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Vane Farrow & florbarbero

Hansel NicoleM Janira


SAMJ3 Miry GPE florbarbero
Dannygonzal NnancyC Melanie13
Jadasa Mary Warner Johanamancilla
Sahara FaBiis Kath1517
Daniela Agrafojo Victoria. Jeyly Carstairs
Ana Avila Nika Trece Vane hearts
Vane Farrow rihano
Ivana Umiangel

VaneV Annie D NnancyC


Daniela Agrafojo Daliam Laurita PI
Vane Farrow Julie GraceHope
Miry GPE Janira
MaJo Villa Itxi

Laurita PI

Mae
Sinopsis Capítulo 14
Capítulo 1 Capítulo 15
Capítulo 2 Capítulo 16
Capítulo 3 Capítulo 17
Capítulo 4 Capítulo 18
Capítulo 5 Capítulo 19
Capítulo 6 Capítulo 20
Capítulo 7 Capítulo 21
Capítulo 8 Epílogo
Capítulo 9 Epílogo Extendido
Capítulo 10 Agradecimientos
Capítulo 11 Sidebarred
Capítulo 12 Sobre el autor
Capítulo 13
Cuando Brent Mason ve a Kennedy Randolph, no ve la chica
torpe y dulce que creció al lado. Ve a una mujer segura de sí misma e
impresionante... que quiere aplastar las más íntimas, y apreciadas,
partes de su anatomía bajo los tacones de sus Christian Louboutins.
Brent nunca ha permitido que la pérdida de su pierna en un
accidente en su niñez afecte su capacidad para llevar una vida plena.
Se fija metas altas y luego las alcanza.
Y ahora tiene la vista puesta en Kennedy.

***

Cuando Kennedy mira a Brent Mason, todo lo que ve es el


adolescente egoísta y digno de catálogo de Abercrombie & Fitch, que la
humilló en la preparatoria para unirse a la población popular. Una
población que volvió esos años un infierno viviente.
Ella ya no es una marginada social enferma de amor, es una
fiscal de DC con una larga racha de victorias tras ella. Brent es el
abogado de la oposición en su siguiente caso y cree que es el momento
de hacerlo pasar por un pequeño infierno.
Pero las cosas no salen exactamente de esa forma.
Debido a que cada intercambio intenso la tiene preguntándose si
es tan apasionado en el dormitorio como lo es en la corte. Cada
argumento y objeción solamente la hace desearlo aún más. Al final,
Brent y Kennedy sólo pueden encontrarse en el amor... o en desacato de
tribunal.
Appealed es un romance sexy y con humor acerca de los primeros
enamoramientos, las segundas oportunidades y el veredicto final del
corazón.
Legal Briefs, #3
Traducido por Hansel
Corregido por VaneV

—¡Despreciable bastardo!
Kennedy se sienta y me mira como si ni siquiera me reconociera.
Lo que es bastante raro, teniendo en cuenta que estamos con el culo
desnudo en mi cama. Cada parte de nosotros está íntimamente
familiarizada.
Pero es el tono de su voz lo que más me molesta, plano con ira
estrechamente controlada y entrecortada por el dolor. Como si hubiera
robado el aire de sus pulmones, como si le hubiera dado un puñetazo
en el estómago.
Las palabras no me preocupan. Los insultos son nuestro flirteo.
Discutir es nuestro juego previo. Una vez, estaba tan alterada que se
movió bruscamente y se lanzó hacia mí, y mi reacción fue una erección
innegable.
No es tan retorcido como suena. Funciona para nosotros.
Al menos lo hacía hasta hace diez segundos.
—Espera. ¿Qué? —pregunto, en verdad sorprendido.
Pensé que estaría agradecida. Feliz. Tal vez me ofrecería un
trabajo oral para demostrar su aprecio supremo.
Sus ojos brillan peligrosamente, y los pensamientos de dejarla en
cualquier lugar cerca de mi pene huyen como pequeños peces en un
gran acuario. Porque no es una mujer para ser tomada a la ligera; ella
es una fuerza a tener en cuenta. Un interruptor de corazones y un
destructor de bolas.
—Planeaste esto todo el tiempo, ¿verdad? Follarme, adormecerme
en una falsa sensación de seguridad para que baje la guardia y puedas
ganar el caso —sisea.
Se mueve para bajarse de la cama, pero la agarro el brazo. —
¿Piensas que mi pene es lo suficientemente potente como para revertir
tu estupidez? Oh, preciosa, eso es muy halagador, pero no es necesario
venderme a mí mismo para ganar mis casos. Estás enloqueciendo por
nada.
—¡Jódete!
Solía tener una especial habilidad con las mujeres.
Si la palabra joder salía a jugar, siempre eran seguidas por mí y
luego palabras como más duro, por favor, y mi amigo, más.
Esos eran los días...
Se suelta fuera de mi alcance y se levanta de la cama, recogiendo
con furia la ropa esparcida por el suelo de madera dura. Y porque lo
está haciendo desnuda, agachándose, balanceando todos los mejores
lugares, tengo que ver. Hay marcas de dientes en su culo, mis marcas
de dientes. Sin piel rota, solo hendiduras de color rosa oscuro. Es
posible que me dejara llevar un poco anoche, pero su trasero es tan
condenadamente dulce, redondo y apetecible.
Agarro la manga de la prótesis de la mesita de noche y la deslizo
sobre el muñón de la pierna izquierda. Sí, parte de mi pierna fue
amputada cuando era un niño, una amputación transtibial si quieres el
término técnico. Voy a entrar en eso más adelante, porque ella no está
esperando. De hecho, me gusta eso de ella, no cede un ápice. Ni pensar
en hacer concesiones especiales o tratarme de forma diferente al
hombre plenamente capaz que soy.
O el pene que al parecer piensa que soy en este momento.
Cierro el pasador en la pierna protésica y me pongo de pie, justo
cuando encuentra su zapato en la esquina, añadiéndolo a la pila en sus
brazos.
—Cálmate, gatita —intento, mi voz nivelada.
—¡No me llames así! —chasquea—. Dijimos que no hablaríamos
sobre el caso, ese fue nuestro acuerdo.
Me acerco con las palmas hacia fuera, signo universal de Vengo
en paz. —Acordamos muchas cosas que ya no aplican, mejillas dulces.
Sus orificios nasales se abren ante el apodo. Supongo que puedo
añadir "mejillas dulces" a la columna del no, lo cual es una lástima. Se
adapta a ella.
—Traje el tema porque intento ayudarte.
Es oficial: Soy un jodido idiota. De todas las cosas malas que
podría haber dicho, esa fue la peor de todas.
—¿Crees que necesito tu ayuda? ¡Condescendiente hijo de puta!
Se vuelve hacia la puerta, pero le agarro el brazo de nuevo.
—Suéltame. Me voy.
Quiero responder con una buena vieja: Como el infierno lo haces o
el más directo: No te vas a ninguna parte. Pero ambos tenían algo
psicótico, del tipo Buffalo Bill en El silencio de los inocentes. Y eso no es
a lo que voy.
En cambio, arranco la ropa de sus brazos y las arrojo por la
ventana.
—¿Qué estás…? ¡No lo hagas!
Demasiado tarde.
Su falda de diseñador, blusa de seda sin mangas, y ropa interior
de encaje rojo flotan en el aire por una fracción de segundo, luego caen
a la acera y calle debajo de nosotros. El sujetador se engancha en la
antena de un coche que pasaba y ondea majestuosamente por la calle
como la bandera en el vehículo de un diplomático de un país
impresionante llamado Tetaslandia.
Siento como si tuviera que saludarlo.
Cierro la ventana, cruzo los brazos y sonrío. —Si intentas irte
ahora, el pobre Harrison estará marcado de por vida. —Harrison es mi
mayordomo. De nuevo, más tarde.
—¡Hijo de puta!
Y sus puños vienen volando a mi cara. Todos esos años de clases
de ballet la han hecho rápida, ágil con gracia. Pero tan rápida como es,
y tan poderosa como su disposición es, mide solamente un metro y
cincuenta y dos centímetros de lo mejor. Así que antes de que pueda
conseguir un golpe, o pensar en patearme las bolas, fácilmente la tiro
sobre la cama. Entonces me pongo a horcajadas sobre su cintura, me
inclino para presionar sus muñecas en el colchón encima de su cabeza.
Mi pene se pone caliente y duro contra la suave piel justo debajo de sus
pechos, lo que le da algunas ideas, pero eso va a tener que esperar
hasta más tarde también.
Lástima.
Miro hacia ella. —Ahora, melocotones, continuaremos nuestra
conversación.
Ese apodo se ajusta también. Su piel de seda es simplemente
melocotones y crema. Y la forma en que huele, Jesús, la forma en que
se siente en mi lengua, más dulce y más suave que un melocotón
maduro en un día de verano.
Las hebras de cabello rubio bailan a través de su clavícula
mientras se siente de un millón de dólares debajo de mí, dándole a mi
pene ideas aún más fabulosas. —¡Qué te jodan! Ya he terminado de
hablar.
—Bien. Entonces, ¿qué tal callar esa hermosa boca y escuchar? O
siempre podría amordazarte.
Puede que la amordace de todos modos, solo por el gusto de
hacerlo. Probablemente debería haberme aferrado a sus bragas.
—¡Te odio!
Me río. —No, no lo haces.
Sus ojos marrones queman dentro de mí, de la misma manera
que me marcan desde hace décadas. —Nunca debería haber confiado en
ti de nuevo.
Manteniendo sus muñecas por encima de ella, me inclino un poco
hacia atrás para disfrutar de la vista.
—Mierda. La mejor decisión que jamás has tomado. Ahora
escucha, botón de oro...
Y comienzo a decirle todas las cosas que debería haber dicho hace
semanas. No, hace años...
Cuatro semanas antes…
—Tuve un sueño extraño anoche.
Paso por detrás del sofá con una pelota de ráquetbol en la mano.
Cuando llego al final, reboto la pelota contra la pared, la cojo con una
mano, y luego doy la vuelta y voy hacia el otro lado. Hablo más fácil,
pienso mejor cuando estoy en movimiento.
—Estaba en una playa... al menos creo que era una playa, no
recuerdo nada de agua. Pero había arena, estaba cavando en la arena.
Rebota, captura, gira.
Algunas personas piensan que es débil ver a un terapeuta, pero
no podrían estar más llenos de mierda. Toma unas grandes bolas de
latón desnudar tus pensamientos a otra persona. Tus miedos, defectos,
deseos profundos y sucios. Es como un entrenamiento para el alma. Te
obliga a verte, el verdadero tú.
Y creo que ese es el problema, la mayoría de la gente no quiere
verse a sí misma. Prefieren creer que en realidad son la persona que
todo el mundo en el exterior piensa que son, no el egoísta, idiota que
está realmente llamando a los tiros.
—Los granos eran toscamente blancos, beige, y negros, y me
quedé excavando más profundamente. Sin saber qué buscaba, pero lo
supe cuando lo encontré.
Rebota, captura, gira.
—Era un rubí. Un rubí en la arena. Pero aquí está la parte
extraña, cuando traté de recogerlo, se deslizaba de mis manos. Sin
importar cuánto lo intentara, lo mucho que apretara las manos, no
podía aferrarme a él. Malditamente espeluznante, ¿verdad, Waldo?
El nombre de mi terapeuta es Waldo Bingingham. Es un hablador
suave, de tipo contemplativo de hombre, con unos cortos años antes de
su retiro. Todos sus otros clientes lo llaman doctor Bingingham, o
doctor Bing para abreviar. Pero me gusta Waldo, es más o menos el
nombre más increíble que alguien podría tener. Si el nombre de tu hijo
es Waldo, en algún momento de tu vida, vas a tener que decir, ¿Dónde
está Waldo1? Y eso es hilarante.
Me observa con paciencia. Se quita su oscuros anteojos de época
de montura gruesa, de 1960 Walter Cronkite, y los limpia lentamente
con un pañuelo de papel. Es una estrategia que ha utilizado a menudo
en los años que he estado viniendo a su consulta. Está esperando que
hable, me da tiempo para responder a mi propia pregunta.

1Referencia a “¿Dónde está Waldo?”, libro de juego, que consistente en encontrar a


Waldo en una imagen con decenas de detalles que despistan al lector.
Rebota, captura, gira.
Pero esta vez, estoy realmente decidido a escuchar su opinión
profesional. ¿Qué carajo significa todo esto, Waldo?
Al fin parpadea. —Creo que esta semana hemos decidido discutir
cómo utilizas las relaciones sexuales para evitar la intimidad.
Pongo los ojos en blanco. —Sexo, sexo, sexo, eso es de todo lo que
quieres hablar. Es que todo lo que soy para ti, ¿es un pedazo de carne?
¿Un pene con piernas? Bien —Río, tocando mi prótesis—, con pierna,
de todos modos. ¿Está tu mujer reteniendo cosas de nuevo?
Escribe una nota en la computadora de su regazo. —También
podemos añadir cómo utilizas el humor para desviar las conversaciones
que te hacen sentir incómodo a nuestra lista de temas para futuras
discusiones.
Rebota, captura, gira.
—No, solo soy un tipo divertido. La vida es demasiado seria, me
arrastrará. Además, creo que estás muy lejos de la base en la teoría de
la intimidad. Tener sexo es, por su propia naturaleza, íntimo.
—No de la forma en que lo haces.
—¿Me estás juzgando, Waldo?
Sí, acabo de recibir una patada por decir su nombre.
—¿Quieres que te juzgue, Brent?
—¿Crees que debería querer que me juzgues?
He estado en terapia desde que tenía diez años, puedo dar vueltas
así todo el día.
—Creo que utilizas este sueño para evitar la discusión de cómo
utilizas el sexo para evitar la intimidad.
—No: solo está jodiendo con mi cabeza. Quiero saber qué
significa.
Rebota, captura, gira.
Waldo suspira. Dándose por vencido y cediendo. —Los sueños
son un reflejo de nuestro subconsciente. La expresión de los
sentimientos y deseos que nuestra mente consciente no quiere
reconocer. No importa qué significa el sueño, solo lo que significa para
ti. ¿Cuál es tu interpretación?
Lo primero que pienso es que mi subconsciente me está diciendo
que necesito unas vacaciones. En algún lugar cálido y tropical, con
bebidas y mujeres calientes en pequeños bikinis.
O mejor aún, sin bikinis.
Pero eso sería demasiado simple. El sueño era diferente. Parecía...
importante.
—Creo que significa que estoy buscando algo.
Waldo se pone sus gafas. —¿Y?
—Y cuando lo encuentre, me temo que no voy a ser capaz de
mantenerlo.
Asiente con la cabeza. Como un papá orgulloso. —Creo que tienes
razón.
Rebota, captura, gira.
Esto es por lo que la terapia es buena. Con esas cuatro palabras
de aprobación, siento una sensación de poder, sólida conciencia de mí
mismo y competencia. Puede que no sepa lo que viene alrededor de la
curva, pero seguro como la mierda que voy a ser capaz de manejar la
situación cuando llegue aquí.
—Ahora... volviendo a los problemas de intimidad.
Hago un sonido caprichoso en la parte posterior de mi garganta,
gruñendo como un niño que ha sido obligado a sentarse en la mesa a
hacer su tarea. Me acomodo en el sofá, descansando un brazo en la
espalda del mismo. —Bien. Golpéame, sempai.
Suprime una sonrisa y mira a sus notas. —Mencionaste que
Tatianna venía a la ciudad la semana pasada. ¿La viste?
Tatianna es una vieja amiga. En el sentido bíblico. También tiene
una vida de princesa. Si Disney alguna vez decide ponerse travieso,
Tatianna podría ser su musa. Ella está un par de docenas de parientes
lejos del trono, pero su sangre es azul. Y si hay una cosa que la realeza
sabe hacer, es una fiesta.
—Nos juntamos, sí.
—¿Y cómo fue?
Estiro mis brazos sobre la cabeza, sonando mi cuello. —Ella llegó
y se fue.
Los dos llegamos en realidad. En la cama, la cocina, la bañera de
hidromasaje en el patio trasero. Fue una agradable visita.
Waldo asiente con la cabeza. —¿Dijiste que Tatianna está
comprometida ahora?
—Eso es correcto. La próxima vez que vuelva a los Estados ella
tendrá Duquesa delante de su nombre.
El último deber real de la nobleza de hoy es asegurarse de que la
fortuna quede en la familia, mediante la producción de pequeños
herederos y herederas que puedan heredarlo. Lo cual, por desgracia,
significa que no hay más momentos divertidos para mí y Tatianna.
—Tu socio de negocios, el señor Becker, ¿También está
comprometido?
—Sí, tres meses y contando. No ha perdido oficialmente su mente,
pero está terriblemente cerca.
Pocas cosas en este mundo son más divertidas que ver a Jake
Becker, una gran montaña de hombre, verse obligado a contemplar
arreglos florales para los centros de mesa en su próxima boda.
—¿Y tus otros socios, el señor Shaw y la señora Santos, ¿están
esperando su primer hijo?
Asiento con la cabeza de nuevo. —Sí, un niño. Pequeño Becker
Mason Santos Shaw.
Ese es el nombre de nuestra firma de abogados, donde todos
somos socios, abogados defensores penales. Creo que es adecuado que
el primer niño nacido en nuestra firma lleve su nombre. No he
convencido a Stanton y Sofía aún, pero estoy trabajando en ello.
Aunque ahora que lo pienso, me pregunto si estarían más
abiertos a Waldo.
—¿Cómo te sientes acerca de eso, Brent? Que todos los que
forman parte tu círculo íntimo se van a casar, tener hijos, avanzar en
sus vidas.
—Creo que es genial. Estoy encantado por ellos. Es decir, hasta el
año pasado, Jake era un soltero experto, un Caballero Oscuro en una
Baticueva sin una Vicki Vale. Pero ahora tiene una mujer preciosa y
una casa llena de niños. Es más feliz de lo que jamás lo había visto.
Waldo garabatea en su libreta. —¿Y es algo que deseas en tu
vida? ¿Matrimonio, niños?
Entrecierro ojos. —¿Ha estado mi madre llamándote de nuevo?
—Todos los meses —suspira Waldo, frotándose la frente—. Pero
sabes que no discuto nuestras sesiones con ella.
Mi querida madre tal vez debería programar algunas sesiones
para ella, teniendo en cuenta que el mes pasado le pidió a su
mayordomo, Henderson, hacer investigaciones sobre la adopción de un
nieto. Desde que yo, su único hijo, he estado tan abandonado en mi
deber de darle uno. Señal de viaje de culpa.
Me inclino hacia delante, apoyando los codos en mis rodillas. —
Muy bien, aquí está la cosa, estoy feliz por ellos, por supuesto. Pero hay
una parte de mí que piensa que ahora están atrapados. Atados con toda
esa responsabilidad. Yo, por el contrario, tengo mi trabajo para
mantenerme ocupado, pero todavía puedo salir de viaje a Suiza para
hacer puenting, o pescar en Nueva Zelanda. Con una sola llamada
telefónica puedo follar a dos herederas de hoteles de seis maneras un
domingo, y luego ver que se vayan a la ciudad, mientras me recupero
para la segunda ronda.
Para su información: No hay demasiada información en el
consultorio de un terapeuta.
—Si deseo satisfacer la necesidad de una familia, puedo ir por las
casas de mis amigos a cenar y ser el tío favorito de sus hijos. —Abro los
brazos para enfatizar el brillo de mi teoría—. Todas las ventajas,
ninguna obligación. La vida es corta, quiero vivirla. Y me gusta mucho
vivir libre.
Me mira por un momento y dice—: Mmmm.
Entonces, nada.
—Mmmm, ¿qué? —pregunto—. Creo que estamos más allá de
"mmmm" ¿no lo crees, Waldo?
Golpea ligeramente sus labios con la punta de su pluma. —
Bueno, es evidente que crees lo que dices. Que piensas que quieres este
auto-impuesto estilo de vida de baja responsabilidad. En la forma en
que Pinocho quería cortar sus cuerdas para que pudiera ser un niño de
verdad.
—¿Pero?
Siempre hay un pero.
—Pero me pregunto, en el fondo, si has pasado esa filosofía. Si
realmente anhelas algo más profundo en tu vida. El compromiso no es
siempre una carga, Brent. También puede ser una fuente de alegría y
satisfacción inimaginable.
Aclaro mis pensamientos y realizo búsquedas en mi mente, de la
forma en que Luke Skywalker hizo cuando Obi-Wan le enseñaba los
caminos de la Fuerza.
No, no tengo nada.
—Estás ladrando al árbol equivocado en este caso.
Se encoge de hombros. —Entonces pregúntate esto: Tan "atados”
como tus amigos pueden estar, ¿crees que alguno de ellos sueñe con
rubíes en la arena?
¿He mencionado que Waldo también puede ser un astuto hijo de
puta?
Traducido por Daniela Agrafojo
Corregido por Miry GPE

He visto mi apellido impreso en bibliotecas, alas de hospitales,


cosas por el estilo, pero hay una emoción extra al verlo en la Oficina de
Leyes de Becker, Mason, Santos & Shaw. Porque es mío, no de mi
familia, es algo que hice yo por mí mismo. Cuando creces a la sombra
de todos los logros de esos que vinieron antes que tú, eso es algo
grande.
Jessica, nuestra ayudante de verano, también conocida como
interna, me recibe con ojos destellantes y una pila de mensajes. —
Buenas tardes, señor Mason.
Tomo los mensajes y evado el contacto visual, manteniendo mi
rostro neutral. Es un movimiento bien practicado. Porque los internos
están hambrientos, entusiastas, dispuestos a hacer lo imposible.
Y eso es particularmente cierto en Jessica.
La manera en que mira, la forma en que accidentalmente roza sus
tetas contra mi brazo, la forma en que camina cerca de mi oficina
cuando trabajo hasta tarde, dice que está dispuesta a que la doble de
cualquier modo que desee. Y Jessica no es una ayudante de apariencia
promedio; alta, pelirroja, con caderas que cada hombre imaginaría
sostener al estilo perrito. Es caliente.
También tiene veinticuatro años.
No sé cuándo veinticuatro se volvió demasiado joven…
simplemente sé que lo es.
—Gracias, Jessica.
Subo las escaleras hacia el piso de arriba. Pisos de madera
oscura, molduras de corona originales y ventanas con cortinas oscuras,
le dan al área una elegancia histórica y profesional. Dos escritorios —
uno ocupado por nuestra secretaria, la señora Higgens, y otro para
nuestro asistente legal— se encuentran ubicados en paredes opuestas,
con dos largos sofás de cuero marrón enfrentándose en las paredes
restantes.
Asiento hacia la señora Higgens y me dirijo hacia mi oficina para
trabajar el resto de la tarde.
***

A las cuatro en punto saco la cabeza por la puerta de la oficina


para reunirme con mi cliente, Justin Longhorn. Él es un típico chico
millonario… cabello marrón desordenado, vaqueros ajustados, una
camiseta retro de Nirvana sobre su cuerpo larguirucho, su pulgar
deslizándose ocupadamente sobre su iPhone de última generación.
Antes de que pueda saludarlo, Riley McQuaid de dieciséis años
camina por el pasillo. Ha trabajado aquí por un par de horas a la
semana este verano. Riley es la mayor de los seis chicos McQuaid.
Los chicos McQuaid de Jake.
Si no entiendes el significado de eso, lo harás en un segundo.
Porque lo que pasa después se siente como ver un accidente de auto en
cámara lenta.
O la danza de apareamiento de dos púberes avestruces. Hay
cosas realmente raras en YouTube.
Sus miradas se deslizan sobre el otro, desde la cabeza hasta los
pies cubiertos de zapatillas Converse a juego.
Justin levanta la barbilla. —Hola.
Riley empuja su ondulado cabello oscuro detrás de la oreja. —
Hola.
Nada bueno puede salir de esto. Y no soy el único lo piensa.
—Hooola —dice Jake, con un lento gruñido desde la puerta de su
oficina, donde ocupa un lugar preponderante con brazos cruzados y
ojos grises como mercurio.
Jake Becker es un diablo de hombre, uno de mis amigos más
cercanos. También puede ser un hijo de puta aterrador y sobreprotector
cuando quiere serlo. El ceño que manda en dirección a mi cliente ha
reducido a hombres mayores y más grandes a las lágrimas.
Pero Justin no lo ve, porque está demasiado ocupado chequeando
a Riley.
—Tengo algunas clasificaciones para que hagas, Riley. —Jake
lanza su pulgar sobre su hombro—. En mi oficina.
—De acuerdo. Ya voy. —Pero no lo hace… al menos no de
inmediato. No hasta que se muerde el labio en dirección a Justin y
musita su clásico—: Hasta luego.
Justin asiente. —Definitivamente.
Ajá. Nunca habría marcado a Justin como del tipo suicida. Pero
supongo que nunca lo sabes.
Después de que Riley se desliza más allá de Jake a su oficina, él
sigue sujetando a Justin bajo el agarre de su mirada helada. Y el chico
tiene instintos de auto preservación de mierda, porque mueve su
barbilla con un despistado—: Qué tal, hombre.
La cara de Jake es tan amigable como una roca.
Siento algo de responsabilidad por Justin. Es mi cliente; es mi
trabajo mantenerlo fuera de la cárcel y, ya sabes, vivo.
—Jake, yo me encargo. Le… explicaré las cosas.
—Apreciaría eso —me dice con un tono sombrío. Luego, sin darle
otra mirada a Justin, desaparece dentro de su oficina.
Apresuro al adolescente a entrar y cierro la puerta detrás de él.
—¿Quién era…? —comienza a preguntar.
—No lo hagas —advierto. Luego apunto a la silla—. Siéntate.
—Pero…
—Detente. —Mi voz retumba, atrayendo su atención. Porque soy
un tipo feliz. Despreocupado. De trato fácil. Hasta que no lo soy.
Cuando llegan esos momentos, consiguen una reacción. Justin se
sienta.
Lo enfrento a través de mi escritorio. —¿Ves Juego de Tronos,
Justin?
—Sí, claro —responde, arrugando las cejas.
—¿Recuerdas el episodio cuando ese tipo aplastó la cabeza del
otro tipo con sus manos desnudas?
—¿Sí…?
Apunto hacia la puerta. —Si sigues pensando en esa chica de la
forma en que lo hiciste hace un minuto… eso es lo que hay en tu
futuro.
Se echa hacia atrás, considerando mis palabras, y probablemente
imaginando la aterradora escena brutal que nunca puede dejar de ser
vista por los espectadores de todo el mundo.
Pero el chico es persistente; tengo que darle eso. Porque todavía lo
intenta—: Pero yo…
—Eres un hacker de diecisiete años que es procesado por robo,
fraude electrónico y anfitrión de otros cargos federales. Y seamos
honestos, Justin… eres jodidamente culpable. —Apunto hacia la puerta
de nuevo—. Esa chica es la hija de mi compañero. Su hija mayor. ¿Me
entiendes? —Pongo las manos sobre mi escritorio, luego aprieto los
puños despacio—. Aplastado… al igual que una uva.
No es un mal chico. Es listo, gracioso. Me recuerda a Mathew
Broderick en Juegos de Guerra; que no se dio cuenta de que estaba en
una mierda profunda hasta que se encontraba preparado para un
supuesto ataque. Pero Riley es como una sobrina para mí, así que
cualquier chico que haya sido “acusado como adulto” en algún punto de
su vida simplemente no va a dar la talla.
Rematé la idea con una advertencia final. —Y antes de que tengas
alguna idea sobre los amantes de Bajo la Misma Estrella, recuerda,
Romeo y Julieta no es un romance. Es una tragedia. Ellos mueren.
Mira hacia la puerta una vez más, luego me da un sólido
asentimiento. —Lo tengo, jefe.
—Bien. —Empujo mi silla—. Ahora, hablemos sobre tu caso. ¿En
dónde está tu madre?
Justin eleva un hombro desgarbado. —Recibió una llamada de su
abogado y tuvo que irse. Tomaré el autobús a casa.
Los padres de Justin se están divorciando. Como, realmente
divorciando. Olvida estar en la misma habitación; ni siquiera pueden
estar en la misma conferencia telefónica. Su madre es amargada y su
padre es un imbécil. Ambos se encuentran totalmente ensimismados y
pasmosamente desinteresados en algo que tenga que ver con su hijo.
Lo que es más o menos cómo terminó hackeando el sistema
informático de un banco internacional en primer lugar, porque Chico
Listo + Padres de Mierda = Problemas.
E incluso con su juicio realizándose en pocos días, sus cabezas
todavía se encuentran en sus propios traseros. Es triste.
—Tu caso ha sido asignado a un nuevo fiscal. —Miro el archivo en
mi escritorio—. K. S. Randolph. Nunca he escuchado de él, pero
programaré una reunión para discutir un acuerdo extrajudicial.
Justin asiente, con las manos cruzadas sobre la cintura. —
Libertad condicional, ¿cierto? ¿Por qué este es mi primer delito?
—Así es. Y porque no gastaste nada del dinero que tomaste. No
quiero que te preocupes, Justin. Ni siquiera verás el interior de un
juzgado, ¿de acuerdo?
—Gracias, Brent. —Deja salir un suspiro y se inclina hacia
adelante—. En serio. Si no lo he mencionado antes, eres como… un
súper héroe para mí. Gracias.
Mi padre fue quien me compró mi primera historieta. Me la dio en
el hospital; después del accidente que se llevó la mitad inferior de mi
pierna izquierda. Era el primer número de Superman; que valía casi un
millón de dólares en ese momento. Me la enseñó, arrancó el plástico
que la cubría que aseguraba su valor y la leímos juntos.
Porque, había dicho, ser capaz de leer conmigo valía mucho más
para él que un millón de dólares.
Me convertí en un ávido lector después de eso, y un coleccionista.
En esos meses tempranos, las historietas hicieron que el tiempo pasara
más rápido, incentivaron a enfocarme en algo más que el dolor y todo lo
que perdí. Y —entre tú y yo— los héroes de las historietas me hablaban.
Entendí de dónde venían. Porque cada uno de ellos tenía algo terrible —
horrible— que les sucedió. Y salieron adelante, no solo bien, sino mejor
debido a eso.
Y así era cómo también quería ser. Cómo decidí mirar la pérdida
de mi extremidad. Sería la cosa que me haría mejor —más— de lo que
habría sido nunca si nada me hubiera pasado.
Así que, aunque Justin no tiene idea cuánto significan para mí
esas palabras en particular, valen malditamente mucho.
—Es para lo que estoy aquí, compañero.

***

Incluso cuando era niño —aún antes del accidente— tenía una
sobreabundancia de energía. Mientras crecía, el peor castigo que mi
niñera podía infligir era hacerme sentar en la esquina. Sin nada que
mirar. Nada que hacer. Solía hacerme sentir como un mono de
laboratorio en una jaula… realmente loco.
Ese rasgo me siguió en la adultez. Es por lo que corro diez
kilómetros al día, el por qué lo primero que hago cada mañana es un
largo conjunto de flexiones y abdominales. Es por lo que tengo un par
de asideros en la gaveta de mi oficina que aprieto cuando dicto una
moción o tomo una llamada. Eso me deja con un cuerpo duro y fuerte, y
resistencia para gastar.
Las mujeres en verdad disfrutan ambos, y chico, son apreciativas.
Es también la razón de que, a pesar de que tengo un mayordomo
en casa que también hace la función de chofer, camino a mi oficina
cada día.
Está oscuro para el momento en que atravieso la puerta de mi
casa. La casa en sí se encuentra decorada profesionalmente, y aunque
el tamaño es solo una fracción de un solo piso del monstruo en donde
crecí —en una calle de alta gama, llena de jóvenes profesionales que
conducen BMW y Lexus híbridos— es del tamaño perfecto para un
soltero.
Bueno… un soltero y su fiel compañero.
Me siento lo suficientemente seguro de mi masculinidad para
gritar—: Cariño, estoy en casa.
Solo para meterme con él.
Porque, británico o no, Harrison es más serio de lo que alguien de
veintidós años debería ser. Es el hijo del querido mayordomo de mis
padres, Henderson. Cuando él decidió entrar al negocio familiar —y
porque mi madre todavía rompe en urticaria ante el pensamiento de que
yo viva solo— estuve más que feliz de tomar al chico bajo mi ala. Y
ahora que lo tengo, espero corromperlo hasta la médula.
Harrison toma mi maletín. —Bienvenido a casa, señor.
Elevo una ceja, sintiéndome como un padre que tiene la misma
conversación con su adolescente cientos de veces. Porque el día en el
que me convierta en “señor”, solo jodidamente dispárame.
Sus ojos marrones se cierran un poco, luego fuerza—: Brent.
Quiero decir, bienvenido a casa, Brent.
Con la piel blanca y una abundante dosis de pecas, Harrison se
ve más joven que su edad, algo que tenemos en común. Es por eso que
decidí dejarme crecer la barba, una mandíbula llena de vello oscuro
bien cuidado.
Las mujeres también aprecian eso; esas cerdas tienen todo tipo de
usos creativos.
—¿Cómo estuvo tu día?
Lo palmeo en la espalda. —Estuvo genial. Estoy hambriento…
¿Qué hay para cenar?
—Cordon bleu de pollo. He puesto la mesa en el patio trasero;
parecía una noche encantadora para cenar afuera.
Los cordon bleu de pollo de Harrison son lo máximo.
Mi pequeño patio se encuentra profesionalmente organizado. Una
valla blanca enmarca la propiedad, lo que solo es considerado porque es
grosero forzar a tus vecinos a verte follar. Y lo de follar pasa mucho por
aquí debido al enorme jacuzzi que tiene el lugar de honor en una
plataforma elevada e iluminada en el centro. Un pequeño parche de
césped, una dispersión de arbustos de hoja perenne, algunos arces
japoneses, y un fragante árbol de limón completa el escenario.
Me siento en la mesa redonda cubierta de tela y Harrison remueve
la tapa de plata de mi plato caliente.
—Tu madre llamó hoy —menciona, moviéndose para pararse
detrás de mí—. Tu prima Mildred organiza la celebración del primer
cumpleaños de su hija este sábado, en la finca Potomac. Las palabras
exactas de la señora Mason fueron: “Insisto en que asista, y vendré
personalmente a llevarlo si no lo hace”.
Esa es mi madre para ti; Jaqueline Bouvier Kennedy por fuera,
Harry el Sucio por dentro. Cuando llega una orden directa, en verdad
no quieres desobedecer; a menos que te sientas mocoso suertudo. Y los
mocosos nunca tienen suerte.
Antes de empezar, miro sobre mi hombro—: ¿Te gustaría unirte a
mí, Harrison?
No es la primera vez que le he preguntado recientemente, pero su
respuesta siempre es la misma.
—La invitación es muy apreciada, pero si acepto, mi padre podría
repudiarme. Y soy bastante aficionado a mi padre.
Asiento. —Ve a disfrutar de tu propia cena, entonces. No voy a
necesitar nada más.
Con la más leve inclinación, regresa al interior.
Después de unos pocos minutos y mordidas, cae el silencio; ni
siquiera los grillos salieron esta noche. No me gusta el silencio más de
lo que me gusta quedarme quieto.
Nosotros cuatro solíamos salir mucho después del trabajo. Cenar,
beber, algunas veces bailar. Pero en estos días hay cunas que armar,
niños que llevar y traer, y planes de boda que hacer. Hay otras personas
con las que puedo pasar el rato… conocidos, antiguos amigos de la
escuela, mujeres que estarían emocionadas de recibir mi llamada. Pero
esas opciones no parecen valer el esfuerzo.
El silencio se siente sofocante —con escozor— como una pesada
manta de lana.
Así que me levanto, tomo mi plato y entro. Porque tan asombroso
como es mi patio, la cena frente a la televisión parece mucho mejor.
Traducido por Miry GPE
Corregido por Daliam

El sábado, Harrison me lleva a la finca de mis padres alrededor de


una hora después de que la fiesta comenzara. Él tiene que hacer unos
recados, así que le digo que se vaya; con instrucciones estrictas de que
me recoja exactamente en tres horas.
No es que no me guste mi familia, son geniales. Pero en pequeñas
dosis. Si paso mucho tiempo con ellos... bien, ya lo verás.
Mis pasos resuenan en el inmenso vestíbulo de mármol. Paso la
sala de música, la sala de estar, el invernadero, la biblioteca, en donde
se encuentra colgado mi retrato a los cinco años, vestido con un mono
azul y una gorra; luciendo como el niño afeminado de las pinturas de
los anuncios de Dutch Boy, pero con cabello oscuro. Le he ofrecido a mi
madre mi primogénito, que probablemente nunca tenga, para que lo
quite, pero no cede. Si Stanton, Jake o Sofía alguna vez ponen los ojos
en él, estoy jodido.
En la parte trasera de la casa hay una ajetreada energía
procedente de la cocina, la que se puede sentir más que escuchar;
sirvientes arrastrando los pies, reponiendo las bandejas de champán y
caviar, llevando cubos de hielo para mantener fresca la mesa de
langosta y ostras.
En el exterior, hay carpas y mesas, una banda, y un bar
completamente equipado con dos camareros. Lo que no hay son
serpentinas, globos brillantes, payasos o magos; a pesar de que esta se
supone que es una fiesta infantil. Porque en realidad, este tipo de fiesta
es para los doscientos adultos mezclándose, charlando, dándose la
mano, besándose las mejillas y apuñalándose las espaldas.
Sí, he dicho doscientos; solo amigos y familiares.
Verán, mi padre es el menor de ocho. Mi madre, la menor de doce.
Y ambas partes gozan de excelente salud, todos ellos viven por
jodidamente siempre. Lo cual significa que hay primos, tíos, primos
segundos, y abundancia de sobrinos, y la banda está toda aquí.
Además de una buena salud, hay otro rasgo que es fuerte en mi
familia. Se podría decir que son... excéntricos. Más locos que la mierda
de rata también trabajando.
Tomemos a mi tía Bette, por ejemplo. Es la mujer del vestido café
claro, mirando hacia las ramas de ese árbol de arce, hablando con las
aves como una mujer sin hogar en un parque. Tiene cuatro hijos y no
habla con ninguno de ellos, desde hace años. Prefiere la compañía de
sus palomas de carreras. Creo que ha ganado premios.
Es importante tener un propósito en la vida. El aburrimiento ha
matado a más de mi clase social que el cáncer y las enfermedades del
corazón combinados. Debido a que la mayoría de la gente trabaja por
cosas como comida, casa y ropa, y el trabajar por esas necesidades
infunde un propósito y ambición. Te da una razón para arrastrarte
fuera de la cama por la mañana.
Pero cuando tus necesidades están cubiertas, cuando
literalmente no tienes que limpiar tu propio trasero si no quieres, ¿qué
diablos haces contigo mismo?
Si eres estúpido te drogas, bebes o juegas para ocupar tu tiempo.
El aburrimiento es una enfermedad. Ya sea que la cures haciendo algo
que ames, o morir intentándolo.
—Hola, primo.
Luego está mi primo Louis, un tipo bajito zalamero, con un mal
peinado sobre su calva. La riqueza convierte a los hombres en unos
idiotas, pero incluso si él no tuviera dos peniques para frotar juntos,
aún sería un idiota. Simplemente nació de esa manera.
—Louis. —Estrecho su mano.
Noten, no le pregunto cómo le va; porque me lo dirá de todas
formas.
—Estoy muy bien, hombre. Acabo de cerrar una dulce oferta
inmobiliaria. Excelente ubicación. Derribaré el edificio y lo convertiré en
un estacionamiento. Mi chico está cumpliendo una orden de desalojo a
los antiguos inquilinos; monjas y huérfanos o algo así. —Se carcajea
como un villano malvado—. Pero así son los negocios, ¿cierto?
—En realidad, no.
No me escucha; el rugido de su narcisismo ahoga todo, menos el
sonido de su propia voz.
Noto que su mirada se dirige al trasero de una morena a mi
derecha. —Guau, Cynthia Beardsley se desarrolló bien. —Luego me
mira—. ¿La tía Kitty ya consiguió casarte?
—No.
Se ríe de nuevo. —Todos tenemos que caminar por la plancha
algún día. Te apuesto una botella de Royal Salute 50 que ella te tendrá
comprometido para finales de año.
—De acuerdo. —Extiendo la mano y de nuevo las estrechamos.
Louis puede ser un idiota, pero no estoy por encima de quitarle de las
manos una botella de whisky de diez mil dólares.
Veo a mi padre a unos pocos metros de distancia y me dirijo en
su dirección. La apariencia que inteligentemente saqué de él: alto,
espeso cabello oscuro, ojos azules y un rostro que parece quince años
más joven que sus verdaderos sesenta y cinco.
Nos damos la mano y le da una palmada afectiva a mi hombro. —
Hijo.
—Hola, papá.
Toma un sorbo de su brandy. —¿Cómo están los criminales en
estos días?
Y aquí vamos.
Mi padre nunca fue un admirador de navegar con el peso del
apellido de uno. Durante mis años de adolescencia, las cenas familiares
eran como la Inquisición española: ¿Cómo has contribuido hoy? ¿Cómo
te has distinguido? ¿Por qué serás recordado? Cuando empecé la escuela
de derecho, se le metió a la cabeza que debería entrar en la política,
convertirme en el fiscal Brent Mason, luego fiscal general Brent Mason,
con el tiempo en senador Brent Mason, después de eso sería hasta el
infinito y más allá.
En su lugar, me convertí en abogado de defensa criminal. Y no
creo que el viejo alguna vez lo supere.
—Son acusados, papá. No criminales.
—¿Hay diferencia?
—Estoy seguro de que hace una diferencia para los inocentes.
De acuerdo, casi ninguno de ellos son inocentes. Sin embargo, la
gente rara vez hacen cosas ilegales por el simple hecho de hacerlas,
siempre hay circunstancias atenuantes. Una noche fuera del campo de
juego por aquellos que no han nacido con una cuchara de plata en el
trasero es lo que me hace salir de la cama por la mañana.
—Juego ráquetbol con un alto miembro del Departamento de
Justicia —dice.
Mi padre juega ráquetbol con todo el mundo. Pero no es un dador
de nombres. Debido al dinero y las conexiones son como el Club de la
Pelea, la primera regla de tenerlos es que no hablas de ellos.
—Siempre andan en busca de buenos hombres, tenlo en mente,
Brent.
Toco mi sien. —Está archivado.
—Brent, cariño, estás aquí —dice mi madre con esa voz suave y
entrecortada mientras camina hacia mi lado.
Todo sobre mi madre es silencioso, suave, delicado. Como una
rosa cuyos pétalos se caerán si soplas sobre ella. Nunca ha maldecido,
ni levantado la voz, ni siquiera cuando tenía siete años y tuvieron que
llevarme a la sala de emergencias porque atasqué palomitas de maíz en
mi nariz solo para ver cuántas cabrían. (Veintitrés, en caso de que
tuvieran curiosidad).
—Hola, mamá. —Me inclino y la beso en la mejilla.
Pasa la mano sobre la tela de la camiseta polo color azul claro. —
Este es un color muy bonito en ti, querido.
—Gracias.
Su mirada se desplaza por encima de mí con adoración. —Camina
conmigo, Brent.
Oh, mierda.
Mi madre diciendo camina conmigo es similar a una mujer con
quien sales diciendo: “tenemos que hablar”; eso nunca termina bien.
Engancha su brazo con el mío y camina por el césped, lejos de la
multitud.
—He leído mucho últimamente —comienza—. Y pensado. Tienes
treinta y dos años, querido; eres guapo, te vistes bien, bailas bien;
siempre has sido muy pulcro.
El último comentario me tiene mirándola extrañado, pero la dejo
continuar.
—El hijo de Talula Fitzgibbons tiene casi tu edad, y recientemente
le dijo a ella que se volvió homosexual.
Oh chico.
—No solo eso, sino que también contrató a una linda madre de
alquiler y espera trillizos. ¿No es sorprendente, Brent? ¡Trillizos!
—Mamá…
Pero ese tren salió de la estación.
—Así que quería que sepas, que si eres homosexual, tu padre y yo
te amaremos exactamente igual que como lo hacemos ahora. —Me da
palmaditas en el brazo y modifica—. Siempre y cuando tengas hijos.
—No soy gay, mamá.
Se ve decepcionada. —¿Estás seguro?
—Mamá, soy tan heterosexual como un hombre puede ser.
Su dedo delicado golpea ligeramente sus labios mientras lo
piensa. —Bueno, está bien. Entonces me gustaría que hablaras con la
nieta de Celia Hampshire. Ella está aquí y es una chica encantadora.
—La nieta de Celia Hampshire asiste a la preparatoria.
—No, se graduó el mes pasado.
Me pellizco el puente de la nariz. —Está bien... Iré al bar. Ahora.
¿Podemos hablar de esto más tarde?
—Por supuesto, cariño. Estoy tan feliz de que estés aquí.
Y porque la amo y soy un buen hijo, miento—: También yo.
Mi madre se dirige de nuevo hacia mi padre y yo hacia el bar. En
realidad debió ser mi primera parada.
Di tres pasos y luego un brazo se enrosca en el mío y mi cadera
salta con fuerza. —¿Pero estás seguro de que no eres homosexual?
¿Comprendes que mantienes a tía Kit fuera del grupo de los populares?
Jalo a mi prima Katherine a un fuerte abrazo. —Gracias a Dios
estás aquí.
Sus ojos oscuros brillan mientras se ríe. —¿Por qué, porque soy
tu única familiar normal?
—Sí, esa es exactamente la razón.
Katherine también es mi prima preferida. Alborotadora y ruidosa,
con el tipo de sonrisa que no puedes dejar de devolver. Cuando éramos
jóvenes y mis otros primos dijeron que yo era demasiado pequeño;
demasiado molesto; para jugar algún juego estúpido, Katherine se
aseguró de incluirme. Cuando cumplí veintiún años, se presentó en mi
universidad y me llevó a mi primera cerveza legal. No te dan a elegir la
familia, pero si lo hicieran, Katherine sería mi primera opción en la
primera ronda.
Su hijo de cuatro años, choca contra mi pierna, seguido
rápidamente por su hermana de dos años.
—¡Tío Brent! —chilla ella.
La levanto. —Annie, bebé.
Miro hacia Jonathon. —¿Cómo estás, amigo?
Inclina la cabeza hacia atrás, sin soltar la pierna. —Hago popo en
la bacinica ahora.
—Bienvenido a la hombría. —Le doy un “dame esos cinco”, por lo
que salta para chocarlos.
Annie se retuerce en mis brazos, por lo que la dejó en el suelo y
corren en círculos alrededor de nosotros. Echo un vistazo detrás de
Katherine. —¿Dónde está Patrick?
Se encoge de hombros, y el brillo de sus ojos se atenúa. —En
Portugal, de “negocios” con su secretaria.
Patrick es el esposo de Katherine, cuyo trasero patearé con fuerza
la próxima vez que lo vea.
—Vamos, no te enojes —dice—. Es lo que es.
—Lo que es, es jodido. ¿Por qué lo aguantas?
Se encoge de hombros. —Porque cuando él se encuentra cerca, es
un buen esposo y padre. Debido a que los niños lo aman, y yo también.
—Te mereces algo mejor, Kat. Mucho mejor.
—Él es lo que quiero.
Niego con la cabeza mientras Annie tira de la pierna de mis
pantalones y apunta hacia unos arbustos. —Tío Brent, quiero esa
mariposa, pero no viene.
—Bueno, vamos tú, Jonathon y yo a buscar una mariposa.
Consigo una sonrisa de agradecimiento de Katherine, luego alzo
al niño sobre los hombros y los tres vamos a cazar.

