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San Buenaventura
cali
El psicoanálisis,
el amor y la guerra
Memorias del II Seminario
Latinoamericano de Psicoanálisis
Autores
Jean Allouch, Héctor Gallo, Eduardo Moncayo Q.,
Manuel A. Moreno, John James Gómez G., Javier Navarro,
Johnny J. Orejuela, Andrea Ocampo, Vanessa Salazar,
Aldemar Perdomo, Nataly Escobar y Ricardo Gutiérrez
Compiladores
Johnny Javier Orejuela, Vanessa Salazar Durán,
Carolina Martínez, Lina Fernanda Zúñiga y Hoover Cardona
2009
Universidad de San Buenaventura Cali
Editorial Bonaventuriana
Título: El psicoanálisis, el amor y la guerra.
Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
ISBN: 978-958-8436-17-3
Rector
Fray Álvaro Cepeda van Houten, OFM
Secretario general
Fray Hernando Arias Rodríguez, OFM
Director académico
Juan Carlos Flórez Buriticá
Director Administrativo y Financiero
Félix Remigio Rodríguez Ballesteros
Coordinador de la Editorial Bonaventuriana:
Claudio Valencia Estrada
e-mail: clave@usbcali.edu.co
Diseño y diagramación: Edward Carvajal A.
© Universidad de San Buenaventura Cali
Impresión: Feriva S.A.
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www.usbcali.edu.co • e-mail: editor@usbcali.edu.co
Cali - Colombia, Sur América
Este libro no puede ser reproducido total o parcialmente por ningún medio sin autorización escrita
de la Universidad de San Buenaventura Cali.
Cali, Colombia
Diciembre de 2009
Contenido
Presentación.................................................................................................................. 5
II PARTE: CONFERENCIAS.................................................................................... 47
Subjetividad, amor y guerra........................................................................................ 49
I parte.................................................................................................................... 49
II parte................................................................................................................... 58
El psicoanálisis, el amor y la guerra............................................................................. 81
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Algunas reflexiones desde el psicoanálisis acerca de la guerra................................. 111
Referencias.......................................................................................................... 115
El Estado, el sujeto y la otra satisfacción.................................................................. 117
Ciudad y “violencia incitada por el Estado”....................................................... 118
El sujeto, la guerra y la otra satisfacción............................................................. 123
Referencias.......................................................................................................... 127
Segundo conversatorio. Una aproximación psicoanalítica
al amor en tres actos: Freud, Lacan y Allouch......................................................... 128
Algunos argumentos sobre el amor Lacan en Jean Allouch (Resumen ad hoc)...... 129
Spring.................................................................................................................. 131
Militiae species amor est (El amor es una especie de guerra).................132
Referencias..............................................................................................134
Primer acto: el amor en Freud.................................................................................. 137
El Edipo como matriz determinante del amor ................................................... 138
La veta narcisística del amor............................................................................... 140
Referencias.......................................................................................................... 143
Segundo acto: el amor en Lacan............................................................................... 145
Lo eslóganes de Lacan sobre el amor ................................................................. 146
“No hay relación sexual”..................................................................................... 147
“El amor es la respuesta a la no relación sexual”................................................ 148
“Amar es querer dar, lo que uno no tiene, a quien no lo quiere” ....................... 148
“La mujer para un hombre es un síntoma” ........................................................ 149
“Un hombre para una mujer es más bien un estrago”......................................... 151
Referencias.......................................................................................................... 152
Tercer acto: el amor Lacan de Jean Allouch ........................................................... 155
Referencias.......................................................................................................... 160
4
Presentación
Hay una sucesión de personajes que, uno tras otro, vienen a decir
lo que es amor. Este es el Simposio más famoso de toda la historia;
en segundo lugar, seguramente, el simposio del campo freudiano.
J. A. Miller, 1988.
Y ese es el campo de las relaciones eróticas. Con frecuencia se ha notado, y con toda razón, que
el amor entre los sexos es la eterna lucha, la atávica enemistad de los sexos, y si ello se aplica
a los casos individuales se evidencia como cierto que en el amor se juntan dos partes extrañas,
dos contrarios, dos mundos entre los cuales nunca hay ni podrá haber aquellos puentes que nos
conectan con lo conocido, semejante y familiar…
Lou Andreas-Salomé (1998), El Erotismo.
Empecemos por decirlo así, sin más: El amor es una experiencia. Definirlo de esta
manera implica colocarle desde un principio la impronta inequívoca de singulari-
dad, de aquello que resulta irrepetible. Esta es su naturaleza y quizás la razón por la
cual es siempre problemático definirlo, construir una teoría sobre él. El amor como
experiencia humana ha sido objeto de reflexión desde la filosofía antigua hasta el
actual debate en ciencias sociales contemporáneas como la antropología, la histo-
ria, la sociología, la psicología, el psicoanálisis, e igualmente en Oriente (tradición
tántrica, taoísta, hinduista, etc.) tanto como en Occidente, el simposio más famoso
de toda la historia, dice el primer epígrafe, de Miller. El amor podría considerarse
una experiencia esencialmente humana y tan singular como la risa, esa expresión
que solo podemos articular los seres de lenguaje. Así pues, es vasto todo lo que
se ha dicho sobre el amor. Jean Allouch lo ha puesto de manifiesto trayéndonos a
colación las diferentes adjetivaciones del amor como intentos de capturar lo que
resulta esencial en él; y aun así el amor sigue resuelto a ser esquivo. El amor Pascal,
ese del que nos habla como el amor representación; el amor romántico, el amor
caballeresco, el amor platónico e incluso el amor Lacan no son sino intentos por
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Estos eslóganes, que como tales son populares en el país psicoanalítico lacaniano:
“no hay relación sexual”, “el amor es la respuesta a la no relación sexual”, “amar
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Presentación
es dar a otro lo que uno no tiene y el otro no quiere”, entre otros, alineados con
la dimensión narcisista del amor puesta de manifiesto por Freud, el reconocimien-
to a la dimensión sexual del deseo como nuclear en la experiencia amorosa, así
como el conjunto de impases que se presentan en la relación con el partenaire y
que Freud reconoció como una degradación, como un tabú y como una particular
elección de objeto, en el que puso de manifiesto lo real del amor, en particular
para el hombre en su momento, por heredar del Edipo un clivaje en relación
con el objeto entre ternura y deseo sexual que selló bajo el título Contribuciones
a una Psicología del Amor (1912/18) y que Miller interpreta como una búsqueda
freudiana en clave levistroussiana, es decir, Freud cual antropólogo estructuralista
intentando establecer “las reglas sociales de la elección del partenaire y presentadas
de una forma eminentemente lógica”, esto es, “las estructuras elementales de las
relaciones amorosas, entre partenaires síntoma”; todo lo anterior, en su conjunto,
es el particular aporte del psicoanálisis a la comprensión de la experiencia amorosa
y ha dado lugar a considerar que el psicoanálisis sí ha inventado, un nuevo amor:
el “amor de transferencia”.
Por otra parte, con Soler se puede interpretar la relación del amor y el dolor re-
sultante de la castración y la división subjetiva como hechos de experiencia, en el
sentido de lo que es imposible evitar, a saber: la imposibilidad de la relación sexual,
la irreductibilidad del amor, el deseo y el goce (Torres, M., 2009), tal y como lo indica
el segundo epígrafe, y que pone la experiencia del amor en una relación, digamos,
“topológica” –de proximidad, vecindad y límite– con el dolor, así como con el odio;
se puede decir también, como experiencia paradojal, en el sentido de la tensión
existente entre dos términos: amor y dolor, amor y odio (odioenamoramiento), entre
pulsión de vida y pulsión de muerte. Ahora bien, debemos también comprender con
Soler que “el psicoanálisis trata la división del sujeto y comprende que la neurosis
es ya una manera de tratar con esa división por parte del sujeto, es una manera de
arreglárselas con la Spaltung, una manera de responder a esto. No se debe confundir
neurosis con división, del mismo modo que no se pude confundir ‘no hay relación
sexual’ con la ‘degradación de la vida sexual’” (Soler, 2007). Esto es, se pueden
comprender los textos de Contribuciones no como un particular malfuncionamiento
del hombre en el amor, como una deficiencia, enfermedad o patología, sino como la
forma neurótica de lidiar del hombre con el clivaje del objeto. No es enfermedad,
es solución. He aquí una interpretación otra.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
para definir algo”. Se trata, por el contrario, de una empresa subversiva frente a los
ideales de bienestar, libertad y de complementariedad como absolutos.
¿No hay nada de bueno en la guerra?, ¿no hay nada de positivo en ella?, ¿la guerra
es la pura experiencia del goce, de la pulsión de muerte?; o por el contrario la gue-
rra, por mínimo que sea, por parcial o por sesgado que aparezca para algunos, ¿no
representaría también la pulsión de vida, aunque sea en el ejercicio de la defensa
(legítima a veces) ante los ataques de un enemigo real o potencial, efectivo o fan-
tasmatizado? Estas inquietudes rondaron el auditorio y fueron presentadas a nuestro
invitado, el doctor Héctor Gallo, quien respondió sin dudar: “Personalmente no veo
nada de positivo en la guerra”, dado que “el único límite de la guerra y su principal
obra es la muerte”. Creo que no hay nada más que agregar.
Pero el calificar tanto el amor como la guerra como experiencias humanas que
definen su condición evidencia lo paradójico: la guerra nos horroriza; pero además
“no ha habido un solo día en que en alguna parte del mundo no se esté en guerra”
(Bhagwan S. Rajneesh, 1990). Afortunadamente, por el amor hemos exaltado
la vida y engrandecido la cultura la mayoría de las veces, aunque también en su
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Presentación
nombre (que no es lo mismo que por él) hemos desatado guerras en otras tantas
oportunidades. El amor tiene la potencia sublimatoria de engrandecer la existen-
cia, mientras que por la guerra hemos emprendido las empresas más frenéticas
e irracionales (tenemos el potencial nuclear suficiente para acabar con nuestro
planeta por lo menos unas setecientas veces, y aun así la carrera armamentista no
para. He aquí un ejemplo), francamente desorbitadas, digámoslo también, como
arrasar con un pueblo, grande o pequeño, someterlo, combatirlo no hasta vencerlo
sino hasta destruirlo, incluso más allá de los límites racionales que suponíamos no
superaríamos por ser “civilizados”. ¡Defraudado quedó Freud!. Hoy más que antes
hacen de la guerra una experiencia traumática, en tanto que de difícil trámite por
el dispositivo de la palabra para su simbolización, sobre todo cuando asistimos al
presencia de una modalidad de la guerra denominada “guerras de cuarta generación”,
en las cuales el factor determinante y propósito a perseguir es: infundir miedo, un
estado de terror constante en el cual se neutraliza la acción del otro porque no sabe
exactamente cuándo va a ser atacado. Así, si el miedo es en fin ahora, con más
razón el psicoanálisis tiene algo que decir sobre el conflicto armado, pues ahora se
apunta a la dimensión subjetiva en el fantasma del adversario (combatientes y no
combatientes), y ya no solo en su cuerpo.
Pero debemos reconocer también con P. Sorokin que seguido el periodo de guerra
viene un periodo “ideacional” intenso de fecundidad cultural, digamos “humanista”,
de reivindicación de la vida. Después del horror emerge un sentimiento intenso y
profundo de florecimiento de la existencia, como si sólo después de tocar el fondo
fuese posible volver a impulsarse a salir de ahí. Tenemos aquí un ejemplo de la dia-
léctica pulsión de vida/muerte. Hay que decirlo: paradójicamente, muchos de los
avances que nos hacen más cómoda la vida hoy son resultado de la democratización
de la tecnología militar. Los treinta años gloriosos Post Segunda Guerra Mundial
(1945-75) son prueba de este resurgimiento. Del otro lado, el del amor, el asunto
es más expedito. El amor ha inspirado empresas solidarias: por la vida del planeta,
de los animales, de los desamparados, de los excluidos; nos ha hecho sentir orgu-
llosos de ser humanos. Las pruebas están ahí: creatividad al máximo expresada en
las artes, la ciencia, la tecnología, los movimientos sociales, etc. Hay razones para
seguir apostando por él.
Amor y guerra, dos experiencias humanas, ambas mediadas por la palabra. La poesía,
las cartas de amor y las sentencias de guerra, son hechos de lenguaje, son formas de
tramitar tales experiencias subjetivas individuales y colectivas. En las dos primeras
la palabra ha ligado, ha fortalecido el lazo social, ha cohesionado los unos con los
otros. En la tercera, la misma palabra no logró sino separarnos, perdió eficacia
simbólica y el resultado fue el advenimiento del horror, que sólo se podrá superar
por otro efecto de palabra, también hay que decirlo: un tratado de paz, un acuerdo
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
humanitario. Héctor Gallo nos mostró cómo el psicoanálisis tiene algo que decir
respecto de la guerra si la concibe como una experiencia de palabra; magistralmente
nos mostró lo que la gente decía sobre la guerra y el efecto recrudecedor del con-
flicto colombiano debido al cambio de las expresiones “intercambio humanitario”
por “cerco humanitario”. La variación de un solo significante: intercambio/cerco,
dejó como saldo por lo menos once o más colombianos muertos, por el efecto de
su poder –el de las palabras, por supuesto– en el contexto de un conflicto en el que
priman, como en la mayoría, el narcisismo, el orgullo y la soberbia (cuando no los
intereses económicos), colocando con ello cada vez más lejos las posibilidades de
restablecimiento de un lazo social menos devastador, resultado del reconocimiento
mutuo, situación ya de por sí compleja entre los hombres, entre quienes difícilmente
hay reconocimiento (Allouch).
Dos invitados, dos experiencias, dos días de intenso intercambio que favoreció a
mucho más que dos y que contribuye sin lugar a dudas al mantenimiento y desa-
rrollo del psicoanálisis tanto a nivel mundial como local. El seminario ha sido una
experiencia plena para todos, ha sido una verdadera celebración académica.
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Presentación
11
I PARTE: ESCRITOS
El amor Lacan
Jean Allouch
Jean Allouch*
1. Este artículo se publicó por primera vez en Imago Agenda, N° 118, abril de 2008, Segunda época.
Año XXVII. Periódico mensual orientado a la difusión y el desarrollo del psicoanálisis. Letra Viva
Libros. Av. Coronel Díaz 1837 (1425), Buenos Aires, Argentina. Telefax 4825-9034. Traducción
del francés: Norma Gentili. Revisión de la traducción: Pablo Peusner. Agradecemos a Imago Agen-
da que nos haya permitido conocer este trabajo y al doctor Jean Allouch que nos haya autorizado
volver a editarlo.
* Psicoanalista de origen francés, fue AE de la Escuela Freudiana de París (EFP), alumno directo de
Jacques Lacan. Actualmente miembro y uno de los fundadores de la École Lacanienne de Psycha-
nalyse (ELP). Email: jallouch@noos.fr. Web:www.jeanallouch.com
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Todo parte de una sorpresa inaugural, perfectamente expresada por Freud y a la cual
el psicoanálisis, en ese momento, no se remitió. Freud, presionado por las histéricas
y su sed de no se sabe qué, inventa un dispositivo y da así lugar a una experiencia
inédita. Él estaba lejos en aquel entonces de pensar que, sin haber sido invitado
allí, el amor iba a desembarcar pronto, el amor o, más exactamente, lo que Lacan
terminó por llamar odioenamoramiento (intentando así arrojar fuera del campo
freudiano el falso concepto binario de ambivalencia). Ahora bien, el amor es, él
mismo, una experiencia. Y jamás de los jamases, ni por causa alguna, hubiera llegado
a inscribirse en esa otra experiencia que es la experiencia analítica. Una experien-
cia dentro de una experiencia: he ahí lo que es el amor en el análisis. Allí está lo
que merece ser llamado un acontecimiento en la historia del amor, absolutamente
inédito y susceptible de arrojar un rayo de luz inédito sobre el amor indomable.
Sin duda estarán ustedes menos sorprendidos de que el recorrido por esas figuras
del amor que realizó Lacan no haya tenido otro fin que descartarlas una por una.
Recapitulemos rápidamente. Le reserva a Freud el haber esclarecido el carácter
narcisístico del amor, pero para poder dedicarse mejor a estirarlo hacia lo simbólico.
Estudia extensamente El Banquete de Platón, y dan la impresión durante un tiempo
de que extraía de allí lo que se presentaba como una fórmula del amor, pero pronto
deja caer ese bello optimismo que mezclaba un poco el amor y el deseo. Él se interesa
de cerca por el amor cortés, pero es para elaborar una teoría de la sublimación.
Visita al amor divino que le parece aquel más lejano al análisis de la relación entre
el amor y el goce del Otro, pero es para reconocer allí una perversión. Va a mirar
del lado de Dante, pero es para constatar que Dante payasea y contestar que nomina
sunt consequentia rerum. En pocas palabras, Lacan hace limpieza. Nada de lo que
ha sido históricamente propuesto, incluso puesto en obra, como figura del amor le
conviene a la experiencia del amor situado en la experiencia analítica.
Una primera solución comprometería a producir una teoría del amor. Sólo que no
hay en Lacan teoría del amor. ¿Pensaron eso? No Todo, en el análisis, se presta a
una captura teórica. Para el amor, Lacan recurrió a los poetas, a los pintores, a los
mitos (que en ocasiones inventa), a ciertas fórmulas frías que no están allí sino para
16
El amor Lacan
Una segunda salida del aprieto, no menos impracticable, está interrumpida por... el
deseo. Aquí el problema es más retorcido. Después de Freud, que hizo de eso un
uso más bien discreto, Lacan y sus alumnos han colocado fuertemente al deseo por
delante. Muchos de los enunciados lacanianos dejan entender que el sufrimiento
vehiculizado por el síntoma se sustenta en que el sujeto no está comprometido
en la vía de su deseo, que el análisis podría entonces ponerlo allí, ofreciéndole así
una curación “por añadidura”. En este sesgo, se supone que un llamado “deseo del
analista” interviene en el análisis, del que algunos hacen estandarte, presentándolo
como el verdadero instrumento del cambio producido en el analizante. Se olvida
generalmente que, tal como ella fue presentada, la puesta en obra de ese deseo tiene
como condición necesaria, en el analista, un duelo de sí mismo –un duelo bien raro,
a decir verdad, pero que, en todo caso, no podría dejar al amor, aunque fuera amor
propio, fuera del campo de la transformación subjetiva exigida–. Se ha cantado el
deseo hasta el hartazgo, o más bien hasta lo que ha surgido como un hartazgo desde
el momento en que habiendo cambiado el contexto cultural, el carácter subversivo
de la puesta por delante del deseo se había evaporado e incluso invertido: el culto
de un deseo propio para cada uno, individualizante, conveniente al capitalismo de
hoy. Michel Foucault se dio cuenta muy pronto de esto, y ha creído poder obsta-
culizar esta rompiente haciendo jugar al placer contra el deseo. Hay allí, entonces,
un problema. Por un momento, la promoción del deseo ha desatendido al amor, y
Lacan mismo no ha sabido siempre distinguir bien uno del otro, incluso si estaba
claro a sus ojos que había lugar como para no confundirlos. Cuestión: el abandono
del amor en favor del deseo no le ha jugado una tan mala pasada al movimiento
freudiano como a la práctica analítica misma.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Tercer impedimento con el cual debía vérselas el Lacan ficticio que pongo en escena:
la forma mediante la cual los psicoanalistas han vendido el amor en la plaza pública.
Esta forma no contraviene en nada a la promoción del deseo. Simplemente, ha
ocurrido que de tiempo en tiempo los psicoanalistas han escrito y publicado acerca
del amor obras que han alcanzado, en Francia y en otros países, un gran suceso
editorial. Tomen El Estado amoroso de Christian David (primera edición de 1971,
editado en formato de bolsillo en 1990 y luego en 2002). Ciertamente, valoriza,
Freud tiene razón al ligar “el amor adulto” (¡brnrr!) a los primeros amores edípicos,
al denunciar allí la dimensión narcisista, al subrayar allí la incidencia del fantasma
y de la pulsión, pero, igualmente, replica, no se podría ignorar el otro lado de las
cosas, a saber el amor como creación. El amor, para usar los términos bárbaros
de este señor, constituye una “personalización nueva”, una “neoestructuración
original”; el amor es una “síntesis original que, cuando compromete a la pareja,
permite la expresión de la aspiración sexual total”; el estado amoroso acrecienta
la disponibilidad del sujeto ofreciéndole “una relajación profunda, una liberación
repentina de energía hasta ese momento prisionera”. Y así todo haciendo juego...
Si con eso ustedes no idealizan al amor, uno se pregunta qué más o mejor habría
que hacer para empujarlos allí. Se dirá que es la IPA. Pero giremos hacia François
Perrier, lacaniano de la primera hora, luego lacaniano a pesar de él; tomemos su
seminario sobre el amor, tan concurrido en aquella época. Vean el uso que hizo allí
del término “encuentro”, nuevo soporte para una idealización no menos desenfre-
nada del amor. “Nosotros queremos el amor”, canta ardientemente toda la ciudad
con la bella Helena (Offenbach). Perrier responde promoviendo el encuentro
amoroso. Pero ¿qué encuentro? Aquel que va a fomentar su deseo de analista. A
fin de caracterizar ese deseo, yo lo llamaría el deseo del peluquero de damas, de
preferencia homo. El peluquero de damas prepara a la mujer para que otro hom-
bre goce de sus encantos. Y bien, según Perrier, el psicoanalista ejerce esta misma
función “de no tener que buscar para él el goce del que pretende permitir a otro
el acceso en otra parte y en otro momento”. Podemos preguntarnos si Perrier no
idealizaba en ese punto el “encuentro” precisamente porque de una cierta forma él
no se situaba en el lugar de ese encuentro diciendo: “No, gracias, es muy poco para
mí”. Así es que parece que dos de las obras psicoanalíticas más leídas estos últimos
decenios hacen tentar, a los ojos de quien quiera dejarse engañar por ellas, con las
maravillas del amor. Está pendiente es fatal; Lacan lo había advertido. Él sabía que
no era cuestión –no más para él como para cualquiera– de un bla bla bla sobre el
amor, de escribir sobre el amor, de hacer un seminario sobre el amor, de consagrar
un artículo al amor. Y no prometer más el amor a quien se tendía sobre el diván,
18
El amor Lacan
Esa confesión tan íntima acerca de aquello a lo que consagró su vida, Lacan fue
a decírselo a los que no eran sus alumnos. Había en él una estrategia del decir, lo
que era lo mínimo a esperar de un practicante de la palabra. ¿Cómo va entonces,
obstaculizado por lo que ha creído percibir de inédito en el lugar del amor, a ha-
cerlo saber de todos modos? ¿Qué estrategia puede adoptar? Respuesta: tal como
Pulgarcito, dejando tras de sí sus piedritas, él va a destilar la cosa en pequeñas dosis
“romeopáticas”, aquí y allá, sin jamás apoyar el trazo, velando para que capten eso
de lo que se trata solamente aquellos que sabrán poner ahí de lo suyo. Funciona
19
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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Guerra, amor y subjetividad
Héctor Gallo*
Introducción
El objetivo de la reflexión que les voy a presentar será mostrar cómo se entrelazan
y contradicen en lo humano los términos guerra, amor y subjetividad. Se dejarán
en un segundo plano los aspectos políticos, económicos y sociales de la guerra,
también la discusión acerca de por qué actualmente la confrontación ya no es
entre Estados sino que es una guerra de guerrillas y, tal como sucede en nuestro
medio, entre grupos por fuera de la ley o de estos contra el sistema establecido. En
el contexto que nos convoca y dado que el amor se encuentra en el centro de la
cuestión que nos reúne, es más importante abordar la dimensión subjetiva de la
guerra que su dimensión política y social, porque es un asunto que creo más inédito
y menos sencillo de entender.
Uno de los soportes básicos de nuestra reflexión serán los clásicos de la guerra,
porque en sus teorías, tal como puede verificarse al estudiarlos, se vislumbran ele-
mentos subjetivos que en su estructura se repiten, de distinta manera en cualquier
enfrentamiento de tipo militar. El otro aspecto productivo de su lectura fue que
pude extraer de sus teorías sobre la guerra distintos elementos que permitieron
hacer contrapuntos con el enigma del amor y sus lógicas.
Clausewitz dice que la política es “el útero donde se desarrolla la guerra, dentro del
cual habitan sus características generales en un estado más primigenio, como los
rasgos de los seres vivos están dentro de los embriones” (Clausewitz, 2004, p. 14).
A esta sentencia se le podría agregar que los beneficios económicos y políticos que
aporta dicha guerra y la idea de que con ella se consolidará un poder han de servir
21
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
–
para sostenerla. Por su parte, las condiciones sociales de inequidad e injusticia, la
falta de oportunidades para la población juvenil y campesina, serán lo que garantice
su retorno. En cuanto a la pregunta de qué papel podría jugar la subjetividad en la
guerra, habrá que examinar los factores imaginarios y simbólicos que pueden servir
para promoverla o también para desanimarla.
Así como en la actualidad los jóvenes consideran que la intensidad del otro no le
conviene a la relación de pareja, porque este es un rasgo subjetivo que atosiga y limita
la supuesta libertad que no quieren perder o pretenden conservar, tampoco en la
guerra es recomendable que quienes la dirigen vivan descompuestos, no contengan
la impaciencia o sean incapaces de anticiparse a la dificultad antes de que ésta se
presente (Tzu, 2004). Estos aspectos subjetivos, en caso de predominar en la cabeza
de un ejército, son inconvenientes porque no le permiten razonar con propiedad
e inteligencia sobre el uso de los medios de que dispone para atacar, defenderse o
tomar a tiempo la decisión de retirarse del alcance del enemigo.
22
Guerra, amor y subjetividad
Si en la guerra los guerreros trastocan los valores que hacen posible la vida en so-
ciedad, sucede lo mismo en el amor, pero de manera diferente. Los enamorados se
muestran asociales mientras dura entre ellos la fascinación, pero no destruyen al otro
perturbador sino que más bien se mantienen alejados de éste, ya que prefieren tener
sus espacios separados del resto de las personas. Los guerreros parecen obligados
a convertirse en lo contrario de un ciudadano. No es de extrañar que en aquellos
lugares del planeta en donde el único porvenir posible es la guerra, la educación
de los niños no se oriente hacia cómo vivir en paz con el otro, sino a asimilar de
qué debe estar provisto un buen guerrero y qué tipo de sacrificios lo harían digno
de orgullo y admiración a él y a su familia.
23
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Con la sorpresa se busca que el ataque sea irresistible, que el enemigo pierda la
cohesión y se desperdigue. Su efecto inmediato es la indefensión ante el peligro,
porque la fuerza que se creía tener se torna en debilidad. En el amor, si el efecto
sorpresa se aspira a producir en su nombre requiere de la creatividad del enamorado,
de un deseo decidido y un buen cálculo. Sorpresa, pánico y desesperación traumática
son directamente proporcionales en la guerra; en el amor, en cambio, la sorpresa
da en el blanco si logra producir un instante de felicidad y un sentimiento estético.
La sorpresa amorosa es poética, es una forma de romper con la monotonía de la
cotidianidad y aspira a hacer ingresar lo inolvidable.
Así como “es imposible proveer una estructura de reglas positivas para el arte de la
guerra que sirva de andamio para toda la actividad del general” (Clausewitz, 2004,
p. 101), tampoco existen reglas técnicas que sirvan de orientación estándar para
enamorar. Pueden confeccionarse manuales de seducción que faciliten el acceso
al objeto deseado, pero no los hay que impidan el debilitamiento del encuentro
amoroso o la entrada de los amantes en la lógica del capitalismo donde el objeto es
desechable. Tanto la guerra como el amor son aventuras que perturban el espíritu y
dado que sus dispositivos no están en lo genes, las formas de sortear las dificultades
inherentes a la cuestión exigen creatividad y decisión.
