!... Si el pan de trigo les es provechoso, la Eucaristía
es indispensable. Pide para todos, discípulos míos, esta hambre ardiente de MÍ, para que se pueda
decir de todos los hombres: “Dichosos los hambriento porque serán saciados”.
En mi Pasión, discípulos míos, Yo fui molido y cernido como la harina, para ser su sustento, para
darles la vida y el amor. Les dije: «El que come mi carne tiene vida», la misma vida mía, la que recibí
del Padre, la que les dará la vida Eterna. “¡Yo soy El Camino, la Verdad y Vida!, el Dios hombre, que
se introduce en su cuerpo y en su alma, para que ¡el que me coma viva en Mí y Yo en él! Vida de
abnegación y de amor; vida de pureza, a la cual ustedes deben aspirar con todas las fuerzas de su
alma; vida santa que es la misma Vida mía. Por medio de este pan del Cielo, Yo me doy a ustedes, y
ustedes a Mí. Así ustedes se convierten en otros “Cristos” para complacencia y Gloria del Padre del
Cielo.
¿Cómo, entonces, no pedir, no anhelar, ese pan nuestro de cada día, ese germen Eucarístico que
les hará resucitar para una eterna recompensa? Cómo no suplicar a diario: “ ¡Oh Padre, Padre de mi
alma que ame a tu Verbo hecho carne, dame a tu Jesús hecho Hostia, dame a esa Víctima inmacu-
lada y santa! Dame a conocer a ese tu Hijo, que sólo Tú conoces, y aquel a quien quieres revelarlo.
Llévame hacia Él, porque nadie a quien Tú no atraigas, podrá acercársele. Yo quiero amarlo con un
amor insuperable, inseparable, insaciable, siempre en creciente, pagándote ¡amor con amor, sac-
rificio con sacrificio, vida con vida! ¡Oh Padre mío, Padre que estás en los cielos!, ¡Y no quiero otra
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
cosa que a tu Jesús para que santifique con amor y dolor todas las horas de mi vida! Yo no deseo
mas que a Él, mi sustento, mi delicia y la esperanza en mi destierro, mi descanso, mi paz, mi refu-
gio, mi tesoro, mi gloria, mi luz, mi sol, mi claridad, mi único amor. Ese es el Pan Nuestro de cada
día que te pido hoy”. Así sea!
b) Ahora bien lo temible es que este desbordamiento de misericordia no puede penetrar en nuestro
corazón mientras no hayamos perdonado nosotros a los que nos han ofendido. El Amor, como el
Cuerpo de Cristo, es indivisible: “No podemos amar a Dios a quien no vemos, si no amamos al her-
mano y a la hermana a quienes vemos” escribe San Juan en su primera Carta. Al negarse a perdonar
a nuestros hermanos y hermanas, el corazón se cierra, su dureza lo hace impermeable al amor
misericordioso del Padre. El que niega su perdón al hermano, rechaza para si mismo el perdón
del Eterno. ¡Cuán importante debe ser esta exigencia, si al finalizar el Padre Nuestro, Jesús quiso
volver sobre ella diciendo!, en (Mt 6): “Queda bien claro que si ustedes perdonan las ofensas de los
hombres, también, el Padre Celestial los perdonará. En cambio, si no perdonan las ofensas de los
hombres, tampoco el Padre los perdonará a ustedes”.
c) Nuestro “ perdón a quienes nos ofendieron” no debe tener límites. Ni en cantidad ¿Hasta siete
veces? Preguntó Pedro. Y Jesús replicó: Más bien setenta veces siete... ni en calidad porque debe
llegar hasta el perdón de los enemigos (Mt 5), transformando y configurando así a los discípulos con
la compasión Divina del Maestro.
232
Cenáculos del rosario
SANTA ISABEL, reina de Hungría, habiendo padecido temibles persecuciones, le pedía a Dios con
fervorosa plegaria que le hiciera especial beneficio a cada uno, de los que le habían perseguido.
El Señor le manifestó: “Nunca has hecho oración que más me agrade. Has atravesado con ella mi
corazón y en su virtud te he borrado las penes que mereciste, por cuántos pecados hiciste desde el
momento en que pudiste pecar”.
Aconseja el Santo JOSÉ ESCRIVA DE BALAGUER: “Perdonemos siempre, con la sonrisa en los la-
bios. Hablemos claramente, sin rencor, cuando pensemos en conciencia que debemos hablar: Y
dejemos todo en las manos de Nuestro Padre Dios, con un divino silencio”. “Jesús callaba” (Mt 26),
si se trata de ataques personales, por brutales e indecorosos que fueran. Preocupémonos sólo de
hacer buenas obras, que Él se encargará de que brillen delante de los hombres”.
Desde que tuvieron uso de razón desobedecieron a Dios. Los años se llevaron la inocencia, y no
hicieron, más que aumentar su deuda con Él. ¡Llamados a ser cristales de santidad, son un fango
de miseria! ¡Elegidos para reflejar con todos sus destellos la imagen de la Santísima Trinidad en
ustedes, la opacan, la borran con la mayor desenvoltura! ¡Cuántas faltas que les parecen pequeñas,
insignificantes, en realidad no lo son: quitan esa transparencia cristalina y diáfana que debiera su
alma conservar! ¿Cómo estará su alma ante la presencia de Dios, toda luz, esplendor y blancura,
ante el Tres Veces Santo, que encuentra manchas hasta en los mismos ángeles?
¿Cómo, entonces, no pedirle perdón a mi Padre en el Cielo, con todas las fuerzas de su alma? Oh, ¡si
comprendieran lo que pierden cuando pecan! ¡Si se detuvieran a considerar el vil acto de ofender y
contristar a ese amado Padre, a ese Espíritu de Luz y a Mí, el Verbo hecho carne, cuyo único crimen
fue amar y sacrificarse por los culpables! ¡Qué nobleza del amor de un Dios, y qué vileza la de los
hombres, que han pagado con suma ingratitud tantos beneficios!
Discípulos míos, En cuántas ocasiones al lastimar con tu orgullo, con tu impaciencia y poca gener-
osidad a Mi Corazón, Yo te he sonreído, abriéndote los brazos con infinita ternura, respirando solo
caridad. Que esto te arrebate, te enamore te arrastre a la imitación, haciéndote perdonar, borrar y
olvidar las ofensas de tus hermanos.
¿Cuál es el gran secreto de Mi perdón?... ¡es el amor! A la Magdalena se le perdonó mucho porque
mucho amó. Considera por otra parte que, por mucho que te haya podido herir tu prójimo, las heri-
das que tú has inferido a Dios son infinitamente más graves. Que este pensamiento te mueva a per-
donarlo todo como Yo, por mi Perfección, perdoné a mis perseguidores para enseñarte el perdón.
Como quisiera Yo que, cada uno de ustedes discípulos míos, amados, digan en este momento del
más hondo de su corazón: “Padre, Padre mío bueno, déjame llorar en tu seno, y entre sollozos
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
pedirte que me perdones tantas deudas, que yo no tengo con que pagártelas, si no es con lo que
soy, miseria y podredumbre. ¡Perdón, Vida mía, perdón! Padre del Cielo, bueno y caritativo: Tu Hijo
Jesucristo me enseña a perdonar cualquier ofensa y a buscar el perdón por cualquier mal que yo
haya causado a los otros y a Ti. Él me enseña también a perdonar desde el fondo de mi corazón
a todos mis enemigos. Y es que si yo no perdono a quien me ha lastimado y no busco el perdón
de aquél, a quien yo he lastimado, tampoco Tú podrás perdonarme a mí... Padre, Te doy gracias
porque existe el perdón y por la oportunidad de comenzar de nuevo a amarte a Ti y a los demás.
Gracias, porque Tú no le cierras la puerta al que Te llama y busca Tu misericordia. Te alabo y Te
bendigo por la misericordia que hasta ahora me has mostrado y que estás dispuesto a mostrarme
siempre. Jesús, enséñame a ser misericordioso y a saber perdonar, así como yo mismo deseo ser
perdonado. Fortalece mi amor, para que ya no tenga ningún sentimiento de rechazo ni de incom-
patibilidad hacia Ti y hacia los demás.
Confieso que, me cuesta mucho trabajo perdonar: por eso vivo en discordia y lleno de incompren-
sión hacia los demás y hacia Ti. Te confieso que a causa de mi falta de decisión para buscar la rec-
onciliación, en mi corazón ha nacido la envidia, los celos, la maledicencia, las obras y las palabras
negativas. Así, mi corazón ha sido herido y yo he herido el corazón de los otros, ¡por no querer
perdonar! Por mi falta de perdón, la discordia ha entrado a mi vida, a mi familia, a mi comunidad.
Al vivir en desarmonía con alguien, confieso que he sufrido y que sigo sufriendo todavía. ¡Tú sabes
cuán difícil me resulta perdonar!
Por eso Te pido, Jesús, que antes de que el sacerdote me conceda Tu perdón, Tú me des la gracia
de poder perdonar sinceramente a las personas con las que no estoy en paz y de quienes me sep-
ara el muro del odio, la envidia, de los celos y del orgullo. Dame la fuerza para correr hacia ellas,
abrazarlas y tenderles la mano como signo de reconciliación. Perdóname, porque hasta ahora no
le había dado ninguna importancia al acto de la reconciliación y me he justificado, atribuyendo la
culpa a los demás, convencidos de que debían ser ellos, quienes debían buscar hacer las paces con-
migo, puesto que fueron ellos, los primeros en, ofenderme. Me arrepiento, porque de esta manera
han prevalecido en mí el egoísmo y el orgullo, en lugar de la humildad o el deseo de propiciar la ar-
monía. Perdóname y purifica mi corazón de todos los vínculos con el pecado y de cualquier atadura
a las personas y a las cosas. Libérame Señor, para que, lleno de gozo y serenidad, pueda celebrar
Tu misericordia y Tu perdón. Te pido por aquellos, a quienes yo he ofendido, concédeles a todos la
gracia de perdonarme. Haz que desaparezca cualquier discordia: y rencor entre nosotros. Haz que,
por medio del perdón, nos hagamos semejantes a Ti, ¡oh Padre!
Te ruego por las familias que viven situaciones de conflicto, donde los padres no perdonan a los
hijos y los hijos no perdonan a los padres, ni existe entre ellos la comprensión. Que también los
cónyuges estén siempre dispuestos a perdonarse y a vivir en armonía, el uno con el otro. Te pido por
todos aquellos que están en peligro de divorciarse a causa de incompatibilidad. Te pido por quienes
se han separado, para que puedan reconciliarse. Preserva de odio a los hijos de padres divorciados y
de la incapacidad de perdonar a sus progenitores por las heridas que les han hecho con su desamor.
Pon Tu mirada misericordiosa sobre los pueblos y sistemas, de gobierno que no se deciden a tomar
el camino de la paz, porque no Te conocen y no saben perdonar. Que la mano extendida, en signo
de paz alcance a todos los hombres”. Así sea.
234
Cenáculos del rosario
b) ¿Cómo subió a los cielos? Tal como corresponde a los cuerpos glorificados, libres de leyes de
gravedad, ya adornados de aquellas cuatro dotes: claridad, agilidad, sutileza e inmortalidad, que
admiramos en las apariciones que hizo JESÚS después de su Resurrección. ¿No apareció Él dentro
de la habitación, a pesar de que estaban bien cerradas las puertas”? (Jn 20). Así es Asunta María al
Cielo, rodeada de ángeles, que la sirven de escolta en Su subida triunfal. Así lo creyeron los Santos
Padres, porque ¿no era acaso María la Reina de los Ángeles? Va circundada de luz, “coronada de
estrellas” (Apocalipsis 12). Por eso preguntan a coro los que están en las alturas: “¿Quién es ésta
que avanza como la aurora, hermosa cual la luna, escogida como el sol, poderosa como un ejército
en orden de batalla?”
SANTA TERESA DE JESÚS Doctora de la Iglesia, escribe en el relato de su Vida: «El día de la Asun-
ción de la Reina de los Ángeles y Señora nuestra, quiso el Señor que mi espíritu fuera arrebatado. Se
me presentó la entrada en el Cielo de la Virgen Madre y la alegría y solemnidad con que fue recibida
y el lugar donde está. Describir cómo fue esto, me siento incapaz. Fue grandísimo el consuelo que
mi espíritu recibió, viendo tanta gloria. Mi alma quedó inundada de celestes gracias, que aproveché
para desear sufrir, trabajar y servir más a esta Señora, pues tanto mereció”.
b) ¡Desde allí nos ayuda! Asegura el Concilio VATICANO SEGUNDO: “Asunta a los cielos, María no
ha dejado su misión salvadora, sino, que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los
dones de la salvación eterna”.
SAN BERNARDO exquisitamente medita: “Si Jesús, al convidar a los escogidos a su reino, ha de
decirles: “Venid, benditos de mi Padre..”., seguramente dijo a su Madre Inmaculada: “Ven, ¡oh mi
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
muy amada! como ninguna me diste más en el mundo, y a ninguno quiero dar más en mi gloria. Me
comunicaste en la Encarnación lo que era de la naturaleza del hombre; Yo quiero comunicarte en
tu Asunción lo que es de la grandeza de Dios. Encerraste al Dios niño en tu seno; y recibirás al Dios
inmenso en su gloria. Has sido la posada del Dios peregrino; y serás el palacio del Dios reinante. Has
sido el palacio del Dios militante; y serás la carroza de triunfo del Dios vencedor. Has sido el lecho
del Esposo Encarnado; y serás el trono del Rey coronado”. Y en otra ocasión medita: “Un precioso
regalo envió al cielo nuestra tierra hoy. Subiendo a lo alto, la Virgen bienaventurada otorgará copio-
sos dones a los hombres. ¿Y cómo no lo harta? Ni le falta poder ni voluntad. Reina de los cielos, es
misericordiosa es finalmente: Madre es del Unigénito de Dios. Subió al cielo nuestra Abogada, para
como Madre del juez y Madre de Misericordia, tratar los negocios de nuestra salvación”.
Después de la Ascensión de mi divino Hijo, fui más humilde que nunca, más que nunca la “Esclava
del Señor” y de los hombres. Al que, más se huesa, Dios más lo eleva; y entonces, como nunca, hizo
en mi el que es Todopoderoso grandes cosas, que sorprendieron al mismo Cielo que decía; “¿Quién
es ésta que va subiendo cual aurora naciente, bella como la luna y brillante como el sol?”
Mi júbilo no tenía comparación. Bendije a los Apóstoles y a los discípulos de Jesús, a la naciente
Iglesia y a todos los cristianos futuros, entre los cuales te contaba a ti, discípulo de mi Jesús. Expiré
dulcemente en fuerza del divino amor y volé en brazos de los ángeles. Elevándome a las mansiones
celestiales, ocupé el trono preparado para Mí, sobre todas las jerarquías angélicas, y fui coronada
por la Trinidad Santísima, Reina del Cielo y de la tierra. Y toda la corte, del Cielo, en delirios de amor,
Me saludaba regocijada. Y Yo, llegando por fin al foco de mis soberanos atractivos, con asombro,
viendo toda la corte Celestial a mis plantas, prorrumpí de nuevo en aquel cántico: “Mi alma glorifica
al Señor... Porque ha puesto los ojos en la bajeza de su Esclava; por tanto, ya desde ahora me lla-
marán bienaventurada todas las generaciones”. Sin embargo llevaba en mi alma una espina, hijos
míos; la de separarme de ustedes; la de abandonarles sólo en el destierro; la de alejarme de su lado
y dejarles en esta valle de lágrimas. Pero luego esta pena se trocó en gozo en el Cielo, al sentirme
dueña del título de “Reina de todos los Santos”, para hacerles santos; “Salud de los enfermos”,
para curar sus males; Refugio de pecadores”, para abrigarles en mi seno; y “Virgen fiel”, para jamás
abandonarles. Este es el corazón de su Madre. ¡Contémplenlo y aprovéchenlo!
Acá me tienen ahora, hijos míos, en el Cielo: mostrando a Jesús todos los días las Rosas y las Espi-
nas que coronan mi Corazón, para bien de ustedes. Le muestro con frecuencia la del amor, la de la
misericordia, la que dice “Madre”; y nada me niega su bondad. Antes bien, acá ha puesto en mis
manos todas las gracias y las virtudes, todas las rosas y los jardines, con que embalsamar la vida de
ustedes, y las palmas y las coronas para premiarles.
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Cenáculos del rosario
Ya pasó el invierno para Mí, y pasará tara ti. Acá te espero; ven, ven; padece y sufre hoy, para gozar
mañana. “Ven del Líbano, Esposa mía, ven del Líbano; ven, y serás coronada”. Quiero que escuchen
tus oídos, el día de tu muerte, ese dulcísimo “Ven”, y que seas coronado con una corona de gracias,
porque en la tierra me amaste, acompañándome en mis horas dolorosas de soledad. Pero, antes
de despedirme de ustedes, voy a hacerles una última reflexión. ¿Acaso, hijos míos, les hará felices
la gloria del mundo, las riquezas, los placeres y el poder? ¡No, hijos no! Les hará felices vivir el de-
sprendimiento, la obediencia, la humillación, el sufrimiento, la vida escondida, la cruz por fin, si
reciben y ejecutan todas estas cosas con fe y con amor. Cierren su corazón al egoísmo; sean todos
para todos, porque fuera de esta atmósfera divina, que el infinito amor y la cruz les han formado,
no existirán para ustedes ni luz, ni vida, ni seguridad, ni paz, ni gozo, ni Cielo.
No teman, no se contriste su corazón, que donde yo estoy, estarán ustedes, si son puros, si aman
la cruz, si Jesús es su vida. Siempre mi manto azul, tan conocido de mis predilectos hijos, les en-
volverá, y el Corazón de su Madre, que les ha regalado ya tantas de sus Rosas, velará por ustedes,
hoy y siempre, y no descansará hasta verles descansar a, ustedes, felices y colmados, en sus re-
gazos divinos, alabando y cantando, juntos consigo, un Magnificat que no tendrá fin”. Así sea.
b) Pero Dios jamás permite que la tentación supere nuestras fuerzas. Escribe SAN PABLO en su pri-
mera carta a los Corintios: “No habéis sufrido tentación superior a la medida humana. Fiel es Dios
que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con la tentación os dará
modo de poderla resistir con éxito”.
c) La tentación es siempre una mentira, un fruto prohibido que el enemigo de nuestra alma nos
presenta como engañó a Eva y Adán. Se presenta como algo “bueno, seductor a la vista, deseable”
avisa (Gn 3), mientras que, en realidad, su fruto es la muerte.
d) “No caer en la tentación implica una decisión del corazón: “Donde esté tu tesoro, allí también
estará tu corazón... Nadie puede servir a dos señores”. nos amonesta Jesús en (Mt 6) y, por eso nos
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
aconseja: “ORAD Y VIGILAD PARA NO CAER EN TENTACIÓN. Y San Pedro en su primera carta nos
previene: “Sed, sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando
a quién devorar. Resistidle firmes en la Fe.
Esta petición adquiere todo su sentido dramático referida a la tentación, final de nuestro combate
en la tierra: “Mire que vengo como ladrón. Dichoso el que esté en vela”. exclama (Ap 16). Con la
penúltima invocación del Padre Nuestro, estamos fundamentalmente pidiendo nuestra persever-
ancia final: “Con vuestra perseverancia salvareis vuestras almas” nos avisa Jesús en (Lc 21).
¿Acaso no es tentación: la vida entera del hombre sobre la tierra, como se lee en el libro de los li-
bros? Estén, pues, preparados para luchar siempre, sin que les deba importar que dejen pedazos de
corazón en el camino. ¡Cuán poco es una vida de vencimientos en comparación con el Cielo! ¡Es tan
corta la vida para sufrir por tu Dios! ¡Todo, por Dios se hace fácil: todo para Él se hace poco: todo,
en Él sufrido, constituye el cielo en la tierra!
Además, ¿no les he indicado los medios para vencer? “¡Velad y orad, les dije, para no caer en
tentación!” Con este pararrayos, ¿qué pueden temer? Orar es la más poderosa defensa contra
sus enemigos ¡Orar! ¡Orar vigilando con el constante examen de su conciencia para no caer en la
tentación! La oración trae consigo luz para ver claro y fuerza para rechazar las tentaciones. ¡Nadie
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Cenáculos del rosario
que ora de verdad, peca! Pues, rodeada el alma por la oración, no pierde más la presencia de Dios,
y el que anda en esa divina presencia no peca, antes es perfecto. ¡Dichosas las almas quienes se im-
ponen todos los días, por, lo menos una hora de soledad con Dios! hay en su frente más suavidad,
más calma en su corazón, y su palabra está impregnada de bondad, como esas brisas que al pasar
a través de las flores, están impregnadas de perfumes.
El mundo se burla cuando lee en un libro la palabra ‘Meditación’ ¡Pobre mundo! ¡Si supiera las
dulzuras que hay en esa hora de conversación con Dios! ¡Cuán inefables dulzuras hay escondidas en
el olvido de sí mismo y en el buscar la oración a solas con Dios! Es la oración un rocío embalsama-
do; mas para aspirar su perfume es necesario orar con el alma pura. Es la oración una elevación del
alma al cielo, les basta el conocimiento de lo que, es Dios y de lo que son ustedes para conservarse
en la más profunda humildad.
La oración trae el amor y la vida, porque el que no tiene amor, no tiene vida, como bien dijo mí
Apóstol Juan. Si no es amando, ¿quién podrá luchar contra las tentaciones? El amor robustece y
la oración hace valiente al alma contra los enemigos. A un alma que constantemente ora, Satanás
le teme porque siempre sale él derrotado. ¡Orar amando!... ¡qué hermoso remedio para no caer en
los lazos del Maligno! ¡Orar y amar! que eficaz repulsivo para las tentaciones! Siempre en guardia el
alma, ¿cómo ha de ser vencida? Dios siempre atiende al grito del amor y de la confianza; jamás los
que esperan en Él son confundidos para siempre.
¿Y qué diré del recurso a María en las tentaciones, a esa Celestial Purísima y Compasiva Madre?...
Que jamás se ha oído decir que alguno que recurriese a su patrocinio haya sido desamparado en sus
necesidades. Esa Virgen amabilísima, ese auxilio de los cristianos, esa Consoladora de los afligidos,
es su Madre, la Maestra por excelencia de la oración, la que aplastó la cabeza de la infernal serpi-
ente y la que los conducirá al cielo, cuya Puerta ella es. Acudan, pues, a María en las luchas de su
espíritu, en las fatigas del corazón, llenos de Fe y de santa confianza. No teman a su lado, ni a todo
el infierno junto, jamás desfallezcan en el camino de la cruz. Mantengan un corazón invencible,
dispuesto siempre a luchar después de cada tormenta. Que en las obscuridades, discípulo mío, Ella
sea luz y en los dolores tu consuelo. Supliquen a menudo: “¡Oh Padre que estas en los cielos! por
esta Inmaculada Madre de tu Hijo Jesús y Madre Nuestra, no nos dejes caer jamás en la tentación”.
Así sea.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Dios. Ésta última petición a Nuestro Padre del Cielo es, pues, la misma de la última Cena cuando
Jesús, en (Jn 17), suplicaba por nosotros: “Padre, no te pido que los retires del mundo, sino que los
guardes del Maligno”. La palabra diablo viene del griego “dia-bolos”, que quiere decir: “lanzarse
a través”. Es diablo, pues, aquel que “se atraviesa” en los amorosos planes de salvación que Dios
quiere cumplir en Cristo.
b) “El mundo entero yace en poder del Maligno” escribe San Juan en su primera carta 5. Y en Juan
8 y Apocalipsis 12, nos advierte que “Satanás es homicida desde el principio, mentiroso y padre de
la mentira”, y “el seductor del mundo entero”. Pero “sabemos, escribe el mismo Apóstol en su pri-
mera carta 5, que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino, que el Engendrado de Dios, es decir
Jesús, le guarda y el maligno no llega a tocarlo”.
b) SAN FRANCISCO DE ASÍS, un día en que hacía oración en el monte Alvernia, vio en espíritu el
cielo, y exclamó: « ¡Oh Señor! ¡Cuán grande es la hermosura de tu casa, y qué poco supone renun-
ciar a los deleites de este mundo, para alcanzar dicha tan grande! Vio después un abismo sin fondo,
en el que se arremolinaban los réprobos, dando gritos de rabia y desesperación. Después exclamó
“Estoy entre el cielo y el infierno. ¡Líbrame, Dios mío, del más grande de los males, que es estar
separado de Vos Eternamente!”
c) SAN JUAN BOSCO decía frecuentemente a los jóvenes que había salvado de la calle: « ¡Mis hi-
jitos! Es hora de recreo y os permito, mejor; os recomiendo que estéis alegres, lo más que podáis.
Jugad, cantad, gritad, saltad, romped, haced todas las diabluras que queráis, Don Bosco es el más
grande bonachón que existe en el mundo y todo os lo perdonará, pero no cometáis pecado, no deis
escándalos, porque entonces será inexorable Vuestro Padre Celestial».
Capitaneado por Satanás un número innumerable de demonios recorre la tierra y está al lado de
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Cenáculos del rosario
los hombres, los seducen, los arrastran al mal, les impiden el bien y siembran por doquier, la ruina.
Grande es el poder de Satanás; pero es infinitamente inferior al de Dios. En ti está, discípulo mío,
vencer el Mal; pero es imprescindible que ruegues al Padre que sostenga tu debilidad, de modo que
no puedan ser llevados a la tentación por el maligno.
Esto es lo que imploran con la última petición del Padre Nuestro: “Líbranos del mal”: Que el Padre
vele por ti y por todos los hombres. Que estos lo reconozcan como Dueño y Señor de todas las co-
sas y, por consiguiente, como su Dominador. Que les dé Dios la fuerza necesaria para saber resistir
a la tentación. Sin su ayuda sucumbirían a la tentación, pues ella es astuta y fuerte, y ustedes in-
genuos y débiles. Mas la luz del Padre los ilumina, el Poder del Padre los fortifica, el Amor del Padre
los protege; con lo que el Mal retrocede y ustedes quedan liberados del demonio, el sembrador del
pecado y del mal”. Así sea.
Y desde entonces María posee la omnipotencia suplicante sobre el corazón de Dios, y la emplea
generosamente para socorrer a sus hijos. En los días de desolación y de desconcierto, Ella debió
haber sido la única esperanza, la fuerza y el consuelo de los Apóstoles, que animados por esta bon-
dad tan eficaz de Madre, se agruparon en torno a Ella. Hechos 14, nos relata: Todos ellos persev-
eraban en oración con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de
Jesús, y de sus hermanos”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
misericordia! Este es el poema de la humanidad abrumada por el pecado, obligada al llanto, al dolor
y a la muerte, que, a pesar de todo, mira a María, vida y dulzura y esperanza nuestra, y le pide en
la última estrofa, que es un latido de fe invicta y luminosa: Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu
vientre, clemente, piadosa y dulce Virgen María”.
El corazón de una madre capta rasgos, indicios o sentimientos que aún pueden levantar y dignificar
a su desgraciado hijo; y con la sola fuerza de su ternura, ella será capaz de reanimar esos sentimien-
tos al parecer extinguidos, resucitar un corazón que todos daban por muerto, o enderezar una con-
ciencia que el pecado y la pasiones torcieron. Pregúntenle sobre esto a San Agustín, díganle que les
cuente lo que puede el corazón compasivo, piadoso y misericordioso de una madre. ¡Que la Mamá
de todas las mamás, vuelva hoy y siempre sus ojos misericordiosos hacia ustedes, los desterrados
hijos de Eva, especialmente a las madres que tan a menudo suspiran gimiendo y llorando, en este
valle de lágrimas!
¿Por qué es tan misericordiosa María?... ¡Porque tiene la condición de verdadera madre! Ya puede
un hijo ser un desgraciado, ya puede estar plagado de miserias físicas o morales, ya puede ser todo
un desecho que inspire a los demás más bien repulsión y asco,... pero el corazón de madre sentirá
palpitar sus entrañas con un nuevo cariño, con el más fresco y encendido amor, cuanto más desgra-
cias y miserias vea en su hijo.
Sucedió en un pequeño Santuario de la Virgen en la cumbre de una montaña. En el centro del altar
mayor se destacaba la figura menuda y graciosa de la Virgen, patrona de aquella región española.
Muy alta estaba la cumbre, y muy temprano debían emprender su peregrinación los romeros para
asistir a la misa mayor de la fiesta. Las escaleras que daban acceso a la iglesia se prolongaban, en
brusco recodo hacia abajo, hasta la boca de una gruta donde la piadosa tradición señalaba la apa-
rición de la Señora.
En la gruta sólo había unas ofrendas en las paredes, un rústico altar, con una imagen de la Virgen y
una lamparilla colgada del techo.
Era el día de la fiesta; y daba gloria ver estas laderas llenas de peregrinos que subían a cumplir sus
promesas y rezar de cerca a la Virgen. Entre ellos iba un ciego acompañado de su lazarillo, que vino
atraído como tantos por la fama de los milagros.
El pobre nunca había visto la luz, ni sabía lo que era el día ni la noche. Subió poco a poco esa cuesta
y entró por esa puerta. Dicen que, al entrar, se detuvo de pronto y alzó la cabeza, como si de lo alto
le hubieran llamado por su nombre. Llegó al altar mayor y se arrodilló al mismo tiempo que cantaba
el pueblo la Salve.
Entonces sucedió el milagro. Cuando llegó el canto a aquello de “Vuelve a nosotros tus ojos miseri-
cordiosos”, el ciego abrió los brazos y lanzó un grito horrible. En sus ojos se había hecho de día, y
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Cenáculos del rosario
lo primero que vio fueron los ojos de la Virgen, que le miraba con misericordia. Se apiñó el pueblo
alrededor del ciego, que después de dar gracias, salió a la puerta dando saltos de gozo; y cuando
se paró a contemplar por primera vez esas montañas, ese río, esos caseríos blancos, ese cielo y ese
sol, el pobre pareció que iba a enloquecer de júbilo. Era de verdad un espectáculo sublime para
cualquier alma que siente la belleza. ¡Qué debía sentir él que lo contemplaba por primera vez! Es-
tuvo largo rato sin decir nada, clavando sus ojos vírgenes en la lejanía. Después bajó esas escaleras
dando saltos y gritos como un niño y entró en la gruta. Allí besó el suelo y se quedó mirando, como
en éxtasis, a la Virgencita buena.
Salió después, pero en el mismo dintel de la gruta se detuvo, como fulminado por algún pens-
amiento trascendental; inclinó la cabeza y se volvió a arrodillar en la grada del altarcito y en sus
pupilas se asomó un brillo extraño de profunda emoción. La gente seguía con curiosidad sus movi-
mientos. ¡Entonces tuvo lugar una escena increíble!
Con los brazos extendidos y mirando con fijeza a la imagen, como si quisiera grabar para siempre
en la retina las líneas de su figura, dijo en alta voz que le temblaba: “Señora, si en los años que me
quedan de vida sabes Tú que he de pecar con estos ojos que Tú llenaste de alegría, si por tener luz en
ellos puedo ofenderte y poner lágrimas en los tuyos, quítame desde ahora esta luz que es mi vida y
mi encanto, y déjame ciego otra vez”.
Ocultó después su cara entre la manos, como esperando una decisión de los cielos, y, cuando le-
vantó la cabeza, ya no pudo ver nada. Estaba ciego otra vez. Se hizo silencio de angustia y de asom-
bro en la gruta. Tan profunda era, que se pudo percibir la voz del ciego, que rezaba así: “Gracias,
Señora. Me separo de Ti, ciego, como ciego vine hasta Ti. Pero te he visto, y ya nada en mis ojos
muertos podrá borrar tu figura. Ya no iré solo por el mundo. Llevo en mi triste noche la estrella de
tus ojos, que yo vi en el trance más hermoso de mi vida. Sean ellos mi luz y mi compañía hasta el
día en que te vea sin sombras en el cielo”. Después bajó por la ladera, guiado por el lazarillo, y se
perdieron sus pasos por esos mundos de Dios.
Y la historia añade que murió como un santo, una noche, a la puerta de una ermita como ésa, y que
sus últimas palabras fueron: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos”. Así sea.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
tuvo que dejar su querida casa, sino que iba con el constante miedo de que Herodes pudiera des-
cubrir en dónde se escondía el niño Jesús; y, por fin, cuando, obedeciendo las últimas palabras de
Jesús en la cruz: “Madre, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19.20), aceptó una nueva, más larga, más universal,
y más dolorosa maternidad: la de ser madre espiritual de cada uno de nosotros. Lo que implica que
hasta que no sea salvado el último hombre al final de los tiempos, su corazón de Madre no tendrá
descanso, sino que sufrirá por cada uno de nosotros, las “ansias de dolores de parto” (Apocalipsis
12. 2) en su misión afanosa de darnos a luz para el Cielo.
¿Alude la Biblia a la angustia actual de María?: En Génesis 3. 14, oigamos como Dios maldice a la
Serpiente y profetiza: “Enemistad pondré entre ti y la Mujer. ¿No van lucha y enemistad acom-
pañadas de dolor y sufrimiento?... Y, en el capítulo 12 del Apocalipsis, reaparece la misma mujer
luchando contra Satanás: “La mujer está encinta y grita con los dolores de parto y con el tormento
de dar a luz” (Ap 12. 2).
Ese “tormento de dar a luz” significa los dolores de parto con los cuales María da nacimiento, como
Madre espiritual, es decir: Madre de Jesús en nosotros, al Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, de la
cual es la Madre Dolorosa.
¿Comprenderán los hombres el arcano lenguaje de aquellas lágrimas? ¡Oh, las lágrimas de María!:
Eran sobre el Gólgota, lágrimas de compasión por su Jesús y de tristeza por los pecados del mun-
do, ¿Llora todavía por las renovadas llagas producidas en el Cuerpo Místico de Cristo? ¿O llora por
tantos hijos en quienes el error y la culpa han apagado la vida de la gracia y ofenden gravemente a
la Majestad Divina?”.
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Cenáculos del rosario
Los años de su vida conmigo en la humilde casita de Nazaret, en donde la Sagrada Familia a duras
penas se mantenía con el trabajo manual de San José y el mío, no carecían, por cierto, de esos af-
anes y privaciones, que son el pan cotidiano de una familia, pobre como la nuestra y pendiente de
un salario diario. Pero, en medio de todas esas estrecheces, y sostenida por su constante oración y
la práctica de la caridad, mi dulce Mamá era como un rayo de sol que difundía tranquilidad y paz.
Con su sonrisa, llena de bondad, alentaba a cualquiera que tuviese necesidad de ayuda. La mayor
parte de la noche, la pasaba en oración; y su alegría más grande era cuando toda la familia se unía
en plegaria. Así, con mucha sencillez, con el ejercicio de la fe y con los sacrificios de cada día, se
preparaba para seguirme en la vida pública, iniciada por un milagro operado por su intercesión en
Caná. Preludio, según parecía, de honores y triunfos; pero, ¡fue todo lo contrario! Se convirtió en la
Madre de mil dolores: de las burlas, de la creciente hostilidad y, por fin de mi condena a muerte y
mi terrible crucifixión; terrible para su corazón tan sensible y amoroso que, sin gracia especial, no
hubiera sobrevivido a tantos tormentos.
¡Y cómo se angustia Ella ahora por ustedes! San Epifanio llama justamente a María: “La de muchos
ojos”; porque de continuo mira y atiende al remedio de todos los desdichados que viven en este
valle de lágrimas. Tanta, en efecto, es su misericordia con ustedes, pobres pecadores, y tanto el
cuidado con que atiende el alivio y remedio de sus males, que no parece que tiene en el Cielo otro
empleo ni otra solicitud que ésta; y como la mayor miseria es la de los pecadores, sin descanso
ruega por ustedes. Porque les ama y les quiere ver un día consigo en el paraíso, cada hijo suyo que
se pierde para siempre, es un agudísimo golpe de puñal en su tierno Corazón. En lo íntimo de su
corazón de Madre, Ella ofrece de continuo sus lágrimas, unidas a mi Sangre, por la redención del
mundo. Y el Padre del Cielo escucha sus suspiros, recoge sus lágrimas, atiende a sus oraciones y
abre las fuentes de la Misericordia, conmovido por los ruegos de tal Madre.
Queridos discípulos del Cenáculo, ¿Queréis ayudar a mi Madre, en esa gran Obra de la salvación
de las almas? ¿Queréis consolar sus lágrimas? ¿Queréis hacer llorar sus ojos inocentes y tiernos de
intenso alegría y consuelo? Recojan, entonces, las gotas de Sangre que brotan continuamente de
mi Corazón, y las lágrimas que manan de los ojos de María Santísima; y ofrézcanlas continuamente
al Padre suplicándole: “¡Padre, por la Sangre de Jesús, por las Lágrimas de María, salvad las almas;
especialmente las más necesitadas de la divina Misericordia!” Así sea.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
¿Por qué, en el Ave María decimos, como si María no estuviera ya salva en el Cielo: “Dios te salve
María”?... Estas palabras no se encuentran en la Biblia; sino que el Evangelio griego de San Lucas
pone en labios del Arcángel Gabriel la palabra griega: “Chaire”; que era la manera de saludar de
los griegos, y que significa, literalmente: “Alégrate”. San Jerónimo, luego, al traducirse la Biblia en
latín, tradujo el “Chaire” griego con el latín “Ave”; que era el acostumbrado saludo de los romanos,
mientras que los franceses, los holandeses y los alemanes rezan: “Yo te saludo María”; que es una
traducción más exacta que la española.
¿Cuáles fueron las palabras, en arameo, que realmente pronunció el Ángel a María? Lo ignoramos,
pero sabemos que en esa lengua el saludo era “Shalom”, es decir: “Paz”. Es probable, por tanto,
que el Ángel dijo sencillamente a María: “Paz contigo”. Lo que quedó claro es que no tiene senti-
do, como hacen los protestantes, ironizar sobre las palabras “Dios te salve María”; porque sencil-
lamente no se encuentran en el Evangelio; sino que se escogieron, como tradición española del
“Chaire” griego, en una época, ya remota, en que el saludo entre los españoles era: “Dios te salve”.
El Papa Pablo VI compara el Rosario con la Liturgia explicando: “Los dos tienen por objeto los mis-
mos acontecimientos salvíficos llevados a cabo por Cristo. La liturgia hace presentes los misterios
más grandes de nuestra redención; el Rosario, a su vez, con el piadoso afecto de la contemplación,
vuelve a evocar los mismos misterios en la mente de quien ora y estimula su voluntad a sacar de
ellos normas de vida”. El Papa San Juan Pablo II, a su vez, enseña: “Tanto el rezo DEL ÁNGELUS
como el del Rosario deben ser para todo cristiano y aún más, para las familias cristianas, como un
oasis espiritual en el curso de la jornada, para tomar valor y confianza. Conservad celosamente ese
tierno y confiado amor a la Virgen. No lo dejéis nunca enfriar” (San Juan Pablo II).
El Corazón de mi Madre llora por esta pobre humanidad que sufre bajo el aliento devastador del
enemigo de las almas que gimen, porque ya no encuentran a su Dios; llora por la podredumbre que
se extiende en pleno día y que destroza el alma de muchos; llora por tantos hijos suyos que han
torcido sus conciencias, destruido su ser interior de hombres, huyendo a los ilusorios mundos del
alcohol y de la droga, en efímeras relaciones sexuales, sin compromiso matrimonial o familiar, en la
indiferencia, en la búsqueda de placeres y la negación a Dios de los hijos.
Y ¡Cuántos inocentes pagan en su cuerpo y en su alma estas calamidades que ellos no han deseado,
pero que les han sido impuesto la maldad de sus hermanos; maldad que atrae los castigos del Cielo!
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Cenáculos del rosario
Pobres hijos de mi Sangre y de las lágrimas de mi Madre, que no quieren ser salvados. Pero si ust-
edes, a través del Rosario, hacen intervenir a mi Madre, la santísima y siempre inminente Justicia
Divina podrá ser apaciguada.
Porque a través del Rosario María ofrece al Padre Mi Sangre y sus propias lágrimas diciendo: “¡Pa-
dre, por la Sangre de Jesús, por mis lágrimas, salvad las almas!”. Créanme, hijos míos, si el mundo
está actualmente en crisis, es precisamente porque mi Madre no es suficientemente invocada y
su poder apenas liberado por medio del Rosario. Por eso, les repito y les suplico: recen a diario el
Rosario; es un favor que deben ustedes hacerse a ustedes mismos.
¿No es mi Madre la que debe vencer a Satanás? ¿No les ha dicho, Ella que deben hacer penitencia?
¿Es esto lo que hacen?...
El Rosario tiene la ventaja de que puede rezarse en cualquier parte: En la Iglesia, en la calle, en
el bus, solo o en familia; esperando en la sala de visita del médico, o mientras se hace fila. Nadie
puede decir con sinceridad que no encuentra tiempo para rezar esa oración tan querida y recomen-
dada por la Iglesia.
En el día de su muerte, Yo les mostraré las consecuencias de haberlo rezado con devoción, o quizás,
con algunas inevitables distracciones: los desastres que se evitaron por la especial intercesión de la
Virgen; las ayudas a personas queridas, conversiones, gracias ordinarias y extraordinarias que así
han conseguido; y los muchos que se beneficiaron de esta su oración y a quienes sólo en el Cielo
conocerán.
Que sea el Rosario la última plegaria en tu lecho de muerte, las últimas palabras que balbuceen tus
ya temblorosos labios, como lo fue para santa Bernardita Soubirous, la vidente de Lourdes: Hizo la
señal de la Cruz como solo ella sabía hacerlo, y luego recitó claramente las últimas palabras del Ave
María: “Santa María, Madre de Dios”, pero, en vez de decir, “ruega por nosotros”, ella imploró, “rue-
ga por mí, pobre pecadora, pobre pecadora” y acabó “ahora y en la hora de mi muerte”. Después
de estas supremas palabras un sofoco le cortó del todo la respiración”. Así sea.
247
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“Santa María” se explica porque santas son la personas consagradas a Dios (Lev 20,26): “Quien
tocare algo santo queda santificado” (Ex 29,37; 30,29) (Lev 6,18-27), y Ella fue la primera en tocar
a Dios mismo “en su vientre” (Lc 2,7), envolviéndolo en pañales (Lc 1,31). Y el “Madre de Dios”
se justifica por Jn 19,26. Y cuando decimos “ruega por nosotros”, recordamos que rogar es: pedir,
suplicar, interceder; y María lo hace en la boda de Caná.
¡Cuán pronto es invadida por la maleza una huerta abandonada! ¡Cómo se marchitan las familias
una vez privadas del oxígeno vital de la oración en común del santo Rosario!
La mayor culpa de esto la tiene la televisión, que tan bruscamente penetró en la intimidad del
hogar, enfermando el alma de todos, cortando su espontaneidad, callando las risas y los cantos, y
quitando el espacio a la oración: Mientras el Santo Rosario les habla del Cielo, la televisión les hace
mirar a la tierra y a todo lo que sobre ella se arrastra; fomentando de este modo hogares en crisis o
desunidos; madres solteras, padres e hijos alcohólicos, drogadictos, homosexuales, abortos, Sida,
delincuencia, abuso de menores.
Tal desbarajuste y caos tienen a la sociedad sin saber qué hacer, pidiendo a gritos un milagro, un
remedio para poner fin a sus males. Pero, ¿no les prometió la Virgen de Fátima “¡Paz!”; a condición
de que rezaren el Rosario; esta devoción tan poderosa y tan acomodada a todas las edades, a cual-
quier estado de ánimo, y a todo nivel de santidad?
248
Cenáculos del rosario
Sólo así se fomenta el respeto a la autoridad, sin el cual no hay sociedad ordenada y democrática. Y
sólo así se adquirirán y se arraigarán profundamente las tradiciones y costumbres, que son el alma
de cada pueblo. No cabe hogar feliz sin sacrificio; pero es Dios el que motiva, alienta y recompensa
ese sacrificio. Desintegrándose la familia todo se viene abajo.
La verdadera sustancia del Rosario bien meditado está constituida por un triple elemento, que da a
la expresión vocal unidad y reflexión, descubriendo en vivaz sucesión, episodios que asocian la vida
de Jesús y de María, con referencia a las varias condiciones de las almas orantes y a las aspiraciones
de la Iglesia Universal. Por toda decena de Avemarías he aquí un cuadro bíblico, y para todo cuadro
un triple acento, que es al mismo tiempo, contemplación mística, reflexión íntima e intención pi-
adosa. Ante todo, contemplación pura, luminosa, intensa, de cada misterio, es decir, de aquella
verdad de la fe que nos habla de la misión redentora de Jesús. Contemplando, nos encontramos en
una comunicación íntima de pensamiento y de sentimiento con la doctrina y la vida de Jesús, hijo
de Dios y de María, venido sobre la tierra para redimir, instruir y santificar en el silencio de la vida
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
oculta, hecha de plegaria y de trabajo; en los dolores de su santa pasión; en el triunfo de la resur-
rección; en la gloria de los cielos donde se siente siempre en disposición de asistir y de edificar con
el Espíritu Santo la Iglesia por Él fundada, que progresa en su camino a través de los siglos” ( Papa
San Juan XXIII).
¡Cuán lejos del camino de la verdad andan, por tanto, aquellos que desprecian como fastidiosa la
plegaria del Rosario por la constante repetición de las mismas preces, y que por esto creen que es
práctica de niños y gente sencilla! Yo les pregunto: ¿Cuál enamorado se cansa de repetir a su amada
siempre las mismas palabras? ¡Bendita monotonía de Avemarías que purifica y repara la monotonía
de los pecados! La piedad, en efecto, lo mismo que el amor, no se cansa de repetir con frecuencia las
mismas palabras; y el fuego de la caridad que las inflama hace que siempre contengan algo nuevo.
El rezo provechoso del Rosario tiene, sin embargo dos secretos que es preciso conocer y aplicar:
que el ritmo sea tranquilo y que la persona que reza el rosario se entrega a la meditación de los
misterios del Señor. Sin observar estas dos reglas, el Rosario se convierte en un cuerpo sin alma, y
su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición.
250
Cenáculos del rosario
con la salutación angélica, enlazada con la oración dominical y unida con la meditación de los mis-
terios, es, en efecto, uno de los modos más fructuosos para orar y alcanzar el Cielo. Los que meno-
sprecian el Rosario por su sencillez que mediten la advertencia de San Luis de Montfort: “¿Quieres
llegar a un alto grado de oración sin caer en las ilusiones del demonio tan frecuentes en las personas
de oración espontánea?... ¡Reza diariamente el Rosario! Porque es muy peligroso, por no decir per-
nicioso, abandonar voluntariamente el rezo del Rosario bajo pretexto de una unión más perfecta
con Dios”.
Entregarse al Rosario significa, ir más allá de lo pronunciado por los labios; sumergirse dentro del
misterio contemplado y dejarse empapar totalmente por los grandes acontecimientos de la fe que,
gracias al Rosario, desfilan ante nuestros ojos extasiados.
Rezar el Rosario es encender la pantalla de un televisor; de repente, aparecen escenas palpitantes
de vida y colorido: las escenas de la vida de Jesús y María, que deben esforzarse en reconstruir,
mental y visualmente, mediante el uso adecuado de su fantasía. ¡Cuántas veces no abusan ustedes
de la fantasía – la “loca de la casa” como decía Santa Teresa de Ávila- para deleitarse en cosas
frívolas o pecaminosas! Usen, al contrario, esa preciosa facultad, para ir evocando los colores, los
perfumes y sonidos de los escenarios bíblicos a fin de que esos hermosos ejemplos de humildad,
de espíritu de pobreza, de mansedumbre, de sacrificio, de entrega y de valor frente a la Cruz, de
capacidad de perdón, de docilidad y de ternura para con Dios, revivan en ustedes y se sientan parte
de ellos.
El 25 de Marzo Bernardita pide a la visión que le diga quien es. Entonces oye esta singular respues-
ta: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. El 16 de Julio, en la fiesta de la Virgen del Carmen, la vio por
última vez y la Virgen le sonrió mostrándose más hermosa que nunca.
Aquella gruta es ahora la más famosa del mundo después de la de Belén. La pequeña aldea es hoy
un lugar de peregrinaciones incesante; acuden las gentes en masa, hasta cinco millones al año; se
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
han construido en torno a la gruta no sólo una capilla como pidió la Virgen, sino cuatro grandes
templos y una importante Basílica. Es la ciudad de los milagros, con curaciones científicamente
controladas por un Centro Médico Internacional; se han dado allá grandes conversiones de perso-
nas mundialmente famosas; han orado en Lourdes: Papas, santos y pecadores. Y la pobre y humil-
de Bernardita es ahora Santa Bernardita de Lourdes.
En primer lugar, consideremos el tremendo encargo recibido por María al pie de la cruz, donde el
Hijo moribundo la hizo Madre espiritual de cada uno de nosotros: “Madre, ahí tienes a tu hijo!” (Jn
1926) Y preguntémonos: ¿Qué madre sería María si nunca hablara, nunca se acercara, jamás se
apareciera a sus hijos expuestos a tan graves peligros en su peregrinar terrenal?
En segundo lugar, ¿acaso no están tanto en el Antiguo como el Nuevo Testamento, los Evange-
lios y los Hechos de los Apóstoles, llenos de visiones y de apariciones? ¿No apareció Jesús a Sau-
lo en Tarsis? ¿Qué necesidad había para eso? ¿Acaso, no tenía el futuro San Pablo, como los her-
manos de Lázaro, “a Moisés y a los profetas?... Pero, ¿se hubiera convertido Saulo sin esa aparición
fulminante? Y, sin Fátima, sin Lourdes, ¿tendríamos un mundo más cristiano? ¡Ciertamente no!
¿Por qué no deberían darse apariciones en “estos últimos tiempos cuando muchos desertarían de la
fe”, como profetizó San Pablo en (1 Tim 41)y cuando más que nunca “el diablo, como león rugiente,
anda buscando a quién devorar” (1 Pe 5,8)? Que callen, pues, los argumentos humanos, alérgicos a
las apariciones de María, siendo Dios libre de manifestarse cómo y donde quiera.
Todas ellas reconocidas como auténticas por la Iglesia, y sus prácticas y devociones no sólo permit-
idas, sino constantemente alabadas y expresamente recomendadas por el Magisterio. ¿No estaba
profetizado por San Luis Grignion de Montfort, el único santo citado por el Papa Juan Pablo II en
su encíclica mariana “MADRE DEL REDENTOR”, que “una ERA DE MARIA precederá a la segunda
venida de nuestro Señor Jesucristo”?
Y ¿no explicó el Papa Sn. Juan Pablo II, el 26 de Julio de 1987?: “Las apariciones de María Santísima
en Fátima, comprobadas por signos extraordinarios, en 1917, forman un punto de referencia y de
irradiación para nuestro siglo. María, nuestra Madre Celestial, vino para sacudir las conciencias...
¡Escuchemos la voz de la Madre del Cielo! ¡Que la escuche toda la Iglesia! ¡Que la escuche la hu-
manidad entera!” ¡Que nos baste esta conmovedora e insistente súplica de Juan Pablo II, para se-
guir creyendo en las apariciones de nuestra amorosa y preocupada Madre del Cielo!
El teólogo moderno Hans Urs Von Balthasar, en una apasionada defensa que hizo en 1983 de las
manifestaciones extraordinarias de María. Dice así:
“Como sierva del Señor, Ella está disponible en favor de los cristianos, para demostrarles cómo es
la Iglesia en realidad, o como debería ser.
252
Cenáculos del rosario
Exactamente porque Ella es la humilde perfecta, no vacila en aparecer con un Rosario en la mano,
presentándose como la intermediaria ante su Hijo.
Todo en Ella es gracia: ¿Por qué pues, habría de dudar de presentarse al mundo, no para que se le
admire a Ella, sino para que se manifieste el poder de Dios y el poder de su Hijo?”
Esta joven, además de muy pobre, era enfermiza de la penosa enfermedad del asma. Pero Dios le
había dado un tesoro muy grande: Un corazón adornado de las más bellas cualidades y nobles vir-
tudes cristianas: Inocencia, sencillez, amabilidad, bondad, caridad y dulzura, a pesar de sus rasgos
externos rústicos.
Su alma permanecía en la integridad de la inocencia bautismal; sentía horror a la maldad, sufriendo
mucho cuando en su presencia se cometía alguna falta.
Era el día 11 de Febrero de 1858. En medio de una luz deslumbradora como el sol, pero dulce y
apacible, como todo lo celestial, una Señora prodigiosamente bella se dejó ver por Bernardita.
Parecía una preciosa estatua en todo el vigor y frescura de la juventud. Vestía traje blanco, con
una faja flotante de color azul; largo velo blanco caía hasta la tierra, envolviendo todo su cuerpo.
Los pies descalzos parecían asentarse sobre el rosal silvestre que estaba delante de la gruta. Dos
rosas brillantes de color de oro cubrían los pies de la Virgen; juntas sus blanquísimas manos ante el
pecho, ofrecían la actitud de una oración fervorosa; y tenía entre sus dedos un largo Rosario blanco
de cuyo extremo colgaba una hermosa cruz de oro.
Todo en la celestial Señora irradiaba felicidad, majestad, inocencia, bondad, dulzura, paz; la frente
lisa y serena, los ojos de un azul celeste llenos de encanto tal que hacían fundir de emoción el cora-
zón de Bernardita quien se frotaba los ojos, buscando en el bolsillo su Rosario y haciendo, como
para defenderse, la señal de la cruz, pero su mano quedó paralizada.
Una vaga inquietud se apoderó de su corazón. Mas en este momento la Señora, tomando con la
mano derecha la cruz del Rosario, hizo la señal de la cruz y con una sonrisa parecía decirle a Bernar-
dita: “Haz como hago yo”. Al imitarla, su brazo antes paralizado, quedó libre.
La misteriosa Señora juntó otra vez sus manos y empezó a pasar entre sus dedos las cuentas del
Rosario. Entonces Bernardita comenzó a rezar el suyo, mirando constantemente a la Señora.
Al fin la Señora, con ademán bondadoso, le hizo señas con el dedo para que se acercara, extendió
el brazo, se inclinó dulcemente y sonrió como despidiéndose de Bernardita... Esta siguió mirando
hacia el interior de la roca pero la Celestial visión había desaparecido.
253
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Tan bella era la Virgen en sus milagrosas apariciones, que nada comparable pudo la vista de Bernar-
dita jamás encontrar en el mundo.
Su Celestial Madre le enseña con esto que han de trabajar intensamente para conquistar la ver-
dadera belleza, que es la divina gracia, a fin de que el Cielo pueda contemplarles con agrado. La
verdadera belleza es la del alma. En ella Dios encuentra, con encanto, mi presencia de Hijo Bien
amado, que atrae las miradas complacidas de todos los habitantes del cielo.
El ropaje blanco, tan puro y tan delicado de la Purísima les enseña de qué pureza tan perfecta ha de
estar revestida su alma delante de Dios, porque cualquier pecado mancha su blanco ropaje. Quiso
bajar del Cielo la Inmaculada para hacer de ustedes, sus hijos, su Cielo aquí abajo. ¡Que se refleje
en ustedes la luz y el perfume de mi Madre! ¡Que atraídas por el candor de su pureza muchas almas
descubran la fuente de la verdadera paz y alegría, y difundan también ustedes el buen olor de Cris-
to, el divino perfume del Evangelio!
Finalmente, consideren como la Inmaculada Virgen tenía siempre las manos juntas, como en fervi-
ente oración, llevando ya en sus preciosas manos el hermoso Rosario.
Quiso así su Madre Espiritual recordarles que es preciso orar siempre. La oración debe ser el ali-
mento constante y la respiración de sus almas, porque la pureza, el fervor, la santidad, las virtudes
todas, son flores que sólo se abren, acariciadas largamente por el sol de la oración.
¿Quieren gozar un día y para siempre de lo que Bernardita pudo contemplar por unos momentos
en la tierra: de la más hermosa, de la más dulce e indescriptible sonrisa que existe, la de la Madre
Celestial?
Entonces, mediten las lecciones que les dan sus apariciones e imiten más generosamente su vida
y sus virtudes”. Así sea.
254
Cenáculos del rosario
hasta Ti mi grito; no te ocultes lejos de mi rostro. Pues mis días en humo se disipan, mis brazos
arden lo mismo que un brasero, trillado como la paja mi corazón se seca, y me olvido de comer mi
pan; ante la voz de mis sollozos, mi piel a mis huesos se ha pegado” (Salmo 102).
Pero el Salmo 77 plantea una esperanza cuando pregunta: “¿Acaso por los siglos nos desechará el
Señor, no volverá a ser propicio? ¿Se ha agotado para siempre su amor? ¿Se acabó la Palabra por
todas las edades? ¿Se habrá olvidado Dios de ser clemente o habrá cerrado de ira sus entrañas?”
Y la respuesta es ¡No! Porque el Señor ha preparado una MUJER, cuyo Sí generoso, total y fiel,
reparó y aniquiló el No de Eva. Dios “volvió a acordarse de la misericordia prometida a Abraham y
su descendencia” (Lc 1, 52), y entreabrió de par en par “las entrañas de su misericordia” (Lc 1, 77)
cuando una mujer abrió su seno purísimo a la acción fecundadora del Espíritu Santo, y la Palabra
de Dios, lejos de “haberse agotado”, “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14)... ; ¡Esa mujer
es María!, por lo cual con sobradísima razón es aclamada: “CONSUELO DE LOS AFLIGIDOS”, ya
que nos trajo el mayor consuelo que Dios haya jamás regalado a la humanidad: ¡SU PROPIO HIJO!
Los Evangelios nos contestan, además, esta pregunta no con palabras, sino con hechos: ¿Quién
meció a Jesús en su cuna? ¿Quién secó sus lágrimas? ¿Quién lo llevó en sus brazos hacia Egipto?
¿Quién lo cuidó amorosamente por treinta años? ¿A quién acudieron los esposos de Caná para salir
de su gran apuro? ¿Quién consoló al Hijo en la calle de la Amargura? ¿Quién recibió su última mi-
rada? ¿Y quién lo cogió ya frío de muerte, nuevamente en sus brazos? ¿Con quién se fue a vivir San
Juan? ¿Quién fue el aliento, la guía, el modelo de la Iglesia naciente? ¿A quién acudió Lucas para
que le ayudase a escribir el Evangelio de la infancia?.... ¿Quién, sino la Madre de Jesús y Madre
nuestra¡ ¡Con más que sobrada justicia puede y debe, pues, ser llamada “Consuelo de los afligidos”!
¡Ah! con que Tú digas una sola palabra en mi favor a tu Hijo, Él te escuchará! Pídele, pues, ¡oh
Madre! esta gracia que tanto necesito... Tú sola puedes alcanzármela: Tú eres mi única esperanza,
mi consuelo, mi dulzura, toda mi vida”. Así rezaba, así confiaba un sucesor de San Pedro. ¿Tenemos
nosotros ese filial abandono en los brazos de María?
255
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Cuando estás tristes, cuando te sientes enfermo o solo, cuando te desprecian, ¡cómo echas de
menos la solicitud, la abnegación, la fidelidad, el cariño de una madre!
Discípulo querido, si tienes una madre todavía, ¡qué feliz eres! Pero si ya la perdiste, si llevas en
tu alma ese vacío que nada puede llenar, si caminas ya solo por los senderos de la vida, entonces,
levanta los ojos al cielo y consuélate, porque aunque te falte el calor santo de un hogar y el regazo
dulcísimo de una madre, no eres del todo huérfano: Hay en el Cielo una Madre que te ama, te
acaricia y que siempre cuida tus pasos: ¡Esa Madre es María, el Consuelo de los afligidos! “¡Hay una
Madre que siempre cuida mis pasos!” Es preciso que esta gran verdad se grabe profundamente en
tu alma.
En los momentos angustiosos de la vida sabrás a quien debes acudir: ¡Consuelo de los afligidos,
ruega por nosotros!
María apareció en el brote de tu vida, y su imagen bendita sobre tu cuna y sobre tu corazón presidió
los años benditos de tu primera infancia. Tu mamá de la tierra te enseñó a amar a María, quizás an-
tes de que nacieras, ya te había consagrado a Ella. Y por eso María y la inocencia de la edad primera
parecen confundirse en un mismo recuerdo, en un mismo perfume, en una misma blancura. Vino
luego el día inolvidable de tu Primera Comunión.
¡Qué lazos tan íntimos estrechan estas tres blancuras: La Hostia, la Inmaculada, la del alma inocen-
te! ¡Cuánto se preocupó tu Madre del Cielo para que tu alma fuese aquel día un digno pesebre para
Jesús! Brilló y veló también María en los días entusiastas y borrascosos de tu juventud.
Ella es entonces un ideal de pureza que sostiene, eleva y purifica, con su triple presencia de Madre,
modelo y amiga del joven. ¡Sin María, en cuántas luchas hubieras sucumbido! Y si acaso tuviste la
desgracia de caer, la solicitud de su amor te atrajo al buen camino, y cuando arrepentido fuiste a
buscar el perdón de Jesús, antes que todo, te refugiaste en sus brazos maternales.
Después, en las horas benditas y sufridas en que son llamados a luchar como padres por todos sus
seres queridos, especialmente por aquellos que saben más expuestos a peligros del alma y del cu-
erpo, y que ven con tanta tristeza alejarse de Dios, ¡cuánto consuelo y auxilio encuentran apretando
y desgranando entre sus manos, con frecuencia cargados de preocupaciones y angustias, las ben-
ditas cuentas del Rosario!, lazo que de esta manera les une a todos bajo la protección maternal de
la “Consoladora de los afligidos”.
Y finalmente, cuando pasados los años, empieza a declinar el día efímero de la vida, cuando los
afectos de la tierra son como un árbol al que los vientos del otoño han arrebatado casi todas sus
hojas, María es el grande, el único afecto que no desmaya, la única sonrisa que jamás se apaga, y el
único corazón que jamás olvida, el amor fidelísimo que nunca muere, la esperanza cuya luz crepus-
cular ilumina el sendero por donde se desciende al sepulcro. ¡Quisiera Dios que murieras también
con su Nombre dulcísimo en los labios y que tus ojos se apagaran contemplando su imagen bendi-
ta, la misma que contemplaron cuando se abrieron por primera vez a la luz de este mundo, pero,
esta vez, despertando a la luz de la Vida Eterna!” Así sea.
256
Cenáculos del rosario
¡Vamos, pues a María! A Ella que continúa intercediendo e interviniendo por nosotros, infinitas más
veces de lo que, siquiera, sospechamos. ¿No es Ella la que nos condujo a Jesús? ¿Ella la que no ha
dejado de protegernos a lo largo de nuestra vida, sobre todo cuando estamos siendo tentados o
probados? ¿Ella, la que se consume en el deseo de ofrecernos, el día bendito de nuestra muerte, a
su Hijo Jesús en la luz de la Gloría?; Que nuestros corazones sean, pues, renovados, conmovidos y
abrasados en un inmenso cariño filial hacia esa Madre, la más tierna.
Leemos también en la Biblia, en el Génesis 13,8, que “Abraham dijo a Lot. No haya pleitos entre no-
sotros, porque somos hermanos”. Ahora, si usamos la misma lógica de los protestantes en el caso
de los “hermanos” de Jesús, deberíamos concluir, pues, que Lot y Abraham sean realmente hijos
de una misma madre. ¡Conclusión del todo equivocada! Porque el capítulo del Gn 25 aclara: “Tomó
Abraham consigo a Sara su mujer, y a Lot hijo de su hermano” Resulta pues, que Lot no es herma-
no de Abraham, sino un sobrino, “hijo de su hermano”, ¿Porque entonces, lo llama “hermano”?...
Porque el hebreo y el arameo no disponen, como en nuestras lenguas, de una palabra propia para
indicar la estrecha parentela entre los hijos de una misma madre, sino que “hermano” significaba
cualquier pariente próximo: Un sobrino, un primo, una esposa. Ningún argumento en contra de
la perpetua Virginidad de María puede, por tanto, sacarse del hecho que los Evangelios califiquen
de “hermanos del Señor” a ciertas personas. Esto simplemente significa que tales personas eran
parientes de Jesús.
El mismo Marcos lo confirma, él que había mencionado a Santiago y José entre los supuestos
“hermanos” de Jesús, cuando en otro pasaje de su Evangelio, en Mc 15,40, precisa que esos dos son
hijos de una mujer distinta, esta, aunque lleva el mismo nombre y asistió también a la Crucifixión.
Escribe Marcos: “Entre los que miraban a Jesús estaban María la Magdalena y, María, la madre de
Santiago el menor y de José. San Juan precisa, más todavía, el nombre de esa María, llamándola:
“María de Cleofás, hermana de la madre de Jesús”. En otras palabras: A pesar de ser llamados “her-
manos” de Jesús, José y Santiago no eran sino sus primos: hijos de “María la de Cleofás”, “herma-
na”, es decir, pariente de María Santísima.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Discípulo mío muy querido: Nunca podrás calcular cuánto Yo te amo y hasta qué punto deseo ten-
er un amor correspondido. Tú oyes y lees Mis palabras; pero soy Yo que las hago penetrar en tu
mente y en tu corazón, y te ayudo en llevarlas a la práctica. Yo soy quien lo hago todo.
A Mí me basta tu “sí”, tu deseo del bien, tu voluntad; el resto lo hago Yo. No compliquen su vida.
Un solo pensamiento: Dios. Una sola preocupación: la de cumplir el propio deber de cada día, la
propia misión. Y Yo, Jesús, que te ayudo en todo; te aplano el camino; y si es necesario, te llevo en-
tre Mis brazos. Y que me sacrifico continuamente por ti; ofreciendo al Padre Mi Sangre, Mi Amor,
Mi muerte, y hablándole de ti. Que Te mando mi Espíritu, que es también Él del Padre, para que te
anime, te caliente y te ilumine. ¡Y que te mando a Mi Mamá para que te ayude y te guíe en cualquier
necesidad!
¡Oh Mi Mamá! Si supieras lo que hace por cada criatura, lo que hace por ti. Ninguna mamá es tan
atenta, activa y sabia como Ella; sólo en el Paraíso conocerás todo el alcance de su poder, bondad
y sabiduría.
¿Recuerdas cómo en las bodas de Caná se dio cuenta inmediatamente que faltaba el vino? Yo
también me había dado cuenta, pero nadie más, ni siquiera los dueños de casa, ni los convidados, ni
los esposos. Siempre es así: tú no te das cuenta, pero de hecho, Ella te previene en tus necesidades,
te recompensa por las pequeñas delicadezas que le haces, te reprende también por algún defecto.
Y lo hace con tanta caridad, con tanta afectuosa delicadeza que ni siquiera te das cuenta; pues Ella
respeta tu libertad, tu manera de enfocar las cosas.
Ella se acerca a ti y lo soporta todo. Llora si alguien me ofende a Mí, su Jesús, y repara, repara. ¡Oh,
discípulo mío, no podía hacerte un regalo más grande! ¡No podía darte una Mamá más bella y más
buena! Sé, pues, generoso con Ella; y sé verdaderamente su hijo, o su hija. Lo merece.
Sabía que Mi muerte sería tu salvación y la de todos; por eso aceptó ver traspasado Su Corazón.
Ella, la más inocente y la más tierna de las mamás, aceptó sentirse cómo arrancada de Mi Corazón,
para que mi muerte fuese la vida de los hombres; así cooperó en la redención de todos ustedes.
Discípulo mío, no te amargues por cosa alguna que puede ocurrirte en esta vida. La única cosa que
debe asustarte es que disminuya en ti el amor por mi Mamá.
Porque así como al despuntar la aurora, sabes que se acerca el sol, y según como ella sea, prevés
si el día estará despejado o nublado; así también: Si tú sientes en un alma la verdadera devoción a
María, puedes estar tranquilo.
¡En esta alma está el Sol de la Gracia, estoy Yo! Pero, si ves que llegara a faltar esa devoción, teme
mucho, pues se acumularán sobre esa alma huracanes que destruirán rápidamente toda buena
semilla.
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Cenáculos del rosario
Amen, pues, mucho a María, queridos hijos; Ella proporcionará a su corazón mucha alegría, aún en
esta vida, y les será de gran ayuda para alcanzar el Cielo, adonde fue transportada en alma y cuerpo
para poder comprenderlos mejor y estar más cerca de todos ustedes. Así sea”.
Con estas palabras lejos de querer menospreciar a su Madre María, como pretenden las sectas prot-
estantes Jesús más bien enaltece la auténtica grandiosidad de su Madre; grande, no sólo por los
lazos de sangre que los unían porque “Dio a luz y amamantó” (Lc 11,27) al Hijo de Dios; sino, sobre
todo, porque nadie como Ella, la “Esclava del Señor” (Lc 13), “ha escuchado la palabra de Dios y la
ha puesto en práctica” (Lc 1,12). Ser “madre” de Jesús significa, pues, obedecer a Dios, servirle y
amarle, como supo hacerlo María. Y significa, además, colaborar, como Ella, para que Cristo nazca
y crezca en las almas hasta la estatura adulta. En otras palabras, se nos invita aquí, a ser las “madres
espirituales” de Jesús.
¡Y, por eso, nos es dado también a nosotros el ser “madres de Jesús” y de cooperar en la “restaura-
ción de la vida sobrenatural en las almas”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Aquí estoy, hermanos y hermanas mías: Yo, el Niño Jesús, para recibir el homenaje de sus cora-
zones y de sus oraciones, y aquí estoy para hacer a cada uno un regalo pequeño o grande, en la
medida en que sus corazones lo acojan.
Yo soy el Niño Jesús que guardo en mis manitas cada pétalo de rosas destinado a mi Mamá. Quiero
decirles que cuando ofrecen a mi Mamá las rosas perfumadas del Santo Rosario, Yo me regocijo y
transformó sus oraciones en numerosas gracias.
A ustedes quiero preguntarles: ¿Quieren ser mi madre? ¿Me responden que sí? Deseo tener muchas
madres, deseo que todos sean mi Mamá.
Yo les diré cómo. Hagan por Mí lo que ha hecho mi Santa Madre. ¡Miren a esta criatura del cielo,
humilde y sumisa a la voluntad de Dios! Véanla adaptarse a todas las circunstancias, vencer las difi-
cultades, triunfar sobre los peligros, recibir toda invitación, toda orden, aun venida de las criaturas,
como una voz del Cielo; siempre dispuesta a obedecer al Padre del Cielo y a San José.
Mírenla, humilde, silenciosa, hasta en el dolor, irradiando esa alegría, gracias a la cual la casita de
Nazareth llegaba a ser una fuente de luz y de gozo, aun si faltaba lo necesario.
Mamás, hermanas mías, sean mis Madrecitas, llenas de serenidad.
Recíbanme en su casa y háganme feliz con su alegría y su conformidad en las penas y trabajos de
la vida. Soy Yo que estoy allí bajo el aspecto de su esposo y de sus hijos. Estoy allí para ayudarlos a
bendecir al Señor; para hablarles de mis deseos y de lo que Me aflige. ¿Por qué quieren atormen-
tarse con otras cosas que no son mis aflicciones? Las penas de ustedes Yo las veo.
Es verdad que ustedes también sufren, porque sus seres queridos no siempre son buenos. Pero no
somos Mi Mamá y Yo los que más pueden ayudarles a que sean juiciosos.
Y, aunque les parezca que ustedes para nada sirven, y que sus palabras no lograrán los cambios que
desean, estaré siempre Yo para perdonarles y para obrar aquellos milagros que mi Madre, como en
Caná, me diga que haga. Cambiaré el agua de la frialdad en vino de fervor.
Les liberaré a ustedes y a sus seres queridos de las tentaciones que les hacen caer, ya en el fuego,
ya en el agua, como al joven del Evangelio poseído por el demonio. Yo soy quien obrará por medio
de su amor, de su oración y de su sufrimiento.
Oh mis queridas mamás, denme su amor, estréchenme contra su corazón como lo hacía Mi Mamá.
Y reposaré en sus regazos como en los de Ella.
Acompáñenme, díganme que quieren quedarse conmigo. Pídanme que bendiga a todo el mundo,
que los ayude a todos; y coloquen en primera fila a los enemigos, a los que no los quieren, a los que
los hacen sufrir.
Denme mucho amor, haciendo el bien a los niños que viven con ustedes; acarician sus cabellos
como si fuesen los míos; hablándoles de Mí y ayudan a los que, privados del amor familiar, no ponen
atención a mi Amor.
260
Cenáculos del rosario
Les bendigo. Vivan en Mí y Conmigo. Yo viviré en sus corazones y les ayudaré en todo. Y hoy, por
intermedio de ustedes, bendigo a sus familias. Bendigo a la Iglesia entera y al mundo. Paz a los
hombre de buena voluntad. Que gracias a su oración, una lluvia de rosas espirituales, lleve a la hu-
manidad a su renacimiento”. Así sea.
Jesús anunció que la verdad de su Evangelización seria autentificada por milagros de curación.
La Virgen de Guadalupe continúa esa tarea evangelizadora de su Hijo. Por eso, llena de misericor-
dia, dice: “Allí les escucharé su llanto, su tristeza, para remediar, para curar todas sus diferentes
penas, sus miserias, sus dolores”. Incontables son, en efecto, los milagros realizados por la Virgen
de Guadalupe.
Ya en los días de su aparición se curó de la peste el tío de Juan Diego. Y cuando es llevada en gran
procesión a la primera ermita que le fue construida en trece días después de su aparición, un hom-
bre volvió a la vida.
¡Inexplicable!, que esta manta, raída y remendada, se haya podido conservar ya más de 450 años,
a pesar de que nunca se le ha aplicado un agente preservante, más bien ha estado expuesta al pol-
vo, al calor y a la humedad, sin que se haya desintegrado ni se hayan desteñido sus bellos colores,
a pesar de que la tela está hecha en una fibra de ayate mexicano que se pudre inevitablemente a
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
los veinte años, como ha sucedido con varios reproducciones de la misma. ¡Inexplicable!, exclamó
el alemán Kuhn, premio Nobel de Química, cuando comprobó que los colores de esa pintura de la
Virgen de Guadalupe no eran a minerales, ni vegetales, ni animales. ¡Inexplicable!, exclamaron los
sabios norteamericanos Smith y Callaghan al comprobar que esta pintura carece de pinceladas,
es decir que no fue pintada, sino aplicada directamente con una técnica totalmente desconocida
irrepetible. ¡Inexplicable!, exclama el especialista Tonsman al referir en su conferencia que con su
máquina fotográfica de “digitalización” ha logrado encontrar en las pupilas de la Virgen las imá-
genes de todas las personas que estaban presentes el día de su aparición.
Cuando llegó Juan Diego a presencia del Obispo, éste lo recibió y le respondió: “Otra vez vendrás y
te oiré más despacio”. Juan Diego volvió al Tepeyac, donde la Señora del Cielo le estaba esperando,
se postró humillado y afligido ante ella y le dijo: “Patroncita, Señora, Reina, mi Muchachita, expuse
tu mensaje al Obispo, pero pareció que no lo tuvo por cierto. Por lo cual, mucho te suplico, Reina
mía, que le encargues a algún noble, conocido y respetado, que lleve tu mensaje para que lo crean,
porque yo soy sólo un pobre hombre de campo, indigno de detenerme allá adonde me envías”.
Ella le respondió: “Escucha, el más pequeño de mis hijos, es preciso que seas tú que otra vez vayas
mañana a ver al Obispo y le digas que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios,
soy quien te envía”.
El domingo, volvió Juan Diego donde el Obispo que, esta vez, quedó muy impresionado y quiso
saber todos los detalles.
Sin embargo, luego le dijo: “Pídele a la Señora una señal para que yo tenga la certeza de que a ti
te envía la Reina del Cielo en persona”. Al llegar Juan Diego a la cumbre, se asombró muchísimo
de que hubiesen brotado tantas y exquisitas flores, que despedían un olor suavísimo, como perla
preciosa, llena de rocío nocturno. En este lugar no crecían más que espinas nopales, y además era
pleno invierno en que el hielo todo lo destruye.
Juan Diego, como fuera de sí, comenzó a cortar las flores y las llevó en el hueco de su poncho a la
Señora del Cielo. Ella le dijo: “Hijo mío, ésta es la prueba y señal que llevarás al Obispo para que vea
en ella mi voluntad. En presencia del Obispo extiendas tu poncho, y le enseñas lo que llevas”.
Tan pronto le dio su mandato la Celestial Reina, Juan Diego va al Obispo, y le dice: “Señor, hice lo
que me ordenaste. La Señora del Cielo condescendió. Me despachó a cortar varias flores, y que
dijo que te las trajera y a ti en persona te las diera. Helas aquí: Recíbelas. Desenvolvió su manta y,
al derramarse las flores por el suelo, apareció, misteriosamente pintada en su poncho, la preciosa
imagen de la siempre Virgen Santa María. Vestida con un manto azul, lleno de estrellas, en su rostro
lleno de hermosura y amabilidad, se veía su belleza incomparable y su encanto virginal.
262
Cenáculos del rosario
Ante este increíble prodigio, el Obispo cayó de rodillas, y con llanto le pidió perdón a la Virgen por
haber dudado.
Luego se puso de pie, desató del cuello donde estaba atada la tilma de Juan Diego, en la que quedó
grabada para siempre la imagen y señal de la Reina del Cielo, y la fue a colocar a su oratorio. La ciu-
dad entera se conmovió, y venía a ver y a admirar la devota imagen y a hacerle oración. La devoción
a la Santísima Virgen se propagó como un relámpago no sólo en México, sino en todo el Continente
Latinoamericano, y abrió las puertas de innumerables almas al fluir de Mi Gracia Redentora”. Así
sea.
Mas ha llegado el día en que el Señor exalta a su fidelísima sierva y la levanta a Reina de Cielos y
tierra. ¡Cómo nos anima esto a nosotros, que tenemos que emprender el mismo camino del cielo,
tan arduo y empinado! María nos muestra la meta gloriosa, camina delante de nosotros con su lu-
minoso ejemplo y guía, y ruega por nosotros, para que podamos alcanzarla.
El invierno de la vida es corto, y la primavera será eterna. ¡Animo pues, discípulos del Cenáculo!
Pensando a menudo en el Cielo y en la presencia materna de María a nuestro lado, nuestra cruz se
hace mucho más ligera.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
La muerte, nos aclara San Pablo, vino en castigo del pecado (Ro 5,12 y 6,23). María, única criatura
que después de Adán y Eva nació inmaculada y, además, jamás pecó, no debía, no podía estar su-
jeta a la ley de la corrupción del cuerpo.
La conclusión lógica es, pues, que fue asunta al cielo en alma y cuerpo.
Y SAN VELAR MINO exclama: “¿Y quién, pregunto, podría creer que el arca de la santidad, el domi-
cilio del Verbo, el templo del Espíritu Santo se haya derrumbado? Siente horror mi alma al solo
pensamiento de que aquella carne virginal que engendró a Dios, le dio a luz, le alimentó y le llevó,
haya sido reducida a cenizas o haya sido dada por pasto a los gusanos”.
Desde el Cielo María Asunta nos alienta, nos asiste, nos protege y nos guía.
Asegura San Bernardo: “Un precioso regalo envió al Cielo nuestra tierra hoy... Subiendo a lo alto,
la Virgen bienaventurada otorgará copiosos dones a los hombres. ¿Y cómo no los dará? Ni le falta
poder ni voluntad.
Reina de los Cielos es, misericordiosa es: finalmente, Madre es del Unigénito de Dios.... Subió al
Cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de Misericordia, tratara los nego-
cios de nuestra salvación”.
El CONCILIO VATICANO II nos recuerda como, “asunta al Cielo, María no ha dejado su misión salva-
dora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eter-
na”.
264
Cenáculos del rosario
Otros atacan o ridiculizan la enseñanza del Papa y del Magisterio inmutable de la Iglesia que prohíbe
el uso de los anticonceptivos y de las relaciones prematrimoniales.
Y, ¿quién predica hoy la urgencia y el valor de la penitencia, del ayuno y de la mortificación?
Estos y otros errores se difunden sobre todo, a través de la prensa, aun la de carácter religioso. ¡Qué
necesidad hay hoy de una prensa que difunda las verdades de la fe, con toda claridad y en toda su
integridad! Hijos míos, es necesario que vigilen, oren y permanezcan firmemente fieles al Magiste-
rio auténtico de la Iglesia.
Por esto les invito a escuchar las enseñanzas del Papa y a recitar con frecuencia el Credo como
profesión de su fe católica. Permanecerán así en la verdadera fe, los hijos predilectos de su Madre
Celestial, que es modelo para todos, de cómo creer, custodiar, amar y vivir la Palabra de Dios.
Caminad en la luz de la gracia: Como un terrible cáncer, el pecado contagia cada vez más a las almas
y las conduce a la muerte. Si mirasen con mis ojos, verían cómo se ha extendido esta verdadera
epidemia espiritual, que causa estragos en muchos hijos míos y los hace víctimas del mal. Especial-
mente el pecado de la impureza y de la lujuria está empujando hoy a muchas almas hacia la eterna
perdición.
Es necesario que ustedes se conviertan en instrumentos que Mi Jesús pueda manejar para la cura-
ción de todos los pobres pecadores. Por esto les invito a caminar por las sendas del amor y de la
gracia divina, de la mortificación y de la penitencia, de la oración y de la santidad.
Caminad por la senda del desapego al mundo y a ustedes mismos: Sean capaces de mortificar sus
sentidos, su gula, su sensualidad, su pereza, y vuelvan a ofrecerme el don de su penitencia y salud-
able práctica del ayuno, tan recomendado por mi Jesús en el Evangelio. Caminad en la luz del amor.
En estos tiempos, de una manera cada vez más peligrosa, el odio y el egoísmo desenfrenados se
apoderan de los corazones. Mi Adversario lleva la división por doquier: a los hogares, entre los fa-
miliares y vecinos, a las comunidades, y hasta dentro de los mismos Movimientos Apostólicos de la
Iglesia. ¡Qué difícil se hace hoy comprenderse, cuánto cuesta vivir en la comprensión y en el mutuo
entendimiento! Les suplico, pues, permanezcan siempre en mi paz, y háganse instrumentos de
paz a su alrededor. Digan siempre palabras de paz y de reconciliación a todos, y ayuden al que se
encuentra en alguna necesidad. Difundirán así mi Luz inmaculada en las tinieblas que se han exten-
dido y contribuirán a transformar su vida terrena, según el modelo de los que viven aquí arriba en el
Paraíso, a donde su Madre Celestial fue asunta también con su cuerpo glorioso. Por eso, les invito
hoy una vez más a mirar al Paraíso que se regocija ante el misterio de la asunción corpórea de su
Madre Celestial que a todos alienta y bendice”. Así sea.
265
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
San Joaquín, y una madre, Santa Ana. ¡Qué mal, pues, conocemos a la Madre del Cielo, a pesar de
quererla tanto! Que este Cenáculo despeje de nuestra mente cualquier nube que pudiera opacar
el brillantísimo sol de este estupendo privilegio regalado por Dios a su Madre: LA INMACULADA
CONCEPCIÓN.
¿Cumple el dogma de la Inmaculada Concepción esas condiciones? Sí. Porque está francamente
postulado por la Palabra de Dios:
a) Dijo Dios, en efecto, a la Serpiente: “Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu
linaje y el suyo; ella te aplastara la cabeza” (Gn3,15).
Esta enemistad radical entre María y todo lo que lleva consigo Satanás, requiere que María salga
totalmente victoriosa de las acechanzas del demonio y esto no sería así, si por un instante hubiera
estado sujeta a la mancha diabólica, a la impronta de la Bestia. La Nueva Eva, la Madre del Mesías, y
el diablo, son enemigos “congénitos”; y el triunfo está asegurado para María por voluntad de Dios.
No se podrá nunca decir que estos enemigos hayan sido jamás aliados; ¡Nunca fue la Virgen vencida
por el rival soberbio de Dios! Lo insinúa claramente este texto.
b) “Ave, Llena de Gracia, el Señor es contigo”. (Lc 1, 28). El ángel nos da a entender que “llena de
gracia” es un nombre propio, dado por Dios a María, que significa: “Llena enteramente de la plen-
itud de la amistad de Dios”. Y el ángel añade: “El Señor esta contigo”: No cómo un augurio, sino
como una constatación: Dios estuvo siempre con María porque el demonio nunca estuvo con Ella;
como hubiera ocurrido si María hubiese sido concebida bajo el pecado original.
c) “BENDITA ENTRE LAS MUJERES” (Lc 1, 42). Estas palabras se contraponen a la maldición de
Eva. Dejándose ésta manchar por la Serpiente, dio a luz el amargo fruto del pecado que causó la
perdición de la raza humana. María la Nueva Eva, que dio a luz al Salvador del mundo para borrar
esta maldición, no puede ser más que la “Bendita entre todas las mujeres” si al mismo tiempo, en
un momento dado, hubiera estado sujeta a lo más opuesto a esta bendición: el PECADO que trajo
consigo tanta ruindad.
d) La misma Virgen, consciente del grandioso misterio de su ser y de sus privilegios únicos e ir-
repetibles, exclama: “PORQUE EL PODEROSO HA HECHO EN MÍ MARAVILLAS” (Luc 1, 49).
CONCLUSIÓN BÍBLICA: El demonio JAMÁS pudo tocar su alma; sólo así se explica la “PERPETUA
ENEMISTAD”. María es INMACULADA, es decir, templo del Espíritu Santo y objeto constante de la
complacencia divina DESDE EL PRIMER INSTANTE DE SU CONCEPCIÓN; sólo así se comprenden
y se justifican palabras tales como “LLENA DE GRACIA” “BENDITA ENTRE LAS MUJERES”. “MAR-
AVILLAS HIZO EL PODEROSO EN MÍ”. De lo contrario, serían palabras vacías, inexplicables. La
Biblia, pues, da todo su apoyo al dogma católico de la INMACULADA, mientras que los protestan-
tes, que lo niegan, no saben dar contenido real a los citados textos.
266
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
El pueblo cristiano, con su fina intuición de la fe proveniente del Espíritu Santo, que le hace pre-
sentir la verdad aunque no sepa demostrarla prácticamente desde el inicio de la Iglesia profesaba
alborozadamente la doctrina de la Concepción Inmaculada de María y se tapaba los oídos ante las
objeciones de los teólogos. Aplaudía con entusiasmo y repetía jubiloso los argumentos a favor,
brotados intuitiva y espontáneamente de la piedad de los Santos, que si no satisfacían del todo a
los estudiosos, llenaban por completo el corazón y la devoción de sus fieles.
Fue San Agustín quien formuló uno de los primeros argumentos a favor cuando, al explicar cómo
el pecado original afectaba a todos, al punto añadió estas memorables palabras: “Exceptuada la
Virgen María, la cual, por el honor debido al Señor, no quiere oír hablar de pecado”.
Mientras que San Cirilo de Alejandría, Doctor de la Iglesia y protagonista del Concilio de Éfeso, ex-
clamó: “¿Quién oyó nunca que el arquitecto, cuando edifica una casa para él mismo, ceda primero
a su enemigo la ocupación y posesión de ella?”
Estas certeras intuiciones iba a necesitar, sin embargo, muchos siglos de discusiones, a menudo
acaloradas, para que por fin, el 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío Nono, en presencia de dosci-
entos cardenales, arzobispos y obispos, y apoyado por el más frenético entusiasmo de millares de
fieles, pudiera definir la Inmaculada Concepción de María. El mismo Papa reveló más tarde que, en
el momento que proclamaba este dogma, ¡se sintió invadido por una luz divina tan viva, contemp-
lando la hermosura del alma de María que, sin una gracia especial hubiera muerto de dicha!
Apenas el Padre del Cielo aceptó Mi propuesta generosísima de Hijo Unigénito de hacerme “en
todo igual a ustedes salvo en el pecado” para poder expiar este pecado, Él pensó en la arcilla de
donde se formaría ese nuevo Adán, en el árbol en que florecería este fruto divino, en la nueva arca
de la alianza de madera incorruptible, cuyo seno guardaría al mismo Dios que se hizo carne en sus
entrañas.
Y pensando en esta madre que iba a estrechar, para Ella sola, un Dios pequeñito que se puede coger
en brazos y cubrir de besos, un Dios calientito que sonríe y respira, un Dios que se puede tocar y
amamantar, al que puede mirar y pensar: “Este Dios es mi Hijo. Esta carne divina es mi carne. Está
hecha de mí, tiene mis ojos y la forma de su boca es la forma de la mía”. Cuando Dios pensó en
esta madre que acompañaría en todo el peregrinar terreno a su Hijo, quiso Dios crearla, con toda
la carga de bondad, hermosura, gracia y majestad que el frágil cristal humano pudiese sostener sin
romperse. Y entonces ideó a María.
¡María! La única criatura en la cual el Creador pudo recrearse plenamente y que nunca le dio un
“disgusto”. ¿Cómo iba el Tres Veces Santo permitir que la Inmaculada Madre de su Hijo fuera
jamás, aunque por un instante, esclava del príncipe de las tinieblas? ¿Cómo iba Mi sangre brotar
de un manantial manchado? ¿Cómo iba el Espíritu Santo a bajar en un seno propiedad del espíritu
del mal? ¿Cómo iba la mediadora de la reconciliación a enemistarse con Dios un solo momento?
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
¿Cómo iba a estar la Reina de los ángeles bajo la tiranía de los demonios, vencida por ellos? ¡Jamás!
Entonces a Dios no le quedó otra solución: Al no poder derogar una ley por el mismo decretada,
cual es que Yo, Jesús, soy el único Redentor y que toda carne solo en Mi Sangre puede ser lavada
del pecado original, no le quedó otra alternativa que la de redimir anticipadamente a la Madre de
su Hijo, aplicándole, de antemano, los méritos de su muerte en la Cruz. ¡Qué regalo más estupendo
hizo el Hijo a su Madre! Porque no fue simplemente lavada del pecado original, como en el bautis-
mo de ustedes, sino que fue preservada del pecado original, antes de que éste pudiera mancharla.
No fue un lino que se lava después de ensuciado, sino un lino blanco que nunca se manchó. Que la
Inmaculada sea, por tanto, siempre la Madre, la Reina, el modelo y la compañera que les precede”.
Así sea.
Deléitate, recréate en las hermosuras de lo creado porque Dios las creó para tu alegría y consuelo,
pero nunca te olvides de dar gracias a Él, de pensar en su hermosura y de aspirar a la más excelsa:
la del cielo. Y cuídate del peligro que encierra la belleza, en especial de la mujer o del hombre ajeno,
como nos advierten Eclesiástico 9, 5 y 4, 22: “De ningún hombre te quedes mirando la guapura; por
la belleza de la mujer se perdieron muchos, junto a ella el amor se inflama como fuego”. ¡Sólo una
belleza hay que se puede mirar sin turbamiento y sin peligro: la de María Inmaculada! A Ella acuden
todos los pecadores para ser curados por su mirada.
De Ella sin medida se enamoran los Santos, y a Ella aplica la Iglesia la audaz poesía del Cantar de
los Cantares: “¡Toda hermosa eres, no hay tacha en ti!”. Ella es la “Mujer, vestida de sol, con la luna
bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap. 12, 1), la “Mujer que aplastará la
cabeza a Satanás” (Gn 3, 15).
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Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
El grito más famoso jamás arrancado al corazón humano a propósito de la hermosura divina es la
conocidísima “Confesión” de San Agustín. Habiendo San Agustín, por años, mendigado sosiego a
las criaturas, por fin la halló en Dios. Entonces exclamó: “¡Tarde Te amé, Hermosura tan antigua y
tan nueva, ¡tarde Te amé! Y Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera Te buscaba; y, de-
forme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que Tú creaste. Tú estabas conmigo, mas
yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti aquellas cosas que, si no estuviesen en Ti, no exist-
irían. Me llamaste y clamaste, quebrantaste mi sordera; y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume
y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de Ti y ahora siento hambre y sed de Ti; me tocaste, y deseé
con más ansia la paz que precede de Ti”. Alcanza aquí San Agustín una altura sublime, que a su vez
hace brotar su frase más célebre: “De Ti mismo proviene, Señor, la atracción a Tu alabanza, porque
nos has hecho para Ti, y nuestro corazón no hallará sosiego hasta que descanse en Ti”. “¡Tarde Te
amé!” ¡Cuántos de nosotros deberíamos repetir la misma desgarradora confesión! Y, ¿no es trágico
pensar que muchos morirán sin nunca haber conocido esta “hermosura tan antigua y tan nueva”?
Si el protestantismo, si las sectas son algo tan frío que jamás han podido modelar almas realmente
santas, a pesar de las huellas que conservan de la verdad, es porque han borrado las dos fuentes
cristianas del heroísmo, los dos rasgos más magistrales de la hermosura de Dios, los dos frutos
por excelencia de su amor: la Eucaristía y la Virgen Inmaculada. La religión sin la Hostia y sin María
es algo tremendamente fría, infecunda y sin vida que no llena la sed de hermosura que tienen las
almas. ¡Qué fría la convivencia humana sin amistad! ¡Un hogar sin madre! ¡Una vida sin luz y sin
mar! ¡Una religión sin la Eucaristía y sin la Inmaculada! “Madre, Tú sabes que somos pecadores. Tú
sabes que estamos amenazados por debilidades... que todo es tentación para el hombre, y todo es
peligro. La riqueza es para nosotros un peligro y una ocasión de pecado. La pobreza es otro peligro;
ella nos puede traer envidia y amargura. La salud es tentación, lo mismo que la enfermedad. La
hermosura es un peligro porque nos amenaza con desviarnos. En el matrimonio se nos presenta la
tentación de la fatiga, de la desilusión, de la infidelidad. Y como somos libres, existe el peligro de la
impureza y del egoísmo.
Tú, Madre mía, todo lo sabes, hasta lo más secreto Tú sabes nuestros deseos de bien, nuestros
deseos de pureza, nuestro anhelo de caridad. A Ti clamamos los desterrados hijos de Eva. Nos sen-
timos desterrados: todo el mundo tiene para nosotros el sabor del exilio. El agua nos sabe amar-
ga... todos los amores tienen un secreto sabor salobre, porque inquieto está nuestro corazón... A
Ti suspiramos gimiendo y llorando. Tú conoces todas las lágrimas de los hombres, las lágrimas de
los enfermos, las lágrimas de los que no tienen, no pueden derramar o no reciben amor. Vuelve a
nosotros esos tus ojos misericordiosos... tus ojos que consuelan, que iluminan, que perdonan, ojos
que comprenden, que nunca rechazan. Y después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto ben-
dito de tu vientre... ¡Oh clemente, oh piadosa, oh toda hermosa, oh siempre Virgen MARÍA!”
Todas las obras de Dios son, en su origen, hermosas; porque traen estas tres características: ver-
dad, bondad y belleza, que son como la irradiación de la Trinidad en todo lo que existe. Pero hay
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
una criatura donde el Artista Divino se excedió a Sí mismo; a tal grado que Él, a quien nada puede
causar verdadera admiración, porque todo lo conoce a fondo, al contemplar esa obra maestra de
arte divino no pudo menos que exclamar, arrobado: “¡Qué hermosa eres, amiga mía, encantadora”
(Cnt 6, 4).
Discípulo mío, María es la belleza divina humanizada, es la hermosura de Dios que se envuelve en
los encantos humanos para hacerse accesible a su admiración y arrebatar su amor. En María bril-
lan, y de ella nacen como de su fuente, todas las bellezas que como pálidos reflejos se encuentran
esparcidas por todas las criaturas. Por eso María es hermosa con la hermosura de la pureza, con
la hermosura del amor, con la hermosura del dolor; por eso es Virgen y Madre Dolorosa; por eso
ponen los hombres a sus plantas, como rendido homenaje, todo lo que de ello produce la tierra, el
cielo y las almas: flores y perfumes, cánticos y plegarias, inocencia y candor, lágrimas y sacrificios. Y
por eso, subyugados por la grandeza y hermosura de María, llegan los Santos a escribir frases tier-
nas y dulces de Ella. Así San Juan Damasceno, que se sentía el hombre más feliz del mundo y de Ella
decía: “Tiene cautivada mi alma: Ella me ha robado la lengua: en Ella pienso yo de día y de noche”.
FELICES USTEDES
Felices ustedes de tener en María un Corazón maternal que les consuele y les ame. ¿Por qué será
que a, los pies de María todos se sienten niños, pequeños débiles? ¿Por qué será que todos los ojos
que lloran se vuelven espontáneamente hacia María, y que nunca la ven tan madre como a través
del velo de sus lágrimas? ¿Por qué será que a los labios de todos los que sufren y de todos los que
mueren viene instintivamente el nombre de María como apremiante reclamo o supremo consuelo?
¿Y, por qué será que cuando tú la ves amorosamente representada en mil imágenes, ninguna de el-
las es capaz de representarla tal como tu alma la ve? ¡Es que María es tu Madre, y para una madre su
hijo es siempre el ser pequeñito, débil y necesitado que ocultó en su seno, que calentó en su regazo,
que acarició y consoló con toda la ternura de su corazón maternal! ¡Y es que María es la hermosura,
el resto es mancha! María es lo auténtico, el resto es caricatura ¡María es el consuelo, el resto es la
tristeza! Que de ninguno de ustedes se digan estas palabras: “¡Vivió sin haberla amado! ¡Murió y no
podrá ir a verla!” Esta desgracia suma se evitará reconociendo, contemplando, imitando y amando
a María a diario con el rezo del santo Rosario”. Así sea.
270
Cenáculos del rosario
así Él separa los unos de los otros, conforme sus obras de misericordia. Luego, sobre los que se hal-
laron desprovistos de ellas, el Divino Juez pronuncia esas palabras terribles: “Apartaos de Mí, mal-
ditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus secuaces. Porque tuve hambre, y no me disteis
de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero y no me acogisteis; estaba desnudo y no
me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis”.
En Apocalipsis 20, SAN JUAN vio una escena semejante: Un gran trono blanco y al que estaba sen-
tado en él. Vio a grandes y pequeños, de pie delante del trono. Fue abierto el libro de la Vida y todos
fueron juzgados SEGÚN las OBRAS anotadas en ese Libro”. ¡Ay de quien no tiene anotado en él,
OBRAS DE MISERICORDIA! ¡No habrá misericordia de parte del Divino Juez por quien en vida no se
inclinó, como buen samaritano, sobre las llagas y heridas del prójimo!
b) Enseña SAN JUAN CRISOSTOMO: “Las BUENAS OBRAS del hombre son golpes y heridas para
el demonio. Con ellas podemos debilitar y vencer al Maligno”.
c) Suspiramos, a veces: “Si yo fuera rico, ¡cuánto bien pudiera hacer!”... “La caridad, contesta el
SANTO CURA DE ARS, no se practica tan sólo con el dinero. Podéis, por ejemplo, visitar a un enfer-
mo, hacerle un rato de compañía, prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los reme-
dios, consolarle en sus penas, leerle algún libro piadoso..”.
¿Cómo?, Me dirán extrañados, ¿No seremos juzgados sobre el amor a Dios? ¿No es éste el primero
y más importante mandamiento?... Por cierto que lo es, pero Dios, a la hora de medir el amor de
ustedes hacia Él, usará como termómetro el amor que ustedes han tenido por sus hermanos, espe-
cialmente por aquellos hijos de Dios más miserables y desvalidos. En otras palabras, la intensidad
del amor a Dios de cada quien se medirá por la temperatura, alta o baja, del amor que cada uno
haya manifestado en su vida hacia su prójimo. Es decir, ¡que por sus OBRAS DE MISERICORDIA
LOS JUZGARÉ!
Si así lo hago es porque, en realidad, el amor a Dios y la caridad con el prójimo van inevitablemente
cogidos de la mano. Midiendo cualquiera de los dos, se conoce el nivel del otro. Al recibir en su alma
el cariño de Dios, debe crecer también en ella la ternura con el prójimo. Si en un corazón se agota la
paciencia y el interés por el hermano, es señal de que en él se enfrió también el amor a Dios. Porque
SÓLO DIOS ES AMOR. Sólo Él es la fuente, el océano, de donde pueden brotar las corrientes de
ternura y compasión hacia los más necesitados.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Nadie podrá amar de verdad a sus semejantes, si primero no se ha enternecido de Amor Divino. El
amar se aprende al contacto con Dios La oración profunda es como un baño de sol tomada en las
playas del Amor Divino. Allí el alma se broncea con esos rayos de Calor Divino, con los cuales, luego,
iluminará y calentará a los demás.
“Definitivamente, ¿No habrá juicios entonces sobre los pecados?”, me preguntarán. Esta pregunta
la contesto con otra: ¿Qué es un pecado?... ¿No es acaso una herida infligida al amor de Dios y al
prójimo?... ¿Está cumpliendo el ladrón, por ejemplo, con la obra de misericordia que prescribe: “Dar
de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo..”.? ¡Está, más bien, DESPO-
JANDO a su víctima, causándole más pobreza y desesperación! Peca, pues, contra las Obras de Mi-
sericordia quien roba. ¿Y el adúltero? ¿No prescriben las Obras de Misericordia espirituales repren-
der al prójimo que peca? ¿Es acaso lo que hace el adúltero?... Éste, más bien, induce al pecado a la
víctima de sus pasiones depravadas, olvidándose de que el verdadero amor nunca es pecar juntos.
¡Cómo quisiera gritar a todos los adúlteros: Deténganse en esta carrera febril que les ahoga, en esta
corrida desenfrenada y loca hacia el placer; preocúpense por su suerte eterna, volviendo a su deber,
a su familia, cargando nuevamente la cruz que aceptaste el día de tu matrimonio.
Como ven, discípulos míos: Cualquier pecado es en realidad un tremendo vacío de BUENAS OBRAS,
un robo al Amor verdadero. Al condenar al hombre por su INDISPONIBILIDAD a las BUENAS
OBRAS, el Juez Divino condenará, en el mismo acto, su DISPONIBILIDAD a las MALAS OBRAS.
Discípulo mío, hazte un inventario a fondo sobre tu capital de Buenas Obras. Pregúntate: ¿Amo
a los demás, tengo tiempo para ellos, me intereso de verdad por sus problemas y su alma?... ¿O,
encerrado en mi egoísmo, me olvido que los demás me necesitan? Discípulo mío: no te preguntes
tanto si tú eres feliz, preocúpate si son felices los que viven a tu lado. Díganme cada mañana: “¡Gra-
cias, Señor, por el día de hoy, por darme salud y una familia, o por darme enfermedad y soledad, ¡lo
que sea, con tal que Tú lo dispongas así!, y que me permita crecer en plenitud, para vivir dándome
con amor, o más bien, dándote a Ti a través de mí. Que yo no sea ciego, Señor, que vea claramente
quiénes necesitan de mí, aunque sea una sonrisa o un ratito de mi tiempo. Permíteme ver clara-
mente mi misión, el bien que Tú esperas que yo haga, y que nadie hará por mí..”.
Y por la noche, discípulo mío, pregúntate: ¿Estás contento, Jesús, de lo que hice hoy por los demás?
Oirás, entonces, en lo profundo de tu conciencia, mi voz susurrarte “¿Qué hiciste? ¿Levantaste al
caído, al hermano que sufre, soportando una carga que pesa más que él? ¿No sentiste en el alma un
impulso secreto de tenderle los brazos y rogarle ser fiel? ¿Una frase siquiera de cariño le hablaste?
¿Le enseñaste el camino que había de escoger? ¿Le ofreciste ayudarlo aunque sea un instante?
¿Proveerlo de algo que necesitaba tener? ¿O lo dejaste solo sufriendo la tortura de su amarga tris-
teza, de su perdido bien? ¿Le preguntaste acaso si febril se encontraba, si le acosaba el hambre, o
si sentía sed, la causa de sus lágrimas que había derramado,... o tu alma y tu conciencia sentiste
enmudecer? ¿Sabes tú lo que vale para un ya vencido de la vida, en la lucha un socorro tener? ¿Sa-
bes tú cuánto alivio y consuelo se siente cuando a tiempo una mano se nos llega a tender? Ten en
cuenta que nadie en el mundo está exento de dolores y penas, y de dar unos traspiés; y que al más
saludable, más fuerte y más rico y más alto en el mundo, le es bien fácil caer... ¡Oh mortal! Nunca
niegues auxilio al desvalido! No es sólo con dinero que hacerlo puedes bien; hay veces que una
frase, siquiera cariñosa, o saludo afectuoso... es bálsamo para él”.
Discípulos míos: Si en vida vuestras OBRAS DE MISERICORDIA, serán bálsamo de buen samaritano
para los muchos heridos del camino, apuñalados por los enemigos de su alma,... Yo les prometo que
seré para vuestras llagas y miserias, bálsamo eterno”. Así sea.
272
Cenáculos del rosario
b) Otras preciosas enseñanzas hallamos en boca del anciano Tobías. Cuando éste cree cercana la
hora de su muerte, quiere dejar en herencia a su hijo, no abundancia de bienes, pero sí un tesoro
espiritual: el caudal de sabiduría y rectitud que ha ido espigando durante la vida entera... “Oigamos
a Tobías: “Haz limosna con tus bienes; y al hacerlo, que tu ojo no sienta envidia. No apartes tu rostro
de pobre alguno y no se apartará de ti el rostro de Dios. Regula tu limosna según la consistencia de
tus bienes. Si tienes poco, da conforme a ese poco, pero nunca temas dar limosna, porque así ate-
soras una buena reserva para el día de la necesidad. Porque la limosna libra de la muerte e impide
caer en tinieblas. Don valioso es la limosna para cuantos la practican en presencia del Altísimo”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
despedirlos con las manos vacías. Un día, al punto de tomar su frugal desayuno, llamaron varios
mendigos a la puerta y el Santo, no disponiendo de otra, les dio su propia comida, pasando todo
aquel día sin tomar otra cosa que un viejo mendrugo de pan, que los mismos pobres no habían
querido comer”.
Decía SAN VICENTE DE PAUL: “¡Ay de aquellos que nunca se equivocaron practicando la caridad!”
Sería, en efecto, la prueba que son tan duros y desconfiados de corazón que prefieren no dar que
ser engañados”.
Les estoy hablando de la escalera que ponen para subir al Cielo, cada vez que hagan limosna. Las
primeras limosnas que les propongo son también las más fáciles de cumplir: “Dar de comer a los
hambrientos y de beber a los sedientos”.
Feliz eres tú, madre, que puedes a diario y más bien, muchas veces al día, practicar esta obra de mi-
sericordia. Te bastará tan sólo que añadas, a una acción tan común y corriente, una recta intención
y una pizca de amor... Tú practicas esa Obra de misericordia cada vez que preparas el desayuno, el
almuerzo y la cena para tus seres queridos, cada vez que das el pecho a tu niño y ¡ojalá! que así lo
estés haciendo, porque no hay alimento más saludable para el niñito que esta maravilla creada por
mi Padre Celestial, y privarlo de éste, sin motivo trascendente, sería una grave falta de caridad ya
que perjudicaría a tu hijo por el resto de su vida. Pero, cumpla ese tu deber de madre, dándole una
motivación de amor, no sólo humana, sino superior y divina. De ese modo, casi sin darte cuenta, te
enriquecerás de grandes méritos.
Quizás, no falta en tu hogar lo indispensable y puedes a diario servir a tu esposo y a tus hijos, una
comida substanciosa y sabrosa, y hasta un postre o algún refresco... Sin embargo, no te olvides
nunca de los que no tienen tu suerte, de aquellos a quienes, como al pobre Lázaro, les falta hasta lo
indispensable y sintiera las tenazas del hambre. Date cuenta que lo que la Providencia te concedió
y por lo cual debes darle gracias, no ha sido destinado tan sólo para ti, y que lo que te sobra debe
servir para quien lo necesite. El malgastar comida o el derrochar demasiado dinero en ellas, es una
verdadera falta delante de Dios: algo, que sí es grave, clama venganza al Cielo...
Yo bendigo esas cadenas de solidaridad que se forman en un afán de recoger ayuda para aquellos
que sufren cerca o lejos de ustedes. Estas obras sociales son muy queridas y bendecidas por mi
Corazón. Eso de ayudar a tantos infelices, víctimas de desastres naturales o provocados por los
hombres, es verdaderamente un deseo y una orden Mía. Dios, por cierto, podría ayudarles directa-
mente pero el ejercicio de la caridad social es demasiado importante para que Yo los dispense de él.
Dios prefiere acudir en ayuda a través de ustedes. La humanidad es Mi familia, la familia de Dios, y
Yo gozo viendo este intercambio de ayuda que tanto alegra a Mi Corazón.
No se hagan los sordos a estas invitaciones, aun cuando tengan motivos para creer que no todo lo
que dan llegará a su verdadero destino. ¡No importa si por el camino se pierde algo! Yo miro el cora-
zón con que se da. Que este temor no sea nunca una excusa para no colaborar. Yo mismo me encar-
garé a su debido tiempo, de castigar y lo haré sin misericordia porque misericordia no tuvieron a
274
Cenáculos del rosario
los innobles estafadores y aprovechados de la caridad. Tú por tú parte, da por amor a Mí y da con
todo el corazón. Porque, ¡ay de aquellos que nunca fueron engañados haciendo obras de caridad!
Sería la prueba de su demasiada desconfianza y dureza de corazón.
¡Cuán meritoria, al contrario, es la obra de aquellos que, sacrificando parte de su propio tiempo y
comodidad, van a los lugares de dolor, hospicios y hospitales, para ayudar, a la hora de la comida, a
los ancianos, enfermos o minusválidos que carecen a menudo de facilidad para llevar a cabo el acto
de comer o de beber! ¡Bendita sea esta obra, pues, mientras alivia el cuerpo y lo nutre, proporciona
ayuda moral a los enfermos y los anima! ¡Cuántas niños y adultos padecen en esos lugares el ham-
bre y la sed, y Yo sufro en ellos porque nadie hay que los ayude y los comprenda!
Les quiero enseñar otras cosas muy simples y hermosas. Cuando se sienten a la mesa y sirvan a los
suyos, no se olviden de dar gracias al Señor por lo que les da. Diríjanle un pensamiento que será
también una plegaria por aquellos que nada tienen, para que el Padre atienda sus necesidades. Y
no olviden que cada día son invitados a otro Banquete, donde Yo mismo les doy mi Cuerpo como
alimento y como bebida mi Sangre.
Acuérdense, además, que están destinados a participar un día en el Banquete eterno del Cielo.
Felices ustedes si han invitado a su mesa a los pobres, a los desheredados, a los enfermos, a los
necesitados, socorriéndoles en la medida de sus posibilidades y con mucho amor. Felices serán
ustedes pues oirán decir: “Vengan benditos de mi Padre, a gozar del premio que les he preparado
desde toda la eternidad, pues: Tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber”.
Así sea.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
habitación; y se halló rodeado de todas las viudas, que llorando le mostraban las túnicas y los vesti-
dos que Tabita les hacía. Pedro hizo oración y resucitó a Tabita.
b) La Biblia CONDENA EL LUJO EN EL VESTIR. En Lucas 20 Jesús censura a los fariseos que “gustan
pasear con amplio ropaje y quieren ser saludados en la plaza”. Y en Mateo 11 interpela a la gente,
a propósito de Juan Bautista: “¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Un hombre elegantemente ves-
tido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes”. También el rico de la
parábola del pobre Lázaro, viene descrito como “vistiendo de púrpura y lino, y celebrando todos los
días espléndidas fiestas” (Lc 16).
Escribiendo a Timoteo, San Pablo le pide vigilar que “las mujeres, vestidas decorosamente, se
adornen con pudor y moderación, no con oro o con vestidos costosos, sino con buenas obras”.
Igualmente San Pedro, en su primera carta, pide a las mujeres: “Que vuestro adorno no esté en el
exterior, en peinados, joyas y modas, sino en la incorruptibilidad de una alma dulce y serena: esto
es precioso ante Dios”.
c) Pero la Biblia nos encomienda, sobre todo, que andemos siempre VESTIDOS DE LA GRACIA DE
DIOS: es decir limpios de pecado mortal. En la famosa parábola del banquete nupcial Jesús, en
Mateo 22, cuenta cómo “el Rey entró a ver a los invitados, y al notar que había allí uno que no tenía
traje de boda, le dice: ‘Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?› Este se quedó callado.
Entonces el Rey dijo a los sirvientes: ‹Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí
será el llanto y rechinar de dientes’“. El mensaje es claro: quien muere SIN ESTAR VESTIDO DE LA
DIVINA GRACIA no tendrá acceso al gozo del Cielo. Por eso Jesús nos urge, en Mateo 6: “No os
preocupéis tanto por lo que van a comer y vestir... ¡BUSCAD EL REINO DE LOS CIELOS Y El RESTO
LES SERÁ DADO POR AÑADIDURA!”
Cuenta Sor Pascualina, que por cuarenta años estuvo al servicio del inolvidable Papa Pío XII, como
éste era sumamente pobre en su vestir, prefiriendo siempre zapatos viejos y sotanas remendadas,
al punto que tuvieron que recurrir a piadosas artimañas para que aceptara algún vestido nuevo. Y
cuando le proveían de ropa buena, él, sin tardar, la regalaba a algún sacerdote pobre.
Santo TOMAS DE VILLANUEVA, arzobispo de Valencia, un día en que un pobre le pedía limosna y
no tenía a mano con qué socorrerle, se quitó su manto y se lo dio con alegría. Cuando visitaba a los
enfermos, inspeccionaba la habitación, para ver si faltaba algo de ropa, y en tal caso remediaba de
inmediato la necesidad. Para preparar estas ropas tenía ocupadas a varias voluntarias y como se
quejasen un día de no poder con todo lo que tenían que hacer, el Santo les dijo: “No os quejéis, hijas
mías. Nuestro Señor, que os ve trabajar por los pobres, os dará las fuerzas que os faltan para poder
llevar a feliz término vuestra labor. Si hubieseis estado al pie de la cruz, cuando bajaron de ella al
Salvador para ponerlo en el sepulcro, y os hubiera invitado su Santísima Madre a coser la sábana
en que había de ser envuelto, ¿No lo hubierais hecho cosido con alegría? Pues, eso es lo que hacéis
cosiendo para los pobres”.
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Cenáculos del rosario
Cuando murió SANTA PAULA ROMANA en su monasterio de Belén, y su cadáver era llevado por
los obispos a la basílica del Nacimiento, salió de entre la muchedumbre un grito desgarrador. Los
pobres de la comarca, mostrando los vestidos con que les había cubierto la difunta, decían con
lágrimas que perdían a su madre y protectora.
Ante todo, les quiero dar un consejo práctico: que revisen periódicamente sus armarios y saquen,
antes de que se los coman las polillas, los vestidos y zapatos que ustedes y los suyos no pueden o
no quieren usar más... y ¡denlos a los pobres que no tienen con que comprar ropas decentes! No
tengan la maña de llenar los cajones, ni sean derrochadores. Tampoco olviden que una persona
que se presenta desarreglada, sucia o extravagante, ya de por sí no causa buena impresión. No en
vano se ha dicho que “el orden conduce a Dios”. Porque el orden exterior expresa casi siempre un
cierto orden interior. Vístanse, pues, discípulos míos, con decoro y sencillez, según su condición,
para complacer a sus esposos o esposas y a sus hijos. Pero, pregúntense también si su ropa puede
agradar a Dios y si pueden estar en su presencia sin avergonzarse.
EL PUDOR.
Es lamentable que hoy se le dé tan poca importancia a la modestia y al pudor, que debía hacer en-
rojecer a las jovencitas cuando se presentaban en público con trajes demasiado cortos. ¿Acaso ha
muerto la concupiscencia de la carne? ¿Se han olvidado cómo Adán y Eva, después del pecado, se
avergonzaron de su desnudez y se vieron obligados a cubrirse el cuerpo?... ¡No!, hijos míos, no ha
dejado de existir, desde entonces, ni la ley del pudor ni las inclinaciones al mal y a la lujuria inscritas
en la carne! Siempre sigue en pie, más actual que nunca, la obligación de no dar escándalo y de
defenderse de tantos peligros, a los que los expone las malas inclinaciones. ¡Cuánto Me desagra-
dan esas personas que, hasta dentro de las iglesias, se atreven a presentarse más desvestidas que
vestidas! Pero, cuánto quiere mi Corazón a los que, aun vistiendo según las usanzas de la época,
saben guardar los límites impuestos por el buen gusto, el pudor y la modestia, y se transforman así,
predicando con su ejemplo, en ocasión de edificación para los demás. Como ven, para “vestir a los
desnudos” ¡deben empezar con ustedes mismos, practicando el santo pudor, que es flor exquisita
de la virtud de la pureza!
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
son cosas que se contradicen. Al contrario.
Y mis dos últimas solicitudes de hoy son: En primer lugar, fíjense bien que al dar la ropa que les so-
bra, lo hagan con nobleza y delicadeza. Que todo esté limpio, decente, higiénico e utilizable... ¡Que
el pobre no sea su basurero! Pero, lo mas precioso a mis ojos es dar no tanto lo que les sobra, sino lo
que más necesita el hermano, aunque sea algo del cual les cuesta desprenderse. Y, sobre todo, que
lo que donen vaya acompañado de un amor sobrenatural, de un deseo de vestir y de consolarme a
Mí, su Jesús, ...Yo entonces, un día, ¡les vestiré de la Gloria Eterna!” Así sea.
Lázaro, Marta y María acostumbraban hospedar a Jesús. María se convertirá y será una gran Santa
como así mismo Marta. Y a Lázaro, ya muerto y sepultado, Jesús lo resucitará para consuelo de las
hermanas. Otra hermosa recompensa de su sentido de hospitalidad reciben los desanimados dis-
cípulos de Emaús. Jesús se les apareció, como si fuera peregrino y, al llegar a la finca, hizo ademán
de seguir adelante. Mas ellos le obligaron diciendo: “Quédate con nosotros, pues el día ya declina”.
Por esta obra de caridad merecieron reconocerle.
b) Hablando del Juicio final, Jesús dio una nueva dimensión al precepto de la hospitalidad. Anunció
que el Rey dirá entre otras cosas a los benditos de su Padre: “Era forastero y me hospedasteis” y a
los egoístas: “era extranjero y no me recogisteis”. En estas palabras alcanza la hospitalidad cristiana
su más alta categoría. A ellas está ligada la bendición que dará Jesús a los generosos cuando les dirá
que todo lo que hicieron u omitieron lo consideró como HECHO a Sí MISMO.
c) Esta sublime lección no la despreciaron los primeros cristianos. Los Hechos de los Apóstoles dan
testimonio de cómo “se sentían unidos entre sí, y nada tenían que no fuese común para todos”.
Lidia, Caio, Gayo, Aquila y Priscila, por ejemplo, dan posada a los Apóstoles. Y PABLO y BERNABE
278
Cenáculos del rosario
cuando fueron insultados, apedreados y arrojados, medio muertos fuera de la ciudad, recibieron
hospitalidad por parte de la madre de TIMOTEO. Las primeras generaciones de cristianos eran real-
mente una gran familia cuyos miembros podían sentirse en casa aún lejos de su patria y en medio
de desconocidos.
SAN AGUSTÍN exhorta: “Aprended, cristianos, a recibir a todos los huéspedes sin distinción, no sea
que aquél a quien cerrareis la puerta y negareis el favor, sea el mismo Dios”.
SAN JOSÉ DE CALASANZ se desvelaba por atender a los peregrinos. Enseñó la doctrina a una
muchedumbre de pobres peregrinos, a quienes encontró un día muy triste en la calle, porque
habían sido rechazados del Sacramento de la Penitencia por ignorar los misterios principales de la
fe. Después de ayudarles en lo espiritual, los socorrió con limosnas.
“En estos tiempos de mucha migración forzada en que hay tantos refugiados, siniestrados, despla-
zados, perseguidos políticos, incumbe a los cristianos advierte un Documento del Magisterio de
la Iglesia un deber de caridad especial. Deben ser acogedores y pacientes con los extranjeros, aun
cuando su modo de ser o sus costumbres desconcierten; ser comprensivos, esforzándose por com-
prender su mentalidad, su situación jurídica; su condición social. Y oponerse con tacto y energía, a
todo cuanto pueda parecer una explotación de los extranjeros”.
No acogen Mi Palabra, no quieren saber lo que deseo y ordeno, ni tienen hambre de mi Pan Eu-
carístico. Y la amargura del rechazo se renueva también para Mí cada vez que ustedes no reciben
con caridad a los que llaman a la puerta de su casa o de su corazón en busca de ayuda. Al contrario,
cuando la caridad abre la puerta de la hospitalidad al peregrino que llama, una franca alegría le
recibe al entrar, la familia le acoge, una mesa invitadora sacia su hambre, la humildad presta los
servicios que pide su cansancio y la piedad apacigua su desamparo... entonces es a Mí a quien su
caridad ha atraído y retiene.
Si no pueden dar siempre a todos hospitalidad, dada la época, las condiciones y la situación
económica de cada uno, y también, por prudencia y defensa del hogar, a causa de la abundancia de
delincuentes y la maldad que reina hoy en el mundo, no les está prohibido, sin embargo, y es más
bien una obligación para ustedes, usar de bondad en el trato y en las palabras con todos, inclusive
con aquellos que les inspiran rechazo.
El desprecio y el trato de nada sirven. Lo que es más, es engañoso y contradictorio querer aparecer
como hospitalario y acogedor con los amigos, al mismo tiempo que se rechaza al desgraciado que
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
implora socorro. Igualmente, cuando traten de hacer reflexionar al que está en el error, y lo repren-
dan, háganlo con dulzura y buenos modales y así es probable que sus palabras, acompañadas de Mi
gracia, produzcan su fruto y toquen el corazón de los hombres.
Recuerden siempre que un huracán nunca produce beneficios donde embiste, sino destrozos irrep-
arables. Si pueden ayudar al pobre que se lo pide, háganlo siempre de todo corazón, preocupán-
dose únicamente de edificarlo en su comportamiento, de ayudarle espiritualmente con un buen
consejo y, si no pueden hacerlo, encomiéndenmelo a Mí.
Cada vez que reciban en su casa a personas extrañas, compórtense con ellos como quisieran que
fuesen tratados ustedes en casa ajena. La afabilidad, la dulzura, unidas a la seriedad, darán a sus
huéspedes un testimonio de cómo se vive el cristianismo en toda su pureza, paz y alegría, y quizás
esto ayude a algunos a reanudar sus prácticas de fe olvidadas.
“El que recibe al último de estos pequeños en Mi nombre, a Mi nombre recibe”, les he dicho. Y en
nombre de ellos, yo les doy y les daré siempre mi AGRADECIMIENTO eterno.” Así sea.
b) En el plan divino, como en el corazón de Cristo, los enfermos tienen un lugar preferencia¡. ¡Qué
grandioso cuadro esboza el capítulo 6 del Evangelio según San Marcos! Al paso de Jesús, recorrien-
do la llanura de Palestina, brotan por todas partes las. “flores del dolor”, enfermos sedientos de sol
y de salud, que familiares, amigos y vecinos sacan en andas, llevándolos adonde oyen que pasa el
Taumaturgo. Por doquier las calles se llenan, como por encanto, y una sola súplica se asoma en to-
dos los ojos y se formula en todos los labios: llegar a Jesús y tocar por lo menos su manto: “Y todos
cuantos le tocaban quedaban sanos”.... Y sigue hoy Jesús Eucaristía pasando entre los enfermos,
dándoles alivio espiritual y muchas veces la salud del cuerpo. ¡Con qué emoción hablan los que han
visto un milagro obrado por el paso del Santísimo, en Lourdes o en Fátima, por ejemplo!
Al enviar los doce Apóstoles, Jesús, en Mateo 12, les da potestad para curar toda especie de dolen-
280
Cenáculos del rosario
cias y enfermedades y les encarga explícitamente: “Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad
leprosos..”. ¡Cuánto heroísmo suscitó esa palabra de Jesús, qué abnegación, cuántos hospitales,
asilos de ancianos, qué derroche de sacrificios en toda la historia de la Iglesia para atender esa
porción dolorida de la humanidad! Y. ¿no sigue la Iglesia hoy, a través de sus Sacramentos de vivos
y muertos, curando las heridas de tantas almas, leprosas por el pecado o cegadas por sus pasiones,
que a Ella se acercan?
En cada enfermo nos espera Cristo. El mismo nos lo dijo: “Estando enfermo me visitasteis.’:... Pero
¿cuándo Señor?... “Siempre que lo hicisteis con alguno de mis humildes hermanos, conmigo lo hi-
cisteis”. contesta Jesús en Mateo 25.
Con ocasión del cólera en Roma, los que pudieron huyeron de la ciudad, abandonando sus parien-
tes enfermos. Para evitar aquella migración cobarde, un sacerdote, familiar del Papa, fue a visitarle
y le dijo: “Santo Padre, hace falta un gran ejemplo; vaya Vuestra Santidad a visitar los hospitales
de los coléricos”. Pío IX no vaciló un punto, se levantó y acompañado del sacerdote fue de cama en
cama visitando y bendiciendo a aquellos desgraciados. Ya de vuelta les encontró un cardenal, que
admiró la magnanimidad del Papa, pero volviéndose a1 sacerdote inspirador, le regaño por haber
expuesto inconsiderablemente la preciosa vida del Papa. “¿Y qué?, le respondió: “¡Cómo! ¿Y qué?...
¿Y si a consecuencia de eso muriese el Santo Padre?... “Moriría, contestó el sacerdote, “¡cómo debe
morir un Papa: cumpliendo con su deber!”
281
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
No se necesita tener una bolsa, repleta para consolar a un enfermo; basta tener un poco de cora-
zón. Yo bendigo los pies de los que se acercan a los necesitados y les llevan, junto con un pequeño
regalo acaso una cosita muy sencilla, pero, que es una expresión de afecto el don inmenso de Mi
luz, de Mis enseñanzas, la alegría de Mi encuentro con esas almas que Yo quiero tanto. Llámenme a
su lado cuando vayan a estas visitas tan preciosas y Yo les acompañaré; y pondré en su boca las pa-
labras adecuadas; calentaré su corazón para que puedan comprender las necesidades del enfermo
y aliviarlas. Escuchen de buen grado la narración de sus miserias y de sus males. Déjenlos hablar,
pues, en general, el que sufre no tiene tantas ganas de escuchar a los demás sino, más bien, tiene
necesidad de desahogar su corazón, contando todo lo que siente y sufre.
Al visitar a los enfermos, pues, escuchen mucho y hablen poco; luego hagan hábilmente desviar la
conversación hacia un tema más elevado. Háblenles a los enfermos de Mi Amor. Díganles cuánto
valen sus sufrimientos y cómo su vida no es inútil sino preciosa. Háganles ver que están viviendo la
época de su vida más rica y cargada de bendiciones.
¿No es, acaso, la oportunidad más propicia para probarme su amor, a Mí, que con mi dolor les
probé el mío? ¿No es, además, un tiempo providencial para que hagan penitencia de sus pecados
pasados, ahorrándose, quizás cuántos, años de purgatorio en la otra vida?... Pero es, sobre todo,
un tiempo de oro precioso para conseguir la salvación eterna de muchas almas. Díganles que todo
el mundo tiene necesidad del enfermo, en primer lugar sus propios hijos y familiares, pues, si la
enfermedad es aceptada y ofrecida, se convierte en las monedas con que rescatar las almas. Almas
que no se compran con palabras sino con sacrificios. ¡Cuántos cristianos desconocen hoy el sentido
y el valor del sufrimiento! ¡Cuán poco se predica hoy que Mi Pasión debe continuar a través de Mi
Cuerpo Místico, la Iglesia! Que es preciso sufrir los unos por los otros y completar en su carne lo que
falta a Mi Pasión, como enseñaba mi gran Apóstol Pablo.
El verdadero cristiano sabe ver en el lecho del dolor un calvario; en la enfermedad una cruz y en el
que sufre, una víctima que se consume de amor y de dolor con inmenso mérito ante Dios. ¿Es de
extrañar, entonces, que SAN VICENTE DE PAUL, cuando visitaba a los enfermos, se arrodillase ante
sus lechos como ante un altar?
Esto no quiere decir que deban dar al enfermo una prédica larga y pesada; sino más bien, encomien-
den a estos enfermos algunas intenciones concretas, convenciéndolos de la necesidad que existe
de ellos, y haciéndoles comprender la utilidad de su existencia y de su enfermedad para el bien de
su familia y de la Iglesia entera. Váyanse, pues, a visitar a los enfermos, algunos de los cuales están
postrados en el lecho por meses o años enteros; y verán que el bien que les hacen es poca cosa en
comparación del que reciben.
Acuérdense de mi Mamá que, apenas supo por el Ángel que su prima Isabel la necesitaba, afrontó
con mucho amor un viaje largo y molesto, y corrió junto a ella para ayudarla. No se fijó en sí misma,
ni en su propia condición, sino que voló, por así decirlo, donde la caridad la llamaba. Ustedes tam-
bién vayan con mucho amor y con esa disposición interior a visitar a los que están en la necesidad y
en la imposibilidad de atenderse solos. Presten su servicio estando seguros de agradar con ello. Si
traen alguna ayuda material, que sea con discreción y humildad, sin mencionar lo que pueda estar
malo en la casa, y sin tratar de modificar el orden de las cosas, para no parecer que quieren mandar.
Hagan todo más bien con buenos modales, dulzura y serenidad, sin ofender y sin darse demasiada
importancia. Sean observadores para darse cuenta cuando su presencia pueda ocasionar molestias
o fastidio. En ese caso, pongan fin delicadamente a su visita. Hablen con dulzura, no alcen la voz, no
griten, no rían a carcajadas. No obliguen al enfermo a hablar si no tiene ganas, o a escuchar, cuando
se den cuenta de que eso lo cansa o lo fastidia.
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Cenáculos del rosario
A veces la mejor visita a un enfermo es sentarse silenciosamente a su lado, sonriéndole tomándole
la mano; quizás, rezando un Rosario. Que el enfermo y los de la casa comprendan que no llegaron
para conversar inútilmente o, peor aún, para chismear, sino para cumplir con una exquisita caridad
y deber cristiano, y para que su cariñosa atención conduzca a Dios al enfermo. ¡Cuánta alegría sen-
tirán en el corazón cuando puedan, por medio de sus palabras, abrir la puerta al Sacerdote para que
Me lleve en la Eucaristía! ¡Y cuántos agradecimientos recibirán en el Cielo, de esas almas que hayan
asistido y ‘cuidado y a las que hayan llevado, tal vez, a encontrar la luz de la fe y de Mi gracia!
Todos los Santos han llevado en el corazón esta bella obra de misericordia y la han practicado. Y era
tan grande su amor y la misericordia que experimentaban ante tantas miserias que, muchas veces,
les concedí que realizaran curaciones milagrosas.
Que su fe sea tan grande que me veo obligado también a realizar curaciones milagrosas, si no en el
cuerpo, en el alma; y recuerden que estas últimas son más importantes y grandiosas que las prim-
eras. Así sea”.
SAN PABLO fue arrestado en Filipos, azotado y metido en el calabozo interior, y amarrado con
cadenas al piso del calabozo. Pero se produjo un temblor milagroso, se abrieron las puertas y se sol-
taron las cadenas, circunstancia que Pablo aprovechó para bautizar al carcelero con toda su familia,
, relato que leemos en Hechos (16) PABLO pasó también los últimos años de su vida en una cárcel
en Roma “Yo Pablo, prisionero de Cristo”, dice al inicio de su carta a Filemón. Y de esta cárcel fue
sacado para morir decapitado, como Juan el Bautista.
También SAN PEDRO, por orden del Rey Herodes, fue metido en la cárcel. Leemos en Hechos (12)
como, “mientras Pedro se hallaba en la cárcel, la Iglesia no cesaba de orar insistentemente por él.
De repente se presentó el Ángel del Señor y la celda se llenó de luz. El Ángel tocó a Pedro en el cost-
ado, lo despertó y le, dijo: “Levántate rápido”.
JESÚS nos dio un ejemplo en visitar y redimir a los cautivos. Apenas murió en la cruz, bajó con
su alma y divinidad al seno de ABRAHAM para redimir a los justos que estaban allí cautivos, tal
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
como lo recordamos cada Domingo diciendo en el Credo “Fue crucificado, muerto y sepultado, DE-
SCENDIÓ A LOS INFIERNOS”: Palabra que no indica el infierno, pues a nadie podía liberar de allá,
sino al sheol o lugar en donde los justos del Antiguo Testamento esperaban al Divino Salvador para
que les abriera las puertas del Cielo.
SANTA MICAELA del Santísimo Sacramento daba catecismo en la cárcel de mujeres de Madrid.
Allí se encontraba una mujer, condenada a muerte por un crimen horrendo. Ésta, aunque antes se
había resistido, se confes6 gracias a los trabajos de la Santa, y murió en el patíbulo cristianamente,
con mucha resignación.
Tanto el PAPA San JUAN XXIII como San JUAN PABLO II nos dieron hermosos ejemplos de recon-
fortar a los presos. Cuando el buen Papa Juan XXIII quería visitar a los presos de una cárcel roma-
na, le objetaron que las prisiones no estaban hechas para Pontífices. A lo que el Papa respondió:
“Pero, ¿no soy yo el pastor de las ovejas extraviadas?” En una de estas visitas le preguntó uno de
los reclusos: “Sus palabras de esperanza. ¿Valen también, por quien ha pecado tanto como yo?” El
buen Papa se adelantó en silencio y, muy emocionado, apretó entre sus brazos al penado. Y como
tanto amaba a los presos, para celebrar la Misa usaba un misal que le habían regalado los deteni-
dos. El Papa San JUAN PABLO II, por su parte, entró por largo rato a la celda del hombre que el 13
de Mayo de 1.981, le disparo unas balas explosivas en el bajo vientre.
Soy el prisionero de amor que, desde el Tabernáculo, escucha los clamores de ayuda de mis hijos y
les da sus gracias y favores. Yo deseo vivamente que ellos se, acerquen a Mí. Pero la mayor parte,
incluso los que viven junto a Mí, no se dignan darme ni un saludo, ni una mirada. Te ruego, pues,
que al menos tú que conoces mis ardientes deseos, vengas a hacerme una visita. Estaremos juntos,
mantendremos dulces coloquios. Yo me daré todo a ti y tú te darás a Mí. Se establecerá entre los
dos una amistad rica de alegrías, de esperanzas, de fe y de amor.
Visita cada día a este Encarcelado que se ha hecho, pobre y pequeño por locura de amor hacia los
hombres ingratos y olvidadizos, a los cuales, a pesar de todo, sigue esperando, aunque, a menudo,
en vano.
LOS PECADORES
Al lado de Mí, el Divino Prisionero, hay legiones de almas prisioneras, anhelantes de tu ayuda para
liberarse de sus cadenas. Son las almas esclavas del demonio y del pecado, atadas por sus malas
costumbres a pesadas cadenas y que no saben cómo desprenderse de ellas. Son los hijos de las
tinieblas en grave peligro de muerte eterna.
284
Cenáculos del rosario
El demonio, que los tiene secuestrados y sujetos a su dominio, si nadie corre a liberarles, las llevará
consigo para siempre cuando mueran.
¿Entendiste bien de quiénes te estoy hablando?... ¡De mis pobres y amados pecadores! Llévame,
te lo suplico, con tus invocaciones, a donde esas almas encarceladas, para que Yo logre liberarlas, y
que no sean sepultadas eternamente en la cárcel del infierno.
Si Me amas de verdad, tienes que ayudarme con esta obra maravillosa de salvación que llevo den-
tro de tu Corazón. Jamás, pues, te olvides en tus oraciones de esas almas más necesitadas de Mi
Divina Misericordia.
