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Más de 250 años después de que se publicara esta obra, cabe cuestionarnos si esa
soberanía que reside en el pueblo, en la actualidad está siendo efectivamente representada
por nuestros gobernantes; o en otras palabras, si en los actos de gobierno predomina
siempre el interés público.
Al uso del poder encomendado, para la obtención de beneficios privados por parte de
quienes realizan funciones públicas, se le ha denominado: “corrupción” y por desgracia
constituye un mal que en mayor o menor medida encontramos presente en casi todo
gobierno –por no decir que en todos-.
Las áreas más susceptibles a estas prácticas, son sin duda las que ameritan un mayor
esfuerzo. La obra pública es el sector más proclive a la corrupción. En mi país, los
principales y más recientes escándalos en materia de conflicto de intereses y corrupción
involucran a contratistas de obra y funcionarios vinculados con ellos.
Una buena parte del presupuesto a nivel federal, estatal y municipal se invierte en
obra pública; estos proyectos tienen la característica de que en una sola obra se llegan a
invertir cantidades equivalentes en algunos casos, al presupuesto anual de municipios
enteros.
La infraestructura hace posible el desarrollo del país. El sector público realiza obras
con el fin de que una sociedad pueda vivir con decoro, en forma ordenada y pueda
cumplir con sus fines. Resulta por ello, de suma trascendencia procurar la creación y
mantenimiento de las obras que sean acordes a las necesidades, estilo de vida, necesidades
de desarrollo y también conforme a los recursos con que se cuenten.
Toda gran obra de infraestructura en el mundo está sujeta a una enorme presión y a
mayor escrutinio por su costo y la utilización de recursos públicos, confrontado con la
utilidad pública. Implican una elevada erogación de recursos originariamente
pertenecientes al pueblo y por ende, dichas obras constituyen un patrimonio público. De
ahí la legitimación que posee la sociedad para tomar un papel activo no sólo en la
supervisión y fiscalización de los recursos empleados, sino también un rol decisorio en
cuanto a la realización de la obra misma.
[+ antecedentes]
El texto constitucional vigente, en su artículo 134 prevé que para satisfacer los
objetivos a los que están destinados, los recursos económicos de que dispongan la
Federación, estados, municipios, Distrito Federal y los órganos político-administrativos
deben ser administrados conforme a los siguientes principios: eficiencia, economía,
transparencia y honradez.
Los procedimientos previstos en esa Ley para la realización de obras públicas, dan una
intervención y participación a diversas dependencias y áreas de gobierno; incluso se ha
previsto la presencia de testigos sociales en algunos casos; sin embargo éstos últimos son
personas que pertenecen a un padrón que controla la Secretaría de la Función Pública,
para pertenecer a éste requieren demostrar una determinada escolaridad e instrucción,
deben tomar ciertos cursos y no tienen mayor intervención que la elaboración de su
testimonio hasta que finaliza la obra; pero ninguno de los entes a quienes se les faculta
para intervenir, representa al sector al que se busca beneficiar con la obra; esto es, los
destinatarios de la obra quienes utilizan las vías o recorren las calles que se van a
pavimentar, quienes transitarán por el puente a construir, los que se verán beneficiados
con un monumento o un embellecimiento de sus edificios cercanos… son los únicos a los
que la Ley no previó consultar o dar una intervención previo a la realización de la obra.
La Ley define la obra pública, como aquellos trabajos que tengan por objeto construir,
instalar, ampliar, adecuar, remodelar, restaurar, conservar, mantener, modificar y demoler
bienes inmuebles; y como servicios relacionados con las mismas: los trabajos que tengan
por objeto concebir, diseñar y calcular los elementos que integran un proyecto de obra
pública; esto es, las investigaciones, estudios, asesorías y consultorías previstas por la
misma Ley.
Una de las más recientes reformas a esta Ley, consistió en la creación de un sistema
electrónico de información denominado “CompraNet”; que es un sistema electrónico de
información pública gubernamental sobre obras públicas, visible en una página web. En
ella se publican los proyectos de obras públicas anuales a realizar por parte de las
dependencias y entidades, el registro único de contratistas sancionados, las convocatorias
y en general, la información correspondiente a las adjudicaciones y contrataciones. Su uso
y consulta es gratuito y se encuentra a cargo de la Secretaría de la Función Pública.
Pese a que se estableció que en dicho sistema se publiquen los proyectos de obra
públicas aprobados, la Ley también dejó abierta la posibilidad de no hacerlo en diversos
casos. Aún en el caso de los proyectos que sí se difundan en ese sitio, ello cumple
aisladamente con un compromiso de transparencia, pero no significa que la opinión de los
destinatarios de la obra vaya a ser escuchada porque esa plataforma no permite una vía de
comunicación en ese rubro. Además, muy poca gente conoce de ese sitio web y su uso y
navegación no es fácil; pues la información no se presenta en un modo accesible ni
fácilmente entendible, por la complejidad en el lenguaje y la distribución de la
información, resulta notorio que ese sitio se encuentre dirigido primordialmente a las
autoridades y a los interesados en participar en las contrataciones. No es un medio
efectivo de comunicación con la sociedad a quienes se dirigen las obras.