***

Dos horas más tarde, miro por el patio a la multitud de


platicadoras y monocromáticas personas. Todas tan ansiosas de
clonarse uno al otro, de no ser etiquetadas como demasiado llamativa u
ostentosa. Es un mar de beige: pantalones color café claro, vestidos de
verano color taupe y un par de lentes de sol Ray-Ban café claro detrás
del otro.
Hasta que un estallido de pasos rojos salen de debajo de la carpa
blanca de la fiesta.
Tal vez esta tarde no será una pérdida total, después de todo.
El vestido es elegantemente seductor, largo hasta la rodilla, sin
mangas, escote con un cordón que se enrolla alrededor de la clavícula y
se ata en la espalda. Pero el cuerpo dentro de él es lo más destacado.
Ella es pequeña pero inequívocamente femenina, cálida piel melocotón,
elegante cuello, brazos delicados, una ligera pronunciación del escote,
una cintura estrecha, y piernas tonificadas con el más dulce indicio de
músculo. Su cabello es espeso, un multifacético rubio: hebras pálidas,
casi blancas, agracian su mandíbula, pero hay matices de miel, oro y
caramelo dirigiéndose a un moño bajo.
Ella es jodidamente impresionante. No tengo ni idea de quién es,
pero descubrirlo acaba de convertirse en mi prioridad número uno.
Me ve cuando me acerco. Ojos color turquesa brillante, agudos y
evaluadores, me rastrillan de la cabeza a los pies. Disfruta de la vista,
nena. Estaré feliz de darte la gira extendida más adelante.
—Hola —digo, sonriendo cuando llego a ella.
Levanta la barbilla, enderezando los hombros. —Hola.
Hay algo familiar en ella. Pica en la parte posterior de mi cerebro
y mi polla se agita. Me pregunto si es amiga de mis primas,
¿posiblemente una dama de honor con la que conecté en una de sus
bodas?
—¿Disfrutando de la fiesta?
Su mirada se gira hacia la multitud mientras bebe de la copa de
cristal en la mano. —Sí. Estoy segura de que la cumpleañera se
encuentra en éxtasis. Caviar y champán, lo que quiere toda niña de un
año.
Sarcasmo. Me gusta el sarcasmo. Sugiere inteligencia. Confianza.
Me gusta su trasero incluso más, el que he comprobado
discretamente.
—Lo que se dice por el club de campo es que incursionaste en un
negocio por ti mismo —comenta casualmente—. Tienes una firma de
abogados con tu nombre en ella.
Sus senos son bastante fenomenales también. Un poco en el lado
pequeño, no más que una copa B, pero apuesto a que son firmes,
turgentes y mágicamente deliciosos. Del tipo que puede renunciar a un
sujetador, así sus pezones se notan contra su blusa cuando se
encuentra excitada. Me encanta esa imagen en una mujer.
—Sí, casi dos años. Hemos construido un nombre por nosotros
mismos.
—Debes sentirte muy orgulloso.
—Lo estoy.
Levanta un hombro. —Creo que es realmente pretencioso.
Mi mirada se dirige a su rostro. —¿Disculpa?
—Es una farsa. El valiente joven abogado defensor, renuncia a la
firma con gran sueldo para servir a gente desvalida. —Su voz se vuelve
burlona—. Es fácil ser valiente cuando se tiene el dinero de tu bisabuelo
respaldándote.
Frunzo el ceño. —Eso es bastante presuntuoso de tu parte.
—No, lo que es presuntuoso es pensar que puedes caminar hasta
aquí, echar una ojeada a mis tetas y trasero, y asumir que no actuaré
en consecuencia.
Supongo que no fui tan discreto como pensé.
—¿Ojeada es una palabra? Porque si lo es, lo eres. Bastantes
mujeres lo tomarían como un cumplido.
Me enfrenta directamente. —Bastantes mujeres son idiotas. Y no
están tan bien informadas como yo sobre lo egoísta y pequeño capullo
inmaduro que puedes ser.
¿Pequeño? Eso me molesta, particularmente en tan cercana
proximidad a la palabra capullo.
—¿Quién demonios eres tú?
Me mira fijamente durante dos latidos. Luego hecha la cabeza
hacia atrás y se ríe.
—Dios mío. De todas las formas en que imaginé que esto iría,
nunca consideré que me olvidarías por completo. Pero supongo que no
debería sorprenderme, era bastante olvidable en esos días.
—¿Qué siquiera sig…?
La voz de una mujer grita—: ¡Kennedy! —cortándome, y
pateándome en mi proverbial trasero.
Mitzy Randolph, una de las más antiguas amigas de mi madre y
nuestra vecina de al lado, se acerca y planta dos besos al aire en la
belleza a mi lado.
—He estado esperando a que llegues —le dice.
—He estado aquí desde hace veinte minutos, madre.
Santa mierda.
La señora Randolph se gira hacia mí, su brazo alrededor de la
espalda de su hija. —¿No es maravilloso que nuestra Kennedy haya a
casa, Brent?
Y todo lo que puedo hacer es repetir como un idiota. —Sí...
maravilloso.
Mitzy da un paso atrás, toma las manos de su hija, y las sostiene
en alto a sus costados, observándola, juzgando y evaluando, justo como
en los buenos viejos tiempos. —Estoy muy contenta de dejaras Nevada.
Todos esos casinos desagradables, polvo y desierto. —Le acaricia la
mejilla—. Ese aire seco ha causado estragos en tu piel. Te haré una cita
con mi esteticista esta semana, ella es una hacedora de milagros.
Kennedy libera un suspiro resignado. —Gracias, madre.
—Entonces dejaré que ustedes dos se pongan al corriente. Veo
que los Vanderblast se encuentran aquí y si no paso por lo menos diez
minutos con Ellora se convertirá en un lío irritado.
Cuando nos quedamos solos de nuevo, no puedo dejar de mirar.
Hubo un tiempo en que ella era mi mejor amiga. Durante un minuto
caliente fue más. Después de eso, me odió. Y luego solo... se fue.
No la he visto desde hace catorce años, y la última vez que lo hice,
sé casi con certeza que no tenía este aspecto.
—¿Kennedy...? —susurro, aún no del todo convencido de que es
ella.
Me mira con la cabeza inclinada, una cadera hacia afuera y una
sonrisa desdeñosa. —Hola, Cabeza de polla.
Bueno. Ahora estoy convencido.
Traducido por Nika Trece
Corregido por Itxi

Tardo unos pocos segundos en recuperarme de la impresión, pero


cuando lo hago, miro al suelo sonriendo. Porque si hay una cosa que sé
hacer, es no huir de una situación.
—Kennedy Randy Randolph.
Su sonrisa cae como un barril por las cataratas del Niágara. —Mi
segundo nombre es Suzanne.
—Lo sé, pero nunca tuve un apodo para ti. A pesar de que ya
consideramos Randy, ¿verdad? No fue uno bueno, voy a seguir
buscándolo.
Niego con la cabeza, mirándola otra vez. Porque ahora que sé
quién es, estamos hablando de un nivel totalmente distinto de interés
depravado.
—Maldita sea. Luces…
—Sí, lo sé. —Suspira, luego mira a su manicura de esa manera
malintencionada en que hacen las mujeres—. Gracias. —No hay ni una
pizca de sinceridad en su tono, supongo que ha escuchado un millón de
cumplidos antes. Lo cual, con su nivel de sensualidad, es posible.
Excepto por una cosa.
—¿Qué has hecho con tus ojos? —Me apoyo en el ceño fruncido.
—Se llaman lentes de contacto.
—Bueno, quítatelas. No me gustan. Tus ojos reales son increíbles.
Impresionantes en realidad, marrones cálidos con motas de oro.
Reconocería los ojos de Kennedy en cualquier lugar.
—¿Qué le hiciste a tu cara? —pregunta, cruzando los brazos.
Me toco la barbilla. —Me dejé barba.
—Bueno quítatela. Se parece a una vagina de una película porno
de los años setentas.
Mis labios tiemblan, porque, joder, las cosas que salen de su
boca.
Siempre lo han hecho.
—Estoy empezando a tener la impresión de que no te gusta más,
dulzura.
Desafío se eleva en sus ojos. —Estás suponiendo que realmente
me gustó desde el principio. Ya sabes lo que dicen de las personas que
asumen, idiota.
Me enfrentaré con Kennedy. Empieza el juego.
—Definitivamente te gustó. ¿Recuerdas el verano que me
mostraste rápidamente tus tetas? Eso tiene que contar para algo.
—No te enseñé mis tetas. —Frunce el ceño.
—Lo hiciste. Fueron los primeras que vi en mi vida, dejaron una
impresión memorable.
Aprieta sus dientes. —Di un salto en la piscina y mi traje de baño
rodó hacia arriba.
—Creo que fue un desliz freudiano de pezón. En tu subconsciente
querías hacerlo porque te gustaba.
—Creo que eres un hijo de puta pomposo. Posiblemente un
sociópata.
Sonrío. —No significa que no te guste.
Por encima del hombro de Kennedy, capto la mirada ansiosa de
mi madre sobre nosotros. Ella sería menos evidente si tuviera un punto
de mira y binoculares dirigidos en nuestro camino.
—Mi madre nos mira.
Kennedy coloca el vaso vacío en la bandeja de un camarero que
pasaba y recoge uno lleno. —Por supuesto que está mirándonos.
Durante años, su mayor deseo fue que yo creciera para poder llevar tu
vástago.
Resoplo. —Eso es ridículo. —Entonces miro de reojo a Kennedy,
midiendo su reacción—. ¿No es así?
—Por supuesto. —Me mira directamente a la cara—. Nunca
podría estar con alguien como tú, tienes la madurez de un niño de doce
años de edad.
Alzo mi copa. —Y tú tienes el pecho de uno.
Espero que vuelva con una réplica inteligente, mordaz, pero solo
hace un gesto hacia mí con la mano abierta. —Ya vale.
Irónicamente, mi primer instinto es sacarle la lengua. Pero no le
daré la satisfacción.
—Además —añade con una sonrisa altanera—. Estoy viendo a
alguien. ¿Tal vez has oído hablar de él? David Prince.
David Prince es un joven senador de Illinois con el ojo puesto en
la Casa Blanca. Es una estrella de rock, la segunda venida de John F.
Kennedy. Apuesto a que todo el Partido Demócrata y un buen
porcentaje de los republicanos tienen su cuadro colgado en la pared de
la oficina, de la misma manera que el cartel de Jon Bon Jovi con el pelo
alborotado está colgado en las paredes de la habitación de mis dieciséis
primas. Y dos de mis primos.
—¿Estás saliendo con un político? —digo como si fuera una mala
palabra, porque en mi experiencia, los políticos rara vez son limpios.
Levanta una ceja perfectamente cuidada. —Tú fuiste casi un
político.
—Solo en los sueños húmedos de mi padre —replico—. Aunque
siempre dijiste que ibas a casarte con un príncipe. Suena como que
estás en tu camino.
—Mi madre lo dijo, no yo.
Sonrío. —Entonces ella debe estar en éxtasis. Por fin eres todo lo
que siempre quiso que seas.
Juego. Set. Partido.
Algo cambia en los ojos de Kennedy, y de repente me da la
sensación de que no estamos jugando más. —No todo. Madre quería
que fuera una bailarina.
Hace años, oí que hacía una licenciatura en la Universidad de
Brown. Pero aparte de ese pequeño detalle no había nada. Su padre es
un hablador, su madre una fanfarrona, pero cuando Kennedy se fue
después de la escuela, la información sobre ella se bloqueó como Fort
Knox.
—¿Es eso lo que hacías en Las Vegas? ¿Bailar? ¿Muy bajo para
una stripper, verdad?
Aunque estaría sentado al frente y en el centro de ese espectáculo
si pudiera.
Asiente lentamente, sonriendo con demasiado aire de suficiencia.
—Sí, demasiado bajo para una stripper… pero justo a la altura
correcta para una fiscal federal.
Me deja frío. Y de repente siento un fuerte parentesco con el hijo
bastardo de Ned Stark porque: ¡No sabes nada, Jon Nieve!
Y al parecer yo tampoco.
—¿Eres un… ?
—¿El caso Moriotti, el capo de la mafia? Esa fui yo. Me
trasladaron a la oficina de DC la semana pasada y no puedo esperar
para empezar a jugar en tu terreno.
Durante los últimos catorce años he pensado mucho acerca de lo
que sería volver a ver a Kennedy Randolph, pero nunca pensé que sería
en el lado opuesto de la sala.
—¿Te das cuenta que esto nos hace enemigos mortales? Ahora
eres la Lex Luthor de mi Superman, el Magneto de mi profesor Xavier.
—Con tu obsesión por los cómics todavía en pleno efecto, yo diría
que soy más la Wendy de tu complejo de Peter Pan.
Ignoro la indirecta porque estoy demasiado ocupado conectando
los puntos. —Espera un momento, tu segundo nombre es Suzanne.
—Pensé que ya cubrimos eso.
—¿Eres K. S. Randolph?
Su sonrisa se amplía en dos filas de malvado color blanco perla.
—Sí. Ese es mi apodo profesional.
—¿Eres el fiscal en mi caso Longhorn?
Aplaude como en el golf. —Correcto de nuevo.
—He estado intentando conseguir una reunión con tu oficina,
para poder hablar.
Sus facciones se arrugan con fingida confusión. —¿Acerca de que
te gustaría hablar contigo?
—¿Eh, la lectura de cargos?
El noventa y siete por ciento de los casos criminales federales
terminan en acuerdos con el fiscal. Si deseas una idea real de la
jurisprudencia actual, olvídate de la juez Judy, hagamos un trato en su
lugar.
Se ríe de una manera claramente desagradable. —Brent, Brent,
Brent, no hago ofertas de culpabilidad. Nunca. Es un poco por lo que
soy conocida. Ah, y nunca he perdido un caso. Soy conocida también
por eso.
Estaba equivocado, este partido no está ni de lejos cerca de
terminar. Acaba de empezar.
—Justin Longhorn tiene diecisiete años de edad —argumento.
—Exactamente —prácticamente escupe—. Edad más que
suficiente para saber qué hacía.
—Es su primera ofensa.
—E hizo un infierno de debut. Voy por el máximo. Tu niño está
mirando los veinte años.
Cuando éramos jóvenes, Kennedy era inteligente, divertida como
el infierno, ajena social, pero nunca fue rencorosa. Pero al mirarla
ahora, hay una ferocidad en ella que es nueva. Al igual que un
chihuahua de dientes afilados al que le han pisado demasiadas veces.
Una parte de mí encuentra este calor abrasador. No es más una
chica, es una mujer fuerte, totalmente dueña de sí misma. Del tipo cuyo
cabello me encantaría empuñar mientras mi polla está profundamente
en su garganta. Del tipo que gemiría cuanto más tiempo golpeo en
contra de su áspera y dura pared.
Pero otra parte de mí está de luto por su dulzura. La valiente,
inocente, bellamente criatura salvaje que se sentó en el manillar de una
bicicleta y confió en mí para mantenerla a salvo mientras yo pedaleaba.
La que tomó mi mano y me dijo que bailara con ella llevando la pierna
falsa sin practicar, porque pensaba que era lo suficientemente fuerte
como para atraparme si me tropezaba.
Luego está el profesional en mí, que se siente molesto porque será
un dolor en el culo en un caso que debería ser un cierre fácil.
Doy un paso más cerca. —¿Qué diablos, Kennedy? Ha devuelto el
dinero. Fue un error. Es un niño.
Levanta la barbilla y me mira, todo fuego y pelea. —Es un
criminal. Y un matón. Se hizo con los ahorros de la vida de una docena
de personas inocentes. Se metió de la cabeza y la sensación de
seguridad, solo porque podía. Voluntaria e intencionalmente robó miles
de dólares, con retorno o no, me voy a asegurar de que pague por ello.
—Guau. Hola, Javert.
Kennedy niega con la cabeza y se ríe. —Siempre has sido
inteligente, Brent. Muy adorable. Espero por el bien de tu cliente que
estés embalando más de esa ternura en estos días.
Agacho la cabeza, inclinándome hacia abajo, a solo unas
pulgadas de distancia de los labios brillantes. —No he tenido ninguna
queja sobre lo que estoy embalando hasta el momento.
Se queda mirando mi boca por un latido demasiado largo.
Luego parpadea, sacudiendo su mirada. —Bueno. Entonces te
veré en la corte, abogado.
—Apuesta tu dulce trasero a que lo harás.
Kennedy se desliza junto a mí y se aleja, no dejándome más
remedio que verla pasar.

***

No hablamos de nuevo después de eso. Pero discretamente vigilo


a Kennedy el resto de la tarde. Dónde se encuentra, con quién habla. La
tensión escuece mi piel si permanece fuera de mi campo de visión
durante demasiado tiempo, pero cuando la encuentro de nuevo, el alivio
detona en mi pecho. Durante mucho tiempo, años, me pregunté qué
estaría haciendo, dónde estaría; joder, ansié verla, de la forma en que
un alcohólico anhela un solo sorbo más.
No fue fácil, pero con el tiempo me enfrié, renuncié a ella por
completo, porque preguntarse y anhelar son causas perdidas. Así que,
tan bueno como es ser capaz de verla ahora, no estoy feliz de caer de la
carreta por el momento.
—¡No me quiero ir, mamá! —llora Jonathon, tirando de la mano
de su madre, intentando clavar sus talones en la hierba.
Porque Katherine acaba de decirle a sus hijos que se hace tarde y
es tiempo de volver a casa.
Annie agrega su propio gemido lastimero. —Quiero fuegos
artificiales.
Doy un paso al lado de mi prima mientras sus hijos se unen en
su contra.
—¡Vamos a perdernos los fuegos artificiales, mami! —grita
Jonathon.
—Cálmate, pequeño —digo—. No hay fuegos artificiales esta
noche. Solo los tenemos en la víspera de Año Nuevo.
Todos los años, mis padres van por todo lo alto y celebran una
enorme y formal fiesta de víspera de Año Nuevo. Lo han hecho desde
antes de nacer. Hay trajes de etiqueta y vestidos, baile, fuentes de
champán… y fuegos artificiales a medianoche que iluminan el cielo y
bañan el río Potomac, en color brillante, chispeante. Los niños
pequeños en la familia, como Jonathon y Annie, no se les permite
permanecer en la fiesta toda la noche. Son enviados a la cama a una de
la docena de habitaciones de arriba antes de medianoche. Pero,
obviamente, Jonathon y Annie saben acerca de los fuegos artificiales.
Es probable que se deslicen fuera de la cama y vean el espectáculo a
través de la ventana. Eso es lo que he hecho todos los años, cuando
tenía su edad.
Solo que no miré desde la ventana. Y no miré solo.
—Yo primero —digo a Kennedy en la base de la escalera—. Así
puedo abrir la escotilla.
A pesar de que los dos tenemos nueve, es mucho más pequeña
que yo. Esta es la primera vez que he subido hasta el techo, y soy el
chico, así que definitivamente debo ir primero. Podría haber pájaros
rabiosos allá arriba, o murciélagos.
Estamos en el gran ático, donde se almacenan los troncos, libros
antiguos, pinturas y vestidos envueltos en plástico. Está oscuro y
polvoriento, con esquinas sombreadas que parecen que se mueven si
miras fijamente demasiado tiempo. A Kennedy le encanta estar aquí.
—Vamos, que va a empezar pronto —digo—. Volveremos aquí
mañana.
Sus ojos ávidos detrás de sus gruesas lentes de color amarillo,
mientras mira alrededor de la habitación, pero asiente. —Está bien.
Me dirijo por la escalera y empujo la puerta de acceso al techo.
Luego subo atravesándola y llevo abajo mi mano. Kennedy la agarra
mientras sube y entonces estamos de pie en la cima plana de mi casa. A
veces Kennedy la llama un castillo, palacio Mason, por el salón de baile.
Su casa es grande. No tienen un salón de baile, pero tienen una sala de
cine, que es mil veces más genial.
El viento helado corta y cala mi túnica, está helado este año, lo
suficientemente frío para ver cada respiración. El cielo es un manto negro
por encima de nosotros, y las estrellas son tan brillantes, que se siente
como si pudiera alcanzarlas y agarrar una sola con la misma facilidad
que se escoge una manzana de un árbol. Kennedy gira en círculos
rápidos, su largo cabello castaño en abanico. —Tenías razón, ¡esto es lo
mejor!
Sonríe, y la línea de metal de su aparato brilla en la luz de la luna.
Sonrío de regreso, hasta que se pone demasiado cerca del borde
del techo. Agarro su mano y tiro de ella hacia atrás. —¡Cuidado!
Nos sentamos cerca de una de las cinco chimeneas, para bloquear
el viento. Cuando los dientes de Kennedy comienzan a castañear, pongo
mi brazo alrededor de ella. Se acurruca contra mí, calentándonos un
poco. Hablamos mientras esperamos a que el espectáculo inicie.
—… Y me dejaron renunciar a esgrima y comenzar con lacrosse en
su lugar —digo—. Es increíble.
—¡Qué suerte! —grita Kennedy—. Mi madre dijo que no podía dejar
ballet incluso si mi pierna estaba rota. Dijo que me voy a casar con un
príncipe, y ningún príncipe quiere una princesa que no sabe cómo bailar.
La música flota hacia arriba desde la banda en la planta baja. —
Me pregunto si Claire está bailando con tu primo Louis —me dice
Kennedy—. Ella dijo que va a darle un beso a medianoche.
Siento mi cara crujir. —¿Por qué?
—Ella dijo que eso es lo que se hace a la medianoche. Besar al
chico que te gusta.
Mi cara se queda arrugada porque no puedo imaginar que a
alguien le guste Louis, y mucho menos que lo bese.
A continuación, un coro de voces surge de la galería a continuación.
—Diez, nueve, ocho…
Unos segundos más tarde, la banda comienza “Old Lang Syne” y el
cielo estalla con color. Los estallidos de rojos y azules, barras de
púrpuras plateado y franjas verdes espumosas iluminan la noche y se
reflejan en la superficie del río.
Mientras miro los fuegos artificiales, Kennedy gira bajo mi brazo. Y
entonces me besa en la mejilla.
—Feliz Año Nuevo, Brent —susurra.
La miro y sonrío.
—Feliz Año Nuevo, Kennedy.
A medida que sacudo el recuerdo escaneo el patio, buscando ese
vestido rojo. Pero cuando la encuentro, no se trata solo de alivio lo que
siento, es otra cosa. Algo más áspero, más caliente, más hambriento.
Debido a que Kennedy me está mirando.
No se da cuenta de que me he dado cuenta. Su mirada parece
demasiado ocupada arrastrándose sobre mi pecho, mis brazos, mi
trasero. Sus ojos están ansiosos y sus mejillas se pintan de color rosa, y
no creo que tenga nada que ver con el sol de la tarde. Me giro,
sosteniendo mis brazos hacia fuera, para que pueda obtener el placer
de la revisión completa y sus ojos se apoderan de los míos.
Sonrío y levanto una ceja.
Sus labios se abren y sus mejillas van del rosa al rojo.
Levanto la mano y de la ondeo.
Levanta su nariz y se aparta de mí.
¿Y sabes una cosa? Creo que esto va a ser divertido.
Traducido por Melanie13 & SAMJ3
Corregido por Laurita PI

Una semana y media después, entro a la corte para el primer día


del juicio Longhorn, vestía mi mejor traje azul marino y mis gemelos de
plata de la suerte. Listo para la pelea.
La pequeña señorita “la fiscalía nunca realiza acuerdos” dejó
bastante claro que busca una pelea. Y si es así como lo quiere, así es
cómo lo tendrá. Pero cuando peleo en la corte, lucho para ganar. Si ella
no va a jugar limpio; me encuentro más que dispuesto a jugar sucio.
También aplicable fuera de la sala del tribunal.
Pongo mi maletín en la mesa de la defensa. Justin ya ha llegado,
viéndose muy joven y respetable en una chaqueta y corbata gris
burdeos. Parecía comprensiblemente asustado cuando le dije que
existía un cambio de planes; que él iba a asistir a la sala de audiencias.
Su padre se encuentra aquí hoy, sentado detrás de él en la primera fila,
mirando a su teléfono, apenas dando un vistazo a su hijo. Hemos
elaborado un plan de asistencia para sus padres, con días alternos.
Espero que lo cumplan, porque lo último que necesito es preocuparme
por mantenerlos calmados.
Kennedy entra a la corte, vestida para matar.
Literalmente; se ve como una súper ardiente y ruda mujer de
negocios asesina salida directamente de una de mis historietas. Una
falda tubo de cuero negro hasta la rodilla, una blusa de seda negra que
se aferra a su torso en todas las formas adecuadas, con el cuello abierto
mostrando un collar de ónix incrustado en plata. Su cabello recogido en
un moño alto y su maquillaje es sutil, lo que acentúa la belleza de sus
rasgos.
Toma su lugar en la mesa de la fiscalía, con deliberación, voltea a
verme; y sonríe. Y mi pene reacciona como si fuera un encantador de
serpientes, revolviéndolo y engrosándolo, creciendo en la presencia de
esa sonrisa.
Es la combinación perfecta de dulce y maligno. Deliciosa pero
mortal. Una sonrisa que dice: Voy a destruirte, y vas a amar cada puto
segundo.
Todavía lleva los lentes de contacto de color turquesa, y es un
alivio. Gracias a lo que sus ojos naturales harían conmigo, estaría
babeando.
Se vuelve un poco para colocar algunos archivos en la mesa, mis
ojos pasean sobre su forma exquisita. Jódeme, ella tiene esa línea en la
parte posterior de sus medias; un atractivo hilo negro que se desliza
sobre su pantorrilla hasta la suave piel de sus muslos, debajo de la
falda a la tierra prometida. Por si acaso, deslizo los nudillos sobre la
barbilla.
No, sin baba. Estamos bien.
El agente judicial instruye a que nos levantemos y el Honorable
Juez Phillips entra en la sala del tribunal, tomando su lugar detrás de
su banco. Comprueba la sala para asegurarse de que todas las partes
principales se encuentran presentes. Espero que él llame al jurado, así
puedo comenzar nuestros alegatos iniciales y lo admito, estoy deseando
ver a Kennedy en acción.
Pero eso no es lo que sucede.
Kennedy se pone de pie. —Su Señoría, nos gustaría presentar
una moción para inhabilitar de testificar al experto en informática
forense de la defensa.
Un técnico en computación forense examina los datos que quedan
después de los delitos cibernéticos. Mi experto es el mejor en el negocio
y va a declarar que la evidencia de los rastros del pirateo y robo al
banco que la fiscalía dice llevan hasta la computadora de Justin son
defectuosos. Claro que el equipo de Justin puede haber sido utilizado
en los crímenes, pero hay una pequeña posibilidad de que no lo fuera. Y
pequeño es todo lo que se necesita para que haya una duda razonable.
Si esto fuera ajedrez, mi experto en informática sería mi torre, no
la parte más poderosa de mi defensa, pero sigue siendo una pieza
esencial en la gran estrategia.
Me pongo de pie. —¿Por qué motivos?
Los ojos de Kennedy se desplazan hacia mí. —Debido a que no
está autorizado a declarar ni en este momento sería de uso. Una
audiencia se hará cargo de eso.
El juez está de acuerdo a una audiencia sobre la moción, y dos
horas más tarde el juez descalifica mi testigo. Por una cuestión técnica.
Debido a que se encuentra fuera de Londres y no se molestó en
actualizar su visado de trabajo, que ahora está caduco.
Parece que Kennedy también vino preparada para arrasar. Y es
muy buena en eso.

***
Después de la vista con el juez, una vez que nuestros alegatos
iniciales se dan al jurado, Kennedy comienza con un experto en
informática forense propio. Sus preguntas son rápidas, precisas, y
desprenden un olor embriagador de confianza. Las respuestas sobre la
tecnología son detalladas y aburridas, como la mayoría de los aspectos
técnicos tienden a ser, pero él está pulido. Explica las cosas para el
jurado a un nivel que entenderán.
Lo que no augura nada bueno para Justin.
En poco tiempo, el juez me llama para plantear mis preguntas de
contrainterrogatorio. Lo que sería genial, excepto que Kennedy apenas
me permite hacerle una pregunta.
Es algo parecido a esto:
—¿Puede explicar…?
—¡Objeción!
Y esto:
—¿Cómo puede estar seguro…?
—¡Objeción!
Y después:
—¿Cuándo determinó…?
—¡Objeción!
La mayoría de sus objeciones son denegadas, pero ese no es el
punto. Es una estrategia. Ella quiere romper mi ritmo, me impide
encontrar la zona a dónde puedo llevar al testigo para que diga lo que él
quiera, y luego tirarla su respuesta en su cara.
Intenta desestabilizarme; y funciona. ¿Acaso he dicho que esto
iba a ser divertido? Me equivoqué. Empiezo a imaginar cómo se verían
mis manos envueltas alrededor de su hermoso cuello, y ni siquiera de
una manera excitante.
Así que cuando pregunto—: ¿Cuáles son las probabilidades...?
Kennedy aparece de pie con—: ¡Objeción!
Grito—: ¡Objeción!
El juez se asoma hacia mí a través de sus gafas. —¿Está en
contra de su propia pregunta?
—No... Juez —tartamudeo—. Estoy en contra de su objeción.
Él levanta una ceja. —Eso es nuevo.
—¿Se me permitirá interrogar al testigo? A este paso, mi cliente
estará tramitando el seguro social para el momento en que se acabe el
juicio.
—Si el señor Mason formulara sus preguntas de forma correcta,
no estaría obligada a objetar, señoría —dice Kennedy con serenidad.
—No hay nada malo con la forma en que formulo mis preguntas
—gruño.
El juez nos reprende—: Vamos a mantener las alegaciones
dirigidas a mi manera. Y, señorita Randolph, vamos a abstenernos de
cualquier objeción frívola en el futuro.
—Desde luego, señor.
—Y en ese caso, vamos a terminar aquí. La corte vuelve a reunirse
mañana, a las nueve de la mañana. Se levanta la sesión.
Después de que el juez se retira, tranquilizo a Justin con una
palmadita en la espalda y una charla. Entonces tomo mi maletín y me
doy vuelta para salir. Y quién termina saliendo exactamente al mismo
tiempo a mi lado; la Perra Sexy.
—Desde luego, señor —imito su voz aguda. Luego más bajo—:
Lameculos.
—Prefiero ser una lameculos a un idiota. No me di cuenta que
recibiste tu título de abogado de una caja de galletas que pagó tu
papito.
—Oye. —Me balanceo a su alrededor, apuntando su pecho—.
Compré mis propias galletas.
Levanta un hombro poco impresionada. —Si tú lo dices.
La dejé ir por delante de mí, porque eso es lo que hace un
caballero; y porque puedo ver el vaivén de su apretado culo mientras
camina. Me hace sentir un poco mejor.
A mitad de camino por el pasillo, Tom Caldwell llama a Kennedy y
se detiene a hablar con él. Tom es un fiscal que ha enfrentado a nuestra
firma antes. No es un mal tipo, simplemente muy molesto, como un
pastel de manzana demasiado dulce. He oído que se comprometió hace
poco, con una maestra de escuela llamada Sally.
Con sigilo, me agacho para atar mi zapato a unos pocos
centímetros de ellos, escuchando. No me juzguen.
—Un grupo de nosotros estamos yendo hacia Red Barron para
beber unos tragos —le dice Caldwell—. Deberías venir.
—¡Suena divertido! Gracias, Tom, cuenta conmigo. —Su voz es
alegre, amable. No me ha hablado con ese tono en años. Puntas de
celos crecen en mi interior como un puercoespín. Los miro caminar
juntos. Maldito Caldwell.
Entonces tomo mi celular del bolsillo. Y llamo a Stanton.
—Amigo —le digo cuando contesta—. Prepárate… Necesito un
compañero. Tú, yo, tragos después del trabajo. Como en los viejos
días... el año pasado.
Su voz es marcada por el sueño. —Lo siento, hombre, no puedo.
Estamos tomando una siesta.
—¿Tomando una siesta? —Compruebo mi reloj—. ¡Son las cinco!
—Si no te has dado cuenta Sofía transita un estado de gestación
avanzado.
—Sí, ¡pero no tiene ochenta! Y ella es la embarazada, ¿cuál es tu
excusa?
Bosteza. —Volvimos a casa temprano. Solo descansa si me
acuesto con ella, y luego ambos terminamos durmiendo. Luego
permanezco completamente despierto toda la maldita noche tratando de
ponerme al día en el trabajo. Este bebé me está convirtiendo en un
vampiro.
Niego con la cabeza. —Lo siento por ti, amigo. Decepcionas al
equipo.
—¿Dónde está Jake?
—En el ensayo de ballet de Regan. Se quejaba sobre el asunto
esta mañana. Tiene suficiente castigo.
—Lo siento, Brent.
—Sí, sí; vuelve a tu siesta, abuelo. Que no se te olvide quitarte la
dentadura.
Se ríe. —Qué te jodan.
Cuelgo y doy un suspiro. Parece que vuelo solo en esta misión.

***

No me dirijo directamente al Red Barron; sería demasiado obvio.


Me retraso cuarenta y cinco minutos más o menos, entonces entro al
pequeño bar. Es de la vieja escuela: cerveza, vino y whisky. Hay un
tablero de dardos en la esquina trasera, una pequeña televisión detrás
de la barra, y un par de mesas y sillas que han visto mejores días
colocados a lo largo de la pared de espejos. Aunque está deteriorado, el
lugar se encuentra repleto. Me muevo entre unos pocos clientes, y ubico
la alta figura de Tom Caldwell mezclado en un grupo de hombres
vestidos de traje y mujeres agrupadas en el bar.
Tom se vuelve cuando toco su hombro y sus ojos muestran
sorpresa, pero sonríe. —Hola, Mason.
Sacudo su mano. —¿Cómo va todo, Caldwell?
—Bien. Pasaba por una bebida después de la corte.
—Sí, yo también.
Sobre el hombro de Tom, diviso a Kennedy. Aquellos ojos
turquesas con gruesas pestañas me ven por un momento, como si se
preparara para despedazarme una vez más, pero entonces bufa y niega
con la cabeza. Una señal de que solo tal vez, parece dispuesta a desistir
de hacerme pasar un mal rato. Al menos por el momento.
Me entremezclo en el grupo, señalando con la cabeza un par de
caras conocidas, hasta que me encuentro frente a ella. Tan cerca que
tiene que mirar hacia arriba para mantener el contacto visual. Una de
las esquinas de su boca se eleva. —¿Te das cuenta de que el acoso es
un delito?
—¿El acoso? —me burlo—. Alguien tiene una muy alta opinión de
sí misma. Vengo aquí todo el tiempo.
—¿Vienes aquí? ¿A este bar?
—Sí. —Me encojo de hombros—. No seas paranoica.
Se eleva, su aliento hace cosquillas en mi oreja. —No es paranoia,
es la verdad. Mira alrededor.
Lo hago. Y es entonces me doy cuenta cuál es la razón por la que
no me cree. El lugar se encuentra lleno de oficiales de policía, algunos
de uniforme, algunos vestidos de civil con sus armas e insignias aún
visibles.
Es un bar de policías. Los policías y los fiscales se juntan porque,
por lo general, pertenecen al mismo lado.
¿Sabes quién no está de su lado? Abogados de defensa criminal.
Las cejas de Kennedy se elevan. —¿Quieres reformular tu
declaración?
—No. Esa es mi historia y me apego a ella.
Se ríe.
—Hola, Brent. ¡No te he visto en mucho tiempo!
Michelle Lawson, una fiscal morena deliciosa. Salí con ella
brevemente hace unos años, se acerca a mi lado y me besa en la mejilla.
Es una chica agradable, tuvimos unos buenos momentos, y me refiero
exactamente a lo que piensas y entonces siguió su curso. Sin
resentimientos.
—Hola, Michelle. ¿Cómo estás?
—Igual que siempre. Te ves bien, Brent.
—Gracias. —Le guiño un ojo—. Igualmente.
Una sombra infeliz cae sobre la cara de Kennedy mientras
observa nuestro intercambio.
Interesante.
—¿Qué estás bebiendo? —le pregunto, después de que Michelle
sigue adelante.
La lengua de Kennedy se asoma, mojando su voluminoso labio
inferior. —Pinot Grigio. —Coloca su mano en mi bíceps, a propósito,
casi posesivamente. Y se apoya tan cerca que puedo oler el dulce vino
en su aliento—. Tráeme otra, ¿por favor?
En verdad no sé lo que pasa aquí. No tengo la certeza de cómo
pasamos que me llamara un idiota en la corte hace una hora, a que
coquetee conmigo ahora. Pero no existe manera que lo cuestione, le
conseguiré a la dama su bebida.

***

Pasamos la siguiente media hora conversando, burlándonos,


riéndonos acerca de cosas sin importancia. A veces con las personas
que nos rodean, pero sobre todo entre nosotros. Kennedy me mira de
arriba abajo. Con audacia. Seductora. Toca mi brazo, mi pecho. Se
apoya más cerca y me habla en voz baja al oído.
Estoy duro como una roca todo el puto tiempo; pero no me quejo.
Quiero saber cuál es su juego. ¿Por qué el repentino cambio de
actitud? Tengo la intención de preguntarle tan pronto como estamos
solos, pero me sacude de un puñetazo.
—¿Quieres salir de aquí? —pregunta, con una mano en la cadera,
la otra frotando arriba y abajo de mi pecho. Volviéndome loco.
—Me quitaste las palabras de la boca.
Su sonrisa es lenta, reservada. —Entonces tal vez tendrás que
poner algo en la mía para que sea un intercambio justo.
¿Acaba de decir eso de verdad? Mierda, si esto es un sueño;
pónganme en un maldito coma.
Mi corazón late un poco más rápido. —Suena como un plan.
Engancha el dedo pulgar detrás de ella. —Voy a ir al baño de
mujeres primero.
Mientras se da vuelta, termino el resto de mi cerveza, deseando
que fuera algo más fuerte. Tengo que hacerlo bien. Tengo un montón de
preguntas, hay tantas cosas que quiero saber y tantas posiciones con
las que quiero penetrarle.
Un vaso se estrella en una mesa en la parte de atrás, muevo mi
cabeza en esa dirección. Hacia dos grandes, bebidos, idiotas
insultándose y empujándose, listos para pelear. Hay un estrecho pasillo
hacia el baño, y Kennedy no tiene una gran cantidad de espacio para ir
más allá de ellos.
Sé exactamente lo que va a ocurrir; y no hay manera que vaya a
dejar que pase.
Un segundo más tarde tengo mi brazo alrededor de la cintura de
Kennedy, la levanto y la giro, poniéndola a salvo detrás de mí. Entonces
empujo la espalda del idiota con el que ella hubiera chocado.
—Si quieres golpear a alguien, hazlo afuera —gruño.
El idiota se olvida del tipo al que originalmente quería golpear y se
gira hacia mí. —¿Quién demonios eres tú?
Me pongo frente a él, mi voz baja y letal—: Casi golpeas a mi
chica. Si lo hubieras hecho estarías ahora mismo en un jodido mundo
de dolor. Así que soy el tipo que te dice que dejes de ser un imbécil. Si
eso va a ser un problema, yo también puedo ir afuera.
Observa mi rostro, tal vez tratando de deducir si hablo en serio.
Lo sobrepaso por unos centímetros, mi mandíbula es rígida y mis ojos
se ven duros, estoy jodidamente hablando en serio. Después de un
momento, lo percibe y se aleja.
—No tengo problemas contigo. —Se encoje de hombros,
tambaleándose.
—Bien.
Después de que se aleja caminando, me giro hacia Kennedy.
Deslizo mi mano detrás de su cuello, gentilmente acunando su cabeza,
buscando su rostro. —¿Estas bien? —No me gusta su color. Está
pálida, sus ojos se ven vacíos—. Vamos, ¿qué está mal?
Parpadea, apartando la mirada, negando con la cabeza. —Nada
está mal. Estoy… Iré a buscar un taxi afuera. Sola.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque no puedo… —Se detiene y se tensa en mis brazos. A la
defensiva—. Porque he cambiado de parecer.
Kennedy se zafa de mis brazos y se desliza entre las personas
hacia la puerta.
Es mucho más delgada que yo, así que también más rápida. Para
el momento en que llego a la puerta ya ha detenido un taxi.
Abre la puerta pero la empujo y la cierro. —¿Qué haces?
—Me voy a casa, Brent.
Intenta abrir la puerta de nuevo, pero la cierro, más fuerte esta
vez. —No hasta que me digas que te asustó ahí dentro.
Ya no luce sorprendida, asustada o confundida. Luce enojada.
Conmigo.
—¡No me digas que hacer! ¡Tú no tienes el derecho de decirme que
hacer! —grita.
—Chicos, ¿todo está bien? —pregunta Tom Caldwell. Su voz es
bastante amistosa, parece genuinamente preocupada—. Nosotros, eh,
llamamos un servicio de taxi. Llegarán en cualquier momento. Kennedy,
¿vas a venir con nosotros?
Peina su cabello hacia atrás, componiéndose. —Sí, gracias Tom.
Iré contigo. —Su expresión se vuelve fría cuando se gira hacia mí—. Te
veré en la corte mañana, Brent.
Golpeo el techo del taxi, frustrado porque esta no es una batalla
que pueda ganar esta noche. —Sí. Te veo mañana Kennedy.

***

Más tarde esa noche, alrededor de las dos de la madrugada, me


despierta una sensación de electricidad que corre desde el fin de mi
muñón hasta el muslo. Despierto sudando frío, todo mi cuerpo tenso,
todos los músculos contraídos en agonía. Sucede en algunas ocasiones.
Al inicio era pesar de un miembro fantasma, el sentimiento de
dolor en un miembro que ya no existe. Entonces, solo eran calambres
en el pie. Quería moverlo, frotarlo y torcerlo hasta que se volviera
cómodo, claro que eso era imposible.
Ahora es diferente. Neuralgia.
Es la razón por la que las rodillas de tu tío duelen cuando llueve,
incluso años después de la cirugía de esa vieja herida de fútbol.
Algunos nervios no saben cuándo renunciar, quieren encenderse, y se
enojan si no pueden hacerlo.
Un espasmo recorre mi muslo cuando otro golpe llega, este quema
y es filoso. Gruño y llamo a Harrison para que traiga mi silla de ruedas.
Usar mi prótesis se encuentra fuera de cuestión, y también volver
dormir.
He consultado a demasiados especialistas y todos tienen
explicaciones; el clima, estrés, pero no respuestas definitivas. Uno
quería que me pusiera bajo el bisturí, pero no podía garantizar que lo
curaría, así que decliné. En su lugar, intento con masajes médicos,
acupuntura y simplemente aguantármelo.
Después de que me desplazo en la silla de ruedas hacia la sala y
le digo a Harrison que regrese a la cama, le envío un mensaje a Sofía,
diciéndole que no iré a la oficina mañana. Ni a la corte.

***

En la mañana, mi masajista viene a casa, una anciana mujer


asiática con manos seguras y fuertes que maldice como un marinero. El
dolor es menor cuando se va, pero solo un poco. Paso el día en la silla
de ruedas, usando una camiseta y pantalones deportivos.
Más tarde, recibo una sorpresa. Hay un fuerte golpe en la puerta
y Harrison va a abrirla. Regresa a la sala con Kennedy atrás de él,
luciendo fantástica en una falda blanca, ajustado blazer negro y
brillantes tacones, su cabello; suelto, grueso y ondulado.
También luce algo enojada.
—La señorita Kennedy Randolph —la anuncia Harrison.
Se para en seco. —¿Tienes un mayordomo?
Me encojo de hombros. —Mi madre se preocupa. ¿A qué debo este
placer?
Kennedy me apunta con su dedo. —Si crees que vas a pasarle el
caso a tu compañera como una gallina, ¡estás completamente loco!
—No sé a qué te refieres.
—Me refiero al hecho que no fuiste hoy a la corte. ¡Pero la
barracuda de tu compañera si lo hizo!
Me río, aun cuando un dolor intenso recorre mi pierna. —
Barracuda, a Sofía le va a gustar eso. Le haré saber tu cumplido.
—No intentes abandonar esto, Brent. Presentaré una queja en la
corte, contactaré a la asociación de abogados, haré…
Aunque es muy entretenido ver su diatriba, la hago callar. —
Kennedy, este caso es mío, el cliente es mío. No me sentía en forma
para asistir hoy a la corte y Sofía se encontraba libre, eso es todo. —Mis
ojos la recorren y fuerzo un guiño—. Aunque es bueno saber que me
extrañaste.
Su boca se cierra de golpe, y sus cejas se juntan mientras me
observa. —No pareces enfermo.
—No estoy enfermo —respondo.
Mira hacia las ruedas de mi silla, luego a mi rostro, sé que nota
los círculos bajo mis ojos, la mandíbula tensa, el sudor en mi frente.
—¿Es tu pierna? —pregunta con suavidad.
Hago un esfuerzo por sonreírle, pero se siente amargo. —Soy uno
de esos afortunados que experimentan dolor crónico años después de
una amputación. Hace que sea casi imposible usar mi prótesis y no me
gusta usar silla de ruedas en la corte. Distrae al jurado.
Procesa lo que dije y su voz se vuelve aún más suave. —Un año y
medio después de tu accidente mis padres y yo fuimos a tu casa para
cenar. Me escapé hacia arriba porque quería verte; necesitaba saber si
estábamos bien, llegué a la mitad del pasillo camino a tu cuarto, y
entonces te escuché llorar. Henderson se encontraba contigo, sonaba…
horrible.
Inclino cabeza. —En ese entonces, era peor. Y era joven, no sabía
cómo lidiar con ello. Ahora sí.
Tomo mi tiempo antes de alzar mi mirada hacia ella. Hay una
diferencia entre lástima y compasión, y he tenido veintidós años de
práctica en notar la diferencia. Lástima es sentirte mal por alguien
mientras te alegra que no seas ellos. Compasión es compartir el dolor,
sufres con ellos, te apropias de su dolor.
Puedo aceptar curiosidad e incomodidad acerca de mi pierna, son
inevitables. Pero no puedo manejar la lástima.
No de ella
Cuando dirijo la mirada hacia su rostro, mi pecho se llena de
alivio. Porque sus ojos brillan con dolor; el mío y el suyo.
—¿Hay algo que pueda hacer?
Sonrío. —Ahora que lo mencionas, las mamadas siempre me
hacen sentir mejor. ¿Supongo que no te interesa?
En realidad, se ríe; bajo, dulce y hermoso. Y logra que el dolor sea
un poco más fácil de ignorar.
—Lo siento, no estoy interesada.
—Maldición. —Chasqueo los dedos—. Entonces, ¿qué tal un
trago? Beber solo apesta. —Desplazo el dedo hacia mi mayordomo—. Y
Harrison es demasiado apegado a las reglas.
Muevo mi silla de ruedas y le hago señas hacia el sofá. —Siéntate.
Harrison, por favor, trae mi mejor brandy. En la repisa superior del
gabinete de licores, a la izquierda.
—Tu medicina… —me advierte, pero lo ignoro.
—Un trago estará bien.
Kennedy se sienta en el sillón de cuero café, lo suficientemente
cerca para que nuestras rodillas casi se toquen. Harrison nos entrega a
cada uno una copa redondeada de base sólida llena con líquido color
ámbar, y sin hacer ruido, abandona el cuarto.
La observo. ¿Por dónde comenzar? Tantas preguntas, e incluso
más campo minado.
—¿A dónde fuiste después de la escuela? Fui a casa ese verano
pero…
—No quiero hablar sobre eso Brent. —Mira fijo hacia adelante, su
voz con una nota incuestionable al final.
Doy marcha atrás. —Bueno, entonces… ¿cómo sucedió? El
cabello, la ropa, los lentes de contacto; tu madre y tu hermana Claire
quisieron hacerte su Barbie durante años. ¿Qué fue lo que hizo que por
fin las dejaras?
Una sonrisa curva sus labios. —No las dejé. —Se inclina hacia mí,
sus hombros se relajan un poco—. Con el transcurso del tiempo, esa
fase rebelde pasó de moda, mirar a mi madre cagar ladrillos sobre la
manera en que me vestía se volvió menos satisfactorio. Pero el verano
después de mi primer año en la escuela de leyes tuve que hacer una
práctica en la corte de apelaciones…
—¿A dónde fuiste a la escuela? —interrumpo, hambriento por
cada detalle.
—Yale. —Toma un trago de su brandy y continúa—: Así que…
trabajaba bajo el mando de Justice Bradshaw, que no solo era una
jueza fenomenal, además era una mujer impactante. Transcurrido cerca
de un mes de mi pasantía me llamó a su oficina y dijo que se sentía
impresionada con mi trabajo pero que si no hacía algo sobre mi
apariencia no permanecería mucho tiempo más en el internado con ella.
—¿En verdad te dijo eso? —logro decir—. Mierda, eso hubiera
dado inicio a una interesante demanda por acoso sexual.
Kennedy asiente. —Le dije que quería ser juzgada por mi trabajo
no por mi apariencia. Y ella respondió: “Eso está bien para la tierra del
Bla Bla pero este es el mundo real”.
Su lengua se suelta mientras habla más. La máscara de hielo se
derrite mientras su rostro se vuelve más suave y abierto. Y no puedo
quitarle los ojos de encima, porque esta es la chica con la que crecí. La
chica que conozco.
—Me dijo que el banquero y el vándalo, todos éramos juzgados
por cómo lucíamos. Y si me veía desaliñada la gente pensaría que todo
lo que hago sería así. Pero que si me veía impecable, me darían el
beneficio de la duda de que mi trabajo también sería impecable.
»Así que empecé a hacer un esfuerzo por verme más refinada. Y
en unas cuantas semanas estaba teñida, depilada y personalizada en
cada centímetro de mi vida. —Pasa sus manos por el frente—. Fue mi
momento de Devil Wears Prada.
Asiento, aunque no tengo una jodida idea a qué se refiere.
Y ella me descubre. —No tienes idea a qué me refiero ¿verdad?
—Ni una pista.
Kennedy sonríe. —Me refiero a que Justice Bradshaw fue mi
mentora de la moda. Y básicamente ese fue el verano en el que me volví
bonita.
La observo; la delicada curva de sus mejillas, su suave piel, las
gruesas y largas pestañas y la llena y rosada boca que siempre ha
tenido.
—No, en realidad no.
Sus ojos se encuentran con los míos por un largo momento, luego
aparta la mirada. Traga algo de brandy y tose.
—Es un poco fuerte, ¿no? —digo.
—Sí. No por ser grosera pero si esto es tu mejor brandy, tengo
miedo de averiguar como sabe tu licor barato.
Sonrío. —No es el mejor brandy por el gusto. —Tuerzo mi dedo,
trayéndola más cerca hasta que nuestros brazos casi se rozan, y detecto
el aroma de duraznos en su piel. Entonces levanto mi copa, moviéndola
con suavidad—. ¿Ves el ligero color café, que tan suave luce, como
terciopelo arrugado?
Kennedy observa el vaso y sonríe.
—Pero también se percibe ahí un café más oscuro, dándole más
complejidad. Una riqueza.
—Ajá.
—Y también hay un toque de dorado que hace que se vea casi
etéreo. Como si estuviera iluminado desde adentro.
—Sí. —Asiente de nuevo.
Dejo de mover el vaso. Y le digo en voz baja—: Ese es el color
exacto de los ojos de Kennedy Randoph.
Su respiración se atasca, casi como un jadeo.
—Eso fue lo que pensé la primera vez que lo bebí, y es lo que
pienso cada vez lo que hago desde entonces. —Me giro para estar frente
a ella, mi voz bajando de tono—. Nunca te he olvidado, cariño. Ni
siquiera estuve cerca.
Ella no esperaba eso. Luce sorprendida; pequeña y de repente
muy vulnerable. Entonces se cierra y su rostro se vacía de emoción. Se
vuelve duro.
—Eso te enoja. —Intento que me mire de nuevo—. ¿Por qué te
enoja?
—Sabes por qué. —Se empieza a mover para ponerse de pie
Tomo su mano—. No, Kennedy. No lo sé. Nunca lo hice.
Se aleja de mí y posa su copa en la mesa de café. Entonces se
aleja un paso, poniendo espacio entre nosotros. —No haré esto contigo
de nuevo Brent. No vas a absorberme otra vez.
Mi mandíbula se tensa. —Bien, ¿qué tal si me explicas qué
significa eso?
—¿Qué tal si vas y te jodes a ti mismo con un palo de lacrosse?
Hola de nuevo, primer escalón; tanto tiempo sin verte.
Inclino mi cabeza, como si lo estuviera pensando. —El equipo
deportivo es un límite duro para mí. Pero si quieres jugar con juguetes
estoy dentro.
No le hago ninguna gracia. —Me voy.
—Huyes.
Sus labios se fruncen y sus ojos brillan, y maldición si no es linda
cuando se enoja. No puedo esperar a ver como luce esa mirada cuando
está completamente furiosa, algo me dice que tendré mi oportunidad
muy pronto.
Una mano se apoya en su cadera, la otra apuñala el aire frente de
mí. —Silla o no silla, más vale que vea tu trasero en la corte mañana o
haré de tu vida un inferno.
—Lo contrario a la maravilla que haces ahora.
Lanza las manos hacia arriba y se desplaza hacia la puerta.
—Te veré mañana, ángel —le digo a su espalda.
Un minuto más tarde, Harrison entra tranquilamente en el cuarto
después de llevarla a la puerta delantera.
—¿Ángel? —pregunta.
—Seguro. —Levanto la copa a mis labios—. Era un ángel quien
llevó las plagas a Egipto.
—Ah, ya veo. —Asiente—. Pero algo me dice que ranas y langostas
eran más fáciles de manejar.
Y yo estoy de acuerdo.
Traducido por Ana Avila & NnancyC
Corregido por Daniela Agrafojo

A la mañana siguiente, llego a la oficina temprano para


compensar el haber faltado el día anterior. Me pierdo en las mociones y
apelaciones, y antes de saberlo, el edificio se llena de vida a mi
alrededor; el sol del mediodía entrando por las ventanas, el ruido de los
pasos de la señora Higgens, el olor del café en el aire… el golpe
contundente viniendo a través de la pared, haciendo vibrar el juego de
dardos de mi escritorio.
¿Qué demonios?
Antes de llegar a mi puerta, se escucha otra vez, ahora
acompañado por un grito amortiguado; ahogado, dolorido, y claramente
masculino.
¿Qué carajo?
Doy un salto y corro por el pasillo, y me doy cuenta de que el
sonido viene de detrás de la puerta del despacho de Sofía. Jake y
Stanton salen de sus oficinas al mismo tiempo, sus expresiones
preocupadas reflejando la mía. Cuando suena otro golpe, la boca de
Stanton se aprieta en una línea dura y sus ojos parecen dos bombas
nucleares a punto de detonar. Toma la ventaja mientras todos entramos
a la oficina de Sofía.
Sofía siempre ha tenido la cosa de bomba brasileña, pero ahora
luce una curva extra… su panza de siete meses de embarazo. Lo que
hace que el hecho de que esté sosteniendo a un tipo boca abajo sobre el
escritorio, con la mano de este de una forma poco natural detrás de su
espalda, sea aún más preocupante. Y... medio impresionante.
—¡Aaaarrrgh, me vas a romper el brazo! —gime el hombre.
—¿Estás bien? —le pregunta Stanton.
—Magnífica. —En realidad, sonríe.
Él se acerca justo cuando Sofía da un paso atrás, entonces
Stanton agarra al tipo y lo clava contra la pared, su gran mano
alrededor de la garganta del hombre.
—¿Qué demonios hiciste? —gruñe Stanton.
Los ojos del hombre se abren. —¿Yo? ¡Ella casi me rompe el
maldito brazo!
Stanton tira de él a unas pulgadas de la pared y lo golpea contra
ella. —¿Qué hiciste para que casi te rompiera el brazo?
—Le dije que iba a tener que pasar algún tiempo en prisión. —
Sofía empuja su largo y oscuro cabello hacia atrás, dejando al
descubierto su sudoroso cuello—. Que no había una oferta que pudiera
hacer que no incluyera de dos a cuatro años, como mínimo. No le gustó
eso, y se abalanzó sobre mí.
—¿Le lanzaste un jodido golpe a mi esposa? —Los dedos de
Stanton se aprietan alrededor de la tráquea del tipo—. ¡Mi
esposa embarazada!
Sofía se convierte en la voz de la razón. —Estoy bien, Stanton. De
verdad. Por favor, solo sácalo de aquí. —Luego, le da al pedazo de
mierda una mirada que podría matarlo más rápido que el agarre de
Stanton—. Voy a dejar caer tu caso y mantenerte retenido. Cualquiera
que sea el abogado con el que termines no será lo suficientemente
bueno como para conseguirte ni siquiera de dos a cuatro años, así que
diviértete con eso, idiota. Sal.
—Deja que te ayude —dice Jake, bajo y peligroso. Luego toma al
bastardo de las manos, literalmente, de Stanton y lo arrastra hacia la
puerta.
Las manos de Stanton pasan sobre el estómago de Sofía, por sus
hombros. —¿Estás segura de que estás bien?
—Totalmente. Ni siquiera me tocó.
Stanton asiente y la abraza. Pero al momento en que Jake está de
vuelta en la habitación, se pone todo alterado de nuevo. —Es todo,
Soph, se acabó. —Sus manos cortan a través del aire, su mandíbula tan
apretada como el granito.
—No empieces de nuevo —dispara Sofía.
Es posible que desees tomar un poco de palomitas de maíz.
Porque un buen abogado puede discutir contra sí mismo. Dos abogados
cara a cara son como una pelea verbal de la MMA en jaulas pero sin
reglas.
—Se acabó, Sofía. La licencia de maternidad comienza ahora. —
Stanton cruza los brazos, nunca es una buena señal.
—No, claro que no, Stanton. ¡No voy a alimentar tu fantasía de
“descalza y embarazada en la cocina”!
Stanton se inclina hacia adelante. —Eres más que bienvenida a
usar zapatos. Soy parcial con los talones.
Sí, eso irá muy bien.
A continuación, Stanton, sin demostrar su marca registrada de
encanto, pierde el control—: ¡Eres mi esposa, ese es nuestro hijo! No voy
a esperar y ver que cualquiera de los dos resulte lastimado, así que se
acabó, no más idiotas violentos y drogadictos. ¡Quieres sentarte detrás
de tu escritorio, levantar los pies con un lindo evasor de impuestos o
uno que lava de dinero, sé mi puto huésped!
—¡Esa no es una decisión que te corresponda tomar!
—¡Lo acabo de hacer!
En voz baja, le digo a Jake—: Odio cuando mamá y papá pelean.
Él esboza una sonrisa.
Sofía mira con aire de suficiencia a su marido. —Entonces es algo
bueno que esta sea una asociación de igualdad, y que tomemos ese tipo
de decisiones firmes juntos.
Stanton asiente, sin preocuparse. —Buen punto. Deberíamos
votar, ya que es una decisión firme.
La sonrisa de suficiencia de Sofía tambalea.
—¿Jake? —pregunta Stanton, la mirada centrada en su esposa.
Hay una pausa por un solo latido, y Jake dice—: Estoy de
acuerdo con Stanton.
El rostro de Sofía se tensa, pero antes de que pueda discutir,
prosigue—: Los soldados, bomberos, policías, todos tienen deberes
restringidos cuando están embarazadas.
—¡Pero no soy ninguna de esas cosas! —Levanta las manos—. ¡No
tengo que sacar personas de edificios en llamas ni esquivar fuego,
maldita sea!
La voz de Jake es firme como el acero. —Aun así no vale la pena
el riesgo de algún idiota abalanzándose sobre ti. Y no tiene nada que ver
con que seas una chica, si Stanton estuviera en tu lugar, le diría
exactamente lo mismo. Gracias a Dios que no es el caso.
La autosatisfacción de Stanton llena el aire y hace eco en su voz.
—¿Brent? ¿Cuál es tu voto?
Los ojos color avellana de Sofía me observan suplicantes.
La miro directamente. —Eres una de mis mejores amigas, así que
puedo decir que creo que te comportas como una tonta.
—Pero…
Elevo mi mano. —Son unas pocas semanas con clientes
limitados, no es el fin del mundo. Y nos dará a todos tranquilidad
mental.
Entonces canalizo mi Waldo interior.
—No tienes que demostrarnos nada, Sofía, aunque tal vez sientas
que tienes que demostrarte algo a ti misma. Pero no vale la pena tu
salud. O la salud del pequeño Becker Mason Santos Shaw.
Stanton se ríe. —Gracias.
—No tan rápido, no he terminado. —Tomo una respiración—. A
pesar de que veo tu punto, Sofía es una mujer adulta, no una niña. No
voy a quitarle su decisión. Así que mi voto es para hacer lo que Sofía
quiera hacer.
Stanton rechina los dientes. —¿Me estás jodiendo?
—No.
Sofía cruza los brazos victoriosamente. —Gracias, Brent.
Pero Stanton no ha terminado. Porque a pesar de que somos de la
misma edad, los tres siempre me han mirado como si fuera un hermano
pequeño o algo así. Como si necesitara ser instruido o que me dieran
sermones. No sé de dónde coño viene eso; quiero decir, tiene que haber
un montón de hombres adultos que tienen un estante entero en su
oficina solo para libros de historietas.
¿Cierto?
Stanton pone su mirada de papá, y dice—: Uno de estos días te
vas a preocupar más por alguien de lo que te preocupas por ti mismo. Y
entonces sabrás lo que se siente; y que acabas de tomar el voto
incorrecto.
—Lo mantendré en mente, pero mi voto se mantiene. —
Compruebo mi reloj—. Y ahora tengo que llevar mi culo a la corte.
Mientras me giro y camino hacia la puerta, escucho a Stanton
amenazando con llamar a la madre de Sofía.
Sofía es una chica dura, pero también es un poco reina del
drama.
—¡Si metes a mi madre en esto, nunca te lo perdonaré!
Y puedo oír el guiño en la voz de su esposo. —Nunca es mucho
tiempo, querida. Voy a tomar mis posibilidades.

