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Laurita PI
Mae
Sinopsis Capítulo 14
Capítulo 1 Capítulo 15
Capítulo 2 Capítulo 16
Capítulo 3 Capítulo 17
Capítulo 4 Capítulo 18
Capítulo 5 Capítulo 19
Capítulo 6 Capítulo 20
Capítulo 7 Capítulo 21
Capítulo 8 Epílogo
Capítulo 9 Epílogo Extendido
Capítulo 10 Agradecimientos
Capítulo 11 Sidebarred
Capítulo 12 Sobre el autor
Capítulo 13
Cuando Brent Mason ve a Kennedy Randolph, no ve la chica
torpe y dulce que creció al lado. Ve a una mujer segura de sí misma e
impresionante... que quiere aplastar las más íntimas, y apreciadas,
partes de su anatomía bajo los tacones de sus Christian Louboutins.
Brent nunca ha permitido que la pérdida de su pierna en un
accidente en su niñez afecte su capacidad para llevar una vida plena.
Se fija metas altas y luego las alcanza.
Y ahora tiene la vista puesta en Kennedy.
***
—¡Despreciable bastardo!
Kennedy se sienta y me mira como si ni siquiera me reconociera.
Lo que es bastante raro, teniendo en cuenta que estamos con el culo
desnudo en mi cama. Cada parte de nosotros está íntimamente
familiarizada.
Pero es el tono de su voz lo que más me molesta, plano con ira
estrechamente controlada y entrecortada por el dolor. Como si hubiera
robado el aire de sus pulmones, como si le hubiera dado un puñetazo
en el estómago.
Las palabras no me preocupan. Los insultos son nuestro flirteo.
Discutir es nuestro juego previo. Una vez, estaba tan alterada que se
movió bruscamente y se lanzó hacia mí, y mi reacción fue una erección
innegable.
No es tan retorcido como suena. Funciona para nosotros.
Al menos lo hacía hasta hace diez segundos.
—Espera. ¿Qué? —pregunto, en verdad sorprendido.
Pensé que estaría agradecida. Feliz. Tal vez me ofrecería un
trabajo oral para demostrar su aprecio supremo.
Sus ojos brillan peligrosamente, y los pensamientos de dejarla en
cualquier lugar cerca de mi pene huyen como pequeños peces en un
gran acuario. Porque no es una mujer para ser tomada a la ligera; ella
es una fuerza a tener en cuenta. Un interruptor de corazones y un
destructor de bolas.
—Planeaste esto todo el tiempo, ¿verdad? Follarme, adormecerme
en una falsa sensación de seguridad para que baje la guardia y puedas
ganar el caso —sisea.
Se mueve para bajarse de la cama, pero la agarro el brazo. —
¿Piensas que mi pene es lo suficientemente potente como para revertir
tu estupidez? Oh, preciosa, eso es muy halagador, pero no es necesario
venderme a mí mismo para ganar mis casos. Estás enloqueciendo por
nada.
—¡Jódete!
Solía tener una especial habilidad con las mujeres.
Si la palabra joder salía a jugar, siempre eran seguidas por mí y
luego palabras como más duro, por favor, y mi amigo, más.
Esos eran los días...
Se suelta fuera de mi alcance y se levanta de la cama, recogiendo
con furia la ropa esparcida por el suelo de madera dura. Y porque lo
está haciendo desnuda, agachándose, balanceando todos los mejores
lugares, tengo que ver. Hay marcas de dientes en su culo, mis marcas
de dientes. Sin piel rota, solo hendiduras de color rosa oscuro. Es
posible que me dejara llevar un poco anoche, pero su trasero es tan
condenadamente dulce, redondo y apetecible.
Agarro la manga de la prótesis de la mesita de noche y la deslizo
sobre el muñón de la pierna izquierda. Sí, parte de mi pierna fue
amputada cuando era un niño, una amputación transtibial si quieres el
término técnico. Voy a entrar en eso más adelante, porque ella no está
esperando. De hecho, me gusta eso de ella, no cede un ápice. Ni pensar
en hacer concesiones especiales o tratarme de forma diferente al
hombre plenamente capaz que soy.
O el pene que al parecer piensa que soy en este momento.
Cierro el pasador en la pierna protésica y me pongo de pie, justo
cuando encuentra su zapato en la esquina, añadiéndolo a la pila en sus
brazos.
—Cálmate, gatita —intento, mi voz nivelada.
—¡No me llames así! —chasquea—. Dijimos que no hablaríamos
sobre el caso, ese fue nuestro acuerdo.
Me acerco con las palmas hacia fuera, signo universal de Vengo
en paz. —Acordamos muchas cosas que ya no aplican, mejillas dulces.
Sus orificios nasales se abren ante el apodo. Supongo que puedo
añadir "mejillas dulces" a la columna del no, lo cual es una lástima. Se
adapta a ella.
—Traje el tema porque intento ayudarte.