Yo también quise pasar por el seno de Mi Madre y te aseguro que este camino no fue para Mí una
cárcel, sino un tabernáculo desde donde Yo obraba la santificación de Ella y también la del mundo.
Y Ella, ¡cómo me amaba y me adoraba incesantemente!
Pero muchas mamás hoy día, menosprecian el honor de la maternidad. Convirtiendo a sus niños
en encarcelados inocentes, manchan sus manos, que se vuelven asesinas, con la sangre del aborto.
¡Ay, ay de los que cometen, instigan o consienten este horrible crimen! Rueguen, discípulos míos,
por todas las madres que llevan en su seno una nueva criatura y se ven tentadas e inducidas a
abortar. Ruega para que esos niños se vean liberados de esa cárcel provisoria y puedan vivir, crecer,
conocer y amar al Señor, su Creador.
Ruega por las madres que están encintas, para que sean generosas y estén prontas al sacrificio,
para que tengan confianza en Dios y para que amen a sus hijos desde que los llevan en su seno.
¡Cuán doloroso es para muchos hijos, una vez grandes, darse cuenta que su mamá no quería que
vivieran ni que recibieran, el Santo
Bautismo, el don más precioso, el de la vida divina, don que ellas mismas recibieron gratuitamente.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
caridad, pues si muchos no han reincidido, es precisamente porque allí encontraron almas buenas
que los ayudaron a rehabilitarse!
Como ves, te he dado una amplia explicación sobre una Obra de Misericordia que tú creías, quizás,
imposible de practicar cuando, en realidad, te diste cuenta, puedes ejercitarla a diario. Así sea”.
¿Por qué rodea la Iglesia con tanta solicitud el cadáver de sus hijos?
a) Porque el cuerpo humano, obra maravillosa, fue CREADO POR DIOS, como narra el primer
capítulo del Génesis. Merece, pues, respeto a causa de su Divino Artífice.
b) Porque el cuerpo, además, es “Templo del Espíritu Santo”, como recuerda San Pablo a los Corin-
tios y debe, pues, tratarse con veneración.
c) Porque formamos parte del CUERPO DE CRISTO: “Vosotros sois cuerpo de Cristo” se lee en Ro-
manos 12. Debe, pues, considerarse nuestro cuerpo con la solicitud que merece la cabeza, Cristo
Jesús.
d) Porque está destinado a unirse un día con el alma y gozar de la vida eterna, como San Pablo re-
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Cenáculos del rosario
cuerda a los Filipenses: “Cristo Jesús, el Señor, cambiará nuestro cuerpo miserable y lo hará seme-
jante a su propio cuerpo del que irradia su Gloria”. Debemos pues vislumbrar en el cuerpo difunto
ya ahora los destellos de la vida divina en el seno de la Santísima Trinidad.
Dejamos la CONCLUSIÓN BÍBLICA A SAN PABLO: “En vida o en muerte, glorificad, pues, a Dios en
vuestro cuerpo”.
Muchos Santos han dado heroico ejemplo de esta obra de caridad: Cuando un pobre indio esclavo
expiraba, SAN PEDRO CLAVER le cerraba los ojos; y luego, rezando sobre el cadáver las oraciones
que acostumbraba la Iglesia, lo tapaba con su manto hasta que le amortajasen. Luego acompañaba
al difunto a la Iglesia, asistiendo a sus exequias. La cera que se gastaba, la sábana en que era envuel-
to el cadáver y cuanto era necesario para la sepultura, todo corría a cuenta de su caridad.
En una inundación del río Tiber, que asoló la ciudad de Roma, SAN JOSÉ DE CALASANZ, atrave-
saba las aguas, que lo cubrían más arriba de la cintura a pesar de su alta estatura; salvaba de la
muerte a los que podía, y sacaba los cadáveres para llevarlos, cargados sobre sus hombros, a darles
sepultura.
Siendo el futuro Papa SAN PÍO X, cura párroco, hizo estragos el cólera morbo entre sus feligreses.
El visitaba a todos los enfermos. Al morir alguno alentaba con su ejemplo a los parientes temer-
osos de llevar el cadáver al cementerio, y cuando faltaba quien lo llevara, él mismo se ofrecía.
Ofrecemos por fin, el ejemplo de una humilde mujer cristiana de nuestros tiempos: “Mamá Lucia”,
como conocen las madres alemanas a esta heroica mujer, Lucia Apiracella, que pertenecía al cam-
po enemigo porque era italiana. Esta, una noche de 1946, entrevió en sueños la figura de un solda-
do que, emergiendo de un montón de tierra y piedras, le suplicaba: “Llévame a Alemania, mamá
Lucía”. Después de que sus tres hijos se casaron, mamá Lucía tomó un baúl, un azadón y una pala,
y se iba a identificar los soldados caídos alemanes, para que sus restos pudiesen ser restituidos a los
cementerios de su lugar de nacimiento. Con el alba salía de su cama mamá Lucía; su figura era ya
conocida y popular. Los camiones se paraban para que pudiera subir y los pasantes le daban escol-
ta. Impávida, se adentraba por campos minados aún. Ella sola logró identificar más de ochocientos
soldados caídos. Las madres alemanas quisieron tributar un homenaje a la “madre italiana de los
muertos alemanes” y la invitaron a que fuera a Alemania. La humilde campesina italiana emprendió
el viaje en 1951, pero rechazó el obsequio recaudado por aporte popular y que había podido darle
comodidad el resto de su vida.
Cuando vas a un funeral y participas del dolor del que ha perdido un ser querido, cumples ya con
esa obra. A condición, sin embargo, de que participes en las ceremonias religiosas con tu fervorosa
287
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
oración, proporcionando así consuelo y alivio, no solamente a los difuntos, sino también a los que
se quedan. Lastimosamente, el asistir a un funeral se ha reducido para muchos, a una mera formal-
idad para cumplir con una obligación social, y hacerse notar de los familiares. Pero, esta Obra de
Misericordia, bien cumplida, es muy grata a Mi Corazón. Trata tú, con tu buen ejemplo, de darle a
un funeral ese auténtico sello cristiano que servirá para reavivar la fe de muchos.
Si bien las lágrimas no se pueden condenar, Yo también, en ciertas ocasiones, lloré durante Mi vida
mortal, hay que rechazar, sin embargo, la desesperación y todas sus demostraciones exteriores.
Un cristiano debe mantener siempre, incluso frente al dolor, una actitud de fe ejemplar. Él sabe que
la muerte no es el fin de todo, sino, como decía mi gran Santo Francisco de Asís, es “la hermana que
abre la puerta a la vida eterna “:
Si estás convencido que tu paso sobre la tierra no es más que un período de prueba más o menos
largo, ¿por qué sientes temor y terror frente a la muerte? El encuentro con ella más bien debería
anhelarse, como quien espera la premiación dichosa después del esfuerzo. Con cuánta razón, ad-
vertía San Pablo a los primeros cristianos: “no lloren como los que no tienen fe”.
Da a los cuerpos una digna sepultura, pues fueron consagrados en el Bautismo, y un día surgirán,
ojalá gloriosos y triunfantes, para no morir más. Demuestra también tu fe en la Resurrección, ador-
nando las tumbas con flores y velas. Pero, no te olvides que, además de esas cosas materiales,
debes añadir lo que puede proporcionar una ventaja espiritual a tus difuntos, aliviándoles las penas
del purgatorio y ayudándoles a alcanzar la Patria bienaventurada. La Justicia de Dios es tan infinita
como su Misericordia. Y si tú con demasiada facilidad, basándote en tu propio sentir, piensas que
tus seres queridos ya llegaron a la gloria, y por este motivo los olvidas, corres el riesgo de dejarlos
sufrir mucho más tiempo en el purgatorio. Jamás te olvides de tus seres queridos, pues si no tuvier-
an más necesidad de sufragios, éstos servirán en provecho a otras almas y te harás de numerosos
amigos que serán tus intercesores en el día del juicio.
También me agrada que visites los cementerios, donde puedes orar por todos y detenerte a med-
itar en la nada de las cosas que pasan, en la brevedad de la vida y en la incertidumbre de la hora,
basta observar las edades tan diversas de los que yacen en los sepulcros pero no des a esas visitas
un valor superior al del cumplimiento de tus deberes religiosos, anteponiéndolas a ellos. Si la visita
al cementerio es la meta de tus pasos dominicales, que ésta jamás reemplace ni la Misa ni la instruc-
ción religiosa.
Yo fui también puesto en un sepulcro nuevo, reservado para Mí, y desde el alba, María y las piado-
sas mujeres vinieron con aromas a embalsamarme. Sea esto una confirmación de que lo que haces
para rodear de afecto a tus difuntos, a la luz de la esperanza en la Resurrección y vida futura, es muy
de mi agrado. Ten presente al practicar esta Obra de Misericordia que son los más pobres y desam-
parados los que más necesitan de ella y preocúpate de acompañarlos y brindarles ayuda.
Quiero terminar refiriéndome a un gesto que muchos acostumbran hacer, cuando es depositado
en la fosa el cuerpo de un familiar o amigo: Me refiero al acto de echar un puñado de tierra sobre al
ataúd, o colocar una flor sobre el mismo, a manera de despedida amorosa. Actúa de tal modo que
también este acto, por pequeño que sea, se espiritualice y se realice, como un ACTO DE FE en la
futura resurrección, cuando “Dios secará toda lágrima de sus ojos. Así sea”.
288
Cenáculos del rosario
b) En segundo lugar: Invoca al Espíritu Santo mediante uno de sus siete dones: el “DON DE CON-
SEJO”. “Por encima de todo ora al Altísimo, para que dirija en la verdad de tu camino” se lee en
Eclesiástico 37. “De Dios, recuerda Job, vienen la sabiduría y el poder, de El la inteligencia y el con-
sejo. “
Eclesiástico nos previene: “Guarda tu alma del que aconseja en provecho propio. No consultes a
quien te mira con desconfianza y de los que te envidian oculta tu consejo. No consultes con una mu-
jer sobre su rival, no con un cobarde acerca de la guerra, ni con un negociante respecto del comer-
cio, ni con el perezoso sobre un trabajo... no te fíes de éstos para ninguna consulta. Sino recurre
siempre a una persona piadosa que sabe guardar los mandamientos, que es de alma conforme a la
tuya, y que si caes sufrirá contigo. Y mantente luego firme en la decisión de tu corazón”.
La BIBLIA encierra ejemplos, tanto de buenos como de malos consejeros: El Rey Roboam, despre-
ciando el consejo de los ancianos, hace caso a unos jóvenes que le dan un consejo fatal, que llevará
el cisma político y religioso de su reino. Hermosísimos, al contrario, los consejos que daba a su hijo
el anciano TOBÍAS, cuando le llegó la última hora: “Vete, hijo mío de Nínive”; porque enteramente
se cumplirá lo que dijo el profeta Jonás. Pero tú, guarda la Ley y los preceptos, sé misericordioso y
justo y serás feliz”. LOT también aconseja a sus yernos huir de Sodoma y de Gomorra: “Levantaos”,
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
dijo, “salid de este lugar, porque Yahvé va a destruir la ciudad”. Pero sus yernos lo tomaron a broma
y perecieron. Moisés, al contrario, hace caso de los consejos que le dio Jetró, su suegro: “No está
bien lo que estás haciendo... Así que escúchame, te voy a dar un consejo, y Dios estará contigo... Si
haces todo esto, Dios te comunicará sus órdenes, tú podrás resistir, y todo este pueblo por su parte
podrá volver en paz a su lugar”. PILATO no escuchó el consejo de su esposa que le manda decir:
“No te metas con este Justo, porque hoy he sufrido mucho en sueños por su causa”. En cambio el
Sanedrín acata el consejo de GAMALIEL: “Si esta obra es de los hombres, se destruirá; pero si es de
Dios no podréis acabar con ella. No sea que os encontréis luchando contra Dios”.
SAN AGUSTIN se decidió a abrazar el sacerdocio por consejo de un humilde sacerdote. SAN CAR-
LOS BORROMEO pedía constantemente consejos y luces a SAN FELIPE NERI Y SAN JUAN BOSCO
se entregaba por completo a la educación de la juventud, después de las sabias exhortaciones de
SAN JOSÉ CAFASSO.
Donde el hermano agitado y perplejo necesita su luz, su orientación, su consejo que no sólo es
luz, sino también calor y apoyo , allí no lo duden, está Dios y les llama. Acudan, pues, PRONTO
Y PREPARADOS. Pronto, para que su limosna espiritual lleve consigo el calor del corazón, que se
enfría con la tardanza. Pero corran en su ayuda no para imponer su voluntad sino animados del sólo
deseo de que su hermano vea mejor cual es para él la voluntad de Dios... Y estén PREPARADOS. El
consejo puede dañar más que aprovechar, si el que lo da no tiene mucha sabiduría y el que lo recibe
carece de discernimiento.
Para realizar esta Obra de Misericordia necesitan de una doble preparación: la remota y la próxima.
La primera consiste en estar siempre instruidos, iluminados y competentes, gracias a su profun-
dización de las verdades de la fe y su constante grado de unión con Dios. Esta preparación remota
conseguirá que tengan siempre la mirada ante todo en la Gloria de Dios y el bien del prójimo, que
tengan serenidad de juicio y rectitud de intención, y que estén siempre dispuestos y capacitados
para corregir con suavidad y entereza si con el consejo es necesaria la corrección.
Y su preparación próxima consiste en que examinen el caso como si fuera propio, midiendo las ven-
tajas y los inconvenientes de las diversas soluciones, dejando traslucir el sentimiento de amistad
que se ha ido estableciendo, como una corriente de simpatía, para que el buen consejo sea más
eficaz y dé resultados más duraderos.
No se hizo mi gran Apóstol Pablo: “todo para todos”, iluminando, aconsejando. “para ganar a to-
dos para Cristo”... ¡Qué campo más amplio y fecundo se abre para ustedes, discípulos míos! Vayan
hacia el que llora: sequen sus lágrimas. Vayan hacia el que espera: ejercítenle en la paciencia. Vayan
hacia el extraviado: enséñenle el camino. Vayan hacia el que tiene falta de fe: fortifíquenle. Vayan
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Cenáculos del rosario
hacia el que está en la noche: háganle ver la luz. Vayan hacia el exaltado, apacígüenle. Vayan hacia
el indeciso: denle firmeza. Vayan hacia sus hermanos todos: llévenles Mi buen perfume de Cristo
Jesús, Mi dulzura y Mi humildad...
Vean, sin embargo, que cosa más seria es el aconsejar, pues, si el que les escucha les hace caso, ust-
edes asumen una responsabilidad muy grande. No den, pues, consejos si no se sienten seguros. No
suceda que indiquen un camino que ustedes mismo desconocen, con grave riesgo de equivocarse.
Tengan, en este caso, la humildad de reconocer su incompetencia y orienten si les es posible, a su
hermano hacia un guía más experto. Pero sobre todo, nunca den consejos sino después de haber
ampliamente suplicado las luces de lo Alto.
La ayuda moral que puede recibir el que siente a su lado a una persona amiga y confiable, es tan
grande que, no pocas veces, eso basta para traerle paz, consuelo, alegría aún en medio de las, situa-
ciones más complicadas. Den, pues, discípulos míos, sus consejos con suavidad. Que jamás tengan
el tono de un reproche, sino de una voz amiga. Que el aconsejado sienta en sus palabras Mi Voz, la
que si bien a veces suena un poco severa es siempre muy sincera y, sobre todo, movida por el Amor
de quien les ama como nadie más los ha amado. Y que de esta certeza brote, como de una fuente
inagotable, PAZ y ALEGRÍA y un renovado ALIENTO en llevar nuevamente con LA SONRISA, la
cruz de cada día. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Timoteo no tenía una salud robusta. Padecía del estómago. En lo espiritual no tenía el ánimo del
luchador, antes bien se inclinaba a la timidez. Juntamente con su madre y su abuela había abrazado
la fe de Jesucristo al pasar San Pablo por Listra en su primer viaje misional. ¿Pero, acaso, retrocedió
Timoteo, ya por su salud quebradiza, ya por sus predisposiciones psíquicas, ante los sacrificios
que impone la fidelidad al Crucificado? ¡Nunca! San Pablo lo define con una sólo palabra: “Fiel en
el Señor”. Nunca abandonará Timoteo al Apóstol, ni en las persecuciones y vejaciones que éste
padece. Porque, como le escribe San Pablo, en su segunda carta: “Los que quieren vivir según Jesu-
cristo, han de padecer persecución”. Timoteo nunca será débil, porque abuela y madre pusieron en
el alma del niño unos cimientos sólidos. La siembra fue abundante y muy cuidada. Espléndida es la
cosecha. Cuando es puesto a prueba, en misiones arduas, en persecuciones, Timoteo permanece
firme. Y San Pablo, apóstol vehemente, conquistador incansable, no tendrá, según su propio testi-
monio, otra persona tan unida a su corazón y a su espíritu como Timoteo, que permanecerá “como
hijo al lado de su padre”. Y Timoteo será fiel a su maestro Pablo y al Señor hasta el martirio. ¡Qué
gran parte en la gloria eterna de Timoteo tendrán Loida y Eunice!
SAN AGUSTIN exhorta: “A vuestros pequeños no los dejéis de la mano; contribuid a su salvación
con todo esmero. Si esto hacéis, os aseguro; no serán considerados siervos perezosos, ni tendréis
por qué temer el castigo a ellos reservados”.
Y SAN JUAN CRISÓSTOMO advierte: “Tenéis en depósito un tesoro grande: los hijos. Cuiden, pues,
de ellos procurando que el Maligno no se los hurte”. EL SANTO CURA DE ARS enseña: “En vano los
padres y madres emplearán sus días en la penitencia, en llorar sus pecados, en repartir sus bienes a
los pobres; si tienen la desgracia de descuidar la salvación de sus hijos, todo está perdido”.
El Papa Sn. JUAN PABLO II no deja de insistir en esta insustituible misión paternal: “No cabe duda
de que los padres deben ser los primeros catequistas de sus hijos. Es su deber crear un ambiente de
familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres. Este deber de educación
familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. El sacramento del
matrimonio consagra a los padres a la educación propiamente cristiana de los hijos, es decir, los lla-
ma a participar de la misma autoridad y del mismo amor de Dios Padre y de Cristo Pastor, así como
del amor materno de la Iglesia y los enriquece en sabiduría consejo, fortaleza y en los otros dones
del Espíritu Santo, para ayudar a los hijos en su crecimiento humano y cristiano. Tal es la grandeza
y el esplendor del ministerio educativo de los padres cristianos, que Santo Tomas de Aquino no
dudó en compararlo con el ministerio de los sacerdotes... La conciencia de que el Señor confía a
ellos el CRECIMIENTO DE UN HIJO DE DIOS, DE UN HERMANO DE CRISTO, DE UN TEMPLO DEL
ESPÍRITU SANTO, DE UN MIEMBRO DE LA IGLESIA debe alentar a los padres cristianos en su tarea
de AFIANZAR EN EL ALMA DE LOS HIJO EL DON DE LA GRACIA DIVINA”. Este bellísimo texto del
Papa Juan Pablo II se halla en su exhortación apostólica “LA FAMILIA”, cuyo contenido merece ser
ampliamente meditado por todas las familias cristianas.
A SANTA JUANA DE CHANTAL que reunía a sus propios hijos con los niños de los criados, para
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Cenáculos del rosario
enseñar a todos el CATECISMO, SAN FRANCISCO DE SALES escribió: “Apruebo mucho que seáis
maestra en la escuela de Dios. Él os recompensará porque ama a los niños, y los ángeles de la guar-
da de los niños aman mucho a los que los educan en el temor de Dios, y despierten en sus almas la
piedad y devoción”.
A mí Me llamaban Maestro. Y era realmente mi misión la de enseñar los secretos del Reino de Dios.
Yo instruía a toda clase de personas y de cualquier edad. Los niños me escuchaban admirados y los
adultos, para oírme, se olvidaban hasta de comer. Trataba con amigos y enemigos, justos y peca-
dores, enfermos y sanos: A todos les indicaba el camino del Cielo. “Yo soy el camino, la Verdad y la
Vida. El que cree en Mí no morirá jamás” ; les decía. Y a mis Apóstoles les di el encargo de continuar
mi Misión, transmitiendo a todos lo que Yo les había enseñado.
¡Dichosos los que cumplen esta orden con fidelidad, celo por las almas y amor! ¡Dichosos los que,
después de haber profundizado, en Mi escuela, las cosas de Dios, sienten el deseo de darlas a con-
ocer también a los demás y se empeñan por llegar a ser maestros de Vida Eterna!
Discípulos míos, estén deseosos de aprender Mis enseñanzas que les llegan a través de la Lectura
de la Palabra de Dios, las enseñanzas de la Iglesia, las Homilías Dominicales; a través de Retiros y
Convivencias y por medio de las lecciones que les imparto, a ustedes por medio de estos Cenáculos
de mi Madre Santísima. Escúchenme siempre, con mucha humildad y atención, pues les hablo al
corazón para que ustedes, a su vez, iluminen a los demás.
Esto vale de una manera muy especial para las mamás aquí presentes. ¡Son sus lecciones y su ejem-
plo las que plasmarán la fuerza y las convicciones religiosas de sus hijos! Inculcados en su corazón
desde su más tierna edad, estas convicciones se irán perfeccionando con el esfuerzo personal, y
les sostendrán en la edad de las pasiones. Madres, no olviden que las lecciones que dan a sus hijos
jamás se borrarán de su mente y corazón. Aún cuando parezca, en ciertas épocas de la vida de sus
hijos, que las enseñanzas de ustedes fueron un fracaso, no teman. Volverán a aflorar más adelan-
te, tal vez en la edad adulta o en la vejez, pero no se perderán. Lo más importante es: que haya
coherencia entre lo que ustedes dicen y lo que hacen. Que enseñen más con el ejemplo que con la
palabra, aunque lógicamente, tendrán que emplearla también.
Y ahora quiero decir algo a los maestros de las escuelas. Ser maestro es una misión, y no sólo una
profesión, que les pone en contacto con el alma del niñito, del jovencito, del adolescente, y les per-
mite dirigirse a su inteligencia, a su memoria y a su voluntad. Es una misión delicada, preciosa y, en
realidad divina, porque refleja y prolonga la Mía. Por eso es que les dije: “no llaméis a nadie maestro
en la tierra. Tenéis un solo Maestro en el Cielo. “... Las enseñanzas recibidas en los pupitres de las
escuelas quedan grabadas para siempre en su alma.
El comportamiento del maestro forma parte de esos recuerdos que hasta en la más avanzada edad
encantan o entristecen. ¡Ojalá se dieran cuenta siempre los educadores de lo delicado de su tarea!
¡Con qué corazón la cumplirían! ¡Con qué preparación, no sólo intelectual, sino también moral y
espiritual, atenderán a sus obligaciones! Pero, hay muchos que ejercen sólo por amor de lucro o de
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
prestigio, sin caer en cuenta de la grandeza de su misión, la cual, bien ejecutada es un diario ejerci-
cio de esa Obra de Misericordia tan importante como preciosa.
Oren, discípulos míos por los educadores, sean éstos sencillos maestros o profesores de univer-
sidad, para que se comporten sabia y cristianamente, y no transformen su cátedra en un púlpito
desde donde sea esparcido el error y, mucho menos, justificado el pecado. ¡Ay del maestro que
en el día temible del juicio tenga que avergonzarse de lo que ha enseñado y bajar la frente ante mi
mirada escrutadora! Pero aquel que ha enseñado Mi doctrina con amor y dedicación, brillará en el
firmamento como un astro, pues transformó su vida en una práctica continua de esta Obra de Mi-
sericordia tan preciosa: Instruir a los ignorantes. Así sea”.
a) En Levítico 1, Dios exige que se haga la corrección fraterna: “Corrige a tu prójimo, para que no te
cargues por su causa con pecado”. Y el Eclesiástico explica: “Corrige al amigo que quizás no obró
con mala intención, a fin de que no lo haga más. Corrige al prójimo, antes de usar amenazas”. Y
Jesús mismo, en Mateo 18, nos exhorta: “Si tu hermano ha pecado contra ti, llámale y corrígelo a
solas. Si te escucha habrás ganado a tu hermano”. San PABLO, por su parte, escribe a los Tesaloni-
censes: “Os exhortamos, hermanos a que amonestéis a los que viven extraviados”.
b) La Biblia exalta la eficacia de la corrección fraterna. En el Libro de los Proverbios se lee “El herma-
no ayudado por su hermano, es como una ciudad amurallada. Va por sendas de vida el que acepta la
corrección; el que no lo admite va por camino equivocado: “DAVID”, por, ejemplo; se convirtió por
la corrección que le dio el profeta Natán.
c) ¿Cómo se ha de hacer la corrección?: En primer lugar con la DULZURA que recomienda San PAB-
LO a los Gálatas: “Cuando alguien incurra en alguna falta, corregidle con espíritu de mansedumbre,
pero no descuides a ti mismo, que tú también estás expuesto a la tentación”.
En segundo lugar: Con VALOR, aunque provoque reacciones contrarias: A Juan Bautista le costó la
vida el haber reprochado a Herodes su adulterio. Jesús resultó igualmente incómodo para los Faris-
eos. Al querer corregirles, atizaba su odio contra Él. “El mundo, decía Jesús en Juan 7, me aborrece
porque doy testimonio de la perversidad de sus obras”.
Que los PASTORES no teman de amonestar a sus feligreses, tal como San Pablo lo encomienda
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Cenáculos del rosario
a Tito: “Enseñe, exhorte y reprenda con toda autoridad. “ Que los PADRES, asimismo, corrijan a
sus hijos: “Porque como un padre a un hijo querido, Yahvéh reprende a aquel que ama”; leemos en
Proverbios 3.
El corregido, por su parte, debe tener el valor de aceptar la corrección: “El varón cuerdo y bien en-
señado no murmura cuando es corregido”, enseña el Libro del Eclesiástico. Y Proverbios 15 recalca:
“El que escucha la reprensión saludable, tiene su morada entre los sabios. Quien deja la corrección
se desprecia a sí mismo; quien escucha la reprensión adquiere sensatez”.
d) Practicar esta Obra de Misericordia es gran muestra de caridad Enseña Santiago 5: “Si alguno de
vosotros se desvía de la verdad y otro hace que vuelva a ella, debe saber que quien hace que el peca-
dor se convierta de su error, salvará el alma de la muerte y cubrirá muchedumbre de sus pecados”.
c) ¿COMO DEBEMOS HACER LA CORRECCIÓN?...: Aconseja San Agustín: “Si te ves precisado a
reprender a alguien, pregúntate, primero, si acaso tú mismo no cometiste, alguna vez, aquella mis-
ma falta que te aprestas a reprender. Si nunca la cometiste, no dejes, entonces, de considerar que,
hombre frágil como eres, en cualquier momento pudieras haberla cometido.
Ten, pues, siempre presente la común fragilidad, de modo que sea la misericordia, y jamás el rencor,
la que preceda a aquella corrección. Corriges por amor, con la santa intención de lograr la enmienda
del pecador. Pregúntate: ¿Que te mueve a corregir? ¿Acaso una ofensa que no lograste borrar de tu
mente? ¿Un insulto que sigue hiriéndote?... Deja, entonces la corrección. Pero si es amor sincero lo
que te empuja, haces obra excelente en corregir”.
No nos olvidemos tampoco del consejo que nos da el Siervo de Dios José María Escriba de Balaguer
“Aprendamos a descubrir tantas virtudes en los que nos rodean: nos dan lecciones de valor, de ab-
negación, de alegría, y no nos detengamos demasiado en sus defectos; tan sólo en cuanto resulta
imprescindible, para ayudarles con la corrección fraterna”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Tu vida debería ser ejemplar para que puedas llamar la atención a los demás. Pero, dada la fragil-
idad humana, por la cual todos son pecadores, podrás llevar a cabo esta obra si pones mucha hu-
mildad y dulzura en hacerlo y si, además, tú también estás dispuesto a recibir reprimendas cuando
te equivocas.
Reprender a alguien, no lo olvidas, no quiere decir ni sermonearlo, ni regañarlo, ni maltratarlo, sino
dulcemente advertirlo, hacerle caer en la cuenta de su error e invitarlo a renunciar a su vida equiv-
ocada. Si, además, te une al pecador un lazo de amistad o un afecto familiar, tu advertencia será
aún más eficaz en lograr que ese encuentre la justa senda y se decida por amor y por temor a Dios,
a no pecar más.
Toma muy a pecho, discípulo mío, esa causa que es toda Mía. Tú bien sabes cuánto amo a los peca-
dores. Vine a la tierra no por los justos, sino por las ovejas perdidas. Su salvación me angustia a
tal punto que estaría dispuesto a sufrir otra vez mi cruel Pasión con tal de llevarlos de vuelta a la
casa de mi Padre. Eternamente te estaré agradecido por lo que harías por ellos. Y solemnemente
te digo: El que salva un alma, ha asegurada la suya. Porque inmensa y eterna será la gratitud de
aquella alma que obtuvo la salvación por las oraciones, consejos y desvelos de otra persona. ¿Acaso
olvidaría en la otra vida tal don y favor? ¡Jamás! Allá donde todo es perfección, de modo sublime
es también practicado el deber del agradecimiento y de la gratitud. Imagínate, entonces, con que
amor e insistencia en el Cielo se pide la santificación de aquellas almas que en la tierra se prodigan
por la salvación de otras.
Lo importante es que actúes siempre y únicamente movido por amor a Dios y al prójimo. Que no
trates de imponerte, sino que tan sólo el deseo de acercar las almas a Dios, sea el que te mueva a
actuar y hablar. Sé humilde cuando amonestes. Y tú también: corrígete de tus defectos para que no
te digan: “Médico, cúrate a ti mismo”.
Actúa con bondad, con comprensión, con confianza y, constancia, sin rendirte, ni aun cuando el
caso te parece perdido ya. Cuando más desesperado te parece, entonces es cuando Yo intervengo
más poderosamente con mi gracia, con tal que tú sigas siempre orando, amando y confiando.
No dejen, pues, de corregirse mutuamente, discípulos míos, ya que todos están llenos de defec-
tos. Ámense tan intensamente que estén, dispuestos a sacrificar la vida los unos por los otros. Y si
después de haberse interesado de todo corazón por la salvación de sus seres queridos, les pareciera
imposible llegar a obtener tal gracia, no dejen de encomendarle a Mi Mamá. Ella; que es el Refugio
de los pecadores, les sabrá tocar el corazón, no lo duden, en la medida en que la amen y la supli-
quen. Así sea”.
296
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
El mensaje bíblico a propósito del consuelo se resume en esto: DIOS NOS CONSUELA PARA QUE
PODAMOS NOSOTROS CONSOLAR A NUESTROS HERMANOS.
a) DIOS NOS CONSUELA: El Salmo 94 reza: ‘En el colmo de mis angustias interiores, tus consuelos
recrean mi alma”. Y el Salmo 23 exclama: “Aunque pase por valle tenebroso ningún mal temeré;
pues junto a mí tu vara y tu callado, ellos me consuelan”. San Pablo llama a Dios, en 2 Corintios:
“Padre de las misericordias y Dios de Todo consolación”.
b) EL MAYOR CONSUELO QUE DIOS HA DADO A LA HUMANIDAD ES SU MISMO HIJO QUE NOS
TRAE LA SALVACIÓN. Isaías lo profetizó en páginas sublimes y conmovedoras: “Como un niño a
quien su madre le consuela así Yo os consolaré. Cuando haya consolado Yahvé todas sus ruinas y
haya trocado el desierto en Edén y la estepa en Paraíso, regocijo y alegría se encontrarán en ellos,
alabanzas y la música de sus canciones... Porque Yo, Yo soy su consolador”.
d) Para ser consolado por Dios conviene LEER LA SAGRADA ESCRITURA: “En efecto, “ escribe San
Pablo a los Romanos, “todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra
para que con la paciencia y el CONSUELO QUE NOS DAN LAS ESCRITURAS mantengamos la es-
peranza”.
e) Pero no basta con leer la Biblia, para ser consolado. Hace falta PONERLA EN PRACTICA. Dios
consuela, dice Jesús, AL QUE TOMA SU YUGO: “Venid a Mi todos los que estáis agobiados, y yo os
aliviaré. CARGAD SOBRE VOSOTROS MI YUGO, y aprended de mí, que soy manso y humilde de
corazón; Y HALLAREIS DESCANSO PARA VUESTRAS ALMAS. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera”.
f) TAL COMO SOMOS POR DIOS CONSOLADOS, DEBEMOS COMPARTIR ESTE CONSUELO CON
QUIEN ESTA AFLIGIDO: “El Dios de todo consuelo”; recalca San Pablo, nos consuela en todas
nuestras tribulaciones para poder NOSOTROS CONSOLAR A LOS QUE ESTÁN EN TODA TRIBU-
LACIÓN, mediante el CONSUELO CON QUE NOSOTROS SOMOS CONSOLADOS POR DIOS. Qui-
en nunca experimentó el consuelo de Dios, ¿qué podrá ofrecer a su hermano dolido... más que un
mero aliento sentimental o palabras superficiales?
SAN GREGORIO MAGNO nos dice: “El que da bienes exteriores ofrece algo que le es extraño; el
que da su compasión y sus lágrimas da algo de si mismo”.
SAN ANTONIO DE PADUA constata: “Lleva en su pecho un corazón de piedra quien no se mueve a
compasión cuando se trata del prójimo desdichado”.
297
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Mis muy amados discípulos: Nadie en este mundo está exento de dolores y cruces, y en tales mo-
mentos ¡cómo se desea recibir consuelo y ayuda! El mayor consuelo en los infortunios es encontrar
corazones compasivos. Yo Mismo, su Modelo en todo, bajo el peso del dolor supliqué al Padre que
me librara si era posible. Y me envió un Ángel Consolador.
Quisiera que todos ustedes fuesen en el mundo Ángeles de consolación unos con otros. Quisiera
que acercándose al hermano dolido, cada uno de ustedes supiera decirle palabras tan eficaces que
despejaran el horizonte y le demostraran que el sufrimiento no es un fin en sí mismo, sino un medio
de salvación y semilla de gloria.
Discípulos míos: A veces una palabra hubiera bastado para evitar que una persona, llevada por la
desesperación, cometiera un acto irreparable. Que nunca suceda que, después de enterarse del fin
trágico de alguien, tengan ustedes que decirse: “yo hubiera podido evitarlo si hubiese tratado de
interesarme por esa persona”.
¿Qué es, pues, la compasión? Es una ayuda moral y espiritual de mucho más valor que la ayuda ma-
terial. Es un sentimiento piadoso, eficaz y con ese delicado perfume de humildad, que fácilmente
se apiada de otro por muy pecador que sea. Sólo los grandes corazones, saben ser buenos y com-
pasivos, ya que el amor propio endurece y enfría el alma. Y gracias a esas personas que tuvieron la
bondad de compadecerse por las penas de !os demás y de llorar con quien llore ¡cuántas almas han
encontrado en el dolor el camino hacia Mí!
La virtud de la compasión se aprende sufriendo. Los que no han sufrido no saben compadecer.
Sólo ojos que han llorado son ojos que comprenden. Abran, pues, bien, discípulos míos, los ojos
y el corazón, para ver si a su alrededor hay alguien ansioso de sentir sus palabras de consuelo. No
sean egoístas. No piensen que por tener sus propias congojas y preocupaciones, tienen derecho
a encerrarse en si mismos. ¿No parece, acaso, a cada uno su propia cruz más pesada que la de los
demás? Pero, si logran olvidarse de sí mismos, abriendo su corazón a los demás, ¡verán cómo serán
ustedes los primeros beneficiados de la alegría y el consuelo que siembran! Porque Yo, Dios, ¡no
me dejo vencer en generosidad!
298
Cenáculos del rosario
Aquel siervo de la parábola, quien su amo había perdonado toda la deuda y que, luego, no quiso
perdonarla a su compañero, fue arrojado a la cárcel. Por no haber querido ser indulgente con su
compañero, perdió la indulgencia que había conseguido con su amo.
Contesta el Santo: “Tú estás seguro, has pesado bien los pros y los contras, estás seguro de que es
él quien ha pecado contra ti y no tú contra él. “Si dices, estoy seguro”. Que tu conciencia descanse
entonces tranquila en esta certeza. No vayas a buscar a tu hermano que ha pecado contra ti, para
299
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
pedirle perdón; te basta con estar dispuesto a perdonar de corazón. Si estás dispuesto a perdonar,
ya has perdonado. Te queda todavía pedir a Dios por tu hermano”.
La segunda pregunta es: ¿Conviene siempre pedir perdón con palabras explícitas?
Responde SAN AGUSTÍN: “Hay ciertas personas de condición inferior, que se exaltan y enorgul-
lecen cuando se les pide perdón. He aquí lo que yo aconsejo a este respecto. Puede suceder que
un amo peque contra su criado. Y aunque uno sea amo y otro criado, los dos son criados de Otro,
porque los dos han sido rescatados por la sangre de Cristo. No obstante, cuando el señor ha ofen-
dido al siervo, sea reprendiéndole sin razón, sea golpeándole injustamente, parece duro obligarlo a
decir: perdóname, porque esto no sería conveniente. Háblale con más amabilidad: esto será como
si se le pidiese perdón”.
“Que no se ponga el sol sobre tu cólera”, les dije en mi Evangelio. Como también: “Si vas al altar
a presentar tu ofrenda y te acuerdas que alguien tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda, y anda
primero a reconciliarte con tu hermano, y después vuelve para ofrecer tus dones a Dios”. ¿Irías a re-
cibirme en la Eucaristía, estando peleado con el hermano que comparte este mismo pan? ¡Cuánto
heriría esto mi corazón! Que la iniciativa de perdonar nazca siempre de ti, aún cuando los otros te
guarden rencor. A Dios; que todo lo ve, le agradará esta generosidad y humildad.
Jamás actúes de manera quisquillosa, diciendo que a ti no te toca, que el ofendido eres tú... Lo
que importa es devolver la armonía y la serenidad allí donde hay discordia, y establecer el en amor
donde hay odio.
Si con demasiado facilidad crees injustas las actitudes de los demás, ¿No será signo que careces de
humildad y de abandono a Mi Voluntad Divina? A menudo, a través de aquel que te ha herido, era
Yo, que conozco tus errores, que te he golpeado para que caigas en la cuenta de estos. Deja, pues,
el juicio a Mí, y aprende la lección que te doy, para que, purificada tu alma y viviendo en mi Volun-
tad, llegues a ese nivel de madurez en el cual sabrás amar y perdonar, como lo hice Yo en la Cruz.
Sea tu perdón siempre profundo. Perdone de corazón, como Dios te perdona a ti. Sea, además,
un perdón rápido, sin dejar que el rencor corroa tu corazón, y sin humillar a la otra parte. Y sea un
perdón sencillo: sin adoptar gestos teatrales, sin dramatizar. A veces ni siquiera es necesario decir
“te perdono”, bastará sonreír, devolver la conversación, tener un detalle amable, disculpar. Mejor,
todavía, si ni siquiera llegas a tener qué perdonar porque no te sientes ofendido. Esto ocurrirá si has
aprendido a disculpar y a no ser susceptible.
Mal vivirías tu vida cristiana, discípulo mío, si al menor roce se enfriase tu caridad y te sintieras sep-
arado de los demás. Cuántas familias están enfriadas o peleadas por no practicar esta maravillosa
obra de misericordia, que encierra en sí tantas virtudes: la humildad, la caridad y, sobre todo, la
bondad que te hace semejante al Padre, el cual perdona siempre.
300
Cenáculos del rosario
Cuando instituí el sacramento de la Confesión, le dije a Mis Ministros: “Vayan, perdonen”. Los
Apóstoles Me preguntaron: “¿Cuántas veces tenemos que perdonar?” Y respondí: “Setenta veces
siete”; vale decir, siempre. Ahora bien, si todos los hombres deben ser siempre perdonados por
Dios, estos deben también perdonar siempre a sus semejantes, siendo esta una condición indis-
pensable para obtener el divino perdón.
Te ruego, discípulo mío, que si no quieres hacer inútiles y quizás pecaminosas o sacrílegas tus con-
fesiones y tus comuniones, perdones con todo el corazón a todos hasta el punto de olvidar las
ofensas, de cualquier clase que ellas sean.
Esta condición de tu perdón, que depende del perdón que tú des a los demás, debe ser para ti un
gran consuelo en esta vida, una gran certeza en la esperanza de la vida futura y una gran paz. ¿Es
que no vale la pena: de renunciar al amor propio, con tal de poseer tales dones?
Perdona siempre, discípulo mío, hasta olvidar, si puedes, la ofensa recibida, como hago Yo, que
cuando perdono, olvido. Perdona hasta orar por el que te ha ofendido, como también lo hago Yo,
que sigo colmando de dones y mandando el sol y la lluvia a Mis criaturas que, continuamente, se
lanzan en contra de Mí. Recuerda siempre que el sembrador de odio es el Maligno y no permitas
que te saque ventaja. Aun cuando tuvieras todas las razones para protestar por el comportamiento
de tus semejantes, tú imitándome a Mí, que de lo alto de la Cruz decía: “Padre, perdónalos porque
no saben lo que hacen”, podrías invocar los mismos atenuantes para tus ofensores. No saben lo que
hacen, hacen el mal sin quererlo, creyendo que hacen el bien.
¡Qué buenas son estas palabras, y cuán dignas de premio! Todos los mártires las han pronuncia-
do, después de Mí, desde Esteban hasta los mártires de su tiempo, y es la invitación que mi Santa
Mamá y Yo repetimos continuamente a los hombres que quieren ser nuestros seguidores. Ámense,
perdónense, ayúdense mutuamente, porque esa es la voluntad de Dios. Perdona siempre, con la
sonrisa en los labios. Habla claramente, sin rencor, cundo piensas en conciencia que debes hablar.
Y deja todo en las manos de Dios, su Padre, con un divino silencio, Yo también me callaba , si se
trata de ataques personales, por brutales e indecorosos que sean.
Preocúpate sólo de hacer buenas obras, que Mi Padre se encargará de que brillen delante de los
hombres”. Hagan, a diario, un examen de conciencia para ver cómo fueron sus reacciones ante las
molestias que la convivencia lleva ordinariamente consigo. Vivir como discípulo mío es encontrar,
también en este punto, el camino de la paz y de la serenidad.
Ahora te hago una última recomendación. Procura siempre poner armonía y paz en todas partes,
más aún, si algunas veces tienes la ocasión de arreglar algunas desavenencias, hazlo con gran bon-
dad y caridad, y Me darás con ello un gran placer. Imita el ejemplo de los Santos, que desafiando
los peligros externos y venciendo con la ayuda de Dios su propia debilidad, supieron restablecer
la paz entre los hombres que se les acercaban. La paz es un don de Dios que se gana con la buena
voluntad. ¿Qué moneda más preciosa que ésta quisieras utilizar para adquirir un bien tan grande
y tan indispensable para la vida eterna?... La paz, Mi paz está siempre con ustedes y en medio de
ustedes. Así sea”.
301
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Jesús, un día, interpeló dolido a la gente que se resistían en creer en El: “¿Hasta cuándo tendré que
soportaros?” ¡Cuanto, en efecto, NOS SOPORTA DIOS¡ “Dios es Amor’; nos revela San Juan, y el
“amor” escribe San Pablo a los Corintios, “todo lo espera, todo lo soporta, todo lo aguanta”. Y si,
a veces, Dios nos castiga, todavía es por amor: para que salvemos nuestra alma: “Como a hijos os
trata Dios” explica San Pablo en Hebreos.
DIOS, sin embargo, EXIGE QUE NOS SOPORTEMOS MUTUAMENTE TAL COMO EL NOS SOPOR-
TA. Esta petición está incluida en la gran SÚPLICA de Jesús: “Amaos unos a otros como Yo os he
Amado”. Si El tuvo tanta paciencia con los defectos de los suyos, basta recordar a Pedro que Lo tra-
icionó, y, sin embargo no fue desechado como Apóstol, nosotros también debemos saber sopor-
tarnos unos a otros “Os exhorto, escribe SAN PABLO, a que viváis con toda humildad, mansedum-
bre y paciencia: soportándoos unos a otros por amor, y poniendo empeño en conservar la unidad
del Espíritu con el vínculo de la paz. Revestíos, pues como elegidos de Dios, santos y amados, de
entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a
otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro”.
DE LO CONTRARIO DIOS DEJARÍA DE SOPORTARTE, tal como lo establece la ley evangélica que
dice: “Con la medida con que midáis, seréis medidos”; y también: “Si no perdonáis a los hombres
sus faltas, tampoco vuestro Padre celestial os perdonará las vuestras”.
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
a) SAN GREGORIO MAGNO es tajante: “La tierra buena da buenos frutos por la paciencia, porque
ningún valor tienen las obras buenas que hacemos si no toleramos también las malas en nuestros
prójimos”.
Exhorta el Papa León XIII: “Sufre con paciencia los defectos y la fragilidad de los otros, tenien-
do siempre ante tus ojos la propia miseria, por la que has de ser tú también compadecido de los
demás”.
b) “El deber de soportar a los demás, sin embargo, advierte SAN GREGORIO MAGNO, no excluye
302
Cenáculos del rosario
el deber de corregir a quienes están confiados a nuestro cuidado. Y el Santo nos da una estupenda
receta: “Debemos soportar a los que corregimos y corregir a los que soportamos”.
c) De estas enseñanzas, los Santos dan el ejemplo: Tres bandidos tenían aterrorizada (a región
donde vivía San Francisco de Asís. Un día vinieron al convento a pedir algo de comer. El guardián,
fray Ángel, los regañó duramente: “¡Cómo! ¡Vosotros asesinos! ¡No contentos con robar a la gente
del mundo el fruto de su trabajo, pretendéis ahora apropiarse de las limosnas de los servidores de
Dios!... ¡Fuera de aquí, y no os acerquéis más a esta puerta!” Cuando San Francisco supo el hecho
hizo llamar a Fray Ángel: “Hermano; le dijo, no has obrado como cristiano. Los pecadores más fácil-
mente se convierten más con la dulzura que con los reproches. ¿No nos ha dicho acaso Jesús, cuyo
evangelio prometimos practicar, que son los enfermos y no los sanos los que necesitan médico? ¿Y
más todavía, que no son los justos sino los pecadores a quienes El vino amar? ¿Y que Jesús se com-
placía en comer con los pecadores?... Ya que acabas de obrar contra la caridad y los ejemplos de
Cristo, te mando por obediencia que vayas con este pan y este vino a buscar los bandidos. Irás por
montes y valles hasta que los encuentres; puesto de rodillas ante ellos, los pedirás perdón por tu de-
scortesía y dureza; les ofrecerás esto de mi parte y les rogarás en mi nombre que no ofendan más a
Dios y dejen en paz al prójimo. Si ellos aceptan esto, que sepan que yo prometo proveerlos para sus
necesidades futuras. Les dirás todo esto con humildad y luego volverás”. Y el guardián cumplió lo
que San Francisco le ordenaba, con tan buen resultado que los bandidos se conmovieron. Vinieron
a echarse a los pies de San Francisco, se confesaron, renunciaron al mundo, se hicieron frailes y
perseveraron hasta la muerte”.
Bienaventuradas las esposas que soportan pacientemente un marido alcohólico, violento o infiel,
ofreciendo sus sufrimientos para la conversión de su cónyuge. Bienaventurados los esposos que
aguantan con dulzura y paciencia una esposa celosa, mandona o derrochadora. Y bienaventurados
los padres que corrigen, con infinita paciencia a sus hijos, a menudos ingratos y rebeldes. Grande
será su premio en el Cielo. Pero, ¡Ay de aquellos cónyuges que, por no soportarse más, se divorcian!
303
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Es cierto que mi Iglesia permite en casos extremos y para salvaguardar la integridad personal o la
moralidad de la parte inocente, que una pareja, temporalmente, se separe. Pero a condición de
que esté siempre dispuesto a acoger al pecador arrepentido cuando éste manifiesta el deseo de re-
gresar al hogar. En este caso no viene el proverbio: “Mejor sólo que mal acompañado”. Yo les digo:
“Mejor sufrir mal acompañado, que sólo por negarse a soportar”.
Discípulos míos, practiquen siempre todo esto por amor del Padre Celestial. El manda su sol y su
lluvia a buenos y malos y desea que también ustedes se amen, se compadezcan y se soporten por
amor a Él, dando así un valor divino a una acción humana y haciéndola digna de un premio eterno.
Imiten mi ejemplo, pues aun siendo Dios y poseyendo todas las virtudes y cualidades en grado
infinito, me adapté a todos, soportando la avaricia y la traición de Judas, la infidelidad y el respeto
humano de Pedro, la hipocresía de los Fariseos, la soberbia, la malicia y la ingratitud de todo un
pueblo, a quien Yo había beneficiado por tres años. Habían visto los milagros, habían tocado con la
mano Mi poder, Mi sabiduría y Mi misericordiosa bondad, sin apreciar nada de ello.
Sí, discípulos míos, tal como Ustedes lo cantan: AMAR ES SOPORTARSE. Háganse todo para to-
dos, para ganarlos a todos para Dios, como mi gran Apóstol Pablo. Esa es su misión y la de cualquier
verdadero cristiano. Porque la dulzura y el perdón no son debilidad, más bien una manifestación
de fuerza. Los que no tengan paciencia obran con estrépito y violencia; los fuertes con maravillosa
suavidad. Soportándose así incansablemente, unos a otros.... y lograrán que Dios les acoja y los
“soporte” a su lado por toda la eternidad. Así sea”.
El mismo JESÚS acostumbraba de noche ir, a solas, a la montaña para orar por nosotros. Sus últi-
mas palabras en la cruz siguieron siendo oraciones de intercesión: “Padre, perdónales porque no
saben lo que hacen”.
304
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
“El profeta “Elías, comenta ORÍGENES, después de estar cerrado el Cielo a los impíos durante tres
años y tres meses, lo abrió de nuevo con su palabra divina; y esto mismo hace siempre el que con su
oración obtiene para el alma la lluvia, antes negada a los hombres, por sus pecados... Y los grandes
prodigios que realizó, según las Escrituras, MOISÉS, las puede realizar mediante la oración también
ahora cualquiera de los que están verdaderamente dedicados a Dios”.
“Orad, orad, “ insiste el Papa Pío XII, “la oración es la llave de los tesoros de Dios; es el arma del
combate y de la victoria en toda lucha por el bien y contra el mal. ¿Qué no puede la oración, adoran-
do, propiciando, suplicando, dando gracias?” Este mismo Papa en su memorable encíclica “Mystici
Corporis” exclama: “Misterio verdaderamente tremendo y que jamás se meditará bastante: que la
salvación de muchos depende de has oraciones y voluntarias mortificaciones de los miembros del
Cuerpo místico de Jesucristo, dirigidas a este objeto”.
¿Y qué nos dijo nuestra Madre del Cielo, en su aparición en Fátima?...Dejó escapar una dolorosa
queja: “Tantas almas van al infierno porque NADIE REZA NI SE SACRIFICA POR ELLAS”.
En la vida de SANTA CATALINA DE SIENA, Doctora de la Iglesia, se refiere cómo ella se vio solic-
itada por su párroco para que encomendase a Dios a un pecador impenitente. Así lo hizo la Santa,
pero oyó que el Señor le respondía: “Sus crímenes han subido hasta el Cielo, porque no sólo ha blas-
femado contra Mí, y contra mis Santos, sino que arrojó al fuego una imagen que me representaba
rodeado de mi gloriosa Madre y de los Santos. ¿No es justo que también él sea arrojado al fuego
eterno?”... Al oír esto, Catalina se postró humildemente diciendo: “Amadísimo Redentor mío: si Vos
miráis a nuestros crímenes, ¿quién podría librarse de la condenación eterna? Acordaos, Señor, que
bajasteis al seno de la Purísima Virgen, sufristeis la ignominiosa muerte de la cruz, no para castigar
nuestros delitos, sino para perdonarlos. ¿Por qué me presentáis, Señor, los delitos de este pecador,
que Vos llevasteis sobre vuestros hombros? Yo no he venido, Señor, a luchar contra vuestra justicia,
sino a llamar vuestra infinita misericordia. Yo no tengo en este mundo otro consuelo que el ver venir
a Vos a los pecadores; su salud es mi honor y mi corona. Si Vos me priváis de este gozo, ¿qué debo
hacer yo en este mundo? Misericordiosísimo Salvador mío, no me arrojéis de vuestra presencia;
dadme este hermano por quien pido; su duro corazón está en vuestras manos”... Así pasó la Santa
toda la noche, y al rayar el alba, le dijo el Señor “Dulce hija mía; he escuchado tus súplicas y tus
lágrimas y quiero convertir a este pecador”. En ese momento el enfermo oyó estas palabras: “¿Por
qué no quieres confesarte? Confiésate y Yo te perdono”, y exclamó: “Veo a Jesucristo mi Redentor,
y me manda que me confiese; llamad al sacerdote”. Y se confesó y murió en la paz de Dios. Este
episodio no debe darnos la impresión de que Santa Catalina sea más misericordiosa que el mismo
Jesús sino que Él fue quien inspiró a Catalina sus súplicas, porque quiere que la salvación de los
hombres pase por las manos de sus hermanos. No en el sentido de que sean nuestras oraciones
las que salvan al pecador, sino que son necesarias, a menudo, para que los méritos de la Sangre de
Jesús sean ASOCIADOS a un alma en particular. Nosotros somos como una llave. El agua que limpia
viene de la presa, pero para que corra, es preciso que una mano abra la llave del agua.
305
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Rogar a Dios por los vivos y por los difuntos”.
“Mi muy querido discípulo: aquí me tienes para completar las lecciones sobre las Obras de Miseri-
cordia, explicándote, hoy, cómo puedes ayudar tanto a los vivos para que se salven, como a los
muertos que todavía estén en espera de alcanzar la Patria bienaventurada.
Tú lloras como muertos a los que dejaron la tierra, pero en realidad, si la vida de la gracia estuvo con
ellos en el momento de morir, ellos ya alcanzaron la verdadera Vida, la que nunca tendrá fin, sea en
el Paraíso o en su antesala, el Purgatorio.
Y tú ves pasearse por las calles a mucha gente que consideras como seres vivientes,... pero, ¡ay, si
pudieses ver su alma, te espantarías! Viviendo en pecado mortal, son verdaderos cadáveres ambu-
lantes. Si no se arrepienten antes de que les sobrevenga la muerte física, también su alma conocerá
la muerte: No que dejaría de existir, lo que sería imposible sino que jamás conocerá la vida eterna.
Incapaz, en el día del juicio, de sostener la mirada divina, su alma se esconderá de Dios y por el mero
peso de su propia maldad, caerá en el “lago de fuego de la segunda muerte”, la única verdadera, ya
que equivale a la perdición eterna.
A medida que tú meditas siempre más seriamente en lo que espera a los hombres en la vida futura,
comprenderás el bien que puedes hacer a las personas que viven junto a ti o que yacen ya en el
camposanto.
Expande, pues, tu corazón para que tu oración abarque a presentes y ausentes, a cercanos y le-
janos, a vivos y difuntos. Sientan todos, a través de tu ayuda, el ardor de tu caridad para que ben-
digan luego al Señor. Que vuelvan los extraviados al redil. Que los muertos resuciten a la vida de la
gracia. Que en los buenos aumente la fe y que el corazón de éstos se dilate cada vez más: Que los
que sufren sientan a su lado al Cirineo que los ayude a llevar la cruz y que las almas que gimen en
el Purgatorio vengan lavadas de su sudor por tu pañuelo de Verónica... Que todos sientan como un
fresco rocío divino que los impregne de gracia...
Esas, y muchas más cosas, son las que puedes alcanzar, discípulo mío querido, mediante tus ple-
garias. Aun sin salir de tu casa. Aunque estuvieras postrado en una cama de enfermo o inmovilizado
en una silla de ruedas ¿No les dije que si tuvieran fe como un granito de mostaza, dirían a un cerro:
precipítate al mar, y él les obedecería? Les repito hoy: tengan fe y oren. Que una fe inmensa motive
su oración. Con ella, les prometo, serán capaces de transformar al mundo entero. Porque la oración
desarma la Justicia Divina. Ante el hombre que reza, el Padre se conmueve, perdona y retira la
mano que pesaba sobre el mundo. Es la oración esa escala que veía Jacob. Escala que de la tierra
llegaba al mismo Cielo y por donde subían y bajaban incesantemente los Ángeles llevaban a Dios
las súplicas de los hombres, trayéndoles las bendiciones divinas... ¡Siempre es así en el mundo! ¡Ay
si faltare la oración! Ella es la fuerza vuestra y la debilidad de Dios.
¿Quieren que su oración se haga irresistible sobre mi Corazón divino?... Pon siempre en ella, en el
primer lugar, a las personas que te molestan, a aquellas hacia las cuales sientes antipatía y rechazo.
Haciendo esto, tu mérito será doble: No sólo lograrás así alcanzar gracias para tus enemigos, sino
que Mi Corazón Divino se predisponga a tu favor, cierre sus ojos sobre tus propias imperfecciones y
te conceda bendiciones siempre más abundantes.
Une siempre tus oraciones a las que, desde el Tabernáculo, elevo Yo continuamente al Padre. Únelas
306
Cenáculos del rosario
a las de Mi Mamá, a las de toda la Iglesia. Así, por virtud de la Comunión de los Santos, tu oración
alcanzará un poder mucho más elevado y, con cada una de estas tus elevaciones espirituales, tu
vida entera se convertirá en un rosario perpetuo, en una auténtica e incesante cadena de Obras de
Misericordia. Así sea”.
¡Qué prodigios se realizan en una y otra! En la CREACIÓN brotan de la nada cascadas de belleza y
armonía, y, en medio de aquel derroche de esplendores, y como su corona, Dios coloca al hombre
y lo eleva a la dignidad sobrenatural de hijo suyo, partícipe de su misma Vida Divina. En la segunda
creación que es la SALVACIÓN del género humano, Dios acepta la muerte de su Hijo unigénito para
que la VIDA DIVINA brote nuevamente en el hombre caído.
El ciclo litúrgico SEMANAL figura y celebra los SEIS DÍAS en que Dios “trabajó”, CREANDO el am-
biente propicio para la aparición del hombre, y el SÉPTIMO DÍA, en que Dios “descansó”, exigiendo
del hombre igual reposo para que alabe al Señor, su Creador y Amo, y recupere sus fuerzas físicas,
morales y espirituales.
Mientras que el Ciclo ANUAL recorre las etapas sobresalientes de la HISTORIA DE LA SALVACIÓN:
En seguida del pecado de Adán y Eva empezó a manifestarse la Misericordia Divina. Dijo Dios a la
Serpiente: enemistad pondré entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella quebrantará
tu cabeza y tú estarás siempre bajo sus pies”. (Gn 3:15) Y Dios se escoge un pueblo, ABRAHAM Y SU
DESCENDENCIA, para que de ella pudiese nacer el Salvador. ¡Cómo suspira, gime y anhela, desde
entonces, la humanidad por el prometido REDENTOR! Esta época de “suspiros” abarca todo el AN-
TIGUO TESTAMENTO. Es la que revivimos durante las cuatro semanas del ADVIENTO, que culmina
con la venida del Niño Jesús, celebrado el 25 de Diciembre.
La Iglesia revive, luego, los tres años de la vida pública de Jesús, especialmente su PASIÓN y su
MUERTE, durante los 40 días de la SANTA CUARESMA, que culmina con la PASCUA DE RES-
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
URRECCIÓN. Desde la PASCUA y hasta la ASCENSIÓN DE JESÚS AL CIELO, la Iglesia revive los
cuarenta días que separaron estos dos acontecimientos, y luego, imitando a María y los Apóstoles,
entra en el CENÁCULO para la NOVENA PREPARATORIA.
A partir del PENTECOSTÉS, la gran familia cristiana vive las ÚLTIMOS TIEMPOS, el TIEMPO DE LA
IGLESIA, confiada a Pedro y sus sucesores, la cual culmina con la fiesta de CRISTO REY, la única fi-
esta que celebra algo que todavía no tuvo lugar: LA SEGUNDA VENIDA DE JESÚS AL MUNDO. Es-
temos siempre preparados para ese día en que “todos compareceremos ante el Tribunal de Dios”:
(Rom. 14, 10) Con esta fiesta, a finales de Noviembre, se cierra el ciclo litúrgico y terminamos de
abarcar, en un solo año, los miles de años de la HISTORIA DE LA SALVACIÓN.
b) SAN LEÓN MAGNO, Papa, enfatiza cómo las fiestas litúrgicas ACTUALIZAN las gracias derra-
madas en ellas en su tiempo: “Los auxilios instituidos por Dios para la santificación de nuestras
almas y de nuestros cuerpos se renuevan sin interrupción al correr de los días y de los tiempos, para
que la medicina misma de nuestras flaquezas nos sirva de preparación”.
c) Y el inolvidable Papa PÍO XII resaltando la misma idea, dice así: “Todo el año litúrgico puede
considerarse como un magnífico himno de alabanza que la familia cristiana dirige al Padre Celes-
tial por medio de Jesús, eterno Mediador, pero, requiere también de nosotros un estudio diligente
bien ordenado, para conocer y alabar cada vez más a nuestro Redentor. Es un esfuerzo eficaz y un
adiestramiento continuo para imitar sus misterios. El Año Litúrgico, el que la piedad de la Iglesia
alimenta y acompaña, no es una fría é inerte representación de hechos que pertenecen al pasado,
o una simple y desnuda.; revocación de realidades de otros tiempos. Es más bien, CRISTO MISMO
QUE VIVE EN SU IGLESIA SIEMPRE Y QUE PROSIGUE EL CAMINO DE INMENSA MISERICORDIA
por Él iniciado en esta vida mortal, cuando pasó derramando bienes”.
Con mi encarnación en el seno purísimo de María, se inició la ÉPOCA DEL HIJO, que la Iglesia revive
principalmente en los cuarenta días de la “CUARESMA DEL HIJO”, como un tiempo de intensa
penitencia, mortificación y ayuno.
Y desde la Pentecostés la Iglesia entra, de lleno, en el TIEMPO DEL ESPÍRITU SANTO, preparati-
vo a mi Segunda Venida. Esta “CUARESMA DEL ESPÍRITU SANTO”, abarca los cuarenta días que
transcurrieron entre Mi Resurrección y Ascensión al Cielo, más los nueve días entre la Ascensión y
308
Cenáculos del rosario
Pentecostés: un tiempo que ustedes deben marcar especialmente con más obras de amor, de mi-
sericordia y de apostolado.
Año tras año, mediante el ciclo litúrgico, Yo vengo, a rejuvenecer a mi Iglesia, visitándola como su
Esposo para colmar sus necesidades. Esta sucesión de fiestas y de estaciones místicas debería ase-
gurarles, discípulos míos, todos los medios necesarios para la vida sobrenatural, sin la cual su vida
mortal no es más que una muerte, más o menos disfrazada.
Ojalá lleguen ustedes a enamorarse a tal punto de esta sucesión divina desplegada en el ciclo litúr-
gico, y a sentir tan intensamente sus efectos, que no merezcan el reproche que hice a los de mi
tiempo: que habiendo oído una flauta alegre, no se regocijaron, ni tampoco lloraron con sonidos de
funeral. ¡No permanezcan indiferentes! ¡Vibren, ustedes, discípulos míos, con las alegrías y austeri-
dades del Año Litúrgico, y su alma será colmada de bendiciones y gracias de santidad!
Identifíquense, en este inicio del Adviento, con la conmovedora oración con que Isaías, interpretan-
do la impotencia del hombre para levantarse él solo, apresuraba Mi Venida de Salvador, diciendo:
“Tú eres, oh Yahvéh, nuestro Padre... ¡OH SI RASGARAS LOS CIELOS Y BAJARAS!”... ¿No debo Yo
seguir bajando por medio de mi Palabra, mis Sacramentos y mis impulsos e inspiraciones interi-
ores? Y, ¿no deben ustedes continuar acogiendo y deseando que mis “bajadas” sean cada vez más
profundas y transformantes?
¡Que así sea, con la ayuda de mi Madre Santísima, la Virgen del Adviento!”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) Dios quiso nacer como hijo de los hombres, para que los hombres pudiesen nacer como hijos de
Dios. En Juan (1:11-13) leemos: “Mas cuantos lo acogieron, a cuantos creen en su nombre, les dio
el poder para llegar a ser hijos de Dios. Cuya generación no es carnal, ni fruto del instinto, ni de un
plan humano, sino de Dios”.
c) Si Jesús vive, por la gracia, en nosotros, seremos verdaderos hijos de Dios y tendremos, por lo
tanto, derecho a la herencia de los hijos: la CASA DEL PADRE, el CIELO: “Siendo hijos, seamos tam-
bién herederos de Dios y coherederos con Cristo, con tal, no obstante, que padezcamos con Él, a fin
de que con Él glorificados”, escribe San Pablo a los Romanos (8:17).
d) Esta identificación con Jesús, por el bautismo, es tan real que Pablo no duda en exclamar: “No
soy Yo el que vivo, sino que Cristo vive en mí” (Ga12:20).
b) Renacer en el seno de María: San Alberto Magno, resume el papel de María en nuestro renacer
como hijos de Dios, diciendo: “Parió María un solo Hijo carnal, en el que regeneró espiritualmente a
todos los hijos”. Lo que San Luis Grignion de Montfort así explica: “Puesto que María ha formado la
cabeza de los predestinados, Jesucristo; le toca a Ella formar los miembros de esa cabeza, los cris-
tianos: que no forman las madres cabezas sin miembros ni miembros sin cabezas. El Espíritu Santo
que se desposó con María, y en Ella, por Ella y de Ella, produjo su obra maestra, el Verbo encarnado
Jesucristo, como jamás la ha repudiado, continúa produciendo todos los días en Ella y por Ella a los
predestinados, por verdadero, aunque misterioso modo. María ha recibido de Dios particular do-
minio sobre las almas, para alimentarlas y hacerlas crecer en Él. Aun llega a decir San Agustín que
“en este mundo los predestinados todos, están encerrados en el seno de María, y que no salen a la
luz hasta que esta buena Madre los conduce a la vida eterna. Por consiguiente, así como el niño saca
todo su alimento de la madre, así los predestinados sacan todo su alimento espiritual De María.
Permítanme, pues, invitarles a desear este nacimiento como una fiesta de corazones, como un
amoroso encuentro de Mi corazón con el suyo. Mientras más grande sea en ti el deseo de reci-
birme, más abundantes serán los frutos de la gracia. ¡Cuánto Me apenan los corazones fríos que me
reciben con la indiferencia y frialdad con que se recibe un pedazo de pan cualquiera! Preferiría el
recibimiento del buey y del burrito: a falta de otra cosa, pues ellos al menos calentaron, sin saberlo,
con su aliento al Niñito recién nacido, que era Yo, y que tanto lo necesitaba.
310
Cenáculos del rosario
Hijo Mío, cuántas náuseas Me producen las comuniones de tantos cristianos, aunque no sean
sacrílegas. “Mis delicias, son estar con los hijos de los hombres”, les he dicho. En efecto, habría po-
dido preferir la compañía de los ángeles; pero cuando decía eso, pensaba en el hombre compuesto
de alma y de cuerpo. Porque deseo encontrar una posada entre los hombres, y sentir palpitar sus
corazones ávidos de Mí, de Mi Vida, de Mi Gracia, de Mi Amor.
Quiero recordarte que en la vida humana igualmente es mala señal cuando, por falta de apetito, se
siente repulsión por la comida. Diría que eso es una señal de enfermedad. Para estar perfectamente
sano, el que tiene salud, fuerza para trabajar, moverse, actuar, debe tener también apetito que, ha-
ciéndole desear el alimento, lo convierte en fortificante para el organismo. En lo espiritual sucede
lo mismo. Yo soy quien actúa y produce abundantes frutos de bien en aquellos que Me invocan con
el ardiente deseo del hombre sediento, en busca del agua de una fuente, o con el de un enfermo
que busca el médico. Si tú me deseas, todo lo demás viene por sí solo. Que tu pensamiento vuele
a menudo a nuestro encuentro y que la preparación no se reduzca a esos momentos que preceden
a la Comunión, sino que es toda una vida centrada en ella. Entonces, tu Misa será el complemento
del sacrificio ofrecido durante todo el día o toda la semana, en unión contigo, y la Comunión será
su consumación.
Te ruego, pues, que hagas de ese nacimiento espiritual o sacramental el centro propulsor de tu
jornada y de tu vida, y verás cuánta alegría y cuánta perfección te proporcionaré. Tú, al igual que los
pastores, Me regalarás pequeñas cosas, y Yo me regalaré todo a ti por las manos de María para las
delicias de tu corazón.
El discípulo: “Jesús te pido perdón por tantas comuniones frías, hechas por rutina y sin amor”.
JESÚS: “Sí, discípulo mío, ofréceme reparación por esas comuniones mal hechas. Suple tanta frial-
dad con un fervor renovado. Una persona fervorosa Me consuela por mil.
El discípulo: “Jesús, quisiera prepararme muy bien para Tu venida el Santo día de Navidad; ¿Qué
debo hacer?”
JESÚS: “Discípulo mío, si tú quieres hacer una digna preparación, encomiéndate a mi Mamá. Nadie
mejor que Ella sabrá disponer tú corazón para Mi nacimiento espiritual en ti, dado que nadie mejor
que ella se preparó para recibirme en su seno. Por eso, con la ayuda del Espíritu Santo, invoca su
acción Maternal, para que estando capacitado para hacer el bien gracias al amor, pueda adornarte
de las virtudes que hicieron de María la mejor de las madres. Rezarás así: “Espíritu Santo, Espíritu
de Fe, Tú que difundiéndote en el corazón de María, hecha esposa tuya, la hiciste capaz de dar al
mundo al hijo de Dios hecho hombre, obra de nuevo en nosotros ese milagro; prende en nosotros
llamas de amor cuya fuente eres Tú y transfórmanos en Ti, para que acrecentando nuestra vida
espiritual, hagas nacer y crecer en nosotros a Jesús y así podamos entregárselo al mundo. ¡María
Santísima, nuestra tierna Madre, acoge la plegaria que te dirigimos! Tú conoces nuestros defectos,
nuestra incapacidad y nuestra miseria. Lo que no sabemos hacer, hazlo Tú misma. Seremos dóciles
a Tu acción; nos dejaremos guiar y modelar para que el Hijo que nazca en nosotros no sea un Cristo
deforme sino perfecto, tal como Tú lo entregaste al mundo para la Gloria del Padre y el bien de la
humanidad. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
d) La Biblia profetiza que nacerá de una madre que permanecerá VIRGEN. En Isaías (7, 14) “La vir-
gen está encinta y va a dar a luz un hijo”.
e) La Biblia también especifica el lugar en donde nacerá: Miqueas (5, 1): “Más tú, Belén Efratá, aun-
que eres la menor entre la familia de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar a Israel y
cuyo origen son de antigüedad, desde los días de antaño”.
f) Por último la Biblia profetizó la visita de los Reyes Magos al Niño. El Salmo (72) reza: “Ante Él se
doblará la bestia, sus enemigos morderán el polvo; los reyes de Tarsis y las islas traerán tributo.
Los Reyes de Sabá y de Seba pagarán impuestos; todos los Reyes se postrarán ante Él, les servirán
todas las naciones”. Y en Isaías (60, 5) “Vendrán a ti los tesoros del mar, las riquezas de las naciones.
Un sin fin de camellos, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen portado-
res de oro e incienso pregonando alabanzas a Yahvé”.
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Cenáculos del rosario
peregrinos que acuden cantando himnos. Cerca de la ermita hay una cueva en la roca: en el interior
un pesebre con paja, un buey y un asno. Llega el santo que, extasiado, lo contempla todo. A media
noche comienza la Santa Misa, cuyo altar es el pesebre. Francisco, como diácono, canta el evange-
lio. Después empieza a predicar el nacimiento del Niño divino. Su corazón es volcán que propaga
su fuego a los demás. Y mientras predica el santo, se acerca a la imagen del Niño Jesús y le toma en
brazos... El niño cobra vida y le sonríe.
b) Oigamos como nos motiva el Santo Cura de Ars: “¿A un moribundo sumamente apegado a la vida
puede acaso dársele dichosa más grande que decirle que un médico hábil va a sacarle de las puertas
de la muerte? Pues infinitamente más dichosa es la que el ángel anuncia hoy a todos los hombres
en la persona de los pastores”.
Esto es precisamente la Navidad: la venida a la tierra del médico divino que viene a curarnos del
“Sida” mortal del pecado original. ¿Qué es el Sida en efecto? Una enfermedad que suprime las
defensas naturales contra las infecciones fatales. Así el pecado original suprimiendo en nosotros
la presencia de la GRACIA DIVINA, nos dejó sin defensa ante los ataques del enemigo de nues-
tra alma; Gloria y honor, gratitud y alabanza, pues, al Niño Jesús que acude a curarnos! Y que una
gran alegría nos invada, tal como nos invita San LEÓN MAGNO: “Nuestro Salvador ha nacido hoy;
alegrémonos. No puede haber, en efecto, lugar para la tristeza, cuando nace aquella vida que viene
a destruir el temor a la muerte y a darnos la esperanza de una eternidad dichosa. Que nadie se con-
sidere excluido de esta alegría, pues el motivo de este gozo es común para todos; nuestro Señor,
en efecto, vencedor del pecado y de la muerte, así como no encontró a nadie libre de culpa, así ha
venido para salvarnos a todos. Alégrese, pues, el justo, porque se acerca la recompensa; regocíjese
el pecador, porque se le brinda el perdón; animase el pagano, porque es llamado a la vida”.
La Madre del Cielo: “Queridos hijos míos: ¡Cómo anhelo estrecharles entre mis brazos, para pre-
sentarles ante mi dulce Niño y poderle decir: “No llores, mira, aquí con Nosotros están mis queridos
hijos e hijas del Cenáculo; que quieren reconocerte como su Rey y desean confiarte el dominio de
su alma, para que Tú formes en ella el Reino de la Divina Voluntad”. Ahora, hijos de mi Corazón,
acaricien al Niño y mientras tanto pongan atención a lo que les quiero decir.
Era media noche cuando el dejó mi seno materno, y su nacimiento puso en fuga las tinieblas de la
voluntad humana y del pecado. Cada cosa creada comenzó en aquella hora a dar gloria a su mismo
Creador Humanado. El sol se dispuso a ofrecerle sus primeros besos y a calentarlo con su calor, el
viento con sus suaves ráfagas purificó el aire de aquella habitación y con su dulce murmullo le dijo
“te amo”. Los cielos se estremecieron, la tierra exultó y tembló hasta sus abismos más bajos; el
mar murmuró con sus olas. En una palabra todos los elementos reconocieron y proclamaron que el
Señor Rey del universo ya estaba en medio de ellos y todos, haciéndose competencia, lo alabaron.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Los mismos ángeles haciéndose visibles inundaron el lugar con luz vivísima y con sus voces melodi-
osas cantaron potentemente para poder ser escuchados por todos: “Gloria a Dios en el Cielo y paz
en la tierra a los hombres de buena voluntad”. Se presentaron después estos ángeles a los pastores
y uno de ellos les anunció: “Hoy, ha nacido el Salvador; encontrarán un Niño envuelto en pañales
en un pesebre”.
En cuanto pude estrechar contra mi Corazón al recién nacido lo adoré profundamente y con intensa
devoción levantándolo entre mis brazos lo ofrecí al Padre Eterno. Después de haberlo envuelto en
pobres pañales llamé al querido San José. La alegría, la emoción y la admiración que sintió al con-
templar por primera vez a mi Unigénito fueron indecibles. Habiéndolo adorado con profundísima
humildad lo recibió de mis manos y teniéndolo en sus brazos lo veneró, y estrechándolo se ofreció
a sí mismo recibiendo del Celestial Niño torrentes de gracias.
Después de haber gozado las sobrehumanas alegrías de los primeros abrazos divinos, mi esposo y
Yo pusimos un poco de heno en el pesebre y ahí lo acomodamos. Tal era su Voluntad y Yo no podía
hacer menos que seguirla. Raptada por su belleza me arrodillé delante de Él y di desahogo a todos
los mares de amor que el Querer Divino había formado en Mí y de mi Corazón Materno hice salir
incesantes actos de ternura, de adoración, de alabanza y de agradecimiento.
Y el Celestial Niño ¿qué hacía entre tanto en el pesebre? Él vivía en un continuo abandono a la
Voluntad del Padre Celestial, que era también la suya. Dando gemidos y suspiros suavísimos; Él,
llorando y sonriendo, parecía llamar a todos amorosamente y decirles: “¡Hijos míos venid pronto a
Mí, por amor vuestro he nacido al dolor, a las lágrimas; venid todos a conocer el exceso de mi amor,
dadme acogida en vuestros corazones!”
Los sencillos pastores fueron los primeros que correspondieron a la llamada divina; abandonaron
sin tardanza sus rebaños y vinieron a adorar al recién nacido Mesías, y Él dio a cada uno en particu-
lar su dulce mirada y su sonrisa de amor.
Ahora, hijos míos, pongan atención a esto: Ustedes, fácilmente pueden imaginar que toda mi
alegría consistía en tener en mi regazo a mi querido Hijo Jesús; sin embargo, el Querer Divino me
hizo comprender, que debía ponerlo en el pesebre para que estuviera a disposición de todos y para
que quien quisiera, pudiera mimarlo, besarlo y tomarlo entre sus brazos como si fuera era suyo. Él
era el pequeño Rey de todos y por esto cada uno tenía el derecho de apropiarse de Él como de una
dulce prenda de amor. Para dar cumplimiento al querer Divino Yo me privé de esta santa alegría y
desde ese momento comencé con obras y sacrificios a ejercer mi oficio de Madre que consiste en
dar a todos a mi querido Jesús. Discípulos míos, la Divina Voluntad es exigente, quiere todo, tam-
bién el sacrificio de las cosas santas y en ciertas circunstancias pide aún la gran privación del mismo
consuelo divino; y esto lo hace para extender mayormente su Reino y para multiplicar Su Vida en
las almas.
El heroísmo de una criatura que por amor de Jesús llega a privarse de su presencia sentida y prefiere
el pan de la amargura y de la aridez, tiene un precio tan grande que atrae y produce la Vida de Dios
en las almas que desgraciadamente no la poseen. Por tanto, hijos míos, estén atentos y no rehúsen,
por ningún pretexto, nada a la Divina Voluntad.
Y ahora, hijo mío, te pido un último regalo: Para hacerme muy feliz, vendrás tres veces a visitar al
Niño Jesús y besando sus piececitos, le ofrecerás actos de amor y para consolarlo le entregarás tu
voluntad en sus manitas.
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Cenáculos del rosario
El discípulo: “Mamá Santa, tus bellas lecciones me alientan inmensamente; si quieres que las ponga
en práctica, no me dejes solo, estréchame fuertemente contra tu Corazón materno y cuando esté
por sucumbir bajo el enorme peso de la falta de consuelo divino, infúndeme la fuerza de no negar
nada a Tu Niño Jesús. Así sea”.
b) “Vivir al día sin angustias para el mañana: Aconseja Jesús en Mateo (6: 34-35): “No andéis, pues,
acongojados por el día de mañana, que el día de mañana harto cuidado traerá por sí; bástale ya a
cada día su propio afán”. San Pablo escribe a los Filipenses (4, 6): “No os inquietéis por la solicitud
de cosa alguna, más en todo presentad a Dios vuestras peticiones por medio de la oración y de las
plegarias, acompañadas de acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepuja a todo entendimien-
to, sea la guardia de vuestros corazones y de vuestros sentimientos, en Jesucristo”.
c) Evitar cuidadosamente las malas amistades y ocasiones peligrosas: “Velad y orad para no caer en
la tentación. Que si bien el espíritu está pronto, más la carne es flaca” (Mateo 26, 41).
b) Así rezó el Cardenal NEWMAN en el último día del Año: “¡Oh Dios mío!, mi vida entera está
marcada con gracias y favores concedidos a quien es completamente indigno de ellos. No tengo
necesidad de creerlo, pues larga es la experiencia que tengo de los cuidados providenciales que Tú
me has prodigado. Año tras año me has ido llevando adelante, apartando las insidias de mi camino,
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
y me has confortado, aliviado, dirigido y sostenido. ¡No me abandones, Señor, cuando mis fuerzas
vengan a menos! Tú no me abandonarás: puedo confiar tranquilamente en Ti. Tú serás leal conmigo
hasta el final, si es que yo, aunque pecador, lo seré contigo. Puedo, pues, descansar tranquilo entre
tus brazos y dormirme en tu regazo. Dame y acrecienta en mí, sólo esto te pido, la sinceridad hacia
Ti que selle nuestro pacto mutuo y sea garantía para mi corazón y para mi conciencia de que no te
olvidarás de mí, último de tus hijos”.
¡Cuántas gracias materiales y espirituales recibieron este año! ¡Cuántas veces lavé sus pecados en
Mi Sangre y les nutrí con mi Cuerpo en la Santa Comunión! ¡Cuántas buenas inspiraciones recibiste,
buenas palabras escuchaste! ¡Cuántas veces escuché tus oraciones y súplicas y te permití ser para
los demás un instrumento de gracia!... Estos dones tan grandes requieren correspondencia y gen-
erosidad. Son los talentos que Yo, su Maestro les he querido confiar como a un servidor fiel, y quien
los recibe debe corresponder para multiplicarlos.
Un año que pasa, quiere decir dejar tras de sí muchas lágrimas, penas y sufrimientos. Pero si los
sufriste en estado de gracia, el Señor ha recogido tus lágrimas, minuto a minuto, y guarda el mérito
para la eternidad. Nada queda sin recompensa de lo que realizan en su vida, con tal que viva en la
Luz y Gracia de Dios.
Un año que transcurre es también, un año de infinita Misericordia. En el Corazón de Dios, puedes
arrojar todo lo que lo ha afligido y, como en una hoguera ardiente, puedes destruir allí todo lo que
de imperfecto o de malo haya podido atravesar o manchar tu vida. Todo será completamente de-
struido por Dios, hasta el punto de que Él se olvidará de ese mal. Porque Dios, cuando perdona,
olvida.
De todo lo que te he dicho, haz, un objeto de reflexión y de agradecimiento. No sólo para ti, sino
también para todos los miembros de tu familia y para todos los hombres de la tierra, y prepárate a
pasar este nuevo año con un gran deseo de perfección. Dime así: “Quiero considerar este año nue-
vo, oh Jesús mío, como una página en blanco que tu Padre me presenta y en la cual iré escribiendo
día tras día lo que haya dispuesto de mí en sus divinos designios. Yo desde este momento escribo en
la cabecera de la primera página con absoluta confianza: Señor, haz lo que quieras de mí: Yo al final
de esa misma página pongo ya desde ahora el amén, el sí de mi aceptación a todas las disposiciones
de tu voluntad divina. ¡Oh Señor!, desde este momento, digo “sí” a todas las alegrías, a todos los
dolores, a todas las gracias, a todas las fatigas que has preparado para mí y que día tras día me irás
descubriendo; Haz que mi amén sea el amén de la Cruz, seguido siempre por el aleluya de Pascua,
esto es, pronunciando con todo el corazón, con la alegría de una entrega completa. Dame tu amor
y tu gracia y no necesitaré otra cosa para ser rico”. Así sea.
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Cenáculos del rosario
a) El testimonio de la estrella: En Mateo (2. 21) los Reyes preguntan: “¿Dónde está el Rey que ha
nacido? Pues vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarle”. Ningún otro Rey anunció su
nacimiento de semejante forma, enviando una estrella a tierras lejanas, extrañas, desconocidas.
No pudo hacerlo sino uno solo: El Rey de Reyes. Y que Jesús sea este Rey, lo demostrará más tarde
con nuevos prodigios y lo afirmará con firmeza frente a Pilatos en Mateo (27. 11).
b) El testimonio del oro, del incienso y de la mirra. Isaías (60. 6) profetizó: “Todos los sabios vendrán
atraerte oro e incienso, y publicarán las alabanzas del Señor”.
c) El testimonio de los Reyes: Anunció el Salmo (71, 1): “Los reyes de Tarsis y de las islas serán sus
tributarios; le traerán regalos los reyes de Arabia y de Sabá, Y le adorarán todos los reyes de la tier-
ra. Las naciones todas le rendirán homenaje”.
SAN PEDRO CRISÓLOGO identificándose con, los Reyes Magos, se llena de estupor. “Hoy los Ma-
gos revuelven su mente con profundo estupor lo que allí han visto; el cielo en la tierra, la tierra en
el cielo, el hombre en Dios, Dios era hombre, y a Aquel quien no puede contener el universo está
encerrado en un pequeño cuerpecillo”.
Escribe el Beato JOSÉ ESCRIVA DE BALAGUER: “Como, Los Reyes Magos, hemos descubierto una
estrella, luz y rumbo en el cielo del alma. Hemos visto su estrella en Oriente venimos a adorarle. Es
nuestra misma experiencia. También nosotros advertimos que, poco a poco, en el alma se encendía
un nuevo resplandor: el deseo de ser plenamente cristianos; ansiedad de tomarnos a Dios en serio”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
El Discípulo: “Madre nuestra celestial háblanos de la adoración de los tres Magos”.
María: “Hijos míos, ¡cuán dulce es hacer el bien y sufrir en paz por amor a Aquel que nos ha creado,
redimido y santificado! De este modo el hombre llega a vincularse con la Divinidad y a cambio ob-
tiene de Ella un amor siempre creciente y gracias sin número, las cuales no pudiendo estar ociosas,
tienden a expresarse y a comunicarse a todos para hacer conocer a Aquel que las ha dado. Dios
mismo, que no sabe negar nada a quien lo ama, viendo que Yo me consumía en el deseo de hacer
conocer a todas las almas al esperado Mesías, hizo aparecer en el cielo azul una nueva estrella, más
bella y más luminosa que las demás. Esta, con su luz y con su mudo centelleo anunciaba a todo
el mundo que el redentor había nacido e iba en busca de adoradores en “espíritu y verdad”, que
vinieran a reconocerlo como su salvador y como su rey. Pero… ¡oh ingratitud humana! Entre tantos
hombres solamente hubo tres personajes que prestaron atención y la siguieron sin considerar los
sacrificios que el viaje les habría de imponer.
Mientras ellos venían por el camino que les indicaba la estrella, mis oraciones, mi amor, mis gracias
y mis suspiros, los preparaban para el encuentro y descendiendo en sus corazones, hicieron apa-
recer en ellos, otras tantas estrellas que iluminaban sus mentes y dirigían su interior; de modo que
ellos apresuraban el paso para llegar a donde Él estaba y contemplarlo.
Mi Corazón de Madre gozaba por la felicidad, por la correspondencia y por los sacrificios de aquellos
generosos Reyes Magos, pero al mismo tiempo se sentía amargado al constatar que entre tantos
hijos míos dispersados por el mundo, solamente se presentaran tres, para conocer y adorar al Niño
Dios. Discípulo mío, cuántas veces en la historia de los siglos, desgraciadamente, me es renovado
este dolor por la ingratitud humana. Pero a pesar de esto mi Hijo y Yo hacemos continuamente
surgir estrellas, una más bella que la otra, para atraer a los hombres ahora, al conocimiento de su
propio Creador y Redentor, ahora a la santidad, ahora a resurgir del pecado, ahora, al heroísmo
de un sacrificio. Y ¿quieres saber tú cuáles son estas estrellas? Un encuentro doloroso, un afecto
no correspondido por otras criaturas, una verdad que se ignoraba, una pena, un desengaño, un
encuentro inesperado... Son otras tantas estrellas que quieren llevar luz a las mentes de las cria-
turas para encaminarlas hacia el Celestial Niño. Él, llorando, busca refugio en sus corazones para
hacerse conocer y amar. Pero con sumo dolor Nuestro la mayoría de las veces esperamos en vano
que los hombres vengan a Nosotros. Ellos no buscan a Jesús y Me impiden hacerles de Madre; por
eso las estrellas se ocultan a sus miradas y ellos quedan en las tinieblas del mundo privados de
Dios. Se necesita amor, correspondencia, fidelidad y sacrificio para seguir las estrellas y se necesita
atención, para acoger con provecho al Sol del Divino querer cuando surge en el alma y así no estén
en peligro de permanecer en la oscuridad de los caprichos humanos.
Hijos míos, Los Reyes al entrar en Jerusalén perdieron de vista la estrella; pero como no dejaron de
buscar a Jesús, el astro volvió a aparecer en cuanto estuvieron fuera de la ciudad y los guió a la gruta
en donde Yo los acogí con mi materno amor cuando llegaron. El querido Niño los miró con ternura y
majestad grandes y de su pequeña Humanidad hizo brotar un rayo de su Divinidad, ante el cual Los
Reyes Magos se arrodillaron a sus pies y, extasiados y adorándolo profundamente, lo reconocieron
como al verdadero Dios.
Después le ofrecieron el oro de sus propias almas amorosas, el incienso de su fe y adoración y la
mirra de todo su ser y de cada sacrificio y a estos actos de ofrecimiento interno agregaron el don
material del oro, del incienso y de la mirra, símbolos de su ofrecimiento interior. Y sintiendo Yo que
mi amor de Madre no quedaba satisfecho aún, quise poner al dulce Niño entre sus brazos; ellos lo
recibieron con veneración inmensa, lo besaron, lo estrecharon a su pecho y en sí mismos gozaron
anticipadamente del Paraíso.
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Cenáculos del rosario
Mediante esta manifestación mi Hijo ató a todas las naciones gentiles al conocimiento del ver-
dadero Dios, extendió a todos los hombres los beneficios de la Redención, procuró el regreso a la
fe a todos los pueblos, se constituyó Rey de reyes y con las armas de su amor, de sus penas y de sus
lágrimas, reinando sobre todos, llamó al Reino de su Divina Voluntad a la tierra.
Luego Yo, ejerciendo mi oficio de Madre y Reina, les hablé largamente de la Encarnación del Verbo,
los fortifiqué en la fe, en la esperanza y en la caridad, y les pedí que lo hicieran conocer a todos;
después los bendije y los hice bendecir por el querido Niño y así ellos, felices y conmovidos hasta
las lágrimas, partieron de regreso a sus lejanos países. Pero no los dejó partir solos, sino que los
acompañé con mi maternal afecto y en recompensa del amor que nos habían demostrado, les hice
sentir en sus corazones la inefable presencia de Jesús.
Discípulo querido, Yo me siento verdaderamente Madre cuando veo que mi Hijo domina y posee a
quienes lo buscan y lo aman y en ellos forma su morada perenne. Por esto, si quieres que Yo habite
en tu alma y ejerza mi oficio, de Madre hacia ti, invítame a poner a Jesús en tu corazón... Ahí tú lo
contentarás con tu amor, lo alimentarás con el alimento de su Voluntad, lo vestirás con la santidad
de tus acciones, y sólo así tú me darás la verdadera alegría de mi fecundidad materna. Besando al
Niño Celestial y, pidiéndome que lo encierre en tu corazón, le darás el oro de tu voluntad y de tu
amor, el incienso de tus adoraciones y la mirra de tus penas y sacrificios. Así Sea”.
b) EL DESCANSO ES PROVECHOSO. Marcos (6: 30) apunta que: “Los Apóstoles contaron a Jesús
todo lo que habían hecho. Él entonces les dice: “Venid a un lugar desierto y descansad un poco”.
Pues no les quedaba tiempo ni para comer.
c) El mejor descanso es La Oración: “Venid a MÍ todos los que andáis cansados y agobiados, y Yo os
aliviare”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
LA VIDA ES UN EQUILIBRIO ENTRE DESCANSO Y TRABAJO.
a) San Benito tenía como lema: “ORA ET LABORA”, es decir: “Trabajad y orad” Comenta el BEATO
JOSÉ MARÍA ESCRIVÁ de BALAGUER: “Pensad que Dios ama apasionadamente a sus criaturas, y
¿cómo trabajará el burro si no se le da de comer, ni dispone de un tiempo para restaurar las fuerzas,
o si se quebranta su vigor con excesivos palos? Tu cuerpo es como un borrico que te lleva a lomos
por los caminos de Dios en esta tierra: hay que DOMINARLO para que no se aparte de las sendas
de Dios, y ANIMARLE para que su trote sea todo lo alegre y brioso que cabe esperar de un pollino”.
No Me digas que no tienes tiempo para orar. Orar no es tanto cuestión de tiempo, sino de amor.
Quien ama encuentra tiempo para el amado. Quien Me ama, ama el silencio a mis pies. Quizás,
no has dejado tus oraciones, pero ¿de qué manera las haces? ¿Con el principal afán de haberlas
hecho para tranquilidad de tu conciencia, mientras que un sin fin de preocupaciones ocupaban y
agobiaban tu mente, que debería estar en un constante diálogo y unión conmigo? ¿Cómo hablar a
un corazón que no logra vaciarse de lo material que lo atrapa? ¿Cómo extrañarse, entonces, que el
enemigo de tu alma tendrá el mal gusto de enredar en tu alma la justa percepción de la voluntad
divina y de tus prioridades respecto a ella? Y aunque no mermes el tiempo que Me reservas, siem-
pre te toparás con tus limitaciones humanas, porque el cuerpo también, esa cárcel del alma, tiene
sus exigencias.
No descuides, pues, ningún medio, discípulo mío, para conseguir un equilibrio en tus ocupaciones,
de modo que éstas no te agobian y que tu mente, siempre sumisa a su Dios, pueda tomarse sere-
namente a Mis pies, el descanso necesario. Créanme, discípulos míos: ¡El cansancio excesivo de tu
cuerpo, la tensión de tus nervios, por falta de zonas de silencio y de horario equilibrado... perjudican
más que otra cosa tu intimidad conmigo!
¡Zonas de silencio! Evitar las palabras inútiles que no hacen más que complicar las cosas. Hablar
solo por necesidad, por caridad o por conveniencia. Pocas, pero amables palabras, y sin alzar la voz.
Conservar, luego, en todo, una discreción respetuosa, y una firmeza en la acción que no vaya más
allá de tus fuerzas humanas... Cumplir tus obligaciones sociales no quiere decir siempre: obligación
de presencia personal. Ésta, si no tienes cuidado, puede transformarse en pérdida de tiempo y de
energías, y de robo al Amor.
Empieza con fijarte una hora de acostarte: lo más temprano posible, ya que esto favorece la salud.
Lo puedes lograr restringiendo fuertemente tú tiempo frente al Televisor, renunciando a pasati-
empos inútiles y regresando temprano de tus obligaciones sociales. Luego fíjate una hora, ojalá
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Cenáculos del rosario
temprano, de levantarte, pero levantarte bien descansado. La falta de sueño te perjudica siempre
y al final de cuentas te hace más bien perder tiempo, porque sólo un cuerpo bien descansado y una
mente alerta rinden bien en el trabajo. Ojalá que también, apenas te levantes, hagas unos ejerci-
cios físicos de estiramiento, de fortalecer la musculatura, abdominal en especial, y de movimientos
aeróbicos. Caminar, por ejemplo, en la frescura de la mañana, por veinte o treinta minutos, a paso
sostenido y ligero, pero en campo abierto o por calles laterales, lejos del humo de los carros. Esto,
mucho te ayudará a que tengas un día dinámico, alegre y provechoso, y con los nervios serenos.
Luego fíjate momentos intocables de oración, de meditación, de lectura espiritual. Que tu oración
de la mañana sea un coloquio verdadero e íntimo entre Dios, tu Padre y tú, su hijo; entre Yo, tu Re-
dentor y tú, mi hermano o mi hermana; entre el Espíritu Santo y su esposa, tu alma; entre la Madre
del Cielo y tú, su hijo o hija tan querida, y entre tu Ángel de la guarda y tú, su protegido...
En el día, el SANTO ROSARIO nunca descuidado u olvidado. Y, ojalá, también, como Vitaminas
para tu alma, unos momentos de Lectura de la Biblia o de otro Libro provechoso, y unas páginas de
la Vida de un Santo. Luego, en el día muchas pequeñas oraciones jaculatorias, suspiros y anhelos
de corazón que te tienen unido a Mí y avivan el fuego del Amor. Por fin, la Oración de la noche. Otro
coloquio, ojalá largo y tendido, con les Tres Personas Divinas, con la Mamá del Cielo, tu Ángel, tus
Santos patronos, las almas del Purgatorio... un coloquio para agradecer, para pedir perdón, para
suplicar por las almas más necesitadas de la Divina Misericordia, y para pedir la bendición divina
como el beso de la noche a tu alma. Así, tu vida entera estará centrada sobre mi Corazón; donde es-
tán encerradas para ti las gracias más valiosas, que tan gustosamente concedo a quien me las pide
con humildad. Ven a Mí más que nunca, este año, discípulo mío. Piensa en mi Corazón que te llama
y te espera siempre. Yo no te dejo Jamás, es tu pensamiento el que me deja demasiado a menudo.
Si tú no me dejas nunca, Yo apaciguaré tus rebeldías, debilitaré tus resistencias, y el infinito de mi
Amor te atraerá hacia sus alturas. Pero, estés disponible para Mí a cualquier hora.
¡Rezad y hace penitencia! ¿Qué es la oración sino el don de uno mismo al Amor? ¿Qué es la
penitencia, sino la lucha contra el “yo carnal”? Lucha a menudo cruel y que tanto duele, a veces,
como las heridas al cuerpo. Por un sacrificio que Tú me ofrecerás, Yo te colmaré con las delicias de
mi Corazón. Acuérdate de Mí, este año... Y YO ME ACORDARÉ DE TI, PIENSA EN MÍ... Y YO PEN-
SARÉ EN TI. Este año, una vez más, Yo, Jesús, y mi Madre Santísima, estaremos tiernamente unidos
para amarte y protegerte. Tú, ocúpate de nuestros intereses, nosotros, Mi Madre y Yo, nos ocupare-
mos de los tuyos. ¡Ocúpate sólo en amarnos, y nosotros cuidaremos de ti hasta en los más mínimos
detalles! Así será, si tú lo quieres”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
tu familia, de tu Iglesia, de tu comunidad y de tu patria... Que este Cenáculo te sirva para que nunca
más hables de “matar el tiempo” sino de ¡vivirlo en plenitud!
b) Que a Dios no le gustan los haraganes: Dios no dejó ociosos a Adán y Eva ni siquiera en el Paraíso
terrenal. Nos dice Génesis (2, 15): “Tomó, pues, Dios, al hombre y lo dejó en el jardín del Edén para
que LO LABRASE Y LO CUIDASE”. Mateo (20, 7) nos: dice: “¿Cómo estáis aquí todo el día sin traba-
jar? VETE HOY A TRABAJAR A MI VIÑA”. Y San Pablo en (2 Tes 3, 10): “El que no quiere trabajar que
no coma”.
c) Que el trabajo duro fue impuesto como expiación del pecado de Adán y Eva. Génesis (3, 17-19):
“Maldita sea la tierra por tu culpa. Con fatiga sacarás de ella tu alimento por todos los días de tu
vida. Espinas y cardos te dará y comerás la hierba del campo con el sudor de tu frente, comerás el
pan hasta que vuelvas a la tierra pues de ella fuiste sacado. Porque eres polvo y al polvo volverás”.
d) Que el tiempo tiene valor de eternidad: en Juan (6, 27) se nos dice: “Trabajad para conseguir, no
el alimento perecedero, sino el alimento que permanece para LA VIDA ETERNA”.
Aprendamos, dice la Biblia, de la hormiga ya que el ocio ocasiona mucho mal: Proverbios (6, 6-11)
nos dice: “Vete donde la hormiga, perezoso, mira sus andanzas y te harás sabio. Ella no tiene jefe,
ni capataz, ni amo: asegura en el verano el sustento, recoge su comida al tiempo de la mies. ¿Hasta
cuándo perezoso, estás acostado? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco dormir, un poco
dormitar, otro poco tumbarse con los brazos cruzados; y llegará como vagabundo tu miseria y
como un mendigo tu pobreza…”.
b) Y sobre EL BUEN APROVECHAMIENTO San Agustín nos dice: “Esté cerca o lejos el fin del mun-
do, el de cada uno en particular no puede hallarse lejos: el tiempo de esta vida es breve. Cada uno,
pues, ha de disponerse para su fin; que cierto, nada le perjudicará el día último a quien viene pen-
sando que cualquier día puede ser el último”.
c) San Gregorio Magno anota: “En fin, puesto que ignoramos en que tiempo vendrá la muerte y
después de la muerte ya no podemos obrar, resta que aprovechemos con afán el tiempo que se nos
concede”.
d) El Papa Pablo Sexto explica: “El tiempo es precioso, el tiempo pasa, el tiempo es una fase exper-
imental de nuestra suerte decisiva y definitiva. De las pruebas que demos de fidelidad a los propios
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Cenáculos del rosario
deberes depende nuestra suerte futura y eterna. El tiempo es un don de Dios: es una interpelación
del Amor de Dios a nuestra libre y decisiva respuesta. Debemos ser avaros del tiempo, para em-
plearlo bien, con la intensidad en el obrar, amar y sufrir. Que no exista jamás para el cristiano el
ocio, el aburrimiento. El descanso, sí, cuando es necesario, pero siempre con vista a una vigilancia
que sólo en el último día se abrirá a una luz sin ocaso”.
Si tú supieras, desde ahora, de qué manera tan diferente se ven las cosas del mundo frente a la
eternidad y al juicio de Dios...; cuánto cuidado pondrías cada día, en luchar por obtener un juicio
benévolo por todo lo que realices durante la breve jornada de tu vida! ¡Cuántas cosas, que a tus
ojos parecen ahora tan importantes: riqueza, salud, belleza, poder, aprecio de los demás, suerte...
tienen poco o ningún valor para entrar en la vida verdadera! Mientras otras, que el mundo meno-
sprecia, son perlas preciosas para el Reino de Dios.
Pregúntate a menudo, ¿tal o cual cosa, tal amistad, tal proyecto, me ayuda a ser mejor, más santo?
¿Aumenta en mí el amor a Dios y a mi prójimo y mi capacidad de servir y de hacer el bien? ¿Estaré
contento el día de mi muerte, de haber hecho lo que estoy haciendo hoy?.. Si no puedes contestar
con un sí, corrige tu rumbo, porque estás navegando hacia un fracaso.
Acuérdate que una vida valiosa no es más que la realización de un sueño de juventud, la cual no es
una etapa más para malgastarla como tantos lo hacen en borracheras, drogas y fornicaciones, sino
un tiempo para el heroísmo, para los sueños grandes y los ideales sublimes, para la lucha sin cuartel
contra las malas tendencias y los vicios, para que así el alma pueda abrirse a todo lo puro, lo bueno,
lo hermoso y lo grande y tener un futuro feliz.
Discípulo, de nada vale lamentar el pasado, ni fantasear sobre el porvenir, sino APROVECHAR el
momento, explotando las posibilidades de la hora presente. Los Santos todos han sido muy avaros
con su tiempo. Aprendamos de ellos a hacernos desde hoy un programa, un horario de vida. Está
comprobado que los desordenados no son capaces de sacar tiempo para nada, andando de un lado
para otro, dando vueltas inútiles, charlando de todo y de nada, matando el tiempo en el teléfono,
atrasándose en bares, en negocios, en peluquerías...
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Discípulo, el tiempo que Mi Padre, concede a cada hombre es muy medido para realizar todo lo que
se espera de él. Nadie sabe cuánto tiempo le queda por vivir. A nadie se le ha prometido nunca el día
de mañana” les dijo San Agustín. Medita pues y vigila de aprovechar bien tú tiempo y, a mi ejemplo,
despréndete de las cosas vanas. Te invito a que hagas, de ahora en adelante, siempre algo noble
de tu tiempo. Es preciso seguir un horario disciplinado, que tenga en cuenta un tiempo generoso
de oración y de lectura espiritual, las veces y las horas en que comerás, y el momento de acostarte.
No dejes las cosas a la suerte. ¡Disciplina tu vida! Fíjate una meta digna de ti y de tu Padre que está
en el Cielo. Vive, vibra casi obsesivamente para esta meta. Y serás capaz de hacer grandes cosas y
dejarás una huella en el corazón de Dios y de tus hermanos.
Cada despertar, después del sueño de la noche, es y debe ser una llamada al deber, a la misión que
te está esperando hoy, y que sólo tú puedes cumplir: ¡nadie más! Orar por la mañana es saludar a
Dios con cariño, con confianza con sencillez y franqueza, recordando que sin Él nada podrás hacer
y menos aprovechar bien el tiempo. Orar es decir a tu Jesús: “Ayúdame hoy a hacer algo lindo de
mi día. Ayúdame a vencerme, a comprenderme, a realizarme, a madurar a poner mis energías al
servicio de algo que vale la pena. Ayúdame, Jesús, y dame la fuerza de cumplir tu santa voluntad.
Ayúdame hoy a hacer todo el bien que tú esperas do mí. Así sea”.
b) En Ezequiel (3:18) Dios nos avisa: “Si tú no hablas para advertir al malvado que abandone su mala
conducta, de su sangre te pedirá cuentas a ti”.
c) Tampoco Jesús quiere que nos contentemos con salvar la propia alma. En muchas parábolas,
como en la del BANQUETE nos exhorta al apostolado, cuando dice: “Sal en seguida a las plazas y
calles de la ciudad y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, a los ciegos y cojos... y oblígales a entrar
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Cenáculos del rosario
hasta que se llene mi casa” (Lc14:21). San Pablo se queja: “Casi todos buscan sus propios intereses,
no los de Jesucristo” (Flp 2:21). Y nos da este hermoso testimonio: “Me hice todo para todos, por
salvarlos a todos” (1 Cor 9:22).
En segundo lugar: con la PENITENCIA: Es decir con la PROPIA CRUZ CORREDENTORA. ¡Cuántos
pequeños sacrificios podemos silenciosamente ofrecer cada día en unión con la Sangre de Jesús,
místicamente esparcida en los altares del mundo entero! ¿No dijo Jesús: “Nadie tiene mayor amor
que el que da la vida por sus amigos?” (Jn 15, 13). Y ¿no enseña San Pablo: “Completo en mi carne lo
que falta a la pasión de Cristo en beneficio de su cuerpo que es la Iglesia”? (Col 1, 24). Las almas, en
efecto, no se REGALAN, se COMPRAN.
Cuando nosotros ofrecemos una renuncia, una mortificación, un ayuno, Dios cuenta estos sacrifi-
cios, como si los hubiera hecho el mismo pecador. A nosotros el dolor, al pecador la gracia. ¿No es
precisamente lo que hizo Jesús, el Inocente que expió para nosotros los culpables? A Él el dolor, a
nosotros el bálsamo de la gracia.
CON EL EJEMPLO, más elocuente que cualquier predica. Dice Mateo (5:16): “Brille así vuestra faz
ante los hombres para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre”.
Con la PALABRA, por fin. No dudamos, no nos cansamos de llamar la atención al pecador, de ilu-
minarlo sobre el sentido de su vida. En 2 Timoteo (1, 7) San Pablo nos dice: “No nos dio Dios un
espíritu de timidez, sino de fortaleza, de caridad, y de templanza. Por tanto, no te avergüences de
dar testimonio del nuestro Señor”.
Conclusión Bíblica: En Santiago (5: 19) leemos: “Si alguno de nosotros se desviare de la verdad, y
otro le redujere a ella, debe saber que quién hace que se convierta el pecador de su extravío, salvará
de la muerte el alma del pecador, y se le perdonarán todos sus pecados”.
b) SAN JUAN CRISÓSTOMO expresa: “Me resulta imposible creer que pueda salvarse quien nada
trabaja por la salvación de su prójimo”.
c) El SANTO CURA DE ARS: “Si ya estuviera con un pie en el Paraíso, pero aun pudiera salvar a un
pecador en la tierra, no titubearía ni un momento en volver al mundo para salvarlo”.
d) SAN GREGORIO: Nos dice: “Nosotros realizamos el mejor de los negocios si con la palabra y la
vida ganamos almas”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
e) En París estaba condenado a muerte el asesino Pranzini. Había matado a tres personas, y a pesar
de todas las tentativas, no se pudo lograr que se arrepintiese. Santa TERESITA DEL NIÑO JESÚS
se enteró del caso y resolvió hacer cuanto podía para salvar a aquel obstinado pecador. Hizo peni-
tencias, multiplicó las oraciones, mandó celebrar una Santa Misa por tal intención. El 31 de Agosto
de 1887, ante treinta mil personas, se procedía a la ejecución del criminal, Pranzini estaba ya cerca
del patíbulo cuando, de repente se volvió al sacerdote que, a pesar de sus burlas y protestas le
había acompañado, y le pidió el crucifijo, cuyas sagradas llagas besó con profundo fervor y arre-
pentimiento, por tres veces, unos minutos más... y “moría ese buen ladrón”. Santa TERESITA tenía
en aquel momento tan sólo catorce años de edad. ¡Lo que puede una niña con corazón de fuego!
Eso de que el asesino besara por tres veces la cruz, era exactamente lo que ella había pedido a Jesús
como señal de su conversión. Cuando se enteró por los periódicos del milagroso suceso, tuvo que
esconderse para llorar, y más tarde diría: “¡Ese fue mi primer hijo!”
Pero tuve, también al mal ladrón de la cruz que rechazó el don de mi Divino Amor. Así, en el trans-
curso de los siglos mucho más malos ladrones Me abandonan, Me insultan y Me vuelven la espalda,
abusando de Mi Amor y paciencia. Son hijos pródigos que exigen del padre su parte en la herencia,
es decir, aquellos placeres terrenales que consideran cómo los únicos que valgan la pena, despre-
ciando las alegrías de la salvación.
YYo sigo extendiendo mis brazos y enseñando a todos mi Corazón para invitarlos al regreso. Muchos
se hacen sordos a Mi invitación ya que ésta les suena a reproche. Su orgullo les impide prestar oído
a cualquier voz amonestadora por parte de su conciencia. A otros los invita indicándoles el Cielo y
les repito la llamada de aquella bienaventuranza, que es también una vocación: “Bienaventurados
los puros de corazón, prometiéndoles que verán a Dios y que sus mentes serán iluminadas y sus
almas inundadas de una luz purísima e intensa.
Pero ellos contestan que prefieren, tal como el hijo pródigo, ir mezclándose con los animales in-
mundos. Son atraídos por los encantos de los sentidos y los placeres de los instintos y del lodo,
aunque dejan en la boca tanto sabor amargo, disgusto e inquietud. Y Yo permanezco con los brazos
extendidos esperando el regreso de esos hijos pródigos por los cuales derramé toda Mi sangre.
Llamo a todos mostrándome despojado a los ojos de mis hijos, invitándoles así a un despren-
dimiento completo de los bienes terrenales, que deberían usar nada más que para las necesidades
de la vida. Lo que sobra les es dado como una oportunidad de ejercitar la caridad de tal modo que a
nadie le falte lo indispensable. Pero el apego a sí mismo y a sus bienes materiales hace que muchos
Me den la espalda, como el joven rico, a quien hice el honor de invitar a dejar todo y seguirme. ¡Si
Yo pudiera hacerles comprender a todos este misterio de amor! Yo sigo mirando desde lo alto de mi
Cruz como el padre del hijo pródigo mirando desde lo alto de su ventana, el horizonte, llamando y
suplicando por almas que me ayuden a llamar a los alejados.
Ustedes discípulos míos tan queridos del Cenáculo, están entre aquellos a los cuales Yo invito y
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Cenáculos del rosario
hago partícipes de mis deseos más ardientes. ¿Consienten en ser mi voz, mi brazo y mi Corazón?
He aquí que Yo me doy a ustedes y con ustedes me uno de un modo tan perfecto, que lo que Yo iré
cumpliendo, parecerá hecho por ustedes. Y lo que ustedes harán será tan bendecido por Mí, que
llevará frutos de vida eterna.
¿Quieren ayudarme, quieren ser mis apóstoles? ¿O piensan que es imposible? Quizás su vida, en
el pasado, tuvo más oscuridades que luces, y se haya semejado más a la del hijo pródigo que a
la de mi Santa Madre. No importa, ahora vengan a Mí, que les recibiré como el padre de ese hijo
descarriado: les celebraré una fiesta. Haré traer un novillo cebado, les pondré el anillo al dedo de
nuestra nueva alianza, y el vestido más bello, el hábito nupcial de la Gracia santificante..., y ¡serán
mis amigos íntimos, mis consoladores, mis colaboradores! Yo no quiero tener ninguna preferencia
entre ustedes; les quiero mucho a todos y les amo con un amor infinito. Todos son mis hijos, a to-
dos Yo quiero salvar. La Cruz, que tiene su trono sobre cada Altar, el crucificado que, a pesar de la
oposición más encarnizada ha conquistado el mundo, les abro los brazos de par en par y les bendigo
por todo lo que harán por Él de ahora en adelante.
Yo les bendigo para que sean capaces de gritar, a cuantos ¡ven a su lado, que un Dios de Amor se
hizo hombre y espera a todos los hombres para elevarlos hacia Él. Estos sacrificios que, perfumados
con su oración, Me ofrecerán en amoroso don, serán restituidos con un nuevo ardor en apostolado
y con el bien que esparcirán por todas partes. Quien ama a Dios no puede menos que querer apa-
sionadamente que todos lo quieran. Deben salvarse juntos, deben llegar juntos a la casa del Padre.
Deben formar, con y desde su Cenáculo una gran cadena de amor y de salvación para que quien
caiga, se levante, y que quien está descarriado, se una a su cadena de salvación. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) SAN PABLO escribe en Hebreos (13:5) “Sea vuestra conducta sin avaricia; conténtense con lo que
tengan, pues Dios ha dicho: No te dejaré ni te abandonaré”. Y a Timoteo el Apóstol recuerda que “el
afán de dinero es la RAÍZ DE TODOS LOS MALES, y algunos, por dejarse llevar por él, se extraviar-
on en la fe y se atormentan con muchos dolores”.
c) Recordemos el trágico fin de Judas. Entró Satanás en él, no violentamente, sino encontrando
abierta una puerta; entró por medio de la avaricia. Vendió Judas a Jesús por treinta monedas y lo
entregó a sus enemigos para la muerte. “¡He pecado, decía después, entregando la sangre inocen-
te!”, y arrojó en el templo las monedas, precio de aquel crimen horrendo. No pudiendo soportar los
remordimientos tomó un lazo y se ahorcó en el mismo campo comprado con aquel dinero.
CONCLUSIÓN BÍBLICA: ¡Ahuyentemos la avaricia! ¡Seamos generosos! “Dad y os será dado” nos
asegura Jesús, porque “el alma generosa será colmada y el que empapa también será empapado”
(Pro 11:25).
c) IMITEMOS EL EJEMPLO SUBLIME DE JESÚS, nos alienta SAN GREGORIO MAGNO: “Observad
que siendo Señor y Creador de los Ángeles, vino a las entrañas de la Virgen para tomar nuestra
naturaleza, que Él mismo creó. Sufrió afrentas y burlas, soportó que le escupieran, le azotaran, le
abofetearan, le coronaran de espinas y le crucificasen…Luego el que cree ya en Jesucristo pero aún
está dominado por la avaricia, se ensoberbece con los hombres, se abrasa en la envidia, se contam-
ina con la inmundicia de los deleites y desea las prosperidades mundanas, no quiere seguir a Jesús,
en quien creyó”.
e) REMEDIO PARA CURARSE DE LA AVARICIA. Enseña SAN FRANCISCO DE SALES: “Si estáis in-
clinados a la avaricia, pensad con frecuencia en la locura de este pecado, que nos hace esclavos de
lo que ha sido creado para servirnos; pensad que al morir, en todo caso, será preciso perderlo todo
dejándoselo a quien, tal vez, lo malversará o se servirá de ello su ruina y perdición”.
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Cenáculos del rosario
un don para sus hermanos, sino que sólo piensa en procurar cosas para sí mismo y en conservar lo
que posee. La avaricia se opone a la caridad y a la generosidad, virtudes tan queridas a mi Corazón.
Los sufrimientos del prójimo no conmueven al avaro, quien se preocupa de sí mismo, de su salud,
de su propio bienestar, de su propia comodidad. No ve la a la necesidad de privarse de algo por los
demás, porque no, considera jamás como superfluo lo que posee y por eso no piensa que sea oblig-
atorio el tener que darlo.
El avaro considera a Dios como el protector de sus bienes y esta pronto a lanzarse contra Él si al-
guien se atreviera privarlo de los mismos. Todo lo que te he dicho se refiere a los avaros en general,
avaros por las cosas materiales. Pero, este horrible defecto es también compartido por las perso-
nas que frecuentan la Iglesia y viven intensamente la vida espiritual Aquí te hablo de aquellos que
quisieran que los privilegios y los dones más especiales les estuvieran reservados en exclusividad;
sienten celos por estos, como si estos dones fuesen privilegios. Y no solamente no quieren compar-
tirlos con alguien, sino que piensan que sólo ellos son dignos de tales dones. Esta avaricia, unida al
orgullo, Me desagrada mucho más todavía que la otra basada en las cosas materiales, pues, puede
arrastrar a grandes caídas. El que persuadido de su propia grandeza piensa que todo le es debido,
puede fácilmente, en un momento de privación, dejarse abatir hasta el punto de perder la fe y la
confianza, sin contar qué probablemente caerá en otro pecado mucho más grave aún, como es el
tener envidia de la gracia y de los dones que otros poseen.
¿Les hice ver la fealdad de este pecado capital? Ahora quiero mostrarles cuán bello es actuar en
sentido contrario; cuando el alma, desprendida de todo lo que la liga a las criaturas, sean éstas per-
sonas o cosas materiales o espirituales, cuando desprendida de su propio yo y del propio egoísmo
se lanza hacia su Dios, se siente ligera y ágil, se sienten verdaderamente libre. La libertad da alas
y con ellas vuelas a la generosidad más completa, a la búsqueda de personas a quienes hacerles el
bien y amar, a quienes instruir y ayudar. Todo lo da, a todos ama.
El mundo es demasiado pequeño para su corazón y quisiera tener delante de ella cien mundos que
salvar. No poseyendo cosa alguna, Dios es su riqueza y en Él, encuentra su fuerza para perdonar y
sacrificarse hasta el heroísmo.
¡Oh que hermosa generación la de almas audaces y simples, generosas y heroicas, entusiastas y
ardientes, que lo dan todo para encontrarlo todo en el seno de Dios! ¿De qué sirven las miserables
cosas de aquí abajo, que el tiempo desgasta y destruye, comparado con las que son eternas?
Amen a Dios, mis queridos discípulos, y amen a sus hermanos hasta el extremo de comprender
profundamente las necesidades de cada uno, de saber despojarse por ellos, hasta darse completa-
mente, hasta saber olvidarse de sí mismos, no solo delante de los hombres sino también delante
de Dios.
Haga suyas las necesidades del prójimo, porque el Señor desea este altruismo que pone en primer
plano lo que concierne a su semejante. Recuerden: Aquél que ruega por los demás, atesora para
sí. Es una realidad, pues, ninguna oración atrae más miradas de benevolencia sobre ustedes que
aquella que hacen por los demás y que pasa a ser un ejercicio de caridad Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) Diez desgraciados leprosos, decimos desgraciados porque en el tiempo de Jesús tener la lepra
era algo como ahora tener el Sida o el cólera, salieron al encuentro de Jesús (Lc 17:1119), y parán-
dose a lo lejos, levantaron la voz suplicando: “Jesús, nuestro Maestro, ten lástima de nosotros”...
Jesús los mira con infinita ternura y compasión. Conoce la miseria física y moral que los abruma
y con sencillez dice: “Id, mostraos a los sacerdotes”... “Y cuando iban, quedaron sanados”... ¡Qué
explosión de gratitud debía suscitar esta curación! Eran nuevamente hombres, tenían limpias las
carnes, volverían a entrar en la comunidad humana de la cual fueron proscritos como leprosos. Ya
no son unos seres acorralados, temidos, despreciados. Deberían gritar: “Jesús, nuestro Maestro... a
Ti lo debemos. Gracias, mil gracias”... Pero, sólo uno de los diez volvió sobre sus pasos para mostrar
su gratitud. Sólo uno de ellos, apenas echó de ver que estaba limpio volvió atrás. Y glorificando a
Dios a grandes voces, se postró a los pies de Jesús, pecho por tierra, dándole infinitas gracias...
De la boca de Jesús se escapó la queja, la queja de todos los tiempos: “¿Pues, qué, no son diez los
curados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quién volviese a dar a Dios la gloria sino este
extranjero?.. Levántate... tu fe te ha sanado”.¡Cuántos más beneficios debemos nosotros al Señor,
el que nos limpió de la lepra del pecado!... Deberíamos exclamar, día y noche, con el Salmo (115:2):
“¡Bendice, alma mía, a Yahvé, y bendiga todo mi ser su santo nombre! ¡Bendice, alma mía a Yahvé y
no olvides ninguno de sus favores!”
b) El rey SAN LUIS al morir su madre Blanca, dijo: “Señor mío y Dios mío, te doy gracias por haberme
dejado gozar durante tanto tiempo de la compañía de mi amada madre. La quería más que a todas
las criaturas del mundo. Más tú quieres tenerla en tu reino. Alabada sea tu voluntad”.
c) SANTA CATALINA DE SIENA, en su juventud, iba a cuidar a una mujer atacada de cáncer. Ésta,
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Cenáculos del rosario
en vez de agradecerle su bondad, la calumnió, la difamó. La madre de la santa quiso oponerse a
los cuidados dispensados a aquella desgraciada. Mas Catalina le dijo: “¿Crees que nuestro Salvador
está contento cuando nosotros dejamos de hacer las obras de misericordia únicamente porque no
se nos responde con gratitud? El Salvador al oír, ya clavado en la cruz, los improperios del pueblo
ingrato, ¿renunció acaso a la obra de Redención?”.
d) Santa Teresa lo dice todo en una frase, estupenda en su brevedad: “Si no conocemos lo que reci-
bimos, NO DESPERTAMOS AL AMOR”.
No eres un ser abandonado a ti mismo. Tú eres un hijo, una hija en las manos del Padre, el que te
ama con un amor infinito. No sólo quiso llamarte a la existencia con el aliento cálido de su amor,
sino que su Divina Providencia no ha dejado ni un instante de inclinarse amorosamente como una
madre sobre la cuna de su niño, sobre esta pequeña semilla de tu vida, desde el instante en que
brotó. Si a los padres no se les puede pagar enteramente la deuda que se les debe, ¿quién podrá
pagar a Dios?.. El cielo y la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, te hablan de la bondad y omnip-
otencia del que te ha creado y la admirable belleza de los elementos puestos a tu servicio exigen de
ti, como de toda criatura, el justo tributo de la acción de gracias.
Has de mostrarte agradecido por los beneficios que a diario te hace su Providencia, por librarte de
las asechanzas del enemigo, por cooperar contigo en superar los vicios de la carne, por protegerte
ante el peligro, incluso cuando tú ni siquiera te das cuenta; porque te inspira secretamente el arre-
pentimiento y el dolor de tus faltas y negligencias, porque se digna visitarte con castigos saludables
y te atrae muchas veces, a pesar tuyo, al buen camino.
¿Haz presenciado el agradecimiento de los niños? Imítalos diciendo, como ellos, a Mí, tu Jesús, ante
lo favorable y ante lo adverso: “¡Qué bueno eres! ¡Qué bueno! ” Esta frase, bien sentida, es camino
de infancia, que te llevará a la paz, con peso y medidas de risas y llantos, y sin peso y medida de
Amor. Si correspondes a Mi Amor, Yo quedaré conquistado de tal modo que, olvidándome de Mi
grandeza, Me comunicará a ti hasta identificarte conmigo, hasta que ya no vivas tú sino Yo en ti. Si
tú a Mi te abandonas, Yo actuaré en ti y te haré llevar a cabo obras maravillosas para el bien tuyo y
de todos.
El agradecimiento por todo lo que gratuitamente recibes y por lo cual Dios no te exige recompensa
sino amor, es una flor delicada; denota buena educación, humildad y un alma recta. El que piensa
que tiene derecho a todo, difícilmente agradece, sino que con mucha facilidad pretende e impone
a los demás sacrificios y renuncias.
El que reconoce su pequeñez y la necesidad que tiene de los demás, siente en el corazón una sin-
cera gratitud por todos los que viven a su lado y que colaboran para su bien material y espiritual.
Repite a menudo durante el día algunas breves invocaciones de agradecimiento. Si te sucede algo
alegre, decid de todo corazón: “Señor, te lo agradezco”. Y ante los acontecimientos tristes diga:
Sí el Señor lo ha dispuesto así, Él sabe por qué. Podía haber sido peor aún, porque esto es lo que
merezco por mis pecados”. Haz siempre así y no te sucederá verte desanimado y deprimido.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Acostúmbrate, por fin, también a agradecer alegremente y con reconocimiento a todos los que
colaboran contigo, para que crezca en ellos el deseo del bien. Es cierto que sólo se debe obrar por
amor a Dios y sólo de Él esperar recompensa, pero el demostrarle al prójimo gratitud y alegría por
el bien que lleva a cabo, lo hace sentirse más satisfecho y lo alienta a superarse siempre en el bien.
Nadie, claro, debe actuar esperando el aplauso de los hombres, pero la caridad que debe reinar
entre ustedes y que se expresa también con el agradecimiento, debe invitarlos a todos a ese com-
portamiento delicado y cordial que une a los corazones entre sí y con Dios, sembrando la paz, el
amor, y la alegría. Así sea”.
b) Fue escogido por Dios entre todos los hombres para ser el ESPOSO DE LA MADRE DE DIOS: “su
marido, José”, leemos en (Mt 1, 19). ¿No nos basta ello para conocer algo de su grandeza interior?
¿Podía ser hombre mezquino, ordinario, aquél a quien el mismo Dios confió la más pura de las vír-
genes? La felicidad matrimonial, pura y grande, debe merecerse. José la mereció con su auténtica
grandeza varonil. De las narraciones evangélicas se desprende la gran personalidad humana de
José: en ningún momento se nos presenta como un hombre apocado o asustado ante la vida; al
contrario, es UN HOMBRE CABAL. Sabe enfrentarse con los problemas, salir adelante en las situa-
ciones difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa las tareas que se le encomiendan. Con pocas
palabras nos cuenta la Sagrada Escritura la prueba más dolorosa de la vida de San José: la de no
comprender el embarazo de María. ¡Qué torturas para aquel corazón recto y tierno! Incertidumbre,
duda, una angustia incesante durante días, durante semanas, en que se preguntaba cómo podía
explicarse lo sucedido y qué debía hacer.
c) Y entonces se revela José en toda grandeza: escoge el único camino que se le abre: sin herir a
María renuncia a la dicha de la propia vida. ¡Qué grandeza de alma se revela en una frase breve!
Nos dice la Escritura: “No queriendo ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto” (Mt 1,19).
Al mismo texto, tan parco en palabras, se le escapa aquí una gran alabanza; nos dice que José “era
justo” (Mt 1,18). Su verdadera grandeza se revela en su renuncia. José es modelo de la más pura y
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Cenáculos del rosario
robusta virilidad. ES TAMBIÉN EL CONFIDENTE DE LOS PLANES DIVINOS. Ha soportado la prue-
ba; y entonces un ángel del Señor le descubre el misterio divino realizado en María. José puede,
debe tomarla por esposa y lo que María castamente le ocultó, lo sabe José por el mismo Dios: el
misterio de la Encarnación. En adelante verá en su esposa a la Madre de Dios y le guardará fidelidad
conyugal durante toda la vida. Solamente a los que son en verdad grandes confía Dios algo grande.
d) A San José le confió lo más excelso: su propio Hijo. Lo eligió para SER SU SUSTITUTO para con
el Hijo que bajó a la tierra. Al ser elegido como padre adoptivo de Jesús, ejerce sus derechos sobre
Él y le pone el nombre de Jesús, como se nos relata en (Mt 1,21), que dice: “Tú le pondrás por nom-
bre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados”. Y este hijo le reverenciará, le amará y le
obedecerá ejemplarmente, durante toda la vida. ¡Qué proporciones adquiere la figura de José ante
nuestros ojos! Y también, con qué luces nuevas nos muestra Dios la dignidad paterna, confiando su
propio Hijo a un padre y subordinándolo a éste aun antes de nacer en la tierra.
He aquí el hermoso texto de este decreto papal: “Del mismo modo que Dios a José, hijo del pa-
triarca Jacob lo constituyó gobernador de toda la tierra de Egipto para que guardara el trigo que
necesitaba el pueblo, así, llegada la plenitud de los tiempos, a la hora de enviar a la tierra a su Hijo
Unigénito, salvador del mundo, escogió a este otro José, del cual fue figura el primero, y lo hizo
Señor y Príncipe de su casa y de cuanto poseía, y lo eligió para guardián de sus principales tesoros.
Ya que tuvo por esposa a la Inmaculada Virgen María, de quien por obra del Espíritu Santo nació
nuestro Señor Jesucristo, el cual, entre los hombres, se dignó ser tenido por hijo de José, y a él estu-
vo sometido. Y a Aquél, a quien tantos reyes y profetas habían deseado ver, este José no solamente
lo vio, sino que con Él convivió y con cariño de padre lo abrazó y lo besó, a más de alimentarlo con
sumo esmero, el mismo a quien el pueblo fiel iba a comer como pan bajado del cielo y así conseguir
la vida eterna.
Por esta sublime dignidad que Dios confirió a este su siervo fidelísimo, la Iglesia, después de la
Virgen Madre de Dios, Esposa suya, honró siempre al bienaventurado San José con los mayores
honores y alabanzas, e imploró su intervención en las dificultades. Ahora bien, como en estos tiem-
pos tristísimos la misma Iglesia, atacada en todos los frentes, se ve tan oprimida por tan grandes
calamidades, hasta el punto que los impíos sueñan que, al final, las puertas del Infierno van a prev-
alecer contra ella.
El Santo Padre Pío Nono, conmovido ante las recientes luctuosas condiciones del mundo, quiso
satisfacer los deseos de los sagrados Obispos, y declaró solemnemente al Patriarca San José PA-
TRONO DE LA IGLESIA CATÓLICA, poniéndose así mismo y a todos los fieles bajo el poderosísimo
patrocinio del patriarca San José, y mandó celebrar con especial solemnidad su fiesta el 19 de mar-
zo”.
Declara Santa Teresa de Ávila, famosa devota de San José: “Es cosa que espanta las grandes mer-
cedes (es decir, favores y gracias) que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo,
de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma. No me acuerdo hasta ahora haberle
suplicado cosa que la haya dejado de hacer”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Mis Discípulos del Cenáculo: ¡qué ejemplo más hermoso e imitable para ustedes el de mi padre
adoptivo! ¿Quién más que él mereció que se le aplicara la alabanza bíblica “siervo bueno y fiel”?
Cuán amorosa y fielmente cumplió su misión en la tierra, una misión muy delicada y muy impor-
tante. Y la cumplió del modo más perfecto posible, en el silencio y la humilde sumisión de Mi Padre
y el de ustedes.
Con una delicada atención y amor verdadero, humano y sobrenatural, vivió junto a María, su espo-
sa, y se portó con Ella como un Ángel de carne y hueso, como el más cariñoso y devoto de los her-
manos. Los sufrimientos y las fatigas de las que debió someterla por orden de Dios, como la huida a
Egipto, hirieron más que nada su corazón. La respetó dominando sus instintos varoniles y la honró
como Madre de Dios, y con frecuencia se inclinaba ante ella, durante el día, pidiéndole su bendi-
ción. Comprendió la grandeza de María, pues el Señor, después de la duda terrible que atormentó
su corazón, le envió un Ángel para que lo consolara e iluminara. Con esto, no sólo le demostró la
inocencia de su muy amada hija, sino que además, permitió que José comprendiese en parte la
grandeza a la que Ella había sido elevada por su Divina Maternidad.
Pero la virtud de mi Mamá que despertó en él una inmensa veneración y un ilimitado respeto, fue
la absoluta pureza que su querida Esposa reflejaba en sus miradas, en sus palabras, en sus gestos y
en su comportamiento angelical. Me da, pues, mucha alegría hablarles de José, el Justo, Mi Protec-
tor y Mi Guardián, pues, habiendo él vivido tan cerca de Mí y de María, habiendo imitado nuestras
virtudes y habiéndonos amado realmente con todo su corazón, está en condiciones de ayudarles,
discípulos míos, en su fatigoso peregrinar hacia la Patria Celeste.
Por eso, recuérdenlo a menudo y convídenlo a que se preocupe por ustedes. Se sentirá feliz de
cumplir con ustedes ese delicado deber y también lo estará mi Madre, Ella que amó a su Castísimo
Esposo con un afecto tan tierno y tan atento. Pídale que interceda ante Mí y ante Ella en sus necesi-
dades y en las de los que se encomiendan a sus oraciones, sobre todo, que lo haga por los enfermos
graves, que serán asistidos por él; y si no obtienen la salud del cuerpo, recibirán una gran paz y su
paso final será tranquilo entre sus brazos de patrono de la buena muerte, y entre los míos y los de
mi Madre Santísima.
Nunca olviden a este Santo poderoso, Patrono de la Iglesia Universal, en quien en este momento
que es tan combatida por el enemigo, encuentra un poderoso defensor. Benditas sean las familias
donde se le honra y donde se les pone su nombre a los niños. Él los quiere mucho y los protege, los
colma de dones providenciales y de una bondad muy especial. Es como el antiguo José, secretario
y reemplazo del Rey. Ahora en el Cielo es el virrey que reina en Mi Corazón y en el de su Esposa. Nin-
guno de sus verdaderos devotos se pierde, pues los asiste, los ayuda en todas sus necesidades y los
conduce con seguridad al puerto. Y nunca olviden que es el terror de los demonios y que el invocar
su nombre salva de peligros y de desgracias de cuerpo y alma. ¡Sí! ¡Acudan con frecuencia a la in-
tercesión poderosa de San José, a quien he dado grandes poderes sobre mi Corazón! Cuando aquel
otro José hijo del Patriarca Jacob estaba al frente de la casa del Faraón, “hubo hambre en todas las
tierras, mientras había pan en la tierra de Egipto”... Y el Faraón decía a todos: “ACUDID A JOSÉ Y
HACED LO QUE EL OS DIGA” Yo os repito hoy: “Acudid a José” porque él vela ahora por la iglesia
necesitada, como cuando Yo era Niño, necesitado de protección y de continuos desvelos. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
b) Existe, pues, un doble castigo: uno reservado al pecador mientras vive y trata de convertirse; el
otro, el definitivo, cuando el pecador obstinado, al final de su camino terreno, sufrirá la justa ira de
Dios.