***

Un par de horas más tarde, Kennedy tiene una de las víctimas de


Justin Longhorn en el estrado. Abordó las cosas más técnicas ayer, y
mientras que Sofía ejecutó un fuerte interrogatorio, hizo daño.
Pero no tanto como el daño que está pasando en este momento.
Porque Kennedy, de aspecto tan delicioso como una magdalena de
vainilla en su ajustado traje de color crema, está interrogando a Eloise
Potter. Una pequeña ancianita de voz suave, jodidamente adorable.
Se parece a mí abuelita. Se ve como la abuelita de todos.
Para el momento en que Kennedy termina de hacerla hablar de la
forma en que laboriosamente había juntado peniques toda su vida,
planificando así su jubilación y la del señor Potter; después de narrar
entre lágrimas el miedo de ver que los ahorros de su vida, literalmente,
desaparecieron… el jurado mira a mi cliente como si fuera el hermano
perdido hace mucho tiempo de Menéndez. Son los monstruos que
volaron a ambos padres con escopetas solo para poner sus manos en su
herencia, en caso de que no lo supieras.
Así que, sí, no es bueno.
—Eso es todo por ahora, su señoría —le dice Kennedy al juez.
Me sonríe sinuosamente mientras regresa a su asiento detrás de
la mesa de acusación. Y cuando inhalo, el dulce, afrutado aroma me da
una semi-erección instantánea.
Jodidamente genial. Ahora tengo que interrogar a la señora
Clause a media asta.
Tomo una respiración profunda y me levanto, abrochándome el
traje. Luego sonrío cálidamente. —Buenas tardes, señora Potter, soy
Brent Mason.
Asiente y sonríe. —Hola, joven.
Doy un paso lejos de la mesa. —Señora Potter, ¿le dijeron los
detectives que investigaban el caso que los fondos habían sido
recuperados?
—Sí, lo hicieron, gracias a Dios. Harold y yo nos sentimos muy
aliviados.
—Estoy seguro que sí. ¿Y también explicaron que su dinero les
sería devuelto?
—Sí, es correcto.
Gesticulo hacia Justin, sentado mansamente pero atento, en su
uniforme escolar de chaqueta azul y pantalones marrones, Sus manos
juntas sobre la mesa. —¿Cómo se siente sobre mi cliente, señora
Potter? ¿Sabiendo que tiene solo diecisiete años de edad? ¿Siente que
deba ir a la cárcel, que el resto de su vida deba ser arruinada por un
supuesto error de adolescentes?
Kennedy salta sobre sus pies, como sabía que lo haría. —
¡Objeción! Los sentimientos del testimonio de la parte demandada no
tienen relación con los hechos del caso.
Pero esta vez, estoy listo para ella.
—La señorita Randolph abrió la puerta a los sentimientos de los
testigos cuando ella le preguntó a la señora Potter al respecto, en
relación con el descubrimiento de los fondos faltantes de su cuenta, su
señoría.
El juez Phillips toma un momento para considerarlo, luego me da
la razón.
—Su objeción es denegada, señorita Randolph.
Satisfacción bombea tan fuerte en mis venas que se me escapa en
un bajo ja.
Las cosas van cuesta abajo rápidamente después de eso.
—¿Me acabas de decir ja? —chilla Kennedy, como un gato
mojado.
Me giro, enfrentándola completamente. —No, no te dije ja. Eso
sería poco profesional.
—Definitivamente oí un ja.
—Entonces estás escuchando cosas, cariño.
Sus ojos llamean, luego se estrechan drásticamente. Habla con el
juez, pero su mirada se mantiene centrada en mí. —Solicito que el
señor Mason sea disciplinado por el tribunal. Por referirse a la oposición
de un modo despectivo…
Doy un paso más cerca de ella. —No hay nada despectivo sobre
cariño. Es una expresión de afecto.
—¡Es denigrante!
—¡Es de admirar!
—Lo que no es apreciado ni permitido —se burla Kennedy—.
Claramente lo dice en Billings vs. Hobbs.
—Tendrías razón, si no fuera por Probst vs. Clayton.
Nuestros ojos chocan. Da un paso hacia mí, su respiración
agitada.
—Probst vs. Clayton fue anulado.
Avanzo, mi pulso golpeando, hasta que estamos prácticamente
nariz con nariz. —Dwyer vs. Bocci, entonces. —Y murmuro solo para
que ella pueda oír—: Chúpala.
Sus ojos se centran en mi boca. —Muérdeme —susurra. Luego,
más fuerte—: Veré tu Dwyer vs. Bocci y te levantaré un Evans vs.
Chase.
Y joder, quiero besarla. Está justo ahí; sería tan fácil.
Sería tan bueno.
El juez Phillips se aclara la garganta, y nos separamos. La
habitación está en un silencio mortal, todos los ojos sobre nosotros.
—¿Le gustaría estar solos? —Frunce el ceño—. Podría hacer que
desocupen la sala.
Mi mirada va al suelo y prácticamente puedo sentir a Kennedy
marchitándose de vergüenza. —No, su Señoría.
—No será necesario, señor juez.
—Ah, recuerdan que soy el juez. Eso es alentador. —Coge el
martillo—. A mí, sin embargo, me gustaría un momento a solas, con
ambos. —Su voz resuena cuando se dirige a la corte—: Es viernes, así
que cerraremos la tienda temprano. Nos reuniremos el lunes a las
nueve de la mañana. —Golpea el martillo—. Suspendido. Señorita
Randolph, señor Mason, a mi despacho.
Conversaciones y movimientos inundan la sala. Todos se levantan
cuando el juez deja el banquillo, los espectadores salen por la puerta, y
la señora Potter baja desde el estrado de los testigos, en dirección a un
hombre de cabellos grises que, supongo, es Harold Potter. Hace una
pausa mientras me pasa, con un brillo en sus ojos.
—Estaba segura de que se encontraba a punto de doblegarla. He
leído un montón de libros, y fue igual a una escena que termina con el
héroe deslumbrando a la doncella.
—Me hallaba más cerca de estrangularla.
La pequeña anciana se ríe con una especie de complicidad. —Ese
es un tipo diferente de libro, hijo.
Voy al despacho del juez con Kennedy detrás de mí,
prácticamente pisándome los talones. El alguacil cierra la puerta
después de entrar. El Juez Phillips cuelga su manto negro en el
pequeño armario, ajusta los puños de su camisa, y luego se sienta
detrás de su enorme escritorio de madera oscura.
—Señor Mason, señorita Randolph, tenemos un problema. —
Suspira como un padre cansado.
Kennedy salta al instante. —¿Puedo hablar libremente, señoría?
—Este no es el ejército, señorita Randolph. Diga lo que tenga que
decir.
Me señala. —Él es un idiota.
—¿Yo soy un idiota? —Me ahogo—. ¿Qué pasa contigo? ¡Me has
estado rompiendo las pelotas desde el primer día!
Su boca se abre con horror. —¡No tengo ningún interés en tus
pelotas!
—Protestas un poco demasiado, ¿no es así?
Y estamos de vuelta a la cosa de nariz a nariz. Excepto que,
incluso de puntitas, Kennedy es muy baja, así que tengo que agachar la
cabeza.
—Tengo la sensación de que ambos se conocen —interrumpe el
juez Phillips.
Kennedy y yo respondemos al mismo tiempo.
—Realmente no.
—Es correcto.
Le doy una mirada exasperada, a continuación, informo al juez—:
Crecimos al lado del otro.
Kennedy resopla y cruza los brazos. —En casas que estaban a
veinte acres de distancia. No es como si hubiéramos sido compañeros
de cuarto.
—Nos besamos una vez cuando éramos adolescentes —digo—.
Luego ella rompió mi corazón. Fue brutal.
La boca de Kennedy cae abierta de nuevo. En realidad es un lindo
aspecto en ella.
Si no fuera por la expresión asesina que la acompaña.
—¡Yo rompí tu corazón! ¡Ja! ¡Eso es una mentira!
Hago un gesto con mis manos y elevo la voz. —¡Saliste con
William Penderghast antes de que la saliva estuviera seca en mis labios!
Y antes de que el semen estuviera seco en mi estómago. Pero
mantengo ese detalle particular para mí, ya que soy un caballero.
Kennedy se viene encima de mi cara. —¡Porque tú ya habías
vuelto con tu atroz novia zorra!
Y el juez se aclara la garganta. De nuevo.
Uups.
—Sí, definitivamente ustedes se conocen. —Se recuesta en su
silla, sus ojos yendo entre los dos.
Kennedy da un paso hacia su escritorio, por lo que no puedo ver
su expresión. Pero su voz es más suave, y deliberadamente estable. —
No nos hemos visto en casi quince años, Juez. Así que la verdad es, que
no nos conocemos en absoluto. —Menea la cabeza, solo un poco—. Ya
no más.
Tal vez es la forma en que lo dice —monótona— sin un atisbo de
ira, molestia o incluso tristeza. O tal vez es solo que las palabras son
ciertas. Pero mi estómago se desploma. Desciende en esa clase de forma
mordaz, inesperada y anhelante… que se siente exactamente igual que
el arrepentimiento.
El juez Phillips nos mira por un momento más largo. Después se
gira en su silla, quita una fotografía enmarcada del estante detrás de él,
y nos la muestra. —Tengo cinco hijos. Aún después de los primeros
tres, mi Alice estaba decidida a conseguir su hija. Después de que
Timothy llegó, al fin aceptó que tendría que estar satisfecha con nueras.
En la foto, el juez Phillips y su esposa, que envejece malditamente
bien, se encuentran parados en frente de un faro, rodeados de cinco
chicos de cabello oscuro y veintitantos años, usando camisas celestes y
vaqueros.
—Tiene una hermosa familia, Juez —le digo.
—Parecen jóvenes honrados y buenos —agrega Kennedy.
—Lo son. Ahora. Cuando eran adolescentes, eran bastardos
destructivos con mal genio que amaban hacerse enojar entre sí.
Sonrío, porque suena como Jake y su progenie salvaje de
McQuaid.
—Cuando dos de ellos realmente se hacían enojar —continúa el
Juez—, los encerraba en una habitación y los dejaba pelear a
puñetazos. A veces escuchaba una colisión o un porrazo contra la
pared, pero la mayoría de las veces arreglaban sus problemas. Y más
importante aún, no tenía que escucharlos mientras lo hacían.
Saca su billetera del bolsillo y arroja un par de billetes de veinte
en el escritorio. Mira la pila, menea la cabeza de un lado a otro, y arroja
un par más.
—Esa estrategia funcionó tan bien que voy a usarla con ustedes.
—Señala al dinero—. Salgan, siéntense, consigan algo de cenar y quizás
un par de tragos, y arreglen sea cual sea el problema que tienen que
está convirtiendo mi corte en un circo.
El plan del juez me consigue tiempo a solas con Kennedy por
mandato judicial, por lo que me gusta.
A ella no.
—Su Señoría, esto es altamente irregular…
—Sí, lo es, señorita Randolph, pero lo estoy ordenando de todos
modos. Verlos a arremeter y espetarse entre ustedes me ha sacado de
quicio.
—Juez Phillips, puedo asegurarle…
—No quiero sus garantías, damita, quiero un juicio que funcione
a la perfección. —Señala de nuevo al dinero en el escritorio—. Eso me lo
conseguirá, así que ni siquiera piensen en volver aquí el lunes hasta
que los problemas entre usted y el señor Mason hayan sido hablados
largo y tendido.
Estampa su pie. —¡No tenemos problemas! Usted no puede…
—Oh, por el amor de Cristo. —Tomo el dinero y agarro la mano de
Kennedy en un agarre de hierro—. Lo solucionaremos. Que tenga un
buen fin de semana, Juez.
Entonces salgo de la habitación, arrastrándola detrás de mí como
un carro obstinado.
En el pasillo fuera del despacho del juez, arranca su mano de un
tirón. —¡No me arrastres!
—Entonces camina, joder —gruño en respuesta.
Cuando siento su resistencia aflojarse, le devuelvo su mano y
mantiene el ritmo a mi lado.
—¡No puede hacer esto! ¡No puede ordenarnos tener una cena!
¡Qué clase de primitivo…!
—Es el juez, genio. Puede ordenarnos cualquier maldita cosa que
le plazca. Y ya lo hemos fastidiado. Irritarlo más no nos hará bien a
ninguno de dos.
—Pero…
Me detengo en seco y me vuelvo para enfrentarla. Dejo caer mi
voz, tentadora y persuasiva. —Es una comida. Una conversación. Luego
dejamos todo atrás y puedes volver a fingir que no existo. ¿No es eso lo
que quieres?
Busca en mi cara.
Estoy mintiendo, por supuesto. Ya que ahora que está de regreso,
aquí donde puedo verla y tocarla, donde puedo hablar con ella y
provocarla, quizás un día hacerla sonreír; no hay una maldita manera
de que la deje ir otra vez.
No parpadea. Y no retrocede. Libera un largo aliento, luego dice—:
Bien. Una comida, una conversación. Es todo.
Mi sonrisa es calmada. Encantadora. —Ves, ¿fue tan difícil?
Hasta seré agradable y te dejaré escoger el restaurante, Víbora.
Sus labios se aprietan y se gira para continuar caminado por el
pasillo. —No me digas Víbora. Suena como el nombre de una stripper.
Camino junto a ella. —¿Qué hay de malo con el nombre de una
stripper? Algunas de las mejores personas que conozco son strippers.
Además, Víbora era un personaje genial del comic Capitán América. Era
mi villana favorita, y era caliente. La mayoría de los adolescentes tenían
a Playboy para inspirar sus fantasías. Yo tenía a Marvel. Deberías
tomarlo como el más grande de los cumplidos.
Resopla, sacudiendo la cabeza. Pero casi suena como una risa.
Y eso, justo allí, es un progreso.

***

Nos sentamos en una mesa redonda en la esquina del fondo de


un pub vacío a solo unas manzanas de la corte. Las luces son tenues y
la música es lo suficientemente baja para hablar sin tener que gritar,
pero todavía llena cualquier silencio.
—Dos hamburguesas con tocino, medio cocidas —le digo a la
camarera—. Ella tendrá aros de cebolla en lugar de papas fritas y salsa
barbacoa en lugar de kétchup. Y dos cervezas de barril, por favor. —Le
echo un vistazo a Kennedy mientras regreso los menús—. Deberíamos
controlar nuestros ritmos, ahorrar las cosas duras para después.
Después que la camarera se marcha en su alegre camino, la
víbora rubia se me queda mirando, su boca en un adorable arco
molesto.
—¿Qué?
—Tal vez quería la hamburguesa vegetariana. Podría ser
vegetariana ahora.
Hago una mueca. —¿Lo eres?
—No.
—Entonces amablemente cesa el fastidio. —Me reclino en mi silla,
piernas abiertas, poniéndome cómodo, debatiendo cómo comenzar.
Kennedy saca el problema de mis manos. —No puedo creer que le
dijeras al Juez Phillips que rompí tu corazón. —Entonces hace una
especie de resoplido, sacudiendo la cabeza, como si la idea en sí misma
fuera ridícula.
La miro directo a los ojos. —Lo hiciste. Han pasado catorce años,
pero todavía puedo recordar cómo se sintió. Estuve devastado cuando
saliste con William.
—No conoces el significado de la palabra devastado.
—Sí. Lo sé. Es cuando me das el mejor orgasmo de mis diecisiete
años de vida, me dejas escucharte gemir mi nombre mientras te vienes
espectacularmente alrededor de mis dedos… y entonces diez horas
después, me botas en la maldita acera por William jodido Penderghast.
¿Eso sonó resentido? Bien.
Kennedy se inclina hacia adelante, sus ojos ardiendo. —¡Ya
habías vuelto con Cashmere antes de que acordara salir con William!
Parpadeo. —No, no había vuelto.
—Sí, claro que sí.
Y la camarera trae las cervezas, sincronía perfecta. Ambos
tomamos un trago saludable.
Después de que mi bebida helada está de vuelta en la mesa,
sugiero—: Comencemos por el principio.
—Bien —concuerda—. Fin de semana de padres, tercer año.
¿Estás preparado para un poquito de viaje en el tiempo? Porque
es tiempo de festejar como si fuera 1999…
Internado de Saint Arthur, tercer año
Traducido por rihano & MaJo Villa
Corregido por Julie

—¡Kitty!
—¡Mitzy!
Nuestras madres se abrazan como si no se hubieran visto en
años. Un aviso de "Bienvenida a los Padres" cuelga a través de la
entrada del edificio principal, el sol brilla, y el aire es cálido con un
toque de vivacidad de principios de la primavera. Eagle-Eye Cherry
suena en una radio en alguna parte a través del patio, y grupos de
familias salpican el césped verde y exuberante.
—¡Siento como si hubieran pasado años! —dice Mitzy—. ¡Todos
deberíamos almorzar juntos! Hay ese fabuloso y pequeño lugar junto al
lago…
Mientras mi madre concuerda en silencio, aprovecho mis oscuras
gafas de sol, del tipo Risky Business, para comprobar a Kennedy. Ella
se ve muy linda hoy. Su cabello marrón enroscado en la cima de su
cabeza en un desordenado y de algún modo atractivo moño. Lleva unos
pantalones vaqueros ajustados y una camisa abierta de franela, de gran
tamaño, a cuadros azul marino pero la camiseta blanca que lleva debajo
muestra su cintura plana, y las tetas de aspecto dulce. Le quitaron sus
aparatos el mes pasado también. Bono.
Y en este momento, está haciendo esa cosa con su labio,
agarrando el inferior regordete entre sus dientes, chupándolo solo un
poco. Ese movimiento me dio mi primera erección cuando tenía trece
años de edad, y, maldición, si no me golpeó de la misma manera en este
momento.
Kennedy y yo siempre hemos estado tensos… hasta este año.
Cuando llegué a ser capitán en el equipo de lacrosse y empecé a salir en
serio con Cazz. En serio, como… follarla. En estos días, Kennedy sale
con su compañera de cuarto, Vicki Russo, y yo salgo con… otra gente.
Se ajusta las gafas y me sonríe. —Hola.
—Hola.
Como un fantasma rubio desaprobador, la hermana de Kennedy
aparece a su lado. —¿Te habría matado arreglarte un poco? En serio,
Kennedy, madre y padre condujeron hasta aquí…
Meto mis manos en los bolsillos y me balanceo sobre los talones.
—Hola, Claire. Es bueno verte.
—Brent. —Sonríe tensa—. Te ves… —Toma nota de mis
pantalones vaqueros, zapatillas de deporte, y una camisa blanca de
cuello bajo un suéter azul marino—… típico.
Levanto mi mano. —Claire, por favor, me doy cuenta de que soy
un espécimen irresistible de perfección masculina, pero tu obsesión
conmigo se está volviendo embarazosa.
Kennedy resopla. El impulso incontrolable de reír brota de mi
pecho y yo ni siquiera trato de resistirme a eso, porque la mirada agria
en el rostro de Claire Randolph se siente mucho más divertida de lo que
es. Se da la vuelta y sigue a nuestros padres por el sendero, dejándonos
a Kennedy y a mí relativamente solos.
—¿Estás drogado? —me pregunta en voz baja.
Me inclino cerca. —Un montón. Era la única manera en que
puedo superar este fin de semana.
Conozco a algunos chicos que son principalmente drogadictos, y
yo no soy uno de ellos. Pero una refrescante hierba antes de un largo y
estresante día es totalmente aceptable.
Niega con la cabeza y su nariz se arruga con exasperación. Esto
también es en verdad jodidamente lindo.
Emparejamos el paso uno al lado del otro, siguiendo detrás de
nuestros padres conversando.
—Veo que tu hermana aún no ha optado por hacerse esa cirugía.
Responde con—: ¿Quieres decir la que va a quitar el palo de su
culo? No, no todavía.
Me río en voz alta. —Mierda, Kennedy, se siente como que no
hemos pasado el rato desde hace rato. ¿Dónde has estado?
La he visto por ahí, ya que el campus no es tan grande. Pero no la
he visto, de verla. No puedo recordar la última vez que realmente hablé
con ella, y es una chica genial para conversar.
Vuelve la cabeza, mirándome durante unos segundos, y su voz es
casi un suspiro. —He estado justo aquí todo el tiempo.

***

—La postura, Kennedy. Encorvarse es para chicas con columnas


débiles.
—¿Por qué no vas a usar lentes de contacto, Kennedy? Tus ojos
son tu mejor rasgo, sin embargo, insistes en esconderlos.
—¿Otro rollo, Kennedy? Esos carbohidratos son el enemigo de un
bailarín.
Ha sido así desde que nos sentamos. Durante la última hora,
Mitzy Randolph ha criticado a Kennedy hasta por sus malditas uñas.
Mi mareo se ha ido y mi cabeza se siente como si fuera a explotar
si tengo que escuchar un comentario más de la señora Randolph.
Y, por supuesto, dice—: Kennedy podría haber sido una primera
bailarina clásica, si solo hubiera conseguido ser más alta.
Y digo—: Bueno, tal vez la prensa volverá a ponerse de moda y
podremos atarla para un buen estiramiento.
Los cuatro padres se detienen. Y me miran con rostros
inexpresivos.
Cuando estoy a punto de decirles a dónde irse, Kennedy comienza
a reír a mi lado. Es ese tipo de risa forzada, una señal para todos los
demás de que se dijo una broma y deberían reírse para ser educados. Y
siempre y cuando no seas su hija más joven, Mitzy Randolph es el
epítome de la cortesía.
Lo mismo va para mi madre. —Brent, querido, quítate esas gafas
de sol. Es grosero usarlas en la mesa.
Me las quito y trato de ocultar mis ojos mirando hacia abajo. El
jadeo de mi madre es de horror, por lo que, obviamente, el plan se
derrumbó.
—Dios mío, ¿por qué tienes los ojos tan rojos? ¿Tienes una
infección?
Claire Randolph finalmente asoma una sonrisa. Apuesto a que le
gusta ver a los gusanos retorcerse bajo una lupa en un día soleado
también.
—No, mamá, no están infectados.
—¡Pero se ven terribles! —Su mano descansa en el antebrazo de
mi padre—. ¿Donald, querido, tal vez deberíamos hacer que el médico
venga ver a Brent?
—Alergias —dice Kennedy, sonando como si se le acabara de
ocurrir eso a ella sola—. Sus ojos están rojos por las alergias.
—Brent no tiene ninguna alergia.
Kennedy le sonríe a mi madre, y suena tan segura que me lo
habría creído. —Todos tenemos alergias aquí. Algo relacionado con las
especies especiales de árboles en Connecticut. El polen que… eyaculan.
¿Eyaculan?
Luego estornuda para acentuar su argumento.
Es obvio que Claire no se lo cree, pero el resto de ellos lo traga
como un whisky escocés de cien años.
Entonces solo pasan unos minutos antes de que—: Haz una cita
en el salón, Kennedy. Puedo ver tus puntas partidas desde aquí.
Me pongo de pie tan rápido que los vasos en la mesa traquetean.
—Vamos a dar un paseo.
Los ojos de mi madre se abren grandes como los de un búho. —
¿Por qué?
Es probable que no vaya a funcionar bien decir que estoy a punto
de meter el mantel por la garganta de su mejor amiga. —Acabo de ver a
un… petirrojo doble de pecho azul por el lago. Son súper raros.
Kennedy y yo tenemos que estudiarlo para horticultura…
—Las plantas de horticultura —susurra Kennedy frenéticamente.
—… y la clase de la fauna alada.
Soy un portero de lacrosse; me gusta el salvamento.
Y se lo creen.
Cinco minutos más tarde, Kennedy y yo caminamos por la orilla
exterior del lago. Tomo una piedra y la lanzo con fuerza hacia el agua.
—¿Cómo lo soportas?
—¿A qué?
—La postura, Kennedy, puntas abiertas, Kennedy, jodidos
carbohidratos, Kennedy… Quería meter el tenedor en mi oído para no
tener que escucharlo más… ¡y ella ni siquiera hablaba de mí!
Kennedy sonríe. Y no es triste ni falsa ni amarga. Es bonita. —No
quiere decir esas cosas tal como suenan.
—Entonces, ¿cómo diablos las quiere decir?
Kennedy encoge un hombro y tira una piedra por su cuenta.
—Quiere que sea feliz. Su visión de la felicidad. Si no le
importara, no diría nada. Me ignoraría. Y eso sería peor.
Nuestras miradas se sostienen durante unos segundos y me doy
cuenta de cuánto he echado de menos a esta chica. No es varonil
decirlo, pero es cierto. Las personas con las que paso mi tiempo y hablo
cada día; no son reales. No se fijan en las cosas tal como lo hace ella.
No se fijan en mí como lo hace ella. Incluso hoy, después de todo
este tiempo sin salir, no perdemos el ritmo. Porque me conoce, de
principio a fin. Todas las partes, buenas y malas, que me hacen quien
soy.
Y nadie más me hace sentir de la forma en que me siento, en este
momento, mirándola. El dolor en mi pecho, el nudo en mi estómago, el
zumbido de mi pulso.
—Me sorprende que no hayas almorzado con la familia de
Cashmere —dice Kennedy.
Eso provoca un nudo en mi intestino por una razón
completamente diferente.
Cashmere es la chica más sexy en la escuela, y las cosas
empezaron salvajes entre nosotros. Fue divertido. Pero en el año que
hemos estado saliendo… ella ha cambiado. Se ha vuelto pegajosa y
mandona al mismo tiempo. Miserablemente celosa e insegura. Esa es
otra razón por la que Kennedy y yo no hemos pasado el rato
últimamente, Cashmere no está demasiado interesada en ella.
—Terminamos.
Las cejas de Kennedy se elevan. —¿De verdad? ¿Cuándo? ¿Por
qué?
Y por la chispa feliz en sus ojos, parece que el sentimiento es
mutuo.
—Sí. Ayer. No estoy exactamente seguro de por qué.
—¿No estás seguro?
—Hubo un montón de gritos; era difícil distinguir las palabras.
Está en algún lugar entre estoy sofocándola y no le doy la atención que
merece. —Con las palmas arriba, me encojo de hombros otra vez.
Kennedy traga mientras caminamos junto al agua. —Guau. Tú,
ah… no pareces demasiado deprimido por esto.
—No lo estoy.
Una ligera brisa sopla, y ella aparta un mechón de pelo suelto de
su mejilla. —¿Tú crees…?
—¡Kennedy! —llama Mitzy Randolph desde la colina hasta donde
estamos—. ¡Kennedy!
Su voz me recuerda a la tía Em llamando a Dorothy cuando se
acercaba el tornado.
Nos hace un gesto para que subamos y de mala gana, lo hacemos.
Mitzy gesticula con sus manos mientras nos explica. —¡Todos
hemos tenido una idea magnífica! El Hotel Remington se encuentra a
unos pocos kilómetros, tienen el bar más fabuloso y un casino muy
exclusivo. Así que todos vamos a pasar la noche allí y los llevaremos de
regreso a la escuela mañana. ¿No suena eso divertido?
Le sonrío a Mitzy y lanzo un brazo alrededor de los hombros de
Kennedy. Esto significa tiempo a solas con ella. —Parece muy divertido,
señora Randolph.

***
—Kennedy, ¿estás despierta? —susurro.
Intento escuchar algo fuera de la puerta de la habitación de los
Randolph, pero no oigo ningún movimiento en el otro lado. La decepción
se asienta en mi estómago. Porque pasamos todo el día con nuestros
padres, caminando y hablando y, maldición, hablando un poco más.
Tuvimos una cena tardía en el “fabuloso” restaurante de la planta baja,
luego nuestros padres prácticamente nos enviaron a la cama. Mientras
ellos iban al casino.
La discriminación por edad es algo terrible.
Pero ahora es apenas después de la medianoche, y tengo una idea
increíble.
Que solo funciona si Kennedy continúa despierta.
Llamo de nuevo, esta vez más fuerte. —¿Kennedy?
La puerta se abre hasta la mitad, y Kennedy me echa un vistazo.
Sus gafas han desaparecido y sus ojos, que nunca he notado antes, son
espectaculares.
Espesas y largas pestañas enmarcan unos chispeantes orbes
color marrón dorado. Suaves y tan… cálidos. Esos ojos que un chico
querría mirar mientras se mueve por encima de ella, esos que tú
esperarías que ella dejara abiertos mientras la besas, profundo y lento.
¿El resto? Bien, siempre, de alguna manera, lo he notado.
Desde que comenzó a usar un sujetador de entrenamiento,
descubrí el delicioso pecado de la masturbación.
Y tendría que ser ciego para no notarla ahora. Una camiseta
sedosa de color rosa con tirantes delgados que está, de alguna manera,
envuelta a través de su pecho. No muestra ningún escote, pero si se
mueve de la manera correcta, estamos hablando de una vista
privilegiada. La mitad inferior hace juego con pantalones cortos de color
rosa que quedan sueltos alrededor de sus muslos, mostrando las
increíbles piernas tonificadas.
Y no soy el único en notar cosas.
Los ojos de Kennedy se deslizan a través del pecho de mi camisa
sin mangas y hacia abajo, por los músculos torneados de mis bíceps. Mi
piel tiene un bronceado de surfista de los entrenamientos al aire libre y
las prácticas de la tarde. Luego sus ojos pasan por mi cintura, tal vez
imaginando el paquete de seis debajo de esta, y luego… más abajo. Y
me pregunto si se da cuenta de lo dura que es mi reacción al verla
mirándome.
El tinte color rosa en sus mejillas me dice que podría ser así.
Su mirada se posa sobre mi cara sonriente. Se lame los labios y
dice—: Hola. ¿Qué pasa, Brent?
Sostengo las llaves del Ferrari 250 GT California de 1961 de mi
padre. También conocido como el coche del Día Libre de Ferris Bueller.
Menos de un centenar fueron hechos y, al igual que en la
película, es el orgullo y la alegría de mi padre. Y se encuentra
estacionado en la planta baja en este momento.
Me enteré hoy que Kennedy no tiene licencia de conducir. Con los
chóferes de su familia, su madre no ve el sentido.
Y voy a rectificar eso.
—¿Lista para tu primera lección de conducción?

***

—… a continuación, lleva tu pie hacia atrás al mismo tiempo.


Estamos en el gran estacionamiento vacío de un oscurecido
edificio a unos pocos kilómetros. Kennedy escucha mis instrucciones
con atención, con el ceño fruncido, ajustando sus gafas. Parece
excitada, determinada y totalmente adorable.
—¿Lo entiendes?
—Lo entiendo. —Asiente.
Y va por ello.
Hay un sonido chirriante cuando mueve la palanca de cambios, y
le agradezco mentalmente al embrague por su valiente sacrificio.
Empezamos a avanzar, corcoveando, centímetro a centímetro, y le
digo—: Acelera ya. Aprieta el acelerador.
Y entonces nos estamos moviendo.
La sonrisa de Kennedy es enorme y brillante, como la mañana de
Navidad y el Cuatro de Julio, todo en uno.
El coche da un ligero tartamudeo mientras cambia a la segunda
velocidad, pero se suaviza reduciéndose después de que su pie
abandona el embrague. Con una mano en el volante, ella agarra mi
brazo con la otra.
—¡Lo estoy haciendo, Brent!
Es impresionante, y me río. —Sí, así es.

***

—Necesitas un apodo. Kennedy es como muy largo de decir.


Nos encontramos estacionados en una zona de picnic por encima
de las luces de la ciudad. Es tranquila y silenciosa. El techo del coche
está abierto pero el cielo se siente como un oscuro dosel por encima de
nosotros, salpicado de innumerables estrellas brillantes.
No chocamos contra nada y el coche aún se encuentra en
marcha, por lo que en mi mente, las clases de conducción de Kennedy
fueron un éxito rotundo. Dijo que no se sentía lista para la carretera
abierta, pero la llevaré allí en algún momento. La mirada en su cara
cuando le agarró el truco a los cambios, era de pura alegría y
agradecimiento. El observar esa expresión se sintió igual que cuando
bloqueo el gol de un equipo contrario, como algo para lo que nací para
hacer una y otra vez.
—¿Mi nombre es demasiado largo? ¿A menudo tienes dificultad
con las palabras largas? —pregunta con una sonrisa de sabelotodo—.
Tal vez deberías ver a alguien por eso. —Luego pregunta—: ¿Cuál es tu
apodo?
—BC.
Frunce el ceño, tratando de averiguar el por qué. —¿Porque tu
segundo nombre es Charles?
Niego con mi cabeza y le digo con la cara inexpresiva—: Big
Cock2.
Kennedy se ríe. —¿Pensaste en todo eso tú solo?
—Los chicos del equipo me lo dieron. Está mucho más a la altura,
no quiero decepcionar a todos los cadetes más jóvenes. Pero en las
palabras inmortales del Hombre Araña: Un gran poder trae consigo una
gran responsabilidad.
—En realidad lo dijo el tío Ben.
—¿Qué?
Inclina la cabeza. —El tío Ben dice eso, no el Hombre Araña.
¿Recuerdas?
Así es. Pero el hecho de que ella lo recuerde… es jodidamente
impresionante. Eso me provoca cosas … del tipo de emociones
profundas, reflexivas y serias.
Pero nunca he sido el tipo de persona seria, así que bromeo—:
¿Qué hay de Randy? Randy Randolph. ¿Puedo llamarte así?
Kennedy frunce el ceño. —No si esperas que responda.
Hablamos más, de todo y nada en particular. Y de alguna
manera, a pesar de que no era lo que había planeado, o esperado, mi
brazo termina alrededor de sus hombros, con su cabeza apoyada en mi
clavícula.
Lentamente, le quito los anteojos y con cuidado los pliego antes
de colocarlos en el tablero. Como si fuera lo más natural del mundo,
inclino mi cabeza y presiono mis labios contra los suyos. Son muy

2 Polla grande en inglés.


suaves y cálidos. Trazo sus labios con mi lengua, pero siguen
herméticamente cerrados, y me río contra su boca.
Se aparta. —¿Qué?
Miro los preciosos ojos de la chica que conozco de toda la vida, y
mi único pensamiento es: ¿qué demonios me tomó tanto tiempo para
hacer esto?
Mi pulgar se desliza lentamente por su mandíbula. —¿Alguna vez
has besado a alguien?
La última vez que hablamos de ello, en el segundo año, no lo
había hecho.
Pero no se sonroja ni se echa hacia atrás ante la pregunta. Su voz
es baja y como que jadea. —Por supuesto que sí. ¿Por qué? ¿Estás
diciendo que soy mala besando?
No sé a quién diablos ha estado besando, pero quienquiera que
sea, debió haber sido muy pobre al hacerlo. Esto me agrada.
—No. Pero estás a punto de mejorar aún más. —Me inclino hacia
delante, rozando sus labios de nuevo—. Abre tu boca para mí, Kennedy.
Entonces solo hay besos; con la cabeza inclinada, con succión de
labios, del tipo en donde deslizas la lengua. Su sabor me hace sentir un
poco borracho. Y el susurro de mi nombre en sus labios me hace sentir
un poco loco.
La ropa encuentra el camino hacia el suelo del coche. Y cada
momento es fácil, natural, y tan jodidamente correcto.
Después de todo, nos encontramos presionados uno contra el otro
en el mismo asiento, sin ropa y exhaustos. Y entiendo por qué hacen
tantas escenas de películas cursis, que terminan de esta forma, porque
simplemente no puede ser más perfecto que estar aquí mismo, en este
mismo momento.
Kennedy me sonríe y beso su frente, y juntos vemos la salida del
sol.

***

A la mañana siguiente, mis padres me hacen levantar temprano,


llevándome de regreso a la escuela temprano porque mi padre tiene
alguna reunión a la que tiene que llegar al volver a casa. Dejan un
mensaje para los Randolph en la recepción. Apesta que no consiga ver a
Kennedy antes de irme, pero soy consolado por el pensamiento de que
volveré a verla en la escuela.
Todo va a ser diferente ahora.
Cuando llego a mi habitación, brinco en la ducha. Mis
pensamientos impotentes regresan a la última noche. El tacto de las
manos de Kennedy sobre mí. Los sonidos que hacía: pequeños gemidos
y quejidos voraces.
Digamos que es conveniente que me encuentre en la ducha.
Salgo del baño con una toalla alrededor de mis caderas y el agua
todavía corriendo por entre las ranuras de mis abdominales.
—Hola, cariño.
Cashmere se encuentra acostada en mi cama, usando mi
camiseta de lacrosse y nada más. Tiene los ojos entornados, los labios
carnosos, piel bronceada, y cabello rubio arreglado, listo para una
sesión de fotos de Playboy. Hubo un tiempo en que mi pene me habría
dirigido directamente hacia ella y felizmente lo habría seguido, con
todos nuestros problemas resueltos.
Pero ya no más. Ya no dejaré que mi pene me dirija, es hora de
empezar a seguir a mi corazón. Y sé cuán cursi suena, pero no me
importa una mierda.
—¿Qué haces aquí? —Me pongo calzoncillos por debajo de la
toalla; simplemente no se siente bien dejar que me vea el culo al aire.
—¿Necesito una razón para visitar a mi novio?
—Ya no soy tu novio.
Pone sus ojos en blanco. —Por supuesto que sí.
—Rompiste conmigo, ¿recuerdas? —Me coloco el jersey de la
práctica por encima de mi cabeza.
Cashmere se arrastra hasta el extremo de la cama. —Fue un error
—ronronea—: Lo siento. Déjame recompensártelo.
He estado con esta chica durante un año. La he follado de cada
forma que conozco, y pensé que eso era amor, pero en este momento,
no siento nada por ella. Es casi aterrador. Sin culpa, sin un impulso
litigante de proteger sus sentimientos. No estoy seguro de que tenga
alguno. Es muy jodido.
—Si no lo hacías, yo habría terminado contigo. Hemos terminado,
Cazz.
Sus ojos bajan al bulto en mis calzoncillos y se lame los labios. Se
levanta sobre sus rodillas y se mueve para envolver sus brazos
alrededor de mi cuello. —Para mí no parece que hayamos terminado.
La agarro por las muñecas y la miro con dureza.
—Confía en mí, he terminado.
La ira destella en sus ojos color avellana, aguda, vengativa y tan
familiar. —Escuché que saliste con tu amiguita rara este fin de semana.
Mi agarre en sus muñecas se aprieta. —No la llames así.
Su boca se tuerce de una forma desagradable. —¿La follaste? ¿De
eso se trata?
Dejo caer sus muñecas y doy un paso hacia atrás. —Esto no tiene
nada que ver con Kennedy.
—Oh, por favor. Jamás me rechazarías a menos que ya tuvieras
un nuevo lugar en donde meter la polla. Te conozco, Brent. —Se levanta
de la cama y arrastra la punta de su dedo lentamente por mi brazo—. Y
es por eso que sé que cuando hayas terminado con tu pequeño viaje a
la Villa de los Perdedores: vas a venir directamente hacia mí, de nuevo.
Somos muy buenos estando juntos.
Porque ella es la chica más caliente en la escuela, solía
emocionarme cuando la escuchaba hablar de esa forma, una oleada de
confianza. Ahora solo me hace pensar que Cashmere es un material
total de chica sexy.
—Quítate mi jersey. Tenemos un partido mañana por la noche; es
mala suerte si lo usas. Déjalo en la cama.
Y antes de que siquiera comience a sacárselo, salgo por la puerta.

***

La práctica de lacrosse tiene horas extras. Uno de nuestros


defensores que recién empieza reventó su tobillo la semana pasada,
tratando de hacer parkour entre dos contenedores de basura. Es un
poco idiota. El segundo en la cadena para que tome su lugar es un
estudiante de primer año, bueno, pero nervioso, así que el entrenador y
yo nos quedamos después de la práctica para trabajar con él y para
repasar las cintas de juego del equipo contrario. Ha anochecido para el
momento en que me voy del gimnasio.
Caminando de regreso a mi dormitorio, con mi bolsa de lacrosse
por encima del hombro, estoy en un buen estado de ánimo. Creo que no
he dejado de sonreír en todo el día. Incluso puede que haya silbado una
melodía alegre. Mi madre tenía algo por Gene Kelly, cuando era niño, y
en mi cabeza, estoy haciendo el baile de “Cantando bajo la lluvia”.
Tres chicos se encuentran de pie en los escalones del edificio del
dormitorio. Y a pesar de que no soy del tipo de persona que escucha
conversaciones de otras personas, dos palabras me atraviesan directo
los tímpanos, como un misil nuclear: Kennedy Randolph.
Y mi Gene Kelly mental es golpeado por un rayo y estalla en
llamas.
—Te dije que diría que sí, idiota. No sé por qué esperaste tres
años para preguntarle.
Ese es Peter Elliot. Es un chico de ciencias, de biología. Obtuvo
una beca del gobierno federal el año pasado por cruzar orugas
venenosas, creo. Y habla con William Penderghast y Alfonso DiGaldi.
También se hallan en el extremo del espectro de los más inteligentes y
tranquilos, del tipo de chicos un poco sosos que pasan la mayor parte
del fin de semana en la biblioteca.
—No puedes precipitar estas cosas. El momento tenía que ser el
adecuado. Pero ahora las estrellas se han alineado y Kennedy Randolph
va al cine conmigo este viernes. Tal vez debería alquilar una limusina.
William ríe sin motivo. Las sonrisas tan grandes y brillantes que
casi me hace daño mirarlo, porque se parece a lo que sentía hace
solamente diez segundos.
Camino hacia ellos, con mis ojos sobre William. —¿Acabas de
decir que vas a salir con Kennedy Randolph?
William infla la postura un poco. —Eso es correcto.
De ninguna jodida manera.
—Cuando… ¿cuándo se lo pediste?
Me mira. —Hace un par de horas. ¿Por qué?
De ninguna jodida manera.
—Yo… es que…
Solamente hay una explicación, hay dos Kennedy Randolph en
esta escuela.
Decido que es eso.
—¿Kennedy? —pregunto, usando las manos para imitar su
altura—. ¿Pequeña, con anteojos, de cabello castaño? Mi… —Trago
saliva—. ¿Esa Kennedy?
Y de repente, empieza a lucir molesto. Afrentado. —Eso es
correcto. Es inteligente, divertida y tiene el corazón más grande de todos
los que conozco. También tiene una sonrisa hermosa y unos ojos que
son los más fascinantes…
Me alejo. No puedo escuchar más. Si lo hago, lo golpearé, maldita
sea.
Voy directo hacia los dormitorios de las alumnas del segundo
ciclo. No pienso, no me detengo a hablar con nadie, y mi mandíbula
está tan apretada que es un milagro que mis dientes no se hayan roto
para el momento en que llego.
Golpeo su puerta con el costado de mi puño y no me detengo
hasta que se abre.
Sus ojos lucen brillantes detrás de los anteojos, su nariz un poco
roja, como si estuviera por tener un resfriado. Su mirada pasa sobre mi
cara durante unos segundos y luego su espalda se endereza. —¿Qué
pasa?
—¿Vas a salir con William Penderghast?
Da un paso hacia el pasillo conmigo, cerrando la puerta detrás.
Y luego envía mi alma a un reino lejano.
—Sí, así es. ¿Por qué lo preguntas?
Por un segundo no le contesto. Me toma tiempo encontrar
cualquier palabra.
—¿Por qué te pregunto? ¿Porque qué hay con lo de anoche? —
Trato de ocultar la devastación en mi voz, pero no sé si logro hacerlo—.
Pensé… Quería…
Su voz me interrumpe, como una hoja de afeitar en las muñecas.
—Lo de anoche fue divertido. Pero no significó nada, ya lo sé. Puedo
manejar la diversión como todos los demás. Y ahora voy a hacer lo mío
con William y tú haz lo tuyo con…
—¿Harás lo tuyo con William? ¿En serio? ¿Qué mierda fui yo… el
acto de calentamiento? —grito, mostrando la ira por completo.
La furia destella en sus ojos, convirtiéndolos en llamas. —¿Cuál
es el problema, Brent? ¿Herí tus preciosos sentimientos de niño?
¿Esperabas que te siguiera por ahí como cualquier otra chica en la
escuela? ¿Que recogería tus migajas cuando te sintieras con ganas de
hacer algo de caridad?
En realidad no entiendo muy bien todo lo que dice, ya que la
bruma de la decepción es demasiado aplastante. Porque, sí, duele. Tan
patético como suena, lo de anoche significó algo para mí. Ella significa
algo para mí. Y, aparentemente, no quise ser un imbécil con ella.
Así que hago lo que me sale naturalmente. Me cubro. —
Simplemente me sorprende, es todo. Si hubiera sabido que eras tan
fácil, me hubiera enganchado contigo hace años.
Sus mejillas se vuelven de un color rojo fuego llameante, por
vergüenza o por ira, no puedo notarlo.
—No soy fácil.
—¿Estás segura? Puede que no lo creas, pero las acciones hablan
más que las palabras. William y yo tendremos que comparar notas para
ver. Porque ni siquiera tuve que intentarlo anoche. Se sintió
jodidamente fácil para mí.
Es una mierda decir eso. No me sorprendería si me da una
bofetada, que es lo que hacen las chicas cuando están ofendidas. Es por
eso que la llaman una bofetada de perra.
Pero, como siempre lo he sabido, Kennedy Randolph no es una
chica promedio. No me da una bofetada.
Me da un puñetazo. Justo en la boca.
Mi cabeza se mueve bruscamente hacia atrás y saboreo sangre.
—¡Maldita sea!
Pero cuando abro los ojos, cuando miro de nuevo a su cara, toda
la ira se desangra, como una arteria desangrándose. Porque Kennedy ya
no luce furiosa, ni siquiera enojada.
Luce… aplastada. Conteniendo las lágrimas, pero solo apenas.
—Te odio —dice de forma forzada, sacudiendo la cabeza—. Te
odio.
Sus palabras resuenan en mis huesos, en mi cabeza.
En historia, vimos un documental sobre la guerra de Vietnam,
con imágenes auténticas de una batalla de la cámara de un reportero,
de un soldado, un chico joven que recibió un disparo.
Muy feo.
Y cuando sucedió, su rostro, más que nada, se veía pálido y
sorprendido, completamente pálido por la sorpresa… porque de repente
había un agujero en su pecho, en donde recién había estado su
corazón.
Cuando Kennedy me da la espalda y cierra la puerta en mi cara,
me siento exactamente de la misma manera.
El presente, en el bar
Traducido por johanamancilla
Corregido por NnancyC

—Fui a tu habitación esa mañana. Ella abrió la puerta en tu


suéter, dijo que estabas en la ducha. Ofreció dejarme esperar, pero me
advirtió que estaban juntos de nuevo. Que yo parecería realmente
desesperada apareciendo en tu habitación así. —Kennedy traga fuerte y
respira profundo. Como si únicamente el recuerdo está causándole
verdadero dolor.
—Nunca me dijo...
—No, ella no lo haría, ¿cierto? —Kennedy me mira a los ojos,
sonriendo con amargura—. Iba a esperar, pensé que al menos merecía
escucharlo de ti. —Su voz se estrangula al final, sus ojos más brillantes
de lo que deberían estar—. Pero entonces Cashmere me preguntó qué
había esperado realmente. Dijo que tú eras un héroe y yo era un cero a
la izquierda, y nada iba a cambiar eso. ¿En serio pensé que dejarías a
alguien como ella por alguien como yo? —Se lame los labios
lentamente—. Aún no me recuperaba de la noche anterior. Del
entusiasmo, la total maldita alegría acerca de lo que habíamos hecho.
Pero entonces lo puso así… y le creí. Así que, me fui. William me detuvo
en el patio en el camino de vuelta a los dormitorios. Me invitó a salir… y
dije que sí.
No puedo hablar; estoy demasiado ocupado reviviendo esos
momentos, viéndolos ahora desde su lado. Y dándome cuenta de todas
la cosas que no hice, todas las cosas que nunca dije.
—Me gustabas —susurro a la mesa. Entonces la miro—. Me
gustabas muchísimo.
Aún lo hace. Detrás de esos lentes de contactos, bajo el
maquillaje y la ropa de diseñador, todavía es ella. Incluso puedo
saborearla, sentirla en las puntas de mis dedos, tan delicada y
resbaladiza. Valiente en la forma que ella me quería, me abrazaba cerca
como si nunca hubiera querido soltarse.
Su frente se arruga con confusión. —Pero volviste con Cashmere.
No me hablaste ese año entero hasta...
Kennedy obviamente aún no entiende una mierda sobre los
hombres. O los chicos, porque en aquella época, definitivamente era un
chico.
—Me dijiste que nuestra conexión no significó nada para ti. Que
yo no era nada y que estabas saliendo con William. Cuando me enfadé
por ello, me dijiste que me odiabas. —Paso una mano por mi rostro—.
Volví con Cashmere porque tú no me querías y ella sí. Era una
sustituta. No quise lucir como un perdedor. Y no hablé contigo porque
era tan jodidamente difícil.
—Éramos amigos...
—No para mí. —Niego con la cabeza capturando su mirada y
sujetándola—. No después de esa noche. No quería tu amistad,
Kennedy, te quería a ti. Y si no podía tenerte, tenía que pretender que
no existías. Así entonces me podía decir a mí mismo que no estaba
perdiendo todo lo que sabía que era.
Pero había pensado en ella. Había soñado con ella.
Y la eché de menos, todo el tiempo.
Mira fijamente la mesa, perdida en sus pensamientos. Entonces
levanta la mirada, humedeciéndose los labios, luciendo como si hubiera
decidido algo.
—Así que por eso lo hiciste —dice en voz baja—. Querías vengarte
de mí, y herirme. Felicidades, tuviste éxito.
Algo en su tono me pone en alerta, y me inclino más cerca. —
¿Exactamente qué piensas que hice?
Su boca es dura. —Me tendiste una trampa. Me humillaste. Tú...
me rompiste esa noche, Brent.
Vuelvo a comprobar. —¿La noche del baile de graduación?
—Sí.
Esto es. Esto es lo que he estado esperando catorce años por
saber.
Le digo—: Pretende que eres un testigo en el estrado. Comienza
desde el principio y cuéntame sobre el baile. Hazme entender.
Se raspa el labio con sus dientes. —En abril, comencé a recibir
mensajes instantáneos cuando estaba en línea. De ti. Decían “lo siento”
y “te extraño”. Hablaste de cómo querías estar conmigo, pero no podías
romper con Cashmere en ese momento. Dijiste que era una cosa
familiar, algo sobre un acuerdo de negocios entre sus padres.
Toma un trago de su cerveza, entonces continúa.
—No creí que fueras tú, al principio. Pensé que era una broma.
Pero los mensajes siguieron llegando, y sonaban tanto como tú. Así que
como prueba, te pregunté sobre nuestro primer beso. Donde fue.
Se detiene y contengo el aliento.
—Dijiste el techo, en Año Nuevo, cuando teníamos nueve años. Y
ahí es cuando supe que eras tú. Estaba tan emocionada. Durante tanto
tiempo, había querido...
»De todos modos, la semana antes del baile, me enviaste un
mensaje diciendo que querías verme. Querías bailar solo una canción
conmigo. Me pediste que te viera junto al lago detrás del auditorio. A
Vicki no le gustó, pero yo ya estaba muy involucrada para
preocuparme. Llamé a Claire y le pedí que viniera a ayudarme con mi
maquillaje y un vestido. Ella estaba tan feliz, como una hada madrina.
Su voz se quiebra en la última palabra, y siento ganas de vomitar.
Porque sé cómo termina esta historia.
—Mi vestido era blanco, bonito, y también me hizo sentir bonita.
Mi cabello estaba suelto, y rizado y más brillante de lo que alguna vez
recuerdo que estuviera.
Me mira a la cara con la sonrisa más triste.
—Y llevaba lentes de contactos, por primera vez en mi vida.
Mis manos se hacen puños sobre la mesa; mi garganta tan seca
que apenas puedo tragar.
—Esperé junto al lago, podía escuchar la música desde el
auditorio. Escuché un sonido, como una pisada, y dije tu nombre. Pero
nadie respondió.
Toma una profunda y lenta respiración.
—Y entonces, me golpearon en el pecho con lodo. Había más de
una persona, y se estaban riendo. Pareció como si viniera desde todas
las direcciones, todos a la vez. Era frío y grumoso. Golpeó mis brazos,
mi vestido, mi cara. Una piedra me cortó. —Apunta hacia una diminuta
cicatriz en su mejilla—. Duró solo unos segundos, pero se sintió como
una eternidad. Caí y les supliqué que se detuvieran. Y lloré.
Ahora no llora. Sus ojos están secos y parecen lejanos.
—Al principio ni siquiera me di cuenta que se había detenido. Me
quedé allí sobre el suelo por mucho tiempo. No podía creer que me
habías hecho eso, y estaba tan enojada conmigo misma por creerte. Al
final, me puse de pie, me limpié lo mejor que pude. Sabía que tendría
que caminar por delante del auditorio. Y por supuesto, fue mi suerte
que la completa clase de último año estuviera afuera cuando lo hice.
Recuerdo verla, sus ojos desorbitados y heridos. No sabía que
había pasado, y ella no me hablaría.
—Parecías tan horrorizado, Brent. Tan devastado, y cuando
envolviste tu chaqueta alrededor de mí, casi creí que de verdad no
tuviste nada que ver con ello. Pero entonces Cashmere se acercó, me
ofreció un pañuelo de papel, y pretendió ser tan compasiva. Podía ver
en sus ojos que se estaba riendo, pero sonó tan convincente. Por lo que
supe que tú también debiste ser parte de ello.
Aún puedo escucharle, su voz un susurro crudo cuando me dijo—
: Eres un enfermo. Hay algo malo contigo. Mantente lejos de mí. Solo...
aléjate.
—Entonces Vicki y Brian vinieron y me llevaron a la enfermería,
entonces de regreso a nuestra habitación.
Y allí está.
La ira hace que mis manos tiemblen sobre la mesa. Tan jodido.
¿Dije que los niños a veces son unos imbéciles? No, a veces son
unos sociópatas. Y al parecer salí con su reina.
—Debí haberte seguido. —Mi voz raspa. Más que nada, quiero
retroceder en el tiempo y patear hasta la mierda a mi yo de diecisiete
años—. Esa noche, debí haber ido contigo a la enfermería. Siempre me
arrepentí de eso.
No dice nada.
—Cuando fui a tu dormitorio a la mañana siguiente, no estabas.
—Claire vino a buscarme —responde en voz baja—. Arremetió
contra el director Winston por teléfono y lo convenció de dejarme
terminar mis clases en línea.
—Te esperé, todo el verano, continúe yendo a tu casa. Nunca
volviste. —Es importante que sepa que la busqué.
—Claire y yo pasamos el verano en Europa. Todo el asunto en
realidad nos hizo más cercanas.
—No sabía.
Su cabeza se inclina hacia el lado y la sacude con duda. —Brent,
vamos...
Apenas me contengo de gritar. —¿Por qué mentiría? Después de
todo este tiempo, todos estos años, ¿qué podría posiblemente ganar al
mentirte ahora? No te haría eso. No sabía.
Pero Kennedy no está convencida. —Los mensajes, venían de tu
cuenta de la escuela.
—Tuvo que ser Cashmere. Ella siempre estaba en mi habitación y
se sabía todas mis contraseñas. Era la única que... querría herirte así.
Nunca hay una buena razón para poner tus manos sobre una
mujer. Pero si mi exnovia estuviera aquí, tendría un momento difícil
aferrándome a eso.
El rostro de Kennedy es inexpresivo mientras examina la
evidencia desde todos los ángulos. —¿Cómo supo sobre el beso en el
techo? No creí que realmente fueras tú, hasta ese momento.
Froto la parte posterior de mi cuello, los músculos tensos y
anudados. —¿Quizás le conté en algún momento? O durante uno de los
estúpidos juegos de Verdad o Reto que solíamos jugar. Alguien
probablemente me preguntó sobre mi primer beso.
Sus ojos se suavizan solo un poco. —¿Me consideraste tu primer
beso?
La comisura de mi boca se curva. —Eras una chica, tus labios
estaban sobre mi cara, así que sí. Siempre lo he recordado de esa
forma.
Asiente.
Lentamente extiendo la mano y acuno su mandíbula, sujetándola.
—¿Me crees? Necesito que me creas, Kennedy.
Analiza mis ojos. —No sé. Todos estos años, estaba tan segura.
Ahora... hablando contigo... lo que dices tiene sentido. —Su mandíbula
se pone tensa—. Nunca más seré la tonta de nadie.
Dejo caer mi mano, vacío el resto de mi cerveza.
Kennedy está en silencio por un momento. Entonces dice—: Estoy
lista para terminar la noche. ¿Podemos salir de aquí?
La escucho. Las revelaciones son malditamente agotadoras.
Siento como si he tomado un mazo en el pecho. Magullado y agotado.
—Claro. —Lanzo unos billetes sobre la mesa, deslizo la silla hacia
atrás, y tiendo la mano hacia ella.
Afuera en la acera, ofrezco pedirle un taxi.
—Mi casa solo está a unas cuadras de aquí. Caminaré.
—De acuerdo, entonces te acompañaré a casa. Muestra el
camino, Lassie.
Esboza una sonrisa y empuja su cabello detrás de la oreja. —No
tienes que...
—Sí, de verdad jodidamente lo hago, ¿vale? Solo... déjame hacer
esto. Por favor.
Me mira, ojos arrugándose, nariz frunciéndose, como si soy un
rompecabezas que está tratando de resolver. La hace lucir más joven,
más linda.
—Bien. Vivo por aquí.
Caminamos uno al lado del otro en un silencio calmo, y
aproximadamente diez minutos más tarde, llegamos. La casa luce como
una casa de muñecas victoriana, con una torre redonda a un lado, un
balcón envolviendo el segundo piso, ventanas con forma de arco, y una
valla de puntas forjada de hierro enmarcando el techo. La misma valla
rodea el gran estacionamiento de la esquina. La casa necesita un
trabajo de pintura, nuevas persianas, nuevos escalones donde los viejos
están hundidos y desiguales, pero hay mucho potencial. Con un poco
de amor, podría ser magnifica.
—La estoy restaurando, lo cual es tan miserable como suena
cuando estás viviendo aquí —dice Kennedy—. Pero valdrá la pena. Mi
tía Edna me la dejó.
Mi cabeza gira bruscamente. —¿La tía Edna murió? Mierda, ella
era genial. ¿Por qué nadie me dijo?
Kennedy asiente. —Estabas en un viaje de esquiar, escuché a
alguien hablando de ello en el velatorio. Tu madre probablemente olvidó
mencionarlo cuando llegaste a casa.
Miro de nuevo hacia la casa. —Estoy contento de que te la dejara.
—Entonces sonrío, fácilmente imaginándola como una niña en esa gran
casa vieja con sus telarañas y secretos—. Apuesto que te lo pasaste a lo
grande revisando el ático.
Sus ojos se ensanchan. —Lo hice, sí. —En el blanco.
Porque la gente en realidad no cambia cuando se trata de
atributos como esos. Un amor por la aventura, por la exploración,
incluso si es del pasado. Ella no ha cambiado.
—¿Quizás puedas darme un recorrido en algún momento?
Aún luce un poco recelosa, desconfiada de mis intenciones. Los
viejos hábitos son difíciles de quitar, y este va a luchar para
desaparecer.
Abre la puerta principal, entonces se voltea. —Adiós, Brent.
Deslizo la mano por su brazo, porque no puedo evitarlo. —Buenas
noches, Kennedy. Estoy... me hace feliz que habláramos. Aclarar las
cosas. Y si no lo dije antes, de verdad estoy malditamente contento de
que hayas vuelto casa.
Su sonrisa es pequeña, pero está allí.
—Yo también.
Le doy a su brazo un ligero apretón, entonces bajo por los
escalones hacia la verja. —¿Brent?
Me doy la vuelta.
—Esto no cambia nada. Quiero decir, sobre el caso. El lunes,
espero que vengas a mí con todo lo que tienes. Si no eres duro conmigo
significará que no me respetas, que piensas que no puedo manejarlo. Y
nunca te perdonaré por eso.
Le doy un rápido asentimiento y ella entra, cerrando la puerta al
hacerlo.
Mi yo de once años tenía razón: las chicas son raras.