Es oficial: Soy un jodido idiota. De todas las cosas malas que
podría haber dicho, esa fue la peor de todas.
—¿Crees que necesito tu ayuda? ¡Condescendiente hijo de puta!
Se vuelve hacia la puerta, pero le agarro el brazo de nuevo.
—Suéltame. Me voy.
Quiero responder con una buena vieja: Como el infierno lo haces o
el más directo: No te vas a ninguna parte. Pero ambos tenían algo
psicótico, del tipo Buffalo Bill en El silencio de los inocentes. Y eso no es
a lo que voy.
En cambio, arranco la ropa de sus brazos y las arrojo por la
ventana.
—¿Qué estás…? ¡No lo hagas!
Demasiado tarde.
Su falda de diseñador, blusa de seda sin mangas, y ropa interior
de encaje rojo flotan en el aire por una fracción de segundo, luego caen
a la acera y calle debajo de nosotros. El sujetador se engancha en la
antena de un coche que pasaba y ondea majestuosamente por la calle
como la bandera en el vehículo de un diplomático de un país
impresionante llamado Tetaslandia.
Siento como si tuviera que saludarlo.
Cierro la ventana, cruzo los brazos y sonrío. —Si intentas irte
ahora, el pobre Harrison estará marcado de por vida. —Harrison es mi
mayordomo. De nuevo, más tarde.
—¡Hijo de puta!
Y sus puños vienen volando a mi cara. Todos esos años de clases
de ballet la han hecho rápida, ágil con gracia. Pero tan rápida como es,
y tan poderosa como su disposición es, mide solamente un metro y
cincuenta y dos centímetros de lo mejor. Así que antes de que pueda
conseguir un golpe, o pensar en patearme las bolas, fácilmente la tiro
sobre la cama. Entonces me pongo a horcajadas sobre su cintura, me
inclino para presionar sus muñecas en el colchón encima de su cabeza.
Mi pene se pone caliente y duro contra la suave piel justo debajo de sus
pechos, lo que le da algunas ideas, pero eso va a tener que esperar
hasta más tarde también.
Lástima.
Miro hacia ella. —Ahora, melocotones, continuaremos nuestra
conversación.
Ese apodo se ajusta también. Su piel de seda es simplemente
melocotones y crema. Y la forma en que huele, Jesús, la forma en que
se siente en mi lengua, más dulce y más suave que un melocotón
maduro en un día de verano.
Las hebras de cabello rubio bailan a través de su clavícula
mientras se siente de un millón de dólares debajo de mí, dándole a mi
pene ideas aún más fabulosas. —¡Qué te jodan! Ya he terminado de
hablar.
—Bien. Entonces, ¿qué tal callar esa hermosa boca y escuchar? O
siempre podría amordazarte.
Puede que la amordace de todos modos, solo por el gusto de
hacerlo. Probablemente debería haberme aferrado a sus bragas.
—¡Te odio!
Me río. —No, no lo haces.
Sus ojos marrones queman dentro de mí, de la misma manera
que me marcan desde hace décadas. —Nunca debería haber confiado en
ti de nuevo.
Manteniendo sus muñecas por encima de ella, me inclino un poco
hacia atrás para disfrutar de la vista.
—Mierda. La mejor decisión que jamás has tomado. Ahora
escucha, botón de oro...
Y comienzo a decirle todas las cosas que debería haber dicho hace
semanas. No, hace años...
Cuatro semanas antes…
—Tuve un sueño extraño anoche.
Paso por detrás del sofá con una pelota de ráquetbol en la mano.
Cuando llego al final, reboto la pelota contra la pared, la cojo con una
mano, y luego doy la vuelta y voy hacia el otro lado. Hablo más fácil,
pienso mejor cuando estoy en movimiento.
—Estaba en una playa... al menos creo que era una playa, no
recuerdo nada de agua. Pero había arena, estaba cavando en la arena.
Rebota, captura, gira.
Algunas personas piensan que es débil ver a un terapeuta, pero
no podrían estar más llenos de mierda. Toma unas grandes bolas de
latón desnudar tus pensamientos a otra persona. Tus miedos, defectos,
deseos profundos y sucios. Es como un entrenamiento para el alma. Te
obliga a verte, el verdadero tú.
Y creo que ese es el problema, la mayoría de la gente no quiere
verse a sí misma. Prefieren creer que en realidad son la persona que
todo el mundo en el exterior piensa que son, no el egoísta, idiota que
está realmente llamando a los tiros.
—Los granos eran toscamente blancos, beige, y negros, y me
quedé excavando más profundamente. Sin saber qué buscaba, pero lo
supe cuando lo encontré.
Rebota, captura, gira.
—Era un rubí. Un rubí en la arena. Pero aquí está la parte
extraña, cuando traté de recogerlo, se deslizaba de mis manos. Sin
importar cuánto lo intentara, lo mucho que apretara las manos, no
podía aferrarme a él. Malditamente espeluznante, ¿verdad, Waldo?