Un manual sobre la guerra puede ser de gran utilidad, pues aunque no corresponda
a un saber que se pueda replicar tal cual en cada tiempo y lugar, sí ha de servir de
orientación, contando con que cada guerra exige tácticas y estrategias diferentes
y una habilidad especial del comandante. Hay expertos en el arte de la guerra que
enseñan de qué manera conducirse, también los puede haber en la seducción sexual,
pero no existen expertos que posean la fórmula infalible para cautivar el corazón
24
Guerra, amor y subjetividad
del objeto que conviene amar y procurar que la pasión sea eterna. Construir una
fórmula algebraica que pueda replicarse sin reserva en cualquier experiencia amorosa
es imposible, porque en el amor, más que de técnica, producción o indagación, se
trata de una ética del deseo y una estética de lo bello.
El más de la guerra
Una de las tesis que en el psicoanálisis explica por qué, desde el punto de vista
estructural, es más fácil para los humanos hacer la guerra que el amor, tiene que
ver con la siguiente tesis psicoanalítica: que en la base del vínculo social no está
la armonía sino el conflicto. Esta tesis contradice la idea aristotélica de que el ser
humano se guía fundamentalmente por el principio del bien y se opone al sueño
ecologista del retorno a la unidad entre el hombre y la naturaleza y al cristiano de
vivir en paz y armonía con Dios y con los hombres.
Uno de los nombres del principio del bien es la armonía que asegura la paz entre
los hombres. Al respecto dice el poeta trágico Eurípides: “La paz se goza en fecun-
da prole, en riqueza que abunda. ¡Necios somos por cierto si a tales bienes nos
oponemos! Y así es: elegimos locamente las guerras, y que el débil quede oprimido
por el poderoso; los hombres, por un hombre, una ciudad por otra…” (Eurípides,
2006, p. 285). Las guerras son una forma loca de darle curso a la necedad de opo-
nerse al bien de la paz. A esta necedad humana referenciada por el poeta desde
la antigüedad, Freud la denomina pulsión. Por pulsión entiéndase una tendencia
subjetiva que ataca los valores que más convienen a la convivencia pacífica, segura
y tranquila con el otro.
Dice el poeta griego que “cuando en un pueblo se delibera acerca de la guerra, al dar
su voto nadie piensa que el mal de ella ha de caer sobre su cabeza: todo el mundo
piensa en los otros. ¡Ojala que al votar todos tuvieran ante sus ojos la muerte que
los amenaza: nunca estaría la Hélade a punto de perderse por las guerras!”(p. 285).
Profundo conocedor del alma humana, el poeta formula que cuando los seres
humanos toman la decisión de hacer la guerra en lugar de la paz, el que vota por
aquélla no supone que su cabeza o la de sus allegados recibirá el golpe, sino la de los
extraños, pues en el inconsciente no existe una representación de la muerte. Son
diversos los dichos que encontramos en el lenguaje popular y que hacen alusión
al egoísmo del yo mientras se considere a salvo de la tragedia: “Mientras no sea
conmigo el mundo se puede caer”, “desde que no toquen conmigo, que hagan lo
que quieran”.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Las guerras de todos los tiempos demuestran la frecuencia con la que se arruina
el diálogo entre los humanos y dan cuenta de que a esta ruina le sigue un paso al
acto en colectividad en el cual se expresa el furor humano de devastar. Muerto
el diálogo, desparece el control de la palabra y se da un asentimiento subjetivo a
la destrucción. Por este desastre del valor regulador de lo simbólico, la guerra es
sangrienta, mortífera, cruel, enconada e irrespetuosa de todo derecho.
Entre las guerras del pasado y las de la actualidad no hay variación en cuanto a los
modos de goce que se ponen en circulación; lo que varía es la sofisticación de las
armas debido a los avances tecnológicos y al hecho de que esta vez, a pesar de la
exactitud a la que permite acceder la ciencia con respecto al blanco elegido, paradó-
jicamente suelen padecer más los civiles que los mismos combatientes. Entonces el
26
Guerra, amor y subjetividad
Lo que la guerra trae de más, porque infringe todas las limitaciones a las que los
pueblos se obligaron para lograr un buen vivir, porque acaba con el sentimiento
de seguridad que garantiza la tranquilidad que cada quien dice necesitar para vivir
mejor, se presenta, como dice Clausewits […], debido a que entre los rivales se
empuja cada uno “a tomar medidas extremas cuyo límite es la fuerza de resistencia
que el enemigo oponga” (Clausewitz, 2004, p. 16). Esto quiere decir que mientras no
exista un reconocimiento del contrincante y negociación entre las partes, el único
límite de la guerra y su principal obra es la muerte, regularmente atravesada por la
sevicia, que es cuando la tendencia destructiva encuentra el goce de su realización.
Entiéndase por goce eso que se experimenta cuando la energía del deseo que es la
libido se suma a la pulsión de muerte, la cual se puede definir como una voluntad
humana de destruir lo que la misma civilización construye.
De la guerra y el amor
A la guerra entendida como acto de fuerza se opone el amor, porque la primera
apunta a la destrucción del cuerpo y del ser, mientras que en el segundo se pretende
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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Guerra, amor y subjetividad
El engaño del amor consiste en que el amante le hace creer al amado que posee
lo que más añora como objeto que causa su deseo. Si el extremo negativo de la
guerra es la destrucción inmisericorde y sin medida, el extremo positivo del amor
es la delicadeza y el cuidado en el trato del objeto amado.
En aquellos casos en que no hay más remedio, porque han fracasado el diálogo,
la negociación, la razón y la cordura, la guerra se convierte en un mal necesario.
El amor también a veces llega a ser un mal, pero su necesidad no es temporal sino
permanente, pues se trata de una demanda que nunca nos abandona. Si la guerra
es algo que acontece por razones políticas, económicas y subjetivas, el amor es algo
que pedimos al otro sin medida, sin sentido de realidad, ni intervención del tribu-
nal de la razón. El amor puede darse o no entre dos personas, pero sus razones son
esencialmente subjetivas y no depende, como la guerra, de una decisión racional,
concertada entre figuras poderosas que cuentan con el monopolio de las armas y
poseen “fuerzas extraordinarias” que permiten descargar golpes contundentes que
desgarran.
Dado que el objeto amoroso no se asegura para siempre y más bien tiene el estatuto
de algo perdido que por diversos medios se busca reencontrar, siempre fracasa como
recurso para hacer desaparecer el hueco existencial que nos constituye. Pese a esta
falla estructural del amor, de todas maneras en los casos en que incluye al otro
refuerza la esperanza, la solidaridad y se torna un regulador cultural de la destruc-
ción. El origen del amor no es la plenitud con el objeto, más bien existe e insiste
precisamente porque esta plenitud es imposible, debido a que las pulsiones humanas
tienen el carácter de “necesidad de posesión incoercible, ilimitada, incondicional,
que supone un aspecto destructivo” (Lacan, 1972, p. 585).
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Freud dice que los no combatientes, los que se encuentran alejados del oficio de la
guerra, se sienten desorientados y confusos en su interior, pues se ven metidos en
una inmensa maquinaria destructiva y al mismo tiempo quieren estar fuera porque
les interesa vivir como en los tiempos pacíficos. Así como el comienzo de la guerra
produce una euforia entre los combatientes, pero su transcurrir colérico los va
decepcionando del combate, el amor comienza con la fascinación y una devoción
encantada, pero termina con el desencanto si el otro pierde la significación que un
día le fue atribuida.
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Guerra, amor y subjetividad
el hecho de ser olvidado, de pasar a ser poca cosa para quien creía que lo era todo
o al menos algo grande.
“Puede decirse que las más bellas floraciones de nuestra vida amorosa las debemos
a la reacción contra los impulsos hostiles que percibimos en nuestro fuero interno”
(Freud, 1972, p. 2.116). Con respecto a la filantropía y a la caridad, vecinas del amor
al prójimo, Lacan dirá en La agresividad en psicoanálisis que sus resortes son agresivos
y que en cada caso hay que esperar los contragolpes. Una de las cosas que se pone
en juego en un análisis es la agresividad del sujeto con el analista, “puesto que esas
intenciones, ya se sabe, forman la transferencia negativa que es nudo inaugural del
drama analítico” (Lacan, 1973, p. 100).
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
sino de cierta conmoción sentimental. El amor es una pasión que se produce gracias
a que el amante atribuye al amado más cualidades de las que en realidad tiene. En
la guerra el enemigo es despojado de su subjetividad y así la pasión del odio pasa
a jugar papel fundamental en su producción, desarrollo brutal y prolongación.
La guerra es un hecho objetivo que emerge en la sociedad como variable de una
experiencia subjetiva que es la agresividad.
La guerra está llena de actos con finalidad intimidante, pero su violencia propia-
mente dicha se define por “la coyuntura de emergencia” (Lacan, 1973, p. 96) que
implica. Coyuntura de emergencia significa que con su estallido se produce un
desequilibrio que vuelve perentorio un llamado al diálogo capaz de restablecer lo
que se ha dañado, un llamado a la tregua o suspensión de la agresión, tal como el
desencadenamiento de un dolor exige la atención rápida de un médico para que
los órganos vuelvan a quedar en silencio y así se recupere la salud.
¿Cuándo se volverá más urgente políticamente silenciar las voces de quienes piden
el acuerdo humanitario dándole por fin su curso, que la soberbia de no mostrarse
débil ante el enemigo y ante aquellos que, al precio que sea, requieren un vencedor
y un humillado?
La figura del humillado, vista desde el punto de vista pulsional, es aquella en quien
entra en juego el dolor en la medida en que lo padece del otro. El fantasma de
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Guerra, amor y subjetividad
Finalicemos este apartado diciendo que mientras el cerco del amor es un abrazo
que se da con un furor moderado que resulta encantador, el cerco humanitario es
un aro muy peligroso que todo aquel que ha sido liberado rechaza. En el tiempo
del amor, la permanente presencia del otro acompañada de miradas y gestos que
comunican una pasión delicada es leída como signo de fogoso entusiasmo y es algo
que produce satisfacción. Pero si no hay amor o ha desaparecido, la misma presencia
se denomina acoso o asedio y genera impaciencia.
Asedio es un término que, según Clausewitz, hace referencia a un arte –el arte de
asediar al enemigo en sus movimientos–, en el cual se “vislumbró por primera vez”
(Clausewitz, 2004, p. 93) la dirección de la guerra. Por fuera del amor, el asedio
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
es una forma de ejercer violencia frente al otro, es una especie de coacción que
se vuelve insoportable para quien lo padece, porque se constituye en una mirada
invasora que persigue en lugar de ocasionar dicha y en un gesto obsceno que causa
asco, porque pide al destinatario el fuego que éste tiene reservado para otro.
Guerra y subjetividad
Testimonios de personas a quienes les ha tocado vivir en medio del conflicto armado
en nuestro país, coinciden en que se anuda a una radical puesta en cuestión del
dominio de un objeto que se presume propio o al que se supone hay derecho y que
por nada del mundo se está dispuesto a compartir. En el caso, por ejemplo, de las
relaciones familiares y, particularmente, tratándose de la relación madre-hija, la
clínica psicoanalítica demuestra que “la rebelión contra la madre” (Freud, 1972, p.
3.177) se inaugura cuando la simbolización de la falta en ésta le impone con respecto
al niño una diferencia real que imaginariamente se advierte como inferioridad.
Otra forma de hacerle el niño la guerra al que ocupa el lugar del Otro es mediante
lo que Lacan denomina en la dirección de la cura anorexia mental. Esta forma de
anorexia propia de la histeria se produce más que todo cuando quien ocupa para
el niño el lugar del Otro lo atiborra de cosas que posee de acuerdo con la idea que
tiene sobre sus necesidades. Esta forma de proceder, en lugar de dar satisfacción,
provoca un sentimiento de asfixiante invasión porque recibe lo que no está pidiendo.
Se abona el terreno para la anorexia neurótica cuando el Otro que opera como
soporte de la demanda del niño confunde las necesidades que le atribuye a éste
“con el don de su amor” (Lacan, 1985, p. 608). Confundir la necesidad biológica, el
cumplimiento del deber de alimentar con el don simbólico del amor, conduce a que
sea “el niño al que alimentan con más amor el que rechaza el alimento y juega con
su rechazo como un deseo” (p. 608). Esto quiere decir que en la anorexia mental
el rechazo del alimento es un síntoma dirigido al Otro, es una forma de rebelión y
crítica. El niño le manifiesta a la madre que su amor será pagado con odio mientras
pretenda atiborrarlo de aquello que no le está pidiendo.
Con el rechazo del alimento el sujeto neurótico hace valer su derecho a desear, es
una respuesta del niño al hecho de que se pretenda saturar todo el deseo en él y es
también un reclamo porque no se le permite la insatisfacción que abre la vía para
seguir el camino de un deseo propio. El sujeto anoréxico le demanda a su madre
que corrija su forma de conducirse con él, que “tenga un deseo fuera de él, […]” (p.
608); en suma, que lo deje tranquilo y modifique su forma de manifestarle el amor.
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Guerra, amor y subjetividad
Otro motivo inconsciente de odio entre madre e hija y que igualmente puede
cobijar al varón es el destete en sus distintos niveles, pues hay seres en quienes no
se apacigua jamás el dolor que esto causa. También dan cuenta de la agresividad
infantil el resentimiento y los celos entre hermanos. Al respecto Lacan evoca un
pasaje de San Agustín cuando declara: “Vi con mis propios ojos y conocí bien a un
pequeñuelo presa de los celos. No hablaba todavía y ya contemplaba, todo pálido
y con una mirada envenenada, a su hermano de leche” (Lacan, 1973, p. 107).
Situaciones emocionales como la graficada por San Agustín son las que dan cuenta
de la formación de imágenes de frustración, que se anudan de manera imperecedera
a una etapa infantil anterior a la palabra y se reactivan cuando alguien se siente
destronado y perjudicado en algún derecho fundamental o despojado de algo que
supone merecía. Pero para poder darles un lugar a estos fenómenos subjetivos en
una reflexión sobre el estatuto de la agresividad en el fenómeno social de la guerra
es indispensable, como dice Lacan, habilitar de pleno derecho la experiencia sub-
jetiva y así “reconocer el nudo central de la agresividad ambivalente, que nuestro
momento cultural nos da bajo la especie dominante del resentimiento, hasta en sus
más arcaicos aspectos en el niño” (p. 107).
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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Guerra, amor y subjetividad
Sin destreza, fortaleza, valor, arrojo y entrega a los deberes patrios no hay cómo
ser un guerrero ejemplar dentro de un ejército. En una colectividad de guerreros
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
formados para matar, pocos ocultan el gusto que les produce, por ejemplo, violar a
una o varias mujeres que hacen parte de sus adversarios civiles. Se espera que esta
situación se dé ojalá “en presencia de un varón, preferentemente mayor y previa-
mente reducido a la impotencia, sin que nada haga presumir que los individuos
que la realizan se distinguen, ni antes ni después, como hijos o como esposos, como
padres o como ciudadanos, de la moralidad normal” (Lacan, 2003, p. 123).
Un acto tan infame como el que se acaba de referir pasa de la depravación al di-
vertimento si se produce dentro una guerra, porque simplemente hace parte de la
diversidad de hechos curiosos e insólitos que pueden presentarse en aquélla. Salvo
para quienes se ocupan de proteger los derechos de los prisioneros de guerra y quie-
nes no están de acuerdo con ésta por ningún motivo, a muy pocos se les ocurrirá
pensar o decir que un acto tan humillante como la violación de mujeres vinculadas
con el enemigo es criminal y debería ser juzgado con la misma severidad que si se
cometiera aisladamente.
El estrago del tipo de goce que pasa a ser del orden de lo real, es decir, de eso que
tiene carácter extraño, incomprensible y ciego, es lo que se manifiesta en la posición
de aquellos militares que, con tal de recibir las prebendas estipuladas, sacrificaron a
centenares de personas supuestamente desvalorizadas y sin dolientes, por ejemplo,
indigentes, débiles mentales o con algún antecedente penal, para hacerlas pasar
por enemigos de la patria. Desapareciendo esas personas, ejecutándolas y ensegui-
da mostrándolas como si fueran guerrilleros muertos en combate, nuestros héroes
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Guerra, amor y subjetividad
La verdad subjetiva que revela en nuestro ejército el asunto de los “falsos positivos”
es que en la guerra, independientemente de qué lado esté quien participa en ella,
el goce encuentra la oportunidad de volver al mismo sitio, que es el de la transgre-
sión y el rompimiento de toda barrera ética, razón por la cual aprovecha la menor
favorabilidad o inconsistencia de la ley para ponerse en acto. Los responsables de
las desapariciones y posterior muerte de las personas referidas aprovecharon la
oportunidad de comportarse colectivamente de manera tan cruel como aquellos
a los que se les califica de desalmados terroristas, pero ante la opinión pública se
hacen pasar cínicamente por héroes que merecen recompensa. Franqueando la
barrera del respeto por el derecho a la vida y los principios institucionales de ser
protectores de los ciudadanos y guardianes de la ley, avanzaron “hasta la zona del
horror que implica el goce” (Miller, 2003, p. 232).
Hay que matar enemigos para ser dignos exponentes de lo que podríamos considerar
el imperativo de goce de nuestra seguridad democrática: si quieres ser apreciado
como un soldado ejemplar de la patria, obtener licencias de servicio y hasta dinero
extra, debes demostrar tu eficacia presentando la mayor cantidad posible de enemi-
gos muertos, porque de esta manera la opinión pública verá que estamos ganando
la guerra contra los culpables del sufrimiento de este país. Una máxima como
esta resulta sumamente favorable para que se acceda al goce masivamente “por la
transgresión heroica” (Miller, 2003, p. 234), cuestión que se ha ido presentando
sistemáticamente en distintas instituciones del Estado en donde no han parado los
escándalos de corrupción y de actos indebidos.
Digamos de paso y para terminar este apartado, que dicha subordinación psíquica
del temor de la muerte al temor narcisista de la lesión del cuerpo la encontramos
también en otras prácticas distintas a la guerra, por ejemplo, en los deportes ex-
tremos. A estos deportistas, de acuerdo con las declaraciones que suelen hacer
en medios de comunicación oral y escritos, tampoco parece preocuparles perder
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
La estrategia supone un juego en el que un sujeto lleva a cabo una acción ordenada
a partir de presunciones y su razón de ser depende del resultado final. La estrategia
exige sagacidad y prudencia, no hay mucha libertad de acción y en cambio sí dudas
y ojalá ninguna convicción anticipada. Mientras en la guerra lo que Clausewitz
denomina encuentro alude a enfrentamiento posible, en el amor encuentro evoca
lo contrario. En su calidad de acontecimiento subjetivo, alude a una sorprendente
conformidad con el otro, que en los casos más ideales del romanticismo da la sen-
sación imaginaria de haber encontrado lo que faltaba.
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Guerra, amor y subjetividad
El sujeto espera que se le ame por dar sus palabras, “pero si el amor es dar lo que
no se tiene, […]” (p. 598) la forma del psicoanalista compensar al sujeto por su
esfuerzo es dándole nada y además tiene el descaro de hacerse pagar por ello, pues
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
de no ser así el análisis tendría poco valor como lugar en el que se pone en escena
el deseo insatisfecho. El analista da su presencia para apoyar la demanda del sujeto,
no para satisfacer a la pulsión, pues tiene que vérselas con los modos de aquella ser
articulada y estar atento a la emergencia de los significantes en que las frustraciones
de dicho sujeto están retenidas.
La desolación del final del análisis tiene que ver con un momento de desamparo,
porque todos los sentidos previos aportados por las identificaciones, las confianzas,
las creencias, los síntomas, los semblantes, las apariencias, las culpas, los remor-
dimientos y las esperanzas, caen. El sujeto queda solo frente al desasosiego del
goce, porque ya no hay nada ni nadie a quien acudir para obtener un paliativo, un
consuelo, un engaño. El afecto que parece corresponder a este momento es el del
desapego y dentro de esta lógica implica cierta desesperanza, pero igualmente el
entusiasmo de apostarle a la vida bajo un régimen propio, sin ningún amo distinto
al de una causa propia; que se hace la apuesta de consolidar una nueva forma de
legitimarse frente al Otro, pero a condición de no identificarse con éste.
Lo particular de la desolación del final del análisis con respecto al final de la guerra
y del enamoramiento es que la respuesta que conviene no evoca los significantes
reconstruir ni rehacer, sino la exigencia de hacerse cargo del producto fundamen-
tal de un análisis: el deseo del analista. Este deseo inédito supone la asunción de
un entusiasmo renovado que protege de la depresión, el cinismo, la canallada y la
incredulidad radical, porque supone el encuentro con un destino que hace de la
formación algo permanente.
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Guerra, amor y subjetividad
Hemos discutido durante estos dos días acerca de la guerra y el amor. La asistencia
a este Seminario da a entender que entre ustedes hay una curiosidad por el psicoa-
nálisis y, por qué no, en algunos un deseo de ser analista. Este deseo, por el hecho
de apuntar a hacerse a un ser, digamos que en nada se diferencia de cualquier deseo
inscrito en el campo de las profesiones. El deseo de hacerse a un ser que reporte una
identidad social como profesional no es igual al deseo de analista, porque este deseo
no está animado por una aspiración a ser y no se logra encontrar en la Universidad
sino exclusivamente en el recorrido de un análisis.
Cada quien descubre en un análisis que su principal enemigo está dentro, es íntimo,
tiene que ver con los modos de satisfacción elegidos por su pulsión para negar la
castración y oponerse, sin percatarse, al placer que anhela el yo, placer que puede
ser el de conservar una familia, vivir en paz, mantener la relación con los amigos,
no hacerse excluir de los vínculos ni del mercado laboral. La oposición a este placer
se presenta en actos compulsivos como el consumo de droga y alcohol, “también
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
con el trabajo, la pereza, la televisión” (Miller, 2003, p. 272), el Internet, los juegos
de azar, las líneas calientes y todo lo relacionado con el cuerpo propio.
Digamos que un analista puede ser usado como punto de apoyo de la guerra que
un sujeto decide declararle a su goce particular, no para volverlo muerto, sino para
intentar decirlo entre líneas, desprenderse libidinalmente de la inerte compulsión
que implica y en su lugar poner en acción un deseo vivo que oriente dialécticamente
la vida. El encuentro con un deseo que después de instalado pueda sostenerse libre
de imperativos categóricos, le permite al sujeto la construcción de un Otro menos
feroz, menos dispuesto a la guerra, pues al no hacer depender la existencia de su
validación, vivir de manera más liviana se vuelve posible.
Con un análisis se va mejor, porque sin duda es una posibilidad real de ganarle
la batalla a la parte destructiva del goce, sin necesidad de ceder en el deseo, tal
como sucede con el hombre religioso. Este hombre renuncia al goce a condición
de alienarse a un padre todo poderoso que lo guía y mantiene a raya. La religión
propone reimplantar un padre renovado en su poder y en el amor infinito allí donde
el reinado del goce lo había vuelto impotente. El psicoanálisis, por su parte, propone
establecer una actitud entusiasta en el plano del deseo allí donde domina el jolgorio
pulsional del goce, jolgorio que sin duda es una condición subjetiva del fenómeno
social de la guerra y de su reincidencia sin fin.
Referencias
– Clausewitz, Karl Von. (2004 ). De la guerra. Buenos Aires: Ediciones Libertador.
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Guerra, amor y subjetividad
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II PARTE: CONFERENCIAS
I parte
Iniciemos con esta pregunta: ¿Cuáles son los elementos subjetivos que no se valoran
cuantitativamente, que no se miden cuantitativamente cuando hablamos de la
guerra? En lo cuantitativo se hace una contabilidad de muertos y pasan a ser parte
de esta contabilidad y se supone que hay mejor seguridad si los muertos, dentro
de esta contabilidad, disminuyen, y si aumentan se está dañando la seguridad. A
eso queda reducida esa cuestión. Está la sed de honor; eso es cualitativo, eso es
subjetivo. Está la sed de honor y fama, está el amor a la patria, está la devoción a
una idea de cualquier índole; todo esto es de orden subjetivo. Está la venganza,
está el ordenamiento de un líder, está el fanatismo, está el odio al enemigo, está
la codicia desmedida, la sed de humillar y dominar al otro, está el desamor, está
el entusiasmo por perseguir al enemigo hasta aniquilarlo y borrarlo de la faz de la
Tierra, está la falta de consideración con las posibles víctimas y está el anhelo de
expansión de un dominio territorial.
Todo esto está en el orden de la subjetividad, todo esto hay que medirlo de otra
manera para pensar las incidencias que esto tiene en el origen y en la permanencia de
la guerra. ¿Qué es lo primero que se espera de un guerrero? Una disposición pasional
al combate y que dentro de él sea aguerrido, sea perseverante, sea firme, sea poco
benevolente, nada justo y dispuesto a morir antes que ser tildado de cobarde, Todo
esto está en el ámbito de la subjetividad. Si el objetivo del combate es apropiarse
de algo que se codicia, o recuperarlo porque fue arrebatado, el combatiente deberá
ser inconmovible y mostrarse dispuesto a destruir lo que se oponga a su objetivo
trazado. Eso se espera de un guerrero.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Entonces podemos decir que en la guerra como en el amor siempre habrá de por
medio un objeto que, por estar perdido, se codicia. Pondríamos un primer punto
de aproximación entre las dos, y uno diría que tal vez sea el hecho de que haya un
objeto en juego, un objeto codiciado; este es uno de los ingredientes subjetivos que
más contribuye a que ambos escenarios, la guerra y el amor, sean muy propicios para
que se presente una verdadera tempestad, digamos así, de emociones, pasiones y de
excitaciones que se manifiestan como descontrol, como fogosidad, como vehemen-
cia; esto es muy importante en la guerra y también en el amor, con cierto límite.
Por tanto, así como en la actualidad hay quienes consideran que la intensidad del
enamorado no le conviene a la relación de pareja –sobre todo a los jóvenes hoy no
les gusta que el otro sea muy “intenso”–, porque eso es un rasgo subjetivo que atosiga,
tampoco en la guerra, dicen los clásicos, es recomendable que quienes dirigen la
guerra vivan descompuestos, no contengan su impaciencia; eso no les conviene a
los que dirigen la guerra. Se necesita que sean fríos, que sean capaces de anticiparse
a la dificultad antes de que ésta se presente. Ese es el modo de conducirse en la
guerra; si alguien no se conduce de esta manera es un inconveniente para quien
dirige un ejército porque no le permite razonar con propiedad e inteligencia, dirán
los clásicos de la guerra, sobre el uso de los medios de que dispone para atacar. Eso
tiene que ser razonado con cabeza muy fría: los modos de defenderse, la forma de
tomar a tiempo la decisión de retirarse del alcance del enemigo, por ejemplo.
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Subjetividad, amor y guerra
un arte que podría ser enseñado por un maestro, ni el amor es un niño de corta edad
fácil de dirigir que es lo que dice Ovidio –A quien ayer citaba el doctor Allouch–,
porque allí tenemos una regla de la seducción, es un modo de acercarse al otro y él
dice que el amor es un niño de corta edad fácil de dirigir; más bien vamos a colocar
el amor del lado de una dimensión poética, para mantener en esta posición y en este
sentido una dimensión poética permanente y constante, y en ese sentido el éxito y
la eficacia, digamos en la guerra y contrario a lo que sucede en el amor, sí dependen
de un saber-hacer y de la pericia del comandante de un ejército. Ahí el saber-hacer
funciona, ahí funciona la pericia y en ese sentido, por ejemplo, ordenar a un ejército
que avance cuando no debe hacerlo o que retroceda cuando no debe hacerse, pone
al ejército en apuros. Por esta razón dice Sun Tzu que el más grande peligro para
un ejército es ser dirigido por alguien que no conoce de la estrategia militar, que lo
haga desde fuera del campo de batalla, o que pretenda dirigir siguiendo las reglas
del decoro social, que a su vez no están sujetas a modificaciones.
Esto, según él, es un error porque en la medida que el decoro social se relaciona
con la constancia de buenos modales, a lo mejor esto le puede prestar un servicio al
amante, por ejemplo, sobre todo en la fase de la seducción, pero sus reglas de nada
le sirven al guerrero, y habría que pensar de qué le sirven al amor.