El mismo texto ya citado de Nahúm, elude a estos dos tipos de castigos cuando dice: “Yahveh es
lento a la cólera pero tremendo en poder y no dejará sin castigo al culpable”. Es decir, “Yahveh es
lento a la cólera” con el pecador que todavía es capaz de corregirse, pero “tremendo de poder y no
dejará sin castigo al culpable”, en la hora de su juicio.
a) En primer lugar escuchemos unas bellísimas palabras de Juan Pablo Segundo en uno de sus prim-
eros discursos en que menciona el “Temor de Dios”. Estas dicen así: “El Señor nos dice que a nada
debemos tener miedo, excepto al pecado, que nos quita la amistad con Dios. Ante las demás difi-
cultades hemos de ser fuertes y valerosos, como corresponde a hijos de Dios. A lo largo del Evan-
gelio, Cristo repite varias veces: No tengáis miedo; no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que
el alma no pueden matarla; no temáis a los hombres. Y a la vez, junto con estas llamadas a la for-
taleza, resuenan las exhortaciones temed, temed más bien al que puede enviar el cuerpo y el alma
al infierno... Somos llamados a la fortaleza, y, a la vez, al temor ante Dios, y este debe ser el TEMOR
DE AMOR, el temor filial. Y solamente cuando este temor penetra nuestros corazones, podemos
ser realmente fuertes con la fortaleza de los Apóstoles, de los mártires, de los confesores”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) La Tradición insiste en que el santo temor de Dios es indispensable para resistir a las tentaciones:
San Agustín enseña: “Bienaventurada el alma de quien teme a Dios, está fuerte contra las tenta-
ciones del diablo”; ‘Bienaventurado el hombre que persevere en el temor”, (Prov. 28, 14) y a quien
le ha sido dado tener siempre ante los ojos el temor de Dios. Quien teme al Señor se aparta del mal
camino y dirige sus pasos por la senda de la virtud; el temor de Dios hace al hombre precavido y
vigilante para no pecar. Donde no hay temor de Dios reina la vida disoluta”.
c) Escuchemos ahora sobre el Temor de Dios a dos voces de la actualidad: Del Beato Escrivá de
Balaguer que dice: “Santo es el temor de Dios. Temor que es veneración del hijo para su Padre,
nunca temor servil, porque tu Padre-Dios no es un tirano”. Y terminamos con un bello texto del
Cardenal Newman: “El temor de Dios es el principio de la sabiduría, hasta que no veáis a Dios como
un fuego consumidor, y no os acerquéis a Él con reverencia y santo temor, por ser pecadores, no
podréis decir que tenéis siquiera a la vista la puerta estrecha. El temor y el amor deben ir juntos;
continuad temiendo, continuad amando hasta el último día de vuestra vida. Esto es cierto; pero
debéis saber qué quiere decir sembrar aquí abajo con lágrimas, si queréis cosechar con alegría en
el más allá”.
Conocer a Dios es, ante todo, eliminar de su mente las ideas falsas que, a lo mejor inconsciente-
mente, se han ido formando de Él. Quiero hoy corregir la falsa idea de un Dios temible y terrible,
siempre vigilándoos como un policía de tránsito y deseoso de poneros una multa o de enviarnos a
la cárcel.
¡No hijos míos, tu Padre-Dios no es un tirano! Es el Corazón más tierno, paciente y misericordioso
que pueda imaginarse. Y si, al final de su vida, tuviera que castigarnos, en virtud de su Justicia, su
corazón sufriría indeciblemente por ese hijo obstinado que, a pesar de sus constantes esfuerzos,
no ha podido salvar; tal como un padre de familia que al mismo tiempo fuera juez de una corte de
justicia, y que se viera en la terrible alternativa de condenar a muerte a su propio hijo, en virtud de
la justicia que representa. La causa del castigo del hijo no está en el padre, sino en el mismo hijo que
rebelándose contra las sabias y justas leyes de su padre, prefiere escoger los tenebrosos caminos
del mal y del placer.
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Cenáculos del rosario
que Dios tiene a los hombres, por malos que sean, y cómo va en su búsqueda lleno de una ternura
que no tiene comparación, ni aun en el corazón de la más amorosa de las madres.
Dios lo perdona todo, lo aguanta todo, lo repara todo. Sólo pide que después de haberse equivo-
cado de camino - y ¿a quién no le ha sucedido? - se dirijan ustedes con el corazón arrepentido, que
los perdone. No hay pecado, por grande que sea, que Dios no quiera perdonar. Mientras el hombre
está en el mundo y tenga por esa razón la posibilidad de salvarse, está en el tiempo de la Misericor-
dia. Sólo con la muerte empieza el tiempo de la Justicia, o mejor aún, el tiempo en que Dios, en su
Infinita Bondad, recompensa a los buenos y castiga a los malos.
La obstinación en el mal es lo que menos gusta al Corazón Divino. Jesús conoce como nadie la
debilidad humana y sabe con qué facilidad el hombre cae. Está dispuesto a ayudarlo, a levantarlo,
a colocarlo sobre sus hombros o sobre su Corazón igual como lo hace el Buen Pastor, con la oveja
perdida. Sólo es necesario que el hombre, por miserable que sea, le dirija una palabra, un grito, que
clame por Su ayuda, y Él estará allí, inclinado sobre él, para decirle las más dulces palabras, para
darle su Corazón.
Dudar de la Misericordia Divina es una grave señal de orgullo. Pues si ustedes dudan de la Miseri-
cordia de Dios, le infieren un enorme ultraje que le ofende más que el mismo pecado. Dios quiere
mucho más perdonar que castigar, pues Él considera cuánto le hemos costado y no quisiera que su
Hijo Bienamado hubiese vertido Su Sangre por nada. Acude pues al Corazón de Jesús apenas te des
cuenta que has pecado, y sumérgete en su Sangre, en el Sacramento de la Reconciliación y luego
prosigue tu camino con renovado vigor e inocencia, confiado en Su perdón... Porque deben saber
que Dios, cuando perdona, ¡OLVIDA! Así sea”.
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“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
Pregunta: ¿Cuáles pasajes bíblicos nos pueden ayudar a convencernos de que Dios no es un Dios
lejano, distante y frío, sino un Corazón que, como ninguno, late por nosotros?
a) En numerosísimos pasajes de la Sagrada Escritura se nos habla del Amor de Dios por nosotros.
No le basta decírnoslo una o dos veces; lo dice y lo repite hasta cinco veces en un mismo pasaje. Oi-
gamos en Isaías 46, 3-4: “Escuchadme, casa de Jacob y todos los supervivientes de la casa de Israel,
los que habéis sido transportados desde el seno, llevados desde el vientre materno. Hasta vuestra
vejez, yo seré el mismo, hasta que se os vuelva el pelo blanco, yo os llevaré. Ya lo tengo hecho, yo
me encargaré, yo me encargo de ello, y yo os salvaré”.
b) Y en otros pasajes nos asegura que “aunque una madre se olvidara del hijo de sus entrañas, Él
jamás nos olvidará”, pues nos “lleva escritos en sus manos” para tenernos siempre a la vista (Is 49,
15-17); que quien nos toca, toca “a las niñas de sus ojos” (Za 2, 12).
c) Pero fue Jesús, quien nos enseñó en toda su profundidad el Amor entrañable que Dios tiene a los
hombres. Él nos invita a no preocuparnos por la comida y el vestido - ocuparnos sí, pero preocupar-
nos, no - pues bien sabe Él que tenemos necesidad de todo eso (Cf. Mt. 6, 31-33); y nos dice que ha
contado todos los cabellos de nuestra cabeza y ni uno se perderá (Cf. Mt 10, 30); y su Padre nos ama
como Él lo ama, y Él nos ama como su Padre lo ama a Él (Cf. Jn 17, 26; 15, 9). Quiere que estemos
donde Él está, es decir descansando con Él en el seno y en el corazón de su Padre (Cf 17, 24).
d) También el Espíritu Santo nos exhorta a poner nuestra confianza en Dios con absoluto abandono:
“Encomienda a Yahveh tus caminos y todos tus asuntos, confía en Él y Él obrará”. (Sal 36, 5). Y en
otro lugar dice: “Encomienda a Yahveh tu destino y todo lo que te preocupa y Él te sostendrá”. (Sal
54, 33).
Pregunta: ¿Cuáles hechos prueban más este amor divino hacia nosotros?
a) En primer lugar nos ha hecho hijos suyos, como dice San Juan: “Mas a cuantos le recibieron, les
dio poder de llegar a ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre”. (Jn 1, 12). Y todas las
formas en que se expresa la Sagrada Escritura nos muestran que su filiación es real y verdadera.
Escuchemos: “Ved que amor nos ha tenido el Padre que ha querido llamarnos hijos de Dios y lo so-
mos” (1 Jn 3, 1). Esta filiación divina es sin duda la muestra más grande de amor de Dios a los hom-
bres. Y cuando perdimos por propia culpa esta filiación divina, Dios envió a su Hijo para que dando
su vida nos salvara: “Tanto amó Dios al mundo que dio su Hijo Unigénito para que todo el que crea
en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16).
b) Este mismo amor divino le mueve a entregarse por entero a nosotros de un modo habitual, ha-
bitando en nuestra alma en gracia: “Si alguno me ama, guardará mis palabras y mi Padre lo amará
y vendremos a él y en él tendremos morada. (Jn 14, 23). Y continúa: “El abogado, el Espíritu Santo
que el Padre enviará en mi nombre, ese os lo enseñará todo y os traerá en memoria todo lo que yo
os he dicho” (Jn 14, 26).
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hermano y hermana y madre, todo lo soy y sólo quiero contigo intimidad. Yo, pobre por ti, mendigo
por ti, crucificado por ti, sepultado por ti; en el cielo por ti ante Dios Padre; y en la tierra soy legado
suyo ante ti. Todo lo eres para Mí, hermano y coheredero, amigo y miembro. ¿Qué más quieres?”
b) Y San Agustín exclama: “Oye cómo fuiste amado cuando no eras amable; oye cómo fuiste amado
cuando eras torpe y feo; antes, en fin, de que hubiera en ti cosa digna de amor. Fuiste amado prim-
ero para que te hicieras digno de ser amado”.
c) San Bernardo, a su vez, escribe así: “Cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado; si Él
ama, es para que nosotros lo amemos a Él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se
aman entre sí”.
d) Cerramos con broche de oro estos bellísimos textos de Santos, con San Juan de la Cruz: “Pero
el amor sólo con amor se cura. El amor de Dios es la salud del alma. Y cuando no tiene cumplido
amor no tiene salud cumplida y por eso está enferma. La enfermedad es falta de salud. Cuando el
alma no tiene ningún grado de amor está muerta. Pero cuando tiene algún grado de amor de Dios,
por pequeño que sea, está viva, aunque muy débil y enferma, porque tiene poco amor. Cuanto más
amor tiene, más salud también. Cuando tiene amor perfecto tiene total salud”.
Pero, ¿no debería desde ahora, inundar y bañar de agradecimiento y alegría el corazón de todo ver-
dadero hijo de Dios, la visión que desde la tierra tenemos de la obra ingeniosa, grandiosa y profun-
da del Dios Creador, y más todavía del Dios Redentor que se hizo hombre y asumió sobre Sí todas
sus debilidades, miserias y pecados, para salvarlo? Cuanto más santa es un alma, mejor comprende
las divinas bondades y más intensamente rebosa su alma de alegría y de agradecimiento. Decía un
alma de Dios en su última enfermedad: “Señor, si quisieras atarme al lecho de dolor por todos los
días que me quedan aún de vida serían todavía cortos para darte gracias por los que me concediste.
Si estas palabras han de ser las últimas, que sean un cántico de alabanza entonado a tu bondad”.
¡Cuán ciegos, cuán malagradecidos somos que no vemos la amorosa Providencia con que Dios nos
envuelve a cada instante de nuestra vida! Somos como aquel niño - llamémoslo Juanito - que un
día decidió pasarle la cuenta a su mamá por sus pequeñas colaboraciones en la casa e hizo la sigui-
ente anotación: “por traer el pan, 500 pesos; por limpiar zapatos, 1000 pesos..”. y así hasta que
su cuenta subió a 5000 pesos. La madre, asombrada, miró aquella factura y se calló. Por la noche
Juanito encontró sobre su cama los 5000 pesos. Todo contento se los echó en el bolsillo... hasta que
a la noche siguiente encontró sobre su cama una hoja de papel: “Factura de mamá a Juanito: por
diez años de hospedaje, tantos pesos; por diez años de mantenimiento, otros tantos; por cuidarte
como enfermera durante tus enfermedades, tanto; por remendar tu ropa y calcetines, por lavado
y planchado, por poner orden en tu cuarto..”. Y así la cuenta alcanzó miles. Juanito la lee boquiabi-
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erto. AI rato busca a su madre, esconde la cara en su regazo y silenciosamente le devuelve los 5000
pesos. Después, aliviado y conmovido, da rienda suelta a sus lágrimas.
Así es Dios con nosotros. La fuente no puede dejar de manar agua, y el sol no puede dejar de irradiar
luz. Dios no puede dejar de amarnos y de hacernos partícipes de sus beneficios. Nos ama, nos vigila
y nos cuida con bondad infinita. A cada uno de nosotros nos ama con un amor particular, como si
estuviéramos solos en la tierra. Jamás ha cesado de amarnos, de ayudarnos, de protegernos y de
buscar el diálogo con nosotros; ni siquiera en los momentos de mayor ingratitud de parte nuestra o
cuando cometemos los pecados más viles.
Su bondad es infinitamente superior a la malicia de los hombres y los artificios de su Divina Miseri-
cordia sobrepasan en grado superlativo todo lo que el hombre pueda inventar para ofender a su
Señor y Padre. Cuanto más tristemente hemos ofendido a Dios, más finas delicadezas recibimos
de su parte. Lo demuestran las parábolas que expresan de una manera tan conmovedora esa asom-
brosa Misericordia y Ternura Divina: la del hijo pródigo que, ingrato, abandonó la casa del viejo
padre para ir a revolcarse en placeres inmundos y sin embargo, fue recibido con una gran fiesta
cuando arrepentido y hambriento decidió volver... La parábola de la oveja perdida y herida por los
lobos que fue tiernamente recogida y traída en hombros por el solícito Pastor... Y la parábola de la
moneda perdida y finalmente encontrada, que dio a aquella mujer más alegría que todas las demás.
Quiero, de hoy en adelante, dedicarte todos los instantes de mi vida, todos los momentos de mi
existencia, todos los latidos de mi corazón. Estaré atento cada día de cómo guardo mis sentidos,
de cómo empleo mi tiempo, de cómo y por dónde se me escapa el fervor. Me examinaré muy a
menudo sobre mis propósitos... sobre mis deberes y el modo de ejecutarlos... de mi voluntad, gen-
io, carácter, vicios, disipación y presencia de Dios. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
Así nuestra vida. Salimos de las manos creadoras de Dios a esa grandiosa aventura que es la vida, y
un día tendremos que dar cuenta de los talentos recibidos, de las gracias aceptadas o rechazadas,
de los frutos que produjo nuestro árbol. Y ¡ay de nosotros si nuestro árbol no produjo buenos frutos!
“Será cortado y arrojado al fuego”, palabra de Jesús en Mateo 7. Sin embargo, aunque Dios ande
en caza de las almas, éstas, o casi todas, andan huyendo de Él... El Cielo se inclina para iluminar el
mundo, y éste levanta humos para oscurecer el cielo. Cazador implacable como es, Dios no dejará
descansar al alma hasta haberse apoderado de ella o habérsele ella escapado definitivamente.
a) Toda la Biblia es, en cierto sentido, la historia de la “cacería” que tras el hombre realiza el gran
Cazador Divino y de cómo estas almas a quien Él llama, huyen de Dios y de sus exigencias. ¡Cuántas
veces se cansa y se aburre de Dios el pueblo de Israel, refugiándose en otros dioses e ídolos! Y ¡con
qué paciencia no trata Dios, cada vez, de volver a conducir a este pueblo rebelde y duro de cerviz, a
su Corazón, a su Ley, a su Alianza y a su Amor!
b) El más famoso “prófugo” de Dios es el hijo pródigo, que rompió la dulce intimidad que gozaba en
la casa paterna, por unos miserables placeres que lo hicieron bajar al nivel de los cerdos.
c) Trataron de huir de Dios Adán y Eva, escondiéndose bajo unos matorrales. Pero les alcanzó la
Voz de lo Alto: “¿Dónde estás?” (Gén 3, 10). Intentó escapar a la mirada de Dios Caín después de
haber matado a Abel. Pero Dios lo acosó: “¿Dónde está tu hermano Abel? ¿Qué has hecho?” (Gén.
4, 9-10). Huyó también de Dios Saúl después de separarse de Él en su corazón. Huyó Jonás de su
responsabilidad de profeta no queriendo amenazar a Nínive (Jon 1, 3), y huyó el joven rico de las
exigencias de la perfección, (Mt 19, 20). Y trató de sustraerse de la Justicia Divina Judas, después de
su horrenda traición, ahorcándose de un palo que encontró a su paso en su huida desesperada. (Mt
27, 5). Pero ninguno de ellos logró eludir a Dios, como tampoco el intruso sin el vestido de bodas (Cf.
Mt 22, 12-13), que no pudo burlar ni los ojos ni el poder de Dios y fue “atado de pies manos, y echado
a las tinieblas de fuera; allí donde será el llanto y el rechinar de dientes”.
a) Como presuntuosa y vana. Es en vano, dice la Biblia, porque nos dice el Salmo 139, 7-8: “¿Adónde
iré yo lejos de tu espíritu, adónde de tu rostro podré huir? Si hasta el cielo subo, allí estás Tú, si en el
lugar de los muertos me acuesto, allí te encuentro”.
b) Mientras que en el libro de la Sabiduría 16, 15; leemos: “El huir de tu mano es cosa imposible”.
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c) Son presuntuosos y merecen castigo los que quieren vivir apartados de la Ley de Dios. Leemos en
Eclesiástico 10, 14: “El principio de la soberbia del hombre es apartarse del Señor y tener apartado
el corazón de su Creador”. Isaías 1, 28 sentencia: “Perecerán los que abandonan al Señor”. Y el Sal-
mo 73, 27 reza: “Los que de Ti se alejan, se perderán”.
Y San Agustín saca de su propia experiencia estas conclusiones universales: “Anda fornicando mi
alma, cuando se aparta de Ti y busca fuera de Ti lo que no halla puro ni limpio, sino cuando vuelve
a Ti”. Y esta otra: “Nadie obra bien al huir de Él, a no ser huyendo a Él: huyendo de su no severidad,
a su bondad”.
Y continúa San Agustín suplicándonos que no sigamos escondiéndonos de Dios. Dice así: “Ahora,
mientras te dedicas al mal, llegas a considerarte bueno, porque no te tomas la molestia de mirarte.
Reprendes a los otros y no te fijas en ti mismo. Acusas a los demás y a ti no te examinas. Les colo-
cas a ellos delante de tus ojos y a ti te pones a tu espalda. Pues cuando me llegue a mí el turno de
juzgarte, dice el Señor, haré todo lo contrario: te daré la vuelta y te pondré delante de ti mismo.
Entonces te verás y llorarás”.
b) El Concilio Vaticano Segundo interpretó estas ansias del hombre frente a un Dios del cual inten-
ta, huir pero no puede, en el Documento sobre las Religiones no cristianas: “Los hombres esperan
de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana, que hoy
como ayer conmueven íntimamente su corazón: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y el fin de
nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin del dolor? ¿Cuál es el camino
para conseguir la verdadera felicidad? ¿Qué es la muerte, el juicio, y cuál la retribución después de
la muerte? ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia,
del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?”
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el joven rico. Y trató de sustraerse a la Justicia Divina Judas. Pero ninguno de ellos logró eludir a
Dios, como tampoco el intruso sin el vestido de bodas pudo burlar, ni los ojos ni el poder de Dios.
Así, nosotros también intentamos sin tregua escaparnos de Dios. Y ¡qué yugos más difíciles de lle-
var nos echamos encima cuando huimos del servicio de Dios! ¡Qué cadenas más duras nos pone-
mos cuando rompemos locamente los lazos suavísimos que a nuestro Dios nos unen!
Huyen de Dios no sólo los que rompen radicalmente sus relaciones con Él y cuyo perverso sentido
goza con provocarlo y entrar sacrílegamente en sus dominios, como es el caso de los ateos mili-
tantes, de los miembros de las sectas satánicas y de las logias masónicas, y de todos los que se dan
el tono de desafiar a Dios, de insultarle y de blasfemarlo.
Huyen también de Dios, en las tinieblas exteriores, los pecadores empedernidos, los cegados por el
vicio, los que acumulan pecados sobre pecados, los que ofenden gravemente a Dios no por el gusto
de ofenderle, sino para gozar de la criatura, consintiendo - eso sí - en la ofensa al Señor. ¡Desdicha-
dos! ¡Se precipitan al abismo!
También huyen de Dios los que quisieran estar bien con Dios pero pecan, y sienten estar en desgra-
cia, pero pecan. Andan huyendo de Dios y están lejos de Él, hasta que arrepentidos vuelven al buen
camino; y si pecan de nuevo, nuevamente huyen, y así se atan con nuevas cadenas, cada vez más
pesadas y difíciles de sacudir. ¡Pobres! ¡Deberían escuchar la voz amorosa del Padre que los llama!
No son infrecuentes tampoco los casos de los que huyen de Dios... buscándole: son almas que to-
davía no pertenecen a Mi rebaño, que andan desatinadas en las tinieblas pero están sedientas de
luz y de verdad. Buscan afanosamente a Dios porque han oído su voz, pero no se quieren rendir,
no quieren abandonar sus amistades, ni romper con su vida anterior. Dios los llama y ellos huyen...
huyen. Felizmente, muchas de estas almas terminan por caer en las redes que Dios les tiende. Bas-
ta pensar en un San Pablo, en un San Agustín, en un Carlos de Foucauld.
Pero en las mismas salas iluminadas del Reino de Dios, huyen también de Dios, aún conservando
su amistad con Él, los que se acerca a las ventanas para escuchar el canto de las sirenas. Son las que
andan curioseando en el mundo; se acercan a las ocasiones, aunque no lo suficiente para pecar,
pero detienen su mirada en personas o cosas que nada les dicen de Dios. Como un hijo que, en
cierto sentido, huye de su padre, aún sin salir de su casa, aún comiendo en su mesa... tal vez no le
hable, pero tiene su pensamiento lejos de allí. Así huyen las almas que sin pecar gravemente, andan
ocupadas en pensamientos vanos. La tibieza, los pecados veniales, el velo sutil del olvido las va
alejando del corazón de Dios. ¡Cuidado! Fuera de la intimidad del hogar no hay más que tinieblas,
desazón, amargura, enemistad con Dios.
Y finalmente, huyen de Dios los que se asustan de las exigencias de la santidad. ¡Qué duro hacerse
santo, aseguran! Quieren cumplir la ley de Dios y con su gracia la cumplen, aman a Dios aparente-
mente sobre todas las cosas, y con mucha intensidad, y desean perfeccionarse cada día más; pero
¿la alta cumbre? ¡Qué exigencias tiene! ¡Qué renuncias impone! Ni siquiera se atreven a pedir la
santidad en sus oraciones; piden a Dios que los haga buenos, pero... ¿santos? A tales almas miedo-
sas y un tanto cobardes les decimos: ¡Ánimo! No regateen, no desmayen a lo último, precisamente
ante lo más apetecible y bello, ustedes que han sido generosas a lo largo del camino. Recen con
el poeta a Cristo: “¡Oh vida de mi vida, Cristo Santo! / ¿Adónde voy de tu hermosura huyendo? /
¿Cómo es posible que tu rostro ofendo, me mira bañado en sangre y llanto?”
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Discípulo del Cenáculo, ¿andas tú también de Mí, tu Dios, huyendo? ¡Cuán pocas son las almas que
no se esconden, que no se hacen las sordas frente a las exigencias e invitaciones divinas! Sin embar-
go, ¡de Dios nadie puede huir! Si huimos de Él en vida, lo encontraremos en la hora de la muerte. Si
no queremos hacernos santos aquí en el libre juego del Amor Divino, nos haremos santos, por fuer-
za, en el mil veces más arduo horno santificador del Purgatorio. Porque no contempla excepción
el mandamiento divino que dice: “Sed santos como el Padre en el Cielo es Santo... Sed perfectos
como es perfecto Dios. Así sea”.
b) El final de la epístola de Santiago contiene la invitación más explícita para que nos angustiemos
por la salvación de los demás: “Si alguno de vosotros, hermanos míos, se desvía de la verdad y otro
lo convierte, sepa que el que convierte a un pecador de su camino desviado, salvará su alma de
la muerte y cubrirá multitud de pecados”. También San Judas nos exhorta, al final de su epístola:
“A unos, a los que vacilan, tratad de convencerlos; a otros, tratad de salvarlos, arrancándolos del
fuego”.
c) A los cristianos que viven mal, Jesús severamente los amonesta: “Ay de quien escandalice”. Es-
candalizar significa aquí, ser ocasión de pecado para tu hermano a causa del mal ejemplo.
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Cenáculos del rosario
en el Antiguo Testamento. Él se niega rotundamente. Entonces le proponen un truco para que salve
su vida: que sólo finja comer esta carne, que será cambiada por otra permitida. Pero él no titubea,
responde valientemente: “A nuestra edad no es digno fingir, no sea que muchos jóvenes por mi
simulación y por mi apego a este breve resto de vida, se desvíen por mi culpa. Aunque me libre del
presente castigo de los hombres, sin embargo ni vivo ni muerto podré escapar de las manos del
Todopoderoso. Por eso, al abandonar ahora valientemente la vida, dejaré a los jóvenes un EJEMP-
LO NOBLE al morir generosamente con ánimo y nobleza por las leyes venerables y santas”. Y con
estos nobles sentimientos en el alma murió apaleado, dejándonos una maravillosa lección sobre el
valor del buen ejemplo.
b) En segundo lugar: “Mucho poder tiene la oración ferviente del justo. Elías era un hombre de igual
condición que nosotros; oró insistentemente para que no lloviese y no llovió sobre la tierra durante
tres años y seis meses”, escribe Santiago en su epístola 5, 16-17. No hay límite a las gracias que po-
demos conseguir con el favor de nuestros hermanos, especialmente la gracia de su confesión, supli-
cando por ellos: “El pueblo clamó a Moisés y Moisés intercedió ante Yahvéh, y el fuego se apagó”,
se lee en Números 11, 2.
c) En tercer lugar, ofreciendo generosamente por los demás nuestros sufrimientos y cruces: “Si so-
mos atribulados, escribe San Pablo en su segunda carta a los Corintios 1, 6, lo somos para salvación
vuestra”. Y en otra carta exclama: “completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo en favor
de su Iglesia”. Dios permite esta solidaridad: que el uno pueda reparar y expiar por el otro y así
contribuir a salvarlo. En este sentido es que la Iglesia hace gran caso al apostolado de los enfermos.
d) En cuarto lugar: Con el apostolado directo cada vez que se presenta una oportunidad: ilumi-
nando y sacudiendo a los extraviados, testimoniando públicamente nuestra fe. “Todo aquel que
se declare por Mí ante los hombres, Yo también me declararé por él ante mi Padre del Cielo; pero
a quien se avergüence de Mí ante los hombres, le negaré Yo también ante mi Padre”, nos asegura
Jesús en Mateo 10:32. Y San Pablo aconseja a todos los fieles, en su segunda carta a los Corintios
1:4: “consolémonos unos a otros con el mismo consuelo con que Dios nos ha consolado”. Es decir,
si Dios nos ha dado luz, demos luz a los demás, si fuerza nos dio, fuerza, si alegría, demos alegría.
e) Por fin, el mayor medio de apostolado es el amor fraterno: “En esto conocerán que sois discípu-
los míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13:35) ¡no olvidemos nunca esto en nuestros
Cenáculos!
Moisés alzaba los brazos al Cielo y su pueblo se volvió victorioso. Pero cada vez que aflojaba sus
brazos cansados, su pueblo empezaba a perder la lucha... Mis manos de Madre están continua-
mente alzadas para suplicar piedad al Padre del Cielo para tantos hijos míos extraviados o rebeldes.
Y ustedes, con sus oraciones, son los que sostienen mis brazos para que al final, cuando queden
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
elevados, consigan misericordia. ¿Se dan cuenta ahora cuán importantes son estos encuentros del
Cenáculo entre la Madre y los hijos fieles? Y que cuanto más vigorosa sea su vida espiritual, tanto
más poder tienen para ayudarme.
Es cierto que sus deberes personales y familiares no les permiten quedarse en oración todo el día.
Pero si viven de verdad en Dios, aún estas ocupaciones en apariencia banales, se vuelven llenas de
méritos ante Él. Cumpliendo todas sus actividades, aún las más insignificantes con toda perfección
y amor, ustedes se convierten en vivos testigos de Jesús y lo hacen crecer en el mundo. Entonces to-
dos serán apóstoles del bien. Un cristiano que no es apóstol, pronto será apóstata, es decir, perderá
y renegará de su fe, traicionando a Jesús. Ser apóstol es, pues, un deber y un mandato.
Algunos como los sacerdotes, misioneros y religiosos son elegidos para hacer de su apostolado el
único fin de su vida, siendo su deber rezar, sufrir y ofrecerse por los demás; son luchadores de pri-
mera línea que necesitan alimentos y municiones. La misión de ustedes es sostenerlos con ayuda
material y espiritual. También deben rezar pidiendo nuevas y santas vocaciones, es decir, pedir al
Señor de la mies, más obreros. Ahora, permítanme preguntarles: ¿estarían dispuestos a contestar
con un “sí” generoso, si el Señor llamara a uno de ustedes? También para conseguirles santas voca-
ciones mis brazos están alzados al cielo.
Ayúdenme a mantenerlos alzados sosteniéndolos con sus oraciones y ofreciendo sus penas ma-
teriales y sus sufrimientos físicos, que a veces les parecen muy pesados; aprendan a valorizarlos y
denme su ayuda. Enseñen a los enfermos el valor misionero de su cruz. Acuérdense de Santa Tere-
sita del Niño Jesús que vivía escondida en un convento de clausura, ofreciendo generosamente su
larga y penosa enfermedad en ayuda de los misioneros y apóstoles.
Hijos míos, devotos del Santo Rosario, a quienes yo he escogido, los estoy llamando para que ayud-
en a su Mamá del Cielo a salvar a tantos hijos suyos. Por el mínimo apoyo que me den en su vida,
serán recompensados en el Cielo. Tengan fe, perseveren en el bien, ámense mucho, solo así me
agradarán. Reciban mis bendiciones. Así sea”
346
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
Pregunta: ¿Quiénes son los falsos Profetas? ¿Cómo distinguirles?
a) El falso profeta es aquél, enseña el Deuteronomio: “que tiene la presunción de decir en mi nom-
bre - dice Dios - una palabra que Yo no le he mandado decir..., ese profeta morirá”. Y por boca del
profeta Jeremías Dios se queja: “Algo pasmoso y horrendo se ha dado en la tierra: los profetas
profetizaron con mentira, y los sacerdotes dispusieron a su guisa... Pero mi pueblo lo prefiere así.
¿Adónde vas a parar?”
b) La Biblia enseña que no cualquiera puede predicar, sino únicamente aquel que la Iglesia, fun-
dada por Cristo, manda o autoriza. La Biblia misma condena todos estos predicadores de sectas
que gritan en las plazas, por la radio nos inundan con sus errores y llaman a nuestras puertas para
enseñarnos un Evangelio diverso de aquel que Jesús ha encargado a su Iglesia predicar hasta los
confines de la tierra. Hoy cualquiera se improvisa predicador y empieza a discutir y molestar, pero
la misma Biblia lo desaprueba: “¿Cómo predicarán, se pregunta San Pablo en Romanos 10:15, si no
son ENVIADOS?” La única autorizada para “enviar” es la Iglesia, fundada sobre Pedro y sus suce-
sores a quien Jesús les ha dado las llaves del Reino de los Cielos, diciendo: “Tú eres Pedro, y sobre
esta piedra EDIFICARÉ MI IGLESIA” (Mt 16:18).
b) Escribe el Papa León XIII: “La soberbia introducida en las almas, debilita en ellas la fe cristiana
que pide el obsequio religiosísimo de la mente, haciendo necesariamente más tétrica la oscuridad
en derredor de las cosas divinas, de tal modo que a muchos es aplicable de que blasfeman de lo
que ignoran”. Esto es muy cierto en el caso de los protestantes que blasfeman contra nosotros por
cosas que ignoran, acusándonos de adorar a los santos, de considerar a María como una diosa, etc.
c) Otra causa de perder la fe verdadera es la de perder la moralidad. Especialmente los pecados im-
puros obscurecen la viva luz de la fe. Decía el gran obispo Fulton Sheen: “No es el Credo lo que más
aleja de Cristo a la gente, sino el Decálogo”, es decir, la no observancia de los diez mandamientos.
Así fue que nació el protestantismo. Martín Lutero era sacerdote católico y religioso, pero no fue
capaz de mantener la castidad; se casó con una monja, perdió la fe y terminó por enseñar que el
sacerdocio no existe y que los pecados de la carne no tenían importancia, que bastaba tener fe para
salvarse.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Muchos están hoy siguiendo este libertinaje, como profetizó San Pedro. Cada sacerdote, religioso,
catequista que enseñe que es permitido usar anticonceptivos, o que es lícito operarse para no tener
hijos, es un FALSO PROFETA. Ningún agente de pastoral puede autorizar lo que el Papa prohibió.
Nadie puede pretender que la masturbación o la homosexualidad no sea un pecado grave; ni nadie
autorizar a quien comete estos pecados para comulgar sin antes confesarse. Tampoco puede au-
torizarse la comunión a quien vive en adulterio o concubinato. Falsos profetas son también aquel-
los que, en nombre de una mal llamada Iglesia popular, han dado la espalda a la jerarquía legítima y
que han confundido el Reino de los Cielos con un reino terrenal. Circulan hoy muchos libros que no
reflejan la sana doctrina de Mi Iglesia.
Sigan el consejo, discípulos míos, que les da San Juan en su primera carta 4, 1: “Queridos, no os fiéis
de cualquier espíritu sino examinad si los espíritus vienen de Dios: Pues muchos falsos profetas han
salido al mundo”. ¡Cuidado, pues, con tantos falsos profetas!
Es sencillo saber quiénes están con Dios: todo aquél que obedece al Papa y a los Obispos unidos a
él, que tiene profunda devoción a Jesús Eucaristía y a la Virgen Santísima. El demonio es el padre de
la mentira y emplea todos los medios para corromper a las almas y arruinar la Iglesia. La batalla que
él desencadena en este momento de la historia de la Iglesia no es contra los malos a quienes desde
ya tiene asegurados en su poder, sino en contra de los buenos.
Al demonio difícilmente se le reconoce; sabe disfrazarse tan bien, que disimula sus imposturas bajo
formas de celo, de apostolado o de bien. Pero tú podrás desenmascararlo y combatirlo si perman-
eces en la humildad, con el ardiente deseo no sólo de estar unido a la Iglesia fundada por Mí, y el
Papa, elegido y querido por el Espíritu Santo que dirige e ilumina su elección, sino también si estás
dispuesto a aceptar cualquier humillación, cualquier cruz hasta el sacrificio supremo, antes que fal-
tarles a la obediencia, al respeto y al amor que les son debidos.
La palabra de Dios jamás pasa, Dios nunca cambia ni falta a sus promesas, y mi Iglesia, aunque sea
siempre combatida, permanece inmutable como la roca contra la cual se van a estrellar las olas. Yo
no he fundado Mi Iglesia para que invente cosas nuevas y ajenas a mi espíritu y a mi doctrina, sino
que la he constituido con esta Misión: “Haced discípulos a todas las gentes ENSEÑÁNDOLES A
GUARDAR TODO LO QUE YO OS HE MANDADO” (Mt 28:19).
Pero cuánta desolación, dolor y extravíos en este mundo ciego y sordo a la Voz de Dios. Mis sacer-
dotes deben salir al público para proclamar con valentía y delante de todos Mi Divinidad, la realidad
de todos mis privilegios y los de mi Santa Madre Inmaculada, la necesidad de la Iglesia jerárquica
que no puede ser contrapuesta a una Iglesia popular y que debe estar unida con y bajo el Papa, y
todas las verdades de la fe y de la moral cristiana contenidas en el Evangelio.
Pero algunos pobres hijos míos, engañados y seducidos por Satanás, andan sembrando la con-
fusión y el desconcierto entre mis ovejas, con teorías y normas de su propia invención. Esta división
interior, este “humo de Satanás que ha penetrado en la Iglesia”, como gemía dolorosamente Pablo
Sexto, lleva a veces a poner a sacerdotes contra sacerdotes y obispos contra obispos o contra el
Papa, quien es, a menudo criticado y obstaculizado por aquellos mismos que más deberían apo-
yarle. Nadie puede proclamarse unido a Él, pero disentir interiormente dejando caer al vacío su
Magisterio y hacer en la práctica lo contrario de cuanto él indica. Ningún sacerdote o catequista
puede afirmar que el infierno o el diablo no existe, que la penitencia o el ayuno han sido abolidos, o
despreciar el Santo Rosario o dudar de la perpetua Virginidad de María… sin ponerse al margen de
la constante enseñanza de la Iglesia.
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Cenáculos del rosario
Reza, discípulo mío, y haz que los demás recen por el Papa y por la Iglesia; por los que son tentados
y por los que se desvían. Renueva constantemente los actos de fe para que aumente en ti y en los
demás la virtud que viene de Dios, pero que se conserve por la práctica y se propague y multiplique
por el deseo creciente que se tiene de ella. Defiende tu fe y consérvala intacta, tal como te viene del
Papa. La Verdad es Luz y se abre camino entre las tinieblas. Cuando se presente la ocasión, desen-
mascara la mentira que siembra la ruina de las almas, los cismas y las herejías en la Iglesia. Combate
el error sin miedo a comprometerte. Confía en el Espíritu Santo para que ilumine tu espíritu y en tu
vida cultiva con especial veneración la sinceridad. Guarda el don que has recibido en el bautismo:
tu fe en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica, a la cual Yo he solemnemente asegura-
do que “los poderes del infierno no prevalecerán contra ella”. Que este Cenáculo sea un baluarte
donde, junto con la caridad recíproca, se difunda la Fe después de haberla profundizado y amado.
Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
de los Apóstoles, era precisamente Pablo pues ¿no tenía él su Evangelio directamente de Cristo?
(1, 12). Y a pesar de todo, emprende el viaje para visitar las columnas de la Iglesia, y de un modo
especial a Pedro (1, 18), y más adelante a los tres: Pedro, Juan y Santiago. ¡Cómo subraya Pablo con
su viaje a Jerusalén, y con las consultas que allí hace, que reconoce de hecho la autoridad de los
Apóstoles, y sobre todo la de Pedro! Si Pablo mismo, el Apóstol llamado personalmente por Cristo,
para andar seguro de lo que hace, consulta su Evangelio con Pedro y los demás Apóstoles, significa
que la Iglesia verdadera, como lo recuerda el CREDO, debe ser APOSTÓLICA; debe tener el mismo
contenido que la predicación de Pedro, debe tener la aprobación de Pedro y también su bendición,
y debe hacerse en su nombre. Pablo, el “vaso de elección”, se inclina ante la “piedra”, que es Pedro,
porque sin Pedro, sin subordinación a él, no puede haber predicación ni misión apostólica, ni Iglesia.
Si Pablo se rinde ante Pedro, ¡cuánto más hemos de rendirnos a él nosotros!
Esta vocación dio comienzo a la Iglesia con mi llamado a los Apóstoles a dejar la familia, el trabajo y
el mundo para dedicarse únicamente a los intereses de Dios. Los apóstoles abrieron un camino que
fue seguido, ininterrumpidamente a través de los siglos, por millares de hombres, sus sucesores.
Así como Yo llamé a los apóstoles, así he llamado y llamo, sucesores y a todos los que están desti-
nados a ayudarlo en el ejercicio del ministerio, esto es, en la predicación de la Verdad, en la admin-
istración de los Sacramentos, en la celebración de los ritos, de la Santa Misa y en la atención a los
atribulados, a los pobres y a todo el Pueblo de Dios.
DOBLE DON
Es un gran don que Dios hace cuando llama a alguien a una vocación apostólica: un doble don tanto
para la persona que lo recibe como para el pueblo que debe beneficiarse de sus servicios, ya que
todos tienen necesidad del hombre de Dios, de mi apóstol, de aquel que en mi Nombre enseña mi
Doctrina y me hace sacramentalmente presente entre ustedes.
Pero la vocación es un llamado que no fuerza violentamente a quien lo recibe. Es, más bien, una
invitación amorosa a una renuncia completa al mundo de las cosas y de las personas determina-
das, para poder, con la ayuda de Dios, conquistar todo el mundo para Él, para su gloria. Es una
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Cenáculos del rosario
invitación, no una orden, la cual se puede y se debe obedecer libremente. Es una señal de amistad
y de predilección que Dios otorga a una criatura a la que quiere revestir de una autoridad divina y
hacer partícipe de sus ternuras. Abrazar una vocación con alegría, conservarla con diligencia, cor-
responder a ella con la ayuda de la gracia, quiere decir alcanzar las más altas cumbres de la perfec-
ción cristiana. El Señor pone en el camino de quien es llamado una serie innumerable de gracias, a
las que debe corresponder para alcanzar ese grado de perfección que le conviene a un elegido de
Dios. No corresponder significa hacer fallar el cumplimiento de su propia misión y además poner
en peligro la propia salvación. Me preguntarás: “¿EI que se niega a seguir la vocación se salva?”. Y
te respondo: “La vocación es una gran responsabilidad que compromete a corresponder al divino
llamado con una vida de perfección. No corresponder al divino llamado es una de las indelicadezas
que más hacen sufrir Mi Corazón. Es como si un hijo, al que tu amas con amor de preferencia, se
negase a estar a tu lado, rechazase tus caricias y tus regalos. ¿Qué harían ustedes?... Continuarían
amando a aquel hijo, pero, se encontrarían en la imposibilidad de demostrarle todo su amor y su
ternura. Así lo hace el Señor y así es para Él.
Dios a nadie abandona, pero si una persona no aprecia y no entiende o no quiere entender el deseo
de Dios respecto a ella, no podrá recibir la abundancia de sus dones, que Él le tenía reservado y no
podrá alcanzar esa perfección a la que estaba predestinado.
Al contrario, ¡cuán triste cuando la dureza vuelve poco amables a esas criaturas que deberían re-
flejar la ternura de Mi Mamá. Quisiera decir a Mis esposas: “Ámense, amen a todos”. Uno nunca se
equivoca cuando ama mucho al Señor. Ustedes también, discípulos míos, están hechos de alma y
de cuerpo. Por eso, el amor no puede permanecer adentro, tiene que manifestarse con muchas,
muchas delicadezas y cortesías, que sean el perfume de la bondad y del amor. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) Porque “Cristo su Esposo se entregó por ella para santificarla”. San Pablo escribió a los Efesios
(5:25) “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola me-
diante el bautismo de agua en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin
que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada”.
c) Porque “el Espíritu de santidad la vivifica”. Oigamos cómo San Pablo, en Hechos 20:28, exhorta
a los sacerdotes de Éfeso: “Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha
puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con la
sangre de su propio Hijo”.
d) Porque “en los Santos brilla su santidad”. La palabra “Santos” tiene dos significados en el Nuevo
Testamento: Indica, en primer lugar los que fueron justificados, santificados por Cristo en el Bautis-
mo y perseveran en esta GRACIA DIVINA. En este sentido San Pablo saluda a los Corintios (1Co 1:2):
“A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser castos”. Y más adelante (6:11) les dice: “Habéis
sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre de nuestro Señor Jesu-
cristo”. Pero, en otros pasajes bíblicos, “Santos” significa: los que ya alcanzaron la Gloria del Cielo,
es la “muchedumbre inmensa que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas,
de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos”
(Ap 7:9).
e) La Iglesia puede llamarse santa porque “en María es ya enteramente santa”. El Ángel Gabriel
la llama ‘’Llena de Gracia” (Lc 1:28) y Ella misma anuncia que “todas las generaciones la llamarán
bienaventurada, porque Dios ha hecho maravillas en su favor”.
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Cenáculos del rosario
b) A propósito de otra parábola de Jesús: “Y habiendo salido sus siervos a los caminos, reunieron
cuantos encontraron, buenos y malos, y la sala de boda quedó llena de convidados” (Mt 24:10),
SAN GREGORIO MAGNO comenta: “Jesús dice esto, porque en la Iglesia no puede haber buenos
sin malos, ni malos sin buenos, y no fue bueno aquel que no quiso sufrir a los malos”.
CONCLUSIÓN: Oigamos cómo SAN AMBROSIO explica que los pecados de los cristianos no mer-
man ni manchan la Santidad de la Iglesia en sí misma, sino en sus miembros: “No en sí misma, sino
en nosotros, sus miembros vivos, recibe la Iglesia las heridas, y por eso hemos de procurar no afli-
girla con nuestras caídas”.
De allí los medios con los que Yo la llené con sobreabundancia: Mi doctrina Santa con sus exigen-
cias, Mi ejemplo y el de mi Santa Madre y, sobre todo los Sacramentos, canales misteriosos de la
Vida Divina y Santa. Todo esto y mucho más Yo di a Mi Iglesia para que ella formara una unidad
santa delante de Dios y para Gloria de Él.
Por eso, una de las notas más características de mi Iglesia es la de ser Santa. En su seno siempre ha
habido y siempre habrá santos en todos los tiempos, en todos los rincones de la tierra, en cualquier
categoría de personas y cualquier edad. Aunque su santidad permanezca oculta, se advertirá su
perfume, se verán sus consecuencias.
El corazón del santo es como un horno ardiente que emana un calor muy intenso, el que se acerca
siente sus efectos; por donde quiera que pase o vaya, suscita el calor. El amor de Dios verdadero
es como un río impetuoso que arrastra consigo todas las cosas. El amor verdadero de Dios - y por
esto no separado del amor al prójimo - no puede estar inactivo. Donde quiera que haya un alma qué
salvar, el santo que posee este amor, está allí en persona o con su anhelo. Donde quiera que haya
un pobre que socorrer, un enfermo que consolar, un pecador que convertir, el santo vuela allá con el
pensamiento, con la ayuda moral o por medio de la oración y de la penitencia.
ELOGIO DE LA SANTIDAD
La santidad es ardiente, la santidad es eficaz, la santidad es generosa, no conoce obstáculos porque
todos los supera. Con nadie choca, pero los demás notan el cambio que se produce en su vida, se
dan cuenta del desnivel. El santo es llamado un exaltado, un exagerado, un fanático. El demonio lo
odia y le dirige los más potentes asaltos, porque sabe cuánto bien un solo santo puede sembrar en
el mundo; por eso no lo pierde de vista, le tiende lazos y trampas, las cuales Yo ayudo a descubrir y
a desbaratar.
El santo es Mi copia perfecta. Por donde pasa se siente “el buen olor de Cristo”. Es como un libro
viviente, donde todas las personas pueden leer, donde todos tienen que aprender y reflexionar. El
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santo es un reproche silencioso para aquel que no actúa bien, para el pecador; por lo cual, muchas
veces es perseguido, odiado, calumniado y se ríen de él. Yo permito que lo sufra todo para probar
su santidad. Yo lo amo con un amor tiernísimo, lo trato como amigo, le revelo Mis más recónditos
secretos. Le hablo de Mí, le doy Mis deseos y lo hago partícipe de Mis dolores. Él no puede vivir lejos
de Mí, sabe cuán acerbos son Mis sufrimientos, por eso no quiere vivir disfrutando de la vida, sino
que quiere estar junto a Mí en el padecimiento y en la cruz.
El santo siente dolor, pero goza y gusta la amargura de la vida más de lo que los amantes del mun-
do disfrutan de las diversiones de su vida disipada y pecaminosa. El sufrir se convierte para él en
una alegría tan intensa que no pide más que sufrir para testimoniar el afecto que lo une a Mí. Te he
hecho un pequeño elogio de la santidad, cuya Madre, Maestra y Guía es la Iglesia. Ella ha recibido
de Mí los medios de santidad: los Sacramentos que producen y aumentan la Gracia. La verdad y la
doctrina que Yo he dado en depósito a Mi Iglesia no son más que una guía práctica de cómo alcanzar
la santidad.
FLORACIÓN DE SANTOS
¡Cómo quisiera Yo, discípulos míos, que Mi Iglesia fuese una inmensa floración de santos!
¡Reanímense, hijos Míos! Deseen la santidad, no como una vaga quimera sino como una cima que
alcanzar y a la cual pueden llegar, pues no es un camino nuevo el que deben recorrer, sino que les ha
sido trazado por la inmensa multitud de santos que los han precedido. Son las muchedumbres de
mártires, de vírgenes, de confesores. Son sus mamás y papás santos, que han tenido una fe inque-
brantable en Mi Palabra, una observancia irreprochable de Mis Enseñanzas y que han sembrado de
buenas acciones su vida, la que coronaron con una santa muerte. Siguiendo sus pasos y tomados de
la mano de la Reina de todos los santos, caminen presurosamente, discípulos Míos, por el camino
de la santidad.
Levántense después de cada caída, pidiéndome perdón y ayuda; pues no es tanto la caída lo que
Me apena como el desaliento. Yo conozco su naturaleza y su debilidad, mido sus fuerzas y gozo
perdonando y ayudando a Mis hijos. La humildad en reconocer su propia debilidad y la prontitud
para recurrir a Mi Misericordiosa Bondad es lo que atrae sobre ustedes gracia tras gracia y la ayuda
para crecer en esa santidad a la que todos están llamados.
Y ahora, mi última recomendación: No busquen nunca en la Iglesia - en su Historia, en su Jerarquía
- los lados vulnerables para criticarlos, como quienes no demuestran ni fe ni amor. Contemplen,
más bien, que Mi Iglesia es Santa, porque ha nacido pura y continuará sin mácula hasta mi segunda
Venida. Si en ocasiones no saben descubrir su rostro hermoso, límpiense ustedes mismos los ojos;
si notan que su voz no les agrada, quiten de sus oídos la dureza que les impide oír en su tono, los
silbidos del Pastor Amoroso. Mi Iglesia es Santa con la santidad Mía, a la que está unida en el cuerpo
- que son todos ustedes - y en el espíritu, que es el Espíritu Santo, asentado también en el corazón
de cada uno de ustedes, si se conservan en gracia de Dios. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
b) Y esta Iglesia, Jesús la compró y la lavó al precio de su Sangre, como lo oímos explicar a San
Pablo en hechos 20:28: “Tened cuidado de vosotros y toda la grey en medio de la cual os ha puesto
el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios, que Él se adquirió con su propia
sangre”.
c) La Iglesia, por tanto, es SANTA e INMACULADA porque “Cristo Jesús”, insiste San Pablo, “amó a
la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para SANTIFICARLA, purificándola mediante el baño del
agua en virtud de la palabra, y presentarla RESPLANDECIENTE a sí mismo; sin que tenga mancha
ni arruga ni cosa parecida, sino que sea SANTA E INMACULADA” (Ef 5:27).
d) En la Iglesia Celestial habrá identidad total entre una Iglesia Santa y sus miembros santos. San
Juan tuvo esta reconfortante visión en Apocalipsis 7:9 y 21:2: “Una multitud inmensa, delante del
trono del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos... Esos son los que
vienen de la gran tribulación; han LAVADO SUS VESTIDURAS Y LAS HAN BLANQUEADO CON LA
SANGRE DEL CORDERO. Y vi la Ciudad Santa la nueva Jerusalén, que bajaba del Cielo, engalanada
COMO UNA NOVIA ATAVIADA PARA SU ESPOSO”.
CONCLUSIÓN: La Iglesia terrenal es el gran “baño” donde sus miembros pecadores se lavan en
la Sangre del Cordero, para ser un día admitidos con vestiduras blancas en la Iglesia Celestial. No
cometamos, pues, nunca el error de salir de la Iglesia Católica porque algunos de sus pastores y
miembros tienen conducta indigna. ¡Abandonar a su Iglesia es abandonar a Cristo!
355
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
los mártires. Antes era blanca por las obras de los hermanos; ahora se ha vuelto roja por la sangre
de los mártires. Entre sus flores no faltan ni los lirios ni las rosas”.
b) SAN AMBROSIO explica cómo la pecaminosidad de sus miembros no merma la santidad de la Ig-
lesia: “No en sí misma”, escribe, “sino en nosotros, sus miembros vivos, recibe la Iglesia las heridas,
y por eso es que hemos de procurar no afligirla con nuestras caídas”.
c) SAN GREGORIO MAGNO encuentra la explicación del “escándalo” de tantos miembros peca-
dores, en la misión de salvación universal confiada a la Iglesia. Dice: “La Santa Iglesia es comparada
a una red de pescar, porque también está encomendada a pescadores, y por medio de ella somos
sacados de las olas del presente siglo y llevados al reino celestial, para no ser sumergidos en el abis-
mo de la muerte eterna. Congrega toda clase de peces, porque brinda con el perdón de los pecados
a los sabios e ignorantes, a los libres y a los esclavos, a los ricos y a los pobres, a los robustos y a
los débiles. En la Iglesia no puede haber buenos sin malos, ni malos sin buenos, y NO FUE BUENO
AQUEL QUE NO QUISO SUFRIR A LOS MALOS”: “Y habiendo salido sus siervos a los caminos,
reunieron a cuantos encontraron, buenos y malos, y la sala de bodas quedó llena de convidados”
(Mt 24:10).
d) El Siervo de Dios JOSÉ MARIA ESCRIVÁ DE BALAGUER exclama “¡Santa, Santa, Santa!, nos
atrevemos a cantar a la Iglesia, evocando el himno de honor de la Trinidad Beatífica. Tú eres Santa,
Iglesia, madre mía, porque te fundó el Hijo de Dios Santo; eres Santa, porque así lo dispuso el Pa-
dre, fuente de toda santidad; eres Santa, porque te asiste el Espíritu Santo, que mora en el alma de
los fieles, para ir reuniendo a los hijos del Padre, que habitarán en la Iglesia del Cielo, la Jerusalén
eterna”.
Cuando ustedes, madres, quieren medir el amor de sus niñitos y le preguntan a uno de ellos: “¿cuán-
to me quieres?”, ven al pequeño extender sus brazos y formar una línea horizontal y lo oyen decir:
“tanto así”. Pues bien, Yo, Hombre-Dios, he imitado justamente a los niñitos y si me preguntan
cuánto les he amado, Yo les respondo “tanto así”. Y si me he dejado clavar con los brazos extendi-
dos, ha sido para que todos pudieran medir Mi amor que no podría ni puede ser más grande que lo
que eso significa. Si enseguida le preguntas a un niño un poco más grande cuánto te quiere, él te
responde: “tanto como de la tierra al cielo”. Pues bien, hijos míos, así los he amado Yo, tanto como
del Cielo a la tierra, para llevarlos a todos al Cielo. En forma ininterrumpida, a través de los siglos,
mediante la más grandiosa institución: el Sacrificio de la Santa Misa. Durante ella mis Ministros
extienden los brazos que renueva místicamente Mi muerte en la cruz, y llaman a todos hacia Mí.
Santa e Inmaculada es Mi Iglesia, a pesar que muchos de los fieles que la componen no sean dignos
de ella. Santa porque fue fundada por Mí, porque son santas sus Leyes y, sobre todo sus Sacramen-
tos, mediante los cuales la Iglesia me hace presente y vivo en medio de ustedes. Y santa también
porque llama continuamente a la santidad y porque en ella están todos los medios para santificarse
y salvarse eternamente. Y esta Iglesia santa te llama a ti personalmente a santificarte y te convida,
356
Cenáculos del rosario
con la dulzura de una madre y con la Sabiduría y Fuerza Divina que recibe continuamente del Espíri-
tu Santo, a acoger su invitación para practicar las virtudes, huir del pecado y alcanzar la santidad. El
que oye la voz de la Iglesia oye la voz de Dios, nunca te olvides.
Es cierto que muchos de mis Ministros no corresponden a su vocación y no piensan en practicar lo
que enseñan. Eso es muy doloroso para Mí y para todos, pero nada le quitan a la Verdad y a la San-
tidad de Mi Iglesia, como nada le quitó Judas con su traición y nada le quitó Pedro con su perjurio.
Y ustedes, discípulos míos, colaboren con la Iglesia mediante el apostolado. Ustedes también son
Iglesia viviente y como tal, deben asumir sus obligaciones. Hagan de tal modo que siempre circule
en ustedes la Vida divina. “Yo soy la Vid y ustedes los sarmientos”; un sarmiento seco es cortado y
echado al fuego. Si quieren vivir de Mi Vida, deben estar unidos a Mí. Cultiven y aumenten esta Vida
en ustedes, mediante los Sacramentos y la oración. Difúndanla mediante el apostolado del ejemplo
y de las Obras de Misericordia, como también el de la palabra. Sacrifíquense voluntariamente por
amor a su Dios que extendió los brazos en una cruz para demostrarles mejor todo su amor. Extien-
dan ustedes también los brazos, y Yo les abrazaré de tal manera que, junto con la Mía, se haga una
sola inmolación con ustedes en favor de Mi Iglesia que es Una, Santa, Católica Apostólica. Así sea”.
357
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
y comunique a vuestras almas la gracia de Cristo mediante los santos sacramentos”. Los japoneses
saltaron al cuello del misionero, y entre lágrima de alegría exclamaron: “¡Tenemos una misma fe,
tenemos un mismo corazón!”... Este conmovedor episodio en la historia misionera del Japón ilustra
el gran milagro de la UNIDAD de la Iglesia Católica.
b) ¿Cuál es el motivo más profundo e íntimo de esta solicitud, casi diríamos apasionada, por la
unidad? La encontramos en un pasaje admirable de la carta a los Efesios (5:25) en la cual el Apóstol
compara la Alianza íntima que existe entre Cristo y su Iglesia, con el símil del matrimonio. Cristo
ama a la Iglesia, enseña San Pablo como un Esposo a su Esposa. ¿Y qué es lo que vemos en todo
amor grande y verdadero? La exclusividad que rechaza toda idea de división como traición a su
propia esencia.
c) “Grandes aguas no han podido extinguir el amor”. (Cnt 8:6) Grande es el número de quienes
cometieron infidelidad, tú nunca. Otros han dividido y derrochado caprichosamente la herencia de
Cristo, tú la has guardado y si fue preciso, lo hiciste a costa de la sangre de los más nobles de tus hi-
jos. ¡Enséñanos la gran fidelidad, la santa exclusividad de un amor realmente divino, que te escogió
de entre “las sesenta reinas, las ochenta concubinas y las innumerables doncellas!” (cfr. Cnt 6:8).
¡Enséñanos a ser dignos de tu espíritu, tú que eres la esposa única y bien amada de nuestro Señor,
la hija predilecta del eterno Padre!
Oigamos cómo lo explica el CONCILIO VATICANO SEGUNDO: “El Pastor eterno y Obispo de nues-
tras almas, para hacer perenne la obra salvífica de la Redención, decretó que se edificase la Igle-
sia, en la cual, como en la Casa del Dios vivo, se cobijasen todos los fieles unidos por el vínculo de
una misma fe y caridad. Por lo cual, antes de ser glorificado, rogó al Padre no solamente por los
Apóstoles, sino también por los que iban a creer en Él por la predicación de ellos, para que todos
fuesen una misma cosa, como una misma cosa son el Hijo y el Padre”.
358
Cenáculos del rosario
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Amadísimos discípulos míos: ¿No desea todo padre de familia que los componentes de su familia
estén unidos en el afecto, con el pensamiento y con la acción? Pues bien, Yo Soy, el Padre y el Jefe
de la Familia de Dios, la Iglesia que Yo he fundado, y no puedo sino desear, inculcar y exigir la uni-
dad. Hoy precisamente quiero hablarles de Mi anhelo más ardiente: que Mi Iglesia, sea Una, que
haya un sólo rebaño para un solo Pastor, que se acaben las dolorosas divisiones en la gran Familia
cristiana, causa de tantos pleitos en los hogares y de tanta confusión y escándalo en los de afuera.
Pero, ¿cuándo y cómo realizarla?... ¡Cuándo creerán todos en la única Verdad que soy Yo, y serán to-
dos unidos por los vínculos de un único Amor!... No se puede creer en lo que no se conoce. Para que
puedan creer en las mismas verdades - que no les fueron reveladas por los hombres sino por Dios
mismo - es necesario un estudio asiduo e iluminado de la Verdad, bajo la guía del Espíritu Santo y
de Mi Iglesia por Él asistido. De aquí la inmensa necesidad que los hombres sean amaestrados en
Mi doctrina. Y esta enseñanza debe ser impartida desde la más tierna niñez.
¡Cómo anhela, cómo necesita mi Corazón que las mamás sean verdaderas maestras de religión y
que los niños aprendan desde las rodillas maternas los primeros elementos de Mi Ley y de la Fe!
Que los primeros gestos de afecto, que tanto Me encantan - pues, ustedes han de saber que los
niñitos han constituido siempre Mi alegría y Mi esperanza - estén dirigidos a Mis imágenes y que
éstas ocupen un lugar de privilegio en sus casas. Que luego manden sus niños al Catecismo y a la
Santa Misa Dominical, donde esta instrucción religiosa es mantenida y perfeccionada, mientras el
espíritu se alegra con cánticos y plegarias comunitarias.
Todo lo que eleva la mente, a las cosas del cielo proporciona también alivio al cuerpo. ¡Cómo quis-
iera Yo ver una juventud que se contente con pocas y sencillas cosas, a diferencia de la juventud de
hoy que jamás se sacia y que es muy infeliz! Los jóvenes buscan la felicidad donde no la pueden
hallar, pues, sólo Dios hace al hombre feliz. Dios es la felicidad y la alegría infinita, y el corazón del
hombre no puede saciarse con cosas efímeras.
359
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Oren, a menudo, por aquellos que no están en la Verdad. Extraviados por falsas doctrinas y por
herejías han dejado la barca de Pedro. Pídanle, pues, al Padre del cielo que se haga la luz y aparezca
la Verdad, que los errantes retornen y que el que está en el error recapacite. Amen a esos hermanos
a quienes el cisma o la herejía tienen separados, pidan por su conversión; pero eso sí, la preparación
espiritual y la instrucción religiosa de ustedes deben ser tales que puedan dilucidar sus dudas y no
ser, en cambio, ustedes arrastrados por el error.
Que jamás les seduzca la idea que cualquier religión es buena. Decir que todas las religiones son
buenas e iguales, es como decir que el error es igual a la Verdad y que mi venida a la tierra fue inútil
o superflua. ¿Te parece justo eso? Recuerden que Dios es Amor, es Verdad y Felicidad; el que lo en-
cuentra lo encuentra todo, encuentra la vida eterna y comienza, desde esta vida terrena, a gozar
con Él de la paz verdadera. Así sea”.
360
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
a) “CATÓLICA” es una palabra griega que significa tanto “Universal, general”, como también “ente-
ro, completo, íntegro”. Indica, dos cualidades de la Iglesia auténtica de Cristo: Que está, geográfi-
camente presente en el UNIVERSO entero, en contraste con las Sectas que son locales. Y que su
fidelidad a Cristo es COMPLETA e ÍNTEGRA porque predica toda LA DOCTRINA de Jesús y admin-
istra todos los SIETE SACRAMENTOS que Cristo nos dejó. Mientras que las Sectas han mermado,
atrofiado, amputado la Doctrina de Cristo, quitado Libros de la Biblia, y reniegan de 5 ó 6 de los
Sacramentos por Cristo instituidos. El nombre de CATÓLICO es antiquísimo. Data de los inicios de
la Iglesia. Lo adoptaron los primeros Cristianos, asombrados por la fulminante expansión de la Igle-
sia por todo el mundo conocido de entonces, y también para distinguirse y defenderse de aquellos
sectarios que muy pronto empezaron - ¡cómo las sectas ahora! - a discutir y a mermar ciertos pun-
tos de la Doctrina de Cristo.
b) Que la Iglesia sea CATÓLICA significa, ya para los primeros Cristianos que su doctrina refleja fiel e
integralmente la doctrina de Cristo, y que está expandida por todo el Universo. Lo resume brillante-
mente SAN CIRILO DE JERUSALÉN en una de sus famosas “Catequesis”: “La Iglesia se llama católi-
ca o universal porque está esparcida por todo el orbe de la tierra, del uno al otro confín, y porque de
un modo universal y sin defecto enseña todas las verdades de fe que los hombres deben conocer, ya
se trate de las cosas visibles o invisibles, de las celestiales o las terrenas; también porque induce al
verdadero culto a toda clase de hombres, a los gobernantes y a los simples ciudadanos, a los instru-
idos y a los ignorantes; y, finalmente, porque cura y sana toda clase de pecados sin excepción, tanto
los internos como los externos; ella posee todo género de virtudes, cualquiera que sea su nombre,
en hechos y palabras y en cualquier clase de dones espirituales”.
c) SAN VICENTE DE LERINS nos dejó esta regla muy práctica: “Lo que en todas partes, y en todos
los tiempos han creído todos los fieles, hemos de confesarlo nosotros. Porque ello es, en sentido
verdadero y propio, lo católico”. Y el PAPA SAN LEÓN MAGNO explica: “Nuestra fe es la fe íntegra,
la fe verdadera, a la que nadie puede añadir, de la que nadie puede quitar nada”. Es bueno recordar
esta regla cuando no faltan hoy, - incluso sacerdotes - quienes se atreven a presentar teorías y
novedades propias, como fe católica. Si ustedes oyen decir, por ejemplo, que el infierno o el Pur-
gatorio no existen, que no hay ángeles ni demonios, que los que practican los anticonceptivos, la
masturbación, el homosexualismo, o el divorcio no pecan gravemente y pueden, sin más, comul-
gar,... que la Virgen Santísima no es más que cualquier otra Santa, o que faltar a Misa el Domingo
no es pecado grave, etc... entonces ustedes ya saben que estas ideas son falsas y deben rechazarlas
enérgicamente, porque no son católicas, ya que la Iglesia, fiel al Papa, siempre y doquier ha enseña-
do lo contrario.
361
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
- las promesas divinas de universalidad de la salvación! ¡Sólo la Iglesia Católica existe para todos y
se extiende por doquier!
¿Cuál es la explicación de este prodigio perenne? No hay otro que Yo mismo que dirigí a Mis
Apóstoles y discípulos estas solemnes palabras: “Id por todo el mundo, instruid a todos, bautizadles
y enseñadles a observar todo lo que les he mandado. Y luego les aseguré que estaría con mi Iglesia
hasta el fin del mundo, y que las puertas del infierno nunca prevalecerían contra Ella…”.
Hoy día, lastimosamente discípulos míos, hay quienes se extrañan y hasta se escandalizan de esa
pretensión de universalidad de mi Iglesia porque no Me conocen, ni conocen Mi programa. Si Yo soy
realmente Dios, y lo soy, mi iglesia ha de ser amplia como el mundo, ha de ser la madre de todos.
¡Ah, si todos los hombres se dirigieran a este corazón materno! ¡Ah, si todos reconocieran que no
es afán de poderío lo que mueve a la Iglesia, al Papa y a los Obispos, sino el encargo que Yo confié
a Ella!, que es tan amplio como el mundo; y este encargo que se forme un sólo rebaño bajo un sólo
pastor, no es más que el ardiente anhelo de Mi Corazón para que todos los hombres lleguen a Mí y
encuentren aquí en la tierra, la anhelada paz de su corazón, de sus familias, su patria y del mundo
entero... y un día, la dicha eterna.
¿Me ayudarán ustedes discípulos míos, con verdadero espíritu católico, para que se cumpla este mi
más ardiente anhelo: Que haya un solo aprisco bajo un solo Pastor, y que por fin mi Padre del Cielo
sea conocido y amado por todos?
¿CÓMO AYUDARME?
Ayúdenme a través de sus Cenáculos: Abran, de par en par, las puertas de sus casas a mi influjo de
Salvador y al de mi Madre. No se extrañen si ir al Cenáculo, poner en práctica Mis enseñanzas o fun-
dar nuevos Cenáculos les cuesta sacrificios, cualquier obra humana o divina, para que sea realizada
y tenga algún valor, debe costar sacrificio y mientras más cueste y más dura sea, más valor tendrá
la obra. Este tu sacrificio, valorizado por los Míos, - pues, Yo actúo contigo - producirá un tal valor
a tu Cenáculo, que obtendrá milagros de conversión... ¿Por qué tantos libros escritos maravillosa-
mente por grandes teólogos y tantas prédicas, aún brillantes, permanecen sin frutos, no conven-
cen, no emocionan, no hacen cambiar de vida? ¿Por qué son como las burbujas de jabón que hacen
los niños, una multitud de pequeños globos, bellos y multicolores, pero, que se destruyen con el
primer soplo de viento?... Precisamente, porque les ha faltado la oración y el sacrificio. Los grandes
milagros de conversión ocurridos en el mundo, como los que obtuvo Mi Santo Cura de Ars, fueron
el fruto, la mayoría de las veces, de las oraciones y penitencias que precedieron a la predicación de
la palabra.
LA IMPRONTA DIVINA
Discípulos míos: Es una gran cosa contribuir con la palabra y con los escritos a la dilatación de Mi
Reino en las almas y en el mundo; Reino, insisto, que se consolida y se difunde tan sólo con los
sacrificios, fecundados y apoyados por Mi Gracia. A esta universalidad de Mi Iglesia, deben ustedes
todos contribuir, cada uno con su pequeño aporte. ¿Lo estás haciendo, discípulo mío? ¿Hablas por
lo menos de Mí y de Mi Iglesia en tu casa o donde te encuentres? ¿Ofreces algún sacrificio para “que
venga Mi Reino”, el Reino del Amor y de la Divina Voluntad?... ¿Es difícil esto?... Con tal que invo-
ques Mi ayuda y unas a ello algún pequeño sacrificio, estás cumpliendo la bellísima obra de colabo-
rar conmigo para que Mi Iglesia extienda sus ramificaciones por toda la tierra. Ten, pues, Mi querido
discípulo, este pensamiento en cada palabra que escribas, en cada acción que ejecutes: “Trabajo,
Señor, por la propagación de tu Reino, para que la Iglesia a la cual pertenezco, sea cada vez más
católica, o sea, universal”.... Más grande será tu deseo, más abundante la gracia que poseas, más
enorme tu cuota de sacrificio, en cuanto más eficaz y duradera sea tu obra, porque llevará Mi celo
divino. Así sea”.
362
Cenáculos del rosario
b) Jesús también prometió a Pedro: “Yo te daré las llaves del reino de los cielos: y todo lo que atares
en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desatares sobre la tierra será desatado en los cielos”.
(Mt 16:13-19) Vale decir que las decisiones del Papa son ratificadas por Dios, y por lo tanto debemos
obedecerlas como si fuesen directos mandamientos divinos.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
dad. Esta humanidad incrédula que sólo confía en sus propias fuerzas y, debatiéndose entre la vida
y la muerte, no hace más que agravar sus propios problemas. Estoy hoy con ustedes, sobre todo
para orar por la Iglesia y por su Jefe, el Papa. Deseo que todos lo ayuden y lo asistan espiritual y
moralmente, aunque a distancia. Y por esto quiero infundir en sus corazones un deseo vivísimo de
unirse a Él.
Cada vez que se cierra en Roma un Cónclave (reunión que se hace para elegir al Papa) con la elec-
ción del Sumo Pontífice, se cumple una obra misteriosa. Una vez más se eligió la persona a la cual
Yo puedo repetir, como antes a Simón: “Tú eres Pedro y sobre esta Piedra edificaré mi Iglesia”. Y la
Iglesia, entonces, puede continuar su vida en medio de las tempestades del mundo y transmitir su
Doctrina, su Credo y sus mandamientos, con la seguridad que Yo estoy guiándola y asistiéndola a
través del Papa.
La verdadera fe es exigente. Ser coherente con lo que se cree requiere de mucho valor, pero sabien-
do que Yo puse un Jefe que no puede equivocarse de camino, deberían caminar serenos y seguros,
y la obediencia a él debería ser un verdadero placer. Las dificultades desaparecen cuando se tiene
la seguridad de estar en buenas manos. Precisamente sobre esta infalibilidad, tan criticada hoy,
deseo que fijen sus miradas.
Que el Papa sea infalible, no significa que no puede pecar. Es siempre un hombre y como tal sujeto
a tentaciones y debilidades. Tampoco significa que tiene razón en todo lo que opina como hombre.
Si él, por ejemplo, hoy cree y dice que lloverá, no por esto va a llover. La infalibilidad significa que
Dios le da una luz y una asistencia particular para que, cuando habla como pastor universal y con su
suprema autoridad defina que tal doctrina o tal costumbre debe ser creída u observada por todos,
él entonces, por la asistencia divina que Yo prometí a Pedro y a sus sucesores, no puede equivo-
carse. Este Espíritu Santo, claro, no le fue prometido para que, por revelación, propusiese nuevas
doctrinas, sino para que con la asistencia del Divino Espíritu custodiase y expusiese con fidelidad la
revelación transmitida por los Apóstoles, o sea, el depósito sagrado de la fe.
Cuando Mi Iglesia elige a un nuevo Sumo Pontífice, Yo ciño su frente no sólo con la corona de rey
espiritual, sino circundándole también la aureola luminosa del magisterio infalible de la Verdad.
Si la cabeza terrena pudiese errar, ¿cómo podría ser el Vicario de aquella divina Cabeza, la cual es
la Verdad misma y que Yo soy?. Cuando el Papa habla en Mi Nombre a la tierra, su palabra ha sido
escrita ya por el mismo Dios en el Cielo. Y, por lo tanto, desobedecer al Papa es desobedecer y de-
safiar al mismo Dios.
Esta infalibilidad del Papa, que muchos enemigos de Mi Iglesia, con tanta hiel, escupen en el rostro
del catolicismo, significa en realidad la más alta dignidad, y seguridad para mi Iglesia. En el Papa
infalible está la roca y el fundamento de la Iglesia una, santa, católica y apostólica, contra el cual,
según mis propias palabras, no prevalecerán las puertas del infierno.
364
Cenáculos del rosario
Hoy día muchos se permiten criticar al Papa y a lo que enseñe o exige. Pero él siempre triunfará.
Por su ministerio la fe se conservará y se transmitirá intacta. En unión con él la Iglesia se mantiene
y florece.
Discípulos míos, ¿están ustedes también dispuestos a seguir al Papa y, antes morir que
desobedecerlo? ¿Cuántas veces, por ejemplo, el Magisterio papal les ha invitado a andar por el
camino de la mortificación de los sentidos, del dominio de las pasiones, de la modestia, del buen
ejemplo, de la pureza y de la santidad? Pero la humanidad no ha acogido estas invitaciones y ha
seguido desobedeciendo el mandamiento de la Ley del Señor que prescribe no cometer actos im-
puros. Al contrario se han querido exaltar tales transgresiones y proponerlas como la conquista de
un valor humano y un modo nuevo de ejercitar la propia libertad personal. De ese modo hoy se ha
llegado a legitimar como buenos todos los pecados de impureza. Se ha comenzado por corromper
la conciencia de los niños y de los jóvenes, llevándolos a la convicción de que los actos impuros
cometidos solos ya no son pecado; que las relaciones prematrimoniales en el noviazgo son ilícitas
y buenas; que las familias pueden comportarse libremente y recurrir también a los medios para
impedir los nacimientos. Se ha llegado hasta a la justificación y a la exaltación de los actos impuros
contra naturales e incluso a proponer leyes que legalizarían la convivencia de homosexuales. Nunca
se ha visto como hoy, la inmoralidad, la impureza y la obscenidad que son continuamente propa-
gadas a través de los diarios, las revistas de moda, el teatro, el cine... Sobre todo la televisión se
ha convertido en el perverso instrumento de un diario bombardeo de imágenes desvergonzadas,
dirigidas a corromper la pureza de la mente y del corazón de todos. Los lugares de diversión - en
particular el cine y las discotecas - se han vuelto focos de pública profanación de la propia dignidad
humana y cristiana. Es el tiempo en que el Señor nuestro Dios es continuamente y con desfachatez
ofendido con los pecados de la carne. Pero, quien peca en la carne, - les advirtió la Sagrada Escritura
- en la misma carne encontrará su justo castigo.
Discípulos míos, ¿quieren gozar de salud, de paz, de verdadera alegría y felicidad? ¡Escuchen al
Papa y al Magisterio de los Obispos unidos a él! A los niños les pido que crezcan en la virtud de la
pureza y en este difícil camino sean ayudados por los padres y educadores. A los jóvenes les pido
que se formen en el dominio de las pasiones, con la oración y la vida de unión conmigo, y que re-
nuncien a ir a los cines y a las discotecas donde esté el grave y continuo peligro de ofender esta
virtud tan delicada y tan grata a mi Divino Corazón como es la pureza. A los novios les pido que se
abstengan de toda relación antes del matrimonio, que se cojan de la mano para caminar juntos al
Cielo... ¡y no a la perdición eterna! Y que recuerden que amar, ¡nunca es pecar juntos! Esto, en vez
de amor, no es más que un sensual egoísmo de dos. A las familias cristianas les pido que se formen
en el ejercicio de la castidad conyugal y no usen nunca medios artificiales para impedir la vida,
según mi enseñanza, que la Iglesia nunca ha dejado ni dejará de proclamar con iluminada sabiduría
y claridad. Y ¡cuánto deseo de los Sacerdotes la escrupulosa observancia del celibato y de los Reli-
giosos la práctica fiel y austera de su voto de castidad!
Vivan, así con el Papa y con la Iglesia esta tremenda hora de agonía en espera de la Resurrección. En
esta confusión generalizada, sólo pido que oren, amen, sufran y permanezcan fiel al Papa. Así, sol-
amente así, todos estrechamente unidos en torno a Mi Vicario, - como los pollitos alrededor de la
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
gallina – estarán prontos a defenderlo de cualquier asalto enemigo, prontos a obedecer a cada una
de sus indicaciones, por pequeñas que sean, humildes y fieles..., sólo así mantendrán ustedes ese
sagrado depósito que se les ha entregado: la fe; conservarán la gracia, don precioso que equivale a
la vida, y devorados por la llama purísima del amor, llegarán a la Celestial Jerusalén, Sede Bienaven-
turada de Dios y de sus Santos. Así sea”.
b) LOS SEGUIDORES DE CRISTO DEBEN DAR TESTIMONIO DE ÉL: “Vosotros sois la sal de la tier-
ra, nos dijo Jesús, vosotros sois la luz del mundo... Brille a sí vuestra luz delante de los hombres,
para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5:13).
Y momentos antes de subir al Cielo, Jesús dejó esta consigna: “Recibiréis la fuerza del Espíritu San-
to que vendrá sobre vosotros, y SERÉIS MIS TESTIGOS hasta los confines de la tierra” (Hch 1:8).
SAN PABLO alienta a Timoteo: “No te avergüences del testimonio que has de dar de nuestro Señor”
(2 Tim 1:8) y a los Corintios (2 Cor 3:2), escribe: “Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros
corazones, conocida y leída por todos los hombres. Efectivamente sois una carta de Cristo, escrita
no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo..”. A los Tesalonicenses recuerda: “Os fue predicado el
Evangelio no sólo con palabras. Sabéis cómo nos comportamos entre vosotros”. En otras palabra
San Pablo “gritaba” el Evangelio, tanto con sus palabras como con su ejemplo.
c) EL MÁS EFICAZ TESTIMONIO ES EL DEL AMOR FRATERNO: “En esto conocerán todos que sois
discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Jn 13:35).
b) Esta gran necesidad de testimonio más que de palabras, ningún Papa, quizás, lo explicó mejor
que PABLO VI: “El mundo, dijo, que a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca
sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a
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Cenáculos del rosario
los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente,
como si estuvieran viendo al invisible. El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíri-
tu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y
humildad, desapego de sí mismos y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícil-
mente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana
e infecunda”. ¿No les perece que estas palabras deben ser meditadas muy especialmente por los
padres de familia?
c) Se debería tomar el ejemplo de los primeros cristianos que lograron que la fe penetrara en poco
tiempo en las familias, en el senado, en la milicia, en el palacio imperial... No tenían apenas medios
y cambiaron un mundo pagano, al que se le veían pocos resortes para su conversión. Pero era gen-
te sincera, que unía fe y obras. Rebosaban de entusiasmo y miles de ellos dieron su vida antes de
pecar, antes de negar a Cristo. En una palabra eran TESTIGOS VIVOS de lo que creyeron. Atraían a
los demás con su calor humano, con su bondad, paciencia y pureza. Y esto fue lo que impactó tanto.
d) “Los esposos cristianos, nos recuerda el CONCILIO VATICANO SEGUNDO, son para sí mismos,
para sus hijos y demás familiares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Son para sus hijos
los primeros predicadores y educadores de la fe; los forman con su palabra y ejemplo para la vida
cristiana y apostólica, les ayudan prudentemente a elegir su vocación y fomentan con todo esmero
la vocación sagrada cuando la descubren en sus hijos”...
¡Actúen así, discípulos míos! Prosigan en la búsqueda del bien y de la virtud. Mi Santa Mamá los
protege, los ayuda, los consuela y es un ejemplo en todo, para ustedes. Les he dado, además como
protector a su Ángel de la Guarda. Continúen en el bien amándose todos e irradiando paz y amor.
Formarán un oasis de bondad en medio de este mundo, que no sabe más que odiar y envidiar. Ha-
gan que este oasis sea grande, que su ejemplo arrastre a los demás.
¿No comenzó así la Iglesia? Un puñado de hombres - doce - además ignorantes. También ellos, al
igual que ustedes, se reunieron en el Cenáculo, bajo la guía y la mirada de María, mi Madre. Luego,
invadidos con el fuego del Espíritu Santo, se transformaron en gigantes de fuerza, de sabiduría, de
caridad, hasta el punto de poseer el don de la ciencia divina y de estar en condiciones de instruir
a todos los pueblos de todos los tiempos. Nada es imposible para Dios. Denme sólo su voluntad y
su deseo de bien y Yo los haré capaces de grandes cosas, pues Yo seré quien actúe en ustedes. Se
maravillan cuando leen en la vida de los Santos: cómo almas insignificantes, débiles jovencitas, per-
sonas sin instrucción, han podido llevar a cabo obras maravillosas en el mundo. Este es el secreto:
ellos han confiado en Mí, se han puesto entre mis manos, han reconocido su nada y Yo he actuado
en ellos y he realizado milagros.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Ustedes hagan también lo mismo. Que de este Cenáculo salga un grupo de almas inflamadas de
amor de Dios y del prójimo y que, silenciosamente, pero con gran fe y amor, Me dejen actuar en su
mente, en su corazón y en su voluntad, y que estén dispuestas a dar testimonio de Mí en el mundo,
y a hacerme conocer y amar. Les aseguro, discípulos míos muy amados, que tendrán en el alma tan-
ta alegría, que la distribuirán a todos los que se acerquen a ustedes. Yo ahora, les doy mi Paz en un
paternal abrazo, los estrecho junto a mi corazón y les prometo que iré con ustedes a dondequiera
que vayan, para hacer de ustedes los apóstoles del bien, de la fe y de la bondad. Así sea”.
Y el autor del Eclesiastés sentencia: “Nosotros no somos capaces de descubrir el sentido global
de la obra de Dios desde el comienzo hasta el fin”. (Ec. 3:11). En Eclesiástico 3:21 se aconseja al
hombre una actitud de humildad intelectual: “No quieras saber lo que sobrepasa tus fuerzas, ni
investigues lo que supera tu capacidad. Reflexiona sobre los mandamientos que te fueron entrega-
dos; no necesitas conocer las cosas ocultas. No te fatigues en resolver cuestiones inútiles, pues la
enseñanza que ya tienes desborda la inteligencia humana. Sabes que muchos se han perdido con
sus teorías; una falsa pretensión desvió su razón. La manía del orgullo no tiene remedio, pues la
planta del mal se arraiga en él. El corazón inteligente medita las parábolas, el sabio anhela saber
ESCUCHAR”.
San Pablo en su primera carta a los Corintios 2:1 escribe: “¿Quién de los hombres sabe las cosas del
hombre, sino solamente el espíritu del hombre, que está dentro de él? Así es que las cosas de Dios
nadie las ha conocido, sino el Espíritu de Dios”. Con la misma fuerza que proclama la impotencia del
hombre para penetrar los misterios de Dios, la Biblia exalta el DON de la FE con el cual el hombre
logra conocer los MISTERIOS DEL REINO. Jesús afirma solemnemente a sus discípulos en Mateo
13:11: “A ustedes se les ha PERMITIDO conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos
no”. “Dichosos ustedes porque ven y oyen” (Mt 13:16). Dejamos la conclusión a San Pablo: “No qui-
ero que ignoréis este misterio” (Rom 11:25). Es decir, Dios no quiere que ignoremos los misterios de
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Cenáculos del rosario
su Amor, y por eso nos invita a escuchar a Jesús “porque nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel
a quien el Hijo se lo quiere revelar”.
Frente a éstos y muchos más interrogantes, ustedes únicamente alcanzan a murmurar: “¡Es un
misterio de Dios!”; porque ante estas asombrosas maravillas ustedes son como niños que juegan
a la orilla del mar, mientras que el océano de la Verdad inescrutable se extiende ante ustedes. Por
mucho que la ciencia y la técnica moderna hayan adelantado y alcanzado, ¡todo lo que sabe el
hombre son gotitas, todo lo que ignora, un océano!
Hijos míos, es forzoso que existan misterios, ya que por un lado Dios es infinito, incomprensible y
oculto, y por otro, el hombre es tan pequeño y limitado. Infinito es Dios en lo grande e infinito en
lo pequeño. Y el hombre no puede más, ante sus prodigios, que caer de rodillas y exclamar con el
salmista: “Grande es el Señor y digno de ser infinitamente loado; su grandeza no tiene límites”. (Sal
144:3). Si los hombres no son siquiera capaces de penetrar en los misterios de la naturaleza, ¿cómo
pretenden rechazar la religión porque los misterios divinos son todavía menos alcanzables para la
mente humana?
MISTERIOS DIVINOS
¿Cómo podría una pequeña hormiguita que temblorosa y atolondrada se arrastra por el suelo de
una catedral, abarcar el sentido y magnificencia de esta grandiosa construcción que es el Reino de
Dios? El supremo, el más noble, el más inteligente paso de la mente humana consiste en reconoc-
er que hay una infinidad de cosas que sobrepasan su capacidad de entendimiento, sencillamente
porque su mente no alcanza para tanto, como sería inútil querer captar con un radio un programa
de televisión.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Hijos míos, el hombre ¡es grande sólo de rodillas! Porque el hombre está “condenado” a recibir de
las sombras la explicación de la Luz y de la Luz la explicación de las sombras. Es decir, que de la Luz
de Dios debe él sacar la explicación de los misterios de la Fe, y de estas sombras deducir la Luz de
Dios.
Que la religión cristiana es una religión de misterios, significa que es una VERDAD que ustedes sólo
por REVELACIÓN DIVINA pueden conocer, es decir, cuando Dios mismo interviene para manifes-
tarla, aún después de revelada ustedes no la pueden abarcar plenamente. Los misterios de la Fe han
de compararse con el sol: aunque no puedan ustedes penetrarlos, iluminan y vivifican a todos los
que quieren caminar a su luz con sencillez de corazón y el ojo inauditamente atrevido que quisiera
penetrarlos, quedaría ciego. Las verdades de la Revelación no crecen como rabanitos en el huerto
sino que brillan en las alturas como las estrellas o están en las profundidades como las perlas del
mar. La Fe que quiera alcanza estas verdades ha de subir, por tanto, a las alturas donde están ocul-
tas las luces de Dios o bajar a las profundidades, donde están ocultas las perlas del océano. Y todo
aquel que en las cosas divinas no cree más que cuanto puede medir con su limitado entendimiento,
rebaja y desmerece la idea de Dios y la despoja de las más bellas cualidades y las más hondas pro-
fundidades. El Eterno ha pronunciado algunas palabras misteriosas para ejercitar la obediencia del
hombre y humillar su orgullo; pero no ha querido levantar el denso velo que separa su vida mortal
del océano de Verdad y de Luz.
LA NOCHE DE LA FE
Ustedes objetarán: ¿por qué no nos ha aclarado Dios los misterios para que podamos compren-
derlos? Les pondré una comparación: el no comprender mis misterios es como si viviésemos en
la noche. ¿No creen que la noche tiene sus ventajas? ¿Acaso no les permite ver las estrellas? Claro
que sí, pues sólo en ella las pueden alcanzar a ver. Pues bien, esa noche en la que ustedes viven es
la NOCHE DE LA FE que también trae consigo sus ventajas, porque eso les demuestra que su FE
procede realmente de Dios y no del limitado cerebro humano. Es también señal y anuncio que les
esperan descubrimientos grandiosos cuando se corra el velo que ahora cubre los misterios. Ahora
todo lo ven borroso, pero un día, si lo merecen, verán a Dios cara a cara. Es gracias a esa NOCHE
DE LA FE que sus luchas, sus esfuerzos, su caminar, adquiere méritos, y que su vida toma un valor
de PRUEBA: creer en Dios, esperar en Él y amarlo, pero sin poder verlo. ¡Esto sí es algo magnífico y
digno de recompensa!
La FE en mi Amor vale más que cualquier hermoso discurso, por muy sabio que sea. Porque la cien-
cia es vana si no sirve para creer más en mi Amor. ¡Cuánta razón tenía San Agustín en afirmar: “Un
niño del pueblo que conoce su catecismo sabe infinitamente más que el más docto profesor que lo
desconoce!”
Discípulos del Cenáculo, ¿qué conclusiones han de sacar hoy de esta lección sobre la religión
cristiana? En primer lugar, una lección de HUMILDAD. Frente a la grandeza inconmensurable de
Dios hay que dejar toda mezquina pedantería y ridícula cavilación. En segundo lugar, una lección
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Cenáculos del rosario
de VALENTÍA: no avergonzarse de creer en los misterios, que al contrario, honran su inteligencia. El
creyente “sabe” de verdad; no ha de dejarse impresionar por los argumentos de los ciegos incrédu-
los, cuya mente queda atascada en la ignorancia. Repítanse a menudo: “No necesitamos compren-
der lo que Dios sólo nos mandó creer y adorar”. Y en tercer lugar, UN ANHELO FERVOROSO DE
LOGRAR LA VERDADERA CIENCIA DE LA FE, que es uno de los dones más apetecibles del Espíritu
Santo. Así sea”.
Dos son las preguntas, más bien, que conviene hacerse hoy: ¿Qué sería mi vida si yo no tuviera FE?
y ¿por qué, si tengo FE, es tan mediocre mi vida? Así, no solamente quedaremos más agradecidos,
sino que despertaremos a una Fe que produce más y mejores obras.
a) Del ateo hablan los salmos. En el Salmo 13:1 leemos: “Dice en su corazón el insensato: “Mentira,
Dios no existe” De ellos se lamenta el libro de la Sabiduría en 13:1: “Sí, vanos por naturaleza todos
los hombres en quienes había ignorancia de Dios y no fueron capaces de conocer por las cosas bue-
nas que se ven a Aquel que es. Han mirado las obras y no han conocido al Hacedor... pues la grande-
za y la hermosura de las cosas creadas dan a conocer a su Creador mucho más grande y hermoso”.
Y San Pablo, por dos veces, amonesta severamente a los se que obstinan en negar a Dios, porque
les viene cómodo. En su segunda carta a Timoteo 2:12, escribe: “Si lo negamos, Él también nos
negará”. Y a los Tesalonicenses avisa: “(Dios) vendrá con llamas de fuego a tomar venganza de los
que no lo reconocieron a Él” (2 Tes 1:8).
b) Pero hay algo peor que un ateo. Porque Jesús sentenció que “Aquel siervo que, conociendo la
voluntad de su Señor, no ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no
la conoce y hace cosa dignas de azotes, recibirá menos; a quien se le dio mucho, se le reclamará
mucho” (Lucas 12:47).
Peores que el ateo son aquellos, como lo denuncia San Pablo en Tito 1:16, que “Profesan conocer
a Dios, más lo niegan con las obras”. En realidad, es como un círculo vicioso: el que pierde la Fe,
pierde la moralidad, pero el que hace cosas inmorales, especialmente las obras de lujuria, poco a
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
poco perderá la Fe. Es lo que nos recuerda en su carta a los Hebreos en 3:12: “¡Mirad, hermanos!,
que no haya en ninguno de vosotros un corazón maleado por la incredulidad que le haga apostatar
del Dios vivo…”.
En la boca de Jesús hay un constante reproche a los que no viven conforme a su Fe, a los que se
creen católicos, pero no son practicantes. Sería mucho más honesto decir: “Ya yo no soy católico”
porque un catolicismo que no se practica no sirve para nada, menos para salvarnos. Igual valdría,
entonces, llamar a los demonios “cristianos”, porque gritaban a Jesús: “Tú eres el Hijo de Dios”.
Pero Jesús mandó enérgicamente: “¡Cállate!” Igualmente, dice a los pretendidos católicos, no prac-
ticantes: “¿Por qué me llamáis: Señor, Señor, y no hacéis lo que digo? No todo el que me diga:
Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre Celestial”
(Lucas 6:46 y Mateo 7:21).
b) El Papa San León Magno dijo: “El diablo empuja con facilidad a toda clase de vicios a aquellos que
ha despojado de su religión”.
d) El Papa San Pío X enseñaba: “Cuando al espíritu lo envuelven las espesas tinieblas de la ignoran-
cia, no pueden darse ni la rectitud de la voluntad ni las buenas costumbres, porque si caminando
con los ojos abiertos puede apartarse el hombre del buen camino, el que padece de ceguera está en
peligro cierto de desviarse”.
e) Escuchemos, por fin, ahora a San Bernardo: “La ignorancia que es madre pésima, tiene dos hijas
que no son mejores que ella, a saber, la falsedad y la duda”.
Discípulo mío: Vuelve un momento tu mirada al mundo que te rodea y verás cuánta desolación,
crueldad, ingratitud y sordidez existen, cuánto egoísmo y mezquindad, pero descubrirás también
muchísima generosidad, bondad y heroísmo, a menudo escondido y callado. ¡Es la FE la que op-
era esta diferencia, este milagro! El mundo estaría irremediablemente perdido SI NO EXISTIERA
LA FE, que cambiándolo todo, le da a cada cosa un nuevo aspecto y sentido. Un hombre sin Fe es
un barco sin timón, un caballo sin freno. No sabe dirigir sus pasos. No encuentra sentido a la vida.
Sin Fe el hombre es como una ave sin alas; no puede levantarse a las alturas y se afana por cosas
que sólo tienen un valor muy relativo, mientras descuida el negocio principal de este mundo: su
salvación eterna.
372
Cenáculos del rosario
“¡Insensato!” le dijo Dios a aquel hombre que había vivido para acumular riquezas, ya que le faltaba
la FE. “¡Insensato! Esta misma noche te reclamarán el alma... y tus riquezas, ¿para quién serán?”
(Lc 12:20). Sin duda que las disfrutarán sus herederos, frotándose las manos ya que el viejo avaro,
por fin, se marchó para siempre.
¡Ves, hijo mío, cómo la FE es necesaria! Sólo la FE puede hacerte evitar tan trágicos errores, la que
te habla al corazón y a la mente suplicándote: “El alma es lo primero. No des demasiada importan-
cia a lo que tan ligero pasa. Busca el Reino de los Cielos y el resto te será dado. Pide, anhela, trabaja
y suda para dejar contento aquí abajo a tu Dios; luego el Padre del Cielo, satisfecho de ti, te dará
todo lo demás”.
Pero, ¿en qué consiste esta fuerza capaz de cambiar radicalmente la vida del hombre? ¿Qué es la
FE?... Es un DON de Dios, una EFUSIÓN del Espíritu de Sabiduría, una ILUMINACIÓN de los ojos
del corazón; por medio del cual Dios te hace ver las cosas por decirlo así, desde su punto de vista,
tal como Él las ve, y te revela su vida íntima y los grandes misterios de la gracia y de la eternidad, de
tal suerte que tengan, según las palabras de mi gran Apóstol San Pablo, la “prueba de las realidades
que no se ven y la garantía de lo que se espera”.
La FE, enseña la Iglesia, es una VIRTUD TEOLOGAL - es decir, que de Dios viene y a Él inmediata-
mente une - por la que crees en Él, Uno y Trino, crees en Mí, tu Salvador hecho hombre y crees en
todas las verdades reveladas por Dios mismo y que son necesarias para tu salvación, que te enseña
la Iglesia, depositaria de mi Verdad.
Este don de la FE, que se recibe en el Santo Bautismo junto con la ESPERANZA y la CARIDAD,
es algo realmente maravilloso. Es como un VIENTO que disipa la densa neblina de errores e ig-
norancias que te envuelven en este mundo, y hace lucir un bello día sobre tu alma. Es como un
TELESCOPIO con el que el creyente descubre, más allá de los astros y las nubes, sublimes verdades
divinas insospechadas a los ojos de la razón humana. Pero la FE, sobre todo, es como una LUZ que
invade la inteligencia y la alumbra; es como una lámpara encendida en la que se confía, y que no
se debe apagar porque tiene que iluminar todo el peregrinar de la vida, y asegurar en las noches
oscuras, un mínimo de firmeza y serenidad.
UNA SEMILLA DEPOSITADA EN TU ALMA QUE DEBES CUIDAR Y HACER CRECER SIEMPRE
Esta FE, fue depositada en ti como un germen, como una semilla pequeña como la de la mostaza.
Es preciso, pues, alimentarla, regarla y defenderla contra las plagas y roedores; de lo contrario se
debilita y puede llegar a marchitarse del todo.
¡Cuán grande es la misión y la responsabilidad de la familia como la primera y más eficaz escuela de
FE! ¡Ojalá que ninguno de los padres aquí presentes, en el momento de la muerte, merezcan oír de
mi boca el terrible rechazo: “¡Lejos de Mí!’’, porque tu hijo o tu hija estuvo hambriento o sediento de
verdad y de buenos ejemplos, y tú no Me diste con qué apagar esa sed y esa hambre.
Padres, no olviden que los jóvenes son como niños pequeños que miran como viven los que les
han dado la vida del cuerpo; los cuales a menudo, desatienden la vida del alma por negligencia o
idolatría. Los padres y educadores tienen la obligación sagrada de ir adelante en el camino de per-
fección, incitando a los niños y jóvenes a seguirles a través: por medio del ejemplo de santidad, de
decencia, de compasión hacia los que sufren; por medio de la práctica de las virtudes teologales,
del respeto de los valores humanos y morales, del conocimiento de Dios en su Sacramento de Amor
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
y del respeto debido a su Santo Nombre. Se trata de exaltar la generosidad innata que dormita en
sus almas. Pero los que han fallado en la tarea designada por el Creador, es decir: la educación sana
de los hijos, encontrarán en la vejez el sufrimiento y la amargura por el abandono y la indiferencia
de aquellos sus hijos, los cuales se les escapan, porque su amor no era más que un amor egoísta y
sin fundamento vital. Creyendo amarles, habrán causado su desgracia, viven hoy sin FE.
Los hijos no pueden ser salvados más que por el amor, la oración y la penitencia. Padres, por favor,
RECEN en familia - ojalá el Santo Rosario - nunca dejen de ir el Domingo, junto con todos sus hijos,
a la casa de Dios; perfumen su hogar con el buen olor de la dulzura, pureza, mutuo cariño, alegría,
honradez, misericordia y paz, viviendo así, verdaderamente mis Mandamientos y Bienaventuran-
zas... ¡Y nada tendrán que temer, entonces, en el día trascendental del Juicio! Así sea”.
c) Este segundo elemento nos lleva a un tercero: si es tan segura nuestra FE, es porque Dios mismo,
que no puede engañarse ni engañar, se pone como “garantía”. Lo asegura San Pablo en su segunda
carta a Timoteo 1:12: “Sé bien de quién me he fiado”. Y esta seguridad es reforzada por los milagros
que hace Dios para fundamentarla. La Fe en Cristo, explica San Pablo, en última instancia se basa
en el milagro de su RESURRECCIÓN. A los Corintios, en su Segunda Carta 15:14, dice: “Si no resu-
citó Cristo, vana es nuestra predicación, vana nuestra Fe”.
374
Cenáculos del rosario
d) El último elemento de la Fe es la LIBERTAD. Este aspecto de la necesaria colaboración del hom-
bre está subrayado en la larga lista de los héroes de la Fe del Antiguo Testamento, que San Pablo
enumera a lo largo del Capítulo 11 de la Carta a los Hebreos. Y a propósito de ellos, afirma: “Sin la
Fe es imposible agradar a Dios”. Y si hay libertad de aceptar o de rechazar la Fe, hay MÉRITO. Y el
mérito prueba que el don de la Fe no es irresistible, automático, sino que postula la libre aceptación
del hombre. Que esta deducción es correcta lo prueba otro pronunciamiento bíblico, citado en la
misma carta a los Hebreos en 10:38 que se encuentra en Habacuc 2, 3: “Mi justo vivirá por la Fe, pero
si vuelve atrás, mi alma no se complacerá en él”.
Jesús mismo prometió la más rica recompensa a la Fe, diciendo en Juan 3, 36: “El que cree tiene vida
eterna”. Esto prueba que en la Fe entra un elemento de libre aceptación por parte del hombre; de
otra manera no se podría hablar ni de mérito, ni de recompensa.
b) Y el príncipe de los teólogos, Santo Tomás de Aquino, dejó escrito: “por la Fe el alma cristiana
contrae una especie de matrimonio con Dios”. Bellísimo y profundo pensamiento. La Fe como un
anillo con el cual uno se casa con Dios. Porque en el matrimonio el uno se confía también total-
mente al otro aunque quedan muchos puntos oscuros e inciertos.
d) Partiendo de éste mismo texto, el Concilio Vaticano Primero lo completó así: “Siendo que sin Fe
es imposible agradar a Dios y entrar en el consorcio de sus hijos, nadie alcanzará jamás sin ella la
justificación, ni obtendrá la vida eterna quien no persevere hasta el fin”.
Lo que es un TELESCOPIO, - ese ojo gigante que permite descubrir las maravillas del firmamento
estrellado, inaccesibles al ojo humano - esto viene a ser para el alma cristiana la virtud infusa de la
Fe. Esta Fe les da la posibilidad de conocer verdades que sin ella nunca habrían conocido: el miste-
rio de la vida íntima de Dios, su dignidad altísima de hijos adoptivos, la misión y el excelso poder de
la Virgen Santísima, la existencia de los ángeles y el verdadero sentido de la vida humana.
¡Qué mundos tan maravillosos se abren ante sus ojos gracias a la Fe! ¡Con qué certeza se conocen!,
ya que Dios mismo, que no puede ser engañado ni engañar, sale fiador de esta Verdad, con tal su-
erte que el creyente está más seguro de lo que oye de Dios, que no puede fallar, que de lo que ve
con su propia razón, que sí puede equivocarse.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Queriendo descubrir una nueva estrella o cometa, los astrónomos se desvelan por meses y por
años, escrutando - y muchas veces sin éxito - el firmamento... mientras que las grandes maravil-
las de la FE son reveladas a ustedes con la mayor facilidad: con qué interés escucha el tierno niño
las enseñanzas del catecismo, al hablarle del Cielo, del Divino Niño, de mi presencia como Divi-
no Prisionero de Amor en el Tabernáculo. ¡Con qué facilidad van asimilándose misterios sublimes,
mientras aún los más encumbrados pensadores de la antigüedad quedaron en la ignorancia y la
incertidumbre hasta en las cuestiones más elementales de la existencia humana!
LOS “ANTEOJOS” DE LA FE
Ese MILAGRO de la Fe, ¿en qué consiste?... Es una de las virtudes teologales, junto con la Esperan-
za y la Caridad; es decir, un principio activo, infundido libremente por Dios en el alma, la cual por sí
misma jamás podría alcanzarla. Consiste este Don de la Fe en una facultad que Dios regala al alma
y que eleva y transforma el entendimiento del hombre, capacitándolo para las verdades divinas, es
decir, para aceptar como verdadero todo lo que Dios le revela.
Que la Fe sea un don gratuito de parte de Dios, no excluye, más bien postula, el mérito del hombre,
porque son tres los elementos que colaboran en este acto: la GRACIA de Dios, la INTELIGENCIA y
la VOLUNTAD del hombre.
Movida por la GRACIA, la VOLUNTAD impone al ENTENDIMIENTO una adhesión firme y pronuncia
su “sí”. Esto quiere decir que el hombre entiende una verdad, no es por la evidencia misma de esta
verdad, sino por la autoridad infalible de Dios que no puede equivocarse. En esta acogida que da el
hombre a la verdad revelada, está su mérito, porque este acto, aunque inspirado de lo Alto, requi-
ere, y a veces en forma heroica - como en el caso de los mártires, quienes se entregan a la muerte
haciendo un uso deliberado, consciente y soberano de su libertad.
En el Cielo desaparecerá esa oscuridad, por lo que también la FE caducará, para ser sustituida por
la visión cara a cara. Pero mientras ustedes peregrinan en la tierra la Fe, aunque es Luz viva, vive en
oscuridad, se envuelve en las sombras y pocas veces se ve con los ojos del alma, aunque se irradia
dentro de ella haciéndola conocer o vislumbrar los escollos y las riquezas del espíritu. Está el alma
condenada, mientras vive en este mundo, a sacar de las sombras Luz y de la Luz divina, la expli-
cación de las sombras. Esta vida de oscuridad que purifica y da luz a las almas es la que hace adquirir
el título de “mártir de la fe”; porque, verdaderamente, la vida del espíritu es vida de martirios, es
decir, vida de cruz, aunque en el ejercicio de las virtudes.
Por eso, ama Dios tanto esta virtud, la cual inflamada por la Caridad y animada por la Esperanza,
produce un temor filial hacia Dios que le ayuda a apartarse del pecado - la máxima desgracia - y le
purifica el corazón, elevándolo hacia las alturas y limpiándolo del afecto a las cosas terrenas. Esta
virtud, según consta en el Evangelio, es la que dice Jesús que “mueve montañas”.
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Cenáculos del rosario
Sin embargo, discípulos míos, no vayan a creer que por sobrepasar el entendimiento, las verdades
de la Fe sean extrañas, pesadas o complicadas. Lo son únicamente para aquellos que están cegados
por su vanidad. Pero los pequeños, a quienes el Padre del Cielo ha querido revelar los misterios del
Reino, ven más allá de estas apariencias y, con su Fe, sacan de su sustancia un alimento rico y vari-
ado; y sus almas, sedientas del Infinito, con avidez se apoderan de este alimento.
Para ellos la Fe es como una ANTORCHA que ilumina con su luz la oscuridad del espíritu. Es como
una Luz especial del Cielo con que el alma “ve” a Dios en este mundo, no con sus ojos corporales,
sino con la vista interior; es como un rayo de Luz que iluminando el rostro de Dios, lo hace visible
al alma. Sólo con esta luz camina ella firme por en medio de las trampas y tropiezos de la vida de
perfección. De manera que la Fe espiritual es indispensable al alma y su punto de apoyo para entre-
garse a la vida interior. Esta Fe espiritual consiste en fijar firmemente la mirada en un sólo punto:
Dios, y jamás separarse de Él en ninguna circunstancia de la vida o de la muerte.
Discípulo del Cenáculo, nunca olvides esta preciosa lección de hoy: la vida de la Fe, es en definiti-
va, la renuncia dolorosa de la propia voluntad en las manos de un Dios invisible. El premio de esa
renuncia será el deleite de todo el ser en el abrazo de un Dios que finalmente verá “cara a cara”. Es
la transformación estupenda de una prisión temporal en un cielo eterno y de sacrificios momentá-
neos en un gozo sin fin. Así sea”.
El hombre bíblico no es ni un nostálgico soñador del cielo, ni un ciego activista cerrado a los valores
del espíritu. El hombre bíblico ideal según la feliz expresión del Papa Pío XII, tiene, “los pies sobre la
tierra, pero la cabeza en el cielo”. Ni únicamente “los pies en la tierra” como ciertos cristianos “com-
prometidos” que menosprecian la oración, el Rosario, la contemplación y los escritos espirituales,
como la hermosísima y más que nunca actual, “Imitación de Cristo.”. Ni únicamente “la cabeza en
el cielo”, como algunos cristianos que se han imaginado que la santidad consiste en aislarse, en
taparse los ojos y los oídos para no ver “el mundo que está perdido”, y que se refugian en los “rezos”
como excusa de su inactividad. Esos, porque no aman a nadie, ¡se imaginan amar a Dios!
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
A estos últimos, ya contestó de una vez y para siempre la descripción del último juicio en boca
de Jesús (Mt 25:35): “Estuve con hambre y no me diste de comer, con sed, desnudo, etc. y no me
socorriste. ¡Lejos de Mí! ¡No les conozco!” Palabras terribles de Jesús que deberían curarnos defini-
tivamente de todo falso “espiritualismo”.
Sin embargo, el peligro hoy no está tanto en un “espiritualismo” comodón, sino más bien en una
cruel CARENCIA de espiritualidad. Hoy domina un “horizontalismo”, es decir que se está olvidando
la dimensión vertical, hacia el cielo, hacia la eternidad, de nuestra existencia. Cuántos no se han
olvidado que Jesús dijo: “El Reino de los cielos está DENTRO de ustedes” y que, “somos forasteros
y peregrinos” (1 Pe 2:11) en esta tierra, y se sienten incómodos cuando leen en San Pablo: “Aspirad
a las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre, no a las de la tierra”. (Col 3:1)
A tales cristianos tan “comprometidos” que no les queda tiempo para meditar y orar, según dicen,
hay que preguntarles dónde estaba Jesús de noche. Lo aclara Mateo 6:46: “Después de despedirse
de ellos se fue al monte a orar”. Y ¿dónde estaba y cómo pasó su tiempo Moisés antes de que Dios
le entregara las tablas de la Ley? “Moisés estuvo con Yahveh cuarenta días y cuarenta noches, sin
comer pan”... Y ¿cómo inició Jesús su vida pública? Ayunando y orando en el desierto, luchando
contra el demonio; es decir, sólo con Dios y totalmente absorbido en un mundo interior.
Preguntémonos también, ¿dónde estaban todos los muy “comprometidos” a la hora en que murió
Jesús? ¡Todos huyeron como conejos! ¡Sólo las tres almas “contemplativas” tuvieron la fuerza
necesaria para quedarse al pie de la Cruz: María, la Madre de Jesús, María de Magdala y San Juan!.
Jesús también dijo en Mateo 10, 27: “Lo que yo os digo en la oscuridad, decidlo vosotros a la luz;
y lo que oís al oído, proclamadlo desde los techos”. Pero ¿qué cosa vamos a proclamar a nuestros
hermanos si antes no hemos, por largo e intenso tiempo PEGADO EL OÍDO A LA BOCA DE DIOS,
es decir, por largos ratos hemos orado y meditado?
CONCLUSIÓN: todos los santos fueron hombres de intensa vida de oración y nadie que despreció
la espiritualidad llegó a santo. Si no queremos merecer el reproche de Jesús a Marta: “Marta, Marta,
por muchas cosas te afanas, UNA SOLA COSA ES NECESARIA”, entonces es imprescindible que
imitemos a María, “que sentada a los pies de Jesús, escuchaba su palabra” y que mereció el elogio
de Jesús.
San Juan de la Cruz, consumido por la nostalgia del cielo, hizo a Dios esta súplica: “Descubre tu
presencia, y máteme tu vista y hermosura, mira que la dolencia de amor, que no se cura, sino con
la presencia y la figura”.
378
Cenáculos del rosario
Lo hizo Dios para que cuando, un día nuestro pequeño y débil corazón humano se rompa con la
muerte, sea ensanchado por Dios hasta lo infinito, para que pueda abarcarle a Él, el Dios inmenso,
el Infinito brasero de Amor. Y esta nostalgia del Cielo es la cumbre de la vía de unión con Dios en la
tierra, y puede a tal punto “enfermar el alma” que “muere porque no muere”. Y cuando muere de
verdad, no es de enfermedad, sino de Amor.
Tal fue el caso de Mi Madre Santísima que les quiero explicar hoy para que con su ejemplo encuen-
tren aliento, consuelo y perseverancia. Les hablaré de la noche que vivió María Santísima después
de mi Ascensión al Cielo, cuando su alma, “muriendo porque no moría”, se consumió en el deseo
no alcanzado durante veinticinco largos años, de unirse nuevamente Conmigo, y de su misión en el
nacimiento de la Iglesia, mi Cuerpo Místico.
Esta noche de la Fe, aún más meritoria que la primera, fue un prolongado destierro en el que el
alma de mi Madre se vio martirizada por mi ausencia, por las dulcísimas añoranzas de mis delicadas
atenciones, de nuestros coloquios celestiales, del perfume y del recuerdo de mi presencia y de mi
Amor. Ese tiempo en el que el Corazón de mi Madre se vio afectado por una nostalgia del cielo pro-
fundísima, al mismo tiempo que se desgarraba viendo que las primeras persecuciones bañaban en
sangre a la naciente Iglesia. Esos años en que consintió vivir todavía en el destierro de la Fe, cuando
todo su ser anhelaba y suspiraba por reunirse conmigo.
MISIÓN DE MARÍA:
LOS FRUTOS DE SUS NOCHES DE FE
Durante mi vida oculta, María vive en la intimidad conmigo y se asocia a mi misión silenciosa y
oculta de oración y santidad. Durante Mi vida pública, se asocian a mi misión los Apóstoles, y Mi
Madre sufre el dolor de separarse de Mí... pero no definitivamente. En el día del sacrificio de la
Pasión los discípulos huyen, y María, después de haber aceptado la pena de la lejanía, se une de
nuevo a Mí; ahora al pie de la Cruz. En este sacrificio, Mi Madre desempeña una función similar a
la que había desempeñado en el misterio de la Encarnación: da un Sí, un CONSENTIMIENTO, que
incluye su FE y su CARIDAD. En la Anunciación da un consentimiento a la VIDA de su Hijo, y en la
Pasión, un consentimiento a la MUERTE de su Hijo. Fe, Caridad, aceptación, y al mismo tiempo,
“noche” y desolación. Mis sufrimientos son sus sufrimientos. Mi obra es su obra. Mi santificación es
su santificación.
María, presente en el Calvario, y cuya presencia se siente en el acontecimiento de Mi Resurrección
y Mi Ascensión al Cielo, participa en Pentecostés, convirtiéndose así en el vínculo entre Cristo y la
Iglesia; así como antes, en la Anunciación había sido el lazo de unión entre Israel y Cristo.
Pero este período en que Mi Madre es el vínculo entre la Iglesia y Cristo, comienza por un momento
trágico: mi muerte durante tres días, en que mi oración no pertenece ya a este mundo. Es la hora
en que la humanidad ha llegado al máximo en sus pecados, con el más horrendo de los crímenes;
es la hora en que los mejores han sido vencidos por la cobardía, es la hora en que el sol se oscurece,
en que la tierra tiembla, y en que Yo he abandonado este mundo.
En esta hora, en medio de su tremendo dolor, en medio de su “noche de la Fe”, sólo María puede
complacer a Dios. En este mundo miserable, sólo María continúa la intercesión de Cristo y la
oblación de sacrificio redentor. María, así “como antes de la Anunciación había sido la aurora, aho-
ra será el crepúsculo”.
Con Mi Resurrección, la misión de Mi Madre Santísima toma un nuevo sentido: preparar, acom-
pañar maternalmente los primeros días de la Iglesia. Lo que es más: Mi Madre ES la Iglesia, ahora
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
de manera oculta, pues “la Iglesia se define como la comunión de Cristo y la santidad”. Pentecostés
nos presenta un acontecimiento similar al de la Anunciación: el Espíritu Santo que se había mani-
festado secretamente en Mi Madre para formar Mi cuerpo físico, ahora se manifiesta espléndida-
mente para formar Mi Cuerpo Místico. Y Mi Madre ESTÁ ALLÍ. Ella que con su dolor y su oración “ha
preparado el nacimiento de la Iglesia, oración que sigue siendo la cumbre de la oración eclesiástica”.
Sus plegarias, su “noche de la Fe”, su dolor y su supremo mérito también fecundaron “la maravillo-
sa eficacia de las primeras evangelizaciones”. He ahí, mis queridos discípulos, la obra de Mi Madre.
Dios ha premiado su sufrimiento, su “noche de la Fe”. Ella, a quien Yo les entregué como Madre, les
acompañará y consolará en sus “noches” como lo hizo Conmigo. Y mientras llega el día clarísimo
que no tiene ocaso y que no tiene sombras, vivan en unión con Ella, y a imitación Suya, nútranse de
Mis recuerdos y de las esperanzas del Cielo. Así sea”.
380
Cenáculos del rosario
solo consuelo en este panorama desolador: UNA MUJER CUYO LINAJE APLASTARÁ LA CABEZA
DE SATANÁS. Es el llamado protoevangelio, o primer anuncio de la Buena Nueva: la esperanza que
encontramos en Génesis 3:15. Esa MUJER ES MARÍA, el CONSUELO DE LOS AFLIGIDOS, el mayor
consuelo que Dios regaló a nuestro pobre mundo, aparte de Jesús, su Hijo. Por su “Sí” al Ángel, Dios
“volvió a ser propicio” a la humanidad, y se comprobó “que no se había agotado para siempre su
Amor, ni acabado su Palabra para siempre, ya que más bien en María, esta “Palabra se hizo carne y
habitó entre nosotros”.. (Jn 1:14). ¡Con cuánta razón brotó, pues, del corazón agradecido de María,
y en nombre de toda la humanidad, el cántico de acción de gracias porque Dios había vuelto a
“acordarse de su Misericordia, como había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su
descendencia por siempre” (Lc 1:46-55).
b) El más bello entre los textos del Magisterio que alaban a María como nuestra Madre Espiritual es,
quizás, el siguiente de PUEBLA: “Se nos ha revelado la admirable fecundidad de María. Ella se hace
Madre de Dios, del Cristo histórico en el Fiat de la anunciación, cuando el Espíritu Santo la cubre con
su sombra. Es Madre de la Iglesia porque es Madre de Cristo, Cabeza del Cuerpo místico. Además es
nuestra Madre por haber cooperado con su amor en el momento en que del corazón traspasado de
Cristo nacía la familia de los redimidos; por eso es nuestra madre en el orden de la gracia. Vida de
Cristo que irrumpe victoriosa en Pentecostés, donde María imploró para la Iglesia el Espíritu Santo
vivificador. La Iglesia, con la Evangelización, engendra nuevos hijos. Ese proceso que consiste en
“transformar desde dentro” en “renovar a la misma humanidad” es un verdadero volver a nacer. En
ese parto, que siempre se reitera, María es nuestra Madre. Ella gloriosa en el cielo, actúa en la tierra.
Participando del señorío de Cristo Resucitado, con su amor materno cuida de los hermanos de su
Hijo que todavía peregrinan; su gran cuidado es que los cristianos tengan vida abundante y lleguen
a la madurez de la plenitud de Cristo. María no sólo vela por la Iglesia. Ella tiene un corazón tan am-
plio como el mundo e implora ante el Señor de la historia por todos los pueblos. Esto lo registra la fe
popular que encomienda a María, como Reina maternal, el destino de nuestras naciones. Mientras
peregrinamos María será la Madre educadora de la fe. Cuida de que el Evangelio nos penetre, con-
forme nuestra vida diaria y produzca frutos de santidad. Ella tiene que ser cada vez más pedagoga
del Evangelio en América latina”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
La mujer hipotética a la cual Nicodemo aludió diciendo: “¿Puede acaso uno entrar otra vez en el
seno de su madre y nacer?” Esa mujer existe. ¡Es María! Y así lo confirmé a Nicodemo, pero ve-
ladamente porque no había llegado la hora de revelar este misterio tan profundo. Es muy cierto
que se puede entrar otra vez en el seno de una madre, pero no de la madre que piensa Nicodemo,
sino de aquella Madre que Yo he dado al hombre como Madre Espiritual, para que nazca de nuevo,
porque “el que no nazca otra vez de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios”. ¡Cuánto
desearía Yo que ustedes comprendieran lo que no fue dado a entender a Nicodemo: es decir, que
también para renacer espiritualmente se precisa - y más todavía - de una madre!
En esto consiste la verdadera devoción a María: ¡en permitirle SER MADRE!: en recurrir a Ella en
todas las necesidades del alma, en todo momento y en toda circunstancia, con gran sencillez, ter-
nura y confianza, como la del niño en su cariñosa madre; en las dudas, para que los ilumine; en los
extravíos, para volver al buen camino; en las tentaciones para que los sostenga; en las debilidades
para que les fortifique; en las caídas para que los levante; en los desalientos, para que les Infunda
nuevos ánimos; en los escrúpulos, para que los disipe; en las cruces, trabajos y contratiempos de la
vida, para que los consuele. Siempre y en todo recurriendo a María como verdadera Madre espiritu-
al, conscientes y confiados en el inmenso poder que Dios le ha dado para llevar a cabo, como Nueva
Eva, la delicadísima misión que Yo le confié al pie de la Cruz: “Madre, allí tienes a tu Hijo”, es decir:
“Haz ahora espiritualmente por mis hijos, todo lo que física y moralmente hiciste por Mí, hacién-
dome nacer en ellos, y progresar en sabiduría, en estatura, hasta la “estatura adulta de Cristo” y en
GRACIA ANTE DIOS Y ANTE LOS HOMBRES.
Discípulos míos: el corazón humano, quizás por sus delicadas fibras siempre permanece niño. Por
eso es que tú vibras tan hondamente al escuchar este nombre preñado de añoranzas y de ternu-
ras: “¡Madre!” Cuando estás triste, cuando te ves enfermo o solitario, cuando tu corazón tiene frío,
cuando recibes humillaciones o te desprecian, y tantas otras circunstancias de la vida, ¡cómo echas
de menos la solicitud, la abnegación, la fidelidad, el cariño de una madre!
Si tienes madre todavía, ¡qué feliz eres! Aprovecha apresuradamente ese tesoro riquísimo;
embriágate en esa ternura incomparable y haz, provisión de ella para los días de soledad que quizás
no están muy lejanos... Pero, si ya la perdiste, si llevas en tu alma ese vacío que nada puede llenar, si
tu corazón sangra con esa herida que su partida dejó y que nunca llega a cerrarse, si caminas ya solo
por los senderos de la vida, entonces, discípulo mío, levanta los ojos al cielo y consuélate, porque,
no del todo eres huérfano: hay en el Cielo una Madre que te ama, que te acaricia y te consuela... ¡es
María!
María aparece desde el inicio de tu existencia, su imagen bendita sobre tu cuna y su corazón vigila
los años inolvidables de la infancia. Tu madre en la tierra te enseñó a amarla y su nombre fue uno de
los primeros que pronunció tu lengua balbuceante. Quizá aún antes de que nacieras ya tu madre te
había consagrado a Ella. Y por eso María, y la inocencia de la edad primera parecen confundirse en
un mismo recuerdo, en un mismo perfume, en una misma blancura...
Vino después el día inolvidable de tu Primera Comunión. ¡Qué lazos tan íntimos estrechan esas
tres blancuras: La de tu primera Hostia, la de María Inmaculada, la del alma inocente! ¡Cuánto se
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Cenáculos del rosario
preocupó mi Madre en prepararles para esa primera visita Mía! Ella también es la encargada de ve-
lar sobre tu alma y guardarla para Jesús. Por eso el acto tan significativo y conmovedor de la Prime-
ra Comunión debería tener como complemento de rigor una consagración especial a mi Santísima
Madre.
María brilla también sobre tu alma en los días de la juventud, entusiastas y borrascosos. Ella es
entonces un ideal de pureza que sostiene y eleva, que preserva y purifica, con su triple presencia de
Madre, hermana y amiga del joven. ¡Sin María, en cuántas luchas no hubieras sucumbido!
Después, en la hora bendita ya sufrida en que son llamados a luchar como padres, en especial por
aquellos que se ven más expuestos a los peligros del alma y del cuerpo, que temen sean tenta-
dos o afligidos, que ven con tanta tristeza alejarse a Dios, ¡cuánto consuelo y auxilio encuentran
desgranando, con frecuencia cargados de preocupaciones y angustias, las benditas cuentas del Ro-
sario, lazo que de esta manera les une a todos bajo la protección materna de María!
Y finalmente, cuando pasados los años empieza a declinar la vida, cuando los efectos de la tierra
son como un árbol que los vientos han arrebatado casi todas sus hojas, María es el único afecto que
no desmaya, el único corazón que jamás olvida, el amor fidelísimo que nunca muere, la esperanza
cuya luz crepuscular ilumina el sendero por donde se desciende al sepulcro... ¡Quisiera Dios que
murieran también con su Nombre dulcísimo en los labios y que sus ojos se apagaran contemplando
su imagen bendita, la misma que contemplaron cuando se abrieron por primera vez a la luz del
mundo!.. Pero esta vez, despertando a la luz de la vida eterna. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Existe, pues, un doble castigo: uno reservado al pecador mientras vive y que trata de lograr su con-
versión; el otro, el castigo definitivo, cuando el pecador obstinado, al final de su camino terreno,
sufrirá la justa ira de Dios.
El mismo texto ya citado de Nahúm, alude a estos dos tipos de castigo cuando dice: “Yahvé es lento
a la cólera pero tremendo en poder y no dejará sin castigo al culpable”. Es decir, “Yahvé es lento a
la cólera” con el pecador que todavía es capaz de corregirse, pero “tremendo de poder y no dejará
sin castigo al culpable”, en la hora de su juicio.
b) La Tradición insiste en que el santo temor de Dios es indispensable para resistir a las tentaciones;
por ejemplo nos enseña San Agustín: “Bienaventurada el alma de quien teme a Dios, pues está
fuerte contra las tentaciones del diablo”; “Bienaventurado el hombre que persevera en el temor”,
(Prov. 28, 14) y a quien le ha sido dado tener siempre ante los ojos el temor de Dios. Quien teme al
Señor se aparta del mal camino y dirige sus pasos por la senda de la virtud; el temor de Dios hace
al hombre precavido y vigilante para no pecar. Donde no hay temor de Dios reina la vida disoluta”.
c) El Beato Escrivá de Balaguer enseña: “Santo es el temor de Dios. Temor que es veneración del
Hijo para su Padre, nunca temor servil, porque tu Padre Dios no es un tirano”.
D) Concluimos con un texto del Cardenal Newman: “El temor de Dios es el principio de la sabiduría,
hasta que no veáis a Dios como un fuego consumidor, y no os acerquéis a Él con reverencia y santo
temor por ser pecadores, no podréis decir que cenéis siquiera a la vista la puerta estrecha. El temor
y el amor deben ir juntos; continuad temiendo, continuad amando hasta el último día de vuestra
vida. Esto es cierto; pero debéis saber qué quiere decir sembrar aquí abajo con lágrimas, si queréis
cosechar con alegría en el más allá”.
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Cenáculos del rosario
contra las sabias y justas leyes de su padre, prefiere escoger los tenebrosos caminos del mal y del
placer. MIENTRAS ESTÉN CON VIDA Infinita es la Misericordia de Dios, como infinitas son: su Jus-
ticia y su Amor. Si su corazón no estuviere tan repleto de misericordia, sin duda este mundo ya no
existiría, porque todo lo que en él acontece es de una malicia tal, que supera todo lo imaginable y
lo convierte en un océano de fango y maldad. Basta pensar en los millones de niños inocentes que
madres indignas de este nombre asesinan cada año en el mundo entero. De esta situación debería
derivarse una consecuencia desastrosa: la ruina completa del hombre que, vuelto lodo, se olvida de
Dios y más bien se lanza en su contra. Pero, así como la más amorosa de las madres se inclina sobre
su hijo enfermo y le prodiga miles de atenciones, así también Dios, que es toda piedad y amor, si-
ente por el hombre, que ha creado a su Imagen y Semejanza, una compasión inmensa.
Yo les he hablado a menudo de la Misericordia sin par de Dios; en las parábolas, por ejemplo, del
Buen Pastor, del hijo pródigo o del buen samaritano. Gracias a ellas, tú puedes comprender algo del
inmenso amor que Dios tiene a los hombres por malos que sean, y cómo va en su búsqueda, lleno
de una ternura que no tiene comparación, ni aun en el corazón de la más amorosa de las madres.
Dios lo perdona todo, lo aguanta todo, lo repara todo. Sólo pide que después de haberse equivo-
cado de camino - y ¿a quién no le ha sucedido? - se dirijan ustedes a Él con el corazón arrepentido
para pedirle que los perdone.
No hay pecado, por grande que sea, que Dios no quiera perdonar. Mientras el hombre está en el
mundo y tenga por esta razón la posibilidad de salvarse, está en el tiempo de la Justicia, o mejor
aún, en el tiempo en que Dios, en su infinita Bondad, recompensa a los buenos y castiga a los malos.
La obstinación en el mal es lo que menos gusta al Corazón Divino. El cual conoce como nadie la
debilidad humana y sabe con qué facilidad el hombre cae, está dispuesto a ayudarlo, a levantarlo,
a colocarlo sobre sus hombros o sobre su Corazón, igual como lo hace el Buen Pastor, con la oveja
perdida. Sólo es necesario que el hombre, por miserable que sea, le dirija una palabra, un grito, que
clame por Su ayuda, y Él estará allí, inclinado sobre él, para decirle las más dulces palabras, y para
darle todo su Corazón.
Dudar de la Misericordia Divina es una grave señal de orgullo. Pues si ustedes dudan de la Miseri-
cordia de Dios, le infieren un enorme ultraje que le ofende más que el mismo pecado. Dios quiere
mucho más perdonar que castigar, pues Él considera cuánto le hemos costado, y no quisiera que Yo,
su Hijo Bienamado, hubiese vertido Mi Sangre por nada.
Acude pues a Mi Corazón Misericordioso, apenas te des cuenta que has pecado, y sumérgete en
Mi Sangre a través del Sacramento de la Reconciliación. Prosigue, luego, tu camino con renovado
vigor e inocencia, confiado en Su perdón... Porque Dios, cuando perdona, ¡OLVIDA! Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
a) En el libro de la Sabiduría (14, 3) leemos “Tu providencia, oh Padre, lleva el timón”; y en Prover-
bios (20, 24): “El Señor es quien dirige los pasos de los hombres”. Judith 9, 4 manifiesta: “Tú que
hiciste las cosas pasadas, las de ahora y las venideras: que has pensado en el presente y futuro: y
sólo sucede lo que Tú dispones”.
b) El Nuevo Testamento también insiste mucho en la Providencia amorosa de Dios. En Mateo (10,
29) Jesús pregunta a sus oyentes: “¿No se venden dos pajarillos por unos centavos? Pues bien, ni
uno solo de ellos caerá en el suelo sin el consentimiento de vuestro Padre. En cuanto a vosotros,
hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados”. Mas el texto más bello se encuentra en
la alabanza de Jesús a la amorosa Providencia de su Padre en Mateo (6, 25): “No andéis preocupa-
dos por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida
que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran ni cosechan,
ni recogen en graneros: y vuestro Padre celestial les alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?...
Que de todas estas cosas se afanen los paganos; pues YA SABE VUESTRO PADRE CELESTIAL QUE
TENEIS NECESIDAD DE TODO ESO”.
c) Pero más que por las palabras, es por los EJEMPLOS que la Biblia nos infunde la certeza de que
aún los acontecimientos que nos parecen negativos, son guiados o permitidos por la Divina Prov-
idencia, que sabe sacar BIEN del mal. San Pablo, por ejemplo, fue arrestado. Una cosa mala en sí.
Pero este arresto le dio nuevas oportunidades para convertir personas.
Por esto escribe a los Filipenses (1, 12 )”Quiero que sepáis, hermanos, que lo que me ha sucedido es
decir, su arresto, ha contribuido más bien al progreso del Evangelio”.
Pregunta: El hecho de que Dios todo lo sabe y todo lo guía, ¿no quita esto la libertad al hombre?
Respuesta: Acaso, ¿es un niño que juega en la casa menos libre por el hecho de que su mamá
amorosamente vigile sobre él? El abandono a la Providencia nada tiene que ver con el fatalismo.
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Cenáculos del rosario
El cristiano sabe que Dios lo ha creado libremente y respeta su libertad, pero sabe también, como
admirablemente lo expresó San Pablo en su carta a los Romanos en 8, 28 que “en todas las cosas
interviene, Dios para bien de los que le aman”. La Providencia, la vigilancia de Dios, es la expresión
de un amor, de un cariño de Padre. Nada tiene que ver con la dictadura de un tirano que nos hace
“bailar” a su antojo como muñecos sin vida.
La existencia del hombre es como un barco que navega. En él cada quien hace lo que quiere: unos
juegan, otros leen, otros discuten y los de más allá trabajan o duermen. Todo el mundo es libre de
hacer lo que quiere, pero el conjunto del barco va donde quiere el que maneja el timonel. Nosotros
en la vida nos movemos con libertad, somos dueños de nuestra voluntad; pero el barco de la His-
toria, tanto en su totalidad como en lo particular, va donde quiere la Voluntad de Dios. Dios es el
timonel de la Historia. Por eso dice el libro de los Proverbios en 19, 21: “Muchos proyectos en el
corazón del hombre, pero sólo el plan de Yahvé se realiza”.
Concluiremos con el ejemplo de Judas. ¿Sabía Jesús que Judas lo iba a traicionar? Ciertamente, lo
había dicho más de una vez: “Os aseguro que uno de uno de vosotros me entregará” (Mt 26, 21).
A pesar que sus esfuerzos podían ser inútiles, Jesús nunca dejó de tratar de convertir a Judas. Pero
él no quiso aceptar la mano salvadora. Judas, pues, es plenamente RESPONSABLE. El hecho de
que Jesús previera anticipadamente que el final de Judas sería fatal: la responsabilidad de éste ni
le resta en nada a su libertad. La omnipotencia de Dios no quita la libertad humana. ¿Dejaría una
madre de amar o de cuidar a un niño, aunque supiera ella que éste un día se ahorcaría? ¿Y sería este
hijo menos libre, menos responsable, por el mero hecho de que su madre, milagrosamente, había
previsto lo que le iba a pasar?
b) Y San Gregorio dijo: “Los juicios divinos se extienden sobre un alma como sobre una ciudad;
sobre una ciudad como sobre un pueblo; sobre un pueblo como sobre la muchedumbre de todo el
género humano; porque el Señor cuida de cada cual como si no tuviese que atender a todos; y así
cuida de todos como si no tuviese que atender a cada uno”.
c) Otra vez queremos citar a San Agustín en una hermosa frase de sus Confesiones: “Pequeño soy,
pero mi Padre siempre vive, y, es buen tutor para mí; porque el mismo que me engendró vigila
sobre mí”.
d) La PROVIDENCIA divina fue solemnemente recordada por el Concilio Vaticano Primero: “Todas
las cosas que hizo las protege y gobierna Dios con su providencia, que alcanza de un confín a otro
confín con fortaleza, y lo dispone todo con suavidad, porque todo está patente a sus ojos, aun las
acciones futuras de las criaturas libres”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Dios es Amor, es Bondad, es Providencia, y no puede abandonar a sus criaturas a su propia suerte.
Él sabe conoce perfectamente al hombre. Lo ha dotado de alma y cuerpo y, si bien ha dado al alma
facultades superiores que la ponen en primer plano, sabe también que el cuerpo tiene necesidades
que el hombre no puede desatender: debe alimentarse, descansar; trabajar; pero también el mis-
mo hombre debe cuidarse, porque la vida es un don de Dios, un don del cual cada uno debe rendir
cuentas.
El hombre debe tener presente la misión que se le ha confiado. Cada criatura que viene a la tierra
tiene un encargo particular que llevar a cabo, más o menos importante. Al cumplimiento de esta
misión contribuyen el cuerpo y el alma.
Si el hombre tiene confianza en Dios y descubre con su ayuda cuál es su vocación, debe abando-
narse entre Sus brazos y dejarse guiar, poniéndose en cuerpo y alma a su Servicio.
Servir a Dios significa actuar siempre en su presencia, esto es, como si lo tuvieses a tu lado; y así
como sabes que tendrás que rendir cuenta de cada palabra, de cada acción y de cada pensamien-
to, esfuérzate por actuar lo mejor posible. Servir a Dios es observar su Ley, sus mandamientos y
los que te son impuestos por medio de la Iglesia. Servir a Dios quiere decir amarlo, pues el acto de
servirlo debe salir del corazón; puesto que no estás obligado, sino que eres libre para servirlo, aun
cuando la vida eterna dependa del modo como lo ames y como lo sirvas. Hechas estas cosas - que
Yo mismo te ayudaré a realizar - lo demás lo hago Yo y, si te fías de Mí, verás cómo haré milagros
para ayudarte. Todo depende de tu Fe.