Al referir este artículo que “cualquier persona” pueda promover estos estudios, la Ley
pareciera estar brindando una oportunidad al sector destinatario de la obra para ser
escuchado; sin embargo, posteriormente condiciona aquella participación a la presentación
de la suficiente información para su factibilidad. En el caso de que la obra fuera a
desarrollarse en una comunidad de escasos recursos y con bajo nivel socioeconómico, esta
disposición impondría una expectativa de imposible realización para quienes ahí residen,
pues difícilmente tendrán los medios para otorgar la suficiente información que haga
factible la realización de esos estudios; de esta manera aun cuando sus habitantes
consideraran innecesaria, poco práctica o inconveniente la realización de la obra o tengan
una necesidad más apremiante que pudiera solventarse con ese recurso, la propia Ley
dificulta que sean escuchados. Suponiendo que lograran otorgar a la autoridad la
información suficiente, el propio artículo establece que ello no le genera una obligación a
la dependencia y estamos hablando solamente de promover un estudio, plan o programa
para el desarrollo de un proyecto, menos aún le generará una obligación en cuanto a la
realización de la obra en sí.
En palabras del argentino Agustín Gordillo, la licitación pública tiene por objeto la
selección en concurrencia, de la mejor oferta para celebrar un contrato.
- La emisión del fallo constituye una resolución por escrito en la que se contiene
una relación de licitantes cuyas propuestas fueron desechadas, debiendo exponerse
los motivos para ello y los puntos que incumplieron; una relación de los licitantes
que presentaron propuestas solventes, con un listado o relación de los rubros
evaluados; el nombre del licitante ganador, exponiendo también las razones que
motivaron la adjudicación y los datos correspondientes a la firma del contrato,
entrega de anticipos y garantías.
En caso de que la licitación sea declarada desierta o por causas de fuerza mayor
deba cancelarse la licitación, se emite también un fallo debidamente motivado.
Estos supuestos son sólo algunos de los muchos que quedaron previstos en este
ordenamiento, como exenciones para no realizar una licitación pública, que sumados a los
que facultan la no aplicación total de la Ley, crean un amplio margen para la arbitrariedad
y obstaculizan la libre competencia, igualdad de oportunidades y posibilidad de obtener
las ofertas más convenientes. Resulta necesario realizar un ejercicio de ponderación que
garantice que los supuestos para no realizar una contratación por licitación pública y
sujetarse a esta Ley, sean sólo los que basados en criterios racionales, determinen la
absoluta inconveniencia de realizar una licitación. Más adelante se ejemplificará lo
anterior, con el caso de una obra sumamente costosa y deficientemente ejecutada que se
realizó bajo el amparo de uno de estos supuestos de excepción.
Cualquiera que sea la modalidad mediante la que se elija al adjudicado; esta etapa
finaliza con la firma del contrato y en su caso, la entrega de anticipos y garantías que se
hubieren pactado.
Por esta razón, sin importar cuántos candados o restricciones se lleguen a establecer
para garantizar que una obra pública se realice con honradez y eficacia, mientras que en su
realización no sea tomada en cuenta la postura y necesidades reales del sector de la
población al que se encuentra destinada la obra, ningún mecanismo podrá reflejar
correctamente el costo-beneficio real ni la adecuada utilización de los recursos.
Por ejemplo, informar a quienes usualmente transitan por un boulevard, vecinos de las
colonias aledañas y ciudadanía en general, la decisión de construir un puente peatonal, la
necesidad que se percibe para que éste exista (como una mayor seguridad al atravesar la
calle), el presupuesto que se va a invertir, la fecha en que se iniciaría su construcción y
cuánto tiempo se prevé que duren estos trabajos. Se procuraría poner en el lugar, una
maqueta para que las personas puedan percibir con mayor claridad cómo lucirá ese
puente.
No podemos ignorar que las personas a quienes una obra se encuentra dirigida,
conocen mejor que los gobernantes, sus propias necesidades e incluso costumbres. Como
usuarios de las infraestructuras, pueden detectar mejor cómo una obra puede beneficiarles
o perjudicarles y por ello, el conocimiento que poseen es sumamente valioso y puede
retroalimentar esos proyectos.
Los mexicanos conocemos muy bien ese sentimiento de frustración e incluso enojo al
saber que una enorme cantidad de dinero se invirtió en una obra innecesaria o mal
planeada y ejecutada, sin haber podido hacer nada para frenarla. Se pactó y anunció
públicamente que para el día 15 de septiembre de 2010, iba a ser inaugurada una obra
arquitectónica conmemorativa del bicentenario de la independencia de México y
centenario de la revolución, que consistiría en un arco. El entonces presidente del país,
Felipe Calderón anunció que esta obra sería tan emblemática y admirada como el Ángel de
la Independencia y el Monumento a la Revolución1.