***

El sábado despierto antes de lo habitual, con el eco de las


palabras de Kennedy en mi cabeza. La curiosidad me frota en carne
viva, como dos palos dentados desatando un fuego. Así que me salto mi
carrera matutina y paso una hora en la oficina de mi casa haciendo una
búsqueda en la red.
Es sorprendente, y un poco malditamente aterrador, cuanta de
nuestra información personal está flotando allí afuera, y cuán fácil es
acceder a ella. Después de que consigo la información que quería —una
dirección a solo una hora a las afueras de DC— tecleo la información en
Google Maps, entonces me dirijo al exterior.
Cuando llamo a la puerta, escucho voces amortiguadas dentro,
entonces el sonido de pies caminando.
Y luego la puerta se abre.
Y Victoria Russo, la vieja compañera de habitación de Kennedy,
me mira fijamente. —¿Brent Mason?
Asiento. —Hola, Vicki.
Luce bien, casi exactamente igual. Sus líneas de la risa son un
poco más pronunciadas, pero su cabello hasta los hombros todavía es
negro azabache con una mecha de azul brillante, su nariz está
perforada con un tachón de diamante, y sigue teniendo en sus ojos ese
agudo brillo de "no acepto mierda". La última vez que la vi, trató de
patearme en las bolas.
—¿Por qué estás aquí? —pregunta.
La miro directo a los ojos. —Necesito tu ayuda.
Traducido por Dannygonzal
Corregido por Daliam

Diez minutos después, Vicki pone una taza de café frente a mí en


su mesa de la cocina. Tiene una casa linda y familiar en un complejo de
casas con pastos verdes, entradas pavimentadas y piscinas en patios
alineados con árboles para mantener la privacidad de los vecinos. Su
cocina es enorme, con paredes color malva y gabinetes crema. Hay fotos
que enmarcan todo alrededor, algunas de unas niñitas morenas,
algunas de Vicki y Brian Gunderson.
Brian también fue un estudiante de Saint Arthur. Un niño alto y
desgarbado a quien se le caían los pantalones, escuchaba a Snoop
Dogg, y asistía con una beca. Recuerdo verlos juntos alrededor del
campus, él fue su cita la noche del baile de último año… y parece ser
que ahora están casados.
En la sala de estar fuera de la cocina, hay un racimo de cubiertas
de libros con hombres sin camisa en varios escenarios abrazando a
unas mujeres calientes igualmente semidesnudas. Y la autora es V.
Russo.
—¿Eres escritora? —pregunto, sorbiendo mi café.
—Sí. Escribo romance.
Miro de nuevo las fotos. —Brian es un chico con suerte.
Se ríe. —Sí, lo es. —Luego su expresión se torna pensativa—. Un
héroe romántico con una prótesis en la pierna haría una excelente
historia.
—Bueno, si necesitas un consejero técnico, llámame. —Luego
pregunto—: ¿Aún hablas con Kennedy?
Levanta una ceja perfectamente delineada. Luego grita por el
pasillo—: ¡Louise! Ven aquí por favor.
Una cosita, quizá de unos cinco años con un largo cabello negro
alborotado, entra a la cocina y se para al lado de Vicki. —¿Sí, mami?
Ella se agacha a su lado. —Louise, este es un viejo compañero de
clase de tu mami, el señor Mason. ¿Puedes saludarlo?
La pequeña niña sonríe, en absoluto tímida. —Hola, señor Mason.
—Hola, Louise.
—¿Puedes decirle al señor Mason tu nombre completo, cariño?
—Louise Kennedy Gunderson.
Asiento entendiendo. —Es un nombre hermoso.
Vicki palmea la espalda de su hija. —Ya puedes regresar a jugar,
nena.
Mientras Louise deja la habitación, Vicki lleva la taza de café a
sus labios. —Kennedy es la madrina de todas nuestras niñas. Y tiene la
custodia completa si morimos, a pesar de que tengo dos hermanos
casados y Brian una hermana.
Esto hará esta conversación ligeramente más complicada, pero no
debería ser un problema.
—¿Asumo que Kennedy te contó acerca de nuestro caso en la
corte? —pregunto.
—¿El caso en el que está limpiando el piso contigo? Sí, oí sobre él.
—Sonríe un poco demasiado amplio para mi gusto, pero lo dejo ir.
»También me contó sobre la charla de anoche. Sobre cómo
proclamaste tu inocencia. —Hay un ardor en sus palabras al final.
—No tuve nada que ver con lo que le sucedió en el baile.
—Tuviste todo que ver con eso. Tu novia y sus amigos le hicieron
la vida un infierno a Kennedy por ti, y no hiciste nada.
—No sabía que era tan malo.
—Sabías lo suficiente.
Y no tengo respuesta ingeniosa. Porque tiene razón. Es fácil mirar
atrás, con el conocimiento y la confianza de un adulto, y ver todo lo que
debimos haber hecho de forma diferente.
Mis palabras son fuertes y exigentes. —Esa es la razón por la que
vine a verte. Necesito que me digas qué otras cosas desconozco.
Lanza en respuesta—: ¿Por qué?
Mi mano pasa por mi cabello. —Porque creo que ella no lo hará,
no del todo. Porque quiero congraciarme con ella. Porque, me siento
como un ebrio sin recuerdos que acaba de despejarse, y necesito oír
acerca de los pedazos de tiempo que me estoy perdiendo. Porque… ella
siempre fue la indicada.
Vicki rueda los ojos. —¿La indicada? ¿En serio? Soy una escritora
de romance e incluso me da náuseas.
Sacudo la cabeza, tratando de ser más claro. —¿Alguna vez has
tenido a alguien con quien comparas a todas las otras personas? Esta
es agradable, pero no tanto… esta es inteligente, pero no tanto…
»Ella siempre ha estado en mis pensamientos, incluso cuando no
me daba cuenta. La única con la que he comparado a otras mujeres, y
he quedado corto. Y yo… la he extrañado, Vicki. Quiero conocerla de
nuevo.
Me mira, mordiéndose el interior de su mejilla. Y entonces
asiente.
—Está bien.

***

Durante la siguiente hora, Vicki Russo relata dos años de tortura


sicológica y emocional. Algunas acaecidas en el patio de escuela,
miradas sucias y golpes de hombros. Otras más siniestras, notas bajo
la puerta del dormitorio diciéndole que se matara, llamándola fea,
fenómeno, inútil. Fue calculado, organizado, e implacable.
—¿Por qué demonios no se quejó? ¿Por qué no reportó a
Cashmere con el director? —pregunto, con frustración en cada palabra.
Vicki se encoge de hombros. —Muchas razones. Llámalo el
síndrome de la chica de rosa, Kennedy no quería que Cashmere pensara
que había ganado, que la había roto. Además la perra tenía su grupo de
chicas detrás, si se desmoronaba su mundo contra el mío y el de
Kennedy, ¿a quién crees que le habría creído el director? Y si lo hubiera
reportado y la escuela se hubiera puesto de lado de Cashmere, habría
sido mucho peor. Cosas así siempre pasan.
Maldición.
Alguien necesita quemar Saint Arthur. Chamuscar la tierra y
nunca reconstruirlo.
Mi primer golpe sobre la mesa. —¿Por qué no me lo dijo?
—Porque tu cabeza estaba tan metida en el coño de tu novia, que
Kennedy no sabía si te habría importado.
La apuñalo con mis ojos. —Me habría importado.
—Se sentía tan avergonzada. Tienes que entender… eras todo
para ella, Brent. Cuando comenzaste a alejarte… incluso si ya no podía
tener tu amistad, nunca quiso tu lástima.
»Eso la volvió loca por mucho tiempo —dice Vicki—. Es decir,
Kennedy sabía quién era, pero todo hizo mella, golpeó su seguridad.
¿Cómo no podría? Y su habilidad para confiar… después de lo que pasó
en la universidad, eso la destruyó.
Miro a Vicki cuidadosamente. —¿Qué pasó en la universidad?
Se encoge, sin querer tener que decirlo.
Cada estadística que conozco pasa por mi cabeza, y voy con la
rabia preventiva. —¿Fue… violada?
—No debería…
Mi voz se eleva. —Si fue violada, Vicki, juro por Dios que voy
a matar a alguien.
—No fue violada —me asegura rápidamente—. Tuvo un novio en
la universidad, su primer novio “real”, sabes lo que significa. Un chico
de fraternidad. Salieron unos meses, y ella pensó que estaba
enamorada. Y entonces un día él le contó que comenzó a salir con ella
por una apuesta.
—¿Una apuesta?
Asiente. —Una competencia de fraternidad. Quién pudiera tirarse
más chicas, puntos extra si era virgen.
Me froto los ojos, no sé cómo lo hacen las mujeres. No sé cómo
incluso les gustamos, una porción significativa de la población
masculina merece que le corten la polla. Y no creo decir eso a la ligera.
—Lo triste es —continúa Vicki—, el bastardo realmente terminó
teniendo sentimientos por ella. Ese es el por qué se lo dijo, no quería
basar su relación en una mentira. Pero después de que Kennedy lo
supo, terminó con él. Y ahora, nadie entra. Brian, su hermana y yo,
somos los únicos en quienes confía.

***

Después, frente a su puerta, le agradezco a Vicki por llenar los


huecos de información. Aún duda de mí, reservándose su opinión, pero
puedo vivir con eso.
Digo—: Vas a decirle que estuve aquí, ¿no?
Vicki sonríe. —En el espíritu de la divulgación, voy a estar
hablando por teléfono con ella antes de que llegues al auto.

***

Manejando de regreso a DC, un pensamiento se clava en mi


cabeza como la hoja de un cuchillo: nunca dije que lo sentía. Toda la
mierda que Kennedy y yo hablamos anoche, todas las cosas que
arreglamos… pero nunca dije que lo sentía. Y debí hacerlo.
Porque lo siento. Y ella merece oírlo.
No la defendí cuando importaba. No levanté el cuello por ella. No
la protegí. Ni siquiera lo intenté.
Y es el mayor arrepentimiento de mi vida.
Pienso en las cosas que Vicki me dijo. La mierda con la que lidió
Kennedy, en algún punto, con la que aún tiene que vivir. Es como mi
pierna: es lo que es, y no se interpuso en mi camino. Pero es algo con lo
que tengo que tratar cada día. Parte de lo que me hacer ser quien soy.
Una parte que nunca recuperaré.
Y creo que hay una parte de Kennedy, una pieza de su niñez, de
la seguridad en sí misma, que está alterada para siempre a causa de
Saint Arthur.
Necesito decirle que lo siento. No puedo esperar otro día.
Así es cómo terminé en el salón de baile de uno de los hoteles
más elegantes y de los “mira cuánto dinero tengo porque puedo estar
aquí”. Un evento convocado por David Prince, diez mil dólares un plato.
Tuve que llamar a unos primos que conocían algunas personas para
conseguir un boleto de último minuto, pero lo obtuve.
Usando mi esmoquin, y luciendo como el jodido James Bond, si
así me lo digo a mí mismo, me muevo a través de las mesas,
escaneando la multitud, buscando y buscando. Prince se para en frente
del salón, dando un discurso. Y ubico a Kennedy atrás, cerca del bar.
Está usando un cómodo vestido blanco sin tirantes que termina en sus
pantorrillas, acentuado con unos tacones plateados sensuales de
correa. Su cabello se encuentra suelto, una brillante cortina dorada.
Habla con alguien, sonríe, justo en el borde de una carcajada. Y
literalmente me roba el aliento.
Mientras camino hacia ella, Kennedy me ve aproximándome. Y no
mira a ninguna otra parte. Cuando la alcanzo, la otra persona tiene que
alejarse, así que solo somos ella y yo, de pie, a pocos centímetros de
distancia.
—¿Qué haces aquí?
—Tenía que verte.
—No creo…
—Lo siento, Kennedy.
Lo que sea que iba a decir se perdió en un aliento. Y hay una
suavidad en sus rasgos, la ligera curva de su boca, la relajación de su
mandíbula que me dice que se siente aliviada. Que incluso si no se dio
cuenta, había estado esperando mis disculpas. Esperando las palabras.
—Debí haberte defendido. Y siempre lamentaré no haberlo hecho.
Fui egoísta y estúpido, y te merecías algo mejor.
Desvía la mirada, como si fuera demasiado, pero cuando sus ojos
regresan a mí, hay una paz en ellos que no he visto en mucho tiempo.
—Gracias.
Y ahí es cuando noto qué hay de diferente en ella. Por qué cada
célula de mi cuerpo está contenta de solo estar aquí de pie
observándola.
Sus ojos.
Los lentes de contacto color turquesa no están, y su mirada me
inunda de una belleza color brandy, pura y quitadora del aliento.
Y aunque ella no supiera que estaría aquí esta noche, quiero creer
que es por mí. Que es algún tipo de señal. Porque esos ojos son míos, la
chica detrás de ellos, una vez, fue mía.
Y tal vez esté dispuesta a serlo de nuevo.
Mientras felizmente me sumerjo en los ojos que no he visto por
mucho tiempo, todos los otros ojos de la audiencia se encuentran
enfocados en Prince. Micrófono en mano, convence la habitación, sus
dientes blancos brillando bajo las luces.
—Y no puedo pensar en otro anuncio más precioso para mí que
proclamar que la hermosa Kennedy Randolph va a ser mi esposa.
Mi cabeza se levanta de golpe. —¿Qué acaba de decir?
La cabeza de Kennedy se levanta incluso más rápido. —
¿Qué acaba de decir?
La habitación explota en miles de aplausos.
Me inclino así ella puede escucharme sobre el ruido. —
¿Estás comprometida?
Su cabeza se levanta. —¿No?
—¿Segura?
No suena muy segura, y parece que es el tipo de cosa sobre la que
ella debería tener conocimiento previo.
—David fue a hablar con mi padre la semana pasada. Dijo que
tenía que discutir algo importante —explica Kennedy, sus ojos
entrecerrándose como si estuviera intentando descifrar en su cabeza un
jeroglífico antiguo.
—¿Pero en realidad nunca te preguntó?
—No. Supongo que se saltó esa parte.
La multitud viene hacia nosotros como un tsunami, y Kennedy es
tragada en un mar de buenos deseos y llevada hacia el frente del salón.
Frunzo el ceño tan fuerte que mi cara duele.
La siempre elegante señora Randolph aparece a mi lado, en el
lugar que su hija acaba de dejar vacío, observando el alboroto con una
sonrisa.
—Parece que las felicitaciones están bajo control —le digo.
—Así parece.
Mi mirada nunca se aleja de Kennedy mientras es llevada hacia
adelante. Y hay una sensación pujante en mi pecho, como si mis
pulmones hubieran sido enganchados por un anzuelo y estuvieran
siendo extirpados de mi caja torácica.
El sentimiento pone mi voz ronca. —¿Lo ama?
La señora Randolph piensa por un momento, luego responde con
ligereza—: David es un buen joven. Creo que un día será presidente. Es
un excelente partido para mi hija.
—Eso no es lo que pregunté.
Suspira. —Claire y yo siempre hemos sido cercanas, nos
entendemos. Pero Kennedy… temo que siempre será un enigma para
mí. ¿Qué piensas, Brent? ¿Esa es la mirada de una joven enamorada?
Ahora Kennedy se encuentra de pie al lado de Prince. Micrófonos
negros son empujados hacia ella, y las luces brillantes iluminan su
pálido rostro y sus amplios ojos.
¿Enamorada? No.
¿Muy aterrorizada? Absolutamente.
Parece un ratón atrapado en una trampa, lista para morderse su
propia pierna para escapar.
En el internado fui un amigo de mierda para Kennedy, ahora veo
eso. ¿Pero sabes algo?
Esto no es un maldito internado.
Camino hacia adelante, empujando y codeando, haciendo un
camino entre la multitud. —Perdonen. Disculpen. Pasando.
Por fin, alcanzo a la infeliz pareja, y asiento hacia Prince. —
¿Cómo vas, Dave?
Se ve un poco confundido. —Eh… bien, gracias.
—Bien.
Entonces alzo en brazos a Kennedy… y corro.
El elemento sorpresa está de nuestro lado, varios momentos
pasan antes de que alguien detrás piense en reaccionar.
—¿Qué estás haciendo? —chilla Kennedy.
—Salvándote.
Por un horrible segundo, pienso que tal vez no quiera ser salvada.
Hasta que sus brazos se aprietan alrededor de mi cuello y su cuerpo se
presiona más cerca. —Apúrate. Van a venir.
Conquisto la paz y sonrío. —Relájate. Te tengo.
Traducido por Vane Farrow
Corregido por Miry GPE

Salimos corriendo por las puertas laterales a la acera y movemos


el trasero por la cuadra. Sin perder el paso, saco mi teléfono. —
Harrison, encuéntrame en la parte posterior del edificio. Código Rápido
y Furioso.
Kennedy se inclina hacia atrás para mirarme a la cara. —¿Rápido
y Furioso?
Me encojo de hombros. —Tiene veintidós; todos ellos aman esas
películas. No pretendo entenderlo.
Momentos más tarde, mi Rolls viene chillando alrededor de la
esquina y se detiene a mis pies. Voces gritando nos siguen mientras
Harrison salta y abre la puerta. Lanzo a Kennedy en el interior antes de
sumergirme detrás de ella. Mi confiable sirviente lo acelera, como estoy
seguro que ha hecho en sus sueños llenos de óxido-nitrógeno-elevador
de voltaje, y hacemos nuestro escape.
Kennedy se coloca frente a mí en el asiento, respirando con
dificultad y nerviosa. —¡Oh Dios mío! ¡Oh mi jodido Dios, Brent!
Extiendo la mano.
—Si alguna situación exige alcohol, es ésta. —Presiono un botón
en la consola central entre los asientos de teca a través de nosotros,
revelando el minibar reflejado con un decantador de cristal. Vierto dos
vasos de whisky, y luego le entrego uno.
Y lo bebe como un chico de fraternidad durante la semana de la
promesa.
Impresionante.
Exhala con dureza, luego, abre la boca para hablar.
—Todavía no. —Relleno su vaso.
El que sumariamente drena, estremeciéndose cuando el licor de
ochenta años pasa por su garganta. —Guau.
Tomo un sorbo de mi propio vaso y apunto hacia ella. —Ahora,
adelante.
Exhala de nuevo. —¿Eso realmente sucedió?
—Creo que sí.
—¡David y yo ni siquiera andamos en serio! Nos hemos visto
durante dos meses y hemos vivido en diferentes estados la mitad de ese
tiempo. Pensó en la posibilidad de vivir juntos una vez, lo que era
suficientemente loco, pero nunca matrimonio. ¿Quién hace eso? ¿Quién
anuncia a una habitación llena de gente, y cámaras de televisión que
voy a ser su esposa, sin siquiera discutirlo conmigo?
Es posible que el chico Davie pensara que era romántico, pero no
oirá eso de mí.
Niego con la cabeza. —Qué idiota.
—¿Cierto?
Vuelvo a rellenar su vaso.
Y lo bebe.
—Además, estoy bastante segura de que anda follando por ahí.
¡Con una interna!
Resoplo. —¿Quién se cree este payaso que es, Bill Clinton? Lo
siguiente que sabes, es que estará tocando el saxofón y no inhalando.
—¡Exactamente! —Entonces se queda mirando sus manos y su
voz se vuelve más suave—. La peor parte es que no me molestó. Ni
siquiera un poco. Eso significa algo, ¿verdad?
—Mierda, sí. Esto significa que deberías haberle pateado el culo a
la acera hace mucho tiempo.
A medida que termina la bebida número tres, puedo decir que
empieza a volverse un poco confusa en los bordes. Solo el más ligero
engrosamiento de la voz. —Pero todavía no puedo creer que lo hice.
Cuando un hombre se propone, no merece que huyas, ¿verdad?
Sigo sorbiendo mi propia bebida. —Técnicamente fuiste alejada a
rastras, pero, viene siendo lo mismo.
—Mis padres... —Golpea su mano en la frente—. Mi madre ama a
David. Estará tan decepcionada de mí.
—Mi padre ha estado decepcionado de mí durante años, no es tan
malo como piensas. —Termino mi bebida.
Es hora de pasar a temas más felices. —Deberíamos salir a
despejarnos un poco. Te lo has ganado. Llama a Vicki y Brian, los
recogeremos.
Kennedy llama a Vicki por teléfono y le da la versión corta de
nuestra fuga épica. Desde este lado, suena como que Vicki tampoco era
una gran fan de Prince. Y cuando Kennedy le pregunta si quieren salir
con nosotros, escucho la voz de Vicki desde el otro lado del coche.
—¡Brian! ¡Llama a tu madre!
Y parece que somos un cuarteto.
***

Terminamos en un bar universitario no muy lejos de la casa de


Brian y Vicki. No parece como que alguno de la prensa nos siguiera.
Después de unas cuantas rondas, Brian Gunderson intenta su mano en
el karaoke. Canta “No puedo sentir mi rostro cuando estoy contigo”, y
su esposa aplaude y baila todo el tiempo.
Un par de rondas más tarde, Kennedy va por ello. Canta “Canción
de lucha”, y aunque su voz no es nada por lo que debería renunciar a
su trabajo algún día, su sexy pequeño cuerpo envuelto en ese vestido
blanco, girando y bailando, consigue una ovación de cada chico de
fraternidad en el lugar, y hay un montón de ellos.
Una hora antes del cierre, disfruto de un buen mareo y mis tres
compañeros están totalmente acabados. Vicki ruega a Kennedy cantar
otra canción, pero cuando trata de subir al escenario, termina sobre su
trasero, riendo como una loca.
Un chico universitario se mueve a ayudarla, pero ya estoy allí. Lo
ahuyento con una mirada oscura, entonces le digo—: Está bien. Es
hora de irnos, cacahuate.
—¿Irnos? ¡Pero me gusta estar aquí! Es divertido.
La balanceo en mis brazos. Incluso en peso muerto, se siente
como nada. —Es todo diversión y juegos hasta que alguien consigue
una conmoción cerebral.

***

Brian salta del coche frente a su casa. Apoya el antebrazo en el


techo del auto y me ofrece su otra mano. —Amigo, deberíamos hacer
esto de nuevo en algún momento, estoy tan feliz de que ya no seas el
idiota que eras en la preparatoria.
Creo que es un cumplido. Al menos es como elijo verlo.
—Gracias hombre. Eso significa mucho.
Vicki le da un abrazo de oso a Kennedy en el asiento trasero.
—¡Te quiero, Vicki! —farfulla Kennedy.
—¡Te quiero, Ken-ken! —responde Vicki.
Entonces Vicki empuja mi hombro. —¡Y tú! ¡Cuida bien de mi
Kenny! ¡No me hagas patear (empuja) tu (empuja) trasero (doble
empuje)!
Le doy un asentimiento. —Los días de patada en el trasero ahora
se encuentran detrás de nosotros.
—¡Bueno! Entonces hay algo que debes saber. —La expresión de
Vicki es seria, y me hace gestos para que me acerque antes de arruinar
el efecto al susurrar en voz alta—: Kennedy no ha tenido un orgaaasm...
orggggasm... Kennedy no ha llegado en muuuucho tiempo. Al igual que,
años. Al menos, no con un chico.
—¡Shhhhhhh! —Kennedy golpea a su mejor amiga como una
mosca—. ¡Essse es un secreto!
—¿Tal vez Brent te puede ayudar con eso?
Le doy a Vicki el pulgar hacia arriba, y no es lo único que está
arriba, eso es seguro.
—No te preocupes, Vick, estoy sobre el caso. Y creo en el pago
retroactivo, así que será compensada por toda la diversión de la que
quedó fuera.
Con eso, Brian ayuda a su esposa a salir del coche y entran en la
casa.
Eran divertidos. Un poco locos, de una manera que me hace
pensar que encajarían justo en una de mis funciones familiares, pero
siguen siendo divertidos.

***

—¿Recuerdas cuando teníamos catorce y hablábamos de


masturbar?
Esto, sin embargo, no es divertido.
—Te pregunté si realmente hacías eso, y dijiste “Me cortaron la
pierna, Kennedy, no la mano, lo hago todo el puto tiempo”. —Presiona
la cara contra mi cuello, disolviéndose en un ataque de risitas
adorables.
Esto empezó en el coche. Un desliz de su mano, un toque
inocente que no se sentía del todo inocente. Y el hablar, Cristo, a
Kennedy borracha le gusta hablar.
—Luego me preguntaste si lo hacía. Y dije “Por supuesto que no”.
Sobre sexo. Todo tipo de sexo. Sexo oral, le encanta darlo y
recibirlo. Sexo anal, nunca lo ha intentado, pero en realidad quiere
hacerlo.
—Mentí. Solía hacerlo en la habitación de los dormitorios, en
silencio, así Vicki no escuchaba.
La cargué a mi casa. Harrison sostuvo la puerta abierta y la cerró
detrás de nosotros, entonces no podía salir de la habitación lo
suficientemente rápido, con las mejillas tan rojas como la nariz de Bozo.
La traje a mi casa porque si se enferma, quiero estar aquí para cuidarla.
Mantener su cabello hacia atrás por ella.
Pero Kennedy no se siente enferma en absoluto. Se siente muy,
muy bien.
Levanta su cabeza y se lame los labios, mirando con ansia la línea
de mi mandíbula. —Y siempre pensé en ti.
Esto es lo que es el infierno. Aquí y ahora.
Se mueve, mueve sus piernas para que pueda deslizarse por mi
parte frontal a sus pies, presionando su pecho contra mí, frotando sus
caderas.
—Me acostaba ahí en mi cama, mis piernas muy abiertas, y…
Cubro su boca con la mía, así dejará de hablar. Lo mantengo allí,
porque sabe malditamente bien.
Nos besamos por unos momentos, y luego me alejo, antes de que
no sea capaz de hacerlo.
—Te deseo tanto, Brent.
No quiere decir eso, en realidad no. Está borracha, lo sé. Mi pene,
por el contrario, no está tan seguro.
—Hazme el amor.
Su voz es más profunda, y cada palabra, cada sílaba, aleja mi
tenue control. Kennedy da un paso atrás, sosteniendo mi mirada
mientras sus dedos se deslizan sobre su clavícula reluciente, hasta sus
pechos, haciendo círculos donde sus pezones esperan debajo de la
blanca tela de seda.
—Por favor, hazme el amor.
Por último, encuentro mi voz estrangulada. —No podemos, nena.
—Agarro su mano y la beso en la frente, oliendo su cabello con olor
dulce—. Estás borracha.
Sus magníficos ojos heridos me arruinan por completo.
—¿No quieres hacer el amor conmigo?
¡Evita! ¡Evita! ¡Es una pregunta con truco, no hay una respuesta
correcta! Ahora no.
Acuno su mejilla. —Estás borracha. No podemos hacer el amor
ahora.
Envuelve sus brazos alrededor de mi cuello. Y suspira contra mí.
—Bueno. Entonces solo fóllame.
Gimo.
Y no me avergüenzo. Porque si hay algo que traerá a un chico de
rodillas, son esas tres palabras, cuando; no, no puede, de hecho,
follarte. Porque sería un error.
Impresionante y trascendental. Pero equivocado.
El cumplimiento de catorce años de fantasías eróticas. Pero
equivocado.
Tipo de placer con trompetas que suenan, ángeles cantando,
fuegos artificiales explotando en el cielo. Pero equivocado.
Repito el mantra en mi cabeza para asegurarme de que no lo
olvido. Pero es difícil.
Tan. Difícil.
Y los golpes siguen llegando.
Kennedy alcanza detrás de su espalda, tirando de la cremallera de
su vestido. Un segundo más tarde, la tela se desliza hasta el suelo,
dejando al descubierto la piel perfecta color melocotón y crema. Sus
pechos están desnudos y más bellos que cualquier sueño que haya
tenido.
Duros pezones color rosa oscuro piden mis labios, mis dientes, mi
lengua.
Luego se vuelve, las caderas agraciadas balanceándose mientras
camina por el pasillo. Empuja la tela diáfana de las bragas color beige y
cae por sus piernas hasta el suelo.
Al igual que magia.
Revelando un culo delicioso en forma de corazón que merece ser
adorado y glorificado. Creo que gimo de nuevo, pero no puedo estar
seguro.
A medida que camina por las escaleras, no ve por encima del
hombro hacia mí, no dice mi nombre. No tiene por qué.
Porque ya estoy avanzando.
La sigo por las escaleras hasta el dormitorio.
Y cierro la puerta detrás de nosotros.
Traducido por Mary Warner
Corregido por GraceHope

Espero pacientemente en la tumbona de la esquina, con las


piernas extendidas, observándola. Disfrutando la linda imagen que hace
acostada en el medio de mi gran cama.
Sin advertencia Kennedy se levanta, tan rápido que su largo
cabello color miel cubre su rostro. Con un resoplido se lo aparta, sus
ojos disparándose por toda la habitación. Baja la mirada hacia su
cuerpo, cubierto con mi camiseta negra de El Hombre Araña, la que
prácticamente le puse con una llave de cabeza.
—Buenos días, pastelito. —Sonrío.
Me mira.
—¿Tuvimos sexo?
Me toco el labio con un dedo, contemplando su pregunta.
—No puedo decidir si estoy más ofendido que pienses que tendría
sexo contigo mientras estabas borracha, o que de hecho no recuerdes si
tuvimos sexo.
—No respondiste mi pregunta.
Ruedo los ojos. —Por supuesto que no tuvimos sexo. No por
ninguna falta de esfuerzo de tu parte, por cierto. Me sentía tan usado.
¿Toda clase de bebidas alcohólicas te vuelven una gatita caliente, o solo
el escocés en particular?
Si ese es el caso, compraré un almacén de ello. Tal vez toda una
compañía.
Se cubre el rostro y se recuesta en la cama. —Joder con mi vida.
Mierda dura.
—Vamos a ser cuidadosos con las imágenes, no estoy seguro de
poder manejar algo duro ahora mismo.
O completamente duro, si soy talmente honesto.
Compruebo mi reloj. —No hemos siquiera llegado a la mejor parte
aún. Tres, dos, uno…
Mi teléfono repica en la mesa junto a mí.
Me lo llevo a la oreja. —Hola, mamá.
Las noticias viajan rápido, ¿y noticias de tus hijos potencialmente
teniendo sexo con la persona con que eligió para ti cuando tenían tres
años? Eso es jodidamente rápido.
Mi madre se sumerge de cabeza en el interrogatorio.
—Sí, está justo aquí. —Le sonrío a Kennedy, quien me mira a
través de sus dedos con pena, luciendo miserable.
—No, mamá, no nos fugamos. Siento decepcionarte.
Cubro el teléfono con la palma de mi mano y le doy a Kennedy las
malas noticias. —Tu madre te está buscando.
Se cubre por completo sus ojos.
Pero gime cuando escucha mi respuesta a la siguiente pregunta
de mi madre.
—No, Kennedy no está esperando un hijo mío. Al menos no que
yo sepa.
Una almohada vuela hacia mi cabeza.
Y respondo la próxima pregunta de mi madre. —Oficialmente no
dijo que no a la propuesta de Prince, pero las proximidades lucen como
que fracasarán la próxima vez que lo vea —me río—. Una foto, ¿eh? Lo
comprobaré. Sí, también creo que hacen una linda pareja.
—¿Dónde está mi teléfono? —se queja y sisea Kennedy.
—Escucha, mamá, me tengo que ir, ¿bien? Sí, te llamaré luego.
No, no podemos poner esto en la hoja informativa de la familia.
También te amo. Adiós.
Presiono el botón de finalizar y observo a Kennedy arrastrarse
hasta el final de la cama. Alzo mi cabeza, tratando de conseguir otra
mirada en el paraíso que vislumbré anoche.
He sido un buen y caballeroso chico. Creo que eso se merece una
recompensa.
—Mi madre dice hola, por cierto. Tu teléfono se encuentra en tu
cartera junto a la cama, pero ha muerto, tu madre lo mató anoche con
llamada tras llamada.
El pie de Kennedy golpea el piso. Respira profundo, entonces se
levanta lentamente. —Van a desheredarme.
—¿En verdad sería tan malo?
Se lanza hacia la silla donde sus ropas se hallan pulcramente
dobladas.
—Mi padre siempre quiso un chico. Nunca le agradé a mi madre.
Este es el momento que han estado esperando. Van a desheredarme.
Me pongo de pie, caminando hacia ella. —Te cubriré con un
préstamo. Con intereses muy atractivos, eso es lo que hacen los amigos.
Finalmente sus ojos se encuentran los míos, y luce tan
despampanante que mi corazón salta.
—Mi vida es un desastre, Brent.
Le aparto el cabello. —Si quieres hacer un omelette, tienes que
romper algunos huevos. Y tú, mi pequeña Lush, te mereces solo
gourmet. Tus padres lo superarán. Todo va a estar bien, lo prometo.

***

Antes de llevar a Kennedy a su casa, me cambié la ropa de


anoche a pantalones cortos de correr y una camiseta. Se sale de mi
coche usando pantalones de chándal. E incluso arremangado en los
tobillos y lo suficientemente apretado en su cintura, son casi doce tallas
más grandes.
Luce jodidamente adorable.
Cuando la llevo a su pórtico delantero, la puerta posterior de una
camioneta negra con las ventanas tintadas estacionada en la acera se
abre. Y David Prince sale, con gafas oscuras en su rostro, su perfecto
cabello marrón peinado de lado y húmedo.
A pesar de que estoy molesto de que el bastardo no le ha dado ni
siquiera a Kennedy la mañana para procesar, me encanta saber que
estaré alrededor de este intercambio. Porque en serio quiero verla
decirle que se joda. Y si no lo hace, yo lo haré por ella.
Sigo a Kennedy hacia su puerta y Prince se desliza detrás de mí.
Cierra la puerta y se cuadran a unos cuantos metros de distancia en el
medio de una sala decorada con buen gusto. Me posiciono junto al sofá
beige, lo bastante lejos para permitir a su confrontación desarrollarse,
pero lo suficientemente cerca para interponerme en medio si es
necesario.
Prince luce predeciblemente infeliz, pero lejos de desdichado. La
sonrisa que adorna sus carteles promocionales es reemplazada por un
horrible ceño. Alza sus brazos al aire. —¿Qué demonios, Kennedy?
Los hombros de Kennedy están hacia atrás, su mandíbula en
alto, la misma postura que toma en la corte, audaz y temeraria, lista
para derribarte.
—Podría preguntar lo mismo, David.
—¡Me humillaste anoche!
—Te humillaste tú mismo. La simpatía que acumularás solo te
ayudará a ganar las encuestas, y ambos sabemos que eso es lo que en
realidad te preocupa. Si te hubieras molestado en preguntarme qué
quería…
—Pensé que estábamos en la misma página. —Da un paso hacia
ella.
Pero mantiene su guardia. —No, no lo hacías, de otra forma no
hubieras tendido una emboscada.
—¡Era una sorpresa! Un gesto de atención.
—¡Fue una picadura de sonido! —grita Kennedy en respuesta—.
Ambos sabíamos que iba esta relación. Era una cara bonita y
profesional sonriendo junto a ti en tus sesiones de foto, y tú…
—Sí —interrumpe, dando un paso más cerca—. ¿Qué era yo?
—Tú eras conveniente. Alguien con quien disfrutaba pasar el
tiempo, pero quien no me importaba lo suficiente para molestarme por
ti arruinándolo; con una interna.
Palidece justo lo suficiente y entrecierra sus ojos. Entonces se
mueve para agarrarla del brazo, pero me muevo más rápido. Envuelvo
mi mano alrededor de su muñeca. Y aprieto.
—Si tener una muñeca en funcionamiento es importante para ti,
querrás retroceder. Y calmarte.
Dave baja su mano y lo dejo ir.
Me mira de pies a cabeza, entonces se gira de vuelta a Kennedy y
escupe—: ¿Es por esto por lo que he sido reemplazado? ¿Un lisiado?
Cuando Kennedy abre su boca para replicar, echo la cabeza hacia
atrás y me río.
—¿Lisiado, Dave? ¿Es lo mejor que tienes? ¿Ni siquiera cojo o un
cuarto de hombre o achaparrado? Si vas a insultar a alguien, ten la
decencia de hacer un insulto inteligente. De otra forma, no lucirás solo
como un imbécil, te ves como un gran idiota. También, jódete, parásito,
intitulado, doble cara, cabrón chupa sangre.
David hace su mejor intento para ignorarme y mira a Kennedy
con una expresión que intenta persuadirla, pero se queda corta.
—Somos buenos juntos, Kennedy.
Sacude su cabeza. —No lo suficientemente buenos.
—Podríamos haber llegado a la Casa Blanca. Aún podemos.
Qué romántico. ¿Este imbécil quiere una novia o una compañera
de cuarto?
—Me gusta esta casa. Hemos terminado, David. Adiós.
Y justo así, se rinde. Si poner tus dedos en tu frente en la forma
de una L mayúscula fuera todavía genial. Lo haría ahora mismo, porque
este tipo es un perdedor.
Se gira hacia la puerta, pero solo da dos pasos antes de volverse a
dar la vuelta. —Sé que no firmaste un acuerdo de confidencialidad, pero
si piensas siquiera en hablar con la prensa…
—¿Es en serio? —Su tono es cortante—. No voy a hablar con
nadie. Tengo cosas importantes con las que lidiar, airear tu ropa sucia
no es una de ellas. —Levanta su brazo, señalando la puerta—. Ahora
lárgate.
Para ayudarlo, abro la puerta ampliamente. —Adiós, adiós, Dave.
La dejo cerrarse con una explosión después de que sale.
Me muevo hacia Kennedy, extendiendo los brazos sobre mi
cabeza. —Bueno, sin duda me siento mejor ahora que eso está fuera del
camino.
Pensé que se reiría o al menos sonreiría. Pero solo colapsa en el
sofá, con los codos sobre las rodillas y las manos en la cabeza.
Me arrodillo frente a ella, frotando mis manos por sus piernas. —
¿Estás bien, destellos?
Unos ojos cansados encuentran los míos. —¿Destellos?
Trazo su clavícula con dos dedos, entonces le muestro la escarcha
residual de la celebración de anoche. Eso me consigue una pequeña
sonrisa mientras dice—: Estoy exhausta.
Me pongo de pie. —Estoy seguro que lo estás. Así que… relájate,
toma un baño de burbujas, duerme una siesta, recarga energías,
entonces ven a mi casa a las seis. Te haré la cena.
Kennedy cierra sus ojos. —Brent.
—No soy tan talentoso en la cocina como Harrison, pero puedo
manejarme por mi cuenta. —Tomando con gentileza su barbilla, alzo su
cabeza. Y mi voz se suaviza—. Quiero alimentarte, Kennedy. Quiero
hablar contigo… y quiero besarte de nuevo por mucho tiempo, sabiendo
que de hecho lo recordarás en la mañana.
Eso trae de vuelta el fuego en esos impresionantes ojos marrones.
—¡Nos besamos anoche! —Sus dedos golpean mi muslo—. ¡Lo sabía!
—Técnicamente, tú me besaste. Me atacaste, de hecho… y no me
estoy quejando. —Me inclino hacia adelante y presiono mis labios en su
frente—. Yo solo en serio, en verdad quiero devolverte el favor.
Antes de que pueda decir que no, camino hacia la puerta. Su voz
me detiene mientras alcanzo la manija.
—¿Qué estamos haciendo? Me refiero a, ¿qué es esto, Brent? —Y
suena con genuina curiosidad.
—Estamos empezando de nuevo. Este es un nuevo comienzo.
—Pero el caso…
—No hablaremos del caso —le aseguro—. Seremos adultos.
Confraternizando, no habrá conflicto de intereses.
—Tal vez no quiero comenzar de nuevo —suspira—. Hay tanto
entre nosotros, no sé si un nuevo comienzo es posible.
—Entonces también hablaremos de eso esta noche. A la seis en
punto, cara de muñeca. No llegues tarde.

***

Me dirijo hacia el Centro Comercial Nacional para ejecutar mi


ruta preferida. Grandes chispas de energía recorren cada terminación
nerviosa como nunca antes. Es similar a la adrenalina que libero antes
de un juego de lacrosse, pero ésta, es más. Me siento muy emocionado
por esta noche.
Dos horas más tarde, atravieso marco de mi puerta para
encontrar a Harrison limpiando la sala de estar. Arrojo las llaves en la
mesa. —Harrison, mi buen hombre.
Se da vuelta, una mezcla de curiosidad y cierta sorpresa en sus
ojos. —¿Sí, Brent?
Arrojo un brazo alrededor de sus hombros. —¿Sabes, la niñera
sueca bajando la calle con la que has tenido un enamoramiento los
últimos seis meses?
Se atraganta. —¿Jane?
—Esa misma. Sé con certeza que hoy es su noche libre. —Coloco
tres billetes de cien dólares en su palma—. Es tiempo de carpe diem,
amigo. Llévate el coche, invítala a salir, hazle pasar un buen momento,
y si tienes suerte, ve a un hotel. No regreses a casa.
Mira al dinero en su mano, con el ceño fruncido. —No entiendo.
—Tengo compañía esta noche. —Esta es la primera vez que le he
pedido que desaparezca; por lo general lo animo a observar. Así que se
lo deletreo—. Kennedy vendrá esta noche. Le haré la cena. A pesar de
que siempre eres impecablemente discreto, quiero que se sienta
completamente cómoda, así somos libres de hablar de nuestros
sentimientos.
Hablar.
Desnudarnos.
Romper el mobiliario, abollar las paredes, y desfilar por cada
superficie de la casa. Podría ser una ilusión de mi parte, pero como
dicen los Niños Exploradores, es bueno estar preparado.
El entendimiento ilumina los ojos de Harrison. —Ah, ahora veo. —
Baja el plumero—. Debería ir a cambiarme a algo más apropiado para
una visita con Jane.
Palmeo su espalda. —Ve por ella, tigre.
La duda cae como un espectro de color gris en su cara. —¿Tú…
crees que dirá que sí?
Froto su cabeza, jugando con su cabello de la forma en que un
hermano mayor lo haría. —Estaría muy loca si no. Eres un gran
partido.
Harrison sonríe, luciendo más relajado.
Caminamos hacia las escaleras cerca de la cocina.
—¿Te gustaría que preparara la cena para ti y la señorita
Randolph antes de irme? —pregunta Harrison.
Doy un paso en la cocina y le indico que no con mi mano. —No,
quiero hacerla yo mismo.
—Muy bien, entonces.
Mientras Harrison continúa hacia las escaleras, lo llamo. —Solo
hay un pequeño detalle. ¿Cómo prendo la estufa?

***

A las cinco y cuarto, tengo un limón y una sencilla receta de pollo


en una "fuente de horno-seguro", como decían las instrucciones en
línea, listo para funcionar. Lo deslizo en el horno y voy a tomar una
ducha.
A las cinco y media, me pongo unos vaqueros y una camisa
manga larga de color azul oscuro con botones.
A la cinco y cuarenta y cinco, la mesa está lista —servilletas de
lino, vasos de cristal, platos de porcelana, utensilios de plata— Harrison
estaría orgulloso. Enciendo las luces bajas y pongo una botella de vino
blanco en el cubo de hielo para enfriar.
A las seis, tengo el pollo cocinado en la parte superior de la
estufa, con la esperanza de que sepa mejor de lo que parece. Enciendo
las velas en la mesa, me siento en el sofá, y espero que Kennedy llegue.
A las seis y quince, aún sigo esperando, ya que nunca he
conocido a una mujer que sea puntual, así que está bien.
A las seis y media, enciendo el televisor y uso mis empuñaduras
mientras camino alrededor del cuarto. Observando y esperando.
A las seis y cuarenta y cinco, me sirvo un vaso de vino.
A las siete, me arriesgo a lucir completamente patético y marco el
número de Kennedy. Va al buzón de voz y no dejo un mensaje.
A las siete y media, voy por el vaso número dos. Y apago las velas.
A las ocho, pensé oír a alguien en los escalones del pórtico, pero
cuando voy a comprobar, no había nadie allí.
A las nueve, empieza a llover con intensidad, truenos y
relámpagos en abundancia. Me acuesto en el sofá, con el brazo doblado
debajo de mi cabeza, las piernas extendidas y la camisa abierta.
Pero no es hasta las diez que en verdad pienso que Kennedy no
vendrá.
Traducido por Umiangel & Kath1517
Corregido por NnancyC

Cuando por primera vez abro los ojos, estoy desorientado. No sé


qué hora es, o cuánto tiempo he estado dormido. Entonces me doy
cuenta de que me encuentro en el sofá, todavía es de noche y llueve, y
mientras el recuerdo de Kennedy que no se presentó para la cena, me
impacta directo debajo de las costillas, el conocimiento de lo que me
despertó irrumpe a través de mi cerebro nebuloso.
Fue un golpe en la puerta.
Voy hasta ella y la abro, justo a tiempo para alcanzar a una rubia
menuda bajando las escaleras.
—¿Kennedy?
Se detiene en la acera y poco a poco se vuelve hacia mí. Está
empapada, sus vaqueros moldeados a las curvas de sus piernas, las
mangas de su suéter blanco con rayas azules marino gotea, su cabello
lacio, labios ligeramente teñidos de azul.
—No iba a venir —dice.
Mi voz es somnolienta y profunda. —Sí, lo imaginé cuando no
apareciste. —Abro la puerta un poco más—. Entra.
En su lugar, la Señorita Vinagre para mi Señor Agua, da un paso
atrás.
—No sé por qué estoy aquí. —Y suena genuinamente
desconcertada, incluso con un poco de pánico.
—Obviamente porque soy irresistible. —El viento sopla, rociando
gotas heladas a través de mi piel desnuda, donde cuelga mi camisa
abierta—. Estás temblando, cariño, entra.
Me mira, tantas emociones arremolinándose en su expresión. Es
como una gatita asustadiza que no puede decidir si debería permitir
que un desconocido acaricie su cabeza o llevar su culo arriba del árbol
más cercano.
Y me rompe el corazón.
—No creo que pueda.
Así que voy a ella.
La lluvia es fría y dura, empapando mi camisa. Sus ojos se
mueven desde la acera, a mi pecho, a mis ojos y de nuevo, como si
estuviera lista para huir, pero sus pies permanecen plantados.
Me inclino para que me pueda oír por encima del diluvio. —
¿Recuerdas cuando aprendí por primera vez a montar en bicicleta de
nuevo?
Las comisuras de sus labios se elevan. —Sí, me acuerdo.
—¿Y que solo teníamos tu bicicleta de niña, por lo que te sentaste
en el manubrio y pedaleé?
Asiente con la cabeza.
—Y un día, yo iba demasiado rápido y golpeamos una roca, y
ambos salimos volando. Ya no quería montar así, porque tenía miedo de
que te hicieras daño. ¿Recuerdas lo que me dijiste?
Sus ojos se encuentran con los míos. —Dije… Dije que teníamos
que seguir montando… Porque el viaje era lo único que hacía que la
caída valga la pena.
Asiento con ternura.
Y añade—: Entonces me llamaste galleta de la fortuna.
Y ambos nos reímos.
Cuando nuestras risas cesan, extiendo una mano. —No voy a
dejar que caigamos en esta ocasión, Kennedy.
Sus ojos están de vuelta a mi pecho. —No estoy segura…
—Todo lo que tienes que hacer es tomar mi mano.
Es como decía antes, nunca sabes quién es alguien por dentro.
Alguien tan magníficamente feroz en la corte como Kennedy, podría
estar escondiendo un alma frágil y delicada. Y no creo por un segundo
que es porque sea débil. El hecho de que esté malditamente parada
aquí, demuestra cuán fuerte es. Es solo… instinto.
Nos alejamos de las cosas que nos hacen daño. Que nos han
hecho daño en el pasado.
Para eso son las cicatrices. Protegen las heridas. Las cubren con
tejido grueso, entumecido, por lo que nunca sentiremos el mismo dolor
de nuevo. La parte inferior de mi muñón es un gran callo duro.
¿Pero las cicatrices que Kennedy tiene en su interior? Son aún
más duras.
Cuando mantiene la mirada en mi mano, suplico—: Por favor, ven
adentro.
Lenta, dubitativamente, su pequeña mano se desliza en la mía.
Y nos alejamos de la lluvia.
***

Sus dientes castañean mientras se sienta en el borde de mi cama.