El nombre de mi terapeuta es Waldo Bingingham. Es un hablador
suave, de tipo contemplativo de hombre, con unos cortos años antes de
su retiro. Todos sus otros clientes lo llaman doctor Bingingham, o
doctor Bing para abreviar. Pero me gusta Waldo, es más o menos el
nombre más increíble que alguien podría tener. Si el nombre de tu hijo
es Waldo, en algún momento de tu vida, vas a tener que decir, ¿Dónde
está Waldo1? Y eso es hilarante.
Me observa con paciencia. Se quita su oscuros anteojos de época
de montura gruesa, de 1960 Walter Cronkite, y los limpia lentamente
con un pañuelo de papel. Es una estrategia que ha utilizado a menudo
en los años que he estado viniendo a su consulta. Está esperando que
hable, me da tiempo para responder a mi propia pregunta.
***
Incluso cuando era niño —aún antes del accidente— tenía una
sobreabundancia de energía. Mientras crecía, el peor castigo que mi
niñera podía infligir era hacerme sentar en la esquina. Sin nada que
mirar. Nada que hacer. Solía hacerme sentir como un mono de
laboratorio en una jaula… realmente loco.
Ese rasgo me siguió en la adultez. Es por lo que corro diez
kilómetros al día, el por qué lo primero que hago cada mañana es un
largo conjunto de flexiones y abdominales. Es por lo que tengo un par
de asideros en la gaveta de mi oficina que aprieto cuando dicto una
moción o tomo una llamada. Eso me deja con un cuerpo duro y fuerte, y
resistencia para gastar.
Las mujeres en verdad disfrutan ambos, y chico, son apreciativas.
Es también la razón de que, a pesar de que tengo un mayordomo
en casa que también hace la función de chofer, camino a mi oficina
cada día.
Está oscuro para el momento en que atravieso la puerta de mi
casa. La casa en sí se encuentra decorada profesionalmente, y aunque
el tamaño es solo una fracción de un solo piso del monstruo en donde
crecí —en una calle de alta gama, llena de jóvenes profesionales que
conducen BMW y Lexus híbridos— es del tamaño perfecto para un
soltero.
Bueno… un soltero y su fiel compañero.
Me siento lo suficientemente seguro de mi masculinidad para
gritar—: Cariño, estoy en casa.
Solo para meterme con él.
Porque, británico o no, Harrison es más serio de lo que alguien de
veintidós años debería ser. Es el hijo del querido mayordomo de mis
padres, Henderson. Cuando él decidió entrar al negocio familiar —y
porque mi madre todavía rompe en urticaria ante el pensamiento de que
yo viva solo— estuve más que feliz de tomar al chico bajo mi ala. Y
ahora que lo tengo, espero corromperlo hasta la médula.
Harrison toma mi maletín. —Bienvenido a casa, señor.
Elevo una ceja, sintiéndome como un padre que tiene la misma
conversación con su adolescente cientos de veces. Porque el día en el
que me convierta en “señor”, solo jodidamente dispárame.
Sus ojos marrones se cierran un poco, luego fuerza—: Brent.
Quiero decir, bienvenido a casa, Brent.
Con la piel blanca y una abundante dosis de pecas, Harrison se
ve más joven que su edad, algo que tenemos en común. Es por eso que
decidí dejarme crecer la barba, una mandíbula llena de vello oscuro
bien cuidado.
Las mujeres también aprecian eso; esas cerdas tienen todo tipo de
usos creativos.
—¿Cómo estuvo tu día?
Lo palmeo en la espalda. —Estuvo genial. Estoy hambriento…
¿Qué hay para cenar?
—Cordon bleu de pollo. He puesto la mesa en el patio trasero;
parecía una noche encantadora para cenar afuera.
Los cordon bleu de pollo de Harrison son lo máximo.
Mi pequeño patio se encuentra profesionalmente organizado. Una
valla blanca enmarca la propiedad, lo que solo es considerado porque es
grosero forzar a tus vecinos a verte follar. Y lo de follar pasa mucho por
aquí debido al enorme jacuzzi que tiene el lugar de honor en una
plataforma elevada e iluminada en el centro. Un pequeño parche de
césped, una dispersión de arbustos de hoja perenne, algunos arces
japoneses, y un fragante árbol de limón completa el escenario.
Me siento en la mesa redonda cubierta de tela y Harrison remueve
la tapa de plata de mi plato caliente.
—Tu madre llamó hoy —menciona, moviéndose para pararse
detrás de mí—. Tu prima Mildred organiza la celebración del primer
cumpleaños de su hija este sábado, en la finca Potomac. Las palabras
exactas de la señora Mason fueron: “Insisto en que asista, y vendré
personalmente a llevarlo si no lo hace”.