¿Quieres ver milagros de providencia en tu casa? Cree en Mí, confía en Mí. Sé que muchos, a pesar
de saber que soy Yo quien gobierna el mundo, actúan como si ellos tuvieran que pensar en todo, y
es por eso que se producen tantas fallas en todo sentido.
Ustedes son cortos de vista, no ven más allá de su nariz; ¿cómo podrían hacer tantas previsiones?
¿Recuerdas en el Evangelio a ese hombre que habiendo llenado sus graneros y pensado constru-
irse unos nuevos, siente que lo llaman de improviso para rendir cuentas? Así es, querido discípulo,
no puedes prever, no debes acumular. ¡La previsión sólo es buena cuando no es ansia y codicia!
La economía es buena cuando no es avaricia. No olvides que basta un día para destruir lo que has
acumulado en muchos años.
Allí donde falta el agua, la hace brotar de una roca. Allí donde falta el pan, lo multiplica. Allí donde
falta el vino, lo saca del agua. Me dirás que estos milagros tuvieron lugar una vez, pero que ahora
no se dan más. Y Yo digo que si tuvieses fe, se producirían de nuevo, y aún mayores.
Además, examina tu propia vida. ¡Cuántas veces, encontrándote en apuros, fuiste de éstos sacado,
casi de un modo milagroso e imprevisto! ¡De cuántos peligros no has sido salvado! ¡Cuántas veces
te has visto impulsado, aun en asuntos materiales, a llevar a cabo determinadas acciones que has
después calificado de providenciales! ¡Con cuántas personas no te has encontrado de improviso en
tu camino, que te han ayudado en determinadas circunstancias y que te sirvieron de luz y de guía!
Y te ha parecido ver la mano de Dios que dirigía tus pasos, y, claro, ¡era así!
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Cenáculos del rosario
Hijo mío, has de saber que el Señor nunca está inactivo con respecto a ti. Haz de saber que ninguna
mamá en el mundo se preocupa tanto como Él. Confía en Él, hijito, y para ponerte en la situación
de los favorecidos, purifica tu alma. Vive en gracia, verdadero mal en el mundo es el pecado. Todo
demás, no lo llames mal, llámalo más bien prueba. En una prueba más o menos larga, más o menos
penosa pero, siempre es un toque de amor de parte de Dios de la cual Él quiere sacar una maravil-
losa recompensa y una gran alegría.
¡Si supieras! Mi Corazón está todo abierto a tus llamadas, a tus peticiones. Pide para ti, para todo
Cree que Yo te amo. Espera en Mí tanto como esperas de mi amor. No intentes comprender por qué
te quiero. No podrías. A lo largo del día, tan a menudo como te sea posible, interrumpe tu trabajo
algún instantes, ora con todo tu corazón, di este acto de fe de esperanza y de caridad: “¡Dios mío!
¡Creo! ¡Adoro! ¡Espero! ¡Confío! ¡Te amo!” Y repíteme, a menudo especialmente en los momentos
más angustiosos de tu vida: ¡Providencia divina del Corazón de Jesús PROVÉENOS Tú! Así sea”.
En este Cenáculo sacaremos esta llaga a la luz ¡para CURARLA! ¡Porque nuestra fe no tiene NADA
de qué avergonzarse: ni Dios es un torturador, ni el infierno contradice su Amor! Es más bien, por
contradictorio e increíble que parezca, la EXPRESION MÁS SEÑALADA DE ESTE AMOR Y DE ESTA
MISERICORDIA: porque es el PRECIO de este amor; pero asimismo su RIESGO, su DOLOR y su
TORMENTO, si este amor es despreciado. ¿Cómo es esto posible...? ¡Lo veremos hoy!
a) En primer lugar: la SOBERANA LIBERTAD del hombre, leemos en Eclesiástico 15, 14: “Dios fue
quien a principios hizo al hombre, y LE DEJÓ EN MANOS DE SU PROPIO ALBEDRIO”. Es decir, con
la potestad, de obrar según su propio gusto y voluntad, sin sujeción alguna. Este privilegio implica
de por sí - como a menudo nos advierte la Biblia - que el hombre sea plenamente RESPONSABLE
DE SUS ACTOS y de las CONSECUENCIAS de estos: “Mira”, nos dice Dios en Deuteronomio 30, 15,
“Yo pongo hoy ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. Si amas a tu Dios, si sigues sus caminos
y guardas sus mandamientos, VIVIRÁS y tu Dios te BENDECIRÁ en la tierra que vas a poseer. Pero si
tu corazón se desvía y no escuchas, si te dejas arrastrar PERECERÉIS SIN REMEDIO”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) El segundo elemento a ponderar es la JUSTICIA DE DIOS, en virtud de la cual Dios está obligado
a DAR A CADA UNO LO QUE MERECE. San Pablo escribe a los Romanos en 2, 6-8: “Dios ha de
pagar a cada uno según sus obras: dando la vida eterna a los que, por medio de la perseverancia en
las buenas obras, aspiran a la gloria, al honor y a la inmortalidad; y derramando su cólera y su in-
dignación sobre los espíritus porfiados, que no se rinden a la verdad, sino que abrazan la injusticia”.
c) El tercer elemento a tomar en cuenta es el hecho de que NO FUE DIOS EL QUE QUISO EL INFI-
ERNO: “El Señor es bondadoso en todas sus acciones, es cariñoso con todas sus criaturas”, reza el
Salmo 144. No fue Dios el que quiso el infierno. Éste tiene su ORIGEN en la rebelión de los ÁNGE-
LES, que allí se escondieron de Dios, alejándose de las alas de su Ternura. De este suceso dejó Isaías
una descripción extraordinariamente dramática: “¡cómo caíste del Cielo, oh Lucifer... Tú que decías
en tu corazón: Subiré al Cielo, en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el
monte del testimonio me sentaré; sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísi-
mo”. (Is 14, 12-14). LAS TORTURAS DEL INFIERNO, pues, NO DEBEN ATRIBUIRSE A DIOS. Es el
hombre mismo, quien, separándose del Amor divino y fraterno, queda envuelto, por su propia cul-
pa, en el hielo de la maldad y del odio. Y son los demonios, a quienes el hombre con cuerpo y alma
se ha entregado, los que torturarán por toda la eternidad: “por envidia del diablo entró la muerte
al mundo, y la EXPERIMENTAR LOS QUE LE PERTENECEN”, nos avisa Sabiduría 2, 2 Si San Pablo
exclama: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, al corazón del hombre llegó, LO QUE DIOS PREPARA PARA
LOS QUE LE AMAN”... esta frase puede invertirse diciendo: Ni el ojo vio, ni el oído oyó... que EL
DIABLO TIENE PREPARADO PARA LOS QUE NO AMARON.
Conclusión bíblica: ¿Culparemos a Dios por la triste suerte de quien se aleja de Él? ¿Culparemos al
padre de la parábola del “hijo pródigo” si éste hijo nunca hubiese vuelto a la casa paterna? ¡Libre
es el hombre para amar o para odiar! ¡Para quedarse en la casa del Padre o preferir el alimento de
los “cerdos”! Pero, está ampliamente avisado: si elige el mal y muere en esta rebelión, de hecho los
demonios tendrán el derecho de llevárselo. ¡Que no venga después con lamentos!
b) La Tradición, así mismo, INSISTE en que se PREDIQUE el infierno: “¿No es mejor sentir”, pregun-
ta SAN JUAN CRISÓSTOMO, “un breve ardor a causa de nuestros sermones... que arder en llamas
eternas?” “Descendamos en vida” aconseja SAN BERNARDO “con nuestra mente al infierno
para que no descendamos en la muerte”. “Todas estas cosas” explica SAN GREGORIO MAGNO se
dicen para que nadie pueda excusarse basado en su ignorancia que únicamente cabría si se hubiera
hablado con ambigüedad sobre el suplicio eterno”.
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Cenáculos del rosario
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
Discípulos queridos: Lloraba. Lloraba desconsoladamente, no tanto por nosotros, sino por Dios
mismo, que es el Amor no Amado, el Amor rechazado, despreciado y pisoteado por sus propios
hijos. Lloraba como un niño, sin avergonzarse de sus lágrimas, el Santo Cura de Ars, comentando
un día aquellas terribles palabras de Cristo, el cual, después de haber perseguido, buscado, suplica-
do toda una vida como Buen Pastor y Amor Crucificado al ingrato pecador, debe finalmente, en la
hora de su muerte, darse por vencido ante el fracaso y la impotencia de su Misericordia; y habién-
dose convertido en Juez, pronunciar, obligado por su Justicia, estas terribles y definitivas palabras:
“¡Apartaos de Mí, malditos!”
Y no dejó de llorar el Santo con profundos sollozos, que dejaban a sus oyentes consternados y so-
brecogidos, hasta que subieron a sus labios temblorosos aquellas palabras: “¡Malditos por Dios!...
¡Qué desgracia más espantosa!... Dense cuenta, hijitos míos: ¡Malditos por Dios que sólo sabe ben-
decir, que sólo es Amor!... ¡Malditos por Dios, la Bondad en persona!... ¡Malditos sin posibilidad ya
de perdón!... ¡Para siempre!..”. Y durante más de un cuarto de hora no cesó de llorar y de repetir:
“¡Malditos por Dios!... ¡Qué desgracia! ¡Qué desgracia!” “No es Dios” - continuó diciendo el santo -
“el que nos condena al infierno, hijos míos, somos nosotros, con nuestros pecados. Los condenados
no acusan a Dios, sino a sí mismos: “He perdido, he destrozado mi alma y mi Cielo por mi culpa, por
mi grandísima culpa”... Nadie ha sido jamás condenado por haber cometido demasiada maldad,
mas por no haber querido humillarse y echarse, como la Magdalena, a los pies de Jesús, el Salvador,
que a nadie jamás rechazó”.
Cabe, sin embargo, la pregunta: ¿por qué entonces creó Dios al hombre tan tremendamente libre,
tan gran señor de su propia voluntad, que ni por su Creador puede ser forzada ni violentada, bajo
pena de que, al instante, se convierta en un pobre muñeco incapaz ya de amar? La respuesta es
sencilla y, a la vez, sublime: ¡PORQUE DIOS QUISO QUE EL HOMBRE FUESE HIJO SUYO, Y NO
UN ROBOT! ¡Que fuese un ser infinitamente más grande que las demás criaturas;’ ALGUIEN, y no
“algo”, capaz de calentar y de alegrar su “viejo” y tan sensible Corazón de Padre; de sorprenderle
con esas “pequeñeces” que hacen, también entre los humanos, las grandezas del Amor: como ri-
valizar con Él en generosidad, cariño y ternura. En una palabra, colmar la sed infinita de amar y de
ser las entrañas de este “Dios-que-es-Amor”.
Y porque Dios ansiaba todo esto con la impaciencia y la ilusión del amor, se atrevió a crear al hom-
bre como ¡UNA PERSONA! cromo Él es PERSONA -, es decir, como un ser por quien pudiera ser
comprendido y amado; un ser ¡”casi igual” a ÉI”, ¡Que no nos espanten estas palabras! ¿Acaso no
leemos en Génesis 1, 26: “Creó pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios le creó”? ¿No
exclama el Salmo 8, 6: “¿El hombre, Señor?... ¡Lo hiciste poco inferior a los dioses, de gloria y de
honor lo coronaste”? ¿No enseña San Pablo en 1 Corintios 6, 17: “el que se une al Señor, se hace un
sólo espíritu con Él”? ¿Y no comentó audazmente el gran Santo Tomás de Aquino: “Es característico
del amor ir transformando al amante en el amado. Por lo cual, si amamos a Dios, NOS DIVINIZA-
MOS”?
Y habiendo creado al hombre conforme a lo que le es más amado y resplandeciente, es decir, “los
rasgos de su HIJO UNIGÉNITO”, ¡Dios se enamoró del hombre! “El sol ilumina al mismo tiempo los
cedros y cada florecilla, como si estuviera sola en la tierra; nuestro Señor se interesa también por
cada alma en particular, como si no existieran otras iguales”, nos dice Santa Teresita.
Tanta belleza y honor tuvieron ¡ay! su precio altísimo “¿Qué soy yo para Ti, oh Dios?”, pregunta San
Agustín, “que me mandas amarte y que, si no lo hago, te enojas conmigo y me amenazas con in-
gentes infortunios? ¿No es ya suficiente infortunio el hecho de no amarte?” Palabras maravillosas,
a las cuales Dios podría replicar: “¡Oh hombre! ¡Tu grandeza está en tu poder de amar! ¡Tu amor es
tu encanto y tu peso! Puedes amar a las otras criaturas, decirles un tú y un yo llenos de sentido. Y
puedes amarme a Mí y decirme un Tú y un yo.,. ¡y un “sí” que te abra de par en par las puertas de
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
mi Cielo, o, ¡ay!, también un “no”, con el cual te precipitarías fuera del alcance de mi Corazón PARA
SIEMPRE! ¡Perdóname, hijo mío! Queriendo convertirte en mi amante, tuve que darte la posibili-
dad de que me traicionaras. Queriendo abrirte las puertas del Cielo, tuve que entreabrirte las del
infierno. Queriéndote feliz, tuve que correr el riesgo de hacerte infeliz. Porque si tú no fueras libre,
no podrías ser mi hijo. Si no fueras responsable, no podría premiarte un día con tan altos gozos y
sorpresas. Y si no fueras tan inmensamente grande y semejante a Mí, ¡Yo no podría amarte tanto!
¡Sí!, hijo mío, los rayos de sol entre nosotros, siempre proyectarán la sombra del infierno. ¡Pero que
esta sombra jamás nuble ni oculte para ti, el Sol de mi Amor; ¡Ámame, como Yo te amo! Para que
al final de tu vida pueda darte la paga y el jornal del amor, que es recibir más amor hasta llegar a la
plenitud del mismo amor. ¡Porque amor sólo con amor se paga! Así sea”.
b) ¡Cuán profunda y positivamente cambian - la Biblia lo prueba - los que se dejan ILUMINAR, FOR-
TALECER Y QUERER POR DIOS! ¡Cuán satisfecho y colmado en sus más íntimos anhelos quedó el
anciano Simeón al tener por un momento a Jesús en sus brazos: “Ahora, Señor, ya puedes llevarte
a tu siervo de este mundo, porque mis ojos han visto la salvación” (Lc 2, 29-30). ¡Cuán inmenso fue
el gozo de los pastores y Reyes Magos al encontrar al Niño y a su Madre en el pesebre! Y Pedro,
frente a Jesús transfigurado, exclamó: “¡Señor, qué bueno quedarse aquí!” (Mc 9, 5). ¡Y en qué gozo
profundo se transformó el desaliento total que llevaban en su alma los discípulos de Emaús! (Cf. Lc
24, 13-35)
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Cenáculos del rosario
c) También San Pablo, precisamente cuando más sufre y es perseguido, declara: “Estoy lleno de
consuelo y sobreabundo de gozo en medio de mis tribulaciones” (2 Co 7, 4).
d) “Los Apóstoles se alegraron viendo al Señor”, nos dice Juan 20, 20 “Una alegría que no depende
del estado de ánimo, ni de la salud, ni de los éxitos familiares o económicos, sino de haber “encon-
trado” al Señor en lo interior. Y ésta alegría, si estamos dispuestos a pagar el precio por ella, ¡nunca
nos dejará! Y yo os daré una alegría que NADIE podrá quitar”, nos dice Juan en 16, 22. “Os he dicho
estas cosas para que tengáis PAZ EN MÍ” (Jn 16, 33).
a) “¡Qué dulces y llenas de amor son las obras de Dios en nosotros!”, exclama Santa Catalina de
Génova. “Si alguno pudiera conocerlas, se extendería, tal fuego de amor en su corazón que, si pu-
diese extender y realizar su obra como lo hace el fuego material, en un instante se consumiría todo
lo que puede arder”. Habló así viendo la vehemencia inexplicable del divino amor.
b) El Santo Cura de Ars así se expresa: “El hombre tiene un hermoso deber y obligación: ORAR y
AMAR. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo. La oración no es otra cosa que
la unión con Dios. Todo aquél que tiene el corazón puro y unido a Dios, experimenta en sí mismo
como una suavidad y una dulzura que lo embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable.
En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya na-
die puede separar. Es algo muy hermoso, hijitos míos, esta unión de Dios con su pobre criatura; es
una felicidad que supera nuestra comprensión... Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la
oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es un disfrute anticipado del cielo, hace
que una parte del paraíso baje hacia nosotros. Nunca nos deja sin dulzura, es como una miel que
se derrama sobre el alma y lo suaviza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas
como la nieve ante el sol”.
c) Y ahora, para cerrar con broche de oro, después de este estupendo texto que ojalá sepamos
aprovechar, escuchemos la bella receta de felicidad de Santa Teresa de Jesús: “El cielo, si cielo
puede haber en la tierra, es para quien se contenta con ocio contentar a Dios y no hace caso del
contento propio”.
Conclusión: los Santos son los verdaderos sabios, los únicos hombres y mujeres que sí SABEN VI-
VIR. Habiendo despreciado los carnales placeres de este mundo, son inundados por Dios con ine-
fables delicias; mientras que nosotros, siempre en pos, como perros hambrientos, de dar gusto al
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
hombre viejo y sus concupiscencias, siempre tan tacaños con Dios y miedosos ante los sacrificios,
nunca hallamos paz y alegría profunda. Repetimos el error de Esaú, quien por una sopa de lentejas,
se vio privado de la riquísima herencia que su padre le tenía reservada.
Pero ¿quién jamás ambiciona los deleites que Dios nos tiene reservados y que tanto desea darnos?
Deleites que no están AFUERA en las cosas palpables o visibles sino DENTRO DE NOSOTROS; y
que superan los miserables placeres de este mundo, como una gota de agua es superada por la
marea del océano. ¡Solo los Santos supieron apreciar esas irradiaciones y aromas, esas delicias y
armonías celestiales, esa embriaguez y ese deleite que Dios tiene reservados, ya desde esta tierra,
a quien se CONTENTA con DEJARSE QUERER POR EL!
¿Han notado cómo hablaba el Santo Cura de Ars? Decía: “basta con ORAR y AMAR... y tendrás un
CIELO ANTICIPADO”. Y se han fijado bien en la “fórmula mágica” de Santa Teresa de Ávila: “conten-
tarse con ocio contentar a Dios y no hacer caso del contento propio”.
Decía Jesús a una Santa: “Por un solo sacrificio que Tú me ofrezcas, yo te pagaré con las DELI-
CIAS DE MI CORAZÓN”. ¿Quién saldrá ganando en este juego de amor entre el Dios de Amor y su
pequeña amante: el alma humana? ¿No es tristísimo pensar que la inmensa mayoría de los seres
morirán sin haber gozado nunca, y ni siquiera sospechado, de esas delicias que son las verdaderas
alegrías para las cuales Dios ha creado al hombre, ha muerto en la Cruz y el Espíritu Santo toca ¡ay!
tantas veces en vano a la puerta de nuestro corazón? ¡Dios mismo es el Paraíso de las almas santas!
San Francisco era inmensamente más feliz en su extrema desnudez y pobreza, que juntos todos los
ricachones de este mundo; porque su vida no era más que un largo grito de amor en la alegría y en
la tristeza. Quien ama sin medida - porque la medida del amor es no tener medida - y es intensa-
mente CORRESPONDIDO, es el ser más feliz del mundo, y todo el resto para él se desvanece. Tan
inmensamente felices son los Santos, por ser a tal grado amados y correspondidos por Dios, que su
corazón, a menudo, no aguanta tal felicidad, y suplican: “Basta, basta, Señor. No puedo más, me
muero”.
El gran sueño de Dios es que NOS DEJEMOS QUERER POR ÉL. Santa Teresita del Niño Jesús colmó
este deseo divino, ofreciéndose víctima de Amor para que los raudales de ternura contenidas en el
Divino Corazón, encontraran un escape, un desahogo, en su propio corazón, dilatado por la presión
de este amor. Decía: “Señor, estamos hechos el uno para el otro. Tú eres el Deseo inmenso de amar,
y yo la sed insaciable de ser amada”. En el Cantar de los Cantares encuentran los Santos el lema de
su vivir: “Yo para mi Amado y mi Amado para mí”.
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Cenáculos del rosario
Discípulo del Cenáculo, decídete ahora mismo. ¡Atrévete a dejar todo para hallar el Todo: ¡al gran
Amor de tu vida, Dios! Amar es vivir para el Amado, pues de otro modo, ¿para quién vivirías sino
para ti mismo, es decir, para la NADA? Atrévete. Actúa, trabaja, ora, respira, come, distráete en Él
y para Él: que tus ojos sean una oración, tu sonrisa una oración, tu silencio la oración más hermosa.
Atrévete. ¡Que no luzca en la loza de tu tumba el epígrafe: “Nunca fue feliz, porque nunca quiso
pagar el precio de su felicidad”. Desde hoy, no entretengas en tu espíritu, más que pensamientos
de amor, en tus ojos, más que destellos de bondad, en tus labios, más que palabras de dulzura y
humildad, en tu corazón más que sentimientos amistosos. Haz todo lo mejor que puedas, ofrécelo
a tu Dios y, luego... ¡quédate tranquilo y amorosamente cerca de Él!
“Déjate querer por Mí”, nos dice hoy el Señor. No hagas nada que no pueda ser ofrecido a Dios.
Recibirás centuplicado en ALEGRÍA lo que por Dios hayas sacrificado. ¡Déjate querer por Dios! Y
después de una vida totalmente impregnada de amor y poseída de dicha inefable, morirás de amor.
Tu muerte estará enteramente por el Amor perfumada y permanecerá por toda la eternidad fija en
aquel grado de amor, alcanzado aquí en la tierra, simplemente... ¡porque te dejaste QUERER POR
DIOS! Así sea”.
b) Con mucho sentido práctico, San Pablo nos recuerda que amar es soportarse y perdonarse para
así lograr que Dios nos perdone y nos soporte por toda la eternidad: “Soportándoos unos a otros,
- escribe en Colosenses (3, 15) - y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro.
Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros”.
c) Descubrimos en la Biblia que hay, un amor según la carne, y un amor según el espíritu. Este
supone, como explica San Pablo en Colosenses (3, 5) y Romanos (8, 12), que “hagamos morir” en
nosotros al hombre viejo con sus egoísmos, cóleras, codicias y pasiones, para que pueda desarrollar
es el hombre nuevo, espiritual, capaz de sacrificarse para el bien del otro.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
d) Amar, en definitivo, es sacrificarse para la salvación eterna de los demás. ¿No busca el buen
Pastor a la oveja perdida? ¿Y no hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por
noventa y nueve justos?
b) SAN JUAN CRISÓSTOMO explica: “El amor que tiene por motivo a Cristo es firme, inquebrant-
able e indestructible. Nada será capaz de arrancarlo del alma. Quien así ama, aun cuando tenga que
sufrir como se quiera, no dejará nunca de amar si mira el motivo por el que ama. El que ama por
ser amado, terminará con su amor apenas sufra algo desagradable: pero quien está unido a Cristo
jamás se apartará de ese amor”. Por lo cual SAN JUAN DE LA CRUZ afirma: “Donde no hay amor,
pon amor y sacarás amor”.
c) Esto nos hace comprender por qué Dios hace del amor conyugal un SACRAMENTO. Es algo tan
profundo, heroico y exigente que sólo Dios puede dar a los esposos esta fuerza de quererse, sopor-
tarse y perdonarse siempre, y de entregarse, sin desfallecer al crecimiento de sus hijos. “El verdade-
ro amor conyugal, - advierte el
CONCILIO VATICANO II - “es algo muy superior a la mera inclinación erótica que, cultivada en for-
ma egoísta, desaparece pronto y miserablemente”.
La ley de la MORTIFICACIÓN urge desde la más tierna edad, porque es el medio indispensable para
lograr que el hombre se domine y controle los estímulos de la carne. Si el saberse mandar a sí mis-
mo es cosa difícil, es preciso ejercitarse desde la más tierna juventud, por medio de esa gimnasia
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Cenáculos del rosario
de voluntad que se llama mortificación. El que sabe vencerse a sí mismo, sabrá afrontar las dificul-
tades de la vida, se convertirá en un elemento útil a su familia, a la sociedad y a la Iglesia, y sabrá
conquistar “el Reino de los Cielos, del cual les dije: que se alcanza a la fuerza, y que solamente los
esforzados en él entrarán” (Mt 1, 1-12).
Padres de familia, les suplico: no se preocupen tan sólo por la salud, el diploma, el porvenir material
de sus hijos. Preocúpense también para que la voluntad de sus hijos sea adecuadamente educa-
da. De lo contrario la felicidad matrimonial de sus hijos se cubrirá pronto de densos nubarrones,
su diploma será poco aprovechado, ni su salud resistirá por mucho tiempo los estragos de vicios.
¡Cuántas esposas y niños son infelices al lado de un esposo o padre alcohólico, drogadicto o per-
vertido sexual! ¡Cuántos hijos no llevarán toda su vida, en su martirizada carne, los estigmas de una
enfermedad vergonzosa, porque sus padres no supieron controlarse! ¡Cuántos niños inocentes no
mueren actualmente, víctimas del SIDA! Dios no ordenaría la continencia y la castidad, si fueran
nocivas para la salud del hombre. ¡Con qué severidad no serán por Mí juzgados aquellos padres y
aquellas madres que con tanta ligereza empujan a sus hijos a que vayan a divertirse a salones de
bailes, y discotecas, no importa con quién y hasta qué hora de la noche! ¿Por qué no enseñan, al
contrario, a sus hijos los valores de la pureza, de la virginidad: que es respeto de esa maravilla de
Dios que es el cuerpo, que es cariño y amor para la futura esposa o esposo, que es ternura y piedad
para con los futuros hijos, que es señal de una alma fina y delicada, respetuosa de Dios y del orden
por Dios establecido para el bien del hombre?
El muchacho que pretende pedir todo a la muchacha como prueba de amor, en realidad no está
amando a la joven. Está sólo disfrutando de su cuerpo, está amándose a sí mismo, al placer que le
procura el calor de otra persona. Esto no es amar. Es más bien una caricatura del verdadero Amor.
Porque ¡amar nunca es pecar juntos! Si los padres todo lo consienten a los hijos: golosinas, fres-
cos, horas y horas frente al Televisor, y cualquier otro capricho... estos hijos serán mañana como
ciertos caballos que empachados por la mucha comida, se niegan a dejarse ensillar para no verse
privados de su libertad. Si los padres, al contrario saben, desde la más tierna edad, imponer a sus
hijos pequeños sacrificios, acostumbrándoles a la moderación en todo, al deber antes del placer; si
saben fortalecer su voluntad y su alma para los deberes que la vida les tiene preparado, ¡cuánto más
fácil sería su obra de educación y Mi obra de Redentor! Cómo se vería favorecido el gran aprendizaje
del amor, que es el arte supremo que todo hombre debe conquistar en la vida.
Porque AMAR ES MORIR A SÍ MISMO. Amar es dominarse, es sacrificarse por el bien del amado,
no es mirarse unos a otros, sino mirar juntos en la misma dirección. Juntos hacia Mí, su Dios, que
los creó a ustedes en un exceso de Amor, y les puso en la tierra tan sólo para que aprendan la difícil
y nunca acabada lección de saber amar. Haciéndose, así, dignos, un día, de amar a Aquel que es la
Fuente de todo Amor y el único Amor verdadero: Dios. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Responderemos con otra leyenda. Un día, contó un Santo, envió Dios a tres angelitos del cielo para
que fuesen a recoger las oraciones de los mortales. Iba cada uno con su canastillo y se detenían
donde encontraban personas haciendo oración, fuera en la iglesia, en un palacio o en una choza. El
cesto de las peticiones estaba muy lleno; el de las alabanzas a Dios bastante menguado; y el de las
acciones de gracias, casi vacío. Y se dijeron entre sí: “Ya vemos cómo son los hombres. Mucho pedir
y pedir; pero después, cuán pocos se acuerdan de dar gracias a Dios por los beneficios recibidos y de
rendirle adoración”. Para que no merezcamos este reproche, el Cenáculo de hoy nos invita a: “¡En
todo, dar gracias a Dios!”
b) También el apóstol San Pablo incitó mucho a la gratitud con Dios. A los Colosenses (1, 12) escribe:
“dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los
santos en la luz”. Y a los Efesios 5, 19: “Recitad entre vosotros salmos, cantad en vuestro corazón
al Señor, dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de nuestro Señor Jesu-
cristo..”. Y con más fuerza todavía en su primera carta a los Tesalonicenses (5, 18) escribe: “En todo
dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros”.
Pregunta: ¿Nos indica la palabra de Dios también los motivos por los cuales tenemos que dar gra-
cias a Dios?
Respuesta: a) En primer lugar, dice la Biblia en el Salmo (118): “Dad gracias a Yahvé porque es bueno,
porque es eterno su amor”. Partiendo de este texto cada quien puede elaborar su propia “letanía
de las bondades de Dios”: Gracias, Señor, por haberme hecho. Gracias porque soy cristiano, etc.
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Cenáculos del rosario
b) En segundo lugar, tenemos que estar sumamente agradecidos con Dios porque nos dio a su Hijo
Jesús como Salvador. En Primera de Corintios (1, 4), San Pablo testimonia: “Doy gracias a Dios sin
cesar a causa de la gracia de Dios que ha sido otorgada en Cristo Jesús.
c) En tercer lugar, conviene dar gracias a Dios por responder a nuestras súplicas. En el Salmo 138, 1
David canta: “Te doy gracias, Yahvé, con todo el corazón, pues tú has escuchado las palabras de mi
boca”. Y el Salmo (28, 6) reza: “¡Bendito sea Yahvé, que ha oído la voz de mis plegarias!”
d) También, enseña la Biblia, que hay que agradecer a Dios por los alimentos. En Isaías (62, 8) Dios
recomienda: “Que lo que se coseche se comerá alabando a Yahvé”. A Jesús también lo vemos dando
gracias siempre antes de comer algo: “Tomó luego los siete panes y los peces, dio gracias, los partió
e iba dándolos a los discípulos”. (Mt 15, 36) Mientras que San Pablo nos habla del “uso de los ali-
mentos que Dios creó para que fueran comidos con acción de gracias”. (1 Tm 4, 3). Y a los Romanos
exhorta: “El que come lo hace por el Señor, dando gracias a Dios”.
Conclusión bíblica: En una palabra, son tantos los beneficios que cada día recibimos de Dios que
nuestra alma debe quedarse siempre como inundada de gratitud: “¡Oh cuántas maravillas, Dios
mío, qué designios has hecho por nosotros: no hay comparable a Ti! Yo quisiera publicarlos, prego-
narlos, mas su número excede toda cuenta”. (Sal 40, 6).
b) El Papa León Trece, en su encíclica “Dios Inmortal”, escribe: “La sociedad no está menos obligada
que los individuos a dar gracias al Supremo Hacedor que la formó y la ordenó, que la prodigó y la
conserva, pues le concede innumerables dádivas y afluencia de haberes inestimables”. Mientras
que el culto máximo de acción de gracias la Iglesia lo tributa a Dios en cada momento con la Santa
Misa, es decir, la EUCARISTÍA, que significa propiamente: “ACCIÓN DE GRACIAS”. “En verdad es
justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Padre Santo, siempre y en todo lugar
por Jesucristo, tu Hijo amado…”, rezan los Prefacios del Misal.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
El agradecimiento por todo lo que recibes gratuitamente y por lo cual Dios no te exige recompensa
sino amor, es una flor delicada que debes ofrecer no sólo cada día, sino muchas veces a lo largo del
día a tu Dios. También entre los hombres, el agradecimiento es una señal de ánimo delicado y deno-
ta buena educación y humildad. Aún antes de llegar al uso de la razón, cuando empieza la sonrisa a
dibujarse en los labios del niño, manifiesta éste un sentimiento de simpatía, de adhesión, de cariño
a quien le trata bien. Y quien recibe de Dios un beneficio, siente el aliento cálido del amor divino que
llega y debe contestar con una llamarada de este amor que acaba de encenderse en él. Dios mul-
tiplica entonces sus beneficios y el alma, a quien no bastará la eternidad para manifestar su agra-
decimiento, ve así acrecentada siempre su deuda de gratitud. Entonces, entre Dios y el alma, se es-
tablece un dulce diálogo, un poema de amor. Acostúmbrate, pues, a darte a Dios siempre gracias,
como acostumbran ustedes a los niños desde pequeños a dar gracias cuando reciben algún favor.
Sólo el que piensa que tiene derecho a todo, difícilmente agradece, sino que con mucha facilidad
pretende e impone a los demás sacrificios y renuncias. El que reconoce su poquedad y la necesidad
que tiene de los demás, siente en el corazón una gran gratitud por todos los que viven a su lado y
que colaboran para su bien material y espiritual.
Repite a menudo durante el día algunas breves invocaciones de agradecimiento. Frente a cualquier
acontecimiento alegre, y decid con todo el corazón: “Señor, te lo agradezco”. Y ante los acontec-
imientos tristes decid: “Si el Señor lo ha dispuesto así, Él sabe por qué: podía haber sido peor aún”.
Y agregad también, “Señor, te lo agradezco”. Haz siempre así y no te sucederá verte desanimado
o deprimido.
Acostúmbrate también a agradecer alegremente y con reconocimiento a todos los que colaboran
contigo, para que aumente en ellos el deseo del bien. Así sea”.
Si no queremos hacer el esfuerzo de hacernos santos aquí en la tierra, y suponiendo que nos vamos
a salvar, esta santidad obligatoria la conquistaremos, entonces, a través del fuego del PURGATO-
RIO. Así es que, de una u otra manera, todos los salvados serán santos.
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Cenáculos del rosario
b) La palabra de Jesús no deja lugar a dudas: “Sed santos, sed perfectos, como vuestro Padre Ce-
lestial es perfecto” (Mt 5, 48). Y el Señor, diciendo esto, no sólo se dirigió a los apóstoles, sino a
todos los que quieran ser de verdad discípulos suyos. Se dice expresamente que “cuando terminó
Jesús este discurso, las multitudes quedaron admiradas de su doctrina”. Esta gran cantidad de gen-
te formada por padres de familia, pescadores, artesanos, campesinos, doctores de la Ley, jóvenes,
entendieron que el Señor llama a la santidad sin excepción alguna y que para todos, cada uno según
sus propias circunstancias, tiene el Señor grandes exigencias. “Dios, dice San Pablo, nos escogió
para ser santos y sin manchas en su presencia, EN EL AMOR” (Ef 1, 4).
b) San Pablo, para decir lo mismo, usa otra bella fórmula: la santidad consiste en AGRADAR A DIOS,
como escribe a los Corintios en su segunda carta, 5, 9: “Por eso nos esforzamos para AGRADAR A
DIOS”. Y, claro, agradar a alguien implica obedecerle, hacerle caso no disgustarlo con rebeldías.
b) El Papa San Juan Pablo II, hablando de las familias cristianas, el 13 de febrero de 1982, exclamó:
“Familias cristianas, sed santas con ayuda de los dones divinos de fe, de la esperanza y del amor,
con la ayuda de la oración personal y familiar, sostenidos por una amorosa confianza en nuestro
Padre Celestial, el buen ejemplo y la vida de la gracia alimentada y animada por medio de los sacra-
mentos. Sed santos participando en la vida de la Iglesia en vuestras comunidades locales, respetan-
do y amando a vuestros sacerdotes y a vuestros obispos. Sed santos en el “servicio del amor”, en el
amor a Dios y a vuestros semejantes, especialmente a vuestras familias. Alabo a todas las familias
que rezan juntas. Familias cristianas: el Papa os pide hoy que fomentéis la oración en familia, la
oración diaria en familia: maridos y mujeres juntos, los padres con sus hijos. Tened especial devo-
ción al Rosario. Rogad a María, la Madre de las familias cristianas. Dios no dejará de bendecir a la
familia que reza unida en el nombre de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Queridos discípulos: Con el abrazo de mi Corazón reciban mi deseo ardiente de comunicarles
perfección y santidad, dos cosas equivalentes. Sí, pequeñas almas mías, deben empeñarse en ser
SANTOS, porque tal es el mandato que yo dirijo a todo cristiano que, enriquecido por mi Gracia y
por la fe mediante los Sacramentos, debe hacer fructificar estos preciosos talentos. Desde el Paraí-
so o desde el lugar de expiación, los santos gracias a la oración, les proporcionan una ayuda más
poderosa que la que les pueden dar sus hermanos en la tierra, porque estas almas están más cerca
de Dios o ya se encuentran en la Casa Paterna. El ejemplo de estos santos que les han precedido y
el hecho de que hayan vivido la misma vida que ustedes, les debe servir de estímulo para desear y
caminar en procura de la santidad. Yo he elegido a los santos en cualquiera de los estados en que se
encontraban, ya sea en las artes, en las distintas profesiones o en los lugares menos imaginables. Y
digo, Yo he elegido, porque la llamada viene de Mí. Es cierto que para ser santos hay que responder
a la llamada, pero ninguno podría santificarse solo con sus propias fuerzas; necesita de Mi ayuda.
Por eso les repito: deseen la santidad, pídanmela continuamente y colaboren conmigo para conse-
guirla.
¡Con cuánta razón alguien dijo: “Hay una sola tristeza: la de no ser santo”. Porque los santos son los
seres más felices del mundo porque gozan de la paz, de la sonrisa, de la alegría y del dulce amor de
Dios.
Que te sirvan de estímulo y de guía los santos papás y mamás que ya han obtenido esa meta. Un
San Isidro Labrador, un San Luis Rey de Francia, una Santa Mónica, madre de San Agustín, que
tanto sufrió por la conversión de su hijo; o una Santa Rita, que primero fue una esposa pacientísima
y abnegada madre de familia, y después de enviudar, una humilde religiosa Agustina. Éstos y otros
santos más que en su ocultamiento y humildad, fueron preciosos regalos que amaron, sufrieron y
oraron. Cada uno de ellos tuvo sus capacidades, sus dones y talentos, y una misión que cumplieron
con amor y bondad. Algunos la llevaron a cabo dentro de su familia, otros exteriormente con obras
de caridad y muchos fundando familias religiosas que se extendieron por todo el mundo. Todo cris-
tiano recibe el llamado y los medios para ser santo, pero el que recibe más debe aplicarse con más
ardor y responsabilidad para alcanzarla. Recuerda que la cantidad de dones exige más para recibir
la recompensa y que ser santo no significa ser impecable. Yo conozco la naturaleza humana y su
debilidad por eso no pido cosas imposibles.
Deseo solamente un amor sincero, hecho de comprensión y de bondad hacia todos, porque es la
mejor forma de decirme que Me aman. Deseen una humildad a toda prueba, que no desdeñe, ni
la humillación, ni la prueba, y que reconociendo su nada, les incite a recurrir continuamente a Mí,
sobre todo después de la caída. Por lo tanto, nunca desprecien a los que han caído y a los que
vean caer, porque Yo puedo levantarlos y ayudarlos a escalar las cumbres más altas. Consideren a
Agustín, a la Magdalena, y a todos los grandes pecadores a través de los siglos; después de haber
vuelto a encontrar el camino recto por intermedio de la Gracia, han correspondido a ella con todas
sus fuerzas, amando a su Dios en forma extraordinaria. Hagan ustedes lo mismo. Si Yo encuentro
el terreno apto, y el alma está dispuesta a acogerme, derramo sobre ella la abundancia de Mi Amor
y llevo a cabo grandes transformaciones. Nada me impide realizar milagros. ¿No soy acaso Dios?
¿No fue mi Amor el que transformó a la Magdalena de gran pecadora en santa? Queridos discípu-
los, crean en mi Amor, olvídense, ámenme y marchen serenos por su camino hacia la santidad.
Arrastren tras de sí al mundo para traerlo hacia Mí.
Den consuelo y alegría a todos. Compadezcan a todos por sus defectos, pues ustedes también los
tienen; no se burlen de nadie, ayuden a todos, amen a todos. Que su palabra penetre en los cora-
zones con la dulzura del rocío que moja y ablanda el terreno sin arruinarlo. Que todos reciban de
su corazón: bondad, generosidad, amor, piedad, cosas que ustedes podrán sacar de mi Corazón
Misericordioso. Que mi Mamá sea su Maestra de santidad, los proteja y los ayude siempre”. Así sea.
402
Cenáculos del rosario
a) Los heraldos de la gloria del Señor: torbellino de viento, nube, fuego, ámbar, imágenes tomadas
de la tierra y bastante conmovedoras con ser nada más que un preludio.
b) Los guardianes de la gloria del Señor: los cuatro seres misteriosos, los querubines debajo del tro-
no de Dios. Son figuras llenas de vigor, en cuyo rostro se reflejan las fuerzas reunidas del hombre,
del león, del buey y del águila. Están llenas de resplandor y por completo al servicio del Espíritu Su-
premo; llenas de dignidad augusta el firmamento de luz que trae, el ruido de sus alas “semejantes
al ruido de un ejército” y con todo, no son más que espíritus creados al servicio de Dios. Como la
gloria de un ángel puede conmover hasta lo más profundo al hombre, lo muestra DANIEL que en
(Dn 8, 18) cae al suelo sobre su rostro, los PASTORES que, conforme Lucas (2, 9) se llenaron de
“sumo temor”, JUAN en Apocalipsis (22, 8)que cae de hinojos para adorar... ¿Qué ha de ser, pues la
gloria del mismo Dios vivo? Ezequiel nos describe, la figura en el trono, infinitamente majestuoso
el profeta usa continuamente el vocablo “como”, para indicar que sólo está balbuciendo imágenes
débiles, puesto que la realidad es indeciblemente más gloriosa, el resplandor de luz y fuego en tor-
no a la figura de Dios sentado en su trono. Y ¿cuál es la impresión que la visión produjo a Ezequiel?
¡Se postra y adora! Es la única postura adecuada para la criatura ante el Dios todo augusto.
Conclusión bíblica: Cada criatura en la tierra debe ofrecer a Dios, en Cristo, su tributo de adoración,
para que éste lo lleve un día al Reino resplandeciente de la gloria de su Padre. Lo leemos en Apocalip-
sis (1, 6), que dice: “Ha hecho de nosotros un Reino de Sacerdotes para su Dios y Padre, a Él la gloria
y el poder por los siglos de los siglos. Amén”.
403
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
sido creado para la gloria de Dios y para tu eterna salvación. Comprenderás que éste es tu fin, que
éste es el objeto de tu alma, el tesoro de tu corazón. Si llegas a este fin serás dichoso, pero si no lo
alcanzas, serás un desdichado y un fracasado”.
¡Glorificad, pues, a Dios en todo tiempo: tiempo de siembra y de cosecha, tiempo de pena y alegría,
de humillación y de exaltación! Glorificad a Dios por ser como es y por no dejar nada a la deriva;
glorificad a Dios crucificado y resucitado, amadlo y glorificadlo como a nadie habéis amado y glori-
ficado, porque nadie es más merecedor de esto que Él que todo lo puede.
Glorificad, cantad, alabad, bendecid todo lo que proviene de Dios; amad no vuestra inmundicia,
sino el mismo amor que Dios derrama sobre vosotros, colmándoos de bienes. Mirad en vuestro in-
terior y exterior: todo lo bueno que veis es de Dios, todo lo malo que veis es obra de todos los hom-
bres, porque sois y queréis ser independientes hasta de Dios... ¡No, pequeñitos! Alabad y amad,
amad a Dios hasta que ya no existáis vosotros en vosotros mismos, sino el espíritu filial de mi Hijo
Jesús que grita: “¡Abba! ¡Padre!” Comprended que entre menos viváis en vosotros mismos, menos
pensaréis y actuaréis como meros hombres, pero si vivís en Dios, si os confundís con y en Él, pen-
saréis y actuaréis como Él quiere que seáis: siempre y sólo hijitos cariñosos del Padre Celestial.
Tenéis mucho qué alabar, tenéis mucho qué desagraviar, tenéis que emprender una nueva vida.
Forjaos en el sacrificio, en la oración, forjaos en el yunque del camino y el mar de la vida con sus
golpes; glorificad en el descanso y en la tarea, en el hierro de la lanza y la madera de la cruz. Nunca
dejéis de dar gracias a Dios y decidle a Dios Padre: “te doy gracias infinitas por vivir hoy. Decidme
qué quieres que haga, quiero hacer vuestra voluntad”.
Glorificad a Dios como San Francisco de Asís, por el cielo, por la tierra, el fuego, la flor, el ave, todos
los animales, todas las plantas, todos los minerales; glorificad en el encanto de las cosas visibles
e invisibles en lo alto y en lo bajo; glorificadlo por lo bueno y hasta por lo malo, porque sabiendo
elegir libremente entre estos dos, os estáis santificando.
Glorificad por vuestro pasado a la Misericordia Divina, por vuestro presente entregado a su Amor,
por vuestro futuro dejado, sin preocupaciones, a su Providencia, por lo que hicisteis ya y haréis
en un futuro más bello todavía; glorificadlo por las almas santas, generosas y de buena voluntad;
glorificad por los justos que están en el Cielo, porque ya han sido glorificados a su vez por Dios;
glorificadlo porque en vuestra lucha contra el mal, Dios todo lo puede, y podéis pedirle la fuerza
necesaria para vencer y convertir la derrota en victoria; derrota que no es de vosotros solos, pues
será realmente victoria si estáis con Dios, el Señor de las victorias, cuyo valor y amor no conocen
derrota; glorificad a Dios porque os ha dado ángeles custodios que os cuidan y tienen la misión de
ser vuestros compañeros y consejeros en la medida que los aceptáis y escucháis; glorificad a Dios
por los nueve coros celestiales que son los Tronos, Dominaciones y Principados, Potestades, Vir-
tudes, Serafines y Querubines, Arcángeles y Ángeles.
404
Cenáculos del rosario
Glorificad a Dios por la gloria que os promete porque os busca como ovejas descarriadas; Él siempre
os encuentra, más vosotros oh pequeños, no reconocéis al Buen Pastor; glorificad a Dios porque ha
instituido un camino para llegar al Reino por medio de su Palabra y de sus Sacramentos; glorificad
su Santo Nombre; glorificad sus Tres Divinas Personas y amadlas como sólo el corazón que ver-
daderamente ama sabe hacerlo, como un solo Dios en Tres Divinas Personas; glorificadlo porque
del costado de mi Amadísimo Hijo como Eva de Adán nació la Iglesia, nació el martirio; y al martirio
irá; glorificad a Dios por el sacramento del bautismo, que lava vuestro pecado original y os hace
hijos del Altísimo; glorificadlo por el perdón que os da, por medio de la Confesión Sacramental;
glorificadlo porque siendo tan pequeños recibís algo tan grande, sagrado y maravilloso como es el
cuerpo de Mi Amadísimo Hijo Jesucristo que os da el alimento de vida eterna.
Glorificad a Dios porque tenéis siempre la oportunidad de salvaros hasta el último momento; glori-
ficad a Dios porque ha creado el Purgatorio, porque ahí tenéis la oportunidad de llegar al Amor de
los Amores; glorificad a Dios porque es justicia plena y creó el abismo, no para vosotros, sino para
la soberbia encarnada.
Glorificad a Dios por la inocencia, que cada día es menos porque queréis ser grandes y olvidáis
que la grandeza auténtica estriba en la sencillez, inocencia, humildad y amor del alma, ya que a
Dios le complace manifestarse en vuestra nada, en vuestro desprendimiento para hacer resaltar
su Poder y Sabiduría; glorificadlo por la castidad del alma, cuerpo y mente; glorificadlo por lo que
comprendéis y por lo que no comprendéis, por el misterio de Dios de sus obras que ni siquiera aún
imagináis; glorificadlo porque Dios no sólo os ama, sino que os soporta...
Veis, pequeños, ¿cuántas circunstancias y cosas hay por las cuales debéis y daros por entero a Dios?
También porque mi Amadísimo Hijo me dejó como vuestra Madre. Yo no os adopté, sino que en ese
preciso momento que Jesús dijo “Mujer he ahí a tu hijo... Hijo, he ahí a tu Madre” en ese momento
Yo os concebí en mi seno maternal para que seáis hijos de Dios. Y yo doy a luz dolorosamente a cada
uno de vosotros en el parto doloroso del Cuerpo Místico de mi Hijo, la Iglesia, de la cual soy Madre
por designio del Altísimo. No me importa mi dolor con tal de que nazcan mis hijos a la Vida Eterna.
Pequeños míos, la gloria que alcanza un santo es a través del amor. En la gloria de Dios no hay may-
or lujo que el Sacrificio por el verdadero amor; no hay mayor victoria que vencer el pecado, fruto de
Satanás. En esta gloria de Dios está expresada la grandeza de Él y vuestra pequeñez; vosotros no
podéis jactaros de que tenéis gloria alguna, pues toda gloria material sólo dura unos segundos. Y
solo Dios os quiere dar parte en su Reino.
Glorificad, pues, a Dios en la tierra, hijos míos; en cada Misa, cada Comunión, en cada oración, en
cada sacrificio y deber ofrecido con amor, en cada perdón al prójimo y siendo misericordiosos con
sus defectos... Y Dios un día les glorificará. Os amo y os bendigo en el Nombre de Dios Todopoder-
oso, de Dios Hijo el Cordero Inmaculado para vuestra glorificación y del Espíritu Santo, Espíritu de
Verdad, de Fuerza y de Amor. Y os dejo, como despedida y recuerdo de hoy, mi última consigna:
Vivid vuestra libertad en el dulce cautiverio del amor a Dios. Así sea”.
405
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) LA SEGUNDA JUSTICIA es para con el PRÓJIMO. SANTO TOMÁS explica: “La justicia sin miseri-
cordia es crueldad, y la misericordia sin justicia es ruina, destrucción”. El Papa SAN JUAN PABLO II
comenta: “La caridad es el alma de la justicia... No puede haber amor sin justicia. Hasta el padre y
la madre, cuando aman al propio hijo, deben ser justos con él. Si vacila la justicia, también el amor
corre peligro... Esta justicia no es ciencia teórica. Es virtud, es capacidad del espíritu humano, de
la voluntad del hombre y también del corazón. Es necesario, además, orar para ser justos y saber
ser justos”. Y JOSÉ MARIA ESCRIVA DE BALAGUER precisa: “La virtud cristiana de la justicia es
más ambiciosa que la virtud natural: nos empuja a mostrarnos agradecidos, afables, generosos;
a comportarnos como amigos leales, ser cumplidores de las leyes y respetuosos con las autori-
dades legítimas; a rectificar con alegría, cuando advertimos que nos hemos equivocado al afrontar
una cuestión. Sobre todo, si somos justos, nos atendremos a nuestros compromisos profesionales,
familiares, sociales, sin aspavientos ni pregones, trabajando con empeño y ejercitando nuestros
derechos, que son también deberes”.
406
Cenáculos del rosario
Ustedes, hijos míos, desde hace bastante tiempo recogen estas enseñanzas de la Cena que son
como las flores de un frutal, pero deben ponerlas en práctica para que produzcan frutos, pues Jesús
vendrá a recogerlos sin que ustedes sepan cuándo. Pero ese momento llegará. Cada uno tendrá un
día que dar cuenta tanto del empleo de su tiempo, como de los talentos y de las gracias recibidas.
Conviene, pues, que estén atentos y que practiquen estas preciosas enseñanzas.
Hoy les propongo una virtud; si logran mejorar en ella, habrán adelantado en todas las demás. Les
hablaré de la JUSTICIA, la virtud que exige que se dé a cada uno lo que merece, y especialmente a
Dios.
¡Cuán injustos, a menudo, son los hombres con Dios, enorgulleciéndose de lo que de Él recibieron,
como si fuera algo propio! Hijos míos, no son acaso todas las cosas un regalo de Dios, empezando
con la vida misma? En su Espíritu y Corazón, ya existían todos ustedes desde toda la eternidad, aun-
que sólo en un determinado momento vinieron al mundo, habiendo Dios solicitado la colaboración
de sus padres. Y lo que es más aún, Dios con el Bautismo les devolvió la vida de la Gracia, perdida
por culpa de los primeros padres Adán y Eva, y les hizo sus hijos adoptivos. Desde entonces, como
la más solícita de las madres, en cada instante les socorre con sus gracias actuales, permitiéndoles
encaminarse hacia Él y crecer en su amor.
Si algún bien hicieron, es porque Dios les dio esa oportunidad, junto con su fuerza y su gracia. Y si
no han caído en más pecados es porque la inmensa Bondad Divina les hizo comprender la fealdad
del mal y les ha preservado con su poderosa acción. Cuántas veces, por ejemplo, no les fue devuelta
con infinita generosidad la gracia santificante que, ¡ay!, tantas veces mancharon o perdieron por el
pecado? ¡Cada vez que, frente al sacerdote confesor, han querido deponer, humildes y arrepenti-
dos, la pesada carga de sus miserias!
Pero, ¿quién piensa en agradecerle a Dios todos estos dones gratuitos y mostrarse justo con Él, dán-
dole al menos un poco de amor por tanto que de Él recibió? ¿Quién piensa alguna vez en agradecer-
le por el sol, las flores, las plantas y los árboles? ¿Y no es Él quien envía, en el momento oportuno,
la lluvia, la nieve, el calor, el frío y el viento para que todo ayude a proporcionar a los hombres todo
lo que necesitan? Oirán blasfemias e imprecaciones, oirán a los hombres renegar de Dios y de todo,
pero son tan pocos los que agradecen. ¡Hay tantos que no se preocupan más que de las ganancias y
del bienestar! Y cuán poco son los que le abren a Jesús la puerta de su corazón agradecido. Muchos,
más bien, consideran los dones de Dios inútiles y los menosprecian, como lo hacen con la salud los
que se emborrachan, fuman y se drogan... Otros los emplean y los derrochan, como en el caso del
tiempo, de los talentos y de la inteligencia. Otros, además, - y esto es el colmo - maldicen a Dios
por estos mismos beneficios que les concede sin cesar, como lo hacen con el mismo don de la vida,
los que se suicidan, abortan o se dejan esterilizar... Definitivamente, ¡no hay justicia para con Dios!
Dense cuenta ustedes mismos, hijos míos, cuántas veces fueron injustos con Él... Injustos cuando,
caída la noche, no le han agradecido los beneficios de Él recibidos en el transcurso del día. Injus-
tos con Él y ladrones, cuando le han robado el día Domingo, negándose a asistir a la Santa Misa,
y privándole de su derecho y alegría de verles en su casa, de hablarles, de animarles, de nutrirles
y bendecirles.. E injustos, sobre todo, cuando le niegan su AMOR, como los hijos ingratos que le
niegan el cariño a sus padres...
Discípulos de Jesús, aprendan a agradecer a Dios por todo lo que les envía, devuélvanle como un
don de amor lo que Él les da sin cesar. Denle todas las acciones de su vida cotidiana, denle su cora-
zón lleno de reconocimiento y rebosante de amor. Confíen su alma al Sol divino de su Gracia, para
que, iluminada y bendita, pueda enriquecerse de méritos. Den con generosidad, con largueza, sin
esperar retorno. Den con amor y para cumplir un acto de Justicia para con Dios, de modo que, si
fuese en este mismo año que el Señor les llamara para pedirles cuentas, Él pueda, como a mi espo-
407
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
so San José, un hombre justo de verdad, decirles: “Muy bien, criado bueno y fiel: en lo poco fuiste
fiel, te pondré a cargo de lo mucho. Entra en el Reino preparado para ti”, y ¡pagarles el jornal de los
siervos justos, el jornal sin fin del Cielo! ¡Sean justos con Dios...! ¡y Dios será justo con ustedes!” Así
sea.
b) Cuando Jesús bajó al Río Jordán, se oyó desde el Cielo la voz del Padre, como un grito de júbilo
después de milenios en que el hombre le había dado sobre todo amarguras y desencantos, que
decía: “He aquí mi Hijo amado, EN QUIEN ME HE COMPLACIDO” (Mt 3, 16). Y la misma expresión
se volvió a oír por la misma voz cuando Jesús se transfiguró en el Monte Tabor: “Tú eres mi Hijo
amado, EN QUIEN ME COMPLAZCO; ESCUCHADLE” (Mt 17, 5). Es decir, que El Padre Celestial
nos dice aquí a nosotros: Escuchen a Mi Hijo, para que Él les enseñe cómo pueden ustedes también
complacerme.
c) En efecto, los Evangelios nos cuentan cómo Jesús no tuvo mayor anhelo que el de AGRADAR A
SU PADRE CELESTIAL reparando así, los disgustos dados por Adán y Eva y su descendencia. “Sí,
Padre, repetía Jesús porque así te agrado”; Mt 1 1-26 y Lc 10, 21; y en Juan 8, 29, Jesús nos revela lo
que puede considerarse el secreto más hondo de su existencia: “El que me ha enviado está conmi-
go: no me ha dejado solo, PORQUE YO HAGO SIEMPRE LO QUE LE AGRADA A ÉL”.
d) San Pablo hace esta amarga constatación a propósito de los Israelitas en el desierto en el tiempo
de Moisés: “Dios no se complació en la mayoría de ellos” (1 Cor 10, 5). Y por esto nos alienta: “Dem-
os a Dios el culto que le agrada” (Heb 1, 1-61). Y a los Tesalonicenses (1 a carta 4, 1) escribe: “Por
lo demás, hermanos, os rogamos y exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene, que
viváis PARA AGRADAR A DIOS, según aprendiste de nosotros, y a que progreséis más”.
408
Cenáculos del rosario
e) Pero, ¿cómo agradar a Dios?...
a) “Quienes viven en lo de la carne - aclara San Pablo - no pueden agradar a Dios” (Rom 8, 8)... Y
en Hebreos (1, 1-6) establece como principio general: “SIN FE ES IMPOSIBLE AGRADAR A DIOS”.
b) Mientras que a los Romanos incita: “Transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de
forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, LO QUE LE AGRADA, lo perfecto.
Y, de sí mismo, San Pablo nos dejó este hermoso testimonio: “¿Busco yo el favor de los hombres o
el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres,
ya no sería siervo de Cristo” (Gal 1, 10).
Conclusión bíblica: Esforcémonos, por todos los medios a nuestro alcance, por complacer a Dios en
todos los actos de nuestra vida. Si lo complacemos, Él se complacerá en nosotros, y seremos felices
ya en esta tierra y, después, para siempre. Y COMPLACERLO significa: HACER EN TODO MOMEN-
TO SU VOLUNTAD y no la nuestra.
409
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Esta Gloria de Mi Padre por la cual di Yo la vida, está ahora en vuestras manos. Depende de lo que
hagáis vosotros, criaturas hechas para conocer, amar y servir con fidelidad. Imagínate que no re-
alizaras plenamente tu vocación, ¡cuánta no será tu tristeza cuando se desenvuelva ante tu mirada,
con todos sus pormenores, el panorama completo de tu vida! Imagínate ahora que hayas servido a
tu Dios en la santidad de la vida, ¿no será acaso fácil entregar tu muerte en los brazos de Cristo?...
Pues, entrégate ya desde ahora, día por día. Haz de cuenta que cada día es un monumento de
amor, así como para mis enemigos cada día es una columna de odio... Sé tú el contrapeso. De este
modo, habrás sido un consuelo para Mí en tu vida, y Yo seré entonces, tu consuelo para toda una
eternidad.
Quizás, me dirás: ‘Señor, Yo atormento mi espíritu en busca de amarte y no sé cómo’... Y yo te con-
testo: Ámame con simplicidad. Yo soy simple. Cuando estoy en tu pensamiento y tú sientes pena de
no amarme mejor, ya con eso Me amas. Me amas también cuando haces las cosas no por tu gusto,
sino porque son tu deber. Me amas cuando te haces pequeño ante los otros y ante ti mismo. Me
amas cuando quieres orar y te distraes, pero te disgustan tus distracciones. Me amas cuando qui-
eres expresar tus anhelos y no encuentras las palabras. Cuando disculpas una palabra que te hiere,
cuando das gusto a otros por darme gusto a Mí; cuando te olvidas de ti mismo para pensar en Mí.
Me amas cuando tratas de dejarlo todo, como si te murieras; cuando pones tu pensamiento entre
los ángeles y los Santos, como si quisieras anticipar tu llegada la cielo; y me amas en fin, cuando por
la noche suspiras por el mañana en que estaremos unidos en el Cielo.
Es verdad que todo esto es muy distinto de lo que tú te imaginas que es necesario para amarme.
¡Discípulo! Simplifícate dulcemente en mi Presencia con un amor despierto. Tú sabes que siempre
estoy contigo. Y piensa, que aún cuando hagas todo lo que te resulta posible para consolarme y am-
arme, este “todo” es poca cosa en comparación con lo que Yo te doy al recibir algo de ti. Y así está
bien. Es bueno que el infinitamente Poderoso se incline sobre las necesidades de un hijo, de una hija
suya pequeña y débil, pero llena de deseos de ser ayudada.
Desea, discípulo mío, que hoy tenga corazones vacíos de sí mismos, pero llenos de Mí. ¡Y sé tú mis-
mo uno de ellos! Muchos son los que Me invocan por algún favor, pero pocos los que Me traen un
corazón encendido de amor, de celo y de agradecimiento. ¿De cuántos entre ellos podría Yo decir:
éstos son los Míos? Por algo se dice de Mí: ‘habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo’.
Así soy Yo. Por eso te repito y te suplico: ¡sé mío para que disfrutes hasta el fin, e infinitamente más
después de tu muerte!” Así sea.
410
Cenáculos del rosario
Dios mío, tan bueno, tan hermoso, tan manso! ¡Qué condescendencia es la tuya de escuchar con
tanta ternura los pobres balbuceos de mi amor por ti!, y las palabras que quisiera decirte no las
encuentro”.
a) San Pablo en su carta a los Efesios (1, 4-6), explica lo que empujó a Dios a crearnos, y la gran
ilusión que tuvo creándonos: “Bendito sea Dios que nos ha bendecido y nos ha elegido en Cristo
Jesús, desde antes de la creación del mundo... para ser sus hijos adoptivos, santos e inmaculados
en el amor”.
b) Y San Juan, extasiado y maravillado, en su Primera Carta (3, 1), exclama: “Mirad qué amor nos ha
tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!”
c) ¿Cómo dudar de que por puro amor nos creó nuestro Padre Celestial cuando el Salmo (119, 64)
nos dice: “De tu amor, oh Yahvé, está la tierra llena”? Mientras el Salmo (115, 17), afirma: “Yahvé,
en todas sus obras amoroso... “Lo mismo afirma, aunque en sentido inverso, el libro de la Sabiduría
(11, 24): “Oh Dios, nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo hubieras creado”.
d) Tan fuerte es el Amor del Creador a su criatura que Él mismo lo compara al amor de una madre:
“ ¿Acaso - nos pregunta en Isaías (49, 15) olvida una mujer a su niño de pecho?... Pues aunque ésta
llegare a olvidar, YO NO TE OLVIDO”. Y más insistentemente todavía, encontramos esta idea en
óseas (11, 1): “Cuando Israel era niño, Yo le amé. Y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los amaba,
más se alejaban de Mí... Y con todo Yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole en mis brazos, mas
no supieron que Yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para
ellos como quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él pare darle de comer”.
Hermanos, al leer estos textos no podemos sino exclamar a menos que tengamos corazón de pie-
dra “Mi Papá Dios, ¡con cuánta ternura e ilusión creó al hombre, y cuán poco por éste es amado!”
Pregunta: convenimos en que Dios por amor nos creó. Pero, ¿qué espera de nosotros a cambio?
Respuesta: la Biblia es clarísima: amor por amor.
a) De este anhelo de ser correspondido en el amor, Dios hizo el primero y el más grande Man-
damiento: “Amarás a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”.
Estas palabras solemnes las recibió Moisés entre truenos y relámpagos”, y con letras imborrables
quedaron esculpidas en las tablas de la Ley. Se encuentran en Deuteronomio (6, 5) y se explican en
(10, 12): “Y ahora, Israel, que te pide tu Dios, sino que temas a Yahvé tu Dios, que sigas sus caminos,
que le ames, que sirvas a Yahvé tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma”... Ni el más apasio-
nado de los amantes puede exigir más: ¡todo tu corazón, toda tu alma, todas tus fuerzas!
b) Insistiendo siempre en un lenguaje amoroso, la Biblia nos advierte: “Dios es un Dios celoso”... En
Éxodo 20, 5 leemos: “No te postrarás ante ningún otro Dios... ni le darás culto, porque Yo, Yahvé,
soy un Dios celoso”. También San Pablo, a propósito de su amor a las almas, escribe en su segunda
carta a los Corintios 11, 2: “Celoso estoy de vosotros con celos de Dios. Pues os tengo desposados
con un solo esposo para presentares cual casta virgen a Cristo”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
Escribe San Juan Crisóstomo: “Dios, por puro amor nos ha creado, y todo lo demás por amor a
nosotros”. Mientras que San Ambrosio exclama: “Si amamos a nuestros padres porque nos en-
gendraron, ¡cuánto más hemos de amar al que es Creador de nuestros padres y nuestro propio
Creador!”
b) San Basilio nos dejó este pensamiento profundo: “No soy yo creado a causa del mundo, sino
que el mundo está hecho para mí”. Y San León apunta: “Usa de las criaturas visibles así como ha de
usarse de ellas: como usas la tierra, el mar, el cielo, el aire, las fuentes y los ríos; y por todo lo bello
y admirable que hay en ellos, alaba y glorifica al Creador”.
c) En su primer documento, la Constitución sobre la Iglesia, el Concilio Vaticano Segundo, nos re-
cordó: “El Padre Eterno, por una disposición libérrima y arcana de su sabiduría y bondad, creó todo
el universo, decretó elevar a los hombres de participar en la vida divina... A todos los elegidos del
Padre, antes de todos los siglos, los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la
imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito de muchos hermanos... Vino por tanto el Hijo,
enviado por el Padre, quien nos eligió en Él antes de la creación del mundo y nos predestinó a ser
hijos adoptivos, porque se complació de restaurar en Él todas las cosas” (LG 2 y 3).
Dios es AMOR. Amor infinito, eterno, sin principio ni fin, que tiende a desbordarse, a darse, a fecun-
dar y a transformarlo todo en Él.
La Creación fue como una gotita, un desbordamiento del infinito e insondable amor de Dios. Su
felicidad inefable e incomprensible aún para lo bienaventurados, tiende a hacer feliz cuanto toca;
como todo lo toca y no hay cosa en la que no se haya dado o reflejado, y como todo salió de Él, qui-
ere que todo vuelva a Él. Por eso creó. Creó por Amor, por amor modeló al hombre de barro; y por
amor al hombre modeló la maravillosa Naturaleza que le circunda.
Como una joven madre que amorosamente con sus manos prepara la cuna del niñito que pronto
nacerá, esforzándose porque sea, no solo suave y cómoda, sino también graciosa y alegre, así Dios,
que iba a ser padre y madre, preparó amorosamente la cuna del hombre; y se apresuró a adornarla
y enriquecerla con todo cuanto contribuiría al bien y a la dicha de esa criatura predilecta, durante
los siglos de su vida sobre la tierra. Creó Dios plantas y animales para cubrir las necesidades de
alimento, calor, vestido. Escondió Dios en las entrañas de la tierra, como en una inmensa bodega,
minas de carbón y vastos pozos de petróleo para que los aprovecharan los hombres. Configuró la
corteza de la tierra de tal suerte que los saltos de los ríos generasen fuerza eléctrica para la industria
y para el riego de los campos. Y ocultó Nuestro Padre muchos misterios, como los de la energía
nuclear, y otros aún no descubiertos y explotados, - en el seno de los mares, por ejemplo - para que
el hombre en años venideros pueda saciar sus necesidades energéticas. Sí, de tal manera dispuso
Dios todo; que su hijo, el hombre, al entrar al mundo, se viera necesitado a exclamar: “¡Qué bueno
es mi Padre! ¡Ha leído mis pensamientos, ha adivinado mis gustos!”
Creó Dios un mundo tal de hermosura y de poesía, con la gran ilusión de que el hombre en él pase-
ara extasiado y rebosara de gratitud y de alegría.
412
Cenáculos del rosario
Abran sus ojos, discípulos míos. El Universo entero les pregona el Amor de mi Padre y les invita a
que correspondan a tantos beneficios. No sean ingratos e indiferentes. Suma amargura sería para
Aquel que puso tantas esperanzas en el único ser que dotó con caos voces para cantar: con la voz
de su alma agradecida, a la manera de los seres puramente espirituales como los ángeles, y con su
voz corporal, para que con ésta dominare, cual aguda soprano, el concierto universal del Creador.
Imiten a mis Santos. Tocando dulcemente a las florecíais con su bastón, San Ignacio de Loyola les
decía: “Callad, callad, que ya os oigo: ¡Me decís que me ama mi Dios!” Y tomando en su mano una
sabrosa fruta o una hermosa flor, Santa María Magdalena de Pazzis, sentía como si una flecha de
amor hacia Dios traspasara su corazón, pensando que ya desde la eternidad había Él proyectado
crear aquella fruta y aquella flor para que se recrease con el sabor de la una y la fragancia de la
otra... Cuenta la secretaria de Santa Teresa de Jesús, que una tarde, yendo de viaje, se paró a des-
cansar con sus monjitas en un lugar donde había unas florecillas silvestres. Y tan embebida estaba
en la contemplación, que cuando fue hora de proseguir el camino, no podían sacar a Santa Teresa
de allá: ¡había caído en un profundo éxtasis!
Y como conclusión, discípulos míos, les pongo el ejemplo de San Antonio María Claret. Para él la
Naturaleza toda era como un bello libro, un templo religioso lleno de símbolos... En todas las cosas
oía la voz del Creador y en todas contemplaba sus grandiosas huellas. Para él la hermosura de las
flores no era sino el símbolo de la hermosura del alma que está en amistad con Dios. Una estrella
simbolizaba el llamado del Señor a la virtud. La fruta de un árbol, la necesidad de buenas obras en
el hombre. El toque de la campana por un difunto, la fragilidad de la vida humana y la cercanía de
la muerte. El fulgor de los relámpagos y el estruendo de los truenos, el juicio universal. La presencia
del fuego, las llamas eternas del abismo. El armonioso gorjeo de las aves, el dulce y suavísimo can-
tar de los ángeles en el cielo. Así sea”.
a) El pecado es una TRAICIÓN vil, un ROBO contra Dios, una RUPTURA de su alianza con nosotros,
un DESPRECIO de Él y una inmensa INGRATITUD.
Por boca de Ezequiel (44, 6) Dios reprocha a su pueblo: “Habéis roto mi alianza con todas vuestras
abominaciones”
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
El texto más extenso, más fuerte y conmovedor se encuentra también en Ezequiel (16, 16-19)
donde Dios compara simbólicamente la Historia de Israel, con la del niño abandonado del que Dios
se compadeció: “Yo pasé junto a ti y te agitándote en tu sangre. Y te dije, cuando estabas en tu
sangre: ‘Vive’, y te hice crecer como la hierba de los campos. Tú creciste, te desarrollaste... Llegaste
hasta la edad núbil. Entonces pasé Yo junto a ti y te vi... hice alianza contigo. Te bañé con agua, lavé
la sangre que te cubría, te ungí con óleo..”. Después sigue la amarga queja de Dios: “¡Te prostituiste!
No te acordaste de los días de tu juventud para colmo de maldad... ¡Oh, que débil era tu corazón,
oráculo del Señor, para cometer estas acciones, dignas de una mala mujer de la calle, descarada...
menospreciaste el juramento, rompiendo la alianza”. Y sin embargo, a tanta ingratitud y desfach-
atez, Dios responde derrochando amor, ternura y beneficios sobre el pecador, hasta que venci-
do, conmovido y arrebatado, éste se avergüence. Escuchémoslo, también en el texto de Ezequiel:
“Pero Yo me acordaré de mi alianza contigo en los días de tu juventud, y estableceré en tu favor una
alianza eterna. Y tú te acordarás de tu conducta y te avergonzarás de ella, y sabrás que Soy Yahvé,
para que te acuerdes y te avergüences y no oses más abrir la boca de vergüenza, cuando Yo te haya
perdonado todo lo que has hecho, oráculo del Señor”.
c) Pero, claro, el castigo más grave lo recibe el pecador no arrepentido, en la otra vida. “¡Ay del
malvado! - exclama Isaías (3, 11) - que le irá mal, que el mérito de sus manos se le dará”. Y San Pab-
lo, escribiendo a los Hebreos (10, 26), sentencia: “Porque si voluntariamente pecamos después de
haber recibido el pleno conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio por los pecados, sino la
terrible espera del Juicio, y la furia del fuego listo a devorar a los rebeldes”.
b) En su exhortación apostólica “Reconciliación y Penitencia”, el Papa San Juan Pablo II nos hace
reflexionar que todo pecado no sólo ofende a Dios y hiere al pecador, sino que LESIONA el cuer-
po místico de Cristo, es decir, que repercute en la Iglesia, pues se desarrolla en el misterio de la
comunión de los Santos. El Papa dice así: “Se puede hablar de una comunión del pecado, por el
que un alma que se rebaja, rebaja consigo a la Iglesia y, en cierto modo, al mundo entero. En otras
palabras, no existe pecado alguno; aún el más estrictamente individual, que afecte exclusivamente
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Cenáculos del rosario
al que lo comete”. Además del daño a la Iglesia, el Papa habla aquí de daño “al mundo entero”. En
efecto, la inclinación al mal, herencia del pecado original, se agrava con los pecados actuales, los
cuales engendran situaciones concretas de injusticia que tienen carácter social, político, económi-
co, cultural, etc. Pensemos por ejemplo en un país dominado por los traficantes de drogas, o en un
país donde las injusticias sociales se han convertido en una situación inaceptable, pero de hecho
amparada y sostenida por los gobiernos de turno. En este sentido, puede hablarse de “pecado so-
cial”, que otros llaman “estructural”. Sin embargo, emplear este término no nos debe hacer olvidar
que sólo los INDIVIDUOS pueden pecar, y que el pecado es un hecho personal, del cual cada uno es
individualmente responsable frente a Dios Es decir, que no se puede abusar del término “pecado
social” - como algunos quieren hacerlo hoy - para relevar de responsabilidad a los “pobres” quienes,
según se pretende, “no podrían pecar” y echar toda la culpa a los “ricos”. El pecado del rico nunca
EXCUSA ni JUSTIFICA el pecado del pobre y viceversa. Y quien debe irse a confesar de sus pecados
no es la “sociedad” sino el individuo. Puede esto parecer obvio y superfluo mencionarlo, pero hay
personas dentro de la Iglesia que dicen: “si el pobre, se rebela, hace guerrilla o roba, él no tiene la
culpa, la culpa es de los ricos, de la injusticia social, del “pecado social”. Que el rico tiene culpa, es
obvio, pero no puede servir de excusa ni de perdón para el pecado del pobre.
c) San Agustín, hablando del pecado escribe: “Dulce es el pecado y amarga la muerte; teme la
dulzura del pecado para que no llegues a sentir la amargura de la muerte”.
d) Y si el amor de Dios no es freno para no pecar, que lo sea la siguiente consideración de San Gre-
gorio Magno: “Cada miembro del cuerpo se verá sujeto (en el otro mundo) a los suplicios en la
medida en que, sujeto a su vicio, le servía en este mundo”. San Alfonso María de Ligorio, hablando
de la miseria del pecado escribe; “De hijo de Dios, se convierte el pecador en esclavo de Lucifer; de
amigo querido, en enemigo altamente detestable; de heredero del Paraíso, en heredero del fuego
infernal”.
e) Y otra profunda reflexión de San Gregorio en su obra famosa “Las Moradas”, nos hace ver que el
pecador se encierra él mismo en la cruel cárcel de su propia conciencia. Dice así: “Todo aquel que
obra mal, qué otra cosa hace sino construir una cárcel a su conciencia, donde lo apremie la culpa,
aun cuando nadie lo acuse desde lo exterior?”
f) Concluimos con un autor espiritual: “El pecado seduce, atrae, encanta; pero el remordimiento le
sigue de cerca, la vergüenza acibara sus gustos, la infamia esparce en torno suyo un aire pestilente,
y una providencia oculta y misteriosa da oídos a las paredes y lengua a las piedras y ojos a la noche
ciega para que escuchen, vean y publiquen sus secretos vergonzosos”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
SE NECESITA VOLUNTAD
Las ocasiones de pecar que rodean al hombre son muy numerosas y difícilmente se salva de ellas.
Es necesario mucha buena voluntad y la ayuda del Señor. Así como se necesita voluntad para come-
ter un pecado, así también se necesita para huir de él. De esta elección depende la facultad de hacer
el bien o el mal o de evitarlo. Ustedes son libres, es cierto, pero no pueden ser indiferentes, como
tampoco Dios es indiferente, porque de esta elección depende su felicidad o su desgracia, y sobre
todo porque el pecado ofende al que, después de haberlos creado y rescatado, no desea más que
verlos eternamente felices con Él en el Cielo.
Reflexiona bien. ¿Qué es el pecado? Es alejarse de Dios y volverse a las criaturas para encontrar en
ellas satisfacciones ilícitas o prohibidas. Es hacer de su “yo” una divinidad, negándose a someter
su espíritu con sus pensamientos, sus gustos, sus acciones, su corazón con sus sentimientos, a la
Ley establecida por Dios. Es decirle al Señor, más con los hechos que con las palabras: “No quiero
servirte. Prefiero mis gustillos a Tu Santa Voluntad”. El hombre ha sido puesto en el mundo para
conocer, servir y amar al Señor. Conocer a Dios a través de sus obras, a través de la Revelación de
parte de Dios mismo y de parte mía, el Hijo de Dios encarnado.
LA LEY DE DIOS
Ahora bien, en la Iglesia, junto con la doctrina está la Ley, y con ella los medios para poder observar-
la. Gracias a la Iglesia pueden ustedes conocer a Dios, sus misterios, sus atribuciones y sus Leyes.
Conociendo a Dios y ustedes lo conocerán más a fondo por el estudio de las verdades que la Iglesia
les enseña lo amarán. El amor nace del conocimiento. Es por eso que te doy estas lecciones. Qui-
ero despertar en ti y en tu prójimo ese amor de Dios que es una obligación y una felicidad, aún en
esta vida, gracias al conocimiento de las verdades eternas. Mientras más se reconoce a Dios más
se le ama, ¡no puede ser de otro modo! De este amor se desprende el deseo de darle gusto en todo
cumpliendo no sólo sus mandamientos, sino también sus consejos, y adelantándonos a sus deseos
si fuera posible.
Cuando el amor es potente en una alma, casi automáticamente la lleva al heroísmo. De ahí la
muchedumbre de santos y de mártires que en realidad no se limitan al número que ustedes cele-
bran habitualmente, sino que un número incontable llena las esferas celestiales. Así deberían vivir
los hombres, esforzándose por conocer a Dios, por amarlo con todo su corazón y obedecer sus
leyes. De allí se desprendería la armonía entre cada uno, en las familias y en el mundo.
El que comete el pecado es esclavo del pecado y además, esclavo del diablo. Pierde así su libertad
y si no trata inmediatamente de remediarlo volviéndose a Dios y procurando recuperar la gracia
perdida por medio de los sacramentos, ira dando tumbos de un pecado a otro.
Pon atención, pues, discípulo mío, y recupera cuanto antes el terreno perdido. Invoca la ayuda de
Dios y pídele perdón, emprendiendo de nuevo el camino con buena voluntad.
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Cenáculos del rosario
¡CUÁNTA DESOLACIÓN!
El pecado es la muerte. ¿Han visto alguna vez los campos dorados de grano maduro? Imaginé-
monos que de repente el cielo se oscurece, los relámpagos brillan, retumban los truenos y caen
cataratas de lluvia con vientos huracanados. En un instante el bello campo queda destruido y el
grano se convierte en un montón de despojos indefinibles. Esto es una pálida imagen de lo que se
produce en las almas devastadas por el pecado. Si el alma así arruinada muere en ese estado, su
ruina es eterna.
Pero si el pecador sumido en las mayores infamias acude a Dios y sinceramente le pide perdón, Dios
lo perdona, y al perdonarlo se olvida de sus pecados, por grandes y numerosos que sean. Pero no se
olvida del bien que su hijo había hecho antes de pecar.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
abren los libros para comprobar los datos de todos los comparecidos: ¡qué momento más grandi-
oso! “Entonces fueron juzgados los muertos”: todos, sin excepción, los que vivieron sobre la tierra.
b) ¿En qué se fundamenta el juicio? San Juan responde: “Según sus obras”: las obras manifiestas
y las ocultas, las buenas y las malas, también las olvidadas, las omitidas, las que no se expiaron,
las que no fueron retribuidas en la tierra. Dios no olvida nada. El “Libro de la vida contiene ya las
sentencias. Lleva esta inscripción: “El Señor conoce a los suyos, “ (2 Tim 2:19) Dios, en ese día, en
efecto, “conocerá” al hombre... o “no le conocerá”. Ahí está lo terrible....
c) Una orden, y los Ángeles dividirán, irrevocablemente, a la humanidad en dos bandos, las Ovejas
a la derecha, a la izquierda las cabras”. (Mt 25:2). Entonces seguirá el último acto del drama: LA
SENTENCIA: muerte eterna o vida eterna. Cuando el juez eterno les lanzará las palabras: “¡Alejaos
de mí, hechores de maldad, no os conozco!... quedarán muertos para siempre, - de “la segunda
muerte” en el “lago de fuego, en mar de llamas”, lejos de Dios -, todos aquellos cuyos nombres
no están escritos en el “libro de la vida”. Pero la segunda vida, - que es la luz de la gloria, sobre el
corazón de Dios, la vida eterna, - para todos aquellos cuyos nombres están, escritos en el “libro de
la vida”. ¡Qué júbilo, qué gozo al oír las palabras: “Venid, benditos de mi Padre... A vosotros, sí, os
conozco!”
Conclusión bíblica: ¿Figurará nuestro nombre en el “libro de la vida”? ¡Cuestión decisiva! Hagamos
caso del consejo de SAN PEDRO (1 Pe 1:17): “Si llamáis Padre, a quien, sin aceptación de personas,
juzgará a cada cual según sus obras, conducíos con temor durante el tiempo de vuestro destierro..”.
Y de igual nos aconseja el Apóstol SAN JUAN quien mejor que nadie nos habló del AMOR de Dios:
“Temed a Dios, porque ha llegado la hora de su juicio” (Apo 14:7).
b) SAN ISIDORO DE SEVILLA, doctor de la Iglesia advierte: “Según la diversidad de las conciencias
Cristo aparecerá en el juicio: suave a los elegidos y terrible a los réprobos. Porque como sea la con-
ciencia de cada cual, tal será el juicio que le espera, de modo que Cristo aparezca terrible solamente
a los que son acusados de malas obras por su conciencia”.
c) Al que piensa: “falta mucho para la segunda venida de Nuestro Señor, por lo tanto no debo
preocuparme”, SAN AGUSTÍN contesta: “Aunque sea lejano el día del juicio, en que se retribuya a
los injustos y a los justos, tu último día no puede estar lejos. Prepárate, pues, para este día”.
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Cenáculos del rosario
y las potencias del cielo temblarán. En la tierra estarán consternadas y atónitas las gentes, por el
estruendo del mar y de las olas... Y aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo, y prorrumpirán
en llanto todas las tribus de la tierra. Y verán al Hijo del hombre venir en las nubes con gran poder y
majestad y gloria. Y enviaré a los ángeles que, a la voz de trompeta sonora, congregarán a todas las
gentes. Entonces el Hijo de Dios, con majestad y rodeado de todos los Ángeles, se sentará en el tro-
no de su Gloria, y separará a los unos de los otros, como el pastor separa a las ovejas de los cabríos.
Y pondrá las ovejas a la derecha y los cabritos a la izquierda; a éstos dirá “lejos de Mí…” mien-
tras que los otros oirán las palabras más dulces y consoladoras: “Venid benditos de mi Padre..”.
¡Qué espectáculo aquel tan aterrador! ¡El último episodio del último acto del grandioso drama de la
Creación del hombre! Actores: toda la humanidad. Espectadores: todos los cielos. La presidencia la
ocupará el Juez, Yo su Jesús y Señor, que vendré tal, como está profetizado: entronizado sobre una
blanca nube, sobre mi cabeza, ya no una corona de espinas sino una corona de oro, y en mi mano,
no ya un bastón de rey de burla, sino uno de agudísimos filos. Y sonará la voz de un ángel: ¡Vibra tu
hoz y siega!.. Porque ha llegado la sazón de la mies!
Discípulos míos: Este glorioso retorno mío será el acontecimiento más grande y espantoso que el
mundo jamás haya presenciado. Como el terrible silencio que precede en la tempestad al primer
rayo, tal será el silencio de la humanidad antes de escuchar Mi fallo de juez Divino. Como los rayos
X penetran con su luz el cuerpo, ¡así el rayo de Dios penetrará en sus almas con su luz!... Vendré no
ya como tierno niño a gemir en un portal, con toda la misericordia y la paciencia de un Padre en el
corazón, sino que bajaré como Juez terrible y Rey universal, revestido de tremenda majestad. En
aquél día terminará mi misión de Redentor de los hombres. Ya nada podré hacer por aquellos que
Me han rechazado o se hicieron sordos a mis llamadas amorosas e insistentes.... ¡Estén, pues en
vela, porque no saben cuándo llegaré, porque a la hora que menos piensen, puede venir el Hijo del
hombre a “robar” su alma!
DIOS ES PACIENTE
Dios es paciente, discípulos míos. El hecho que ahora los malos parecen triunfar, desafiando - im-
punemente al parecer - las Leyes divinas, esto no quiere decir que esto será siempre así. En esta
tierra los buenos y los malos viven juntos, codo con codo, como el buen trigo junto con las malezas,
pero esto durará hasta el día de la cuenta final. Pues como se recoge la cizaña y se quema en el
fuego, así será el fin del mundo. Enviará el Hijo del hombre a sus ángeles, y recogerán de su Reino
todos los obradores de escándalos y de iniquidad, y los echarán al horno del fuego; allí será el llanto
y el crujir de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga
oídos, que oiga.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
dos en la balanza de la divina justicia. ¡Quiera Dios que sus obras no se hallen faltas de peso, porque
también su reino será dividido: se hará división en ustedes del alma y del cuerpo: el cuerpo para el
sepulcro; y el alma ¿para quién?... ¡Para aquel a quién habrán servido y a cuyas leyes habrán obede-
cido durante su vida! Si viven según sus deseos carnales, obedeciendo al padre de la según mentira,
cosecharán la muerte, pero si viven, mi dulce yugo y mi Ley de amor, oirán un día esas palabras que
hicieron estremecer anticipadamente a mis santos: “¡Venid, benditos de mi Reino a gozar de lo que
Mi Padre tiene preparado para ustedes!” Así sea.
b) Por boca del profeta Oseas (2:16) Dios invita a nuestra alma: “la llevaré al desierto y hablaré a su
corazón. Y ella responderá allí como en los días de su juventud”.
c) Jesús mismo da el ejemplo. Anota San Mateo (14:23) “Después de despedir a la gente, sube al
monte a solas para orar. Al atardecer estaba solo allí” (Mt 14:23).
d) Cristo invita a sus discípulos a la soledad: “Él entonces, les dice: Venid también vosotros, aparte,
a un lugar solitario, para descansar un poco” (Marcos 6:31).
e) Impresionante es el silencio de María que “guardaba todas las cosas, meditándolas en su cora-
zón” (Lc 1). Su silencio no es de timidez, sino de luz y arrobo; un silencio más elocuente que la mis-
ma elocuencia. En el nacimiento de Jesús, por ejemplo, todo el mundo habla excepto María.
Comentan los ángeles entre sí y con los pastores, pero María permanece en silencio. Llegan los
reyes, hablan y hacen hablar a toda la ciudad, a Herodes y al sagrado sínodo de Judá... Todo está
revuelto y todos se maravillan y comentan del nuevo rey buscado por reyes... pero María perman-
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Cenáculos del rosario
ece en su reposo y sagrado silencio. Simeón habla en el templo, y Ana la profetisa, y todos los que
esperan la salvación de Israel... pero, tanta fuerza e impresión secreta ejerce el silencio del Niño
Jesús en el espíritu y corazón de María que la tiene poderosamente y divinamente ocupada y arre-
batada en silencio.
b) SAN CARLOS BORROMEO: “Si ya arde en ti fuego del amor divino, por pequeño que sea, no lo
saques fuera en seguida, no lo expongas al viento, mantén fogón protegido para que no se enfríe y
pierda el calor, esto es, aparta cuanto puedas las distracciones, conserva el recogimiento, evita las
conversaciones inútiles”
CONCLUSIÓN BÍBLICA: “Procure lograr diariamente unos minutos de esa bendita soledad que tan-
to hace falta para tener en marcha la vida interior” (Beato José Escriva de Balaguer).
JESÚS: Discípulo mío: En primer lugar, debes saber que Dios es sumamente respetuoso de la liber-
tad de la criatura humana, permitiéndole que cumpla Su voluntad que lo escuche, que le colabore,
que le obedezca... o que haga lo contrario. Tan sólo le promete un premio y le pone ante sus ojos
un castigo.
No deja que le falte el abono del sufrimiento, tan útil para el crecimiento y el robustecimiento de
esa planta, de cuya sombra y frescura podrán gozar muchos. Dios le habla a esta alma, y ella, asid-
ua, atenta y constante, pone en práctica sus enseñanzas y hace de ellas el alimento cotidiano de su
vida.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Dios le habla cuando lo estima mejor, cuando le parece más oportuno, durante la noche o durante
el día, cuando está sola o con otros le hiere el corazón y expone sus pensamientos. No son ni sus
méritos ni virtudes lo que le atraen hacia ella, sino el ardor y docilidad con que se pone a Su servicio.
“Aquí estoy”, dice el alma y el Señor la mira y la ama.
Basta la mirada de Dios para conquistar el corazón de una criatura y basta una palabra de amor
incondicional para arrobar el corazón de Dios. ¿Te acuerdas, discípulo mío, de la mirada que dirigí
a Magdalena? Bastó esa mirada para que de una perdida resultase una santa. ¿Y la mirada que
dirigí a Pedro? lo miré, el bajó la cabeza, salió afuera y lloró amargamente. Es el poder de la mira
penetrante de Dios que sondea el alma y saca a la superficie cualquier inmundicia. ¿Por qué el alma,
tocada por Dios, siente tanta necesidad de silencio, recogimiento, de soledad...? la respuesta es tan
sencilla como sublime: ¡los enamorados necesitan estar solos!, alma que ha experimentado el amor
de Dios, necesita, anhela, busca soledad. Y si no la encuentra sufre.
Si no tienes nada que decirme en la oración, entonces: ¡ámame! Ámame, ¡con corazón de piedra o
de ángel, no importa! Ábrete, en el silencio, al Amor de un Dios, y no prestes oído a las vanidades
y tumultos de este mundo. ¿Merecen, acaso, que arriesguen por ellas su felicidad eterna? ¿No pi-
ensas en las lágrimas que derramarás en la eternidad por haber abandonado a tu Dios? ¡Que este
pensamiento conmueva tu corazón ¿Has probado algunas veces las santas alegrías del amor divi-
no? ¿Has escuchado alguna vez y oído a tu Dios, en el silencio de tu corazón?
El mundo carece de fe y de sencillez. Cree en la existencia de Dios y se lo relega, como un ser distan-
te y solitario, a lo alto de los cielos. Cree en Él y no quiere admitir que Él quiere y puede hablarles,
que su palabra es vida y que puede llegar hasta ustedes de la manera más sencilla y más humil-
de. Una solo cosa, discípulo mío, nunca olvides: que no hay espiritualidad sin amor a Dios, no hay
amor a Dios sin amor al prójimo, sin el sacrificio de uno mismo, sin la entrega a los demás, la lucha
por vencerse a sí mismos y el deseo de comprender las necesidades del prójimo para compartirlas
como si fueran suyas.
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Cenáculos del rosario
Aquí tienen, mis queridos discípulos, en pocas palabras, todo un programa de vida cristiana, un plan
que Yo mismo he seguido en mi vida terrenal, Yo, el Dios que se hizo Hombre por amor, para que
todos ustedes tengan vida, y vida abundante. Así sea”.
Allí el Divino Cirujano nos espera para extirpar los abscesos y tumores de nuestra alma, cuyas in-
fecciones y adherencias sofocan nuestra alegría, perturban nuestra paz y contaminan el ambiente
donde nos movemos, impidiendo que los demás reciban los rayos reanimadores de sol de nuestra
caridad. Y este Cirujano Celestial usa como bisturí al sacerdote. El cual, como ser humano, es un
hombre como todos, pero digno de nuestro máximo respeto por el altísimo poder que Jesús le
comunicó: el de lavar y de sanar nuestras heridas con la Sangre misma de Cristo, en cuya persona
el sacerdote actúa.
b) Debemos de confesarnos CON TOTAL SINCERIDAD: “Padre, pequé contra el cielo y contra ti; no
soy digno de ser llamado tu hijo” Me comporté como enemigo, un traidor, como un hijo tuyo indig-
no... la sinceridad implica que nos confesamos decididos de no ocultar nada, de no excusar nuestras
faltas por falsa vergüenza o por el afán de “quedar bien con el sacerdote”.
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divina nos levantaremos e iremos a nuestro padre, en la certeza de que Él, con los brazos abiertos,
como en la parábola del Hijo Pródigo, nos está esperando, que, correrá a nuestro encuentro para
prodigarnos todas las muestras de la alegría paternal: “porque su hijo estaba perdido y fue hallado”.
Levantarse, ir, caminar nuevamente, volver a sonreír, a cantar, a sentir el contento de Dios en el
corazón, a ser feliz, a tener paz... ¿No son motivos más que suficientes para que haya fiesta dentro
del corazón?
Pensad bien cuán inconmensurables son en Dios las entrañas de misericordia. Este ladrón, que
había preso en el camino con sus manos manchadas en sangre, fue colgado en el patíbulo de la
cruz; él confesó, fue sanado y mereció oír: “Hoy estarás conmigo en Paraíso”. ¿Quién podrá explicar
debidamente la bondad de Dios? En vez de recibir la pena debida por nuestros crímenes recibimos
los premios prometidos a la virtud. El Señor ha permitido que sus elegidos incurran en algunas fal-
tas, para dar esperanza de perdón a otros que agobiados bajo el peso de sus culpas, si acuden a con
todo su corazón, y además les abre el camino piedad por medio de los lamentos de la penitencia”.
EL EXAMEN DE CONCIENCIA
Discípulos míos: Cada examen de conciencia debe ser un esfuerzo sincero para descubrir no solo
los pecados cometidos desde la última confesión, sino especialmente las actitudes, las raíces que
los ocasionaron los pecados no son simplemente caídas. Evidencian una malicia más profunda que
ustedes deben escarbar si quieren que la maleza no siga creciendo, pregúntense: ¿Cuáles son mis
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Cenáculos del rosario
pecados capitales, mis defectos dominantes: rencor, odio, indiferencia, pereza, egoísmo, agresivi-
dad, envidia, sensualidad, gula, desprecio al débil, vanidad, racismo, cobardía, dureza de corazón,
ambición, un espíritu de superioridad y de soberbia...? En cada examen de Conciencia analice tu
conducta con Dios, con los demás y contigo mismo.
¿En el correr del día brotan de tu corazón, jaculatorias que mantienen el fuego de tu amor? ¿Diste,
acaso, a Dios la espalda negándote a acudir a la Santa misa Dominical que te obligué bajo pecado
grave? ¿Recibiste la Santa Hostia sin estar debidamente condensado? (Si fuera en pecado mortal
sería un grave sacrilegio) ¿Estás dando a Dios tu ofrenda muy valiosa, la de unión de tu voluntad con
la Suya, momento por momento? ¿Le agradeces los favores recibidos? ¿Le dices, de vez en cuando,
“¡Gracias, Padre!, por ejemplo: antes y después de comer? ¿Eres fiel al Santo Rosario, fuente de gra-
cia para tu hogar? Si no lo rezas, te privas, a ti y a tu familia, de muchas gracias, aunque el descuido
del Rosario no es pecado en sí, pero puede ser una seria resistencia a la gracia y un dolor que das a
tu Madre del Cielo, que tan a menudo y con tanta insistencia, recomienda el rezo del Rosario.
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lo que nadie hizo: morir; y a quien crucifico uno y otro día con mis caídas y mis debilidades; porque
eres Señor y Dios mío, inmenso e infinito bien, digno de ser amado con todo el corazón y todo el
pensamiento y todas las energías, por encima de todas las cosas; Tú, Supremo bien mío, para qui-
en exclusivamente fui creado: Tú, Dios y mi Señor único; por todo ello, poniendo intercesora a mi
Madre la Virgen Santísima, de quien soy hijo, y prometiéndote, una vez más, no caer, morir antes
que pecar, evitar los peligros y ocasiones; hacerme sangre en el alma para resistir y, en particular,
prometiéndote enmendarme en... y poner los remedios eficaces doliéndome con dolor sincero,
aunque mi corazón no lo sienta; doliéndome con la voluntad mía, pero con deseo que el dolor se
extienda hasta los tuétanos... Te pido perdón como el hijo pródigo: “Padre pequé ante el cielo y
ante Ti”; rectifico mi conducta pasada totalmente, radicalmente, y quisiera no haber hecho lo que
hice y no hacerlo más.
Padre: olvida mi miseria y cobardía. Acuérdate de tus misericordias, lávame ahora con tu gracia
sacramental, salva mi vida, que deseo sea limpia y fuerte a tu servicio. Tú no desprecias un corazón
contrito. A Ti, Señor, vuelvo mi rostro sálvame, Señor; alégrame el camino de los mandamientos e
infunde constancia en mi peregrinar hacia Ti. En Ti, Señor, he esperado, no seré confundido por los
siglos de los siglos. Así sea”.
En una segunda carta a los Corintios (5:15), como queriendo decirles: ¡Cómo!, habiéndoles amado
hasta la locura de la cruz, ¿no ha logrado Cristo aún ganarles el corazón?... San Pablo les escribe:
Tengan presente que “Cristo murió por todos, para que los que viven no vivan para sí, solo para el
que murió por ellos”.
Comenta SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO: “Bien decíais, Jesús mío, que “cuando fuisteis le-
vantado en lo alto de la cruz atraeríais hacia Vos todos los corazones” (Jn 12; 32), y a la verdad que
habéis ganado el afecto de todos ellos, puesto que muchas almas al veros crucificado y muerto por
su amor, lo han abandonado todo, riquezas, dignidades, patria y parientes, y han desafiado los
tormentos y hasta la misma muerte para darse a Vos por entero”.
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“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
a) La Pasión de Cristo, es como la proclamación más concreta y palpable del amor de Dios. Es el
núcleo del mensaje cristiano, el gran sermón que se nos dirige, la gran enseñanza que se nos pro-
pone, la suprema provocación a nuestro amor, y la escuela que ha formado a todos los santos. Es la
expiación que quita el veneno al dolor humano y al mismo tiempo lo consagra. Dice SAN JUAN DE
LA CRUZ: “Es cosa muy buena y santa pensar en la pasión del Señor y meditar sobre ella, ya que por
este camino se llega a la santa unión con Dios. En esta santísima escuela se aprende la verdadera
sabiduría en ella la han aprendido todos los santos”. SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO exclama:
“¡Desventurados los que se resisten a la gracia, que les habéis atesorado a costa de tantos trabajos
y sudores! Este será su mayor tormento en el infierno; pensar que todo un Dios ha muerto en la
cruz para ganar su amor y que ellos voluntariamente se han perdido y labrado su eterna ruina sin
esperanza de remedio”.
Padecí de los gentiles y de los judíos, de los hombres y de las mujeres, como se ve en las sirvien-
tas que acusaron a San Pedro. Padecí también de los príncipes y de sus ministros, y de la gente
común... Padecí de mis parientes y conocidos, pues sufrí por causa de Judas, que Me traicionó,
y de Pedro, que Me negó. Padecí de los amigos, que Me abandonaron; padecí en la fama, por las
blasfemias proferidas contra Mí; padecí en el honor y en la honra, por las irrisiones y burlas que Me
infirieron; en los bienes, pues fui despojado hasta de los vestidos; en el alma, por la tristeza, el tedio
y el temor; en el cuerpo, por las heridas y los azotes. Y cuando aquellos tres clavos sostenían todo el
peso de mi cuerpo, sufrí grandes dolores y estuve en una aflicción superior a cuanto se puede decir
ni pensar. Pendiente entre dos ladrones, de todas partes sufrí penas, de todas partes oprobios, de
todas partes insultos.
A estos sufrimientos físicos inauditos se juntaron los sufrimientos espirituales y morales. Con la
mirada de Dios recorría el mundo de todos los tiempos. Sentía que repercutían en Mí todos los mar-
tirios, las penas y las masacres a que serían sometidos los buenos, mis discípulos, en las diversas
persecuciones, y además todas las tribulaciones de los hombres, mis hermanos.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
producía una inmensa tristeza y Me hacía insoportable el sufrimiento, era la vista de la ingratitud de
la mayor parte de los hombres y la indiferencia ante tanto amor y tanto dolor.
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Cenáculos del rosario
b) “El que no lleve su cruz, advierte Jesús, y no venga en pos de mí, no puede ser mi discípulo. El que
ama su vida, la pierde: pero el que odia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (Lc
l4:27) y (Jn l2:25). San Pablo por su parte, escribe a los Filipenses (3:l8) “Muchos viven, según os dije
tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo... Su final será
la perdición”.
c) Jesús nos da ejemplo en abrazar la Cruz. “He bajado del cielo, dijo, no para hacer mi voluntad,
sino la voluntad del que me ha enviado” (Jn 6:38). Y San Pablo comenta en (Flp 2:8): “Cristo Jesús se
humilló así mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”.
CONCLUSIÓN: ¿Quieres tener paz en esta vida y felicidad en la otra? No se te abre otro camino que
no sea el de abrazar tu cruz.
b) Dios exige mucho de nosotros. Nuestro sueño no debe ser el de llevar una vida facilona y cómo-
da. Comentando SAN JERÓNIMO la palabra de Jesús “Quien no carga con su cruz no es digno de
mí” explica: “El sentido de esta exhortación es éste: “no es cosa cómoda ni tranquila proclamarse
cristiano”.
c) La Imitación de Cristo exclama: “En la cruz está la salud y la vida. En la cruz, está la defensa contra
los enemigos. En la cruz, la infusión de la suavidad soberana. La cruz es la fortaleza del corazón.
En la cruz está el gozo del espíritu. En la cruz está la suma virtud. En la cruz está la perfección de
la santidad. No está la salud del alma ni esperanza de la vida eterna en otro lugar, sino en la cruz”.
d) SANTA TERESA DE AVILA escribe: “Quien amare mucho a Jesús verá que puede padecer mucho
por Él, pero poco, el que le amare menos. Tengo yo entendido que la medida de poder llevar gran
cruz o pequeña es la del amor”.
LA VERDADERA CIENCIA
La verdadera ciencia no consiste en acumular todo lo que saben los hombres, ni en descubrir los
secretos del átomo o las leyes que rigen los cuerpos o la naturaleza. La verdadera ciencia es aquella
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
que, sin descuidar esos conocimientos que pueden ser útiles a la humanidad, se remonta a Aquél
que es superior a todo y que ha dictado también sus leyes y establecido principios fundamentales
que hay que descubrir, valorizar y ejecutar en la vida diaria. Si te empeñas en seguir mis enseñan-
zas, descubrirás cuánta parte tiene Dios en tu vida, y hasta qué punto y cómo quiere Él tu felicidad.
Forma tu carácter en este espíritu de paciencia y de sacrificio para que no tengas que añadir una
cruz a la otra en todo lo que te pase. Se te ha dicho: “Al que te quita el manto, dale también tu túni-
ca. Al que te pega en la mejilla izquierda, preséntale también la derecha”. Con eso quería invitarte
a recibir con alegría, y no sólo con paciencia, las cruces que te presente tu prójimo, a recibirlas tal
como lo hacía, y de la misma manera como Yo soporto continuamente las ofensas, las injurias, las
traiciones, en una palabra, las cruces que ustedes ponen de nuevo sobre mis hombros.
El mundo está sembrado de cruces y si quieres destruirlas, destruirás al mismo mundo. Cada indi-
viduo, cada familia tiene sus penas. Ustedes no deben ser egoístas o parásitos que explotan la bon-
dad y generosidad de los demás. Cada cual tiene que tomar conciencia de su propio deber y tomar
la carga que se le ha confiado; la de padre o madre de familia, la de maestro o de enfermera, la de
sacerdote... Pero, el que generosamente, además de su propia carga, ayuda también a los demás,
es digno de una recompensa mayor. El socorro mutuo aliviana la cruz. Yo mismo fui ayudado por el
Cirineo a llevar la Mía. Sin embargo, no deben descargarse de ella para ponerla sobre los hombros
de los demás, pues la cruz que Dios les da está hecha a medida de los hombros de cada uno.
La mayor parte de las cruces, aunque permitidas por Mí, son fabricadas por los mismos hombres,
cuando con un poco de buena voluntad las podrían evitar. ¿De qué se queja el fumador, si en su
vejez sufre de los bronquios o le sobreviene un infarto de corazón? ¿Acaso no se da cuenta que
esta cruz, él mismo se la cargó sobre sus espaldas, envenenando sus pulmones con el humo de
tantos cigarrillos? ¡Cuántas enfermedades no se deben a los excesos de gula, de bebida o de sexo!
Si los hombres siguieran las dulces leyes mías de moderación y de amor, ¡con cuán pocas cruces se
toparían en la vida!
Pídele su ayuda para levantarte y proseguir tu camino, sin inmutarte, pero lleno de confianza en mi
Misericordia, pues esa actitud es muy del agrado de mi Corazón.
430
Cenáculos del rosario
Nada ofende más a mi Corazón que el hecho de dudar de mi perdón y de mi ayuda. El abatimiento
es una señal de orgullo o cuando menos de amor propio. Si no tuvieras una estima exagerada de ti
mismo, no te descorazonarías tanto ni te asombrarías de caer. Al revés, te parecería muy extraño
que, dada tu miseria, pudieras mantenerte en pie.
Pídele siempre al Señor que te ayude a conocerte a ti mismo para que, negándote a ti mismo y
confiando en Dios, puedas elevarte y caminar con seguridad. El niñito que, teme los peligros y sabe
que no puede afrontarlos; se echa en los brazos de su mamá para que lo defienda y lleve. Ustedes
también, mis hijos, confíen en Aquella que les dejé por Madre al pie de la Cruz. Y si se abandonan
Ella como tiernos niñitos, Ella los estrechará junto a su Corazón y llevará con ustedes sus cruces,
cuyo peso casi no sentirán. Así sea”.
Entonces, ¿qué nos salva: la Cruz de Cristo o nuestra cruz? ¿La sola fe en Cristo, como pretenden
los protestantes, o también nuestras propias obra ¡Las dos juntas! “¿De qué sirve, hermanos míos,
que alguien diga: ¿tengo fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarle la fe?, se pregunta Santiago en
(2, 14). Y él mismo contesta: ¡NO! “Porque la Fe sin obras está muerta”. Tampoco nos salvará sólo
la Cruz de Cristo. Es preciso dejarse también crucificar: “CON CRISTO ESTOY CRUCIFICADO”, ex-
clama San Pablo en (Gal 6, 14), y “el mundo es para mí un crucificado y yo para el mundo”. Mientras
que escribe en Romanos (8, 17): “Somos coherederos de Cristo. YA QUE SUFRIMOS CON ÉL para
ser también glorificados”, es decir, para tener derecho a entrar en el Cielo. También en Hebreos 14,
Pablo predica: “Es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de los
Cielos”. Y al contrario, rechazar la cruz, avisa San Pablo a los Filipenses en (3, 18), es ENCAMINARSE
RUMBO A LA CONDENACIÓN ETERNA: “Muchos, con lágrimas os lo repito, viven como enemigos
de la cruz: su final es la perdición”. la palabra de Dios no deja lugar a dudas. Es indispensable, según
la famosa expresión de San Pablo a los Colosenses (1, 24): “Completar en carne propia LO QUE
FALTA A LA PASIÓN DE CRISTO”. Y ¿qué falta a la Cruz de Cristo?... Precisamente nuestra propia
cuota, nuestra propia obediencia fiel y nuestra lucha para “hace morir la carne” (Rom 8, 13), para
“despojarnos del hombre viejo con sus seducciones concupiscencias” (Ef 4, 22). En una palabra,
¡FALTA NUESTRA PROPIA CRUZ!
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
¿En qué consiste, según la Biblia, nuestra propia cruz? La cruz es el esfuerzo, a menudo doloroso,
que debe hacer el hombre para someter su voluntad a la de Dios, que se manifiesta en los divinos
Mandamientos, en las exigencias de Jesús y de su Iglesia, en las luces del Espíritu Santo. Por eso San
Pablo afirma “los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y apetencias”
(Gl 5, 24). Porque, como está escrito en Romanos (8, 8) “quienes viven en lo de la carne no pueden
agradar a Dios”.
b) Decía el fundador del protestantismo, Martín Lutero, un sacerdote renegado que se casó con una
monja: “Peca mucho, pero cree más fuerte y te salvarás”. Contra esta bárbara blasfemia la Iglesia
insiste en que el hombre debe COOPERAR con la gracia si quiere llegar a la salvación. El gran San
Agustín, ya en los primeros siglos de la cristiandad, dejó escrito: “No basta la sola voluntad del hom-
bre, si falta la misericordia de Dios; no basta sola misericordia de Dios, si falta la voluntad hombre”.
Dejaremos la palabra final al más excelso de 1os teólogos: Santo Tomás de Aquino. Decía él: “ Dos
cosas son necesarias para la vida eterna: la gracia de Dios y la voluntad del hombre. No te fíes de tu
propia virtud, sino confía en la gracia de Dios; y también al revés: no seas demasiado confiado, sino
ESFUÉRZATE”. ¡Sí¡ “Esfuérzate”, como decía Jesús, “por entrar por la puerta estrecha” (Lc 1 3, 24).
Yo te advertí: “El que quiere venir tras de Mí, tome su cruz y sígame”. ¿Cuál es tu cruz? Es cada
pequeño sacrificio que te pido para no alejarte de mi Voluntad, para dominar tu carácter, decir ¡no!
a tus caprichos, aceptar sin murmurar las contrariedades de la vida, en una palabra, seguir avan-
zando en el camino de la santidad. Tu cruz está hecha también de miles de pequeñas renuncias,
momento por momento, para cumplir la misión que Yo te he confiado. “A todos mis santos pedí
una vida de despojamiento. La renuncia que te pido es que tu vida sea únicamente conforme con
Mi Voluntad. Que seas permanentemente disponible a la acción de la gracia en ti”. Especialmente
tu prontitud en seguir mis inspiraciones demuestra el grado de amor que te une a Mí y no puede
sino procurarme una gran alegría.
Sé que de muy buena gana elegirías otras cosas para ofrecerme. Todos sueñan con una cruz a su
manera, pero si Yo te adoso una cruz, te la hago A LA MEDIDA DE TUS ESPALDAS. “Esta cruz nun-
ca excederá tus fuerzas; ¿no estoy Yo aquí velando y mi Corazón escuchando tus quejas para so-
correrte?” “Permanece, pues, cariñosamente unido a Mí. Trabaja apaciblemente bajo mi mirada”.
Abraza tu cruz con alegría porque “Yo cambio toda tristeza en alegría y mi cruz se hace fácil de
llevar. Porque Yo soy el Paraíso de las almas santas”. No temas. Dios es tu Padre. Jamás te ordenará
cosas superiores a tus fuerzas. Ten la seguridad de que, al darte la cruz, te ayudará a llevarla; más
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Cenáculos del rosario
aún, te llevará también a ti sobre ella. Una sola cosa debe preocuparte: conocer cuál es la voluntad
divina, cuál es la cruz que Él quiere que cargues, luego, abandónate a Él y síguelo con los ojos cer-
rados. ¡AMA TU CRUZ! Ámala por amor mío como Yo la amé por amor tuyo y verás cuán dulce será
llevarla. Acepta tu cruz. No la hagas más pesada, lamentándote de ella. Otros con una cruz más
pesada que la tuya la llevan con serenidad. ¿Te cuesta levantarte temprano? ¿Por qué no piensas en
aquellos que darían una fortuna por poder levantarse, pero sus miembros paralizados o deformes
no les obedecen? ¿Te quejas acaso, de tu trabajo aburrido y agobiante?... Pero, has olvidado cuán-
tos desocupados afanosamente andan buscando trabajo? Más bien bendice y ama al Señor que en
este mundo todo está dirigido y gobernado por su mano sabia y amorosa. Declárale tu obediencia e
inclina humildemente tu frente ante Él, diciendo: “¡Oh dulce cruz! ¡Oh santa cruz! ¡Cuán dulce es tu
yugo y cuán ligera carga! ¡Oh Santa Cruz bendita que llevas sobre tus espaldas extendidas el Amor
y la Vida que se ofrece al Padre en holocausto para redimir a los pobres pecadores! Sobre esa Cruz
me tiendo voluntariamente unida a la cruz de mi dulce Salvador. Me ofrezco con Él a nuestro buen
Padre Celestial ¡Cruz bendita de Jesús; que llevas sobre tu madera el Dios de Amor que alimenta y
salva, TE QUIERO! Así sea”.
b) “¿Quién se atreverá a condenarte, pregunta el Apóstol, después de que Jesús ha muerto (Rom.
8, 34) ¿Qué puedes temer si a Él te acoges? ¿Va a rechazarte si a sus pies te arrojas, Aquél que
descendió del cielo para buscarte cuando huías? Si dudas, es que te olvidas de lo mucho que le
costaste. Si desconfías, es que ignoras que tu nombre está escrito en las llagas que abrieron en sus
manos. “He aquí que Dios es mi salvador, puedes decir con Isaías, “Viviré lleno de confianza y no te-
meré” (Is 12, 2). Porque la gracia de Cristo es de mayor eficacia que el pecado. Porque no puede es-
tablecerse comparación entre tu infidelidad y el don que Dios te hizo en Jesucristo. Porque “Dónde
abundó el delito, sobreabundó la gracia” (Rom. 5, 15).
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
misterio, descubren su misterio y se les da a sentir. De aquí puede nacer el soportar martirios; de
aquí el holgarse en las tribulaciones; de aquí el caminar sobre las brasas como sobre rosas; de aquí
el superar los miedos y el abrazar lo que el mundo aborrece. El alma desposada con Cristo, dice
San Ambrosio, voluntariamente se une a Él en la cruz y nada exhibe más gloriosamente que los
emblemas del Crucificado. Mas para alcanzar esta perfecta unión, hacen falta unos medios, a saber:
Tener viva y continua memoria de los dones de Dios. Considerar sin cesar su infinita bondad. Evitar
con suma diligencia cuanto ofende a sus ojos, liberar el corazón de los bienes efímeros. Y, sobre
todo, meditar en la pasión de Cristo.
¿Dónde, sino en la Cruz, se funda nuestra esperanza de perdón y de vida? ¿Dónde la fortaleza con-
tra los desalientos? ¿Dónde la confianza de alcanzar salvación? ¿Dónde el impulso noble de mudar
de vida? La sangre de Cristo grita en nuestro favor pidiendo misericordia. Si Cristo te cubre con su
sangre, ¿quién podrá condenarte?
Consuélate pensando que el Padre ha designado como Juez al que antes fue tu Redentor: Y Él, por
condenarte, se condena a sí mismo. Arrancó de su conciencia el decreto que te sentenciaba, lo fijó
en la cruz y lo borró después con su sangre. En ese momento brotó sobre tu corazón regenerado la
esperanza y la misericordia”.
Pero, ¡qué heridas tan profundas de dolor se abrían en mi Corazón y como espadas cortantes lo
traspasaban de lado a lado! ¡Oh, si el Querer Divino no me hubiera sostenido con su Potencia, Yo
habría muerto tantas veces por cuantas fueron las penas que sufrió mi querido Jesús! ¡Cómo me
sentí despedazar el Corazón cuando lo vi por última vez, antes de la Pasión, pálido, con una tristeza
de muerte en su Rostro! Con voz temblorosa, como si quisiera sollozar me dijo: “Mamá, adiós, ben-
dice a tu Hijo y dame la obediencia de morir. Tu “Sí” y el Mío Divino, me hicieron concebirme en Ti;
el Mío y el tuyo, ahora, me deben hacer morir. Mamá querida, dime sin tardar: Te bendigo y te doy
la obediencia de morir crucificado, así quiere el Eterno y así quiero también Yo”.
Hijos míos, qué dolor agudísimo sufrí en aquel instante y, sin embargo, pronuncié, sin titubear, mi
“Hágase tu voluntad”, porque en Mí no existían penas forzadas, sino que todas eran voluntarias.
Nos dimos la bendición, nos dirigimos una última mirada y luego... mi querido Hijo, mi dulce Vida
partió, y Yo, tu doliente Mamá, quedé solo con mis penas. Pero si me quedé con mi dolor, con los
ojos del alma no lo perdí nunca de vista; lo seguí al Huerto de los Olivos en su tremenda agonía y...
¡oh, cómo me sangró el Corazón al verlo abandonado por todos, aun por los más fieles y queridos
Apóstoles!
434
Cenáculos del rosario
Hijos míos, el abandono por parte de las personas amadas es uno de los mayores tormentos que
el corazón humano puede sufrir en las horas tempestuosas de la vida. Pero mucho más íntimo fue
aquel que sufrió mi Unigénito que tanto había amado y cubierto de beneficios a sus Apóstoles, y
por los cuales estaba ahora a punto de dar su propia vida! Al verlo sudar sangre me sentía agonizar
con Él y lo sostenía entre mis brazos maternos. Siendo Yo inseparable de Él, sus amarguras se refle-
jaban en mi Corazón despedazado por el dolor y por el amor, con mayor intensidad que si hubieran
sido propios. Y así lo seguí toda la noche: no hubo pena ni ofensa que le hicieran que no resonara en
mi Corazón. Y al alba, no pudiendo resistir más, acompañada por Juan, por Magdalena y por otras
piadosas mujeres, lo quise seguir paso a paso, de un tribunal a otro, aun corporalmente.
Queridos hijos, Yo sentía los golpes de los flagelos que “llovían” sobre el cuerpo desnudo de mi Hijo,
sentía las burlas, escuchaba las risas satánicas de los verdugos, sentía las heridas que le hacían en
la cabeza cuando lo coronaron de espinas; lo vi cuando Pilatos lo mostró al pueblo con el rostro
desfigurado e irreconocible y me sentí aturdir por el grito de la plebe: “¡Crucifícale, crucifícale...!
lo vi, echarse la Cruz en sus espaldas, extenuado... No pudiendo soportar más apuré el paso para
darle el último abrazo y limpiarle el rostro, todo bañado de sangre. Pero... para Nosotros no había
piedad; los crueles soldados me alejaron, lo golpearon con las sogas y lo hicieron caer por tierra.
Habiéndolo seguido hasta el Calvario asistí a los dolores inauditos y a las contorsiones horribles que
sufrió mientras lo crucificaban y lo levantaban en la cruz.
Queridos hijos, ¡oh, con qué dolor inhumano desgarrador sentí lacerar mi Corazón por no poder
socorrer en tantas penas a mi Divino Hijo! Cada uno de sus espasmos repercutía en Mí y abría nue-
vos mares de dolor en mi sangriento Corazón, solamente hasta que Jesús fue levantado me fue
concedido estar a sus pies y en aquel instante supremo Yo recibí de sus labios en agonía el sagrado
don de todos mis hijos, el sello de Maternidad y el soberano derecho sobre todas la criaturas. Poco
después, entre tormentos inauditos, expiró... Toda la naturaleza se vistió de luto y lloró la muerte
de su Creador: lloró el sol oscureciéndose y retirando horrorizado su luz de la faz de la tierra, lloró
la tierra con un fuerte terremoto, abriéndose en diferente partes para anunciar la muerte de Aquél
que la había sacado de la nada; las tumbas se abrieron, los muertos resucitaron y el velo del Templo
se rasgó. Ante tal espectáculo todos fueron invadidos por el pánico y el terror, mientras que Yo,
única entre todos, quedaba como petrificada, esperando a que depositaran entre mis brazos a mi
Hijo muerto, antes de llevarlo a sepultar.
Míralo en mi regazo... ¡cómo está desfigurado el verdadero retrato de los males que el humano
querer causa en las pobres criaturas. En cada una de sus penas y en cada uno de mis dolores, Mi
dulce Hijo y yo quisimos sufrir tanto para levantar a todas las voluntades humanas del abismo de
todas las miserias en las cuales yacen. Nuestro amor fue tan grande que para poner a salvo la vol-
untad humana, la colmamos con nuestros sufrimientos y la encerramos en los mares inmensos de
nuestros dolores.
Hijos míos: Este día de mística muerte para tu Mamá dolorosa, es todo para ti. Tú deposita en cam-
bio en mis manos tu voluntad, a fin de que Yo la encierre en la llaga sangrante del costado de Jesús
como la más bella victoria obtenida por su Pasión y muerte y como el triunfo de mis crueles dolores.
Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) Antes de este nacimiento y por la misma causa de maternidad, había sufrido bastante cuando
José, ignorando el milagro de su maternidad, “resolvió repudiarla en secreto” (Mt 1 , 19).
c) Sufrió María la forzada emigración a Egipto “porque Herodes buscaba al niño para matarlo” (Mt
2, l3). No sólo tuvo que dejar su querida casa, sino que iba con el constante miedo de que Herodes
pudiera descubrir dónde se escondía el Niño Jesús.
d) “MADRE, AHÍ TIENES A TU HIJO” (Jn l9, 20). Obedeciendo estas últimas palabras de Jesús en
la cruz, María acepta una nueva, larga, más universal, más dolorosa maternidad: la de ser MADRE
ESPIRITUAL DE CADA UNO DE NOSOTROS. Hasta que no sea salvado el último hombre al final de
los tiempos, su Corazón de madre no podrá descansar. Sufrirá por cada uno de nosotros, las “ansias
de dolores de parto” (Ap l2, 2), en su misión afanosa de darnos luz para el Cielo.
CONCLUSIÓN BÍBLICA: Aún sin sufrir las torturas físicas de Jesús, sobradamente sufrió María en
su corazón porque AMABA. Y es propio del amor sufrir por el amado. A quien no ama no le importa
nada. Pero nadie fue tan fina para amar como María, precisamente por inmaculada. Cuanto más
inmaculada, más capaz de sufrir por ser más tierna y compasiva. NADIE PUES, HA SUFRIDO TAN-
TO COMO ELLA, después de Jesús, por ser su alma más honda, más afectada, más angustiada y
doliente que las almas menos sensibles y amorosas. Todo esto está profetizado por Simeón: “A TI
UNA ESPADA TE TRASPASARÁ EL ALMA” (Lucas 2, 35). Nótese bien que Simeón no dice: La es-
pada te atravesará el cuerpo, sino el ALMA. El destino de María, por ser corredentora como nueva
Eva, era sufrir en el ALMA.
¿Alude la Biblia al sufrimiento de María HOY? – ¡Sí! En dos pasajes:
a) En Génesis (3, l5), oigamos como Dios maldice a la Serpiente y profetiza: “Enemistad pondré
entre ti y la MUJER”. Lucha, enemistad acompañadas de dolor y sufrimiento.
b) En Apocalipsis reaparece la misma MUJER luchando contra SATANÁS. Y en esta lucha, dice
San Juan, “la mujer está encinta y grita con los dolores de parto y con el tormento de dar a luz”
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Cenáculos del rosario
(Apocalipsis 12, 2). Este “TORMENTO DE DAR A LUZ” describe los místicos dolores de parto con
los cuales María da nacimiento como corredentora, al Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, de la cual
ella es la Madre Dolorosa.
¿Cómo puede decirse que María “sufre” si está gloriosa y feliz en el Cielo? Contestaremos con otra
pregunta: ¿Cómo puede Jesús, ya resucitado y gloriosamente ascendido al Cielo, gemir con el fu-
turo San Pablo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” ¿Y qué sentirá una madre difunta sabiendo
y viendo desde el Cielo, a sus hijos en la tierra en grave pecado? ¿Se desinteresará del asunto por
ser ya beata del paraíso? ¿No se sentirá afectada y acongojada? ¿Dejará en el cielo de amar a sus
hijos, o más bien, no les amará inmensamente más todavía? ¿Y no es propio del amor, como dice
San Pablo en Romanos (12, 15): “llorar con quien llora y reír con quien ríe”? Estas realidades no se
comprenden tanto con el cerebro como con el corazón, porque, como dice Pascal: “el corazón tiene
sus razones que la razón no entiende”. Como seguidamente veremos, el Magisterio de la Iglesia no
ha dudado en hablar de las lágrimas que derrama nuestra Madre del Cielo a causa del actual com-
portamiento de sus hijos en la tierra.
b) Escribe en “las Glorias de María” san ALFONSO MARÍA DE LIGORIO: “Llama san Epifanio a la
Virgen Santísima la de muchos ojos, porque de continuo mira y atiende al remedio de todos los des-
dichados que vivimos en este valle de lágrimas...Tanta es vuestra misericordia, Señora, y tanto el
cuidado con que atendéis el alivio y remedio de nuestros males, que no parece que tenéis en el Cielo
otro empleo, otra solicitud que ésta. Y como la mayor miseria es la de los pecadores, sin descanso
rogáis por ellos. Aún en esta vida tuvo siempre para con los hombres un corazón tan amoroso y
tierno, que jamás hubo persona tan afligida de sus penas propias como la Virgen de las ajenas”.
c) El Papa Pío VII en una carta a la Iglesia de su tiempo (l80l) escribía: “Cuán grande ayuda y con-
suelo podemos prometernos esperar de María Virgen en nuestras adversidades, al entablar con Ella
espontáneamente COMUNIDAD DE PREOCUPACIONES Y ANGUSTIAS. Por ventura, puede uno
buscar ayuda mayor que la frecuente y piadosa meditación de los dolores de María para excitar en
su interior el dolor que Dios exige para compadecerse de nosotros”.
d) Sin embargo, el Papa que más explícitamente explicó en qué sentido María, aunque es feliz y
gloriosa, sufre y llora todavía en el Cielo, es el gran Papa Pío XII, en el primer año Mariano, 1954, y
a propósito del milagro de lagrimación de una estatua de la Virgen en Siracusa, Italia, en 1953, por
tres días y tres noches, milagro oficialmente reconocido por la Iglesia. Se expresó así, Pío XII, en un
radiomensaje: “Sin duda María es en el Cielo eternamente feliz, pero no permanece insensible, más
bien alienta siempre amor y compasión para el desgraciado género humano a quien fue dada por
Madre, cuando dolorosa y llorando; estaba al pie de la cruz, donde pendía su Hijo... ¿Comprenderán
los hombres el arcano lenguaje de aquellas lágrimas? ¡Oh, las lágrimas de María! Eran sobre el Gól-
gota, lágrimas de compasión por Jesús y de tristeza por los pecados del mundo. ¿Llora todavía por
las renovadas llagas producidas en el Cuerpo Místico de Cristo? ¿O llora por tantos hijos en quienes
el error y la culpa han pagado la vida de la gracia y ofenden gravemente a la Majestad Divina?” (Pío
XII. L7 de Octubre de l954).
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Vengo a recordarles hoy, queridos discípulos de este Cenáculo, que si riquísima en méritos fue la
vida de Mamá, no fue, sin embargo, por los milagros operados por Dios en Ella o por su intervención.
Grande es mi Madre como ninguna otra criatura, por las virtudes que, heroicamente ejercitó y por
los sufrimientos inauditos que ella no sólo aceptó de la mano de Dios, sino libre y generosamente
eligió porque apreciaba, como nadie, el precio del dolor como moneda de expiación y de salvación.
Sin dolor no hay remisión, pues aquél es el precio que el pecado exige. Más bien, ella sufrió antici-
padamente todos los martirios a los cuales Yo sería sometido, porque la conocía de antemano y con
todo su corazón los había aceptado.
Treinta años de su vida conmigo en un humilde casita y manteniéndonos con el duro traba manual
mío y de San José, no carecían, por cierto, todos estos afanes y privaciones que son el pan cotidiano
de una familia pobre como la nuestra y que debe vivir un mísero salario diario. Pero, en medio de
todas estas estrecheces y sostenida por su constante oración práctica de la caridad, mi dulce Mamá
era como un rayo de sol que difundía tranquilidad y paz.
Con su sonrisa llena de bondad alentaba a cualquiera que tuviese necesidad de ayuda la mayor
parte de la noche la pasaba en oración y su alegría más grande era cuando toda la familia se unía
en plegaria. Así, con mucha sencillez, con el ejercicio de la fe y con los sacrificios de cada día, se
preparaba para seguirme en la vida pública, iniciada por un milagro operado por su intercesión en
Caná; preludio, según parecía, de honores y triunfos. Pero, ¡fue todo lo contrario! Se convirtió en
la Madre de mis dolores, de las burlas, de la creciente hostilidad y, por fin, de mi condena a muerte
y terrible crucifixión. Terrible para su corazón tan sensible y amoroso que, sin gracia especial, no
hubiera sobrevivido a tantos tormentos.
¡Y ahora Ella sufre por ustedes! ¡Porque les ama y les quiere ver un día con Ella en el paraíso! ¡Cada
hijo suyo que se pierde para siempre es un agudísimo puñal más en su tierno Corazón! Y allá, en lo
íntimo de su Corazón de Madre, continúa ofreciendo sus lágrimas y mi Sangre por la redención del
mundo. Y el Padre del Cielo escucha sus suspiros, recoge sus lágrimas, atiende a sus oraciones y
abre las fuentes de la Misericordia, conmovido por los ruegos de tal Madre. Les invito, hijos míos, a
que rueguen a Mi Madre que interceda por los pobres pecadores. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
a) Jesús nos abre los ojos sobre el auténtico amor. En Lucas (6, 32), nos interpela: “Si amáis tan
sólo a los que le aman, qué mérito tenéis?... no aman así los paganos? Amad, más bien a vuestros
enemigos, haced el bien sin esperar nada a cambio. ¡Grande será vuestra recompensa!” Este tex-
to se aplica muy bien a los matrimonios. Si no pueden amarse como amigos, ¡que se amen como
enemigos!, pero que no dejen de amarse.
b) Con mucho sentido práctico, San Pablo nos recuerda que amar es soportarse y perdonarse para
así lograr que Dios nos perdone y nos soporte por toda la eternidad: “Soportándoos unos a otros,
- escribe en Colosenses (3, 15) - y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro.
Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros”.
c) Descubrimos en la Biblia que hay, un amor según la carne, y un amor según el espíritu. Este
supone, como explica San Pablo en Colosenses (3, 5) y Romanos (8, 12), que “hagamos morir” en
nosotros al hombre viejo con sus egoísmos, cóleras, codicias y pasiones, para que pueda desarrollar
es el hombre nuevo, espiritual, capaz de sacrificarse para el bien del otro.
d) Amar, en definitivo, es sacrificarse para la salvación eterna de los demás. ¿No busca el buen
Pastor a la oveja perdida? ¿Y no hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por
noventa y nueve justos?
b) SAN JUAN CRISÓSTOMO explica: “El amor que tiene por motivo a Cristo es firme, inquebrant-
able e indestructible. Nada será capaz de arrancarlo del alma. Quien así ama, aun cuando tenga que
sufrir como se quiera, no dejará nunca de amar si mira el motivo por el que ama. El que ama por
ser amado, terminará con su amor apenas sufra algo desagradable: pero quien está unido a Cristo
jamás se apartará de ese amor”. Por lo cual SAN JUAN DE LA CRUZ afirma: “Donde no hay amor,
pon amor y sacarás amor”.
c) Esto nos hace comprender por qué Dios hace del amor conyugal un SACRAMENTO. Es algo tan
profundo, heroico y exigente que sólo Dios puede dar a los esposos esta fuerza de quererse, sopor-
tarse y perdonarse siempre, y de entregarse, sin desfallecer al crecimiento de sus hijos. “El verdade-
ro amor conyugal, - advierte el
CONCILIO VATICANO II - “es algo muy superior a la mera inclinación erótica que, cultivada en for-
ma egoísta, desaparece pronto y miserablemente”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
a negarse a algo, a mortificarse, a frenar a sus instintos carnales. Acariciándoles, así, en su niñez
y tierna juventud, la sensualidad, la gula y la vanidad, permitiéndoles tantos caprichos y excesos,
¿cómo pretenden, luego, los padres que esos jóvenes sean capaces, mañana, de decir no al cigar-
rillo, al alcohol, a la pornografía, a las drogas y a los fuertes impulsos sexuales? ¡Cuántos padres se
lamentan y se desesperan por la conducta de sus hijos, sin darse cuenta que ellos mismo cargan
con la mayor parte de la culpa! ¿La causa? Pues que nunca formaron la voluntad de sus hijos, nunca
les dieron una sólida espina dorsal moral, nunca les enseñaron a decir no. Siempre se dedicaron a
satisfacer sus caprichos y a alcahuetear sus veleidades. Siempre cerraron los ojos antes sus yerros...
¡Cuánto me duele esta mentalidad moderna, en tan flagrante contradicción con mis enseñanzas
de Maestro de las alegrías verdaderas! Mis mandamientos “niégate a ti mismo”, “No cometas ac-
tos impuros”, “con mirar a una mujer deseándola, ya fornicaste en tu corazón”, son para todas las
edades y para todas las épocas. Nadie como Dios, su Creador, conoce la Naturaleza humana con
todas sus ansias y necesidades. ¿No es su derecho pues, determinar hasta qué punto el hombre
puede y debe dominarse?
La ley de la MORTIFICACIÓN urge desde la más tierna edad, porque es el medio indispensable para
lograr que el hombre se domine y controle los estímulos de la carne. Si el saberse mandar a sí mis-
mo es cosa difícil, es preciso ejercitarse desde la más tierna juventud, por medio de esa gimnasia
de voluntad que se llama mortificación. El que sabe vencerse a sí mismo, sabrá afrontar las dificul-
tades de la vida, se convertirá en un elemento útil a su familia, a la sociedad y a la Iglesia, y sabrá
conquistar “el Reino de los Cielos, del cual les dije: que se alcanza a la fuerza, y que solamente los
esforzados en él entrarán” (Mt 1, 1-12).
Padres de familia, les suplico: no se preocupen tan sólo por la salud, el diploma, el porvenir material
de sus hijos. Preocúpense también para que la voluntad de sus hijos sea adecuadamente educa-
da. De lo contrario la felicidad matrimonial de sus hijos se cubrirá pronto de densos nubarrones,
su diploma será poco aprovechado, ni su salud resistirá por mucho tiempo los estragos de vicios.
¡Cuántas esposas y niños son infelices al lado de un esposo o padre alcohólico, drogadicto o per-
vertido sexual! ¡Cuántos hijos no llevarán toda su vida, en su martirizada carne, los estigmas de una
enfermedad vergonzosa, porque sus padres no supieron controlarse! ¡Cuántos niños inocentes no
mueren actualmente, víctimas del SIDA! Dios no ordenaría la continencia y la castidad, si fueran
nocivas para la salud del hombre. ¡Con qué severidad no serán por Mí juzgados aquellos padres y
aquellas madres que con tanta ligereza empujan a sus hijos a que vayan a divertirse a salones de
bailes, y discotecas, no importa con quién y hasta qué hora de la noche! ¿Por qué no enseñan, al
contrario, a sus hijos los valores de la pureza, de la virginidad: que es respeto de esa maravilla de
Dios que es el cuerpo, que es cariño y amor para la futura esposa o esposo, que es ternura y piedad
para con los futuros hijos, que es señal de una alma fina y delicada, respetuosa de Dios y del orden
por Dios establecido para el bien del hombre?