Lanzo una manta sobre sus hombros, frotando sus brazos, bajando
hasta acunar sus manos.
—Jesús, te estás congelando. ¿Cuánto tiempo estuviste afuera?
—Un rato. Estaba caminando… Pensando.
—Tu familia tiene más dinero que la mayoría de los gobiernos
pequeños. La próxima vez que andes deambulando, para y compra un
paraguas.
Kennedy tirita mientras se ríe. Jalo la manta más apretada
alrededor de ella y le froto la espalda.
Su voz sale suave y vacilante en el cuarto oscuro. —Nada de esto
está yendo como lo imaginaba.
—Para mí tampoco. Imaginé que estaría ocupado sacando tu
ropa, no envolviéndote como un burrito.
Eso me consigue otra risa. —Me refiero a volver a casa, verte de
nuevo… Pensé que sería tan diferente.
Sostengo sus manos entre las mías, frotando el frío de ellas. —
¿Diferente cómo?
—Sabía que nos toparíamos en algún momento. Pero cuando vi tu
nombre en el caso de Longhorn, pensé que era el destino. Mi
oportunidad de revancha. Pensé que estarías impresionado por mi
nueva apariencia. Encaprichado conmigo.
Puede tachar eso de la lista.
—Me imaginé coqueteando, jugando contigo, y luego destruirte
totalmente. Ibas a estar devastado. Y yo iba a reír sobre los restos de tu
corazón roto.
—Eres una cosita vengativa, ¿verdad?
Sus ojos se desvían hacia el techo y sacude la cabeza a sí misma.
—A veces. Cuando se trata de mis casos, las víctimas, quiero castigar a
las personas que los han perjudicado. Pero tú… Sigues siendo tú. Y
cuando te vi, todo se sentía exactamente igual. Como lo era antes del
baile, antes de ir a tu dormitorio esa mañana. Como si tuviera diecisiete
años otra vez, solo esperaba que estuvieras…
Sus palabras se interrumpen y mi pecho se contrae con esa
mezcla sublime de emoción y temor. De querer algo tanto que es como
si cada célula de tu cuerpo se estirara, intentando alcanzarlo, sin
embargo, hay una sombra gris de preocupación de que nunca podrías
llegar a tocarlo. Y mantenerlo. Que lo único que te quedaría es el
recuerdo de lo grande que podría haber sido.
—¿Tiene sentido, Brent?
Trago saliva. —Sí. Tiene perfecto sentido.
Acuno mis manos alrededor de las suyas y soplo. Otro escalofrío
la sacude.
—Tienes que salir de estas ropas mojadas —digo suavemente, sin
sugerir una provocación.
Debido a que estamos cerca del precipicio. Puedo sentirlo. Y tengo
que andar con mucho cuidado, ya que un movimiento en falso podría
enviar a Kennedy lejos, y realmente perderla.
El cuarto está en silencio. Me quito la camisa empapada y dejo
que caiga al suelo. Solo sus ojos se mueven, los arrastra sobre mis
hombros, hasta las cumbres y valles de bronce de mi torso. Me levanto
y lentamente desabrocho mis pantalones, después empujo la tela
pesada y húmeda por mis caderas, deslizando una pierna antes de
apoyar una mano en la cama para tirar de ellos por encima de mi
prótesis, dejándome en boxers negros entallados.
Libre de la ropa fría y húmeda, mi piel se siente caliente. Al igual
que la superficie de un horno, calentado desde el fuego ardiendo
adentro.
Sus ojos café siguen cada movimiento, levantando la vista hacia
mí. Esperando.
Empujo la manta de sus hombros y la dejo caer al suelo. Me mojo
el labio inferior con la lengua mientras agarro el suéter empapado de la
parte inferior y lo levanto lentamente, tomando nota de cada centímetro
de su piel de porcelana mientras es revelada.
Kennedy eleva los brazos. Saco el suéter y cae con un ruido sordo
en el suelo. La vi desnuda anoche, pero eso fue diferente. No pude
disfrutar de la vista; estaba tratando demasiado duro de no mirar.
Pero ahora miro.
Y, oh, lo disfruto.
Firmes pechos redondos cubiertos de encaje blanco. Sus pezones,
malvas oscuros y tensos, provocando debajo de su cubierta
transparente. Su clavícula es delicada, hombros y brazos tonificados.
Su estómago es plano, con un toque de músculo, y me muerdo el
interior de la boca, porque quiero chupar esa piel, deslizar mi lengua a
través de ella, presionar los dientes contra ello hasta escucharla gemir.
Mi pecho se levanta y cae tan rápidamente como el suyo. Me
arrodillo frente a Kennedy y alcanzo el botón de sus pantalones.
Y siento aquellos suaves ojos color ámbar resplandecer, como una
vela en la ventana que muestra el camino a casa.
Levanta las caderas y las yemas de mis dedos rozan su piel suave
mientras deslizo los pantalones por sus muslos, dejando un pequeño
trozo de bragas de seda blanca en su lugar. Sus piernas están
hermosamente esculpidas y la longitud perfecta para envolverse
alrededor de mi cintura, mis hombros… mi cuello.
Entonces me pongo de pie y observo todo, contemplando la
imagen dulce de su hermosa figura sentada al final de mi cama.
—Métete bajo las sábanas —le susurro.
Mientras Kennedy se instala en el centro, con la cabeza sobre la
almohada, me siento en el borde de la cama y quito mi prótesis. Luego
me volteo y me deslizo bajo las sábanas a su lado. Sin decir una
palabra, se moldea contra mí. La sensación fresca de su carne es un
shock al principio, pero en tan solo unos momentos, mi calor ahuyenta
su frialdad.
A excepción de sus pies. Prácticamente golpeo el techo cuando
pasa los pies por mi pantorrilla.
—¡Eres como un maldito cubo de hielo!
Se ríe con cierta malicia.
Nos enfrentamos, casi nariz con nariz. Su cabello todavía gotea en
los extremos y una gota escurre sobre su clavícula, baja por su pecho, y
tengo que tomar una respiración profunda, porque quiero lamerla con
tantas ganas.
—Háblame —dice en voz baja—. ¿Todavía… todavía hablas con
alguien de la escuela?
—No.
—Háblame de tus amigos. Tus socios en el bufete. ¿Cómo son?
Es cierto que se puede decir mucho acerca de una persona por la
compañía que mantiene. Los idiotas tienden a gravitar hacia otros, lo
que los hace verse mejor o peor, dependiendo de las circunstancias.
—Stanton es un muy buen tipo. Estable, ¿sabes? Trata de hacer
lo correcto, es importante para él, pero a veces no puede salir de su
propio camino. Pero aun así, es el tipo de persona que podrías llamar si
tienes un neumático pinchado a las dos de la madrugada en el medio de
una tormenta de nieve. No dudaría en ponerse sus botas y ayudarte.
Veo su sonrisa en respuesta en la penumbra.
—Sofía tiene tres hermanos mayores, por lo que es ruda, pero
oculta un centro muy suave. Es apasionada y divertida… es como la
hermana mayor que nunca tuve.
La palma de Kennedy acaricia mi bíceps —dubitativo al
principio— luego con un toque más seguro.
—Y Jake… te gustará Jake. Él es realmente malvado.
Su risa ahogada llena el aire. —¿Es malvado?
Hay una sonrisa en mi voz cuando contesto. —Totalmente. Erige
esta cara de tipo duro, y es duro, pero solo es porque no quiere que la
gente vea lo mucho que se preocupa. Se da cuenta de todo, cada
detalle. Y felizmente cometería asesinato por las personas que ama.
—Suenan como muy buenos amigos.
—Sí, son los mejores. Soy suertudo.
Estamos en silencio durante unos minutos. Los martilleos de los
latidos de mi corazón aumentan mientras su mano continúa
acariciando mi brazo. Arriba y abajo, suave y cálido.
—¿Brent? —Su voz es el susurro más suave, como si estuviera
comprobando si estoy dormido.
—¿Mmm?
—Yo… Te extrañé mucho.
Y estoy acabado.
La necesidad de besarla, tocarla, ha estado tirando de mí como
una corriente embravecida desde que la vi en mi patio delantero, y con
esas pocas palabras, dejo que la corriente me lleve.
Cierro la distancia minúscula entre nosotros y presiono mis labios
contra los suyos. Se hunde en mí con un suspiro. Su boca se amolda a
la mía, acuno su mandíbula con una mano, y la abre para que mi
lengua se deslice contra la de ella. Se siente irreal, dulce y
sorprendentemente familiar. Gimo con su dulce sabor.
Y es como si tuviera diecisiete otra vez, de vuelta en el Ferrari.
Una caliente excitación recorre mi torrente sanguíneo con cada latido de
mi corazón. La necesidad y el deseo; queriendo tocarla por todas partes,
sin embargo, con ganas de saborear cada segundo.
Y de repente me doy cuenta por qué lo que sentí en ese entonces
era tan poderoso. No fue porque yo era un niño cachondo que no podía
esperar para eyacular.
Fue ella.
Esta chica hermosa, dulce y fuerte en mis brazos. Ella me atrapó
desde hace tiempo —se metió bajo mi piel, en mi corazón— y ha estado
allí, a la espera, desde entonces. Y ahora está aquí —en mi cama— su
piel enrojecida por la excitación, sus dedos agarrando mis hombros, sus
dientes mordisqueando mis labios de una manera que hace que casi
pierda mi maldita cabeza.
Sin romper el contacto con su boca, me levanto en un codo, por lo
que me cierno por encima de ella. Su estómago se contrae bajo mi
palma y mi otra mano se desliza sobre su vientre y se detiene en un
seno perfecto. Encaja muy bien en mi mano, y cuando aprieto su
suavidad, Kennedy gime y chupa duro mi lengua, me demuestra lo
mucho que le gusta.
Froto mi mano en un círculo lento, apretando con los dedos,
sintiendo el punto febril de su duro pezón contra el centro de la palma
de mi mano. Y gime en mi boca, se arquea bajo mi tacto. Extiendo besos
de sus labios, por su mandíbula, cubriendo el punto en su cuello,
donde su pulso salta con placer. Succiono esa piel, saboreando los
restos de lluvia, sudor y ese sabor especial que es solo de ella.
Respira con dificultad, y sus manos están en todas partes,
recorriendo mi pelo, deslizándose por mi espalda, masajeando los
músculos de mis hombros y brazos. Lamo mi camino hasta su oreja,
rozando su lóbulo entre mis dientes, y mi mano invierte el curso.
Deslizándose hacia abajo con una seductora lentitud hacia donde su
pelvis se está levantando, en busca de fricción, pero solo para encontrar
aire.
Me ocuparé de eso por ella.
Cuando mi mano se posa entre sus piernas, encima de sus
bragas, mis dedos descansando contra su coño, le digo al oído—: ¿Esto
está bien?
Y me da la palabra de dos letras más dulce de todas.
—Sí.
Mi mano se contrae, mis dedos presionan contra su apertura,
dejándola sentir la presión, dejándola imaginar lo jodidamente
fantástico que va a ser cuando se sumerjan en el interior. Un sonido
frenético proviene de su garganta y sus caderas giran contra mí,
pidiendo más.
—¿Qué quieres que haga, Kennedy?
Deslizo la mano de un lado a otro, seduciendo, tentando,
avivando su fuego.
Le da un tirón a mi pelo. —Tócame.
Acerca mi boca de nuevo a la de ella, salvaje ahora, su lengua se
arremolina y lame, mojada y desesperada. Y mi mano nunca detiene su
movimiento de deslizamiento. Ahora puedo sentir su clítoris bajo la
seda, hinchado y buscando la liberación.
—Más —jadea, sus ojos cerrados con fuerza—. Por favor, tócame
más.
Muevo mi mano hasta su estómago, cubriendo su ombligo, y
luego me deslizo por debajo de esa seda. Y algo acerca de mi mano bajo
sus bragas hace que sea aún más caliente.
Un momento después, soy yo quien gime, mis ojos fuertemente
apretados contra la abrumadora sensación de la suave piel de Kennedy,
piel desnuda deslizándose contra mi mano.
Oh, mierda, está tan mojada. Y su calor es abrasador y perfecto.
Quiero dirigir mi lengua profundamente en ese calor, sentir que se
envuelve firmemente alrededor de mi pene.
Resistiendo esa necesidad, necesitando que ruegue por más,
deslizo dos dedos entre sus labios hinchados, pero no llegando a
sumergirlos en el interior. Extiendo su humedad en su clítoris,
alrededor de su abertura, frotando pequeños círculos que hacen que las
piernas de Kennedy se abran más.
—¿Así? —Provocándola contra su cuello.
Su boca se abre con un gemido.
Pero luego me toma desprevenido. Su mano se sumerge en mis
boxers, envolviéndose alrededor de mi polla y apretando con la cantidad
perfecta de presión, deteniéndose justo antes del dolor.
Y entonces lo frota, torciendo la muñeca en la punta. Y me siento
mareado, borracho en su contacto, y sediento por más.
Kennedy presiona su cabeza contra la almohada, lejos de mis
labios, hasta que abro los ojos y la miro.
Y entonces sonríe. —¿Así? —pregunta en un tono sensual.
Su pulgar traza la punta de mi pene, deslizándose hacia atrás y
delante, moviendo el líquido pre seminal a su palma para lubricación,
pero aún no acaricia de nuevo. Debido a que está esperando mi
respuesta.
Sonrío hacia ella. —Más rápido.
No vacila. Su mano resbalosa me bombea en suaves y firmes
sacudidas, y mis ojos quieren rodar hasta la parte trasera de mi cabeza,
se siente tan malditamente bien. Pero los mantengo fijos en Kennedy.
Esperando por su respuesta.
Y ella ordena—: Más profundo.
Mis dos dedos instantáneamente se hunden en su coño. Y gruño,
porque está mojada, el maldito paraíso. Sus músculos aprietan mis
dedos mientras entran y salen, en perfecta sincronía con su mano
acariciándome.
Mi pulgar encuentra su clítoris y se entusiasma, arqueando el
cuello, presionándose contra mi toque.
Y entonces estoy besándola de nuevo. Porque cuando se venga —
y por la sensación que tengo, está cerca— quiero probar su gemido.
Mis caderas empujan en su apretada mano. Mi lengua se hunde
en su cálida boca. Mis dedos frotan y se entierran. Y siento la tensión
en mis testículos, el cosquilleo en mi espalda, la presión carnal en mis
entrañas.
Mierda, me voy a venir tan fuerte. Y la quiero conmigo cuando lo
haga. Quiero que nos estremezcamos juntos, hasta que no quede nada
de ella o de mí. Solo habrá un nosotros.
Y entonces el coño de Kennedy se ciñe con fuerza alrededor de
mis dedos en contracciones sedosas y rítmicas, una y otra vez. Se viene
con un grito contra mis labios. Dejo salir un largo y áspero gruñido
contra ella. Ola tras ola de intenso placer fluye a través de mí mientras
empujo contra su mano y me vengo sobre su estómago.
Por un largo rato, jadeamos sin aliento, sosteniéndonos el uno al
otro. Puntos flotan frente a mis ojos; porque fue así de intenso. Con un
suspiro satisfecho, Kennedy descansa el rostro contra mi brazo. Me
inclino y beso sus labios tiernamente.
Cuando es tiempo de limpiarnos, me encantaría simplemente
frotar mi semen sobre su piel y terminar así la noche. Pero supongo que
es muy pronto para eso.
Uso las muletas apoyadas contra la pared para dirigirme al baño,
y regreso con una toalla húmeda y tibia. Arrodillándome a su lado,
limpio su estómago. Sigue mis movimientos íntimos con los ojos
brillantes y somnolientos, y una sonrisita de satisfacción. Se ríe cuando
mis dedos pasan por su caja torácica.
Luego boto el trapo y me dejo caer en la cama a su lado.
Ansiosamente viene a mis brazos, y ambos nos quedamos dormidos.

***

Un par de horas después, la luz gris de la mañana apenas se


asoma a través de las persianas cuando mis ojos se abren para ver a
Kennedy de pie en medio del cuarto. Contoneando su trasero en sus
pantalones húmedos.
Le toma unos segundos a mi boca recibir el mensaje de mi
cerebro.
—¿Qué haces?
Se gira rápidamente, como si no esperaba que despertara. —
Tengo que irme a casa. Tengo que bañarme y prepararme para la corte.
Con un bostezo, le digo—: Bien, te llevaré.
—No te molestes. Un taxi será más rápido.
Ahhhhhhh. La Kennedy dulce, tierna y sincera ha dejado el
edificio.
La Kennedy defensiva, nerviosa y espinosa como un cactus está
en la casa.
Maldita sea.
Cuando agarra el suéter húmedo del suelo, ofrezco—: ¿Quieres
algo de ropa seca? No tienes que…
—No gracias. —Se mete el suéter por la cabeza y sonríe tensa—.
La ropa húmeda no va a matarme.
Me siento, muy despierto ahora. Mi voz resuena clara y seria.
—Kennedy.
Se congela como ciervo atrapado por la mira de un rifle, y me
mira como si yo fuera el cazador.
—Debemos hablar sobre lo que pasó anoche —le digo.
—Mejor no, y digamos que sí lo hicimos.
Entonces se va.
Acuno mis manos sobre mi boca. —Estoy tan contento de que
seamos adultos sobre esto. Está funcionando muy bien.
Su única respuesta es la puerta principal cerrándose.
Me echo hacia atrás, tomo una almohada y la sostengo sobre mi
cara, tratando de sofocar la frustración que es Kennedy Randolph de mi
mente.
No funciona.
Parece que esto va a hacer Un Paso Adelante, y Dos Pasos Atrás.
Púdrete, Paula Abdul. Nunca me gustaste.
Traducido por Jadasa & Ivana
Corregido por NnancyC

El resto de la madrugada me la paso pensando en Kennedy. De


vez en cuando, como durante mi larga ducha con puntuación XXX, la
pienso en esas pequeñísimas bragas de encaje y sujetador a juego.
Aunque para ser más exactos, sin ellas.
Pero sobre todo, simplemente pienso en ella. Para al momento en
que entro a la corte, llego a la obvia conclusión de que Kennedy tiene
problemas. Problemas profundamente arraigados, reforzados con acero,
que será jodido superarlos.
Pero está bien. Por veinte años he entrado y salido de terapias; si
alguien sabe acerca de problemas, ese soy yo. En realidad, esto
demuestra otra forma en la que somos perfectos el uno para el otro.
Somos almas gemelas. Destinados a estar juntos, escrito en las
estrellas, los perfectos Bogie y Bacall.
Kennedy aún no lo ve, pero está bien. Porque soy paciente. E
implacable. Cuando se me mete algo en la cabeza, no hay nada que no
pueda hacer.
Y ella está en mi cabeza.
Quiero entenderla, aprender cada parte suya, las curvas suaves,
los bordes afilados, los rincones misteriosos y sombríos que se esfuerza
tanto en ocultar. Quiero derribar sus puertas, subir a su torre de marfil.
Quiero dar muerte a todos sus malditos dragones.
Probablemente, al principio, no lo apreciaría… pero con el tiempo
entrará en razón. Será genial.

***

Cuando llego, Kennedy no está en la corte. Me siento a la mesa de


la defensa, con la mano sobre el hombro de Justin, contándole la
estrategia de hoy y asegurándole que cuido su espalda, que todo va a
estar bien. Parece que soy el único adulto en su vida a quien le importa;
sus padres todavía no vienen.
Cinco minutos antes de lo que está previsto para que comience, la
siento. Sé que suena cursi y absurdo, pero es la verdad. El aire
comienza a cargarse y arrastra mi mirada hacia la puerta. Cuando
aparece en la puerta, una barricada sube en mis pulmones, capturando
mi respiración. La chaqueta de su traje es de color bermellón oscuro,
del color de un vino tinto intenso —con cuello alto y hasta la cintura—
perfectamente adaptada a su delgada figura. La falda a juego moldea
sus caderas y muslos, cayendo justo por encima de la rodilla. Medias
transparentes de seda negra y tacones altísimos terminan el conjunto.
Para el observador fortuito es un aspecto elegante y profesional. Pero
debido a que conozco la piel suave y las dulces curvas encerradas en su
interior, para mí es una provocadora delicia erótica. Más sensual que
cualquier conjunto de una conejita de Playboy.
¿Sus bragas son negras? ¿Rojas? ¿De encaje o seda?
Mi pene se engrosa cuando considero que podría no estar
utilizando nada en lo absoluto. Incluso mejor.
Kennedy entra en la sala del tribunal como una reina dirigiéndose
hacia su trono. Su largo cabello está recogido en un moño bajo, con una
hebra rebelde rozando la piel delicada debajo de su oreja. Y recuerdo el
suculento sabor de ese punto exacto anoche, al igual que una fruta
dulce y madura.
Justo antes de que gire hacia su mesa, me echa un vistazo. Su
rostro expresa únicamente profesionalismo, pero en sus ojos, necesidad
e indiferencia, afecto e inquietud, todos arremolinándose en sus
profundidades. Se ve perdida. Y mi pecho se aprieta con el feroz deseo
de protegerla, de animarla… de prometerle que todo va a estar bien.
Voy a asegurarme de ello.
Le doy una sonrisa relajada y tranquilizadora, y algo así como
alivio pasa por sus rasgos. Asiente de modo formal, después se
acomoda en la mesa de la fiscalía.
Después de que el juez pide silencio y repasa los preliminares, la
querida y vieja señora Potter retoma su lugar en el estrado de los
testigos. Me coloco de pie para continuar mi interrogatorio,
abotonándome la chaqueta gris carbón del traje, y me pregunto si de
ahora en adelante las cosas serán diferentes entre Kennedy y yo en la
corte.
Si ella va a ser diferente.
Amable. Más gentil. Más... amistosa.
A mitad de la segunda pregunta realizada a la señora Potter,
Kennedy se pone de pie con un salto.
—¡Objeción!
Bien. Supongo que eso lo responde.
***

En el momento en que el juez golpea con el martillo para


suspender la sesión por el día, los tacones de Kennedy repiquetean
enérgicamente mientras agarra su maletín y me pasa caminando hacia
a la puerta. Mis ojos la siguen, pero el resto de mi cuerpo se queda para
ofrecerle a Justin llevarlo a casa, ya que ninguno de sus padres se
presentó hoy. Una hora y media más tarde, Harrison me deja frente al
edificio de Fiscalía de los EE.UU. Subo los escalones de piedra de a dos,
me dirijo a la puerta cerrada de la oficina de Kennedy.
Su secretaria dice que se encuentra en una reunión. Una mirada
furtiva a través de la ventana me dice que es una reunión importante,
teniendo en cuenta que hay cuatro hombres con aspecto de abogados
serios en trajes, inmersos en una profunda discusión alrededor de su
escritorio.
—Esperaré —le digo a la secretaria.
Detesto tener que esperar, sobre todo cuando tengo una zurra
que entregar. Y en este caso, me refiero a todos los sentidos en los que
se pueda entender.
Me siento en la silla vacía frente a la puerta de Kennedy, con la
rodilla derecha rebotando y la cabeza reclinada contra la pared.
Después de una eternidad, la puerta se abre y sale el desfile de
hombres. El último en salir, un hombre corpulento de cabello canoso,
asiente hacia ella. —Hablaremos pronto, Kennedy.
—Sí. Manténgame informada. —Asiente en respuesta, su rostro
como el de un busto de yeso del siglo XVII. Esa fue una época muy
infeliz para la cerámica.
Espero hasta que el último hombre dobla la esquina, luego entro
en su oficina, cerrando la puerta detrás de mí. Se sienta en su
escritorio, bajando la mirada a un archivo como si quisiera quemarlo
con la mirada.
Extiendo una mano hacia atrás y bloqueo la puerta. Entonces
bajo las persianas, ocultándonos del mundo exterior. Si Kennedy nota
mis acciones, no lo demuestra.
Me paseo hacia su escritorio, haciendo mi mejor imitación de
Heath Ledger, el Guasón. —¿Por qué tan seria?
Kennedy suspira, aún con la mirada en el archivo. —Mi caso
mafioso de Las Vegas acaba de recibir una apelación. Moriotti consiguió
un nuevo juicio.
Me apoyo en la esquina de su escritorio. —¿Vas a someterlo de
nuevo a juicio?
—Totalmente. El hijo de puta merece pasar el resto de su vida en
un agujero frío y oscuro, y voy a ser quien lo coloque ahí.
Mi silbido es largo e impresionado. —En caso de que no lo
mencionara antes, esa vena vengativa es bastante sexy.
No suelta una carcajada. No sonríe. —Realmente no tengo tiempo
para hablar en este momento.
—Sí... Yo, particularmente, tampoco tengo ganas de hablar.
Pero…
Sorprendiéndola, jalo de golpe su silla, la hago girar y apoyo mis
manos sobre los brazos de la misma, inclinándome. Enjaulándola.
Por un sensual segundo soy distraído por la forma en que se
levanta su pecho, la forma en que sus ojos giran y sus labios se
separan, lo suficientemente como para deslizar mi lengua. Mi pene
requeriría que la abriera más ampliamente, y joder, esa idea también
me distrae.
—Pero… tanto si queremos hablar o no, parece que necesito
establecer algunas reglas básicas. —Mi mirada quema la suya y mi voz
suena casi tan dura como mi pene—. Regla número uno, no pones ni el
dedo del pie fuera de mi cama sin antes despertarme. Jamás.
Me inclino y acaricio con mi nariz la delicada línea de su cuello,
luego arrastro mi lengua por el mismo camino hasta su pulso —
envolviendo los labios alrededor de él y succionado— lo suficiente fuerte
como para dejar una marca.
Pero... ese es el precio que ella paga.
—Me masturbé dos veces en la ducha —siseo contra su piel—. Y
todavía estaba tan duro como una maldita roca al observarte en la
corte.
Ese pequeño chisme me consigue un buen gemido. Pero no
terminé. —Y juro por Cristo, todavía podía olerte en mis dedos. Me
volvió loco todo el puto día.
Retrocedo hasta que estoy mirándola a los ojos. Están iluminados
con calor y sublimemente estimulados.
—Deja de mirarme así —vocifero.
—¿Así cómo?
—Como si quieres que te bese. No voy a besarte, Kennedy. Estoy
enojado contigo.
Se retuerce en su asiento, su mirada va de mis labios a mi
manzana de Adán, juntando sus muslos y rozándolos muy ligeramente.
Y un gemido se queda atrapado en mi pecho, porque al parecer, le gusta
que esté enojado con ella.
Jesús, la diversión que podría tener con eso.
Pero me mantengo enfocado. —Regla dos, hablamos. No sobre el
caso, sino acerca de todo lo demás. Nada más de huir.
Su garganta se contrae mientras traga, y casi puedo oír los latidos
de su corazón. O tal vez son del mío.
—Tres: tomaremos un día a la vez. Estás asustada, hay mierda
entre nosotros, lo entiendo. No te pediré más de lo que puedas darme.
Frunce el ceño. —Brent, no creo…
—Dices eso un montón. Pareces confundida, por lo que voy a
hacer que sea muy fácil para ti. Cuatro, voy a ir a tu casa esta noche.
Llevaré comida. Pasaremos el rato. Si por casualidad pasamos buena
parte de ese tiempo sin ropa, también lo aprovecharemos. Di sí.
Permanece en silencio por varios segundos, haciendo que
contenga la respiración.
Luego cede. —Sí.
—Buena chica.
Entrecierra los ojos. Pero debido a que estoy tan complacido —
porque lo he deseado todo el maldito día— me como mis propias
palabras, me inclino y la beso profundamente. Duro, exigente,
infundido con cada gramo de posesividad que siento por ella. Un beso
con choque de dientes, de reprimenda, que la deja temblando.
Soy un gran creyente de las salidas oportunas. Durante las
recapitulaciones finales, la última imagen que le das al jurado, las
últimas palabras que les dejas resonando en los oídos, son las más
poderosas. Pueden hacer la diferencia entre una absolución o una
condena a cadena perpetua.
Y ese beso fue un infierno de cierre.
Por lo que me enderezo, doy la vuelta y salgo tranquilo de la
oficina de Kennedy.

***

Justo antes de la puesta del sol, estoy en el pórtico desvencijado


de su casa de estilo victoriano y llamo a su puerta. Se abre casi de
inmediato, como si estuviera esperándome. Kennedy está de pie en el
resplandor de la luz del sol que se desvanece, vestida con pantalones
vaqueros claros desgastados que abrazan sus caderas y muestran su
dulce culo de una fantástica manera. Su camiseta es holgada y fina,
una capa de encaje blanco sobre una de gasa, el escote se sumerge en
una V baja que expone sus pechos turgentes y sin sujetador.
Con la boca hecha agua, y mi imaginación a toda marcha,
murmuro—: Le voy a enviar al Juez Bradshaw una nota de
agradecimiento.
Se ríe y siento sus ojos arrastrarse hasta mis propios vaqueros
desgastados, por encima de mi camiseta color negro, deteniéndose justo
donde las mangas cortas se ajustan alrededor de mis bíceps. —También
te ves muy bien.
Miau.
Asomándose detrás de la pantorrilla de Kennedy, hay dos grandes
ojos negros unidos a un pelaje gris. Los gatos no son mis animales
favoritos, van detrás de los perros, cerdos barrigones y la criatura más
linda que Dios alguna vez haya creado: el erizo. Pero, a diferencia de mi
compañero de habitación universitario de primer año, posible futuro
asesino en serie —quien intentó atropellar a todos los gatos callejeros
que se cruzaban en su camino— tampoco los odio.
—¿Quién es este?
—Es Jasper.
Miau.
Me agacho y extiendo una mano. —Hola, Jasper...
—Brent, espera…
Pero antes de que pueda hacer caso a su advertencia, los ojos de
Jasper se transforman en rendijas agudas y sus garras cortan mi mano
como Wolverine teniendo un mal día. Una garra araña mi dedo medio.
—¡Bastardo!
—Lo lamento —arrulla Kennedy.
Sacudo la mano, luego llevo la punta a mi boca, saboreando la
sangre.
—Odio ser quien te lo revele, pero tu gato es un estúpido.
Toma mi mano, examinando la herida. —Simplemente es
cauteloso con las personas que no conoce. Como un gato guardián. —
Mira detrás de ella—. Jacob y Edward son mucho más amables.
—¿Cuántos tienes?
Se encoge de hombros. —Solo tres.
Asiento lentamente. —Regresé a tu vida justo a tiempo. Casa
vieja, múltiples compañeros felinos, un interés inadecuado en libros de
vampiros destinados a ser disfrutados por vírgenes niñas adolescentes.
—Junto mi pulgar e índice—. Te das cuenta de que estás así de cerca de
convertirte en una señora vieja llena de gatos.
Kennedy me saca la lengua.
Sonrío. —Haz eso de nuevo más tarde, te demostraré muchos
mejores usos para esa lengua.
Se ríe, sacudiendo la cabeza como si pensara que bromeo.
—Muy bien, pongámonos en marcha —le digo—. Tenemos una
caminata por delante de nosotros.
Frunce el ceño. —¿Pensé que dijiste que ibas a traer la comida?
—Lo dije. Pero no que comeríamos aquí.
Extiendo una mano, y coloca la suya en la mía. Es cálida y suave,
un ajuste perfecto.
—¿A dónde vamos?
Me inclino y le susurro al oído, provocando piel de gallina a lo
largo de su clavícula. —Es una sorpresa.

***

Caminamos por la ciudad bajo el cielo oscuro de color rosa


anaranjado, con las manos entrelazadas. Pasamos por el Monumento
de la Segunda Guerra Mundial y el Reflecting Pool a través del calor
radiante del monumento a Lincoln, zigzagueando entre los turistas que
se sacan fotos y analizan mapas, los cuales son asistentes
permanentes. Y entonces llegamos a Tidal Basin, sus tranquilas aguas
reflejan los orbes suaves de las farolas que iluminan el camino circular
a su alrededor. En la primavera, aquí los árboles están cargados de
flores de cerezo, formando una gruesa corona de flores de color rosa
claro en torno al agua, pero en esta época del año, las flores han caído,
dejando solo follaje verde en sus ramas, la promesa de su florecimiento
en el próximo año.
Saco a Kennedy del camino más cerca de la orilla del agua, donde
una manta de franela nos espera en el césped, linternas encendidas
ubicadas en cada una de las cuatro esquinas. En el centro, una botella
de vino blanco y dos cestas de picnic; una con cubiertos, platos y
servilletas, y la otra protegida para mantener caliente los recipientes de
comida china. No estaba seguro de qué tipo de comida china le gustaba,
de manera que pedí una variedad. Los arbustos alrededor aíslan el
lugar del camino —se siente como de toda la ciudad entera— creando
nuestro propio oasis personal. Nuestro propio mundo solo para ella y
yo.
Kennedy se detiene, asimilándolo todo. La luz de las linternas
brilla en sus ojos relucientes y su sonrisa me quita el jodido aliento.
—Esto es... es hermoso, Brent. Gracias.
Mi pulgar traza su labio inferior. —Esa sonrisa es todo el
agradecimiento que necesito.
Entonces reconsidero esa declaración.
—Bueno, quizás no todo el agradecimiento. —Le doy un guiño—.
Vamos a ver cómo va la noche.
Y luego comemos y bebemos, hablamos y reímos. Kennedy me
cuenta acerca de su viaje de buceo a Belice en la primavera pasada, y le
cuento sobre mi excursión en kayak en Alaska el año pasado. Le cuento
sobre la liga de lacrosse masculina en la que juego los fines de semana
y su rostro se ilumina cuando me habla de sus domingos a la caza de
ventas de garaje de cosas antiguas. Nos ponemos al día sobre nuestras
familias y los últimos chismes de parientes lejanos. Nos relatamos
historias: divertidas, terribles, vulgares sobre la universidad y la escuela
de leyes.
Básicamente, es una cita realmente fantástica. Del tipo que se
reproduce en un montaje con alguna terrible canción pop en segundo
plano como si se tratara de una cursi comedia romántica. Del tipo que
un chico le contaría a sus amigos al día siguiente, incluso si no folla.
Las horas pasan sin que ninguno de los dos nos demos cuenta, y
para el tiempo en que caminamos de regreso a los escalones del pórtico
de Kennedy, es después de la medianoche. Ambos estamos relajados y
sonrientes, y sus mejillas se ruborizan con el más bonito sonrojo del
buen vino y una buena conversación.
Abre la puerta y pregunta—: ¿Te quieres venir adentro?
Adentro, en la espalda, el estómago, la boca; quiero venirme en
todas las partes que me deje.
—¿Por "café"? —bromeo, haciendo comillas en el aire con los
dedos.
Sus ojos se oscurecen a un ardiente marrón chocolate. —No, pero
podría darte un recorrido. Mostrarte cómo marcha la restauración.
Hemos sido capaces de mantener todas las molduras originales.
Sonrío. —Sé cómo va eso. Primero es, "ven a ver mis molduras"...
entonces es "derriba mi lámina de yeso y echa un vistazo a mi
enladrillado, muchachote". Y si tengo suerte, me dejarás echar un
vistazo debajo de tu alfombra por algo de acción de piso que nos hará
perder la cabeza.
Se ríe. —No olvides la chimenea, ¿quieres que te muestre mi
repisa, Brent?
—Apuesta tus dulces molduras que lo hago.

***

La casa es una combinación impresionante de las mejores


comodidades modernas y el reluciente encanto del viejo mundo.
Hablamos de las vigas de madera que está manteniendo expuestas en la
sala de estar, y los ocultos altavoces compatibles con Bluetooth que se
instalarán en cada habitación. Me muestra un pequeño salón con el
papel tapiz original, que si te fijas muy de cerca, contiene imágenes
ocultas de mujeres y hombres desnudos.
Eso son los victorianos para ti. Pervertidos reprimidos.
Luego subimos las escaleras, a su habitación.
La iluminación es tenue, pero acogedora, una solitaria lámpara de
cristal en una mesita de noche de caoba. Las paredes son beige con un
cálido rojo oscuro que acentúa la pared detrás de la cama. La cual es
enorme, un dosel con miles de grandes almohadas esponjosas que me
hacen pensar en un montón de nubes cumulonimbos. Es el tipo de
cama en la que querrías quedarte por varios días y con la manera en
que Kennedy me mira, ese podría ser el plan.
Me detengo frente a la chimenea, pasando la mano a lo largo de la
impresionante repisa de mármol. —Esto es bonito.
Kennedy me observa justo desde la puerta cerrada. —Sí... lo es.
Cuando nuestros ojos se encuentran y se mantienen, es como si
solo lo supiéramos. No se necesitan palabras. Bueno o malo, correcto o
incorrecto, todo lo que ha pasado en nuestras enredadas vidas nos ha
llevado hasta aquí, a este momento.
Mi voz es profunda, áspera. —Ven aquí, Kennedy.
Da un paso hacia delante directamente a mis brazos. La levanto
de sus pies, sujetándola contra mí. Sus manos se entierran en mi pelo,
tirando un poco, luego agarrándolo fuerte.
Y nos besamos como si fuera el fin del mundo.
El aire se pone denso a nuestro alrededor y el tiempo se detiene
mientras nuestras bocas se inclinan, nuestras lenguas follan, nuestras
gargantas gimen y zumban con una urgencia desesperada. Kennedy se
arquea en mis brazos, su cabeza se inclina hacia el techo cuando mis
labios recorren la prístina extensión de su garganta.
—Brent... —jadea, extendiendo los dedos por mi pelo—. Esto es
real. Dime que esto es real.
Mis ojos se mueven a los suyos y ahueco su mandíbula en una
mano. —Es real. Esto es tan real que no puedo dejar de temblar.
Busca mi rostro... y luego sonríe. Porque me cree.
Y las emociones que aumentan en mi pecho, mis sentimientos por
ella, son indescriptibles. Es como... A la mierda Jack Dawson... Yo soy
el rey del mundo ahora.
Deslizo uno de los tirantes de la blusa de Kennedy por su brazo,
lo suficiente para exponer un pálido y perfecto pecho. Doblo mis
rodillas, salpicando con besos el suave montículo, y cierro los labios
sobre el duro, apretado brote de su pezón. Su gemido es profundo y
largo con aprobación mientras succiono ese punto duro. Adorándolo
con la lengua, trazando, acariciando y chasqueando.
Sin romper el contacto, envuelvo los brazos alrededor de sus
caderas y la levanto, llevándola a la cama. La acuesto, chupando y
lamiéndola con mi boca. Agarra la parte de atrás de mi camisa y suelto
el pezón con un pop, levantando los brazos para que pueda sacarme la
camisa. Sus manos dejan una estela ardiente mientras sus uñas rasgan
mi torso. Un tirante de su blusa da paso cuando lo arranco de su
cuerpo en un tirón rápido, dejándola desnuda de la cintura para arriba.
Mis ojos vagan y consumen; tanta carne pálida, perfecta.
Beso su estómago, lamiendo y raspando con mis dientes,
abriéndome paso hacia arriba. Kennedy se arquea y gime, sus manos
recorren mi pelo. El calor de nuestra piel, nuestros pechos desnudos
frotándose —es casi demasiado— y sin embargo, ni siquiera cerca de
suficiente. Volviendo a su boca, muerdo su carnoso labio inferior con
los dientes, luego cubro sus labios con los míos. Saboreando el sabor de
su húmeda y dulce boca, su suave y resbaladiza lengua... sus quejidos
y gemidos. Tanteando a ciegas, el botón de sus vaqueros es liberado y
con su ayuda, se los quito de sus piernas —bragas y todo— dejándola
desnuda.
La necesidad desesperada de mirarla me da la fuerza para
levantarme de rodillas a su lado en la cama, pero mis dedos no pierden
nunca el contacto con su piel. Se arrastran hasta la caja torácica,
ahuecando sus pechos, jugando con esos hermosos pezones, trazando
su clavícula, rozando sus brazos. Mis ojos están por todas partes,
memorizando cada detalle; el rosado rubor de su piel sin defectos, el
indicio del hueso de su costilla, el suave marcado de su pelvis, el
delicado, lienzo inmaculado debajo, y lo mejor de todo, los desnudos
labios carnosos de su reluciente coño.
Mis ojos amenazan con cerrarse con un gemido cuando la imagen
se graba en mi cerebro, pero me obligo a abrirlos. Sujeto los tobillos de
Kennedy y los jalo, abriéndole las piernas para una mejor visión. Gimo
de nuevo —largo, bajo y gutural— mientras mis manos masajean, y mis
dedos se hunden en su interior, dando paso a mi boca. Me acuesto
sobre mi vientre, mi aliento contra su piel, los dedos abriendo la rosada
carne.
—Cristo, Kennedy, tu coño es tan jodidamente bonito.
Gime por mis palabras.
—Esto se hizo para ser besado, lamido y follado todo el maldito
día... y noche.
Presiono mi boca abierta contra su piel y ella grita. Mi lengua
examina, penetra, y ahora mis ojos se cierran. Porque su sabor es
dulce, húmedo y caliente. Podría perderme en su coño. Esto podría
arruinarme, porque no sé cómo voy a funcionar sin pensar en estos
perfectos, delicados labios. Tan suave, tan jodidamente delicioso. Mi
boca se mueve duro sobre ella, dentro de ella. Mi barba está raspando
la delicada piel de sus muslos, dejando probablemente abrasiones de
rosa brillante, y la idea me excita aún más.
Mi nariz frota su clítoris mientras succiono y chasqueo mi lengua
en el paraíso entre sus piernas. Y cuando me muevo hacia arriba,
cuando la lengua roza contra ese hinchado nudo, las caderas de
Kennedy se sacuden, y se viene contra mi boca —piernas temblando—
llorando mi nombre.
Apenas me detengo para dejarla recuperarse. Giro la cabeza y
succiono la piel de sus muslos, definitivamente dejando una marca esta
vez. Lamo mi camino a la sensible hendidura justo debajo de su hueso
pélvico. Toma grandes bocanadas de aire y tira de mis hombros.
—Ven aquí. —Jadea—. Bésame, Brent.
Y con mucho gusto lo hago.
Sus manos me acarician el rostro con cariñosos toques de amor.
Luego empuja mi pecho con una fuerza sorprendente hasta que estoy
de rodillas. Cuando me encuentro donde me quiere, da un frenético
tirón en el botón de mis vaqueros. Un frustrado gruñido se le escapa,
haciéndome sonreír.
Pero cuando consigue abrirlos, mi sonrisa se convierte en un
gemido boquiabierto. Debido a que no pierde el tiempo, saca los
pantalones lo suficientemente bajo como para liberar a mi dura polla, y
luego ella está por todas partes. Frotando mi polla con la lengua y los
labios, mojando la delicada piel, deslizándose a la punta y resbalando al
maldito hasta el fondo de su caliente y húmeda boca.
Mis caderas se sacuden, y tengo que apoyar mi mano en su
espalda para evitar caer.
—Mierda... Jodeeeer...
Las maldiciones caen de mí mientras Kennedy disfruta mi polla.
Arremolinando su lengua fantástica alrededor de la punta, balanceando
la cabeza, chupándome tan duro que puede provocar un paro cardíaco.
¿No sería la mejor maldita muerte?
La parte posterior de su mano roza contra la cremallera abierta de
mis vaqueros cuando ahueca mis bolas, masajeándolas, luego
añadiendo un juguetón tirón que envía placer eléctrico disparándose
por mi columna vertebral. Es muy buena en esto, demasiado buena.
Porque cuando mi mano se entierra en su suave cabello para hacer un
poco de buen tirón de mi parte, zumba alrededor de mi pene y las
vibraciones me llevan hasta el borde.
Y tan glorioso como se siente, tanto como quiero ir por la vida con
su boca permanentemente envuelta alrededor de mi polla... no... No...
No voy a venirme en su boca.
No la primera vez.
Si Kennedy y yo realmente lo hubiéramos “hecho” hace todos esos
años en el Ferrari de mi padre, hubiera sido del tipo de acto sexual
lento, gentil y dulce que escriben en libros.
No hay nada lento o gentil sobre nosotros ahora.
Nos devorábamos el uno al otro —una especie de locura— jodida
y bellamente salvaje.
Pero todavía hay una ternura, porque queremos estar más cerca,
besarnos más profundo, hacer sentir al otro mucho mejor que bien. Mi
puño se aprieta en su cabello, tirando de ella fuera de mi pene, hasta
que estamos pecho a pecho, cara a cara.
Y prácticamente me gruñe.
La beso como el infierno y río contra sus labios. —Aspiradora
parece un apodo muy apropiado en este momento.
Me mira a los ojos y se ríe de nuevo, y, Cristo, es tan hermosa que
duele.
Después se acuesta con la delicada gracia del aterrizaje de una
mariposa en una hoja, apoyándose en sus codos. Sus ojos me examinan
de arriba a abajo, y su voz se vuelve ronca. —Quítate los pantalones. Y
ven aquí.
Esa sería la orden de la que están hechos los sueños.
—Sí, señora.
Le doy la espalda, me siento en el borde de la cama, y saco mis
pantalones. Tomo los tres condones de mi billetera. Entonces saco el
perno en la pierna, lo deslizo y saco el recubrimiento, porque es más
fácil moverse alrededor de la cama sin que se enganche en las sábanas.
Y planeo moverme muchísimo.
Kennedy es impaciente, porque en vez de acostarse de nuevo y
esperar que vaya a adorarla, salpica un caliente rastro de besos por mi
columna vertebral. Se mueve a mi cuello y sus pechos se presionan
contra mi espalda, haciéndome gemir. Me doy vuelta y deslizo mi mano
detrás de su cuello, manteniéndola quieta mientras saqueo su caliente
boca impaciente. Mi otro brazo se desliza alrededor de su cintura,
levantándola contra mí mientras me levanto en mis rodillas.
Necesitados pequeños gemidos y quejidos hacen eco de su boca a
la mía. Luego me sorprende, empujando mis hombros y tumbándonos
en la cama por lo que cae en mi duro pecho con un suave Ufff. Planta
un beso en un pectoral, luego sonríe sensualmente mientras se levanta.
—Quiero mirarte.
Y mira: con ojos hambrientos y manos exploradoras.
Pero entonces, algo malditamente raro sucede. Trago saliva, y
sabe como la auto-conciencia. La vulnerabilidad. Imagino que así es
como deben sentirse las mujeres, si tienen estrías o celulitis o un
neumático de repuesto alrededor del vientre. Algo sobre su cuerpo que
cambiarían si pudieran.
Aquí está la cosa, conseguí superar cualquier problema con mi
pierna y las mujeres hace mucho tiempo. No me molesta, y las chicas
con las que me acosté han estado más interesadas en mi larga, gruesa
tercera pierna, si sabes lo que quiero decir.
Pero —si estoy siendo honesto— la falta de mi extremidad inferior
es... impar. Es… ausente. Tu cerebro te dice que supone que haya más.
Naturalmente, esperas ver dos piernas completas, no obstante, una
simplemente... acaba.
Mi pecho se levanta y cae rápidamente bajo la mirada escrutadora
de Kennedy. Y no sé si es la expresión de mi rostro, o algún pequeño
movimiento inconsciente, pero lee mi maldita mente.
—¿Sabes lo que pienso cuando te miro, Brent?
Mi respuesta sale rasposa, áspera. —¿Qué?
Acaricia mis abdominales, los brazos, ambas piernas. —No
pienso, "Oh, Brent es tan fuerte", a pesar de que lo eres. No pienso, "Ha
sobrevivido tanto", a pesar de que lo hiciste. —Me mira a los ojos—.
Solo pienso, perfecto. Eres... Perfecto.
Y no sabía lo mucho que quería escuchar esas palabras de ella,
hasta que me las dio. Le agarro los brazos y la tiro hacia abajo,
poniendo cada emoción salvaje, dulce, loca en un beso.
Suficiente charla. No más miradas o acariciar. Tenemos que
follar, ahora.
Le hago rodar así que estoy encima de ella, presionando y
aplastándola contra el colchón. Los movimientos de Kennedy son tan
desenfrenados como los míos, dedos arañando y tirando, caderas
girando, piernas envueltas, muslos apretando tan fuerte que apenas
puedo respirar. Alcanzo un condón de la cama, arranco el envoltorio
con mis dientes, y expertamente lo enrollo con una sola mano.
Apoyándome en mi codo, deslizo mi polla a través de sus desnudos
labios inferiores, gimiendo por el húmedo calor que puedo sentir incluso
a través del látex. Sus caderas me acunan, sus piernas se extienden
más amplias, llamándome, y entonces entro suavemente en ella.
Durante un buen rato, no me muevo. Estoy dentro de Kennedy.
Es tan jodida y bellamente ceñida. Dejo su cuerpo estirarse alrededor
de mí, que se acostumbre a mi tamaño, mientras saboreo la apretada
tensión de sus músculos, la sensación de su coño caliente a alrededor
de mi cuerpo entero.
Entonces bajo la mirada hacia sus ojos marrones
desgarradoramente hermosos, y me muevo. Retirándome y bombeando,
flexionando las caderas en un lento y constante ritmo. Sus labios se
separan, su dulce aliento escapando con cada embiste. Nuestras
narices se frotan, y me rindo en la pura sensación —cerrando los ojos,
capturando su boca— montándola más rápido.
La lengua de Kennedy baila contra la mía y gime contra mis
labios.
—Sabía... Sabía que sería así. Sí... oh, sí, Brent.
Sus manos agarran mi culo, empujándome más profundo. Mi
boca recorre su cuello y mis caderas se aceleran —moviéndose más
duro— haciendo círculos entre sus muslos cada vez que estoy enterrado
por completo. Estaría avergonzado por la rapidez con la que siento el
creciente placer feliz de mi orgasmo viniendo si no supiera que ella está
ahí conmigo. Debido a que es tan jodidamente bueno.
Perfecto, como ella dijo.
El coño de Kennedy se aprieta a mi alrededor construyendo su
propio placer. Hago círculos con mis caderas, más duro, más rápido,
frotando mi pelvis contra su clítoris. Y luego el pensamiento se vuelve
imposible. Con un agudo gemido, se contrae con tanta fuerza al
rodearme, que es casi doloroso. Empujo en profundidad con una
penetración final, me vengo con tanta fuerza que la sangre corriendo
por mis oídos ahoga el sonido de mis gemidos.
Lentamente, mi capacidad de escuchar regresa. Las manos de
Kennedy se deslizan por mi espalda, suaves y casi... agradecidas.
Levanto el rostro de su cuello y abro los ojos. Parpadea hacia mí.
Siento como si debiera decir algo, algo significativo y profundo.
Pero me folló hasta dejarme estúpido, me robó las palabras. Así que
beso sus labios, ahora suave, con veneración. Y siento su gozo mientras
me mantiene cerca en contra de ella y no me suelta.
Traducido por FaBiis
Corregido por Laurita PI

No dormimos.
Cuando empezamos a dormirnos, los besos delicados se hacen
más profundos, los toques gentiles se transforman en agarres golosos, y
a pesar del cansancio que nos inunda, follamos durante toda la noche.
Kennedy pasa mucho tiempo sobre su estómago en el preludio de
la segunda ronda, porque me he obsesionado con su trasero. El sentir
la forma firme bajo mis manos, la suave y flexible sensación mientras
trazo los globos con mi lengua, la hermosa forma en la se tambalean
mientras la tomo por detrás. Entierro mis dedos en él, dejando un
rastro de pequeñas marcas en la carne con forma de corazón. Rasguño
y muerdo con mis dientes, lo beso y lo venero con mis labios, si el
trasero de Kennedy estuviera hecho de bronce, me postraría ante él y le
rezaría.
Durante nuestro tercer viaje por las bases, me monta. Ella tomó
unas cuantas clases de equitación hace algún tiempo, y Dios, valieron
su peso en oro. Se vino y encontré la vista de esa posición
particularmente deliciosa. La forma en la que sus pechos rebotan
cuando se empala en mi pene, la forma en la que su elegante espalda se
arquea mientras sus caderas giran, y la sublime y maravillosa mirada
que atraviesa su cara cuando mi orgasmo desencadena el de ella, y se
viene por segunda vez con mi nombre en sus labios. Hermosa.
Kennedy no guarda condones, así que después de la tercera
ronda se nos acabaron. Pero eso no nos detiene de seguir por una
última vez. Aunque tomo un poco de persuasión al inicio, monta mi
cara y hago que se venga con mi lengua enterrada muy dentro de ella.
Luego se acuesta, totalmente cansada, y deslizo mi pene entre sus
pechos y los follo lentamente. Alcanza la energía justa para levantar su
cabeza y chupar la punta, y gime cuando me vengo fuerte sobre ella.
No puedo recordar mucho después de eso; pero estoy muy seguro
que colapsé encima de ella, y nos quedamos profundamente dormidos.