Esa es mi madre para ti; Jaqueline Bouvier Kennedy por fuera,
Harry el Sucio por dentro. Cuando llega una orden directa, en verdad
no quieres desobedecer; a menos que te sientas mocoso suertudo. Y los
mocosos nunca tienen suerte.
Antes de empezar, miro sobre mi hombro—: ¿Te gustaría unirte a
mí, Harrison?
No es la primera vez que le he preguntado recientemente, pero su
respuesta siempre es la misma.
—La invitación es muy apreciada, pero si acepto, mi padre podría
repudiarme. Y soy bastante aficionado a mi padre.
Asiento. —Ve a disfrutar de tu propia cena, entonces. No voy a
necesitar nada más.
Con la más leve inclinación, regresa al interior.
Después de unos pocos minutos y mordidas, cae el silencio; ni
siquiera los grillos salieron esta noche. No me gusta el silencio más de
lo que me gusta quedarme quieto.
Nosotros cuatro solíamos salir mucho después del trabajo. Cenar,
beber, algunas veces bailar. Pero en estos días hay cunas que armar,
niños que llevar y traer, y planes de boda que hacer. Hay otras personas
con las que puedo pasar el rato… conocidos, antiguos amigos de la
escuela, mujeres que estarían emocionadas de recibir mi llamada. Pero
esas opciones no parecen valer el esfuerzo.
El silencio se siente sofocante —con escozor— como una pesada
manta de lana.
Así que me levanto, tomo mi plato y entro. Porque tan asombroso
como es mi patio, la cena frente a la televisión parece mucho mejor.
Traducido por Miry GPE
Corregido por Daliam
***
***
***
Después de la vista con el juez, una vez que nuestros alegatos
iniciales se dan al jurado, Kennedy comienza con un experto en
informática forense propio. Sus preguntas son rápidas, precisas, y
desprenden un olor embriagador de confianza. Las respuestas sobre la
tecnología son detalladas y aburridas, como la mayoría de los aspectos
técnicos tienden a ser, pero él está pulido. Explica las cosas para el
jurado a un nivel que entenderán.
Lo que no augura nada bueno para Justin.
En poco tiempo, el juez me llama para plantear mis preguntas de
contrainterrogatorio. Lo que sería genial, excepto que Kennedy apenas
me permite hacerle una pregunta.
Es algo parecido a esto:
—¿Puede explicar…?
—¡Objeción!
Y esto:
—¿Cómo puede estar seguro…?
—¡Objeción!
Y después:
—¿Cuándo determinó…?
—¡Objeción!
La mayoría de sus objeciones son denegadas, pero ese no es el
punto. Es una estrategia. Ella quiere romper mi ritmo, me impide
encontrar la zona a dónde puedo llevar al testigo para que diga lo que él
quiera, y luego tirarla su respuesta en su cara.
Intenta desestabilizarme; y funciona. ¿Acaso he dicho que esto
iba a ser divertido? Me equivoqué. Empiezo a imaginar cómo se verían
mis manos envueltas alrededor de su hermoso cuello, y ni siquiera de
una manera excitante.
Así que cuando pregunto—: ¿Cuáles son las probabilidades...?
Kennedy aparece de pie con—: ¡Objeción!
Grito—: ¡Objeción!
El juez se asoma hacia mí a través de sus gafas. —¿Está en
contra de su propia pregunta?
—No... Juez —tartamudeo—. Estoy en contra de su objeción.
Él levanta una ceja. —Eso es nuevo.
—¿Se me permitirá interrogar al testigo? A este paso, mi cliente
estará tramitando el seguro social para el momento en que se acabe el
juicio.
—Si el señor Mason formulara sus preguntas de forma correcta,
no estaría obligada a objetar, señoría —dice Kennedy con serenidad.
—No hay nada malo con la forma en que formulo mis preguntas
—gruño.
El juez nos reprende—: Vamos a mantener las alegaciones
dirigidas a mi manera. Y, señorita Randolph, vamos a abstenernos de
cualquier objeción frívola en el futuro.
—Desde luego, señor.
—Y en ese caso, vamos a terminar aquí. La corte vuelve a reunirse
mañana, a las nueve de la mañana. Se levanta la sesión.
Después de que el juez se retira, tranquilizo a Justin con una
palmadita en la espalda y una charla. Entonces tomo mi maletín y me
doy vuelta para salir. Y quién termina saliendo exactamente al mismo
tiempo a mi lado; la Perra Sexy.
—Desde luego, señor —imito su voz aguda. Luego más bajo—:
Lameculos.
—Prefiero ser una lameculos a un idiota. No me di cuenta que
recibiste tu título de abogado de una caja de galletas que pagó tu
papito.
—Oye. —Me balanceo a su alrededor, apuntando su pecho—.
Compré mis propias galletas.
Levanta un hombro poco impresionada. —Si tú lo dices.
La dejé ir por delante de mí, porque eso es lo que hace un
caballero; y porque puedo ver el vaivén de su apretado culo mientras
camina. Me hace sentir un poco mejor.