El muchacho que pretende pedir todo a la muchacha como prueba de amor, en realidad no está
amando a la joven. Está sólo disfrutando de su cuerpo, está amándose a sí mismo, al placer que le
procura el calor de otra persona. Esto no es amar. Es más bien una caricatura del verdadero Amor.
Porque ¡amar nunca es pecar juntos! Si los padres todo lo consienten a los hijos: golosinas, fres-
cos, horas y horas frente al Televisor, y cualquier otro capricho... estos hijos serán mañana como
ciertos caballos que empachados por la mucha comida, se niegan a dejarse ensillar para no verse
privados de su libertad. Si los padres, al contrario saben, desde la más tierna edad, imponer a sus
hijos pequeños sacrificios, acostumbrándoles a la moderación en todo, al deber antes del placer; si
saben fortalecer su voluntad y su alma para los deberes que la vida les tiene preparado, ¡cuánto más
fácil sería su obra de educación y Mi obra de Redentor! Cómo se vería favorecido el gran aprendizaje
del amor, que es el arte supremo que todo hombre debe conquistar en la vida.
440
Cenáculos del rosario
Porque AMAR ES MORIR A SÍ MISMO. Amar es dominarse, es sacrificarse por el bien del amado,
no es mirarse unos a otros, sino mirar juntos en la misma dirección. Juntos hacia Mí, su Dios, que
los creó a ustedes en un exceso de Amor, y les puso en la tierra tan sólo para que aprendan la difícil
y nunca acabada lección de saber amar. Haciéndose, así, dignos, un día, de amar a Aquel que es la
Fuente de todo Amor y el único Amor verdadero: Dios. Así sea”.
Los protestantes dicen: basta con confesarse ante Dios. El sacerdote, hombre mortal y pecador, no
puedo perdonarles sus pecados. ¿Qué nos dice la Biblia? Es cierto que sólo Dios puede perdonar
los pecados. Pero Dios lo hace por medio de un hombre a quien Él mismo ha delegado su poder: el
sacerdote. Que así dice la Biblia no deja lugar a dudas. En Juan (20, 22) Jesús impone manos sobre
los Apóstoles diciendo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes ustedes perdonen los pecados, les
quedarán perdonados y a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”. Y en otra ocasión
Jesús aseguraba a sus Apóstoles: “lo que ustedes aten en este mundo, también quedará atado en el
cielo, y lo que ustedes desaten en este mundo, también quedará desatado en el cielo”. (Mt 18, 18). Y
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
en su primera carta (1, 8) San Juan escribe: “Si decimos que no tenemos pecados, nos engañamos a
nosotros mismos..., pero si confesamos nuestros pecados... Dios nos perdonará nuestros pecados
y nos limpiará de toda maldad”. También leemos en Hechos (19, 18) que “un gran número de los
que habían creído venían a confesar y a dar cuenta de sus actos” a Pablo. Y el mismo Pablo con-
firma, en su segunda carta a los Corintios (5, 18): “Todo esto viene de Dios que por Cristo NOS HA
CONFIADO EL MINISTERIO DE LA RECONCILIACIÓN”. De estas palabras de San Pablo deducimos
que Dios realmente ha comunicado el poder de perdonar los pecados, no sólo a los Apóstoles que
conocieron a Jesús, sino también a sus sucesores, como en el caso de San Pablo, que no conoció
a Jesús en la vida mortal de éste. Tenemos, pues, con los ojos de la fe, que VER en el sacerdote el
continuador de la Obra de Jesús y confesarle nuestros pecados como si fuera a Jesús mismo, ya que
es con el poder de Jesús que el sacerdote nos absuelve, o mejor dicho, es Jesús mismo que, a través
del sacerdote, nos está reconciliando.
a) Escribe SAN AGUSTÍN: “Suba el hombre al tribunal de su mente para dictar sentencia contra sí
mismo. Y constituido de esta manera el juicio de su corazón, haga acto de presencia la memoria
como acusadora, la conciencia como testigo, el temor como ejecutor”. Mientras que SAN BER-
NARDO confirma: “No es posible conocerse, sin arrepentirse, ni tampoco arrepentirse sin de veras
conocerse”. Y contra los protestantes que niegan el sacramento de la confesión, el Concilio Triden-
tino estableció firmemente: “Si alguno dijere que no es necesario de derecho divino confesar en el
Sacramento de la Penitencia para alcanzar el perdón de los pecados, todas y cada una de las culpas
mortales de que con debido y diligente EXAMEN se haga memoria, SEA EXCOMULGADO”.
¿Cómo podrá curarte si no sabe de dónde procede tu enfermedad? La misma solicitud debes tener
con la salud de tu alma. Examinar tu conciencia es colocarte delante de Dios como frente a un
aparato de rayos “X”, preguntándote: “¿Te he ofendido hoy, Jesús mío?” Entonces este Médico Ce-
lestial, que soy Yo, conociéndote a fondo te podré iluminar para que descubras todo lo que disgusta
a Dios en tu vida y cuál es la raíz de tus defectos: ¿acaso el orgullo, la envidia, la sensualidad o un
odio secreto?... ¿Es por resentimiento que hablas mal de tal persona? ¿Es por pereza que descuidas
tus deberes? ¿Es por envidia que robaste o que te burlaste de tal persona?... Pero, ¡cuidado! El
enemigo del alma, siempre al acecho para infiltrarse y turbar todo lo que haces, podrá aprovechar
tu examen de conciencia para quitarte la paz y la alegría del alma, tan indispensable para la salud
espiritual. Examinar tu conciencia no significa revolver el lodo del pasado, es decir, los pecados ya
debidamente confesados. Un examen de conciencia sólo debe abarcar las faltas cometidas desde
la última confesión. Pero si has callado u olvidado pecados graves en una confesión anterior, en-
tonces sí, sería preciso incluirles en tu actual examen y en tu siguiente confesión. Cuidado, pues, de
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Cenáculos del rosario
no amargarte o paralizarte con el recuerdo de pecados ya confesados. Dios cuando perdona, olvi-
da. Haz tú lo mismo. Examinar tus pecados tampoco es detenerse morbosamente en recordarles
en detalle. No te detengas mucho en examinar pecados impuros, porque son como el alquitrán que
mancha todo si no se maneja con sumo cuidado. Tampoco te aflijas con gran ansiedad tratando de
recordar cada una de tus más mínimas faltas con el peligro de caer en escrupulosidad. A estas almas
les digo: ¿Por qué te afliges así? Haz lo que puedas, que supliré Yo lo que falta. Nada pido tanto de
los que reciben los sacramentos como un corazón contrito y humillado, que con voluntad sincera
de no desagradarme en lo sucesivo, se acusan sin doblez; haciendo lo cual, perdono Yo sin tardanza
y de aquí sigue la verdadera y perfecta enmienda.
Cuando examines tu conciencia, ponte en presencia de Dios, pidiéndole luz, sin perder confianza,
sin atormentarte con escrúpulos enfermizos, pero también sin negligencia y falta de seguridad.
Porque confesarse es un acto muy grande. Es hacer una estación en el Calvario y mirar allí a la vícti-
ma que tus pecados clavaron en la cruz. Recuerda: los pecados que ocultarías, si son graves, harían
inválida la confesión y sacrílegas las comuniones. Ojalá, estas enseñanzas te sean provechosas y
que tu examen de conciencia te sirva para corregir tus defectos, dominar tus vicios, modelar tu
propio carácter y ser más agradable a Dios y a tus hermanos. Y luego, ven entre mis brazos a buscar
tu perdón y en el futuro compensa lo que robaste a mi Amor queriéndome mucho. Así sea”.
b) Cuán dulces son para nosotros, pobres pecadores, esas invitaciones y afirmaciones de Jesús, tan
llenas de misericordia: “Venid a Mí todos... que yo os aliviaré” (Mt 11:28) “No son los sanos, sino los
enfermos que necesitan de médico” (Mt 9:12). Y lo que Isaías profetizó de Jesús: “La caña cascada
no la quebrará; ni apagará la mecha que aún humea” (Is 42:3) “Él mismo ha cargado con nuestras
dolencias, y ha tomado sobre sí nuestras enfermedades” (Is 53:4, citado en Mt 8:17).
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) Escribe Santa TERESA DEL NIÑO JESÚS: “No es el haber sido preservada de pecado mortal el
motivo porque me lanzo con las alas de la confianza y del amor hacia Dios. ¡Ah! siento que aún te-
niendo sobre mi conciencia todos los crímenes del mundo, nada perdería yo de esta confianza. Con
corazón contrito me echaría en brazos de mi Salvador.
Yo sé que El ama con ternura al hijo pródigo, conozco las palabras que dirigió a la pecadora, a la
adúltera y a la samaritana. Nada hay que pueda atemorizarme. Sé lo que significa su amor miseri-
cordia. Sé que el mayor número de mis pecado puede consumirse en un momento como una gota
de agua que cae en el horno”.
Conozco todos los defectos de los hombres y toda su debilidad. Sé que el hombre es atraído hacia
el mal por el desorden de los sentidos. Sé que el demonio lo tienta, engañándolo de cualquier forma
y que cae. Sé que el hombre está más inclinado a las cosas materiales que a las del Cielo. Sé que por
sí solo no puede elevarse una pulgada de la tierra. Lo veo, pecador miserable e ingrato, pisotear Mis
dones, rehusar Mis enseñanzas, creándose la ilusión de poder hacerlo todo por sí mismo, buscar su
gloria y no la Mía, dejarse vencer por el desaliento en medio de las dificultades, dirigirse a las criatu-
ras olvidándose de su Dios, y tantas y tantas otras miserias que lo hacen rodar en el barro.
Pues bien, Yo, el Hijo de Dios, miro a este hombre con ternura y compasión, con esperanza y confi-
anza. Sólo tengo el deseo de purificarlo y levantarlo. Quisiera cubrirlo con Mis méritos, lavarlo con
Mi Sangre, perdonarle cada pecado, estrecharlo entre Mis brazos con amor, levantarlo después
de cada una de sus caídas y conducirlo a la Gloria Eterna. Todo esto lo deseo y lo puedo hacer. Me
basta un acto de su voluntad, el deseo de rehabilitarse y de corresponder a Mis designios. Me basta
que esta alma reconozca su nada y su malicia, su pobreza y su miseria extremas y que se dirija a Mí
como el náufrago que está a punto de ahogarse, como el mendigo que quiere que lo ayuden, como
el hombre de buena voluntad que se pone a Mis órdenes, para que Yo me olvide de que soy el Su-
premo Señor, la Perfección Infinita, la Sabiduría Eterna y me lance inmediatamente sobre esta alma
para hacerla Mía. Entonces, Yo hago de ella el objeto de Mis ternuras y de Mis delicias, la modelo
como una blanda cera, la hago semejante a Mí.
A veces, la aprieto entre Mis brazos, la estrecho contra Mi Corazón, le doy el regalo de Mi Cruz y
le manifiesto mis secretos. Si ella se abandona a Mí como un niño, soy para ella Padre y Madre. Si
quiere ser instruida por Mí, soy el Maestro; si Me ama con ternura y generosidad, soy su Dios y su
Todo, su recompensa y su Gloria infinita.
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Cenáculos del rosario
AYÚDAME A SALVAR
Aun Cuando Yo, la Perfección infinita, amo la perfección en mis hijos, sin embargo, lo que me lleva
hacia ellos no es la perfección, sino su miseria. Salgo a buscar al pecador, impulsado por el mismo
deseo con que una mujer se pone a buscar la moneda que se le perdió, registrando todos los rin-
cones de su casa. Yo vine a la tierra por los pecadores y los amo. Todos ustedes son pecadores y
cada uno de sus retornos a Mí en el Sacramento de la Confesión, si es sincero, Me produce la misma
alegría inmensa que el hijo pródigo le produjo a su padre. El que me ayuda y se sacrifica conmigo
para que regresen los hijos extraviados, participa en una obra divina de redención y goza en parte
de Mi alegría. ¿No has experimentado tú también, discípulo mío, esa alegría cuando has visto a
personas alejadas de Dios que, gracias a tu palabra o a tu Cenáculo, y a Mi Gracia, han vuelto a Mi
Corazón?
Ruega, discípulo mío, por los pecadores. Es un deber para todo cristiano, para todo hijo de Dios.
Nunca dejes de ayudarme a que sea fructífera mi Pasión para tantas almas que han costado el pre-
cio de Mi Sangre. Yo soy quien salva las almas, pero, te lo ruego seas un instrumento dócil entre Mis
Manos para la salvación de muchos. Te lo agradeceré y te lo recompensaré por toda la eternidad
como sabe hacerlo un Dios Todopoderoso y todo amoroso. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
se llenó de una inmensa alegría. “No sale tan hermoso el lucero de la mañana, dice fray Luis de
Granada, como resplandeció en los ojos de la Madre aquella cara llena de gracias y aquel espejo
sin mancilla de la gloria divina. Ve el cuerpo del Hijo resucitado y glorioso, despedidas ya todas las
fealdades pasadas, vuelta la gracia de aquellos ojos divinos y resucitados y acrecentados su prim-
era hermosura. Las aberturas de las llagas, que eran para la Madre como cuchillos de dolor, verlas
hechas fuentes de amor; al que vio penar entre ladrones, verle acompañado de ángeles y santos; al
que la encomendaba desde la cruz al discípulo ve cómo ahora extiende sus amorosos brazos y le da
dulce paz en rostro, al que tuvo muerto en sus brazos, verle ahora resucitado ante sus ojos. Tiénele,
no le deja; abrázale pídele que no se le vaya; entonces, enmudecida de dolor no sabía qué decir,
ahora, enmudecida de alegría tampoco puede hablar”.
Oh, ¡qué fiesta, cuántos agradecimientos prodigó toda aquella muchedumbre de almas a mi Hijo
que había ido a ellos para hacerlos, bienaventurados y llevarlos con Él a la gloria celestial! Como ves
en cuanto murió, en seguida, tuvieron principio sus conquistas. Lo mismo sucede, queridos hijos, a
la criatura humana. Desde el mismo instante, en el cual ella hace morir su propia voluntad y acoge
en su lugar a la Divina, comienzan para ella las conquistas en el orden divino, la gloria y el gozo, aun
en medio de los más grandes dolores.
Entre tanto si bien los ojos de mi alma siguieron siempre a mi Hijo y nunca lo perdieron de vista,
durante los tres días que permaneció en el sepulcro, Yo tenía tales ansias de verlo resucitado que
continuamente repetía en la hoguera de mi amor: “¡Resucita, Gloria mía, resucita, Gloria mía...!”
Mis suspiros eran de fuego, mis deseos eran tan ardientes que me sentía consumir. Finalmente vi,
a mi querido Hijo llegarse en triunfo al sepulcro acompañado de la innumerable muchedumbre de
almas liberadas.
Era el alba del tercer día, y así como toda la naturaleza había llorado, por su muerte así también go-
zaba ahora por su inminente Resurrección. ¡Oh maravilla! Antes de salir de la tumba Jesús mostró a
aquella multitud de almas su Santísima Humanidad sangrante, toda llagada y desfigurada tal como
había quedado por amor a ellos y a todo el género humano. ¡Cómo quedaron admiradas y conmovi-
das aquellas almas santas contemplando los suplicios y los tormentos infligidos a ese cuerpo divino,
sus excesos de amor y el gran portento de la Redención!
Discípulo mío, cómo me habría gustado que tú hubieras estado conmigo en el momento de la Res-
urrección de mi Divino Hijo ¡Él era todo Majestad! De su Divinidad brotaban mares de luz y de belle-
za encantadores, capaces de llenar Cielo y tierra.
Haciendo uso de su propia Potencia ordenó a su muerta Humanidad que acogiera nuevamente a
su Alma y que resucitara gloriosa a vida inmortal. ¡Qué acto tan solemne! Mi querido Jesús triun-
faba sobre la muerte diciéndole: “¡Muerte, de ahora en adelante tú no serás más muerte, sino que
serás vida!” Así con este acto de sobrehumano imperio Él confirmaba su Divinidad, su doctrina, sus
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Cenáculos del rosario
milagros, la vida de los Sacramentos y la de toda la Iglesia. Él, además, triunfaba sobre las volunta-
des humanas debilitadas y casi muertas en el verdadero bien para hacer surgir en ellas la Vida del
Querer Divino que habría traído a las criaturas la plenitud de la santidad y de todos los bienes. Él
en virtud de su Resurrección ponía en los cuerpos el germen de la futura inmortalidad y de la gloria
imperecedera. Queridos hijos, la Resurrección de mi Hijo es la coronación de todas sus obras y es el
acto más solemne que Él haya realizado por amor a la criatura.
Deben saber, queridos discípulos míos, que después de la muerte de mi dulce Hijo, Yo me retiré
al Cenáculo junto con el amado Juan y con Magdalena. Mi corazón sufría mucho al ver que única-
mente Juan estaba Conmigo y en mi dolor preguntaba: “Y los demás Apóstoles ¿dónde están?” En
cuanto ellos supieron que Jesús había resucitado, tocados por una gracia especial se conmovieron
y llorando vinieron, uno por uno, a Mí y me pidieron perdón con lágrimas, por haber abandonado a
su Maestro con su huida vil. Yo los acogí maternalmente en el arca de refugio y de consuelo de mi
corazón: aseguré a cada uno el perdón de Mi Hijo y les di valor para no temer, pues su suerte estaba
en mis manos por haberlos recibido como hijos míos.
Si bien yo había gozado de la primera aparición de mi Hijo Resucitado, no dije nada a ninguno
esperando que Él mismo se manifestara a todos glorioso y triunfante. La primera que lo vio fue la
afortunada Magdalena, después lo vieron las piadosas mujeres, quienes llenas de alegría vinieron
a anunciarme que lo habían contemplado resucitado. Mientras Yo las escuchaba con semblante de
triunfo, las confirmaba en la fe de la Resurrección. Durante ese día casi todos los apóstoles huyeron
abandonando a su Señor y por lo que sintieron tal temor que debieron ocultarse y... aun negarlo,
como sucedió con Pedro. Pero si en cambio ellos hubieran estado dominados por la Divina Volun-
tad, no solo no se hubieran alejado de su Maestro, sino que valerosos e intrépidos, habrían perma-
necido siempre a su lado, sintiéndose honrados en dar su propia vida para defenderlo.
Mi amado Jesús, después de la Resurrección estuvo aún en la tierra por cuarenta días y continua-
mente se apareció a los Apóstoles y a los discípulos para confirmarlos en la fe y para aumentar su
certeza en la Resurrección. Transcurridos los cuarenta días mi dulce Jesús enseñó por última vez
a sus Apóstoles y después de haberme elegido como su Maestra y Guía y de haber prometido, Él
envío del Espíritu Santo, bendiciéndonos a todos y tomó el vuelo hacia el Cielo con el cortejo mar-
avilloso de las almas por Él liberadas.
Queridos hijos, todo lo que han escuchado y admirado no ha sido otra cosa que efecto de la Po-
tencia de la Divina Voluntad obrante en Mí y en mi Hijo ¿Comprenden ahora la razón por la cual Yo
ardo en el deseo de encerrar en ustedes la actividad poderosa del Divino Querer? Todas las criaturas
poseen el Divino Querer, pero lo tienen sofocado, como si fuera su siervo. Mientras que si dieran
vida en ellos, ¡Él podría obrar prodigios de santidad y de gracia y realizar en ellos obras dignas
de su Potencial! Está, en cambio, obligado a permanecer inoperante. Su acción está limitada y
obstaculizada y las más de las veces en realidad impedida. Por eso sean atentos y cooperen con
todas sus fuerzas a fin de que el Cielo de la Divina Voluntad se extienda en ustedes y que Mi Hijo
Resucitado con Su poder obre en ustedes como quiera, y todo lo que quiera. Así sea”.
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También quise enseñar a las almas que toda acción importante debe ir prevenida y vivificada por
la oración porque en la oración se fortifica el alma para lo más difícil y Dios se comunica a ella, y la
aconseja e inspira, aun cuando el alma no lo sienta”. Aprendemos hoy esta preciosa lección.
b) Toda la vida de Cristo es una ofrenda reparadora y expiatoria: El Hijo de Dios “bajado del cielo
no para hacer su voluntad sino la del Padre que le ha enviado” explica San Juan 6, “al entrar en este
mundo, dice:... He aquí que vengo... para hacer, oh Dios, tu voluntad”... (Hbr 10). “Mi alimento es
hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra”(Jn 4). “El mundo ha de saber que
amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado” (Jn 14). Este deseo de aceptar el designio
de amor redentor de su Padre anima toda la vida de Jesús por su Pasión redentora es la razón de ser
de su Encarnación: “¡Padre líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!” (Jn 12).
“El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?” (Jn 18).
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Cenáculos del rosario
na; además, a diferencia de la nuestra, está perfectamente exenta de pecado que es la causa de la
muerte; pero sobre todo asumida por la persona divina del “Príncipe de la Vida”, de “el que vive”. Al
aceptar en su voluntad humana que se haga la voluntad del Padre acepta su muerte como redento-
ra para “llevar nuestras faltas en su cuerpo sobre el madero”.
Jesús reemplaza nuestra desobediencia por su obediencia. Como por la desobediencia de un solo
hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos
serán constituidos justos. Por su obediencia hasta la muerte, Jesús llevó a cabo la sustitución del
Siervo doliente que “se dio a sí mismo en expiación, cuando llevó el pecado de muchos”, a quienes
“justificará y cuyas culpas soportará”. Así Jesús repara por nuestras faltas y satisface al Padre por
nuestros pecados”
JESÚS: “Discípulo mío, has dicho bien: fue una verdadera pasión anticipada y por lo mismo, más
dolorosa que la misma Pasión. Cuando prevés un mal, sientes mucha amargura y mucho miedo,
pero, no tienes certeza de que se producirá, o al menos, no prevés los detalles. En esta terrible
noche del jueves al Viernes Santo, Yo, al contrario, veía todo el martirio al que se Me sometería den-
tro de algunas horas, y sentía toda la pena y la atrocidad. Veía a los verdugos que Me ataban y me
escupían, veía a los que se burlaban de Mí y Me insultaban ignominiosamente. Me veía despojado
de mis vestiduras y vestido de payaso, arrastrado por los caminos y conducido de Caifás a Pilatos y
de Pilatos a Herodes.
Oía a ese pueblo, al que había amado tanto y colmado de beneficios, gritar su “crucifícale” y escoger
a Barrabás, ladrón y asesino. Sentía que las espinas coronaban Mi frente, los latigazos golpeaban
mis espaldas y mi cuerpo, arrancándome jirones de carne, y como si esto no hubiera saciado la sed
inextinguible de mis verdugos y del pueblo, los veía colocar la cruz sobre mis espaldas. Sentía ya
todo su peso, contaba las caídas hasta el momento en que sentía que los dardos traspasaban mis
manos y mis pies y Me veía clavado en una Cruz. Nada escapaba a mi pensamiento ni a mi sensibil-
idad; todo contribuía a hacer más agudo mi martirio.
Mi alma triste y desamparada padecía angustias de muerte... Me sentí agobiado por el peso de las
más negras ingratitudes. La sangre que brotaba de todos los poros de mi cuerpo, y que dentro de
poco saldría de todas mis heridas, sería inútil para gran número de almas. Mucha se perderían...
muchísimas me ofenderían y otras no me conocerían siquiera... Derramaría mi Sangre por todas y
mis méritos serían aplicados a cada una de ellas...
¡Sangre divina!... ¡Méritos infinitos!... Y sin embargo, inútiles para tantas y tantas almas!... Sí; por
todas derramaría mi Sangre y a todas amaría con gran amor. Mas para muchas este amor sería
más delicado, más tierno, más ardiente... De estas almas escogidas esperaba más consuelo y más
amor; más generosidad, más abnegación... Esperaba, en fin, más delicada correspondencia a mis
bondades.
Y sin embargo... ¡ah! en aquel momento, vi, cuántas me habían de volver la espalda. Unas no serían
fieles en escuchar mi voz... Otras, la escucharían pero sin seguirla; otras, responderían al principio
con cierta generosidad, mas luego, poco a poco caerían en el sueño de la tibieza. Sus obras me
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dirían: ya he trabajado bastante; he mortificado mi naturaleza y he llevado una vida de abneg-
ación... Bien puedo permitirme ahora un poco más de libertad. Ya no soy una niña.... Ya no hace
falta tanta vigilancia ni tanta privación... Me puedo dispensar de lo que me molesta... ¡Pobre alma!
¿Empiezas a dormir? Dentro de poco vendré y no me oirás porque estarás dormida. Desearé con-
cederte una gracia y no podrás recibirla... Y ¿quién sabe si después tendrás fuerzas para despertar?
Mira que si vas perdiendo alimento se debilitará tu alma y no podrá salir de este letargo... Discípulos
míos queridos: Pensad que a muchos los ha sorprendido la muerte en medio de un profundo sueño.
Y ¿Dónde y cómo se han despertado?
Todas estas cosas se agolpaban ante mis ojos, y el sufrimiento de la Pasión, se Me presentaba en
toda su integridad y en los menores detalles, con una realidad tan atroz, que mis venas sudaron
sangre en abundancia, hasta el punto de formar a mis pies, en el suelo, hilillos rojizos. Pueden haber
personas que nieguen que Yo haya sufrido mucho, y que mi sufrimiento haya sobrepasado el de
cualquier persona humana; puede haber quien nieguen que mi sufrimiento no tenga comparación
con cualquier sufrimiento de cualquier criatura, pero están equivocados y Yo te explicaré por qué.
Una persona sufre mucho más cuando su espíritu es más fino, más sensible y más amante. ¿Quién
puede comprender la infinita delicadeza de Mi Espíritu, íntimamente unido a la persona del Verbo,
hasta no hacer más que uno con Él? Si una grosería puede herir el corazón de una mamá afectuosa,
que se prodiga por su hijo ¿qué puede sufrir el Corazón del Hijo de Dios después de haber dejado
el cielo para venir a la tierra y conducir a los hombres, sus hijos, a la conquista de bienes eternos, al
verse traicionado, maltratado crucificado?
He sufrido con todos los mártires de todos los tiempos las penas de cada uno. He sufrido a causa
de la malicia y de la incredulidad de los perversos. He sufrido por los inocentes y por los justos in-
comprendidos y maltratados. He sufrido por tener que hacer sufrir a mi Santa Mamá, ya que debía
hacerla participar de mi obra redentora, de suerte que, con justa razón se la pudiese llamar la Reina
de los Mártires y la Corredentora de los hombres.
Discípulo mío: Dime, si después de este breve enunciado de lo que Me ha hecho sufrir durante esta
noche santa, dime si serás capaz todavía de rehusar las crucecitas que diariamente coloco sobre las
espaldas de mis hijos como medio de salvación. El que rehúsa su crucecita, cargará una más pesada
sobre Mí y sobre sus hermanos, y hace incierto la salvación de su alma. El que abraza la cruz y sube
conmigo, Me ayuda a conquistar el mundo y a salvarlo. Gracias por esta hora que has pasado pen-
sando en mis dolores. Al que se preocupa de aliviar mis dolores y de consolarme, Yo estaré junto a
él con mi Mamá para consolarlo de los suyos.
Discípulo mío, deseo que en esta Semana Santa, dediques un pensamiento muy especial a mi
Madre Dolorosa, olvidando todo dolor y toda preocupación propia para pensar en Ella, en lo que la
aflige y la crucifica conmigo en la cruz. Pasa esta semana en santo recogimiento por amor a Ella. Es
la mejor de las madres y merece todo tu amor y toda tu comprensión. Sacarás provecho espiritual,
porque Ella te ayudará a superarte a ti misma y a vencerte en múltiples cositas insignificantes, por
las que te atormentas inútilmente. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
b) Jesús lloró sobre la Ciudad de Jerusalén previendo su terrible destrucción “en castigo de no haber
aceptado la oportunidad que se te brinda al ser visitada” (Lc 19, 44). ¿Tendrá Jesús que llorar un día
sobre nosotros, o podrá alegrarse y felicitarnos? Este es el gran interrogante de la Palabra de Dios.
CONCLUSIÓN BÍBLICA: Ojalá pudiéramos exclamar al final de nuestra vida con San Pablo: “La gra-
cia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien he trabajado más que todos ellos. Pero no soy yo,
sino la gracia de Dios que está conmigo” (1 Cor 15, 10).
b) SAN JUAN DE LA CRUZ exclama dolorosa y apasionadamente: “¡Oh almas criadas para estas
grandezas y para ellas llamadas!; ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? ¡Oh miserable ceguera de
los ojos de vuestra alma pues para tanta luz estáis ciegos, y para tan, grandes voces sordos!”.
c) SAN FRANCISCO DE SALES nos da una descripción muy completa de las llamadas INSPIRA-
CIONES DIVINAS: “Llamemos INSPIRACIONES a todos los atractivos, movimientos, reproches re-
mordimientos interiores, luces y conocimientos que Dios, obra en nosotros, previniendo nuestro
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Corazón con sus bendiciones, por su cuidado y amor paternal, a fin de despertarnos, excitarnos,
empujarnos y atraernos a las santas virtudes, al amor celestial, a las buenas resoluciones; en una
palabra a todo cuanto nos encamina a nuestro bien eterno”. Y concluiremos con un texto del Siervo
de Dios José MARÍA ES CRIVÁ DE BALAGUER que nos describe la alegría de la correspondencia:
“Da gracias a Dios, que te ayudó, y gózate en tu victoria. ¡Qué alegría más honda esa que siente tu
alma después de haber correspondido!”.
Sí discípulo mío, tú y Yo juntos hemos de hacer esta gran obra que es la única razón por la cual te
puso Dios en esta tierra y por la cual Yo, bajé a ella: ¡SANTIFICARTE! Tu máxima preocupación debe
ser ésta hasta que esta idea llegue a convertirse en una obsesión, que no puedas ni sepas apartar de
ti: ¡Piénsalo y repítelo muchas veces!...: “Quiero ser santo. Yo puedo, yo quiero, yo debo ser santo
porque mi Padre del Cielo así me lo exige en la Escritura: “Santificaos y sed santos, pues Yo soy san-
to” (Le 11, 44). Claro, está ¡tú no tienes que lograrlo sólo! Sería esto sin duda, labor sobrehumana.
Lo hará Dios, pero solo no. Aunque Él no necesita nada de nadie, pide, exige y agradece tu ayuda,
respetando tu libertad del hombre.
¿Por qué no hacer la prueba y ver lo que podemos hacer tú y Yo?... Mira qué bien cumple Dios la
parte que le corresponde a Él. Además de la gracia santificante, que recibiste el día de tu bautis-
mo y que permanece en las almas salvo cuando cometen pecado mortal, Dios da a tu alma otro
sinnúmero de gracias actuales, pasajeras que son como su aliento y su sostén. Entre ellas están las
llamadas DIVINAS INSPIRACIONES, que de tantos modos y tan y tan frecuentemente usa Dios
para encaminar, empujar y dirigir tu alma. ¿No te parece una dignidad inmensa que Dios te concede
el que Él mismo se ocupe de ese modo de ti, que venga a ser tu Maestro, tu guía tu director? ¿Y
que esto lo haga con tanta frecuencia, con tanto cuidado, con tanta paciencia y mansedumbre, con
tanta dulzura como la que emplea para insinuarse en tu alma?
Yo soy ese Divino Sembrador que a todas horas, por medio de mi Espíritu, estoy arrojando en el
campo de tu alma la semilla de las divinas inspiraciones... ¡Cuántas cosas no te digo, al cabo del
día y no me quieres escuchar!... ¡Cuántas cosas te sugiero que hagas, cuántas que no hagas! Estoy
siempre a la puerta de tu alma, llamando para que abras. Unas veces te reprendí, otras te aliento y
consuelo, otras te incito y arrastro; en todo te llamo hacia una más íntima unión conmigo, unión
de mente, de voluntad y de corazón, que es el fin y término de todas estas inspiraciones y llamadas
interiores. ¡Cuánta paciencia empleo en esta labor!... Nadie es tan paciente como Dios con el hom-
bre. Día y noche trabajo contigo y por ti; miles de veces te he llamado y esperado inútilmente la re-
spuesta, porque no Me hacías caso, o cerrabas la puerta del alma o no entendías ni querías entend-
er lo que te decía... ¡qué pena tan grande!. ¡Cuánto tiempo perdido!... ¡Cuántas gracias inutilizadas
despreciadas!... Mis Santos no desperdiciaron ni inutilizaron las gracias que el Señor les dio. Todas
hallaron siempre eco en su corazón, y por eso produjeron en su alma el ciento o el mil por uno. La
semilla es siempre la misma. Esa misma es la que te doy a ti... La diferencia pues, está en la tierra
donde cae: una es camino abierto a todas tus impresiones, allí entra todo, de suerte que aunque
se oye la voz de Dios, también se oye la voz del mundo, del demonio y aun de la propia carne... ¿es
entonces extraño que esa simiente no produzca nada? Con tanto ruido y alboroto de los que pasan
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Cenáculos del rosario
por el camino de tu alma, no se oye bien lo voz de Dios. Otras son duras como las piedras... Yo les
llamo, ya Me ven, ya me oyen, ya saben lo que deseo y lo que pido, pero no quieren; y cuanto más
Yo les llamo, más y más se endurecen sus corazones. Otros aceptan lo que Dios les inspira y qui-
eren seguirle, pero las espinas de las pasiones brotan con fuerza, con exigencias tiránicas; no hay
energía para vencerles y las espinas sofocan el brote de la buena simiente... Sólo la tierra buena que
recibe, abraza y cultivan en su interior, esta semilla divina llega a producir frutos como las almas
de los santos, como el alma de María... Detente ante esta consideración, abísmate ante la santidad
incomparable de María y mírale como fruto de su fidelidad exactísima a las gracias e inspiraciones
de Dios... ¡Qué cosas hizo Dios con María...! ¡Qué cosas no haría en ti - vuelvo a preguntártelo- si
tú quisieras!... ¡Si tú te dejaras!
No le niegues tu cooperación, nadie puede tener más interés que tú...; el fruto de que ello consigas,
será por ti por toda una eternidad de aumentada gloria y dicha. ¡Cuánto fruto se ha perdido hasta
ahora por esto... por tu culpa! Si ahora, el pensarlo seriamente delante de Dios, debe darte pena,
¿qué será el día de tu muerte, cuando te veas con tan poco fruto y sólo porque tú no quisiste?... No
consientas que tu corazón siga por ese camino... ¡decídete, de una vez, a ser muy fiel a las inspir-
ación del Cielo en cualquier forma que el Señor te las mande!... No apagues la luz que Él enciende
para iluminarte, porque caminarás a oscuras. Así lo has hecho muchas veces y Dios misericordioso
lo ha vuelto a encender y la luz ha reaparecido...
Mira que algún día esas mismas inspiraciones que ahora rechazas se levantarán contra ti para acu-
sarte... ¿Qué responderías?... No abuses de ellas, pues su número está contado y ¡quién sabe si la
que estás sintiendo en este Cenáculo sea la última!... ¿Quién te asegura que no sea éste el último
llamado de Dios?... No endurezcas tu corazón, responde con presteza y acude fielmente al llama-
do... Pídemelo así a Mí y a mi Santísima Madre, la Virgen siempre fiel a todas las inspiraciones de lo
Alto. Así sea”.
Al amor a las almas le impulsó a dejarnos el sacramento de la Penitencia, para perdonarnos, no sola
una ni dos veces, sino cuantas veces necesitamos recobrar la gracia. Allí nos está esperando; allí de-
sea que vengamos a lavarnos de nuestras culpas, no con agua, sino con su propia Sangre... Y, ¿qué
desea Jesús de nosotros?... Quiero que las almas, en retorno del amor que les tiene, le devuelvan
amor. “Amor, dijo Santa Teresa, saca amor”. Aprendemos hoy a calmar la sed de “Quien tiene sed
de nuestra sed”, según la maravillosa expresión de SAN GREGORIO MAGNO.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) “Tengo sed”; se quejó dulce y amorosamente Jesús desde el alto de la Cruz. Lo que SAN GREGO-
RIO MAGNO así comentó: “Tiene sed de nuestra sed”.
b) Jesús es el Maestro en la Escuela de amar recuerda el BEATO ESCRIVÁ DE BALAGUER: “Es Mae-
stro de una ciencia que sólo Él posee: la del amor sin límites a Dios y, en Dios, a todos los hombres.
En la escuela de Cristo se aprende que nuestra existencia no nos pertenece”.
Junto al pozo de Jacob le pedí de beber a la Samaritana y en ella a todas las Samaritanas del mun-
do. De pecador la convertí en apóstol. Intercambiamos el agua que nos quitaba la sed. Ella Me dio
su alma, sus pecados y su amor: Yo le di Mi gracia y el deseo del apostolado. Discípulos míos, les
suplico: Quítenme esa sed. Es una sed que sólo se acabará al fin de los siglos, cuando se haya com-
pletado la Redención y esté completa la Jerusalén Celestial. Pero mientras haya un hombre en la
tierra, Yo Su Dios, tengo sed de su alma, de su amor y de su salvación.
Vengan, vengan todos a Mi Corazón. Que las fieles no tengan miedo de Mí... Que los pecadores no
huyan de Mí...Que vengan a refugiarse en mi Corazón: Yo los recibiré con paternal amor. Yo extin-
guiré su sed de cosas mundanas, los ayudaré a elevarse hasta el Cielo. Les diré cuán suave es servir
al Señor. ¡Vengan, denme su amor!... Yo, su Dios, ¡soy un mendigo de amor! Ámenme, no les pido
otra cosa. Mi corazón ardiente de amor por todos los hombres sólo desea ser correspondido en este
su amor.
¡Es tan difícil amar a un Dios! Mis queridos discípulos: conságrense a mi Corazón, traten de aseme-
jarse a Mí, tráiganme sus familiares, vecinos y amigos que se han alejado de Mí. Tráiganme a los
pecadores, los enfermos, los que sufren de cualquier cosa. Yo soy el médico. Si no es siempre mi
voluntad curar los cuerpos, pues, por medio de la enfermedad se purifica el alma y se adquiere el
Paraíso, sabré transformar los sufrimientos de tal manera que no sentirán más su peso. Les daré
la alegría en el dolor. Tráiganme los pecadores. Fueron y son las ansias de mi corazón. Yo los amo,
están enfermos en su espíritu. Que vengan a Mí. Ustedes, los fieles, háblenme de ellos en sus Co-
muniones, preséntenmelos en sus oraciones, confíenmelos. Yo suspiro por su regreso. ¡Los Ánge-
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Cenáculos del rosario
les y los Santos, en el Cielo, hacen una gran fiesta cuando un pecador regresa al seno del Padre!
Tráiganmelos, se los ruego. Y ustedes, discípulos míos, devotos y afectuosos, que han puesto ya en
mi Corazón su residencia y que no piensan más que en amarme y en corresponder a mis deseos,
vivan tranquilos. Ustedes son mis pequeños, mis ovejitas, mis gemas más preciosas.
Cuando el mundo me repudia, los miro a ustedes y me consuelo. Descubro a mi Mamá, ustedes son
mis hermanos, mis más queridos amigos. Gracias, discípulos míos, estén seguros de Mí, aunque
tuviese que dar nuevamente mi Vida en la Cruz por ustedes, no los dejaría jamás. Los devotos de mi
Corazón jamás perecerán, en el Cielo formarán mi corona, les daré a beber eternamente esa agua
que apagará y colmará toda su sed, Así sea”.
b) En segundo lugar, ¡que brote nuestra oración de lo íntimo de un corazón sincero! Que no sea
una oración que solo sale de los labios, ni que use muchas palabras. En Jeremías (29, 12) Dios nos
asegurar “Me invocaréis y vendréis a rogarme, y Yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis
cuando me solicitéis de todo corazón”.
En Mateo 6, 7 Jesús nos da este consejo: “Y al orar, no charléis mucho, como los paganos, que se
figuran que por su palabrería van a ser escuchados”. Es impresionante ver en los Evangelios ¡con
cuán pocas palabras a veces hasta sin ellas se arrancaron grandes milagros al Corazón de JESÚS!
Los solicitantes no hacen extensos discursos. Dicen simplemente: “Mi hija está enferma”. “Señor,
si tú quieres me puedes curar”. “Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí”. Y el paralítico, postrado en
una camilla no profirió ninguna palabra. Hablaba con las lágrimas de su corazón y con la intensidad
de su mirada suplicante. Por eso le dijo JESÚS: “Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados”... Y la
misma Virgen Santísima, que consiguió el primer milagro, no dijo más que “Hijo, no tienen vino…”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
c) La tercera cualidad bíblica de una buena oración es: que sea HUMILDE. Sólo en los humildes se
fija Dios. Acuérdense de la parábola del fariseo y del publicano orando en el Templo. “La oración del
humilde las nubes atraviesa”, enseña Eclesiástico (35, 17). Mientras que David en el Salmo (51, 19)
reza: “Mi sacrificio es un espíritu contrito: un corazón CONTRITO y HUMILLADO, Oh Dios, Tú no lo
desprecias. “
d) Como cuarta condición para entrar en oración profunda, es indispensable que vaya acompañada
de un corazón MISERICORDIOSO con los demás. Es inútil esperar consuelos y favores divinos si
somos duros de corazón con el prójimo. “Cuando veas a un desnudo y le cubras, leemos en Isaías
58, 7, y de tu semejante no te apartes... entonces brotará tu luz como la aurora y tu herida se curará
rápidamente. Entonces clamarás, Yahvé te responderá, pedirás socorro y dirá”: “Aquí estoy”.
Santa TERESITA DEL NIÑO JESÚS: «No tengo valor de buscar hermosas fórmulas de rezo. No sé
cuál he de escoger, y así hago como los niños que no saben aún leer. Con sencillez digo a Dios lo que
tengo que decirle; y Él me comprende”. El Siervo de Dios José María Escrivá de Balaguer: “Al prin-
cipio costará; hay que esforzarse en dirigirse al Señor, en agradecer su piedad paterna y concreta
con nosotros. Poco a poco el amor de Dios se palpa aunque no es cosa de sentimientos, como un
rasponazo en el alma. Es Cristo, que nos persigue amorosamente”.
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Cenáculos del rosario
Como modelo de oración profunda, el Evangelio nos presenta a María de Mágdala: cuando esta
mujer derramó sobre los pies de su Salvador el perfume que ella había traído, los testigos de esta
escena se escandalizaron. Y fue todavía peor cuando la vieron secar estos pies con sus largos cabel-
los. ¡Qué reprobación! Y, sin embargo, ¡Qué amor el de esta mujer! ¡Cuán poco se preocupaba ella
del qué dirán! Tú, como ella, no temas nada. Deja hablar tu corazón. Dime todo, Yo te escucho con
cariño. ¿Quién se atrevería a arrancarte de mis brazos? Cuán maravilloso ejemplo nos da aquí María
de Mágdala de lo que es una verdadera oración, una meditación, una contemplación: “Deja hablar
tu corazón” “Decirle todo, sabiendo que Yo te escucho con cariño”... Entrar tan intensamente en
oración que nada ni nadie es ya capaz de arrancarte de sus brazos... Y estos conceptos son los que
queremos analizar en esta carta.
Tu oración, este tiempo dado a Dios cada día ¡hoy! ¿qué será? ¿Un tiempo para amar? ¿Un silen-
cio?... ¿Una lección?... ¿Reflexiones inspiradas por el Espíritu de Amor? Puedo dar por seguro que
este tiempo será sea cual sea el tema que Dios elija un tiempo de amor compartido. Dos miradas
que se cruzan, dos corazones que se unen y un espíritu que se abaja, hacia el pobrecito que eres.
Más que hablar a Dios, ese tiempo, es escuchar de Él.
¿Conviene, acaso, impedir al Señor que te hable...neutralizando su acción por culpa de un corazón
ocupado? ¿Una oración bocal? Bien, muy bien. ¿Un ejercicio de piedad? También excelente, pero
que sea una escucha de la Voz que anhela hacerse oír por nosotros, sin lograrlo a menudo, porque
nuestros labios no dejan de moverse en su afán de querer decir todo y hacerlo todo ¿La lectura de
un libro conveniente? Es bueno también, siempre que conduzca a la meditación y, ojalá a la con-
templación, si el alma está preparada. Pero, repetimos, la oración en sí misma, no es más que un
coloquio íntimo entre dos corazones: Dios y el alma. No es solamente un hablar a Dios, sino más
bien, la silenciosa escucha de Él por parte de un corazón humilde.
Yo les digo: ¡jamás lo dudes! Y sobre todo no digas nunca estoy perdiendo, el tiempo!, porque no
percibes dentro de ti, el fruto, o mejor dicho, la semilla que Yo acabo de sembrar en ti. ¿Está tu alma
vacía, es acaso terreno todavía virgen que el Celeste Jardinero intenta cultivar? ¡Paciencia! Pero
mantén fielmente dentro de tu horario el tiempo sacrosanto de la oración, cueste lo que cueste; de
lo contrario, ¡Nunca saborearás plenamente las delicias de este fruto! Yo te pido no descuidar ese
tiempo, infunde la fuerza divina en el alma, cólmala de todas las virtudes con las cuales Dios, en su
liberalidad, desea embellecerla.
Cada día ustedes serán más pequeños en mis manos de Maestro del Amor; pero cada día, también
se agitarán en su Corazón. Porque orando se darán cuenta, cada vez más profundamente, de su
propia miseria y de su total incapacidad de hacer algo sin mi ayuda. Y, ¡cuanta más pequeña sean,
más aumentará en ustedes el Amor! Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
CONCLUSION: “No seáis flojos en cumplir vuestro deber: Sed fervorosos de espíritu, acordándoos
que es Él Señor a quien servís”. (Romanos 12:11).
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Cenáculos del rosario
propios lazos, no supo qué hacer de Mí, y para apaciguar el furor del populacho, consintió en que
fuese condenado a muerte. Así son las almas cobardes: Faltas de generosidad para romper enérgi-
camente con las exigencias del mundo, o de sus propias pasiones: en vez de cortar aquello que la
conciencia les reprende, ceden a un capricho y se conceden una ligera satisfacción, capitulando, en
parte, con lo que la pasión les exige. Se vencen, en tal punto, pero no en tal otro en que el esfuerzo
tiene que ser mayor. Se mortifican en una ocasión pero no en otras, cuando para seguir la inspir-
ación de la gracia o la observancia de la Ley Divina, han de privarse de ciertos gustillos que halagan
la naturaleza y alimentan su sensualidad. Y para acallar los remordimientos, se dicen a sí mismas: Ya
me he privado de esto... sin caer en la cuenta que es sólo parte mínima de lo que la gracia les exige.
Alma querida, ¿cómo Pilatos, me haces flagelar? Ya has dado un paso en ceder. Mañana darás otro...
¿Crees satisfacer así tu pasión? No, pronto te pediré más, y como no has tenido valor pare vencerte
en esta pequeñez, mucho menos la tendrás cuando la tentación será mayor. ¿Ignoras que debes ir
creciendo siempre en la gracia divina, santificarse siempre más y más, e ir produciendo frutos de
buenas obras siempre más ricas y abundantes?
Quién no avanza en el camino de la santidad, retrocede. Quien no se esfuerza por subir, bajará inev-
itablemente bajo el peso de sus pasiones que continuamente lo inclinan hacia los placeres carnales.
Las moscas se apartan del agua hirviendo, pero caen en el agua tibia, engendrando gusanos; los
demonios huyen de un alma abrasada por la caridad, pero se arrojan en una tibia, y engendran en
ella podredumbre de pasiones y vicios.
LA ANEMIA ESPIRITUAL
La tibieza del alma es como la anemia. Quien la padece pierde apetito para el alimento espiritual,
va sin ganas a la oración, y en ella se distrae; sus acciones de gracias, después de recibirme en la
Santa Comunión, son lánguidas y poco tiernas: ya no sabe qué decirme. En la lectura espiritual no
encuentra fervor y, cuando debe recordar a sus hijos la Ley Divina, no encuentra palabras; se cansa,
disculpa, se agota.
Se confiesa sin gran dolor y, aunque siente todavía horror al pecado mortal, comete imprudencias
que la puedan llevar a él. El pecado venial, lo comete con mucha facilidad, especialmente el que se
refiere a su pasión dominante. Si antes era puntual y fervoroso en participar en retiros y grupos de
oración, ahora les pone poco cuidado, está presente sin gusto, sin poner atención. Los suprime por
la más leve causa, y no pocas veces por pura y consentida pereza.
¡Con qué lentitud avanza ahora su alma, si es que todavía avanza! ¡Qué fuertes lazos atan ahora sus
pies! Duerme, y queda, por lo tanto, expuesta a los golpes del enemigo, su alma perezosa y floja,
dejada, pusilánime, a la que todo sacrificio espanta, y cualquier trabajo serio rinde, rica quizás en
deseos, pero pobre en propósitos firmes y aún más pobre en obras, que se cansa de todo, y se deja
llevar por la corriente fatal que tarde o temprano la arrastrará...
¡Qué desdichada y sin consuelo es la vida de los tibios! Se privan de un placer que aman, y se som-
eten a unos deberes que les son desagradables. No gozan de los deleites del mundo ni merecen los
consuelos de Dios.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
En segundo lugar: orar, suplicar: Que el alma caída en la tibieza Me suplique a que le saque de este
estado lamentable, que le dé nuevamente la apetencia de la virtud, la nostalgia de la santidad. Que
Me suplique de quitarle todo gusto de las cosas del mundo, y que estas se vuelvan, más bien para
ella, en amargas.
En tercer lugar: estudiar y seguir la voluntad de Dios. Que no base su vida sobre lo que le gusta, sino
sobre el deber. Que no busque su comodidad, sino tan sólo la voluntad de Dios.
En cuarto lugar la humildad. Que repita cada mañana con San Francisco de Asís: “Empecemos hoy,
que hasta ahora, nada hemos hecho”... Los avances del alma son los avances de la humildad. No
son las caídas que impiden el progreso. El que cae en el camino, aún con frecuencia, pero enseguida
se levanta, se humilla, me pide perdón, se confiesa si es preciso, y sigue andando hacia delante,...
¡esa alma ciertamente avanza! Más vale andar cojeando por el camino recto que correr desviados.
Discípulo mío querido: contémplame, una vez más, en el estado en que Pilatos me ha dejado, al
terminarse Mi flagelación. Dime, ¿no te darán mis llagas fuerzas para vencerte? ¿No serás generosa
para sacrificarte y entregarte completamente a Mi voluntad? Mírame tan sólo, y déjate guiar por
el impulso de la gracia y por el deseo de consolarme. No temas... Jamás llegarán tus sufrimientos
a igualar a los míos. Para todo cuanto Yo te pida, estás asistido por Mi gracia. Tan sólo conserva
delante de tus ojos la imagen dolorosa de tu Jesús Flagelado... y ¡vencerás! Así sea”.
No existen cristianos de primera y de segunda categoría. Cuando dijo: “sed santos, sed perfectos,
como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5:48), Jesús no se dirigió tan sólo a los apóstoles:
“Terminado este discurso, anota el evangelista, las multitudes quedaron admiradas de su doctri-
na”. “... La “multitud” de padres de familia, pescadores, artesanos, campesinos, doctores de la Ley,
jóvenes... que habían entendido que el Señor llamaba a la santidad a todos, teniendo para con ellos
las mismas exigencias y expectativas.
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Cenáculos del rosario
Pregunta: ¿En qué consiste esa santidad?
Respuesta: Escribe San Pablo a los Efesios (1:4): “Dios, nos eligió para ser santos y sin manchas en
su presencia, EN EL AMOR”. Consiste la santidad, por lo tanto, en la plenitud del amor; en que cada
cual, con todo su corazón, su mente, su alma y su voluntad, DA A DIOS SU MÁXIMA MEDIDA DE
AMOR, LA MÁXIMA COMPLACENCIA QUE EL PADRE DEL CIELO PODRÍA EN ÉL HALLAR, Y CUM-
PLE AL MÁXIMO; CON LOS TALENTOS QUE LE FUERON CONFIADOS, LA MISIÓN QUE Recibió
DE DIOS.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
propias; todos necesitaron la ayuda divina. Si desean, por lo tanto, la santidad, pídanmela contin-
uamente y colaboren conmigo para conseguirla. Ser santos, sépanlo para su consuelo, no significa
no tener defectos o no haber nunca pecado. ¿Acaso pudiera Dios exigir a criaturas humanas, cuya
naturaleza y debilidad conoce mejor que nadie, cosas imposibles? Dios tan sólo les pide un amor
sincero hacia Él, una caridad, hecha de comprensión y de bondad, hacia todos sus semejantes, sean
estos buenos y malos, y que ustedes, reconociendo su nada, recurran enseguida a Él cuando com-
etieran una falta. Dios mide su amor según la rapidez con que vuelvan a Él después de una CAIDA.
Nunca desprecien al que hubiera caído: al, que Yo quiero levantar y ayudar a escalar las cumbres
más altas. ¡Cuántos grandes pecadores a través de los siglos volvieron a encontrar el camino recto,
correspondieron a Mi gracia, y llegaron a amar a su Padre y Creador de una manera asombrosa!
Con tal que Yo encuentre en un alma el terreno apto y correspondencia a Mi gracia, derramo sobre
ella la abundancia de Mi Amor y llevo a cabo grandes transformaciones. Nada me impide realizar
milagros. ¿No fue Mi Amor el que transformó a la Magdalena, a un Agustín, de grandes pecadores
en santos?
Queridos discípulos: ¡crean en Mi Amor, olvídense de sí mismos, ámenme y ámense entre ustedes,
y marchen serenos por el camino hacia la santidad, arrastrando tras de sí a los demás y trayéndoles
hacia Mí!... No se burlen de nadie, ayuden a todos, denles ánimo, consuelo y alegría y compadezcan
sus, defectos, recordando que ustedes también los tienen. Que su palabra penetre en sus cora-
zones con la dulzura del rocío que moja y ablanda el terreno sin arruinarlo. Que todos reciban de
su corazón: bondad, generosidad, amor, piedad, cosas que ustedes podrán sacar de Mi Corazón
Misericordioso y al pie del Tabernáculo. Que Mi Mamá sea su Maestra de santidad, y los proteja
ayude siempre. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
SAN BASILIO exalta la profunda transformación que el Espíritu Santo obra en nosotros cuando lo
dejamos actuar: “Inaccesible por su naturaleza, el Espíritu Santo se hace accesible por su bondad:
todo lo llena con su poder, pero se comunica solamente a los que son dignos de ello, y no a todos en
la misma medida, sino que distribuye sus dones en proporción a la Fe de cada uno. Hacia Él dirigen
su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia Él tiende el deseo de todos los
que llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos a la manera de riego que los ayuda a conseguir
ese fin propio y natural.
De la misma manera que los cuerpos transparentes y nítidos, al recibir los rayos de la luz, se vuel-
ven resplandecientes e irradian brillo, las almas que son llevadas e ilustradas por el Espíritu Santo
se vuelven también ellas espirituales y llevan a las demás la luz de la gracia. Del Espíritu Santo
proviene el conocimiento de las cosas futuras, la inteligencia de los misterios, la comprensión de
las verdades ocultas, la distribución de los dones, la ciudadanía celeste, la conversación con los
ángeles. De Él, la alegría que nunca termina, la perseverancia en Dios y, lo más sublime que puede
ser pensado: “el hacerse Dios…”.
Es Él quien puede liberarlos de todo espíritu mundano, superficial e interesado. Es Él quien los hace
valorar exactamente las humillaciones y las pruebas, que Dios permite que experimenten, para que
sean meritorias, insertadas en el gran Cuerpo Místico de Mi Iglesia. Es Él quien proyecta un destello
de la divina Sabiduría sobre sus disposiciones interiores, y los ajusta conforme al Plan de la Divina
Providencia. Es Él quien te sugiere, discípulo, mío, lo que has de hacer, y te inspira lo que has de
pedir para que Yo pueda actuar por tu actividad y orar por tu oración.
Es Él quien, mientras tú prosigues tus actividades, te purifica de todo espíritu, voluntad, juicio y
amor propios. Es Él quien te impide apropiarte del bien que Él mismo te hace realizar. Él es quien
hace brotar en tu inteligencia esas ideas en las que nadie te hacía pensar. Y en la medida que le
eres dócil, es Él quien te inspira la decisión oportuna, tal comportamiento saludable, y asimismo te
separa de lo que no te conviene.
El Espíritu Santo es quien te otorga la fuerza de emprender y el valor de proseguir a pesar de los
obstáculos, de las contradicciones, de las oposiciones. Es Él quien te mantiene en la paz, en la tran-
quilidad, en la serenidad, en la estabilidad, en la seguridad. Y sobre todo, es Él quien mantiene tu
vida centrada en Mi Amor, prende fuego en tu corazón y te hace vibrar al unísono con el Mío...
¿Comprenden, ahora, discípulos míos, por que dije: “Es bueno para ustedes que Yo me vaya: de lo
contrario no podría mandarles el Paráclito?”
TE HACE FALTA
¡A ti te hace falta el Espíritu Santo para que desarrolles el espíritu filial para con el Padre: Abba,
Padre, y el espíritu fraterno para con los demás! ¡ A ti te hace falta el Espíritu Santo para que tu
oración quede centrada en la mía y pueda lograr toda su eficacia! ¡A ti te hace falta el Espíritu Santo
para que tu querer sea firme, inflexible, poderoso. Bien sabes que sin Él, tú tan sólo eres debilidad,
fragilidad.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
A ti te hace falta el Espíritu Santo para dar a tu vida la fecundidad y la proyección que Yo quiero
para ti. Sin Él, tú no eres sino polvo y esterilidad. A ti te hace falta el Espíritu Santo para ver todas
las cosas como las veo Yo, y para disponer de un índice seguro de referencia sobre el valor de los
acontecimientos vistos por dentro. Y a ti te hace falta el Espíritu Santo para prepararte a lo que será,
un día, tu vida definitiva, y ayudarte a orar, a amar, a obrar de modo que todos tus pasos se dirigen
hacia el Paraíso.
LLÁMALO
Cree, pues, discípulo mío en la presencia del Espíritu Santo que vino a vivir en ti el día de tu bautis-
mo. Él, sin embargo, no puede obrar en ti, ni hacerte percibir su divina presencia si tú no le llamas
en unión con la Virgen del Cenáculo, Mi Madre Santísima. Llama, pues, al Espíritu Santo: por ti, pero
asimismo por los demás, pues en muchos corazones está como amordazado, atado, paralizado...
Llámale en nombre de todos los que te salen al paso. Entrará en cada uno según la medida de su
receptividad y progresivamente aumentará en él su capacidad. Llámale en nombre de todas las
almas desconocidas que Yo te confío, y en favor de las cuales tu fervor y fidelidad pueden lograr
valiosas gracias. Llámale sobre todo, para que, gracias a santos sacerdotes, misioneros y almas
apostólicas, el mundo conozca una nueva Evangelización, una renovada Pentecostés y se multipli-
quen los santos pastores y los auténticos contemplativos.
Si discípulos míos, llámale como nunca en estos tiempos difíciles y pide a Mi Madre que les incluya
en el Cenáculo de las almas pobres y pequeñas que, bajo su dirección materna, merecen para la
Iglesia y para el mundo una efusión más abundante y más eficaz, de Mi Espíritu de Amor. Tú mismo,
entonces, quedarás sorprendido de los frutos que producirá, en ti y en aquellos en cuyo nombre
le solicites una ayuda al Espíritu Santo. ¡Gracias por haberme dado este regalo! Con Él Yo obraré
nuevamente milagros en Mi Iglesia. Y no teman. Ámense mucho y esfuércense en guardar siempre
la alegría y la paz. Todo lo demás lo conduce Mi Providencia de Dios que a nadie decepciona. Los
bendigo, hijos míos. Soy vuestro Jesús Misericordioso. Así sea”.
464
Cenáculos del rosario
el sentido de períodos más o menos prolongados de arideces, aparentes abandonos y tentaciones
con las que Dios purifica el alma - está documentada en la Biblia por medio de los gemidos de
quienes la estuvieron viviendo. El Salmo 13:2, por ejemplo: “¿Hasta cuándo, Señor, me olvidarás?
¿Por siempre? ¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro? ¿Hasta cuándo tendré congojas en Mi alma
y en Mi corazón angustia, día y noche?” O el Salmo 22; cuyas palabras Jesús se apropió en la cruz:
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Dios mío, de día clamo y no me respondes,
también de noche, y no hay reposo para mí”. Salmos que también ilustran la dulce, insistente pero
confiada espera que conviene mantener hasta que Dios vuelve a sonreír al alma.
Pregunta: En ese estado de aparente abandono por parte de Dios, ¿cómo debe comportarse el
alma?
Respuesta: En primer lugar: TRANQUILIZARSE, sabiendo que es una PRUEBA con la cual acostum-
bra Dios purificar a las almas que más ama y a más alta santidad llama; y no imaginarse que Dios lo
ha borrado de su corazón u olvidado. En Sabiduría 3:5 leemos: “Por una corta corrección recibirán
larga recompensa, pues DIOS LES SOMETIO A PRUEBA y les halló dignos de sí, les probó COMO
ORO EN EL CRISOL. Los que en Él confían entenderán, y los que son fieles permanecerán junto a
Él en el amor”. Un “CRISOL” es un recipiente resistente a la acción del fuego, el cual se eleva a muy
alta temperatura para que de esta forma el oro se desprenda de sus escorias.
En segundo lugar: para estos momentos de prueba y desolación, NO DISMINUIR O DEJAR, más
bien INCREMENTAR LA ORACIÓN: “La oración del humilde las nubes atraviesa, hasta que no llega
a su término no se consuela él. Y NO DESISTE HASTA QUE VUELVE LOS OJOS EL ALTISIMO” (Eclo
35:17).
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Un alma que pasa por las noches purificativas se siente como si se hubiese secado, vuelto del todo
material, convertido como en tierra árida y sin jugo... Es tal la dureza de su corazón que ya no acier-
ta a enternecerse, ni en derramar una lágrima. Y no encuentra gusto en el canto de los Salmos, la
lectura espiritual le resulta insípida, la oración ha perdido para ella todos sus encantos, de forma
que en sus acostumbradas meditaciones parezca otro de lo que antes era. ¿Adónde ha ido a parar
aquella especie de embriaguez espiritual, aquella serenidad de mente, aquella paz de corazón y
aquella alegría en el Espíritu Santo? Se siente sin ganas de hacer algo, soñoliento en las vigilias,
pronto a enojarse, obstinado en su aversión y disgusto para con todo y todos.
El mayor suplicio de tal alma es el silencio de Dios, el creer que Dios la abandonó, ya no la ama y
la arroja por eso en las tinieblas... ¿Cómo gime entonces el alma y hace eco a Mi gemido supremo
en la Cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado?” Para un alma que ha gustado alguna vez la
suavidad inefable de Mi amor, cuando Yo me ausento de ella, aun cuando se viera rodeado de los
afectos más sinceros y santos, su corazón queda solo... totalmente solo. Pero esa soledad del cora-
zón es el CRISOL en que Dios purifica a las almas que ama con predilección. Celoso de su corazón
quiere obtener de ellas un amor purísimo hasta lo increíble.
Dios quiere enseñarles así, que Él debe ser su única suficiencia; pero ¡cuánto cuesta aprender esta
lección! Y después de haberles arrancado todo apoyo humano, Él mismo para colmo se oculta, Él
mismo parece abandonarles y a veces como que desdeña su amor... “¡Jesús mío, Jesús mío! clamaba
una santa en ese estado doloroso de purificación, ¡es como si nunca nos hubiésemos conocido!”...
Y la pobre alma, sumergida en la noche de la ausencia del Amado, entre las sombras del abandono,
busca a tientas la luz, siente apagarse su Fe. Quiere encontrar un apoyo y su espera se derrumba...
¡Nada! ¡Nada! ¡Solo el vacío y la soledad!...
“Adónde te escondiste Amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome her-
ido; salí tras de ti clamando y ya eras ido”...
Discípulo mío: cuando Él Señor empiece a formar el vacío en tu torno y no encuentres ya un alma
que te comprenda ni un corazón que vibre al unísono con el tuyo, cuando parezca que Yo, su Jesús,
me he ausentado y ¡ay! no hace caso de tus súplicas y de tu amor; cuando llegues a esa suprema
soledad del alma en que todo es noche, tinieblas, oscuridad, en que la misma Fe parece muerta y
el corazón de hielo, en que el vértigo del abismo te atrae y tus manos se agitan en vano en el vacío,
y los gemidos del alma se pierden sin encontrar eco ni en la tierra ni en el cielo... si llegas a esa
desolación suprema del alma, entonces vuelve tus ojos a María, une tu soledad a Su Soledad y las
tristezas tuyas a las de Ella... ¡acompáñense mutuamente y mutuamente consuélense!
Quiso Dios que Mi Madre Santísima experimentara la más prolongada y taladrante noche de la
Fe, a todo lo largo de su rica existencia que se prolongó hasta bien entrados sus setenta años. ¿No
convenía, acaso, que fuera en todo modelo para sus hijos? ¿No era su destino ser la “Gran Repara-
dora” de la falta de Fe de Eva, y alumbrar dolorosamente en su seno a la Iglesia, a la cual fue dada
por Madre?
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Cenáculos del rosario
y creyó que era la Palabra de Dios, la misma sabiduría increada... Me sintió llorar y me consideró la
Alegría del Paraíso. No comprendió y dulcemente me interpeló por qué me quedé tres días en el
templo y, sin embargo, su confianza en Mí fue siempre en aumento. Finalmente, me vio morir con
afrenta y dolor, suspendido en medio de dos ladrones, y a pesar de que los demás titubeaban en la
Fe, ella se quedó erguida y firmísima.
¡Realmente heroica y grandiosa fue la Fe de Mi Madre y dolorosísimas sus “noches purificativas”!
Pero, sobre todo, ¡cómo gemía su alma después de Mi salida de este mundo!, haciendo suyo Mi gri-
to en la Cruz: “Hijo mío, hijo mío, ¿por qué me has abandonado?” Es el grito de los que, permitién-
dolo Dios, ¡y es una gracia inmensa! experimentan la soledad del corazón en las noches de la Fe...
¡La soledad del corazón!... No tener quién le comprenda; no encontrar en su torno un corazón que
vibre al unísono de su corazón, ni un alma dónde vaciar sus íntimas confidencias; sentir que late
en su pecho un corazón sensible y delicado y no hallar a su alrededor sino afecciones insípidas y
egoístas, y ¡cuántas veces la frialdad del desprecio, la muerte del olvido o la honda herida de la
ingratitud!...
Discípulo mío, recuerda siempre: cada día que pasa es un paso más hacia la patria y un día menos de
destierro. ¡Qué delicadas simpatías debieran existir entre tu alma y María!... ¡El corazón de la Madre
y el corazón de los hijos unidos en un mismo dolor, en una misma soledad! Suplíquenle, entonces a
esa Madre incomparable: “¡Virgen santa, en medio de las alegrías del cielo no olvides las tristezas
de la tierra!... Dirige una mirada de bondad sobre los que viven en el sufrimiento y luchando contra
las dificultades del camino, no dejan de mojar sus labios en las amarguras de la vida... ¡Ten compa-
sión de los que se aman y se ven separados! ¡Ten piedad del aislamiento y de la soledad del corazón!
¡Ten lástima de los que lloran! ¡danos a todos la esperanza, la paz y el cielo! Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Jesús mismo fue Maestro insuperable en proponer lemas que se “pegan” al alma hasta confundirse
con ella. Su “Buena Noticia” está sembrada de tales frases despertadoras y orientadoras: “Buscad
el Reino de los Cielos y el resto os será dado”. “El que no tome su cruz y viene en pos de mí, no
puede ser Mi discípulo”. “Cargad con Mi yugo, que Mi yugo es dulce y Mi carga liviana”. “Velad orad
para no caer en tentación”. “Mi alimento es cumplir la voluntad del que me envió”. “Pedid y se os
dará, buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. “Sed misericordiosos y se os hará misericordia”.
También SAN PABLO goza con expresar su vida espiritual más íntima en frases lapidarias: “Si vivo”
escribe San Pablo a los Romanos (14:7) “¡para Él Señor vivo!”. Y les exhorta a que tengan también
ellos un ideal: “Ninguno de vosotros viva para sí mismo. Si vivimos, para Él Señor vivimos”.
Conclusión: La Biblia, condena a los que van sin rumbo por la vida, y nos alienta a que tengamos
un IDEAL digno de ser vivido y, ojalá, potenciado por un lema cómo aquel de San Pablo: “¡Para mí
vivir es Cristo!”
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Cenáculos del rosario
mar de la indecisión y confusión se lo tragará. ¡Sólo se sostiene y sólo avanza quien alberga en su
pecho un gran amor y entusiasmo, un ideal que levante y ensanche su vida! Cuánta razón hay en
afirmar que ¡EL CORAZÓN NECESITA UNA RAZÓN PARA VIVIR! En otras palabras, ¡UN IDEAL!
¿Qué es un ideal? Es una suprema “razón de vivir”, una esencia espiritual en la que se condensan
todas las ideas grandes y nobles, todos los arranques generosos del corazón, toda la admiración de
la inteligencia y todo el encanto de la imaginación. Es algo grande, elevado, momentáneamente
quizás, inasequible en toda su profundidad y extensión, pero no por ello inútil o utópico; antes, al
contrario, verdadera PALANCA en que apoyarte, verdadero MOTOR que dará fuerza y consistencia
a todas tus acciones.
Es el MOVIL más secreto y vigoroso de tu vida, el RESUMEN de tus aspiraciones más nobles, es
una FUERZA cargada de tanto AMOR que su mero recuerdo es capaz de entusiasmarte y de en-
amorarte, ya que en pos de él se alinearán, irresistiblemente atraídas y fascinadas, tus decisiones
más arduas y opciones más valientes. El IDEAL, en definitiva, no es más que el descubrimiento
final, después de muchas ilusiones y desencantos de lo que Dios realmente quiere de ti: es decir, tu
vocación última.
En efecto, toda nuestra vida debe plegarse, desde las altas cumbres del pensamiento a las pequeñec-
es de la vida cotidiana, a lo que Dios respetuosamente exige de nuestro pensamiento y de nuestra
libertad. No hacerlo es errar el camino de la vida, es rechazar la mano del Divino “mendigo” que
en cada instante de tu vida va suplicándote las gotitas de gozo, de dolor y de amor de tu corazón.
No tengas miedo, Dios no te pide nada imposible. ¿Quieres una fórmula de éxito seguro? Entonces:
Haz todo como si sólo de ti dependiera, pero, asimismo, confía en Dios como si todo dependiera
sólo de Él. Pon un pequeño esfuerzo de tu parte. Todo lo demás lo hará Él, correrá por su cuenta.
¡Ánimo, pues, y manos a la obra! Él secreto de las grandes vidas no fue solamente que tuvieron un
gran ideal, sino que nunca lo perdieron de vista. No permitas que tu trayectoria hacia las cumbres
de la santidad sea desviada por algo inferior; no te desvíes de tu propósito de llegar a ser santo.
Toma las alas de un amor ardiente por un noble ideal y te remontarás a las cumbres del heroísmo.
Respira el aire de las alturas y di a ti mismo: “TENIENDO UN IDEAL VALE LA PENA VIVIR”. Teniendo
un ideal tu vida se volverá hacia Aquél que sólo puede darte la paz y la alegría. Teniendo un ideal
pronto encontrarás no un espejismo, sino una dulce realidad. Y viviendo por un ideal, tu vida será
desde ahora ¡alegría y paz!, que se cambiarán un día en paz y alegría eterna.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Ama a María y Ella te obtendrá gracia abundante para vencer en esta lucha cotidiana. Entonces,
no le servirán de nada al enemigo de tu alma, el diablo, esas cosas perversas que suben y suben,
hirviendo dentro de ti, hasta querer anegar con su podredumbre maloliente los grandes ideales, los
mandatos sublimes que Yo, tu Dios, había puesto en tu corazón. Así sea”.
Ser “madre” de Jesús significa, pues, obedecer a Dios, servirle y amarle, como supo hacerlo María.
Significa, además, colaborar, como Ella, para que Cristo nazca y crezca en las almas hasta la estat-
ura adulta. En otras palabras, se nos invita aquí, a que SEAMOS LAS “MADRES ESPIRITUALES” DE
JESÚS”, tal como también San Pablo se sintió “padre espiritual” de las almas a cuyo nacimiento en
Cristo había colaborado: “Pues, aunque tuvieran en Cristo a diez mil guías que cuiden sus pasos, no
cabe lugar para muchos padres. Yo fui quien les transmití la vida en Cristo por medio del evangelio”.
(1 Cor.4:15)
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Cenáculos del rosario
el templo, padeciendo con su Hijo cuando María en la cruz, cooperó en forma enteramente impar a
la obra del salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar
la vida sobrenatural en las almas, por eso es nuestra Madre en el orden de la gracia” (LG 61).
Conclusión: Como a María, nos es dado también a nosotros: el ser “madres de Jesús” cooperando
en la “restauración de la vida sobrenatural en las almas”.
Sean ustedes también mis Madrecitas, llenas de serenidad. Recíbanme en su casa y háganme fe-
liz con su alegría y su conformidad en las penas y trabajos de la vida. Soy Yo que estoy allí bajo el
aspecto de su esposo o esposa y de sus hijos. Estoy allí para ayudarlos a bendecir al Señor, para
hablarles de mis deseos y de lo que Me aflige.
¿Por qué quieren atormentarse con otras cosas que no son mis aflicciones? Las penas de ustedes
Yo las veo. Ustedes sufren, a menudo, porque sus seres queridos no siempre son buenos. Pero, ¿no
somos, Mi Mamá y Yo, los que más pueden ayudarles a que sean juiciosos? Y, aunque les parezca
a ustedes que para nada sirven, y que sus palabras no lograrán los cambios que desean, Yo estaré
siempre a su lado para perdonarles y para obrar aquellos milagros que Mi Madre, como en Caná,
me dice que haga. Cambiaré el agua de la frialdad en vino de fervor. Les liberaré a ustedes y a sus
seres queridos de las tentaciones que les hacen caer, ya en el fuego, ya en el agua, como al joven
del Evangelio poseído por el demonio. Mi Amor obrará en ustedes, movido por su oración y sus
sufrimientos.
Oh mis queridas mamás espirituales, denme su amor, estréchenme contra su corazón como lo
hacía Mi Mamá. Déjenme reposar en sus regazos como en los de Ella. Acompáñenme, díganme
que quieren quedarse conmigo. Pídanme que bendiga a todo el mundo, que los ayude a todos y
coloquen en primera fila a los enemigos, a los que no los quieren, a los que los hacen sufrir.
Yo estaré feliz de obrar en ellos asombrosas transformaciones que ustedes ni se imaginan. Sean
buenos como Mi Mamá. Cántenme las canciones de cuna que Ella cantaba, acariciando mis cabel-
los de Niño. Denme mucho amor, haciendo el bien a los niños que viven con ustedes, hablándoles
de Mí y ayudando a los que, privados del amor familiar, no ponen atención a Mi Amor de Niño.
Hasta aquí por hoy. Les bendigo. Pero no sin antes haberles suplicado, una vez más: “¡SEAN MIS
SANTAS MADRES!” Vivan en Mí y Conmigo. Yo viviré en sus corazones y les ayudare en todo. Y hoy,
por intermedio de ustedes, bendigo a sus familias. Bendigo a la Iglesia entera y al mundo. Paz a
los hombres de buena voluntad. Que gracias a su oración, una lluvia de rosas espirituales, lleve a la
humanidad a su renacimiento. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Respuesta: Es un mero problema lingüístico. San Lucas escribió su evangelio en griego, pero el Án-
gel habló a María en lengua ARAMEA... Desconocemos, por lo tanto, las exactas primeras palabras
del Ángel; sabemos, sin embargo, que eran una fórmula de SALUDO, ya que Lucas las tradujo con
el equivalente saludo griego: “Chaire” (literalmente: “alégrate”) y San Jerónimo, en latín, con el
típico saludo de los Romanos: “¡Ave!”. Con la misma lógica escogieron también los españoles la
fórmula de saludo, en aquella época en uso: “DIOS TE SALVE”. Mientras que franceses, alemanes
y holandeses, se evitaron el problema usando la fórmula genérica: “Yo te saludo” (“Je vous salue,
Marie..”. en francés) No cabe, pues, cavilar, como hacen los protestantes, sobre el “Dios te salve
María; y atacar por esto a los católicos, ya que son palabras que meramente expresan la idea que el
Ángel de Dios SALUDÓ A MARIA.
Pregunta: Dicen los protestantes, ¿por qué rezan los católicos el Rosario, la Biblia no menciona ni
prescribe esto?
Contestación: La única oración que Jesús nos mandó rezar es el Padre Nuestro que es parte inte-
grante del Rosario. Por lo demás, Jesús nos dejó libre de rezar cada cual según sus preferencias
personales. Nos dijo: “VIGILAD Y ORAD”. San Judas, por su parte, nos exhorta: “Orad en el Espíritu
Santo” y San Pablo escribe en su primera carta a Timoteo: “Quiere Dios que los hombres oren en
todo lugar elevando hacia el cielo unas manos piadosas, SIN IRA NI DISCUSIONES”.
Hacen, pues, mal los hermanos separados discutiendo nuestro modo de orar, desobedeciendo a
San Pablo. Además. ¿Qué oración más bíblica que el Rosario, que condensa los principales episodi-
os de la vida de Jesús: desde su cuna, pasando por vida pública, muerte y resurrección y hasta los
albores de la Iglesia naciente? ¿Y no son las palabras mismas del Rosario sacadas directamente de
la Biblia, a excepción de la súplica final, brotada de la piedad filial: “Santa María, ruega por nosotros
pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”? Criticar la devoción del Rosario es mera malicia
inspirada por el “padre de la mentira”, Satanás, quien odia a María e inspira este odio a las sectas.
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Cenáculos del rosario
Otro devoto del Rosario, el Papa Pío XII, enseña: “¿Qué plegaria, en efecto, más idónea, más bella
que la oración dominical y el saludo angélico que forman parte de las flores de que está compuesta
esta mística corona? Es una corona de rosas, costumbre encantadora que en todos los pueblos rep-
resenta una ofrenda de amor y un símbolo de alegría”.
Terminamos con una frase de San Juan Pablo II, gran devoto de María y entusiasta del Rosario, del
cual dice que es su oración preferida: “Tanto el rezo del Ángelus como el del Rosario deben ser para
TODO CRISTIANO y aún más, para las familias cristianas, como un oasis espiritual en el curso de
la jornada, para tomar valor y confianza. Conservad celosamente ese tierno y confiado amor a la
Virgen. No lo dejéis nunca enfriar. Sed fieles, de modo muy especial, al Rosario. Ojalá resurgiese la
hermosa costumbre de rezar el Rosario”.
Un viento de locura y violencia azota actualmente al mundo. El odio y la división de clases se han
apoderado de muchos y la inmoralidad no respeta ya siquiera a los niños a través del arma más
temible del enemigo: la pornografía. El Corazón de Mi Madre llora por esta pobre humanidad que
sufre bajo el aliento devastador del enemigo de las alma que gimen, porque ya no encuentran a su
Dios; llora por la podredumbre que se extiende en pleno día y que destroza el alma de muchos; por
tantos hijos suyos que han torcido sus conciencias, destruido su ser interior de hombres, huyendo
a los ilusorios mundos del alcohol y de la droga, en efímeras relaciones sexuales, sin compromiso
matrimonial o familiar, en la indiferencia, en la búsqueda de placeres y la negación a Dios de los
hijos.
¡Cuántos inocentes pagan en su cuerpo y en su alma estas calamidades que ellos no han deseado,
pero que les han impuesto la maldad de sus hermanos! Maldad que atrae los castigos del Cielo.
Pobres hijos de Mi Sangre y de las Lágrimas de Mi Madre, y que no quieren ser salvados. Pero si ust-
edes, a través del Rosario, hacen intervenir a Mi Madre, la santísima y siempre inminente Justicia
Divina podrá ser apaciguada. El Santo Rosario es, por decirlo así, como la MISA DE MI MADRE. En
él y a través de él, María ofrece al Padre Mi Sangre y sus Lágrimas diciendo: “Padre, por la Sangre
de Jesús, por mis Lágrimas, salvad las almas”.
Hijos míos, creedme: si el mundo está actualmente en crisis, es precisamente porque Mi Madre no
es suficientemente invocada y su poder escasamente liberado por medio del Santo Rosario. Por
eso, les suplico, recen a diario el Rosario. Yo sé por qué se los pido; es como un favor que deben
hacerse a sí mismos. No aduzcan que el Rosario es monótono. ¿Cuál enamorado se cansa de repetir
a su amada siempre las mismas palabras: “Te quiero”?
¡Bendita monotonía de Avemarías que purifica y repara la monotonía de sus pecados! El Rosario
tiene la ventaja de que puede rezarse en cualquier parte: en la iglesia, en la calle, en el bus, solo o
en familia, mientras se espera en la sala de visitas del médico, o mientras se hace fila. Nadie podrá
decir con sinceridad que no encuentra tiempo para rezar la oración más querida y recomendada
por Mi Iglesia. Un día, el día de tu muerte, Yo te mostraré las consecuencias de haber rezado, con
devoción, o quizás, con algunas inevitables distracciones, el Santo Rosario; los desastres que se
evitaron por la especial intercesión de la Virgen, ayudas a personas queridas, conversiones, gracias
ordinarias y extraordinarias, y los muchos que se beneficiaron de esta tu oración y a quienes sólo
en el Cielo conocerán.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Sea el Rosario la última plegaria en su lecho de muerte, las últimas palabras que balbucen sus ya
moribundos labios, como lo fueron para Santa Bernardita Soubirous, la vidente de Lourdes: Hizo la
señal de la Cruz, como solo ella sabía hacerlo, y luego recitó claramente las últimas palabras del Ave
María: “Santa María, Madre de Dios”, pero, en vez de decir, “ruega por nosotros”, ella imploró, “rue-
ga por mí, pobre pecadora, pobre pecadora” y acabó: “ahora y en la hora de Mi muerte”. Después
de estas supremas palabras un sofoco le cortó del todo la respiración. Inclinó la cabeza y expiró.
Les bendigo, discípulos míos, y les pido su colaboración para hacerme conocer y extender, en el
corazón de los hombres, Mi Reino sobre la tierra. Digo a los que dudan: no desprecies lo que viene
de Mí y que les envío en Mi misericordia, para recordarles sus deberes esenciales hacia Mí y hacia
Mi Santa Madre. Entre ellos: reanudación del rezo en cada parroquia por aquellos mismos que lo
abandonaron o creyeron que era sólo un rito para niños y ancianas. Y que, ojalá, el Pastor esté a la
cabeza de Mi rebaño. Así sea”.
QUIEN GUARDA SU BOCA, GUARDA SU ALMA: El libro de los Proverbios (10 y 13) sentencia: “En
el mucho hablar no faltará pecado; más quien sus labios refrena, es hombre muy prudente. Quien
guarda su boca, guarda su alma; pero el inconsiderado en hablar sentirá los perjuicios”. Y el Salmo
141:3 suplica: “Pon Señor un guardián a Mi boca y un candado que cierre mis labios”. En el Nuevo
Testamento, Santiago nos encomienda: “Sea todo hombre pronto para escuchar; pero detenido en
el hablar”.
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Cenáculos del rosario
San Pedro mandaba, gobernaba, dirigía. Ella, no se metía en nada, más bien siempre la primera en
obedecer, en acatar todo lo que ordenaban. No protestaba, no censuraba ni criticaba nada. Quiso
ser siempre ser la primera Hija obediente de la iglesia. Imítenla.
SAN JUAN DE LA CRUZ aconseja: “Si quieres aprovechar en las virtudes, lo que importa es callar y
obrar; porque el hablar distrae y el callar y obrar adelanta”.
SAN GREGORIO MAGNO nos da la fórmula del hablar: “Nunca digas lo que se debe callar ni dejes
de decir aquello que hay que manifestar”.
En cierta ocasión un joven ofendió gravemente a SAN FRANCISCO DE SALES, el cual se limitó a es-
cuchar sin replicar palabra alguna. Al ser preguntado por qué no contestó al ofensor, dijo: “Porque
hice un pacto con Mi lengua: de callar mientras esté yo agitado interiormente. Me agité y por esto
no la dejé hablar; contestaré cuando me calme”.
La palabra en sí misma, es uno de los mayores beneficios que han recibido de Dios. Gracias a ella,
lo que la mente piensa, lo que el corazón siente y lo que la voluntad quiere, puede decirlo la lengua
en palabras. Por la palabra ustedes se distinguen de los animales que sólo emiten sonidos. Por la
palabra alaban a Dios y entonan sus grandezas. Por la palabra Le piden perdón y se confiesan. Por
la palabra conversan unos con otros, se consuelan, se instruyen, se aconsejan y se edifican mutua-
mente.
Para estos fines tan elevados creó Dios la palabra. Pero, sobre todo, para que Yo, que soy la Eterna
Palabra Encarnada, pudiera, durante tres años, esparcir por la tierra esas semillas de la Palabra Div-
ina: la más suave y vigorizante que los oídos humanos jamás hayan percibido y que penetran en lo
íntimo de su corazón y de su mente, para instruir y apaciguar, para elevar y embellecer, para disipar
errores y oscuridades y traerles el consuelo y la paz. ¡Tan inmenso es el poder de la palabra que Yo,
Palabra Eterna encarnada, hice y sigo haciendo con ella tales maravillas!
Abusar de la palabra, discípulos míos, es malgastar un don grandioso de Dios. No pretendo decirte
con esto que tengas que permanecer mudo como un pez, sino que tus palabras deben ser medidas
y salir de tu boca sólo después de haberlas meditado en tu mente y en tu corazón. Es decir, que
deben ser palabras sensatas y dictadas por un corazón que ama.
¡Qué cuchillo tan puntiagudo puede ser una palabra hiriente o una indirecta! ¡Cómo hace sangrar el
corazón y destruye su paz! ¡Cuánto daño, qué destrozos, cuántas lágrimas provoca! ¡Cuán a menu-
do la lengua imprudente es como una chispa devastadora que enciende las pasiones más bajas, que
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levanta cortinas de humo mortífero que asfixia el alma, dejándola como un desierto estéril porque
ha dejado de creer en el amor, y despojada de todo deseo de hacer el bien y de la misma buena
voluntad!
¡Qué mal usan los hombres su capacidad de hablar! ¡Cuántas conversaciones imprudentes, cuántos
chistes punzantes, bromas pesadas, palabras jactanciosas, indiscreciones, mentiras, insultos y
voces desentonadas! ¡Cuántos discursos impíos, obscenos, escandalosos qué despojan al prójimo
de la vida de la Gracia Divina!
Discípulos míos, ¡examínense! ¿Qué siembran sus palabras? ¿Discordia o paz? ¿Dejan a su paso el
aire perfumado o envenenado? ¿No les advertí, en Mi vida mortal, que serán juzgados por cada
palabra que sale de su boca? No teman, pues, equivocarse, siendo sobrios en sus palabras. Hablen
únicamente para alabanza de Dios y para provecho de su prójimo. Y sean más inclinados a escuchar
que a hablar. Tendrán, así, la oportunidad de reflexionar sobre lo que digan y no hablarán más de
la cuenta.
El mío era un silencio que salva. Cuando me encontré con Pedro que acaba de negarme, no le re-
proché nada, sólo lo miré... Y Pedro, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente; y gracias a este
silencio se convirtió de Pedro en San Pedro.
Hay momentos en que las palabras lejos de aproximar dos almas, ponen más distancia entre ellas;
el silencio, en cambio, abre como por un encanto misterioso las profundidades más escondidas del
alma. Nace, entonces, una conversación sin palabras, capaz de las más radicales transformaciones.
El mío, a veces, un silencio que condena: Ante Caifás, ante Pilato, ante Herodes que Me asedian
de preguntas, Yo guardé completo silencio, o apenas abrí la boca. Sin embargo, ese majestuoso
silencio hería y alteraba, más profundamente que cualquier reproche las conciencias culpables y
el orgullo de estos hombres. ¿Por qué no quise hablar entonces? Porque los hombres ante quienes
Me encontraba eran insensibles a Mi luz. A veces, el silencio es el mayor reproche y castigo para un
alma.
¿No soy Yo la misma Sabiduría?... Y, sin embargo, ¡cuán sencillas eran Mis palabras: ¡Con qué lla-
neza supieron llegar al corazón de todos, tanto al más humilde como al más instruido, incluso al de
los niños. Tú, también, discípulo mío, deja a los sabios de este mundo las palabras rebuscadas y al-
tisonantes. Sé sencillo. Imítame. Preocúpate tan solo de que tus palabras traigan alegría, consuelo
y paz, que ayuden a los ojos a elevarse hacia Mí, que ayuden a los demás a amarme y que ayuden
a traer el bien y la paz. Sé también prudente en tus palabras para que estas, mal interpretadas, no
sean luego utilizadas en tu contra.
Respeta el don de la palabra que recibiste, como respetarías un objeto sagrado. Habla con ama-
bilidad, sin rebuscamiento ni zalamería. Habla con toda sinceridad y franqueza, pero sin herir a
nadie. Cuídate de no hablar de los ausentes, a no ser para algo indispensable o positivo. Y a menu-
do vuelve hacia Mí tu pensamiento, aun durante tus conversaciones, para preguntarme cómo me
comportaría Yo y qué diría Yo si estuviese en tu lugar. Comportándote así, siempre oirás la voz de
Dios que te guía... y sabrás captar lo que la mirada muda de tus hermanos quiera decirte. Así sea”.
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Ella, gloriosa en el cielo, actúa en la tierra. Participando del Señorío de Cristo Resucitado, “con su
amor Materno cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan”: su gran cuidado es que
los cristianos tengan vida abundante y lleguen a la madurez de la plenitud de Cristo. Ésta es la hora
de María, tiempo de un nuevo Pentecostés que ella preside con su oración, cuando, bajo el influjo
del Espíritu Santo, inicia la Iglesia un nuevo tramo en su peregrinar. Que María sea en este camino
“Estrella de la Evangelización siempre renovada”.
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Debo decirles, ante todo, que el Corazón de María fue modelado según el Corazón de Dios, del cual
es Madre. ¡Jamás podrán ustedes comprender plenamente la grandeza de esta prerrogativa: ser
Madre de Dios! De aquí derivan todas las consecuencias de santidad y de perfección. Dios, que la
quiso como Madre de Su Hijo Jesús, inundó a su corazón de Su Bondad, de Su Misericordia, de Su
Amor infinito, para que esta Madre Divina pudiese a su vez modelar Mi Corazón, que se formó en
Su Seno según las mismas insondables medidas.
En este Corazón Materno, todos los hombres de la tierra pueden hallar consuelo, ayuda y alimento
para la vida espiritual. Pues Ella es verdadera Madre de todos los creyentes, que están unidos por el
santo bautismo a Mi Cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo, esto es, a ese Cuerpo del cual los cristianos
son los miembros y Yo la Cabeza; y Ella engendra continuamente a la Vida de la Gracia a los hijos de
la Iglesia y a la vez suyos.
Ella es Mi Mamá, dotada de poderes extraordinarios; y, aunque no deja el Paraíso en donde está en
alma y cuerpo junto a Mí en la gloria del Padre, rodeada y aureolada del Espíritu Santo, puede y qui-
ere estar cerca de cada uno de un modo invisible, pero, real, para ayudarlos y conducirlos a todos
a la Jerusalén Celestial. Ella aplica a las almas la potencia de la Sangre que, brotada de su Corazón
Materno, se derramó en Mi Corazón, y que Yo di al mundo hasta la última gota, en el curso de Mi
Pasión y de Mi Muerte.
VIGILA ATENTA
En Mi Carne, que Yo les doy bajo la especie del Pan en la Eucaristía, Ella les hace también el don de la
suya, ya que de Ella recibí Yo Mi Carne. Vigila atenta por la Iglesia y habla al corazón de los hombres
de cualquier fe y de cualquier religión. No hay dolor que Ella no quiera ni pueda consolar. Sensible
a los sufrimientos humanos que soportó de un modo admirable en su vida mortal, siente repercutir
en su Corazón los sufrimientos de sus hijos. Ante ninguna pena Ella permanece indiferente; no es
más que viendo hasta qué punto el sufrimiento es útil para la Vida eterna y para la vida de la Iglesia
que Ella permite que sus hijos predilectos permanezcan en el dolor, si bien no deja de concederles
consuelo y ayuda.
Ella, la Reina de los Mártires, acompaña a esas multitudes de almas generosas de todos los siglos,
que por amor a Dios y por atestiguar la Verdad que Yo les he enseñado, están dispuestas a dar su
vida. Y está también siempre al lado de esas mamás que en la vida cotidiana, afrontan los sacrificios
prolongados que requieren el cumplimiento de su propio deber; vigila con corazón Materno y está
junto a los consagrados de cualquier edad y condición. Y se aflige si no se esfuerzan por conseguir
la perfección a la cual se han consagrado.
Su súplica al Padre se extiende a todos los hombres de la tierra. Incansablemente Ella implora pie-
dad, misericordia y socorro para todos. Nueva Ester, magnífica en su belleza, conquista el Corazón
de Dios. Ella se presenta al Padre, llevándome a Mí, Niñito, entre sus brazos, o bien Me presenta en
Mi adolescencia o muriendo sobre la Cruz. Y muestra también al Padre su Corazón traspasado por
siete espadas y le suplica: “Yo soy Tu Hija, perdónales a mis hijos en la tierra, pues, no saben lo que
hacen”.
478
Cenáculos del rosario
LA DIVINA PASTORA
¡Oh! Mis queridos discípulos, les aseguro que habría podido crear un mundo más lindo; flores más
bellas y aromáticas, pero, no habría podido crear una Mamá mejor ni más bella, con un Corazón
más delicado, sensible y fiel. Fiel a Dios en la observancia de Sus leyes y de Su Voluntad con la cual
se identifica. Fiel a Sus hijos. Fiel a las almas que le han sido confiadas a su cuidado, pues agota
todos los recursos para que no se pierdan.
Aún cuando éstas se sientan atraídas por mil cosas malas que seducen el corazón y la mente del
hombre, Ella sabe encontrarlas, recuperarlas y conducirlas al corral. Si Yo soy el Buen Pastor, Ella es
la Buena Pastora. Si Yo soy el Buen Samaritano, Ella es la Mamá llena de Bondad que corre solícita
adonde la necesidad la llama. Si Yo soy el Redentor, si Yo he tenido el Corazón abierto por Amor a la
humanidad, Ella es Mi primera y más grande colaboradora en toda esta Obra de la salvación.
Discípulos míos, conviden a todos los hombres de la tierra a refugiarse en el Corazón Inmaculado
de Mi Mamá y serán amparados, protegidos y defendidos contra el Maligno que quiere destruirlos.
Ofrézcanle, conságrenle los corazones de los hombres buenos y malos, para que una vez más el
mundo sea salvado por su intermedio y triunfe en la tierra Su Corazón Doloroso e Inmaculado,
morada del Espíritu Santo, y lugar de descanso y de complacencia de la Santísima Trinidad.
Sí, ésta es la hora de María. La hora de un Nuevo Pentecostés para el mundo, que será purificado en
el fuego del Amor. No desconozcan el poder de Mi Madre, porque es inmenso. Por Ella, el Espíritu
del mal será vencido. Venid a Mí por Ella. Les recibirá y les estrechará contra su Corazón con tanta
alegría. Así sea”.
a) Los siete DONES del Espíritu Santo. En Isaías 11:1 3 se lee: “Y brotará una vara del tronco de Jesé.
Sobre el que reposará el ESPÍRITU de Yahvéh; espíritu de SABIDURÍA y de INTELIGENCIA, espíritu
de CONSEJO y de FORTALEZA, espíritu de ENTENDIMIENTO y de TEMOR de Yahvéh”. El séptimo
don, el de PIEDAD, es mencionado desde la versión bíblica latina de San Jerónimo. Cristo, la Vid,
comunica estos dones a sus sarmientos. ¿No dice San Pablo en Romanos 8:29, que “Dios nos pre-
destinó a ser CONFORMES con la Imagen de su Hijo”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) Los FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO. Los DONES, a su vez, producen FRUTOS. San Pablo, en
Gálatas 5:22, enumera 9 de ellos: “AMOR, ALEGRÍA, PAZ, PACIENCIA, AFABILIDAD, BONDAD,
FIDELIDAD, MANSEDUMBRE, DOMINIO DE SÍ”. Y añade que estos frutos son “contrarios a las
apetencias de la carne: FORNICACIÓN, IMPUREZA, LIBERTINAJE, IDOLATRÍA, BRUJERÍA, ODI-
OS, DISCORDIAS, CELOS, IRAS, RENCILLAS, DIVISIONES, ENVIDIAS, BORRACHERAS, ORGÍAS
y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo que quienes hacen tales cosas NO HEREDARÁN
EL REINO DE DIOS”.
c) Los CARISMAS DEL ESPIRITO SANTO que no todos reciben, sino que el Espíritu Santo distribuye
libremente para bien de los demás y edificación de la Iglesia. San Pablo menciona por lo menos
veinticinco carismas, entre ellos el don de hablar en el Espíritu Santo, de enseñar, de consolar, de
aconsejar; el don de profecía, de hacer milagros, de curaciones, el don de lenguas, la capacidad de
explicar lo dicho en lenguas, etc.
b) El mismo Concilio enseñó también que la “Santidad de la Iglesia se manifiesta... en los frutos de
gracia que el Espíritu Santo produce en los fieles”. El más excelente de estos frutos, al cual todos
los demás van ordenados, es nuestra conformidad con Cristo ya que el Espíritu Santo, lo recuerda
el Papa Pío XII: “Ha sido comunicado a la Iglesia... para que cada uno de sus miembros, día a día se
vaya haciendo más semejante al Redentor”.
Seremos santos en la medida de nuestra semejanza con Cristo. Dios Padre, en efecto, nos ha “Pre-
destinado para ser conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29), y el Espíritu Santo nos ha
sido dado precisamente para que esculpa en nosotros los rasgos de esta divina semejanza, hacién-
donos “de día en día más semejantes al Redentor”.
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Cenáculos del rosario
¿QUIÉN ES EL ESPÍRITU SANTO?
El Espíritu Santo es el infinito Amor con el cual el Padre y el Hijo se aman; es el Espíritu del Padre
y el Mío. Procede del Amor que nos une y es lazo de unión entre nosotros, el Don de nuestro mu-
tuo Amor... Ese Amor que une al Padre con el Hijo, es tan grande, fuerte y real que constituye una
tercera Persona: eterna, sabia, infinita, igual en todo a las otras dos Personas... Este Don mutuo
del Padre y del Hijo, desde el fuego de Pentecostés, comenzó a iluminar y a calentar las almas de
ustedes, a habitar en ellas como un dulce Huésped, y a ser el Alma de la Iglesia naciente.
Los frutos que el Espíritu Santo más desea ver brillar en su jardín son: la paz, la pequeñez, la humil-
dad, la alegría, la sabiduría, el amor a la verdad, la misericordia... Pero el fruto más exquisito y ex-
celso, que contiene todos los demás, superándolos, es el de la constante unión de su voluntad y su
corazón con Mi Santo Espíritu. ¡Une tu espíritu a Mi Espíritu, tu corazón a Mi Corazón, tu voluntad
a Mi Voluntad y pronto tu alma estará llena de los frutos más exquisitos!
Que la Virgen Santísima, Esposa del Espíritu Santo, les ayude en apartar de ustedes todos los ob-
stáculos, egoísmos, caprichos y apegos a la voluntad propia, que impiden la acción del Espíritu
Santo. Mi gracia producirá, entonces, en el jardín de su alma los más exquisitos frutos de santidad y
de amor, y penetrará siempre más hondamente en ella, para Gloria y contento del Padre Celestial,
edificación de sus hermanos, y para su propia paz. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) Concluimos con el testimonio del Beato JOSÉ ESCRIVA DE BALAGUER: “La Iglesia Católica es ro-
mana. Yo saboreo esta palabra: ¡romana! Me siento romano, porque romano quiere decir universal,
católico; porque me lleva a querer tiernamente al Papa, el dulce Cristo en la tierra; como gustaba
repetir Santa Catalina de Siena. Venero con todas mis fuerzas la Roma de Pedro y de Pablo, bañada
por la sangre de los mártires, centro de donde tantos han salido para propagar en el mundo entero
la palabra salvadora de Cristo. Ser romano no entraña ninguna muestra de particularidad, sino de
ecumenismo auténtico; supone el deseo de agrandar el corazón, de abrirlo a todos con las ansias
redentoras de Cristo, que a todos busca y a todos acoge, porque a todos ha amado primero. El amor
al Romano Pontífice ha de ser en nosotros una hermosa pasión, porque en él vamos a Cristo”.
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Cenáculos del rosario
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Mis muy queridos discípulos: La cruz que pesa sobre las espaldas de un Papa es muy pesada y es
un deber de todos ayudarlo a llevarla. Yo le doy Mi asistencia particular y el Espíritu Santo lo asiste
continuamente, pero ¡cuánto me gusta ver a los hijos, llenos de afecto por el Santo Padre, suplicar
al Señor para que le dé las gracias más exquisitas! Es cierto que muchas personas ruegan cada día
según sus intenciones para ganar las santas Indulgencias, pero para muchos es una oración intere-
sada, sin que tengan un verdadero afecto por él.
UN SACRIFICIO ENORME
Discípulos míos: Rueguen mucho por el Papa, cuyas responsabilidades superan mucho las fuerzas
humanas. ¡Cuán indispensable le es la ayuda divina, que Yo le concederé más abundantemente en
la medida que ustedes oren y ofrezcan por él muchos sacrificios y sufrimientos. Para un Papa, so-
bre todo ya de cierta edad, el estar continuamente en la brecha, el someterse a una disciplina, a un
horario estricto, la frecuente falta de reposo, es para él un sacrificio enorme que acelera el deterioro
de su organismo humano. Amen mucho al Papa, discípulos míos: El cariño que le demuestran, Yo
lo recompensaré de un modo particular, porque lo que ustedes hacen por el Papa, que tan digna-
mente me representa, lo considero como hecho a Mí, en Persona.
No dejen nunca de interesarse por lo que él manda, aconseja y desea. Quien a Él escucha, Me es-
cucha a Mí. Sepan, asimismo, explicar, comentar y defender las enseñanzas Mías que les llegan a
ustedes por boca del Papa. ¡Cuántas personas, ¡ay!, no creen en su infalibilidad cuando habla como
Jefe de la Iglesia Universal, y se consideran con el derecho de rebatir su palabra, de criticarlo y
hasta de burlarse de él! ¡Qué esos tales recuerden que, si ya todo apóstol y llamado, me es querido
como la pupila de mis ojos, por lo cual he podido decir: “el que los desprecia, Me desprecia a Mí”...
con cuánta mayor razón lo digo de Mi Vicario, por el cual tengo tanta predilección! Muchos hacen
comparaciones y piensan que pueden juzgar, si alguien es más o menos santo, ignorando que la
santidad, la mayoría de las veces, se encuentra bien escondida a los ojos de los hombres. Verán en
el paraíso cuántas equivocaciones cometieron ustedes en la tierra a este propósito.
EL PAPA ADAPTADO
Cada época tiene al Papa adaptado. Si unos representantes míos, humanamente hablando, no es-
tuvieron a la altura de su misión en otros tiempos, fue porque los fieles habían dejado de orar y de
sacrificarse por él. Cuando un Papa fallece, muchos se lamentan: ¡ay qué santo, qué bueno, qué
perfecto era!; pero son esos mismos que, cuando aún estaba vivo, criticaban y rechazaron su au-
toridad y enseñanzas. Si lo lamentan ahora, no es porque sienten afecto por el Papa difunto, sino
para alejar los corazones del Papa actual. Estén, pues, bien en guardia. Un verdadero cristiano debe
siempre ver, en la autoridad del Papa, un don del Cielo. Alabando las obras de los predecesores, que
nunca desprecie la del presente. Procure, al contrario, la unión de las almas en torno a él como hijos
afectuosos y devotos.
La posición del Papa es más que nunca delicada y difícil. Tiene que hacer resplandecer la verdad,
aun cuando ésta punza; tiene que refutar el error y sostener los principios del orden moral y social a
los cuales los hombres se someten de tan mala gana. Todo esto le atrae, de parte de aquellos, que
se sienten tocados en la llaga, no pocas sino muchas reacciones y antipatías graves.
ADHESIÓN COMPLETA
Sean ustedes, discípulos míos, esos hijos más afectuosos y devotos que sostienen al Santo Padre
en su duro combate cotidiano y no dejen nunca que le falte su ayuda y su adhesión completa. En
virtud de la Comunión de los Santos cada miembro de Mi Iglesia puede servir de ayuda a los demás.
Ofrezcan al Santo Padre las primicias de su oración, la prontitud de su obediencia, la generosidad
de sus sacrificios. Les repito: los hijos más devotos de la Iglesia y del Papa tendrán de Mí un premio
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
especial en el Cielo. Que Mi Mamá, que es también Madre de la Iglesia, les consiga esta gracia par-
ticular. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
¿No les he dicho: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”? Es decir: la VERDAD sobre el CAMINO
hacia la VIDA. Seguirme es caminar en la Luz. Cuando llega la Luz se disipan las tinieblas. Cuando
Yo entro en un alma, desaparecen los errores y se hace de día; el alma se libera y se alegra, rompe
las cadenas de la esclavitud del demonio, triunfa sobre el mal y se siente atraída hacia el bien por
una fuerza irresistible.
Yo he depositado en Mi Iglesia el tesoro de Mi Verdad, la cual no puede ser adaptada a los gustos
de los tiempos y de las personas. La verdad es inmutable. Cielo y tierra pasarán pero mis palabras
no pasarán. Para cumplir la misión que Yo confié a Mi Iglesia le comuniqué el don de la infalibilidad.
Infalibilidad quiere decir que la Iglesia no puede equivocarse cuando proclama doctrinas de Fe o de
costumbres, porque el Espíritu Santo no lo permite. Por esta razón MI IGLESIA LES COMUNICA
TODA LA VERDAD y solamente la Verdad.
Este milagro se debe, sobre todo, al único intérprete infalible de la Verdad que es el Papa, asistido
continuamente por el Espíritu Santo, conforme a Mi promesa: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré Mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”: al Papa Yo le prometí
para siempre una especial asistencia para que sea el fiel guardián de la Verdad, diciéndole: “Yo he
rogado por ti, para que tu Fe no desfallezca. Y tú... confirma a tus hermanos”.
Si todos pudieran interpretar la Verdad a su manera, ¿qué le quedaría por hacer al Espíritu Santo? Si
cada uno fuese dueño de pensar y de interpretar las doctrinas y la Verdad como quisiera, habría tan-
tas religiones como hombres en la tierra. Éste es precisamente el drama de las Sectas protestantes
en donde nadie manda ni puede mandar, ya que ellos mismos rechazan toda autoridad suprema.
¡Pobres iglesias, templos y salones sin cabezas ni guías, barcas sin timón ni capitán en donde mis
Palabras son interpretadas y manoseadas al antojo de cada pastor y de cada creyente!
Yo nunca dije a mis discípulos que cada uno leyere o interpretare la Biblia a su modo. Los auténticos
apóstoles fueron hombres formados, ungidos, consagrados y autorizados por Mí para ir al confín
de la tierra enseñando a todos a guardar lo que Yo les había mandado. Los instituí ÚNICOS MAE-
STROS de la Verdad y les di un jefe, el Papa, para que cuando surgiera una diferencia de opinión,
fuera él, en nombre Mío, el que diera la última palabra, como sucedió en el relato contenido en
HECHOS DE LOS apóstoles donde Pedro y Pablo opinaron diferente a propósito de la circuncisión.
En vez de discutir y pelear, Biblia en mano, se reunieron en el Concilio de Jerusalén en donde Pe-
dro, iluminado por Dios, dio la solución, gracias a su autoridad ejercitada con humildad y unánime-
mente aceptada por todos.
¿Han visto cuántas sectas protestantes se han formado en el mundo, especialmente en América
Latina? Brotan como hongos de la arrogancia de sus fundadores, el primero del cual, Martín Lutero,
un sacerdote del siglo 16. Éste, frente a las llagas de la Iglesia de su tiempo, en vez de reformarla
desde dentro, se obstinó en salir de la iglesia, dejar su sacerdocio y casarse con una monja. Así
empezó la funesta división de Mi Iglesia hoy fracturada en miles de sectas.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Sean HUMILDES, discípulos míos, y les será fácil obedecer, les será fácil creer y aceptar con sereni-
dad y alegría mis enseñanzas, que llegarán a ustedes por intermedio de Mi Vicario en la tierra, el
Papa, y a ponerlas en práctica. El Papa es Mi Voz, es Mi Eco, por cuyo intermedio Mi Palabra se va
difundiendo por todo el mundo. Es el eco de la Verdad la que les hará libres del error y de la mentira
cuyo jefe es el Maligno. Amen, pues, a la Iglesia, Mi Esposa, con gran cariño y respeto, porque sólo
en Ella reside toda Mi Verdad. Así sea”.
b) No sólo a los doce Apóstoles envió Jesús a misionar, sino también a los setenta y dos discípulos
(Lc 10: 1 6). San PEDRO en su primera carta (4:10) nos exhorta: “Que cada cual ponga al servicio
de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores de diversas gracias de Dios”.
c) Concluimos con una palabra de Santiago (5:19), muy digna de ser frecuentemente considerada:
“Hermanos míos, si alguno entre vosotros se extraviare de la verdad, y otro lo convirtiere, sabed
que quien convirtió un pecador de su proceder extraviado, le salvará el alma de la muerte, y le ob-
tendrá la remisión de la muchedumbre de sus pecados”.
b) No HAY APOSTOLADO SIN SANTIDAD: es necesario tratar a Dios, para hablar de Él. Nos dice
SAN AGUSTÍN: “Antes de permitir a la lengua que hable, el apóstol debe elevar a Dios su alma sedi-
enta, con el fin de dar lo que hubiere bebido y esparcir aquello de que la haya llenado”.
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Cenáculos del rosario
SAN AMBROSIO nos exhorta: “Recibe de Cristo, para que puedas hablar a los demás. Acoge en ti el
agua de Cristo. Llena, pues, de esta agua tu interior, para que la tierra de tu corazón quede humede-
cida y regada por sus propias fuentes”. Escuchemos, por fin, el testimonio del Beato JOSÉ ESCRIVÁ
DE BALAGUER: “Yo pienso, efectivamente, que corren un serio peligro de descaminarse aquellos
que se lanzan a la acción, al activismo, y prescinden de la oración, del sacrificio y de los medios
indispensables para conseguir una sólida piedad: la frecuencia de Sacramentos, la meditación, el
examen de conciencia, la lectura espiritual, el trato asiduo con la Virgen Santísima y con los Ánge-
les custodios... Todo esto contribuye, además, con eficacia insustituible, a que sea tan amable la
jornada del cristiano, porque de su riqueza interior fluyen la dulzura y la felicidad de Dios, como la
miel del panal”.
Lamentablemente, como al lado mío estuvo el mal ladrón que no quiso aprovechar Mi don de Amor,
así a lo largo de los siglos, hileras interminables de malos ladrones, me abandonan, me insultan y
me vuelven las espaldas, abusando de Mi Amor. Son hijos pródigos que piden al Padre su parte de
la herencia, es decir las alegrías terrenas que creen ser las únicas útiles e indispensables, y rechazan
la salvación.
Yo me paso extendiendo mis brazos y mostrando Mi Corazón herido para invitar a todos al retorno.
Algunos son sordos a Mi invitación. Ella les suena como reproche, y el orgullo les impide escuchar
cualquier reproche que puede llegar a sus oídos por medio de la conciencia.
Llamo a otros señalándoles el Cielo y haciéndoles escuchar, como en Mi vida mortal, la bienaven-
turanza que es también una vocación: “Bienaventurados los puros de corazón”, prometiéndoles
que verán a Dios, que sus mentes serán iluminados y que sus almas irradiarán una luz purísima y
suave. Pero ellos responden que prefieren ir a pastar los animales inmundos, exactamente como
el hijo pródigo. Los atractivos de los sentidos, los placeres de los instintos y del fango que, sin em-
bargo, dejan en la boca amargor, disgusto e inquietud, los seduce. Y Yo permanezco con los brazos
abiertos, esperando el retorno de los hijos que han costado toda Mi Sangre.
Llamo a todos y mostrándome, flagelado y despojado de todo, a las miradas de mis hijos, invito a
un desprendimiento completo de los bienes de la tierra, que ellos deben usar sólo para las necesi-
dades de la vida y que, si se han repartido de modo diverso, es para que, en el ejercicio de la cari-
dad, se realice la igualdad por la cual tengan lo necesario. Pero el apego a sí mismos y a los propios
bienes hace que muchos vuelvan la espalda, como en otro tiempo el joven del Evangelio, a quien le
había hecho la invitación de dejarlo todo y seguirme.
¡Oh, si pudiera hacer comprender a todos este misterio de Amor! Yo estoy en lo alto de la cruz,
como el Padre del hijo pródigo, en lo alto de la torre y escudriño el horizonte e invoco almas que me
ayuden a llamar a los alejados. Ustedes están entre los que Yo invito y les hago participar de mis
deseos más profundos: ¿Queréis ser Mi voz, Mi brazo, Mi corazón? Pues Yo me doy a ustedes y me
uno de modo tan perfecto que lo que haré Yo, parecerá hecho por ustedes. Lo que harán ustedes
será tan bendecido por Mí que dará frutos de Vida eterna.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
¿Quieren ayudarme, quieren ser mis apóstoles? Les parecerá imposible. ¿Tal vez hasta ayer su vida
ha sido un conjunto de bien y de mal, una “custodia de puercos”? Pero ahora, si vienen a Mí, Yo
como el padre del hijo pródigo, les preparo una cena. Haré guisar el becerro más gordo, les invitaré
a la mesa Conmigo, les pondré el vestido más bello, la vestidura nupcial de la Gracia, y serán mis
amigos íntimos.
Discípulos míos, no quiero hacer ninguna preferencia entre ustedes, todos me son amados, y Yo les
amo con un Amor infinito, todos son mis hijos, a todos los quiero salvos. El crucifijo que sobresale
en todo tabernáculo, el crucificado que, aunque combatido ha conquistado el mundo, les tiende los
brazos; y les bendice por todo lo que, al salir de aquí, harán por Él. Les bendice porque serán capac-
es de decir a cuántos viven junto a ustedes, que un Dios hecho hombre y clavado en la Cruz espera
a todos los hombres para elevarlos hacia Él. Su sacrificio orante, ofrecido como don de amor a Mí,
les será restituido, con tanto fuego de apostolado y de bien, que se difundirá por doquier. Así sea”.
Las más bellas parábolas de Jesús se encuentran sólo en Lucas: las del Buen Samaritano, de la oveja
extraviada, de la dracma perdida, del fariseo y del publicano... y la perla entre las perlas: la del “Hijo
Pródigo”, quizás la página más rica y conmovedora en toda la literatura mundial. Un total de diecio-
cho parábolas, propias de Lucas, en donde se pone de relieve, de una manera sublime e insupera-
ble, el abismo de Misericordia, de paciencia, de perdón y de bondad, que encierra el Corazón divino.
¡Cuán gustosamente insiste Lucas en la ternura de Jesús con los humildes y pobres, mientras que
los orgullosos y los ricos, que disfrutan sin misericordia ni justicia, son severamente tratados! Y,
sin embargo, incluso la justa condena vendrá después de pacientes plazos de misericordia. Sólo
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Cenáculos del rosario
que es preciso arrepentirse, renunciarse, y en este punto la generosidad viril de Lucas insiste en
la exigencia de un desprendimiento decidido y absoluto, especialmente por el abandono de las
riquezas.
b) Lucas es, asimismo aclamado como “EL EVANGELISTA DE MARÍA”, al revelarnos los sagrados
y ocultos misterios de la Encarnación del Verbo Eterno en las entrañas de María, la Visitación a
Isabel y la santificación de Juan Bautista en el seno de su madre, el nacimiento de Jesús en Belén,
su circuncisión, su presentación y su hallazgo en el templo, Lucas nos da a entender que conoció
personalmente a la Virgen Santísima. Únicamente de sus labios purísimos pudo haber recogido
esas “cosas que” sólo “María guardaba en su corazón”: el himno del “Magnificat”, por ejemplo,
que no tuvo otros testigos más que Isabel y Zacarías, ya fallecidos cuando Lucas, como él anota en
el prólogo de su Evangelio, comenzó a “investigar diligentemente desde los orígenes, según nos
transmitieron quienes fueron testigos oculares desde el principio,... para que se tenga cabal cono-
cimiento de la solidez de la doctrina que han aprendido” (Lc 1:1 3).
c) Lucas merece también ser llamado: EL EVANGELISTA DEL ESPÍRITU SANTO. Es el único que
narra la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, reunidos en el Cenáculo con María. Y en los
“Hechos de los Apóstoles”, él menciona al Espíritu Santo unas sesenta veces y lo presenta como el
alma de la Iglesia naciente, el auténtico protagonista de su crecimiento. Típicas de los “Hechos de
los Apóstoles” son, por ejemplo, expresiones como: “Dijo el Espíritu a Felipe: avanza y pégate a ese
carro” (Lc 8:29)... “Impedidos por el Espíritu Santo de predicar” (Lc16: 6).
b) Según la Tradición Lucas murió en Acaya y su cuerpo fue trasladado a Constantinopla, siendo
emperador Constantino, y más tarde a Pavía, en Italia, donde es venerado, aunque la cabeza se
reverencia en Roma en la Basílica de San Pedro.
En el capítulo cuarto del Apocalipsis, el apóstol Juan describe como, alrededor del Trono del Corde-
ro, vio a cuatro seres. Eran los cuatro evangelistas, figurados en un aspecto acorde con su naturale-
za espiritual. Se hallaron cubiertos de muchos ojos, que les fueron concedidos para contemplarme
como Divino Redentor, y poderme describir y testimoniar con toda perfección.
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Mateo: el hombre, totalmente hombre en su pasado y en la descripción que hace del Hijo del Hom-
bre. Marcos: un león impulsivo, tanto como misionero imponiendo a Cristo a las turbas paganas,
como en hacer resaltar a los ojos de éstas, siempre ávidos de prodigios, el poder que tiene Cristo de
hacer milagros de toda clase. Y esto, con el fin de provocar su admiración y, a través de la misma,
de conquistarlos para Mí. Juan: el águila, el Apóstol todo ardor, que a impulsos del amor, subió con
el espíritu y con la inteligencia a zonas excelsas. Más profundamente que ningún otro evangelista
o Apóstol, Juan supo penetrar, con la mirada perfecta y fija del águila, dentro del misterio del Amor
de Cristo, y anunciar, asimismo, las cosas de los últimos tiempos. Lucas: el buey, es propio del buey
rumiar lo que anteriormente ingirió, y Lucas lo imita. El tiempo había engullido, desde hace muchos
años, los episodios preliminares de la venida del Mesías. Lucas, paciente y fuerte como un buey,
investiga, con búsquedas constantes de historiador erudito, los antecedentes de la obra del Amor
infinito de Dios, por la salvación de la humanidad. No se limita a hablar de Mí, sino que habla asimis-
mo de cuanto supone preparación, para Mi Madre, de los acontecimientos que precedieron a las
manifestaciones públicas mías, a fin de hacerles sabedores de todo. Logró confirmar a los profetas
y desbaratar, con la más exacta narración de la vida oculta mía, de Mi Madre y de José, las futuras
herejías que habrían de surgir, que aún no han terminado, y alteran la verdad acerca de Mi vida,
doctrina y persona: sana, fuerte, paciente, heroica y casta, como ninguna otra.
Lucas, el historiador erudito, muestra a la siempre Purísima e inviolada: física, moral y espiritual-
mente, desde la Concepción hasta su estático tránsito de la tierra al Cielo. La presenta como medio
indispensable para que Me tuviesen a Mí como Hombre-Dios. Muestra a la Humildísima, a la Llena
de Gracia, a la Obedientísima en su “Hágase en mí según Tu Palabra”, sin el cual no habría teni-
do lugar la Redención. A la Caritatívísima que acude con prisa santa adonde su prima Isabel para
confortarla, ayudarla y santificar, asimismo, a aquel que había de preparar Mis caminos de Salva-
dor: Juan Bautista. A la Dolorosísima, cuyo corazón sería atravesado por una espada de dolor. A la
Preocupadísima en no perderme de vista, cuando la Voluntad del Padre me mantuvo en el Templo.
A la Madre Espiritual de todos los hombres al pie de la Cruz, y a la Madre de la Iglesia en el Cenáculo
de Pentecostés...
Siempre y por doquier Lucas sigue los pasos de María: desde Nazaret al Gólgota para coparticipar
en la Redención. Después al Monte de los Olivos desde donde su Hijo ascendió al Padre; del Monte
de los Olivos al Cenáculo de Pentecostés, y, por fin, desde la tierra al Cielo en el éxtasis final en el
que el Fuego Divino aspiró hacia Sí a su María, del mismo modo como el Sol aspira hacia sí la gota
pura de rocío.
Y ¿quién mejor que Lucas les da a conocer Mi dulzura de Divino Redentor que es admirable, aunque
cuando es preciso, sabe mostrarse fuerte? Mi amabilidad con los enfermos y pecadores deseosos
de curación física o espiritual, Mi obediencia perfectísima hasta la muerte, Mi humildad que no
buscaba alabanzas sino que aconsejaba: “No contéis lo que habéis visto’“: Mi fortaleza, sabiendo
vencer todo afecto o temor humano en el cumplimiento de Mi misión; Mi pureza por la que nada
había que pudiese alterar sus sentidos ni albergar en Si, siquiera por un momento fugaz, pasión
alguna que no fuese santa, y Mi deseo de beber el cáliz de la Redención hasta el fondo, iniciando Mi
Pasión con el sudor de Sangre del Getsemaní... Todo esto lo conocen gracias a Lucas.
Discípulos míos, cuando sean llamados, un día en presencia del Juez, que soy Yo, asistirán también
los cuatro evangelistas: en calidad de testigos a carga o a descarga de ustedes. Ellos se consumi-
eron a sí mismos por llevar la ley de la Caridad a los corazones, y continuaron su Obra, más allá de
su muerte, con sus Evangelios y otros escritos, en los que el mundo tiene la vida. Ya que conocer
a Cristo, poniendo en práctica sus enseñanzas y aprovechando sus Sacramentos, es tener en sí la
Vida. Justo es, por tanto, que Juan, Lucas, Marcos y Mateo estén presentes, cuando sean juzgados
ustedes según que hayan vivido o no los Evangelios por ellos escritos. Acuérdense de esto cuando
lean esos Evangelios. Mi Paz sea con ustedes, hoy y siempre. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
183. “EL FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO ES: ¡AMOR!, ¡ALEGRÍA!, ¡PAZ!”
(Gál 5: 22)
AMOR: es el tema céntrico de la Biblia: “Dios, explica San Juan, es AMOR. Nosotros amamos
porque Él nos amó primero..”. (Jn 4: 19). Y “No existe, asegura Jesús, otro Mandamiento mayor que
éste”. Mientras que San Pablo enfatiza: “Si yo no tengo amor, nada soy... Aunque hablare todas las
lenguas de los hombres y de los ángeles y me faltare amor, no sería más que bronce que resuena y
campana que toca” (1 Co 13: 13).
ALEGRÍA: “Dios, enseña el Salmo 100, no quiere ser servido de mala gana”. Y San Pablo nos alien-
ta: “Servid al Señor con alegría”. La alegría, según la Biblia, es un don que sólo Dios puede dar por
medio de Jesucristo, el cual asegura a sus discípulos: “Que Mi alegría esté con vosotros para que
vuestra alegría sea colmada”. (Jn 15:11).
PAZ: Es otro tema básico en la Sagrada Escritura. Tan sólo en el Nuevo Testamento se menciona 88
veces. Dios, explica la Biblia, “Es el Dios de la Paz” (Rm 15: 33) y Cristo “El Príncipe de la Paz”. (Is 9:
5). Esta paz Dios quiere comunicarla al hombre: “Os dejo Mi Paz, os doy Mi Paz”. (Jn 14:27) y desea
que nosotros la compartamos con los demás: “Bienaventurados los que siembran la paz” (Mt 5: 9).
b) En nuestros días tuvimos el dinámico ejemplo de Madre Teresa de Calcuta, esa menudita mujer
de quien Dios se valió para sus obras tan sublimes. Todo empezó para ella el día en que brotó de su
corazón un lema sublime: “Quiero hacer de mi vida algo lindo para Dios y mis hermanos”. A partir
de allí descubrió, como ella misma lo expresa: “la alegría de darse a los demás y la paz que irradia
el amor”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
c) Con qué frecuencia se animaba San Agustín repitiéndose: “Dios me crió todo, luego soy todo
de Dios”. Y San Francisco de Asís: “¡Mi Dios y Mi todo!” San Francisco de Sales repetía: “¡O morir o
amar!” Y Santa Teresa de Ávila: “¡O padecer o morir!” Para San Ignacio de Loyola el móvil más ínti-
mo de sus acciones era: “¡Todo para la mayor Gloria de Dios!” El lema de Santa Gema Galgani era:
“¡Padecer, pero sólo por amor!”; y, aquel sublime de Santa Teresita del Niño Jesús: “¡Quiero hacer
sonreír a Dios!”
d) Ningún otro Papa, quizás ha practicado más la técnica de los lemas como el Papa San Juan Pablo
II. Especialmente a los jóvenes lanza desafíos muy concretos y sintetizados en una sola frase fácil
de recordar: “¡Seguid a Cristo!” “¡No tengáis miedo a ser santos!” “¡Sed coherentes! ¡Cambiad el
corazón!” “¡Sed valientes para oponeros al mal!” “¡Venced al mundo con la Fe!” “¡Estad alegres y
compartid vuestra alegría!” “¡Los Santos no envejecen!”
Un lema, para que sea bueno, debe representar un ideal accesible y realizable; de lo contrario,
lanzarías tus fuerzas vitales a la quimérica conquista de un espejismo, sólo para agotarlas en las
arenas de la desilusión y del desengaño. Anhela lo difícil, sin rehusar esfuerzo alguno por agotador
y duro, prosaico o constante que sea, pero que no anhela lo inaccesible. Los Santos son soñadores
realistas. ¡Con la cabeza en el Cielo... pero con los pies firmes en la tierra!
Un lema bueno debe, además, expresar un ideal cautivador, capaz de entusiasmar y de enamorar
el alma, y de reanimarla en medio de la lucha cotidiana. Y un ideal, por fin, debe ser moralmente el-
evado, ya que el fin supremo de la vida moral es desarrollar un grado tal de su “yo” que dé de sí todo
lo que hay en él de útil, de bueno, de noble y de digno. En otras palabras: tu lema debe personificar
el punto más alto que tu podrías alcanzar: ¡ni un milímetro menos! Mira hacia lo alto, discípulo mío,
y te irás transformando a semejanza de tu ideal. ¿Qué eres, en efecto, sino lo que buscas? ¡No te
contentes con un ideal mezquino! No rebajes tu ideal a la medida de tu pequeñez.
¡Agigántate según la medida de tu ideal grandioso y no ahorres esfuerzos para lograr tu propósito!
Si te sientes tan pequeño y la misión que te quiere confiar tan grande, mira hacía Mí, que soy grande:
¡Tu pequeñez unida a Mi grandeza podrá realizar las cosas más grandiosas!
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Cenáculos del rosario
riores, bajando hacia ustedes desde las regiones más celestiales de Mi Corazón divino, harán, a su
vez, brotar los anhelos más nobles de su propio corazón humano y se opondrán, así, al desarrollo en
ustedes de esas pasiones groseras y siempre al acecho, que quieren lastimar su alma y arrastrarla
por lodazales inmundos...
¿Existen, acaso, valores más realizables, atractivos y fascinantes que esos tres en los cuales he
querido que fijasen sus ojos? ¿No es la ALEGRÍA el remedio para los corazones tristes? ¿No es la
PAZ el de las almas inquietas y atormentadas? ¿Y puede brotar del corazón humano anhelo más
absoluto e intenso que la sed de ser amado y de AMAR?
184. “EL ESPÍRITU SANTO QUE DIOS DA A LOS QUE LE OBEDECEN” (HCH
5: 32).
a) Que Adán y Eva, precisamente por su desobediencia perdieron al Espíritu de Dios: “Por la desobe-
diencia de un sólo hombre, todos fueron constituidos pecadores” escribe San Pablo a los Romanos
5: 19.
b) Que María, la Nueva Eva, con su “sí” incondicional a todas las exigencias divinas, nos trajo nueva-
mente al Espíritu Santo, por poder del cual quedó encinta y dio a luz al Hijo de Dios.
c) Que asimismo la presencia de María “esclava del Señor” provocó la venida del Espíritu Santo el
día de Pentecostés.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
d) Que “Cristo Jesús, en palabras de San Pablo a los Hebreos, pasó a ser el que trae la salvación eter-
na a todos aquellos que le obedecen”. Salvación eterna que consiste, precisamente en que venga
a habitar en nosotros la Vida divina del Espíritu Santo, Espíritu de Amor: “El amor de Dios ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rm 5: 5).
CONCLUSIÓN: Todos aquellos que, como María, obedecen a Dios, recibirán y conservarán al Es-
píritu Santo, el Espíritu filial de Jesús que grita “¡Abbá! ¡Padre!”; tal como lo anunció San Juan en
el prólogo de su Evangelio: “A todos los que lo recibieron les concedió ser hijos de Dios” (Jn 1:12).
MARÍA SIGUE SIENDO, MÁS QUE NUNCA, LA MADRE DE LA IGLESIA. María es Madre de la Ig-
lesia, porque en su seno renacemos como a otros Cristos, y el conjunto de estos “Cristos” es su
Cuerpo Místico: la Iglesia. Explica SAN LUIS GRIGÑON DE MONTFORT: “Molde viviente de Dios”,
llama San Agustín a María. En ella sola se formó Dios hombre, al natural y sin que rasgo alguno de
divinidad le faltara. En ella sola también puede formarse el hombre en Dios, al natural, en cuanto es
capaz de ello la naturaleza humana, con la gracia de Jesucristo”.
¡Ten pues compasión, oh Madre, de nuestros niños a quienes seres malvados pretenden desgarrar
su inocencia y arrebatar su fe! ¡Ten compasión de los jóvenes que luchan para conservarse puros en
medio de tantos peligros, de tantas seducciones, de tanto sensualismo! ¡Ten piedad de los esposos
desunidos, porque no saben orar juntos ni quieren alimentarse con el mismo Pan del Cielo! ¡Ten
piedad de las pobres madres que lloran por sus hijos extraviados, los hijos de tantas lágrimas, y
esperan que retomen el camino del bien! ¡Ten piedad de los esposos o esposas que lloran su amor
traicionado, sus ilusiones marchitas, sus esperanzas burladas! ¡Ten piedad de tus sacerdotes que
viven en un mundo que no les comprende, que sienten el frío del aislamiento y la inutilidad de sus
esfuerzos! ¡Ten piedad de los corazones que se aman y que se ven separados por las vicisitudes de
la vida o por la ley inexorable de la muerte! Sobre todos derrama la ternura inagotable de tu amor
materno que acaricia y consuela, que llena de gozo y de paz, ¡oh piadosa! ¡Oh dulce! ¡Oh siempre
Virgen María!”.
Desde la Patria Celestial Él les vigila, y ninguno queda fuera de su mirada de Misericordia. Su Amor
hacia éstos, sus redimidos, fue tan grande que, al morir, me dejó a mí como su Mamá, para que
fuera, en la tierra, su guía, su ayuda y su consuelo.
Apenas mi Hijo partió para el Cielo, Yo me recogí con los Apóstoles en el Cenáculo aguardando la
venida del Espíritu Santo. Orábamos juntos y nada se hacía sin mi consejo. Yo les instruía y les nar-
raba cosas de Jesús que ellos ignoraban; en relación, por ejemplo, con su nacimiento, su infancia,
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Cenáculos del rosario
sus lágrimas infantiles, sus amorosos tratos, los incidentes en Egipto, las innumerables maravillas
de su vida oculta en Nazaret... Y ellos bebían las palabras de mis labios y, captadas, las fijaban en su
mente y en su corazón.
Estando en medio de mis Apóstoles, los iluminé más que un sol. Fui para ellos el áncora, el timón, la
barca donde encontraban refugio y quedaban defendidos de todo peligro. Puedo por lo tanto, hijos
míos, asegurar haber dado a luz la Iglesia naciente y haberle guiado a puerto seguro, como la guío
aún ahora. No en vano fui proclamada “Madre de la Iglesia”. ¿No es, acaso, misión de la Madre dar
a luz, nutrir, guiar y proteger los pasos de su hijo?
Hasta que al fin llegó el día que el Espíritu Santo prometido por mi Hijo descendió... ¡Qué trans-
formación, hijos míos, en el día de Pentecostés! En cuanto los Apóstoles fueron investidos por el
Espíritu Divino, adquirieron ciencia maravillosa, fortaleza invencible y amor ardiente... Y una nue-
va vida corrió en ellos. Los hizo en tal forma valerosa que se esparcieron por todo el mundo para
dar a conocer la doctrina de su Maestro Divino aun a costa del martirio. Yo seguí viviendo con el
amado Juan pero habiendo comenzado la tempestad de la persecución fui obligada a alejarme de
Jerusalén.
Queridísimos hijos, han de saber que yo continúo aun ahora mi papel en la Iglesia. No hay cosa que
no descienda de mí, que no pase por mis manos como el Canal por donde fluyen todas las gracias.
Yo me vuelco por amor de mis hijos y los nutro con mi alimento materno. Y en estos tiempos tan
difíciles quiero mostrarles más que nunca un amor particularísimo, y ser más que nunca la Madre
de la Iglesia, logrando que toda su vida se entregue en la obediencia a la Divina Voluntad. Razón por
la cual yo fui tan copiosamente colmada de las gracias del Espíritu Santo. Por eso les puedo invitar
también a ustedes a refugiarse entre mis brazos maternos, que como barca les llevarán seguros en
el mar de la Divina Voluntad. Gracia mayor no sabría hacerles; por eso les suplico que contenten a
su Mamá del Cielo y vengan a vivir en este Reino tan santo.
Cuando sientan que su voluntad quisiera tener algún acto de vida propia, rebelde a la de Dios, cor-
ran inmediatamente a refugiarse en la segura barca de mis brazos diciéndome: “Virgen Santa, mi
voluntad me quiere traicionar, yo te la entrego a fin de que tú me la cambies por la Divina Voluntad”.