Entonces, si en la guerra los guerreros trastocan los valores que hacen posible
la vida en sociedad, la vida en comunidad, sucede lo mismo en el amor, pero de
manera diferente. Los enamorados se muestran asociales mientras dura entre ellos
la fascinación, pero los enamorados no destruyen al otro perturbador, al tercero
que es siempre perturbador mientras están en la fase de la fascinación, sino que
se mantienen alejados de él. Los guerreros parecen obligados a convertirse en lo
contrario de un ciudadano. No es de extrañar que en aquellos lugares en donde el
único porvenir posible es la guerra, la educación de los niños no se oriente a cómo
vivir en paz con el otro, sino a asimilar de qué debe estar provisto un buen guerrero
y qué tipos de sacrificios lo harían digno de orgullo y admiración a él y a su familia.
Hay otro elemento que me parece importante señalar y es que tanto en la guerra
como en el amor la sorpresa juega un papel fundamental en los dos casos. En la
guerra la sorpresa es un principio estratégico –de nación– contra el enemigo y lo
que se busca con la sorpresa es tomarlo desprevenido para lograr apoderarse de sus
blancos y así poder vencerlo o hacerle el mayor daño posible; en la guerra la sorpresa
es ingrata para quien la padece como ataque porque al producirse en el momento
en que no se esperaba lo deja desconcertado y le muestra sus debilidades en el arte
de la defensa y busca hacerle perder lo que protege. Esa es la función de la sorpresa
en la guerra, es decir, que con la sorpresa se busca que el ataque sea irresistible, que
el enemigo pierda la cohesión y se desperdigue, o sea, que el efecto inmediato de
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Así como dice Clausewitz, es imposible proveer una estructura de reglas positivas para el
acto de la guerra que sirva de andamio para toda la actividad del general. Él se refiere a
la guerra de Estados. Podemos decir que tampoco existen reglas técnicas que sirvan
de orientación estándar para enamorar. Pueden confeccionarse manuales de seduc-
ción que faciliten el acceso al objeto deseado, pero no hay manuales que impidan el
debilitamiento del encuentro amoroso o la entrada de los amantes en la lógica del
capitalismo donde el objeto es desechable; es decir, ¿cuáles son las reglas que podrían
impedir que la dimensión del objeto de amor sea tomada por el capitalismo y entre
en la lógica de lo desechable? Es una cosa de la que hay que proteger el amor en
el capitalismo; Podría uno decir, casi es una responsabilidad que una pareja tiene.
Entonces, tanto la guerra como el amor son aventuras que perturban el espíritu,
las dos cosas, y dado que el dispositivo de la guerra y el dispositivo del amor no
están en los genes, las formas de sortear las dificultades inherentes a la guerra y al
amor exigen creatividad y decisión; mejor dicho, frente a lo que está en los genes
52
Subjetividad, amor y guerra
muy poca creatividad vale, muy poco poder de decisión vale, pero frente a lo que
no está en los genes, que es del orden de la subjetividad, sí, y estamos sosteniendo
que ni en la guerra ni en el amor están los genes.
Un manual sobre la guerra puede ser de gran utilidad porque, aunque no corres-
ponda a un saber que se pueda aplicar tal cual en cada tiempo y lugar, sí puede
servir de orientación en la guerra, contando con que cada guerra exige tácticas y
estrategias diferentes y una habilidad especial del comandante. Hay expertos en
el arte de la guerra que enseñan de qué manera conducirse en la guerra; también
los puede haber en la seducción sexual, expertos en ese registro, pero no existen
expertos que posean la fórmula infalible para cautivar el corazón del objeto que
conviene amar; ahí no tenemos expertos que permitan procurar que la pasión sea
eterna. Entonces, construir una fórmula algebraica que pueda replicarse sin reser-
va en cualquier experiencia amorosa es imposible porque en el amor más que de
técnica, producción o indagación se trata de una ética del deseo y una estética de lo
hecho, es decir, cuando estamos frente a lo subjetivo la programación siempre falla.
Es una aspiración del amo moderno programar, pero ahí nos falla la programación.
¿En qué consiste el “más” en la guerra pensado en esta lógica? Una de las cosas
que en el psicoanálisis explican por qué desde el punto estructural es más fácil que
nosotros los humanos hagamos la guerra que el amor, es que, nosotros estamos en
mejores condiciones, con esta lógica, de hacer la guerra que el amor. Creo que por
eso ayer nos decía el doctor Allouch que en todos lados se habla de que hay que
amarse; tenemos la poesía, las canciones, todo esto que se decía por oposición al
imperativo del goce, porque parece ser que es algo muy difícil, En cambio, eso mismo
no se dice respecto de la guerra, que haya que hacerla; por el contrario, se dice que
hay que hacer la paz, y más bien hacemos la guerra.: Por qué es más fácil hacer la
guerra que el amor, esto tiene que ver con la siguiente tesis psicoanalítica: en la base
del vínculo social no está la armonía sino el conflicto; ahí hay un punto de encuentro
con cierta orientación de los investigadores sociales que sitúan el conflicto como
el fundamento de la relación con el otro, la relación social, y esta tesis contradice
el principio aristotélico de que el ser humano se guía fundamentalmente por el
principio del bien y se opone también al sueño ecologista del retorno a la unidad
entre el hombre y la naturaleza. Ahí tenemos una discusión interesante.
Uno de los nombres del principio del bien ¿cuál es?: la armonía, un principio
aristotélico; la armonía asegura la paz entre los hombres. Al respecto me parece
importante traer a colación al poeta trágico Eurípides, el otro poeta trágico griego.
Tenemos por un lado a Sófocles y a Eurípides por el otro, diecinueve de cuyas tra-
gedias han sido rescatadas. El poeta dice una cosa muy interesante y muy actual.
Eurípides dice: “La paz se goza en profunda prole, en riqueza que abunda y necios
somos por cierto si a tales bienes nos oponemos”. Y así es: elegimos locamente las
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
hierras y que el débil quede oprimido por el poderoso, los hombres por un hombre,
una ciudad por otra. Uno ve entonces que el poeta ve, desde hace mucho tiempo,
que las guerras son una forma loca de darle curso a la necedad de oponerse al bien
de la paz. A esta necedad humana referenciada por el poeta desde la antigüedad,
Freud la denomina pulsión.
Pulsión es aquello que el poeta desde la antigüedad sitúa como necedad humana,
necedad humana de hacer la guerra y de oponerse a la paz; y para nosotros los psicoa-
nalistas y para Freud la pulsión está en el corazón de lo humano, una noción que se
opone al instinto, es decir, que en el corazón de lo humano está fundamentalmente
la necedad de hacer la guerra antes que violentarnos en la vía del amor. Por pulsión
entendamos de manera más sencilla y general una tendencia subjetiva que ataca los
valores que más convienen a la convivencia pacífica, segura y tranquila con el otro.
54
Subjetividad, amor y guerra
Entonces algo de lo humano no se ajusta. ¿Qué quiere decir esto? Que hay algo en
lo humano –Freud lo llama pulsión– que no se ajusta naturalmente a un ideal de
benevolencia con el otro, es decir, que nosotros estamos desadaptados del ideal de
benevolencia en la relación con los otros. Hay algo en nosotros que no sabe cómo
hacer para vivir en paz con el otro. Ahí no tenemos un saber-hacer, no sabemos
cómo hacer. Alguien decía que a Dios le faltó como otro día para que nos dejara
unas formulitas acerca de cómo relacionarnos con los demás bien, que podamos
estar conversando y no matándonos; le faltó como ese otro día. Luego, frente a eso,
es un enigma cómo hacemos para relacionarnos con el otro, un otro enigmático.
Tenemos que estar inventando todo el tiempo cómo hacerlos, es como si en el diseño
del mundo Dios no hubiera incluido una fórmula donde dijera cómo hay que hacer
para vivir pacíficamente con el otro. Y no es gratuito entonces que la guerra sea
uno de los tantos fenómenos sociales que evidencian la gran dificultad que tienen
los seres humanos de lenguaje de privilegiar en su relación con el otro los ideales
del auxilio, la solidaridad, la equidad, la justicia, el amor y el deseo, pues eso exige
una inversión permanente.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Las guerras de todos los tiempos demuestran la frecuencia con la que se arruina el
diálogo entre los humanos y dan cuenta que a esta ruina le sigue un paso al acto en
colectividad, en el cual se expresa el furor humano de devastar: no es sino que haya
ciertas condiciones favorables para que inmediatamente se ponga en juego, porque
muerto el diálogo desaparece el control de la palabra y se da lugar a sentimientos
subjetivos de destrucción. Por este desastre del valor regulador de la palabra, del
valor regulador de lo simbólico, se escenifica la guerra, fundamentalmente, y por
eso los psicoanalistas tenemos confianza en la palabra, tenemos fe en la palabra,
nos la jugamos toda en esa vía. La guerra, por este desastre, se vuelve cada vez más
sangrienta, más mortífera, más cruel y más irrespetuosa de todo. En este sentido
no hay ejército bueno ni ejército malo.
Entre las guerras del pasado y las de la actualidad no hay variación, me parece, en
cuanto a los modos de goce que se ponen en circulación en la guerra ¿Qué es lo que,
a mi manera de ver, varía? Varía la sofisticación de las armas debido a los avances
tecnológicos y el hecho de que esta vez, a pesar de la exactitud a la que permite
acceder la ciencia en nuestro momento con respecto al blanco elegido, tenemos
una paradoja: suelen padecer más los civiles que los mismos combatientes. Entonces el
“más” de injusticia, el “más” de arbitrariedad, el “más” de sufrimiento, el “más” de
miedo, el “más” de desconfianza, el “más” de riesgo, el “más” de devastación, y digo
“más” porque todo eso está en nuestra vida diaria: riesgo, devastación, desconfianza,
arbitrariedad e injusticia. Lo que ocurre es que la guerra agrega más aun. Eso no lo
produce la guerra, eso es lo que tenemos a diario en los vínculos sociales, es algo
con lo que debemos lidiar, y por eso hablo del más de la guerra, es un plus que la
guerra introduce, tal como se demostró, por ejemplo, en la reciente confrontación
de la Franja de Gaza, si quieren tomar un conflicto internacional, que se mantiene
intacto en todas las guerras a través de la historia, y es un elemento de estructura
porque está en lo humano, en la relación con el otro.
Pero en la actualidad les aparece sobre todo ese más a aquellos que no hacen parte
de la confrontación armada, sobre todo los considerados inocentes y víctimas. Allá
no murieron en su mayoría soldados, la mayoría de los que murieron fueron civiles.
Entonces lo que la guerra trae de más porque infringe todas las limitaciones a las
que los pueblos se obligaron para lograr un buen vivir, porque acaba con la seguridad
que garantiza la tranquilidad que cada quien dice necesitar para vivir mejor, la que
56
Subjetividad, amor y guerra
se presenta, como dice Clausewitz, quien en esto me parece que es bien concreto,
que entre los rivales se empuja cada uno, y esto es muy importante, a tomar me-
didas extremas cuyo límite es la fuerza de resistencia que el enemigo oponga. Esto
quiere decir que mientras no exista negociación entre las partes el único límite de la
guerra y su principal obra es la muerte. En ese sentido digo que no hay una estética
en la guerra, no hay nada bello en la guerra, no hay nada que rescatar en la guerra
en el sentido de que el único límite es la muerte. Es decir, la muerte regularmente
atravesada por la sevicia, que es cuando la tendencia destructiva encuentra el
goce de su realización. Entonces, como en la guerra desaparece la autolimitación
individual, la satisfacción de la pulsión destructiva encuentra libre curso y los odios
que separan a los contrincantes se vuelven más poderosos que en las rivalidades
imaginarias de los tiempos de paz. Ante este panorama desolador de la guerra
los no combatientes, o sea la sociedad civil, entran en un estado de urgencia de
carácter humanitario. Estoy hablando de una urgencia psíquica de una urgencia
que se puede medir a muchos niveles. A nosotros los psicoanalistas nos interesa la
urgencia psíquica que produce la guerra, atender esa urgencia. Uno esperaría que
a los psicólogos les dejaran hacer lo mismo, se les permitiera hacer lo mismo, esta
urgencia, es una urgencia humanitaria. Digo urgencia porque la comunidad se in-
valida por una de las alteraciones psíquicas cuya repercusión suele no ser inmediata
sino retroactiva, porque mientras dure el combate los intereses están más centrados
en la conservación de la vida que en enfermarse psíquicamente; eso es retroactivo.
Bueno, por eso nos hablan después de estrés postraumático.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
sentido restringido utilizo la noción de víctima acá, porque sabemos que hoy los
paramilitares dicen muchos que también son víctimas y cualquiera de perpetrador
pasa a la posición de víctima sin ningún problema.
II parte
Bien, vamos a continuar, vamos a introducir entonces esta tesis de la guerra, enten-
dida como acto de fuerza que se opone al amor, es decir, el amor es una forma de
oponerse a la guerra entendida ésta como acto de fuerza porque la guerra apunta
a la destrucción del cuerpo y del ser, mientras que en el amor, al menos en uno de
sus aspectos, de acuerdo con lo que ustedes escucharon ayer del doctor Allouch,
se apunta al engrandecimiento del ser, no a su destrucción. Así como en la guerra
se pelea hasta someter al enemigo, en el amor el amante insiste hasta vencer los
obstáculos y alcanzar, vamos a llamarlo así, los mejores pensamientos del amado.
En la guerra el otro es sometido gracias a su falta de preparación, gracias a la fuerza
bruta, gracias a la intimidación o el escarmiento. En el amor hay entrega gracias a
la fuerza del deseo, traducido en el ímpetu de la seducción poética, por ejemplo,
porque la seducción en el amor debe ser poética, debido al afable ardor de la ternura,
y vamos a decirlo también de esta manera debido a la delicadeza de la palabra que
engrandece el ser. Me dirán: eso tan idealista. Pero no; si estamos hablando del
amor y en el sentido de ese sentimiento por el otro, es de esta manera.
58
se aparejan –el término que Lacan utiliza es el de aparejarse– de acuerdo con los
ciclos de la pulsión, los vaivenes del deseo y las lógicas del amor. Se apareja cada
uno con el otro, porque si no decimos que es para reproducirse como sucede con
los animales. Nos aparejamos de acuerdo con estas lógicas, con estos vaivenes y con
estos ciclos y eso hace que la cosa amorosa y la articulación del cuerpo, el deseo y
la sexualidad en el amor sea algo muy complejo y no tan sencillo como en los ani-
males que tiene un ordenamiento muy establecido y estaría de antemano facturado
cómo va a ser; en los humanos, no. Por eso hablamos de pulsión y no de instinto.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Pero hay una cosa que nos traiciona, que se escapa –diría Lacan–, de la legislación
del falo, porque también hay otra dimensión del falo. Ayer decía el doctor Allouch
cómo lo entiende Derridá; no es un pene erecto, la cosa del falo sin ritmo, sino
que tenerlo es un punto de legislación, de regulación de la relación con el otro, por
eso se sitúa en el campo de los semblantes, en el campo también de lo que brilla,
de lo que me hace legítimo frente al otro, lo que me permite que tenga con qué
presentarme frente al otro. Entonces, cuando yo estoy deprimido, cuando yo estoy
angustiado, digamos que es un instante en donde yo no sé qué hacer con el falo,
no sé qué hacer con eso. Hay que tener como un cierto saber-hacer con el falo
que es el que nos permite entonces estar en el universo social que es un universo
de semblantes. Por eso ponía al dandi, como ejemplo de aquel que sabe qué hacer
con la cuestión fálica, un hombre bien puesto que sabe cómo presentarse, cómo
hablar, cómo dirigirse al otro, cómo estar donde tiene que estar y de qué manera,
una noción de caballero y de todas estas expresiones sociales. Una de las maneras
como las pensamos es con este concepto. El instante más profundo de angustia es
un instante donde yo estoy, digamos, disuelto subjetivamente sin saber cómo hacer,
embarazado, digámoslo así. Si en la lucha de los hombres los protagonistas de la
subjetividad son el sentimiento agresivo y el propósito destructivo de la pulsión,
en el encuentro amoroso es la idealización del otro y la fascinación en su imagen
venerable. Este es el lado imaginario del amor; tenemos también el lado simbólico
y tenemos el lado real.
60
Subjetividad, amor y guerra
amor. Les voy a explicar en qué sentido el engaño amoroso no es ardid calculado,
no es un ardid calculado por una mente cínica, ni para sacar ventaja como sucede
cuando hay competencia. No. El engaño es la condición de posibilidad del amor. ¿El
engaño del amor en qué consiste? Y en este punto quiero ser muy preciso para que
me entiendan: el engaño del amor consiste en que el amante sin necesariamente
proponérselo le hace creer al amado que posee lo que más añora. A mí me gusta
“el amante-amado”, porque son las expresiones griegas.
Hay una diferencia entre el amor griego y el amor cristiano que sin enunciarla ayer
el doctor Allouch hacía. Hay una dimensión de incondicionalidad, una dimensión
de sacrificio, ese amor de la mamá por los hijos que produce tantos desastres, que
le trasmite a los niños, independientemente de lo que hagan, “siempre te amaré”;
y el amor griego que hay que merecerlo; el amor griego tiene condiciones que si
el otro no cumple no tiene mi amor, es decir, el otro debe trabajar para hacerse
amado. Entonces, tenemos esas dos dimensiones del amor. A mí me gusta mucho
el amor griego en esa lógica, es una cosa que tiene que venir como un elemento
que se opone a esta otra dimensión de incondicionalidad que produce estrago, esa
es una noción lacaniana; y este amor produce muchos estragos y el otro limita un
poco el estrago, digámoslo así.
Entonces, el engaño del amor consiste en que el amante le hace creer al amado –es
una de las vertientes del amor en el sentido lacaniano– que posee lo que más añora
como objeto que cause su deseo, es decir, yo le digo al otro: “Yo soy portador del
objeto que causa tu deseo, yo lo poseo, soy el portador, heme aquí”. En cambio, en
la posición perversa no es “soy portador del objeto que causa tu deseo”, sino que
yo le digo al otro: “Yo sé que hay qué hacer para que gocéis bastante”, “yo sé cómo
gozás vos”. Es decir, de un lado el uno está como objeto causa de deseo, y del otro
como instrumento de goce. Entonces no sigamos peleando con el otro que me tomó
como objeto (risas), porque eso es lo más deseable: que lo tome a uno como objeto
que cause su deseo para que no lo tome como instrumento; es decir objeto que cause
el deseo protege contra la instrumentalización. ¿Qué es la instrumentalización?
Cuando no importa el cuerpo sino para gozar y siempre con un plus atravesando el
límite, ya no dando una mordidita dulce sino que te arranco un pedacito de carne,
ya no un poco los masajes en el cuello sino más bien hasta ojalá casi ahorcarlo. Es
una cosa, por ejemplo, muy interesante ayer que citaban a Althuser en El porvenir
es largo, un texto autobiográfico de lo que le pasa con su esposa. Él dice que no
entiende que él le estaba haciendo un masajito y la ahorcó (risas). Entonces ese no
es el punto importante de esto que nos deja Althuser, sino más bien, digamos, la
exclusión que se hace de un hombre como ser histórico cuando se le declara inim-
putable. Los amigos pensaron que le ayudaban logrando que él fuera inimputable
por ese crimen y alguien lo mata, pues él se siente muerto porque casi que es una
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
En aquellos casos en que no hay más remedio porque han fracasado el diálogo, la
negociación, la razón y la cordura, –y lo que pasa en la guerra es que fracasan el
diálogo, la negociación, la razón y la cordura–, la guerra se convierte en un mal
necesario, dice la gente que entrevisté en la Comuna Trece de Medellín. Ahora,
el amor también llega a veces a este umbral pero su necesidad, la necesidad del
amor, no es temporal en términos freudianos; el amor freudiano no es un amor
que se necesite temporalmente sino una necesidad permanente porque Freud dice
que se trata de una demanda que nunca nos abandona, de un pedido que nunca nos
abandona. Somos “pedigüeños del amor”, no hablamos sino para pedir. Si la guerra
es algo que acontece por razones políticas, económicas y subjetivas, el amor es algo
62
Subjetividad, amor y guerra
que pedimos al otro sin medida, sin sentido de realidad ni intervención del tribunal
de la razón. El amor puede darse o no entre dos personas –eso lo dice el hijo del
doctor Héctor Abad Gómez, este hombre que escribe tan bonito de lo que digo–,
pero sus razones son esencialmente subjetivas y no dependen, como la guerra,
de una decisión racional. Concertar entre figuras poderosas que cuentan con el
monopolio de las armas y poseen fuerzas extraordinarias que permiten descargar
golpes contundentes que desgarran: esa decisión es racional, como la decisión de
casarse o separarse puede ser una decisión racional, pero la decisión en el amor no
es racional: uno se enamora o no se enamora. La guerra es la forma menos utilizada
de solucionar diferencias y los conflictos de intereses; el amor originariamente es
un interés por sí mismo. Ayer se ventiló eso un poco. Y cuando se logra dirigir al
otro, un esfuerzo que uno tiene que hacer para salir de sí mismo en este registro
del amor, el amor entonces favorece la negociación equitativa de las diferencias.
No es lo mismo negociar con amor que negociar con mucho odio; no es igual. Es
decir, el amor permite una cierta cuestión equitativa y en tal medida el amor en-
tonces actúa contra la guerra de forma preventiva. Vamos a decirlo: también entre
los sujetos, entre las parejas, la guerra destruye. Cito a Freud: …Vidas humanas
llenas de esperanza, coloca al individuo en situaciones denigrantes –lo cito en El porqué
la guerra–; desgarra, digamos, lazos de solidaridad, obliga a matar a otros y produce
miseria psíquica, no sólo miseria material. La noción freudiana es miseria psíquica,
también. El amor no produce miseria psíquica en la vía que lo estamos pensando,
no produce miseria psíquica como la guerra, vamos a decirlo así, tomando un poco
lo que se desarrollaba ayer al respecto. El amor que produce miseria psíquica no
vale la pena, no hay que cultivarlo.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Bien. Dado que el objeto amoroso no se asegura para siempre y más bien tiene el
estatuto de algo perdido, en términos freudianos, que por diversos medios se busca
reencontrar en la vida, siempre fracasa como recurso para hacer desaparecer el
hueco existencial que nos constituye, es de estructura. Pese a esta falla estructural
del amor –es decir, en el amor hay una falla estructural–, de todas maneras, en los
casos en que incluye al otro el amor refuerza cosas importantes en la vida: refuerza
la esperanza, refuerza la solidaridad y se torna un regulador cultural de la destruc-
ción. El origen del amor no es la plenitud con el objeto, más bien existe e insiste
precisamente porque esta plenitud es imposible. No se origina la plenitud, sino que
el amor insiste precisamente por la imposibilidad de la plenitud, debido a que las
pulsiones humanas –voy a citar a Lacan en La dirección de la cura y los principios de
su poder: tienen el carácter de necesidad de posición incoercible. Otra definición de la
pulsión: una necesidad de posición incoercible que hay en cada uno de nosotros,
que tenemos que luchar, y eso lo encontramos en el amor para controlarlo, dice
Lacan. Incoercible, ilimitada, incondicional, que supone un aspecto destructivo de
lo humano. No estoy diciendo que todo de nosotros sea destrucción, sino que hay
un empuje a la posición del lado pulsional, a lo ilimitado, a lo incondicional y que
por esa vía se introduce la destrucción.
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Subjetividad, amor y guerra
es una tensión, es uno de los modos como se define la tensión; eso dizque queremos
descargar con la terapia de la risa, con las regresiones, con el yoga, con todas esta
maneras sociales que hay de tratar con la tensión.
Así como el comienzo de la guerra produce una euforia entre los combatientes,
pero su trascurrir colérico los va decepcionando del combate poco a poco, el amor
comienza con la fascinación y una devoción encantada pero termina con el desen-
cuentro, si el otro pierde la significación que un día le fue atribuida. Ahí es donde
tenemos el engaño: yo le atribuyo al otro lo que en realidad no es y gracias a eso
me enamoro; ese es el punto de la fascinación. Cuando cae esa atribución que yo
le hago, entonces creo que estoy dizque ya desenamorado. No. Es que ya no estoy
fascinado, pero eso no significa que ya no esté enamorado, sino que tiene que entrar
el amor en otra lógica cuando cae la significación que le atribuyo al otro. Sin esa
atribución ¿cómo me voy a enamorar? Hoy ya a los pobres hombres casi nadie nos
quiere porque es que ya no hay casi nada por qué admirarnos. Las mujeres ya no se
preguntan sobre el hombre que tienen al lado: ¿Yo qué admiro de él? Y la respuesta
es que no saben qué admiran, porque los hombres están muy cobardes, las mujeres
dicen que hay que empujarlos, el deseo no aparece por ninguna parte (risas). En fin,
bueno, no voy a seguir por ahí. Aunque hay que decir que ahí tenemos una gran
desventaja en ese punto porque esto es una cosa muy generalizada hoy.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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Subjetividad, amor y guerra
de uno. Digamos que eso es lo que se busca transformar, esta inclinación se busca
transformar culturalmente con la educación, en la compasión, en el altruismo; es
decir, el altruismo no es natural, la compasión no es natural sino aquello que se
trata de producir en cada ser humano para combatir este lado que empuja hacia lo
contrario. Por eso hablamos de sujeto tachado ($). Por un lado están el altruismo,
la compasión, los diques culturales, el pudor, la repugnancia que se van delimitando
un poco, y por el otro lado este empuje. Entonces uno frente a eso está dividido, y
a nosotros nos interesa ese sujeto dividido, escuchar esa división.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Ayer escuchaba al doctor Allouch que lo que él estaba haciendo era, digamos, como
una exposición, un análisis a partir de una lectura. Pues bien, es un poco lo que
de alguna manera estoy haciendo yo, a la manera mía. Entonces con respecto a la
filantropía y la caridad, estas dos son vecinas del amor al prójimo, del mandamiento
cristiano, Lacan dirá en La agresividad del psicoanálisis que sus resortes son agresivos
–interesante– y que en cada caso hay que esperar los contragolpes. Una de las cosas
que se pone en juego en un análisis precisamente, dice Lacan en esa época, es la
agresividad del sujeto con el analista. Lo cito; Puesto que esas intenciones agresivas
ya se sabe forman la transferencia negativa que es nudo inaugural del trabajo analítico,
la definición sencilla de la transferencia negativa es no quitarle al otro los ojos de encima,
es estar pendiente de cualquier movimiento que haga el otro para criticarlo. Bien,
eso está en la tensión agresiva que aparece en la transferencia. El menor pretexto
puede servir, entonces, con esta lógica, para justificar la manifestación de la inten-
ción agresiva contra el otro. Es distinto la tendencia; la tendencia es pulsional. La
tensión es del Yo, es imaginaria porque la pulsión se mantiene, dice Lacan. Esta es
otra definición de la pulsión que merece una reflexión en esta lógica de pensar la
guerra y de pensar toda la cosa destructiva. Viene luego la tensión estacionaria, y dice
Lacan, lo dice en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis en El Seminario,
Libro 11: Todo en ella se articula en términos de tensión, entonces con razón sufrimos
de estrés, con razón sufrimos de tensión, ¿No es este un mal de esta época? Todos
sufrimos de tensión. Hay que pensar qué es lo que de esta época facilita que esta
tensión estacionaria, que esta cosa nuestra que se articula en términos de tensión
esté tan exacerbada, o como se diría hoy: sufrimos entonces de un estrés constante
o de una inquietud, la tal hiperactividad de los niños, el niño inquieto, tal como
puede observarse entonces en estos niños y en la ansiedad histérica, por ejemplo,
es decir, una histeria que llega a los consultorios bajo la forma de trastornos de
ansiedad, bajo la forma de trastorno de pánico, bajo la forma de hiperactividad.
Entonces sí, muy bueno que sacaron la histeria del DSM IV, pero miren cómo llega
para tratarla como una enfermedad médica. Nosotros eso lo tratamos como una
urgencia psíquica, no como una enfermedad médica.