***
Me despierto de una siesta muy bien ganada por una húmeda
sensación, por una embravecida lengua lamiendo detrás de mi oreja.
Hace cosquillas, y tengo una sonrisa en mi cara antes de abrir mis ojos.
Me giro sobre mi espalda, esperando encontrar unos cálidos ojos cafés
mirándome con adoración y veo unos ojos negros media noche con
forma de almendra mirándome desde una cara blanca mullida con
bigotes.
Miau.
Siento otra lengua mojada en mi pierna, y volteo hacia abajo para
ver a un gato café con blanco prácticamente haciéndole el amor a mi
rodilla. Mi garganta se siente seca y un poco dolorida, probablemente
por todos los gemidos profundos. Me obligo a tragar y vuelvo a ver a la
bola de pelos color nieve enroscada detrás de mi cabeza.
—Tú debes de ser Edward. —Supuse por su pelaje pálido,
opuesto al felino más abajo; que tal vez es Jacob, porque su pelaje es
más parecido al color de un lobo.
Y sí, me siento jodidamente mortificado por saber eso.
Rasco la cabeza del gato y me siento, frotando mi barba,
buscando a Kennedy.
Y veo una nota en la mesita de noche, apoyada contra la lámpara.

Tuve que ir a la oficina. Te veo en la corte esta tarde.

¿Una nota? ¿Me está jodiendo? Después de anoche; los besos, los
roces, el exceso de esos malditos orgasmos, ¿obtengo una nota?
No lo creo. De. Ninguna. Manera.

***

Dando grandes zancadas atravieso mi puerta de entrada y tomo


una ducha en tiempo récord. Harrison me ofrece el desayuno de la
misma forma en la que los Vengadores observan a Bruce Banner antes
de que entre en fase Hulk. Empujo el omelette por mi garganta, agarro
mi portafolio, y marcho para salir por la puerta con mi camisa
abotonada a la mitad y mi corbata colgando del cuello.
Diez minutos más tarde entro de golpe en la oficina de Kennedy;
poniéndole el pestillo a la puerta y cerrando las persianas.
Sonríe alegremente detrás de su escritorio, manos cruzadas. —
Hola.
Mi ceño fruncido me pesa en mi cara. —¿Entiendes el concepto de
reglas de juego?
La sonrisa de Kennedy pasa de alegre a desconcertada. —¿Qué?
Camino hacia ella con lentitud, a propósito. —Eres una graduada
de Yale, así que debes de entender el concepto. La única conclusión a la
que puedo arribar es que rompiste esas reglas a propósito esta mañana.
—Me inclino sobre ella, y el pulso de su cuello se acelera—. Y romper
las reglas tiene consecuencias, pequeña rebelde.
Se mueve nerviosa, baja la mirada, pero hay excitación en sus
ojos.
Anticipación.
Lujuria.
—No huía, Brent. Me llegó un correo. Ha habido un avance en el
caso Moriotti y tuve que llegar temprano… para trabajar…
Sus palabras se desvanecen poco a poco mientras mira fijo la
dura línea de mi boca.
Asiento. Y lentamente deslizo mi corbata de alrededor de mi
cuello.
Luego en un rápido movimiento, la levanto de su silla y pongo su
trasero a la mitad de su escritorio.
—Brent…
Ella ya no dice nada más. No puede, porque deslizo mi corbata
entre sus dientes y la anudo detrás de su cabeza. No muy apretada
claro, con la firmeza suficiente para mantenerla en lugar.
Y amortiguar sus sonidos.
No puedo permitir que alguien nos escuche. La imagen
profesional y todo eso.
—Al parecer no me hice entender muy bien ayer. —Avanzo por
debajo de la falda de Kennedy y le arranco las bragas, metiéndolas en
mi bolsillo—. Arreglaré eso ahora mismo.
Abro sus piernas, la jalo hacia adelante, y me arrodillo.
Mi lengua la toca primero, trazando su ya mojada abertura. Mis
labios la siguen rápidamente, besando y chupando esa hermosa,
hermosa vagina. Kennedy se recarga hacia atrás, dando un suave y
largo gemido, una mano aferrada en el escritorio detrás de ella, la otra
enterrada en mi cabello negro.
Le hago el amor a su vagina con mi boca, de la forma en la que
me hubiera gustado hacerlo cuando nos despertamos esta mañana. Y la
follo con mi lengua, porque también me hubiese gustado hacerlo. Con el
tiempo esencial, le doy un intenso y caliente homenaje a su clítoris,
apretando y frotando, mordiendo solo un poco con mis dientes. Se
endurece contra mi lengua, disfrutando de la atención. Pasados cinco
minutos ella se retuerce contra mi cara, emitiendo un gemido agudo
alrededor de la mordaza y justo en el filo de un orgasmo enorme.
Es ahí cuando me detengo. Y con calma me siento en mis talones.
Me levanto, me desabrocho los pantalones, saco mi pene, frotando
mi erección en un puño apretado. Kennedy observa con los ojos muy
abiertos.
—¿Te quieres venir? —pregunto con mis cejas alzadas.
—Ajam.
Asiento, aún jalándomela. —Solo las mujeres que siguen las
reglas pueden venirse.
Y ahora se ve enojada. Muy enojada.
—Pero si dices que lo sientes, lo dejaré pasar esta vez.
—Nosnt —murmura, viéndose todo menos de acuerdo.
Inclino mi cabeza hacia ella. —No pude entenderte. ¿Lo intentas
de nuevo?
—Nosnt —gruñe.
Mi ceño se frunce, luego se relaja en una exagerada comprensión.
—Oh… No puedes decir lo siento, ¿cierto? Porque tienes una mordaza
en la boca. —Chasqueo mi lengua—. Es una lástima ser tú.
Trata de darme un golpe, con puño cerrado y rápido.
Atrapo su muñeca y la mantengo en su espalda baja; parándome
entre sus rodilla, mi pene se pega contra la sueva tela de su camisa
azul de seda. Se acerca a mí con su otra mano, pero también tomo esa,
atrapando ambas detrás de su espalda con una mano.
Sus ojos se deslizan por mi cara. —Fol me.
Le dedico una gran sonrisa. —Ahora, eso sí lo entiendo. Y no me
importa si lo hago.
Agarro mi pene desde la base, me acerco con la mitad de mi
cuerpo sobre Kennedy, y entro en hasta el fin. Se siente jodidamente
perfecta a mi alrededor. Arremeto contra ella sin piedad y sus ojos se
cierran. Descansa su frente contra mi mandíbula. Suelto sus manos
para sostener sus caderas, acercándola a mí.
Uno pensaría que ella se quitaría la mordaza, pero en su lugar
sus brazos me envuelven, manteniéndome así para el paseo de su vida.
Solo hacen falta unos minutos para llevarla hasta el borde, hasta que
siento la indicación en el pulso de sus músculos, escucho la aguda y
sonora respiración que toma que me indica que se encuentra cerca de
venirse.
Y mis caderas se detienen. Intenta hacer el trabajo por sí misma;
moviéndose contra mí, pero en su posición, no va a lograr terminarlo.
—Si me despierto y no estás a mi lado, te voy a atar a la maldita
cama. —El necesitado y desesperado tono de mi voz disminuye el efecto
de mi amenaza—. Y haré esto por horas. No te dejaré esperando, porque
no soy tan malo. Pero te haré rogar, y te haré gritar antes de dejar que
te vengas. Y eso es una maldita promesa.
Paso mi lengua por su oreja, atrapando su lóbulo, terminando
con un beso. Luego desato la mordaza de detrás de su cabeza. —Ahora
di por favor.
Muerde mi oreja. Fuerte.
Me alejo y me río. —Tranquila Mike Tyson.
Me salgo solo un poco y empujo mis caderas hacia adelante,
provocándola. —Solo di por favor, Kennedy. Dilo por ambos. Va a ser
tan jodidamente bueno.
Siento sus labios en mi mejilla. Contra mi cuello. —Por favor
Brent. Oh… por favor.
Y eso es todo lo que hacía falta.
Entro con intensidad en su interior, acercándonos al clímax y
entregándonos de inmediato. Nos venimos juntos, gruñendo y
agarrándonos, como dos salvajes sin sentidos.
Es jodidamente asombroso.
Respirando con dificultad, no me muevo por unos minutos, no
hasta que mi corazón vuelve a la normalidad. Entonces me yergo y
arreglo su ropa. Después de guardar mi pene, la señalo agitando el
dedo. —Espero que hayas aprendido tu lección. Voy a guardar tus
bragas por el resto del día como recordatorio.
No parece estar contenta conmigo. Y después de la experiencia
monumentalmente ardiente que acabamos de compartir, eso es
inaceptable.
Así que sostengo su cara con ambas manos y la beso con
gentileza. Con el pulgar acaricio su mejilla. —Anoche fue la mejor noche
de mi vida. Te lo hubiera dicho esta mañana, si te hubieras molestado
en despertarme antes de irte.
Su enojo se desvanece, transformándose en algo que se parece
mucho a felicidad contenida.
Beso su frente y me alejo un paso, lamiendo mis labios, aún con
su sabor en ellos. —Abogada, te veré en la corte.
Le guiño un ojo y salgo por la puerta, con una actitud mucho más
feliz que cuando entré.

***

Esa tarde en la corte, Kennedy parece distraída. Descolocada. Tal


vez es porque no está acostumbrada a tener sexo en su lugar de
trabajo. A lo mejor es porque tomé la custodia de sus bragas; y jugueteé
con ellas durante las sesiones, solo por mi perverso placer. Cual sea la
razón, ha tenido un mal día.
Y me cree el responsable.
Sé eso cuando llega a mi casa esa tarde, entrando sin anunciarse.
Harrison le prepara una bebida, la que se toma en dos tragos,
mirándome enojada todo el tiempo.
Regresa el vaso vacío a mi mayordomo, y con el tono practicado
de una mujer que fue criada en una casa llena de sirvientes, le dice—:
Gracias, Harrison. No vamos a necesitarte por el resto de la noche.
Luego dirige esos ojos flameantes hacia mí. —Brent, me gustaría
hablar contigo. En privado.
Hago una seña con la mano. —Guía el camino, dinamita. Adonde
vayas, yo te seguiré.
Me lleva a mi cuarto. Y al segundo que la puerta está cerrada, me
estrella contra la pared. Y me arranca la ropa.
Lo que me da la motivación que necesitaré para poder ganarle en
la corte todos los días. Porque si esta es la forma en la que lo sobrelleva.
No existe mayor incentivo que esto.

***

Unos días más tarde, en mi almuerzo con Jake, Stanton y Sofía,


les informo todo sobre Kennedy.
Los tres me miran fijo. Sin expresión en sus miradas.
Luego Jake menea un poco su cabeza, como si tratara de
acomodar sus pensamientos. —Déjame asegurar que escuché bien. ¿Te
estás follando a la fiscal de tu caso?
Me trago un bocado de sándwich de pavo. —Sí. Bueno a veces
follamos, a veces pasamos el rato.
Como ayer, en la casa de Kennedy, nos acurrucamos en su sillón
y vimos una película. Ella la escogió: Mad Max: Furia en el Camino. Y si
no tenía antes la certeza de que era una condenadamente asombrosa
mujer, después de esa elección tenía plena seguridad de que así era.
Nos abrazamos, nos acurrucamos y nos besamos, me dejó tocar sus
pechos, lo que fue ardiente. Pero eso fue todo.
—A veces hablamos...
Como anoche, después de una muy satisfactoria y profunda
sesión para sacar el enojo, cuando Kennedy me contó sobre los
descubrimientos en el caso Moriotti. Fueron de los grandes. El FBI
escuchó una charla sobre una amenaza a uno de los fiscales del caso.
Kennedy. Moriotti mandó avisos; un pago muy lucrativo, para cualquier
malnacido que la pudiera dejar fuera del juego. Esto es muy común es
los casos de la Mafia, tratar de intimidar a los fiscales para que no sigan
adelante. Los agentes no tienen ninguna evidencia en concreto del plan,
pero le han asignado un agente federal de seguridad de todos modos.
Solo por si las dudas.
—Y a veces hacemos el amor muy muy dulcemente.
Stanton carraspea. —¿Y no afecta la forma en la que llevas el
caso?
—No. Nos aventamos a la garganta del otro todo el día en la corte,
después lo tomamos muy duro toda la noche en la cama. Y nada de eso
deja de ser asombroso.
—¿Y la fiscal es tu amiga de la infancia, de la cual te enamoraste
cuando tenías diecisiete pero no viste por catorce años? —pregunta
Sofía mientras corre su mano por el brazo de su esposo de arriba hacia
abajo.
Se han estado llevando mejor estos días, desde el Gran
Compromiso. Stanton estuvo de acuerdo en no darle problemas a Sofía
sobre su acceso sin restricciones a la lista de todos nuestros clientes,
siempre y cuando Sherman, su rottweiler gigante, esté a su lado cuando
lo haga. Sin decir más, ningún cliente ha alzado su voz a más de un
suspiro desde eso.
—Así es. —Me meto una papa frita en la boca. He estado
quemando una enorme cantidad de calorías últimamente, debo
reponerme.
Jake se inclina hacia adelante, aun viéndose como si no
entendiese nada. —¿Y tú quieres tener una relación con ella? ¿Una
real?
Me encojo de hombros. —Todavía no estamos escogiendo los
nombres de los niños, pero es hacia donde se dirige, sí.
Ya tengo una lista hecha; y Waldo la encabeza.
—¿Y Kennedy se siente de la misma manera? —pregunta Sofía.
Tomo un sorbo de mi refresco. —Más o menos. Tiene algunos
problemas. Estoy trabajando en eso. Ella podrá superarlos.
Stanton descansa su codo en la mesa. —¿Estás seguro de que no
es la emoción de la batalla lo que hace que te sientas atraído hacia ella?
Frunzo el ceño. —Definitivamente no. ¿Por qué lo preguntas?
Sofía responde con cuidado—: Porque después de tus padres y tu
terapeuta, nosotros somos la relación más larga que has tenido.
Traducido por Janira & Jeyly Carstairs
Corregido por Vane Farrow

—Oh… sííí.
Las caderas de Kennedy se sacuden mientras me monta, los
movimientos suaves se vuelven duros y desesperados. Toco un seno,
pellizcando el pezón duro mientras succiono entusiastamente el otro.
—Oh… ¡Oh!
Su barbilla cae en la cima de mi cabeza mientras se viene, sus
músculos succionan mi polla sin misericordia y exploto en su interior
con un grito descontrolado.
Unos minutos después, yacemos enredados, su cabeza en mi
pecho, nuestras resbaladizas extremidades y sudorosos torsos se
adhieren el uno al otro de manera reconfortante. Mis dedos se deslizan
de arriba abajo sobre su brazo.
Y pienso.
Kennedy concluyó el caso contra Justin Longhorn hace unos días.
Yo puse al experto en computadores en el estrado al día siguiente, para
por lo menos sugerir algún tipo de duda razonable. Ahora, solo falta
Justin. Él testificará en su propia defensa… y luego terminará.
Y me pregunto si así es como se sienten Serena Williams o Peyton
Manning cuando tienen que competir contra sus hermanos. Es tan
jodidamente conflictivo. Quiero ganar este caso, por Justin, por mi
propio sentido de competencia. Sin embargo, no quiero que Kennedy
pierda.
Dejo salir una respiración y comienzo con—: Así que, escucha…
sé que crees que ganarás el caso….
La voz de Kennedy es terciopelo en mis oídos, de la misma forma
en que suena siempre después de darle tres orgasmos. —No
lo creo. Sé que ganaré.
Le aprieto el brazo. —Correcto. Pero, la cosa es, mañana tu caso
se derrumbará. Voy a poner a Justin en el estrado y no hay forma en
que el jurado lo envíe a prisión por veinte años después de que
escuchen su testimonio. No les diste la opción de reducir los cargos, así
que son veinte años o una absolución. Necesitas negociar conmigo,
Kennedy.
Se sienta y me mira como si no me reconociera.
—¡Bastardo despreciable!
Y ya saben cómo fue el resto de esa conversación. Intenta
golpearme y tiro su ropa por la ventana, etc., etc.

***

—Ahora escucha, pastelito.


Miro su hermoso y enfurecido rostro, fijando los ojos en los suyos.
—Me estoy enamorando de ti.
Se queda completamente quieta debajo de mí.
Sacudo la cabeza. —No, estoy enamorado de ti, cuando te miro,
cuando pienso en ti, no puedo decidir si quiero follarte, estrangularte, o
solo sostenerte en mis brazos. Usualmente las tres cosas. Y si eso no es
amor, no sé qué lo es.
Abre la boca para discutir, pero no le doy la oportunidad. —Eres
todo lo que he estado buscando, antes de que incluso supiera que lo
buscaba. Propuse el acuerdo porque es lo correcto para el caso, y
porque tengo miedo de que si gano lo sostendrás contra mí. Y ya tengo
por compensar.
Su pecho se agita, como si estuviera corriendo, y en su cabeza,
probablemente lo hace.
—Déjame levantarme, Brent. Déjame levantarme ahora mismo.
Le suelto las muñecas y me levanto, sentándome a su lado, mi
pierna cuelga fuera de la cama. Kennedy se sienta, pero no se mueve
del lugar a mi lado. Prácticamente puedo ver las ruedas girando en su
cabeza.
Le meto el cabello detrás de la oreja. —No tienes que decirme
nada.
Sería jodidamente agradable si lo hace, pero no tiene que hacerlo
aún.
Cuando habla, se concentra en sus manos dobladas en su regazo.
—Todo esto está pasando demasiado rápido.
—Lo sé. Es rápido, pero es real, Kennedy. —Le tomo la mano—
. Somos una realidad.
Mira nuestras manos, pero no sostiene la mía. Yace como un peso
en mi palma.
—Me importas, Brent, ya debes saber eso. No… no sé si puedo
amarte. No me encuentro segura de ser capaz de hacerlo. Soñé con
estar contigo por tanto tiempo… y luego, después de la escuela, dejé
que ese sueño muriera. Lo cremé, lo enterré. Lo hundí en el fondo…
—Sí, gracias, me hago una idea.
Sus ojos se endurecen. —Creo… que me gusta que el sentimiento
esté enterrado, Brent. Hace todo más fácil. Mi relación con David y la
relación que tuve antes fueron fáciles. Podía disfrutarlas y luego seguir
adelante cuando llegaban a más, porque no me afectaban. No alteraron
mi vida o quien soy.
Pienso en Waldo y estanques congelados.
—Te gusta patinar en la superficie.
Frunce la frente, sin entender. Así que lo aclaro.
—Si nunca te sumerges en la parte más profunda, nunca tienes
que preocuparte por ahogarte.
Asiente lentamente. —Sí, así es.
Retira la mano y se levanta. Se frota los ojos y suspira. —Iré a
casa a pensar, ¿de acuerdo?
¿Estoy decepcionado? Como la mierda.
¿Vencido? Ni en sueños.
Sé de dónde viene, más de lo que ella probablemente entenderá
alguna vez. Me gustaría haberlo dicho antes, soy paciente, soy firme.
No creo ni por un segundo que sea incapaz de amarme. Hay
demasiada pasión entre nosotros, demasiados sentimientos. Creo que
incluso ya podría amarme.
Me enfrenta, su postura toma un aire más profesional, incluso
aunque sigue maravillosamente desnuda.
—Y no habrá un acuerdo. Me apegaré al plan que tengo. Si lo
cambio ahora, siempre me preguntaré si fue porque fue la mejor opción
para el caso o porque dejé que mis sentimientos por ti me influenciaran.
Asiento, reasignado pero no realmente sorprendido.
—De acuerdo.
Levanta mi camiseta de la cama, comienza a deslizársela por los
brazos, pero levanto un dedo, deteniéndola. Luego abro la puerta del
dormitorio y allí, afuera, en una fila cuidadosamente doblada, se
encuentra la ropa de Kennedy. Como sabía que estaría.
Se ríe un poco cuando las recojo y se las entrego. Luego grita por
el pasillo—: Gracias, Harrison.
Realmente debería pagarle más.
Ambos nos quedamos en silencio mientras se pone la ropa, menos
el brasier. Simplemente no me puedo sentir mal por eso.
Luego se aproxima a mí, poniéndose de puntillas, y besándome
suavemente. —Te veré mañana.
Lo hará. Es nuestro enfrentamiento final. Nuestra Batalla Real. Y
cuando termine, solo uno estará de pie.

***

—Llamo a Justin Longhorn al estrado, Su Señoría.


Justin se ajusta la corbata azul marino, se pasa las manos
nerviosamente por los pantalones y luego sube al estrado. Después de
jurar, me mira y le doy un asentimiento alentador.
—¿Cómo te encuentras, Justin?
Traga duro. —No muy bien.
Hago un gesto alrededor de la sala. —Es una locura, ¿no? ¿Cuán
rápido el sistema legal puede moverse… envolverte por completo en esa
fría y dura máquina?
Kennedy se levanta. —¿Tiene el señor Mason una pregunta
relevante para el testigo, Su Señoría?
La miro, observando sus dulces piernas detrás de su falda azul
oscuro. —Tengo varias.
—Lleguemos a ellas, entonces —alienta el juez.
—Sí, Señoría. —Vuelvo a mirar a Justin—. ¿Cuántos años tienes,
Justin?
Su voz es pequeña y chillona por la juventud. —Diecisiete.
—¿Tienes algún interés? ¿Pasatiempos?
—Casi solo las computadoras.
Lo llevo a través de su niñez. Cómo comenzó su interés por los
juegos de Xbox y Game Boy, luego escaló hasta los juegos en línea y la
codificación. Cómo se volvió amigo de los publicadores anónimos en el
tablero de mensajes, quienes lo llevaron a salas de conversaciones
secretas donde los piratas informáticos se juntan. Y donde desarrolló
sus habilidades de pirateo. Cómo presumían de sus logros, siempre
tratando de impresionarse y superarse los unos a los otros.
—Dime sobre First Security Bank —digo.
—La barrera de control de acceso de First Security era como una
leyenda. La medalla dorada. Todos querían romperla, pero todo el que lo
intentaba fracasaba. Empezaba a parecer realmente impenetrable.
—¿Así que lo intentaste? Intentaste meterte a su sistema bancario
en línea.
Sus ojos saltan al jurado, pero luego admite—: Bueno…. Sí. Fue
un reto. Como el jefe en el último nivel jefe de un juego.
Explica cómo pasó tres días sin dormir, alimentado por bebidas
energéticas y pastelitos de crema.
—¿Y luego? —pregunto.
No puede contener la sonrisa en su joven rostro. —Entré. Al
principio no podía creerlo, pero se hallaba frente a mí. Las cuentas se
encontraban allí.
—¿Entonces qué hiciste? ¿Fuiste volando al tablero de mensajes
para contarles la buena noticia a los chicos?
Las cejas de Justin se fruncen. —No. No le dije a nadie. Por un
tiempo solo vagué por ahí, viendo cosas. Seguía esperando que me
botaran cuando se dieran cuenta que estaba allí. —Su voz se vuelve
baja—. Pero nadie… nadie me vio.
—¿Qué pasó luego?
—Abrí mi propia cuenta. Una cuenta falsa.
Me recuesto contra la mesa de la defensa. —¿Por qué?
—Para ver si alguien lo notaba.
—¿Y lo hicieron, Justin? ¿Alguien te notó?
Apenas sacude la cabeza. —No.
Suavemente, pregunto—: ¿Después qué hiciste?
Y aquí está la apuesta. El riesgo. El de Justin y el mío, porque
esencialmente confiesa su culpabilidad.
—Fue un error. No lo quería ha…
—¿Qué no querías hacer, Justin?
Toma una respiración profunda. —Tomé un centavo de otra
cuenta.
La comisura de mi boca se mueve. —¿Un centavo?
Asiente. —Sí. Y luego esperé veinticuatro horas. Para ver…
—¿Si alguien te notaba?
—Sí.
—¿Lo hicieron?
Responde tan bajo que el relator de la corte tiene que repetir su
respuesta.
—No.
—¿Qué pasó luego, Justin?
Mira al micrófono delante de él. —Tomé cien centavos. Cada uno
de cien cuentas diferentes.
Echo un vistazo al jurado. Ocho mujeres, todas madres; seis
hombres, cuatro padres; dos tíos. Doce decidirán el destino de Justin,
dos son suplentes. Y cada uno tiene toda su atención en Justin. Viendo
cada movimiento, escuchando cada palabra. Notando cada matiz, justo
como esperaba que hicieran. Ninguno luce molesto, sus expresiones van
desde curiosidad a interés… a simpatía.
Perfecto.
Escojo las palabras deliberadamente. —¿Y nadie te vio entonces,
Justin?
—No.
—¿Y qué hiciste?
Hace una pausa, me mira para que lo guie. Y asiento.
—Es confuso… No recuerdo exactamente el orden, pero… fui al
banco. Y tomé más dinero de las cuentas.
—¿Tenías planes de gastar el dinero? ¿Una semana en Aspen?
¿Una fiesta en un hotel lujoso?
Se estremece. —No. No haría nada con el dinero.
—¿Entonces por qué lo tomaste?
Sacude la cabeza, viéndose realmente asombrado. Perdido, como
el niño que aún es.
—Yo… no sé. Simplemente fue… un accidente. No quería que
nada de esto pase.
Dejo que las palabras cuelguen por varios minutos. Una pausa
significativa. Luego camino de regreso a detrás de la mesa de la defensa.
—No más preguntas por el momento, Su Señoría. —Miro a Kennedy—.
Es todo suyo, señorita Randolph.
Ni me mira; su mirada afilada está totalmente centrada en Justin.
Como un depredador con una gacela herida a solo unos pasos.
—Señorita Randolph —dirige el juez—. Proceda.
Y Kennedy no puede abalanzarse lo suficientemente rápido. Su
voz es casi irreconocible. Afilada y cortante, cortando el aire.
—¿Fue un accidente? ¿Escuché correctamente? ¿Robó dos punto
tres millones de cuentas de jubilación de una docena de víctimas
inocentes y trabajadoras; por accidente?
Kennedy también elige cuidadosamente las palabras. Ambos
tratamos de pintarle al jurado la imagen que queremos ver.
Justin parpadea. —Sí.
Pasea delante de él, luciendo agresiva, peligrosa. Si este no fuera
un momento tan crucial, sin duda tendría una erección.
—¿Cuánto tiempo le tomó este “accidente”? —pregunta.
—No… no recuerdo.
—¿Más de cinco minutos?
—Sí.
—¿Más de diez?
—Eh… sí.
—¿Una hora?
Justin se mueve nerviosamente. —Una hora suena correcto.
Probablemente tomó ese tiempo.
Ella asiente. —Un accidente, señor Longhorn, es un evento
desafortunado, imprevisto. Como cuando uno se tropieza y se cae en la
acera. ¿Conoce la diferencia entre sus acciones y caerse en la acera?
Los ojos llenos de pánico de Justin se mueven hacia mí. —¿Cuál?
—No toma una hora caer. Esa cantidad de tiempo requiere una
acción pensada, deliberada, intencionada.
Se cruza de brazos y cambia de táctica, como un boxeador
cambiando un gancho de izquierda a un gancho en el mentón. —Dos
punto tres millones de dólares es un montón de dinero, señor
Longhorn.
Él asiente vacilantemente. —Supongo.
—¿Qué podría hacer uno con dos punto tres millones de dólares?
—No… no sé. Cualquier cosa, supongo.
El dedo de Kennedy se clava en Justin. —Eso es correcto. Casi
cualquier cosa. Esa cantidad de dinero compra libertad. Poder. Y usted
quería ese poder, ¿no?
—No. Ese no es el por qué…
—Pensó que era mejor que sus víctimas, ¿verdad? No tuvo que
trabajar por ese dinero. O guardarlo. Podía solo entrar y tomarlo, en
cualquier momento que quisiera, ¿no es cierto?
—Yo…
Lo está acosando. Podría objetar, pero no lo hago. Solo me relajo y
dejo que haga exactamente lo que sabía que haría.
—¿Cómo se sintió cuando traspaso el primer servidor de
seguridad, señor Longhorn?
La frente de Justin se arruga. —No lo sé.
—Seguro lo sabe. ¿Lo hizo sentir bien?
—Supongo.
—Supongo no es una respuesta. ¿Sí o no?
—Sí. Se sintió bien.
—¿Y cómo se sintió tener todo ese dinero? ¿Saber que su plan
tuvo éxito?
—No fue… yo no…
—¿Pensó en las personas que estaba robando?
—No realmente.
—Por supuesto que sí. Nadie compra su falso tartamudeo, señor
Longhorn. Porque sabemos la verdad. Atravesar el primer sistema de
seguridad lo hizo sentir más inteligente que los otros hackers, ¿verdad?
—Sí, de alguna manera…
—Y tomar ese dinero lo hizo sentir poderoso. No eran solo las
cuentas, eran las personas. Personas que sabía estarían aterradas al
ver los ahorros de su vida perderse.
—No, nunca quise…
—Quería mostrarles que era el mejor. El más inteligente. Quería
asustarlos. Para hacerles daño. Personas inocentes e indefensas como
la señora Potter. —Apunta a la pequeña anciana, que está frunciendo el
ceño en la primera fila—. Y tuvo éxito. Porque cuando todo está dicho y
hecho, usted es un matón con un ordenador. Un terrorista cibernético.
Las mejillas de Justin se vuelven color rosa brillante, sus ojos
brillantes con lágrimas amenazando con salir.
—¡Lo siento!
—Sí, señor Longhorn, sin duda lo hace. Ellos nunca…
—¡Solo quería que alguien me viera! —grita Justin. La boca de
Kennedy se cierra de golpe—. ¡Solo quería que alguien supiera que me
encontraba allí!
Y se echa a llorar.
Solloza contra una de sus manos, sus palabras amortiguadas
pero desgarradoramente claras.
—¡Nadie me ve! No tengo ningún amigo. Camino por los pasillos
de la escuela, y soy como un fantasma. Como si ni siquiera existiera.
Hace un gesto a los asientos vacíos detrás de mí, donde sus
padres deberían estar. —¡Ni siquiera mis propios padres están aquí!
Ellos no se preocupan. A nadie le importa. —Otro sollozo se abre paso y
toda la sala mira con ojos atónitos.
Incluyendo Kennedy.
—Yo… eso es… —tartamudea, intentando recuperar la
compostura, pero las palabras de Justin sobrepasan las suyas.
—Podría ir a la cárcel por veinte años, o morir mañana, y no
habría ninguna diferencia para nadie. —Mira a la señora Potter —. Lo
siento mucho. No fue mi intención asustarla. Solo quería que
alguien, cualquiera, supiera que estoy aquí.
La sala está en silencio excepto por el sonido de Justin llorando.
Kennedy lo mira fijo mil emociones agitándose detrás de sus ojos.
Y probablemente miles de recuerdos.
Levanto mi mano. —¿Un receso, Juez?
—Concedido. —Golpea el martillo y el jurado es escoltado fuera de
la sala.
Camino más allá de Kennedy, que permanece de pie inmóvil, y
encuentro a Justin saliendo del estrado. Se limpia los ojos y palmeo su
espalda.
—Todo está bien, amigo.
A medida que nos dirigimos de nuevo hacia la mesa de la defensa,
la señora Potter mira a Kennedy. —¡Usted debería sentirse avergonzada
de sí misma! ¡Atacar a este dulce y pobre niño de esa manera!
—Yo… no lo hice…
La señora Potter avanza para abrazar a Justin, dándole
palmaditas en la espalda con suavidad. —Bueno, bueno. Vamos, tengo
algunas galletas en mi bolso. ¡Harold, dale a este niño una galleta!
Dado que Justin parece encontrarse en buenas manos, tomo el
brazo sin resistencia de Kennedy y la saco por la puerta.
—¿Reunión?
La llevo por el pasillo a una de las pequeñas salas de conferencias
vacías. Allí suavemente la guío a una silla plegable junto a la mesa.
—Oh, Dios mío —dice, todavía aturdida.
—Respira, Kennedy.
—Yo… mierda…
—Kennedy —lo digo más fuerte, obteniendo su atención—.
Respira.
Sus ojos van a mi rostro. —Él colapsó completamente allí.
—Sí.
—Es… no es un criminal… es un niño solitario.
—Lo sé.
Se frota la frente. —Oh Dios mío… y lo destrocé.
Asiento. —Sí. Seguro lo hiciste.
—Porque se sentía bien, Brent. —Golpea su pecho—. Me hizo
sentir bien. Fuerte.
—Sí… me di cuenta.
Su aliento sale rápido y conmocionado. —No quería sentirme
débil de nuevo. Así que me salí de mi camino para atacarlo. Porque me
hizo sentir poderosa hacerlo sentir mal.
—Lo sé —le digo en voz baja.
Y su voz se eleva, con horrible realización. —Brent… ¡soy la
matona!
Las lágrimas son inminentes, y coloco mi mano sobre su hombro.
—Kennedy, está bien.
Su frente cae sobre la mesa, golpeándola.
—¡Oye! —Coloco la mano sobre la mesa para que no pueda
hacerlo de nuevo—. Cálmate. Sucede que me gusta lo que hay en esa
cabeza tuya, así que no vamos a dañarla, ¿de acuerdo?
Ojos húmedos y culpables me miran.
Me siento frente a ella. —Está bien, mira, Justin es un buen
chico. Un niño solitario, sí, pero no lo destruiste. Se recuperará,
créeme. —Vacilo, intentando medir que tan descontrolada está—. Soy
consciente de que las epifanías son malditamente agotadoras… he
estado allí. Pero ya que bajamos las armas, temporalmente, ¿cómo te
siente sobre discutir un acuerdo con la fiscalía ahora?
Toma un momento para que la espalda de Kennedy se enderece y
su barbilla se levante. Y la fiscal federal K.S. Randolph me devuelva la
mirada.
—¿Qué ofreces?
—Una declaración de culpabilidad que se mantendrá en su
expediente juvenil y no lo seguirá a su edad adulta. Y una sentencia de
dos años de libertad condicional, para ser cumplida bajo la división de
tecnología informática del FBI o Seguridad Nacional. Con un agente que
reconozca el talento de Justin y que quiera que se use para el bien.
Se inclina hacia atrás. —Eso es un… arreglo único.
Me encojo de hombros. —Un amigo mío tuvo un arreglo similar
cuando era un joven delincuente. Funciono muy bien para él. Así,
Justin no crecerá siendo un genio cibernético del mal que hackeara
códigos nucleares porque mami no lo quería. Tendrá a alguien que
mantendrá un ojo sobre él. Será importante, Kennedy… y creo que eso
es de lo que se trataba todo esto en primer lugar.
Golpea ligeramente la uña sobre la mesa, pensando. —Cuatro
años. Quiero que sea supervisado hasta que cumpla veintiún años. Y no
más “accidentes” bancarios. Si hace algo como esto otra vez, ira a la
cárcel.
Sonrío. —Esa vena vengativa tuya es sin duda atractiva.
Me sonríe, luego extiende su mano.
Y la agito. —Tiene su acuerdo, abogado.
Kennedy se mueve para levantarse, pero sostengo su mano…
porque no he terminado todavía.
—Algo será entregado en tu casa hoy. Estará allí cuando llegues a
casa. Quiero que lo uses esta noche, cuando vengas a mi casa a las
siete en punto. —Aprieto su mano—. Por favor di que sí.
Hace algo mejor. Se inclina sobre la mesa y me besa.
Entonces dice que sí.

***

Después de que todas las formalidades son atendidas, camino con


Justin fuera de la corte a un día cálido y soleado. Tiene el número de la
señora Potter en su bolsillo y una cita en el parque con Harold este fin
de semana. Dado que necesita un viaje a casa, nos dirigimos por las
escaleras hacia la esquina donde Harrison nos recogerá.
A medio camino, Kennedy sale de la corte para regresar a su
oficina por la tarde. Dos agentes federales vestidos de civil se posicionan
unos metros detrás de ella cuando es abordada por un periodista en un
traje color amarillo con un bloc de notas en la mano.
—Señorita Randolph, ¿cuál es su opinión sobre el próximo juicio
de Gino Moriotti?
El tono de Kennedy es confiado. Arrogante.
Es bastante caliente.
—Nuestro caso es tan sólido como lo fue la primera vez. No veo
ninguna razón por la cual el resultado no será el mismo. Culpable de
todos los cargos.
—¿Y cómo se siente sobre la recompensa que se rumorea que el
señor Moriotti ha puesto por su vida? ¿Está preocupada por su
seguridad mientras el caso avanza?
—Gino Moriotti ha hecho una trayectoria de intimidar a la gente,
de hacer su camino a través de la violencia y el miedo. En este caso,
debería prepararse para una decepción.
Y mientras veo a la diminuta rubia ruda prácticamente
pavonearse al alejarse, pienso con orgullo, esa es mi novia.
Traducido por Sahara & NicoleM
Corregido por Laurita PI

En esta ocasión, Kennedy aparece: a las siete en punto golpean la


puerta. Espero en el patio trasero, mientras que Harrison va a abrir.
Toda la tarde, mi nivel de energía se mantuvo a un tope aún mayor de
lo habitual. Traté de trabajar un poco, pero me preguntaba cuándo
Kennedy llegaría a casa.
Y cuál fue su expresión cuando abrió el paquete que le habían
entregado; una gran caja blanca con un lazo rojo. Suficientemente
grande para el vestido, los zapatos y el bolso que se encontraban en su
interior.
Mi madre tiene un comprador personal con el que ha trabajado
durante años. Con la cantidad de tiempo que mis manos han pasado
sobre el cuerpo de Kennedy, conozco bastante bien sus medidas. Lo
suficiente para describir el vestido perfecto que encajaría en ella como
un guante hecho a medida.
Y soy tan bueno como pensaba que sería.
Porque cuando Kennedy entra al patio trasero, ella me deja de
golpe sin respiración. El cuello y los brazos delicados sin defectos se
encuentran descubiertos en el vestido blanco y sin tirantes, que
prácticamente brilla a la luz de la luna. La tela suave y brillante abraza
a sus pechos uniéndolos, creando una línea; la más sabrosa hendidura
en la que quiero poner mi lengua. El vestido se ciñe a su pequeña
cintura, su falda es acampanada, de la gasa más trasparente que
revolotea ligeramente con la brisa suave, justo encima de sus rodillas.
El vestido es precioso. Sexy, pero elegante. Algo que una mujer
podría lucir en una noche especial... o una chica se pondría en su baile
de graduación.
Su cabello, suelto y rizado alrededor de sus delicados hombros,
sus labios radiantes con un toque de brillo. Y su sonrisa irradia
esperanza, admiración y asombro. Mi corazón late en mi pecho porque
he sido capaz de generar esos sentimientos.
Kennedy observa el patio, las luces brillantes intercaladas entre
los árboles y arbustos, las velas que iluminan con suave intensidad la
mesa puesta para dos. "Kiss Me", de Sixpence None Richer suena en los
altavoces; ha sido un gran éxito en los años noventa. Cuando esos
impresionantes ojos se posan sobre mí, sé que lo conseguí. Ella
entiende qué trato de hacer.
Me encojo de hombros. —No llegaste a ir al baile de graduación...
Me imaginé que es tiempo de rectificar ese hecho.
—Brent... —suspira—. Esto es… guau.
Muerdo mi labio inferior con un movimiento de cabeza. —Oh, hay
más. —Abro la caja pequeña de la mesa y doy un paso hacia ella.
—¿Me conseguiste un ramillete? —Hay risa en su voz.
—Sí. —Me comienzo a fijar en los pequeños capullos de rosa
rojos—. Cuando tenía diecisiete años, tal vez te hubiera conseguido una
pulsera, porque hubiese estado demasiado intimidado para poner esto
aquí. —Mis dedos rozan su suave piel debajo de la parte superior del
vestido—. Pero ahora soy todo un hombre, por lo que este ramillete no
es rival para mí. —Una vez, mi mano roza su brazo, haciéndola
temblar—. Y llego a tocar tu teta, así que… recompensa.
El sonido de su risa resuena a través del patio y calienta mi
sangre. Entonces inclina la cabeza cuando la canción cambia.
“Photograph” de Ed Sheeran y la sonrisa de Kennedy resplandece aún
más.
—Me encanta esta canción.
Levanto un hombro. —No lo hizo al principio. Las estaciones de
radio exageran, haciéndolo molesto. —Y me mira a los ojos—. Pero
últimamente, me gusta mucho más. Me recuerda a ti. A nosotros.
Asiente con lentitud y toma mi mano. —¿Bailas conmigo, Brent?
—Pensé que nunca lo preguntarías.
La envuelvo entre mis brazos, amoldando su calor contra mí. Sigo
sus pequeños pasos, pero sobre todo solo nos balanceamos. La mejilla
de Kennedy se apoya en la solapa de mi esmoquin y beso la coronilla de
su cabeza.
—Te ves hermosa —le digo, aunque la tienda de campaña en mis
pantalones, presionando contra ella, probablemente ya se lo hizo notar.
—Gracias. —Levanta la cabeza y me mira—. Gracias por hacer
esto. Es como... un sueño hecho realidad.
Antes de inclinarme para besarla, deslizo el pulgar por su mejilla.
—Sí, realmente lo es.

***

Una semana más tarde, Kennedy me llama a media mañana a la


oficina. —Hola, vas a venir esta noche, ¿verdad?
Nunca ha visto la original de Escape de Nueva York; un clásico
cultural y mi película favorita. Pero accedió a tener esta noche su
iniciación en el mundo de Snake Plissken.
Me recuesto en la silla. —Perros salvajes no podrían mantenerme
lejos.
—Bien, bien. Necesito tu palo de lacrosse. Lo necesito
fervientemente.
Me toma un segundo antes de saber cómo responder.
—¿Es, como, una palabra clave para mi pene?
Su risa me hace cosquillas en la oreja a través del teléfono. —No,
es un código para: “Hay un murciélago en mi ático y necesito tu palo de
lacrosse para atraparlo”.
Me incorporo para poder procesar completamente su declaración
tan ridícula. —¿Hay un murciélago en tu ático?
—Sí.
—¿Y piensas que lo vas a atrapar con un palo de lacrosse?
—Eso es lo que dije.
—De acuerdo. Kennedy, déjame exponerlo para ti. Eres hermosa,
brillante y jodidamente talentosa en la cama. Pero apestas en lacrosse.
Te he visto jugar. No podrías agarrar una bola de básquetbol con un
palo de lacrosse ni aunque estuviera anclada al piso.
Prácticamente la escucho rodar sus ojos.
—Bueno, voy a tener que hacerlo. Llamé a dos exterminadores y
los dos quieren matarlo. Los murciélagos son criaturas inofensivas, y
comen su peso en insectos cada noche. No lo quiero muerto,
simplemente no quiero que viva en mi ático.
—Entonces es una suerte para ti que tenga dos palos de lacrosse.
Vamos a atraparlo juntos.
Escucho su risa. —Estaba esperando que dijeras eso.

***

Con mis palos en la mano, aparezco en la casa de Kennedy antes


del anochecer así estaremos en posición cuando la rata voladora se
muestre. Asiento con la cabeza al alguacil estacionado en su coche
camuflado en la acera y atravieso su puerta sin llamar.
Para este momento ya hemos superado esa etapa.
La encuentro en el sofá, tumbada sobre su estómago; dándome
una vista ostentosa de sus nalgas firmes que se asoman por debajo de
los pequeños pantalones cortos para correr, acariciando y hablando con
su gato Jasper. Empiezo a sospechar que es el engendro del demonio de
Mephisto, el malvado gobernador de los demonios en el universo
Marvel.
—¿Quién es un gatito dulce? —ronronea—. Un minino bonito.
—Más bonita es su propietaria. —Sonrío.
Kennedy rueda de lado para mirarme. —Ja, ja.
—No bromeo. —Levanto los palos—. ¿Estás lista para hacer esto?
Salta del sofá. —Sí. —Luego toma un casco de fútbol de Yale de la
mesa y lo desliza en su cabeza—. Listo.
Se ve tan malditamente linda que mi polla asciende para una
mejor visión.
—Lindo casco. ¿Tuviste una cita con un jugador de fútbol y
olvidaste decírmelo?
Sonríe. —No. Este es un disfraz de Halloween de mi primer año en
la universidad.
—Mmm… —Y comienzo a pensar en trajes. En concreto, Kennedy,
en todos los tipos de trajes y fuera de ellos—. ¿Tienes un traje de
porrista?
Niega con la cabeza. —Pero fui Supergirl el año siguiente.
Y mi mente explota.
Me muerdo el puño con la imagen de su cuerpo perfectamente
envuelto en un elastizado y pequeñito traje azul y —esperemos sin
fondo de entrepierna— rojo, con una capa roja de satén dando vueltas
detrás de ella.
No se puede olvidar la capa.
—¿Por qué demonios recién escucho sobre esto ahora? —me
quejo—. ¿Aún lo tienes?
Su sonrisa es lenta y sensual. —Lo tengo. Lo guardo en el ático.
Después de cazar al murciélago; voy a jodidamente besarlo.
Una hora más tarde, después de que Kennedy balanceara algunos
tiros errados cerca de mi cabeza, que si me hubieran dado me habrían
dejado inconsciente, tenemos al pequeño feo ocupante en una caja de
cartón cerrada. Lo llevamos a la Cuenca Tidal después del anochecer y
lo ponemos en libertad en el medio de la naturaleza.
Entonces volvemos a lo de Kennedy y follo a Supergirl inclinada
sobre el brazo del sofá de la sala. Dos veces.

***

La semana siguiente, Kennedy está enterrada en los preparativos


para el nuevo juicio de los mafiosos Moriotti. Robamos horas juntos,
ella se desliza en mi cama después de la medianoche, y llevo la cena, y
a mi pene, a su oficina. Así que el sábado, se compromete a dejar de
lado el trabajo y conducir hasta la casa de mis padres en el río Potomac
para pasar la noche. Mis padres están pasando el fin de semana en la
casa del lago en Saratoga, así que tendremos toda la finca para
nosotros.
Particularmente tengo ganas de tenerla de vuelta en mi casa de la
infancia para personificar todas las fantasías ilícitas que tenía en cada
una de sus habitaciones. Y hay un montón de habitaciones en la casa.
Nos dirigimos en mi descapotable con el techo descubierto, el sol
brilla, mi mano apoyada sobre su muslo, y Tom Petty todo volumen en
la radio.
Henderson, el mayordomo de mis padres, nos saluda con la
calidez de un querido tío. Recibe nuestras bolsas, y tomamos el barco
hacia el río. Después de navegar por un tiempo anclamos el barco, a
continuación, nadamos y pescamos toda la tarde. El agua está fría
como la teta de una bruja, pero el sol es cálido cuando desembarcamos
en la costa. Extendemos una manta en la playa y luego, porque es
totalmente aislado, nos calentamos... De otras maneras.
Su piel huele al coco de playa; aceite bronceador. La piel
desnuda alrededor de su vagina es suave y tiene un sabor ligeramente a
sal en mi lengua. Entonces la extiendo con los dedos y me inmerso en el
interior, con sus rodillas clavadas en la arena a cada lado de mi cabeza.
Kennedy se encuentra en mi torso, su cabeza rubia en mi entrepierna,
su boca se desliza de arriba hacia abajo sobre mi pene con una perfecta
succión. Presiono su culo, acercándola, dando a mi boca el más
completo de los contactos con su coño. Mi sangre silva a través de mis
tímpanos como un torrente de agua y me siento un poco borracho. Voy
a su centro con succión y besos, frotando mi cara y la lengua contra su
clítoris. Canturrea alrededor de mí y mis caderas se elevan.
Ella está cerca. Lo sé por la forma en que sus caderas ruedan
salvajemente; dejando de lado todas las inhibiciones, perdiendo la
razón. Buscando, necesitando preocuparse por esa sensación
construyéndose que está a punto de estallar. Aprieto su culo y trazo la
línea entre él con un dedo, burlándome.
Algún día, me dejara tomarla allí. Y va a ser jodidamente
magnífico. Pero si va a ser bueno, el anal requiere un poco más de
premeditación de lo que tenía para este viaje de un día. Así que en su
lugar, deslizo un dedo en su culo mientras que al mismo tiempo froto
círculos cerrados y planos sobre su clítoris con mi lengua.
Y estalla con una jodida explosión, con un largo gemido sin fin
que resuena profundamente en mi interior.
Luego se afloja y se inclina sobre mí. Y tan fantástico como su
boca se siente, no he llegado todavía. Tengo otros planes.
Nos ruedo a un lado y de vuelta alrededor por lo que mi pecho se
aprieta contra su húmeda espalda. Tirando de sus caderas contra mi
pelvis, levanto su pierna y me deslizo sin esfuerzo en su interior. La
cabeza de Kennedy descansa sobre la manta mientras que me empujo
dentro de ella, dando a mi boca accedo sin restricciones a su cuello y a
su hombro. Chupo, beso y lamo la suave piel. La araño con mi barbilla
y presiono mis dientes contra ella, deteniéndome justo antes de
morderla. Y suenan gruñidos que se arrastran hasta mi garganta. Con
mi pene profundamente dentro de ella, mi mano libre presiona y frota
su clítoris sensible, deslizándose por su estómago, apretando sus
pechos terciopelo.
Escalo al clímax, el punto máximo y sus réplicas me atraviesan.
El placer se acentúa —tan intenso— que pierdo el control de mis
movimientos. Y mi boca.
—Tan bueno. Me gusta esto... Cristo, jodidamente te amo...
Cuando recupero el mando de mis facultades, mi frente se apoya
en el omóplato de Kennedy y su peso se apoya fácilmente en mi contra.
Pero a medida que disminuye el ritmo cardíaco, se pone rígida. Tiesa.
Y se aleja.
Mierda.
Me alzo en un codo y la volteo así que está de espaldas, sin
ningún lugar donde mirar pero me mira. —Oye.
Sonríe, pero es forzado. —Oye.
Mi voz suena más profunda. Áspera. —¿Estás bien?
—Sí.
Pero no le creo.
No dice nada durante varios momentos. Luego sus cejas se juntan
una pulgada más la una con la otra. —¿Es por cómo me veo ahora?
—¿Qué? —Sinceramente, no tengo idea a qué demonios se refiere.
—¿Es por eso que me quieres? ¿Es por eso que estoy aquí?
Un ceño fruncido tira de mi cara. —No. Por supuesto que no. —
Mis ojos se pierden en su rostro, recordándola a los nueve y a los trece
años, y todos los años que la conozco hasta ahora—. Eras mi mejor
amiga, siempre pensé que eras divertida. Increíble. Y luego, cuando
crecimos, pensaba que eras jodidamente linda. Incluso detrás de tus
gafas y debajo de tus suéteres voluminosos, pensé que eras bonita. Una
vez que las erecciones se convirtieron en algo habitual, la idea de los
aparatos de ortodoncia me asustó un poco, pero nunca me
desagradaron.
Se ve... pensativa. Ni feliz por mi revelación ni aliviada, como
pensé que estaría. Se sienta y cambio de posición, apoyando los codos
en las rodillas, mientras mi pene se encuentra agotado contra mi
muslo.
Los ojos de Kennedy me miran por encima del agua.
—¿Recuerdas la última semana del verano justo antes de
penúltimo año, cuando tenías unos pocos de los chicos de lacrosse aquí
por el fin de semana? Eran del grupo de amigos de Cashmere.
Me toma un minuto para recordar vagamente. —¿Sí?
—No sabía que se hallaban aquí, así que vine para ver si querías
hacer algo. Estaban en la piscina. Me encontraba de pie en el patio
trasero, pero ninguno me vio. Hablaban de chicas... de mí.
Mi estómago se anuda y mis ojos se cierran. Porque ahora
recuerdo.
—Dijeron que era rara. Que olía raro...
Mi cabeza se mueve bruscamente hacia ella.
—No olías raro.
Su voz es más baja que un susurro.
—Y dijeron que era fea. Que tendrían que ponerme una bolsa en
la cabeza si querían...
—Kennedy... —ruego.
Porque quiero matar algo. Pulverizar algo. Quiero meterme en su
mente y arrancar todos esos recuerdos así nunca más tendrá que
pensar en ellos.
—Me fui después de eso.
Le agarré el hombro.
—Eran unos imbéciles, ¿de acuerdo? Pequeños y crueles
imbéciles al decir esas cosas. Nunca las dije.
—No, lo sé. —Entonces, un dejo de odio llena su voz—. Nunca
dijiste nada. Luego de que se fueron, viniste a mi casa y pasamos el
rato... como siempre. Porque era lo suficiente buena para ser tu amiga,
siempre y cuando nadie estuviera alrededor para ver.
Todo lo que puedo hacer es mirarla fijo, sacar las palabras de lo
más profundo y dárselas.
—Lo siento. Siento tanto el haberte lastimado. Era un idiota y
estúpido por preocuparme de lo que pensaban. Pero me gustabas.
Rubia o morena, con ropas de diseñador o con una bolsa de basura,
quería estar cerca de ti. Incluso entonces.
Cuando baja la mirada, le levanto la barbilla.
—Si pudiera volver atrás y cambiar todo eso, lo haría. Pero aquí
es dónde estamos ahora. Tenemos que seguir adelante. Estoy
enamorado de ti. Y si te toma un tiempo poder creerlo, que tu corazón
lo haga, entonces esperaré. Porque la espera vale la pena. Siempre lo ha
valido.
***

Las cosas están de nuevo bien para cuando entramos a la casa de


mis padres, tomados de la mano y dirigiéndonos a mi habitación por
una ducha.
Hasta que un chillido nos detiene en el vestíbulo.
Porque de pie allí, mirando nuestras manos entrelazadas, como si
fuera un ser vivo, un milagro que respira, está mi madre.
—¡Hola, cariño! —Si sonríe más grande, su cara se romperá por la
mitad—. Kennedy querida, no puedo decirte la alegría que es verte de
nuevo. Aquí. Con Brent.
—Hola, señora Mason, también es bueno verla.
Hay besos y abrazos por todos lados.
Intento lo mejor que puedo no sonar tan decepcionado como me
siento.
—¿Qué haces aquí, mamá? Pensé que estaban en Saratoga.
—La espalda de tu padre no andaba bien, así que tuvimos que
volver a casa.
Ahí es cuando mi padre pasa justo por la puerta abierta de la
biblioteca, y su espalda se ve lo más bien para mí.
Mis ojos se estrechan hacia Henderson. Y huelo un traidor.
—¿Tuvieron un buen día? —pregunta mi madre.
—Sí, estuvo bien —le digo—. Tomamos el barco. Estábamos a
punto de ir arriba para ducharnos.
Hasta acá llegó la idea de agregarle una mamada.
—Eso es bueno —dice suavemente—. En caso de que hayan
hecho otros arreglos, creo que sería mejor que ambos pasaran la noche
en el cuarto de Brent. Y que también usen su baño, las otras
habitaciones de la casa, desafortunadamente, no están preparadas para
invitados.
Pobre Henderson baja la mirada insultado. —Perdón.
Mi madre mueve la mano, haciéndolo callar. —No están
preparadas, Henderson. Y se acabó.
Ahora simplemente acaba de asustarme. Una cosa es si quiero
follarme a Kennedy de diez maneras diferentes. Pero pensar en mi
madre animándonos, sentada en un banquillo con una bandera en la
mano y una polla de espuma en la otra, simplemente está mal.
—Está bien. Gracias, mamá.
Dirijo a Kennedy hasta el piso de arriba. Pero no hemos estado en
mi habitación por más de dos minutos cuando su teléfono suena con
un mensaje.
Se sienta en el extremo de la cama, leyéndolo. Desde la silla de
escritorio, toco mi frente como si leyera mentes. —Espera, no me digas.
Dado que mi madre no pudo resistir contarle a tu madre que estamos
aquí, es un mensaje suyo. Y estamos invitados a su casa para la cena
esta noche.
Kennedy suspira y me muestra el teléfono. —Deberías llevar tu
acto a Las Vegas, serás un éxito.
Entonces se lanza de espaldas a la cama y suelta un suspiro
frustrado hacia el techo.