A mitad de camino por el pasillo, Tom Caldwell llama a Kennedy y
se detiene a hablar con él. Tom es un fiscal que ha enfrentado a nuestra
firma antes. No es un mal tipo, simplemente muy molesto, como un
pastel de manzana demasiado dulce. He oído que se comprometió hace
poco, con una maestra de escuela llamada Sally.
Con sigilo, me agacho para atar mi zapato a unos pocos
centímetros de ellos, escuchando. No me juzguen.
—Un grupo de nosotros estamos yendo hacia Red Barron para
beber unos tragos —le dice Caldwell—. Deberías venir.
—¡Suena divertido! Gracias, Tom, cuenta conmigo. —Su voz es
alegre, amable. No me ha hablado con ese tono en años. Puntas de
celos crecen en mi interior como un puercoespín. Los miro caminar
juntos. Maldito Caldwell.
Entonces tomo mi celular del bolsillo. Y llamo a Stanton.
—Amigo —le digo cuando contesta—. Prepárate… Necesito un
compañero. Tú, yo, tragos después del trabajo. Como en los viejos
días... el año pasado.
Su voz es marcada por el sueño. —Lo siento, hombre, no puedo.
Estamos tomando una siesta.
—¿Tomando una siesta? —Compruebo mi reloj—. ¡Son las cinco!
—Si no te has dado cuenta Sofía transita un estado de gestación
avanzado.
—Sí, ¡pero no tiene ochenta! Y ella es la embarazada, ¿cuál es tu
excusa?
Bosteza. —Volvimos a casa temprano. Solo descansa si me
acuesto con ella, y luego ambos terminamos durmiendo. Luego
permanezco completamente despierto toda la maldita noche tratando de
ponerme al día en el trabajo. Este bebé me está convirtiendo en un
vampiro.
Niego con la cabeza. —Lo siento por ti, amigo. Decepcionas al
equipo.
—¿Dónde está Jake?
—En el ensayo de ballet de Regan. Se quejaba sobre el asunto
esta mañana. Tiene suficiente castigo.
—Lo siento, Brent.
—Sí, sí; vuelve a tu siesta, abuelo. Que no se te olvide quitarte la
dentadura.
Se ríe. —Qué te jodan.
Cuelgo y doy un suspiro. Parece que vuelo solo en esta misión.
***
***
***
***
***
***
—¡Kitty!
—¡Mitzy!
Nuestras madres se abrazan como si no se hubieran visto en
años. Un aviso de "Bienvenida a los Padres" cuelga a través de la
entrada del edificio principal, el sol brilla, y el aire es cálido con un
toque de vivacidad de principios de la primavera. Eagle-Eye Cherry
suena en una radio en alguna parte a través del patio, y grupos de
familias salpican el césped verde y exuberante.
—¡Siento como si hubieran pasado años! —dice Mitzy—. ¡Todos
deberíamos almorzar juntos! Hay ese fabuloso y pequeño lugar junto al
lago…
Mientras mi madre concuerda en silencio, aprovecho mis oscuras
gafas de sol, del tipo Risky Business, para comprobar a Kennedy. Ella
se ve muy linda hoy. Su cabello marrón enroscado en la cima de su
cabeza en un desordenado y de algún modo atractivo moño. Lleva unos
pantalones vaqueros ajustados y una camisa abierta de franela, de gran
tamaño, a cuadros azul marino pero la camiseta blanca que lleva debajo
muestra su cintura plana, y las tetas de aspecto dulce. Le quitaron sus
aparatos el mes pasado también. Bono.
Y en este momento, está haciendo esa cosa con su labio,
agarrando el inferior regordete entre sus dientes, chupándolo solo un
poco. Ese movimiento me dio mi primera erección cuando tenía trece
años de edad, y, maldición, si no me golpeó de la misma manera en este
momento.
Kennedy y yo siempre hemos estado tensos… hasta este año.
Cuando llegué a ser capitán en el equipo de lacrosse y empecé a salir en
serio con Cazz. En serio, como… follarla. En estos días, Kennedy sale
con su compañera de cuarto, Vicki Russo, y yo salgo con… otra gente.
Se ajusta las gafas y me sonríe. —Hola.
—Hola.
Como un fantasma rubio desaprobador, la hermana de Kennedy
aparece a su lado. —¿Te habría matado arreglarte un poco? En serio,
Kennedy, madre y padre condujeron hasta aquí…
Meto mis manos en los bolsillos y me balanceo sobre los talones.
—Hola, Claire. Es bueno verte.
—Brent. —Sonríe tensa—. Te ves… —Toma nota de mis
pantalones vaqueros, zapatillas de deporte, y una camisa blanca de
cuello bajo un suéter azul marino—… típico.
Levanto mi mano. —Claire, por favor, me doy cuenta de que soy
un espécimen irresistible de perfección masculina, pero tu obsesión
conmigo se está volviendo embarazosa.