¡Oh!, cómo sería de feliz si pudiera decir de cada uno de ustedes: “Este hijo es todo mío, porque él
vive también de Voluntad Divina”, entonces yo haré descender al Espíritu Santo a tu alma para que
Él queme con su soplo y con su fuego todo lo que ha quedado en ti del hombre viejo y carnal, todo
lo que no es obediencia a Dios; para que Él impere en ti, te confirme en el Divino Querer, y te llene
de todas las gracias del “Espíritu Santo que Dios da a quienes le obedecen. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
casa regresa de la cocina… ¡ya los señores están dentro… mirando por todo lado! Hasta que sus ojos
se fijan en un cuadro de la Virgen Santísima, cuya leyenda reza: “Oh María, sin pecado concebida,
ora por nosotros que recurrimos a Vos”… El visitante frunce el ceño: Señora, aquí dice: “Sin pecado
concebida”, pero, ¿dónde está esto en la Biblia?... La pobre señora, confundida, murmura: “Yo no
sé… no sé…”
Desde aquel momento la duda se insinuó en su corazón y, a los pocos meses, se salió de la Iglesia
Una, Santa, Católica y Apostólica fundada por Jesús sobre Pedro y los Apóstoles. Cayó la señora
en la trampa hábilmente tendida por ignorar una cosa esencial: Que la Biblia no es la sola fuente
de nuestra fe, sino que ésta debe ser completada por la TRADICIÓN, -el “BUEN PASTOR” como lo
llama san Pablo en 2 Tim. 1:l4 – e interpretarse bajo la guía del Magisterio de los Apóstoles y sus
sucesores.
b) Con igual claridad afirma Orígenes, alrededor del año 250, en su obras “De los Principios”: “Hay
muchos que se imaginan sentir con Cristo, y varios de éstos sostienen cosas que están en desac-
uerdo con lo que se enseñó primero, pero solamente hay que creer aquella verdad que en nada
se diferencia de la TRADICIÓN APOSTÓLICA y la BÍBLICA: “Cristo Nuestro Señor, plenitud de la
Revelación, mandó a los Apóstoles predicar a todos los hombres la Buena Nueva como fuente de
toda verdad salvadora y de toda norma de conducta. Este mandato se cumplió fielmente, pues
los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que
habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además,
los mismos Apóstoles y otros de su generación pasaron por escrito el mensaje de la salvación in-
spirados por el Espíritu Santo. Tanto la TRADICION como la ESCRITURA constituyen el depósito
sagrado de la PALABRA DE DIOS confiado en la Iglesia. Ambas están estrechamente unidas y com-
penetradas. La SAGRADA ESCRITURA es la PALABRA DE DIOS encomendada por Cristo y el Es-
píritu Santo a los Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores: para que ellos, iluminados por el
Espíritu de la Verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación. Por eso
la Iglesia NO SACA EXCLUSIVAMENTE DE LA ESCRITURA LA CERTEZA DE TODO LO REVELADO.
Y así ambas se han de recibir y respetar con el mismo espíritu y devoción”.
Analicemos ahora juntos la doble mención de San Pablo: “De viva voz o por escrito” Pidiendo a los
Tesalonicenses de “mantenerse firmes y de conservar aquellas Tradiciones aprendidas de viva voz”
San Pablo aquella parte de la Tradición que él personalmente les había PREDICADO en ocasión de
sus viajes a Tesalónica. Tradición que él, a su vez, había aprendido directamente de Mí, cuando me
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Cenáculos del rosario
le aparecí, o por intermedio de los Apóstoles, cuando estuvo con ellos. Y cuando les pide que su fe
se apoyase también en las “TRADICIONES escritas” alude a la parte “Bíblica”, o sea “escrita” de la
“Buena Nueva”, - porque “Biblia” es sencillamente una palabra griega que significa “los Libros”, - y
de estos “Libros”, precisamente, forman parte las dos Cartas de Pablo, desde Corinto, escribió, en
los años 50-52, a los Tesalonicenses.
Por fin, preguntémonos qué es lo que Pablo da a entender cuando dice a los Tesalonicenses: “Lo
que han aprendido de nosotros”. “Aprender” implica dos cosas: un APRENDIZAJE por parte del
discípulo a través de gente autorizada y calificada para dar este aprendizaje, pues no cualquier per-
sona que se autoproclama “maestro”, “pastor” o “evangelizador” lo es. Y cuando dice “aprendido
de nosotros”, Pablo apunta precisamente hacia aquellos evangelizadores y ministros de los sacra-
mentos, que fueron, como él lo fue, formados y nombrados, por los Apóstoles y sus sucesores para
dar este aprendizaje EN MI NOMBRE. Algo que NADIE está autorizado de hacer si no recibió este
poder, como Pablo puntualiza en otra carta: “por intervención profética mediante la imposición de
las manos del colegio de presbíteros” (l Tim 4:l3).
Evangelizar y Sacramentalizar no es algo que se improvisa: Supone una LARGA FORMACION, lu-
ego y, por fin un MANDATO legítimamente conferido tan sólo por Mi Iglesia Apostólica. “No es
aceptado el que se recomienda a sí mismo” (2 Cor l0, l8) y empieza a gritar por las calles y a tocar
puertas. Implica, para ser lícitas y válidas, una legítima ordenación sacerdotal o una delegación,
recibidas, en ininterrumpida cadena apostólica, de manos que remontan, en el último eslabón de
esta cadena, directamente a Mí.
Mi amado Apóstol y Evangelista SAN JUAN, por su parte, augura a sus destinatarios, en su prim-
era Carta 2:29: “Que permanezca en vosotros lo que habéis oído desde el principio. “... ¡Oído!, No
leído en la Biblia... ¿Qué es lo que “han “oído desde el principio”?... ¡La TRADICIÓN ORAL!... ¡Ese
“TODO” de Mateo 28, transmitido por los Apóstoles! Para Juan, como para todos los Apóstoles, un
auténtico artículo o punto de Fe no es algo necesariamente escrito en los Evangelios. Basta con que
fue creído, predicado y “oído desde el principio”.
San Juan niega, más bien, al finalizar su Evangelio, que en estos se encontraría la plenitud de lo en-
señado y hecho por Mí. “, Jesús, escribe, hizo muchas otras cosas; tantas que si se escribieran una
por una, creo que en todo el mundo no cabrían los libros que podrían escribirse”. Si, pues, el mismo
San Juan afirma que “en el mundo entero no cabrían los libros” para contener todo lo enseñado por
Mí, ¿con qué derecho les ataca los seguidores de las Sectas si algún punto de su fe no esté, anotado
en la Biblia? San Juan, como los demás evangelistas, se limitaron en recoger lo más significativo de
Mi Vida, Milagros y Enseñanzas. Pero Yo di a Pedro “las llaves del Reino de los Cielos” junto con Mi
auxilio especial para que “todo aquello que él dispondría en la tierra quedaría ratificado en el Cielo”.
Prometí, además a esta Mi Iglesia Apostólica, bajo la constante supremacía de Pedro, la perma-
nente asistencia del Espíritu Santo que la “guiaría hacia la Verdad plena”. Está pues, plenamente
autorizada por Mí para enseñar mí Doctrina y perpetuar mis Obras, sean estas expresamente men-
cionadas en la Biblia o no. Que nadie, pues, con trampas insidiosas venga a molestar su fe católica.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
Discípulos míos, es hora de sacar las conclusiones. La visión protestante, se dieron cuenta, no
cuadra, por ningún lado con la Mía. Jamás Yo enseñé que basta, para ser “creyente”, con leer la Bib-
lia, levantar la mano, aceptarme en su corazón como a su Salvador, dejarse bautizar, y, así no más,
salvarse; sin necesidad ni de Mi Eucaristía, ni de los demás Sacramentos, ni de conexión alguna con
los sucesores de Pedro y de los Apóstoles. Como tampoco apruebo esa osadía, para no decir des-
fachatez, actual de autoproclamarse “pastor”, “reverendo” o “misionero”, abrir templos, iglesias
y salones en mi Nombre, y meterse a explicar la Biblia y a cobrar diezmos... Iglesias así deberían
llamarse, en vez de “evangélicas”... “Iglesia de los pastores piratas”, o “Iglesia de los extraterres-
tres”, porque son caídas de repente del cielo, como meteoritos, sin nexo vital alguno con Pedro y
los Apóstoles.
¡Cuántas veces no puso Pablo a sus discípulos en guardia contra tales falsos pastores y predicadores!
“Vendrá un tiempo, escribió Pablo a Timoteo, en que los hombres no soportarán la doctrina sana,
sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito
de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas... En los últimos ti-
empos muchos apostarán de la fe entregándose a espíritus engañadores... A estos pertenecen esos
que se introducen en las casas y conquistan a mujerzuelas cargadas de pecados y agitadas por toda
clase de pasiones, que siempre están aprendiendo y no son capaces de llegar al pleno conocimiento
de la verdad. Son hombres de mente corrompida, descalificados en la fe”.
Mi IGLESIA VERDADERA es UNA: Una en su Jefatura, Doctrina y Moral. No miles de Sectas, cada
quien contradiciéndose... Es SANTA: porque fue fundada por Mí, dos mil años pasados, en Palesti-
na. No en los Estados Unidos o en México, ni 100 0 150 años atrás, como es el caso de la mayor parte
de las Sectas. Es APOSTÓLICA: Desciende directamente de los Apóstoles y sigue bajo la autoridad
de sus sucesores. Es ROMANA porque Pedro y Pablo trasladaron su sede de Jerusalén a Roma, y en
esta ciudad dieron su vida por Mí. Es, por fin, “CATÓLICA”, es decir, UNIVERSAL, esparcida por el
universo entero. No regional o local, como las Sectas. Y es UNIVERSAL también, porque sólo Ella
conservó intacta, a través de dos mil años, la PLENITUD de Mi Doctrina, de mis siete Sacramentos
y de la Biblia.
Las Sectas son Iglesias Incompletas. Precisamente por su maña de querer sacar todo de la mera
Biblia, amputaron seis de Mis siete Sacramentos; rechazaron ocho libros de la Biblia y niegan pun-
tos esenciales de mi Doctrina, como el Primado de Pedro, el carácter sacrificial de la Eucaristía, el
don del sacerdocio, la existencia del Purgatorio, la Maternidad espiritual de María...
Mi Iglesia Verdadera nunca nació, ni puede nacer hoy, de los Evangelios, como pretenden los, por
eso llamados “Evangélicos”. Son los Evangelios, al contrario, que nacieron de Mi Iglesia, redacta-
dos y avalados por su encargo y autoridad. No fue hasta entre los años 50 y 100, es decir, entre 20
a 70 años después de mi Ascensión al Cielo, que comenzaron a circular los libros del Nuevo Testa-
mento. Primero las Epístolas de San Pablo y luego los Evangelios... Pero, mi última pregunta va a
todos los que desprecian la Tradición, favoreciendo la sola Biblia, ¿esperó la Iglesia para celebrar
la Eucaristía... hasta que Pablo, en el año 57, menciona, él primero, su Institución en su carta a los
Corintios?... ¿O hasta que Marcos y Mateo la mencionan, unos diez años más tarde, en sus Evange-
lios? ¿Esperó la Iglesia para ungir, con óleo santo, a los enfermos... hasta que, casualmente, Santia-
go menciona esta costumbre en una carta más tardía todavía?... ¡No, Señores! Es al revés. Si Pablo,
Marcos, Mateo o Santiago mencionan estos Sacramentos en sus escritos, es porque mi Iglesia ya
los estaba administrando en base a su TRADICIÓN, y no a la Biblia. La Tradición cristiana, por lo
tanto, es anterior y más amplia que el Nuevo Testamento. Me remonta a Mí y a mis Apóstoles.
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Cenáculos del rosario
Discípulos míos queridos: Que quede pues, claramente demostrado que no importa si ciertos pun-
tos de su fe y costumbres católicas, no estén explícitamente mencionados en la Biblia. Hacen parte
de la más amplia TRADICIÓN VIVA, de este “TODO” que Yo mandé a mis Apóstoles HACER, OB-
SERVAR Y GUARDAR por Mis discípulos. Cuando los seguidores de las Sectas os ataquen, digan,
pues, con San Pablo: “¡Que nadie me venga con molestias!” Ojalá que las explicaciones dadas hoy,
traigan paz y seguridad a sus corazones, e impidan que ustedes o sus seres queridos, caigan en las
trampas insidiosas del “padre de la mentira”, el cual, odiando a muerte mi Eucaristía, la Santa Misa,
el Sacramento de la Reconciliación y del Matrimonio, la Virgen María, etc., se sirve de las Sectas,
y ellas ni cuenta se dan, para destrozar, con gran dolor mío, los más bellos inventos de mi Amor y
Misericordia. Que en esta travesía hacia el puerto de la Vida eterna, sea su brújula la BIBLIA, pero
la TRADICIÓN el timón de su barca. Sólo así ésta no se apartará de la ruta trazada, en mi Nombre y
con mi Poder por Pedro, el Capitán, y sus sucesores. Así sea”.
b) Si “nadie puede interpretar por sí mismo” la Biblia, hace falta un organismo instituido por Dios
que cumpla con esta misión. De lo contrario, la Biblia sólo generará fanáticos o equivocados,
peligro que la misma Biblia va denunciando: “Hay en las cartas de nuestro querido hermano Pablo,
advierte San Pedro en su primera Carta, algunos puntos difíciles de comprender, que las personas
ignorantes y poco firmes en su fe tuercen, como hacen con las demás Escrituras para su propia
perdición” (1 Pe 3, 16).
c) Es exactamente lo que hacen los promotores de las sectas, ir “torciendo las escrituras para per-
dición de las personas ignorantes y poco firmes en su fe” Y con este sistema niegan la Eucaristía,
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el Sacramento de la Reconciliación, la autoridad del Papa, y pretenden que María no es Virgen. ¡Ya
quedan advertidos, discípulos del Cenáculo! ¡No se rindan frente a quienes, Biblia bajo el brazo,
llaman a la puerta de su casa y con palabras melosas, vienen a confundirles y robarles su linda fe!
¡Maravillosa humildad la del etíope que no rechaza, como lo hacen los sectarios, la mano acredita-
da que Felipe le tiende! En efecto, ¿quién era Felipe? Uno de los siete diáconos que los Apóstoles,
según Hechos 6, 5, habían ordenado, imponiéndoles las manos, como colaboradores suyos, en
cumplimiento del mandato Divino que dice: “Id pues y enseñad a guardar todo lo que Yo os he
mandado”. Rechazar este Magisterio, estas autoridades de la Iglesia como hacen los protestantes
es rechazar al mismo Jesús, quien les dijo: “El que a vosotros escucha, a Mí me escucha; el que a vo-
sotros DESPRECIA a Mí me desprecia”. (Lc 10, 16). Es lo que hacen quienes DESPRECIAN a aquellos
a quienes Jesús encargó el depósito de su Verdad, es decir al MAGISTERIO de la Iglesia, “a la que
San Pablo llama: “columna fundamento de la Verdad” (I Tim 3, 15).
c) El gran conocedor y enamorado de la Biblia, San Jerónimo, escribió: “Has de saber que no puedes
penetrar en las Escrituras sin tener un guía previo”.
d) Y San IRENEO advierte a los fieles que “han de leerse las Escrituras bajo la tutela de los pres-
bíteros de la Iglesia, en quienes se halla la doctrina apostólica”.
¿En qué consiste esta “tutela” de la Iglesia sobre la Palabra de Dios? Dos oficios corresponden a la
Iglesia respecto a la Biblia:
a) Determinar cuáles libros se deben tener por revelados y cuáles no. Es decir: Fijar el canon de las
Escrituras, ya que la Biblia misma no trae ningún índice de sus propios libros. Los que no admiten
otra autoridad que la misma Biblia, se encuentran aquí frente a una de sus más evidentes contradic-
ciones. En un principio, las Biblias protestantes publicaban también los siete libros llamados “Deu-
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Cenáculos del rosario
terocanónicos”, es decir: Tobías, Judith, Baruc, Eclesiástico, Primero y Segundo de los Macabeos
y Sabiduría, pero los imprimían en letra chica, como apéndices. Desde 1826 la Sociedad Bíblica
inglesa determinó ya no publicarlos en la Biblia. Su mal ejemplo fue seguido por las sectas, si bien
ahora, la Sociedad Bíblica Internacional, edita dos clases de Biblias: una con los 73 libros, como la
católica, y la de sólo 66 libros que rechaza los Deuterocanónicos.
El “padre” del protestantismo, Martín Lutero, rechazó, además, los siguientes libros del Nuevo Tes-
tamento: la carta de San Pablo a los Hebreos (porque alaba al sacerdocio); la carta de Santiago
(porque establece que la “fe sin obras está muerta”); la carta de Judas y el Apocalipsis de San Juan.
Sin embargo, los mismos seguidores de Lutero, muerto él, volvieron a admitir los mismos 27 libros
del Nuevo Testamento que tiene la Biblia Católica. Como se ve, prescindiendo de un Magisterio
Eclesial la confusión es inevitable.
En este libro prodigioso comenzaron los hombres a leer treinta siglos pasados, y aunque todos los
santos y todos los pecadores lo leyeran todos los días, su lectura no se agotaría. Y cuando los cielos
se replieguen sobre los mismos y cuando la tierra padezca desmayos y el sol recoja su luz, y se apa-
guen las estrellas, permanecerá este Libro como eterna Palabra de Dios, resonando en las alturas,
cantada por los Ángeles, y repetida por el coro de los Bienaventurados por los siglos de los siglos,
porque Cielo y tierra pasarán, pero mis Palabras no pasarán.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
ACEPTEN AL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
Al acercarse a Mi Divina Palabra, dos peligros les acechan, discípulos míos. Primero, el de no com-
prenderla. Lo que me entristecería mucho ya que sólo en estas cartas, llenas de ternura y de bue-
nos consejos, encontrarán cómo aprovechar y valorizar bien su breve vida en la tierra. Hay, sin
embargo, otro peligro: el de su mala interpretación, pero convencidos obstinadamente de que la
entendieron perfectamente. Es el dolor que me causan los que están separados de la verdadera Vid,
mi Iglesia, por la cual Yo di tan dolorosa como gustosamente mi vida. ¡Cómo desgarran mi corazón
esos pleitos entre hermanos, en mi Nombre y a propósito de mi Palabra! La cual, más bien, ¡debería
unirles y hermanarles a todos cómo un único rebaño alrededor de un único Pastor!
¿No di Yo un Jefe a esta Iglesia para que apacentara a mis ovejas? ¿No le dije: “Tú eres Pedro y sobre
esta piedra edificaré mi Iglesia y lo que tú ates en la tierra quedará atado en el Cielo”? ¿Por qué
entonces no reconocen todos a este Jefe supremo, a este árbitro que Yo les di, a este Representante
mío, a quien Yo dije: “Quien a vosotros escuche a Mí me escucha”?
Discípulos míos, la Iglesia es Madre y ustedes son sus hijos. La Iglesia es Maestra y ustedes son sus
alumnos. Amen a la Iglesia. Hagan suyas sus lágrimas y sus súplicas. El Papa es el Jefe de la Iglesia,
y él como Yo, su Jesús, agoniza sobre su calvario, causado en gran parte, por las dolorosas divi-
siones, herejías y cismas dentro de mis seguidores. Únanse al Papa, oren con él. Amen a la Iglesia
y ofrezcan a Dios todo lo grande, lo sublime que hay en la Iglesia en reparación por todos aquellos
que no respetan su autoridad. Ofrézcanse en unión con Mi Iglesia, Esposa de Cristo, incomparable,
inmortal e invencible. La Iglesia con sus mártires, con sus santos, con sus victorias. La Iglesia que,
como Yo, es siempre la misma hoy y por los siglos de los siglos.
Pero ofrézcanse en una unión tan íntima y profunda con esta Iglesia, que sus sacrificios, su obedien-
cia y su sumisión, también en materia bíblica, contribuya a santificarlos y a convertirlos en medios
eficaces de redención para todos, en medios capaces de conseguir la gracia que necesitan, para
servirme mejor y llegar a la vida eterna. Así sea”.
502
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
Pregunta: La palabra “BIBLIA”, palabra griega que significa “los Libros”, no se encuentra en la Bib-
lia. ¿Con qué nombre se refiere, entonces, la Biblia a sí misma?
a) Isaías, en 34:16, aconseja: “Buscad el LIBRO DE YAHVEH y leed”.
b) En el Primer Libro de los Macabeos 12, 19, se lee: “Nosotros tenemos como consolación LOS
LIBROS SANTOS que están en nuestras manos”.
d) San Pablo alaba a Timoteo en 2 Tim. 3, 1; porque “desde niño conoces las SAGRADAS LETRAS”.
Pregunta: ¿En cuáles pasajes asegura la Biblia de sí misma que es Palabra de Dios?:
a) En Isaías 50, 10 dice Dios: “Al modo que la lluvia empapa la tierra y la fecunda, así será de mi Pal-
abra. UNA VEZ SALIDA DE MI BOCA, no volverá a Mí vacía”.
b) La prueba más convincente es la forma misma como Dios nos comunica su Palabra: En Éxodo
34, 27 puede leerse: “Dijo Yahvé a Moisés: “Consigna por ESCRITO estas palabras..”. Y a Jeremías
Dios ordena: “Tómate un rollo de escribir, y apunta en él todas las palabras que TE HE HABLADO”
(Jer 36, 2). Mientras que San Juan en Apocalipsis 1, 10, explica: “Caí en éxtasis el día del Señor, y oí
detrás de mí una gran voz que decía: ESCRIBE EN UN LIBRO LO QUE VEAS”.
c) San Pablo enseña: “Toda Escritura es INSPIRADA POR DIOS y útil para meditar, corregir, educar,
etc.” (2 Tim 3, 16).
d) Y San Pedro establece: “Nunca profecía alguna ha venido por voluntad humana, sino que hom-
bres MOVIDOS POR EL ESPÍRITU SANTO, han HABLADO POR PARTE DE DIOS” (2 Pe 1, 21).
Pregunta: En Hebreos 1:1, Pablo asegura: “De muchos modos habló Dios, en el pasado, por medio
de los profetas”. ¿Cuáles son esas maneras divinas de comunicarse con sus “portavoces”?
a) A veces a la manera de dictado que se anota. En este caso la Biblia dice: “Dijo Dios a Moisés...
»Por ejemplo.
b) Con mayor frecuencia Dios solamente “inspira”, “mueve” a alguien para que escriba cosas que Él
quiere ver por escrito. Es el caso de David, cuyos hermosos salmos no le fueron “dictados” por Dios,
sino “inspirados”. Jesús mismo lo confirma cuando cita uno de sus salmos, y cuando dice: “Pues
¿cómo David MOVIDO POR EL ESPÍRITU SANTO, le llama Señor…” (Mt 22, 43).
c) En otros casos la intervención de Dios se limita a que no haya error en lo que se escribe y a asumir
la “responsabilidad” de lo escrito. San Lucas, por ejemplo, en el prólogo de su Evangelio, anuncia
que va a ordenar una serie de palabras y hechos recibidos de los que fueron de ellos testigos. No
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
hace falta, por lo tanto, que Dios se lo revele a él. Sin embargo, llevarán la inspiración de Dios, es
decir, su influjo divino para que los escriba como Él quiere que lo haga.
b) El Concilio Vaticano Primero precisó: “La Iglesia tiene estos libros por sagrados y canónicos,
no solamente en el sentido de que compuestos por la sola industria humana fueron aprobados
después por su autoridad, ni solamente por contener sin error la revelación, sino porque escritos
por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales fueron dados la Iglesia”.
c) , El Papa León Trece explica: “Él mismo los ha excitado por su virtud a escribir;. Él mismo les ha
asistido mientras escribían, de tal manera, que, ellos relatan fielmente lo que Él quería que escrib-
ieran”.
504
Cenáculos del rosario
lección divina implicaba exigencias siempre crecientes de fidelidad, contra las cuales el pueblo, a
menudo, se rebelaba. Las páginas, unas dulces y otras amargas, de esta vivencia maravillosa, de
este intercambio de amor entre Dios y su pueblo son las que constituyen la Biblia.
Cuando a un hijo afectuoso le llega una carta de sus padres ausentes, la abre ansiosamente, la lee y
relee con avidez y, en seguida, escribe una respuesta y corre a echarla en el correo. Así debería ser
para ti la Sagrada Escritura, mi querido discípulo, una carta de la persona amada, una carta espera-
da y que debes leer para hacerla tuya y darle adecuada respuesta.
Cada página de la Biblia, es la voz del Señor mismo que te invita, que te llama, que se acerca a ti
porque quiere comunicarte algo de suma importancia: una enseñanza, un consejo, una frase de
aliento, o, quizás, una llamada de atención cuando no sabes corresponder a su bondad y Él te ve
alejarte del camino de tu felicidad eterna. Pero siempre es la voz amorosa de un Padre que de
verdad se preocupa por ti. Pronto sabrás distinguir está voz entre miles, porque es dulce y suave,
fuerte y generosa, penetra en lo más íntimo del ser, instruye y apacigua, corrige y sacude, eleva y
embellece, disipa los errores y trae consuelo y paz.
Recibe, pues, discípulo amado, esta Palabra. Divina y saboréala. Vuelve, una y otra vez a beber a
grandes sorbos de esta Agua Viva. Todo hombre, sea quien sea y tenga los problemas que tenga
hallará en ella una respuesta a sus inquietudes, consuelo para sus afanes y oxígeno para su agonía:
Esas páginas maravillosas de la Biblia se, dirigen tanto al individuo como a la familia; traen normas
para la comunidad, señalan a los pueblos sus deberes sociales y les invitan al respeto y a la convi-
vencia pacífica, favoreciendo y facilitando así las relaciones entre los hombres y entre las naciones.
Si todos escucharan su voz, ya esta vida terrenal sería como un paraíso anticipado. Ante todo, la
Biblia quiere dar a cada alma que a ella se abre, el vigor y la juventud, la austeridad y la gracia, el en-
tusiasmo y la motivación para que pueda atravesar triunfante, entre, los barrancos que la acechan y
los peligros que la asaltan por todas partes, y ser como un puente entre tierra y cielo que conduzca
a buen destino la vida de cada hombre en el lapso de tiempo que mi Padre le concede.
Sí, discípulo mío, ¡la Biblia fue escrita para ti! toma hoy esta gran decisión: “no quiero morir sin
haber leído y aprovechado el Libro maravilloso que Dios me regaló: la Santa Biblia”. Pero, léela,
no como orgulloso, sino en humilde escucha y en sintonía con Mi Iglesia, a la cual Yo encomendé la
auténtica interpretación de toda Palabra Divina.
505
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) Es también un libro para NUTRIR EL CORAZÓN, consolarlo y colmarlo de esperanza: “En efecto,
escribe San Pablo a los Romanos en 15, 4, todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió, para
enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos
la esperanza”. Fijémonos en los dos efectos principales, según este texto, que se derivan de una
devota lectura de la Biblia: que el corazón se llene de consuelo a causa de la suscitada esperanza, y
que se arme de paciencia en las pruebas sabiendo que pronto le aguarda el premio.
c) En tercer lugar, debemos leer la Palabra de Dios para ALIMENTAR NUESTRA ORACIÓN, a ejem-
plo de María: “que conservaba todas esas cosas meditándolas en su corazón”. (Lc 2, 19) Este ejem-
plo nos es dado también por el salmista en el Salmo 119, 147 que dice: “Mis ojos se adelantan a las
vigilias de la noche, a fin de
MEDITAR EN TU PROMESA”.
Pregunta: Habiendo aclarado el espíritu en que debe leerse, la Biblia nos regala también consejos
de CÓMO leerla con mayor provecho:
a) Hay que leerla DESPACIO, saboreando y masticando despacio cada pasaje hasta sacarle todo
su “jugo”. El que “mariposea” la Biblia sin pararse nunca sobre una flor, no le extraerá la miel. Hay
que rumiar las verdades que nos tocan más de cerca, para que se graben hondamente en nuestra
alma, tal como lo aconseja Job 8, 10: “Escudriña atentamente las memorias de nuestros padres y
ellos te instruirán, hablarán contigo, y de dentro de tu corazón sacarán sentencias”. El Salmo 118,
2 exclama: “Bienaventurados los que examinan CON CUIDADO los testimonios del Señor, los que
de todo corazón lo buscan”.
b) Hay que leerla con HUMILDAD: “Padre, dijo Jesús, te doy gracias de haber revelado estas cosas a
los pequeños y humildes y haberlas escondido a los sabios y entendidos!” (Mateo 11, 25)
c) Hay que iniciar la lectura SUPLICANDO A DIOS QUE NOS ILUMINE. La Biblia no es un libro al
sólo alcance de la mente humana. Dios, como se lee en Lucas... debe “abrir nuestras inteligencias
para que comprendamos las Escrituras”.
506
Cenáculos del rosario
d) En cuarto lugar, hay que PERSEVERAR en la lectura de la Biblia. La Biblia no abre sus tesoros a los
espíritus superficiales o apurados: Josué 1, 8 nos da el consejo: “No se aparte el libro de esta Ley de
tus labios; medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito,
y tendrás suerte y éxito en tus empresas”.
e) Por último, la segunda carta de Pedro 1, 20, nos advierte que debe ser leída EN SINTONÍA CON
EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA: “Pero, ante todo, tened presente: ninguna profecía de la Escritu-
ra puede interpretarse por cuenta propia..”. La misión de guiarnos en la recta interpretación de la
Biblia toca a quienes Jesús puso como pastores de su Iglesia, tal corno leemos en Hechos 20, 28:
“Tened cuidado de vosotros y de toda la grey dijo San Pablo a los sacerdotes de Éfeso en medio
de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como VIGILANTES para pastorear la Iglesia de Dios”.
b) Y San Jerónimo, asiduo lector de la Divina Palabra, enseña: “Te aprovechará la lectura espiritual
si la consideras como un espejo, en que el alma contempla su imagen, para corregir los defectos y
adornarse de virtudes. Estén siempre en tus manos los libros sagrados, para que sirvan de escudo
contra las flechas de pensamientos que suelen herirte. Porque ignorar las Escrituras es ignorar a
Cristo”.
c) San Juan Crisóstomo afirma: “La lectura de las Sagradas Escrituras es la puerta del Cielo: Las
flores exhalan un perfume tanto más fuerte cuanto más se exprimen entre los dedos; lo mismo
ocurre con la lectura asidua de las Escrituras. A medida que nos van siendo familiares se va revelan-
do mejor el tesoro que ocultan y se hace más asequible el fruto de sus inefables riquezas”.
Al hablar de San Francisco de Asís, San Buenaventura da este testimonio: “Leía las Sagradas Escrit-
uras y lo que sólo una vez repasaba con la mente, le quedaba impreso en la memoria. Lo penetraba
con sutileza de entendimiento y afecto de discípulo amante. Lo rumiaba con el aprecio de una
constante devoción”.
d) Santa Teresita nos dejó este hermoso testimonio: “Siempre que leo una obra en la que se estudia
la perfección desde interminables puntos de vista, mi pobre entendimiento se fatiga. Entonces
cierro rápidamente el libro tan lleno de erudición, que me sirve de rompecabezas y embota mis
sentimientos, y tomo la Sagrada Escritura, y en seguida se me hace de nuevo la luz; una sola pal-
abra abre a mi alma las perspectivas de lo infinito, la perfección me resulta fácil y atractiva y veo que
es suficiente reconocer la propia nada, y entregarse por completo a Dios, del mismo modo como un
niño descansa en los brazos de su padre”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Sin embargo, reconozco, que la búsqueda de la verdad es un camino resbaloso. Es preciso encami-
narse en él, con el alma humilde y sencilla de un niño frente al maestro, en este caso, el Maestro Di-
vino, porque de lo contrario la Verdad se presentará a ustedes como un laberinto en el cual errarán
envueltos en las más densas neblinas. No faltan hoy quienes sólo piensan en introducir novedades
o interpretar a su antojo lo que Dios ha inspirado o dictado. Otros se dejan distraer por los detalles
de una enseñanza o de una parábola mientras que el significado global y profundo se les escapa.
Acuérdense de la parábola del pobre Lázaro y el rico. En medio de las llamas del fuego eterno, ¿de
qué se preocupaba éste? ¿Acaso por ser liberado de aquel fuego? ¡Nada de eso, porque bien sabía
que el infierno es eterno! Se angustiaba porque sus hermanos de sangre conociesen las terribles
penas reservadas en la otra vida a los que atentan contra la caridad y deseaba que fuesen avisados
sobre este punto. Pero se oyó decir: “Tienen a Moisés y a los Profetas”.
¡Qué profunda lección para ustedes! ¡Más bien dos lecciones! La primera es que hay que reconocer
a “Moisés y a los Profetas”, es decir la Biblia. Y la segunda lección: no busquen en la Biblia erudición.
La verdadera meta que hay que tener presente al leerla es saber distinguir el bien del mal y descu-
brir el camino que sí lleva a la salvación eterna.
La lectura de la Biblia no es, ni debe ser, un llenarse de conocimiento, sino un abrirse al don de pie-
dad y de los otros dones del Espíritu Santo. ¿Qué debemos buscar en la Divina Palabra? Si vamos a
ella en busca de luces, es para alimentar nuestra oración, mover nuestra voluntad, inflamar nues-
tro corazón. Ciertamente en ella adquirimos y repasamos muchos conocimientos que no debemos
menospreciar, sino tener en alta estima; pero la lectura de la Biblia, no es un mero estudio, sino una
escuchar a Dios, ansiosos de conocer su Voluntad tal como hizo Samuel cuando se postró diciendo:
“Hablad, Señor, que vuestro siervo escucha”.
Así lo enseñé Yo mismo a Santa Gertrudis en una breve, pero maravillosa lección, que vale por todo
un tratado y que cada uno puede considerar como dicho a él directamente: “Busca, hija mía, las pa-
labras de la Sagrada Escritura, en que puedas leer mejor mi amor; apúntalas y léelas con frecuencia,
y guárdalas como sagradas reliquias. Los amigos íntimos, cuando quieren recordar los días en que
sintieron por primera vez el amor mutuo, dicen: ¡Cómo dijiste eso o aquello! ¿Te acuerdas de lo que
sentiste entonces? Créeme, hija, las reliquias más preciosas que dejé en la tierra son la palabras de
amor que brotaron de mi corazón”.
En definitiva, hay que leer la Biblia con un único gran afán: ¡el sentirse amado por Dios y enam-
orarse de Él!
Discípulos míos, ¡cuántos hoy enseñan la Biblia, científicamente bien, pero espiritualmente mal!
Pero, ¿qué es la ciencia si le falta sabiduría? ¡Paja que hincha y no nutre! ¿De qué sirve saber tantos
pormenores históricos y geográficos, tantas distinciones entre géneros literarios y tantas discu-
siones sobre cómo se originó tal o cual libro de la Biblia, si no se es capaz de distinguir en cada
episodio bíblico la mano de Dios que preparaba la venida de un Salvador, y si no sabe descubrir en
mi Divina Palabra aquel poema de Amor entre Dios y sus criaturas?
Sí; ¡cuán a menudo hoy el espíritu sencillo y genuino del Evangelio desaparece, sofocado bajo la
avalancha del saber humano! ¿Qué alimento podrá sacar el corazón del oyente? ¿Qué fruto pro-
ducirán estas enseñanzas pesadas y complicadas? ¡Un enfriamiento de los corazones, una baja de
tono de la vida espiritual, una infiltración de doctrinas heréticas en vez de la única y verdadera
sabiduría! Está bien que se instruyan. Es un deber leer el Antiguo y el Nuevo Testamento, pero con
santo temor y adoración, como lo leyeron muchos santos que lo hacían de rodillas en señal de re-
speto.
508
Cenáculos del rosario
Al inicio de cada lectura bíblica, humíllense un momento, invoquen por intercesión de María al Es-
píritu Santo para que baje con sus dones de entendimiento y sabiduría, y pidan la ayuda del ángel
de la guarda. Lean la Palabra de Dios con FE y, PACIENCIA. Cada palabra es un mensaje Divino.
Cada palabra es una semilla arrojada en su mente y en su corazón. El Espíritu Santo la hará germi-
nar a su debido tiempo. Para descubrir al Dios de la Biblia, hay que escuchar. Tienen allí al alcance
de la mano una puerta que les puede dar acceso a la más alta contemplación: lo difícil es abrirla.
Pero hay que intentarlo orando y meditando con perseverancia el Señor les permitirá entrar un día
en la amorosa contemplación de Él.
Si la música es capaz de arrebatar al hombre, ¿por qué extrañarse si te digo que la contemplación de
mi Palabra puede provocar el dulce arrebatamiento donde tu alma y tu corazón quedarán bañados
y colmados del más exquisito Amor Divino? ¿Crees acaso que Dios se queda en silencio con los que
desean de verdad hablar con Él? ¡Habla conmigo! ¡Dialoga partiendo de la Palabra Divina! ¡Suplica,
gime, llora, ama y verás! ¡Pronto tu vida se convertirá en un constante recogimiento, una incesante
conversación con tu Señor! Porque leyendo así la Biblia, Yo me sentiré como un Divino Huésped a
quien habrás invitado. Yo estoy a la puerta y llamo. A quien me abre, Yo entraré y cenaremos juntos:
Yo me aposentaré en su corazón y viviré en su alma en una fusión de nuestros espíritus que nos hará
sentirnos cerca conviviendo el uno con el otro. Entonces, sí que dirás como la esposa del Cantar de
los Cantares: “Encontré al Amor de mi alma, lo abracé, y ya no lo soltaré”.
Y cuando termine tu lectura bíblica, dame gracias por las luces recibidas y pregúntate: “¿Qué me
enseñó el Señor hoy? ¿Cuál provecho debo sacar de esto? ¿Qué debo cambiar o añadir en mi vida?”
Si no lees, así discípulo mío, el Libro de los libros, ciertamente saldrás desilusionado o confundi-
do por las interpretaciones equivocadas faltas de profundidad que hoy están de moda, pero por
el contrario, si lees como te lo acabo de indicar, habrás buscado y encontrado en el texto santo
un provecho para tu alma y eso es lo que cuenta. En el momento de tu muerte, verás qué impor-
tante fue para ti haber escuchado a “Moisés y los Profetas”, es decir, el haber buscado la Biblia
únicamente la VOLUNTAD DE DIOS y haber puesto en práctica bajo la guía de los sucesores de los
Apóstoles, todo lo que Dios allí te ha ido ordenando y sugiriendo. Así sea”.
a) El joven Tobías y Sara nos aparecen como modelos de novios rectos y castos. Por camino prov-
idencial quiere Dios unirlos. Tobías recuerda el principio fundamental: “Nosotros somos hijos de
santos, y no podemos juntarnos a manera de los gentiles que no conocen a Dios” (Tb 8, 5). La dif-
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
erencia fundamental entre los “hijos de santos” y los que no lo son, está en la manera de concebir
el fin del matrimonio. Dice Tobías: “Señor, si yo me caso con esta hija de Israel no es para satisfacer
mis pasiones, sino para fundar una familia en la que se alaba tu nombre”.
b) Y ahora fijémonos en la misma boda de Tobías y Sara. Es, en primer lugar, la fiesta íntima de los
corazones al pronunciar el sí para toda una vida; estado de búsqueda de la complacencia Divina
“somos hijos de santos” con seriedad, recogimiento, oración, pidiendo la bendición de Dios, pure-
za y dominio del instinto teniendo a la vista el fin sagrado del matrimonio. Y ahora la fiesta exterior:
santa alegría. El ambiente de fiesta es cosa justificada, mas debe presidir en el “el santo temor de
Dios” (Tb 9:12). Nunca debe degenerar la festividad de las bodas y ser ocasión de excesos, ni ha de
consistir en exhibicionismo de lujo. Hay que invitar a Cristo, como en la BODA DE CANÁ, para que
convierta el agua de la alegría terrenal en el vino de alegrías espirituales, celestiales y todos deben
formular, en vez de tener pensamientos mundanos, el voto de Gabelo. Tobías 9:11: Bendígale el
Dios de Israel... que su bendición se extienda sobre tu esposa... y que veáis a vuestros hijos y a los
hijos de vuestros hijos y sea vuestra descendencia bendita del Dios de Israel, el cual reina por los
siglos de los siglos”.
b) La Iglesia rodea esta acción sagrada con la mesurada y majestuosa solemnidad de las palabras
del sacerdote, el solemne “sí” de los contrayentes, la entrega de los anillos, la bendición de las ar-
ras, y sobre todo la Santa Misa... Todo es luz para el entendimiento, color para el corazón, promesa
de auxilio y de dicha. Dicha cristiana que sabe jubilar aún en medio del dolor, porque se divisa, acá
abajo, el puerto eterno, donde no habrá ya lágrimas. ¿Tienen los contrayentes conciencias claras
del alto ministerio que desempeñan, de las graves obligaciones que asumen? ¿Saben que se trata
de la edificación de una familia Sagrada, como era la de Nazareth? ¿Saben ver sus bodas con el
estremecimiento de quienes están conscientes que Dios espera mucho de ellos, y un día les pedirá
cuenta de cómo han vivido este gran Sacramento y de todas las gracias recibidas por medio de
este? A esto los invita SAN JUAN CRISÓSTOMO cuando exclama: “No sean profanadas las bodas.
Lo que los esposos hicieron en las bodas de Caná de Galilea eso deben hacer los cristianos en los
suyos, esto es tener siempre a Cristo y a María en medio de ellos”.
Mi Jesús había regresado del desierto y estaba a punto de iniciar su Vida Pública, pero primero quiso
asistir a estas bodas e hizo que Yo fuera también invitada. No fuimos para gozar de la fiesta, sino
para obrar grandes cosas en favor de las generaciones humanas. Mi Hijo tomaba su lugar de padre
510
Cenáculos del rosario
y rey de las familias humanas y Yo el puesto de madre y reina. Con nuestra presencia renovamos
la santidad; la belleza y el orden del matrimonio que Dios había instituido en el Edén uniendo con
vínculo indisoluble a Adán y Eva para poblar la tierra y multiplicar las futuras generaciones.
Como ven, hijos míos, el matrimonio es la esencia de la que brota la vida del género humano, es el
medio por el cuál la tierra es poblada. A causa del pecado nuestros progenitores, al haberse sustraí-
do de la Divina Voluntad destruyeron la integridad de la familia y por eso Yo, tu Madre y nueva Eva
inocente, participé en las Bodas de Caná con mi Hijo Divino, para restituir la santidad al matrimonio
y reordenar los planes que Dios había preordenado en el Edén. Además, deseando que todas las
familias me pertenecieran y que por medio mío se instaurara en ellas el Reino de la Divina Voluntad,
Yo me constituí su Reina.
Pero esto no es todo aun. Nuestro amor ardía en deseos de manifestarse a los hombres y darles la
más sublime entre las lecciones, y de este modo logramos nuestro propósito: hacia el final del ban-
quete faltó el vino, por lo que mi corazón de Madre que amaba intensamente, se sintió enternecer.
Queriendo ir en ayuda de los esposos y sabiendo que mi Hijo podía todo, me dirigí a Él con acento
suplicante: Hijo mío; los esposos no tienen ya vino: “Mi hora no ha llegado aún”, me respondió Él.
A pesar del aparente rechazo, Yo sabía que Jesús nada me habría negado y que querría, más bien,
poner en evidencia mi poder de intercesión como Madre espiritual de los hombres, y por eso dije a
los que servían la mesa: “Haced todo lo que Él os diga”.
Hijos míos: con estas pocas palabras Yo di a los hombres de todos los siglos, una entre las más
útiles, más necesarias y más sublimes de las lecciones. Yo les hablaba a ellos con corazón de Madre
y como quien les decía: “Hijos míos, ¿queréis ser santos, estar siempre alegres y tener un matrimo-
nio bendito por Dios?.... ¡Haced, entonces, siempre la Voluntad de mi Hijo! No os separéis jamás
de lo que Él os enseña y tendréis en vuestro poder su semejanza y su santidad. ¿Queréis que todos
vuestros males cesen? ¿Deseáis obtener cualquier gracia, por muy difícil que sea?... ¡Haced todo lo
que mi Hijo os dice y quiere. Y obtendréis no sólo lo que os es necesario, sino más, superabundan-
temente! En sus palabras Él tiene encerrada la Potencia misma de su querer y las gracias que os
quiere conceder. ¡Cuántos hay, desgraciadamente, que a pesar de todas sus oraciones permanecen
siempre débiles, afligidas y miserables! Parece que el Cielo esté cerrado para ellos y que su voz no
es escuchada. Estos no hacen lo que les dice Mi Hijo y por lo tanto, con sumo dolor mío, se man-
tienen lejanos de la fuente de la Voluntad Divina en la que residen todos los bienes.
Los sirvientes, en cambio, hicieron puntualmente lo que les dijo Jesús: “Llenad las tinajas con agua
y llevadlas a la mesa…”. ¡Y las llenaron hasta el borde! y con esto obtuvieron que el agua se con-
virtiera en vino exquisito.
¡Oh, mil y mil veces bienaventurado quien hace lo que Jesús dice y quiere! Con haber querido mi
cooperación y con haber escuchado mi petición, Jesús demostró haberme elegido como Reina de
los milagros y, si no con palabras sí con los hechos, Él dijo a todos y a cada uno de los hombres: “Si
queréis Gracias y milagros, venid a mi Madre, recurrid a su intercesión, a Ella jamás le niego nada
de cuanto me pide”.
Hijos míos, asistiendo a estas bodas Yo miraba a todas las familias de los siglos futuros y les alca-
nzaba la gracia de ser en la tierra los representantes de la Santísima Trinidad. Como Madre y Reina
anhelaba hacer triunfar en el santuario de la familia a la adorable Voluntad de Dios y ponía a su
disposición todas las gracias, los auxilios y la santidad que se necesitan para vivir en un Reino tan
santo.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Querido discípulo mío, también a ti te hago la misma recomendación: escucha lo que te dice mi
Hijo y solamente haz lo que Él quiere. Si sigues este mi consejo, Yo haré el trabajo de formar la
boda mística, la unión entre ti y el Divino Querer, te daré por dote la misma Vida de mi Unigénito
y por dote la misma Vida de mi Unigénito y por don de mi maternidad con el cortejo de todas mis
virtudes que Él quiere ver en ti. Así sea”.
b) Comenta SANTO TOMÁS DE AQUINO: “Cada Sacramento, tomando una forma sensible, rep-
resenta ante los ojos lo que de un modo invisible realiza la gracia en el alma. Cada uno de ellos
remedia una necesidad particular y es una muestra especial de la acción misericordiosa de Jesús”.
CONCLUSIÓN: Enseña el Papa PABLO VI: “Los Sacramento son acciones de Cristo; que los admin-
istra por medio de hombres. Y así los Sacramentos son santos por sí mismos y la virtud de Cristo; al
tocar los cuerpos, infunden gracias en las almas”.
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Cenáculos del rosario
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Mis muy amados Discípulos: Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones,
quienes le despojaron de todo cuanto tenía, le hirieron y se fueron; dejándole medio muerto. Pasó
por el mismo camino un sacerdote y más tarde un Levita, que le vieron y pasaron de largo. Pero un
samaritano, que iba de camino, llegó donde estaba el herido, y al verle, se movió de compasión,
se acercó, le vendó las heridas después de echar en ellas aceite y vino, lo montó en su propio ca-
ballo, le condujo a su posada y cuidó de él. A la mañana siguiente, sacando dos denarios, los dio al
posadero, y le dijo: “Cuídamelo, y si gastases algo de más, yo te lo pagaré a mi vuelta” Discípulos
míos: Esta parábola del Buen Samaritano es una de las más profundas y conmovedoras que Yo, su
Divino Maestro, les propuse en mi Evangelio. Por medio de ella les quise enseñar que la Iglesia es el
“hospital proveído de todas las medicinas” y Yo, Jesús, “el dulcísimo y sapientísimo médico”.
El hombre que baja de Jerusalén a Jericó y se ve despojado y cubierto de heridas por los ladrones:
es Adán, padre y cabeza de todo el linaje humano, en quien pecaron todos. El hombre venía de
Jerusalén: quiere decir del estado de santidad e inocencia. Iba a Jericó: es decir que atravesaba un
momento cualquiera de su vida terrenal y pasajera que le fue impuesta por Dios como prueba. Unos
ladrones le despojaron le quitaron la gracia original y le cubrieron de heridas: le dejaron herido
en la naturaleza; perdió el don de la integridad y entró en él la concupiscencia, la inclinación al mal.
Los ladrones fueron Satanás y sus demonios. El sacerdote y el Levita que pasan de largo, a pesar de
ver al herido representan el sacerdocio y el ministerio del Antiguo Testamento, cuyos preceptos y
ceremonias ponían de manifiesto las heridas del linaje humano, mas no podían curarlas, porque era
imposible que con sangre de toros y de machos cabríos se quitaran los pecados. El Samaritano que
pasa y que no era de la misma nación que la del herido, soy Yo, Jesucristo, quien siendo Dios, de-
scendí de los cielos y anduve el camino de esta vida, movido de compasión a la vista del herido. La
primera curación es de emergencia: El samaritano se acercó al herido, vendó sus heridas, las bañó
con aceite y vino, y subiéndole en su caballo, le condujo al hospedaje. Su caballo es la carne huma-
na que Yo asumí y en esta bestia subí al herido cuando llevaba sus pecados en Mi cuerpo clavado al
leño de la Cruz. Cuando el soldado me dio la lanzada, brotaron del lado herido de mi costado, siete
chorros de Agua y de Sangre que inundarían y sanarían a la humanidad pecadora. El aceite, el vino
y las vendas significan esas medicinas de los Sacramentos, instituidos por Dios contra los estragos
del pecado. El hospedaje es la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica por Mí fundada, donde son
escogidos y cuidados los peregrinos de esta vida.
CUIDADO PERENNE
No se contenta el samaritano con la cura de urgencia aplicada al herido, sino que dio dos denarios
al dueño del hospedaje, encargándole que cuidase del herido hasta su vuelta. El hotelero es la
Jerarquía de la Iglesia instituida por Mí. Los dos denarios son la doctrina del Evangelio, la evange-
lización y los Sacramentos de la Ley Nueva, que deben servir de remedio a todos los que sean rec-
ogidos en el gran hospital de la Iglesia durante la ausencia del buen samaritano, es decir, el tiempo
entre mi primera venida y hasta mi regreso al final de los siglos.
Discípulos míos: con esta parábola quiero exhortar a Uds., los heridos por el pecado original, a que
aprovechen de los remedios que son amorosa prodigalidad. Yo, su Divino Médico, les ofrezco en el
hospital que es la Iglesia Católica, la cual deben tener en la más alta estima, donde se suministra
una curación segura y definitiva. Cuando una persona se pone enferma, ocurre en ocasiones que no
se puede encontrar el remedio. En lo sobrenatural no sucede así. La medicina está siempre cerca,
pues soy Yo, Cristo Jesús, presente en la Santa Eucaristía, que, les da además su gracia en otros Sac-
ramentos que instituí. Cada Sacramento es para Uds. la ocasión de un encuentro personal conmigo.
A través de ellos, sigue sucediendo lo que está escrito en Mí en el evangelio: “...que salía de Mí una
virtud que daba la salud a todos”. Y a través de ellos, Yo, Jesús, sigo esperando que Uds. se acerquen
a Mí con fe y con deseos de ser curados. Así sea”.
513
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
b) Jesús, en Mateo 7, advierte severamente: “No juzguéis y no seréis juzgados. Porque con el juicio
con que juzguéis se os juzgará, y con la medida con que midáis se os medirá”.
c) “¿Por qué condenas a tu hermano?, o, ¿por qué lo desprecias, cuando todos hemos de compare-
cer ante el tribunal de Cristo?” exclama San Pablo en la Carta a los Romanos y añade: “Por lo cual
eras inexcusable, ¡oh hombre!, quienquiera que seas, tú que juzgues a otros, a ti mismo te conde-
nas, ya que haces eso mismo que condenas”. Y hablando de la caridad, en su primera carta a los
Corintios, cap. 13, el Apóstol destaca como nota sobresaliente el no juzgar mal de los demás: “la
caridad es, paciente, es benigna, no piensa mal”.
514
Cenáculos del rosario
juicio siempre benévolo, incluso cuando vean algo realmente mal. Encontrándose en su lugar, ust-
edes, quizás, no hubieran hecho diferente del que juzga con tanta severidad. ¿Acaso saben hasta
qué punto fue tentada tal persona? o ¿Cuál intención inspiró su conducta? Es una gran muestra de
humildad saber evitar juicios negativos sobre los demás. ¡Cuán fácil les resultará evitarlos, consid-
erando siempre su propia miseria!
Hay quienes sólo tienen ojos para la parte negativa de las personas, vistas con lentes de aumento.
La benevolencia, en cambio, es una mirada que sabe encontrar la parte buena que no falta en na-
die. De esta comprensión nace una comunidad de sentimientos y de vida; de los juicios negativos,
frecuentemente injustos, tan sólo nace la división. Sólo Dios, conocedor de las verdaderas raíces
del actuar humano, sabe comprender, justificar y perdonar; los hombres que las ignoran, a menudo
sólo saben emitir un juicio de condenación.
Discípulo mío: Mira siempre a todos con ojos de bondad y de misericordia. Esta mirada llena de
comprensión te evitará cualquier juicio negativo, y te llevará a juzgar a los demás como quisieras
que los demás te juzguen. Pídeme la salvación de todos. Comenzarás así a acercar los corazones
a Dios para atraer a Él, mediante la oración, a aquellos que le están lejos, tal vez sin saberlo o por
motivos ajenos a su voluntad. Seas para todos medio de salvación y de salud. Si tu palabra es opor-
tuna y puede ayudar, dala en Mi Nombre; de lo contrario, calla y déjame actuar a Mí. Háblame de
aquellos que amas, suplicándome que les sugiere todas esas cosas buenas que solo Dios sabe que
serán, y que sólo El , que las inspira, puede ayudarles a realizar.
Si tienes un carácter susceptible, recuérdate de combatir tu amor propio. Si eres indolente, es-
fuérzate e imponte un horario fijo en las acciones de tu jornada, procurando no faltar a él. Si eres
alegre y vivaz, si te gusta la bulla, piensa en los que prefieren el silencio, y merma tus explosiones
de alegría. Si eres inclinado a la tristeza, a lamentarte continuamente con todos, piensa que tu
compañía pueda resultar tediosa, piensa que cada uno tiene su cruz que llevar y que tú no debes
hacer más pesada la de los demás. Esfuérzate por ver las cosas con mayor serenidad, aunque sea
por hacer más agradable tu compañía. Examina los defectos de tu carácter. Estimúlate en lo que
es bueno. Frénate en lo que es malo. Pon como base de tu vida la bondad y actúa en conformidad
a ella. Toma como modelos a Mí y a Mi Mamá. Piensa por un instante cuán amable, dulce, sereno y
bueno fue el carácter de Mi Mamá, y cuánto dominio de sí manifestaba, cuánta resistencia al dolor,
cuánta ecuanimidad de pensamiento y de afecto, cuánta constancia en el bien y en la práctica de
las virtudes heroicas.
Lo que no te es posible o te parece imposible hacer, hazlo por amor a Ella. Verás que todo te será
más fácil, y una vez que hayas llegado a ser más dueño de ti mismo, sabrás también mandar a los
demás, para los cuales será un placer el obedecerte. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
a) San Juan en su primera carta 2, 15 advierte: “No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si
alguien ama al mundo, el amor del Padre no está con él”.
b) “Huid, insiste San Pedro en 1, 4, de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia”.
c) “Brillen en el mundo como antorchas, alienta San Pablo a los Filipenses, 2, 15, irreprochables e
inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa”.
d) El mismo Jesús es categórico: “Padre, Yo les he dado tu Palabra y el mundo los ha odiado, porque
no son del mundo, como Yo no soy del mundo. No te pido que les retires del mundo, sino que los
guardes del Maligno. No son del mundo, como Yo no soy del mundo”.
e) “¡Adúlteros!, exclama Santiago en 4, 4, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con
Dios? Cualquiera, pues, que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios”.
f) San Juan explica la razón última de la peligrosidad de este mundo: está en manos de Satanás a
quien Adán y Eva, pecando, lo entregaron: “Sabemos, escribe San Juan en su primera Carta, 5.19,
que somos de Dios y que el MUNDO ENTERO YACE BAJO EL PODER DEL MALIGNO”. Y San Juan
también, en la misma carta 2, 16, explica cuáles son los principales peligros de este mundo: “Todo
lo que hay en el mundo la CONCUPISCENCIA DE LA CARNE, la CONCUPISCENCIA DE LOS OJOS
y la JACTANCIA DE LAS RIQUEZAS no viene del Padre, sino del mundo”.
a) Escribe San Gregorio Nacianceno: “Abandona el mundo, sal de Sodoma, huye del incendio, corre,
no mires hacia atrás; no sea que te conviertas en estatua de sal”.
b) San Ambrosio enseña: “El que tiene sus delicias en los placeres mundanos es esclavo de las pa-
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Cenáculos del rosario
siones sensuales”. Y San Gregorio Magno nos recuerda: “Quien nada ama del mundo, nada tiene
que temer”.
c) San Agustín saca esta conclusión de sus desvíos de juventud: “Más peligroso es el mundo cuando
mima, que cuando hiere. Sospechoso, falaz, voluble y pasajero es lo que el amor del mundo en-
gendra”. El autor de la Imitación de Cristo es, igualmente enfático: “En verdad no puedes tener dos
goces deleitarte en este mundo, y reinar con Cristo”.
e) En un famoso discurso a los jóvenes, San Juan Pablo II, les abre los ojos sobre los peligros y en-
gaños de este mundo y denuncia los ANTIVALORES de la sociedad actual: “Sabemos qué sensibles
sois a esa tensión, entre el bien y el mal, que existe en el mundo y en vosotros mismos. Os sentís
atraídos por muchas cosas y seducidos por otras, que os quiebran las alas. ¡Cómo no alzar vibrante-
mente la voz contra quien en la sombra, sin nobleza, con fines perversos, trata de corromper esta
riqueza estupenda de los jóvenes con tremendos sucedáneos de valores tradicionales, con halagos
mortales, que en una existencia presa de desilusiones y tal vez vacía de ideales, encuentran fácil
cebo! ¿Cómo olvidar las ya innumerables víctimas de la droga ofrecida desde los primeros años de
la adolescencia y convertida de una esclavitud oprobiosa? ¿Cómo olvidar las devastaciones morales
que una industria igualmente innoble o una mentalidad permisiva o hedonista que invade parte de
la actividad editorial y de los instrumentos de comunicación, que a través de la imagen, han pro-
ducido en el espíritu de tanta juventud con el placer desenfrenado propuesto como norma de vida?
¿Cómo olvidar la manipulación de la personalidad del hombre en formación mediante, la presión
ideológica, la presentación parcial y torcida de la verdad, la pornografía...?”
¿Y cuál es la escala de valores que impera en muchos de esos ambientes?... ¿Quién es allí el más
popular y admirado? ¿El joven más honrado, trabajador o servicial? ¿La joven más seria, virtuosa y
abnegada, más celosa de su virginidad?... ¡Nada de eso! Allí el héroe es el más “macho”, extrava-
gante o vagabundo, la heroína: la más provocativa, la joven más “liberada”. El que más aguanta a
beber, fumar o ingerir drogas, el que tira más dinero, el de lenguaje y chistes más atrevidos, el de
más aventuras amorosas, en fin, el mayor sin vergüenza: Allí la honradez es estupidez, la pureza y
la virginidad, mojigatería, y el confesarse cristiano, es pasar por fanático y atrasado mental. ¿Qué
decir de la música que ameniza los ambientes de diversión?... Música pesada de “rock metálico” y
sus derivados ritmos que cargan el espíritu y el cuerpo de violencia y de sensualidad, que se baila
con movimientos lascivos, y que cautivan e hipnotizan al joven por su aire de libertad, permisividad,
pero música que procede, a menudo, de cantantes drogadictos o adictos a cultos satánicos, como
el grupo “Kiss”, cuya sigla inglésa significa: Knights International Satanic Socie (Caballeros Interna-
cionales de la sociedad satánica) y que puede estar cargado de mensajes subliminales incitando a
violencia, a actos obscenos o a adorar al demonio.
Sin embargo, no hemos mencionado todavía al corruptor más fuerte de los valores familiares. Es
uno que no ataca de afuera, sino desde adentro. Es aquel corruptor que se infiltra, el corazón mis-
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
mo del hogar, por las ventanas, ay tan ingenuamente dejadas abiertas, de la Televisión, el VHS, Ra-
dio, Celular, interné los periódicos y las revistas; y, por allí introduce solapadamente, un virus más
temible que al mismo SIDA: el de los ANTIVALORES DE LA SOCIEDAD. Esta avalancha de sexo, de
violencia, de permisividad y de hedonismo que embiste a diario, el hogar, violando el alma inocente
e indefensa de niños y jóvenes, está convirtiendo a los “medios de comunicación en “medios de
desintegración social”.
¡Cómo preservar, por ejemplo, un valor tan auténtico y precioso como el del pudor,... si los anun-
cios comerciales, videos musicales y Telenovelas no paran de exhibir esas contorsiones lascivas de
cuerpos, sin más vestido que su erotismo y sensualidad!... ¡Cómo soñar, siquiera, con acabar con
“cultura de muerte”, violencia y crimen gratuito, si la Televisión no cesa de proyectar escenas vio-
lentas, con “héroes” que manejan pistolas y metralletas como si fuesen paraguas, y matan a sus
semejantes como a cucarachas! ¡Y cuántas “voces” no se oyen, allí, justificando y promoviendo
las modas impúdicas, la masturbación, las relaciones prematrimoniales, el divorcio, el uso de los
anticonceptivos, y hasta el horrible crimen del aborto... bajo el pretexto de que “los tiempos han
cambiado”; que “todo lo que se hace por amor es bueno”; que “hay que respetar la libertad”, que
“el mundo está sobrepoblado” ; y que “la gente tiene derecho de estar informada”. Todos hablan
de sus supuestos “derechos”, y ¿quién de deberes, responsabilidades, defensa y salvaguardia de los
valores morales?
Llegaron los tiempos en que, según la profecía paulina, los hombres no soportarán más la sana doc-
trina, y llamarán a lo bueno, malo y a lo malo, bueno. Que se recuerden de la maldición fulminada
contra ellos, en Isaías 5, 20, por el Dios del Cielo: “¡Ay de los que al mal llaman bien y al bien mal!” Y
“¡ay de aquél, - mi grito, de dos mil años hace, es más actual que nunca- que escandalice a uno de
estos pequeños que creen en mí! ¡Más le más le valdría que le cuelguen al cuello una de esas piedras
de molino que mueven los asnos, y le hundan en lo más profundo del mar!” discípulos, este siglo de
ustedes, - cómo Me duele tener que constatarlo, - está sistemáticamente entregado, con un refin-
amiento extremo y organizado, nunca antes visto, a los placeres de la carne, al lujo, al bienestar y a
toda clase de diversiones pecaminosas, mientras que se hace siempre más insensible al sufrimiento
de la gente más pobre y humilde.. Los cuerpos de los hijos de este siglo veinte aspiran tan sólo a
gozar y a disfrutar, pero sus almas vegetan y mueren, por no respirar el aire puro de las cumbres:
¿Dónde, todavía, encontrar hombres y mujeres, con convicciones morales arraigadas; que sepan
ser fieles a ellas, y no se avergüencen ni de Mi, su Jesús, ni de Mi Iglesia, ni de Mi doctrina; y que no
retrocedan ante ningún sacrificio por el triunfo de su ideal y de sus convicciones?
Sean, ustedes, discípulos míos queridos, esas rocas firmes que el mundo necesita, esa “luz del mun-
do” y “sal de la tierra”, esas “lámparas encendidas” y “cinturas ceñidas”. Constantes y humildes
en la oración y en el servicio, sacrificándose los unos por los otros con amabilidad y abnegación
constante, “vigilando y orando” sin aflojarse, y no cediendo un ápice ante el espíritu del mundo,
“porque el enemigo como león rugiente, anda buscando a quien devorar”.
Sigan amándose los unos a los otros como Yo los amo, aunque el mundo se burle de los que tratan
de ser buenos. Sigan creyendo en Mí y en Mi Doctrina, aunque el mundo pretende que, en esta era
de ciencia y técnica, “Dios ha muerto” o que su Jesús ya pasó de moda y debería ceder el puesto a
los Maestros del Oriente, a otros “avatares” o “reencarnaciones” de mi Persona.
Sigan defendiendo mis valores morales: la castidad, la indisolubilidad del matrimonio, la honradez,
la absoluta verdad sagrada de la vida desde el primer momento de la concepción. Rechacen toda
clase de violencia y los fáciles compromisos con el mundo. Inculquen estos valores, serena y tenaz-
mente, a sus hijos, sin hacer caso de los que se burlen. Veremos, en el día del Juicio, quién tendrá la
última risa. Amad a los enemigos. Haced, el bien a quienes os insulten o maltraten.
518
Cenáculos del rosario
Yo les mandé conservarse “corderos en medio de lobos”. Aunque el mundo entero se comporta
como lobos rapaces y despiadados, sigan ustedes siendo ovejas mansas, castos, humildes y “obe-
dientes hasta la muerte”, dispuestos a dejarse llevar al matadero, con tal de no apartarse de la
Voluntad del Padre.
En mi Vida mortal Yo les avisé: “Ustedes estarán en el mundo, pero no serán del mundo”. El mundo
pasa. No sientan envidia por la “buena suerte” de los malvados. Como hierba del campo pasarán,
por la mañana florecen, por la tarde, ya no están. Pero quien guarda Mis Palabras, vivirá para siem-
pre. Cielo y tierra pasarán, Mis Palabras no pasarán nunca. Que mi bendición de hoy les sirva para
nunca apartarse ni avergonzarse de mi ideal de paz, alegría y amor. Sólo estos valores construirán
un mundo mejor, aquí abajo, y les abrirán un día, las puertas del mundo futuro y verdadero. Así sea”.
a) Deuteronomio 24 prescribe: “Si un hombre está recién casado, no saldrá a campaña ni se le im-
pondrá compromiso alguno; para que él pueda recrear a la mujer que ha tomado. No se tomará en
prenda el molino ni la muela; porque en ello sería tomar en prenda la vida misma. Si haces algún
préstamo a tú prójimo, no entrarás en su casa para tomar la prenda, sea cual fuere. Te quedarás
fuera, y el hombre a quien has hecho el préstamo te sacará la prenda afuera. Y si es un hombre de
condición humilde, no te acostarás guardando su prenda; se la devolverás al puesta del sol, para
que pueda acostarse en su manto. Así te bendecirá y habrás hecho una buena acción a los ojos de
Yahvé tu Dios”.
b) Abundan, así mismo, los llamamientos bíblicos a una conducta socialmente justa, y llueven los
amargos reproches de Dios, cuando éstos no son observados: En Isaías 1:17 se lee: “Aprended a
hacer el bien, buscad lo que es justo, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, amparad a
la viuda”. Y en el libro de los Proverbios (14:31) está escrito: “Quien insulta al necesitado, insulta a
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
su Creador; así como le honra quien se compadece del pobre”. Y “Sabed”. Leemos en Santiago 5:4,
“que el jornal que no pagasteis a los trabajadores que cosecharon vuestras cosechas, está claman-
do contra vosotros y el clamor de ellos ha penetrado los oídos del Señor de los ejércitos”.
a) ¡Cuántos ríos de lágrimas y de sangre y millones de muertes fueron necesarios para que el mundo
descubriese, por fin, el horrible engaño del comunismo y lo repudiara! Los hubiera evitado si hubi-
era escuchado la sabia voz de los Papas Pío XI y León XIII. El Papa Pío XI, condenando el comunismo
ateo, escribía en “Divini Redentoris”: “Los medios para salvar al mundo de la triste rutina en que el
liberalismo amoral lo ha hundido, no consisten en la lucha de clases y en el terror, y mucho menos
en el abuso autocrático del poder estatal, sino en la penetración de la justicia social y del sentimien-
to de amor cristiano en el orden económico y social”.
b) El convertido comunista y historiador, Ross Offmann dio este inesperado testimonio sobre la
Doctrina Social de la Iglesia: “Leí una y otra vez la gran “Rerum Novarum” de León XIII y cada vez mi
Espíritu parecía bañado por un aire fresco y tonificante. No hay que buscar aquí como en Marx un
análisis de los desórdenes de la sociedad económica moderna; pero con todo; me parece un docu-
mento mucho más revolucionario que el Manifiesto Comunista, pues ataca las causas fundamental-
es del desorden social y si se aplicaran sus principios las desterrarían en todo el mundo. Cualquiera
que piense sin consideración alguna que la Iglesia es una aliada conservadora del presente estado
de las cosas, aun cuando éste sea malo, lea la doctrina de León XIII o la más reciente “Quadragési-
ma anno”de Pío XI, y que mida el abismo entre el mundo de hoy y el mundo que los Papas quisieran
que existiera. Creo que convendría en que nuestro mundo esté mucho más cerca de Roma que de
Moscú, y que el Papa y no Marx es el verdadero revolucionario”. ¡Cuánta razón tiene Ross!
c) Pero, tampoco hay que exagerar el papel que la doctrina social debe ocupar dentro de la misión
de la Iglesia. Algunos llegan tan lejos de pretender que no se puede evangelizar sin misionar, si
primero no se alcanza cierto nivel de justicia social. Contra este error escribió el Cardenal Suenens:
“Si para predicar el Evangelio los apóstoles hubieran estado esperando a que la justicia social y
política hubieran reinado por doquier, aún hoy día el mundo no habría oído el mensaje evangélico”.
d) Otros van más lejos todavía. Confunden e identifican el Reino de Dios con un reinado de justicia
terrenal. Contra esa tendencia reaccionó San Juan Pablo II en su Carta Encíclica “La preocupación
social de la Iglesia”. “La Iglesia escribe el Papa “sabe muy bien que ninguna realización temporal
se identifica con el Reino de Dios, pero todas ellas no hacen más que reflejar y en cierto modo an-
ticipar la gloria de ese Reino, que esperamos al final de la historia, cuando el Señor vuelva, pero la
espera no podrá ser nunca una excusa para desentenderse de los hombres en su situación personal
concreta y en su vida social, nacional e internacional, en la medida que ésta sobre todo ahora
condiciona a aquélla”.
520
Cenáculos del rosario
lucionarios. Las masas explotadas se ha dicho a gritos y en todos los tonos - no ha de contentarse
con las migajas de la caridad, tienen derecho a exigir mejoras. Y se acusó a Mi Iglesia de ser “en-
emiga de los trabajadores” y de contentarse con predicar la caridad a los ricos y resignación a los
pobres, en otras palabras: de ser el “opio del pueblo” (Marx), es decir una droga que calma su dolor,
pero adormece su capacidad de reacción.
¡Cuán injusta es, discípulos míos, esta acusación! ¡Cómo me hiere el reproche hecho a mis segui-
dores de que, por soñar con el Cielo descuidan los problemas terrenales! ¡Nada es más contrario a la
verdad! Mi Iglesia, mucho antes que cualquier otra institución, fue siempre la abogada valerosa de
la Justicia Social, la “voz de los que no tienen voz” y la conciencia que interpela, sacude y condena a
los que despiadadamente se levantan sobre la inhumana explotación de sus hermanos.
Mucho antes de que naciese el comunismo ateo que pretendía dar justicia a los obreros con un
evangelio, opuesto al mío y basado en el odio y la lucha de clases, y que de hecho no hizo más que
causar la desgracia y ruina de los que decía defender mi gran Papa León XIII alzó alto y valiente-
mente su voz en defensa de los oprimidos. El drama, pues, no es que Mi Iglesia no haya hablado,
sino que su voz no ha sido tomada suficientemente en consideración, ni siquiera por muchos que
se consideran mis discípulos.
Cuántos de ellos no viven en total ignorancia de las enseñanzas sociales de Mi Iglesia! Unos por
falta de oportunidad o por pereza, pero muchos porque prefieren ignorarla, ya que les resulta más
cómodo así. Y para calmar su conciencia alegan que “la Iglesia no debe meterse en política”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Y la solución que León XIII propuso en la “Rerum Novarum”, es puro Evangelio porque toda autén-
tica Doctrina social de la Iglesia no es otra cosa que el Decálogo y el Evangelio aplicados a las difer-
entes situaciones sociales... ya que él propuso, no la lucha, sino la ARMONÍA DE LAS CLASES, en el
mutuo respeto de sus deberes y derechos.
Moderando el afán desmedido de riquezas, distribuyendo éstos de un modo más equitativo, cum-
pliendo, sin tergiversación, las normas de la justicia social propuestas por Mi Iglesia, y sobre todo
amándose como hijos de un mismo Padre porque el ALMA DE LA JUSTICIA ES LA CARIDAD. - Es
posible así que se abra para ustedes ya desde la tierra, una era de PAZ, de CONCORDIA, de mutua
COMPRENSIÓN y de AMOR, que ya es un anticipo del REINO FUTURO.
El Dios Todopoderoso, como lo pinta Éxodo 3:7 ss, VE la aflicción de su pueblo, OYE sus clamores,
CONOCE sus angustias y BAJA a salvarlo. Está, en una palabra, siempre misericordiosamente pre-
sente. Con una gran variedad de adjetivos la Biblia describe la admirable grandeza de esta Miseri-
cordia Divina, Es ETERNA, es decir, sin límite de tiempo; es INMENSA, sin límite de lugar ni espacio;
UNIVERSAL, sin límite de razas o preferencia de personas; es INFINITA, porque inagotable es la
prontitud del Padre en acoger a los hijos pródigos que vuelven a casa, e infinita la prontitud y la
fuerza del perdón que brota continuamente del Corazón del Hijo Crucificado e inmolada en cada
Santa Misa. No hay pecado humano que prevalezca por encima de esta fuerza y ni siquiera que la
limita.
El campo que abarca la misericordia de Dios es tan amplio como el de las necesidades del hombre.
Toda necesidad física o moral, parece conmover a Dios y obligarle a prestar su ayuda al hombre.
Tienes piedad de todos, Señor, reza Sabiduría 11:24, porque todo lo puedes, y disimulas los peca-
dos de los hombres para traerlas a penitencia”.
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Cenáculos del rosario
Jesús es la encarnación, la máxima expresión de la Misericordia de Dios. Se acercó a nosotros vis-
tiéndose de nuestra carne. Vino a perdonar, a reconciliar, a salvar. Manso y humilde de corazón,
brinda “alivio y descanso a todos los atribulados” (Mt 11:28). Se da prisa en buscar la centésima
oveja que se había perdido, y declara que habrá en el cielo gran alegría por un pecador que se
convierta. Y, a aquel hombre que cayó en manos de bandidos, que lo despojaron, lo golpearon y
se fueron dejándolo medio muerto, Él lo reconforta, vendándole las heridas, derramando en ellas
aceite y vino, haciéndole montar sobre su propia cabalgadura y acomodándolo en el mesón para
que tuvieran cuidado de él dando para ello una cantidad de dinero y prometiendo al mesonero que,
a la vuelta, le pagaría lo que gastase de más. “¡Maravillosa condescendencia de Dios que así busca
al hombre; dignidad grande la del hombre, así buscado por Dios! Y cuando llegue al final de su vida,
se acuesta en el patíbulo de la Cruz, con los brazos, para acogernos, abiertos, y para no castigarnos,
clavados. Y todavía, antes de morir, en virtud de su gran compasión y piedad, envía al buen ladrón
delante de Él al Reino de los Cielos. Con este modo de proceder nos enseñó abundantemente cuán
suprema es la misericordia divina, que no nos abandona ni aún cuando la abandonamos nosotros.
Tan sólo nos pide: “Sean misericordiosos, como misericordioso es vuestro Padre del Cielo. “(Lc 6,
36) Porque “con la medida que usaron en la tierra, serán medidos en el Cielo”.
A todos vuelvo a repetir hoy: No tengas miedo: soy tu Salvador... soy tu Esposo... ¡Qué poco cono-
cen las almas estos dos nombres! El deseo más ardiente de mi Corazón es que las almas se salven,
y quiero que mis discípulos conozcan con qué facilidad pueden ganarme almas. Hoy les haré con-
ocer el tesoro que muchas veces dejan perder, porque no profundizan. Discípulo mío: Mi Corazón
te ama y tu pequeñez no me asusta; antes por ella he fijado en ti mis ojos y te amo con la locura de
un Dios. No te aflijas demasiado por tus caídas, pues nada necesito para hacer de ti un santo, una
santa. Pero no me resistas, déjame obrar, humíllate, que Yo te buscaré en tu nada para unirte a Mí.
Recuerda que tu nada y tu miseria son el imán que atraen mis miradas. No te desalientes, porque
en tu fragilidad resplandece más mi misericordia. Mi Corazón encuentra consuelo perdonando. No
tengo más deseo que perdonar; ni mayor alegría que perdonar.
Cuando, después de una caída, un alma vuelve a Mí, es tan grande el consuelo que me da, que casi
resulta para ella un beneficio, porque la miro con particular amor. Nada me importa su miseria si su
único deseo es darme gloria y consuelo. A pesar de su pequeñez, alcanza muchas gracias para otras
almas... Cuando un alma desea ser fiel, Yo la sostengo en su debilidad y sus mismas caídas mueven
a obrar con mayor eficacia, mi bondad y mi misericordia. Pero es preciso que el alma se humille y
se esfuerce, para hallar su propia satisfacción, sino para darme gloria. No puedes figurarte cómo
agrada a mi Corazón perdonar faltas que son de pura fragilidad.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
No creas que a causa de tus miserias voy a dejar de amarte, no; mi Corazón te ama y no te aban-
donará. Ya sabes que la propiedad del fuego es destruir y abrasar: Así la propiedad de mi corazón es
perdonar, purificar y amar. Ya sé que no tienes sino miserias y debilidades pero, como soy fuego que
purifica, te abrasaré en la llama de mi Corazón y te destruiré. ¿No te he dicho varias veces que mi
único deseo es que las almas me den sus miserias? Si no te atreves a acercarte a Mí, Yo me acercaré
a ti. Cuantas más miserias encuentro en ti, más amor encontrarás tú en Mí. Tu miseria no me im-
porta ya verás lo que Yo, que Soy Todo, hago con tu miseria. Tu pequeñez ha dado lugar a mi gran-
deza..., tu miseria y aún tus pecados, a mi misericordia..., y tu confianza a mi amor y a mi bondad.
Ven, apóyate en mi Corazón y descansa en Él. Cuando un rey o un príncipe toma por esposa a la hija
de uno de sus cortesanos, se obliga a darle cuanto es necesario para el rango a que la quiere elevar.
Yo soy el que os ha escogido: Por lo tanto, estoy obligado a proveeros de todo cuanto necesitáis...
Hay muchas almas que creen en Mí, pero pocos que creen en mi amor. Y todavía son menos las que
conocen mi misericordia... Muchas me conocen como Dios, pero pocos confían en Mí como Padre.
Yo me daré a conocer... y a mis almas, a las almas predilectas, les haré ver en ti que no pido lo que
no tienen lo que exijo es que me den todo lo que poseen, pues todo me pertenece. Si no tienen más
que miserias y debilidades Yo las deseo. Si pecados, los pido también; dádmelos, os lo suplico, pero
dádmelos todos, y quedaos solamente con esta confianza en mi Corazón: os perdonaré, os amaré
y os santificaré.
Deseo que tu pequeñez se deje conducir y guiar por mi mano paternal, sabia e infinitamente fuerte.
Te manejaré como conviene a mi gloria y al provecho de las almas. Nada temas, pues te guardo
con esmero, como la más tierna de las madres cuida de su hijo pequeño. Dime, ¿qué no estarías
dispuesta a hacer para devolver la salud a un enfermo que va a morir?... Pues, la vida del cuerpo no
es nada en comparación con la del alma... y ¡Tantas y tantas almas la pueden encontrar en las pal-
abras que Yo te digo! Si Yo estoy contigo, ¿qué importa que el mundo entero esté contra ti?
No me importan las caídas; conozco las miserias de las almas... pero quiero que no resistan a mi
llamada y que no huyan cuando les doy la mano para levantarlas. Dame de comer, que tengo ham-
bre... Dame de beber que tengo sed.. Ya sabes tú de qué tengo hambre y sed... Es de almas, de esas
almas que tanto quiero. ¡Dame de beber! Así sea”.
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Cenáculos del rosario
16, 20, anuncia: “El Dios de la paz aplastará bien pronto a Satanás bajo vuestros pies”. En efecto,
si Dios irradia paz, el demonio, al contrario, atormenta, inquieta y oprime, como lo atestigua San
Pedro en Hechos 10, 38: “Jesús pasó curando a todos los oprimidos por el diablo”. Algo que ya Lu-
cas había apuntado: “Sanaba también Jesús a los atormentados por espíritus malos” (Lc 6, 18). La
Biblia pone muy claro que ir con Dios equivale a tener PAZ, pero acercarse al demonio, a brujerías,
supersticiones y espiritismo, equivale a tormento y opresión.
b) Dios no solamente es Paz, sino que QUIERE QUE REINE unión, orden, armonía, y paz en toda su
creación: “Los designios que tengo sobre vosotros son de paz, y no de aflicción”, declara Dios por
boca del profeta Jeremías (29, 11). Y San Pablo escribe a los Corintios en 7, 15: “Dios nos ha llama-
do a un estado de paz”. Dios no creó al hombre para los pleitos y el desorden, sino para la paz. El
Paraíso era un lugar de paz; el hombre en paz con Dios, consigo mismo, con sus semejantes y con
la naturaleza. El desasosiego, el caos, entró con la declaración de guerra que el hombre hizo a Dios
con el pecado original.
c) Si Dios ofrece esta paz a sus hijos buenos, también va en busca de los que no tienen paz y les ayu-
da a recuperarla o a encontrarla. “Dios, dice la Biblia, no quiere la muerte del pecador, sino que se
convierta y viva” (Ezequiel 18, 23). Así lo asegura San Pablo quien incita, en Filipenses 4, 6, a buscar
en Dios la paz perdida: “No os inquietéis por cosa alguna: antes bien, en toda ocasión, presentad a
Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de acción de gracias. Y la
PAZ de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones, vuestros pensamien-
tos en Cristo Jesús”.
CONCLUSIÓN BÍBLICA: “Gozan de suma paz, Señor, reza el Salmo 119 los que aman tu Ley; para
ellos no hay tropiezo”. Pero no hay paz para los pecadores.
a) En qué consiste la verdadera paz lo explica San Beda el Venerable: “La verdadera, la única paz de
las almas en este mundo consiste en estar llenos del amor de Dios y animados de la esperanza del
cielo, hasta el punto de considerar poca cosa los éxitos o reveses de este mundo. Se equivoca quien
se figura que podrá encontrar la paz en el disfrute de los bienes de este mundo y en las riquezas.
Las frecuentes turbaciones de aquí abajo y el fin de este mundo deberían convencer a ese hombre
de que se han construido sobre arena los fundamentos de su paz”.
b) Si vivimos resistiendo o desobedeciendo al Señor, nunca hallaremos paz, aclarará San León Mag-
no: “Si ya en la amistad humana, la unidad de ánimos y semejanzas de voluntades son un prerreq-
uisito, y la diversidad de costumbres nunca puede establecer una concordia firme, ¿cómo podrá
participar de la paz divina quien gusta de cosas que no son del agrado de Dios, y desea deleitarse
con cosas que sabe ofenden al Señor?”
c) La paz, nos recuerda San Francisco de Sales, no consiste en ausencia de problemas o sufrimien-
tos, sino EN LA ÍNTIMA UNIÓN CON DIOS: “Quien es de Dios, no busca más que a Dios; y porque
Él está tanto en las tribulaciones como en los contentos, halla la paz en medio de las mayores con-
gojas”.
525
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
d) Pero sólo en el Cielo la paz nuestra será perfecta, señala San Agustín: “La paz terrena no es una
paz perfecta. Por tanto, sólo los hijos de Dios que se aman entre sí, que están llenos de Dios, go-
zarán de paz pura, cuando Dios sea en todas las cosas. Veremos a Dios todos en común; tendremos
a Dios en posesión común; tendremos a Dios por PAZ común. Y San Juan Crisóstomo comenta:
“Acá abajo, por muchos que sean los bienes, se poseen con gran zozobra. En cambio en el más allá
no ocurrirá nada semejante, sino que allí todo será tranquilo y libre de perturbación, unido con PAZ
verdadera”.
Un pobre preso, despreciado, desamparado de los suyos, pasó muchos años de su vida alejado
de Dios. Al preguntarle un día el capellán de la cárcel qué tal se encontraba, contestó: “Mejor que
afuera”. “Seguramente aguantaste gran miseria en tu vida”, le replicó el Padre, algo extrañado.
“¿Miseria? Me sobraba, más bien, de comer, de beber y de alegre compañía”. “Entonces, ¿por qué
estás mejor dentro de la cárcel que afuera?” El preso contestó con calma y seriedad: “Padre, ahora
me sobra tiempo para meditar y ¿sabe, qué cosa he descubierto?... ¡Que Dios es paz, y que la paz
interior es la única dicha verdadera! Cuanto más alejados estamos de Dios, más lejos nos hallamos
de la paz. Usted lo sabe, Padre, he puesto orden en mis relaciones con Dios. Encontré otra vez a mi
Señor, y, con Él, la paz y la felicidad interior”.
526
Cenáculos del rosario
¿POR QUÉ QUIERE Y OFRECE DIOS LA PAZ?
Por un motivo sublime y emocionante: porque de otra manera ningún ser humano podría manten-
erse en su presencia. Él es el Dios Altísimo todo augusto, eterno, todo santo, omnipotente; ¿qué
sucedería si siempre “ejerciese la venganza y conservase hasta el fin su enojo”, como se lee en Isaías
57? La situación sería tremenda para el hombre. Pero Dios es un Dios de Paz, de perdón, de miseri-
cordia, que quiere para todos la Paz, no la muerte.
¿Cómo es que a pesar de todo hay rupturas entre Dios y el hombre? EL PECADO es el gran
perturbador de la paz, el pecado del hombre es el que rompe la paz, contra la voluntad de Dios
que quiere paz. En la historia de la humanidad, Dios nunca ha roto la armonía, siempre ha sido el
hombre el que ha quebrantado la paz de Dios, obligándole a castigarlo. Incluso cuando es pecador,
Dios no da rienda suelta a Su justicia, pues le ama todavía con amor infinito. El hombre, mientras
vive en la tierra, sigue siendo objeto de la predilección divina; y si Dios lo castiga aquí es para que
regrese a Él.
¡Cuán sublime, único, increíble e insuperable es la Misericordia, es la Paciencia Divina! Ve el dolor
que tortura al hombre después de quebrantar la paz. Quiere oír la gratitud, más que la blasfemia del
que se hunde en la desesperación. Y sigue insistiendo, sigue esperando, sigue aguantando las peo-
res indiferencias e ingratitudes. Ese perdón, esa paciencia, esa paz divina, tendrán un solo límite.
La Hora Cero. El Viernes Santo, al cual Yo llamé “MI HORA”, de cada hombre. La Hora de la muerte.
La Hora de la entrega del alma a Dios y de dar cuentas a Él. La Hora de la VERDAD y de la ÚLTIMA
OPORTUNIDAD. Si en esta Hora suprema el hombre impío sigue rechazando la Paz Divina, no la
recibirá nunca más. Mi MISERICORDIA, entonces, cederá, con supremo dolor, el paso a mi JUSTI-
CIA. Y empezará el eterno Tormento, el eterno “luto, llanto y dolor, y el estridor de dientes” (de los
cuales les he hablado, profundamente, en mi vida mortal.
Discípulos míos, les repito, para terminar mi “SHALOM, PAZ”. Que la Reina de la Paz les conceda,
hoy y siempre, abrir sus corazones a Dios y a su paz. Aparten los estorbos de la paz. El que me es-
cucha, vivirá en mi paz, mi santa alegría morará en él y un día tendrá, en la Paz de Dios, el descanso
eterno. Así sea”.
527
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
Pregunta: Esta paz traída por Cristo, ¿fue anunciada por los profetas?
a) La profetizó Isaías 9, 5: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, el señorío reposará en su
nombre, y se llamará Dios poderoso” ‘Príncipe de la Paz’. Grande es su señorío y la PAZ NO TEN-
DRÁ FIN sobre su reino”.
b) También Miqueas lo anunció en dos oportunidades: “Él juzgará entre pueblos numerosos, y cor-
regirá a naciones poderosas; forjarán ellas sus espadas en azadones y sus lanzas en podaderas. No
blandirá más la nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra (Mi 4, 3) Y En 5, 3 nos
dice: “Él se alzará y pastoreará con el poder de Yahvéh, con la majestad del hombre de su Dios. Se
asentará bien y se hará grande hasta los confines de la tierra. Y Él SERÁ LA PAZ”.
a) En primer lugar, ¿qué es lo que hizo Cristo? Una OBRA DE PAZ, responde San Pablo: Cristo
suprimió la tajante oposición, fundió todas las divergencias en la unidad del “hombre nuevo”, y
en la Iglesia, ¡UNA, SANTA, CATÓLICA: que significa universal y APOSTÓLICA!
b) En segundo lugar, ¿cómo realizó Cristo la obra de la paz? ¡Con el SACRIFICIO DE LA PAZ!
Su muerte en la cruz logró la paz con Dios, la paz del hombre consigo mismo, y la paz con el
prójimo. ¡Un pacto de PAZ que renueva la faz de la tierra!
c) En tercer lugar, ¿qué posibilidades nos brinda la paz de Cristo? El mensaje de PAZ que Cristo
envía a todos los tiempos: PAZ con los “cercanos” y PAZ con los “alejados”, un solo camino que
va al Padre por medio de Cristo. “PAZ en la tierra a todos los hombres”.
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Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
Unánime es la Tradición al afirmar que sólo en Jesús está la FUENTE DE LA PAZ.
a) Dice Orígenes: “Donde no está Jesús se encuentran pleitos y guerras, pero donde Él está pre-
sente todo es serenidad y paz”.
b) Y San IRENEO: “Cristo venció la muerte y reveló la vida, para poner unión y paz entre Dios y los
hombres”.
c) San Agustín comenta a propósito de Jesús nos dejó la paz saliendo de este mundo, y nos dará su
paz cuando venga al fin del mundo. Nos dejó la paz en este mundo, y nos dará su paz en el otro. Nos
deja su paz para que permaneciendo en ella, podamos vencer al enemigo; nos dará su paz cuando
reinemos libres de enemigos. Nos deja su paz para que aquí nos amemos unos a otros; nos dará su
paz allí donde no podamos tener diferencias”.
d) El Papa San Juan Pablo II enseña: “Hay una paz que los hombres son capaces de lograr por sí
mismos, y hay una paz que es don de Dios. La primera viene impuesta por el poder de las armas, la
segunda nace del corazón. La primera es una mera apariencia de paz, frágil e insegura, ya que se
funda en el miedo y en la desconfianza. La segunda, por el contrario, , es una paz fuerte y duradera,
que se fundada en la justicia y en el amor, penetra el corazón. Es un don que Dios concede a quienes
aman su ley. Es una paz triple. Paz con Dios, efecto de la justificación y el alejamiento del pecado; la
paz con el prójimo, fruto de la caridad difundida por el Espíritu Santo; y la paz con nosotros mismos,
la paz de las conciencias, proveniente de la victoria sobre las pasiones y sobre el mal”.
Concluimos con la famosa e infalible “receta de paz” de Santa Teresa de Jesús: “Nada te turbe, /
nada te espante, / todo se pasa, / Dios no se muda, / la paciencia / todo lo alcanza; / quien a Dios
tiene, / nada le falta: / solo Dios basta”.
¡Hasta que Yo no había reconciliado con Dios a mis discípulos por medio del sacrificio del Viernes
Santo, y hasta que ellos no habían aplicado a sí mismos los méritos de esta Sangre y no vivieran, por
lo tanto, en GRACIA de Dios... ¡era imposible que disfrutaren de PAZ verdadera!”
La paz, discípulos míos, es un don que les llega por medio de Jesús, su Divino Salvador. Yo soy la
Paz, pero el mundo me rechaza. Hasta que el mundo no se deje salvar por Mí, y no aplique a sí
mismo los méritos de mi Cruz, no podrá tener paz. Soy Yo el único proveedor, el único distribuidor
de la Paz. “La paz, decía mi gran Papa Pío Doce, o será cristiana o no será”. Sólo Yo puedo darles la
paz y la alegría. Cuando se vuelvan hacia Mí, encontrarán, no un espejismo, sino una dulce realidad.
¿Quién fue el “ladrón” de la paz en el corazón del hombre y en el mundo? El primer pecado, insti-
gado por el “padre de la mentira”, que provocó el gran derrumbe de la paz, y como secuela, toda
clase de desgracias. Ultrajando a Dios en las alturas y causando guerra interior y exterior entre los
hombres que habitaban la tierra. Y lo mismo ocurre hoy, dondequiera que haya hombres que qui-
eran vivir y construir sin Dios o contra Dios. ¿Quién trajo nuevamente la Paz? “El Príncipe de la Paz,
cuya Paz no tendrá fin profetizó Isaías.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Mi aparición en la tierra fue una fiesta de paz: los Ángeles en la noche de Navidad anunciaban:
“Gloria a Dios” y “Paz” a los hombres dispuestos a recibir la gracia de Dios. Es el más grandioso
ofrecimiento después de la guerra, iniciada con el pecado original.
Mi paso por la tierra fue una constante imagen de paz: una siembra de amor, bondad y bendiciones.
Hoy, como antes, deseo repetirles que quiero la paz para todos y no la muerte. Si tienen hambre y
sed de justicia, vengan a Mí y reinará la concordia y la Paz.
Mi muerte fue un sacrificio de paz y de reconciliación. El gran pacto de paz entre Dios y los hom-
bres, entre el cielo y la tierra, entre la Justicia y la Misericordia: El gran “Todo está cumplido” que
pronuncié al momento de mi muerte fue el sello puesto a Mi gran obra de reconciliación. Si muchos
hombres en el pasado han sido grandes por sus guerras, Yo lo soy por mi sacrificio de paz. Si supier-
an, hijos míos, los sufrimientos que Yo he pasado por ustedes. Soporté mi suplicio sin una queja, con
un solo pensamiento: que estaba salvando a mis pequeños. Yo había venido para eso y había espe-
rado con impaciencia el momento de su Redención. ¡Con qué amor he dado Mi vida por ustedes!
Y, después de Mi Resurrección, Mi saludo a los Apóstoles fue de Paz, porque Yo traía la paz en Mi
propio corazón, y la irradio sobre ellos, como ahora sobre todo aquél que se me acerca con un
corazón humilde. Yo soy la Alegría y Yo soy el Amor. Y mi Paz reina en todos los corazones que Me
temen y que Me aman.
En segundo lugar, irradien, difundan, siembren, con la sonrisa siempre, la paz alrededor de ustedes.
Su misión es una misión de amor para la felicidad de la humanidad. ¡Sólo el amor puede salvar al
mundo!
La Paz que Yo les doy ha de durar por toda la eternidad. Allá arriba, en los cielos, encontrará su
pleno cumplimiento, como paz sin límites. Es irrealizable el sueño dorado de la humanidad, el de
una paz plena y universal, porque son demasiados los que rechazan Mi mensaje, más en el Cielo
ha de ser plena realidad para todos los que, por Mi medio, lo alcanzaron. El Cielo es un reflejo, una
participación de la dichosa, paz de Dios. Allí descansarán eternamente los que han muerto en la paz
del Señor.
Que se renueve en ustedes, discípulos míos, la firme voluntad de llevar a sus hermanos Mi mensaje
de Paz, Amor y Alegría, para que tengan un poco más de paz en este atormentado mundo, y para
que la gocen, un día, eternamente. Así sea”.
530
Cenáculos del rosario
b) SAN JUAN CRISÓSTOMO pone en boca de Jesús esas conmovedoras palabras: “Pasé hambre
por ti, y ahora la padezco otra vez. Tuve sed por ti en la Cruz y ahora me abrasa en los labios de
mis pobres, para que, por aquella o por esta sed, traerte a mí , y por tu bien hacerte caritativo. Por
los mil beneficios de que te he colmado; ¡dame algo! No te digo: arréglame mi vida y sácame de
la miseria, entrégame tus bienes, aun cuando Yo me vea pobre por tu amor. Sólo te imploro pan y
vestido y un poco de alivio para mi hambre. Estoy preso. No te ruego que me libres. Sólo quiero
que, por tu propio bien, me hagas una visita. Con eso me bastará y por eso te regalaré el cielo. Yo te
libré a ti de una prisión mil veces más dura. Pero me contento con que me vengas a ver de cuando
en cuando. Pudiera, es verdad, darte tu corona sin nada de esto, pero, quiero estarte agradecido y
que vengas después de recibir tu premio confiadamente. Por eso, Yo, que puedo alimentarme por
mí mismo, prefiero dar vueltas a tu alrededor, pidiendo, y extender mi mano a tu puerta. Mi amor
llegó a tanto que quiero que tú me alimentes: Por eso prefiero, como amigo, tu mesa; de eso me
glorío y te muestro ante todo el mundo como mi bienhechor”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Discípulo mío muy querido: Hoy quiero empezar con un consejo: El de volver, a menudo, tu pens-
amiento a Dios que te ama y que está presente donde quiera que tú te encuentres. Acuérdate de Él
para amarle, pues, así lo desea y te lo exige. El pensamiento de Su presencia te ayudará, además, a
huir del pecado y a crecer en las virtudes que Él quiere ver en ti. Dale gracias a menudo por haberte
dado la vida, y pídele perdón por tus faltas. Pídele para ti todo lo que es bueno, y también para los
demás, y por eso entiendo que tú pidas lo que te es útil para llegar a la vida eterna. Esfuérzate, lu-
ego, por corresponder a Su Voluntad, que es la de hacerte feliz durante toda la eternidad y aun en
esta vida, merced a la paz interior que Él da a los que cumplen su deber con amor.
Aquí tienes, pues, un breve resumen de cómo debe ser tu comportamiento cotidiano, gracias al
cual serás un buen ejemplo para los demás, impulsándolos al bien. Respeta en ti y en los demás la
presencia de tu Dios, presencia real y de derecho, aunque no se haga efectiva, es decir, aunque no
haya estado de gracia, que significa la presencia de Dios. Por este motivo debes estar dispuesto a
la indulgencia, al perdón y al amor, pues, lo que tú haces al prójimo, es a Dios presente en él que
se lo haces. Además, si consideras que perteneciendo a la Iglesia perteneces a Mi Cuerpo Místico,
cualquier acción que realices en favor o perjuicio de tu prójimo Me toca a Mí directamente.
¡Cuántas veces debiera decirles a Mis fieles: “No desgarren Mi Cuerpo!”. Algunos, o la mayor parte
de Mis hermanos, cuales perros salvajes, se lanzan sobre Mi Cuerpo y lo desgarran sin darse cuenta
de la maldad de sus acciones. ¡Perjudican a su prójimo con sus palabras, acciones o pensamientos,
en su reputación, en su honor, en su derecho a vivir, de ser respetado y ayudado! Discípulos míos
¿cuándo comprenderán que el precepto de la caridad no es facultativo sino obligatorio? ¿Que no
sólo abarca el amor a Dios sino también el amor al prójimo? ¿Que el derecho de ustedes a vivir no
debe impedir el derecho a vivir de los demás?
La ley es idéntica para todos, la libertad es la misma para todos, y la ley lleva consigo deberes y
derechos que todos deben observar. La ley del amor abraza al universo, pero, para ti la primera
porción del universo es tu familia. Es allí, en primer lugar donde tú debes ejercer el amor. ¿Tú me
amas? Pues bien dame inmediatamente y cada día la prueba de tu amor: Ama a tu familia de la
cual eres el jefe o la responsable, Ámala, pues tú tienes el derecho y el deber de amarla y ella, el
derecho y el deber de ser amada. ¡Respeta la libertad de sus miembros, su opinión, su personalidad!
¡Aconséjalos a todos e incítalos al bien! ¡No busques en los demás tu bienestar egoísta sino el bien
de todos, su verdadero bien!
Es en el amor, en el respeto y en la comprensión, en la ayuda mutua y en el sacrificio de todos por
cada uno y de cada uno por todos donde residen el bienestar y la alegría. No puedo ocultarte, dis-
cípulo mío, la gran llaga de las familias cristianas y las grandes llagas de la familia humana, además
del egoísmo por el que cada uno lo busca todo siempre para sí y sólo para sí.
Hay otra llaga que también Me aflige mucho y es la de no saber perdonar. Cada uno cree ser per-
fecto. Si alguno se equivoca, piensa que tiene el derecho a que lo disculpen y lo justifiquen, pero no
piensa hacer lo mismo con los demás. Y, sin embargo, eso es un criterio de cristianismo, es una base
y una ley sin excepción: el que no perdona no es perdonado. Dios no acepta la ofrenda del que dice
amarlo, pero que no ama ni perdona las faltas de sus semejantes.
Sean misericordiosos, mis queridos hijos, perdonen siempre y a todos, pues la misma amplia medi-
da que ustedes hayan utilizado será empleada con ustedes por el Padre del Cielo. Así sea”.
532
Cenáculos del rosario
b) JESÚS, en Juan 17:3, nos asegura que “La vida eterna consiste en conocerte a Ti, solo Dios ver-
dadero”.
c) “Dios, escribe San Pablo a los Efesios (1:4), nos eligió antes de la constitución del mundo para
que fuésemos santos e inmaculados ante Él por el amor”.
b) SAN ANSELMO, por su parte, nos regala esta sublime consideración: “Reinar en el cielo es estar
íntimamente unido a Dios y a todos los santos con una sola voluntad, y ejercer todos juntos un solo
único poder. Ama a Dios más que a ti mismo y ya empiezas a poseer lo que tendrás perfectamente
en el cielo. Ponte de acuerdo con Dios y con los hombres, con tal de que estos no te aparten de
Dios y empiezas ya a reinar con Dios y con todos los santos. Pues es la medida en que estés ahora
de acuerdo con la voluntad de Dios y de los hombres, Dios y todos los santos se conformarán con
la tuya. Por tanto, si quieres se rey en el cielo, ama a Dios y a los hombres como debes, merecerás
ser lo que deseas”.
c) El Beato ESCRIVÁ DE BALAGUER apunta: “El amor humano, el amor de aquí abajo en la tierra,
cuando es verdadero, nos ayuda a saborear el Amor Divino. Así entrevemos el amor con que goza-
remos de Dios y el que medirá entre nosotros, allá en el cielo, cuando el Señor sea todo en todas las
cosas (1Cor 15:28). Ese comenzar a entender lo que es el Amor Divino nos empujará a manifestar-
nos habitualmente más compasivos, más generosos, más entregados”.
533
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
No os amáis, no os sentís hermanos, no os dais cuenta de que todos procedéis de una misma san-
gre, que nacen y mueren de la misma forma, que sienten sed, hambre, sueño, y frío de idéntica
manera y que igualmente tenéis necesidad de pan, de vestido, de casa y de calor. No tenéis pre-
sente lo que Yo os dije: “Amaos, del modo que os améis se entenderá que sois mis discípulos. Amaos
unos a otros como Yo os he amado”.
Estas verdades las tenéis como un cuento, una utopía. Ésta, que es mi doctrina, creéis que procede
de un loco y la sustituís con multitud de ideologías y teorías humanas, pobres o malvadas, según su
inventor. Pero, aun las más seductoras de ellas, si difieren de la Mía, son pura paja. Como aquella
estatua en la visión de Daniel: tal vez tengan muchas partes de metal precioso, mas su base será
de barro provocando al fin el desplome de toda la doctrina y, con él, la ruina de cuantos se habían
apoyado en ella. La Mía jamás se derrumbará; los que se apoyan en ella no caen, antes bien, con-
siguen siempre una mayor seguridad, pues piensan en el cielo, en la alianza con Dios en la tierra y
en la futura posesión del más allá de la tierra.
Ahora bien, la caridad no puede habitar en donde anida la iniquidad, porque la caridad es Dios y
Dios no convive con el mal. Por eso el que ama el mal, odia a Dios y, odiando a Dios, crecen sus
iniquidades, apartándose cada vez más de la Caridad. He aquí un círculo de donde no se sale y que
se va estrechando para torturarlos y aniquilarlos.
Mas ¿cuánta es la culpa que tienen los individuos en la inmensa culpa de los grandes? El cúmulo
de las pequeñas culpas individuales es el que sirve de base a la culpa grande. Si cada uno viviese
santamente, sin avidez de carne, de dinero, ni de poder, ¿cómo habría de darse la culpa grande?
Cierto que aún habría delincuentes aislados; mas resultarían inocuos, pues nadie les seguiría. Como
locos debidamente incomunicados ellos continuarían delirando en persecución de sus sueños de
prepotencia y abusos, sueños que jamás llegarían a ser realidad, aun cuando Satanás en persona les
ayudase. Tal ayuda resultaría vana ante el compacto frente contrario de toda la humanidad, hecha
santa al vivir según Dios. Y, por encima de esto, tendría a Dios de su parte. A Dios benévolo con
sus hijos obedientes y buenos. La caridad, por tanto, estaría en los corazones; viva y santificante
y desaparecería la iniquidad. ¿Veis, discípulos míos, cuán necesario es que la tierra ame, para no
convertirse en un planeta inhabitable, en un lugar cada día más peligroso?
Esforzaos, pues, en amar. ¡Si amaseis tan siquiera un poco! ¡Si comenzaseis a amar! Bastaría
comenzar, pues todo lo demás seguiría! Si la espiga no está madura no puede cosecharse la mies.
Pero la espiga no puede madurar si no llega a formarse, y no se puede formar si, a su vez no se
forma el tallo. Ahora bien, si el agricultor no echa al suelo la diminuta semilla, ¿podrá acaso brotar
del surco el verde tallo, el que, como una copa viva, mantiene en pie la gloria de las espigas? ¡Qué
diminuta es la semilla! Y, con todo, rompe la corteza, penetra en la tierra, succionándola cual boca
534
Cenáculos del rosario
ávida, y después eleva al sol su bendito esplendor del futuro pan y, con su color de esperanza y su
oro, que cruje con el viento y resplandece al sol, canta sus bendiciones a Aquel que da al hombre el
Pan Eucarístico y el pan de la mesa. Si no hubiera semillas, tan diminutas que se requieren muchas
para colmar el buche de un pajarillo tampoco tendríais la Hostia sobre el altar. Moriríais de hambre
física y de decaimiento espiritual.
Poned en cada uno de los corazones una semilla, una diminuta semilla de caridad. Dejad que os
penetre, que crezca en vosotros. Cambiad vuestra desenfrenada codicia en exuberante florecer de
obras santas, nacidas todas de la caridad. La tierra, ahora cubierta toda de abrojos y de espinas que
os torturan, cambiaría su aspecto y su aspereza en una plácida y agradable morada, que anticipa el
Cielo bienaventurado. Amarse unos a otros es estar ya en el Cielo, porque el Cielo no es otra cosa
que amor.
Proclamarse cristiano no significa serlo. No basta con el mero hecho de haber recibido el bautismo.
Cristiano quiere decir: ser como Cristo os dijo que fueras, como el Evangelio os lo repite en cada
página. Leed, leed el Evangelio y leedlo hasta en sus frases más insignificantes. Vividlo en estos sus
matices de perfección comenzando por el amor. Es el más arduo de los preceptos, pero es la clave
de todo: de todo el Bien, de todo el Gozo y de toda la Paz: aquí en la tierra, como allá en el Cielo.
Que mi Paz sea con vosotros, ahora y siempre. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
a) SAN ANSELMO suplica: “Oh, tú, tiernamente poderosa y poderosamente tierna, oh María, de
quien mana la fuente de la misericordia, no te detengas, te ruego, esta misericordia tan verdadera,
allí donde reconozcas una verdadera miseria”.
b) Y SAN BERNARDO: “¡Oh Madre de Misericordia, la Iglesia postrada humildemente a tus pies
como la luna, te ruega con devotísimas súplicas que, constituida Mediadora entre ella y el Sol de
justicia, por aquel sincerísimo afecto de tu alma, le alcancéis el que en tu luz vea la LUZ de ese ruti-
lante Sol. Alimenta hoy, Señora, a tus pobres: los mismos cachorrillos también coman de las migas
que caen en la mesa del Señor”.
c) EL PAPA San JUAN XXIII, en su comentario a la “Salve”, proclama: “¡Dios te salve, Reina y Madre
de misericordia! Este es el poema de la humanidad abrumada por el pecado, obligada al llanto, al
dolor y a la muerte, que, a pesar de todo, mira a María, vida y dulzura y esperanza nuestra, y le pide
en la última estrofa, que es un latido de fe invicta y luminosa: Muéstranos a Jesús, fruto bendito de
tu vientre, clemente, piadosa y dulce Virgen María”.
d) Y el PAPA San JUAN PABLO II, renovando la consagración a María de un país africano, así reza:
“¡Oh Madre misericordiosísima de todas las generaciones humanas, que no cesan de llamarte ‘di-
chosa’, ¡cuánta necesidad sentimos de recibirte como Madre nuestra! ¡Haznos sentir tu presencia
materna tan discreta y tan eficaz!
Llegó al altar mayor y se arrodilló al mismo tiempo que el pueblo cantaba la Salve. Entonces sucedió
el milagro. Cuando llegó el canto a la parte que dice: “Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”,
el ciego abrió los brazos y lanzó un grito horrible. En sus ojos se había hecho de día, y lo primero
que vio fueron los ojos de la Virgen, que le miraban con misericordia. Apiñase el pueblo alrededor
del ciego, que después de dar gracias, salió por la puerta dando saltos de gozo; y cuando se paró
a contemplar por primera vez esas montañas, ese río, esos caseríos blancos, ese cielo y ese sol, el
pobre pareció que iba a enloquecer de júbilo.
Era de verdad un espectáculo sublime para cualquier alma que siente la belleza ¡Qué debía sentir él,
que lo contemplaba por primera vez! Estuvo largo rato sin decir nada, clavando sus ojos vírgenes en
la lejanía. Después bajó esas escaleras dando saltos y gritos como un niño y entró en la gruta. Allí
536
Cenáculos del rosario
besó el suelo y se quedó mirando, como en éxtasis, a la Virgencita buena. Salió después, pero en el
mismo dintel de la gruta se detuvo, como fulminado por algún pensamiento trascendental; inclinó
la cabeza y se volvió a arrodillar en la grada del altarcito y en sus pupilas se asomó un brillo extraño
de profunda emoción: La gente seguía con curiosidad sus movimientos. ¡Entonces tuvo lugar una
escena increíble! Con los brazos extendidos y mirando con fijeza a la imagen, como si quisiera
grabar para siempre en la retina las líneas de su figura, dijo en alta voz que le temblaba: “Señora,
si en los años que me quedan de vida sabes Tú que he de pecar con estos ojos que Tú llenaste de
alegría, si por tener luz en ellos puedo ofenderte y poner lágrimas en los tuyos, quítame desde aho-
ra esta luz que es mi vida y mi encanto, y déjame ciego otra vez”.
Ocultó después su cara entre las manos, como esperando una decisión de los cielos, y, cuando
levantó la cabeza, ya no pudo ver nada; estaba ciego otra vez. Se hizo silencio de angustia y de
asombro en la gruta. Tan profunda era, que se pudo percibir la voz del ciego, que rezaba así: “Gra-
cias, Señora. Me separo de Ti, ciego, como ciego vine hasta Ti. Pero te he visto, y ya nada en mis
ojos muertos podrá borrar tu figura. Ya no iré solo por el mundo. Llevo en mi triste noche la estrella
de tus ojos, que yo vi en el trance más hermoso de mi vida. Sean ellos mi luz y mi compañía hasta el
día en que te vea sin sombras en el cielo”.
Después bajó por la ladera, guiado por el lazarillo, y se perdieron sus pasos por esos mundos de
Dios. Y la historia añade que murió como un santo, una noche, a la puerta de una ermita como ésa,
y que sus últimas palabras fueron: “Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos y muéstranos a
Jesús, fruto bendito de tu vientre”.
Discípulos míos: ¿.Por qué es tan misericordiosa María?... ¡Porque tiene la condición de verdadera
Madre! Aunque puede un hijo ser un desgraciado; aunque puede estar plagado de miserias físicas
o morales, ya puede ser todo un desecho que inspira a los demás repulsión y asco, el corazón de
madre sentirá palpitar sus entrañas con un nuevo cariño, con el más fresco y encendido amor, cuan-
to más desgracias y miserias vea en su hijo.
El corazón de una madre nunca desmaya ni se cansa. Siempre espera y confía poder remediar la
situación de sus hijos. No es que se engañe y se ciegue, es que tiene, una luz, una clarividencia o
intuición de corazón, que enfoca y ve más allá de lo que ven los demás, donde ya no se espera cosa
alguna. El corazón, de una madre capta rasgos, indicios o sentimientos que aún pueden levantar
y dignificar a su desgraciado hijo y con la sola fuerza de su ternura, ella será capaz de reanimar
esos sentimientos al parecer extinguidos, resucitar un corazón que todos daban por muerto, o en-
derezar una conciencia que el pecado y las pasiones torcieron.
Pregúntenle sobre esto a San Agustín, díganle que les cuente lo que puede el corazón compasivo,
piadoso y misericordioso de una madre. ¿Puede haber algo más avasallador que un corazón miseri-
cordioso que además de sentir las desgracias ajenas como si fueran propias se esfuerzan mucho
más aún, y trabaja, quizás a fuerza de sacrificios y privaciones, por remediarlas?
Así es el Corazón de vuestra Madre, María, en donde cualquier desgracia o tribulación vuestra halla
eco perfectísimo en él. En las bodas de Caná, por ejemplo... ni siquiera esperó el apuro de aquellos
recién casados; se adelantó a su problema para remediarlo. Ni cuenta se daban de lo que pasaba y
ya María estaba solucionándolo, adquiriendo de su Hijo una gracia milagrosa.
¡Qué maravilloso ejemplo de bondad! ¡Qué admirable retrato de compasión y misericordia! ¡Cuántas
veces habrá hecho con vosotros algo semejante! ¡En cuántas situaciones habrá intervenido la
Santísima Virgen en favor vuestro consiguiéndoles de Mí, su Hijo, algo que les hacía falta, algo que
les venía muy bien y que vosotros ni os ocupasteis de pedirlo, por ignorar el peligro, por tibieza, o
por malicia de vuestro corazón!...
537
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
¡Que la Mamá de todas las mamás, vuelva hoy y siempre sus ojos misericordiosos hacia ustedes,
los desterrados hijos de Eva, y más especialmente aún a las madres, que tan a menudo suspiran,
gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas, por sus propios hijos desgraciados.... ¡Que así sea!”
200. LOS SACRAMENTOS: “SIETE RIOS QUE NOS TRAEN LAS AGUAS DE
LA REDENCIÓN”
b) Estos siete “ríos de agua viva” fueron anunciados y prefigurados en el Antiguo Testamento.
Isaías, en l2, 3, profetizo: “Sacaréis agua con gozo de las fuentes del Salvador” Y en Proverbios 9, 1
se lee: “La Sabiduría se fabricó una casa; labró siete columnas”.
c) Figuras, además de los siete Sacramentos, fueron los siete brazos del candelabro que había en el
Santo de los Santos; las siete columnas en el templo de Salomón; las siete trompetas del jubileo
de los hijos de Israel; las siete purificaciones de Naamán en las aguas del Jordán, las siete estrellas
del Apocalipsis y los siete sellos del libro de la vida.
b) ¿Qué son los Sacramentos? Son canales a través de los cuales la fuerza redentora de la Pasión
de Cristo puede fluir hacia cada uno de nosotros, como lo expresó magníficamente SAN LEÓN
MAGNO: “Lo que fue visible en nuestro Redentor pasó a los Sacramentos”. Explica el Papa PABLO
VI: “Los Sacramentos son acciones de Cristo, que los administra por medio de los hombres. Y así
los Sacramentos son santos por sí mismos y por la virtud de Cristo; al tocar los cuerpos, infunden
gracias en las almas”.
538
Cenáculos del rosario
c) ¿Cuál urgencia tenemos de los sacramentos? Responde el Santo CURA DE ARS: “Hemos aban-
donado también a Dios, desde el momento en que ya no frecuentamos los Sacramentos. Los Sac-
ramentos nos dan tanta fuerza para perseverar en la gracia de Dios, que jamás se ha visto a un
santo apartarse de ellos y perseverar en la amistad de Dios; en los sacramentos hallaron cuantas
fuerzas les eran necesarias para no dejarse vencer del demonio. Al recibirlos, es Dios mismo quien
viene revestido de todo su poder para aniquilar a nuestro enemigo. El demonio, al verle dentro de
nuestro corazón, se precipita a los abismos; aquí tenéis pues, la razón o motivo por el cual el demo-
nio pone tanto empeño en apartarnos de ellos, o en procurar que los profanemos. En cuanto una
persona frecuenta los Sacramentos, el demonio pierde todo su poder sobre ella”.
Recuerdan, ¿cómo buscaban los enfermos del Evangelio la mujer que padecía de flujo, el hombre
sordomudo sin tan siquiera tocar mi vestido o lograr que Yo pusiese sobre él la mano, para sentir la
fuerza curativa que de Mí emanaba? Los sacramentos son signos eficaces de mi Gracia, de mi Vida,
destinados y adaptados a cada uno de Uds., a cada circunstancia de su vida, a cada anhelo, a cada
pena o miseria. Cada Sacramento remedia una necesidad particular en su alma, y es una muestra
especial de Mi acción misericordiosa de Redentor. Cada sacramento es como una caricia, como
una marca que el dedo poderoso y amoroso de Dios traza y deja en tu carne, para que ésta sane,
se anime, se levante y sea un instrumento más dócil al servicio de tu alma. Cada Sacramento es
una auténtica transfusión, para curar las heridas y enfermedades de la humanidad en cada época.
En cada sacramento, brilla para ti una gotita de mi Sangre Redentora. Cada sacramento te repite
“¡Tanto te he costado!”
539
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
conciencia de su contenido, del objetivo que tuve Yo al instituirlos! Siéntanse comprometidos por
un espíritu bautismal, un espíritu de confirmados, de almas eucarísticas, de parejas unidas por el
sacramento del Matrimonio En una palabra: ¡Vivan los Sacramentos!
En segundo lugar: vean la obligación que se derivan de ellos para Uds. No son cosa muerta ni
efímera, sino que han de crecer y madurar hasta que Yo llegue, en Uds. a mi “estatura adulta”. ¿Es
lo que ocurre en su vida? ¿Se bautizan, se confiesan, comulgan para transformarse poco a poco
en otros Cristos, que piensan, hablan, aman, sufren como Yo?... ¡Ay! ¡Cuán poco se ven mis rasgos
en muchos cristianos! Ello exige trabajo, esfuerzo, renuncia, sacrificios, oraciones... para que mi
Gracia que está en el fonda de su alma, logre irradiarse al exterior. Su obra ha de ir informado por
la virtud de los sacramentos, así como mi obrar iba informado por la voluntad de Mi Padre de Cielo;
la cual era mi alimento.
Discípulos míos: Un día sentirán toda la bendita eficacia de los sacramentos, y será cuando lleguen
a su consumación, cuando la gracia se vuelve en gloria, junto a Dios, administrador y consumador
de todos ellos; cuando Yo seré finalmente Todo en todos, el velo de la fe será removido y me verán
cara a cara. Yo el gran sacramento Vivo, de cuyo amor los sacramentos son y serán hasta entonces
las expresiones, los monumentos, las encarnaciones más fuertes y llamativas. Así sea”.
540
Cenáculos del rosario
Pregunta: ¿qué nos da el Bautismo? Cinco textos del Nuevo Testamento lo ilustran:
a) EL BAUTISMO ES BAÑO QUE LAVA EL PECADO ORIGINAL Y NOS RECONECTA CON EL ES-
PÍRITU SANTO. Del Corazón divino traspasado por la lanza brotan el Viernes Santo SANGRE Y
AGUA. (Jn 19, 34). Así se cumplieron las profecías de Ezequiel respecto al renacimiento del hombre
en las aguas bautismales: “Y derramaré sobre vosotros agua pura, y quedaréis purificados de vues-
tras inmundicias” (Ez 36, 25). Y en otro texto: “Os arrancaré vuestro corazón de piedra y os daré mi
Espíritu”. A esta purificación transformante San Pablo llama “baño de regeneración en el Espíritu
Santo” (Tit 3, 5).
b) El Bautismo es un nuevo NACIMIENTO, nacimiento místico del cristiano en Cristo, como Cristo.
Así lo afirma Jesús platicando de noche con Nicodemo en Juan 3, 5: “En verdad te digo que quien no
naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de los Cielos”.
d) El Bautismo es MUERTE, un morir al pecado, un ser sepultado con Cristo, que como Jesús lo
afirmó cuando, al final de su vida terrenal, anuncia su propio bautismo de sangre (Lc 12, 50).
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Pregunta: Si un niño, o una persona no bautizada, se encuentra en peligro de muerte y no hay sacer-
dote disponible para bautizarle, ¿qué hacer? Cualquier hombre o mujer puede válida y lícitamente
bautizar, con tal que tenga intención de administrar el bautismo cristiano y que lo hace de la sigui-
ente manera. Se debe usar agua natural de la llave, de un río, fuente, manantial, del mar, de pozo,
de laguna. Debe derramar el agua tres veces, en forma de cruz sobre la cabeza, y no tan sólo sobre
el pelo del bautizado, y debe pronunciar, al mismo tiempo, las siguientes palabras: “Fulano de tal
(se dice el nombre)... , Yo te bautizo en el nombre del Padre ( + primera infusión de agua), y del Hijo
(+ segunda infusión), y del Espíritu Santo(+ tercera infusión)”. No se dice Amén. Se debe avisar del
hecho al párroco en cuanto sea posible. En el caso del adulto, éste debe primero ratificar primero
su fe y su deseo de ser bautizado.
Entonces Dios, en un acto supremo de amor y de dolor, inventó el bautismo, un truco, un Sacra-
mento, que le permitiera a mi Padre ejercer la Misericordia, pero sin faltar a su Justicia; anular los
efectos de la condena, pero no retirar la condena misma. ¿En qué consistió el TRUCO que el Amor
de mi Padre inventó? En mantener, por un lado, la sentencia exigida por su JUSTICIA: que ningún
hijo o hija de Eva, por haber “muerto” espiritualmente por culpa del pecado original y haber desfig-
urado en ellos la imagen divina, entraría en el Paraíso, y, por otro lado, en dar, en su MISERICOR-
DIA INFINITA, la oportunidad al hombre de RENACER, en las aguas bautismales, COMO UN SER
NUEVO, otro Cristo, el Hijo predilecto, al cual, sí, se le podrá permitir LA ENTRADA AL CIELO. Un
permiso que no entra en conflicto con la condena anterior, ya que no es el mismo hombre viejo,
carnal que pretende entrar, sino un hombre nuevo, espiritual, un ser regenerado, que “ya no es él
que vive sino Cristo, Yo, en él”. Cada bautismo, discípulos míos, les configura, les ata íntimamente a
Mí. Es un auténtico pacto de renuncia a ti mismo, y de incorporación a Mí. Un imborrable sello que
hace de ustedes unos ungidos “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
Si ustedes permanecen fieles a esta incorporación, a este “morar en Mí”, y la muerte no les sor-
prende desprendidos de Mí por el pecado personal, mi Padre, entonces, después de una ulterior
purificación suya en el Purgatorio para completar esta transformación en Mí, los introducirá un
día en el recuperado paraíso del Cielo, y ya no como criaturas rebeldes, sino como auténticos hijos
adoptivos.
Así la ganancia, obra de misericordia, supera el castigo, exigido por la justicia. Muere el hombre
viejo y nace el hombre nuevo, renovado a imagen del que lo redimió. ¡Bendito sea Dios que hace
tales maravillas, que todo lo crea y todo lo recrea!
Discípulo mío amado: Con el bautismo recibiste en tu frente mi sello que irradia tal resplandor,
que enfurece y ciega a Satanás y le obliga a desviar su mirada de ti. Desde el día de tu bautismo,
entraste en la arena de los luchadores y empezaste tu combate decisivo. “Una ingente nube de es-
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Cenáculos del rosario
pectadores le rodea”. Hay un público simpatizante en el Cielo que te apoya; te anima, te asiste y te
espera. Y al que tropieza, Yo tiendo Mi mano, lo levanto y lo hago nuevamente caminar. Pero, hay,
también unos ojos malvados desde los antros infernales, te espían “como león rugiente buscando
a quién devorar”. Ojos que buscan tu punto débil para hacer caer o flaquear en la lucha. Por eso les
dije en mi Vida mortal: “Vigilad y orad para no caer en tentación”.
Discípulos míos: una última recomendación. No dejen sus hijos en manos de Satanás, del cual sólo
el Bautismo les puede arrancar. ¡Qué crueldad por parte de los padres con sus hijos, y qué ingratitud
conmigo, el atrasar, por motivos mundanos, descuido o razonamientos humanos injustificados, el
recibimiento de este Sacramento vital! En un hijo no bautizado Mi Padre no reconoce Mi imagen,
no puede repetir sobre él: “He aquí mi hijo”. Traigan, pues, sus hijos a la fuente bautismal, lo más
antes posible: no después de meses o años, sino a los pocos días de, nacer. Sólo así cumplirán la
promesa solemne que juraron ante el altar, el día en que se casaron: la de encargarse de la edu-
cación cristiana del niño. Luego, conforme va creciendo el niño, y empieza a abrir su inteligencia y
a comprender las cosas, su deber de padres es de transmitirles, además, el conocimiento de Dios,
y de enseñarles a apreciar la vida cristiana recibida en el bautismo. Sus niños, así, se ampararán de
la ley divina y, siendo los padres un catecismo vivo para ellos, vivirán conforme a Mi Evangelio y
llegarán, un día, a las Moradas eternas, en donde Yo les tengo preparado una posada si en esta Vida
perseveran. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Que los novios tomen su noviazgo en serio. ¡Qué abran, pero muy bien, los ojos antes de casarse!
Luego, una vez casados ¡qué cierren un ojo (¡o los dos!), si es preciso, para que las cosas funcionen!
a) El corazón puro que tiene: “Tú bien sabes, Señor, que nunca he deseado ningún hombre y que he
conservado el alma limpia de toda concupiscencia”.
b) Su conducta es definitivamente intachable: “Jamás me uní con gente licenciosa, ni tuve trato con
los que se portan livianamente”.
c) La intención santa que tiene respecto al Matrimonio: “Si consentí, Señor, en tomar marido fue en
tu santo temor, y no por un afecto sensual y liviano”.
a) De los que no quieren acordarse de Dios, dice el Ángel: “Los que abrazan el Matrimonio apartan-
do de sí y de su mente a Dios y entregándose a su pasión”, “esos son sobre quienes tiene poder el
demonio”.
b) El espíritu de oración con que se debe abrazar el Matrimonio: ordena el Ángel, “Tú, cuando hayas
tomado a Sara por esposa, no te ocuparás de otra cosa sino en hacer oración junto con ella”.
c) La intención santa que debe empujar a contraer Matrimonio: “Te unirás con la joven en el temor
del Señor, llevado más bien el deseo de tener hijos que el de la CONCUPISCENCIA”.
CONCLUSIÓN: Que los novios mediten detenidamente las Santas enseñanzas del Libro de Tobías.
¡Cuánto más asegurado estaría el éxito de su Matrimonio y cuánto más copiosa la bendición del
Señor!
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Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
SAN FRANCISCO DE SALES escribe: “Novios, guardad cuidadosamente el primer amor para vues-
tro futuro cónyuge, pues tengan por fraude ofrecerle, en vez de un corazón íntegro y sincero, un
corazón usado, adulterado y agitado por otros amores”.
SAN ANTONIO MARÍA CLARET advierte del peligro de noviazgos demasiado prolongados: “Novi-
os, cuidado, no suban al Matrimonio por el camino de cortejos largos y sospechosos, que los Santos
han reprobado esto con palabras fuertes”.
EL PAPA PÍO XI previene a los novios: “De la elección del consorte depende de una manera especial
la felicidad del futuro Matrimonio. Ha de temerse que quienes antes del Matrimonio sólo se bus-
caron a sí mismos y a sus cosas, y condescendieron en sus deseos impuros, sean en el Matrimonio
cuales fueron antes, es decir, que cosechen lo que sembraron: o sea, tristeza en el hogar doméstico,
llanto, mutuo desprecio, discordia, aversiones, tedio de la vida común, y lo que es peor, encontrarse
a sí mismos llenos de pasiones desenfrenadas”.
“Los novios, enseña el Papa Pío XII, deben conocerse bien antes de contraer un Matrimonio que
luego resulta indisoluble. Conviene que antes de casarse aseguren, lo más perfectamente posible,
una identidad de ideas, sentimientos y anhelos, y que no se dejen arrastrar por pasajeros entusias-
mos a los que luego suceden los desengaños. Porque el amor está hecho de constantes y menudas
atenciones, no de entusiasmos repentinos. Más que la momentánea emoción del corazón vale la
probada coincidencia de sentimientos, creencias, aspiraciones y tradiciones. Busquen el uno en el
otro las virtudes que serán la base de la vida del hogar. Carecen de sentimiento moral los hombres
que permiten a sus novias las fastas de pudor”.
¡Casarse es como dar la mitad del alma y recibir otra mitad! Si ambas se adaptan, he ahí como
un anticipo del paraíso. De lo contrario, he aquí dos vidas frustradas y generadoras de continuos
tormentos y tempestades. Que se estudien, pues, bien los novios antes de casarse. Que escojan
cuidadosamente a la persona con la cual han de convivir por el resto de su vida. Que no les ciegue la
pasión. Que no les empujen únicamente motivos de dinero o de prestigio. Midan bien las porciones
del alma que entregan y las que van a recibir para que no padezcan por el resto de sus vidas las con-
secuencias, a veces terribles, de una elección precipitada. Ya que el uno podrá ser para el otro tanto
el bastón de apoyo, como el látigo con el cual será golpeado y frustrado.
El noviazgo, por lo tanto, lejos de ser una época de aturdida diversión, es algo grave y delicado. Es
uno de los más serios períodos de la vida. Es la época del descubrimiento de la personalidad propia
y la del futuro cónyuge, y debe emplearse en crecer y madurar juntos, afectiva, moral y espiritual-
mente. Es la identificación gradual de dos almas, que anuncia la identificación total, alma y cuerpo,
como característica del Matrimonio.
Sobresalga en el noviazgo no el deseo carnal, sino el amor espiritual. A pesar de la inevitable y más
bien deseable atracción física, lo más importante es el alma de la persona amada. No se conozcan,
por lo tanto, los novios tan sólo como compañeros de diversión: fiestas, bailes y excursiones. El
marido ideal casi nunca será ese joven divertido, guapo, alto o perfecto bailarín; ni la esposa ideal la
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
chica que tiene cara más bonita o figura más esbelta. El “divertido Carlitos” de los días de noviazgo,
quizá ya no seguirá siéndolo a los ojos de la esposa necesitada de su sueldo, cuando ésta descubre
que lo gastó todo en vicios y amistades. Asimismo, “Marianela la nocturna”, siempre la última en
abandonar las fiestas, la más alegre y el centro de atracción, pueda que ya no parezca tan fascina-
dora a los ojos del esposo que, en vano, de ella espera el fiel cumplimiento de aquellos prosaicos
quehaceres domésticos, que constituyen la trama de la vida conyugal.
Novios: abran generosamente su corazón a eso tan santo y tan grave que van a emprender. Las
cualidades que predicen y auguran una unión duradera y llena de amor, son las del espíritu y del
corazón. Busquen en el otro la voluntad de negarse a sí mismos a fin de hacer feliz a la otra parte.
Busquen una convicción religiosa duradera y profunda, porque la fe y la confianza en Dios les dará
alas para superar dificultades, penas y desilusiones que siempre encontrarán en el camino.
El compañero ideal es cortés, amable y considerado, es lo suficientemente maduro para reconocer
y aceptar responsabilidades sin quejarse, lo bastante realista para saber que las concesiones mutu-
as son inevitables para una convivencia exitosa, debe ser humilde para saber que tiene que poner la
buena voluntad en hacer su parte.
Si esa bondad natural y madurez del corazón es la primera condición para que un noviazgo sea
preludio a un Matrimonio feliz, la segunda, aún más importante, es el amor sobrenatural. Un amor
mutuo sincero, profundo, generoso y puro, inspirado, animado y modelado sobre mi Amor Divino
y apoyado en Él. Un amor que todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta y todo lo perdona. ¡Sólo
un amor así resistirá la prueba del tiempo!
Imploren siempre, con fervor y persistencia, mi Auxilio Divino para que les guíen la sabiduría y
la prudencia Cristiana. Supliquen al Espíritu Santo que les favorezca los dones de consejo y dis-
cernimiento. Se conocen, quizás lo suficiente para darse el uno al otro, pero casi nunca para hacerse
mutuamente felices. No dejen, por lo tanto, de pedir además, para dicha elección, el prudente y tan
estimable consejo de sus padres: el recurrir a su experiencia y madurez les evitará equivocaciones
fatales. Les asegurará, además, la copiosa bendición Divina prometida a los que guarden el cuarto
Mandamiento Divino: “Honra a tu padre y a tu madre, para que te vaya bien y tengas larga vida so-
bre la tierra”. Sepan también los jóvenes confrontar sus actitudes respecto de la paternidad: ¿está
la otra parte dispuesta a acatar las leyes de Dios y de la Iglesia en materia de planificación lícita?...
¿Está dispuesta a tener los hijos con los cuales Dios les quiere favorecer y a educarles en la Religión
Católica? El día en que se casan, el Sacerdote, en nombre Mío, les hará estas mismas preguntas.
Ustedes, quizás sin pensarlo mucho, contestarán con un rotundo sí, claro que sí, pero sin reflexionar
cuán grave responsabilidad están cargando, en este momento, sobre sus frágiles espaldas; frágiles
si no se apoyan enteramente en Mí.
Y estas mismas preguntas nuevamente las oirán, de mi boca de Juez, en el día del Juicio. Que no
sean, entonces, rechazados lejos de Mí, con un fulminante “No os conozco”, porque fueron hallados
mentirosos y perjuros de la solemne promesa hecha ante el altar: la promesa de no esterilizarse, de
no abortar, de no evitar hijos con medios artificiales, de no divorciarse.
Pero, si les guían un amor recto y verdadero, y un afecto leal hacia el futuro cónyuge; si se preocu-
pan por buscar en el Matrimonio precisamente aquellos fines por los cuales Dios lo ha constituido...
Yo, entonces, les asistiré momento por momento para que sepan, lo más gozosamente posible,
cumplir sus altas obligaciones y lleguen, después de una ancianidad feliz, si Dios así lo dispuso,
a gozar eternamente en el Cielo la compañía de esos seres queridos que tanto amaron y por los
cuales tanto se desvelaron, mientras estuvieron en esta vida. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
También los parientes de la muchacha ven con claridad la intervención de Dios en el hecho de
haberse encontrado el mayordomo, a la hora de buscar agua en el pozo, precisamente con Rebeca.
“Obra es esta del Señor” exclaman, “De ningún modo podemos oponernos a lo que es conforme a
su Voluntad”. No dejarse guiar por miras puramente humanas, sino buscar lo que es conforme a la
Voluntad del Señor es principio básico en la elección del cónyuge.
El relato bíblico resalta asimismo las cualidades de la elegida. Al recurrir el mayordomo al Señor y
pedirle una señal por la cual le haya de guiar, no dice que la primera chica de extraordinaria her-
mosura o ricamente vestida que encuentre él cerca de la fuente, será “La que Tú tienes preparada
para tu siervo Isaac” sino que será aquella a “Quien yo dijere: baja tu vasija para que yo beba, y ella
respondiera: bebe y aun a tus camellos daré también de beber”. El mayordomo busca, por lo tanto,
no a una joven hermosa o rica, sino a una joven afable, bien dispuesta a servir al peregrino, a una
joven diligente que no se tira atrás ante la tarea bastante pesada de dar de beber a los camellos,
animales que beben mucho y llegan a cansar a quien les está dando agua. Afable y diligente, pues,
era la escogida por el Señor... Y también llena de pudor y rica de sentimientos.