***

La cena en casa de los Randolph es un asunto formal. Los


hombres llevan trajes, las mujeres vestidos de cóctel. Tenía la ropa
apropiada en casa de mis padres, y mi madre le prestó un pequeño
vestido negro que compró en Paris hace unos años a Kennedy. Siempre
estaré agradecido de que todavía tenía las etiquetas, que mi madre
nunca se lo puso. De lo contrario, la enorme erección que mantengo
desde que Kennedy salió del vestidor podría haber sido rara.
La mesa del comedor es lo suficiente larga para acomodar a
treinta. Sin la música clásica tocando de fondo, la habitación hubiese
estado torpemente en silencio los tres primeros platos.
Porque nuestros padres no están hablando, solo nos observan.
Expectantes.
Por fin, el padre de Kennedy intenta una conversación normal.
—¿Cómo está progresando tu caso de Nevada, princesa?
Le frunzo el ceño y le susurro—: ¿Te tiene un apodo? ¿Por qué el
sí y yo no?
—Ahora no, Brent.
De mala gana, lo dejo pasar. Pero puede apostar su dulce trasero
a que lo hablaremos después, incluso si tengo que atarla a la cama
hasta que la conversación alcance su plena culminación. Es posible que
solo esté buscando una excusa para atarla a la cama.
—Va bien. Estoy segura de que seré capaz de conseguir una
segunda condena.
Mitzy se aclara la garganta, lo que indica que la parte de
observación de la noche se ha acabado, y la parte del interrogatorio
comenzará ahora.
—Sí, eso es todo muy genial, Kennedy. Pero ¿hay algo que quieras
decirnos? Un anuncio, tal vez, ¿que debas compartir?
Kennedy parpadea como un pequeño muñeco rubio. —No se me
viene nada a la mente, no.
Mitzy arroja la servilleta de lino y le entrecierra los ojos a su hija,
como un halcón con garras afiladas. —Estaba en la beneficencia,
señorita. Vi a Brent llevarte lejos después de la propuesta de mal gusto
de David. Por lo tanto, lo que me gustaría saber, lo que creo que todos
aquí presentes tienen derecho a saber, es ¿qué está pasando
exactamente entre ustedes dos?
La parte de interrogar es el fuerte en la familia de Kennedy. Mitzy
Randolph hubiese sido una abogada patea traseros.
—Brent y yo... somos amigos.
Y maldición, los beneficios son fantásticos.
Mitzy resopla. —No seas tímida, Kennedy, no eres buena en ello.
Y entiendo por qué Kennedy es reacia a compartir con su madre.
Es como esa escena de la película Cenicienta. Cuando Cenicienta hace
su propio vestido color rosa de la nada, y sus malintencionadas
hermanastras lo rompen en pedazos. Desde que la conozco, no hay un
solo aspecto de la vida de Kennedy que Mitzy no esperara rasgar en
pedazos.
Pero esto será diferente. Kennedy me tiene ahora.
Arrojo mi propia servilleta, moviendo mi mano por la mesa y
tomando la mano de Kennedy. —La verdad, señora Randolph, es que
Kennedy y yo estamos saliendo. Estamos viendo cómo funcionan las
cosas... disfrutando de la compañía del otro. Más allá de eso, en
realidad no es asunto suyo.
Kennedy me mira como si fuera un príncipe que acaba de
despertarla con un beso, que encuentra su zapato de cristal, que la
lleva en un viaje en una alfombra voladora y derrota a la malvada bruja.
Y nos perdemos por un momento; mirando al otro.
Hasta que mi madre chilla lo suficientemente fuerte como para
romper los vasos de cristal sobre la mesa. Aplaudiendo. —¡Tenías razón,
Mitzy! ¡Tenías tanta razón!
—Te lo dije, Kitty. ¡Igual como lo planeamos!
Kennedy frunce el ceño. —¿Qué quieres decir con igual como lo
planeamos?
Y como el villano de un cómic de Batman, Mitzy revela su
retorcido plan.
—Tienes treinta y dos años, Kennedy; es obvio que no ibas a
conseguir casarte por tu cuenta. Kitty y yo lo sabíamos, una vez que
arregláramos la reunión tuya y de Brent, las cosas avanzarían. Y mira
lo perfecto que todo resultó.
—No arreglaste nada, madre. Con Brent nos volvimos a ver en la
fiesta. Nos asignaron el mismo caso.
Mitzy levanta su perfecta ceja. —¿Y quién te trajo a casa,
haciendo posible que asistieras a esa fiesta y tuvieras tu pequeño caso?
La mandíbula de Kennedy golpea el suelo.
—¡Dijiste que papá estaba enfermo! ¡Qué necesitaba exámenes!
—Un medio para un fin, querida.
Sus ojos marrones indignados se mueven hasta su padre. —
¡Tenías un tanque de oxígeno cuando te visité! ¡Y la —mueve la mano
delante de su rostro—, cosa de la nariz!
—Ese era el oxígeno de tu tía Edna —dice su madre inútilmente.
Su padre tiene la decencia de parecer avergonzado, pero solo un
poco. —Solo quiero que seas feliz, princesa.
Ahí es cuando mi madre vuelve a entrar a la conversación. —
¿Sabes lo que no puedo decidir, Mitzy?
—¿Qué es, Kitty?
—¿Verano u otoño? Junio es un clásico, pero la amenaza de una
tormenta eléctrica estará sobre el asunto. Y lo de "la lluvia es buena
suerte en un día de boda" es una tontería. No hay nada suertudo acerca
de barro y vestidos empapados.
—Dependerá de la ubicación —dice Mitzy—. La ubicación lo es
todo. No lo tendremos en la ciudad. ¿Quizás Palm Beach?
—Madre... —gruñe Kennedy.
—Aunque la humedad en Palm Beach es atroz. Pero
definitivamente al aire libre. Carpas blancas, colinas verdes, atardecer...
Kennedy se pone de pie. —Madre...
—¡Y flores blancas! —dice Mitzy—. Pero no lirios, me recuerdan
los funerales.
Kennedy pisotea. —¡Madre!
Mitzy hace un sonido como de una gallina disgustada. —Kennedy,
¡en serio! ¿Qué te pasa? ¿Es esta la forma de que una novia se
comporte?
—¡No estás haciendo esto! ¡No estás a cargo!
—Baja la voz. Todos esos gritos harán que se te rompa un vaso
sanguíneo, y tu tez en realidad no puede permitírselo.
—¡Tomaremos nuestras propias decisiones, y no tendrás palabra
al respecto, madre! ¡Si queremos casarnos en Tahití, lo haremos!
Mitzy hace un movimiento de mano de indiferencia hacia
Kennedy. —Sí, sí, eso está bien querida. —Entonces se gira hacia mi
madre y le pregunta quién diseñó el vestido de novia de Ivanka Trump.
—De hecho —le sisea Kennedy a nadie—, eso es justamente lo
que haremos. ¡Nos casaremos en Tahití! —Golpea la mesa—. ¡En un
bar!
—¿Es una propuesta? Esto es tan repentino. —Entrecierro los
ojos como si estuviera pensando y luego asiento—. Acepto.
—¡Desnudos! —le grita Kennedy a su madre, moviendo el dedo—.
¡Y no tomaremos fotos!
—Si vamos a estar desnudos, de verdad deberíamos tomar unas
cuantas fotos —insisto—. O un video.
Pero nuestras madres simplemente siguen cotilleando. Puede que
con Kennedy ya ni siquiera deberíamos estar aquí, lo cual es la mejor
maldita idea que he oído en toda la noche.
Me levanto y le agarro la mano. —Vamos.
No viene voluntariamente al principio, por lo que le doy un tirón.
—¿No te molesta? —se queja, señalando hacia nuestros padres,
quienes ni siquiera se dan cuenta de que hemos dejado la habitación.
Están teniendo una discusión demasiado seria.
Acerca de nosotros.
—No, no me molesta.
—¿Cómo no? ¿Cómo pueden...?
La interrumpo con un profundo beso, una mano sujetando la
base de su cuello, la otra en la parte baja de su espalda, presionándola
contra mí. Entonces le digo—: Déjalos que se diviertan. Deja que hablen
y planeen hasta aburrirse. Cuando el momento llegue, haremos lo que
sea que queramos de todos modos.
La llevo hacia la puerta trasera. —Ahora, vamos a dar un paseo.
Me puedes meter en tu casa de botes.
—¿Eso es un eufemismo?
Me sorprende que tenga de preguntar.
—Sí.
Traducido por Vane Farrow & Ana Avila
Corregido por Daniela Agrafojo

Mis padres están en los consejos de varias organizaciones


benéficas, instituciones y sociedades cuyos objetivos son cercanos a
sus corazones; alimentar niños en los países del tercer mundo, otorgar
iPads a escuelas del interior del país, protección de la flora en peligro de
extinción en la selva tropical. Las recaudaciones de fondos, fiestas
lujosas que reúnen donaciones para esas dotaciones, son parte del
curso. Y a veces mis padres me piden que los sustituya, para
representar a la Fundación Mason.
Así es como Kennedy y yo terminamos caminando a través de las
puertas arqueadas del Instituto Esmitsoniano el siguiente jueves por la
noche, para una gala de apoyo a la creación de agua potable sostenida
en África. La habitación está iluminada con rayos de luz color naranja,
estratégicamente colocados, festivas franjas de tela a través del techo.
Hay un rugido constante de charlas y risas y el tintineo de copas de
champán mientras señores vestidos de traje y señoras repletas de joyas
se divierten a fondo.
Kennedy se ve excepcional en una vestido corto color azul hielo,
que abraza su cuerpo, con un escote sin hombros que da la impresión
de que el vestido pudiera simplemente deslizarse de ella en cualquier
momento. Voy a probar esa teoría más adelante. Tomamos una copa y
charlamos un poco con el organizador principal y maestro de
ceremonias de la noche, Calvin Van Der Woodsen, un viejo conocido de
mi padre.
Después de unos minutos, Calvin es llamado porque la cocina se
ha quedado sin la col púrpura para la guarnición. Y es entonces cuando
mi primo despreciable se acerca a nosotros.
—Hola de nuevo, primo. No esperaba verte esta noche.
—Louis. —Asiento.
Y mira lascivamente. A Kennedy. —¿A quién tenemos aquí?
—Kennedy Randolph, recuerdas a mi primo Louis, ¿verdad?
Sus labios se juntan como si hubiera chupado un limón. Lo tomo
como un sí.
—Randolph, ¿eh? Solía conectar con tu hermana, en aquellos
días. Claire... —Louis hace hincapié en las consonantes en una especie
de forma sórdida—. Te pareces a ella. ¿Cómo le va?
Kennedy lo mira. —Está casada. Felizmente.
—Qué mal. —Entonces me señala, derramando parte de su
whisky en el suelo—. Hablando de matrimonio, por lo que escucho,
estoy en camino a ganar la apuesta.
Mierda. Me olvidé de eso.
Kennedy se pone pálida, y prácticamente puedo sentir su corazón
tartamudear.
—¿Una apuesta? —susurra.
—Sí. —Louis asiente—. Gracias a ti, Brent va a deberme una
botella de whisky de diez mil dólares. —Le hace un guiño—. Pensaré en
ti cada vez que disfrute de una copa.
Después de que se aleja, Kennedy me da la espalda. Me inclino,
siseando contra su oído—: No hagas esto, jodidamente no te atrevas.
Estaba en la fiesta de cumpleaños en casa de mis padres, y apostó que
mi madre me casaría para el final del año. Eso es todo. Qué Dios me
ayude, cortaré mi otra maldita pierna si estoy mintiendo.
Le doy la vuelta y sus ojos son amplios, inciertos. Buscando un
poco de tranquilidad que no estoy seguro de cómo dar.
—¿Me crees?
Inhala lentamente. —Quiero. Pero... Es difícil.
Maldigo en voz baja. Y envuelvo la mano alrededor de su brazo.
—Vámonos.
Pasamos a Calvin en nuestro camino hacia la puerta, le digo que
Kennedy tiene migraña y no seremos capaces de quedarnos por el resto
de la noche. En el exterior, diviso a Harrison estacionado en la calle y le
hago señas con la mano. Después meto a Kennedy en el asiento trasero
y pulso el botón para subir el divisor que nos separa del asiento del
conductor.
Por un minuto, el asiento trasero está en silencio.
Luego dice en un hilo de voz—: Por favor, no te enojes conmigo.
—¿Enojado contigo? —Me río—. Cariño, estoy furioso con mi yo
más joven, quiero retroceder el tiempo y golpear a ese niño en las bolas.
Y estoy lívido con el tipo que jodió con tu cabeza en la universidad. Está
tomando todo lo que tengo no saber en dónde está ahora, en donde
trabaja, comprar la compañía, y arruinarlo. —Acuno su mandíbula y
suavizo mi voz—. Pero nunca me enojaría contigo. No acerca de esto.
Sus cejas se juntan. —Entonces, ¿por qué nos fuimos? A dónde
vamos….
—No confías en mí. Así que volveremos a mi casa, y haré el amor
contigo hasta que lo hagas.
Gran plan, ¿verdad? También lo creo.
Sus ojos se vuelven dorados con calor. —Eso... podría tomar un
tiempo.
—Entonces es algo bueno que mi resistencia sea incomparable.
Vamos a joder hasta que confíes en mí, o que muramos de hambre, y
eso es definitivo.
Suena sin respiración. Excitada. —Harrison nunca nos dejaría
morir de hambre.
Le guiño. —Exactamente.

***

Dos días más tarde, Kennedy todavía está en mi casa. Mientras la


acaricio hasta despertarla, me dice que si tiene un orgasmo más,
incluso uno pequeño, caerá muerta. Por lo tanto, me compadezco de
ella y salgo a correr. Cuando vuelvo, está acurrucada en el sillón en la
sala de estar, con uno de mis bóxers a cuadros azul con blanco y una
camiseta de Linterna Verde. Su cabello suave cae sobre su hombro
mientras da vuelta a la página y bebe un sorbo de café.
Y calidez florece en mi pecho y brazos, haciendo que mis dedos
cosquilleen. Con la pertinencia de todo esto. ¿Qué decía Waldo sobre las
relaciones? Satisfacción. Tenerla en mi casa, llevando mi ropa; es
mucho más que satisfactorio. Es jodidamente jubiloso.
Exuberantemente cumplidor de un modo que es posible no puedo
describir.
Todavía quiero vivir mi vida libre, pero quiero vivirla libre con ella.
Kennedy debe sentir que la miro, porque levanta la cabeza. —
¿Todo bien?
Asiento, sonriendo lentamente. —Sí, todo está perfecto.
Beso la cima de su cabeza mientras paso junto a ella,
dirigiéndome a las escaleras para tomar una ducha. Cuando salgo del
baño con la toalla alrededor de la cintura, escucho voces que vienen de
abajo. Una sin duda es de Kennedy, la otra es demasiado profunda para
ser Harrison. Todavía goteando, bajo las escaleras y escucho.
—... Conoces a su familia. Pero tienes que entender que nosotros
también somos su familia. No jodas con su cabeza.
Ese es Jake, hablando con Kennedy en mi sala de estar. No hay
ningún indicio de amenaza en su voz; se cortaría la lengua antes de
amenazar a una mujer. Pero tiene esta manera de poner las cosas que
hace que la frase más simple suene como una advertencia.
—¿Piensa que podría hacer eso, señor Becker? ¿Joder con la
cabeza de Brent? —Kennedy suena casi sorprendida.
—Viendo la forma en que se ha puesto de cabeza por ti las
últimas semanas, absolutamente.
Hay una pausa, y me imagino la expresión de su cara, su
postura, la forma en que sus ojos probablemente se estrechan, con los
brazos cruzados, y sus caderas se inclinan, como cuando está en la
corte, dimensionando a su adversario.
—Usted es muy protector con él, ¿verdad?
—Sí —dice Jake, simple y sin titubeos.
Y luego Kennedy suena defensiva. Tal vez incluso... ofendida en
mi nombre. —¿Por qué? No lo necesita. Se cuida muy bien. Si piensa
que ser condescendiente con él es ayud…
La risa profunda y retumbante de Jake la interrumpe. —No tengo
ninguna duda de que Brent es plenamente capaz de manejar su propia
mierda. No se trata de eso.
—Entonces, ¿de qué se trata?
Ahora Jake hace una pausa. Y sé que está analizando los
ángulos, eligiendo las palabras para expresar eficazmente su posición.
—Nunca he tenido hermanos... No hasta que conocí a Brent y Stanton.
Eso entonces cuando hago saber mi presencia. Camino desde el
pasillo a la sala de estar, todavía envuelto en una toalla. Que Jake no
aprecia.
—Jesús, preferiría no volverme ciego por un vistazo accidental de
tu escroto. ¿Qué pasa con ponerte algo de ropa?
Me encojo de hombros y lanzo un brazo alrededor de los hombros
de Kennedy. —La ropa no tiene sentido en este punto. ¿Qué te trae por
aquí, muchachote?
Sus cejas negras se levantan, y el reproche se refleja en sus ojos
color gris acero. —He estado llamando a tu teléfono, ¿está
descompuesto?
Bromeo—: Mamá, te ves diferente. ¿Cambiaste tu cabello?
Me saca el dedo medio.
Entonces le doy la explicación real. —Estuve muy ocupado, he
estado teniendo mucho sexo.
Kennedy pellizca mi pecho, y jodidamente duele.
Mientras tanto, la cara de Jake permanece inexpresiva. —
Felicidades.
Alzo las cejas. —Entonces, qué pasa, ¿por qué la llamada de
casa?
Apenas lo he visto en la oficina esta semana. Ha estado mucho en
la corte, trabajando en un caso de asesinato. Y en verdad ha estado
quebrándose el trasero, porque realmente cree que su cliente es
inocente. Eso es un lujo poco común, de doble filo, que no tenemos
permitido a menudo.
—Vamos a tener una barbacoa esta tarde. Estás invitado —me
dice. Luego vuelve su rara y encantadora sonrisa de Jake Becker a
Kennedy—. Tú también estás invitada.

***

Esa tarde, Kennedy y yo nos dirigimos a la casa de Jake y Chelsea


para la barbacoa. Su casa tiene un gran diseño para el entretenimiento;
una piscina integrada, un precioso jardín y una cocina exterior que
Jake acaba de instalar.
Sofía le sonríe cálidamente a Kennedy, el vínculo de ser una
mujer en la profesión legal supera cualquier animosidad persistente de
su enfrentamiento en la corte unas semanas antes. El hecho de que
Kennedy esté aquí conmigo, que sea importante para mí,
probablemente también ayuda.
Le presento a Kennedy a la prole McQuaid, y su cabeza
prácticamente gira para el momento en que termino de pasar a través
de Riley, Rory, Raymond, Rosaleen, Regan, hasta el más pequeño,
Ronan, de tres años de edad.
Disfrutamos el cielo despejado, el sol cálido, y unas cuantas
cervezas, hasta que Jake coloca un plato de hamburguesas y perros
calientes en el centro de la mesa cubierta con un mantel a cuadros
blanco y rojo, y todos nos sentamos a la mesa de picnic para comer.
Mientras que el agradable zumbido de la charla de niños llena el
extremo inferior de la mesa, Riley McQuaid se sienta con un resoplido
en la silla frente a mí, su boca fija en un puchero y ojos azules infelices
que lanzan miradas afiladas en la dirección de Jake. Un silencio
palpable fluye entre la adolescente y su figura paterna, es pesado y
torpe.
Así que, por supuesto, tengo que mencionarlo.
—¿Todo bien por aquí? —pregunto, mirando a cada uno de ellos.
Jake toma un bocado de su hamburguesa. —Sí.
Los ojos de Riley se estrechan. —Si consideras que vivir bajo el
gobierno fascista de una doble dictadura “está bien”, entonces sí,
supongo que lo está.
La boca de Jake se levanta en la esquina. —¿Fascista? Eso es
lindo.
Me inclino hacia Kennedy y susurro—: Esto suena jugoso. —
Luego levanto la barbilla hacia Riley—. Pensé que habíamos pasado la
fase de adolescente enojada que nadie entiende y estábamos felizmente
asentados en la etapa de joven adulta trabajando medio tiempo. ¿Qué
pasa?
Riley y Jake se quedan en silencio, un enfrentamiento mexicano
si alguna vez vi uno.
Chelsea, como la muñeca que es, llena los espacios en blanco.
—Riley y Jake tuvieron ayer un desacuerdo. Ella tenía un amigo
aquí. Un amigo que es un chico. En su habitación. Con la puerta
cerrada.
Y todo se vuelve claro.
Me giro hacia Jake. —¿Enloqueciste?
Se encoge de hombros, su cara engañosamente indiferente. —No
enloquecí. Solo traje el taladro de la cochera. Problema resuelto.
—Resuelto ¿cómo? —Ya estoy sonriendo a lo que estoy seguro
será una respuesta entretenida
Y no me decepciona.
—¡Me quitó la puerta! —grita Riley—. ¡No tengo ninguna puerta!
¡Tengo dieciséis años, con cinco hermanos y hermanas, y ninguna
puerta!
—Como dije, problema resuelto —dice Jake uniformemente.
—Tengo derechos, ya sabes —argumenta Riley.
La sonrisa de Jake es paciente. —Sí, los tienes, y ninguno de ellos
incluye tener una puerta. O una ventana, para el caso. Es posible que
desees tener eso en mente, y renunciar mientras estás en ello.
Riley aprieta los dientes, pero se queda en silencio. Y apuesto a
que le está sacando la lengua en su cabeza, o, más probablemente,
sacándole el dedo medio. Conozco la sensación.
—Vamos, Riley —dice Stanton—, no seas así. Podría ser peor.
—No sé cómo —se queja la adolescente, cruzando los brazos.
—Podrías ser Presley, así es cómo. —Stanton se refiere a su hija
de quince años, que vive la mayor parte del año en Mississippi con su
madre. Ha estado considerando la posibilidad de universidades en el
Este, y él ha estado positivamente atolondrado de la emoción.
El rostro de Riley se afloja con curiosidad. —Le envié un mensaje
el otro día, pero no me lo ha devuelto. ¿Dónde está?
—En su habitación, sin Internet, televisión o teléfono, lo que será
por algún tiempo.
Ante nuestras miradas inquisitivas, aclara—: Parece que trató de
escabullir a Ethan Fortenbury por el árbol de roble fuera de la ventana
de su dormitorio.
Noto al chico de once años, Raymond, frunciendo el ceño.
Entonces Jake lee mi mente y le dice a Stanton—: Pareces
sorprendentemente tranquilo por ese desarrollo.
El antiguo padre adolescente ondea su mano. —Jenny y yo hemos
estado esperándolo durante años. Todo se había planeado. Fortenbury,
la pequeña mierda, apareció y se encontró a Jenn esperándolo junto al
árbol. Ella… y su escopeta.
Silbo.
Stanton le hace un guiño a Riley. —Así que ya ves, querida,
siempre podría ser peor.
Riley suspira y sacude la cabeza. —Ninguno de ustedes nos
entiende.
—Au contraire3, Príncipe de Belair, entienden demasiado bien, ese
es su problema —le digo sabiamente.
Pero ella solo se ve confundida. —¿Qué es un Príncipe de Belair?
Me quejo—: Me siento tan jodidamente viejo. Gracias, Riley.
Kennedy palmea mi mano. Y sus ojos brillan cuando bromea—:
Eres viejo. Es bueno que finalmente te hayas dado cuenta. Debemos
pasar el rato con estos niños más a menudo.
Es la primera vez que se ha referido a nosotros como un
“nosotros". Uno solo. Una pareja. Y tan jodidamente femenino como me
hace sonar, me gustan las palabras en sus labios.
—Debemos, ¿eh?
Su sonrisa se clava en mi intestino. Es cálida y sensual, tierna y
traviesa, todo en uno. —Sí, debemos hacerlo.
Nos miramos por un momento de la manera en que lo hacen las
nuevas parejas, en nuestra propia, pequeña y brillante burbuja de
lujuria. Entonces el pequeño Ronan McQuaid se mete.
—¡Papi!
Se deja caer sobre el regazo de Jake sin miedo, con la certeza de
que sus fuertes brazos siempre lo atraparan.
—¡Arriba, papá, arriba! —exige.
Sin levantarse de su asiento, Jake sostiene al niño bajo sus
brazos y lo lanza por encima de su cabeza, lo atrapa mientras él grita. Y
la sonrisa de Jake es tan amplia y grande; una extraña mezcla de
felicidad y envidia surge a través de mi pecho. Pone al niño de pie y

3Al contrario en francés.


Ronan trota hacia el columpio. Terminando de comer en un tiempo
récord, el resto de los niños siguen su ejemplo, dejándonos a seis
adultos solos en la mesa.
Stanton pregunta—: Papi, ¿eh?
Los ojos de Jake parpadean hacia Chelsea, y se funden en cálido
mercurio líquido cuando atrapa la mirada de adoración que ella guarda
solo para él. —Sí.
—¿Cuando sucedió eso? —pregunto.
Chelsea pone su pequeña mano sobre la mano enorme de Jake y
explica—: Este fin de semana, Regan y Ronan nos sentaron para
charlar.
—Regan llevó adelante la mayor parte de la conversación —
interviene Jake—. Pero Ronan asintió mucho.
Chelsea continúa con voz suave—: Dijeron que sabían que Robbie
y Rachel eran sus padres y que se encontraban en el cielo, pero que no
los recordaban, no como los otros niños lo hacen. Y dijeron que todos
sus amigos tienen papis y mamis…
Cuando se apaga, Jake acaba por ella—: Y luego preguntaron si
seríamos su mami y papi.
—Guau —murmura Stanton, y los ojos de Sofía están llenos de
sentimiento.
—Sí —suspira Chelsea.
—¿Lloraste? —le pregunto a Jake. Porque soy lo suficientemente
hombre para admitir que si yo hubiera estado en su lugar, con esas dos
caras adorables y regordetas mirando hacia mí, habría perdido el
control.
—Estuve muy cerca —admite.
Chelsea levanta la mano. —Yo lloré como un bebé.
Asiento y empujo al hombretón con mi codo. —Entonces ahora
eres oficialmente papá.
Su boca se curva en una lenta, humilde sonrisa. —Supongo que
sí.
—Es impresionante, hombre.
Él asiente. —Jodidamente lo es.

***

Un poco más tarde, Rory llega a la mesa con un balón rojo y


grande en sus manos, y su hermano gemelo, Raymond, muy cerca de
él. —Vamos a jugar a la pelota, ¿ustedes quieren?
Con mi brazo apoyado sobre los hombros de Kennedy, contesto—:
Cuenta conmigo. Soy un jugador campeón.
—Genial.
El normalmente tímido Raymond ajusta sus gafas y apunta su
mirada audaz a la caliente chica bajo mi brazo. —¿Quieres ser parte de
mi equipo, Kennedy?
Kennedy sonríe. —Por supuesto.
Arrugo la nariz —Ewww, ¿por qué la eliges a ella? Es una chica.
Patea como una chica también. Hablo por experiencia.
Raymond se encoge de hombros. —Es más bonita que tú. Y,
además, te gusta, por lo que es probable que lo tomes con calma con
ella.
—No es una mala estrategia, Raymond.
—Soy todo sobre la estrategia.
Kennedy se levanta y toma el balón de Rory, haciéndolo girar
entre sus manos y retándome con esos preciosos ojos. —Mis patadas de
chica fueron suficientes para destrozarte en aquel entonces.
Me burlo—: Me dejé ganar. Incluso a los once era un caballero.
Ríe y se agacha, acercándose por un beso. —Y a los treinta y dos,
eres un mentiroso.
Justo cuando estoy a punto de conseguir una probada, Rory me
detiene de besarla.
—Amigo, sin besos. Tengo que aguantar lo suficiente de esos dos.
—Apunta con su pulgar hacia Jake y Chelsea, quienes no parecen tener
vergüenza en lo más mínimo.
Pobre niño. Las cosas que debe escuchar viniendo de su
dormitorio.
Luego señala con su dedo índice hacia mí. —Y tienes que patear
con la derecha, no está permitido hacerlo con la pierna biónica.
Me encojo de hombros. —No hace ninguna diferencia para mí. —
Le digo a Kennedy—: Soy un perfecto ejemplar de macho, todavía
golpearé tu culo sin ella.
Mmm… golpear su culo, ahora, esa es una buena idea.
Ella pone los ojos en blanco. Y eso me pone duro.
—Voy a jugar también —anuncia Sofía—. Amo jugar a la pelota.
Rory sacude de nuevo la cabeza, con el ceño fruncido hacia el
vientre creciente de Sofía. —¿Estás loca? Deberías tomártelo con
calma.
Stanton levanta las manos. —¡Gracias! —Ve con dureza a su
esposa—. Eso viniendo de la boca de un niño.
Pero Sofía no se deja engañar. Mira a Rory de cerca. —¿Stanton te
dijo que dijeras eso?
Rory sonríe. —No. Sin embargo, Jake me pagó cinco dólares para
meterlo en la conversación. Pero aunque no lo hubiera hecho, todavía
no puedes jugar. No lanzaré una pelota a una mujer embarazada.
Rosaleen viene corriendo por el patio, arrebata la pelota de las
manos de Kennedy, y consuela a Sofía. —Puedes ser árbitro. —Inclina
la cabeza hacia Regan de cinco años—. Mantén un ojo en esa, hace
trampa.
Regan frunce el ceño y estampa su pie en respuesta.
Luego, Ronan va hasta Rosaleen, enterrando la frente en su
estómago y estirándose por la pelota. —¡Yo!
Rosaleen sostiene el balón hacia arriba, fuera de su alcance. —No
puedes jugar, Ronan, eres demasiado pequeño.
Su cara llena de pecas se vuelve de color rosa con resentimiento.
—¡Yo!
Jake abraza a Ronan y lo coloca sobre su hombro. —Vamos,
amigo, vamos a matar a una sandía.
Pero a medida que Jake se lo lleva, el niño extiende sus brazos
hacia la pelota, gimiendo lastimosamente—: ¡Yoooooooooooooo!

***

El equipo de Raymond y Kennedy terminó aplastándonos. Nos


quedamos con dos hombres menos cuando Riley fue rescatada por una
llamada telefónica “urgente” y Regan consiguió ser expulsada por
discutir con el árbitro.
Podría haber llegado a Kennedy dos veces, pero cuando mi
instinto competitivo y mi pene fueron cabeza a cabeza por el tema, mi
polla ganó. Porque sabía que seríamos recompensados más adelante. Y
ver su culo en pantalones cortos ajustados mientras corría las bases,
simplemente no era algo que fuera capaz de interrumpir.
Rory me llamó tonto, y tenía razón por completo.
Pero era un tonto que conseguiría un acostón; y eso era lo mejor.
Más tarde, después de que tiré a Kennedy a la piscina y ella a su
vez trató de hacer lo imposible por ahogarme, después de que los niños
se tiraron con nosotros y jugamos un feroz juego de Marco Polo; nos
despedimos y nos fuimos.
Estaciono mi coche en la acera frente a mi casa y apago el motor.
Los ojos de Kennedy lucen mitad cansados, mitad satisfechos, y sus
mejillas y nariz son de color rosa por las horas bajo el sol. Su cabello
está agarrado en la parte superior de su cabeza en un moño
desordenado, con algunos mechones dorados sueltos cepillando su
cuello.
Es casi aterrador lo hermosa que es. Aún más impresionante que
la primera vez que la vi en ese vestido rojo, y en verdad no creía que eso
fuera posible.
—¿Ni siquiera me vas a preguntar si quiero ir a casa? —pregunta
con una sonrisa y una ceja levantada—. Un poco presuntuoso, ¿no es
así?
—Prefiero verlo como razonamiento deductivo. —Salto fuera del
coche, lo rodeo, y abro su puerta. Toma mi mano y la jalo directamente
a mis brazos—. Además, tienes que ducharte, yo tengo que ducharme,
hay que cuidar el agua...
—En California.
Muy lentamente, bajo mis labios a los de ella, solo un toque
burlón.
—Todos tenemos que hacer nuestra parte.
Siento su sonrisa contra mi boca. —Suenas como mi tío Jameson.
Eso me perturba. De lo que recuerdo de su conservacionista tío,
es un cruce entre el General Patton y un humorista. Un viejo raro, un
hippie militante en el que no quiero pensar mientras la beso.
Así que me dejo de tonterías y opto por ser honesto.
—Realmente no me importa el ahorro del agua. —Paso mi nariz
por su cuello, tocando la delicada piel a lo largo de su clavícula con mi
barba, dejando piel de gallina a mi paso. Después, le susurró al oído—:
Solo quiero follarte en la ducha hasta que ninguno de nosotros pueda
más. —Mi lengua recorre la concha de su oreja, haciéndola temblar de
la mejor manera—. ¿Eso es malo?
Cuando contesta, su voz es inestable—: Eso suena… bien para
mí.
Jalo a Kennedy contra mí y aprieto su culo. —Vayamos, entonces.

***

La primera cosa de la que soy consciente la mañana siguiente,


antes de abrir los ojos, es la sensación de suaves labios sonrientes
arrastrándose hasta mi mandíbula, el hormigueo de una respiración en
mi cuello, y el cosquilleo de cabello a lo largo de mi hombro.
Y esta vez, definitivamente no es el gato.
Kennedy entierra su cara en el hueco de mi cuello y me inhala.
Estiro los brazos, la agarro, luego le doy la vuelta, así la estoy
enfrentando, atrapada entre mis brazos. La beso adecuadamente, con
aliento mañanero y todo.
Entonces me doy cuenta de la hora que es. El sol ha salido, pero
joder, a duras penas.
—Tengo que ir a la oficina —dice ella.
Aliso su pelo suelto y ahogo su cara contra mi pecho, para que
deje de decir tonterías.
—Shhh… estás soñando. Vuelve a dormir.
—Brent —dice con una risa—. No he hecho nada de trabajo desde
ayer. Realmente tengo que ponerme al día hoy.
Gruñidos infelices caen de mi garganta. Kennedy los alivia con
manos suaves y un beso en mi boca.
—Volveré esta noche. Pero traeré a los chicos conmigo.
Abro un ojo. —Tienen comida y agua. Los gatos no necesitan
nada más.
—Necesitan amor. Atención —insiste.
—Los gatos desprecian el amor y la atención. Está por debajo de
ellos.
Se ríe de nuevo. —No los míos. He estado descuidándolos, y si
esto va a funcionar, no quiero que te odien.
La mujer sabe cómo dar un argumento convincente. —Bien. Los
gatos pueden venir.
Planta un dulce beso en mi esternón. Y después se escapa… como
arena entre mis dedos.
Debo haberme dormido otra vez, porque al siguiente instante
Kennedy está vestida. Sus pechos cubiertos se presionan contra mi
espalda y susurra un adiós mientras besa la piel caliente de mi nuca.
Le respondo, aún medio dormido—: Adiós, nena. Te amo…

***

Es pasado el mediodía para el momento que me arrastro fuera de


la cama. No tengo que decir que eso es completa y jodidamente raro
para mí. Mi única defensa es que Kennedy fue una gata salvaje anoche,
me desgastó por completo. Unas pocas horas y un Red Bull después,
tengo suficiente energía para una carrera, y desciendo por mi ruta de
correr favorita cerca del National Mall.
Después, camino de vuelta a casa, sonriendo como un idiota a
cada paso del camino. Porque pienso en cierta pequeña rubia que es mi
dueña por completo. Estoy deseando escuchar sus quejas y maldiciones
sobre su día, verla comer, escuchar su risa. Tiene una gran risa.
Maldita sea, soy patético. Estoy empezando a molestarme a mí
mismo.
Cuando llego a mis escalones de entrada, Jake, Stanton, y Sofía
se encuentran allí, esperando. Viéndose demasiado serios para una
tarde de domingo.
—¿Por qué las caras largas? —bromeo—. ¿Quién murió?
Ninguno de ellos sonríe, y un escalofrío se desliza por mi columna
vertebral.
Stanton aparta la mirada y Jake me observa, listo y tenso, como
si estuviera anticipando una reacción. Sofía da un paso adelante.
—Brent, cielo... algo ha pasado.
Traducido por Victoria.
Corregido por Julie

Las puertas automáticas hacia la sala de emergencias se abren y


me dirijo directamente a la recepción. —Kennedy Randolph.
Detrás del mostrador, la boca de la mujer morena se queda
abierta un poco antes de que se recupere. —Mmm... no hay ninguna
Kennedy Randolph aquí.
Miente. Incluso si no fuera mala haciéndolo, detectar de forma
automática lo que la gente hace cuando están nerviosos o escondiendo
algo es necesario para mi trabajo. Este es el segundo hospital al que
hemos llegado, y la recepcionista en el primero no mentía.
Uno de los contactos de Jake, un investigador privado, lo llamó
después de ver todo el asunto. Vio a la fiscal rubia entrar en un sedán
oscuro con placas del gobierno, un conductor al volante. Y a solo unas
pocas cuadras de la carretera, en una intersección, vio al sedán ser
chocado por una camioneta, y se volcó.
Intencionadamente.
Disparos. FBI en la escena. Luces intermitentes y sirenas.
Lesiones, médicos.
Bolsas para cadáveres.
Así que es en realidad un alivio que la recepcionista me esté
mintiendo; aumentando las probabilidades de que Kennedy no se
encuentre en una de esas bolsas. O no lo hacía cuando llegó aquí, de
todos modos.
Me inclino sobre la mesa. —Sé que está aquí, y sé por qué me
está diciendo que ella no está... —Mi voz vacila y mis manos se cierran
con frustración y pánico; el impulso de hacer pedazos el hospital en su
busca, o de ir en busca de los hijos de puta que se atrevieron a hacerle
esto y hacerlos pedazos a ellos—. Y tienen que dejar que la vea.
Incluso antes de que abra la boca, sé que me va a echar. —
Señor…
—Soy su marido.
No es una mentira inteligente; demasiado fácil de refutar. Pero
entraré… o por lo menos llegaré a alguien más arriba de la cadena de
mando a quien pueda convencer que me deje entrar.
El rostro de la señora de recepción se ablanda. —Solo un
momento. —Toma el teléfono, volteándose para susurrar.
Stanton, Sofía y Jake me miran mientras voy y vengo, con los
dedos aferrados detrás de mi cuello, cada músculo apretado y
ejerciendo presión. Después de unos minutos, un hombre de mandíbula
cuadrada que lleva pantalones vaqueros aparentemente casuales y un
botón desplegable, surge de la puerta que conduce a las entrañas del
hospital. Sus ojos son observadores, pero su rostro se halla
deliberadamente en blanco.
—¿Puedo ayudarle? —pregunta.
—Kennedy Randolph… —empiezo.
—No está aquí —finaliza.
—Sé que sí.
—No, no lo sabe.
—Soy su…
—No, no lo es.
Toma todo lo que tengo no agarrarlo por el cuello y hacer salir las
respuestas a la fuerza. —¿Eres del FBI? ¿Estás con los alguaciles? El
trabajo de tu departamento era seguridad… mantenerla a salvo. —Mi
mejilla se contrae—. Gran trabajo el que están haciendo, Skippy.
—No tengo información para usted. Es hora de que se vaya.
Ahora.
—¿Está viva? —Mi voz suena como la de un cautivo que ha sido
torturado por información, y finalmente se quiebra—. Solo dime eso, por
el amor de Dios.
No me importa el resto —su pelo, su cara, sus brazos, sus
piernas—, no importan. La amaré sin ellos. Mientras siga respirando.
Mientras que siga siendo ella.
Cara de piedra no me dice una mierda. —La información sobre un
caso activo solo puede darse a la familia inmediata. No estoy
confirmado de que haya un caso activo, pero si fuera así, no es familiar
directo de nadie. Así que no tengo nada para usted. No le diré que salga
de nuevo.
Me muevo hacia adelante, listo para ir contra su rostro, pero la
mano de Sofía en mi brazo me jala hacia atrás. —Vamos, Brent. Eso no
va a ayudar. Vámonos.
Dejo que me lleve hacia la acera.
—¡Joder! —Empujo mis palmas contra mis ojos—. ¡Dios puta
maldita sea!
¿Era esto lo que parecía para mis padres después de mi
accidente? ¿Mientras esperaban a que el médico saliera a decir si me
había ido?
Es como si hubiera un hierro caliente bajo mis costillas,
presionando contra mi estómago, mis pulmones, mi corazón.
Quemándome vivo lentamente, desde el interior.
Dejo caer mis manos y me giro hacia la puerta. —Voy a volver a
hablar con ese agente. Voy a hacerle…
Stanton se mete en mi camino. —Vas a ser arrestado. No es la
manera de ir, hombre.
Aprieto la mandíbula con tanta fuerza que el sonido hace eco en
mis tímpanos.
Jake pone su mano sobre mi hombro, y su voz es clara y
calmante. —Brent, cálmate. Tienes recursos: toma una respiración y
cálmate.
Siempre he odiado los imbéciles que utilizan su dinero y
conexiones para ejercer influencia indebida, y créanme, he conocido a
muchos de ellos. Pero en este momento, nunca he estado más
agradecido de mi apellido. Porque abre puertas.
Tomo mi teléfono y marco. —¿Papá? Necesito tu ayuda.
¿Conocemos a alguien en el Cuerpo de Alguaciles de Estados Unidos?
Cuando él contesta, mis cejas suben. —El director, ¿eh? Eso es
conveniente. ¿Puedes llamarlo por mí?

***

Diez minutos más tarde, el hombre vestido de vaquero camina de


vuelta dentro de la sala de espera. —Brent Mason.
Me quedo de pie, pero cuando los cuatro nos trasladamos hacia
él, levanta una mano como un policía de tráfico. —Solo usted.
Estoy engullido en el fuerte abrazo de Sofía. —Llámanos tan
pronto como puedas… haznos saber cómo le va.
—Lo haré.
Jake me aprieta el hombro, Stanton me da un golpe en la
espalda. —Cualquier cosa que necesites.
—Gracias.
Entonces entro en el ascensor con Superpoli. A medida que las
puertas se cierran, me dice—: Ella está bien.
Mis pulmones colapsan. Se desinflan. Como si hubieran estado
conteniendo la respiración durante un milenio, a la espera de escuchar
esas palabras.
—Brazo roto, dos costillas rotas, algunas contusiones faciales,
pero nada grave.
Bueno. Ella está herida, pero se va a curar. Voy a ayudarla a
sanar.
Gracias, Dios.
A medida que el ascensor comienza a subir, siento sus ojos en mí.
—Mi supervisor llamó, me dijo que lo llevara al piso de arriba de
inmediato.
Asiento. —Sí.
—Dijo que el director le llamó personalmente.
—Eso suena bastante correcto.
Se detiene por un instante y luego me pregunta—: ¿Quién diablos
es usted?
Solo hay una manera en que pueda responder. Bajo mi voz y lo
miro a los ojos. —Soy Batman.
Y él en realidad esboza una sonrisa. Entonces el ascensor se abre
en el décimo piso y me conduce por un pasillo. Hay algunos agentes
allí, pero solo una puerta tiene a un guardia armado afuera. Se asienten
el uno al otro, el alguacil abre la puerta, y entro solo.
Las luces son bajas, las persianas están cerradas. Kennedy se
halla apoyada en una cama de hospital, su brazo izquierdo enyesado y
colgando en un cabestrillo. Me quedo ahí por un minuto, recordándome
a mí mismo que se encuentra viva; mirándola, fijándome en cada
marca, contusión. Su cara es un desastre: su labio inferior partido en el
medio, cubierto de sangre seca negra; su mejilla izquierda está en carne
viva, ya empezando a volverse púrpura; el ojo izquierdo está hinchado y
completamente cerrado; y hay una fila de puntos de sutura en la línea
de su cabello.
—Estás aquí. —Su voz es suave, áspera, como si le doliera la
garganta.
Y entonces me encuentro sentado en la cama, acunando el lado
sano de su mandíbula. Ella se apoya en mi palma, y mi garganta está
tan apretada que apenas puedo pronunciar las palabras. —¿Estás bien?
Trata de sonreír, pero no puede hacerlo bien por su labio. Su ojo
bueno me mira… ese marrón dulce, suave y dorado. —Estoy bien.
Mi otra mano, suavemente —muy suavemente— recorre su
cabello, sobre su hombro, se ubica en su pecho, disfrutando de la
sensación de su corazón latiendo fuerte y constante por debajo de él.
Trago saliva y mis párpados queman, porque es mi Kennedy y está
herida... y pude haberla perdido. Para siempre.
—Jesús, Kennedy... déjame solamente... —No puedo terminar. En
lugar de eso la jalo hacia mis brazos, pecho contra pecho. Giro mi cara
hacia su cuello, respirando contra su piel suave que sigue oliendo a
melocotones debajo del aroma de antiséptico de hospital. Está
temblando, así que le acaricio el cabello y le froto la espalda y la
balanceo lentamente, apoyando mis labios contra su sien.
Y quiero quedarme justo así. Donde sé que está a salvo porque
tengo mis brazos a su alrededor, y yo nunca, nunca dejaré que nada le
haga ningún jodido daño de nuevo.
—Golpearon el coche fuerte —susurra en mi hombro, sus dedos
aferrándose a mi bíceps—. No llevaba el cinturón de seguridad, y nos
volcamos. Vi sus pies… sabía que venían por mí.
La presiono más cerca y tuve que obligarme a no apretarla
demasiado fuerte.
Su voz se vuelve inestable y escucho las lágrimas. —Y en todo lo
que podía pensar era que nunca volvería a verte. —Se echa hacia atrás
solo lo suficiente para poder levantar la mirada hacia mí—. Que nunca
tendría la oportunidad de decirte eso... que te he amado por siempre…
—La última palabra sale en un sollozo, su cara se desmorona—... pero
nunca tanto como te amo en este momento.
Me seco las lágrimas con el pulgar, besándola suavemente; solo
un roce contras su labio superior. Y mi voz es firme, sólida, con las
palabras más fáciles que alguna vez he dicho.
—Te amo.
Entonces la jalo contra mi pecho, y mi barbilla se encuentra en la
cima de su cabeza. —Vamos a tener un montón de tiempo para
decirnos eso el uno al otro, Kennedy. Una y otra vez. Miles de días para
mostrarlo. —Beso su cabello—. Va a ser exasperante.
Ella ríe.
Y ahí es cuando estoy seguro de que va a estar bien.

***

Un poco más tarde, después de que una enfermera entre con


medicamentos para el dolor y mientras Kennedy bebe un poco de jugo
de manzana, me pregunto sobre los hijos de puta que fueron tras ella.
—Los agentes les dispararon. Están muertos.
—Bien. —Hay un trasfondo oscuro a mi voz.
Alejo la caja vacía de jugo y la pongo sobre la mesa. Ella se
recuesta de nuevo en la almohada, luciendo somnolienta: el
medicamento está haciendo efecto. Se toca la mejilla descolorida. —
Ahora puedes empezar a llamarme Bruiser 4… hay un apodo para ti.

4 En español, matón, gorila, pegador.


—Bruiser es un nombre para alguien que causa moretones, no
para quien los consigue.
Traza las líneas de expresión en mi frente, alisando mi ceño
fruncido. —Es demasiado pronto para bromear sobre ello, ¿eh?
—Un milenio no sería tiempo suficiente para hacer de esto algo
sobre que bromear.
Antes de que responda, una voz femenina afilada llega desde la
puerta cerrada.
—¿Crees que estoy preocupada por la política del hospital? No me
importa si ya tiene una visita, ¡voy a ver a mi hija ahora!
El ojo bueno de Kennedy se cierra. —Oh, no.
—¡Aléjese de mi camino o habrá consecuencias, joven!
—Oh, no.
Mitzy Randolph entra en la habitación, luciendo demacrada en
una blusa de color azul oscuro desencajada, pantalones negros, sus
perlas torcidas, su cabello saliéndose del moño. Nunca he visto el
cabello de Mitzy despeinado; siempre pensé que las hebras estaban
demasiado aterradas como para moverse.
Como un guardaespaldas, me pongo de pie, pero no me muevo ni
un centímetro de la cama de Kennedy. Porque, madre o no, si escucho
algún pequeñísimo insulto, enloqueceré.
—Hola, madre —dice Kennedy en voz baja.
La respiración de Mitzy es poco profunda mientras sus ojos vagan
por las maltratados rasgos de Kennedy. Avanza lentamente, como si
estuviera en trance. —Oh, Kennedy, tu hermoso rostro.
—Está todo bien. —Trata de poner una sonrisa serena—. Solo son
moretones. Nada permanente, sin cicatrices.
Los labios de su madre tiemblan y sus ojos se llenan, entonces se
desbordan. Nunca he visto llorar a Mitzy y por la expresión de su cara,
Kennedy tampoco.
—Mi querida y preciosa chica... —Su voz se rompe—... ¿qué te
han hecho?
La expresión de Kennedy se torna suave y se ve casi apenada y, al
mismo tiempo, agradecida de que su madre se preocupa lo suficiente
como para estar afectada.
—No llores. Estoy bien, de verdad.
Pero su madre simplemente mueve la cabeza, llorando en silencio.
Hago un gesto hacia la puerta. —Saldré un minuto.
Los ojos de Kennedy se dirigen rápidamente a mí y asiente con un
agradecimiento silencioso.
Antes de salir, miro atrás hacia ellas. Para algunas personas, así
es cómo funciona. Tienes que ser golpeado en la cara con la posibilidad
de perder a alguien antes de despertar y darte cuenta de lo mucho que
significa para ti.
Mitzy susurra suavemente y baja la mirada hacia su hija como si
al fin la estuviera viendo a ella, y no a todas las cosas que quiere que
sea.
Por fin llegó la maldita hora.

***

En el pasillo, diviso al alguacil que me acompañó a la habitación


de Kennedy y voy hacia él. —¿Crees que traten de nuevo?
Sus ojos se estrechan. —Mientras que haya dinero ofrecido,
podrían.
Asiento, agarro una pluma de enfermería y saco una tarjeta de
presentación del bolsillo. Garabateo y se la doy. —Cualquier mecanismo
de seguridad que se necesite deberá hacerse en esa dirección. Cuando
vaya a casa, irá a casa conmigo. Y la mantendré ahí.
Traducido por florbarbero
Corregido por Annie D

Mantengo a Kennedy en la cama durante los próximos tres días.