Kennedy resopla. El impulso incontrolable de reír brota de mi
pecho y yo ni siquiera trato de resistirme a eso, porque la mirada agria
en el rostro de Claire Randolph se siente mucho más divertida de lo que
es. Se da la vuelta y sigue a nuestros padres por el sendero, dejándonos
a Kennedy y a mí relativamente solos.
—¿Estás drogado? —me pregunta en voz baja.
Me inclino cerca. —Un montón. Era la única manera en que
puedo superar este fin de semana.
Conozco a algunos chicos que son principalmente drogadictos, y
yo no soy uno de ellos. Pero una refrescante hierba antes de un largo y
estresante día es totalmente aceptable.
Niega con la cabeza y su nariz se arruga con exasperación. Esto
también es en verdad jodidamente lindo.
Emparejamos el paso uno al lado del otro, siguiendo detrás de
nuestros padres conversando.
—Veo que tu hermana aún no ha optado por hacerse esa cirugía.
Responde con—: ¿Quieres decir la que va a quitar el palo de su
culo? No, no todavía.
Me río en voz alta. —Mierda, Kennedy, se siente como que no
hemos pasado el rato desde hace rato. ¿Dónde has estado?
La he visto por ahí, ya que el campus no es tan grande. Pero no la
he visto, de verla. No puedo recordar la última vez que realmente hablé
con ella, y es una chica genial para conversar.
Vuelve la cabeza, mirándome durante unos segundos, y su voz es
casi un suspiro. —He estado justo aquí todo el tiempo.
***
***
—Kennedy, ¿estás despierta? —susurro.
Intento escuchar algo fuera de la puerta de la habitación de los
Randolph, pero no oigo ningún movimiento en el otro lado. La decepción
se asienta en mi estómago. Porque pasamos todo el día con nuestros
padres, caminando y hablando y, maldición, hablando un poco más.
Tuvimos una cena tardía en el “fabuloso” restaurante de la planta baja,
luego nuestros padres prácticamente nos enviaron a la cama. Mientras
ellos iban al casino.
La discriminación por edad es algo terrible.
Pero ahora es apenas después de la medianoche, y tengo una idea
increíble.
Que solo funciona si Kennedy continúa despierta.
Llamo de nuevo, esta vez más fuerte. —¿Kennedy?
La puerta se abre hasta la mitad, y Kennedy me echa un vistazo.
Sus gafas han desaparecido y sus ojos, que nunca he notado antes, son
espectaculares.
Espesas y largas pestañas enmarcan unos chispeantes orbes
color marrón dorado. Suaves y tan… cálidos. Esos ojos que un chico
querría mirar mientras se mueve por encima de ella, esos que tú
esperarías que ella dejara abiertos mientras la besas, profundo y lento.
¿El resto? Bien, siempre, de alguna manera, lo he notado.
Desde que comenzó a usar un sujetador de entrenamiento,
descubrí el delicioso pecado de la masturbación.
Y tendría que ser ciego para no notarla ahora. Una camiseta
sedosa de color rosa con tirantes delgados que está, de alguna manera,
envuelta a través de su pecho. No muestra ningún escote, pero si se
mueve de la manera correcta, estamos hablando de una vista
privilegiada. La mitad inferior hace juego con pantalones cortos de color
rosa que quedan sueltos alrededor de sus muslos, mostrando las
increíbles piernas tonificadas.
Y no soy el único en notar cosas.
Los ojos de Kennedy se deslizan a través del pecho de mi camisa
sin mangas y hacia abajo, por los músculos torneados de mis bíceps. Mi
piel tiene un bronceado de surfista de los entrenamientos al aire libre y
las prácticas de la tarde. Luego sus ojos pasan por mi cintura, tal vez
imaginando el paquete de seis debajo de esta, y luego… más abajo. Y
me pregunto si se da cuenta de lo dura que es mi reacción al verla
mirándome.
El tinte color rosa en sus mejillas me dice que podría ser así.
Su mirada se posa sobre mi cara sonriente. Se lame los labios y
dice—: Hola. ¿Qué pasa, Brent?
Sostengo las llaves del Ferrari 250 GT California de 1961 de mi
padre. También conocido como el coche del Día Libre de Ferris Bueller.
Menos de un centenar fueron hechos y, al igual que en la
película, es el orgullo y la alegría de mi padre. Y se encuentra
estacionado en la planta baja en este momento.
Me enteré hoy que Kennedy no tiene licencia de conducir. Con los
chóferes de su familia, su madre no ve el sentido.
Y voy a rectificar eso.
—¿Lista para tu primera lección de conducción?
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No dormimos.
Cuando empezamos a dormirnos, los besos delicados se hacen
más profundos, los toques gentiles se transforman en agarres golosos, y
a pesar del cansancio que nos inunda, follamos durante toda la noche.