En el caso de las manifestaciones amorosas las cosas son distintas que la puesta en
acto de la pulsión, porque la presencia del amor no depende de ningún pretexto
sino de cierta conmoción sentimental; el amor es una pasión. Esta es otra vertiente
que se produce gracias a que el amante atribuye al amado más cualidades de las
que en realidad tiene. Es una vertiente en la guerra: el enemigo es despojado de
su subjetividad. Una cosa que uno encuentra cuando escucha y cuando analiza los
conflictos armados es que “el enemigo es despojado de su subjetividad”. Otros dirán,
en especial los investigadores sociales: “es despojado de humanidad”, y así la pasión
del odio pasa a jugar un papel fundamental en su producción, desarrollo brutal y
prolongación. Si yo despojo al otro de su subjetividad lo puedo tratar de cualquier
68
Subjetividad, amor y guerra
Luego, usan pretextos que justifican la guerra todo el tiempo. Así como en el voye-
rismo el sujeto no está sino como perverso en esa experiencia, es decir, todo es en
calidad de mirada, en la experiencia voyerista –Aquí retomamos, pues, a Sartre y la
referencia de Lacan a Sartre, la mirada escondida–; y mientras no sea sorprendido
no se configura en ese sujeto en el que mira, la vergüenza, en la guerra el sujeto no
está sino a nivel de la destrucción, el sometimiento y la humillación del enemigo
y mientras el despliegue pulsional se recubra con el ideal, porque en la guerra
que tenemos, por ejemplo, hoy el despliegue pulsional es recubierto con el ideal
“hay que matar a todos esos terroristas porque hay que proteger la patria, hay que
proteger la familia” y demás, y el otro por su lado pone un ideal”, es por el pueblo,
hay que acabar con esos soldados y todos esos capitanes”. Es decir, aquí el ideal
juega un papel muy importante. ¿Saben por qué? Porque cuando ponemos el ideal
como aquello que justifica la quiebra, ni siquiera habrá posibilidad de que la mirada
del otro que reprocha contribuya a que se configure la vergüenza que conduce a
la culpa; no hay ninguna vergüenza porque ese es un elemento que conduce a la
culpa. Si no hay vergüenza no hay soporte de culpa, es una cosa desvergonzada.
Entonces hoy tenemos que pensar el problema de la desvergüenza en la guerra, es
decir, la desvergüenza de nosotros en la relación con el otro, en el vínculo social;
cómo aparece la desvergüenza, qué función tiene, y eso cómo contribuye a la guerra,
a la destrucción. Ese es otro elemento subjetivo que tenemos que analizar: ese par
vergüenza-desvergüenza.
Entonces la guerra está llena de actos con finalidad intimidante pero su violencia
propiamente dicha se define por la coyuntura, dice Lacan; coyuntura de emergencia
que implica la guerra, la guerra en términos lacanianos, o la violencia, digámoslo
así, porque utiliza la noción de violencia en varias partes. En esta parte que es
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Por ejemplo, ¿qué es urgente hoy? El acuerdo humanitario. Del lado político es
urgente ese acuerdo entre la guerrilla y el Estado, no para que la guerra termine y
vivamos todos felices, sino porque el dolor de las personas que están perdiendo su
vida en la selva y de quienes las están esperando llenos de incertidumbre ya no da
más espera. Sabemos por experiencia que en los lugares donde se ha logrado este
acuerdo se ha disparado la delincuencia y que la mayoría de los muertos, al menos
en Colombia, no los tenemos por esa guerra sino por esta otra cuestión. Es decir, eso
no va a bajar los muertos, pero es muy bueno y muy importante que no secuestren
más, que no haya más desapariciones forzadas, que este acuerdo se logre.
70
Subjetividad, amor y guerra
La figura del humillado vista desde el punto de vista pulsional es aquella en quien
entra en juego el dolor en la medida que lo padece del otro. Entonces el acuerdo
humanitario, aparte de los inconvenientes que pueda tener desde el punto de vista
de la seguridad democrática, también haría perder a los guerreros algo que desde
el punto de vista de la subjetividad de estos personajes es fundamental y es el goce
sádico de ver al otro sometido y el orgullo narcisista de ser el vencedor de una batalla
casada por mucho tiempo. ¿Quién renunciará a esas dos cosas, aparte de todo lo
que se dice que hay en juego a nivel económico? Tampoco es tan fácil. Es decir, yo
estoy mostrando aquello a lo que hay que renunciar si hay acuerdo humanitario
del lado subjetivo, del lado de la subjetividad.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Quiero finalizar diciendo que mientras el cerco del amor es un abrazo que se da con
un furor moderado que resulta encantador, el cerco humanitario es muy peligroso
en la guerra y todo aquel que ha sido liberado rechaza. Ustedes, salvo a quienes ya
le hayan lavado el cerebro, y yo, eso no lo queremos, es peligroso. Entonces en el
tiempo del amor la permanente presencia del otro acompañada de miradas y gestos
que comunican una pasión delicada es leída como signo de fogoso entusiasmo y
algo que produce satisfacción, pero si no hay amor o el amor ha desaparecido la
misma presencia se denomina acoso, el acoso sexual del que hablamos y eso gene-
ra impaciencia, cuando no hay la aprobación, la legitimación de la seducción del
otro. Asedio es un término –y Clausewitz utiliza la noción de asedio–, que hace
referencia a un acto en el terreno de la guerra, el arte de asediar al enemigo en sus
movimientos, el cual se vislumbró por primera vez en la dimensión de la guerra como
arte. Por fuera del amor el asedio es una forma de hacer violencia frente al otro; por
fuera del amor es una especie de coacción que se vuelve insoportable para quien
lo padece, para quien padece el asedio, porque se constituye –para que empiecen a
pensar en eso que preocupa ahora del acoso sexual, lo que llaman acoso–, en una
mirada invasora. Entonces las mujeres le dicen caníbal a un hombre que mira muy
invasoramente (risas), le pueden decir invasor con la mirada, por ser una mirada que
72
Subjetividad, amor y guerra
persigue en lugar de ocasionar dicha y es un gesto obsceno que causa asco, porque
le pide al destinatario el juego que éste tiene reservado para el otro; esto causa asco.
Asco me parece una palabra que hay que trabajar mucho en el caso de la violación,
porque me parece que constituye un elemento fundamental, uno de los efectos
subjetivos más graves que se producen en la violación. Por ejemplo, las niñas que
están metidas en prostitución cuando empiezan a sentir asco, es que ya quieren
poner en cuestión esa práctica, salir de ahí. Ese es un elemento subjetivo muy im-
portante. Antes que ese elemento aparezca no hay ningún interés en cuestionar esa
práctica; cuando este aparece algo se empieza a mover, algo empieza a movilizarse.
Voy a dejar aquí para que conversemos un rato y que en la tarde podamos continuar
con la conversación. Vamos a tener mucho tiempo de conversación, afortunada-
mente.
Le voy a pedir a cada persona que hable que, por favor, diga el nombre y de dónde
es. Me parece bien, pues yo no los conozco. Me parece bueno decir el nombre, de
dónde vinieron y qué hacen; yo quiero saber qué hacen.
Eduardo Botero: Soy médico psicoanalista, nacido en Medellín, pero resido en Cali
hace treinta años, y con esta inquietud desde el psicoanálisis sobre el problema de
la guerra y de la subjetividad de la guerra, quiero plantear un punto de discusión a
partir de unas cositas que me parece importante resaltar.
Con respecto al conflicto entre nosotros me parece que hay una lectura que al
asimilarlo a la generalidad de la guerra le hace perder la característica de singula-
ridad que ayudaría mucho para ubicarlo. Yo creo que hay una periodización que
sería interesante tener en cuenta. La guerra en Colombia ha sido la guerra de la
contrarrevolución. El último estudio de la Universidad de los Andes demuestra
que el 85% de los desplazados eran propietarios de pequeñas, medianas y grandes
parcelas. Esa guerra de la contrarrevolución por la propiedad de la tierra es una
guerra infame. Segundo periodo de la lucha por el poder que tiene una fase de la
conquista por el gobierno y desde la conquista del gobierno su extensión a todas las
instancias públicas y de control: la Fiscalía, la Contraloría, la Procuraduría, la Corte
Penal, la Corte Constitucional, la Corte de Suprema de Justicia, el Parlamento,
donde un discurso prevalente es el discurso delincuencial, ese descubrimiento de
la perversión, en lo que Antioquia tiene que ver mucho, según el cual la manera
más expedita de violar la ley es siendo la ley misma. Y ahora un tercer periodo, el
periodo de la disciplinarización; no fume, no coja, no goce, no salga; si sale, hasta
las 3:00 a.m.; sí fuma tendrá que ser en Marte o en Júpiter, si quiere gozar puede ser
perfectamente transformado en agresor porque es potencialmente contrariante de
73
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
otro. Nos interesa para el Estado su sangre, sus orinas, su materia fecal para obser-
var si hay droga allí, sí hay marihuana, cocaína, cómo se viste, qué tan largo tiene
el pelo, porque el discurso triunfante es el de los matones a los que les gustan los
hombres de pelo corto; es el periodo del campo de concentración y en ese sentido
quiero introducir ese aspecto de la biopolítica, es decir, la legitimación del uso de la
violencia mediante los estudiantes de la biopolítica. Eso para introducir un elemento,
que me parece importante plantearte, Héctor y a los asistentes. El planteamiento de
Lacan cuando asiste a las olimpiadas bajo el régimen nazi, al nacimiento de lo que
él llama ese dios oscuro y obsceno que traduce en una versión del Otro, fuente del
deseo, deseo destinado al sacrificio, y según Lacan, deseo al que muy pocos hombres
pueden dejar de sucumbir, y cita el caso del Baruch Espinoza como alguien que logra
exhibir ese deseo con el sacrifico a través del amor intelectualis. Pero viene después
la relación de Kant con Sade a mostrar que la ley moral como representante del
deseo no es más que el representante del deseo por el sacrificio; y los testimonios
de la postguerra, literarios, sociológicos, de la Segunda Guerra Mundial, planteaban
que el problema de la guerra no era tanto el odio al otro como el simple amor entre
nosotros. Remark que, en Sin novedad en el frente, una novela de época, señala que
la convivencia entre los ejecutores de la guerra es una convivencia superior a la
convivencia entre amantes, es decir, mucho más satisfactoria que la convivencia
entre amantes. Los estudios muestran que la guerra es el resultado de la felicidad
humana con la guerra, no una deshumanización del orden de lo humano, todo
lo contrario; la guerra es una confirmación de lo muy humanos que somos, y me
parecería importante referirnos a ese elemento.
Quiero hacerle una pregunta. Hace quince años tuvimos una polémica con Ramírez,
que trabaja con el grupo de ustedes; Mario Elkin. Hace quince años nos decía que
el problema del sicariato, de la violencia, era de “la cucha”, de “la cucha santa”,
porque “a madre santa hijo perverso”. Ese es el aforismo que se esgrimía, y se es-
camoteaba el asunto del patrón, del “don”, como si la imagen del padre se hubiera
desdibujado y en su lugar hubiera aparecido el resultado de la crianza de la cucha,
de la madre. Pero en ese análisis, sosteníamos hace quince años, se repetía algo
de lo ya vivido en la Alemania nazi. Fue justamente ese diagnóstico en la pluma
de Gothni Schreber, padre del paranoico Schreber, que señalaba que el problema
alemán era la difuminación de la imagen paterna y que era preciso restablecerla por
la vía del Tercer Reich. Yo me pregunto si esa versión caricaturesca de Hitler que es
el Chaves de derecha que tenemos aquí no es el resultado de ese diagnóstico, ese
autoritarismo que ahora se toma el poder; si no es más que la consecuencia lógica
de quien pensaba que todos los males de este país obedecían al hecho de que la
figura del padre había declinado. No es más. Muchas gracias.
74
Subjetividad, amor y guerra
Héctor Gallo: Gracias. Voy a recoger unas tres preguntas o intervenciones, por si
alguien más quiere enseñarnos.
Guy Casadamont: Su pedido del nombre me hizo pensar en esta frase de Foucault:
“No me pregunte quién soy, y no me pida permanecer el mismo; el estado civil está
en papeles”. Al escucharlo esta mañana me ha surgido la siguiente pregunta, es una
pequeña observación. La lectura cruzada de Lacan y Foucault permite considerar
a un psicoanalista como un guerrero amoroso que se prohíbe utilizar la Tecnología
armada. Tecnología armada no es aquí una metáfora; tecnología armada que es
simétrica, la del Estado y la guerrilla. ¿Estaría usted de acuerdo con esta pequeña
observación?
Mi pregunta, entonces, tiene que ver con ese sobre-énfasis que hace acerca de la
dimensión negativa que tiene la guerra, y eso me permito completarlo con lo que
dijo el profesor Botero: por qué no pensar la dimensión simbólica que tiene la guerra.
Se habla de una cultura de la guerra donde las personas construyen ideales y que
permite también crear grupos y demás cosas. No escuché en ninguna oportunidad
hablar de esa fascinación que tiene la guerra; pienso sobre todo en Voltaire cuando
hablaba de los jóvenes que iban contentos y felices escuchando los tambores de gue-
rra y veían a las personas cómo se masacraban. Es decir, la guerra no solamente era
horror sino también fascinación, y eso lo asocio con una frase que me llamó mucho
75
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
la atención en lo que usted dijo, que podría ser una explicación de ese sobre-énfasis
que noto con respecto a la guerra, es decir, a su dimensión negativa. Usted dijo que
“el yo no confunde en la guerra”; esa es una lectura que yo considero como muy
freudiana y sobre todo porque hacía énfasis en la dimensión de la pulsión. Usted
utilizaba la frase la figura del humillado desde el punto de vista pulsional. ¿Desde una
perspectiva lacaniana no sería lo contrario? Es decir, ¿no fue precisamente Lacan
el que demostró que el Yo tiene una dimensión fundamentalmente de confronta-
ción, de guerra, de relación del uno contra el otro, esa dimensión imaginaria del
Yo? Entonces no sé si de pronto ese énfasis en la dimensión negativa sería porque
básicamente se está pensando desde una perspectiva muy freudiana, y de pronto
habría que profundizar en otro tipo de aspectos que trae Lacan, y eventualmente
otro tipo de autores.
Héctor Gallo: Bien. Voy a tomar estas tres preguntas. Básicamente es como in-
troducir elementos más que respuestas; elementos de reflexión para alimentar la
discusión de la tarde. Me parece que con respecto a la intervención de Eduardo,
él toca un punto importante sobre el que tenemos que reflexionar, y es en torno
a la guerra, que no traje acá como elemento de reflexión, y es la pulsión del otro,
llamémoslo así, en el conflicto armado o en la guerra. Les dije que no iba a hacer
una discusión al respecto. Y llamamos también el Otro o el otro, para utilizar las
dos maneras como lo hace Lacan. Es decir, cuál es la función del Otro en la guerra.
Si uno piensa, por ejemplo. En el Otro de Espinoza que evocaba Eduardo, induda-
blemente ese es un otro que lo incita a uno poco a la guerra, el Otro de Espinoza
es un Otro que no molesta, que no jode, que nos deja tranquilos en el mundo,
tranquilos en la vida. El Otro de Espinoza no nos pide sacrificios, es un Otro bien.
Yo creo que es una de las cosas que se pretenden con el psicoanálisis, porque como
el Otro se construye, entonces es un Otro que uno llegue a lograr construir menos
cruel, menos invasor, menos imperativo, más tranquilito, y estoy de acuerdo con
la segunda intervención: más tranquilo sin dejar de ser un guerrero. Sabemos que
él dice “un guerrero del amor”. Lacan también utiliza esto que podemos decir el
guerrero aplicado en el amor, en un amor distinto, de otra índole, un amor que es
absolutamente entusiasmado, íntimamente entusiasmado, más allá de la esperanza,
la desesperanza, las ilusiones, los ideales y las decepciones, el encuentro con un
amor inédito. Me imagino que en la tarde seguramente vamos a poder profundizar
esta cuestión de qué amor se trata en el analista, de qué amor se trata del lado de
alguien que pasa por un análisis.
Y el Otro sadiano que es distinto y que evoca a Sade, Eduardo. Y ese Otro es distinto
porque el Otro de Sade es la naturaleza, el Otro sadiano es la naturaleza, como dice
Lacan, que sí nos invita al sacrificio, es ofrecer los sacrificios a la naturaleza. Es un
Otro insaciable, es un Otro que sí implica de alguna manera, si no la destrucción
76
Subjetividad, amor y guerra
del otro, sí el goce, obtener todo el goce que pueda obtenerse en nombre de la na-
turaleza. Bien. Sabemos que en Sade el deseo y la naturaleza van muy cercanos. El
deseo no es en el sentido que se utiliza en la orientación lacaniana, al menos en la
perspectiva del lado que está articulado a la ley. Y bien; está el Otro del cristianismo.
Y en ese sentido habría que examinar la función que esto tiene particularmente
en el conflicto armado colombiano y cuál es la construcción del Otro que tiene el
guerrero, pero en el sentido ya no como se introdujo en la segunda intervención
sino en esta lógica de la guerra.
El otro elemento en esa misma lógica que trae Eduardo sería la cuestión del padre
y la cuestión de la madre, y quería dejar planteado un elemento para la discusión
de la tarde y es que de ninguna manera el psicoanálisis lacaniano promueve el res-
tablecimiento del padre. Y cuando hablamos del padre estaríamos hablando de lo
que se llama en Lacan el más allá del Edipo, en el que asistimos a una pluralización
del padre y en donde el padre ya no es más que un significante cualquiera que en
un momento opera y obtiene el valor de un significante amo en un cierto lugar,
condenador, destructivo; y más bien habría que pensar por qué razones el resta-
blecimiento del padre no sería ninguna solución. Es una cosa que queremos hoy,
es decir, que es el lugar –si lo vamos a aplicar al conflicto armado colombiano– en
el que se quiere situar, digamos, el que nosotros colocamos a quien está allí como
Presidente. Se necesita mano dura, se necesita mano fuerte, se necesita alguien
que sí efectivamente actúe como un padre, en quien esté mezclada esta frase que
es de Luis Carlos Restrepo, comisionado de paz: mano dura y corazón grande. Mano
dura con el que esté colocado en el lugar de opositor y corazón grande con el que
se entregue. Esta es una cosa que ha orientado cierta posición en este momento
con el problema del conflicto armado y que tenemos que analizar frente al im-
perativo. Si se vuelve un imperativo categórico el hecho de que necesariamente
hay que aniquilar al otro para que los males de este país se alivien, cuáles son los
efectos catastróficos de este imperativo o cómo funciona este imperativo, es una
cosa que sería restablecer al padre por esta vía, un padre muy complicado, como
dice Eduardo, un padre que se cree la ley, que en esa perspectiva Lacan dirá que es
tan loco como el que dice delirantemente que él es un rey, como el rey que se cree
rey. Es restablecer el rey en ese sentido y lo que eso implicaría dentro del conflicto
armado colombiano y visto desde el psicoanálisis.
Y el otro lado es una discusión que tuvieron y que de tanto sacarle partido a esa
frase de Lacan, que en algún lugar de su enseñanza está, Mario lo tomó como un
elemento de reflexión del sicariato, pero eso no nos da una respuesta desde la par-
ticularidad, no nos da una respuesta, digamos, acudiendo al elemento particular,
sino que es un elemento general, como interpretar este mismo problema de la
violencia con el concepto de Edipo, por ejemplo; eso nos va a dar una respuesta
77
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
general pero no una respuesta particular. Entonces, del movimiento de hace quince
años a hoy me parece que es intentar hacer un esfuerzo del poder pensar, cuando
hablamos de la subjetividad, el aspecto de la particularidad. Por ejemplo, qué se-
ría lo particular, desde este punto de vista, del conflicto armado colombiano con
respecto a los otros conflictos que tenemos en otros lugares; qué sería lo singular
propio de este conflicto, porque eso sí, digamos, pasaría de la decadencia del padre,
la restitución del padre, de la cuestión de la madre santa, nos pone en otra lógica
de reflexión y es por lo que tenemos que esforzarnos en avanzar. Eso es todo lo que
puedo decir con relación a la intervención de Eduardo, que en efecto tiene otro
elemento muy importante para la discusión y es la felicidad humana como guerra,
en qué consiste la felicidad cuando se trata del amor y en qué consiste la felicidad
cuando se trata de la guerra; y es porque eso produce felicidad ¿Y de qué felicidad
se trata, cuándo, en qué momento? Porque no vamos a hablar de la felicidad como
un estado ininterrumpido de satisfacción sino como un momento; mejor dicho,
nosotros tenemos que examinar el problema a partir de las posiciones subjetivas,
porque del lado de las posiciones subjetivas entonces ya tenemos son variaciones
y eso le interesa mucho al abordaje psicoanalítico.
78
Subjetividad, amor y guerra
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Bien, voy a dejar acá. Nos quedan algunos elementos para que arranquemos la
discusión de la tarde y nos vemos entonces a las 2:15 p.m.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra
Conversatorio con Jean Allouch y Héctor Gallo
María Teresa López: Bien. Esta pregunta es para Jean Allouch. En el pasillo alguien
me preguntó si en su búsqueda de lo que ha dicho sobre el amor Lacan usted se
encontró con algo inesperado.
81
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Por otra parte, en la mañana de hoy Héctor Gallo nos planteaba diferencias y si-
militudes del hombre frente al amor y a la guerra. Habló de la tendencia pulsional
y de la intención agresiva. ¿Podría él desarrollar un poco más estos dos elementos
para diferenciar en cada uno de los casos estas dos propuestas? También postuló que
el psicoanálisis pretendía darle una nueva versión al amor. ¿Cuál sería esta nueva
versión del psicoanálisis y cuál sería el amor al final de un análisis? Bien, creo que
dejó abierta la discusión.
Héctor Gallo: Bien. Yo creo que esta conversación nos tiene que dejar algunos
elementos para la reflexión más que respuestas. Digamos que la manera como yo
entiendo cierta perspectiva entre la diferencia de la intención y la tendencia, es que
3. «Lacan mismo», en francés, se oye una homofonía: «Lacan même» / «Lacan m’aime», haciendo
alusión al caso Aimé, el de la tesis doctoral de Lacan: Lacan mismo/La Aimé de Lacan (nota del
editor).
82
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Lacan propone la intensión agresiva como lo que estaría del lado del Yo. Es como
un poco de la dimensión de la agresividad imaginaria, y básicamente que permite
cierto tratamiento con lo simbólico. Al menos en ese momento Lacan confiaba en lo
simbólico. Lo simbólico estaba asociado con la pacificación, con la regulación, con
poder entenderse con el otro. Era un momento de confianza de Lacan en lo simbó-
lico; después era pensar la dimensión de la muerte en lo simbólico y la dimensión de
la destrucción en ese registro cuando ya tenemos que entra en juego la dimensión
de lo real. Entonces la intención, podríamos decirlo de manera resumida, es como
aquello que se puede negociar, aquello que admite la negociación, que no elimina
la palabra, que está de lado de lo que son, digamos, la rivalidad, la hostilidad, cierta
dimensión de los celos, cierta dimensión de la envidia; mientras que la dimensión
de la tendencia es una cuestión en la que tal vez podríamos ubicar la violencia para
diferenciar intención agresiva de violencia, es decir, lo que estaría del lado de lo
que él llama la coyuntura de emergencia en donde hay un fracaso de la palabra.
Es un poco esto que se presenta en las parejas que se podría llamar tal vez impasse,
–no sé si esa palabra sea correcta–, en donde hablar agrava las cosas, es decir, eso
termina siendo más problemático y complicado. El psicoanálisis por eso no invita
a la gente a que se tranquilice, a que se ponga a hablar, porque hay un momento
en el que ni siquiera se puede hablar, todo lo que se diga puede ser utilizado en su
contra. Entonces digamos que la tendencia es como un punto en donde el diálogo
encuentra un límite, donde la palabra casi se encuentra con un límite y es como un
instante muy cercano a lo que podríamos llamar en términos lacanianos “el pasaje
al acto”, donde hay una cierta desaparición del Otro. Entonces es un poco como
aquello que se escapa a cierta ley, a cierto orden, y es en ese sentido que se podría
poner del lado de cierta dimensión pulsional. Me parece que ya esa tendencia no es
del Yo. No estoy diciendo que es inconsciente, porque al menos en términos freu-
dianos la pulsión no es inconsciente; lo inconsciente es aquello que la representa.
83
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Bien. Tenemos esta pregunta –que yo creo que ya cada quien debería responderla
a partir de su experiencia personal– de lo del amor al final del análisis, cómo se
ama en la relación con la vida, en la relación con los colegas, en la relación con el
saber, en la relación con el Otro social y cultural, en la relación con los ideales, es
decir, con la pareja misma; cómo ama alguien que ha pasado por un análisis, cuál
es el efecto de esa experiencia en cuanto a la dimensión del amor, y cómo compa-
ginamos, eso, por ejemplo, si es que podríamos hablar así de cierta dimensión de
desapego posible, es decir, cómo podría uno amar desapegadamente la vida misma,
cómo amar la vida misma como un valor, si quieren tomarlo en el sentido kantiano
del valor de la vida, y tomando la vida como un valor fundamental, como una cosa
que cada quien, se supone, desea proteger, quisiera cuidar, quisiera no arriesgar. Es
un cierto ideal, aunque nos conducimos muy contrariamente en muchos aspectos,
cómo poder amar esto dándole un lugar a cierto desapego que utilizo en el sentido
de que si hay algo que tiene que caer, por ejemplo, del lado del Yo, del lado de
las identificaciones imaginarias, de las identificaciones simbólicas, si algo cae de
la transferencia también con el analista, con los maestros que son las figuras de
saber, cada quien tendrá que decir eso, cómo cae en él de manera particular y qué
hace con eso entonces, cómo es el amor en esa perspectiva. No sé, por ejemplo,
si uno estando en esa posición el amor se pueda relacionar con cierto servilismo;
qué pasa con el servilismo amoroso, por ejemplo, del que nos habla Freud en ese
registro, con cierta docilidad, cierta inclinación que hay frente a lo que habría de
real en el amor en ese sentido de lo imposible, de la armonía y de la felicidad con
el otro. Me parece que eso es como una cosa que cada quien debe preguntarse,
cómo es eso tan complicado que llaman el final del análisis o, en todo caso, esa
experiencia analítica, digamos, de cada uno. Yo creo que el deseo de un analista
en el punto donde esto se conquiste como una posición en la relación con el otro
–y eso da como una cierta vertiente del amor–, es como una postura alegre. Yo
personalmente soy un hombre muy alegre interiormente en la relación con todo
aquello que encuentro; yo no tengo mal humor en ese registro porque el mal humor
se opone a la alegría. Entonces, yo en ese punto mal humor nunca tengo. Tendré
mal humor a otros niveles, pero a lo que yo le digo sí, –por ejemplo, yo dije sí a
venir aquí–, entonces en ningún momento voy a tener mal humor, porque voy a
estar amorosamente con ese sí.
Bien. Voy a dejar acá. No sé si el doctor Jean Allouch quisiera decir algo, pues me
parece importante por la experiencia analítica de él, la experiencia con Lacan mismo
como alumno directo, el análisis mismo, pues acá no nos va a contar la vida; pero
84
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
si uno puede transmitir algo de esa experiencia en el sentido amoroso con el deseo,
no sé…, nos enseña algo y nos sirve mucho.
Héctor Gallo: Claro, porque es un poco como si ustedes vinieran hoy y si en dos
años volvemos a hacer una cosa buena, y mientras tanto no leen. Entonces me
parece muy interesante que son los alumnos mismos los primeros que le piden a
Lacan que salga de allí.