En la práctica, lo que se construyó fueron dos placas de acero paralelas, recubiertas con
cuarzo que requieren para su funcionamiento de luces LED, lo cual representa un elevado
1
http://www.proceso.com.mx/noticias_articulo.php?articulo=65801
consumo en energía eléctrica –tan sólo en sus primeros cuatro meses de operación, éste
monumento consumió más de 178 mil pesos por pago de suministro eléctrico2- en sus de
aproximadamente 15 mil pesos diarios.
Anualmente se licitan contratos para su mantenimiento, por 2.5 millones de pesos que
no parecen estar rindiendo frutos, pues al día de hoy tiene ya 80 placas fundidas y 7 de las
125 máquinas que controlan la iluminación de las placas están descompuestas3; por el
contrario los monumentos con los que el entonces presidente comparaba ésta obra, al ser
estructuras de concreto, mármol y bronce, no dependen de ningún tipo de tecnología para
cumplir con su función y no representan gastos de mantenimiento siquiera cercanos a esas
cantidades.
Esta obra fue inaugurada hasta el día 7 de enero del 2012; esto es, 15 meses después de
la fecha pactada. Su contratación se llevó a cabo mediante invitación a 35 despachos de
arquitectos (entre ellos, uno con historial de incumplimientos previos y que incluso había
sido previamente inhabilitado por la entonces Secretaría de la Función Pública). El
contrato fue finalmente adjudicado a la empresa “I.I.I. Servicios, S.A. de C.V”, misma que
no tenía la capacidad, infraestructura ni personal competente para llevar a cabo su
ejecución, pues la obra fue subcontratada al 100%. El proyecto ejecutivo tenía prevista la
construcción de 34,877.96 m2; al momento de concursarse, se estableció como medida:
11,573.44 m2 pero finalmente, se entregó una construcción de sólo 8,138.23 metros
cuadrados.4
Esta obra evidentemente no reunió las mejores condiciones en cuanto a precio, calidad,
financiamiento u oportunidad; claramente no representa tampoco las mejores condiciones
para el Estado o el interés público. Es por tanto, contraria a los principios constitucionales
expuestos y definitivamente no es conveniente para los mexicanos.
2
www.excelsior.com.mx/2012/05/21/comunidad/835520
3
http://www.reforma.com/aplicacioneslibre/preacceso/articulo/default.aspx
4
http://www.asf.gob.mx/uploads/56_Informes_especiales_de_auditoria/Estela_Luz_Nv.pdf
pública; si se hubiera dado la debida publicación a la totalidad del proyecto, con lo que
más de algún experto pudiera haber señalado las deficiencias en la planeación y modificar
o aclarar los contratos previo a su otorgamiento; pero principalmente si alguien hubiera
consultado a cualquier ciudadano si deseaba o consideraba necesario que una parte tan
significativa del erario público se invirtiera en un monumento tan costoso que realmente
no es representativo del bicentenario y desencadenaría más gastos aún para su
mantenimiento y funcionamiento. Basándome en la cantidad de marchas y
manifestaciones realizadas en contra de su construcción, puedo afirmar que en su
mayoría, los mexicanos habríamos expresado nuestra oposición con esa obra y de contar
con una vía legal para ello, se habría frenado su construcción.
El principio de legalidad es la base sobre la que se erige todo acto administrativo, éste
nos ordena que cada acción que realice una autoridad de la administración pública,
necesariamente deba encontrarse soportada por un ordenamiento legal; en el caso de la
obra pública, podemos ver que aún actuando en total apego a los ordenamientos legales
vigentes, los principios constitucionales ya señalados pueden no estarse garantizando
plenamente mediante aquellas normas. Es necesario entonces realizar una reforma integral
a aquellos ordenamientos, de modo que el interés público auténticamente condicione la
actuación de la administración pública.
«La historia enseña que las peores desgracias de la humanidad derivan del desvío de poder,
o sea, de la desnaturalización de la potestad pública en beneficio de unos cuantos
detentadores de ella y en perjuicio de la dignidad humana, en confirmación de la tesis
hobbesiana de que el hombre es el lobo del hombre. De ahí la aspiración milenaria
resumida por Montesquieu: “Para que no se abuse del poder, es necesario que le ponga
límites la naturaleza misma de las cosas”.»
5
www.transparency.org/country
¿puede este hombre ya corrompido por la sociedad construir una nueva
sociedad justa? La respuesta de Rousseau es afirmativa, porque el mal no
está en el hombre sino en su relación con la sociedad. La perversión se ha
producido por el mal gobierno y es el “corazón del hombre” quien puede
cambiar la situación.