Kennedy pasa mucho tiempo sobre su estómago en el preludio de
la segunda ronda, porque me he obsesionado con su trasero. El sentir
la forma firme bajo mis manos, la suave y flexible sensación mientras
trazo los globos con mi lengua, la hermosa forma en la se tambalean
mientras la tomo por detrás. Entierro mis dedos en él, dejando un
rastro de pequeñas marcas en la carne con forma de corazón. Rasguño
y muerdo con mis dientes, lo beso y lo venero con mis labios, si el
trasero de Kennedy estuviera hecho de bronce, me postraría ante él y le
rezaría.
Durante nuestro tercer viaje por las bases, me monta. Ella tomó
unas cuantas clases de equitación hace algún tiempo, y Dios, valieron
su peso en oro. Se vino y encontré la vista de esa posición
particularmente deliciosa. La forma en la que sus pechos rebotan
cuando se empala en mi pene, la forma en la que su elegante espalda se
arquea mientras sus caderas giran, y la sublime y maravillosa mirada
que atraviesa su cara cuando mi orgasmo desencadena el de ella, y se
viene por segunda vez con mi nombre en sus labios. Hermosa.
Kennedy no guarda condones, así que después de la tercera
ronda se nos acabaron. Pero eso no nos detiene de seguir por una
última vez. Aunque tomo un poco de persuasión al inicio, monta mi
cara y hago que se venga con mi lengua enterrada muy dentro de ella.
Luego se acuesta, totalmente cansada, y deslizo mi pene entre sus
pechos y los follo lentamente. Alcanza la energía justa para levantar su
cabeza y chupar la punta, y gime cuando me vengo fuerte sobre ella.
No puedo recordar mucho después de eso; pero estoy muy seguro
que colapsé encima de ella, y nos quedamos profundamente dormidos.
***
Me despierto de una siesta muy bien ganada por una húmeda
sensación, por una embravecida lengua lamiendo detrás de mi oreja.
Hace cosquillas, y tengo una sonrisa en mi cara antes de abrir mis ojos.
Me giro sobre mi espalda, esperando encontrar unos cálidos ojos cafés
mirándome con adoración y veo unos ojos negros media noche con
forma de almendra mirándome desde una cara blanca mullida con
bigotes.
Miau.
Siento otra lengua mojada en mi pierna, y volteo hacia abajo para
ver a un gato café con blanco prácticamente haciéndole el amor a mi
rodilla. Mi garganta se siente seca y un poco dolorida, probablemente
por todos los gemidos profundos. Me obligo a tragar y vuelvo a ver a la
bola de pelos color nieve enroscada detrás de mi cabeza.
—Tú debes de ser Edward. —Supuse por su pelaje pálido,
opuesto al felino más abajo; que tal vez es Jacob, porque su pelaje es
más parecido al color de un lobo.
Y sí, me siento jodidamente mortificado por saber eso.
Rasco la cabeza del gato y me siento, frotando mi barba,
buscando a Kennedy.
Y veo una nota en la mesita de noche, apoyada contra la lámpara.
¿Una nota? ¿Me está jodiendo? Después de anoche; los besos, los
roces, el exceso de esos malditos orgasmos, ¿obtengo una nota?
No lo creo. De. Ninguna. Manera.
***
***
***
—Oh… sííí.
Las caderas de Kennedy se sacuden mientras me monta, los
movimientos suaves se vuelven duros y desesperados. Toco un seno,
pellizcando el pezón duro mientras succiono entusiastamente el otro.
—Oh… ¡Oh!
Su barbilla cae en la cima de mi cabeza mientras se viene, sus
músculos succionan mi polla sin misericordia y exploto en su interior
con un grito descontrolado.
Unos minutos después, yacemos enredados, su cabeza en mi
pecho, nuestras resbaladizas extremidades y sudorosos torsos se
adhieren el uno al otro de manera reconfortante. Mis dedos se deslizan
de arriba abajo sobre su brazo.
Y pienso.
Kennedy concluyó el caso contra Justin Longhorn hace unos días.
Yo puse al experto en computadores en el estrado al día siguiente, para
por lo menos sugerir algún tipo de duda razonable. Ahora, solo falta
Justin. Él testificará en su propia defensa… y luego terminará.
Y me pregunto si así es como se sienten Serena Williams o Peyton
Manning cuando tienen que competir contra sus hermanos. Es tan
jodidamente conflictivo. Quiero ganar este caso, por Justin, por mi
propio sentido de competencia. Sin embargo, no quiero que Kennedy
pierda.
Dejo salir una respiración y comienzo con—: Así que, escucha…
sé que crees que ganarás el caso….
La voz de Kennedy es terciopelo en mis oídos, de la misma forma
en que suena siempre después de darle tres orgasmos. —No
lo creo. Sé que ganaré.