Jean Allouch: Sí. Fue un momento muy importante porque hasta entonces había
algo como una impregnación, como la ósmosis, la transmisión, o lo que decía Lacan
pasaba de esa manera, más como ósmosis que como estudio. Y fuimos los primeros
en edificar un lazo con Lacan que tenía muchos hilos; para la mayoría él era nuestro
psicoanalista, estábamos en el público, hacíamos carteles y lo leíamos, pero además
de los carteles proponíamos en la escuela una temática para un congreso, etc. Creo
que fuimos bastante activos. Luego, teníamos un lazo con Lacan con esos tres hilos,
pero la generación anterior no. Se puede ver ahora que la generación anterior no
produjo nada; muchos de los alumnos se fueron a otros lugares y los que quedaron
no estudiaron, hacían un pequeño artículo quizá, pero nada de una manera seguida,
que hubiera hecho serie.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
novela de ficción; los elementos históricos son muy importantes pero también es
ficción. Por ejemplo, dice que los nazis han matado o encarcelado a otros nazis,
pero ¿por qué razón?: porque ellos gozaban con matar a la gente; era prohibido ser
un nazi sádico. Cuando se veía que el nazi disfrutaba con matar a la gente ellos lo
inhibían, lo eliminaban, lo excluían del pueblo nazi. Ahí podemos ver una inhi-
bición de gozar, tenemos los textos de interdicción de gozar. Me parece que es un
elemento que merece atención (sí, por supuesto, asiente Héctor Gallo). Otra cosa
también a propósito de su exposición (se está dirigiendo al profesor Héctor Gallo):
He recordado otro libro, no sé si usted lo conoce, es de André Glucksmann, El
discurso de la guerra, un libro bastante viejo, de los años setenta, que fue leído por
Foucault y por Lacan. En esos tiempos Glucksmann era un joven filósofo y era leído
por los más importantes intelectuales en Francia. El trabajo de Glucksmann tiene
esa idea: dice que hasta la Segunda Guerra Mundial el pensamiento militar tenía
como referencia a Clausewitz, el ejército, por supuesto, pero que algo cambió en la
guerra con lo que se llama la Guerra Fría. En la Guerra Fría no había que usar más
a Clausewitz, pero para pensar en ese nuevo tipo de guerra era necesario usar su
libro. Entonces su libro era un discurso de la guerra. Estudia con muchos detalles,
por ejemplo, en la guerra tipo Clausewitz, tipo guerra napoleónica, tipo Primera y
Segunda Guerra Mundial, cómo se pensaba el espacio, cómo se pensaba el tiempo
y al revés con la Guerra Fría, con los dos enemigos muy semejantes, cómo se pen-
saba también el tiempo, cómo se pensaba el espacio; era diferente en la manera de
Clausewitz. Es un libro que me parece de una gran pertinencia. En la guerra en la
manera de Hegel hay que pensar, si soy norteamericano hay que pensar lo que van
a hacer los soviets, y si yo hago eso y lo soviets hacen lo mismo, pensar qué van a
hacer los norteamericanos. En este caso los dos enemigos debían tener el mismo
tipo de pensamiento. Es una cosa bastante extraña pero que produjo algo que qui-
zás nos salvó la vida: el equilibrio de las fuerzas que nunca se rompió. Había una
guerra ética, dice Glucksmann, entre los americanos y los soviets, compuesta de
tal similitud que el resultado fue el equilibrio. Bien. Me parece que con la guerrilla
estamos en otro momento de la guerra; con el terrorismo y con la guerrilla. Quizá
son dos cosas diferentes, pero mi pregunta es que si los militares de acá han pensado
en la originalidad de la guerrilla, ¿cómo ellos en sus estudios, en su pensamiento
estratégico, han pensado la originalidad de ese tipo de guerra? ¿Los paramilitares
no piensan lo mismo que los guerrilleros? ¿O cada uno piensa diferente? No sé,
pero me parecería bastante interesante ver si existen textos, por ejemplo, reuniones
como ésta donde haya oficiales superiores que se reúnen para discutir cuestiones
de estrategia o de táctica. Esa es mi pregunta: ¿Aquí en Colombia hay o no hay un
pensamiento de la especificidad de la guerra de guerrilla?
Héctor Gallo: Bien. Dos cosas como para que sigamos la conversación. La primera
con referencia a los nazis me parece muy interesante, porque eso quiere decir que
86
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
era una posición que pasaba, –parece paradójico en general en la mayoría de los
nazis–, por el imperativo de prohibido gozar, prohibido gozar al matar al otro. Esto
puede tener diversas interpretaciones. De mi lado yo lo pienso como que los nazis
de alguna manera se inscribían un poco en el discurso de la ciencia en la posición
de matar, que era matar de una manera exacta, precisa, un poco como puede ma-
tar un sicario acá en Colombia en este momento, o en la época en que lo hacían,
y es cumpliendo una función precisa, es decir, se da un tiro de gracia; o sea, la
sevicia excluye el exceso. Es algo –no sé si está de acuerdo conmigo (se dirige a
Jean Allouch)– como matar sin involucrar al fantasma, es decir, no desde una po-
sición perversa en el sentido sadiano, porque en la posición perversa en el sentido
sadiano, si se llega a la muerte o en el caso en que se produce un dolor al otro, el
fantasma está presente, el fantasma del sujeto. Aquí de alguna manera es como
matar sin involucrar la subjetividad, hablando de subjetividad en el sentido de lo
que se involucra del orden del fantasma del sujeto, es el $ (S tachado) en relación
con lo pulsional ($ ◊ @), mejor dicho, es una posición desde la cual se mata sin yo
estar presente ahí ni mi subjetividad, involucrando el apasionamiento, el disfrute
por hacerlo, sin comprometerme de esa manera. Eso tiene un punto interesante
y es que no pone en juego la sevicia que sí es algo que está presente en la guerra
de guerrillas. En la guerra que tuvimos desde que comenzó con los liberales y los
conservadores la sevicia siempre ha ocupado un lugar importante, tal vez las cosas
que justifican la sevicia. Es decir, antes entre los liberales y los conservadores, que
son los grupos políticos de acá más antiguos, había lo que se llamaba el corte de
franela, el corte de corbata, el desmembramiento. Todo lo que nombra Lacan en el
imaginario, todo eso se da en su modelamiento con el cuerpo, todo eso se da entre
los liberales y los conservadores.
Y ahora en la guerra entre los guerrilleros y los paramilitares, –yo no sé si eso sea
una particularidad–, encontramos nuevamente el desmembramiento, el descuartiza-
miento, un comportamiento similar en los dos lados, porque como son enemigos…
El modo de comportarse con la víctima en términos de sevicia es muy semejante,
muy parecido, pero los motivos por los cuales se lleva a cabo esa sevicia sí pueden
ser distintos. Comportamientos muy semejantes: la decapitación, todo esto que se
produce, castrar al otro, cortarle la cabeza, los brazos, las piernas y preferiblemen-
te estando vivo, es una cosa muy semejante, pero los motivos son distintos. Pero
cuando uno en un trabajo junta a un paramilitar y a un guerrillero reinsertado ahora
en esta época, uno ve que los ideales desde el punto de vista fenomenológico son
diferentes pero están inscritos subjetivamente de la misma manera: es para salvar
esto, salvar aquello; la posición de ninguno de los dos es de culpa, ninguno de los
dos asume ninguna responsabilidad. En eso sí se parecen a los nazis que no asumían
la menor culpa por los crímenes cometidos y más bien hay una posición de los dos
de ser víctimas y de estar haciendo algo legítimo.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Ya en la Comuna Trece por ejemplo, una cosa muy interesante, un movimiento que
resumo rápidamente. La Comuna Trece es un lugar en Medellín que se convirtió en
modelo porque allá hubo una intervención del Estado militar y se anunció como el
modelo de la manera como se iba a intervenir en Colombia en donde se presentaran
conflictos de este orden. Por eso hicimos esa investigación, porque esto fue anun-
ciado por el Estado como el modelo de intervención. Allá hubo trece operaciones
militares, pero la operación con la que fundamentalmente quedó inscrita como una
intervención que fue, digamos, “a sangre y fuego”, es lo que se llama la Operación
Orión, que se produce en un momento en donde las cosas implican cierto límite.
Allá hay un movimiento que se produce primero, lo que acá se llaman bandas,
grupos de delincuentes que dominan en un barrio. Las bandas en esa época tenían
una particularidad y era que robaban, mataban, violaban, atracaban en un mismo
lugar. Ya en este momento las bandas defienden el lugar y atracan, violan y matan
en otra parte, pero a ese lugar ellos garantizan seguridad. Esto tocó un punto muy
importante y es que la gente ya no podía salir a la calle, las muchachas no podían
estar en la calle, y en ese contexto llegaron las milicias.
Las milicias acá en nuestro medio son guerrilla urbana, si seguimos en esa lógica
de guerrilla y paramilitares en la pregunta que usted hace (Jean Allouch), y esas
milicias vienen a sacar a las bandas, a ofrecer seguridad, y con el ofrecimiento de
seguridad se legitimaron en la ciudad de Medellín, obtuvieron una legitimación.
No voy a decir que todo el mundo las legitimó, porque hay líderes comunitarios
que resistieron, que no las legitimaron y con los cuales negociaron ciertas cosas y
otros se tuvieron que ir; pero ellos llegaron a ofrecer seguridad, tranquilidad, para
que la gente de nuevo saliera a la calle, no violaran de nuevo a las mujeres, no
atracaran a los señores, no robaran a nadie. Entonces la gente estaba feliz porque
podía dormir hasta con la puerta abierta; es un signo que se repite en todos los
barrios de Colombia, un signo, me parece, paradigmático.
Cuando ellos estaban legitimados por la comunidad entonces ahí había un presu-
puesto. El Estado existía para las necesidades de educación y de salud de la población,
pero para la normatividad del barrio, la normatividad de la vida diaria no existía el
Estado; es decir, se produce un régimen paralelo en donde reclaman al Estado salud
y eso, pero en lo otro el Estado no puede intervenir. Entonces el Estado no entra
allá, no hay cómo, no hay manera, pero como están bien instalados se empiezan a
producir excesos. Por ejemplo, ellos vigilan la vida familiar. Entonces, a un padre
que fuera infiel y si la esposa colocaba la queja, lo castigaban o lo hacían ir o luego le
pegaban como si fuera un muchachito. Si el hijo era vicioso, entonces los llamaban
a ellos e intervenían. Es decir, ellos desplazaron la función de la ley familiar y la
asumieron ellos, muchachos jovencitos. Eso tiene unos efectos muy complicados
porque un padre humillado por un muchacho de dieciséis años, castigado y al que
88
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Los falsos positivos, lo digo porque es público, es donde hay una lógica del Estado
de pagar recompensas a los militares y dar prebendas por cada guerrillero muerto,
un precio por la vida, por cada guerrillero muerto o detenido pero preferiblemente
muerto. Esto desató una lógica en el ejército legalmente constituido, de coger per-
sonas que supuestamente no son amadas por nadie, no son reconocidas por nadie,
desechables, es decir, personas que no tienen casi familia, porque dijeron que a las
personas que tuvieran antecedentes penales las empezarían a desaparecer y luego
las presentarían como guerrilleros muertos. Una cosa absolutamente trágica que
se destapó hace poco.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Entonces, desde ese punto de vista me parece que hay un asunto muy homogéneo
en esa lógica, muy parecido, muy semejante, muy similar, y lo que diferencia esta
guerra con la de los Estados es que aquí se le llama, –pero ese es un concepto que
hay que desarrollar–, una “guerra irregular” en donde se abre un espacio para la
sevicia y para la destrucción desalmada de todos los lados.
María Teresa López: Alguien me preguntó en el pasillo, Jean, sobre algo que usted
comentó respecto al amor Lacan. Usted lo habló en el seminario en Buenos Aires,
pero acá hay mucha gente que no ha seguido sus seminarios y que no sabe sobre
eso. ¿Nos podría comentar algo al respecto?
Jean Allouch: No. Así está bien. Ya no voy a hablar más de eso.
Eduardo Botero: Quiero repetirle la pregunta que le hacía al profesor Jean Allouch
ayer. En la fórmula de la sexuación es del lado del hombre que aparece el vector
del pequeño objeto @ en dirección al Sujeto Tachado, que sería la fórmula del
fantasma ($ ◊ @), y del lado de la mujer el vector en dirección a la inexistencia
del Otro, del falo simbólico. Ahora bien, usted en Erótica del duelo en tiempos de la
muerte seca sostiene que el reto del sobreviviente ante la muerte del ser querido es
el de restablecer aquel pequeño trozo. Aquí sería el pequeño objeto @ que se perdió
con la muerte del otro. La pregunta sería: en el momento del duelo, entonces, ¿hay
un cambio en la posición de la mujer para entrar ella a identificarse con el pequeño
objeto @, y en ese sentido habría una masculinización de la mujer al momento de
estar en la lógica del duelo?
Jean Allouch: No sé. Hay un síntoma bastante frecuente cuando una mujer ha per-
dido un ser querido: es la desaparición de sus reglas, de su menstruación. Yo no creo
mucho en lo psicosomático; me parece que tiene más que ver con las dos sustancias
en Descartes que con Freud. Pero yo tengo la certeza de que esa desaparición de las
reglas en un momento de duelo es algo que no es de una lógica solamente corporal,
porque he visto lo que ha ocurrido a una amiga mía a la que se le acabaron sus reglas
después de haber perdido a un ser querido, y el día en el cual ella puso piedra en
su tumba las reglas volvieron. Me parece que esa es una demostración de que las
reglas estaban ligadas al duelo. Entonces sí pasa algo. Yo no iré hasta nombrar eso
masculinización; me parece una hipótesis, diría yo, demasiado fuerte.
91
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Héctor Gallo: Esa es otra situación particular que tenemos aquí, digamos con
relación a donde hay sociedad civil, y es que aquí es muy difícil decir la familia,
porque lo primero que debemos mirar, sobre todo en estos estratos 0 y 1, donde
trabajamos con estos niños, es si ellos ocupan un lugar simbólico en algún espacio,
porque la mayoría de estos muchachos son abandonados, no se sabe dónde está su
padre. Por eso aquí en Colombia hay una cantidad impresionante de instituciones
de protección, porque aquí el abandono más la muerte de toda la familia no es una
cosa excepcional, sino la norma. Entonces, cuando se dice que hay que acudir a la
familia, que hay que reforzar la familia, reconstruir la familia, inmediatamente uno
se tiene que preguntar ¿cuál familia? Y no es lo mismo que pensemos la familia en
Medellín, en Cali, a que pensemos la familia en ciertos lugares del Chocó y ciertos
lugares del Cauca. Eso es otra cosa.
Aquí hay una multiplicidad en ese nivel que exige siempre estar pensando de qué
familia se trata en ese lugar en donde estamos, qué es lo que hay ahí como familia,
si lo vamos a tomar un poco como estaría en las políticas del Estado de contar con
la familia para este trabajo. En la Comuna Trece, –vuelvo allá porque yo no puedo
hablar de lugares sino donde he investigado de manera directa a nivel de campo–,
había una cosa muy interesante con los niños y era que ellos veían demasiado, los
niños escuchaban demasiado, y para la familia era una preocupación que los niños
vieran demasiado porque en ese sentido era muy difícil saber para un padre que
los niños ya no juegan sino a la guerra. Estos muchachos legislaban las relaciones
familiares, legislaban las relaciones matrimoniales; por eso familia es lo común en
ese momento en donde había las milicias. Después se produjo un movimiento muy
interesante y es que cuando se implanta esta otra gente ya no se mete mucho con
la familia; como que al menos se percataron de eso y entonces no se meten dema-
siado. Eso hay que mirarlo caso por caso, cierta discreción a ese nivel de no legislar
a la familia. Ahorita es el Estado el que quiere legislarlo, el que quiere encargarse
precisamente por eso.
92
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Entonces, mientras la familia no ve, al menos quienes estén como padres no ven, no
oyen, no entienden, están en la suspensión de los sentidos, en el niño los sentidos
están profundamente abiertos, dispuestos, y ese es un problema que tenemos porque
me parece que es un elemento subjetivo en que intervienen lo que los investigadores
sociales llaman ciclos de repetición de la violencia, lo que nosotros llamamos com-
pulsión a la repetición. Ellos se preguntan cuáles son las condiciones estructurales
y las condiciones coyunturales para que evitemos los ciclos de repetición de la
violencia, mejor dicho, para evitar la tendencia a la repetición de esta cuestión de
violencia. Es la preocupación de los gobernantes, de los que quieren verdaderamente
hacer algo, y uno siempre se da cuenta de que como ahí no están suspendidos los
sentidos en los niños ese es un elemento fundamental para los ciclos de repetición,
porque estos muchachos son las figuras que operan como modelos de los niños en
los barrios nuestros. Uno tendría que decir que desde esa lógica en nuestro medio
no importa si el padre no está porque es simbólico. Yo creo que no, que sí necesi-
tamos que haya alguien real que encarne alguna cosa, que represente alguna cosa
para el niño, alguien que se diferencie de este movimiento, que represente algo,
alguna cosa civilizadora. En ese sentido que refiero. No es el rescate del padre sino
que al menos uno logre escuchar que hay un lugar, dígase en la ciudad, dígase en la
familia. Ojalá los líderes comunitarios encarnaran un poco esa función, una función
civilizadora para el niño, un poco como un elemento que entra a limitar los ciclos de
la violencia, que es la que hace que nos preguntemos si es que Colombia está muy
dispuesta a la violencia. Pero más bien en la familia hay la preocupación de cómo
lograr esa suspensión de los sentidos en los niños, en el sentido positivo y no en el
sentido negativo que hay en los adultos; es como si usted viera por el orificio de la
ventana, por el huequito chiquito, y ahí están matando, puede ser al hijo suyo o a
varios del barrio, y usted no hace nada pero los niños sí ven mucho.
Asistente: Buenas tardes. El doctor Gallo en la mañana decía una frase que me
pareció muy interesante, que la guerra es el escenario de la perversión humana. So-
bre esta frase me gustaría saber, aunque usted esta mañana hablaba de eso en la
intervención del profesor Botero, qué entiende usted por perversión, digamos en
ese escenario específico. Me gustaría que ahondara un poco más sobre la relación
entre la perversión y la guerra como uno de los escenarios donde esa perversión se
pone en juego, y haciendo énfasis en algo que usted decía: ¿La perversión en ese
escenario es algo transitorio o pasajero?
93
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Héctor Gallo: Bueno, rápidamente, con lo que nos plantea el doctor Allouch en su
intervención ahora del castigo para los que gozan matando al otro, eso nos da una
indicación muy importante en términos de investigación y es que cuando se mata al
otro en nombre de un ideal, eso no se considera perverso socialmente, porque hay
un significante en nombre del cual se lleva a cabo un acto que se supone es para
preservar algo. Si queremos preservar la seguridad, si queremos preservar la paz, si
queremos preservar la tranquilidad entonces hay que acabar con el que esté colocado
en el lugar de enemigo. Por eso, no sé, salió un libro muy del lado de la oficialidad
diciendo que en Colombia ya no existe el contrincante porque el guerrillero no es
pensado como contrincante sino como enemigo, y tenemos que pensar cuál es la
diferencia en este momento histórico cuando alguien está colocado en el lugar de
enemigo, de terrorista y de contrincante, porque contrincante implica un recono-
cimiento del otro en el sentido hegeliano, y eso da posibilidad de conversación y
posibilidad de negociación, pero no hay posibilidad de negociación cuando no hay un
reconocimiento recíproco. Yo no puedo negociar diciendo que este es un terrorista,
un bandido y yo soy alguien muy grandioso, muy importante. Qué negociación va a
haber ahí si yo no estoy dándole un lugar al otro para poder conversar, sino que lo
tengo descalificado de una vez por todas. Por lo tanto el concepto de negociación
exige una cierta dimensión de reciprocidad, digámoslo así. Entonces voy a tomar
perversión única y exclusivamente en este sentido; como una posición en la que yo
me coloco en relación con el otro de una manera opuesta al amor, es decir, que la
oposición no sería perversión y por decir algo, sexualidad normal o manera normal
de relacionarse con el otro, sino más bien perversión versus amor. ¿En qué sentido?
En el sentido de que la pulsión para Freud no tiene entre sus fines el amor y para
mí eso sigue siendo vigente. El amor no es una finalidad de la pulsión, no es un fin
de la pulsión, no es un destino de la pulsión y en ese sentido podríamos decir que
una posición perversa tiene que ver con el hecho de que el ser del otro no existe,
no está presente. Yo no me dirijo al otro apuntando a su ser desde una posición
perversa, a darle existencia a su ser, digámoslo así, desde una posición perversa. Me
coloco en una posición en donde el ser del otro no existe. Y no vamos a entrar en
la discusión acerca que, de hecho, el ser no existe desde el punto de vista filosófico.
Tenemos, pues, que es una esencia, eso existe de entrada. Desde nuestro punto
de vista el psicoanálisis siempre es una cosa que se constituye, al menos según
vertientes lacanianas, como una cuestión que siempre falta como ser en falta, que
siempre hay necesidad de hacerlo, en cierta medida, existir. Entonces, cuando el
otro está colocado en lugar de instrumento de goce, instrumento de satisfacción
en el sentido pulsional, digamos que el ser no existe en ese momento en donde yo
me coloco en esa posición y en ese sentido; ahí el amor no tiene lugar. Luego una
posición perversa en este sentido muy restringido es una posición en donde no hay
lugar para el amor; el amor es radicalmente excluido.
94
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Héctor Gallo: Yo voy a contestar de manera simple. Esos panfletos que nos llegaron
lo que nos plantean son preguntas porque vienen de un lugar anónimo, de un lugar
con una señal de angustia porque no llegan sólo aquí a Cali, sino a Medellín y a
otros lados. Es una señal de angustia que implica que nos tenemos que proteger, que
al menos en los barrios no es bueno que estén en la esquina los muchachos, no es
bueno que caminen en las calles. Nuevamente es la misma lógica; así empezó todo:
no hay que ir mucho a la calle, no hay que estar mucho en la calle, hay que estar
encerrado; no hay que reunirse, no hay que estar en grupo. Otra vez la misma lógica;
eso no es nuevo, eso nos llega como pregunta. Y bien, eso lo comprenderemos retro-
activamente. Ahora, no comprendemos eso qué quiere decir. En Medellín hay una
historia, que debe de tener un grado de verdad del lado de las ONG y que nos dice
como hay un elemento, siempre hay una cosa que se puede volver acontecimiento
y puede dar origen a algo: una prepago contagió a un líder paramilitar y dicen que
a partir de ahí se desató esta cuestión de los panfletos en la ciudad.
Frente a lo que aparece como un enigma, como una cosa anónima, una cosa que no
comprendemos, que se desata, en multiplicidad de interpretaciones, en multiplicidad
de sentidos, cada quien toma precauciones, protecciones contra el riesgo. Ya no hay
que hablar de ciertas cosas, no hay que conducirse de cierta manera. Toda una serie
de mecanismos de protección y de cierta prudencia y ciertos cuidados que debemos
tener en este momento de recrudecimiento silencioso de la violencia, porque en
los últimos días en los enfrentamientos que se están llevando en las comunas van
treinta y dos muertos. Y en el trabajo que se está haciendo con los reinsertados se
sabe que hay que hacerlo con el coordinador de cada lugar; es el coordinador el que
95
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
convoca. Sabemos que es a través de eso como se puede hacer; y cuando ya la cosa
no va de cierta manera, pues eso no va más. Luego lo que tenemos es una señal de
angustia, no sabemos qué es eso y es en todo caso una amenaza, un sentimiento de
terror lo que nos invade como sociedades y desde el punto de vista de la civilidad.
¿Qué tiene esto de semejante con la ley de la dosis personal, esta cosa de castigar
la dosis personal? Lo que tiene de semejante es que aquí no hay política de salud
mental; entonces, como no hay política de salud mental la propuesta siempre es
punitiva. No hay política de intervención en salud mental y frente a la dosis hay
que generar esas políticas punitivas, igual que lo que se está tramitando de cadena
perpetua para los violadores de niños: ese es un problema de salud mental, no es
un problema estrictamente jurídico. Esos problemas de salud mental en este mo-
mento se están tratando como problemas de orden político, porque es mucho más
fácil decir “sí, démosle cadena perpetua a toda esa gente”. Pero es una cosa muy
complicada. ¿Para cuál gente? ¿Para la gente que hace eso de manera aislada, para
la gente que hace eso no organizadas, para los que están organizados y hacen eso?
Ahí hay negociación. Al delincuente aislado, se la están aplicando toda, treinta a
cuarenta años de condena. Eso nos va marcando una lógica: hay que delinquir, hay
que violar, hay que matar pero organizados. Sí, a eso contribuye esa ley, eso está
como en esa lógica: lo que está muy claro es que no hay que delinquir de manera
aislada porque “hay que hacer empresa” (risas). Y si usted tiene una empresa bien
puesta entonces ya mandó usted a negociar, a que conversemos, a que miremos
cómo en este lugar aseguramos la seguridad, la palabra del momento en el mundo,
pero fundamentalmente aquí. Entonces conversamos, porque eso tiene unos di-
videndos políticos muy importantes. Es fundamental que en este momento no se
tenga sentimiento de inseguridad por muchas razones. Y digo sentimiento porque
para nosotros lo que importa es examinar la dimensión del sentimiento, porque
no pensamos la seguridad con la presencia del Estado y del ejército que nos puede
dar una cierta sensación interesante pero que trae unas cosas muy problemáticas
igualmente. Desde que se instaló en la Comuna Trece; mientras antes un miliciano
tenía seis mujeres y a todas seis en embarazo, ahora es el soldado, el policía el que
está allá embarazando adolescentes y eso trae un problema de salud mental y de
salud pública. Entonces, en esa lógica el asunto vuelve y juega, ahí se nos viene
otro problema en los lugares en donde está la presencia que nos da seguridad, la
presencia del Estado. Pero yo, personalmente, sí considero muy importante que el
Estado tenga legitimidad, que hay que trabajar por esa legitimidad y que es muy
importante que el funcionario trabaje por ser legítimo: digo legítimo para que di-
ferenciemos entre legalidad y legitimidad, porque lo legal no quiere decir que sea
legítimos. Nosotros como una sociedad civil obviamente tenemos que respetar, –y
esta es una opinión muy personal–, la legalidad, pero lo que mide la sociedad civil es
la legitimidad, con todo lo problemático que es la legitimidad, porque efectivamente
96
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
los paramilitares y los milicianos fueron legitimados. Pero del lado del Estado sí me
parece muy importante la legitimidad y es más: es muy importante que del lado del
Estado haya un lugar legítimo que tenga el monopolio de las armas; legal y legíti-
mamente constituido. Desde mi punto de vista es muy importante que el Estado
tenga legitimidad y es un asunto problemático, pues cuanto más legítimo sea más
demandas hay, más peligros tiene, más responsabilidades tiene, más obligaciones
tiene. Aquí sí tenemos esa disyuntiva entre crimen organizado y crimen particular
y cómo se responde desde el lado del castigo, desde el lado de lo jurídico, desde el
lado punitivo en ese nivel.
Héctor Gallo: Bueno. Yo le doy la palabra al doctor Jean Allouch, que estuvo en
Mayo del 68 en París.
97
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
conflictos actuales acerca de estas dos cosas, y lo pregunto en relación con algo en
que particularmente no creo porque para mí los economistas nos los han hecho
ver así, y es este asunto de la crisis que para mí no es una crisis económica sino un
conflicto o un encuentro entre alteridades. Quisiera que me ayudaran a pensar eso:
¿Qué míticas psíquicas se construyen entre estos conflictos, entre amor y guerra?
No nos importa el personaje interesante, el intelectual tenaz que va ahí y nos hace
una reflexión acerca de la contemporaneidad, sobre la vida; nos interesa que nos
cuente su novelita, su pequeña novela porque es una “tontería”. Eso nos interesa
mucho escucharlo, y por eso podemos discutir sobre estas cosas. Entonces sí es
fundamental el mito para poder comprender algo de lo real del amor y de lo real
de la guerra. Cuando digo “lo real”, es algo que se sale o que se saca del sentido,
que queda por fuera del sentido. Desde esa perspectiva nos interesa el mito para
acercarnos a estos problemas.
98
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
Jean Allouch: El asunto no es su amor, más bien el asunto para ella es el amor donde
ella es el objeto de un amor incondicional. Entonces su problema no es amar, su
problema es de liberación de ese amor incondicional, es decir, hacer lo que hay
que hacer para que se trasforme, para que no siga más su incondicionalidad. Ese
es su problema; su problema no es amar o no amar, como sí liberarse de un amor
incondicional.
Héctor Gallo: Creo que en esa misma lógica hay un elemento que se puede agregar
con respecto a la pregunta por la dimensión del amor en la anorexia. Lacan, en La
dirección de la cura y los principios de su poder, utiliza la expresión “anorexia mental”.