Por desgracia, no es tan caliente como suena, porque está
magullada y adolorida, y sus pastillas para el dolor la mantienen fuera
de combate. Pero la cuido: esponjo sus almohadas, cocino su comida.
De acuerdo, Harrison cocina realmente, pero le llevo la comida.
También la ayudo a bañarse, y eso es una tortura.
Debido a que con dos costillas rotas, el sexo está fuera de la
mesa. Ni siquiera puedo comerla, porque sé que correrse va a darle
tanto dolor como placer. Ella me dice que valdrá la pena, pero me quedo
con mi opinión.
Hasta el quinto día, cuando la zorra sexy toma el asunto en sus
propias manos. Literalmente. Nos encontrábamos en la cama, todavía
en medio de la oscuridad de la noche, y Kennedy procedió a describir,
con detalle, de forma sucia, todas las cosas que quería que hiciera con
ella. Cosas que no podía esperar para hacerme. Entonces me rogó que
le mostrara; que tomara mi polla con la mano y me corriera.
Sobre ella.
Y me plegué como una baraja de naipes pornográficos.
De rodillas, me cerní sobre ella, tocándome y gimiendo,
imaginando que era su mano acariciándome duro. Pero su mano se
hallaba ocupada entre sus propias piernas, frotando su clítoris,
conduciendo sus dedos brillantes dentro y fuera, a compás con mi
propio puño. Me corrí en sus tetas esa noche, y ella demostró de una
forma impresionante que estaba lo suficiente sana para manejar un
orgasmo.
Así que por supuesto pasé la mayor parte del sexto día, con mi
boca unida a su bonito coño para recuperar el tiempo perdido.
Pero el día siete, ella se sentía ansiosa. Enferma de ver la
televisión por cable y también deseosa por trabajar. Llamé a las tropas a
mi casa para la cena. Harrison cuida a los monstruos McQuaid para
que Jake y Chelsea puedan venir. Stanton llega con Sofía, y su panza,
la que podría solicitar su propio código postal ahora. Brian y Vicki
aparecen también. Les presento al resto de la pandilla, y todos
comemos pizza en la mesa del comedor.
Después de la cena, pasamos el rato en la sala de estar: los chicos
viendo el partido mientras que las chicas hablan de bebés y despedidas
de soltera.
—Va a ser un almuerzo —le dice Sofía a Kennedy, sobre la
despedida de soltera que está organizando para Chelsea—. No es
demasiado grande, porque Jake y Chelsea son antisociales.
—¡Ja! —Sonríe Chelsea—. Vamos a ver cuán sociales son tú y
Stanton después del nacimiento de este pequeño. Luego, se
multiplicarán por seis.
—Realmente deberían venir —le dice Sofía a Kennedy y Vicki—.
Va a ser divertido: mimosas y bingo travieso. Puesto que ya tienen todas
sus cosas para la casa, todo el mundo va a traer ropa interior para el
pozo de los deseos.
Los ojos de Jake se iluminan. —Sí, ustedes dos definitivamente
deben venir. Cuantos más, mejor para mí.
—¿Cuándo es? —pregunta Kennedy a Sofía, abriendo el
calendario en su teléfono.
—El veintitrés.
Kennedy hace un chasquido con su lengua. —No voy a ser capaz
de ir, estaré en Las Vegas el veintitrés.
Escalofríos se escurren por mis brazos y espalda.
—¿De qué estás hablando? —le pregunto.
Kennedy encuentra mi mirada a través de la habitación, y con
tanta naturalidad como si estuviera dando la previsión del tiempo,
dice—: El juicio comienza en dos semanas. Están manejando las
mociones previas al juicio sin mí, pero voy a tener que volar en unos
pocos días.
Pongo mi cerveza en la mesa de café y le doy toda mi atención. —
Pero... no estás tratando el caso.
Frunce el ceño. —Claro que lo hago. ¿Por qué no habría de
hacerlo?
Gesticulo hacia su brazo, su ojo hinchado. —Estás herida.
—No, estoy sanando. Para el momento en que el juicio comience
volveré a la normalidad, a excepción del yeso.
Mi corazón late en mi pecho, queriendo levantarme y sacudirla.
Me pongo de pie. Porque discuto mejor sobre mis pies, y tengo una
sensación de que esto está a punto de derivar en un infierno de
discusión. —Kennedy... eso es... jodidamente loco. ¿La contusión te
volvió estúpida?
—¿Perdón?
—Él trató de matarte.
Se levanta lentamente, su columna vertebral rígida y los hombros
hacia atrás. —Pero no lo hizo. Y es mi caso.
—Van a asignar otro fiscal.
—No, no lo harán. Debido a que no los dejaré. Moriotti está
tratando de asustarme, y no voy a dejarlo. Él no va a lograr que
abandone.
Mis dedos se presionan contra la sien, y mi voz se eleva. —
Mierda, Kennedy… no es matón en el patio de la escuela, es un maldito
psicópata, con los medios y motivos para poner una bala en ti. ¿Y vas a
entrar en su territorio para darle la oportunidad? ¡¿Por qué no te
dibujas un punto rojo en la frente?!
Debo sonar en pánico ya que así me siento, y su postura se
ablanda. Su voz llena de simpatía. —Todo irá bien.
Extiende la mano para acariciar mi frente, pero la alejo.
—¡No lo sabes! ¡Las cosas jodidas ocurren todo el tiempo! —
Señalo a Sofía—. Ella estuvo en un accidente de avión, ¿lo sabías? Con
toda su familia y fue suerte simplemente que no murieran. —Señalo a
Chelsea—. Y el hermano de Chelsea, él y su esposa conducían a casa y
ellos murieron, Kennedy. Tenían seis niños que los necesitaban, y
murieron.
Me froto la parte de atrás del cuello, arrastrando la mano por la
cara, tratando de no enloquecer totalmente. —Y yo era solo un niño; un
niño tonto que consiguió que su pierna fuera arrancada sin ninguna
razón en absoluto. Las cosas malas suceden incluso cuando tienes
cuidado, incluso cuando no lo mereces.
—Este es mi trabajo, Brent.
—¡Es un trabajo que no es necesario! Tienes más dinero en tu
fondo fiduciario en este momento de lo que harás en tu vida como
fiscal.
—Eso no es…
Mi voz sigue bajando. —Lo entiendo. Tomaste este trabajo porque
necesitabas un propósito. Una razón para levantarte de la cama todos
los días. —Agarro sus hombros, doblando las rodillas y mirándola a los
ojos—. Pero me tienes ahora. Podemos ser las razones del otro.
Me mira como si estuviera rompiendo su corazón. No, como si su
corazón se estuviera rompiendo por mí.
Hay una diferencia.
—Eres mi razón. Y todo lo que quiero en el mundo es ser la tuya.
—Kennedy pone su mano derecha en la parte superior de mi corazón—.
Pero tengo que hacer esto.
¡Maldita sea!
Algo en mi maldito pecho se oprime, porque no está escuchando.
Es demasiado terca. Jodidamente sin miedo. Y si no puedo hacerla
cambiar de opinión, podría conseguir ser asesinada.
—Si vas, hemos terminado —digo con frialdad.
—Brent… —advierte Jake, pero lo detengo con mi mano.
Kennedy se estremece. Luego busca en mi cara, busca una señal
de que estoy mintiendo. —No quieres decir eso.
—Sí, eso quiero decir. No voy a sentarme aquí y andar loco de la
preocupación por ti. No voy a pasar el resto de mi vida en duelo después
de que te maten. Si lo haces, hemos jodidamente terminado.
Una pequeña voz lejana que suena sospechosamente a Waldo
susurra que esto es incorrecto. Manipulador. Pero le digo que se joda,
porque estoy haciendo esto para mantenerla a salvo.
—He hecho promesas a la gente, Brent.
Su expresión se retuerce por el dolor. Tal vez incluso un poco de
miedo. Como si no hubiera roto su armadura, pero la hubiese golpeado
y agrietado de par en par, dejando al descubierto todas sus partes más
vulnerables.
Pero no voy a sentirme mal por eso.
—Entonces rómpelas. Las promesas se rompen cada maldito día
en el mundo.
—Hay testigos que han arriesgado sus vidas para declarar contra
Mariotti. Que han entrado en Protección de Testigo y han renunciado a
todo, porque yo sostuve sus manos y les dije que era lo correcto. Debido
a que juré que lo encerraría. Y ahora... ¿simplemente quieres que le dé
la espalda porque las cosas se pusieron un poco difíciles?
Con una expresión dura, como congelada asiento. —Sí. Quiero
que des la espalda y corras para otro lado.
Niega con la cabeza suavemente. —No puedo... no puedo creer
que me estés haciendo elegir.
—Bueno, lo hago. Y si eso me convierte en un idiota, me importa
una mierda. —Mis dedos se aprietan en sus brazos—. Te estoy pidiendo
elegir, y te estoy rogando... que me escojas.
Toda la sala se queda en silencio. No creo que nadie respire.
Entonces Kennedy acuna mi mandíbula en sus dos manos. Y su
voz es un susurro, de la manera en que se habla en un funeral. —Te
amo, Brent. Realmente te amo, y sé que me amas. Pero no voy a ser la
mujer que amas si no hago esto. Y si podemos solo…
No escucho una palabra más después de eso. Debido a que estoy
saliendo por la puerta, cerrándola detrás de mí, dejando el marco
astillado.
Vago por la ciudad durante una hora o dos porque tengo miedo
de lo que voy a decirle si vuelvo demasiado pronto. Pero cuando por fin
regreso, no tengo que preocuparme por eso.
La casa está a oscuras. Vacía.
Ella se ha ido.
Traducido por florbarbero
Corregido por Julie

—¿Qué mierda es eso?


A la mañana siguiente, los ojos de Waldo me siguen como un
espectador en Wimbledon mientras camino de un lado a otro frente a su
sofá, relatando mi pelea con Kennedy palabra por palabra. Casi no
dormí anoche, demasiado ocupado repitiéndolo en mi cabeza. Y
esperando que llame. Para decirme que ya pasó su locura y se bajará
del caso.
Pero mi teléfono se quedó mudo.
Waldo se aclara la garganta. —A lo largo de tu impresionante
diatriba, no dijiste ni una sola palabra acerca de la perspectiva de
Kennedy. ¿No has pensado lo que puede sentir en este momento?
Con petulancia, resoplo. —No.
He estado demasiado ocupado estando cabreado para analizar
cómo se puede sentir.
Asiente. —Vamos a examinar eso. Kennedy es la que fue atacada
y lastimada. Fue la que se abrió a sí luchando tan duro para recuperar
su confianza. La que te creyó cuando profesaste su amor. La que te vio
marcharte cuando te enfrentaste a tu primer reto como pareja. ¿Cómo
crees que se siente acerca de todo eso, Brent? —Sus dedos repiquetean
contra el brazo de la silla—. ¿Asustada? ¿Herida? ¿Devastada?
La culpabilidad inculcada por un terapeuta experimentado es una
cosa difícil de resistir, pero me las arreglo.
—Ella no sentiría nada de eso si hiciera lo que le digo.
Sus labios insinúan una sonrisa, pero no una buena. Me
recuerda a Jasper, cuando tiene su juguete atrapado entre sus garras y
está a punto de morderlo. —Pero las relaciones no funcionan de esa
manera. Lo sabes. Kennedy necesita tu apoyo, no tu dirección.
Abro la boca para discutir, pero habla justo encima de mí.
—No perdamos nuestro tiempo aquí. ¿Qué tal si intentas ser
honesto y me dices lo que estás sintiendo realmente?
Froto mi nuca, frustrado. —¿Es una broma, o simplemente estás
ciego? Estoy enojado, Capitán Obvio.
Su mirada es estable y calma. Conocedora. Es jodidamente
molesto.
—No luces enojado. Te ves aterrado. ¿De qué tienes miedo, Brent?
Lanzo mis manos. —¡Temo que vaya a ser lastimada!
—¿Que ella vaya a ser lastimada, o que no serás capaz de impedir
que sea herida?
Casi me río. —¿Hay alguna maldita diferencia?
—Sí. Una implica tu preocupación por ella. La otra gira solo en
torno a ti mismo. El temor de que le fallarás. Que no vas a ser capaz de
protegerla.
La verdad es una pequeña bestia implacable y fea. Rasca y roe,
volviéndote loco, hasta que lo dejas salir.
—No la protegí antes, ¿verdad?
Pienso en la noche del baile de último año, Kennedy con la cara
fangosa y sangrando. Pienso en los años de burlas e insultos venenosos
siseados, que pueden romper un alma tan fácilmente como palos y
piedras rompen los huesos. —La dejé con los lobos, y tuvieron una
fiesta. Eso no va a suceder de nuevo. De ninguna jodida manera. Estoy
tratando de protegerla en este momento.
Asiente. —Fallaste antes porque eras egoísta. Un adolescente,
pensando solo en sí mismo.
—¡Sé eso!
Él abre los brazos con la gran revelación. —Y sin embargo, estás
aquí, repitiendo siempre lo mismo. Pensando en tus necesidades. Tus
sentimientos. Como un adolescente irritable de nuevo.
—¡Tengo treinta y dos años, soy un hombre adulto, por el amor de
Cristo!
Se inclina hacia delante en su silla. —Sí lo eres. Y por las últimas
semanas, has estado actuando como tal. Por lo que es decepcionante
ver una regresión de la noche a la mañana.
Rechino mis dientes, y señalo con un dedo hacia él. —¿Sabes
algo? Jódete, Waldo.
Entonces salgo por la puerta.

***

Después de ese desastre, voy a la oficina, aún molesto. En


realidad, más molesto, porque no me dijo lo que quería oír. No ve mi
punto perfectamente racional sobre que mantener a Kennedy al recaudo
en mi casa, en mi cama aún mejor, es el único curso de acción
aceptable. Hay mujeres que venderían su alma para vivir en mi jaula de
oro. Pero no quiero a ninguna de ellas.
Mientras estoy frente a mi escritorio, pasando papeles y
golpeando cajones, Jake camina a través de la puerta.
—En lo que respecta a rabietas, la tuya es bastante patética.
Debes hablar con Regan, ella te puede dar algunas indicaciones.
—Vete a la mierda, hombre. —Ni siquiera levanto la mirada.
Cruza los brazos sobre el pecho. —No puedo hacer eso, amigo.
Estás jodiéndolo demasiado para que simplemente me siente y vea.
Golpeo el cajón para cerrarlo con una explosión, y luego apunto
hacia él. —¡Dame un respiro! ¿Sería diferente si fuera Chelsea? ¿Cómo
reaccionarías si ella caminara en el foso de los leones?
La voz de Jake es baja y letalmente calma. —Chelsea puede
entrar a cualquier maldito foso que quiera. Porque yo soy el león. Y me
aseguraría de estar con ella.
Respiro más fuerte cuando se coloca delante de mi escritorio.
—Tu problema es que la subestimas. Estableciste un marcador
que nunca tuviste intención de superar, y te mandó a la mierda. Ella se
irá, Brent; nada de lo que digas va a detenerla. Así que la única
pregunta que queda es, ¿qué vas a hacer ahora?
Entonces Sofía entra en la habitación. —Oigan... ¿chicos? Creo…
Inmediatamente la corto. —¿Sofía? Ahora no, ¿de acuerdo?
—Lo sé, pero escucha…
—Al contrario de lo que todos piensan, soy un niño grande. Esto
es entre Kennedy y yo. Vamos a solucionarlo, y no…
—Rompí bolsa.
Hay pocas palabras en el idioma español que son capaces de
atraer la atención inmediata y sin divisiones. El fuego es una. Bingo
está bastante alto en la lista. Voy a correrme es mi favorita personal.
Pero rompí bolsa supera a todas.
Jake y yo nos giramos y enfrentamos a Sofía, que ahora está
apoyada contra la pared. La parte inferior trasera de su vestido verde
gotea notablemente líquido por sus piernas, dejando un rastro en la
alfombra detrás de ella.
—Guau, eso es una gran cantidad de agua. Se podría ahogar a un
cachorro en esa la cantidad de agua.
—Voy a llamar a Stanton —dice Jake.
Sofía levanta su mano. —¡No! Está en la corte, y no quiero que
conduzca el Porsche al hospital, podría matar a alguien o a sí mismo. —
Toma una respiración profunda, se tranquiliza y asume su personaje de
sargento—. Jake, ve a la corte y lleva a Stanton al hospital. La señora
Higgens sabe dónde está. Brent, haz que Harrison traiga el coche, luego
me llevarás a casa a buscar mi bolso y luego al hospital. —Sus labios se
contraen y exhala lentamente, casi silbando.
Todo lo demás se desintegra a la luz de este desarrollo
monumental. Porque a pesar que Sofía canta que todo está bien a nadie
en particular, su rostro está tenso y pálido. Tiembla de miedo, y es una
de mis mejores amigas en el mundo. Ella me necesita.
Jake y yo nos movemos al mismo tiempo por la puerta, y levanto
a Sofía en mis brazos. Sus manos se enlazan en la parte trasera de mi
cuello mientras dice—: Estoy en trabajo de parto, Brent, no inválida.
Puedo caminar.
—Por supuesto que sí, pero ¿por qué lo harías cuando tienes a un
hombre como yo por ahí?
A medida que voy por las escaleras, ajusto el peso considerable de
Sofía en mis brazos. Y, por supuesto, se da cuenta.
—Si te burlas acerca de lo pesada que soy, voy a arrancarte los
pelos de la barba.
—¿Burlarme? ¿Yo? —Sonrío—. Nunca me burlaría de una mujer
por su peso, especialmente una mujer embarazada. —Hago un último
paso, a continuación, añado—: A pesar... que creo que mi prótesis de
titanio acaba de hacerse trizas.
Me pellizca. En el cuello, en los brazos, en cualquier lugar que
puede alcanzar.
—¡Ay, Jesús! ¡Sin pellizcos! ¡Los moretones no son geniales!
Sofía tiene un agarre letal. Sus hermanos mayores, que se
burlaban de ella sin piedad, deben haber parecido dálmatas al crecer,
porque dudo que tomara esa mierda sin represalias.
Pero a medida que la llevo a la acera, se ríe. Así que mi misión
está cumplida.
Y dieciséis horas más tarde, la misión de Sofía también. Porque es
cuando el primer niño de nuestra firma viene gritando —
argumentando— al mundo.

***

—Samuel, ¿eh?
Miro al bebé de olor dulce durmiendo en mis brazos. Siempre se
habla de cómo los recién nacidos tienen los labios de su madre o la
nariz de su padre, pero nunca entendí eso. Todos parecen bebés.
Increíblemente lindos, pero más o menos lo mismo.
—Por lo tanto, ¿están haciendo la cosa de la S? ¿Como si Sofía y
Stanton Shaw no fuera lo suficiente nauseabundo?
Stanton se inclina hacia atrás en el sillón reclinable junto a la
cama del hospital de Sofía. Toma una uva verde de la bolsa en su
regazo y la mete en la boca. —No, él solo parece a Samuel.
—Parece un extraterrestre.
Con el ceño fruncido de Sofía, modifico esa declaración. —Un
extraterrestre adorable, pero aun así, tiene una cabeza parecida. ¿Cómo
es esa sensación de sacarlo?
Sofía sonríe con dulzura. —Espero que consigas piedras en el
riñón, así lo puedes averiguar.
Entonces nos sentamos en silencio durante unos momentos.
Hasta que Sofía presiona suavemente—: ¿Has hablado con Kennedy?
Mi corazón se contrae. Mi ira desapareció en algún momento de la
noche. Ahora solo sufro por ella.
—No.
Stanton come otra uva. —¿Por qué no?
—Todavía estoy esperando que recobre sentido.
—¿La amas? —Sofía se vuelve hacia su marido con la boca
abierta—. Dame.
Él coloca una uva en su boca.
Arrastro los nudillos a través de la mano perfecta de Samuel,
imaginando cómo se sentiría sostener una pequeña niña recién nacida
con el pelo rubio.
—Sí, la amo.
—Entonces soluciónalo, hombre —insiste Stanton—. Tuvieron
una pelea; dijiste cosas que no querías decir. Pero no se rompe por una
pelea. No si la amas.
Sofía habla mientras mastica. —Él tiene razón. Si nos
separáramos cada vez que disentimos en algo, la casa de Samuel se
habría roto hace mucho tiempo.
Stanton asiente.
La voz de Sofía es sincera con experiencia. —Da miedo, lo sé.
Darle a alguien ese tipo de poder sobre ti, aceptar que tu felicidad
siempre dependerá de la de ellos. Pero vale la pena. —Se acerca y
Stanton toma su mano, dándole una sonrisa secreta.
Las palabras de hace dos décadas, resuenan en mi cabeza y salen
de mi boca. —El viaje es lo único que hace que la caída valga la pena.
La cabeza de Sofía se inclina con curiosidad y me encojo de
hombros. —Una chica valiente e inteligente me lo dijo una vez.
Stanton sonríe. —Suena como una guerrera
Maldita sea, lo es.
***

En mi cabeza, imagino cada gran gesto con el que fantasean las


chicas adolescentes. Estoy fuera de la ventana de su dormitorio con un
equipo de sonido por encima de mi cabeza. Corro por el aeropuerto,
momentos antes de que aborde el avión, y profeso mi amor eterno.
Redecoro completamente mi oficina en casa, poniendo su escritorio
junto al mío, para demostrarle lo mucho que la quiero en mi vida.
En realidad, no hago ninguna de esas cosas.
Debido a que esto no es una película, esto es la vida real. Y
Kennedy y yo somos la cosa más real que he conocido.
Lo que más necesita de mí no son gestos o regalos caros que ella
podría comprarse sin pensarlo dos veces. Necesita palabras. Y tiene que
mirarme a los ojos cuando las diga, para que pueda ver que quiero decir
todas y cada una.
Asiento al agente federal estacionado en la puerta de su casa. Me
deja pasar y subo los escalones de su pórtico, llamando a su puerta.
Después de lo que se siente como una eternidad, abre, y sus brillantes
ojos todavía hinchados me miran desde su bello rostro magullado.
Una cuchilla de culpa arremete contra mi caja torácica porque
sigue lastimada. Y la lastimé más.
Las palabras se precipitan de mis labios.
—No hemos terminado. Yo no… —Mi voz se quiebra—. No quise
decir eso.
Su rostro se ablanda con simpatía. Y la cuchilla se sumerge más
profundamente, retorciendo con crueldad.
—Lo sé, Brent.
Toco su mejilla, porque no puedo no tocarla por un segundo más.
—Lo siento.
Suspira. —Yo también. Siento no poder hacer esto más fácil para
ti.
—No. Fui un idiota. No tienes que hacer que sea más fácil para
mí, no quiero que te preocupes por eso. Te amo, Kennedy.
—También te amo. —Toma una respiración profunda, luego sube
su barbilla y su voz es más fuerte—. No me pidas no ir de nuevo. No
creo que pueda soportarlo.
—No lo haré. Lo único que voy a pedirte es… —me muevo más
cerca—, déjame ir contigo.
Su cara se contrae y arremete en mi contra. La abrazo tan fuerte
como me atrevo mientras sus lágrimas empapan mi camisa, y asiente
contra mi pecho. —Sí. Por favor, ven conmigo.
Traducido por Vane hearts
Corregido por Laurita PI

En el primer día de un gran juicio, algunos abogados quieren que


su único objetivo sea el caso. Piensan en ello mientras meten avena en
sus bocas. Ensayan su exposición inicial mientras toman su café, y
pegan sus notas en el espejo mientras se afeitan y enderezan sus
corbatas.
Pero Kennedy, no. Debido a que esta mañana, en nuestra
habitación del hotel de Nevada, su atención se centra por completo en
mi pene.
Se encuentra de rodillas delante de mí donde me ubico junto a la
cama, jugando con la sensible marca en la parte inferior de mi dura y
caliente barra mientras me chupa. Y se siente tan jodidamente bien que
prácticamente me decapito cuando mi cabeza rueda hacia el techo.
Entierro mi mano en su cabello y lo empuño con fuerza, manteniéndola
quieta para poder bombear en su boca.
Maldita sea.
Es lo más duro que me dejo ser con ella en las últimas dos
semanas; y lo ama. Gime a mi alrededor, enviando ondas de decadente
placer a través de cada nervio de mi cuerpo. Mi barbilla toca mi pecho
mientras bajo la mirada, viendo mi pene deslizarse suavemente entre
los rosados labios de Kennedy.
—Eso es. Tómalo justo así —digo con voz ronca. Porque me siento
jodidamente sucio.
Su gemido en respuesta es casi mi perdición. Con una rapidez
nacida de la desesperación, la levanto, la lanzo sobre la cama yagarro
sus tobillos, arrastrándola hasta el borde. Luego doblo las rodillas y me
introduzco en su interior.
—Oh Dios… Brent… Oh sí…
Me mira, esos ojos marrones y dorados ardiendo como una
hoguera de hojas caídas.
El más agresivo de sus moretones se ha desvanecido a una mera
decoloración, y un puñado de pequeñas costras se mantiene de la
abrasión en su mejilla. Sin embargo, el labio partido y la hinchazón
alrededor de su ojo se han recuperado por completo.
Giro mis caderas, empujando profundo, luego cambiando a
suaves y constantes embestidas. Deslizo mis palmas hasta sus
pantorrillas, agarrándola por debajo de las rodillas y extendiéndola de
par en par. Dándome una vista perfecta de su carne oscura y brillante
de color rosa.
Es en momentos como este que deseo que mi madre hubiera
follado con el doctor Octavius.
Palabras raspan hasta mi garganta. —Juega con tus tetas.
Pellizca esos lindos pezones como si fuera tu jodido trabajo.
Kennedy cierra los ojos con un gemido. Y es solo un segundo
antes de que haga lo que le pedí; sus pequeñas manos aprietan sus
suaves montículos, luego sus dedos tiran de los picos color malva.
Duro.
Oh, sí; esa es mi chica.
Su necesitado coño se aprieta a mi alrededor, tratando de
mantenerme en el interior. Y suplica, y Cristo; no hay sonido más dulce
en la tierra que Kennedy Randolph suplicando.
Por más.
Por más rápido.
Más duro, Brent. Más profundo.
Entonces es una sonata de jadeos entrecortados, gemidos
desiguales y el sonido de piel contra piel. Los tendones en mi espalda se
alargan y se tensan, como la cuerda de un arco estirándose hasta el
punto de romperse. Los dedos de los pies de Kennedy se enrollan y sus
diminutos pies se flexionan, buscando adquirir aire. Con una serie de
gruñidos que rasgan mi laringe en carne viva, me corro, mis dedos
clavándose en sus caderas, manteniéndola quieta; haciéndola tomar
todo lo que tengo para dar.
Sus manos arrasan las sábanas y Kennedy llega al clímax justo
después. Sus músculos se contraen, succionando hasta la última gota
de mi pene aún latiendo. Mi cabeza se aligera, mi visión se hace
borrosa. Es posible que esté a punto de malditamente desmayarme.
Y me dejo caer encima de ella, mis huesos volviéndose gelatina.
Cuando las réplicas por fin decaen, se ríe. Esa titilante y mágica
risa que canta de alegría y levanta mis propios labios en una sonrisa en
respuesta.
Ahora así; así es como se inicia un juicio de mierda.

***

Una vez que, en verdad, me encuentro en condiciones de pararme


de nuevo, vamos a la ducha. Con la escayola de Kennedy envuelta en
una bolsa de plástico, lavar su cabello —y todos sus recovecos— es un
desafío. Como es lógico, la estoy ayudando. Es lo único decente para
hacer.
Y solo un poco más tarde, tengo puesto mi traje —el de la marina
con mis gemelos de la suerte— ayudando a Kennedy con su primera
capa de ropa.
—La tela Kevlar luce caliente en ti. —Aseguro la costura de
velcro—. Definitivamente llevaremos esto a casa con nosotros.
Su cabello dorado se desliza fuera de su hombro cuando se gira
hacia mí. —Eres un bastardo fetichista, ¿verdad?
—No tienes ni idea. Pero no te preocupes, lo serás. —Sello la
promesa con un beso en su mejilla. Entonces sostengo la blusa
mientras desliza dentro sus brazos.
—¿Cómo te sientes, campeona? —pregunto.
He visto de primera mano en las últimas semanas que Kennedy
es estelar en separando las cosas. Enterrando cualquier emoción
molesta como el miedo o la duda en lo profundo durante el día. Pero por
la noche, cuando estamos solos, es cuando los demonios se arrastran
desde su cripta y le dicen que está destinada a fracasar; o algo peor. Y
me siento agradecido de estar aquí; de ser el hombre que la abraza
cuando tiembla, al que le susurra esas preocupaciones, el que la ayuda
a soportar esa carga.
Nunca tendrá que hacerlo sola una vez más.
—Estoy bien. —Sonríe de vuelta, y el brillo en sus ojos me dice
que eso es cierto.
Dejo caer un beso en su nariz y abotono su blusa, porque la
escayola, también lo hace difícil. Pero mirar los restos de sus lesiones —
aún visibles a través de su ligero maquillaje— me impacta. Giro la
cabeza, revisando la contusión amarillenta en diferentes luces.
—¿Qué pasa?
—La defensa va a pedir al juez que te recuse a causa de los
golpes, la escayola. Van a decir que influenciaste al jurado.
Frunce el ceño. —¿Eso crees?
—Es lo que yo haría. —Me encojo de hombros.
Kennedy asiente con lentitud, mirando la alfombra; viendo el
cambio potencial de juego detrás de sus ojos. —Bueno. Entonces voy a
estar lista para argumentar esa moción.
—Sí. —Le beso la frente ahora—. Lo estarás.

***
Kennedy entra en la corte como un general. La forma en que me
imagino a Juana de Arco dirigiéndose al campo de batalla, solo
desafiando a los ingleses para continuar. Me siento en la primera fila de
la galería, justo detrás de ella. A mi lado se encuentra Connor Roth, el
jefe de policía de ojos verdes, con cara de piedra que me llevó hasta su
habitación del hospital. Desde entonces, ha estado a su lado.
Mientras ella habla en voz baja a los otros fiscales en la mesa,
reviso a Moriotti, en el lado opuesto de la sala, junto a su propio equipo
de abogados. Está en sus cuarentas, pequeño pero robusto, potente,
con cabello negro engominado que comienza a volverse gris en las
sienes. Se ve como una basura típica, aun vestido con un traje italiano
que sé a primera vista le costó el pago de la hipoteca de una persona
promedio. Sigue a Kennedy con sus ojos y cuando se da cuenta del yeso
en su brazo, el hijo de puta se ríe.
Ira se dispara a través de mi torrente sanguíneo como una bala
con exceso de velocidad, tornándome irreflexivo; imprudente. Comienzo
a levantarme de mi asiento, con la intención de caminar hasta allí y
rasgar la cabeza del hijo de puta con mis manos desnudas. Y
compadezco al agente judicial que se interponga en mi camino.
Un fuerte agarre en mi hombro me detiene.
—No lo hagas, Batman —murmura Roth—. Ser arrojado fuera de
los tribunales y encerrado antes de que el juicio comience no le va a
hacer ningún favor a tu chica.
Sus palabras me sacan de mis fantasías sangrientas, porque tiene
razón. Es un asco; pero tiene razón.

***

Tres días más tarde, le digo a Kennedy que no voy a estar en la


corte por la tarde. Cuando la preocupación ensombrece su rostro, de
inmediato, le explico que tengo algo de mi propio trabajo para ponerme
al día. Es una mentira; Jake es impresionante en hacerse cargo por él
solo, e incluso con baja por maternidad, Stanton ha estado arreglando
la flojera de mi casa. Pero es solo una pequeña mentira, de la buena
clase.
Porque si supiera a dónde en realidad iba, esa sombra de
preocupación se convertiría en un eclipse total.

***

El mafioso de hoy en día es muy diferente al de los viejos tiempos


de Al Capone, los sombreros de ala y metralletas ocultas en fundas de
violín. Los Sopranos lo entendieron bastante bien. Si no lo saben ya,
nunca sospecharían que Carmine Bianco —el tipo de setenta años de
edad, de cabello oscuro, cara dura en la mesa de la esquina trasera de
este restaurante de vecindario— es el líder supremo de una implacable
organización criminal multimillonaria que los federales han estado
intentando culpar durante dos décadas con la ley del crimen
organizado. Se ve como el abuelo de alguien, o un viejo tío benévolo.
A excepción de los dos grandes hijos de puta de pie detrás de él,
con cinturones de armas atado debajo de sus chaquetas.
Somos los únicos clientes en el restaurante, así que cuando uno
de los grandes tipos llega a mí un par de pasos cortos desde la mesa,
automáticamente extiendo mis brazos y me chequea; comprobando
armas o un micrófono. Toda mi vida, la gente ha comentado de mi
rostro juvenil, mi buena apariencia, y me han subestimado a causa de
ellos. En este momento saco partido esa ventaja, y le doy a Carmine
una sonrisa afable cuando me siento frente a él.
—Señor Bianco, soy Brent Mason. Gracias por acceder a reunirse
conmigo.
Baja su rebosante sándwich y mastica su bocado, deslizando una
servilleta por sus labios con dedos gruesos. —¿Quieres un sándwich?
Niego con la cabeza. —Estoy bien, gracias.
Sus ojos son agudos, relucientes como una navaja mientras me
analiza: mi traje gris, corbata aflojada, reloj Rolex. —No te conozco. No
sé cómo me conoces, pero mi chico del dinero me dijo que debía
reunirme contigo, así que aquí estamos. ¿Qué puedes hacer por mí,
chico?
Su asesor de negocios es un socio de un socio de uno de los
corredores de toda la vida de mi familia. Así que hice un par de
llamadas, ya que no importa si eres un mafioso o un príncipe: El dinero
siempre habla.
—Creo que se puede decir que tengo una… propuesta de negocio
para usted. —Mi voz me delata. Es difícil. No sé si él ordenó el asesinato
de Kennedy, o si sus muchachos limpian sus propios líos. Y no puedo
preguntar; de cualquier manera, no me diría. Todo lo que puedo hacer
es tratar con él, porque cuando uno quiere deshacerse de una
serpiente, apunta directamente a la cabeza.
Se inclina hacia atrás en su asiento. —Estoy escuchando.
—Gino Moriotti. Él trabaja para usted.
La boca del anciano hace una peculiar mueca. —Supuestamente.
—Por supuesto, supuestamente. —Me río.
—¿Qué hay de él?
Entonces no estoy riendo más. —¿Cuál es el valor de él para
usted? Cuánto dinero está dispuesto a perder cuando se lo sacrifique; y
no me cabe duda alguna de que será sacrificado.
Eso consigue su atención. Me mira de la forma en que miras
fijamente a alguien que crees que has visto antes, pero no puedes
recordar bien. Como si estuviera tratando de ubicarme. Analizándome.
Le doy una mano y dejo mis tarjetas descubiertas sobre la mesa.
—El fiscal principal en su caso…
—La rubia. —Me señala, asintiendo con comprensión.
—La rubia —confirmo.
—Es linda.
—Sí, lo es. Es también muy importante para mí. Cuando se
termine este caso, voy a llevarla de vuelta a DC. Me voy a casar con ella,
tener hermosos bebés y envejecer a su lado. Y no voy a hacer eso
mirando sobre su hombro todo el tiempo, preocupándome de que
alguien de su organización va a tratar de hacer un ajuste de cuentas. —
Lo dejé absorber eso.
Entonces digo—: Tengo dinero. Tengo propiedades que no
compré, automóviles y alfombras, antigüedades y joyas, y ninguno de
ellos significa un bledo para mí si no la tengo. Así que… deme un
número.
Nos miramos el uno al otro.
Cuando él permanece en silencio, agrego en una baja voz apenas
por debajo de amenazante. —Piense en esto como mi gran y gordo
incentivo. Se captura más moscas con miel, ¿sabe? Pero tenga la
seguridad de que mi bastón es jodidamente letal y no tengo miedo de
usarlo.
La risa sacude todo su cuerpo, haciendo vibrar la mesa. —Sí,
oh… escucharte. Alguien tiene bolas de sobra, ¿eh? Suena como una
amenaza. —Se gira hacia uno de los ogros detrás de él—. ¿Le crees a
este chico, Tony?
Tony no lo cree. —No le creo, señor Bianco.
—Debo haberte oído mal. Correcto… ¿Brent?
Y tan rápido como una serpiente ataca, energía letal irradia de él,
como vapor de una olla hirviendo.
Y no me importa una mierda porque he hecho mi tarea.
Me inclino hacia delante, mirando directamente a sus ojos. —
Usted está casado, ¿cierto, Carmine? Con la misma mujer durante más
de cincuenta años. Hay algo sobre la chica de al lado; tu amor de
infancia. ¿La fiscal? Es mía. Así que… pregúntese si hay algo que no
haría para mantener a su esposa segura. Cualquier aversión que no
cometería, cualquier ley que rompería. Entonces… me dice si lo estoy
amenazando.
Denso y pesado silencio envuelve la habitación.
Entonces Bianco se agacha y toma otro mordisco de su sándwich.
Mientras mastica, me dice—: Me gustas, chico.
Me encojo de hombros. —A la mayoría de la gente.
Toma otro bocado. —¿Apuestas?
—A veces.
Asiente, tragando su bocado. —La forma en que apuesto… tienes
que tratar de inclinar la balanza a tu favor. Cargar los dados, pesar la
rueda, contar las cartas. Pero después de jugar tu mano… si pierdes, se
acabó. Dejas tus pérdidas, te alejas de la mesa. Darse la vuelta para
sacar al distribuidor solo enoja al casino. Atrae una innecesaria
atención, ¿entiendes lo que digo?
Estoy bastante seguro de que lo hago.
Bianco se inclina hacia atrás en su silla, observándome. —Así
que… después de que la mano de Gino termine, te casas con tu linda
chica, tienen un montón de abogados de ojos celestes y no te molestes
en mirar por encima de su hombro. No vamos a estar allí.

***

Tres semanas más tarde, el veredicto está dicho. Estoy detrás de


Kennedy cuando el presidente del jurado lee en voz alta. Y soy la
primera persona a la que ella abraza después que Gino Moriotti es
encontrado culpable de todos los cargos.
Kennedy y yo salimos a celebrar con los fiscales y agentes que
trabajaron en el caso con ella. Ella bebe vodka. Mucho. Es una gran
puta noche.
Y luego empaco a mi princesa guerrera y la llevo a casa; a mi
castillo.
Seis meses después…
Traducido por Jeyly Carstairs
Corregido por J A N I

“!Bienvenidos, generación del 2000 de Saint Arthur!”


La reunión de la escuela secundaria: una de las peores molestias
alguna vez inventada. Tienes que vestirte de gala para ver gente que en
realidad no te gusta lo suficiente como para mantener el contacto los
últimos quince años. A los hombres les preocupa si alguien se dará
cuenta de lo calvos que están, y la respuesta es sí. A las mujeres les
preocupa si se ven igual a como lo hicieron cuando tenían dieciocho
años. Noticia de última hora, no lo hacen, O, si lo hacen, es por un
maldito vudú tóxico que bombea por sus venas, así que deberían dejar
de hacerlo inmediatamente.
Vicki y Brian se excusaron, utilizando la máxima excusa
irrefutable de sus hijos para librarse de ir. Kennedy se mostró reacia
también. Pero después de mi implacable persuasión oral, y dos
orgasmos, cedió.
Creo que será bueno que enfrente esos fantasmas, así podrá ver
que incluso los matones crecen, y más importante, envejecen. Dice que
no lo necesita pero creo que, en el fondo, aún lleva una pequeña herida
abierta de aquellos años. Y al regresar aquí, conmigo, finalmente podría
cicatrizar por completo.
Y para ser honesto, quiero estar aquí con Kennedy. Quiero
jodidamente exhibirla, a ella y al anillo de compromiso de tres quilates
que le puse en el dedo el mes pasado. No es solo porque está guapísima.
La querría en mi brazo incluso si todavía estuviera usando esas viejas
gafas, frenos y grandes suéteres holgados. Porque me siento orgulloso
de ella, no solo cómo luce.
Y, si todo va como creo que lo hará, tengo un motivo oculto
adicional para regresar.
Cher resuena en los altavoces mientras Kennedy y yo entramos al
gimnasio de la mano. Dado que nuestro internado cuesta un ojo de la
cara, se podría pensar que el evento tendría más elegancia. Clase.
Pero no, es la tipa decoración con serpentinas, luz tenue, velas
sobre las mesas, las intermitentes luces estroboscópicas ocasionales
como si estuviéramos en un club, un mal DJ. Conseguimos una copa
en el bar y caminamos por ahí, mezclándonos con mis viejos
compañeros del equipo de lacrosse e incluso hablamos durante unos
minutos con William “jodido” Penderghast. Es un influyente director
ejecutivo ahora, con una modelo de Victoria Secret por esposa. Bien por
él.
Pero ambos sabemos que aun así, al final conseguí la mejor parte.
—¡Mierda, Brent Mason! ¡Ven aquí apuesto desgraciado!
Soy abordado por una bronceada y rubia mujer en un vestido de
lentejuelas, usando demasiado Chanel número cinco. Cuando da un
paso atrás, veo que es mi antigua novia, Cashmere Champlain. Sería
agradable decir que obtuvo lo que merecía, que los años no fueron
amables con el rostro y cuerpo que tanto valoraba. Pero eso no sería
cierto. Es todavía hermosa, con un rostro con estilo mejorado
medicamente y un cuerpo tonificado sin nada de grasa obvia. Oí que se
casó con un jugador de fútbol profesional hace unos años, luego se
divorció. Y se casó con uno de sus compañeros de equipo.
Sus labios se separan en una sonrisa agresiva, revelando unos
dientes rectos y brillantes. Golpea la solapa de mi traje. —¿Cómo estás,
extraño?
—Estoy bien, Cazz —contesto fríamente—. ¿Qué hay de ti?
—¡Estoy estupenda! ¡Manejo mi propio negocio de modelaje en Los
Ángeles ahora! Todas piensas que serán la próxima Giselle, aunque la
mayoría no podría ni conseguir un comercial de crema para las
hemorroides sin chupársela al fotógrafo primero. ¿Qué haces con tu
atractiva naturaleza estos días?
Y aquí es donde ese motivo oculto entra en juego.
—Me comprometí recientemente.
Su sonrisa cambia a una forzada y sus ojos se endurecen. —¿En
serio? Qué bueno.
—Lo es. —Entonces jalo a Kennedy detrás de mí—. Mi prometida
Kennedy Randolph. La recuerdas, ¿no es así, Cazz?
Su pretensión de buen humor cae, fundiéndose en una fea
mueca.
—Hola, Cashmere. —Kennedy la mira fijamente, sus ojos duros
como el topacio. Es similar a su postura en la corte. Intrépida.
—¡Tienes que estar malditamente bromeando! —grita Cahsmere
hacia mí—. ¡Lo sabía! ¡Siempre supe que sentías algo por ella! ¡Increíble!
Mi voz es tranquila, y engañosamente contrita. —Sí, tienes razón.
Siempre la tuviste. La cosa es que, tengo una pequeña confesión que
hacer.
—¿Qué?
—Te engañé, Cashmere. A través de todo el internado. Todas esas
noches cuando te dije que tenía práctica hasta tarde, que la pierna me
molestaba o que tenía que estudiar, en realidad estaba con Kennedy. —
Miro directamente a sus ojos llenos de ira—. Siempre fue ella. Siempre.
Cuando una expresión de asombro llena su rostro, sé que me
cree. Que mis palabras la golpearon justo en el corazón. Y al final la
arpía que persiguió a Kennedy murió.
—¿Es… es en serio?
—Totalmente. —Entonces me encojo de hombros—. Pero eso no
es un gran problema, ¿verdad? Los chicos son estúpidos. Solo se
preocupan por sí mismos, no les importa lo mucho que pueden lastimar
a otra persona. Sin resentimientos, ¿verdad?
Se traga todo lo que se encontraba a punto de decir, porque
estamos rodeados de sus viejos seguidores, y cada uno de ellos oyó. Así
que recompone su rostro lo mejor que puede.
Sonríe forzadamente. —Sí. Sin resentimientos.
—Genial. —Acaricio la parte trasera del cabello de Kennedy—. Oh,
esta es una buena canción. Si me disculpas, voy a bailar con la chica de
mis sueños. Hasta pronto, Cazz.
Me giro y me llevo a Kennedy.
Una vez que nos hallamos en la pista de baile, con mis brazos a
su alrededor, me sonríe.
—¿Por qué hiciste eso?
Presiono los labios contra su cabello. —No puedo regresar el
tiempo y cambiar esos años para ti, pero puedo cambiar la forma en
que los recuerda. No podrá pensar que era mejor que tú, nunca lo fue.
El suspiro de Kennedy suena contenido y agradecido al mismo
tiempo.
—Gracias.
Apoya la cabeza en mi pecho y bailamos durante unos minutos.
Luego aleja la cabeza con entusiasmo. —Oye, ¿sabes que deberíamos
hacer?
—¿Qué?
—Deberíamos conducir de nuevo al mirador. —Su voz se vuelve
sensual. Coqueta—. Podríamos… liarnos… como lo hicimos la última
vez.
Muevo mi nariz contra la suya. —¿Me dejarás ir hasta el final esta
vez?
Se muerde el labio, como si tuviera que pensar en ello. —No estoy
segura… Soy una chica buena, sabes.
Mis manos se deslizan hacia abajo hasta sus caderas, apretando.
—Pero es tan divertido cuando eres mala.
Y caliente. Es en realidad jodidamente caliente cuando es mala.
Inclina la cabeza hacia atrás y sus ojos brillan. Todo por mí. —
Juega bien tus cartas, las cosas podrían volverse traviesas.
Genial. Soy un jugador de cartas patea culos.
—¿Sabes de que más me acabo de dar cuenta? —pregunta.
Mis manos se deslizan por sus mulos, ahuecándole el culo. —
¿Qué?
—Nunca me diste un apodo.
La beso suavemente, con la promesa de más por venir.
—Pero lo hice. El mejor apodo de todos los tiempos, y en unos
pocos meses, voy a usarlo cada vez que pueda.
Inclina la cabeza a un lado, tratando de adivinar. Eventualmente
se da por vencida.
—¿Cuál es?
Levanto su mano izquierda a mis labios, besando los nudillos
donde su anillo de compromiso se encuentra. Donde, muy pronto, un
anillo de boda estará.
—Esposa.
Erase una vez… en el Estado de Mason
Potomac
Traducido por Kath1517
Corregido por Julie

—¿Robert? —susurró la voz de Vivian Mason—. ¿Estás despierto?


No se suponía que ella lo estuviera. Sus padres la habían metido
en cama hace horas. Su madre suavemente había echado hacia atrás su
cabello rubio y le había besado la frente, el vestido blanco de su madre
brillando en la tenue habitación como una estrella en el cielo nocturno. Y
su padre le deseó dulces sueños, llamándola su pequeña loba, porque
dijo que era tan lista como uno. Él era así de tonto, siempre saliendo con
nombres graciosos para ella y sus hermanos pequeños.
¿Pero cómo podían esperar que durmiera? Era la víspera del Nuevo
Año y había una gran fiesta en el salón abajo.
—¡Robert! —dijo con la voz más fuerte.
—¡Sí, estoy despierto!
Las sábanas de seda susurraron cuando su mejor amigo en todo el
mundo, Robert Atticus Becker, salió de ellas. Aunque ambos tenían ocho,
Robert siempre fue una cabeza más alta que ella. Se frotó la somnolencia
de sus ojos azules claros, pasó una mano por su cabello oscuro, y se paró
al lado de ella en la puerta.
—¿Ya comenzó?
Vivian sonrió emocionada, porque por cuanto podía recordar, había
esperado ver el espectáculo de juegos artificiales que pronto iluminaria el
mundo afuera. Como magia.
—No, pero pronto.
Robert tomó la delantera, abriendo la puerta y asomándose afuera,
asegurándose de que la costa estuviera despejada. Luego se deslizaron
por el pasillo sin fin, los pies con pantuflas de Vivian y los descalzos de
Robert sin hacer ningún sonido. Entraron en el dormitorio rojo y cerraron
la puerta suavemente detrás de ellos.
Aquí era donde la abuela de ella mantenía sus álbumes de
fotografías más preciados: las estanterías de libros estaban alienados
con estos. Sus padres habían tenido dos bodas; una en una playa
desierta de arena blanca y árboles tropicales balanceándose, y otra,
mucho más elegante, con cientos de invitados en un edificio con
intrincados arcos y columnas de mármol. Y había fotografías de todos los
viajes de sus padres. Antes de que ella naciera, habían saltado de un
avión juntos. Pero ya no viajaban mucho, a ningún lado donde toda la
familia pudiera ir.
Su padre una vez dijo que tenerla a ella fue la aventura más
grande.
Los dos chicos treparon en el asiento de terciopelo de la ventana.
Vivian se colocó de rodillas, con las palmas contra los fríos vidrios,
mirando fuera para atrapar un vistazo de los invitados abajo.
—No puedo creer que Samuel fuera a la fiesta este año, pero no
nosotros. —Ella hizo un puchero.
Robert se encogió de hombros. —Es mayor que nosotros.
Como el menor de siete, Robert sabía todo sobre tener que esperar
para hacer cosas que sus hermanos mayores ya tenían permitidas.
—Solo agradece que no eres Nat o Xavier, les faltan años para ir.
Eso es verdad. Los hermanos menores de Vivian estaban en este
momento confinados en su cuarto, con Harrison y la niñera Jane
manteniéndolos vigilados.
Vivian estiró el cuello cuando la multitud de invitados salió a la
terraza con sus brillantes joyas, vestidos vaporosos y elegantes trajes.
Prácticamente podía escuchar el tintineo de las copas de champaña
mientras sirvientes con guantes blancos las pasaban en las bandejas de
plata. Ella vio a sus padres entonces; su madre se reía por algo que su
padre susurró en su oído. Había pocas cosas que Brent Mason disfrutara
más que hacer reír a su esposa.
Entonces lentamente, su padre se dio vuelta, su apuesto rostro se
inclinó, como si estuviera mirándola. Y podría jurar que le guiñó un ojo.
Por un segundo jadeó. Hasta que recordó que el cuarto estaba
oscuro y que estaban muy arriba de él; no podría saber que estaba ahí.
Vio a su tío Stanton —alto y dorado— caminar hacia sus padres,
con su brazo alrededor de su hermosa tía Sofía. Al lado de su madre, vio
los padres de Robert. Vivian pensó que la tía Chelsea podría tener frío,
porque el tío Jake la tenía acurrucada contra su amplio pecho, con los
brazos alrededor de ella, escudándola contra el frío.
Sonando ligeramente aburrido, Robert preguntó—: ¿Qué quieres ser
cuando seas grande? Yo voy a ser un Marine, ellos tienen las mejores
misiones.
Vivian se sentó sobre sus talones. —Yo voy a ser una escritora,
como mi tía Vicky.
La nariz de Robert se arrugó. La escuela era fácil para él, podía
leer algo una sola vez y recordarlo palabra por palabra. Pero eso no
quería decir que le gustara leer.
—¿Sobre qué escribirías?
Vivian miró hacia las tres parejas abajo, quienes eran una gran y
maravillosa parte de su vida. —Voy a escribir sobre tres superhéroes.
Todo el mundo cree que ellos son personas normales, pero tienen
identidades secretas.
Robert asintió. —Las identidades secretas son geniales. ¿Qué
serían?
La voz de Vivian se puso suave mientras imaginaba. —Uno será un
vaquero, otro un caballero y el otro, un príncipe.
—¿Matarán personas?
La cabeza de Vivian giró hacia él. —No, salvarán personas. Todos
los días. Y tendrán hermosas esposas súper heroínas que los salven.
Robert entrecerró los ojos. —No lo sé, Viv. Suena un poco tonto.
Ella solo sonrió. —Mis historias serán asombrosas. Quienquiera
que las lea se reirá y llorará y sabrá lo que se siente enamorarse. Y
terminarán de la mejor forma que todas las historias terminan.
Robert se inclinó hacia ella, con la atención atrapada. —¿Cómo?
—Y todos vivieron felices para siempre.
Siempre disfruté de los cuentos de hadas. Son mágicos y
atemporales, son inocentes y simples, con la idea conmovedora que el
amor puede superar cualquier obstáculo; vencer al villano, salvar a la
princesa, romper el encanto de hechizos malignos.
La idea inicial de Appealed, para mí fue un cuento de hadas. Una
simple historia sobre un apuesto príncipe, una princesa bondadosa y
su dulce amor. Pero evolucionó; una evolución muy divertida. Ahora es
divertida y apasionada, una batalla de voluntades; la historia de cómo
un amor juvenil puede crecer hasta convertirse en algo fuerte e
indestructible.
Adoro esta historia. Adoro a sus personajes; su fortaleza, su
ingenio y sobre todo su alegría. Espero que también la amen, que la
historia les deje una sensación cálida y satisfecha y el conocimiento que
el amor verdadero puede conquistar todos los obstáculos y que el sueño
de “Felices para siempre” se encuentra al alcance de todos.
Estoy tan agradecida de haber podido trabajar con las mejores y
talentosas personas en la serie Legal Briefs. Mi editor, Micki Nuding;
gracias por salvarme, viste cómo hacer lo imposible totalmente factible.
¡Las reuniones creativas contigo son las mejores! Mi agente, Amy
Tannenbaum de Jane Rotrosen Agency; gracias por siempre
permanecer en mi esquina. Ya he dicho esto antes, pero en verdad
¡estaría perdida sin ti!
Mis publicistas, Kristin Dwyer y Nina Bocci —las adoro
eternamente— gracia por hacer mi trabajo divertido y por ser tan
impresionantes en todo lo que hacen. Mi asistente, Juliet Fowler;
gracias por estar a la vanguardia de todo, por tus ideas innovadoras y
tu energía maravillosa. Mi más profunda gratitud a Sullivan & Partners
por la impecable campaña de Sustained y a Molly O’Brien por su
incansable trabajo y apoyo.
Les agradezco a todos en Gallery Books, en especial a Sarah
Leiberman, Liz Psaltis, Paul O’Halloran, mis editoras Jennifer
Bergstrom y Louise Burke; es una alegría y un honor trabajar con todos
ustedes.
Tengo una profunda admiración y amor por Katy Evans, Jennifer
Probst, Kyra Davis, Alice Clayton y Christina Lauren; gracias por sus
sonrisas y por su increíble apoyo.
Estoy tan agradecida a todos los blogs que leen y resumen mi
trabajo y que forman una maravillosa y vibrante comunidad romántica.
De nuevo; a mis estupendas lectoras; gracias por permanecer
conmigo en este viaje, por amar, reír y disfrutar de estos personajes y
sus payasadas, ¡adoro a cada uno de ustedes!
Y a mi familia, gracias por su paciencia, su ridiculez, su amor:
son mi propia historia de amor. Besos y abrazos.
Hubo una época en la que Jake Becker tenía
todo arreglado. Era controlador, decidido, y
despiadado, ya sea dentro o fuera de
tribunales.
Pero entonces, seis huérfanos irresistibles y su
desgarradoramente hermosa tía chocaron
contra su vida perfectamente ordenada. Ellos
cambiaron todo. Lo cambiaron a él. Ahora es
un marido, un miembro honorable de la
sociedad, un padre, la figura de la familia. Y es
muy muy bueno en eso.
Claro, tiene que arbitrar en peleas entre
hermanos, volver a aprender álgebra,
asegurarse que sus clientes permanezcan
fuera de la cárcel, y mantener feliz a su esposa, pero finalmente siente
como si tuviera todo arreglado de nuevo....
Así que, por supuesto, algo tiene que joderlo todo. Algo enorme. El tipo
de cosas que cambia la vida. Aterrador.
Y va a ser la cosa más asombrosa, y perfecta que jamás hará.
En el día, Emma Chase es una devota esposa y
madre de dos hijos quienes viven en un pueblo
pequeño en Nueva Jersey. Por la noche es
justiciera en el teclado, trabajando para traer a
sus coloridos personajes y sus interminables
aventuras a la vida. Tiene un romance de
amor/odio con la cafeína.
Emma es una lectora ávida. Antes de que sus
hijos nacieran consumía libros enteros en un
solo día.
Escribir también siempre ha sido una pasión y
en el 2013 con su novela debut de comedia
romántica, Tangled, la habilidad de ahora llamarse un autor no es nada
menos que su sueño hecho realidad.

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