Le aprieto el brazo. —Correcto. Pero, la cosa es, mañana tu caso
se derrumbará. Voy a poner a Justin en el estrado y no hay forma en
que el jurado lo envíe a prisión por veinte años después de que
escuchen su testimonio. No les diste la opción de reducir los cargos, así
que son veinte años o una absolución. Necesitas negociar conmigo,
Kennedy.
Se sienta y me mira como si no me reconociera.
—¡Bastardo despreciable!
Y ya saben cómo fue el resto de esa conversación. Intenta
golpearme y tiro su ropa por la ventana, etc., etc.
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—Samuel, ¿eh?
Miro al bebé de olor dulce durmiendo en mis brazos. Siempre se
habla de cómo los recién nacidos tienen los labios de su madre o la
nariz de su padre, pero nunca entendí eso. Todos parecen bebés.
Increíblemente lindos, pero más o menos lo mismo.
—Por lo tanto, ¿están haciendo la cosa de la S? ¿Como si Sofía y
Stanton Shaw no fuera lo suficiente nauseabundo?
Stanton se inclina hacia atrás en el sillón reclinable junto a la
cama del hospital de Sofía. Toma una uva verde de la bolsa en su
regazo y la mete en la boca. —No, él solo parece a Samuel.
—Parece un extraterrestre.
Con el ceño fruncido de Sofía, modifico esa declaración. —Un
extraterrestre adorable, pero aun así, tiene una cabeza parecida. ¿Cómo
es esa sensación de sacarlo?
Sofía sonríe con dulzura. —Espero que consigas piedras en el
riñón, así lo puedes averiguar.
Entonces nos sentamos en silencio durante unos momentos.
Hasta que Sofía presiona suavemente—: ¿Has hablado con Kennedy?
Mi corazón se contrae. Mi ira desapareció en algún momento de la
noche. Ahora solo sufro por ella.
—No.
Stanton come otra uva. —¿Por qué no?
—Todavía estoy esperando que recobre sentido.
—¿La amas? —Sofía se vuelve hacia su marido con la boca
abierta—. Dame.
Él coloca una uva en su boca.
Arrastro los nudillos a través de la mano perfecta de Samuel,
imaginando cómo se sentiría sostener una pequeña niña recién nacida
con el pelo rubio.
—Sí, la amo.
—Entonces soluciónalo, hombre —insiste Stanton—. Tuvieron
una pelea; dijiste cosas que no querías decir. Pero no se rompe por una
pelea. No si la amas.
Sofía habla mientras mastica. —Él tiene razón. Si nos
separáramos cada vez que disentimos en algo, la casa de Samuel se
habría roto hace mucho tiempo.
Stanton asiente.
La voz de Sofía es sincera con experiencia. —Da miedo, lo sé.
Darle a alguien ese tipo de poder sobre ti, aceptar que tu felicidad
siempre dependerá de la de ellos. Pero vale la pena. —Se acerca y
Stanton toma su mano, dándole una sonrisa secreta.
Las palabras de hace dos décadas, resuenan en mi cabeza y salen
de mi boca. —El viaje es lo único que hace que la caída valga la pena.
La cabeza de Sofía se inclina con curiosidad y me encojo de
hombros. —Una chica valiente e inteligente me lo dijo una vez.
Stanton sonríe. —Suena como una guerrera
Maldita sea, lo es.
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Kennedy entra en la corte como un general. La forma en que me
imagino a Juana de Arco dirigiéndose al campo de batalla, solo
desafiando a los ingleses para continuar. Me siento en la primera fila de
la galería, justo detrás de ella. A mi lado se encuentra Connor Roth, el
jefe de policía de ojos verdes, con cara de piedra que me llevó hasta su
habitación del hospital. Desde entonces, ha estado a su lado.
Mientras ella habla en voz baja a los otros fiscales en la mesa,
reviso a Moriotti, en el lado opuesto de la sala, junto a su propio equipo
de abogados. Está en sus cuarentas, pequeño pero robusto, potente,
con cabello negro engominado que comienza a volverse gris en las
sienes. Se ve como una basura típica, aun vestido con un traje italiano
que sé a primera vista le costó el pago de la hipoteca de una persona
promedio. Sigue a Kennedy con sus ojos y cuando se da cuenta del yeso
en su brazo, el hijo de puta se ríe.
Ira se dispara a través de mi torrente sanguíneo como una bala
con exceso de velocidad, tornándome irreflexivo; imprudente. Comienzo
a levantarme de mi asiento, con la intención de caminar hasta allí y
rasgar la cabeza del hijo de puta con mis manos desnudas. Y
compadezco al agente judicial que se interponga en mi camino.
Un fuerte agarre en mi hombro me detiene.
—No lo hagas, Batman —murmura Roth—. Ser arrojado fuera de
los tribunales y encerrado antes de que el juicio comience no le va a
hacer ningún favor a tu chica.
Sus palabras me sacan de mis fantasías sangrientas, porque tiene
razón. Es un asco; pero tiene razón.
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