Este texto se encuentra en los Escritos. Lacan usa el nombre de anorexia mental, y
dice que ésta es una forma de anorexia propia de la histérica, porque no es lo mismo
la anorexia psicótica que la histérica. Él dice además que se produce más que todo
cuando quien ocupa para el niño un lugar de Otro importante, –en este caso, si
quieren, la madre; yo lo traduzco de esta manera– lo atiborra de cosas, de un amor
incondicional; lo atiborra de forma incondicional, de acuerdo con la idea que tiene
de sus necesidades. Esta forma de proceder, dice Lacan, como lo traduzco, en lugar
de dar satisfacción provoca un sentimiento de asfixiante invasión, porque el niño
recibe lo que no está pidiendo.
Uno podría decir que en esa lógica se abona el terreno para la anorexia mental que
podríamos llamar anorexia neurótica, que no es la que llega hasta la muerte; es decir,
no es la que el periodista colombiano Pirry mostró en un programa de televisión que
todos seguramente vieron, en el cual presentaba mujeres a punto de desaparecer.
Y esto se produce, se abona en terreno cuando, –si ustedes quieren llámenlo así–,
la madre o el cuidador que opera como soporte, al que se dirigen los pedidos del
niño, responde confundiendo las necesidades que él atribuye al niño con las que el
niño verdaderamente tiene, y aquí llega el punto de articulación con nuestro tema.
Dice Lacan: cuando lo confunde con el “don” de su amor confunde necesidad, la
satisfacción de la necesidad con el amor; es decir, cree que al satisfacer la necesidad
está poniendo en operación el “don” de su amor por el niño. Eso quiere decir que
la satisfacción de las necesidades no es lo mismo que amor, no siempre es leído por
el otro como signo de amor; puede ser leído como signo de odio o de desamor, y en
ese sentido, entonces, confundir la necesidad biológica, –que es lo que pasa con los
programas de asistencia social en los que se toma al niño como alguien que simple-
99
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Asistente: Quisiera que el doctor Héctor Gallo primero nos hiciera un comentario
acerca de la manera como los griegos articularon a través de la tragedia los dramas
que precisamente vivían en relación con todos los conflictos de la cotidianidad;
y segundo, que comentara la afirmación de Freud de que “la palabra reemplaza la
acción”, sobre todo si esa acción en el contexto en el que estamos discutiendo es
principalmente violenta.
Héctor Gallo: Solamente puedo decir: cuanta más tragedia tengamos, cuantas más
amenazas tengamos, más poesía, más teatro, más literatura hay que hacer, más risa
hay que producir. Es decir, en ese sentido, vuelve y juega: tenemos que hacer algo
para que la subjetividad exista, y desde ese punto de vista son muy importantes la
poesía, la literatura, para nosotros los psicoanalistas. Yo personalmente soy muy
sensible y me siento muy cercano a la poesía, al teatro, aunque lastimosamente no
tengo ninguna virtud en ese registro, pero soy muy sensible, me gusta mucho, ya que
esto es una manera de hacer con la tragedia, de hacer con la violencia y de hacer
100
El Psicoanálisis, el amor y la guerra
con el miedo que cada vez aumenta. Me parece que es necesario que existan tales
opciones como alternativas. Ustedes ven que siempre cuando más tragedia hay, más
movimientos culturales contra todo aparecen, hay más música, más literatura, y en
ese sentido los artistas tiene la responsabilidad social de hacerlo a pesar de; además,
aquí se mueren de hambre los artistas salvo unos poquiticos, de resto son casi unos
indigentes. Esa es una realidad que tenemos aquí en Colombia en el tratamiento
de la gente que trabaja en el arte, lo cual es muy distinto al tratamiento que se da
a los artistas, al menos en Francia.
Asistente: Buenas tardes. Siguiendo con esto de la cuestión del amor, quisiera que
ahondaran un poco en lo que tiene que ver con las condiciones del amor. Ya tocaban
ahora algo de la anorexia a propósito de lo que se dijo ayer. Hoy en la mañana el
doctor Héctor Gallo hacía una referencia a la manera de amar de los griegos, la cual
es opuesta al amor de la madre en el cristianismo, que es incondicional, mientras
que en los griegos había que merecerlo, contraponiéndolo a los estragos que produ-
ce ese amor incondicional. Quisiera que profundizaran un poco más en ese tema.
Tomando de esa forma las preguntas los problemas no se pueden tratar; las figuras
son cosas mucho más singulares, y constituyen algo como un abanico de figuras
singulares. En ese modo los problemas pueden quizás encontrar una solución o
manera que no sea abstracta. Yo no uso más los conceptos de neurosis y psicosis; me
parece una cosa excesiva, me parece una clínica que se queda en el semblante de
una clínica médica, pero creo que la clínica psicoanalítica no necesita eso. Cuando
alguien viene a hablarme de no sé qué, no tengo ninguna necesidad de pensar si
es un hombre o una mujer, no estoy seguro; además de eso, finalmente, ¿cómo se
sabe que adquiere su nombre una mujer? Eso no es tan fácil. Me parece que hay
algo en griego, la palabra es una “asquesis”. Hay algo como una asquesis, esto es,
un ejercicio, necesario para que un psicoanalista pueda funcionar como psicoana-
lista, y es precisamente el rechazo de consideraciones generales, consideraciones
así puestas en la espalda de la gente, a cargo de la gente y que no sirven para nada.
Pues no es exacto decir que hay que hacer un diagnóstico para decidir si alguien se
101
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Entonces la dificultad, ese rechazo de las generalidades, es algo que no es nada simple
como parece. Ahora las cosas se han modificado, si se piensa en los tiempos de La-
can; ahora la clínica psiquiátrica de los gringos es casi mundial; ellos se han movido
y tenemos que movernos nosotros los psicoanalistas también, de otra manera, por
supuesto, pero el contexto es diferente: eso es claro. Hay algo como una necesidad
para el psicoanálisis de poder ser mucho más claramente por fuera de la medicina,
por fuera de la psicología. Y hay que hablar del concepto de “biopoder”; claro que
es algo muy presente. Eso quiere decir que si el psicoanálisis pone solo un dedo en
ese movimiento del biopoder se va a pasar todo a ese movimiento. Hay algo hoy
que es mucho más real que en los tiempos de Lacan, y el rechazo a la generalidad
también pertenece a eso, al rechazo a una medicalización del psicoanálisis.
102
III PARTE: CONVERSATORIOS
PRESEMINARIO
Primer conversatorio.
Una aproximación psicoanalítica
a la guerra como síntoma social
Segundo conversatorio.
Una aproximación psicoanalítica al amor en
tres actos: Freud, Lacan y Allouch
Primer conversatorio.
Una aproximación psicoanalítica
a la guerra como síntoma social
El psicoanálisis en la guerra
Notas para pensar una clínica
de los afectados por el conflicto
Eduardo Moncayo Q.*
105
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
106
El Psicoanálisis en la Guerra
Para Ferenczi, las neurosis de guerra se explicaban como una psiconeurosis en donde
las parálisis eran interpretadas como la conmemoración del momento traumático.
En otros términos: una histeria de conversión, pues las extremidades de los soldados
permanecían rígidas tal como la posición en que estaban al sufrir un sobresalto ante
la explosión de un obús, una granada u otro proyectil. Por otro lado, reconoce en
otras neurosis de guerra una histeria de angustia, en las cuales toda tentativa de
sentirse mejor y que implicara desplazamiento, o caminar reactivaba la amenaza
de repetición de la experiencia patógena (Ramírez, 2007).
De otra parte, Karl Abraham consideró que la neurosis de guerra tenía, como las
neurosis de paz, un factor desencadenante, el cual podía ser un acontecimiento banal
en sí mismo, pero funcionaría como detonante de un conjunto de síntomas que
exacerbarían una histeria de existencia previa a la guerra. Siendo así, la experiencia
de guerra solo sería desencadenante de algo ya estructurado con anterioridad en
la infancia. Para Abraham se debía tener en cuenta el inconsciente y la sexualidad
en los factores de las neurosis de guerra (Ramírez, 2007).
Todos los impulsos reprimidos, y que hasta ese momento habían sido evitados –
impulsos crueles, sádicos, asesinos, etc.– afloran y se manifiestan con una fuerza
extraordinaria; es decir, los antiguos conflictos intrapsíquicos que constituyen la
causa esencial de todas las perturbaciones neuróticas, los cuales se habían logrado
constreñir por la represión de una de las fuerzas en conflicto, se encuentran de
repente reforzados, y la persona es llevada totalmente a enfrentarlas entrando al
ejército (Ramírez, 2007).
107
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
La oferta de intervención actual: entre los ritos burocráticos y los fármacos. ¿Medidas
desesperadas? o ¿administración de la miseria?
Como lo plantea Héctor Gallo (2008), los test son formas que la psicología usa en
ocasiones con el fin de medir y estandarizar conocimientos que dejan por fuera la
subjetividad. No es común en estos días el privilegio de la escucha, de la narración
biográfica como fuente de trauma. Por el contrario, el sentido permanece suspendido,
pues escapa a las mediciones y a las pruebas, con las cuales es insuficiente. Se debe
propender a una dialectización histórica y semántica de aquellos acontecimientos
vividos de manera absurda.
108
El Psicoanálisis en la Guerra
No obstante, la pregunta por la sociedad, por su oferta de vida, por sus dimensiones
“normales”, permanece pendiente, cuando es notorio que la sociedad actual funciona
desde dinámicas patologizantes y se caracteriza por altos niveles de criminalidad y
riesgo. Además, y lo que es más preocupante, queda pendiente la pregunta por el
deseo del sujeto, por su deseo de ser en sociedad, toda vez que se le diseña previa-
mente una proyección de vida con derroteros innegociables que no legitiman su
posibilidad de decir no.
Por otro lado, y en coincidencia con Roudinesco (2000), es posible denunciar que
las píldoras en la actualidad toman el lugar de la terapia de electrochoque e inten-
tan nuevamente callar al sujeto, a lo que se deben sumar las baterías de pruebas
estandarizadas que intentan medir a un individuo a costa del silencio del sujeto.
Estas son un intento de remplazar la posibilidad de que éste apalabre su dilema.
Esto resulta obvio en la medida que es común el suministro de medicamentos
psiquiátricos a algunas víctimas del conflicto. Esto con el fin de brindarles alter-
nativas para el manejo de su ansiedad, lo cual expone el privilegio de un modelo
omnicomprensivo del sujeto desde lo químico y con ello se corre el riesgo de dejar
por fuera la posibilidad que el sujeto encuentre un sentido a su situación.
109
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Referencias
Baró, M.I. (1990). Psicología social de la guerra: Trauma y terapia. Salvador: UCA
Editores.
110
Algunas reflexiones desde el psicoanálisis
acerca de la guerra 5
5. Este escrito es producto del trabajo de preparación del II Seminario Latinoamericano de Psi-
coanálisis: El psicoanálisis el amor y la guerra. Agradezco a los participantes de CANAL por su
interlocución y aporte para la escritura del mismo.
* Docente de la Facultad de Psicología, Universidad de San Buenaventura, Cali. Psicólogo. Estu-
diante de la Maestría en Sociología de la Universidad del Valle, Miembro del colectivo Canal,
Email: manuelonerom@yahoo.es
111
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
La primera de las impresiones de Freud frente a este asunto lo lleva a definir la guerra
como una transgresión mayor (Freud, 1915), casi podría decirse que se refiere a un
fracaso en relación con los ideales de la modernidad. Dicha transgresión se hace
explícita en el hecho de que lo que se ha logrado como civilización se ve desmen-
tido cuando la guerra estalla. Aquello que se ve desmentido, a sabe: la regulación
de los vínculos recíprocos entre los seres humanos, es llevado hasta el extremo en
el fenómeno de la guerra y transgredido en el mayor sentido posible al dar muerte
al otro. En este sentido la perspectiva evolucionista de Freud lo conduce a pensar
que la guerra es el afloramiento de uno de los estados más primitivos de la cultura,
aquel en el que la fuerza del uno por uno decidía las relaciones de dominación y
el cual fue superado en buena medida con el paso del acto mismo de matar a la
formulación de códigos de convivencia, leyes que regularan las relaciones de los
individuos, la génesis del derecho (Freud & Einstein, 1933).
Así las cosas, la guerra como transgresión mayor trae para la humanidad dos efectos:
una profunda desilusión y un cambio en nuestra actitud hacia la muerte (Freud,
1915). La desilusión está dada en principio por lo mencionado anteriormente, pero
además se evidencia en dos aspectos particulares: la ínfima eticidad que se pone de
manifiesto en las actividades de la guerra, en el comportamiento de las naciones
que participan de la misma, y la sorpresa que genera el hecho de que individuos
civilizados puedan actuar con un grado tal de brutalidad para con sus semejantes.
Ahora bien, lo que Freud llama un cambio en nuestra actitud hacia la muerte
ha de ser pensado como un cambio en relación con los ideales de la civilización,
una arremetida de lo inconsciente en la cultura. La modernidad y su ambiente de
regulación de los vínculos entre los seres humanos a través de la figura del Estado
fracasa cuando entra en pugna las condiciones tan diversas en las que existen los
pueblos y estalla un evento como la guerra, evento que en el decir de Freud “extirpa
las capas más tardías de la cultura y hace que en el interior de nosotros nuevamente
salga a la luz el hombre primordial” (Freud, 1915) y con ello su actitud hacia la
muerte, es decir, ser héroes que no pueden creer en la muerte propia, señalar a los
extraños como enemigos cuya muerte debe procurarse o desearse y pasar por alto
la muerte de personas amadas.
112
Algunas reflexiones desde el psicoanálisis acerca de la guerra
nuestro días. Para ello es útil articular este empeño a las aplicaciones de la teoría
psicoanalítica en nuestra época y establecer así las conexiones pertinentes.
Algunos pensadores definen la guerra como “un acto de fuerza ejecutado por un
poder social organizado, para obligar a un enemigo [otro] a someterse a su voluntad”
(Shaw. Citado por Springer, 2005, p. 21). Así mismo, la historia ha dado a conocer
que la humanidad ha recurrido al recurso de la violencia organizada desde el comien-
zo de los tiempos; sin embargo, las que han cambiado sustancialmente a través de
los siglos son las formas de organización (Springer, 2005). En este sentido, es claro
que la guerra y sus formas particulares de materialización pueden ser entendidas
como productos humanos susceptibles de ser estudiados a partir del análisis de las
claves estructurales de las sociedades.
Ahora bien, la sorpresa de Freud frente al estallido de las guerras de su tiempo tiene
que ver con la aparatosa ruptura del pacto social construido y la imposibilidad de
encontrar soporte para dicha ruptura; por lo tanto, encuentra como resultado caos
y desilusión. No eran estos los sentimientos de los hombres y mujeres del Medioevo
cuando la violencia irrumpía en sus vidas cotidianas acompañada del nombre de
Dios. La legitimidad atribuida a este padre lograba explicar el pasaje al acto y la
destrucción del otro, pues los argumentos del orden social y el marco simbólico
113
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
que cobijaba estas formas de lazo social resultaban ser de común acuerdo para
todos; así estaba estructurado el pacto y su referente primordial –el referente de la
Ley– estaba en los cielos.
Más grande aun es la sorpresa cuando nos topamos con la falla del Estado en nuestro
país, es decir, su imposibilidad para garantizar la concentración del monopolio de
las armas, del derecho de administrar justicia y de proteger a los habitantes de su
territorio. Como contraparte, asistimos a una constante y creciente privatización de
las funciones del Estado y con ello cada vez más a una particularización de la Ley. En
este orden de ideas, se observa para este tipo de contexto una mayor declinación de
la figura ordenadora y como consecuencia de esto un afloramiento del sin sentido
y el pasaje al acto, en la medida en que no atendemos a una voluntad única sino,
en palabras de Mario Elkin Ramírez, a un dios personal (2005).
Esta postura va más allá del hecho de reconocer que el Estado colombiano a ha
fracasado en su labor de concentración del monopolio de las armas, en la medida
en que este fracaso de larga data en nuestra nación ha dado paso a un problema
que se arraiga en el seno de la sociedad y configura las formas de lazo social. El
fracaso del monopolio legítimo de la violencia por parte del Estado colombiano ha
114
Algunas reflexiones desde el psicoanálisis acerca de la guerra
generado no solamente la garantía del orden público por parte de otros entes que
actúan en la periferia, sino el establecimiento de órdenes sociales disímiles entre
periferia y centro. Las lógicas de intercambio fundamentadas en el negocio del
narcotráfico y sus materias primas y la configuración de una economía marcada por
la ilegalidad, alejan cada vez más algunas regiones de nuestro país de la posibilidad
de integración al orden central.
Referencias
– Ducan, G. Una visión alternativa del conflicto colombiano. Razón Pública. Recu-
perado el 9 de marzo de 2009, en http://www.razonpublica.org.co.
– Freud, S., & Einstein, A. (1933). ¿Por qué la guerra? En: Obras Completas. Vo-
lumen 22. Buenos Aries, Argenina: Amorrortu.
115
El Estado, el sujeto
y la otra satisfacción
John James Gómez Gallego*
La cuestión de la guerra podría ser planteada desde algunas perspectivas, tal vez
de talante bélico, como la muerte al servicio de la vida. Esto, claro, no sólo en
sociedades antiguas como el Imperio Romano para citar al menos un ejemplo, en
los que la conquista de otros pueblos implicaba la puesta en marcha de una lucha
a muerte que se suponía servía al mantenimiento y el crecimiento del imperio; se
mataba y conquistaba en nombre de éste. Lógicamente lo que allí estaba en juego
implicaba la búsqueda de la dominación y sometimiento del otro a la voluntad de
aquellos que ostentaban un poder superior, y que además adoptaban y modificaban
las tradiciones de los pueblos conquistados, por lo que el mestizaje cultural resultó
como condición inevitable. Esos otros, extraños, extranjeros, debían ser conquis-
tados, colonizados y debían ahora servir a una nueva representación, a saber, la
117
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
del imperio que había logrado someterlos. Freud (1915) guardaba la esperanza de
que esta forma de proceder en relación con lo que resultaba extraño pudiese sig-
nificar otra cosa que ya no implicara la confusión entre la condición de extranjero
y enemigo; esperanza derivada del proceso de “civilización” conseguido por los
pueblos y particularmente ligado a la institución conocida como Estado moderno,
donde los derechos fundamentales como el de la vida suponen un lugar privile-
giado tanto para el paisano como para el extranjero. No obstante, esta esperanza
encuentra hoy un sinnúmero de obstáculos que ponen de manifiesto un real, un
imposible a pesar de la intención de mantener el lazo social orientando en función
de lo pacificado. Podemos partir de algunas cuestiones iniciales que ilustren, desde
nuestro contexto local, para situar ciertos puntos al respecto que puedan mostrar
algunos de esos imposibles, que en nuestra consideración dan cuenta de eso que
en la relación entre el sujeto y el Otro pone de manifiesto esa particularidad que
atañe al ser hablante y es que el lenguaje, al ser ante todo aparato del goce hace
que la pulsión que mueve al sujeto sea especialmente pulsión de muerte. Sabemos
que para Lacan “el lenguaje está definido como aparato de goce; la satisfacción de
la que se trata no responde a ninguna necesidad, se produce en particular por el
hecho de que el lenguaje permite que existan ficciones, reglas que valdrían para
todos, universales, es decir, valores que desde Aristóteles parece que deben dictar la
conducta para todos; lo que sería el Bien con B mayúscula, lo Verdadero y lo Bello,
lo que Lacan llamaba en el seminario La ética, las barreras.” (p. 143). Trataremos
de ver entonces qué ocurre en relación con el sujeto en esa otra satisfacción que
no es más la de la necesidad, frente a esos ideales de bienestar propios del Estado
moderno. Plantearemos primero una visión sociológica general de la cuestión para
luego deslizar el análisis hacia un intento por comprender lo que del sujeto se pone
en juego en esa otra satisfacción propia del lenguaje, que no es la misma a la que
responde el organismo.
Guzmán (2003) presenta en su escrito Delito y violencia: nación, región, ciudad, además
de una caracterización general de la violencia para Colombia y Valle del Cauca,
especificidades para Cali representada en algunos sectores6 en los que históricamente
118
El Estado, el sujeto y la otra satisfacción
7. Esta cuestión será de sumo interés para la hipótesis que aquí desarrollamos y por esta razón será
tomada y desarrollada más adelante, a propósito de lo que se pone en juego en la satisfacción
propia del lenguaje.
119
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
De otro lado Pilar Riaño (2000), quien analiza la situación de violencia en Medellín,
señala que habría al menos dos formas fundamentales de la violencia, particular-
mente de los homicidios, a saber: los homicidios impulsivos y los instrumentales, y
muestra la persistencia de la violencia, por un lado, en función del ajuste de cuentas
y las riñas impulsivas: la primera es que en la violencia instrumental el fenómeno
de persistencia es más marcado en los llamados ajustes de cuentas, la segunda se
encuentra relacionada con la baja perseverancia de la violencia impulsiva que
es particularmente notoria para el caso del maltrato en el hogar. Así, pues, para
Riaño la violencia en la ciudad se muestra más relacionada con condiciones de
los actores, ya sea por el lado de cuestiones del crimen organizado que se encarga
del llamado ajuste de cuentas o por pasiones, impulsos como serían los celos, por
ejemplo, y que tienen una gran representatividad en la institución familiar. Habría,
al parecer, una relación interesante con lo planteado por Simmel (1986), para quien
el conflicto constituye en buena medida el lazo social y las pasiones son uno de los
ejes de este conflicto que en la observación de Riaño se evidencia en el hogar. De
alguna manera, a pesar de que la interpretación no coincide exactamente con la de
Guzmán –entendiendo, claro, que se trata de ciudades distintas–, existe algo que
resulta común para ambos, pues la ciudad aparece como un escenario en el cual se
presentaría entonces una lucha por el poder, que se puede concentrar en distintos
lugares, bien sea el Estado, la familia, las organizaciones ilícitas o los actores mis-
mos, lo que implica que no sólo se trata de un poder concentrado en instituciones
de carácter político, sino también en lógicas económicas –como también lo señala
Guzmán (2003; Pág. 227)–, y además en lógicas pasionales, lo cual mostraría una
cierta continuidad entre individuo y sociedad y no una oposición como en muchas
ocasiones se presenta desde algunos análisis.
120
El Estado, el sujeto y la otra satisfacción
Un tema inevitable en relación con los planteamientos que aquí desarrollamos y que
si bien cuenta con suma relevancia no será considerado en profundidad, es el del
poder. Al parecer es este uno de los ejes en la relación Estado/ciudad/violencia, y si
121
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
122
El Estado, el sujeto y la otra satisfacción
8. Esta otra satisfacción se refiere al goce que está en el lenguaje, en el que el lenguaje mismo es
aparato del goce, lo que se relaciona ya no sólo con la necesidad sino también con la demanda
del Otro y la búsqueda de satisfacción derivada de ello, y que se opone al principio del placer.
Su desarrollo por parte de Lacan está principalmente en el capítulo V del libro 20 del seminario:
Aún.
123
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
cian las lógicas que propician y perpetúan la violencia en la sociedad, tal como
lo hemos mostrado en el apartado anterior de este texto y, sin embargo, el sujeto
queda aún al margen, sin responsabilidad en relación con la violencia de la que es
agente. Desde esa perspectiva la responsabilidad recae sobre una macroestructura
y su funcionamiento social, lo que no debe ser en ninguna medida desconocido,
pero a lo que el psicoanálisis puede aportar a partir de lo descubierto por Freud.
Ese descubrimiento que señala que hay una responsabilidad que implica siempre
al sujeto, aunque sea desde un saber que se le escapa sobre sí, sobre sus formas de
satisfacción y que, como señala Freud (1919) en su texto Lo ominoso, a pesar de ser
algo familiar puede resultarle totalmente ajeno y extraño al propio sujeto e incluso
parecerle horroroso. Hay algo en el sujeto que lo convoca a ir más allá del placer
de la satisfacción de la necesidad y que desemboca en muchos casos provocando
una satisfacción que puede llegar incluso a encontrarse en el horror.
124
El Estado, el sujeto y la otra satisfacción
otro su máxima expresión, con la complicación de que tras esa investidura prove-
niente de tal discurso el sujeto se resguarda eludiendo su responsabilidad subjetiva y
permitiéndose el despliegue del goce en el embeleso del poder. (Castro, p. 40). En este
sentido, el sujeto es desresponsabilizado y, vale decir, también desculpabilizado de
su acto de aniquilación, pues existe Otro que imprime una justificación aparente-
mente ligada a la ley. En su punto subjetivo puede hallar su aval en el derecho a matar
auspiciado desde el discurso, pero a cada uno le compete el usufructo de su goce y su cuota
irreparable. (Castro, 2002; p. 42).
Ahora bien, el cuerpo parece situarse como instrumento ocupado solo por la idea
del ideal que justifica la guerra, al punto en que el arma se convierte en una exten-
sión de él. El uniforme cubre el cuerpo haciendo casi imperceptible la diferencia
anatómica de los cuerpos y homologando al sujeto en la imagen de un colectivo,
una “masa artificial” que le brinda un reconocimiento marcado por la muerte, pues
se podría pensar que sólo en cuanto alguien de la masa muere, es separado de ésta;
sólo que ese reconocimiento tampoco es del sujeto, sería sólo de lo real que queda
del cuerpo inerte. Por ello el trabajo de la desvinculación de los grupos en Colom-
bia puede servir para separar al sujeto de la masa y para reconocerlo ahora como
un sujeto que hace parte de una nueva masa (los desvinculados) y que tendrá la
posibilidad de separarse progresivamente de otra masa hasta encontrar una nueva
forma de articularse al goce, al deseo y a la ley.
Sea como fuere, la muerte aparece bajo una idealización de liberación y prestigio
que se justifica en una “causa” por la que hay que luchar hasta que los extranjeros-
enemigos sean aniquilados, sometidos o convertidos. Sin embargo, habrá que pre-
guntarse: ¿Qué pasa con el goce de cada sujeto cuando la causa desaparece? ¿A
dónde se dirige esa pulsión que ya no encuentra un discurso que la articule a esa
satisfacción por la muerte? ¿Cuál será su nuevo destino? Cuestiones que al ya no
encontrarse avaladas en el discurso del ideal de ese Otro de la guerra, dejarán al
sujeto enfrentado a la falta de sentido que no cesa, por ser justamente del orden de
otra satisfacción que no es la de la necesidad. Esa otra satisfacción es la satisfacción
de la demanda, así que el objeto que responde a la necesidad ya no es el lugar en el
que el sujeto busca la satisfacción, y aunque en apariencia se dirija allí a buscarla
se encontrará con el sinsentido que se le presenta por no lograr lo que suponía.
Hay algo que persevera como falta, algo que supera lo que el organismo aceptaría a
ciegas; esa es justamente la consecuencia de que ese sujeto sea un ser hablante, es
decir, un sujeto que por estar inmerso en el lenguaje, más que a la necesidad, se ve
enfrentado a los imperativos de la demanda de ese Otro que no cesa de insistir. Es de
esta manera como, por ejemplo en lo que concierne a la violencia y la articulación
del sujeto a situaciones como la guerra, lo que está en juego no es la satisfacción
de una necesidad, razón por la cual la pobreza o la falta de condiciones mínimas
125
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
para suplir las necesidades no sería el motor de la violencia, por más conveniente
que fuese para las clases altas en tanto con esta lógica ellas quedarían exentas de
la condición violenta, siendo la fórmula entonces pobres=violentos y malévolos
vs ricos=bondadosos y pacíficos. Pues bien, definitivamente no se trata de eso. El
sujeto se ve forzado a ir más allá de la satisfacción de la necesidad, es decir, está
implicado siempre en un más allá del principio del placer.
Ahora, debemos considerar entonces en qué medida eso que Lacan denomina otra
satisfacción tiene que ver con la agresión que emerge ante la falta de reconocimiento.