Su corazón latirá fuertemente al final del viaje, ya en la proximidad de la residencia del novio. De
lejos divisó Rebeca a un hombre que venía al encuentro de la comitiva. Su corazón le decía a las
claras que aquél era el hombre a quien quedaría unido su propio destino. Y quizás para encubrir
su emoción, se bajó del camello para preguntar al mayordomo quién era aquel desconocido que
su corazón conocía ya; y al recibir la respuesta que intuía, con un gesto muy femenino y de pudor
“Prontamente se tapó el rostro con su manto”. ¡Afabilidad, diligencia, pudor, adornan a la elegida!
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Ese episodio bíblico resalta, por fin, las cualidades; del futuro esposo: “Isaac, dice el relato, se es-
taba paseando... había salido al campo a meditar, caído ya el día”. Es decir que a Isaac ella no le
encuentra en medio de diversiones y relajos juveniles. Estaba haciendo sus oraciones de la noche y,
quizá, recordando a su madre Sara, recién muerta. Isaac hizo entrar a Rebeca “En la tienda de Sara,
su madre... y le amó en tanto grado, que se le mermó el dolor que la muerte de su madre le había
causado”.
El novio, pues, nos viene descrito como un hombre acostumbrado al trabajo, temeroso de Dios y
habituado a rezar, y cuyo amor a la madre difunta es garantía del respeto que sabrá tener a la pro-
pia mujer.
¡Cuántas lecciones contiene este texto para los novios que saben leerlo! ¡Cuán bella poesía puso
Dios en la aventura humana entre el hombre y la mujer: poesía que se destroza cuando los novios,
no respetando este hermoso plan Divino, se entregan mutuamente el cuerpo antes de casarse!...
Tomen los novios como modelo a Isaac: sólo dos mujeres hubo en su vida: su madre y la madre de
sus hijos: su esposa.
Que los jóvenes en busca del compañero de su vida, no se enreden con personas ya casadas o divor-
ciadas. “Ningún adúltero les recuerda mi Apóstol entrará en el Reino de los Cielos”. Que no caigan
en la trampa de creer que es su misión consolar y comprender a tal pobre hombre: a tal infeliz mujer
abandonada. Es una gran lástima, por cierto, que tales personas sean tan desgraciadas, pero no es
desafiando las leyes Divinas que les devolverán la paz. Un drama no se arregla creando otro drama.
El amor verdadero nunca es pecar juntos. Esto es lo único que pueden hacer los que se juntan, en
desafío a las leyes Divinas, dando, además, malísimo ejemplo a sus hijos. Algo del cual Dios les
pedirá, un día, severamente cuenta.
Tampoco es aconsejable casarse con una persona no Católica. Raramente esos Matrimonios son
felices. Entre dos corazones separados por una barrera tan íntima y profunda, como es la de una
Religión distinta, es casi imposible que no surja, tarde o temprano, un clima de malestar, que dará al
traste con las promesas matrimoniales y convertirá la convivencia en una pesadilla: pleitos provo-
cados principalmente a propósito de la exigida educación Católica de los hijos, un derecho Divino
del cual la Iglesia no puede dispensar.
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Cenáculos del rosario
De desaconsejar es también el casarse con un Católico poco o nada creyente, o con quien descuide
sus deberes religiosos: entre estas dos almas flotará siempre, pese a todo su mutuo amor, una pe-
nosa disonancia. Además, ¿cabe esperar fidelidad por parte de quien no se apoya en Dios? ¿No les
dije en mi vida mortal: “Sin Mí no podéis hacer nada?” Desconfíen por lo tanto de un novio o una
novia, que tan sólo va a la Santa Misa por no causar disgusto a su prometido. Y no se ilusionen de-
masiado con la futura conversión de la otra parte, la cual acaba a menudo, en una “conversión a la
inversa”: es decir que es la parte fervorosa la que se enfría al contacto permanente, glacial, y quizá
hasta burlón, de la parte que no practica. Cuán intensa, además, será la angustia y el drama interior
cuando la otra parte se oponga, a veces violentamente, a que sean respetadas las claras y exigentes
leyes de Dios en materia de planificación familiar.
Pero, hay otro error trágico que muchos cometen a la hora de casarse: a pesar de sentirse atraídos
por las cualidades de honradez, vida Cristiana y fiel cumplimiento del deber de la otra parte: todo lo
cual llena las aspiraciones de su corazón, se dejan llevar por la soberbia y se detienen a pensar que,
aunque aquella persona llena los dictados de su corazón, no va a llenar sus anhelos de figurar, de
tener dinero, de llevar una vida regalada y cómoda... Rompen entonces, su noviazgo, desoyendo
la clara voz de Dios, y ponen en peligro, no sólo su felicidad terrenal, sino hasta su misma salvación
eterna y la de sus hijos.
Jóvenes, reflexionen: la paz y la felicidad no les vendrán de un compañero más o menos brillante,
atractivo o con mucho dinero, sino por la amorosa sumisión a la Voluntad Divina. Si se encaprichan
y se obstinan con alguien que no es aquél que Dios le tiene destinado, encontrarán, en vez de las
soñadas flores, un camino atravesado por puntiagudas espinas. La conciencia de haber elegido con
ligereza a su compañero de vida, se convertirá en una fuente creciente de malestar, capaz de que-
brar las alas del alma más fuerte y de robarle su paz interior y estabilidad. Se sentirán sin derecho a
esa ayuda Divina, que no falta a quien prestó oídos a las inspiraciones y Mandamientos del Señor.
A la hora de enfrentarse a las inevitables cruces que la vida conyugal lleva consigo ¡cuánto aliento,
al contrario, les infundirá la certeza de haber cumplido la Divina Voluntad! Con pleno derecho po-
drán, entonces, decirle a Dios: “Señor, Tú me has dicho que vaya por este camino, que me case con
esta mujer o este hombre. Me está costando mucho en este momento, pero Tú tienes que darme
ahora las gracias para cumplir esa tu Divina Voluntad”. Y Dios les dará esta ayuda, ¡aunque fuese
extraordinaria!
Mediten y aprovechen, queridos novios, estas saludables lecciones que acabo de darles. Y que los
padres no duden más, respecto de la decisión final de sus hijos, en abrirles valientemente los ojos
cuando a estos les toca escoger aquel o aquella que será su compañero de fortuna o desventura en
esta vida terrenal, y su gozo y consuelo, o su remordimiento por la eternidad. Así sea”.
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a) Ejemplaridad de vida: “Las mujeres sean obedientes a sus maridos”. SAN PABLO enfoca la base
teológica de esta sumisión: el hecho de que el Matrimonio es copia de las nupcias entre Cristo y la
Iglesia. Por tanto, la mujer ha de estar sujeta al marido como lo está la Iglesia a Cristo. SAN PEDRO,
por su parte, dirige la mirada más al campo del testimonio y del apostolado. Dice: “Las mujeres
sean obedientes a sus maridos... a fin de que con eso, si algunos no creen por medio de la predi-
cación de la Palabra, sean ganados sin ella por sólo el trato con sus mujeres, considerando la pureza
de la vida que llevan, y el respeto que les tienen”. ¡Qué responsabilidad insospechada en la mujer!
Su vida ha de ser una “proclamación” del Reino de Dios; su pureza, su transparencia, su exquisitez
deben ser irresistibles fuerzas de reclutamiento para el Reino de Cristo. A la mujer corresponde la
tremenda tarea de “vivir” la doctrina Cristiana, de ser “ilustración” viva de la misma dentro del hog-
ar, con una constancia perseverante, a menudo difícil, a veces heroica, de todos los momentos, en
la más estrecha intimidad de su Matrimonio. En la ejemplaridad de la mujer está su apostolado. No
puede ella eludir ni por un momento su responsabilidad.
b) Intensa vida interior. San Pedro (3: 3 4) suplica: “Mujeres, que vuestro adorno no esté en el exteri-
or, en peinados, joyas y modas, sino en lo oculto, en la incorruptibilidad de un alma dulce y serena:
esto es precioso ante Dios”. San Pedro enseña aquí a la esposa que la ejemplaridad de conducta,
para que sea estable y auténtica, debe alimentarse de una intensa vida interior. La mayor preocu-
pación en la vida de la mujer no ha de ser los rizos del cabello, ni los collares, ni la última moda de los
vestidos. Ciertamente la mujer puede y debe procurar agradar también físicamente a su esposo. No
es intención de San Pedro la de condenar el adorno sensato, ni de contradecir el magnífico cuadro
de la mujer ideal, trazado en Proverbios 31: “La mujer hacendosa e infatigable, que labra ella misma
el vestido con lana y lino finísimo y púrpura”. Lo que condena el Príncipe de los Apóstoles es el der-
roche, el lujo, la vanidad que tanto cunde hoy especialmente en las clases sociales más altas, tanto
en el vestir como en el vivir. Es “la persona interior escondida en el corazón” la que se debe adornar
con el adorno incorruptible de un espíritu de dulzura y de paz, que debe asomarse a los ojos de la
mujer cuando es tiempo de reír y cuando es tiempo de llorar. Que sea sobre todo, su dulce sonrisa
la que conquiste al esposo, le haga encontrar un reflejo del Cielo, le obligue a un respeto instintivo y
le haga recordar, en medio de la lucha y las bajezas de la vida, que existen alturas serenas.
¿Difícil tu tarea, mujer? ¡Ánimo! Haz de saber como les recuerda San Pedro, “Que así se adornaban
en otro tiempo las Santas mujeres que esperaban en Dios, siendo sumisas a sus maridos; así obe-
deció Sara a Abraham, llamándole señor. De él os hacéis hijas cuando obráis bien, sin tener ningún
temor”.
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Cenáculos del rosario
CONCLUSIÓN: Esposa: recoge tú, la más noble, la más rica herencia de tu ser como mujer, una
herencia Mariana. Acepta, desea y ama tu misión. Sé con alma y vida, “la esposa casta, sobria,
cuidadosa de la casa, apacible, sujeta a su marido”.
La esposa es el sol de la familia con la claridad de su mirada y con el fuego de la palabra; mirada y
palabra que penetran dulcemente en el alma, la vencen, la enternecen y la alzan fuera del tumulto
de las pasiones, arrastran al hombre a la alegría del bien y de la convivencia familiar, después de
una larga jornada de continuado, y muchas veces fatigoso trabajo en la oficina, en el campo o en las
exigentes actividades del comercio y de la industria. La esposa es el sol de la familia con su ingenua
naturaleza, con su digna sencillez y con su majestad Cristiana y honesta, así en el recogimiento y
en la rectitud del espíritu como en la sutil armonía de su porte y de su vestir, de su adorno y de su
ser reservado y a la par afectuoso. Sentimientos delicados, graciosos gestos del rostro, ingenuos
silencios y sonrisas, una condescendiente señal de cabeza, le dan la gracia de una flor selecta y sin
embargo sencilla que abre su corola para recibir y reflejar los colores del sol. Oh, ¡si supiesen cuán
profundos sentimientos de amor y de gratitud suscita e imprime en el corazón del padre de familia
y en los hijos semejante imagen de esposa y madre!”
Pero la fuerza de la mujer, la “fuerza de la debilidad” está en la primacía del amor. Es la mujer en el
hogar la que todo lo mueve; el arpa que produce nuevos acordes a cada toque. Y ésta es su fuerza.
Para compañera del hombre la formó el Creador, y en la calidad de tal la hizo perfecta: arpa sonora
que calme con sus acordes la agitación del hombre, y le envuelva en una armonía de paz, y le invite
a un beneficioso descanso. Así lo quiso Dios: y ésta es la fuerza de la más débil físicamente.
A la mujer Dios le confió el cuidado de la casa: “cuidadosa de la casa”, la describe mi Apóstol San
Pablo. Quizás porque la mujer es naturalmente destinada al cuidado de la casa y en realidad suele
gobernarla, porque la limpia, la adorna para hacer placentera la vida y porque en estos menes-
teres es más fácil sujetar la mente que en el ajetreo de la lucha diaria, la mujer parece destinada a
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
mantener vivo el fuego Sagrado que unió dos vidas. La unión estrecha de las almas y la fidelidad
conyugal, se calientan por la conducta de la mujer santa: “en ella pone su confianza el corazón del
marido”. Si en la sociedad conyugal, formada por la jerarquía del amor, la cabeza es el marido, el
corazón es la mujer. Ella es quién ostenta, fulgurante con su corona, la primacía del amor. De ahí su
influencia preponderante en el seno de la familia, de ahí su gran responsabilidad. El carácter duro
y agrio de la mujer aleja al marido del hogar, con grave daño para la familia: privado de la dulzura
de la esposa y madre, el hogar se convierte en un tormento. Peca gravemente la mujer si con riñas
o insultos excita constantemente a su marido a la ira o a la blasfemia; si quiere gobernar la casa
con desprecio de la autoridad de su marido; si lo desobedece gravemente, a no ser que el marido
se exceda en sus atribuciones o le pida alguna cosa inmoral; si es negligente en la administración y
cuidado de la casa, de suerte que deriven graves perturbaciones a la familia; si se entrega a pasati-
empos mundanos, demasiadas telenovelas, por ejemplo, con serio descuido de sus obligaciones de
esposa y madre; si exaspera a su marido con su afán de lujo o con sus gastos excesivos; si es frívola,
gastona y mundana, y va en busca de la atención y los piropos de otros hombres.
No es casualidad que la Iglesia, en la Misa de Matrimonio, pida más bendiciones y rece más y en
forma más extensa por la esposa, como si de ésta tuvieran que depender los demás. Y ¿qué pide la
Iglesia para la esposa? “Que con su ejemplo y su palabra, tal como las Santas mujeres del pasado
eduque a todos los de su casa en la fe y en la piedad”. Con esto tocamos la última característica
de la esposa ideal: una mujer profundamente devota de Dios. ¡La irradiación profunda, la huella
imborrable que dejará en su esposo y sus hijos, no estriba tanto en sus dotes naturales cuanto en la
irradiación de su vida interior, de su fe, esperanza y caridad, que se apoyan y se alimentan en Dios!
Sea especialmente el Rosario diario rezado en familia el homenaje tributado por la esposa a su
modelo, la Reina del Hogar de Nazaret, para que derrame sus bendiciones copiosas sobre la familia.
Esposa Cristiana... ¡Éste es tu ideal sublime!... ¿Lo estás siguiendo?... Que así sea”.
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Cenáculos del rosario
¿Qué será de los adúlteros que no rectifiquen? El Apóstol no deja dudas: Para quitarnos todo deseo
de cometer este gravísimo pecado, exclama, en 1Corintios 6: “¡No os engañéis! Ningún adúltero
entrará en el Reino de los Cielos”. Aunque va en contra de la tremenda presión de la opinión públi-
ca que grita su supuesto derecho de rehacer la vida con otro debemos concluir que toda persona
divorciada, que se junta con otro, es un adúltero: que ESTÁ ARRASTRANDO A SÍ MISMO Y A SU
COMPAÑERO O COMPAÑERA HACIA LA ETERNA PERDICIÓN: ¿Y esto sería amor? ¡Cuán engaña-
da y equivocada anda hoy mucha gente, aun dentro de la misma Iglesia!
SAN JUAN CRISÓSTOMO previene al respecto: “Si quieres casarte, toma noticia, no sólo de las
leyes civiles, sino también de las eclesiásticas: si desprecias aquellos, a lo más te pondrán una multa
pecuniaria; mas si violas las Leyes de la Iglesia, tu alma caerá en los tormentos del fuego inextin-
guible”.
Lo mismo repite SAN JERÓNIMO a los que aducen, como excusa, que se casaron por lo civil: “No
según las leyes civiles te ha de juzgar Dios en el gran día de la cuenta, sino según las Leyes que Él
mismo ha dado”.
SAN AGUSTÍN declara: “Los que conocen bien la fe Católica, saben bien que Dios hizo las nupcias, y
que así como la unión viene de Dios, el divorcio viene del diablo. La observancia de este Sacramento
es tan rigurosa, que no es lícito abandonar a la esposa estéril para casarse con otra mujer fecunda”.
SAN ANTONIO MARÍA CLARET exclama: “¡Ay de aquellos que se divorcian, o dan causa a que se
divida la familia! ¡Qué escándalos y qué pecados se siguen de aquí! Los hijos pierden el respeto a
sus padres, pues son testigos de que ellos no se quieren; el patrimonio del hogar queda roto y la
concordia de la familia se pierde por siempre”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Es un amor natural que la gracia Sacramental autoriza, consolida, bendice, vivifica y eleva hasta
alturas insospechadas de heroica fidelidad. Ésta hace a los cónyuges capaces de compadecerse,
de comprenderse y aun de corregirse mutuamente, puesto que amándose, cada uno busca en el
cónyuge esa perfección que lo hace más amable a sus ojos y a su corazón.
Que la familia sea estable lo exige la dignidad de la naturaleza humana la que, por un juramento y
una palabra empeñada, debe estar dispuesta a cualquier sacrificio. Lo exige: la sociedad que, para
ser sana y eficaz en su labor en favor de los individuos, debe estar basada en el orden. Lo exige la
justicia hacia estas criaturas a las que, tal vez en un momento de pasión, los padres han dado, aun
sin querer, la vida. Una vida que estos hijos, que no son solamente criaturas humanas; sino hijos de
Dios, tienen el derecho de conservar, y que los autores de sus días deben respetar y amar; hijos que
deben ser ayudados, amados, protegidos, enderezados, instruidos y defendidos de los múltiples
peligros con que el mundo y la sociedad atentan contra su indemnidad, su salud física, moral y es-
piritual. Destruir el núcleo familiar y abandonar en sí mismos o en manos extrañas, a estos seres, es
un verdadero delito que perjudica no sólo al cuerpo de estos inocentes sino también, y sobre todo a
su alma criados sin el calor familiar, tan necesario para la educación del corazón, aprenderán a odiar
a sus progenitores, maldiciendo la vida, y a odiar a la sociedad que los acoge la mayoría de las veces
con desprecio y hasta con desconfianza.
Y esta indisolubilidad del Matrimonio es exigida, sobre todo, por Dios. Si mi Iglesia, contra viento y
marea, insiste en que sólo la muerte puede romper la firmeza del lazo matrimonial, no lo hace por
capricho o por testarudez, sino porque así lo mandé Yo, Jesucristo, su fundador. Yo les dije y es una
orden: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”. Siendo el Matrimonio algo que determinó la
Ley Divina, allí no hay margen para que intervenga la ley de los hombres. La Iglesia, por lo tanto, no
tiene el poder de autorizar el divorcio.
Discípulos míos: A los ojos de mi Padre del Cielo el divorcio es siempre un mal espantoso, pues
ha sido inventado por el Maligno, que es sembrador de odios, de discordias y de mentiras con to-
das sus consecuencias. Su vida terrenal, discípulos míos, no es más que un tiempo breve para que,
haciendo penitencia, Dios tenga Misericordia de ustedes. No es más que un brevísimo tiempo de
prueba para que SE HAGAN MERECEDORES de su Misericordia Divina y de su Perdón, y gocen,
luego, del eterno descanso en el Cielo. Un Matrimonio Sacramental, por lo tanto, no puede fracas-
ar. Es algo sellado por el poder Divino y que tiene asegurada la asistencia incondicional del Cielo.
El fracaso terrenal de un Matrimonio debe ser percibido y vivido por los cónyuges como el ensayo
de su éxito definitivo y verdadero: su salvación eterna. Si los cónyuges se quieren mucho, entonces
tendrán que gozar de este “valle de lágrimas” como un poco de paraíso anticipado. Si humana-
mente hablando se aborrecen: ¡les llegó la hora de practicar heroicamente el Mandamiento Divi-
no!: “Amad a los enemigos, haced el bien al que te hace mal…”. Porque si tan sólo están dispuestos
a amar a los que les amen, ¿qué méritos tendrán? Les pregunté en mi vida mortal.
Si los cónyuges dejan de aguantarse, Dios tampoco ya les aguanta. Si se divorcian, ¡también Dios
se divorcia de ellos! No les perdonará hasta que ellos a su vez se perdonen, se reconcilien y vuelvan
a unirse, salvo justa causa que recomienda una separación temporal.
¡Cuántos hoy encuentran demasiado dura esta ley de mi Padre! Prefieren “rehacer su vida”, aun a
sabiendas de vivir como adúlteros. Pero, ¡ay!, cuando acabe su vida terrenal, se acabará también su
supuesta “dicha”. Botaron su Cruz. No serán reconocidos por Mí como discípulos míos, ni encontra-
dos dignos de recibir la corona prometida a los vencedores.
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Cenáculos del rosario
Objetarán, quizás: ¿No supimos de Matrimonios que fueron por la Iglesia anulados?... Yo les pregun-
to a mi vez: ¿Qué hace la Iglesia cuando anula un Matrimonio? ¿Acaso autoriza un divorcio?... ¡De
ninguna manera! Anulando, tan sólo DECLARA que por falta de ciertas condiciones JAMÁS HUBO
MATRIMONIO. Faltaban, por ejemplo, la suficiente edad, o el casamiento fue bajo amenazas; o
a uno de los dos, por una deficiencia física, le faltó la capacidad de consumir el Matrimonio; o ex-
cluyeron un fin esencial del Matrimonio.
Termino hoy, discípulos míos con una pequeña historia real, pero grande en lecciones. Ante los pies
de un joven que quería divorciarse, el cura párroco, habiendo agotado todos sus argumentos, puso
en el suelo un Crucifijo, “Sepárate, pero antes pisotea a Cristo” le dijo. El joven, asustado le pre-
guntó: “¿No hay otra manera de divorciarse?” “¡No la hay!” “Entonces, contestó, no me divorciaré”.
Que tengan todos ustedes la misma sabiduría y fortaleza. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Procrear hijos, en 1a visión bíblica, es un servicio que los esposos prestan a Dios en obediencia
al mandamiento expresado desde el origen: “Id y multiplicaos, sed fecundos”. Este mandamiento
pone de manifiesto ¡cuánto ama Dios a los niños, a sus niños! Él es Padre, y como tal eternamente
fecundo. Pero Él quiso necesitar de padres terrenales para poder disfrutar de los “hijos de los hom-
bres”: favor que agradecerá a los padres eternamente y por el cual les premiará en proporción a la
cantidad y a la calidad de los hijos que le regalaron. A este servicio puede aplicarse la norma que San
Pablo da en Colosenses (3:23): “Cualquier trabajo que hagan, háganlo de buena gana pensando que
trabajan para el Señor, en vez de fijarse en los hombres. Bien saben que el Señor los recompensará
dándoles la herencia eterna. A quien sirven es a Cristo, el Señor”. ¡Que los esposos se nutran y se ac-
uerden siempre de esta palabra!: A quien “sirven”, no es primero a su cónyuge, sino al mismo Señor.
b) He aquí la historia de un Matrimonio francés, la familia Martín, que nos ayudará a comprender lo
profundo y bello que es la unión conyugal.
Ambos cónyuges, en su juventud, habían sentido una llamada a la vida religiosa. Luis Martín se pre-
sentó como postulante en el monasterio de San Bernardo, pero, por ignorar el latín, fue rechazado.
Siguió viviendo con sus padres pero llevando una vida casi monástica, dedicada al trabajo de relo-
jería, la oración, la lectura, la pesca y el trato con sus amigos en un círculo Católico. A Celia de origen
campesino no le fue permitido el ingreso entre las Hermanas de San Vicente de Paúl. Abrió, por
consiguiente, con una hermana suya un taller de costura. Él, relojero de treinta y cinco años y ella,
la costurera de veintisiete, se encuentran y se casan. Por sugerencia de Luis pero de común acuer-
do, vivieron al principio como hermano y hermana. La intervención de un confesor les hizo cambiar
de parecer, hasta tal punto, que nueve hijos nacieron en su hogar entre 1860 y 1873. “Me gustan los
niños con locura, he nacido para tenerlos, pero esto tendrá que terminar. Cumpliré pronto cuarenta
y un años ¡es la edad de ser abuela!”, escribió la madre antes de nacer su última hija: Teresa. En
casa de los Martín reinaba una fe sólida. Veían a Dios en cada acontecimiento y le rendían un culto
permanente: oración en familia, Santa Misa todas las mañanas, Comuniones frecuentes, vísperas
dominicales, retiros, peregrinaciones, ayunos y abstinencias... Recibían y alimentaban niños aban-
donados, mendigos, ancianos. Y el resultado: dieron a Dios cinco hijas Carmelitas contemplativas,
una de las cuales es la famosa Santa teresa del Niño Jesús, Patrona de las Misiones.
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Cenáculos del rosario
Porque al recto amor con el cual se unen para dar a la tierra y al Cielo un nuevo ciudadano, Dios
generosamente responde creando inmediatamente una nueva alma. Ésta y no otra es la finalidad
y la grandeza de la unión humana, cualquier otra, separada de ésta, deshonra al hombre como ser
racional y arruina su espíritu, templo de Dios, quien huye indignado.
Esposos: ¡Si pensaran en éste su poder al cual Dios inmediatamente se une! Los Ángeles no pueden
tanto. Ellos más bien, igual que Dios, se adhieren al acto de los esposos fecundos y se convierten en
custodios y servidores de la nueva criatura. ¡Cuántos hoy, abrazan el estado conyugal, echando a
Dios de sí y de su mente, y se abandonan a la mera animalidad, abriendo así, de par en par, su alma
al enemigo infernal! ¿Qué diferencia hay entre el lecho del pecado y el lecho de dos cónyuges que
no se niegan al placer, pero sí a los hijos?... ¡Apenas alguna! Si por enfermedad o por otros graves
motivos se aconseja o concede no tener más hijos, es preciso, entonces, saber limitar sus relaciones
a los días infecundos, que no son difíciles de calcular, y prohibirse aquellas satisfacciones pecamino-
sas que no son otra cosa que desahogo bestial y estéril del instinto, privado de su finalidad.
Cónyuges: Cuando algún motivo honesto aconseja o requiere no aumentar la prole, sepan, entonc-
es, vivir como esposos castos y no como bestias lujuriosas. ¿Cómo pretenden que el Ángel de Dios
vele en su casa cuando hacen de ella una guarida de pecados? ¿Cómo pretenden que Dios les ben-
diga cuando lo obligan a apartar, indignado, la mirada de su morada convertida en cloaca? Cómo
urge recordar a los esposos las palabras que oyeron el día de su Matrimonio, y con las cuales Tobías
advierte a su mujer: “Nosotros somos hijos de Santos y no podemos unirnos como los que no con-
ocen a Dios”.
¡Ay! de las familias que se forman sin preparación sobrenatural, sin ningún pensamiento hacia lo
alto, sino tan sólo bajo el aguijón de un apetito sexual o de un motivo financiero. ¡Cuántos cónyug-
es, pasada la ceremonia religiosa, no tienen ya pensamiento alguno para Dios y sus Leyes, y hacen
del Sacramento un festín y del festín un desenfreno libertino!
Esposos: Antes de que ustedes se hagan “una sola carne” háganse en la oración “una sola alma”.
Que la oración preceda siempre al acto íntimo de su Matrimonio. Que les mueva el deseo de re-
galarle hijos a mi Padre del Cielo, hijos en quiénes Él podrá repetir, como antaño a Mí: “He aquí mi
hijo Bienamado en quien me complazco”. Mediten que lo que van a realizar es todo un servicio que
van a prestar a Dios, permitiéndole ser nuevamente Padre, si tal es su Santa Voluntad. Mediten la
alegría que van a dar al Padre Celestial, en la Gloria que le van a tributar. ¿No era precisamente esto
lo que mi Padre les quería dar a entender cuando dije: “No llamen a nadie Padre en la tierra. Tienen
un solo Padre: el del Cielo”.
Su intimidad conyugal, entonces se hará santa y bendita, fecunda de alegría verdadera y de prole.
De padres virtuosos nacerán hijos santos, bañados desde, el primer momento de su concepción en
la dulce luz, y en el tibio color de la Ley Divina, que enseña virtud, respeto y amor. Y cuando los hijos
viven en la Ley Divina, los primeros en disfrutar y gozar de esto, después de Dios mismo, serán los
afortunados padres: aquellos cónyuges santos que supieron hacer de su Matrimonio un rito sagra-
do y perpetuo y no un oprobioso vicio y que serán abundantemente por Dios bendecidos con hijos:
los cuáles serán, si también éstos colaboran con la Divina gracia, su alegría en la tierra, su consuelo
en la vejez, y su eterna corona, un día, en el Reino de los Cielos. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
207. “UN MARIDO Y UNA MUJER BIEN UNIDOS ENTRE SÍ, AGRADAN A
DIOS”
b) Pero este yugo de miseria, pesada herencia de la culpa de Adán, Jesús el Salvador el nuevo Adán,
nos lo aligeró con el yugo de su Gracia: “Venid a Mí todos, exclamó, los que estáis cansados y ago-
biados, y Yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo. Aprended de Mí que soy manso y humilde
de corazón, y encontraréis reposo para vuestras almas. Ya que suave es mi yugo y ligera mi carga”
(Mt 11:28-30).
c) Hay tres cosas, afirma Eclesiástico (25:1), en que se complace el alma, y agradan a Dios y a los
hombres: “La concordia entre los hermanos, el amor al prójimo y un marido y una mujer bien uni-
dos entre sí”.
San Pablo, en Efesios (4:26), revela uno de los secretos para conservar o al menos renovar cada día
la armonía del hogar: “No permitáis que se ponga el sol sobre vuestra ira”. Es decir: hagan la paz
antes de acostarse. Para lograr esa paz ¡qué mejor modo que rezando juntos el Santo Rosario!
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Cenáculos del rosario
Una vez conocidos los primeros pasos, se entra en la segunda fase del Matrimonio: la ardua tarea
de regularlos, modificando, acomodando y armonizando los pensamientos y las costumbres: tarea
que el afecto recíproco debería hacer marchar insensiblemente.
Esas transformaciones, cambios y sacrificios no deben recaer exclusivamente sobre una de las par-
tes, sino que cada una de ellas debe tomar su porción con mucho amor y confianza, pensando en el
próximo amanecer del día en que el gozo del completo acuerdo entre las dos almas, en la mente, en
la voluntad y en la acción, alegrará y aliviará el paso inevitable de las cruces y deberes.
Discípulos míos, en la vida de la familia: unos son los deberes propios del varón y otros los de la mu-
jer y la madre; pero ni la mujer puede permanecer enteramente extraña al trabajo del marido, ni el
marido a las preocupaciones de la mujer. Todo lo que se hace en la familia debe ser de algún modo
fruto de colaboración por parte de los dos.
¿Qué quiere decir que los cónyuges deben colaborar? La misma palabra lo indica. Cónyuges
significa: dos que comparten el mismo yugo, como lo comparten dos bueyes que, avanzando al
mismo compás, logran aliviar el peso de su propia carga. ¡Cuán importante es, esa concordia y
constante armonía entre esposo y esposa! Condiciones indispensables de esa concordia, y de la
consiguiente paz doméstica, son una constante buena voluntad y una gran humildad por ambas
partes.
¿No enseña la experiencia cotidiana que en las discrepancias humanas ninguno de los dos tiene la
razón completa, sino que la verdad está en medio? La buena voluntad nace del propósito, pero al
propósito siempre le debe preceder la firme convicción de que es preciso dialogar y colaborar.
¿Acaso comprende bien estas exigencias, el que entra en la vida conyugal pretendiendo llevar a ella
y conservar celosamente, su propia libertad y no sacrificar nada de su independencia personal? ¿No
significa, más bien, ir en busca de los peores conflictos, convirtiendo la convivencia en una realidad
opresiva?... Conviene comprender y al mismo tiempo aceptar, sincera y plenamente, con amor y
condescendencia, y no solamente con resignación, esta condición capital de la vida elegida.
Hay que abrazar, luego, generosamente, con valentía y con alegría, todo cuanto haga posible una
mutua colaboración, e incluso el sacrificio de gustos, preferencias, deseos o costumbres perso-
nales, incluyendo también la monotonía cotidiana de trabajos humildes, oscuros y penosos.
¡Voluntad de colaborar! Colaborar es unir las fuerzas, con perseverancia y sin decaimientos, ni im-
paciencias. Es algo que no se aprende en los libros, sino que es enseñado por el corazón que ama,
andar de acuerdo en la marcha del hogar doméstico. Es algo que nace de la mutua solicitud por el
nido común. Un deseo de observar para aprender, de aprender para hacer, de hacer para echar una
mano el uno al otro. Es el resultado de la lenta y mutua educación de dos almas que se transforman
para llegar a una verdadera e íntima colaboración.
Hay que querer y buscar esta colaboración. Hay que amar el trabajo juntos, sin esperar a que os sea
ofrecido, pedido o impuesto. Sí, discípulos míos: Nunca debe considerarse demasiado alto el precio
a pagar por lograr dentro de la familia esa colaboración íntima, con la convicción de la meta que hay
que conseguir, a toda costa: la felicidad, la concordia, la paz del hogar. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Mientras que SAN PABLO escribe a los casados, en 1Tesalonicenses (4:3-5) “Ésta es la Voluntad de
Dios: vuestra santificación, que os alejéis de la fornicación. Que cada uno de vosotros sepa poseer
su cuerpo con santidad y honor, y no dominado por la pasión, como hacen los paganos que no con-
ocen a Dios”.
c) Que se haga, no movidos por puro instinto carnal sino impulsado por un verdadero amor. Tal
como lo expresa la oración de Tobías en su noche de bodas: “Señor, si yo me caso con esta hija de
Israel no es para satisfacer mis pasiones, sino para fundar una familia en la cual se exalte tu Nom-
bre”. Tobías (8:7).
SAN PABLO, por su parte, enseña en Corintios (7:3-4). “No dispone la mujer de su cuerpo, sino el
marido. Igualmente el marido no dispone de su cuerpo, sino la mujer. El casado se preocupa de
cómo agradar a su mujer, la casada de cómo agradar a su marido”. Este texto es muy importante,
porque enseña a los esposos que, aun dentro del acto sexual, cada uno debe buscar, en primer
lugar, no su propia satisfacción, sino el goce de su cónyuge. Esto vale particularmente para los
hombres, los cuales, impacientes a menudo y por falta de delicadeza, no saben debidamente pre-
disponer a su esposa, con juegos amorosos y muestras de verdadero cariño, para que ella también
logre su goce. Para la mujer en especial, el sexo sin ternura, sin cariño, significa muy poco y más
bien le repugna, le hace sentirse abusada, como si fuese una cualquiera.
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Cenáculos del rosario
b) Enseña hermosamente el CATECISMO CATÓLICO: “Por la unión de los esposos se realiza el doble
fin del Matrimonio: el bien de los esposos y la transmisión de la vida. No se pueden separar estas
dos significaciones o valores del Matrimonio sin alterar la vida espiritual de los cónyuges ni com-
prometer los bienes del Matrimonio y el porvenir de la familia. Los actos con los que los esposos se
unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos sí, realizados de modo verdaderamente
humano, significan y fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con
alegría y gratitud”.
El acto sexual sin ninguna intervención emotiva sana, sin lazo espiritual entre dos seres, satisface
solamente la parte biológica; y, por consiguiente sucede que, terminado el acto, no queda nada
más que el alivio momentáneo a la descarga de tensión, seguido por una depresión o un asco.
¡Cómo se olvidan los hombres de hoy del valor, del sentimiento, del encanto, de la comprensión
mutua, de la sublimidad de la intimidad, de la dedicación y de la ternura! Han idealizado al sexo en
sí mismo. Todo está impregnado de él, todo está hecho para despertar y estimular la pasión más
baja del hombre; y sin inquietud de conciencia, se despierta la curiosidad sexual hasta en los niños,
haciéndoles perder prematuramente la inocencia y malográndoles esa etapa tan maravillosa en la
que ellos están todavía conectados con lo Divino.
Esa época de dorados ensueños, tan natural y necesaria en los niños que, al no aprovecharla plena
e ingenuamente, dejará un vacío en sus vidas, pues habrán sido niños sin vivir la infancia. Esa época
teñida con colores suaves y abundancia de rosado la cual, quien la ha disfrutado inocentemente,
se complace en recordar con intensa emoción y un deseo nostálgico a medida que sobrevienen las
preocupaciones y los sinsabores de la vida. ¿Por qué se afanan los adultos de hoy en hacer madurar
a los niños antes de tiempo, en vez de prolongarles la niñez? Es el triste efecto del medio ambiente
alienante, antinatural, tecnocrático y pagano.
¡Cuántos hoy, sin pensar en modificar el enfoque erróneo que se le ha dado al sexo, claman por
una paternidad responsable! ¿Cómo puede haber una responsabilidad paterna cuando el niño es el
fruto de los bajos goces del apetito animal, muchas veces siendo provocado con artimaña o como
consecuencia de la depravación y no de una entrega espontánea, completa, una perfecta ofrenda
de amor?
El sexo debería despertarse entre los esposos de manera natural, por atracción de almas, corazones
y afinidades; consecuentemente, se unen los cuerpos por el amor. Unos besos de amor sincero,
unas tiernas caricias, unas intensas vibraciones armónicas de sus almas y de sus corazones son
prodigiosos estimulantes sexuales.
Este es el amor incomparable, el que deja una dulzura inefable, una satisfacción completa de todos
los sentidos, una elevación de mente y de espíritu en vez de envilecimiento. Éste es el amor que
Dios ha creado para que el hombre lo disfrute. Éste es el amor que quiso Dios que fuese placentero
y enriqueciese a los hombres, como asimismo diera origen a una nueva vida. Y éste es el mutuo
amor que el Espíritu Santo les recomienda a los esposos en la Sagrada Escritura. Únicamente tal
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amor sobrenatural, vínculo de amistad entre Dios y el hombre, puede apretar nudos que resistan
a todas las pruebas inevitables durante una larga vida común; únicamente la gracia Divina puede
haceros superiores a todas las pequeñas miserias cotidianas, a todos los nacientes contrastes y
disparidades de gustos o de ideas que brotan, como malas hierbas, de la raíz de la pobre naturaleza
humana. ¿Esta caridad y gracia, no es precisamente aquella fuerza y virtud que han ido a buscar al
gran Sacramento del Matrimonio que habéis recibido?
¿Pero, un amor tan encima de la mera naturaleza, se preguntarán quizá, seguirá siendo aquel amor
verdaderamente humano que ha sido la palpitación de sus corazones, que sus corazones buscan,
y en el que se aquietan, del que tienen necesidad, y que se sienten felices de haber encontrado?
Contestaremos esta pregunta en el próximo encuentro. Así sea”.
¿No se aplicarían en primer lugar a los esposos esas palabras de Jesús: “Si amáis sólo a los que os
aman qué mérito tenéis?, igual hacen los paganos. Vosotros: amad a los enemigos, haced el bien a
quien os hace mal, orad por los que os ofenden” (Lc. 6:27).
Como segunda reflexión, considere la esposa cuánto más mérito para el Cielo hay en aguantar y so-
portar a un esposo a que si fuese el príncipe azul de sus sueños. Su heroica paciencia y su capacidad
de perdón serán ampliamente recompensadas un día. ¿Acaso no nos aseguró Dios: “Con la medida
que midáis, seréis medidos”? Marcos (4:24).
562
Cenáculos del rosario
En tercer lugar; el pecado no consiste en sentir rencor, sino en consentirlo. Al corazón no se le man-
da. El cariño se merece. Lo que Dios nos exige es que no saboreemos el rencor, sino que lo cambie-
mos en oración de misericordia por los que nos ofenden. San Pablo en Colosenses (3:13) lo resume
todo: “Soportaos unos a otros y perdonaos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro, como el
Señor os perdonó, perdonad también vosotros”.
Ésta es la razón por la que quiero recomendar a los maridos que sean generosos en la
condescendencia, en la amorosa y dulce compasión hacia sus mujeres; y a éstas les recuerdo cómo
su amor debe estar revestido de respeto hacia aquel que Dios les ha dado por cabeza. Sin embargo
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
vosotros comprendéis bien que, si la cordialidad y la ternura deben ser recíprocas en los esposos y
adornarles a ambos, son en cambio dos flores de diversa belleza, como que brotan de raíz un tanto
diferente en hombre y en la mujer. En el hombre, su raíz debe ser una fidelidad íntegra, inviolable,
que no se permita el menor lunar que no sería tolerado en la propia compañera, y de, como corre-
sponde a quien es cabeza, el cabal ejemplo de la dignidad moral y de la animosa honradez para no
desviarse o torcerse jamás del pleno cumplimiento del deber. En la mujer, la raíz es una sabia, pru-
dente y vigilante reserva, que quita y aparta hasta la sombra de lo que podría ofuscar el esplendor
de una reputación sin mancha, o que le crearía de cualquier modo un peligro. De estas dos raíces
nace también aquella mutua confianza que es el olivo de la paz perpetua en la vida conyugal y en el
florecer de su amor; porque sin confianza, ¿no es verdad que el amor disminuye, se enfría, se con-
gela, se extingue, se fermenta, se rasga, hiere y mata a los corazones?
Mientras os exhorto a que crezcáis cada vez más en aquel recíproco amor que os debéis el uno
al otro, evitad bien que no se cambie en una especie de celos; porque ocurre con frecuencia que,
como el gusano se engendra dentro del mango más exquisito y maduro, los celos nacen en el amor
más ardiente y solícito, del cual, sin embargo, dañan y corrompen la sustancia, produciendo poco a
poco las riñas, las discordias y los divorcios.
No, los celos, humo y debilidad del corazón no nacerán donde arde un amor que madura y conser-
va sano el jugo de la verdadera virtud; porque la perfección de la amistad presupone la seguridad
de lo que se ama, mientras los celos presuponen la incertidumbre, la desconfianza. ¿No es ésta la
razón de que los celos, lejos de ser un signo de la profundidad y de la verdadera fuerza de un amor,
revelen en cambio sus lados imperfectos y bajos, que descienden hasta las sospechas, que hieren
la inocencia y le arrancan lágrimas de sangre? ¿No son acaso los celos con la mayor frecuencia un
egoísmo paliado que desnaturaliza el afecto: egoísmo falto de aquel don verdadero, de aquel olvi-
do de sí, de aquella fidelidad que no tiene malignos pensamientos, sino que es confiada y benévola:
la que San Pablo alababa en la caridad Cristiana, y que hace de ésta, incluso aquí abajo, la más
profunda e inagotable fuente del perfecto amor conyugal? Rogad cada día al Todopoderoso, autor
de toda gracia y principio de todo verdadero amor, para que esta unión de vuestros corazones, a un
tiempo sobrenatural y tierno, Divino en su origen e intensa y cordialmente humano en sus elevadas
manifestaciones, no sólo se conserve alegre y tranquilo y se guarde perenne entre nosotros, sino
que crezca cada vez más íntimamente. Que vuestro mutuo amor se refuerce y se haga más sólido,
extendiéndose a vuestros hijos, que serán su corona en el cielo, el sostén de vuestro trabajo y la
bendición de Dios. Así sea”.
564
Cenáculos del rosario
idad se despersonaliza e instrumentaliza y pasa a ser, mero elemento de afirmación del propio yo
y de satisfacción egoísta de los propios deseos e instintos. Así se deforma y falsifica el contenido
originario de la sexualidad humana, y los dos significados, unir y procrear, innatos a la naturaleza
misma del acto conyugal, son separados artificialmente. De este modo se traiciona la unión y la
fecundidad se somete al arbitrio del hombre y de la mujer. La procreación se convierte entonces
en el “enemigo” a evitar en la práctica de la sexualidad. Y el tener un hijo, cuando es que se acepta,
es tan sólo por manifestar la propia voluntad, ya no por expresar la generosa y total acogida de la
Voluntad Divina y la apertura a la riqueza de vida de la que el hijo es portador. Por culpa de esta per-
spectiva materialista, las relaciones entre las personas experimentan un grave empobrecimiento.
Se aprecia el otro no por lo que ES, sino por lo que TIENE, HACE o PRODUCE. Es la supremacía del
más fuerte sobre el más débil; los primeros que sufren las consecuencias negativas de esta falta de
visión son precisamente la mujer y el niño”.
c) Dios castigó con la muerte a un “planificador ilícito” del Antiguo Testamento: Génesis (38:9) nos
habla de un cierto ONAN, citamos el texto: “Que si bien tuvo relaciones íntimas, derramaba a tierra
para evitar los hijos. Pareció muy mal a Yahvéh lo que hacía y le hizo morir”. En otras palabras, por
practicar el coito interrumpido Dios lo castigó con la pena de muerte.
d) “Lamentablemente, son palabras del Papa San Juan Pablo II en “EL EVANGELIO DE LA VIDA”,
una gran parte de la sociedad actual se asemeja a la que Pablo describe en la Carta a los Romanos
(1: 18 22): Está formada de “hombres que aprisionan verdad en la injusticia” habiendo renegado de
Dios y creen poder construir la ciudad terrena sin necesidad de Él, “se ofuscaron en sus razonamien-
tos” de modo que “su insensato corazón se entenebreció”; “jactándose de sabios se volvieron es-
túpidos”, se hicieron autores de obras dignas de muerte y, “no solamente las practican, sino que
aprueban a los que las cometen”.
Cuando la conciencia, no está luminosa “ojo del alma” Mateo (6:22), llama “Al mal bien y al bien
mal” Isaías (5:20), camina ya hacia su degradación más inquietante y hacia la más tenebrosa ce-
guera moral. Sin embargo, todos los acondicionamientos y esfuerzos por imponer el silencio no
logran sofocar la voz del Señor que resuena en la conciencia de cada hombre”.
565
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
a) Antes de subir al Cielo, Cristo dijo a Pedro: “Todo lo que atares sobre la tierra, será también atado
en el cielo”. Es decir, lo dejó para que interpretara su Voluntad en la tierra ante cualquier duda en
el futuro. A quien le tocó “afear” el grave problema de los anticonceptivos fue al Papa PABLO VI.
Oró y reflexionó por largo tiempo hasta que en 1968 salió su famosa encíclica: “HUMANAE VITAE”.
En ella el Papa recuerda a los esposos que “tienen el gravísimo deber de transmitir la vida humana,
y deben, por lo tanto, RESPETAR las leyes y ritmos naturales de fecundidad que Dios ha dispues-
to”; y fijó la siguiente regla para los cónyuges: “CUALQUIER ACTO MATRIMONIAL DEBE QUEDAR
ABIERTO A LA TRANSMISIÓN DE LA VIDA”. Nada se puede hacer, ni directa o indirectamente,
para impedir la fecundidad natural del acto. Es gravemente pecaminoso, por lo tanto, el uso de
condones, pastillas anticonceptivas, Diu, coitos interrumpidos, inyecciones, esterilizaciones, sea
de parte de la mujer que se hace ligar los tubos, o sea de parte del hombre a quien practican la va-
sectomía. Esta regla no admite excepciones, digan lo que digan, sea quien sea. Ni aunque la mujer
tenga, 5 ó 10 ó 20 hijos; ni aunque tenga várices o alta presión, o peligro de tener un embarazo difícil
o peligroso para su propia salud; ni por motivos económicos, ni porque se tema o se prevea que van
a nacer hijos deformes o minusválidos.
b) Pero la Ley de Dios no prohíbe que los esposos, usando de su conocimiento de los días fecundos
de la mujer, que no son más que 10, 11 ó 12 al mes, se abstengan en tales días de tener relaciones y
de esta manera ESPACIAN los nacimientos. Entonces no pecan, porque no hacen más que practicar
la abstinencia sexual periódica, pero sin interferir con los ciclos normales, ni manipular los órganos
reproductivos. Para que la mujer conozca sus días fecundos un método muy seguro es el “Billings”
o “moco cervical”; combinado, a menudo, con la toma de la temperatura al despertar. Este método
produce resultados maravillosos y permite a los esposos tener los hijos que pueden educar bien,
pero sin ir contra la moral ni la Ley del Señor. Además no trae malestares físicos ni disminuye el
amor.
c) Recuerda, además, el Papa, en la misma encíclica “HUMANAE VITAE”, que la Ley Divina no
prohíbe aplicar a la mujer las indispensables terapias para CURARSE DE CIERTAS ENFERMEDADES,
aunque estas terapias llevan consigo la esterilidad temporal o definitiva. Es el caso, por ejemplo,
de una mujer que para curar su tumor en la matriz, es inevitable extirparle órganos reproductivos.
Cuando los esposos, usando métodos ilícitos de planificación aíslan y separan el goce del acto sex-
ual, en sí legítimo, de su fin primero y natural: la procreación, están comiendo un FRUTO PROHI-
BIDO; repiten el “no serviré a Dios” de Lucifer, y hacen, para usar una expresión de mi gran Apóstol
San Pablo, de su “propio vientre” un dios. Por lo tanto no es exagerado decir que la anticoncepción
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Cenáculos del rosario
renueva y hace perpetua la rebeldía de la primera pareja. Tal como mi Padre arrojó a Adán y Eva del
Paraíso, con igual disgusto y vigor retira hoy su bendición y su gracia santificante de la pareja que se
atreve a manipular los mecanismos íntimos y delicados de su fecundidad, mutilando de esta forma
lo más íntimo de su ser, lo más específico de su estado de vida y el fin primario de su Matrimonio.
En mi vida mortal, Yo maldije la higuera estéril. Exclamé: “¡Ay del árbol que no produce frutos, será
cortado y echado al fuego eterno!” ¡Higueras estériles son hoy las parejas que quieren tan sólo el
deleite carnal, pero rechazan su misión de procrear, la cual es la expresión directa de la Voluntad del
Padre del Cielo, de amar y de ser amado por los hijos de los hombres!
¿Qué dirían ustedes, discípulos míos, de un Sacerdote que se cortara las cuerdas vocales para no
tener que predicar más, o pidiera al médico de amputarle las manos para no tener que dar más la
absolución Sacramental? ¡Igual horror, barbaridad y absurdo cometen las madres que se tragan
pastillas, se dejan inyectar, o piden al médico que les ligue las trompas o que les pongan, dentro de
su seno dispositivos intrauterinos para no tener que concebir más!
Más que nunca merece Satanás su nombre de “padre de la mentira”. Para confundir a la gente no
le faltan medios: los canales de televisión, los cines, los centros de diversión, en donde se difund-
en mensajes subliminales, envueltos en música Rock, la prensa escrita, especialmente las revistas
femeninas, todos ellos proyectan y exaltan constantemente la imagen de la “mujer liberada”, inde-
pendiente, autónoma, por fin libre y madura, emancipada intelectual, social y SEXUALMENTE; sin
necesidad de nada ni de nadie: ni moral, ni normas, ni reglas, ni leyes, ni menos de las directivas del
Papa, mi Vicario en la tierra.
La mujer que grita “mi cuerpo es mío”, “hago con él lo que me da la gana”; “no tengo que darle
cuentas a nadie”: con ello está gritando “yo soy mi propio dios. No serviré: quiero disfrutar de la
vida, no cargar con deberes e hijos. Quiero hacer de mi cuerpo instrumento de placer y no de servi-
cio”. Hay además, un sinfín de organizaciones de control de natalidad, privados y públicos, nacio-
nales e internacionales; con una legión de clínicas, médicos, enfermeras y sicólogos a su servicio o
vendidos a sus principios, los cuales, con refinada astucia, capaz de engañar a los más prevenidos,
y escondiendo su malicia bajo la máscara farisaica de defensa de la familia, “PROFAMILIA” por
ejemplo, prosiguen todos la misma finalidad: persuadirles, con palabras muy bonitas y salpicadas
de ciencia, que la anticoncepción, la píldora, el espiral, la T de cobre, la esterilización y si falta hace,
el aborto son la solución para la salud de la mujer y la armonía del hogar, y para la pretendida so-
brepoblación del mundo.
¡Cuántos, despreciando este plan Divino, infaman a mi Iglesia y sus representantes, el Papa, los
Obispos y los Sacerdotes, por intervenir en lo que ellos consideran ser un asunto interno y exclusivo
de la pareja! Desconocen que mi Iglesia, cuando les grita a los casados: “¡Ojo! ¡Atento! ¡No toques
este fruto, es prohibido! Es un engaño del padre de la mentira” no hace más que defender, por ex-
plícito mandato Divino, los derechos de Dios y los VERDADEROS intereses de la familia, que son:
su salud física, moral y espiritual.
Miles de mujeres sufren en su carne viva las consecuencias de los remedios que emplearon para
evitar los hijos. Las píldoras anticonceptivas producen en no pocas mujeres terribles várices que ha-
cen exclamar a ciertas esposas que las han tomado: “preferiría tener cien hijos antes que soportar
los espantosos dolores que me producen las várices que me vinieron a raíz de las píldoras anticon-
ceptivas”. La venta de las píldoras se ha convertido en un negocio de ganancias fabulosas a nivel
mundial. Sus fabricantes se guardan de decirles la verdad sobre los graves efectos secundarios que
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
pueden producir estas píldoras: várices, derrames cerebrales, tumores, cáncer. “Dios no castiga ni
con palo ni con rejo, sino en el mismo pellejo”.
Discípulos míos: Muchas formas de anticoncepción son en realidad verdaderos ABORTIVOS disim-
ulados. El dispositivo intrauterino, o Diu, por ejemplo, es un verdadero cuchillo interno, el cual tron-
ca la vida del niño, ya concebido desde unos días. Otros medios químicos (pastillas o inyecciones)
impiden que el niño, ya concebido, se anide, es decir encuentre posada fija en el útero de su mamá.
El resultado en los dos casos es el mismo: el asesinato del niño, sea que se le destruya negándole
posada ¡cómo en Belén!, sea que, ¡cómo Herodes!, lo exterminen al filo de la espada. Padres y
madres: en vez de enseñar a sus hijos esos métodos de control de la natalidad que les convierten en
futuros asesinos, edúquenles más bien, desde su más tierna niñez, en el control de los sentidos y en
el alto valor del pudor y de la pureza.
¿Cuántos hijos tiene que tener una familia? La respuesta es muy sencilla: tantos cuantos son com-
patibles con una paternidad honesta, responsable y generosa. La paternidad honesta excluye todo
recurso a anticonceptivos ilícitos. La paternidad responsable está consciente que no basta traer
los hijos al mundo. Hay que alimentarlos, vestirlos, darles educación adecuada. Por lo tanto si los
recursos económicos son limitados o el buen sentido lo dicta, puede ser necesario y prudente espa-
ciar la venida de los hijos. Existe también el deber de dar tregua cuando la esposa está delicada de
salud y necesita recuperarse. Cuando los motivos son éstos, está permitido el control de la natali-
dad, siempre que sea con los métodos moralmente lícitos ya enumerados, todos basados sobre los
ritmos de fertilidad, o sea: en no tener relaciones en los días fértiles, que son relativamente pocos.
Sean siempre conscientes, pues, discípulos míos, de su alta dignidad de Cristianos, llamados por
Dios a procrear con una responsabilidad generosa y honesta, conscientes de que no pueden pro-
ceder de una forma arbitraria sino que tienen que regirse por una conciencia acorde con la Ley
Divina, como colaboradores directos que son del Amor Divino.
Esta generosidad de los padres que hace posible la realización del deseo del Padre de tener hijos en
la tierra, a imagen de su Hijo Divino Jesús, será altamente bendecida en esta vida y remunerada, al
céntuplo, en la vida eterna. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
¡Cuánta fuerza no darán a sus hijos estas lecciones maternas!, que han sido robustecidas en la edad
de la infancia, les sostendrán en la edad de las pasiones y serán su pasaporte para la eternidad.
Tomen las madres ejemplo de la madre de San Juan Bosco, doña Margarita. Esta joven viuda, para
sostener a sus hijos, se fue a trabajar como peona de finca. Con todo, encontró siempre tiempo para
arrodillarse con sus tres niños para la oración de la mañana y de la noche. ¡Con cuánta sabiduría,
sin más ¡instrucción que la guía del Espíritu Santo, educó esta campesina sencilla a sus hijos! Cada
domingo se dirigía con ellos a la ermita del pueblo para asistir a la Santa Misa. Parecían pequeños
angelitos, con sus vestidos de fiesta que ella misma les hacía con exquisita fantasía. Y cada tarde,
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
después del frugal almuerzo en el que el único dulce era un trozo de pan bendito, reunía a los niños
en torno a sí para enseñarles los Mandamientos de Dios y de la Iglesia, y los medios de salvación.
Les contaba, con la delicada poesía de las almas puras y de las imaginaciones populares, la trágica
historia del dulce Abel y del malvado Caín, el idilio de Isaac y de Rebeca, el misterio inefable de
Belén, la dolorosa muerte del buen Jesús, puesto en Cruz sobre el Calvario y la ternura de la Madre
del Cielo para con sus hijos espirituales.
¿Quién puede medir la influencia profunda de las primeras enseñanzas maternas? A ellas atribuía
Don Bosco, ya Sacerdote, su tierna y confiada devoción hacia la Hostia Divina y María Santísima. La
Religión, decía Don Bosco, es el principal ingrediente de una buena educación, a condición que esta
enseñanza religiosa esté siempre asociada a la consecuencia del propio ejemplo.
¿Sería acaso coherente querer corregir en un niño los defectos en que los padres mismos diariamente
incurren ante él? ¿Quererlo sumiso y obediente, si los mismos padres, desobedientes y rebeldes a
la Ley Divina, se niegan a santificar el domingo? ¿Sería razonable querer que sus hijos sean leales, si
ustedes son maliciosos, sinceros, si ustedes son mentirosos? ¿Pretender hijos puros, si ustedes mis-
mos se permiten ver cualquier programa de televisión y leen cualquier revista? ¿Generosos, si ust-
edes son egoístas; caritativos, si ustedes son violentos y coléricos? La mejor lección es siempre la
del ejemplo. Pero, ¡ay!, ¡cuántos deplorables altibajos comprometen, con frecuencia, la educación
familiar! Alternativas de una debilidad indulgente y de una severidad ruda; el paso de una alcahuet-
ería culpable que deja al niño sin guía, a la corrección violenta que lo deja sin socorro.
Que inspirados, más bien, por una auténtica ternura, a la que no tardará en corresponder la con-
fianza filial, los padres distribuyan, con igual moderación, los elogios merecidos y los reproches
necesarios. Con esa moderación que es dueña de sí misma y que no tardará en ser coronada con
un éxito seguro, porque es dueña del corazón de sus hijos. ¡Padres, empéñense en hacerse amar y
se harán obedecer con toda facilidad! Regañar no es señal de autoridad. El que más ama es quien
tiene la mayor autoridad.
¡Qué la conciencia de haber disgustado a un padre o a una madre amorosa, sea el supremo dolor
de un niño bien educado! Esta es la gran lección que San Juan Bosco había aprendido en su hogar
doméstico, donde un ligero ademán, una mirada entristecida de la madre, bastaban para hacerlo
arrepentirse de un primer movimiento de enojo infantil. Por eso quería Don Bosco que el educa-
dor utilizase, como principal medio de acción, una solicitud constante, animada por una ternura
verdaderamente paterna. De igual modo deben los padres dar a los hijos el tiempo mejor de que
dispongan, en lugar de disiparlo, lejos del hogar, en distracciones peligrosas o en lugares donde se
avergonzarían de conducirlos o de ser hallados.
Discípulos míos: El mundo se derrumba en ruinas porque primero se han arruinado las familias. El
río de sangre que ahora sumerge a tantas naciones, tuvo sus diques destruidos por los vicios de los
padres, vicios que a su vez han empujado a sus gobernantes, desde grandes jefes hasta dirigentes
de pequeñas ciudades, a ser ladrones y prepotentes con tal de tener dinero y honores para sus vi-
cios. Vean la historia del mundo pues se encuentra llena de estos ejemplos. La lujuria está siempre
detrás de las desgracias que provocan la ruina de la gente. Estados enteros destruidos, naciones
arrancadas del seno de la Iglesia, divisiones seculares en daño y tormento de razas enteras ¡todo
por el hambre y la sed carnales de sus gobernantes! Y es lógico que así sucediera. ¿No extingue la
lujuria la Luz del Espíritu? ¿No mata la Gracia? ¡Y sin Gracia y sin Luz, los hombres no se diferencian
de los brutos animales y por eso hacen acciones de brutos! Pensar que hay padres tan libertinos y
sin vergüenza que llevan a sus hijos a donde prostitutas; madres tan desgraciadas e ignominiosas,
que ellas mismas incitan a sus hijas al aborto, o les introducen en el uso de los anticonceptivos.
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Cenáculos del rosario
Padres: el futuro de su Patria, de la Iglesia, de la humanidad entera está en sus manos. No profanen
su casa y el corazón de sus hijos con sus rebeldías a la Ley Divina y sus graves pecados de omisión.
Vendrá inexorablemente un día, el día del Juicio, en el cual tendrán que afrontar la mirada de un
Dios que todo lo ve, lo graba y lo recuerda: un Dios que ama a los niños y pensando en ellos quiso
crear la familia, como un vivero de ternura y una escuela de santidad. Ojalá que esta mirada, no
relampaguee con un fulgor que los fulminará.
Educando, al contrario, a sus hijos para una vida profunda y animosamente Cristiana, darán a éstos,
y se darán a ustedes mismos, a su Patria y a mi Iglesia, la garantía de una existencia pacífica y feliz
en este mundo, y de una reunión dichosa en el otro. Así sea”.
b) Este nombre podía ser, luego, cambiado para indicar una nueva responsabilidad o situación. A
ABRAM Dios le cambia el nombre en ABRAHAM, que significa “padre de una muchedumbre”, Gé-
nesis (17:5). JACOB vio su nombre cambiado por Dios al de ISRAEL, Génesis (32:29). A SIMÓN,
Jesús le dice: “TÚ ERES PEDRO, y sobre esta PIEDRA edificaré mi Iglesia”, Mateo (16:18). Y SAULO,
después de su conversión radical camino a Damasco, se hace llamar PABLO para indicar a todos
que “si alguno está en Cristo, nueva criatura es”, 2Corintios (5:17).
c) Insiste Jesús, en Lucas (10:20) en que nos esforcemos en ver nuestros “nombres inscritos en el cie-
lo”. Y San Juan, en Apocalipsis (13:8) dice de los adoradores de la Bestia, que son aquellos orgullosos
blasfemadores “Cuyo nombre no se halla escrito en el Libro de la Vida del Cordero Sacrificado”.
CONCLUSIÓN BÍBLICA: ¡El nombre nos distinguirá por toda la eternidad! ¡Elijamos cuidadosa-
mente el de nuestros niños! Ojalá que, gracias a nuestros esfuerzos educativos como padres, este
“Nombre no sea jamás borrado del Libro de la Vida” (Apo 3:5).
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
a) El “Patrono” en el antiguo derecho romano, era el defensor de los clientes más débiles y necesit-
ados. Era el hombre libre, influyente, el “ciudadano romano” quien tenía medios para defender a
los extranjeros o esclavos. SAN AMBROSIO tuvo el acierto de ser el primero en aplicar el término
“PATRONO” a los intercesores especiales ante Dios, cuyo nombre es puesto a un niño en el bautis-
mo.
Los primeros Santos Patronos eran los mártires, y más adelante, los Confesores y Vírgenes Santas.
Cada familia escogía los Patronos de su especial devoción para que les llevaran sus niños. Ya en el
siglo IV era costumbre generalizada imponer nombres Cristianos o bíblicos. SAN AMBROSIO, SAN
AGUSTÍN Y SAN JUAN CRISÓSTOMO invitan a los fieles a poner a sus hijos nombres de varones
justos y de mártires para que ellos gocen del patrocinio de los Santos.
Escribe SAN AMBROSIO: “Cuanto mayor sea el mérito de los Santos, tanto más seguro su patrocin-
io”. Y SAN AGUSTÍN en distintas ocasiones enseña: “Los Santos nos protegen y nos asisten”.
b) El canon 55 del CÓDIGO DEL DERECHO CANÓNICO establece: “Procuren los padres, los pa-
drinos y el párroco que no se imponga un nombre ajeno al sentir Cristiano”. Lo que significa que la
Iglesia da autoridad sobre el nombre de un niño, no sólo a los padres, sino también a los PADRINOS
y al PÁRROCO. A todos compete VIGILAR que el niño que traen, apadrinan o bautizan lleve UN
NOMBRE relacionado con los Santos, el culto Cristiano o la Biblia, o que sea un nombre que, por lo
menos, no ofenda el sentido Cristiano. En caso contrario, el Sacerdote está autorizado para añadir
al nombre dado por los padres, el nombre de algún Santo, y ambos nombres figurarán en la fe de
bautismo. ¡Niéguense, pues, los padrinos a apadrinar un niño que lleva un nombre ajeno al sentir
Cristiano! Y, ¡no se entristezcan los padres por esta regla de la Iglesia, la cual no impide en modo
alguno su deseo de ponerle a su hijo un nombre bonito y distintivo! Hay cientos de nombres de San-
tos o de personajes bíblicos donde escoger. Además pueden usarse variantes según los diferentes
idiomas y costumbres locales. El nombre de MARÍA, por ejemplo, puede usarse también como
Myriam, Mary o Mariana; el de Isabel como Elsa, Betty, Elisa, Elsie, Lisa, Isolda o Lisbeth. El de San
Carlos, puede usarse como Carlos o Carlomagno, y en una niña como Carlota o Carla. Lo importante
es que el nombre del niño esté relacionado con algo Santo. De lo contrario pasarían un mal rato
cuando, a la hora del bautizo, el Sacerdote les pregunte: “¿Qué nombre han elegido para el niño?”
572
Cenáculos del rosario
Queridos padres, ¿no es emocionante pensar que desde el momento en que ustedes eligen para su
niño el nombre de un Santo, éste, en virtud precisamente de la Comunión de los Santos, se siente
comprometido, “obligado” por decirlo así, de una manera especial, para que su ahijado sea digno
de él, y goce a su lado, un día, de las eternas delicias del Cielo? Si ya los padrinos de la tierra se sient-
en comprometidos a hacer honor a su elección, ¡cuánto más los Celestiales Patronos, cuya caridad
y capacidad de intercesión son incomparablemente más poderosas!
Padres, les suplico, pues, no priven a sus hijos de este auxilio y aliento Celestial. Denles una estrella
que brille en su horizonte, un ideal que imitar, un ejemplo que seguir, un patrono a quien recurrir
y por quien sentirse protegido. A la hora de escoger el nombre de sus hijos, no se dejen llevar por
las modas pasajeras. No lo elijan tan sólo porque les gusta su sonido o porque lo oyeron en alguna
película o telenovela o medios de comunicación que lastimosamente, se han convertido en una
escuela cruda y detractora de los más altos valores tradicionales, morales y Cristianos.
¿No tenían sus antepasados, hombre y mujeres de gran fe, por costumbre buscar en el calendario
el Santo del día en que nació su niñito para ponerle este mismo nombre? ¿Ha decaído tanto su fe
que ahora cualquier nombre va bien, aunque sea pagano o escandaloso, con tal que agrade o esté
de moda?
Recuerden siempre, discípulos míos, que al elegir un nombre, lo que hacen y deben hacer, es regalar
al niño un Patrono Celestial: alguien que lo ampare, que lo aliente a perseverar en su peregrinación
hacia la Patria Celestial y que le sirva de ejemplo a su prójimo con la santidad de su vida. Así sea”.
b) Dios, en efecto, encuentra en el hombre la alegría que da un hijo a sus padres o una esposa a su
esposo. Lo afirma en Proverbios (8: 31): “Mis delicias son con los hijos de los hombres”, y en Isaías
(62:5): “Como el esposo goza con su esposa, así harás las delicias de tu Dios”. Y como un refrán bí-
blico, Dios repite al hombre: “Tú serás para Mí, hijo, y Yo seré para ti, Padre”.
c) Cuán poco, colma el hombre esas ansias Divinas de amor. A tal punto más bien llegó la amargu-
ra Divina, en el tiempo de Noé, que Dios como leemos en Génesis (6: 6): “Se arrepintió de haber
creado al hombre”. Sólo al hacerse hombre el Hijo Divino, pudo por fin el Padre exclamar con júbilo:
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¡He aquí mi Hijo Bienamado! En Él encuentro mis complacencias”. Como quien dice: Hasta ahora,
en los demás, no lo pude encontrar. Por eso la voz añadió: “Escuchadle”. Es decir, escuchen a Jesús
para que Él les enseñe CÓMO COMPLACER al Padre Celestial.
b) Enseña el CATECISMO CATÓLICO: “El mismo Dios, queriendo comunicarles cierta participación
especial en su propia obra creadora, bendijo al varón y a la mujer diciendo: “Creced y multiplicaos”.
De ahí que el cultivo verdadero del amor conyugal y todo el sistema de vida familiar tienda a que
los esposos estén dispuestos con fortaleza de ánimo a cooperar con el Amor del Creador y Salva-
dor, que por medio de ellos aumenta y enriquece su propia familia cada día más. En este sentido,
la tarea fundamental del Matrimonio y de la familia es estar al servicio de la vida. Sin embargo, los
esposos a los que Dios no ha concedido tener hijos pueden llevar una vida conyugal plena de senti-
do, humana y Cristianamente. Su Matrimonio puede irradiar una fecundidad de caridad, de acogida
y de sacrificio”.
Y si el sol con su luz y con su calor fecunda las plantas, es El Amor Divino el que corre a nutrir al
hombre. Si Dios ha extendido el cielo sobre la cabeza del hombre, lleno de estrellas, es su Amor,
que queriendo alegrar el ojo del hombre también en la noche, le dice en cada centelleo de estrellas
un “te amo”. Si la criatura responde a este Amor, si con su inteligencia piensa en Dios, y se ocupa
de Él, entonces hace compañía a la Sabiduría Divina y los pensamientos de Dios hacen compañía
al hombre y así se entretienen juntos. Si la mirada de la criatura mira a su Creador y a las cosas
creadas para amarle y alabarle, siente Dios la compañía de su mirada. Si la lengua reza o enseña
el bien, siente Dios la compañía de su voz. Si el corazón le ama, siente su compañía en su amor, y
así en todo lo demás. Pero si, en cambio, hace lo contrario, Dios se siente abandonado, olvidado,
traicionado por sus criaturas porque las delicias de Dios, se lee en la Biblia, Él las encuentra en estar
con los hijos de los hombres.
Discípulos míos: ¡Cada nacimiento de un niño es para Dios el inicio de una grandiosa aventura!
¡Cada niño nace cargado con un potencial inmenso de colmar la sed Divina de Amor y de Ternura!
Cada niño trae al mundo el mensaje de que Dios aún guarda la ilusión de ser amado y complacido
por los hombres. Pero, no teniendo cuerpo para dar a luz, depende Dios, porque así lo quiso su in-
finita Sabiduría, de la voluntad de procrear de un padre terrenal y del seno generoso de una madre.
574
Cenáculos del rosario
Dios necesita, suplica, mendiga la colaboración generosa de los padres, con tal de poder gozar de
hijos en la tierra. ¿No les dije en mi vida terrenal que son todos ustedes inútiles siervos, que, habien-
do prestado sus servicios a Dios, -en el caso de los Matrimonios el servicio de procreadores-, deben
decirse “no hicimos más que lo que nos fue mandado”?
Discípulos míos ¿entienden ahora que casarse significa PRESTAR A DIOS EL SERVICIO INMENSO Y
ESTUPENDO DE REGALARLE NIÑOS? ¿Que casarse es unir dos existencias para que de esta unión
nazcan otros, un tercero, un quinto, un séptimo, tantos niños como quiera su generosidad ofrecer
a Dios? ¡Ésta es la alta misión de los casados, su verdadero ministerio sagrado, su sacerdocio: ¡en
donde el lecho nupcial se transforma en Altar, y en donde el Sacrificio Ofrecido son los hijos! Estos
son los frutos que Dios anhela del árbol de su Matrimonio. ¡Ay del árbol que no dé frutos! ¡Ay de las
parejas comodonas y egoístas que no dieron a Dios los hijos que de ellas esperaba!
No basta, claro, con regalar a Dios la mera existencia del niño. Deben modelar en éste la mente, el
corazón, la voluntad, para que de verdad conozca, ame, respete y complazca a su Padre en el Cielo.
Así sea”.
b) Los Ángeles presentan nuestras oraciones al Señor y nos conducirán un día ante su Trono. “Mien-
tras tú orabas asegura el Ángel a Tobías, Tobías (12:12), yo presentaba ante el Santo tus oraciones.
Yo, soy Rafael, uno de los siete Arcángeles que presentan las oraciones de los justos y tienen en-
trada ante la Majestad del Santo”. El mismo Jesús, en una parábola, nos presenta a los Ángeles
llevando al pobre Lázaro hasta el seno de Abraham.
c) Los Ángeles son testigos de lo que hacemos y nos alientan continuamente. Escribe San Pablo a
Timoteo: “Te suplico delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus Ángeles escogidos, que ob-
serves estas cosas”. Y a los Hebreos: “Ya que tenéis tal nube de testigos que les envuelve, arrojéis
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
todo el peso del pecado que les asedia”. San Pablo alude aquí a los Ángeles que en todo momento
nos miran y nos estimulan. Ellos, que ven siempre el rostro del Padre del Cielo, también ven el nues-
tro, se regocijan cuando un pecador se arrepiente, se entristecen cuando peca; y serán los testigos
de nuestra conducta en el día del Juicio.
d) Los Ángeles, cuando Dios así lo dispone o lo permite, comunican mensajes, deseos e inspira-
ciones del Señor. La Virgen Santísima, San José, Zacarías el padre del Bautista, y muchas figuras
del Antiguo Testamento, recibieron de los Ángeles los importantes avisos que todos conocemos.
También a nosotros, con más frecuencia de lo que nos damos cuenta, los Ángeles comunican luces
e iluminaciones interiores. ¡Si en momentos difíciles, para tomar una decisión, para solucionar un
problema, para descubrir la verdad, para actuar acertadamente, pidiésemos la luz de los Ángeles,
seguramente la recibiríamos y con prontitud!
e) Los Ángeles son los ejecutores de los fallos y castigos de Dios. Dos Ángeles anunciaron a Abra-
ham la pronta y total destrucción de Sodoma y Gomorra. Un Ángel exterminador mató, en una
noche, a todos los primogénitos de Egipto. David, vio al Ángel de Yahvéh que estaba entre el cielo
y la tierra, con una espada en su mano, extendida contra Jerusalén. Por fortuna David imploró con
humildad y arrepentimiento el perdón del Señor. Éste tuvo Misericordia y dijo al Ángel: “¡Basta aho-
ra: detén tu mano!” Pero ¡Cuán terrible castigo recibió de manos de un Ángel, Herodes Agripa, el
perseguidor de los Cristianos! Mientras que sentado en su trono, el pueblo lo glorificaba y lo ensalz-
aba: ¡Es un Dios el que habla, no un hombre! Lo fulminó un Ángel del Señor; porque no había dado
gloria a Dios sino a sí mismo. Y cayendo en el suelo reventó, convertido en pasto de los gusanos. Y
vendrá un día, en que el Hijo del hombre enviará a sus Ángeles al sonido de la trompeta, a juntar a
los elegidos de entre los cuatro puntos cardinales. Y estos Ángeles recogerán de su reino a todos
los autores de escándalos y a todos los agentes de iniquidad, y los echarán en el humo de fuego; allí
será el llanto y el rechinar de dientes.
Es necesario recordar a este propósito que Jesús condenó más fuertemente a los que escandalizan
a los niños, es decir les son ocasión de pecado, sea por su mal ejemplo, sea por su falta de formación
moral. ¡Qué lo tengan siempre presente los padres de familia!
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Cenáculos del rosario
acabo de colocar en él un alma inmortal y tú la debes custodiar como a perla que me pertenece.
Y el segundo, aún más dulce: cuando al final de la gran tribulación de su vida terrenal sus Ángeles
custodios les podrán finalmente, introducir al Cielo, misión cumplida.
Entre estos dos momentos supremos se encierra la doble gestión del Ángel custodio. Por un lado
está constante y maravillosamente activo ante Dios, del que recibe las órdenes y le ofrenda las
obras buenas del custodiado; presenta y apoya sus súplicas e intercede por él en sus penas. Por otra
parte, él nunca deja a su protegido. Siempre a su lado, le hace las veces de maestro espiritual, le
guía sin desmayos por el recto sendero mediante inspiraciones, luces y aspiraciones hacia lo alto y
le ayuda, además, a cumplir la Voluntad Divina. Todo esto para que el hombre alcance la salvación
eterna. Sí, discípulo mío: tu Ángel adora la presencia de Dios que en ti vive por la gracia bautismal, y
avergonzado y dolido pide perdón cuando tú te atreves a pecar: es decir, cuando tú mermas o hasta
echas fuera de ti esa presencia Divina que te estorba para pecar.
Si supieran ¡cuán ardiente fuego arde en los Ángeles, el mismo fuego del Amor que los creó y los
penetra con sus ardores! ¡Cómo quisieran ellos comunicar este fuego a sus protegidos, tal como el
sol hace con la tierra que cubre la semilla, para que se caldee y germine, y luego con el tallo para
robustecerlo y lograr que alcance a ser tronco y árbol lozano! Con esas llamas Divinas sus Ángeles
les confortan, les abrasan, les robustecen, les iluminan, les amaestran y les atraen al Señor.
Y, si a pesar de todo, el alma, obstinada en su hielo y dureza, no se deja conquistar ni vencer por
ellos; si no escucha la provechosa armonía de sus enseñanzas, la rechaza más bien, para prestar
oído a la atronadora música infernal, que la trastorna y la enloquece, la culpa entonces, no es de
los Ángeles, que todo lo pusieron en obra para salvar a sus protegidos. Cuánto les pesa entonces el
fracaso de su acción amorosa en beneficio de un alma a quien amaron, más que a nadie después de
Dios, con su enorme capacidad de amor. Los Ángeles siempre se encuentran al lado de su custodi-
ado, sea éste un santo que les permite adorar a Dios en él, o un pecador empedernido para quien,
avergonzados y dolidos, piden perdón.
Entre el Ángel y su protegido hay algo permanente, como un lazo que los une. Desde que el alma
baja en un cuerpo, al momento de la concepción, y hasta que se separa de ese cuerpo en el momen-
to de la muerte, el Ángel Custodio jamás deja de estar junto a la criatura humana que el Altísimo
Señor le confió. Está presente, más que nunca, en el momento tan decisivo de la muerte, cuando el
demonio desata la última batalla, acompañará a su protegido en el juicio particular, presentando a
Dios su defensa y sus buenas obras. Hasta en el mismo purgatorio vendrá a consolarlo. Y en el cielo
será el compañero de su dicha. Invoquen, pues a su Ángel diariamente y vigilen que sus hijos lo ha-
gan también: ¡Él puede ayudarles, él quiere ayudarles, él tiene poder para hacerlo! Dios encomendó
a sus Ángeles que sean sus servidores; ellos, sin embargo, tienen que esperar a que ustedes les
soliciten. También aquí vale la Ley Evangélica: “Pedid y les será dado”.
El pensamiento de que todo hombre tiene a su lado un Ángel, debería ayudarles a amar al prójimo,
a soportarlo, a acogerlo con amor y con respeto, si no por él mismo, al menos por el invisible Espíri-
tu Celeste que se encuentra a su lado, y que merece siempre respeto y amor. En su comportamiento
con el prójimo además del ojo omnipresente de Dios, les vigilan y les observan dos espíritus angéli-
cos que gozan o sufren según como ustedes se portan. ¡Cuánto más buenos serían con su prójimo
pensando en esta presencia angélica! ¿Dan una limosna? Los dos Ángeles ven cómo la dan. ¿No la
dan? Dos Ángeles descubren el verdadero motivo de por qué la niegan. ¿Dan hospedaje a un pere-
grino o lo rechazan? Los dos Ángeles ven cómo le hospedan y lo que de verdad hay de espiritual en
vuestra acción. ¿Visitan a un enfermo? ¿Aconsejan a un dudoso? ¿Consuelan a un afligido? ¿Honran
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
a un difunto? ¿Consiguen hacer volver al buen camino a un descarriado? ¿Prestan ayuda a quien lo
necesita? De todas estas Obras de Misericordia son testigos dos Ángeles, el de ustedes y el Ángel
de quien recibe, o de quien se va defraudado de su misericordia, en primer lugar sus propios hijos.
Padres, si supieran hacer tesoro de estas enseñanzas ¡cuánto más fácil les sería educar y amar a sus
hijos, sean estos dóciles o rebeldes, simpáticos o antipáticos y llevar a cabo las obras que Yo, vues-
tro Señor y Juez les he confiado el día que se casaron! ¡Ánimo!, padres. No es difícil acostumbrarse a
ver siempre al lado de sus hijos, con los ojos de la fe al Ángel custodio de ellos y comportarse como
en presencia viva de estos dos Ángeles de Dios: el vuestro y el de vuestros hijos.
Oren también al Ángel de la guarda de sus hijos, para que éstos no dejen el buen camino y hagan
caso de sus consejos. Ore la esposa al Ángel de su marido para que éste se abra más a Dios y a
sus deberes familiares. Padres defiendan su familia de los peligros que les rodean con la ayuda
poderosa de los Ángeles, que Dios puso a sus órdenes. Entonces, el Ángel de la guarda de sus hijos,
junto con el suyo, dirán un día al Señor Altísimo, éste que ves fue siempre fiel a la caridad, amán-
dote a Ti en los demás, amando el mundo sobrenatural en las criaturas, y por este amor soportó
ofensas, perdonó siempre, fue misericordioso con todos a imitación de tu Hijo Amado, cuyos ojos
humanos, mirando incluso a sus enemigos, veían a su lado, con la ayuda de tu Espíritu Santísimo,
a los Ángeles, a sus afligidos Ángeles, a los que honraba ayudándoles en el empeño de convertir a
esas personas, y así glorificarte con ellas a Ti, Altísimo, y salvar del maligno al mayor número de
criaturas posibles. Permítenos, entonces, oh Altísimo, introducir en tu Reino, esta alma que un día
nos confiaste como a preciosa perla tuya y que ahora te restituimos para siempre. Así sea”.
b) San Pablo en su epístola a los Efesios (6:4), enfoca la misión más importante de los padres: “Pa-
dres, formad a vuestros hijos mediante la instrucción y la corrección según el Señor”.
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Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
Explica maravillosamente el CATECISMO CATÓLICO: “La fecundidad del amor conyugal no se re-
duce a la sola procreación de los hijos, sino que debe extenderse también a su educación moral y a
su formación espiritual, los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vo-
cación de hijos de Dios. Los padres, deben mirar a sus hijos como a hijos de Dios, respetarlos como
a personas humanas, y no olvidarse nunca de su grave responsabilidad de darles buenos ejemplos.
Han de educar a sus hijos en el cumplimiento de la Ley de Dios, mostrándose ellos mismos obedi-
entes a la Voluntad del Padre de los Cielos. Han de enseñar a los hijos a subordinar las dimensiones
materiales e instintivas a las interiores y espirituales, y a guardarse de los riesgos y las degrada-
ciones que amenazan a la sociedad humana.
El hogar es el lugar más apropiado para la educación de las virtudes. Ésta requiere el aprendizaje
de la abnegación, de un sano juicio, del dominio de sí, condiciones de toda libertad verdadera. Esta
educación en la fe por los padres debe comenzar desde la más tierna infancia. Tanto peso tiene el
papel de los padres en la educación de sus hijos, que cuando falta, difícilmente puede suplirse”.
¡Oh sublime dignidad del padre y de la madre! Episcopado santo, palabra atrevida, pero verdadera,
que consagra un nuevo siervo a Dios con el crisma de un amor conyugal, lo lava con el llanto de la
madre, lo viste con el trabajo del padre, lo hace portador de la luz infundiendo el conocimiento de
Dios en las pequeñas mentes y el amor de Dios en los corazones inocentes. En verdad os digo que
poco inferiores a Dios son los padres sólo por el hecho de crear un nuevo Adán, pero si los padres,
además, saben hacer del nuevo Adán un nuevo pequeño Cristo, entonces su dignidad es apenas
inferior en un grado a la del Eterno. Amad, entonces, con un amor únicamente inferior al que debéis
tener por el Señor Dios vuestro, a vuestros padres, a esta doble manifestación de Dios que el amor
conyugal hace ser una “unidad”. Amadlos y veneradlos porque su dignidad y sus obras son, para
vosotros, semejantes a las de Dios.
Y amad a vuestros hijos, ¡oh padres! Recordad que a todo deber corresponde un derecho. Si los
hijos deben respetar en vuestra dignidad, la dignidad más grande, después de Dios, y daros el amor
más grande después del amor total que se debe dar a Dios, vosotros, entonces, tenéis el deber de
ser perfectos para no empequeñecer el concepto y el amor de los hijos hacia vosotros. Recordad
que engendrar una carne es mucho, pero al mismo tiempo es nada. También los animales engen-
dran una carne, y muchas veces los cuidan mejor que vosotros, pero vuestra misión es la de engen-
drar un ciudadano de los Cielos. De esto es de lo que os debéis preocupar.
No apaguéis la luz en las almas de los hijos; no permitáis que la perla del alma de vuestros hijos
tome inclinación al fango y que esta inclinación los lleve a sumergirse en el lodo.
Dad amor, cariño y ejemplo santo a vuestros hijos. Preocúpense más por eso que por sus aspectos
exteriores y diplomas. Es la belleza de su alma y la educación de su espíritu, lo que debes cuidar
sobre todo. Cuidar el espíritu de sus hijos es preocuparse de que hagan las oraciones de la mañana
y de la noche. Es procurarles libros buenos, vidas de los Santos, por ejemplo, y vigilar cuidadosa-
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
mente que no pasen por sus manos o ante sus ojos, lecturas o programas televisivos que arriesgan
la inocencia de su alma. Cuidar el espíritu es no permitir que éste sea envenenado por conceptos
anticristianos e inmorales, e imágenes llenas de violencia y de malos ejemplos. Cuidar de sus hijos
es no permitirles dudosas amistades o que frecuenten lugares peligrosos para su virtud e inocencia.
No ignoren, padres, que esto es sumamente difícil hoy, pero, ¡para esto Dios les ha puesto! Para
esto recibiste la fuerza y la asistencia del Sacramento del Matrimonio. Y lo que no logra su ejemplo
y sus esfuerzos educativos, lo lograrán sus súplicas y penitencias.
La vida de los padres, como la de los Sacerdotes y maestros, conscientes de su misión, es SAC-
RIFICIO. Sean los padres, Sacerdotes y maestros, formadores en los niños y jóvenes de lo que no
muere: el espíritu. Y dado que el espíritu es a la carne en proporción de mil a uno, considerad a qué
perfección deben llegar padres, maestros y Sacerdotes para ser verdaderamente lo que deben ser.
Digo “perfección”, porque no basta la “formación”. Para formar bien a los demás, deben modelar-
los sobre un perfecto modelo. ¿Y cómo lograrlo si son imperfectos ellos mismos? ¿Y cómo se harán
perfectos si no se modelan sobre el Perfecto, que es Dios? ¿Qué cosa puede hacer capaz al hombre
de modelarse, de identificarse con Dios? ¡EL AMOR¡ ¡SIEMPRE EL AMOR! La entrega, el espíritu de
sacrificio, el sentido de su responsabilidad, de la misión que Dios les ha confiado.
Padres, vuestros hijos vienen al mundo como oro impuro y mezclado con metales viles. El amor es
el crisol que los limpiará, los purificará, y los fundirá para verterlos, gota a gota, como a través de
unas venas sobrenaturales, en el molde de Dios, ahora y para siempre. Así sea”.
b) Ser una buena madre: San Pablo enseña en su primera carta a Timoteo: “La mujer se salvará por
medio de la buena crianza de los hijos, si persevera en la fe y en la caridad, en santa y arreglada
vida” (1Tm 2: 15).
580
Cenáculos del rosario
“Oh Dios, que con tu poder creaste todo de la nada, y, desde el comienzo de la Creación, hiciste
al hombre a tu imagen y le diste la ayuda inseparable de la mujer, de modo que ya no fuesen dos,
sino una sola carne, enseñándonos que nunca será licito separar lo que quisiste fuera una sola cosa.
Oh Dios, que al consagrar la unión conyugal le diste un significado tan grande, que en ella prefigu-
raste la unión de Cristo con la Iglesia.
Oh Dios, que unes a la mujer con el varón y otorgas a esta unión, establecida desde el principio,
aquella bendición que nunca fue abolida ni por la pena del pecado original, ni por el castigo del
diluvio.
Mira con bondad a tu hija N., que, unida en Matrimonio pide tu protección. Abunden en ella el amor
y la paz, y siga siempre los ejemplos de las Santas mujeres, cuyas alabanzas canta la Escritura. Con-
fíe en ella el corazón de N., su esposo, y, teniéndola por digna compañera y coheredera de la gracia
de la vida, la respete y ame siempre como Cristo ama a su Iglesia.
También, Señor, te suplicamos por estos hijos tuyos, que permanezcan en la fe y amen tus precep-
tos; que, unidos en Matrimonio, sean ejemplo de integridad de sus costumbres y, fortalecidos con
el poder del Evangelio manifiesten a todos el testimonio de Cristo; que su unión sea fecunda, sean
padres de probada virtud, vean ambos los hijos de sus hijos y, después de una feliz ancianidad, lleg-
uen a la vida de los bienaventurados en el Reino Celestial. Por Jesucristo Nuestro Señor”.
La esposa es el sol de la familia con la claridad de su mirada y con el fuego de su palabra, mirada y
palabra que penetran dulcemente en el alma, la vencen y enternecen y alzan fuera del tumulto de
las pasiones, arrastrando al hombre a la alegría del bien y de la amena convivencia familiar dentro
de un ambiente hogareño, después de una larga jornada de continuado y muchas veces fatigoso
trabajo en la oficina, o en el campo, o en las exigentes actividades del comercio y de la industria.
Su ojo y su sonrisa arrojan una luz y un acento, que en un rayo tienen mil fulgores y en un sonido
mil afectos. Son rayos y sonidos que brotan del corazón de madre, crean y vivifican el paraíso de la
infancia e irradian siempre bondad y suavidad, aun cuando adviertan o reprendan, porque las almas
juveniles sienten con más fuerza, recogen con mayor intimidad y profundidad los dictámenes del
amor.
La esposa es el sol de la familia con su ingenua naturaleza, con su majestad Cristiana y honesta,
así en el recogimiento y en la rectitud del espíritu como en la sutil armonía de su comportamien-
to, reservado y a la par afectuoso. Sentimientos delicados, graciosos gestos del rostro, ingenuos
silencios y sonrisas, una condescendiente señal de cabeza, le dan la gracia de una flor selecta y sin
embargo sencilla, que abre su corola para recibir y reflejar los colores del sol. ¡Oh, cuán profundos
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
sentimientos de afecto y de gratitud suscita e imprime en el corazón del padre de familia y de los
hijos semejante imagen de esposa y de madre!
Pero, ¿qué sucede cuando la familia está privada de este sol? ¿Qué sucede cuando la esposa aun en
el cumplimiento de sus deberes más obvios, no deja de hacer sentir que le cuesta sacrificio la vida
conyugal? ¿Dónde está su amorosa dulzura cuando pone una dureza excesiva en la educación, una
excitabilidad mal dominada y una frialdad airada en la mirada, o cuando sus palabras sofocan en
los hijos la alegría y el consuelo que deberían encontrar en su madre? ¡Qué triste el hogar en donde
la madre no hace otra cosa que perturbar con tristeza y amargura la pacífica convivencia familiar!
¿Dónde está aquella generosa delicadeza y aquel tierno cariño cuando ella, en vez de crear con una
sencillez natural y prudente, un ambiente de agradable serenidad en la mansión doméstica, toma
una actitud de inquieta, nerviosa y exigente señora, muy del mundo?
Entonces, en vez de esparcir benévolos y vivificantes rayos solares, más bien congela, con viento
glacial del norte, el jardín de la familia. No sería de extrañarse entonces que el hombre, no encon-
trando en aquel hogar nada que le atraiga, le retenga y le consuele, se aleje de él lo más posible,
provocando al mismo tiempo el alejamiento mutuo encaminándose así la pareja a buscar en otra
parte, con grave peligro espiritual y con perjuicio de la armonía familiar, el descanso, el reposo, el
placer que no les concede la propia casa. ¡En tal situación, los más desventurados son sin duda los
hijos!
He aquí, esposas, hasta dónde puede llegar vuestra parte de responsabilidad en la concordia de la
felicidad doméstica. Si a vuestro marido y a su trabajo corresponde procurar y hacer estable la vida
de vuestro hogar, a vosotras y a vuestro cuidado está, rodearlo de un bienestar conveniente y el
asegurar la pacífica serenidad común de vuestras vidas.
Esto ha de ser para vosotras no sólo una obligación natural sino un deber religioso y un ejercicio de
virtudes Cristianas con cuyos actos y méritos crecéis en el amor y en la gracia de Dios. ¡Pero, dirá
tal vez alguna de vosotras, de esa manera se nos pide una vida de sacrificio! Sí, vuestra vida, como
toda vida humana es vida de sacrificio, pero no sólo de sacrificio. ¿Creéis, acaso, que en este mundo
se puede gozar una verdadera y sólida felicidad sin conquistarla con alguna privación o renuncia?
¿Pensáis que en algún rincón de este mundo se encuentra la plena y perfecta dicha del paraíso
terrestre? ¿Y creéis tal vez que vuestro marido no tiene también que hacer muchos sacrificios para
procurar un pan honrado a la familia? El sacrificio materno es el más agudo y doloroso, y lo templa
la virtud de lo alto. Mirad mi Cruz y que de mi Sacrificio de Redentor Crucificado aprenda la mujer a
tener compasión de los dolores del prójimo. Que el amor por la felicidad de su casa no la encierre en
sí misma. Que el amor de Dios la eleve sobre sí misma, le abra el corazón a la piedad y la santifique.
Son precisamente los mutuos sacrificios, soportados juntos y con recíproco provecho, que dan al
amor conyugal y a la felicidad de la familia su cordialidad y firmeza, su santa profundidad y aquel
encanto que se exprime en el mutuo respeto de los cónyuges, que se exalta en el afecto y en la
gratitud de los hijos.
¡Oh Ángeles, que custodiáis sus casas y escucháis sus oraciones, impregnad de perfumes Celestiales
a todos los hogares Cristianos! Así sea”.
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Cenáculos del rosario
En su primera Carta SAN PEDRO (3: 1) enseña que Dios, por medio de las virtudes ejemplares de
la mujer, quiere tocar el corazón del marido y levantar el nivel moral y espiritual de éste: “Que las
mujeres sean sumisas a los propios maridos para que, si incluso algunos no creen en la Palabra,
sean ganados no por palabras, sino considerando la conducta casta y respetuosa de sus mujeres”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
La mujer debe servir y complacer a su esposo pero no degradarse. Recuerden, esposas, que el prim-
ero que les juzgará después de Dios, por ciertos apasionamientos y excesivos ardores, será precisa-
mente su propio marido, aunque él mismo les arrastre o les provoque a ellos. Él no las considerará
como anhelos de cariño, sino como pruebas de su poca virtud. Si por el momento se calla, puede
llegar un día en que se diga: “mi mujer es muy ardiente” y de ahí le puede nacer alguna sospecha
de su fidelidad marital.
Sed castas en el Matrimonio y que por tales les tenga su marido: no como a mujeres tan pronto
compradas como repudiadas. La mujer virtuosa conserva, aún después de su Matrimonio, un “qué”
virginal en sus acciones, en sus palabras, en sus entregas amorosas, con lo cual logra levantar los
sentimientos del esposo y despojarlo de su lujuria, de modo que llegue a ser verdaderamente un
“algo especial” con su mujer, a quien trata como parte de sí mismo, hueso de sus huesos y carne de
su carne. Los esposos, entonces, como Adán y Eva antes de la caída, se amarán siempre más y más
en el espíritu, excluyendo toda humillación vergonzosa.
La mujer sea paciente, maternal con el marido. Que lo considere como al primero de sus hijos,
porque la mujer es siempre madre y el hombre siempre tiene necesidad de una madre que sea pa-
ciente, prudente, cariñosa, comprensiva. Feliz la mujer que sabe ser compañera de su esposo y, al
mismo tiempo madre para sostenerlo e hija para dejarse guiar.
La mujer sea laboriosa. El trabajo, mientras le impide fantasear, ayudará tanto a su honestidad
como a tener dinero. No atormente a su marido con celos tontos que a nada conducen. ¿El marido
es una persona fiel? Entonces, los celos necios, al empujarlo a que salga de casa, lo ponen más
bien en peligro de caer entre las redes de una mujer mala. ¿No es honesto ni fiel? Los berrinches
de la celosa no lo curarán, sino una conducta seria, digna y amorosa, sin pleitos ni desdenes. Este
comportamiento, unido a oraciones y penitencias, logrará que el marido reflexione y se corrija. No
caigan en la trampa de contarle todos los problemas con su marido a sus vecinas, amigos, suegra o
mamá. ¡Cuántas esposas no saben dominarse cuando el hombre no le responde! Caen, entonces,
en la desesperación; todo se lo cuentan a todo el mundo, lo gritan y buscan todos los medios para
desquitarse. Luego, cuando vuelve la calma, se arrepienten de su actitud, dándose cuenta que,
quizá, hicieron un drama más grande de lo que valía.
Es dolorosísimo, por cierto, descubrir, por ejemplo que tu marido te traiciona. Pero, por favor confía
en Mí en esos momentos. No te desesperes. No agigantes más las cosas. Cálmate, domínate y ora
primero. Ven al Sagrario. Cuéntamelo todo. Dime todas tus quejas, tus dolores. Aquí te consolaré
y te iluminaré para que busques la persona más aconsejable que te pueda ayudar y guiar en tan
dolorosa situación. Mujeres, ¡sepan volver a conquistar a vuestros maridos, cuando alguna pasión
lo aleja! Conquístenlo con su virtud, como en la juventud lo conquistaron con su belleza y encanto
juvenil. Y para perseverar; en sus compromisos y resistir al dolor que les podría endurecer o exas-
perar, amen entrañablemente a sus hijos y considérenlos como su más precioso tesoro.
¿No lo tiene la mujer todo en sus hijos? Su alegría y su corona real en las horas felices, en que es
realmente la reina del hogar y del marido, y su bálsamo en las horas de dolor, cuando la traición y
otras experiencias penosas de la vida conyugal le azotan la cara, y sobre todo el corazón, con las
espinas en él clavadas.
Y, si acaso llegan a ser tan oprimidas, que desean regresar a su propia familia, separarse, divor-
ciarse, o encontrar una compensación, un cariño, entre los brazos de un fingido amigo, que busca
a la mujer con el velo de compasión y de piedad como si fuese su salvador y paño de lágrimas
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Cenáculos del rosario
¡acuérdense, entonces, oh mujeres, madres, de sus hijos! Esos seres inocentes, que ya perdieron
la serenidad, por culpa de un ambiente doméstico prematuramente triste, donde no hay paz ni
cariño, tienen derecho a su madre, al consuelo de un lugar donde, si se perdió un amor, se quede el
otro a velar por ellos. Madres, ¡esos ojos inocentes les miran, les estudian, comprenden más de lo
que creen, y plasman sus corazoncitos según lo que ven y entienden! ¡Nunca den motivo de escán-
dalo a sus inocentes pequeñitos, sino refúgiense en ellos como en un baluarte de lirios diamantinos
contra las debilidades de la carne y las asechanzas de las serpientes! La mujer sea siempre madre,
y al mismo tiempo hermana y amiga para con sus hijos, pero sobre todo ejemplo para todos. Que
vele por sus hijos, que los corrija amorosamente, que les sostenga, que los haga reflexionar, y todo
sin hacer preferencias. Si es verdad que es muy natural que a los buenos se les quiera más, por la
alegría que proporcionan, también deben ser amados, aunque con amor bañado en dolor, los hijos
rebeldes.
Acuérdense que los padres no deben ser más severos que Dios, quien ama y hace resplandecer su
sol sobre buenos y malvados, y los ama precisamente para tratar de hacerlos buenos, para darles
el tiempo de serlo, y que espera hasta la muerte del hombre para pedir cuenta de su vida y de los
talentos recibidos, reservándose ser un Juez severo, pero Justo y Misericordioso. Así sea”.
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esencial esa riqueza enorme que recibió el día de la Creación y que hereda como expresión peculiar
de la “imagen y semejanza de Dios”.
Pero dime, ¿en tu interior estás plena y sinceramente satisfecha de tu nueva manera de vivir? ¿Estás
segura que tu reacción no ha ido demasiado lejos? Dime, ¿Para qué te puso Dios en la tierra? ¿Para
una sagrada misión que cumplir o para una carrera de competición con el hombre? ¿Qué consideras
como tus joyas? ¿Tus hijos, como antaño de esa noble matrona romana? O, ¿tus títulos universitar-
ios, tu lujo y tu sillón de empresaria? No tengo nada en contra a que tengas un título universitario,
pero, si por esto te niegas, una vez casada a tener hijos, o por ello descuidas y abandonas tu hogar
y tu esposo; sería preferible entonces, que no te hubieras casado, o que hubieras esperado, para
dedicarte a lo que sientes estás llamada a realizar, a que tus hijos estén grandes.
Pero, hablando de títulos universitarios, ¿No crees que ya tienes varios, no conseguidos en una
universidad, sino ganados y refinados a través de generaciones y generaciones de grandes y ab-
negadas mujeres, que precisamente por ser grandes eran modestas? ¿No te sientes una graduada
en Química cuando elaboras para la familia tus sabrosos platos, resultados de paciente y sosegado
trabajo? ¿No te sientes doctora en Medicina cuando prescribes esos remedios caseros tan eficaces
y sin efectos secundarios para tus seres queridos, o cuando, amorosa y ansiosamente te inclinas,
sobre tu niño con fiebre, preocupada por su mejoría? ¿O, Ingeniero en todas las ramas, o científico,
cuando en el afán de tu vida diaria, descubres nuevos procedimientos para facilitar tus quehaceres,
o formas de economizar dinero, energía, tiempo y espacio, o nuevas maneras de complacer y de
enaltecer a los tuyos?
Mujer, psicóloga por excelencia, ¿dónde aprendiste a labrar tan finamente el comportamiento de
los tuyos, a quienes, aún sin proponértelo, dominas? ¿No ves cómo todos perciben tu influencia
y, disimuladamente quizás, usan tus consejos y en todas sus cosas llevan un reflejo, una impronta
tuya? ¡Tienes el tierno amor del esposo y el cariño de tus hijos! ¿Qué más pretendes? Es cierto que
no compusiste la Quinta sinfonía, ni pintaste el Juicio Final, ni edificaste la Basílica de San Pedro.
No se debe a ti el invento de la máquina de vapor, ni de la vacuna contra la Polio, ni de los bombillos
eléctricos, pero tú has ejecutado una obra mucho más bella, más grande y meritoria: haz modelado
a seres rectos y virtuosos, como lo hizo conmigo la Bendita entre todas las Mujeres que me crió a
Mí y me enseñó a leer, a escribir y a orar con los salmos; haz enderezado hacia el bien los caracteres
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Cenáculos del rosario
rebeldes que tuviste la misión de formar, y ¿no son esas las más fecundas y bellas obras maestras
de la tierra? ¿No te das cuenta que a ti, mujer, Dios ha confiado la más alta de las misiones: la de
ENSEÑAR a los tuyos el difícil y nunca acabado arte de SABER VIVIR Y AMAR?
Rectifica pronto mujer. Vuelve a ocupar tu trono. Vuelve a la vida apacible y abnegada del hogar.
Vuelve a organizar tu familia que es principio y base de la sociedad. Considera a tus hijos por encima
de todo, hazlo por ellos, te necesitan. ¿Quién los educa ahora? ¿Quién los mima con amor? ¿Quién
les da el ejemplo de una personalidad que no por ser más humilde es menos digna? Si tú abandonas
tu hogar, tus hijos estarán en la calle. ¡Y ella es muy, pero muy mala educadora! Dejando tu hogar en
manos extrañas, ¿no te has percatado mujer liberada, que has perdido el dominio sobre tus hijos?
Ya no te hacen caso, ni te respetan, ni te consideran, pues se sienten abandonados, perdidos, inqui-
etos y de nada sirve que trates de ahogarles en regalos costosos que los aburren. ¡Lo que pretenden
tus hijos es amor, cariño, dedicación y la presencia física, la sonrisa de su mamá!
A Mí, por querer tanto a los niños, me parte el alma ver a tus hijos la mayor parte del tiempo en la
calle, como fácil presa de la corrupción. En mi vida mortal Yo acostumbraba acariciar y abrazar a los
niños, ellos sentían mi cariño, se abandonaban entre mis brazos, y a los que querían alejarlos de Mí,
Yo les regañaba y les reprendía. Por esto, siento pena por ti, mujer liberada, que te pierdes lo mejor
de la vida. ¿A cambio de qué? ¿Crees que les importa mucho a los hijos ver que su mamá está haci-
endo maravillas fuera de su hogar como médico o ingeniero? ¡Lo que necesitan, lo que anhelan, es
tener a una mamá a su lado que con su presencia les dé seguridad y protección! De lo contrario, tal
como el vino conserva el aroma del primer tonel, su alma llevará el sello de un amor negado, para
una juventud frustrada. Rectifica pronto mujer. Tus hijos te reclaman. Tendrás, es verdad, menos
dinero para gastar y menos lujos y superfluos derroches, pero habrá más economía, más ahorro,
más consideración por el dinero porque tendrás que usar todo tu ingenio para hacer cuadrar el
balance familiar.
Rectifica, mujer. Vuelve a ocupar en el hogar el sitio de ama y señora, pero sobre todo, de madre. Si
te has considerado esclava, es porque tienes alma de esclava, sin amor al marido, ni a los hijos, ni a
ti misma. Ten presente que una misión como la tuya impone duros sacrificios, tenacidad, voluntad
y aún más, duros trabajos y constantes esfuerzos. Pero ¡cuán orgullosa y satisfecha te sentirás por
el deber cumplido que Yo te recompensaré sobradamente, a la vez que disfrutarás plenamente de
la vida de tus hijos, en todas sus etapas, ayudándoles a superarlas! De lo contrario, podrás tener
satisfacciones materiales pero no llenarán tu alma y te sentirás vacía e insatisfecha. Tus hijos no
podrán admirarte, ni apreciarte, ni respetarte como madre y te seguirán llamando “la vieja”, y no
sería extraño que un día tu marido dijera que tu amiga es más femenina que tú.
Rectifica, es tiempo mujer. Ya hay demasiada crisis en la familia y consecuentemente en la socie-
dad. Terrible crisis de responsabilidad. Los valores morales, humanos y espirituales se derrumban,
cada día más.
Solamente tú, mujer, con tu sensibilidad adquirida a través de los siglos, precisamente por tu for-
ma de vida apacible, reflexiva e introspectiva, podrías todavía salvar a esta pobre humanidad que
está dando tumbos a ciegas, dirigiéndose a pasos agigantados hacia la catástrofe que ya se da a
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
conocer, hundiéndose cada día más en la confusión, la incoherencia, lo absurdo de la desunión y
desorganización, la espiral de la violencia, debido al mal entendimiento de las palabras: progreso,
libertad, democracia y paz.
Mucho antes de la liberación femenina un poeta escribió estas bellas palabras que te dejo como
profunda reflexión final: “El hombre es el águila que vuela, la mujer el ruiseñor que canta, volar es
dominar el espacio, cantar es conquistar el alma. El hombre tiene la supremacía, la mujer la pref-
erencia, la supremacía significa fuerza, la preferencia representa el derecho a la ternura. En fin, el
hombre está colocado donde termina la tierra; la mujer donde comienza el cielo”. Así sea”.
¿Quién podrá medir, en efecto, la influencia que ejerce sobre los esposos y niños el lugar donde
son criados y viven? ¿No debe el hogar representar el refugio, la seguridad, el reposo, el recuerdo,
las costumbres bien amadas? Pero, ¿de quién depende, ante todo que la casa se transforme en
un hogar? ¡De quién, sino de la mujer, de la esposa, de la madre! Meditemos hoy sobre ese papel
insustituible de la mujer.
588
Cenáculos del rosario
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Discípulos míos queridos: El hermoso edificio de su felicidad no puede alzarse más que sobre el
cimiento estable de su vida en familia. Pero ¿dónde encuentran verdadera vida de familia sin un
hogar, sin un centro visible y real que agrupe esta vida, la recoja, la arraigue, la mantenga, la pro-
fundice y la haga florecer?
Es cierto que su hogar existe desde el día en que sus manos, ante el altar se juntaron, se colocaron
mutuamente el anillo nupcial, y los dos han empezado a vivir bajo el mismo techo, ancho o estre-
cho, rico o pobre. Pero, ¿basta ese mero hogar material para garantizar su felicidad? ¡Bien saben
que no! Hace falta implantar en su hogar material un ambiente siempre más respirable y gozoso, y
hacer surgir del fuego de su amor la llama viva y vivificante de la nueva familia. Pero ¿Quién será ca-
paz, día tras día, de crear ese verdadero hogar espiritual, sino aquella que ha venido a ser la “señora
de casa” y en quien confía el corazón de su esposo?
Es una verdad antigua y siempre nueva, enraizada hasta en las condiciones físicas de la mujer y ni
siquiera desmentida por esta época de reivindicaciones igualitarias: que es la mujer la que hace el
hogar y lo tiene a su cuidado, y el hombre jamás podrá suplirla en esto.
A la mujer, mucho más que al hombre, ha concedido Dios el don, con el sentido de la gracia y del
talento, de hacer gratas y agradables las cosas más sencillas. Precisamente porque ella, hecha, se-
mejante al hombre para formar con él la familia, ha nacido para derramar la gentileza, la poesía y
la dulzura en el seno del hogar común, y hacer que la vida de los dos se armonice, se afiance fecun-
da, florezca y se desarrolle armoniosamente. Tocan a la mujer aquellas mil, pero tan importantes,
menudencias y detalles, aquellas imponderables atenciones y cuidados diarios, que son la base y el
secreto de la armonía interior de una familia. Según que estas menudencias florezcan, o en cambio
se descuiden, la vida familiar se hará sana, airosa y placentera, o pesada, viciada e irrespirable.
Quiten del hogar a la madre, a la esposa, tráiganla fuera y lejos de su familia con los mil pretextos
y alicientes que la sociedad moderna ofrece, y verán que sin el color de la mujer, el aire de la casa
se enfría, el hogar deja prácticamente de existir, o se convierte en una especie de guarida en donde
se llega nada más para comer y dormir. El alma de una casa será siempre la mano femenina con
la cual la esposa hará atrayente cualquier rincón de la casa con sus toques delicados, con su orden
y limpieza, con tener arreglado y listo todo lo necesario, en el momento oportuno el manjar para
reponerse de las fatigas y el lecho para el descanso.
Sea el marido obrero o agricultor, profesional u hombre de letras o de ciencias, empleado o funcio-
nario siempre pasará la mayor parte del tiempo fuera de casa, a no ser que permanezca confinado
en casa, absorto en sus estudios o en tareas que escapan a la vida de familia. Para él, el hogar
doméstico será el lugar en donde, al final del trabajo diario, vendrá a restaurar sus fuerzas físicas y
morales en el reposo, en la calma, en la alegría íntima.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
sublimará con aquella aureola Divina con la que los Ángeles celestiales resplandecen y de donde
desciende un rayo de vida que vence a la naturaleza, y a los hijos de los hombres los regenera como
hijos de Dios.
He ahí la santidad del tálamo conyugal. He ahí la elevación de la maternidad Cristiana. He ahí la
salvación de la esposa. Una cuna consagra a la madre de familia, y muchas cunas la santifican y la
glorifican ante el marido y los hijos, ante la Iglesia y la patria. Necias, inconscientes y desgraciadas
aquellas madres que se quejan y se rebelan cuando un nuevo pequeño florece en su vientre o abra-
za su pecho y pide el alimento a la fuente de su seno.
El heroísmo de la maternidad es orgullo y gloria de la esposa Cristiana. Y si, en la desolación de su
casa, se halla sin la alegría de un angelito, su soledad se convierte en oración e invocación al Cielo,
sus lágrimas se juntan al llanto de Ana, que, a la puerta del templo, suplicaba al Señor el don de su
Samuel.
Alzad, pues, amadas esposas, vuestro pensamiento a la consideración de vuestra responsabilidad
en la serena alegría de la vida conyugal, en la cual nunca faltarán los sacrificios y las cruces y las
lágrimas, quizás. Pero siempre, si invocan la ayuda Divina, se volverán al final para vosotras en algo
hermoso y positivo, en algo que mi Padre del Cielo no dejará de recompensar con su justo premio,
cuando Él secará toda lágrima de vuestros ojos. Así sea”.
Volvieron a vivir juntos para amarse, soportarse y sacrificarse mutuamente uno por el bien del otro
y juntos por sus hijos, y esto hasta la muerte. Entonces el hombre le enseñó al padre el otro sobre
que decía por fuera: “Mi segundo Matrimonio con mi señora”. Dentro no había más que una Cruz,
una fecha que llevaba ya treinta años y pico, y esta sencilla máxima que San Pablo escribió a los
Gálatas (6:2): “Llevad el uno las cargas del otro y así cumpliréis la ley de Cristo”. Y decía el esposo:
“Padre, desde que aprendimos esta lección estamos casados de verdad. Cada vez que empezamos
a enfadarnos, uno u otro pronuncia esta frase de San Pablo y como por encanto nos devuelve la paz
y la conformidad con la Voluntad Divina”.
590
Cenáculos del rosario
a) Tratarla sin aspereza, con honor y con amor. ¡Cuán triste era, antes de la venida de Cristo, la su-
erte de la mujer! Se le consideraba como simple mercancía de servicio y de placer. Ni siquiera en el
pueblo escogido se le tenía el respeto debido. Los rabinos enseñaban que no había siquiera que sa-
ludarla y la consideraban inepta para comprender verdades religiosas. Pero Jesús no desdeñó, para
sorpresa de sus discípulos, hablar del agua viva y de la venida del Mesías con la mujer samaritana.
Jesús proclamando la santidad del vínculo matrimonial, liberó a la mujer de su inferior estado. Y San
Pablo pregona su doctrina: “Maridos” escribe en Colosenses (3:19), amad a vuestras mujeres y no
las tratéis con aspereza”. San Pedro exulta: “Habéis de cohabitar con vuestra mujer tratándola con
honor y discreción como a sexo más delicado”.
b) Ver en ella la coheredera de la gracia. Si en el plano meramente natural el marido debe respeto
a su mujer, y si en público y en la intimidad debe ser un fiel caballero que le sirva con devoción, en
el plano sobrenatural son mayores aun los títulos que le obligan, no ya al mero respeto, sino a la
veneración. Ella, lo recuerda San Pedro en su primera Carta, es coheredera de la gracia y es llamada
a la Vida eterna. En la Cruz fue perfeccionado el amor natural, en la Cruz señaló Cristo la norma del
espíritu de sacrificio que el marido debe a la mujer. Y San Pablo ordena a los hombres, en Efesios
(5:25): “Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia y se sacrificó por ella”.
CONCLUSIÓN: Esposo, si Jesús trató con tanto honor, consideración y respeto a las mujeres,
¿acaso perderás tú algo de tu hombría y honorabilidad dando a la tuya muestras sinceras de cariño
y respeto, no ya sólo ante la mirada escrutadora de los extraños, sino en la intimidad y en la sola
presencia de Dios? ¿No te aconseja Proverbios (5:18-19)? “Vive, pues, alegre y contento con la es-
posa que tomaste en tu juventud. Sea ella tus delicias. Sus cariños sean tu recreo en todo tiempo”.
SAN FRANCISCO DE SALES exhorta: “¡Conservad, esposos, un tierno, constante y cordial amor a
vuestra esposa, pues la mujer fue sacada de la costilla más cercana al corazón del primer hombre,
para que él la amase cordial y tiernamente!”
591
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
de la alegría y del placer, sino también con los colores más oscuros del sufrimiento, de la autoridad,
de la disciplina, de la indulgencia y del perdón.
El hombre debe mirar y formar su Matrimonio como un artista su obra. Debe conducirlo hacia ad-
elante, hacia arriba, debe imprimirle el sello de su propio ser, debe trocarlo en dicha y alegría para
los suyos, en fiesta de cosecha para la tierra y en un santo espectáculo para el Cielo. Para que pueda
realizar este hermoso programa ¡qué todo esposo y todo novio que se prepare a esta altísima digni-
dad y responsabilidad sea al mismo tiempo: compañero y jefe!
Sea, en primer lugar, compañero. Con esta palabra se entienden tres cosas: unión estrecha de al-
mas, fidelidad y protección. La UNIÓN ESTRECHA DE LAS ALMAS surge del sagrado e inviolable
vínculo matrimonial. Porque estaban ojalá fundidas las almas, quisieron los esposos unir sus vidas,
entregándose mutuamente el derecho propio del Matrimonio, y sellar a la faz de la Iglesia el pacto
de vivir una misma vida santa. ¡Con qué vivos colores brillaba entonces la perspectiva de compartir
intereses, deseos, responsabilidades, pesares y alegrías! ¡Compañeros por la vida! Ser el uno para
el otro, protector, apoyo, consuelo, servirle de alivio aun a costa de sacrificios. Por esto pusiste,
esposo, el anillo a tu esposa y ella a ti, para indicar que se entregan el uno al otro. ¿Ha permanecido
siempre esta unión de almas, este entusiasmo, esta ilusión? Ser compañero de tu esposa significa,
además FIDELIDAD. Es decir, constancia en el amor, entrega reiterada del espíritu, recuerdo vivo
de las promesas hechas, compenetración creciente de los corazones, lealtad a toda prueba, aun las
más dolorosas.
Esposos, hoy con más urgencia que nunca les repito: “Vigilad y orad para no caer en tentación”.
Tomen las precauciones necesarias, siempre serán pocas, por muchas que sean. La infidelidad con-
yugal es falta gravísima. Faltarle a la esposa es faltarle a Dios. Por eso les avisa mi Apóstol Pablo que
“Ningún adúltero entrará en el Reino de los Cielos” y que “Aquel que mira a una mujer deseándola,
ya fornicó con ella en su corazón”.
Que el esposo sea el compañero de su esposa, implica además que le brinde PROTECCIÓN. Él es
quién debe luchar en la vida, salir de casa, buscar lo necesario para el bienestar y el sustento de su
familia, estudiar los problemas y resolverlos con serenidad, con firmeza en una palabra defender
el hogar. El hombre tiene la primacía, el vigor, los dones necesarios para el trabajo. A la mujer le ha
reservado Dios los dolores del parto, los trabajos de la lactancia y de la primera educación de los
hijos. La madre llega en la maternidad a trances difíciles en que se pone en peligro su vida. Ponga
en correspondencia el padre todo su esfuerzo sin escatimar nada. Que jamás la mujer se encuentre
sobrecargada de trabajo, mientras el marido indolente esté ocioso.
El papel del hombre no puede limitarse al ejercicio de su profesión. El marido que, nada más llega
a casa se pone las sandalias, a leer el periódico o a ver televisión, ¡cuán lejos dista de ser el marido
ideal! Debe colaborar con la mujer en la misión de ésta en el hogar y en la buena marcha de la casa.
592
Cenáculos del rosario
Hay tantas pequeñas tareas que sólo el hombre, más fuerte y hábil puede realizar. En los momen-
tos difíciles en que hasta los mismos niños tienen que ayudar a la casa, el padre debe dar el ejemplo,
redoblando su esfuerzo.
Esposo, en una palabra lo que has de hacer es amar a la que tiene que compartir tu suerte. ¡Qué
dicha, que felicidad hay en que un prudente esposo sea amado por su esposa hasta la vejez, cuando
él corresponde a la ternura que le prodiga y cuando las dificultades no separaron jamás a tan feliz
pareja!
El marido no es solamente el compañero de su esposa, es también el jefe. A toda sociedad le hace
falta una dirección y en la sociedad conyugal, por disposición Divina, la autoridad le corresponde
al marido. Esta jerarquía, en un Matrimonio Cristiano, debe ser de amor: jefe es el hombre, y com-
pañera, pero no esclava, es la mujer. Gravemente peca el marido que trata a su mujer como si fuera
sirvienta, o la golpeara físicamente, o no compartiera con ella su salario y no le comunicara qué
hace con el dinero y con los negocios, o la obligara a tener sexo fuera de lo que es normal, le exigiera
trabajos impropios de su condición y sexo, o le gritara insultos graves, le impidiera el cumplimien-
to de sus deberes religiosos o el ejercicio de la piedad para con sus familiares, o la caridad con los
pobres, etc. Y también si quisiera obligarla a usar mal el Matrimonio, planificando con métodos
ilícitos, cosa a la que la esposa debe oponerse con todos los medios a su alcance, pues su marido no
tiene ningún derecho y ella ninguno a consentirle que la obligue a pecar.
Discípulos míos: Sean los corazones de los esposos que se unen ante las gradas del altar, como dos
copas llenas de sangre. En la copa de la mujer está el sacrificio de la inocencia, de la belleza y del
pudor, y el más grande aún, el de la maternidad. En, la otra, el sacrificio de la libertad, del desinterés
y de la consagración del hombre a su mujer que tiene una naturaleza más delicada y frágil que la
suya. Que estas copas sean alimentadas, a diario, por el vino de su amor y por las perlas de su sudor.
Y que estas copas se unan, se fundan en la Copa que el Sacerdote alza cada momento sobre los al-
tares del mundo. La Copa en la cual Yo derramo para ustedes mi Sangre Eucarística sobre todos los
altares del mundo y en cada momento del día y de la noche, para que ustedes también, ni de día ni
de noche, dejen de amarse, de respetarse y de santificarse. Así sea”.
b) El hombre debe esforzarse para ser la delicia de su esposa y encontrar su felicidad dentro de su
hogar: “Vive alegre y contento con la esposa que tomaste en tu juventud. Sea ella tus delicias, sus
cariños sean tu recreo en todo tiempo”, leemos en Proverbios (5:18 19). “Vosotros maridos, escribe
San Pablo a los Efesios (5:25), amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a su Iglesia y se sacri-
ficó por ella”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
Para hoy hemos insertado las palabras del Papa Pío XII en la Carta a los Discípulos.
Pero, mucho más todavía contribuye a la felicidad del hogar, que el esposo y padre, guarde y de-
muestre en su interior como en sus modales exteriores, respeto y estima a su mujer, madre de
sus hijos. La mujer no es solamente el sol, sino también el santuario de la familia, el refugio de las
lágrimas de los pequeños, la guía de los pasos de los mayorcitos, el consuelo en los afanes, la tran-
quilidad en las dudas, la confianza en su porvenir. Dueña de la dulzura, es también ama de la casa.
De vuestro aspecto, de vuestra actitud, de vuestras miradas, de vuestros labios, de vuestra voz, de
vuestro saludo, distingan, sientan y vean los hijos y los ajenos la consideración ¡oh jefes de familia!
que tenéis a vuestra esposa.
¡Ay!, ¡cuántas madres, mujeres y esposas ejemplares, consagradas al cuidado de su familia hasta
más allá de sus fuerzas, después de muchos años de vida común, se enfrentan todavía al egoísmo
indiferente, grosero y acaso violento del marido, egoísmo que, lejos de disminuir, ha ido creciendo
con la edad! Tales heroicas madres de familia, hijas, sí, de Eva, pero mujeres fuertes, imitadoras
generosas de María, que suben al doloroso Calvario hasta ponerse al pie de la Cruz, deben aguantar
los comportamientos, pocas veces finos y afectuosos, a menudo descuidados y duros de sus mari-
dos.
Esposos: ¡No suceda jamás que seáis menos atentos en el trato de tu propia mujer que de la ajena!
Que jamás vuestra conducta con la esposa esté desprovista de aquel carácter natural y noble, asi-
mismo de la digna atención y cordialidad que deben caracterizar a los hombres de ánimo recto y
temerosos de Dios. Pero, sepan también ir más allá hasta ver, apreciar y reconocer el trabajo y los
esfuerzos de la que, con silencio y asiduidad, se dedica a hacer más confortable, más grata y más
alegre la habitación común.
Con qué amoroso cuidado la esposa, por ejemplo, ha dispuesto todo para festejar, tan alegremente
como se lo permiten las circunstancias, el aniversario del día en que ella, ante el altar, se ha unido a
aquél que debía resultar el compañero de su vida y de su felicidad y que en este momento está para
volver a casa de la oficina o del taller. Mirad aquella mesa: la embellecen y la alegran flores delica-
das. La comida ha sido preparada por ella con todo cuidado; ha escogido lo mejor que tiene, lo que
más le gusta a él. Pero he aquí que el hombre, cansado por las largas horas de trabajo, acaso más
penoso de lo ordinario, abatido por contrariedades imprevistas, vuelve, más tarde que otras veces,
taciturno y preocupado con otros pensamientos, las palabras, alegres y afectuosas que le acogen,
caen en el vacío y le dejan mudo, en la mesa, con tanto amor preparada, no cae en la cuenta de
nada, sólo mira y observa que aquel plato, aun habiendo sido tan bien preparado para agradarle, ha
estado demasiado sobre el fuego y se lamenta, sin pensar que la razón no es otra que su retraso y
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Cenáculos del rosario
la larga espera. Come deprisa, porque debe, como él dice, salir enseguida. Y apenas ha acabado, la
esposa, que había soñado con la alegría de una dulce tarde pasada juntos, llena toda de recuerdos
renovados, se encuentra sola en las habitaciones desiertas y necesita toda su fe y todo su valor para
retener el flujo de las lágrimas, que quieren asomarse a los ojos.
Sin duda, el marido podrá echarle la culpa de su conducta al pesado trabajo de una jornada de fati-
ga intensa, más desagradable todavía por los disgustos y los fastidios. Pero, ¿cree o piensa él que
su mujer no siente o experimenta nunca cansancio ni halla molestias?
El amor verdadero y profundo de uno por el otro deberá ser y mostrarse más fuerte que el can-
sancio y el fastidio, más fuerte que los sucesos y las adversidades cotidianas, más fuerte que los
cambios del tiempo y de las estaciones, más fuerte que las alteraciones de los humores personales
y las desgracias imprevistas. Hay que dominarse, y saber hallar en la fuente del amor recíproco la
sonrisa, la gratitud, la estima de los afectos y de las cortesías, el dar alegría a quien os da pena.
Esposos: Cuando os halléis en casa, no seáis, pues, fáciles en ver y buscar los defectos pequeños,
inevitables en todo ser y en toda cosa humana. Fijaos más bien en todo lo bueno que se os of-
rece como fruto de penosos esfuerzos, de cuidadosas vigilias, de afectuosas intuiciones femeninas,
para hacer de vuestro hogar, aunque sea modesto, un pequeño paraíso de felicidad, de alegría y
de amor. No os conforméis tan sólo con querer y estimar a vuestra esposa: hacedlo también notar
y oír a aquella criatura que no ha ahorrado ningún trabajo para procurar vuestro bienestar, y cuya
mejor y más dulce recompensa será aquella sonrisa amable, aquella mirada atenta y complaciente,
aquella palabra graciosa que le hará comprender a ella toda vuestra gratitud.
Mi bendición Divina muy especial descienda hoy sobre los varones, los cuales no sólo en el gobierno
de la familia y en su sustento llevan un peso a veces tan grave, sino que además tienen para con la
sociedad y el bien público obligaciones y deberes que muchas veces les arrastran lejos del hogar
doméstico entre molestias y sacrificios.
Que en el cumplimiento de aquellos deberes, ambos se unan con aquel mutuo amor que la lejanía
no mengua, sino que reanima y exalta en una más sublime palpitación de fe y de virtud. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
a) Eclesiástico (29:22) DESCRIBE LOS ENCANTOS DEL VERDADERO HOGAR: “Mejor es la comida
del pobre, al abrigo de una choza propia, que banquetes espléndidos en tierra y casa ajena. Que
vida más infeliz la del que va hospedándose de casa en casa”.
b) Escribe el Papa pío XII: “Quien desea que la estrella de la paz aparezca y se fije en la sociedad
procure a cada familia un hogar en donde la vida familiar, sana, material y moralmente, logre man-
ifestarse en todo su vigor y valor. Procure que el lugar de trabajo y de habitación, no estén tan
separados que hagan del jefe de la familia y del educador de los hijos, casi un extraño en su propia
casa”. El mismo Papa nos muestra uno de los secretos de la felicidad del hogar: “Cuando, con par-
ticular insistencia la Virgen inculca el Rosario en familia, parece decirnos que es en la imitación de la
Sagrada Familia donde está el secreto de la paz en el hogar”.
HOGAR Y TEMPLO
Pero no basta, discípulos míos, que la hoguera del cariño mutuo y del espíritu de sacrificio caldee a
los miembros de la familia y les comunique un sentir de intimidad, de unión, de paz y solidaridad
para que juntos triunfen en la vida. Debe encenderse, además, otro fuego cuya luz y ardor no es
de este mundo. En todo hogar hace falta un ALTAR en donde arda el Amor Divino. La gracia Sacra-
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Cenáculos del rosario
mental del Matrimonio fue otorgada a los esposos Cristianos para que ellos sean santos en el amor
mutuo, en la donación conyugal, en la solicitud por el hijo que va a nacer, en el cuidado de los hijos
que ya nacieron, en la educación integral y principalmente religiosa de los mismos, es decir, en
toda la actuación de la familia. Porque la Religión no es un vestido que se pone o se quita a voluntad
según las fiestas o las circunstancias. Es preciso que todo el ambiente de la casa se funde en una fe
que lo transfigura todo, y no ensombrece nada.
Magnífico templo el del hogar, si los esposos activan en todas las circunstancias la gracia Sacra-
mental que recibieron. Santo el tálamo nupcial, santas las cunas, santas las camas, santos los cuar-
tos, santa la mesa, santos los regocijos. Y cuando en el Santo Viático, en la hora de la muerte de uno
de sus moradores, visite el Señor la casa, los lienzos más finos, los encajes más ricos, la devoción
más acendrada de los corazones darán un calor y una suntuosidad de templo a la morada.
El hogar es sagrado porque en él viven los esposos unidos por los santos lazos de un Sacramento.
Por eso se le llama TEMPLO, IGLESIA DOMÉSTICA, porque en el hogar, como en un templo, Dios
se hace sentir de manera especial. El centro del templo es el ALTAR, hacia donde todo converge. En
los altares se renueva cada día el sacrificio de la Cruz. En el hogar también hay altares, los corazones
de los que componen la familia. En este altar del corazón se ofrecen cada día sacrificios continuos,
los que imponen la vida en común y el cumplimiento del deber, mutua comprensión, tolerancia de
los demás, trabajos que exigen la educación y, en los hijos, la obediencia y respeto a los padres.
En el templo hay CONFESIONARIO. En la vida de familia, aunque todos tengan buena voluntad,
habrá siempre alguna ofensa, algo que desagrade a los demás. Si hay confesión sincera y señales
de arrepentimiento, deberá haber perdón y olvido generoso, como el de Dios. En el templo hay
PREDICACIÓN. En el hogar también deben predicar los que están constituidos en autoridad para
ello, es decir, los padres. La predicación más elocuente es el ejemplo, después vendrán los conse-
jos, comentarios, lecciones de experiencia, los alientos y las reprensiones. En el templo se da CUL-
TO A DIOS. En el hogar también se dirigen a Dios las primeras adoraciones del corazón del hombre
y se aprende a alabar y servir a Dios. Y para que el hogar se parezca más al templo tampoco ha de
faltar la presencia real de Jesús por medio de la frecuente recepción de la Santa Eucaristía.
Pero, por encima del padre terreno está el Padre Celestial, de quien toda Paternidad desciende. Allí
tiene Dios su trono. El padre no es más ni menos que el representante de Dios Padre, un delegado
que tendrá que dar cuenta de su oficio y recibirá el premio o la sanción merecida. El padre dentro
del hogar tiene también algo de Sacerdote. Como el Sacerdote, debe ser el intermediario que rec-
oge las súplicas de la familia para presentarlas a Dios y atraer sus gracias.
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para reinar sobre sus hijos. Su reinado, tiene un carácter especial es un reinado de amor. El padre
tiene el principado del mando, la madre el principado del amor. En la armonía hogareña la voz
cantante es la de la mujer. El sexo débil es el “fuerte” en el hogar. Sobre la madre pesa todo el “min-
isterio del interior”, del amor, de la fe cristiana. Ella lo rige y lo dispone todo con la seguridad de
su mirada y el pulso firme de un experto timonel. Es fuerte, es incansable, es heroica, porque tiene
plena conciencia de su responsabilidad. El amor materno es el más parecido al Amor de Dios. Es un
amor sin egoísmo. Una madre reina en el corazón de sus hijos y reina aún después de la muerte. La
madre ama a sus hijos, aunque éstos no correspondan a su amor.
La madre nunca debe olvidar que, además de reina, ella es la alegría, el encanto y recreo del hogar.
Gracias a ella, el esposo y los hijos, deben encontrar siempre el hogar, más agradable y acogedor.
Cuando el esposo, cansado por el trabajo, regresa al hogar en busca de paz y tranquilidad, no sólo
busca un hogar acogedor, sino alguien que sepa escucharle y comprenderle: la mujer. Por eso debe
ella tomar interés por su carrera, sus negocios, sus ocupaciones y recrear sus ocios con la delicade-
za de su ingenio y de su amor. Esta situación ideal de la esposa, ama de casa, no siempre se da en
los hogares. ¡Cuántas madres pobres se ven obligadas, si no quieren que la familia pase hambre, a
trabajar también ellas fuera de casa!
Con esta visión del papel del padre y de la madre, luchen, sin cesar, sin desanimarse jamás para que
su casa sea, en verdad, hogar y templo. Den gracias a Dios por el hogar que tengan, y oren y ayunen
por esos millares y millares de personas que viven, lejos de sus hogares por culpa de guerras y guer-
rillas; por tantos niños inocentes que han sido abandonados o abortados, y también por los adultos
que como único recuerdo no pueden acariciar de él, más que unas ruinas, ya que algún desastre
natural, un terremoto, una inundación, se llevó su hogar. Ustedes, discípulos míos, esfuércense
siempre por atraer al Espíritu Santo a todos los hogares. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
que obre bien”, dice San Pablo.
Pregunta: ¿Cómo tener paz en mi familia? Respuesta: ¡Evita todo lo que turba esa paz familiar!
a) En primer lugar: la CÓLERA, la SOBERBIA. Dice Proverbios (15:18) “El hombre violento provoca
disputas, el lento a la ira aplaca las querellas”.
b) También la MURMURACIÓN es enemiga de la paz: “Al soplón de lengua doble, aléjale de ti, que
ha perdido a muchos que vivían en paz”, enseña Eclesiástico (28:13).
c) LA CODICIA Y EL AFÁN DE RIQUEZAS Y LUJOS roban la paz del hogar. Proverbios (15:16 y 17:1)
sentencian: “Mejor es tener poco con temor de Dios, que gran tesoro con inquietud”. “Mejor es un
pedazo de pan en paz, que casa llena de festines en disputa”.
e) LA BENIGNIDAD, al contrario trae PAZ: “Una respuesta suave calma el furor, una palabra hiriente
aumenta la ira. Lengua mansa, árbol de vida, lengua turbulenta rompe el corazón”. Proverbios (15:1
y 4).