Pues bien, Lacan llamó reconocimiento a la satisfacción que se sostiene propiamente en el
lenguaje, era uno de los nombres de la otra satisfacción (Miller, 2008; p. 200). La trampa
del reconocimiento es que se rige por el imperativo de la demanda del Otro: debes
ser reconocido; claro está, esto no resuelve el cómo se busca dicho reconocimiento,
pero lo que sí es claro es que se busca en el lenguaje y por tanto se busca en el lazo
social. Así, ese deseo de reconocimiento invoca al otro. La cuestión es que “el ins-
tinto de muerte es simbólico, en la medida que el reconocimiento y la satisfacción
no se realizaron” (Miller, 2008; p. 202); así que ese deseo insiste como respuesta a
la demanda del Otro: debes ser reconocido. Se busca ser reconocido por el Otro y
esto lleva a tener que transgredir la necesidad, sobrepasar el límite del placer, pero
además puede implicar también una transgresión que lleve al aniquilamiento del
otro para acercarse cada vez más al reconocimiento, algo como si fuese a través del
otro como el Otro otorgara el reconocimiento, así que de no ser conseguido a través
del lenguaje, puesto que ese otro debe devolver el mensaje de reconocimiento con
palabras, se puede hacer necesario – hay que considerar la historia de cada sujeto, y
no aplicaría para todos– desaparecer, borrar a ese extranjero que niega el reconoci-
miento y por tanto distancia la realización de la satisfacción de eso simbólico, de esa
otra satisfacción que sería el reconocimiento. Lógicamente es importante recordar
que el reconocimiento es sólo uno de los nombres de esa otra satisfacción, así que
no es la única vía, pero consideramos que para el caso de la violencia y el goce que
está implicado en ello, esta satisfacción es primordial; un deseo de reconocimiento
que transgrede a través de lo simbólico el límite que los valores que dirían cuál es
el Bienestar (con mayúscula) señalan, es decir, que no coincide con la esperanza
de la perfecta organización y domesticación de las pulsiones en la que no habría
tensión alguna en el lazo social.
No aspiramos con lo expuesto aclarar la cuestión del sujeto en relación con el goce
puesto en la violencia, la guerra, la agresión o la muerte; se trata sólo de una hipótesis
que se espera sirva para pensar lo que implica el equívoco de eximir totalmente al
sujeto de la responsabilidad en torno a la satisfacción que encuentra en ese lado
del displacer, tanto el propio como el que en ocasiones pone en el otro.
126
El Estado, el sujeto y la otra satisfacción
Referencias
– Castells, Manuel. (1974). El fenómeno urbano. En: La cuestión urbana. México:
Ed. Siglo XXI.
– Castro, Clemencia. (2002). Investiduras, destrozos y cicatrices o del cuerpo en la
guerra. En: Desde el Jardín de Freud, No. 2, pp. 38 a 45. Bogotá: Ed. Universidad
Nacional.
– Elías, Norbert. (1989). El proceso de la civilización. México: Fondo de Cultura
Económica.
– Freud, Sigmund. (1915). De guerra y muerte: Temas de actualidad. En: Obras
completas. Volumen XIV. Buenos Aires: Amorrotu Ediores. 1991.
– ________. (1919). Lo ominoso. En: Obras completas. Volumen XIV. Buenos
Aires: Amorrotu Ediores. 1991.
– Freud, Sigmund. (1930). El malestar en la cultura. En: Obras completas. Volumen
XXI. Buenos Aires: Amorrortu Editores. 1991.
– Guzmán, Álvaro. (2003). Delito y violencia: Nación, región y ciudad. En: Cuatro en-
sayos de coyuntura: Valle y Cauca a finales del siglo XX. Cali: CEREC-UNIVALLE.
– Hanna, Arendt. (1972). Crisis de la república. Madrid: Ed. Taurus.
– Lacan, Jacques. (1954-55). El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica.
El Seminario, libro 2. Buenos Aires: Editorial Paidós. 2001.
– ________. (1972-73). Aun. El Seminario, libro 20. Buenos Aires: Editorial
Paidós. 2004.
– Miller, Jacques-Alain. (2008). El Partenaire-Síntoma. Buenos Aires: Editorial
Paidós.
– Riaño, Pilar. (2000). La memoria viva de las muertes: Lugares e identidades juveniles
en Medellín. En: Revista Análisis Político; No. 41. Bogotá: Universidad Nacional.
– Simmel, George. (1986). Sociología. Estudios sobre las formas de socialización.
España: Alianza Editorial.
– Soler, C. (2007). ¿Qué se espera del psicoanálisis y del psicoanalista? Buenos Aires:
Editorial Letra Viva.
– Tilly, C. (1995). Violencia incitada por el Estado. En: Boletín socioeconómico; No.
29. Cali: Cidse, Universidad del Valle.
127
Segundo conversatorio.
Una aproximación psicoanalítica
al amor en tres actos:
Freud, Lacan y Allouch.
Algunos argumentos sobre el amor
Lacan en Jean Allouch
(Resumen ad hoc)
Javier Navarro*
Para comprender en el título de estos argumentos a qué se refiere Jean Allouch con
el amor Lacan, hay que pensar éste como una nueva figura propuesta por él, que
vendría tras la serie de otras más conocidas e investigadas: el amor platónico, el
amor divino, el amor cortés, el amor puro, el amor romántico, el amor regencia, el
amor griego (“que no se atreve a decir su nombre”), el amor loco, el amor carnal,
el amor sexual, el amor cabrón (amour vache de los franceses)...
Lacan no lo denominó así, con su nombre. Allouch lo propone como amor Lacan,
para nominarlo mientras interroga la incidencia del objeto a sobre el amor.
129
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Se trata de un amor narcisista, sin el sentido peyorativo con que se acostumbra unir
los dos términos. Hay aquí la posibilidad de un encuentro entre Lacan y Foucault
a través de Allouch: “El amor narcisista se presenta en Lacan como uno de los ses-
gos posibles por medio de los cuales un sujeto se ocupa del cuidado de sí, es decir,
de su ser, de su identidad (identicus: semejante a). Con el odio y la ignorancia, el
amor (inscrito, pues, en un ternario) es situado por Lacan como “pasión del ser”.
Su registro es ontológico o, si se prefiere, identitario”. Así, se puede afirmar que
el cuestionamiento del propio ser es más radical si proviene del amor que de la
sexualidad.
Freud mismo se dio cuenta de que el complejo de Edipo sería pura tontería si no
planteara la necesidad de un amor inconsciente. Lo mismo para el pretendido funda-
mento homosexual de la paranoia. Pero cae en la cuenta de que hablar de afectos
inconscientes es contradictorio, y para resolver el asunto termina diciendo que el
“amor es un proceso de evacuación”.
Allouch, siguiendo a Lacan en esto, pone en relación el amor y el saber. “El que
ama lo sabe”. Eso se sabe y no solamente del lado del amado. Dicho así, en tercera
persona, única manera de expresarlo, porque al decirlo en primera persona (yo lo,
la amo) falta un cierre que anude, que termine el círculo y sólo lo hace el “Ella
(él) lo (la) ama”. “Ni el amante ni el amado están en condiciones de decir el amor.
Solo lo puede un rumor”.
Para poder establecer una relación entre el amor y la sexualidad, Freud recurre
al “proceso de evacuación”. Sin embargo, en la moral occidental actual hay una
tendencia a separarlos. Incluso, pensadores tan respetables como Foucault, hacen
de la sexualidad una experiencia autorreferencial, no ligada con nada.
130
Algunos argumentos sobre “el amor Lacan” en Jean Allouch
El amor que surge en las escuelas de psicoanálisis ¿es compatible con la propuesta
de final de análisis llamada por Lacan la passe (el pase, la pasada)? ¿Patinó Lacan al
proponer el amor en la escuela? ¿Qué verdad sacar de este deslizamiento lacaniano?
Jacques Lacan
(De 73 años, el 30 de marzo de 1974, en la Scuola freudiana)
Spring
En alemán existen dos palabras para referirse al amor: Verliebtheit (enamoramiento,
amor-pasión), que se define como un sentimiento intenso de inclinación hacia otra
persona (una traga, diríamos en colombiano, a lo que se agrega “maluca” cuando
no es correspondida); mientras que Liebe (amor) debe entenderse como una fuer-
te inclinación de un ser humano por otros seres humanos es un sentimiento más
abstracto, quizá más “espiritual”, más “puro”, menos pasional.
A esta Verliebtheit se refiere Allouch cuando dice que el amor ha sido considerado
en el psicoanálisis como molesto, engorroso, embarazoso, lo mismo que la transfe-
rencia que al mismo tiempo que permitía el análisis obstaculizaba la simbolización.
Pero, ¿puede ser Eros “medio de la acción psicoanalítica”? Allouch afirma que, al
menos una vez, Lacan no lo admite. Y se pregunta si no hay algo ingenuo allí para
el psicoanalista.
131
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
lidad, Lacan llega proponer que el amor es un impasse, un callejón sin salida, un
punto muerto.
Pero, precisamente, este fue el gran tema de investigación de Lacan, aunque mante-
nido oculto, entre sombras, no fuera a ser que se descubriera en él, el mismo interés
de Georges Bataille por el asunto, interés que tanto preocupaba y avergonzaba a la
familia de Lacan (Allouch hace eco aquí de Phillipe Sollers).
Pero, ¿es el amor sexual, aunque sea parcialmente como todos creemos ahora,
aceptando lo que decía Freud? El registro onto-identitario del amor nos permite
comprender por qué Lacan contradice a Freud: el amor no es sexual, como lo
confirma el amor cortes, la fin’amor, como se decía en occitano (amor verdadero, puro).
Reaparece el amor en los últimos seminarios de Lacan pero como fracaso: fracaso
del inconsciente en el título del seminario “L’insu que sait de l’une-bévue s’aile á
mourre”. (“L’insu que sait” suena igual a “l’insuccés”, el fracaso). Un fracaso molesto
“cuya causa es un no sé qué y sus efectos espantosos” (Pascal, citado por Allouch).
Allouch destaca que el amor ha atravesado toda la obra de Lacan, desde el nom-
bre que éste puso a su paciente en su tesis de grado (leáse de Allouch Marguerite,
Lacan la llamaba Aimée, Editorial Epeele), pasando por el Seminario VIII, donde
pensando sobre la transferencia, comenta El Banquete de Platón, habiendo ya dicho
mucho sobre el amor cortés en el seminario anterior sobre la ética del psicoanálisis,
hasta proponer más reflexiones en los seminarios XVII y XX y algunas menciones
aisladas aquí y allá.
¿Es el amor algo positivo y la “capacidad de amar” lo que se debe restituir al final
del análisis? ¿No? ¿Entonces? ¿Nada de ilusiones en cuanto a la existencia del Otro?
132
Algunos argumentos sobre “el amor Lacan” en Jean Allouch
L’amour c’est donner ce qu’on n’a pas à quelqu’un qui n’en veut pas. “El amor es
dar lo que no se tiene a alguien que no quiere eso”9.
Para poder seguir adelante con su investigación sobre el amor, Allouch señala que
es necesario atender a las nuevas formulaciones de Lacan sobre el significante y el
signo, lo que implica también una variación sobre lo simbólico. El significante se
define ahora por representar al sujeto para otro significante y el signo como lo que
representa algo para alguien.
Ahora se propone que se desea con el significante y se ama con signos. El amor
es como un lenguaje de sordomudos. ¿Hacer el amor (en el sentido ya antiguo de
cortejar) no es nada distinto que escribir cartas, letras gracias a las cuales el amado
será efectivamente afectado (la huella de una lágrima, una traza de lápiz labial, un
mechón de pelo aparecen como signos ellos también: Bienvenidos).
La connaturalidad del amor con el signo, dice Allouch, permite entrever por qué
el lacanismo (incluido Lacan mismo) enfatiza (y hasta hace una bandera de ello: se
excluye a Lacan) el significante, el deseo, el goce, mientras que el amor sigue fuera
del campo de los cuestionamientos. Nos las arreglamos mal con aquello que no se
deja reducir por la interpretación. No porque dejemos de hablar sobre él, el amor
desapararece o deja de decir su última palabra. Reaparece en la constitución de
los grupos analíticos, verdaderos exutorios de amores de transferencia no resueltos
o eternos.
9 Fuente para la frase completa: Seminario 12: Problemas cruciales para el psicoanálisis, clase 12, marzo
17 de 1965; Seminario 8: La transferencia, 1960-1961 (passim, para la primera parte de la frase).
133
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Delinear el amor Lacan se muestra como una apuesta sobre la posibilidad de una prác-
tica analítica no infeudada en el grupo analítico. En otros términos, la posibilidad que se
prosigue en la experiencia hasta ese punto que Lacan calificó como ‘passe’.
Quien quiera ver por dónde van estas investigaciones sobre el amor Lacan, puede
acudir al resumen del seminario dictado por Allouch en Buenos Aires los días 31
de octubre, 1 y 2 de noviembre de 2008, publicado en el número 25 de la revista
Acheronta, con el título El amor Lacan en tiempos de la no-relación sexual, de intención
apenas aproximativa (como este resumen ad hoc de algunos argumentos).
http://www.acheronta.org/
Para los argumentos que aquí hemos utilizado y más bibliografía de Allouch ir a:
http://www.jeanallouch.com/rubrique/8/articles.html
Referencias
Indicada por J. A.
134
Algunos argumentos sobre “el amor Lacan” en Jean Allouch
– Marsile Ficin. (1956). Commentaire sur le Banquet de Platon, Paris, Belles lettres
(2° éd. 1978).
– Pierre Hadot, Plotin ou la simplicité du regard, París, Gallimard, Folio essais, 1997.
– René Nelli. (1974). L’Érotique des troubadours, t. I & II, Paris, Union Générale
d’édition, 10/18.
– Blaise Pascal. (1996). Discurso sobre las pasiones del amor. En Pensamientos.
México: Ed. Porrúa, pp.347-356.
135
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
136
Primer acto: el amor en Freud
Johnny Orejuela*
Andrea Ocampo**
El amor como experiencia humana ha sido objeto de estudio desde múltiples lati-
tudes al interior de la ciencia, desde la biología hasta la antropología pasando por
la sociología, la historia, la psicología y por supuesto el psicoanálisis, perspectiva en
la cual nos concentraremos, desde aquí se ha intentado ofertar una teoría explica-
tiva del hecho amoroso. Pero la ciencia no ha sido la única institución, ni el único
tipo de saber que ha intentado acuñar una teoría explicativa sobre la experiencia
amorosa, la poesía, la filosofía e incluso la religión han aportado también múltiples
versiones explicativas en un intento por asir un amor que por definición es además
de indomable, siempre problemático.
En este particular caso abordaremos las explicaciones aportadas por Freud respecto
del amor tanto del de pareja como el de transferencia, los que comparten algunos
elementos comunes y otros no, por supuesto. Intentaremos pues caracterizar en sus
rasgos más sobresalientes la propuesta freudiana respecto de la experiencia humana
más inspiradora y más inasible: el amor erótico.
137
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
constituyo una teoría del amor heredando de Freud la preocupación por el escla-
recimiento del estatuto del amor de transferencia en la experiencia del análisis y
afilando la perspectiva sobre el amor de pareja y sus impasses estructurales. Así, la
dupla Freud-Lacan constituirán en su conjunto no idénticas pero si complemen-
tarias teorías del amor, cada uno apelando al arsenal conceptual que por si mismo
instituyo y que podemos sintetizar de la siguiente manera: la teoría del amor en
Freud coloca por primera vez en la historia el deseo sexual, el erotismo como el
punto nuclear de las relaciones entre hombres y mujeres; por su parte Lacan, sin
descuidar a Freud va a ser un desplazamiento mayor y va a colocar en el centro de
la relación amorosa el énfasis en la experiencia del goce, como lo que anuda a los
partenaires y guía la lógica de la vida amorosa cifrando a ambos la experiencia en
el inconsciente, pero Freud acentuando la dimensión fantasmagórica, articulándola
al complejo de Edipo y Lacan articulándola a la estructura del lenguaje.
Tres elementos son fundamentales para entender la teoría del amor en Freud: la
presencia indiscutible del deseo sexual, la referencia al complejo de Edipo como
matriz estructural y determinante inconsciente de las condiciones de elección de
pareja; y una verdad apabullante por desconcertante, pero incontestable, la veta
narcisistica del amor en Freud. Veamos.
138
Primer acto: el amor en Freud
La comprensión del enclave edipico va a marcar otra cualidad del amor freudiano: la
fantasmagórica, es decir, que la elección de objeto esta en estricta correspondencia
con un fantasma, con la fantasía primordial – mi papa me pega, mi papa me ama– , es
decir, que la elección de objeto se fundamenta en un deseo primordial inconsciente.
Freud (1912) lo demarca así: “recordaremos, ante todo, que la acción conjunta de
la disposición congénita y las influencias experimentadas durante los años infantiles
determina, en cada individuo, la modalidad especial de su vida erótica, fijando los
fines de la misma, las condiciones que el sujeto habrá de exigir en ella y los instin-
tos (pulsión) que en ella se habrá de satisfacer”. Tres elementos mas que subrayar
alrededor de esta cita: el carácter particular individual de la modalidad especial de
la vida erótica escogida, es decir, la imposibilidad de universalización del deseo, que
139
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
140
Primer acto: el amor en Freud
fundamentales, aunque no, desde luego regulares. El pleno amor de objeto según el
tipo del apuntalamiento es en verdad característico del hombre (…con el desarrollo
puberal, por la conformación de los órganos sexuales femeninos hasta entonces
latentes, parece sobrevenirle un acrecimiento del narcisismo originaria...) … tales
mujeres solo se aman en rigor, así mismas, con intensidad pareja al hombre que
las ama” (Freud, 1915), pero quizás advirtiendo las posibles mal interpretaciones
de su palabra no deja de aclarar: “nada mas lejos de mi, en esta pintura de la vida
amorosa femenina, que la tendencia a menospreciar a la mujer” (Freud, 1915).
De otro lado, Freud no va a dejar de señalar los impases con los que se enfrenta el
hombre en la organización de su vida amorosa consecuencia del clivaje dejado como
marca del Edipo, que hacen que el hombre se enfrente al dilema de la elección del
objeto dividiéndose entre la corriente de la ternura y la corriente del deseo. Así
Freud explica que por la interdicción del padre en relación a la madre el niño queda
marcado por una división subjetiva en la que la neurosis va a jugar como defensa,
pues “el amor edipico supone, entonces, un trabajo de sustracción y de represión
de la metas pulsionales” (Silvia Ons, 2008) a este particular respecto Soler ( 2004)
nos advierte que “no se debe confundir neurosis con división del mismo modo que
no se puede confundir no hay relación sexual con degradación de la vida sexual” y
que los textos de Freud sobre la degradación no nos muestran tanto la división del
sujeto como la manera en la que el sujeto intenta arreglárselas con la Spaltung, es
decir, que la degradación es una manera de responder a esto en el sentido que al
parecer la única manera de alcanzar algo de la felicidad en el amor es degradando
a la mujer, es decir, superando a la interdicción por la vía de tratarla como a “una
cualquiera”, condición sin el cual el hombre no podría acceder a un mínimo de
goce sexual.
En otro sentido, los textos sobre contribuciones a una psicología de la vida amorosa
o mejor aun de la vida erótica, al parecer en opinión de Miller (1988) muestran un
asunto estructuralmente más importante, a saber: cuales son las condiciones para
el amor, para que tenga lugar la experiencia del amor. Es decir, los textos freudia-
nos están en la dirección de ilustrarnos como el amor no es sin condiciones –ya lo
habíamos dicho–, y como la única posibilidad de alcanzar la mínima felicidad en la
vida amorosa es si un hombre elige de acuerdo con las condiciones que en corres-
pondencia con su historia habitan fantasmaticamente en el como herencia edipica.
Pero Miller (1988) va más allá aun: “sin desarrollar esta vertiente, se pude decir que
Freud ha sido, en la psicología de la vida amorosa, un Levi Strauss de la vida amorosa,
ya que presenta la estructura elemental de dicha vida y muestra que el amor obedece
también a reglas. Es lo que el llama las “condiciones de amor””, es decir, en clave
levistrosiana Freud nos indica efectivamente sobre la existencia de las condiciones
141
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
de goce que se imponen a la hora de elegir el objeto de amor. Lo que nos indica de
nuevo la dimensión de particularidad en la dimensión, pues nos muestra las reglas
sociales de la elección del partenaire evidenciando lo eminentemente humano en
la sexualidad: no todo los partenaires son igualmente susceptibles de ser tomados
en consideración como objeto de deseo, solo pueden serlo algunos aquellos que
cumplan con las condiciones fantasmaticamente inscritas desde el Edipo. “Esto se
constituye en la matriz del conflicto amoroso-erótico” (Miller, 1988).
Con Freud entendemos que no hay salida fácil en el amor, es mas hay quienes no
dudan en decir que el la teoría del amor freudiano haya nada positivo, que Freud
no dijo nada bueno sobre amor y que no evidencia sino la veta dramática de la
experiencia amorosa: inconsciencia, narcisismo, insatisfacción, división, maso-
quismo, repetición, etc., además que entre el amor y el dolor hay una relación de
continuidad inevitable, resaltando que nadie esta mas expuesto al dolor que cuando
esta enamorado, y si bien esto es cierto, no lo es todo, pues afortunadamente con
Lacan vamos a advertir la veta positiva del amor: hace lazo social.
142
Primer acto: el amor en Freud
Referencias
– Allouch, J. (1996). Erótica del duelo en tiempos de la muerta seca. Buenos Aires.
Edelp.
– ________. (2008). El amor Lacan. En: Imago Agenda. N° 118, Segunda época.
Año XXVII. Buenos Aires, Argentina: Letra Viva Libros. Traducción del francés:
Norma Gentili. Revisión de la traducción: Pablo Peusner.
– Freud, S. (1915). Tres ensayos para una teoría sexual. En: Obras completas. Biblio-
teca Nueva.
– Miller, J. (1988). Una charla sobre el amor. En: Introducción al método psicoanalítico.
Buenos Aires: Paidós.
– ________. (1988). Más allá de la condición del amor. En: Introducción al método
psicoanalítico. Buenos Aires: Paidós.
– Torres, M. (2008). Lo irreductible y el amor como fracaso del destino. En: Enlaces:
Psicoanálisis y cultura. Año 10. No. 13.
143
Segundo acto: el amor en Lacan 10
Johnny Orejuela*
10. Advertimos que el presente escrito es la síntesis de una presentación hecha en el marco de los
conversatorios preseminario, desarrollados ante un público mayoritariamente de estudiantes de
psicología, no experto en Lacan, cuyo propósito era invitar al seminario, motivar respecto de su
lectura; razón por la cual su fin es estrictamente introductorio e ilustrativo.
* Docente investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad de San Buenaventura, Cali.
Psicólogo, psicoanalista, magíster en Sociología de la Universidad del Valle. Miembro del colecti-
vo Canal. Email: johnnyorejuela@hotmail.com
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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Segundo acto: el amor en Lacan
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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Segundo acto: el amor en Lacan
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
En la medida que un síntoma no es solo una formación mórbida sino un nudo que da
consistencia a la existencia de un sujeto podemos entender entonces que la pareja
pude constituirse en un síntoma, en el sentido de que puede no ser algo de lo que
un sujeto se queja sino también algo con lo que el sujeto se satisface, por supuesto
si domina más la dimensión significante que la dimensión signo del síntoma (Nasio,
1982). Es decir, el síntoma no es solo un modo de hablar, de cifrar, sino que es un
modo de satisfacerse también, un modo de gozar (Braunstein, 2005).
150
Segundo acto: el amor en Lacan
Con Lacan se comprende que el orden del goce en la mujer es distinto del hombre
quien está gobernado por el falo, incluso estorbado por él, el goce masculino está
dominado por el falo mientras que el goce femenino al no estar dominado por el
falo es un goce otro, ilimitado. Esta dimensión de no limite hace que el goce en la
mujer sea enigmático y por tal manera puede ser satisfecho con o sin un hombre,
por eso Lacan no dice que el hombre sea un síntoma para la mujer sino que dice
que el hombre para una mujer es una aflicción y un estrago. Aflicción en el sentido
de que le implica a la mujer un cierto sufrimiento al cual la mujer le puede colocar
nombre. La aflicción es un dolor con referentes significantes, es decir, un dolor que
es susceptible de ser pasado por la palabra, eso de lo que se quejan constantemente
las mujeres respecto de los hombres y que tienen más o menos claro qué y por qué
es. El estrago por su lado es un dolor que se produce cuando faltan referencias, un
dolor sin referencia alguna, razón por la cual al ser la mujer quien tiene un goce otro
y este ser un goce al que le faltan referencias es un goce entonces que deja como
saldo el estrago, un goce al que no se le sabe cuál es el límite, al que uno se pregunta
no solo donde empieza sino donde termina, la imposibilidad de su localización y de
su límite está cifrado en que es un goce que no pasa por la palabra.
La dimensión de estrago del hombre para la mujer implica que este produce un
goce placentero y a la vez angustiante para ella (Soler, 2007). Esto se debe quizás
a que mientras la lógica masculina es de tenerlas a todas, la lógica femenina es de
tenerlo todo, pero solo a él. Esta desalineación trae como efecto en la mujer un
temor constante, una angustia por la posibilidad de ser abandonada. Si a un hombre
lo que le preocupa es mostrar su potencia fálica y lo que teme es la impotencia una
mujer hace una apuesta radical por el amor y lo que teme es ser abandonada (Nasio,
2004), este desencuentro es el determinante de la experiencia de estrago para una
mujer, se satisface con un hombre, pero siempre teme que la abandone, por eso no
quiere ser solo la única sino la ultima; como si así no tuviese que experimentar el
dolor de un estrago. La exigencia de un amor único en la mujer no es la exigencia
de goce, sino la exigencia de dar un encuadre del goce, una mujer no exige que la
pongan o le permitan gozar, lo que exige es que le permitan simbolizar la dimensión
angustiante del goce otro que le es propio. La exigencia del amor único de la mujer
es para reducir el efecto de angustia que produce el hombre que está siempre presto
a marcharse tras otra y es aquí precisamente donde el amor fracasa, pues ni ella
151
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
sabe decir lo que teme y él decir lo que desea, ni ambos reconocen que lo que los
domina es un real de castración al que se oponen infatigable pero infructuosamente.
Referencias
– Allouch, J. (1996). Erótica del duelo en tiempos de la muerta seca. Buenos Aires:
Edelp.
– ________. (2008). El amor Lacan. En: Imago Agenda. N° 118, Buenos Aires,
Argentina: Letra Viva Libros.
152
Segundo acto: el amor en Lacan
– Nasio, Juan D. (1982). Cinco conferencias sobre Lacan. Santiago del Cali: Uni-
versidad del Valle. Inédito.
– Soler, Collette. (2007). Qué se espera del psicoanálisis y del psicoanalista. Buenos
Aires: Letra Viva.
– Torres, M. (2008). Lo irreductible y el amor como fracaso del destino. En: Enlaces:
Psicoanálisis y cultura. Año 10. No. 13.
153
Tercer acto:
el amor Lacan de Jean Allouch
Vanessa Salazar*
Bien. Para empezar se contextualizará un poco sobre el autor, Jean Allouch, quien
hace el planteamiento del amor Lacan. Es un psicoanalista francés, alumno de
Jacques Lacan en sus seminarios, miembro de la Escuela Freudiana de París, y
actualmente miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis. Algunas de sus
publicaciones más reconocidas son: Letra por letra, Freud y después Lacan, El sexo
del amo, ¿Hola… Lacan?, Erótica del duelo en tiempos de la muerte seca.
Para entrar en el tema del amor, Allouch antes de hablar del amor Lacan men-
ciona los varios tipos de amores existentes en la historia, y además advierte que
Lacan no solo los reconoce sino que además retoma a lo largo de su trabajo en los
Seminarios, a saber: el amor romántico, el amor narcisista, el amor caballeresco,
el amor platónico, el amor pascal, el amor al prójimo, el amor extático, el amor
fraternal (Filos), el amor a Dios (Ágape), el amor sexual (Eros), entre otros. Lacan
recorre detenidamente cada uno de estos amores, pero ninguno es aceptado por él.
Los retoma para posteriormente descartarlos, puesto que ninguno responde a las
preguntas que se ha hecho sobre qué ocurre con el amor en la transferencia y qué
pasa con el amor en el análisis. Dos preguntas bastante complejas. Y a pesar de su
* Psicóloga egresada de la Facultad de Psicología de la Universidad de San Buenaventura, Cali.