CONCLUSIÓN: ¡No rompamos con palabras hirientes, la paz del corazón de nuestros padres, hijos,
esposo o esposa! ¡Sea nuestro hablar dulce, suave y amable, la garantía más segura de que haya en
el hogar paz!
b) Se lee en la IMITACIÓN DE CRISTO: “El que está en paz no piensa mal de nadie. En cambio el
descontento o inquieto es atormentado por muchas sospechas; ni descansa él ni deja descansar a
los demás”.
c) “La paz, nos recuerda el Beato JOSÉ ESCRIVA DE BALAGUER, es consecuencia de esa lucha
íntima que cada Cristiano debe sostener contra todo lo que, en su vida, no es de Dios: contra la so-
berbia, la sensualidad, el egoísmo, la superficialidad, la estrechez de corazón. Es inútil clamar por el
sosiego exterior, si falta tranquilidad en las conciencias, en el fondo del alma”.
d) El “Mensajero de la Paz Juan Pablo II”, nos enseña que nuestra paz debe ser triple: “Paz con Dios,
efecto de la justificación y alejamiento del pecado; la paz con el prójimo, fruto de la caridad difun-
dida por el Espíritu Santo; y la paz con nosotros mismos, la paz de la conciencia, proveniente de la
victoria sobre las pasiones y sobre el mal”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
mamás. Ellas son la llama, el corazón de la familia, y los ángeles de la guardia de su alma Cristiana.
Una madre santa hace santa a su familia.
Por eso les hago esta invitación: “Quiten el pecado que está en medio de su familia”. El pecado se
presenta bajo tantas formas. Hay hogares donde ha penetrado la pornografía o las malas revistas;
en otros, el hablar sucio o el alcohol; en otros reina entre los cónyuges la sospecha o la infidelidad,
en otros, la falta de fe por dar cabida a la superstición, de esperanza, de mutuo cariño. En otros, la
violencia física y el abuso de los niños, y la destrucción de éstos desde el vientre materno.
Hay hogares que pecan por omisión. Hogares en donde no se ora, ni por la mañana, ni por la noche,
ni antes de las comidas. Hogares en donde la familia no se reúne para el rezo común del Santo Ro-
sario. Hogares llenos de ruido, en donde todo el día a alto volumen, están prendidos la radio o el
televisor. Hogares sin Misericordia, en donde el pobre, el necesitado no es bienvenido. La misión de
la madre es precisamente ésta: quitar el mal, poner de nuevo el bien.
La fe puede estar como un fuego bajo las cenizas: lánguida y moribunda. Pero con paciencia, con
buena voluntad, aclarando las dudas, dando testimonio de la Luz, se logra reactivar el fuego hasta
que todos reconozcan que es mil veces mejor vivir bajo la sonrisa de Dios que alejados de Él. Para
que la madre logre esta obra de saneamiento, debe usar los medios que el Señor ha puesto a su dis-
posición: la oración, las pequeñas penitencias y los Sacramentos. “Un ciego no puede guiar a otro
ciego”, les advertí. Que arda primero la madre en fe, esperanza y caridad, y logrará, “soplando”,
reactivar el fuego Divino en su familia. Cuando una madre vive de Dios y en Dios, su oración se hace
todopoderosa porque Dios mismo obra en ella.
Madres, así quisiera yo verlas a todas maestras en el bien y en la verdad y sus hogares transforma-
dos en centros donde Yo puedo sanar a otras familias. Sean las mamás siempre muy solícitas en dar
a sus hijos aquella instrucción religiosa de la cual ellas mismas, más adelante, se beneficiarán por la
buena conducta de sus hijos. A todos les suplico: ámense mucho y sean siempre buenos y amables,
porque la bondad es la Divina virtud que les hace semejantes a Mí, Jesús.
Papás y mamás: sean pacientes con sus hijos, especialmente con aquellos que cayeron, quizás
gravemente, en vicios o desordenes morales, o atraviesan graves crisis de depresión o de identi-
dad. No empujen a ninguna alma, confiada por Mí a su cuidado, a la desesperación: no echen a na-
die de su corazón. ¡Hace falta tanta delicadeza para no estropear la obra salida de la mano de Dios!
Dadles la esperanza comprometida por tanta noche que les rodea. Revístanse de mi paciencia y de
mi dulzura para tratarlas con miramientos y ayudarlas a dirigir todos sus, a veces escasos, esfuerzos
hacia el Cielo.
No olviden jamás su alta responsabilidad de educadores. ¡Les están confiadas almas! Las miras
personales de ustedes no son necesariamente las Mías. Tengan cuidado de creerse justos en sus
acciones y tranquilizados en sus conciencias. Cuándo un alma sufre, hay que administrarle un me-
dicamento ¡con suavidad! Si alguien se está hundiendo en un pantano ¿le van a negar una vara para
que salga de ella? ¿O le van a decir: arréglese, no tenía por qué arriesgarse tan lejos? ¿Van a ago-
biarla de reproches cuando no saben el grado de purificación que se está realizando en esta alma?
Si le rehúsa el medicamento necesario a su enderezamiento, ella se inclinará cada vez más hacia la
tierra, tendrá cada vez más dificultades para volverse a levantar. Entonces se puede temer lo peor,
el desaliento es un veneno; alguien, creyendo actuar bien, habla con palabras que no atraviesan la
pared en el corazón ensombrecido, por ser palabras y reproches duros.
Si un alma ya no es capaz de ver y dirigirse sola, ustedes que llevan la entera y plena responsabilidad
de ella, deben intervenir inmediatamente. ¡Echadla en mis brazos, a la fuerza si hace falta! Sacadla
de su marasmo, es vuestro papel ante Mí. Dadle este sentido de lo que Yo espero de ella, sed con-
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Cenáculos del rosario
fianza y luz para su desamparo, dadle la posibilidad de solucionar tal o cual problema, a fin de que
no se sienta inútil.
Un retorno al equilibrio espiritual, momentáneamente roto, será la recompensa. Comprenderá en-
tonces, ya con mucha más serenidad, que mi Presencia a su lado, hecha tangible gracias al amor de
sus padres, no es una palabra vana y todo en ella se irá apaciguando. Así sea”.
b) El humilde se siente más bien indigno de los dones de Dios: “Señor, protesta el centurión yo no
soy digno de que entres bajo mi techo” (Mateo (8:8).
c) El humilde es aquel que es totalmente “sumiso a Dios”. “Buscad a Yahvéh, exhorta el profeta So-
fonías (2:3) vosotros todos, los humildes de la tierra, que cumplís sus Leyes”.
d) El humilde, en fin, no se estima superior a los demás, sino que se mantiene en constante dis-
posición de servicio: “El que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y
el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos”, advierte Jesús en el evangelio de San Marcos
(10:43-44).
¿Qué tienen que ver con la virtud de la humildad, los pleitos y cóleras que se suscitan entre las
personas? ¡Mucho! Enseña la Biblia que, tal como la humildad ablanda la ira de Dios, también la
humildad entre nosotros evitará muchos disgustos.
En el Segundo Libro de las Crónicas (12:7) está escrito: “Cuando Yahvéh vio que se habían humil-
lado, dijo: Por haberse ellos humillado no los destruiré y no se derramará mi cólera”. Asimismo,
cuando un hombre reconoce su culpa, cuando se humilla y pide perdón, están dadas las mejores
condiciones para llegar a una sincera y pronta reconciliación.
“Una respuesta suave, leemos en el libro de los Proverbios (15:1-4), calma el furor, una palabra
hiriente aumenta la ira. Lengua mansa es un árbol de vida, lengua de víbora, destroza el corazón”.
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En Efesios (4:2) San Pablo nos exhorta que nos comportemos “con toda humildad, mansedumbre
y paciencia, soportándonos unos a otros por amor”.
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
Los Santos, unánimemente, exaltan la excelencia de la HUMILDAD. San Agustín dejó escrito: “La
doctrina de Cristo no está en la abundancia de palabras, ni en el arte de disputar, ni en el afán de
alabanza y gloria, sino en la verdadera y querida humildad, que Jesucristo abrazó vigorosamente
y enseñó desde el seno de su Madre hasta el suplicio de la Cruz”. Y SAN ALBERTO MAGNO dice:
“El verdadero humilde siempre teme la gloria, y cuando ella se presenta, se entristece abrumado”.
Escribe SANTA TERESA DE ÁVILA: “Mientras más se rebaja un alma en oración, más la sube Dios”.
Antes de pedirme perdón o antes de confesarse, es necesario que haya paz entre ustedes, o por lo
menos que hayan intentado hacer la paz, pues sólo así obtendrán mi perdón total. ¿De qué les sirve
ir a acusarse, a los pies del confesor, de sus impaciencias, de haber faltado a la caridad, de haberse
encolerizado si habiendo tal vez roto, por su actitud, la amistad con personas que están unidas a
ustedes por lazos de parentesco y de sangre, no se toman ustedes el trabajo de restablecer la ar-
monía y la paz? Justamente por eso les he dicho: “Si vienes al altar para hacer tu ofrenda y notas
que alguien tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda, anda a reconciliarte con él y luego vuelve a
presentar tu ofrenda a Dios”.
Discípulos míos: ustedes saben que la muerte anda a su lado y que en el momento menos esperado
puede asestar su golpe mortal. Pues bien, si quieren un juicio benévolo de parte de Dios, perdón-
ense siempre mutuamente: “Que el sol no se ponga sobre su cólera”. A veces, el hecho de reanu-
dar la amistad con ciertas personas puede perjudicarles moral o espiritualmente; en estos casos es
mejor no frecuentarse más y que cada uno se quede en su casa, con tal que no se niegue el saludo
ni un servicio en caso de necesidad, y que se siga amando a esas personas, conservando siempre
cierta reserva.
Pero nunca olviden que deben actuar con los demás de la misma manera que ustedes quisieran que
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Cenáculos del rosario
los demás actuaran con ustedes. Si observan las leyes de la buena educación con todo el mundo
les será fácil mantener una armonía sólida y sincera y si observan el Evangelio y la práctica de la
caridad, la armonía perfecta se logrará tal como Yo la deseo: Si por culpa del temperamento o del
carácter surgiera un disgusto, o si debido a inesperados problemas llegara a faltar la paz, tengan el
deseo y la premura de restablecerla cuanto antes. No importa que la ruptura haya sido provocada
por otros. Lo importante es que la armonía vuelva a reinar entre todos, para que todos a su vez,
puedan estar en paz con Dios y que con tranquilidad puedan presentar su ofrenda al altar, con la
seguridad que será acogida y bendita por Dios.
COMPLACER AL PRÓJIMO
Discípulos míos: Aprendan a escuchar, recibir y poner en práctica las sugerencias que les vengan
de otras partes, pues, con frecuencia hablo Yo por medio de estas personas bien intencionadas.
Aceptar los deseos del prójimo es señal de humildad, de bondad, de gentileza y de caridad. Si tú
aceptas los consejos de los otros, los otros aceptarán los tuyos y se creará esa armonía que es paz y
concordia, es decir, unión de corazones.
Amen la concordia que tanto agrada a Dios. ¡Vivan siempre corazón a Corazón con Él y corazón a
corazón con los hombres, con su prójimo, siempre dispuestos a escucharlo, a perdonarlo, a hacerle
el bien! Sean indulgentes con todos. La indulgencia es Misericordia, es altura de corazón, es mag-
nanimidad. Nunca miren al pasado si no es para recordar las cosas bellas y la Misericordia de Dios
para con ustedes. ¿De qué sirve recordar el mal recibido? ¿Les gusta, acaso, que les recuerden sus
propios errores? Estos, una vez bien confesados, es conveniente olvidarlos todos, porque Dios tam-
bién, cuando perdona, olvida. Y si Él ha perdonado y olvidado, ¿por qué ustedes no quieren olvidar?
Ocupen sus pensamientos en cosas más útiles. Piensen en la eternidad que les aguarda; piensen en
aumentar la virtud y la perfección. Piensen cómo pueden, cada día, ayudar a hacer el bien y dejar
contentos a los que están cerca de ustedes. Utilicen bien el tiempo tan precioso que pasa tan rápido
y no vuelve. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
adelante el grandioso compromiso de su Matrimonio, de cambiar el agua ordinaria y banal de su
vida, en un vino generoso y alegre, presagio, asimismo, del gran festín de las Bodas Eternas.
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
La inmensa necesidad que tienen los esposos de Jesús Eucaristía, es maravillosamente ilustrada
por SAN AMBROSIO: “Si quieres curar tus heridas, Él es Médico. Si estás ardiendo de fiebre, Él
es Manantial. Si estás oprimido por la iniquidad, Él es Justicia. Si tienes necesidad de ayuda, Él es
Vigor. Si temes la muerte, Él es la Vida. Si deseas el cielo, Él es el Camino. Si necesitas refugio de las
tinieblas, Él es la Luz. Si buscas manjar, Él es Alimento”.
La Imitación de Cristo dice: “Cuando Jesús está presente, todo es bueno y nada se hace difícil; mas
cuando está ausente, todo es duro.
El Matrimonio puede compararse con una lámpara de aceite. Ésta, para que se mantenga encendi-
da necesita aceite de lo contrario se extingue la llama. Así es el Matrimonio; necesita el alimento de
mi Carne y de mi Sangre para que no se extinga el amor. Entre más se alimenten de Mí, más fuerte
será su unión.
Esposos: ¡Con cuántos bienes más preciosos enriquezco Yo a sus almas en la Sagrada Comunión!
Felices aquellos que, secundando mis amorosas intenciones, saben valerse de este medio tan efi-
caz de santificación y de salud familiar. ¡Ojalá den siempre este bello y edificante espectáculo de
acercarse juntos y con frecuencia a la Sagrada Mesa! Volverán, entonces, de la iglesia a sus casas,
llevándome al hogar doméstico a Mí, su Jesús, y Conmigo a toda clase de bienes. Y cuando les lle-
guen los hijos, esos pequeños que ustedes deberán educar y formar en su misma fe y amor a Jesús
Vivo y real en la Eucaristía, acérquenlos desde su edad temprana a Mí en el Sagrario y en la Comu-
nión, persuadidos de que no existe medio más poderoso para preservar la inocencia de sus niños
que ésta. Su ejemplo personal será para ellos, sus hijos, la lección más elocuente y persuasiva.
Hombres casados: Bien saben ustedes que hay enfermedades y situaciones especiales en la vida
de la mujer que impone a ustedes, amándose como en el primer día y deseando vivir siempre Cris-
tianamente, un período de tiempo, más o menos largo, de continencia perfecta. Entonces, para
conservar la fidelidad en su indefectible perfección, en su exquisita delicadeza, es preciso que su
amor sea fuerte, que su fe sea viva. Llegó la hora, entonces de vigilar, luchar, orar y de fortificar más
que nunca, el alma, el corazón y los sentidos con el Alimento Divino de la Santa Comunión.
Esposos y esposas: puede darse otra situación, más difícil todavía, ¡qué Dios aleje de ustedes, si
es posible, semejante prueba!, en la cual tendrán mayor necesidad y urgencia de recurrir al Pan
Eucarístico. Es la hora en que su amor conyugal deberá elevarse y sublimarse a la altura de un amor
genuinamente Cristiano, que supera incomparablemente al pobre amor meramente humano,
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Cenáculos del rosario
siempre más o menos egoísta. Es la hora en el cual su amor conyugal, cual piadoso samaritano, de-
berá inclinarse sobre el cónyuge caído en infidelidad, para socorrerle, para perdonarle, para curarle,
para consolarle, para amarle como Yo les amo a ustedes. La asistencia mutua afectuosa, el perdón
y la comprensión, los cuidados y las oraciones serán entonces dulce bálsamo sobre las llagas, aún
las más profundas. A quienes así se elevan, luchan y oran, Dios nunca les negará su Gracia con tal
que no dejen de acercarse a la Mesa Eucarística con la mayor frecuencia posible. Allí, después de la
Comunión, ábranme sus corazones, cuéntenme sus penas, me confiarán sus hijos para que Yo les
bendiga.
¿Por qué, creen ustedes que Yo estoy en la Eucaristía? Muchas respuestas pudieran darse a esta pre-
gunta; pero hay una que las resume todas: ¡sencillamente porque les amo y deseo que me amén! Mi
Amor fue el motivo determinante de la institución de la Eucaristía. Mi amor al Padre, para reparar-
lo, desagraviarlo y pedirle permanentemente perdón desde todos los Tabernáculos por los pecados
de ustedes. Y mi Amor por ustedes.
¿Qué hubiera sido, pobres de ustedes, si Yo, su Salvador me hubiese contentado con vivir con ust-
edes solamente el tiempo de mi vida mortal? Hubiese sido ya, sin duda, una gran Misericordia y
suficiente para merecerles la salvación eterna; pero no impediría que hubieran sido los más des-
graciados de los hombres. Porque sin la Eucaristía el Amor de su Jesús no sería más que un Amor
de muerto, un Amor pasado, que bien pronto olvidarían. Porque el amor tiene sus leyes y sus ex-
igencias. El amor, tal como Dios lo ha puesto en el fondo del corazón humano, pide tres cosas: la
presencia o sociedad de vida, la comunidad de bienes y la unión consumada.
El dolor del amor verdadero, su tormento, es la ausencia. El alejamiento debilita los vínculos del
amor, y por muy arraigada que esté, llega a extinguirla si se prolonga demasiado. Si Yo estuviese au-
sente o alejado de ustedes, pronto experimentaría su amor los efectos disolventes de la ausencia.
Está en la naturaleza del hombre, ya que es propio del amor el necesitar para florecer la presencia
de la persona amada.
Miren el espectáculo que ofrecían mis pobres Apóstoles y discípulos durante aquellos tres días que
Yo permanecí en el sepulcro. Los discípulos de Emaús lo confiesan, casi han perdido la fe: claro,
¡cómo no estaba con ellos su buen Maestro!
¡Ah! Si Yo no les hubiera dejado otra cosa por ofrenda de mi Amor, más que Belén y el Calvario,
¡pobre Salvador, cuán presto le hubieran olvidado! ¡Qué indiferencia reinaría en el mundo! El amor
quiere ver, conversar y tocar. Nada hay que pueda reemplazar a la persona amada, no valen recuer-
dos, obsequios, ni retratos, nada: todo eso no llena. ¡Bien lo sabía su Salvador! Nada hubiera podido
reemplazar a su Divina Persona: ¡les hacía falta Él mismo!
¿No hubiera bastado mi Palabra? No, ya no vibra; no llegan a ustedes los acentos tan conmove-
dores de mi voz de Salvador. ¿Y mi Evangelio? Es un testamento. ¿Y los Santos Sacramentos no les
dan la vida? Sí, pero necesitan al mismo Autor de la vida para nutrirla. ¿Y la Cruz? La Cruz sola sin Mí
su Jesús, contrista el alma. Y la misma esperanza, sin su Jesús, se convierte en una agonía prolonga-
da. ¿No tienen los protestantes todo eso? Sin embargo, ¡qué frío es el protestantismo!
¡Qué helado está! ¡Falta mi presencia Eucarística!
Esposos: Yo, su Jesús, que les ama tanto, ¿cómo hubiera podido abandonarles a su triste suerte de
tener que luchar y combatir toda la vida para amarse, soportarse y sacrificarse por sus hijos sin mi
presencia? ¡Cuán en extremo desventurado sería su Matrimonio, si su Jesús no se hallara entre ust-
edes, vivo y palpable en el Sacramento de Amor! ¡Míseros desterrados, solos y sin auxilio! Privados
de los bienes de este mundo y de los consuelos de los mundanos, que gozan hasta saciarse de todos
los placeres, una vida así sería insoportable. En cambio, con la Eucaristía, Conmigo Vivo y siempre
a su lado, tanto de noche como de día, accesible a todos, esperándoles dentro de su casa siempre
con la puerta abierta, admitiendo y aun llamando con predilección a los humildes. ¡Ah, sí, con la
Eucaristía, la vida es tolerable, la Cruz llevadera, el éxito asegurado!
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El amor conyugal requiere, además, comunidad de bienes, la posesión común propende a compar-
tir mutuamente así las desgracias como la dicha. Es la esencia del amor y como su instinto el dar,
y darlo todo con alegría y regocijo. ¡Con qué prodigalidad les comunico Yo, su Jesús, mis merec-
imientos, mis gracias y hasta mi misma gloria en el Santísimo Sacramento! ¡Tengo tanta ansia por
darme! ¿He rehusado dar alguna vez? ¡Me doy a Mí mismo y me doy a todos y siempre! He llena-
do el mundo de Hostias Consagradas. Quiero que me posean todos mis hijos. De los cinco panes
multiplicados en el desierto sobraron doce canastos. Ahora la multiplicación es más prodigiosa,
porque es preciso que participen todas las familias, todos los individuos de este Pan. Quiero envolv-
er toda la tierra en una Nube Eucarística, quiero que las Aguas vivas de esta Nube, fecunden todos
los pueblos, todos los hogares, yendo a perderse en el océano de la Eternidad después de haber
apagado la sed de los elegidos y haberlos confortado. Cuán verdadero y enteramente suyo es, por
tanto, Jesús Sacramentado.
La tendencia del amor, por fin, es unir entre sí a los que se aman, es fundir a dos en uno, de modo
que sean un solo corazón, un solo espíritu, una sola alma. Oigan a la madre expresar esta idea, cuan-
do abrazando al hijo de sus entrañas, le dice: “Me lo comería”. Yo, su Jesús, me someto también a
esta ley del amor por Mí establecida. Tras haber convivido con ustedes y compartido su condición
mortal por 33 años, quise Yo, amándoles hasta el extremo, darme a Mí mismo en comida en la San-
ta Comunión y fundirles a ustedes en mi Divino ser. Unión Divina de las almas, la cual es cada vez
más perfecta y más íntima, según la mayor o menor intensidad de sus anhelos y suspiros: ustedes
permaneciendo en Mí y Yo permaneciendo en ustedes. Comulgando se hacen una sola cosa con su
Jesús, y esta unión inefable, comenzada aquí en la tierra por la gracia, y perfeccionada por la Eucar-
istía, se consumará en el Cielo, convirtiéndose en eternamente gloriosa. Entonces todas las exigen-
cias y anhelos de su corazón quedarán satisfechos y no tendrán otra cosa más que desear. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
el VHS? ¿Cómo puede nuestro ojo ver tanta desnudez, sensualidad, mundanería, violencia y vulgar-
idad sin que se contamine y se enlode nuestra alma, sin que se despierten nuestros bajos instintos
y malos deseos? ¿Nos olvidamos que el primer pecado; según Génesis (3:6), comenzó por la vista?
“Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a la VISTA tomó de su fruto y
comió”. ¡Cuántas cosas apetecibles a la vista se nos proyectan desde la pantalla de la televisión! Si
comemos de esos frutos prohibidos, ¡los mismos de siempre que da esta antigua Serpiente!, tam-
bién a nosotros nos echarán los Ángeles del paraíso: es decir, del Cielo.
Job, consciente que “tras el ojo se va el deseo”, “hizo un pacto con sus ojos de no mirar encantos de
ninguna mujer ajena” (Job 31:1). Mientras que Eclesiástico (9:8) amonesta: “Aparta tu ojo de mujer
hermosa, no te quedes mirando a mujer ajena. Por la belleza de una mujer se perdieron muchos”.
¡Cómo no aplicar estos avisos a la televisión que se empeña en exhibirnos, en los anuncios comer-
ciales, en los videos de música, y sin el menor pudor, “belleza de mujer ajena”, más o menos des-
vestida, y en ademán y contorsiones impúdicas y provocantes! Hoy el Eclesiástico escribiría: “No te
quedes mirando mujeres provocantes en la televisión, en el VHS, en el interné o en el celular ya que
por la televisión muchos se perdieron”.
Igual aviso se da a las mujeres en Eclesiástico (42:12): “De ningún hombre te quedes mirando la
belleza”. ¡Cuántas mujeres miran y con su fantasía desean y hasta se enamoran, lo que constituye
un “adulterio espiritual”, de los guapos
b) Nos avisa la Biblia: No confunda libertad con libertinaje, madurez con imprudencia. En Eclesiásti-
co (3:26 y 13:1) leemos: “Quien ama el peligro perecerá en él. El que tocare la brea se ensuciará
con ella”. Y en 11:32: “Por una chispa se levanta un incendio”. Mientras San Pablo en Gálatas (5:1)
explica: “Son llamados a un estado de libertad. Cuidado sin embargo que esta libertad no les sirva
de ocasión para vivir según la carne”.
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¿Saben las madres lo que está entrando en el alma de sus niños en estas horas, para ellas mismas
plácidas y para sus niños supuestamente inofensivas?
¡Cuántas películas de horror, de supuestas ciencias ocultas, de mundos esotéricos, irreales y fanta-
siosos, no se proyectan hoy! ¡Cuántas películas inmorales, sensuales y pornográficas, cuántas car-
tas comerciales que incitan o exaltan el consumo de drogas, alcohol y cigarrillos, cuántas películas
que ridiculizan a monjas, profanan las cosas más sagradas y enfatizan exclusivamente las flaquezas
humanas que, lastimosamente, se ven en algunos pastores de la Iglesia! ¡Cuántos mensajes negati-
vos de vida materialista, lujosa y regalada, cuántas mentiras, cuánta violencia, cuánto erotismo se
grabarán, así, para siempre, en el subconsciente de esos niños!
¿Cómo apreciarán jamás el valor del trabajo honrado, si la pantalla sólo muestra a vagos derro-
chando dinero fácil, gozándose la vida, pero nunca trabajando? Da pena y rabia ver como los padres
se permiten, y permiten a sus hijos ver tanta basura.
Hay niños que matan, a otros niños tan sólo porque lo vieron en la televisión; y niños y niñas que se
meten a “jugar a papá y mamá” tal como lo vieron en alguna película, porque supuestamente esta-
ba reservada sólo para adultos. Y ¡cuántos papás y mamás lloran las desviaciones y depravaciones
morales de sus hijos, o sus enfermedades vergonzosas o su muerte por tentativo de aborto o por
SIDA y ni cuenta se dan que ellos mismos tienen la culpa principal por el permisivismo con el cual
los educaron o se descuidaron de educarlos!
¡Cuán doloroso y trágico es para mi Corazón Divino, ver a tantas almas excluidas para siempre de la
visión beatifica del Cielo, porque aquí en la tierra no supieron renunciar a espectáculos televisivos
que halagaban sus instintos más bajos! ¡Cómo sigue repitiéndose la dramática historia de Esaú que
vendió por un plato de lentejas su derecho a la herencia paterna! ¡Cuán lejos está de la Sabiduría
Divina, este mundo, loco y ebrio de placeres vanos y engañosos, que tan sólo quiere gozar y apartar
de sí el Espíritu Santo!
Discípulos míos: Tal como un prudente conductor evita los peligros del camino, mirando con
atención delante de sí, también el hombre debe evitar, en la ruta del cielo, todo lo que pone en
peligro su unión con Dios y, así como se evita, no sólo la mordedura de la serpiente, sino también el
tocarla y aun el acercarse a ella, también es preciso evitar no sólo el pecado, sino la ocasión de pe-
car. Espacioso es el camino de perdición, les advertí en mi vida mortal, y angosto el que conduce a
la Vida eterna, el primero es de ilusión, embriaguez, locura, tentación y pecado, lo prueba la historia
por tanta imprudencia, tanto desatino de tanta caída.
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Cenáculos del rosario
Acuérdense de como cayeron Adán y Eva, y Sansón con Dalila. Acuérdense de Holofernes y Judit,
de Judas y el dinero. Pero el que huye de la tentación y toma el camino recto, triunfa, como José
frente a la esposa de Putifar, como Susana ante sus tentadores. El hombre de hoy no es más fuerte
que sus antepasados. No debe pasarse de listo frente a los trucos siempre nuevos, a los frutos
venenosos, siempre más sabrosos que el Enemigo le presenta. ¿No es sumamente trágico el hecho
que, mientras padres y educadores se desvelan y gastan una vida tratando de inculcar la laboriosi-
dad, la diligencia, la sinceridad, la limpieza en todo sentido, la honestidad, el orden y el dominio de
los instintos, los canales televisivos presentan, servidos a domicilio en bandeja de plata, todos los
vicios y degradaciones, que contrarrestan aquellas virtudes que hacen al hombre más noble, y que
lo diferencian de un mero animal?
¿Cómo pueden extrañarse de la violencia sexual que se desata cada día más, si la causa está a la
“vuelta de la perilla?” ¿Cómo no van a proliferar los problemas de mujeres y niñas agredidas, hasta
en el seno de su misma familia, si por pantalla se está asimilando, a cada rato, la pornografía que
incita a tales actos? ¿Cómo van a pretender que sus muchachos y muchachas sean jóvenes puros,
diligentes y laboriosos, honrados, responsables y fieles, padres de familia un día, si ustedes permit-
en que, por medio de tantos programas juveniles se esté implantando en ellos la lujuria, el germen
de la pereza, la vagabundería, la violencia, la sensualidad, el derecho al placer, al dinero fácil y el
alcanzar el poder por medio del robo, la difamación y los deseos torcidos?
¿Cómo van a creer en el Evangelio si se enseña la reencarnación, se busca el poder de los espíritus,
se fomenta las supersticiones y se incita a prácticas de cultos satánicos? ¿Cómo van a creer en el
origen divino de la Iglesia si las películas y telenovelas enfatizan, agigantan y ridiculizan tanto las
debilidades humanas y carnales de algunos de sus representantes, de las almas consagradas y has-
ta de los mismos creyentes?
¡Alerta! Discípulos míos: ¡un intruso les está robando el alma! A toda hora, de día o de noche, y sin
pedir permiso de entrada, la televisión invade la intimidad de su hogar destruyendo su inocencia
violando su pudor y su virginidad. Y sus niños, sus jóvenes, ustedes mismos, pasan horas y horas
diarias frente a esta pantalla chica, como bobos hipnotizados tragándose todas esas imágenes,
paraísos artificiosos y basuras morales que les despiertan ansias y deseos hasta entonces descon-
ocidos ¡Maldita televisión, si no es usada con extrema prudencia y vigilancia! Yo, el Jesús de la Cruz
que di mi vida para su salvación eterna ¿cómo podría aguantar esto y callarme? Hoy quiero decir
claramente a todos: ¡BASTA CON EL ESCANDALO DE LA TELEVISIÓN! ¡Urge reaccionar! El solo
rezar no basta si después no actúan.
¡Alerten a las autoridades responsables, civiles y religiosas! ¡Despierten a la opinión publica! ¡Pro-
testen, llamando o escribiendo, a los canales de televisión! ¡Dejen de comprar aquellos produc-
tos, sean jabones o pantalones vaqueros, que se anuncian por medio de comerciales eróticos y
obscenos! Es este el único lenguaje que estos señores entienden, el único argumento a los cuales
están sensibles. ¡El escándalo por la televisión y los otros medios de difusión ha durado bastante!
Por estos medios la obra de muerte penetra en todos los hogares.
Los más Cristianos no están preservados del contagio. Esta marea de fango contribuye a pervertir a
la inexperta juventud y perturba hondamente las conciencias que a pesar de todo, guardan un sen-
tido moral profundo. La inmoralidad tiene que desaparecer si se quiere salvar lo que todavía puede
ser salvado. ¡Reaccionen padres de familia quien se calla, consiente y se hace cómplice de la per-
dición eterna de tantas almas! No se rindan frente a los “dioses” de la televisión. No se desarmen,
no se desesperen. Tomen la situación en mano. En su casa mandan ustedes. Son ustedes, después
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
de Dios, los únicos “capitanes de su barco”. No toleren que intrusos vengan a destruir la paz, el equi-
librio, los espacios de oración de su hogar y las mentes puras de sus hijos. Permitan, si quieren, la
televisión para ver las noticias, para los programas francamente positivos y de sana diversión. Pero,
desde cierta hora, APAGUEN esa cajita. No se hagan esclavos de ella.
Vuelvan, les suplico, a la HERMOSA VIDA DE FAMILIA que la televisión mató. Que vuelvan a reso-
nar en sus hogares las alegres risas de los niños, los cantos de los jóvenes, vuelvan a tener tiempo
para dialogar, para escucharse unos a otros. Vuelvan sobre todo, a encontrar tiempo para rezar en
familia, para leer un pasaje de la Palabra de Dios, para desgranar lenta y devotamente, las cuentas
del Santo Rosario. Volverán entonces la alegría, la paz y el dulce cariño mutuo a florecer en su hog-
ar, volverá a sonreír el porvenir de su querida patria. Volverán a admirar el atardecer y las estrellitas
brillaran nuevamente en su cielo, porque el ALMA de su familia estará nuevamente bajo mi Sonrisa
y bendición de su Dios y Salvador, y bajo el seguro manto de la Madre del Cielo, en el refugio de su
Inmaculado Corazón. Así sea”.
b) Que bien queda a los casados el consejo que da el Apóstol SANTIAGO (5, 13): “¿Hay entre vo-
sotros alguno que esté triste? que se recoja en oración”. Y el que da San Pablo, en 1Tesalonicenses
(5:17): “orad sin interrupción”. Es decir que nunca se cansen de implorar a Dios.
610
Cenáculos del rosario
como CONSAGRADOS para los deberes y la dignidad de su estado. Mediante este Sacramento, el
Salvador de los hombres y Esposo de la Iglesia sale al encuentro de los esposos Cristianos, perman-
ece con ellos, les da la fuerza de seguirle llevando su Cruz, de levantarse después de su caída, de
perdonarse mutuamente, de llevar unos las cargas de los otros, de estar sometidos unos a otros en
el temor de Cristo y de amarse con un amor sobrenatural, delicado y fecundo. En las alegrías de su
amor y de su vida familiar les da, ya aquí, un gusto anticipado del banquete de las bodas del Corde-
ro. La fecundidad del amor conyugal se extiende a los frutos de la vida moral, espiritual y sobrenat-
ural que los padres transmiten a sus hijos por medio de la educación. Los padres son los principales
y primeros educadores de sus. hijos. En este sentido la tarea fundamental del Matrimonio y de la
familia es estar al servicio de la vida”.
Oigamos, por fin como ensalza el SANTO CURA DE ARS el poder de la oración: “Con la oración todo
lo podéis, sois dueños, por decirlo así del querer de Dios. No nos extrañe, pues, que el demonio
haga todo lo posible para movernos a dejar la oración o mermarla, pues sabe mejor que nosotros,
cuán temible sea ella al infierno y cómo es imposible que Dios pueda negarnos lo que le pedimos al
orar. ¡Cuántos pecadores saldrían del pecado, si acertasen a recurrir a la oración!”
¿Por qué creen ustedes que hoy día fracasa un porcentaje tan espantosamente alto de Matrimonios
y por doquier no se oye más que de separaciones, divorcios, infidelidades o convivencias que se han
trocado en un infierno anticipado? Simplemente porque los esposos se olvidaron que “SIN MÍ NO
PUEDEN HACER NADA”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
discípulos míos, a la oración bajo cualquier forma, sea que les ponga en comunicación con Dios
por medio de sus enseñanzas, sea que les eleve hasta Él para pedirle su ayuda, sus consejos, su
discernimiento, sea que les compenetre con su luz para hacerles ver su grandeza, su bondad y su
Misericordia, sea que les muestre su nulidad.
Cada mañana, apenas despierten, pónganse de rodillas al lado de la cama y supliquen al Señor
la fuerza de no fracasar en su misión de hoy: “Ayúdame Señor a ser un buen padre, una cumplida
madre de familia, fiel, generosa, paciente y amable, valiente y humilde. Ayúdame hoy a dominar
mi carácter. ¡GRACIAS, PADRE: POR HABERME CREADO! Quiero ser hoy un(a) buen(a) hijo(a) tuy-
o(a) que no entristezca hoy tu Corazón Paterno con una conducta indigna de Ti, Quiero ser más
bien para Ti un pequeño consuelo y aliento en medio de tantas amarguras que recibes de tus hijos;
¡GRACIAS JESÚS POR HABER MUERTO EN LA CRUZ POR MÍ! Quiero vivir hoy según tu Palabra
y aprovechar plenamente la fuerza regeneradora de tus Sacramentos y especialmente la del Ma-
trimonio y ojalá la de mi COMUNIÓN DIARIA. ¡GRACIAS ESPÍRITU SANTO POR TUS ESFUERZOS
INCESANTES, TRATANDO DE SANTIFICARME!, ¡ay de mí, que te resisto tanto! Como María quiero
ser hoy fiel y dócil a tus inspiraciones, y que lo sean también mis hijos.
¡GRACIAS, MADRECITA DEL CIELO, POR HABERME ACEPTADO COMO MADRE AL PIE DE LA
CRUZ!
Cuántos dolores y desvelos te está costando mi pobre alma que al menos hoy no haga llorar tus
dulces ojos. Me cobijo, más bien toda mi familia y yo, hoy bajo tu manto poderoso, comprometién-
dome a rezar, junto con ella, a diario el Santo Rosario. Y GRACIAS A TI, ÁNGEL DE MI GUARDA,
POR TU CONTINUA SOLICITUD AMOROSA, VIGILANCIA, AMISTAD Y DEFENSA. Hazme dócil hoy
a tu voz ¡y que seas el guardaespaldas de mis hijos!”
Esto es rezar. Algo profundo, íntimo, y sincero, un grito que brota de lo más profundo de un alma
humilde y necesitada. Oraciones que no brotan del corazón del hombre no llegan al Corazón de
Dios. Oraciones apresuradas, distraídas, mecánicas, que tan sólo salen de los labios ¡no llegan si-
quiera delante del Trono del Altísimo Señor y Padre! Son como el humo del sacrificio de Caín que se
arrastraba por tierra, mientras que el de Abel subía al Cielo.
La fuerza de su oración, discípulos míos, depende del grado de unión que ustedes tengan Conmigo.
Mientras más excluyen de su vida el pecado, más me amarán, más eficaz será su unión Conmigo
y más mi Padre les amará. ¿No dice la Divina Palabra, que Dios da su Espíritu Santo a quienes le
obedecen? Entonces su oración será como una orden a la que mi Padre Celestial se verá obligado
a obedecer como a Sí mismo. Dios no niega nada a los Santos porque ellos no le niegan nada a Él.
Refuercen, pues, cada vez más sus lazos con Dios, procurando esa perfección que el Padre desea
de cada uno y de un modo particular de quien ha sido favorecido con gracias de predilección. Su
Matrimonio se convertirá en un baluarte de salvación para todos sus componentes, contra el cual
las fuerzas del mal no prevalecerán.
612
Cenáculos del rosario
¡Cómo me gustaría además que cada día, al toque de las tres de la tarde, Hora en la cual entregué
mi vida en la Cruz por ustedes, se hincaran un momento, estén en donde estén y sin respetos hu-
manos, para implorar mi Misericordia y ofrecer al Padre mi Sangre y las Lágrimas de mi Madre
Santísima, para los más necesitados de la Divina Misericordia!
Cuando un alma se olvida de sí misma para darse a los demás y ayudarlos, Yo quedo conquistado
de tal modo que inmediatamente me ocupo de ella, de sus necesidades espirituales y materiales.
Le aumento la caridad hacia el prójimo y con ella la gracia hasta el punto de hacerla casi heroica.
Vivan Conmigo, vivan en Dios, hijos míos. Renueven a menudo estos encuentros amorosos con su
Padre Celestial. Alumbren con fuego nuevo su corazón al soplo divino del Espíritu Santo, para que
puedan gustar en su integridad la belleza de una vida espiritualmente practicada. No les espantará,
entonces, el largo camino sembrado de zarzas y de espinas. Es un camino que Yo también he recor-
rido, y ustedes, caminando tras mis huellas no sentirán todo el dolor. Los tengo de la mano como
a niñitos, no tienen más que seguirme y amarme. Una jornada pasada en compañía Mía es ¡una
jornada llena de alegría!
Yo estaré en medio de ustedes para obrar milagros de gracia. No se preocupen por nada. Les
ayudaré y les iluminaré, pero sobre todo les hablaré al corazón de cada uno. Me harán el regalo de
su mente, de su corazón y de su voluntad y Yo haré el resto. También mi Mamá estará en medio de
ustedes como Maestra y guía. Confíen en Ella y déjense dirigir. Corran, pues, discípulos míos, con
su oración al lado de cada uno de los necesitados de la tierra. Hagan de intermediarios junto a Dios
suplicándole por todos. Unan su oración a la que incesantemente elevan en el Paraíso los Ángeles
y los Santos y a la de las almas del Purgatorio que tanto quiere mi Corazón. Únanse a la oración
incesante que se eleva en el altar en la Santa Misa y a la oración de la Iglesia universal. Agradézcan-
le pues al Señor este don de la oración y piensen cuán inmensamente más grande será su alegría
cuando vean a Dios cara a cara en el esplendor de la gloria, cuando Dios será su recompensa y se dé
a todos y a cada uno en particular con la inmensidad de su alegría para siempre.
Discípulos míos: una jornada pasada en mi compañía aporta mucha alegría a las almas y mucha
consolación para Mí. Quisiera que todas sus jornadas estuvieran plenas de alegría ya que están
plenas de Dios. No se olviden jamás de esta verdad: a medida que su corazón se vaya vaciando de
las cosas frívolas y de escaso valor, se abrirán camino las cosas de valor eterno e infinitas y al mismo
tiempo desaparecerá el dolor, no por sí mismo, pues el dolor es inherente a la vida y por eso insupri-
mible, sino que entrará esa alegría serena e inconfundible con las alegrías y tristezas del mundo, la
cual hace gustar del paraíso en la tierra.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
LA NOCHE EN ORACIÓN
¿Recuerdan cómo Yo pasaba la noche en oración, Yo, que siendo Dios como el Padre y como el
Espíritu Santo, no habría tenido necesidad de orar? Debía darles el ejemplo, decirles la necesidad
de oración, incitarlos a unirla al sacrificio para hacerla más eficaz y más agradable al Padre. Hay
almas enteramente consagradas a Mí, que pasan la noche en adoración, y Yo quisiera que aumen-
tase el número de esas almas, imitadoras de mi Mamá, la que en la casita de Nazaret, oraba con-
migo cuando, libre de mis obligaciones con los Apóstoles, quería dedicarle algunas horas. ¡Oh, mi
Mamá! Cuán bien entendió Ella la reparación nocturna. Encomiéndense pues a Ella, para que sea su
maestra y aprendan de Ella a sacar provecho de todos esos inconvenientes que, considerados en sí
mismos podrían producirles malestar y malhumor, pero que vistos a la luz del amor de Dios y a la de
su encuentro Conmigo, se tornan en un gran consuelo para todos y en provecho para los hermanos.
Recuerden que los anuncios más importantes y las órdenes más urgentes fueron siempre dadas
en las horas nocturnas. Siéntanse, pues, felices de dedicarse a este trabajo que les he asignado y
hagan que estos encuentros sean llenos de Amor. Así sea”.
Aún si el Señor les concediese largos años de vida, escuchen, no obstante, la advertencia que les
dirige: “El hombre sigue en la vejez, y hasta la muerte, el mismo camino que ha emprendido en su
adolescencia”. Esto significa, que si empezamos temprano una vida Cristiana, la continuaremos
614
Cenáculos del rosario
hasta la vejez y tendremos una muerte santa, principio de nuestra bienaventuranza eterna. Si, por
el contrario, nos conducimos mal en nuestra juventud, es muy probable que continuaremos así
toda la vida hasta la muerte, momento terrible que se decidirá por nuestra eterna condenación”.
b) Oigamos al PAPA San JUAN PABLO II en su Carta a los jóvenes: “Jóvenes, ¿cómo callarme ante la
tentación que representa el difundirse de un mercado de la diversión que aparta de un compromiso
serio en la vida y educa a la pasividad, el egoísmo y el aislamiento?
Pero si un joven o una joven sienten dentro de sí el fuego del Amor de Dios, si llevan dentro de sí la
luz de la fe y de este Amor, si de esta llama y de esta luz hacen constantemente una entrega a sus
hermanos, con la oración y el sacrificio personal, entonces estos jóvenes no pierden ni consumen su
propia juventud en el breve espacio de veinte o treinta años. Al contrario perpetúan a través de los
siglos y de todas las generaciones su soplo de juventud, hasta el punto de mantener siempre actual
su ofrenda a Dios, aún cuando se llenen de canas sus cabellos o que las arrugas de la cara hagan
pensar en una vejez incipiente.
¡Jóvenes, sean verdaderamente jóvenes! La sangre que con más velocidad corre en sus venas, el
calor de su corazón, los pensamientos fáciles y veloces que atraviesan su mente, la salud y la ro-
bustez de su cuerpo fuerte deben ser considerados por ustedes como dones de Dios. Pero si se les
abusan, les pueden ser mortales.
Si utilizan estos dones egoístamente porque quieren gozar de la vida, ustedes los despilfarran. Si
los usan para sus hermanos en un sentido meramente humano, serán ustedes bienhechores de la
humanidad. Pero, si ven estos dones a la luz de la fe, si los ponen al servicio de Dios por el bien de
su alma, si los emplean no sólo para ustedes sino para todos, estos dones serán para ustedes fuente
de vida y de perenne juventud. El joven se transforma entonces en un Apóstol, a quien la gloria, los
honores, los placeres nada le dicen pero a quien todo le habla al corazón, una flor, una estrella, un
panorama o cualquier otra cosa bella lo elevarán hasta el punto de hacerle gustar las verdaderas
alegrías. Y sin tener que llegar a ser un San Francisco de Asís, se convertirá en un cantor de Dios,
porque sabrá descubrir en sus criaturas un rayo de su Belleza.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Oh si, bendigo a esos jóvenes, que escuchan mis llamadas de Amor, me ayudan y me siguen. Los
bendigo con sus ideales, con sus afectos, con sus deseos y con sus aspiraciones y también con los
defectos propios de su edad. ¡Qué se acerque la juventud a mi Corazón sediento de Amor! Dios
jamás envejece; por eso a quien lo desee, de joven a joven, le mostraré mi Corazón. Jóvenes, ven-
gan a Mí; les enseñaré a amar. ¿Sueñan con una muchacha? Yo se las elegiré y ella los hará dichosos.
¿No bendije Yo mismo el Matrimonio precisamente al comienzo de mi vida pública? Es cosa buena
bendecir un hogar. Vengan a Mí, los bendeciré y serán felices. Pero, ¡no arruinen ese cuerpo que es
templo del Espíritu Santo y debe ser instrumento de vida y de salvación! Les aseguro que, además
de envejecer antes de tiempo, arruinarán junto con el cuerpo también el alma, que es lo que impor-
ta. Recuérdenlo siempre, el tiempo pasa veloz, pero el alma jamás morirá, y esta es la única cosa
importante que deben hacer: ¡salvarla!
Padres, ¡si supieran cuántos jóvenes se perdieron por desconocer el grandioso don de la fe y de
la Gracia que recibieron en el Bautismo, o porque les daba pereza santificar el domingo, ni apete-
cieron el Pan bajado del Cielo! Creen que la vida es interminable, la malgastan en cosas fútiles y no
piensan en la otra vida, que les aguarda y se acerca ya. Padres, les ruego, les suplico: ayuden a los
jóvenes, salven a tanta juventud que va a la deriva. Hagan todo lo que puedan de su parte y el resto
lo dejen en manos de Dios. Oren, supliquen al Ángel de la Guarda de sus hijos para que les asistan
en esa grave tarea. Oren el Rosario cada noche en familia, apagando el televisor. Aconsejen a los
jóvenes cuanto puedan, háganse sus amigos para que les sirvan de ayuda, y así no se pierda todo.
En una palabra: dense al máximo por los jóvenes con la oración, la penitencia, el ejemplo y la buena
palabra. Mamás, especialmente, sacrifíquense por sus hijos, ustedes que por sus necesidades ma-
teriales saben ser heroicas, séanlo también para sus necesidades espirituales, mucho más trascen-
dentales. Defiendan a sus hijos del mal, presérvenlos de los peligros y allí donde no puedan llegar
con la palabra, lleguen con los sacrificios para que sus hijitos mantengan la fe, la honestidad en sus
vidas.
No duden en ofrecerse como víctimas por la salvación de sus seres queridos, tal como lo hizo Santa
Mónica. Que cada Santa Misa a la cual asistan, sea ofrecida por esta intención. Sepan los jóvenes
que están rodeados de personas que los aman, que oran por ellos y ofrecen sacrificios por su sal-
vación. Yo estoy junto a ustedes. Les agradezco por lo que harán para secundar este mi gran deseo,
y los bendigo. Así sea”.
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Cenáculos del rosario
maltratar a sus padres, esposas e hijos, y por fin a robar y hasta a matar, cuando les urge dinero
para calmar su vicio. Por eso la Biblia advierte: “La embriaguez enfurece al insensato hasta llegar a
los disparates, le quita las fuerzas y es causa de heridas” Eclesiástico (31:30).
b) Precisamente por la gravedad de sus consecuencias, el abuso del alcohol y el uso de las drogas
son gravemente inmorales. San Pablo es categórico: “Ningún borracho entrará en el Reino de los
Cielos” 1Corintios (6:10).
c) Sin embargo la Biblia también enseña “que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se
convierta y viva”. Debemos, pues, echar mano de cuántos recursos dispongamos, para rescatar a
los drogadictos.
b) Los obispos de América Latina reunidos en SANTO DOMINGO, urgieron “impulsar acciones de
prevención en la sociedad y de atención y curación a los drogadictos, denunciar con valentía los
daños que producen en nuestros pueblos la adición y el tráfico de la droga, y el gravísimo pecado
que significa su producción, su comercialización y su consumo. Hacer notar, en especial, la respons-
abilidad de los poderosos mercados consumidores. Promover la solidaridad y la cooperación nacio-
nal e internacional en el condenar este flagelo”.
Todo empieza cuando un supuesto amigo o conocido le pregunta al joven si alguna vez ha probado
drogas. Mira, “hombre”, ¡qué rico! ¡Súper! ¡Algo fantástico! Vos no sois hombre si no has probado.
Ni te imaginas de lo que te pierdes. El joven, claro, primero recela, pero, presionado por el otro,
empieza a pensar: ¿Quizás la droga no sea tan fea como pretenden mis padres? ¿Qué pierdo con
probar? ¡Claro, tan sólo una vez! Para que vean que a mí no me da miedo. Aún trata de salirse del
apuro, protestando débilmente: “pero yo ando sin dinero”. “Hombre, le contesta el otro, ¿para qué
están los amigos? Mira, que te la regalo”. Frente a tanta supuesta “generosidad” el joven cede.
Acto seguido le enseñan el rito, porque de un verdadero rito diabólico se trata, de cómo se fuma un
cigarrillo de marihuana o se prepara una piedra de crack.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
En efecto, el joven se da cuenta, el “amigo” no le ha mentido. Es increíble lo que siente: una ex-
citación cerebral, un bienestar mental, una creatividad, una confianza en sí mismo, jamás antes
probadas. Pero, luego, también un deseo, una ansiedad, cada día, cada hora, más irrefrenable, para
probar otra vez, esta “sensación sin igual”. Hasta que no aguanta más y va en busca de aquel su-
puesto “amigo”. Esta vez, sí, le exigen un pago. Un pago que se hace cada vez más generoso, a
medida que se acostumbra, y necesita dosis más fuertes y tomas más frecuentes.
Para pagarlas se priva de todo lo que no es estrictamente necesario, se endeuda con los amigos,
engaña a sus propios padres con gastos escolares inexistentes; y cuando ni esto basta, se verá for-
zado a robar: primero “cosillas” en su propia casa o en la vecindad, y luego “cosas” que revende a
un precio irrisorio, hasta que llegue aquel día fatal en que ni robando encuentre el dinero necesario
para calmar su terrible ansia de drogas.
Entonces le tienden la última trampa. A cambio de droga gratis, se hará distribuidor: ahora es él
quien irá en busca de los incautos, para hacerles, a su vez, la pregunta: “Oye, ¿nunca probaste
droga? ¡Mira qué rico, qué fantástico!” Él ya conoce lo asqueroso de esas mentiras, pero no tiene
opción. Está atrapado en el terrible círculo vicioso de la drogadicción: vivir para drogarse y drogarse
para seguir viviendo, corrompiendo, de paso, a cuántos tontos útiles logre engañar para lograr su
propósito.
A este punto, la droga ya no es para él ningún placer. La maldice, la aborrece, la odia, porque siente
que cada día lo está destrozando más. Ha perdido peso y autoestima. Se ha puesto pálido y flaquí-
simo. Con ojeras bajo los párpados que asustan cuando se mira en el espejo. Se siente deprimido,
agotado, sin ganas de nada, más que de drogarse nuevamente. El vacío en su corazón es tremendo
y cualquier problema lo evade. Ha perdido el apetito y el interés en la vida, en los estudios, en los
amigos. Tiene asco de sus propias mentiras, de haberles robado a sus padres que tanto lo quieren.
Su conciencia le grita cada vez más que Dios no está contento de él, que se está engañando, que
va camino a la perdición. Ha sido echado de la escuela, sus bienes se hipotecaron, ha perdido su
puesto de trabajo y sus mejores amigos y, quizás, cuántas noches pasó ya en algún calabozo sucio
o en alguna sala de hospital, con su acre olor a éter, y en donde ya no lo quieren recibir.
Si tenía novia, claro, está ya lo dejó plantado y su Matrimonio, si estuviera casado, hace días ya se
derrumbó. Menos mal. Ya es un estéril, sin apetencias sexuales, incapaz de procrear hijos y con un
futuro totalmente cerrado. Endeudado hasta el cuello, asqueado de sí mismo, sólo y enfermizo,
abandonado por los amigos, se encuentra peor que Job sobre su estiércol, y, sin embargo, ¡NO
PUEDE DEJAR DE DROGARSE!
Díganme, pues, discípulos míos: ¿Hay cosa más horrenda que ese cáncer de la drogadicción que
por igual destruye, a hombres y mujeres, a ricos y pobres, jóvenes y adultos, morenos y blancos, a
profesionales, obreros y campesinos, que por igual afecta la salud física y mental de las personas,
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Cenáculos del rosario
su relación familiar y social, hundiéndolos, en un mundo de enfermedad, violencia, engaño, locura
y muerte?
¿Cómo deben ustedes, padres, hacer frente a esta terrible trampa tendida a sus hijos? Tengan, en
primer lugar, la humildad de reconocer el problema. No hagan como los avestruces cuando alguien
le dice: “Vi a tu hijo con gente rara”. Por favor no rechacen indignados, esta advertencia. No pi-
ensen: ¡En mi familia, con mis hijos, esto no puede suceder!
Padres: dejen de soñar. ¿Ignoran cómo este enemigo silencioso e implacable, avanza a pasos
agigantados, principalmente entre adolescentes y jóvenes? ¿Han pensado alguna vez que sus hi-
jos pueden estar más cerca de las drogas de lo que ustedes se imaginan? El colegio o escuela, un
parque, un cine, los amigos, pueden ser la puerta hacia ellas.
Entre todas las drogas, la marihuana es la más consumida y la de efectos más blandos. Allí reside
precisamente su peligrosidad: como muy pronto el organismo se acostumbra a esos cigarrillos,
desea probar algo más estimulante. La marihuana se convierte así, para muchos, en una verdadera
puerta de entrada al consumo de drogas más pesadas.
En cuanto a sus efectos sobre la salud, el consumo prolongado de la marihuana dista lejos de ser in-
ocuo. Baja los niveles de defensas del organismo, aumenta los latidos del corazón y la presión arte-
rial, merma la memoria y la coordinación en los pensamientos. Daña los bronquios y los pulmones.
Favorece la aparición de la angina de pecho y del cáncer. Altera, asimismo, el estado de ánimo, el
comportamiento, y deforma la percepción de la realidad.
El crack o la piedra es una mezcla de drogas mucho más pesadas. Su efecto sobreviene y pasa
rapidísimo, y produce una tremenda ansiedad y ahogo para volver a tomarla. Hay personas que
consumen hasta 30 piedras al día. Esta droga es, por lo tanto, dificilísimo de dejar. Poco a poco de-
genera a sus víctimas, que pierden todo interés, en otra cosa que no sea volver a probarla. Estas son
las personas que más roban y, con tal de conseguir otra dosis de droga, no dudan en matar.
Padres: ¿Comprenden ahora por qué sus hijos deben estar informados y preparados para rechazar
enérgicamente tales venenos, y por qué ustedes deben saber orientar a sus hijos y, juntos, hacerle
frente a las drogas? Empiecen con reconocer los síntomas, que podrían llegar a indicar que un hijo
suyo ha empezado a consumir drogas.
Hay síntomas físicos: Ojos enrojecidos y pupilas agrandadas, palidez, falta de apetito y pérdida de
peso, olvidos, falta de atención, dificultad para concentrarse, risas sin causa aparente. Cualquier
cambio repentino y brusco en la forma de ser y de actuar en un adolescente, deben significar una
alerta para los padres, aunque no hay que olvidar que algunos de estos cambios son propios de la
adolescencia.
Aún más indicativos serán los cambios de carácter: el joven se pone irritable, agresivo, alejado,
silencioso. Se aísla y se enoja por tonterías. Su rendimiento educativo baja. Pierde interés por los
estudios y por las actividades que antes le entusiasmaban: el deporte, el arte, las reuniones famil-
iares. Empieza a dormir mucho, o al contrario casi no duerme. Se vuelve mentiroso. Se enoja o se
pone nervioso cuando se menciona el tema de las drogas. Se aísla y se enfada por cosas simples.
Estén también alertas a ciertos cambios en su comportamiento social: el joven cambia su forma y
estilo de vestir. Se relaciona con un nuevo grupo de amigos, pero no los lleva a casa, mientras que
se aleja de la familia y de los antiguos. Adopta nuevas maneras de hablar y comportarse, así como
expresiones del nuevo grupo. Cambia su costumbre en la hora de llegar y de dormir. Quizás usa
tatuajes, es decir figuras en brazos y otras partes del cuerpo. Puede ser que huela a incienso u otra
fragancia fuerte, que usa para “despistar”. Mentiras, robo de dinero y desaparición de objetos de la
casa. Posesión de mucho dinero y objetos caros.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
¿Qué hacer si descubres que tu hijo está efectivamente usando drogas? Toma el asunto con calma,
valentía y espíritu de fe. Deja los temores a la reacción de los demás. Habla con tu hijo como un pa-
dre, una madre debe saber hacerlo. Sincérate con él de tus sospechas. Si él lo niega y no tienes mo-
tivos por qué dudar de la sinceridad de sus palabras, discúlpate por haberte equivocado y aprove-
cha la oportunidad para informarle sobre las nefastas consecuencias de las drogas y el peligro de
malas amistades: Préstale literatura sobre el tema, o procura que asista a la proyección de alguna
película informativa.
Si al contrario tus sospechas se confirman, dialoga con tu hijo, pero ya con pruebas en mano; para
que note siga mintiendo. No te dejes impresionar por sus excusas, lágrimas y promesas. Hazle sen-
tir tu apoyo, comprensión, ofrécele tu ayuda, pero no dejes de actuar firme. Háblale sin rodeos
de las tremendas consecuencias del enredo en que se ha metido. Exígele romper sin más con sus
malas amistades. Convéncelo de buscar ayuda profesional, ya que solo no podrá salirse de la adic-
ción. Pónganse, sin tardar en contacto con un centro de atención a los drogadictos para que ex-
aminen a su hijo y les indiquen el tratamiento más adecuado. Lo importante ahora no es esconder
el asunto a los ojos de los demás, sino que tu hijo reciba ayuda adecuada y logre desvincularse del
mundo de la droga.
Recurre y confía, sobre todo, en mi ayuda Divina. Es más que nunca hora de recordar que “SIN MÍ
NO PODÉIS HACER NADA”. Pero si me ofreces súplicas, ayunos y penitencias en favor de tu hijo,
además de fomentar en él mismo, un despertar espiritual, le habrás procurado la ayuda más poder-
osa y la esperanza más firme de rehacer su vida. Para Dios nada hay imposible. ¿No les dije: “Venid
a Mí todos los que andáis agobiados y afligidos y Yo les aliviaré?” Ánimo, pues, Yo estoy siempre a
su lado; como el Amigo fiel que nunca falla. Así sea”.
620
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
a) La Palabra Divina infunde en los jóvenes una hermosísima certeza: Dios tiene reservado para
cada uno un cónyuge ideal. Esto, sin embargo, sólo se descubrirá buscándolo honestamente e in-
vocando la ayuda de Dios. A Tobías le dice el Ángel: “Cuando te acercas a ella, levantaos ambos y
clamad al Dios Misericordioso, y os salvará y se compadecerá; no temas, porque Sara estaba reser-
vada para ti desde siempre, y tú la salvarás e irá contigo y de ella tendrás hijos”.
b) Pero, “si uno mira a una mujer deseándola ya fornicó en su corazón”, advierte Jesús. Asimismo,
en Tobías (4:12) leemos: “Guárdate de toda fornicación, y fuera de tu mujer nunca cometas el delito
de conocer otra”. Igual condena para la mujer que provoca al hombre con su vestir impúdico y sus
mañas. De ella dice la Biblia: “Es atrevida y no tiene vergüenza, sus pies no pueden quedarse en
casa. En las calles o en las plazas, en todas las esquinas permanece al acecho. Se echa sobre él y
lo abraza, y muy segura le dice: ¡Ven, mi cama está preparada y perfumada, embriaguémonos de
amor hasta el amanecer! Entreguémonos al placer, porque mi marido no esté en casa. Con pal-
abras tan suaves lo ablanda y sus labios seductores lo arrastran. Al momento él la sigue, como buey
llevado al matadero, como pájaro que se lanza a la red sin saber que en ello le va la vida”. En el libro
de los Proverbios (7:25-26) se advierte: “Hijo mío, no te extravíes por esas sendas, porque numero-
sos son los que ella hirió de muerte, y los más vigorosos fueron todos víctimas suyas. Su casa es el
camino del infierno, el que va bajando hacia la mansión de la muerte”.
621
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
UN TIEMPO DE PRUEBA.
Demasiado grave es el compromiso de fundar una familia, fijar un contrato para toda la vida y
para las cosas más íntimas, obligarse a llevar todas las exigencias de la fidelidad conyugal, de la
procreación y educación integral de los hijos, dolores agudísimos y peligro de muerte para la mujer,
sobresaltos, sudores y luchas para el hombre. Instituyó, pues, Dios, infinitamente sabio, un tiempo
de preparación y de prueba sumamente importante: el noviazgo; e inspiró a su Iglesia a que obligue
a los futuros esposos que sigan un cursillo de preparación.
Dio asimismo, el Creador a los jóvenes de uno y otro sexo, entusiasmo, ideales, fuerzas que se at-
raen mutuamente y de un modo misterioso, una especie de fascinación emocional, que puede ser
peligrosa, pero que en el plan de Dios va dirigido al heroísmo y a la santidad. Estas energías y estas
atracciones mutuas son tan intensas que a veces ciegan. ¡Son muchos los que confunden el grito
carnal y vago de la naturaleza con la llamada personal del cónyuge con quien va a unir el destino!
Cuando el amor, la gran luz de la vida, se trueca en pasión, ¡cómo ciega, entonces, a los corazones
y esparce tinieblas! ¡Cuán fácilmente pasa de las finezas legítimas a acciones indebidas, de la
fusión de las almas a la fusión de los cuerpos! Fascinados por una ilusión, prendida en la telaraña
de hechos consumados, de atractivos fatales, de promesas y juramentos que parecen tan sinceros
como destinados a durar, los novios se enardecen, se deslumbran y se embriagan de una exaltación
ciega, impetuosa e insaciable, entregándose el uno al otro, sin medir seriamente las consecuencias,
a menudo tan tristes y trágicas. ¡Qué distinto el amor a los amoríos! Amoríos: hojas marchitas de
flores distintas. Amores: hojas juntas de una solo flor.
Enamorados, reflexionen. ¡No sean infieles a su alta vocación! No olviden que todavía son solteros y
en cuanto se asome un pensamiento o un deseo que sólo en el Matrimonio se puede satisfacer, de-
ben reprimirlo y poner a raya las ternuras. No se dejen hechizar, ni consientan la cosecha antes que
el fruto haya madurado al calor del Sacramento del Amor. ¿Acaso el pecar juntos puede llamarse
amor: el destruirse uno al otro la presencia del Espíritu Santo en el templo de su cuerpo?
EL FALSO NOVIO.
Inexperta muchacha, si no estás prevenida y atenta, ¡cuán fácilmente te encontrarás con un falso
novio! El verdadero novio calculará todo con seriedad y serenidad, te estudiará con amor creciente
y no se dejará arrastrar por la corriente, ni fascinar por vibraciones momentáneas de sus sentidos.
El falso novio llega movido por tu mera atracción física, por la perspectiva de una aventura ex-
citante, de una halagadora conquista de macho. ¡Qué bien habla, qué atento y amable es!, ¡qué
caballero parece!, ¡qué guapo, quizá! La sed de cariño y de amor, instintiva y natural en ti, unida al
deseo, tal vez, de escapar de un ambiente familiar que te parece sofocante o aburrido conjurarán
para que tu ingenuidad se deje cautivar por frágiles promesas de eterno amor, sueños e ilusiones
que jamás respetará la cruel mano del tiempo.
¡Cuán rápido se evaporará la ilusión; cuán cruelmente el aventurero, atraído ya por otros encantos,
o cobardemente asustado, ante las consecuencias de su irresponsable conducta que ya empiezan
a notarse en tu vientre abultado, de repente te dejará, como se desecha lo que estorba, y sin más
escrúpulos desaparecerá! Y en ti no quedará más que un ídolo frío y desfigurado, que obligará a tu
corazón a deplorar las locas adoraciones que le has tributado. Comprenderás, pero ya tarde, que ni
la mera simpatía instintiva, ni la pasión que enloquece, ni menos la sola atracción física, son el amor
verdadero que ha de mover a la mujer a entregarse.
¡Tonta fuiste, mordiendo a plena boca el fruto prohibido! Ahora en tu seno sientes madurar, día tras
día, el fruto de estos amores ilícitos. ¡Qué triste drama y qué duras y durables sus consecuencias!
Triste, en primer lugar porque gravemente pecaste. Echaste al Espíritu Santo de tu alma. Perdiste,
622
Cenáculos del rosario
además, tu virginidad, el más bello encanto de tu juventud. La puerta que Dios había sellado, la
abriste, no a tu futuro esposo, sino a un aventurero; no al dueño legítimo, sino al ladrón que entró
con ánimo de robar tu primaveral candor y las primicias de tus encantos. Quedaste luego sola, en-
gañada, amargada, desilusionada. Se te abrió una herida que difícilmente se cerrará. Algo en ti ha
quedado destruido, de tu confianza en los hombres, de tu ilusión en la vida. Algo, sobre todo, de la
Divina poesía con la cual Dios quería adornar y perfumar tu vida.
¿Y qué será de tu hijo? Nunca tendrá el apoyo de su padre verdadero; a lo más de un padrastro. Su
vida quedará marcada para siempre por esta falta cruel, insustituible. Nunca conocerá la fiesta del
esperado retorno del padre al hogar cada tarde. Nunca influirá en su alma la voz paternal, con sus
acentos, ora severos y sagrados, ora alegres e inefables ¿Cómo rezará tu hijo el “Padre nuestro que
estás en el Cielo”, si no ha conocido el padre suyo que debería estar a su lado en la tierra, alentán-
dolo con su fuerza y ejemplo varonil?
Y ahora: ¿Cuál joven serio se casará todavía contigo? ¿Qué podrás ofrecerle sino flores ya marchi-
tas, huertos ya profanados, y en vez de un corazón íntegro y sincero, un corazón usado, adulterado
y agitado por otro amor?
Joven, ¡reflexiona! Por una embriaguez, por una rebeldía, por un cálculo equivocado, destruiste
al nacer, el camino que te sonreía tan prometedor. Quedaste, además, desamparada económica-
mente y, quizás, se insinuará en ti, la terrible tentación del aborto. ¡Nunca! A tu desgracia no añades
otra, mil veces peor. No cargues tu conciencia por toda la eternidad con un peso insoportable: ¡Soy
una asesina, tanto más vil que me encarnicé contra un niñito indefenso! Y ojalá, cuando al fin, can-
sada de tantos amoríos, tú, joven, intentas, un día, soñar con un hogar donde se ame de veras,
¡ojalá que el amor verdadero, del que te has burlado tanto tiempo, no se tome, entonces, la ven-
ganza, alejándose de ti para siempre!
Joven, como a la mujer Samaritana que había tenido cinco maridos, Yo, tu Jesús Misericordioso,
he querido abrirte los ojos para que te sean ahorradas muchas lágrimas. Si te hablé claro, fue para
que sepas encauzar la inmensa capacidad de amar que Dios ha encerrado en tu corazón, y no cedas
ante el impulso del momento. Cuánta falta, pues, hace que te dejes guiar por la oración, el dominio
de ti misma y el consejo de quienes Dios puso en tu camino para ayudarte a madurar y a ser feliz,
según el maravilloso plan que Dios te tiene preparado. ¿Hay alguien que te conozca y te ame más
que Él? Así sea”.
623
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
descaradamente: lo que llevas adentro no es todavía un bebé, tan sólo una burbuja de carne, simple
masa de células, tejido adheridos a tu cuerpo de mujer, ajeno a ti. Al desechar este tejido, tú no le
haces daño a nadie”.
Ya consumado el “abominable crimen del aborto” como lo llama el Concilio Vaticano II, quizás la
enfermera se dejará escapar un “¡Sabes, era una niña!” Esta simple observación sacude y despierta,
¡ay!, demasiado tarde, las fibras más íntimas del corazón materno de la joven. Siente de repente,
que fue madre y que la privaron para siempre de un hijo. Para ella empieza así, el grave reproche
interior que, más y más a medida que envejece, le desgarrará, como un cuchillo, las entrañas, que
nunca logrará del todo borrar: has matado, eres una asesina, este niño en algún lugar está, sabe el
daño que le hizo, la vida que le negó. ¡Qué esta lectura sirva para evitar tales terribles dramas de
conciencia!
b) Abortar es privar brutalmente a Dios de la alegría de un hijo que lo hubiera conocido, amado
y alabado. Un niño abortado nunca podrá exclamar con el Salmo (139.13): “Porque Tú, oh Dios,
formaste mis entrañas, Tú me tejiste en el seno de mi madre, te alabaré por el maravilloso modo
en que me hiciste”. Ningún otro pecado, atenta tan directamente contra Dios mismo, lo hiere más
en el Corazón mismo de su paternidad, ya que lo priva, lo despoja brutalmente de todo el gozo y
consuelo que este hijo le hubiera dado. ¡Quién sabe qué gran santo hubiera sido! Por suerte no plan-
ificaba la madre de Santa Catalina de Siena, doctora de la Iglesia. ¡Ella era su hija numero 23! Suerte
también que no decidió abortar una madre, que ya había tenido cuatro hijos, todos deformes y
tarados; porque el quinto niño que le nació fue nada menos que Ludwig Van Beethoven, el mayor
genio de la música clásica romántica, el inmortal autor, de las nueve Sinfonías y de sublimes con-
ciertos para piano y para violín.
c) Abortar significa: dar muerte a un niño que todavía depende de su mamá para sobrevivir. Es un
verdadero asesinato, porque desde la misma concepción existe un nuevo SER HUMANO, como lo
exalta Isaías (44:2): “El que te ha hecho, en el seno materno te formó”. Dios, leemos en Génesis
(9:5), “pedirá cuentas de la vida del hombre al hombre”. Dirá a los padres como antaño a Caín:
“¿Dónde está mi hijo, que hiciste de él?” Pero también este niñito, al que mataron pero que con-
ocerán un día en la otra vida, les preguntará entonces: “¿Por qué, no me dejaste vivir? ¡De cuanta
alegría y consuelo mi vida hubiera sido para ustedes y para Dios!”
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Cenáculos del rosario
se convirtió en el asesino en masa de millones de niños inocentes. Sencillamente ¡porque ha perdi-
do, o nunca conoció, la fe, el sentido, el rumbo de su vida! Aplica el Papa a la mentalidad moderna el
texto de San Pablo en Romanos (1:28): “Como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimien-
to de Dios, Dios los entregó a su mente insensata para que hicieran lo que no conviene”. Y el Papa
comenta: “Cuando se pierde el sentido de Dios, también el sentido del hombre queda amenazado y
contaminado. Viviendo como si Dios no existiera, el hombre pierde no sólo el misterio de Dios, sino
también el del mundo y el de su propio ser. ¡La criatura sin el Creador desaparece!
El hombre no puede ya entenderse como “misteriosamente otro” respecto a las demás criaturas
terrenas, se considera, entonces, como uno de tantos seres vivientes, tan sólo más perfecto y evo-
lucionado. Encerrado en el restringido horizonte de su materialismo el hombre no considera ya la
vida como un DON ESPLÉNDIDO DE DIOS, una realidad “Sagrada” confiada a su responsabilidad,
a su custodia amorosa, a su “veneración”. La vida nueva germinada en el seno de la madre llega,
entonces, a ser simplemente “una cosa”, algo que el hombre reivindica como su propiedad exclu-
siva, totalmente domable y manipulable. El hombre recurre, entonces, a cualquier forma de tec-
nología para programar, controlar y dominar el nacimiento y la muerte. En semejante contexto el
sufrimiento, elemento inevitable de la existencia humana, aunque también factor de posible crec-
imiento personal, es “censurado”, rechazado como inútil, más aún, combatido como mal que debe
evitarse de cualquier modo. Cuando ya no es posible evitarlo, como en el caso de un embarazo, el
hombre no duda ya en reivindicar el derecho a su supresión”.
El aborto, calificado por el Concilio Vaticano II como “crimen abominable” es sancionado por la
Iglesia con la EXCOMUNIÓN. Quedan excomulgados tanto la mujer a quién se practica el aborto,
como el hombre que lo aconseja, lo exige o lo aprueba, como el médico, las enfermeras o quien sea
que lo efectúa, como toda aquella persona que lo aconseja o lo favorece.
Cada nueva existencia es el inicio de una exaltante e irrepetible aventura humana, que para bien
o para mal, para eterno premio o castigo, ya nunca más acabará. En el mismo instante mágico y
asombroso de la concepción, en el cual el espermatozoide del esposo, cual un misil, penetra el óvu-
lo de la esposa y lo fecunda, normalmente nueve meses antes de nacer, el Padre del Cielo, a esta
donación, responde con un don todavía mayor: un alma, humana y divina a la vez, cuyo rostro es
llamado a reproducir la imagen de mi Hijo Divino, Jesús.
Mujer embarazada, este don frágil y precioso que germina en tu seno, ¡es tu Dios que te mendiga
hospitalidad, por nueve meses, para un hijo suyo! Estás, por tanto, alquilando, por decirle así, tu
vientre al mismo Dios. Este niño no es nunca sólo tuyo. ¡Es un huésped divino! Es un niñito por el
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
cual mis brazos y mi corazón de Madre te piden posada. ¿Dices que no tienes cómo recibir digna-
mente a tu hijo, que poco es lo que puedes ofrecerle? ¿Qué pude ofrecerle yo al mío en Belén? ¡Un
establo de animales, un poco de paja y el frío de la noche! ¡Pero a mi Niñito no le faltó el calor y la
sonrisa de su mamá! Y era esto lo que más apreciaba.
¿No les dijo el Padre del Cielo: “aunque una mujer abandonara a sus hijos, Yo, Dios, jamás?” Es
decir, aunque una mujer expulsara de su seno a este frágil huésped, cual pez que se echa fuera
del agua y muere, el Padre Celestial recoge a este niño, inmediatamente en sus moradas eternas.
Lo que ustedes llaman FETO es tan sólo un niño, más o menos tierno, más o menos frágil, no es
menos hijo de Dios por ser más indefenso. Dicho de paso, ¡Cuán fea es esa palabra “feto”, palabra
que los hombres inventaron para poder lavarse las manos como Pilato, del crimen abominable de
su matanza!
Que no lo quisiste esto no es culpa de tu niñito. ¿No les advirtió, el Padre del cielo que “los hijos no
cargan con las culpas de sus padres?” “Se oye la sangre de tu hermano clamar a Mí desde el suelo”,
reprochó a Caín el Padre del Cielo. No es sólo la sangre de Abel, el primer inocente asesinado, que
clama a Dios, fuente y defensor de la vida, también la sangre de cada feto masacrado, de quien
Abel en su inocencia es figura profética, clama a Dios violentamente. La misma Sangre de mi Divino
Hijo, Sangre que “habla mejor que la de Abel”, Sangre de un Dios Crucificado que les debería revelar
cuán precioso es el hombre a los ojos de Dios, cuán inestimable es el valor de cada vida humana,
que tan caro le costó redimir, esa Sangre Divina exige justicia e implora Misericordia para estos
inocentes masacrados.
Madre, ¿por qué no me imitas a Mí? Yo tampoco entendí ¿cómo, sin conocer varón, iba a ser madre?
Pero, confié en el Señor. Me abandoné en sus brazos, siempre abiertos y misericordiosos. Únete a
Mí y como Yo hice: calla, ora y acepta el fruto siempre bendito de tu vientre. También en ti hizo el
Todopoderoso maravillas, también a ti la Sombra del Altísimo te cubrió, también tu niño lleva la
impronta del Espíritu Santo. Porque si tu niño no es fruto de tu amor, siempre lo es del Amor del
Eterno: como tal tiene derecho de existir. No le quites la oportunidad de conocer y de amar a su
Dios, aquí en la tierra y merecerse, así, un puesto en el Cielo. Bendice al Señor, aunque no entiendas
y Él te dará luz y fuerza para que los comentarios y presiones del mundo no te lleven a abortar.
Mi palabra final de Madre para ustedes, mujeres que han recurrido al aborto. Sólo Dios sabe cuán-
tas presiones y desesperaciones pueden haber influido en su decisión. En muchos casos se ha trata-
do de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en
su interior. Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente inadmisible. Sin embargo,
no se dejen vencer por el desánimo. Si aún no lo han hecho, ábranse con humildad y confianza
al arrepentimiento: el Padre de toda Misericordia les espera para ofrecerles su perdón y su paz
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Cenáculos del rosario
en el Sacramento de la Reconciliación. Se darán cuenta así que nada está perdido y pueden pedir
también perdón al hijo que no nació, pero que ahora vive en el Señor. Ayuden por el consejo y la
cercanía a personas amigas y conocidas quienes están viviendo su mismo drama. Que el recuerdo y
el testimonio de su dolorosa experiencia y su defensa más elocuente del derecho de todos a la vida
se vea eventualmente coronado con el nacimiento de nuevas criaturas, propias y ajenas. Que esta
acogida y atención hacia quien está más necesitado de cercanía, sean artífices de un nuevo modo
de mirar la vida del hombre. Así sea”.
b) La piedad filial debe florecer también en gratitud. El Libro del Eclesiástico pide: “Con todo tu
corazón honra a tu padre y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido.
¿Cómo les pagarás lo que contigo han hecho?”
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
“CARTA A LOS DISCÍPULOS”
“Discípulos míos: Honra a tu padre y madre dice el cuarto Mandamiento Divino. ¿Cómo se les hon-
ra? ¿, Por qué se les debe honrar? Se les honra con verdadera obediencia, con verdadero amor, con
respeto, con temor reverencial que no excluye la confianza, pero al mismo tiempo no les permite
tratar a los mayores como si fuesen siervos e inferiores.
Se les debe honrar porque, después de Dios, son los que han dado la vida y cuidado en todas las
necesidades materiales de ésta; los primeros maestros, los primeros amigos del recién nacido. ¿No
dicen ustedes: “Dios te bendiga” y “gracias” a quien les recoge un objeto caído o les da un pedazo
de pan? ¿Y a éstos que se matan en el trabajo por quitarles el hambre, para procurarles vestidos y
tenerlos limpios, a éstos que se levantan a mirar cómo duermen y que no descansan hasta verlos
sanos, que hacen lecho de su seno, cuando están dolorosamente cansados no les dirán a sus padres
con amor: “Dios te bendiga” y “gracias?”
Son sus maestros. Al maestro se le teme y se le respeta, los padres son los maestros que les enseñan
las duras lecciones de la vida en la tierra, y las Divinas enseñanzas del vivir la Vida eterna. Son sus
amigos. ¿Qué amigo puede ser más amigo que el padre? Y ¿Qué amiga más amiga que la madre?
¿Podéis temer de ellos? ¿Podéis decir: “me traicionó él o ella?” Sin embargo ven que el joven ne-
cio y la más necia joven, se hacen amigos de los extraños, cierran su corazón a su padre y madre,
desperdician su inteligencia y corazón con contactos que son imprudentes, si no hasta culpables
y que son causa de tantas lágrimas que vierten el padre y la madre, que las riegan como gotas de
plomo que se funden sobre su corazón de progenitores. Pero Yo les digo que estas lágrimas no caen
en el polvo y en el olvido. Dios las recoge y las cuenta. El martirio de un padre despreciado recibirá
premio del Señor, y la acción de verdugo de su hijo, tampoco se olvidará, aún cuando el padre y la
madre supliquen, llevados de su amor, por el hijo culpable.
“Honra a tu padre y madre si quieres vivir largo tiempo sobre la tierra” se dijo, y Yo añado: Y eter-
namente en el cielo. En el más allá habrá premio o castigo conforme vivan ahora. Quien falta a su
padre, falta a Dios, porque Dios ha ordenado que se ame al padre, y quien no lo ama, peca. Y con
esto pierde, más que la vida material, la vida eterna, y va al encuentro de la muerte verdadera, me-
jor dicho, tiene ya en sí la muerte, pues tiene el alma en desgracia de su Señor.
Tiene en sí un crimen, porque hiere el amor más santo después del de Dios; tiene en sí los gérmenes
de los futuros adulterios, porque siendo hijo malo, llegará a ser pérfido esposo; tiene en sí los es-
tímulos de la perversión social, porque siendo un hijo malo se convierte en un futuro ladrón, en el
cruel y violento asesino, en el duro usurero, en el libertino seductor, en el desvergonzado cínico,
en el repugnante traidor de su patria, amigos, hijos, esposa, de todos. ¿Y podéis tener estima y
confianza de quien ha traicionado el amor de una madre y se burla de los plateados cabellos de un
padre?
Oigan algo más. Al deber de los hijos corresponde también el de los padres. ¡Ay del hijo culpable!
¡Ay también del padre culpable! Compórtense de modo que los hijos no les puedan criticar ni im-
itarlos en el mal. Háganse amar con un amor que fomente la justicia y la misericordia. Dios es Mi-
sericordioso. Sean pues misericordiosos los padres, que después de Dios ocupan el segundo lugar.
Sean ejemplo y consuelo de los hijos. Sean paz y guía. Sean el primer amor de sus hijos. Una madre
es siempre para el hijo la primera imagen de la esposa que luego querrá. Un padre, para las hijas
jóvenes tiene la cara de quien sueñan por esposo. De este modo lograrán que sus hijos e hijas elijan
con mano inteligente sus respectivos consortes pensando en la madre y el padre, y deseando en el
consorte lo que hay en el padre y en la madre, una virtud sincera.
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Cenáculos del rosario
Si tuviese que hablar hasta agotar el tema, no sería suficiente ni el día, ni la noche. Por amor de
ustedes voy a terminar. Lo demás que se lo diga a ustedes el Espíritu eterno. Yo arrojo la semilla
y luego paso. En los buenos, la semilla echará raíces y dará espigas, que mi paz sea siempre con
ustedes. Así sea”.
b) El respeto a los ancianos implica que se haga caso de sus consejos y se aproveche su sabiduría.
Eclesiástico (8:9) manda “No desprecies lo que cuentan los viejos, que ellos también han aprendido
de sus padres pues aprenderás prudencia y a dar respuesta en el momento justo”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
tar Cristianamente los sufrimientos de la enfermedad o de la vejez, el restablecimiento de la salud
corporal, si conviene a la salud espiritual, y la preparación para el paso a la vida eterna”.
Estos ancianos cuyo paso vacilante se tambalea en las escaleras, de blanca cabeza temblorosa, que
se mueven lentamente en un ángulo de la casa; son, no lo olviden jamás, el abuelo o la abuela o el
padre y la madre, a quienes todo lo deben. Hacia ellos, sea cual fuere su edad, les obliga, como bien
saben el Mandamiento Divino: “Honra a tu padre y a tu madre”. Y de otra parte, asegura la Sagrada
Escritura: “El hijo que honra a su padre y a su madre será feliz en la tierra y tendrá abundancia de
bienes”.
¡Pero, ay, cuántos viejitos abandonados por los suyos en condiciones desoladoras! Ancianos, con-
sumidos por los años y seguramente por las penas, vencidos por la vida y perdidos en el abismo de
su pasado, decepcionados, deprimidos y deprimentes, descuidados en sus personas y en pésima
disposición de ánimo, quizás sumidos en la más negra desesperación.
Algunos de ellos ya dejaron de creer en las cosas buenas de la vida, porque quién sabe cuántas
veces habrán pasado por lacerantes desengaños, y ahora por último, la más triste, la más penosa,
dolorosa y cruel decepción, tener que terminar sus días en un asilo de viejos que, aunque le pre-
stare todas las atenciones que sus años requieren, siempre falta lo esencial: sentirse rodeados por
el cariño de familiares y seres queridos.
Discípulos míos: El hospicio debería ser asilo solamente para aquellos ancianos que ya no tienen a
nadie en este mundo. ¡Qué tremenda injusticia es la de tener hijos, nietos o parientes, a veces acau-
dalados y tener que esperar la muerte en un lugar anónimo, precisamente cuando más falta hace
el cariño de los suyos para poder cerrar, con broche de oro, una existencia que a lo largo del camino
seguramente ya habrá padecido toda clase de infortunios! A los viejitos, puesto que sus facultades
están muy aminoradas, les hace falta mucho amor, condescendencia, tolerancia, comprensión y
protección. Hay que usar todos los procedimientos más sutiles para tratar de compensar el vacío
que la vida a veces deja a medida que se va desprendiendo. Aseguren siempre a los ancianitos aquel
respeto, aquella tranquilidad, aquellas delicadas consideraciones de las que tienen tanta necesidad.
No sean de esos hijos ingratos que abandonan a sus padres ancianos. Podrán encontrarse a su vez
desamparados un día, sería un bien merecido castigo, precisamente cuando, por su edad, más an-
helarían y precisarían de la ayuda de sus familiares. Y no sean, menos aún, de esos hijos desgracia-
dos, asesinos de sus ancianos padres, porque les estorban o porque están impacientes de acaparar
su herencia, asesinos que cubren y tapan su delito con la palabra “eutanasia”, la cual, llaman como
quieren, es siempre un gravísimo delito que clama venganza al Cielo y que Dios no dejará impune.
En el último día, Yo, Jesús, su Señor y Juez, les voy a decir: “El anciano, el enfermo, el débil que ust-
edes visitaron y socorrieron, o dejaron de socorrer: ese era Yo”. Así sea. “
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Cenáculos del rosario
b) El Santo CURA DE ARS responsabiliza a los padres recordándoles: “Abrid la Escritura y allí veréis
que, cuando los padres fueron santos también lo fueron los hijos. Cuando el Señor alaba a los pa-
dres o madres que se distinguieron por su fe y piedad, jamás se olvida de hacernos saber que los
hijos y los servidores siguieron también sus huellas”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
y pueda estar en el centro de ese amor sincero que todos se tienen, sólo un hogar así se mantendrá
sólido y unido.
Los padres deben tratar de dar a los niños un sentimiento profundo y permanente de la bondad de
Dios Padre, y deben fomentar en sus niños una íntima relación Conmigo, su Jesús, y con mi Iglesia.
Cada hogar debe tener sus ritos religiosos familiares: Normas de devoción que continuadas du-
rante toda la vida en familia, lograrán inculcar principios morales, desarrollarán un sentimiento de
solidaridad familiar, crearán un amor duradero y profundo por la hermosa liturgia de la Iglesia y los
Sacramentos que Yo les dejé para su redención y felicidad, y ayudarán al niño a alcanzar el desarrol-
lo integral de su personalidad religiosa.
Discípulos míos: ¿no nacieron ustedes para conocer, amar y servir a Dios en este mundo, a fin de
ser felices con Él en el otro? ¡Cómo ayudará a recordar esto, que cada hogar tenga su oratorio, ojalá
un cuarto especialmente reservado para la oración, si no por lo menos un sencillo altar que consis-
ta de una mesa con un crucifijo, una imagen Mía y la de mi Madre Santísima, de los Ángeles y de
los Santos, y unas velas y flores, algo que está dentro de las posibilidades de todos, y que tengan,
además, en cada cuarto un símbolo de su fe: una estatua, un crucifijo o un cuadro Mío, el Salvador
del Mundo y de mi Madre Bendita: imágenes que les traerán a su mente acontecimientos de mi vida
de Redentor o de la vida de los Santos! Y, ¿por qué no colocar, además, una fuente de agua bendita
a la entrada de su casa, a fin de que todos los que entren o salgan puedan bendecirse y pedir la
gracia de Dios?
Otra costumbre muy recomendable es la colocación de una gruta, un santuario a Jesús y María en
el patio o el jardín de su casa. Por tales medios, padres e hijos se ayudan a hacer de la fe una parte
íntima de su diario vivir.
EL REZO FAMILIAR
Discípulos míos: En mi vida mortal, Yo quise subrayar la importancia del rezo familiar cuando les
dije: “Donde dos o tres se reúnan en mi Nombre, allí estaré en medio de ellos”. ¡Qué espectáculo
tan agradable es para Dios ver la unidad de la familia que Él ordenó reunirse para adorarlo! ¡Qué
fuente de bendiciones será para la casa el hecho que padres e hijos se unan para ofrecer su oración
en común! El espíritu de piedad que esta costumbre desarrolla santificará los lazos del amor famil-
iar y evitará los peligros que con frecuencia afligen y avergüenzan a las familias. Una familia que ora
fiel e intensamente junta, será preservada o liberada del flagelo de la droga, del alcoholismo y de
la vagabundería.
Que la familia ore por lo menos al levantarse por la mañana y al recogerse por la noche, y antes y
después de las comidas. ¡Cuánto más benéfico para todos y especialmente más inspirador para los
niños sería, que todos habitualmente recen estas oraciones juntos! Si por el diferente horario en
que se levantan, puede ser difícil que todos recen juntos por la mañana, ¡qué nunca dejen de orar
juntos por la noche! Además, el dar gracias antes y después de las comidas debe hacerse un hábito
632
Cenáculos del rosario
para la familia. No se debe comer nada sino hasta dar gracias a Dios, y no se debe dejar la mesa
sino hasta que se rece después de comer. Muchas familias han adquirido la admirable costumbre
de rezar las oraciones de la noche inmediatamente después de la cena. Otras familias reservan para
esto precisamente el tiempo anterior a que los niños van a la cama. Cualquiera que sea la hora elegi-
da, la recitación de las oraciones a un tiempo determinado todas las noches, establece hábitos que
durarán a través de los años y darán un sentimiento de parentesco en Dios a todos los miembros
de la familia.
Una costumbre especialmente valiosa es el rezo del Rosario, este sencillo y hermoso método de
orar, tan recomendado por los Papas, que debería rezarse por la noche en todos los hogares. La
participación en el Rosario será de más sentido si el que lo guía se cambia cada noche o en cada
misterio. Un día puede guiarlo el padre; el día siguiente, la madre; luego, el hijo o la hija mayor y así
sucesivamente. Antes de cada misterio, el padre o la madre pueden ilustrar brevemente el sentido
para la familia de los episodios de la vida de Jesús y María que el Rosario les recuerda. Los hijos de-
ben ser acostumbrados a fijarse en estos misterios a fin de que el Rosario se convierta como en una
Telenovela Divina que aliente e incite a la práctica de las virtudes.
Ojalá que además, en los hogares, se instaure la costumbre tan provechosa de leer por la noche al-
gún pasaje de la Biblia, o de volver a leer cada día un trozo de las tres Lecturas de la Santa Misa del
domingo. Esta lectura podría hacerse precisamente antes o después del rezo del Rosario. Luego el
padre y la madre comentan con los hijos los pasajes leídos.
En el próximo encuentro seguiremos dando pautas para la oración en familia. Empiecen ya a prac-
ticar lo que les he aconsejado hoy. Que mi Paz sea con ustedes. Así sea”.
633
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
EL SANTO CURA DE ARS advierte: “En vano los padres y madres emplearán sus días en la peniten-
cia, en llorar sus pecados, en repartir sus bienes a los pobres; si tienen la desgracia de descuidar la
salvación de sus hijos, todo está perdido”.
Se recuerda dentro de los escritos del CONCILIO VATICANO II: “Es deber de los padres crear un am-
biente de familia animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca
la educación íntegra personal y social de sus hijos”.
Enseña el Papa San JUAN PABLO II: “El hogar Cristiano debe ser la primera escuela de la fe, donde
la gracia bautismal se abre al conocimiento y amor de Dios, de Jesucristo, de la Virgen, y donde
progresivamente se va ahondando en la vivencia de las verdades Cristianas, hechas normas de con-
ducta para padres e hijos. La catequesis familiar, en todas las edades y con diversas pedagogías,
es importantísima. Ha de hacerse operante con la iniciación Cristiana desde antes de la Primera
Comunión y deberá tener un especial desarrollo mediante una recepción consciente y responsable
de los otros Sacramentos. Así la familia será una Iglesia doméstica”.
Los padres Cristianos deben subrayar además la importancia espiritual de los grandes tiempos
litúrgicos. Las influencias materialistas de esta época han logrado, en la mente de muchos, de-
struir y profanar el significado incluso de los grandes días Santos, como la Navidad y la Pascua que
conmemoran los acontecimientos mayores de mi Misión de Salvador. Estos han degenerado en
vacaciones y fiestas ya sin ninguna, o sólo una muy vaga, referencia religiosa.
No faltan, por suerte, costumbres navideñas muy dignas de ser imitadas porque intensifican la ven-
eración de los niños por la Navidad. Estos, por ejemplo, responden con entusiasmo cuando los
padres les invitan a construir con ellos el PESEBRE NAVIDEÑO. Incluso los pequeñitos son capaces
de comprender el hecho de que cuando sus padres construyen un pequeño pesebre en su hogar
están preparando simbólicamente una posada a la cual Jesús pueda llegar como lo hizo en Belén.
Costumbres como éstas graban para siempre en los muchachos la naturaleza espiritual de esta
fiesta. Otra costumbre deliciosa es LA GUIRNALDA DE ADVIENTO: un aro de madera o de alambre
cubierto con ramas de ciprés (pino) y que tiene sostenes en los cuales se pueden colocar 4 velas. La
guirnalda puede usarse como centro de mesa o colgando encima de ésta. En el primer domingo de
Adviento, se reúne la familia y se apagan todas las demás luces de la casa. El más pequeño de los
hijos debe encender la primera vela, mientras la familia dice a la vez oraciones en honor de la venida
del Salvador. Todas las noches, a la hora de la cena durante esa semana, la vela debe ser encendida
otra vez. El siguiente domingo, el niño que sigue en edad al más pequeño enciende la segunda vela;
el domingo siguiente, el tercero, y el cuarto domingo, el cuarto niño. Cada vez, la familia recita
oraciones apropiadas y el padre subraya el hecho de que las velas simbolizan que Cristo es la Luz
del Mundo y que Su Venida en la primera Navidad hizo que los hombres ya no quedaran otra vez en
tinieblas.
634
Cenáculos del rosario
En los días siguientes al cuarto domingo y hasta Navidad las cuatro velas se encienden a la hora de
la cena. En algunos hogares, la comida de la noche se hace sin ninguna otra iluminación. Luego en
la Noche Buena la familia se reúne a la luz de esta guirnalda y el padre lee en el Nuevo Testamento
el relato del nacimiento de Nuestro Señor. Luego toda la familia entona villancicos navideños adec-
uados, como «Noche de Paz» que transmiten un sentimiento profundo de admiración y de gratitud
por el misterio de mi Encarnación.
Otra hermosa costumbre consiste en añadir paja al lecho del Salvador. Como cuatro semanas antes
de Navidad, los padres pueden construir el pesebre sin ponerle paja. Todas las noches, antes de la
cena, se puede dar paja a cada niño en proporción a sus buenas obras del día. Si ha obedecido con
prontitud y de buena gana, puede colocar pajitas en el pesebre; si ha dejado de cumplir satisfactori-
amente sus pequeños deberes, el Niño Jesús tendrá, por consiguiente, un lecho menos cómodo los
niños son incitados a realizar actos de virtud heroica para probar su amor por Jesús de esta manera
tangible; también aprenden la inestimable lección de que pueden proporcionar comodidad a los
demás por medio de sus sacrificios.
También la Cuaresma y la Semana Santa deben honrarse con costumbres familiares apropiadas.
Para el Miércoles de Ceniza, por ejemplo, padres e hijos pueden decidir qué prácticas seguirán du-
rante el tiempo cuaresmal. Se puede decidir asistir a Misa juntos todas las mañanas, privarse de
postres y golosinas, rezar oraciones durante la hora santa por la noche, o privarse de los programas
favoritos de televisión en favor de lecturas espirituales. En muchos hogares, cuando padres e hijos
renuncian a ciertos lujos, comodidades y placeres, el dinero que ahorran se da a los pobres. Con-
viene sumamente que la familia entera asista a la Iglesia el Miércoles de Ceniza para la toma de
ceniza, que les recuerda que son polvo, que al polvo volverán, y que deben pasar los cuarenta días
de la Cuaresma en oración, penitencia y Obras de Misericordia.
Durante el mes de mayo, los padres pueden incitar a sus hijos a mostrar especial devoción por la
Virgen María. El rezo diario del Rosario es una manera de hacerlo; otra manera puede ser colocar
flores lozanas ante la imagen de la Madre y el Niño en la casa. Además, puede recitarse las letanías
a la Virgen María. Así los padres ilustran a sus hijos los muchos beneficios que derivan de la salud-
able devoción a Nuestra Señora.
LOS CUMPLEAÑOS
Una de las, mejores formas para fomentar la participación alegre y activa en la vida espiritual de la
familia es observar las fiestas que tienen significación especial para todos los niños. Si se hace así,
se acentúa el sentimiento religioso del muchacho. De qué se trata, por ejemplo, además de celebrar
el cumpleaños del niño, ¿por qué no celebrar también el aniversario de su bautismo para festejar el
día en que se hizo miembro de la fe? Algunas familias señalan este acontecimiento sirviendo una
comida especial en honor del niño y obsequiándole pequeños regalos como muestra de afecto.
Algunas veces sus padrinos son invitados a la comida para subrayar su importancia en el bienestar
espiritual del niño.
Otra celebración importante para el niño es la del día de su Santo. ¡Qué lindo sería que todos los
miembros de la familia vayan a Misa y reciban la comunión ese día! El niño elige el menú de la co-
mida principal y durante la noche el padre o la madre lee una breve historia de la vida del Santo. Al
llamar la atención del niño hacia su patrono Celestial, de esta manera, se le estimula a considerar a
su patrono como a un amigo en quien puede confiar para que lo ayude ante el trono de Dios, y cuya
vida debe imitar.
635
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Los días de la Primera Comunión y de la Confirmación del niño, también deben ser una especial oc-
asión pues marcarán para él el gran paso espiritual que se da cuando puede recibirme en la Sagrada
Eucaristía por primera vez. De esta forma adquirirá su madurez espiritual para recibir una nueva y
más abundante efusión del Espíritu Santo, que hará de él un testigo que no se avergüence de Mí
frente al mundo.
Ojalá reciban, en esos días tan especiales, tanto el padre como la madre la Comunión junto con su
hijo, y después celebran el acontecimiento de manera especial, sobre todo dando al niño o al joven
un regalo que tenga un significado más profundo: un crucifijo o una imagen religiosa para el cuarto
del niño o un libro de lectura espiritual, que podrá aprovechar por muchos años.
Discípulos míos: Estas sencillas costumbres, cuando son observadas por la familia año tras año, se
vuelven tradición, adquieren la condición de un ritual, unen a toda la familia más estrechamente y
a su vez serán observadas por los hijos cuando éstos llegan a ser padres, de modo que esas ricas y
hermosas tradiciones Cristianas no se lleguen a perder. Así sea”.
Al rezar el Ave María en el Rosario le repetimos a Nuestra Señora, el saludo que Dios le envió por
medio del Ángel, Lucas (1:28) y las palabras de su prima Isabel cuando la fue a visitar y servir Lucas
(1, 42). Y este saludo es el Arco Iris que anuncia la paz de Dios con nosotros, es la señal de la clem-
encia que el Señor tendrá con su pueblo. Los quince Misterios son quince cuadros bíblicos cuyas
quince antorchas van iluminando nuestro paso por el camino de este mundo. Son quince espejos
luminosos que nos permiten conocer cómo es Jesús, cómo es la Virgen y cómo debemos ser no-
sotros. Son quince chispas que encienden el amor de Dios en nuestros corazones.
636
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ ENSEÑA LA IGLESIA?”
En palabras de los Obispos reunidos en PUEBLA: “María despierta el corazón filial que duerme en
cada uno de nosotros”. Por su parte, SAN LUIS MARÍA GRIGÑÓN DE MONTFORT, el autor Mariano
preferido por el Papa actual, nos enseña: “La práctica del Rosario nos la ha dado el mismo Dios,
para convertir aún a los pecadores más endurecidos y volver a la fe aún a los más retirados de la
Religión. A quiénes rezan con fe el Rosario, Dios les tiene preparados muchos favores en esta vida,
y mucha gloria en la eternidad. El Ave María bien dicha, con atención, devoción y fe es una arma
para derrotar a los enemigos del alma. Éste resulta siendo un saludo que suena maravillosamente
simpático en los oídos de Nuestra Madre Celestial. Es una rosa hermosa, es una perla brillante, es
un perfume exquisito que colocamos junto a su altar”.
He aquí, discípulos míos, el conmovedor testimonio de una pobre mujer judía, la cual, convertida
al catolicismo, logró, gracias al Rosario, sobrevivir a los horrores de un campo de concentración
alemán. Es la misma hija la que os cuenta la auténtica historia de su mamá: “Acabamos de sen-
tarnos para desayunar juntas en nuestra humilde casa, era el 7 de enero de 1944, cuando sonó
chillonamente el timbre de la puerta y, de inmediato, hicieron su aparición dos miembros de la
GESTAPO alemana. En pocas y bruscas palabras avisaron a mi madre, una anciana de casi 70 años,
de que disponía de 20 minutos para preparar sus cosas e irse con ellos.
Mi madre, de ascendencia judía, pero que se había convertido hacía 40 años, y que nunca se había
entrometido en política, temblaba la pobre al levantarse penosamente para recoger algunas pro-
visiones y alguna ropa. Las dos estábamos medio muertas de miedo y de dolor, pero nos contu-
vimos para no dar gusto a los hombres de la GESTAPO. Actuamos como autómatas, tan sólo una
vez estuvo a punto mi madre de perder la compostura cuando un niño de tres años bajó corriendo
las escaleras, y gritó: «¡No te marches, abuela, no te marches!» Sin embargo, se repuso, y con pa-
sos seguros se marchó con los dos hombres. Entre las pocas cosas que llevaba en su bolso había
dos joyas: el Nuevo Testamento y su Rosario. Ambos le acompañaron al campo de concentración,
adonde finalmente la enviaron.
Comenzó allí una vida sin sol, sin humanidad, sin esperanza. Día a día, un duro trabajo le aguarda-
ba: hacer la colada. Siempre la misma monótona alimentación, muy lejos de ser suficiente. Tiradas
sobre el suelo, cubiertas sólo con una manta, las 52 mujeres que se amontonaban en un cuarto del
cuartel esperaban que amaneciese. Durante meses, no hubo ni catres, ni estufa, hasta que las re-
clusas se las ingeniaron por sí mismas, con el temor continuo de los posibles y terribles castigos de
que serían víctimas, para traer materiales, secretamente sustraídos, y quemarlos para calentarse
de ese modo con peligro de sus vidas.
¿Cómo habría podido soportar mi madre el martirio de esas noches sin fin si no hubiese deslizado
entre sus dedos las cuentas del Rosario? ¿Cómo habría podido escapar a la desesperación, de no
haber sido su consuelo y fortaleza la Madre de todas las madres, surgida del mismo tronco que
ella? Mortalmente largos se hacen 17 meses cuando se ve privado uno de la libertad; e incluso de los
más elementales derechos como persona humana. La vida es horrible cuando se está amenazado
637
Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
cada hora por la muerte. Muchas murieron de hambre, otras muchas se volvieron locas. Mi madre
se aferraba con todas sus fuerzas al Rosario, del que no se separó ni de día ni de noche y que logró
esconder a todas las pesquisas e investigaciones.
Llegó el verano y luego llegó el invierno. Empezó el año 1945, ninguna de las allí encerradas
sospechaba que estuviese cerca la salvación, ni que un régimen que pisoteaba los más elementales
derechos humanos estuviese al borde de su derrumbe; que un poder que se vanagloriaba de tener
una existencia de mil años, en unos tan pocos se hubiese ido a pique. Ya las cámaras de gas se hal-
laban en construcción, los trabajos para ultimarlas se acercaban a su fin. Las pobres condenadas
temblaban todo el día, temiendo por su vida, arrojándose a la desesperación más negra o en el
regazo Misericordioso de Dios.
Un día, todo este juego macabro llegó a su fin. Las puertas fueron abiertas. Personas desnutridas,
avanzaban a tientas hacia la luz, no comprendiendo de inmediato qué es lo que significaba la liber-
tad. Eran pocos, los que habían sobrevivido, de las 120.000 personas que habían sido amontonadas
en el campo. Entre éstas, una anciana de 70 años, mi madre.
De las pocas cosas que trajo entonces, mucho es lo que entre tanto se ha extraviado. Pero seguía el
Nuevo Testamento, y sus manos apretaban todavía el Rosario, aunque ya muy gastado y destroza-
do.Todavía vivió mi madre un año entero, un tiempo que aprovechó para dar gracias a la Señora
Celestial. Tuvo la dicha de morir en la paz del Señor, rodeada por sus hijos, y con el consuelo de
los Santos Sacramentos e incluso en el momento de la muerte, sus dedos sostenían, como en un
abrazo, el Santo Rosario”.
Discípulos míos: que esta impresionante historia de cómo el Rosario le dio siempre fuerza y val-
or a una madre, os afiance en vuestra decisión de nunca dejar de orar el Rosario; de nunca du-
dar de su inmenso poder sobre mi Corazón. Imitad en esto al Papa Pío IX, a quien, en su lecho de
muerte, preguntaron: “Santo Padre, ¿Qué siente en estos momentos?” Respondió fervoroso: “En
las paredes de la habitación veo los cuadros de los 15 Misterios del Rosario. Los Misterios gozosos
me recuerden cuantos gozosos años me concedió el Señor y se los agradezco, los Misterios dolo-
rosos me recuerdan que Jesús sufrió por mí y esto me anima a sufrir por Él, los Misterios gloriosos
me están mostrando la gloria que nos espera a los que creemos en Jesús y amamos a María. ¡Oh
cuánto consuelo me proporcionan los Misterios del Rosario en este mi lecho de agonías. Este es el
testamento que os dejo: ¡Amad el Rosario! ¡Rezadlo siempre con todo el fervor que os sea posible,
y del cielo os llegarán ríos de paz y de bendiciones! Así sea”.
638
Cenáculos del rosario
b) El honor y la fama, sin embargo, no son el bien supremo. Mucho más importante es lo que somos
ante Dios, nuestra honra ante Él, que nadie nos puede quitar.
Por amor a Dios, si es preciso debemos renunciar al honor y fama de cara a los hombres. “Bie-
naventurados seréis, nos asegura Jesús, cuando os persigan, insulten y con mentiras digan contra
vosotros todo género de mal por Mí, alegraos y regocijaos, porque grande será vuestra recom-
pensa en los Cielos” Mateo (5:11-12). ¿No nos dio Jesús ese mismo ejemplo: “Él que, afrentado, no
respondió con ultraje atormentado, ni amenazaba, sino que remitía su causa al que juzga con justi-
cia” 1Pedro (2:23) y nos pidió: “Amad a vuestro enemigo, haced bien a los que os odian, bendecid a
quienes os maldicen, orad por los que os calumnian” Lucas (6:27-28). “Si nos insultan bendigamos:
si nos persiguen, lo soportamos; si nos difaman respondemos benignamente” nos enseña San Pab-
lo 1Corintios (4:12-13).
Odio: tiene solamente odio quien es amigo de Satanás, el bueno jamás odia. Aun cuando sea de-
sprestigiado y se le haga daño, perdona. El odio es el testimonio que da de sí misma un alma ruin,
y el testimonio más hermoso que se da de un inocente. Porque el odio es la rebelión del mal contra
el bien. Es no soportar que alguien sea bueno. Avidez y envidia: Ése tiene lo que yo no tengo. Deseo
lo que él tiene. Pero sólo si siembro la desestima de él podré llegar a tener su puesto. Y lo haré.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
¿Mentiré? ¡Qué importa! ¿Su familia completa se irá a la ruina? ¡Qué importa! Pero, entre tantas
preguntas que el astuto, mentiroso se hace, se olvida de ésta: “¿Y si me descubren?” No se la hace,
porque llevado del orgullo y de la avidez, es como si tuviese los ojos tapados. Embriagado del vino
diabólico, no piensa que Dios es más fuerte, y que tomará a su cargo vengar al calumniado. De tal
manera se ha entregado a la mentira que confía neciamente en su protección.
Miedo: muchas veces alguien calumnia por excusarse a sí mismo. Es la forma más corriente de
mentira. Se ha hecho mal. Se teme que la acción sea descubierta, conocida, entonces, aprovechán-
dose de la estima que se le tiene todavía, he aquí que los papeles se cambian, pues lo que hizo se
imputa a otro cuyo honor se teme. Algunas veces se hace, porque sin querer, otro fue testigo de la
mala acción: entonces, se le acusa para hacerlo sospechoso, de modo que, si habla nadie le cree.
Discípulos míos: ¡Sean siempre buenos y sinceros! Si un calumniador, entonces, quiere hablar mal
de ustedes, cien buenos dirán: “Es pura mentira. Él es bueno. Sus obras hablan por él”. Pero, ¡ay!,
de aquellos que frecuentan la Iglesia y me reciben a menudo en la Santa Comunión, ¡con cuánta
facilidad se pasa, a veces, de la murmuración a la calumnia! Este pecado, si no están atentos, se
comete con mucha facilidad y ligereza; y ¡es acusado en las confesiones con poca sinceridad! Re-
sulta pues, que la mayoría de las veces no sea perdonado, pues el que roba obtiene el perdón sólo
después de haber restituido. El que roba la buena fama del prójimo no puede ser perdonado si no
rehace el camino recorrido por la calumnia, restituyendo el honor quitado a esa persona, a ese
Sacerdote, a ese amigo o a ese desconocido. ¡Cuán difícil es que una fama manchada por la mur-
muración y la calumnia, recobre su primitiva blancura! Por lo tanto, cuán difícil es llevar a cabo tal
reparación y, por consiguiente, obtener el perdón.
Discípulos míos: les aseguro que una tremenda pena caerá sobre la lengua de los calumniadores,
aún en el Purgatorio. Una pena tal que, si ustedes tuvieran que experimentarla, aunque fuese por
un segundo, se quedarían tan aterrorizados ¡qué preferirían quedarse mudos antes que emplear
mal la propia lengua! Para que no tengan que arrepentirse amargamente, pero demasiado tarde
sigan siempre esta regla de oro. “Si no pueden hablar bien del prójimo, cállense”. Así sea”.
640
Cenáculos del rosario
“¿QUÉ DICE LA BIBLIA?”
a) La figura más importante del Antiguo Testamento es EVA, “la madre de los vivientes”. De su fi-
delidad y perseverancia hizo Dios depender la confirmación en la gracia de todo el género humano,
cayendo Eva, arrastraría consigo a toda la humanidad y haría necesario una Nueva Eva: María.
b)Otras que marcaron profundamente la historia de Israel, fueron la reina ESTER que ayuna e in-
tercede por su pueblo; RUT, cuya constancia alaba la Biblia; REBECA, la esposa de Isaac y madre
modelo de Jacob; DÉBHORA, la profetisa, que juzga a Israel; la MADRE DE LOS SIETE HIJOS MA-
CABEOS, la cual prefirió verlos martirizados y morir ante sus propios ojos que consentir en su peca-
do; y, sobre todo, la figura de JUDIT, esta viuda, olvidándose de sí y entregándose a la oración y a la
penitencia, logró, ella sola liberar a su pueblo del enemigo que le acechaba.
María, la Virgen que da a luz al Mesías, la nueva “Madre de todos los vivientes” quienes, al pie de la
Cruz, fueron confiados a su Maternidad Espiritual. Su ¡Sí! Libre e incondicional de Sierva del Señor,
reparó la rebelión de Eva, e hizo posible la venida del Redentor. Su intercesión poderosa en la Boda
de Caná consiguió el primer milagro de Jesús, del primer gran signo de Jesús. A su Corazón Materno
de Madre de la Iglesia confió Jesús el cuidado de todos los regenerados en Él, y su presencia en me-
dio de los Apóstoles, atrae la venida del Espíritu Santo en el Cenáculo. Hasta su muerte será el alma
de la Iglesia naciente, y la que confiará a los Evangelistas muchos episodios de la vida de Jesús que
sólo Ella conocía, habiéndolos “conservado en su corazón, meditándolos”. Y a Ella, “Mujer vestida
de sol, la luna a sus pies y doce estrellas alrededor de la cabeza” Apocalipsis (12, 1) le está reservada,
para el final de los tiempos, la victoria definitiva sobre la Serpiente, cuya cabeza aplastará.
c) La historia de las primeras comunidades Cristianas atestigua la gran contribución que las mujeres
dieron a la evangelización, comenzando por “Febe”, nuestra hermana como la llama San Pablo, di-
aconisa de la Iglesia de Cencreas. “Ella”, atestigua San Pablo en la carta a los Romanos (16:1 2) “ha
sido protectora de muchos incluso de mí mismo”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Dejaron pasmados de asombro a sus mismos verdugos, en las crueles persecuciones de los prim-
eros siglos, una Santa Inés, por ejemplo, que murió decapitada; Eulalia, que fue quemada viva;
Lucía a quién arrancaron los ojos y tantas otras que, a pesar de su tierna edad, murieron, asistidas
por una fuerza sobrenatural en su debilidad, con fortaleza, coraje y temple enfrentaron la muerte.
Y, ¿no logró una Santa Catalina de Siena que el mismo Papa, a quien, por orden mía, había escrito
en repetidas ocasiones, enderezare el rumbo de la Iglesia, que atravesaba por una crisis tremen-
da? ¿No viajó a Roma, a la corta edad de 15 años, una Santa Teresita del Niño Jesús, para suplicar
al Papa León XIII su ingreso en el austero claustro del Carmelo?, consumiéndose en holocausto,
como víctima al Amor Misericordioso, para la salvación de los pecadores, se convirtió, sin jamás
salir de su convento, en la Patrona Universal de las Misiones. Y cuando Marianita de Jesús de Pare-
des, “La Azucena de Quito”, oyó que un Sacerdote había ofrecido su vida para salvar a su patria de
los terribles flagelos naturales, con valentía le pidió a Jesús aceptar, en cambio, su vida. El Señor la
escuchó y tres meses después Marianita entregó su alma al señor. Y, ¡cómo no mencionar a la joven
argentino-chilena LAURA VICUÑA, ya beatificada, la cuál, en suma angustia por el concubinato en
el cual vivía su mamá, ofrendó su propia vida, a sus escasos doce años, a cambio de la conversión
de la madre!
¿Y no prefirió María Goretti, a los trece años de edad, ser apuñalada por un joven desvergonzado,
antes de entregarle su virginidad? “¡No, Alejandro, le decía, Dios no quiere!” Mientras ofrecía el
sacrificio de su joven vida para la conversión de este infeliz. Dios escucha siempre los ruegos de las
almas generosas. Alejandro, en la cárcel, se convirtió. Y cuando, ya mayor, fue puesto en libertad,
quiso pasar el resto de su vida, como fraile franciscano en oración y penitencia. Cuando el Papa
beatificó en Roma a María Goretti, su asesino estuvo presente, oh sublime espectáculo, al lado de
la mamá de María Goretti, la cual de todo corazón le había perdonado ¡Cómo desmienten todos
estos ejemplos el mito de la mujer “débil” o inferior! Hoy más que nunca, discípulos míos, Yo llamo,
a través del Magisterio de mi Iglesia, a las mujeres, según su carisma, vocación y preparación, a
trabajar en las instituciones eclesiales, a colaborar en el campo de la cultura y de la sociedad, a hac-
erse, generosa y valientemente, partícipes de la tarea de la Nueva Evangelización.
Y llamo, y necesito en forma muy especial a las madres de familia. ¡Cuán inmenso consuelo y apoyo
me dieron en antaño, Santa Brígida, Santa Isabel de Hungría, Santa Rita de Cascia, Conchita de
Armida de México: mujeres casadas ejemplares, las cuales entre dolores de madre, de esposa, de
viudez, de tremendos sacrificios por las almas, en especial por las sacerdotales, le dieron a la Iglesia
y al mundo entero el testimonio de mi fuerza escondida en la debilidad femenina! ¿No son vues-
tros propios Cenáculos familiares del Rosario, que tan eficaz y generosamente llevados adelante
por madres de familias que sin descuidar su propio hogar, roban cualquier rato de tiempo libre,
cortando pasatiempos inútiles, como las horas frente al televisor o de revistas, para dedicarlo como
misioneras y guías al servicio de esa Obra Mía y de mi Madre? ¡Cuántas almas así salvadas, cuántos
jóvenes preservados o rescatados y familias sanadas, cuántos enfermos animados, cuántos encar-
celados levantados, y cuántos solitarios Tabernáculos visitados y consolados!
Sí, que vuelva la mujer a ser el Ángel custodio del alma Cristiana del continente latinoamericano,
según la sublime fórmula de mi Vicario en la tierra, el Papa San Juan Pablo II. Que vuelva a ser
el Ángel de su familia. Que conserve el pudor en el modo de hablar y de vestir de sus hijos, que
no permita modas y costumbres indecentes. Que luche contra las relaciones prematrimoniales,
los programas antinatalistas, el divorcio, el aborto, la esterilización; que levante muy en alto su
voz contra tantas formas intolerables de iniciación sexual, contra tantos programas televisivos, los
cuales confunden y pervierten a la juventud; que luchen contra la prostitución y el maltrato a los
niños; que cuiden que éstos no caigan víctimas de abusos sexuales, ni se conviertan en alcohólicos o
drogadictos. Que vigile las amistades de sus hijos. Que nunca dejen de rezar el Rosario en familia, ni
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Cenáculos del rosario
de buscar a mis pies en el Sagrario y en el Corazón de mi Madre Inmaculada, la fuerza y el consuelo
para su inmensa, pero tan exaltante tarea.
Yo mismo, entonces, le comunicaré esa inagotable fortaleza que le permitirá: nunca cerrarse ante
una nueva vida, de inclinarse pero no rendirse ante el dolor, de resistir y dar esperanza cuando la
vida está más amenazada, de encontrar alternativas, con fina intuición femenina, cuando los hom-
bres se encuentren desanimados o estancados y los caminos se cierran. En una palabra: de volver
a ser, libres y responsables, generosa y gozosamente liberadas de prejuicios y complejos, como
en la época del Evangelio, de la Iglesia primitiva y de los mártires de la fe: las animadoras más in-
cansables de la comunidad eclesial, las protagonistas más fecundas del Reino de Dios en la tierra,
las defensoras más incansables como madres y maestras, de la integridad de su hogar, los Ángeles
custodios más luminosos e intrépidos del alma Cristiana del continente latinoamericano. Así sea”.
En la Encíclica sobre la FAMILIA el Papa San Juan Pablo II insiste en la misión evangelizadora de
la familia Cristiana: “LA FUTURA EVANGELIZACIÓN DEPENDE EN GRAN PARTE DE LA IGLESIA
DOMÉSTICA QUE ES LA FAMILIA. La familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el
Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia. Dentro de una familia consciente de esta
misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres no sólo co-
munican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
profundamente vivido; una familia así se hace evangelizadora de otras muchas familias y del am-
biente en que ella vive”.
¿Por qué he dado Yo, dentro de mi Iglesia, un puesto tan especial al Sacerdocio y al Matrimonio?
¿No es mi Iglesia la que, fecundada por mi Sangre Divina, les regenera con la palabra de la fe y con
los Sacramentos de salvación, dando poder para llegar a ser hijos de Dios a los que creen en mi
Nombre, a los que no por voluntad de la carne, ni por voluntad humana, sino de Dios es de donde
han nacido?
En estas solemnes palabras quiso San Juan evidenciar una doble paternidad: la paternidad de la
carne, por voluntad del hombre, y la paternidad de Dios, por el poder del espíritu y de la gracia
Divina. Dos paternidades que entre el pueblo Cristiano crean y sellan, con esos dos Sacramentos
instituidos por Mí, el Sacerdocio y el Matrimonio, los padres del espíritu y de la vida sobrenatural, y
los padres de la carne y de la vida natural, con el fin de asegurar y perpetuar en los siglos la gener-
ación y la regeneración de los hijos de Dios.
¿Y cuáles son los obreros que concurren a su lenta construcción? Ante todo, los sucesores de los
Apóstoles, el Papa y los Obispos con sus Sacerdotes, que disponen, pulen y ensamblan las piedras
según el diseño del Arquitecto, puestos como están por el Espíritu Santo para regir la Iglesia de
Dios. ¿Pero qué podrían ellos hacer si no tuviesen a su lado a otros obreros que trajesen las pie-
dras, las tallasen y esculpiesen como requiere el edificio? ¿Y quiénes son estos obreros? Son los es-
posos, que dan a la Iglesia sus piedras vivas y las modelan con arte, sois vosotros, queridos padres y
madres. Por eso, noten bien que en la paternidad y maternidad que les llega, no deben contentarse
con extraer y unir con sus fatigas los bloques de piedra bruta; deben también desbastarlos, prepa-
rarlos, darles la forma que mejor permita hacerlos entrar en la construcción: para tan noble oficio
ha sido instituido por Dios el gran Sacramento del Matrimonio.
Este Sacramento que ha consagrado su unión hace de ustedes los propagadores y los conservador-
es de la vida, según un misterio a la vez corporal y espiritual, que consiste en engendrar los hijos y
educarlos para que sean parte del pueblo sacerdotal, aquí en la tierra, y hagan parte, en el Cielo, del
coro de los elegidos para adorar y alabar a Dios eternamente.
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Cenáculos del rosario
Ustedes son así, los primeros y más próximos educadores y maestros de los hijos de Dios confiados
a ustedes. En la edificación del Templo de la Iglesia, hecho no de piedras muertas, sino de almas
que viven vida nueva y Celestial, ustedes son como los precursores espirituales, sacerdotes ustedes
mismos desde la cuna, luego en la infancia y en la adolescencia, de quienes deben dirigir al Cielo.
Su puesto en la Iglesia como esposos Cristianos no es, pues, simplemente engendrar los hijos y
ofrecer las piedras vivas para la obra de los Sacerdotes, más altos ministros de Dios. Las gracias
tan abundantes que se les han concedido en el Sacramento del Matrimonio no se les han dado
únicamente para permanecer plena y constantemente fieles a la ley de Dios en el momento majes-
tuoso de llamar a sus hijos a la vida, y para afrontar y soportar con ánimo Cristiano las penas, los
sufrimientos y las preocupaciones que no rara vez lo acompañan y lo siguen. Tales gracias les han
sido dadas además como santificación, luz y ayuda en su ministerio corporal y espiritual: porque,
con la vida natural, es deber suyo, como instrumentos de Dios, propagar también, conservar y con-
tribuir a hacer crecer en los hijos la vida espiritual infundida en ellos con el agua del Santo Bautismo.
Alimentan a los niños recién nacidos a la vida corporal, también con la leche espiritual sincera; ha-
gan de ellos piedras vivas del Templo de Dios, ustedes que con la gracia del Matrimonio han sido
edificados como casa espiritual, sacerdocio santo, según la palabra del primer Papa: San Pedro, por
aquella participación sacerdotal a que el anillo nupcial les ha elevado ante el altar. En la formación
Cristiana de las almas pequeñas, que Dios les confió al crearlas para vivificar los cuerpos plasmados
por ustedes, les es reservada una parte, un magisterio, del cual no les es lícito desintegrarse, y en el
cual nadie podrá plenamente sustituirles.
¡Cuántas veces los que dan catequesis a los niños se lamentan de la dificultad y hasta de la
imposibilidad que a veces se presenta al intentar remediar la educación de los niños, lo que era en
realidad un deber de familia, y que ésta no lo hizo, o lo hizo mal!
Guarden, pues, para el Señor, para la Celestial Jerusalén y para la Madre del Cielo, los angelitos que
el Cielo les ha concedido o les concederá; y no olvidéis jamás que al lado de cada niño y de cada
joven, deben estar dos padres y maestros: el uno natural y el otro espiritual. Porque, así como las
almas no pueden, según la ordinaria Providencia de Dios, vivir Cristianamente y salvarse fuera de
la Iglesia y sin el ministerio de los Sacerdotes destinados para eso con el Sacramento del Orden, así
tampoco pueden los hijos, de ordinario, crecer Cristianamente fuera de su hogar doméstico y sin el
ministerio de los padres bendecidos y unidos con el Sacramento del Matrimonio. Que la Madre de
la Misericordia y Reina de su hogar doméstico, a quién nunca, ojalá, dejen de invocar con el Santo
Rosario, les conceda esta sabiduría, esta fuerza, este amor. Así sea”.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Mientras tanto, gracias al apoyo económico de Mora, las niñas ingresan a un colegio que acaban
de abrir las Hijas de María Auxiliadora. Laura, que tiene nueve años, se siente enseguida a gusto
entre las hermanas. Hay una alegría discreta y verdadera que inunda el ambiente y lo transforma.
El alimento es pobre, pero tiene el sabor de la amistad; la casa es algo fría y húmeda, pero está llena
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Cenáculos del rosario
simpatía, de cariño, de buenas palabras, de gestos diarios que dan calor al corazón. Laura observa
en modo especial a Sor Rosa. Intachable, solícita, no mide sacrificios en bien de sus pequeñas alum-
nas. Luego, en la capilla, parece un ángel; basta mirarla para sentirse deseosa de entrar, como ella,
en comunicación con Dios que inunda de paz el corazón. Y, sobre todo, tiene una sonrisa tan llena
alegría y de serenidad...
También mamá sonríe, piensa Laura en sus adentras, pero en modo diverso. ¿Por qué será?
A través de las hermanas, Laura descubre poco a poco, que el amor es Dios y se siente amada, pro-
tegida por este Amor divino, enorme y fuerte. Ahora comprende el porqué de la sonrisa serena de
las hermanas: Dios está en ellas, y ellas ven a Dios en todos. Y Laura también quiere amar así... Y en
su corazón nace una decisión: quiere ser toda del Señor, como Sor Rosa. Es todavía una llamadita
incierta en el fondo de su corazón. Se ha encendido casi sin que ella se dé cuenta, mientras pensaba
en el amor infinito de Dios. ¡Alimentará y defenderá esa llama con toda la fuerza que sea capaz! Se
siente feliz de su secreto y, desde aquel momento, las monjitas observan cómo Laura se arrodilla
más a menudo frente a Jesús Sacramentado: “Jesús, quisiera que mamá también fuera feliz. Ha su-
frido tanto. Quisiera que te conociese más. Entonces te amaría, y su sonrisa se haría más tranquila
y serena como la de nuestras Hermanas”.
Una mañana Sor Rosa habla del matrimonio. Sabe muy bien que su joven auditorio no está maduro
para este argumento, pero es preciso afrontar el tema a tiempo, con valor y claridad: en la zona
abundan las uniones precoces e ilegítimas. Laura, como siempre, escucha atenta, pero, de pronto,
se vuelve pensativa, abre. desmesuradamente los ojos incrédulos, estupefacta... Tiene miedo de
comprender, hasta de haber comprendido demasiado bien. La trágica situación de la mamá la tiene
presente en toda su crudeza: el establecerse en la hermosa finca, el inesperado bienestar, el interés
de Mora...
Laura palidece y se agarra al banco... Acuden solícitas las demás, le hablan... Ella ya no oye a na-
die: la brutal verdad así tan repentinamente intuida la ha quebrantado. La colocan en la cama y le
presentan una bebida caliente: “Toma Laura, y descansa”.... Descansara.. ¡Si fuera posible! ¡Mamá
está alejada de Dios, está en pecado mortal! ¡Descansar!... Esta mañana Laura se sentía todavía una
niña. Ahora comprende, mide, valoriza, pero no condena, no. ¿Cómo podría hacerlo? ella y Amanda
representan todo para su mamá. Ciertamente es por ellas que ha aceptado la finca, o por sentirse
menos sola, por sentirse protegida. La lucha le ha cansado. ¡Pobre mamá! Ha terminado por ceder
las armas... Laura la recuperará, se lo promete. Luchará por devolverle la vida, por hacerle conocer
el Amor, el verdadero Amor. Mamá debe retornar a Dios, alejarse de Manuel Mora, aunque sig-
nifique para ello de nuevo la soledad, la inestabilidad, el porvenir incierto. Sólo un gran amor podría
inducirla a dar el duro paso: “¡Señor, alimenta en Mi mamá el fuego de tu amor! ¡Haz que retorne a
ti! Lucharé, Señor, aun a costa de Mi vida. Sí Jesús, estoy dispuesta: ¡Mi vida por la de Mi mamá, con
tal que a ti regrese! Valdría la pena...”.
Pero su mamá no es ciega, descubre en su Laura una madurez nueva y le teme a su mirada ¿Qué
cosa esconde? ¿Un reproche? ¿Una súplica? Con frecuencia visita a sus niñas y las colma de regalos:
vestidos elegantes, perfumes, dulces... Laura agradece, serena y sonriente; pero la sombra en sus
ojos permanece firme. ¡Habría deseado un regalo muy distinto de su mamá!...
Pasan dos años más. Laura se ha convertido en una adolescente linda y fina, y en sus ojos grandes
y negros se refleja una luz diáfana Y sucede lo inevitable: ¡Atrae la mirada de Manuel Mora!... Doña
Mercedes con sus treinta y cinco ya no le interesa mucho. Se fija en Laura, la mira con insistencia
y no mide las atenciones. Mora quiere ser el primero en coger esta flor que está por brotar. La cree
fácil presa, débil e ingenua. Con excusas aleja a Mercedes para quedarse solo con Laura. Sonríe
malévolamente, como un lobo a punto de comerse la ingenua ovejita.
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Ermitaños(as) Eucaristicos (as) del Padre Celestial
Pero su triunfo dura poco. Laura parece transfigurada. Se yergue delante de él con la fuerza de
quien está dispuesta a todo, con tal de no perder su más sagrado tesoro. No obstante la fuerza
brutal del hombre, la niña logra huir... Furioso, humillado, Manuel Mora no desiste. Había sido fácil
doblegar a Mercedes. ¿Cómo es posible que esta niña tonta le resista? Vuelve a la carga, una y otra
vez, hasta que un día, enceguecido por la ira y la pasión, agarra a Laura descarga sobre ella toda su
ira acumulada, con bofetadas, puños, patadas, en una furia creciente que deja a la frágil niña más
muerta que viva. Para la pequeña Laura el golpe ha sido terrible; no se recuperará jamás.
Pero su misión quedaría incompleta si la mamá no retornara a Dios: “¡Abandónalo, mamá!”, supli-
ca, “¡abandónalo!”... Mercedes calla y llora pero no se aparta de la cabecera de Laura. La niñita,
devorada por la fiebre, no se lamenta. Reza y con amor y paciencia ofrece todo. Sabe que es el
precio de la gracia que desea obtener. Solamente a un sacerdote que la visita con frecuencia le
deposita su gran secreto: “¡Padre, cuánto sufro! Pero sufro contenta. Deseo ser fiel a Dios hasta la
muerte”.
También las monjas la visitan, y al despedirse para ir a Santiago de Chile, una expresión de pena cu-
bre por un momento el rostro de la niña. También ella partirá. Retornará a su verdadera Patria. Pero
hubiera tanto deseado que en el último adiós estuvieran presentes aquellas Hermanas tan queridas
por ella. Y Laura ofrece con generosidad también este sacrificio a Dios. ¡Cuánto había acariciado el
sueño de ser como ellas, de pasar toda la vida a la sombra de María Auxiliadora!, amando a Dios y a
la Virgen y ayudando siempre al prójimo...
El final se aproxima. El párroco le trae el Viático. Sería la última comunión; y después el eterno
diálogo en el Cielo... Mercedes está desolada y extrañamente agitada. Parece presa de un misteri-
oso temor cuando se queda al lado de Laura. La sombra en los ojos de su hija es fija, dolorosa. Pero
Laura no quiere irse así. “¡Mamá Acércate, mamá! ¡Debo hablarte! No sanaré jamás, ¿sabes?... Voy
a morir pronto. Yo misma lo he pedido a Jesús. Le he dicho: ¡Mi vida por la de Mi mamá, Jesús con
tal que ella regrese a Ti!
Siempre te he querido mucho, mamá! ¡No llores! Yo soy tan poca cosa y quisiera también verte feliz.
¡Me voy, mamá,... pero, si tuviera la dicha de verte cerca de Dios otra vez”.
Mercedes está anonadada y el corazón da un vuelco. ¿De modo que es por ella que su pequeña su-
fre? ¿Es por ella que muere?... Temía un reproche, pero Laura no sabe reprochar, sabe sólo amar. Y
las verdades sugeridas por el amor son, a veces, más terribles y dolorosas que cualquier reproche.
“¡Laura! ¡Mi pequeña Laura! ¡Si, te lo prometo! ¡Ay, Dios mío, perdóname!” La sombra desaparece
de los ojos de Laura y una gran paz la invade toda. ¡Misión cumplida! ¡Gracias, Señor! ¡Gracias, Vir-
gen Santa!... Y comienza para ella la verdadera vida. Entra en la paz de Dios. Es el 22 de enero de
1904. Laura Vicuña no había cumplido todavía los trece años.
Además, Mora, no se da por vencido; la busca furioso, para conducirla otra vez con él. Pero Mer-
cedes resiste. Está en paz con Dios y ésta vale más que toda riqueza. Y para no perderla nunca más,
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Cenáculos del rosario
se decide por el sacrificio supremo: huirá de Mora. Atravesará nuevamente los Andes. Había venido
llena de ilusiones y de esperanzas, con sus únicos tesoros. Regresará sola. Laura descansa en el
pequeño cementerio del colegio y Amandita, a quien el dolor ha hecho madurar, es ya esposa... Y
quedará sola, pero no se sentirá nunca más abandonada. HA ENCONTRADO A SU DIOS. Y desde el
Cielo, su pequeño ángel la asiste. ¡Sí, Laura, sí!...
El 3 de septiembre de 1988, el Papa San Juan Pablo II, en el templo de San Juan Bosco, en Turín,
beatificó, exaltando sus virtudes, a la niña chilena Laura del Carmen Vicuña: “flor eucarística de los
Andes”, dijo el Papa, “cuya vida fue un poema de pureza, de sacrificio y de amor filial”. A la edad de
diez años quiso formular tres propósitos: “Dios mío, quiero amaros y serviros toda Mi vida; por ello
os entrego Mi alma, Mi corazón, todo Mi ser, quiero morir antes que ofenderos con el pecado; por
ello me mortificaré en todo lo que me aleje de Vos; y prometo hacer cuanto sé y puedo para que Vos
seáis conocido y amado, y para reparar las ofensas, especialmente de las personas de Mi familia”.
Discípulos míos, no Me queda más que aclarar algo: La violencia del agresor de Laura les podría
parecer como si Dios mismo la hubiera provocada en respuesta a su generosa ofrenda.... ¡Es exact-
amente al revés! Él Señor, previendo el maltrato del cual la joven sería víctima, le inspiró ofrecer su
vida para que ésta adquiera valor de redención en pro de su querida mamá. Y así fue, porque Dios
nunca quiere el mal en sí mismo, sino que lo utiliza para sus fines y saca de él provecho. Así sea”.
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