Miembro del colectivo Canal. Email: vanessasalazar22@hotmail.com
155
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Para Lacan el amor en el análisis es una experiencia dentro de otra experiencia, dice
Allouch, tomando el análisis como una experiencia al igual que el amor. Esto es
lo inédito, lo original, el “invento” de Lacan: el hallar el amor dentro del análisis
como parte de él, puesto que el analizante siempre tiene una demanda, en este
caso dirigida al analista y “toda demanda es demanda de amor”. Hay una espera
que le da sentido a la experiencia analítica; el sujeto está a la expectativa de que el
analista lo cure. Cuando esta espera de que el analista responda culmina, se agota,
llega el fin del análisis, se entiende.
Lacan inventó una figura inédita del amor, susceptible de arrojar un rayo de luz sobre
el amor indomable. La indomabilidad es una característica del amor, dice Allouch.
Ahora imaginemos, nos dice Allouch, a Lacan como inventor en esta desagradable
postura: ¿Qué hacer con lo que inventé? Este es el punto de partida del ejercicio de
ficción en el que nos propone le sigamos.
El Lacan ficcionado por Allouch se pregunta: ¿Qué hacer con el amor de trans-
ferencia, cómo considerarlo, cómo conducirlo a su fin? Hace limpieza: nada de lo
dicho sobre el amor responde a lo que pasa con el amor en la transferencia, en el
análisis. Lacan se encuentra frente a un impasse, está en un aprieto al que Allouch
le ficciona tres salidas posibles, pero impracticables, para explicar lo inédito de su
comprensión del amor, de lo que él llama el amor Lacan.
La primera. Lacan renuncia a una explicación teórica sobre el amor. Allouch nos
va a decir además que él considera que Lacan no fue un teórico, o por lo menos no
uno que desarrolló su pensamiento sistemáticamente como lo suelen desarrollar
los teóricos convencionales, ortodoxos.
Recurre inicialmente a los mitos, a los poetas, a los pintores, para obtener un
acercamiento al amor. Para teorizar el amor es necesario elegir algún tipo de amor,
por lo cual deja de un lado el amor físico y privilegia el amor místico, aquel que no
se ha dado, que tiene una condición inexplicable. Lacan obtiene una apreciación
inédita sobre el amor. Toma un amor lejano a sus alumnos porque no quiere caer en
la tentación de elaborar una teoría sobre el amor que sea una promesa más sobre el
amor y sus “virtudes” a quienes se recuestan en un diván. Quiere ser más prudente
que Freud. Investiga tratando de no dejar evidencia.
La segunda. Después de que Freud hace un uso discreto del deseo, Lacan coloca
fuertemente el deseo por delante. Algunos de los enunciados lacanianos permiten
156
Tercer Acto: “el amor Lacan” de Jean Allouch
Aun así, a pesar de que Lacan no define el amor en sus escritos, es indudable que
éste atraviesa toda su obra. Pero lo hizo como Pulgarcito, “dejando tras de sí las
pistas, sin acentuar el trazo”, para no comprometerse, como ya lo ha dicho. Lacan
renuncia a decir algo explícitamente sobre un asunto en el que hay saturación de
opiniones positivas y esperanzadoras pero distorsionadas, en su opinión.
157
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
una figura del amor inédita. Y aquí mi caso y mi libertad se agravan: nombro esta
figura con su nombre, la llamo ‘el amor Lacan’.
Allouch nos dice sobre el amor, entonces, que fracasa en el intento de hacerse Uno.
Es una experiencia, y en tanto tal es singular. Cada uno la padece a su manera. Esa
idea del amor que unifica es una idea muy antigua, “nunca en el amor, dos personas
se convierten en una”. El amor es indomable, es algo que se sale de las manos, algo
sobre lo que el sujeto no tiene poder absoluto. La experiencia del amor lleva ligada
a sí la experiencia del duelo (pérdida de un trozo de sí que deja huella), incluso el
amor de transferencia. Para comprender el amor viene bien usar el artefacto del
“objeto a”, otra arista de lo inédito del amor Lacan.
Entonces, con Freud podríamos pensar que hay lugar a algo llamado “amor de
transferencia”; pero con Lacan, que “la transferencia no es el amor” (Gallo, H.)
Jean Allouch nos viene a decir que una arista de lo inédito de la propuesta laca-
niana es pensar el amor de transferencia, considerar que hay un amor nuevo, un
amor del que antes no se había hablado, y es el “amor de transferencia”, amor no
como relación interpersonal, sino “amor como demanda”, como “espera”; “– toda
demanda es demanda de amor– ” y se espera que se nos dé lo que el otro no tiene.
Esa es la definición paradojal de Lacan que muestra la asimetría en le amor y la
imposibilidad de la relación sexual perfecta, la no reciprocidad entre los sexos.
Lo inédito de Lacan es decir que “amar es esperar”. No “dar” sino “querer dar”, y en
ese “sentido no es recibir”, sino “esperar”. Un amor que es esperanza, una esperanza
que en tanto ideal duele, hace doler. De ahí que siempre estén apareados, aparejados
el amor y el dolor. Aunque se diga que “ahora nadie se muere de amor”, el amor si
nos sigue doliendo, y mucho. Solo duele cuando se ama, y solo se tiene prueba de
amor si lo que se llegase a perder deja como saldo dolor. Ya nos había dicho Freud
que nadie está más expuesto al dolor que cuando está enamorado y es defraudado.
158
Tercer Acto: “el amor Lacan” de Jean Allouch
El amor en análisis también es un fracaso, en la medida en que hay una espera por
parte del analizante, la espera de que ese otro (el analista) que está ahí y al cual le
atribuye un saber me cure (SSS), que diga algo sobre mi ser. Lo que si estuvo bien
conducido como análisis nunca ocurre, ni lo curó, ni cedió a decir algo sobre él,
esa espera debe ser defraudada. De ahí que se afirme que la transferencia, en tanto
sostenida por la atribución de saber a un sujeto, es un “engaño” (lo que comparte
estructuralmente con el amor), un engaño necesario, pero que al final, como ilusión,
también debe caer. El analizante al final reconoce, después de todo, que quien se
curó fue él mismo por el efecto de la palabra (por supuesto sostenido por la trans-
ferencia, y por la presencia efectiva del cuerpo del analista), y por consentir con el
dispositivo y todo su entramado, con su exigencia de cumplimiento de la regla de
la libre asociación: “hablar de todo lo que se le ocurra sin censura”; por insistir y
consistir sesión tras sesión, para al final comenzar a existir como sujeto de deseo.
Al finalizar el análisis se presenta un momento donde surge un doble duelo por parte
del analizante. Por un lado, el duelo por la pérdida de “lo que un día fue y que ha
dejado de ser”, gracias al dispositivo. Y por otro lado, el duelo por la ruptura con el
analista que inevitablemente implica el hecho de llegar al final.
El fracaso del amor radica en la aspiración a “hacerse uno con el otro”, incluso con
el analista. “Seamos uno, no dos”, dicen los enamorados. Es la aspiración a fundirse
el uno en el otro hasta amalgamarse. Pero esta aspiración es irrealizable, pues “si el
lenguaje nos une, aliena; el cuerpo nos separa”, y al ser irreconciliable esta aspira-
ción usualmente no asumida, redunda en plus de goce, redunda en goce en plus.
159
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
su parte, enfatizó no el deseo sino el goce; mostró cómo el la experiencia del amor
esta signada por el goce.
Referencias
– Allouch, J. (1996). Erótica del duelo en tiempos de la muerta seca. Buenos Aires:
Edelp.
– ________. (2008). El amor Lacan. En: Imago Agenda. No. 118, Segunda época.
Año XXVII. Buenos Aires, Argentina: Letra Viva Libros. Traducción del francés:
Norma Gentili. Revisión de la traducción: Pablo Peusner.
– Torres, M. (2008). Lo irreductible y el amor como fracaso del destino. En: Enlaces:
Psicoanálisis y cultura. Año 10. No. 13.
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IV PARTE: ENTREVISTAS
* Entrevista realizada por Johnny Javier Orejuela. Texto establecido por Vanessa Salazar y Johnny
Javier Orejuela con la colaboración del colectivo CANAL. Abril 17 de 2009. Cali. Colombia
11. Canal (anagrama de LACAN) Colectivo de Análisis Lacaniano. www.colectivocanal.org
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Pues bien, como la anterior, muchas de sus respuestas fueron sorprendentes e in-
quietantes a la vez. Como siempre, faltó tiempo para preguntarle por muchos más
asuntos, pero quedamos satisfechos de haber tenido un encuentro cercano con
el doctor Allouch. Nos deja muchas enseñanzas y desafíos en la formación como
psicoanalistas y como colectivo de trabajo su invitación a pensar, a producir – y no
solo a reproducir– , a hacer escuela sin preocuparnos demasiado por la transmisión
como fin en sí misma. Es el saldo del fructífero encuentro con él. Agradecemos al
doctor Allouch haber aceptado nuestra invitación, y por supuesto, las respuestas
a nuestras preguntas.
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Entrevista a Jean Allouch
Jean Allouch (J.A): Mi lugar es París, mi casa principal, mi lugar de trabajo. París es
ardiente, es una caldera, hay allí posibilidades que no existen en ningún otro lugar
del mundo de trabajar a Lacan y otros. No hay tranquilidad, hay inquietudes. Es
un lugar donde hay mucha gente interesada en el psicoanálisis y muchas personas
que producen bastante alrededor de aquél. Es una situación inusual, es decir, en
ninguna otra parte en el mundo hay cosa similar.
165
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
yo diga. Lo que menos me interesa es lo que pase con lo que yo diga; yo aquí no estoy
en la posición de trasmitirle nada a nadie.
Lacan tiene un estilo tal que no permite dar un curso sobre él; Lacan habla de la
posición del profesor que es aquel que tiene siempre la respuesta. Eso no se puede
en psicoanálisis, no tiene cabida.
J.O.: Yo difiero un poco de la posición que usted tiene en relación con que un profesor
siempre tiene una respuesta y que esto no permite una trasmisión del psicoanálisis;
por el contrario, yo siento que cuando soy profesor y estoy en clase hablando de
algo, en cierto sentido lo que hago es que asocio, digamos entre comillas, libremente
(“asocio libremente”) alrededor de la teoría que estoy trasmitiendo respecto de
algún saber con relación al psicoanálisis, por ejemplo.
J.O.: Con relación a la condición de la espiritualidad usted dice que para el psi-
coanálisis una experiencia es espiritual en la medida en que es “una experiencia en
relación con la verdad”. ¿Qué más podría comentarnos sobre esto?
J.A.: ¡Eso es verdad! No tengo nada que agregar. Ahí está el libro; léanlo. Ya hay
un libro escrito. ¿Qué puedo decir al respecto?
John J. Gómez: Sí, profesor, pero es que los libros no cambian de opinión, usted sí,
Usted podría decir algo más sobre lo que ha dicho, usted podría tener una com-
prensión distinta hoy.
J.A.: No, la verdad, no tengo ninguna consideración distinta, simplemente lo que dije
ya está ahí, es un libro que podrían leer, ya está escrito ¡y hasta en español! (Risas).
J.O.: ¿Usted qué opina alrededor de esta nueva práctica sexual que se conoce como
“estilo de vida swinger”, el intercambio sexual de parejas?
J.A.: No sé de qué me está hablando, no puedo decir nada sobre una cosa que no
conozco. Recordemos que Lacan decía: “La clínica es lo que alguien dice en el diván”.
No necesitamos más, esa es la definición contundente de clínica de Lacan. Este es
el dispositivo privilegiado para poder desarrollar alguna teoría o algún comentario
respecto de las prácticas swinger que usted referencia. Ahora bien, el asunto de las
transformaciones de la sexualidad es un asunto interesante.
166
Entrevista a Jean Allouch
J.A.: Lacan trabajó solo. En los últimos años tenía dos alumnos matemáticos expertos
en topología a quienes les preguntaba ciertas cosas, pero Lacan decidió trabajar solo
y no dejó de pagar las consecuencias por ello. Por ejemplo, una consecuencia de esto
es que Lacan nunca tuvo la posibilidad de que alguien le contestara; rápidamente
se quedó sin alumnos, en el sentido de que sus primeros alumnos eran personas
que se asumían muy tranquilamente como unos escuchadores en el seminario de
Lacan, pero a Lacan pocos lo interpelaban, ninguno de sus alumnos lo acompañó
al ritmo que él impuso para desarrollar la teoría, y eligió trabajar solo pagando las
consecuencias de trabajar así, es decir, sin tener la posibilidad de que alguien lo
controvirtiera para a partir de allí rectificarse y avanzar.
Por ejemplo, Lacan pelea con Foucault a propósito de las Méninas; Foucault se
replegó, no le dio la pelea. Más bien quienes sí fueron brillantes en términos de
contestarle a Lacan fueron Gilles Deleuze y Félix Guattari, quienes plantean un
asunto polémico. Por supuesto, todo ese tipo de contestación está presente en un
texto como el Antiedipo.
167
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Foucault no quería leer a Lacan, no creía necesario hacer tantos esfuerzos para leer
a Lacan, en tanto Heidegger tuvo en sus manos Los Escritos de Lacan y rápidamente
dijo: “El psiquiatra necesita un psiquiatra” (risas).
J.O.: Usted dijo que el amor Lacan es un Almor. ¿Qué quiso decir usted exactamente?
J.A.: Sobre eso no voy a hablar en este momento porque ya hablaré en el seminario
de mañana. Sobre esto, además, estoy desarrollando mi último libro, de más o me-
nos unas seiscientas páginas. Ya se lo presenté a mi amigo y colega Guy Le Gaufey,
quien me hizo una crítica alrededor del texto; me dijo: “Tu libro es incontestable”.
Eso no quiere decir que sea una buena crítica en el sentido de que diga algo bueno
con respecto al libro… (Risas). El amor Lacan es lo inédito de Lacan. Él no podía
adelantarse diciendo “yo he inventado una nueva figura del amor”; eso era casi
prohibido. Él ha dibujado una figura del amor con pequeños rasgos, sin insistir, sin
decir las cosas de manera fuerte; y estoy construyendo esa nueva forma del amor
en Lacan. Él nunca pudo decir que había desarrollado una teoría del amor, incluso
es posible que supiera que desarrollaba una figura (no una teoría) del amor, pero
nunca se atrevió a decirlo, porque sabía las implicaciones que eso tenía, todo lo
escandaloso que sería para alguien o para el mundo psicoanalítico en la época de
Lacan si él hubiera dicho “yo tengo una figura del amor”.
Lacan consideraba que una buena forma o una manera de asumir el amor era tam-
bién asumir el amor en medio de la soledad. Decía que había que conservar algo
de la soledad en la medida en que uno también pudiera tener una experiencia de
amor; hay que conservar en algún sentido una cierta autonomía. Eso viene bien;
hay que conservar una dimensión de la soledad, pero una soledad que no implica
una condición de abandono, no es una soledad que se padezca, sino una soledad
que se puede asumir con cierta tranquilidad. La posibilidad de amar le deja al
amado su soledad, le ofrece su soledad. Mi soledad propicia ser amado y ser amado
propicia mi soledad. Es una situación un poco paradójica: el estar solo es lo que
permite que yo sea amado, pero el ser amado es lo que permite, también, que yo
pueda estar solo. Hay una soledad sin crisis, no identificada como una soledad que
no se opone a ser amado, más bien es una soledad con amor, una soledad en la cual
el amor y la soledad hacen dúo.
La alteridad no existe; nadie le puede dar reconocimiento al otro (lo que pensaba
Hegel), no hay reconocimiento del uno al otro. En las mujeres quizás sea más posible
un poco esto; ellas tienen un poco más de apertura que los hombres. La posición
del amor implica cierta feminidad; en cierto sentido la condición de un hombre
enamorado es un poco chistosa, porque lo pone como afeminado. También muchas
veces se ha dicho que al final de un análisis implica un poco terminar en la posición
168
Entrevista a Jean Allouch
J.O.: ¿Por qué a pesar de que usted dijo que “el psicoanálisis será foucaultiano o no
será más”, y además también dijo “siempre lo fue”, se hace más énfasis en la primera
parte que en la segunda?
J.A.: Sí, esa frase es muy conocida. Lo que quería decir es lo siguiente: fundamen-
talmente, el psicoanálisis y los psicoanalistas que siempre le han aportado al psi-
coanálisis algo importante eran foucaultianos en el sentido de que Foucault tenía
cierta angustia, tenía cierta inquietud personal que no lo dejaba estar tranquilo.
Todos tendrían que ser unos foucaultianos en el sentido de ser unos inquietos,
porque esa inquietud es la que permite la posibilidad de producción y del desarrollo
del psicoanálisis. Freud tuvo también esa condición al igual que Lacan; los grandes
psicoanalistas han sido, en ese sentido, como Foucault, gente inquieta, gente a
la que en su dimensión personal siempre había algo que les generaba una cierta
angustia, que la movilizaba en relación con el saber y que le había hecho producir
conocimiento.
169
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Que vayan a una escuela. El lugar de formación es la escuela, no hay otro lugar
para el psicoanálisis; si no hay escuela no hay posibilidad de formación. La mejor y
única forma de “trasmisión” en el psicoanálisis está en la escuela.
J.O.: Una de las críticas que generalmente se hacen al psicoanálisis gira alrededor
de la pertinencia y actualidad o no del uso del diván en el dispositivo analítico.
¿Qué opinión tiene usted respecto a esta crítica, sobre todo cuando usted ha dicho
que no tiene la cultura en el diván?
Significa que en un psicoanálisis pasan cosas que el sujeto no se imagina que pa-
sarían, se le ocurren cosas que de otra forma no se le ocurrían y eso tiene efectos;
por ejemplo, que a una mujer que no sabía cómo hacer con su esposo se le ocurra
que puede dejarlo y lo deja.
J.A.: Hay muchas maneras de formalizar las cosas… Lacan nunca constituyó un
sistema formalizado y totalmente coherente; en ese sentido no fue un teórico. Él
sí formalizó algunas cosas de sus enunciados en forma de matemas, pero eso no lo
hacía como un teórico en el sentido de alguien que estructura una teoría cerrada y
sistemáticamente establecida como un sistema coherente y limitado.
170
Entrevista a Jean Allouch
J.A.: Siempre las cuestiones políticas están en juego y es inevitable que el asunto
político esté presente. Entre otras cosas podría considerarse que el seminario de
mañana sobre el Psicoanálisis, el Amor y la Guerra es también político, también
es un acto político.
John J. Gómez.: ¿Cómo comprende usted el lugar de la escuela como un lugar donde
el saber se presenta de una manera diferente a como se presenta en la universidad?
J.A.: En la escuela hay dos dispositivos que son el cártel (condición de agrupación
para el estudio) y el pase. Son dispositivos diferentes a los que existen en la univer-
sidad, y son condiciones inherentes al desarrollo de la escuela. El pase, en algunas
instituciones “lacanianas”, se ha mantenido y en otras se ha quitado. Nosotros
(ELP: Ecole Lacanienne de Psychanalyse) en particular tenemos el dispositivo del
pase. En algunas escuelas se usa como un criterio de ingreso, pero considero que
esos son trucos para engañar a la gente.
171
Entrevista a Héctor Gallo
Manuel Alejandro Moreno
Aldemar Perdomo
173
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Héctor Gallo: Esto comenzó en un momento de la vida en donde todavía había una
idea en Colombia de lo que podía aportar a la formación de una persona la cuestión
autodidáctica. Ustedes aquí en Cali tuvieron a Zuleta, que era un autodidacta en
la relación con el saber y de alguna manera una de las primeras personas que habla
de Lacan aquí en Colombia, y a quien le debemos el intentar las relaciones Freud-
Marx y las relaciones con la literatura misma, es decir, articular el psicoanálisis, la
literatura y el marxismo. En Medellín teníamos a Antonio Restrepo, prácticamente
quien se ha encargado de publicar las cosas de Zuleta.
Bueno, todo eso es para decirles que mi relación con el psicoanálisis no comenzó
en la universidad, no comenzó con una persona a la que uno le atribuyera un saber
psicoanalítico, sino que comenzó fuera de la universidad. Yo ni siquiera estudiaba en
la universidad. A mí me pasa una cosa muy particular (y es el primer lugar donde
lo cuento públicamente): a mí me echaron del colegio más o menos en tercero de
bachillerato y me quedé once años sin estudiar, de los trece a los veinticuatro años
más o menos; es decir, sin estudiar en la academia.
A partir de ahí me puse a trabajar con un tío poniendo canoas en los techos, cosas
de latonería; me volví doblador de láminas de las canoas, aprendí esas cosas. Ahí
estuve más o menos unos cinco años, es decir, la adolescencia la pasé trabajando
con él. En algún momento mi mamá estaba yendo a unas cosas de teología, unos
cursos de teología bíblica en los que estaban estudiando a San Juan. Era un cura
174
Entrevista a Héctor Gallo
con el que estaban estudiando eso. Mi hermana también asistía; era algo que se
llamaba Fundación Almuerzo Navideño, una fundación de Medellín – no sé si
todavía existe– que hacía casas para personas de escasos recursos, que estaba al
servicio de la gente de escasos recursos. En el local de la fundación se reunían a
estudiar teología bíblica; se lo prestaron al señor que hacía eso.
Una vez yo fui y ese señor resultó que era un cura. Eso era una mezcla de lo que
hacen los gringos como método de ayuda, una especie de psicología social, una
especie de asunto social. Fue ahí donde escuché por primera vez la palabra Freud.
Lo de San Juan no digamos que era un gancho o un medio para hablar de Freud,
porque el cura era religioso; tenía periodos donde le daba por lo irreligioso y periodos
muy religiosos. Él no se había ordenado todavía, hablaba de Freud, método de ayuda
y San Juan. Así que teología bíblica y a su vez Freud, psicoanálisis y las pulsiones, y
al mismo tiempo ayuda social y samaritana. Allá asistían amas de casa, vendedores
ambulantes, gente muy del común, era un algo muy marginal. Asistían obreros,
gente que trabajaba en fábricas, gente que estaba sin trabajo, y a veces aparecían
de pronto estudiantes de bachillerato y alguien como yo que era un obrero, un
muchacho normal que trabajaba en un taller de esos de por ahí por Guayaquil. Ahí
fue donde escuche por primera vez la palabra Freud.
A estos espacios llegaba gente muy inteligente, y también gente que estaba en la
guerrilla, en la militancia urbana. Gente, por ejemplo, como León Zuleta, el fundador
del movimiento de liberación homosexual en Medellín y en Colombia. Él, uno de
líderes del movimiento de liberación homosexual, llegó ahí. Gente así, con todas
esas particularidades, fue llegando.
Ese cura después resultó ser un paranoico, un psicótico, pero un tipo brillante,
inteligente. Ahí llegaron varios psicóticos también, por ejemplo Jaime Burgos, el
primero con el que escribimos un libro cuando teníamos como veintiún años. A
él se le desencadenó la psicosis en París. Entonces, Jaime era psicótico, el cura era
psicótico y otros psicóticos que aparecieron en el camino (Risas).
Ahí empezamos a estudiar a Freud y al mismo tiempo las otras cosas. Eso era una
militancia, porque empezamos a hacer cursos en los barrios, especialmente en sa-
cristías y en espacios de las iglesias, en casas curales. Decíamos que íbamos hacer
algo de teología y de San Juan y estudiábamos era psicoanálisis, y cuando a él le
daba esa ventolera de lo religioso nos ponía a estudiar cosas religiosas, de teología
y nos llevaba a la iglesia y hacíamos meditaciones para espantar los malos espíritus
que nos estaban persiguiendo (Risas). Era un asunto bien particular, incluso porque
los estudios intensivos que hacíamos, de todo un día eran en los días que nadie
175
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Entonces, nos repartíamos en los barrios populares de Medellín. Era una banda de
muchachos estudiando psicoanálisis en esa época, más o menos haciendo con el
psicoanálisis lo que hacían las milicias populares. Digamos que en lugar de estar
politizando a la gente – porque ya en esa época encontrábamos en la comuna noro-
riental y en distintos lugares a personas y muchachos militantes– nosotros estábamos
estudiando el psicoanálisis. Muchachas y muchachos de quince, dieciséis, diecisiete
años, yo tenía quince ó dieciséis. En eso llegó Mario Elkin Ramírez, y se encontró
con el psicoanálisis y con nosotros que éramos dizque los profesores.
Para resumir, lo que les quiero decir con esto es que la entrada al psicoanálisis es
muy particular; no hay una manera, no hay una forma, cada quien entra de manera
particular y de manera coyuntural por un instante de la vida. El primer libro que yo
leí fue La interpretación de los sueños y no entendí nada. ¿Qué va uno a entender en
La interpretación de los sueños? Es como los que cuando se acercaron a Lacan leyeron
los Escritos ¿Qué iban a entender? Y, sin embargo, hay una cosa que fascina y no
sabes por qué, es una cosa que te captura en un instante de tu vida cuando estás
en una búsqueda, es como que algo te está tocando en relación con la existencia y
no sabes qué estás buscando.
176
Entrevista a Héctor Gallo
orientación a la vida, una cosa de principios más allá de lo que pueda comprender
o de lo que eso pueda aportar en términos intelectuales. Obviamente, es en el
análisis donde uno se da cuenta por qué eso pegó en uno, qué de la subjetividad se
puso en juego y eso hay que analizarlo como un síntoma, un síntoma analítico. Por
ejemplo, los dos primeros años de mi análisis yo no hablaba sino de recuerdos de
citas de Freud, porque yo me aprendí a Freud, lo leímos tanto tiempo, por tantos
años que lo aprendimos de memoria. Yo me sabía a Freud de memoria, las páginas,
las citas completas, por esa relación tan atravesada en la subjetividad; luego tuve
que olvidarme. Yo era un terror porque me decían alguna cosa y enseguida sacaba
la cita completa de memoria para decirle que eso no lo estaba diciendo Freud.
Claro, yo estaba joven, era una cosa de mostrarle al otro quién sabe más. Ustedes,
que son jóvenes, se dan cuenta de que eso produce cierto efecto en todos los que
hemos entrado al psicoanálisis.
Entonces eso fue una cosa muy cartesiana, porque Freud tiene un punto cartesiano
a partir de la experiencia íntima misma, es decir, Freud en La interpretación de los
sueños es cartesiano en el punto en que él a partir de sus propios sueños está pro-
duciendo teoría, igual que Descartes que con su propia vida, con su propia relación
con la existencia produce eso que nos conduce a la apertura de la ciencia y que hace
posible el descubrimiento del psicoanálisis: el “pienso, luego existo”. Un poco esa
es la experiencia de uno. Es a partir de la historia, de la búsqueda de un padre, si se
quiere, en un momento de desorientación, de no saber qué hacer, de no saber qué
se quiere ni para dónde va uno, de estar ahí en un taller como cualquier muchacho
en la vida, que se da ese encuentro, un Encuentro con mayúscula, como cuando
uno se enamora, que si da porque hace un movimiento que si no hubiera hecho
no le habría pasado eso. Es un acontecimiento inesperado, que como te cogió en
un instante dado y había algo en ti que permitía que se volviera acontecimiento,
te atrapó. Entonces ya empecé a llegar tardecito al trabajo, a irme más tempranito,
hasta que me echaron por ahí a los dieciséis años.
177
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
pero me dejaron hacer sexto. Así, terminar la academia fue una decisión de no
pelear con el Otro, de no oponerme más al Otro pero sin ceder, es decir, reconocer
la academia como un medio para validar el saber que había construido.
Entonces, inicié en el psicoanálisis a los diecisiete años. No leí a Lacan hasta que
llegué a París; tenía entonces treinta y dos años, fue una cosa sin parar. Entro a la
universidad a estudiar sociología porque yo ya iba para París como desde los die-
cinueve o veinte años, o para Viena, porque este señor decía que Lacan era como
el demonio del psicoanálisis, una cosa como maldita y mala; entonces me quería
mandar dizque para Viena, cuando allá no hay nada, ni siquiera saben dónde era
la casa de Freud. Este señor decía que se iba a ir para Viena o para Alemania y de
esa tropa hubo gente que se repartió por Alemania, Italia, Viena y, claro, esa gente
allá qué psicoanálisis iba a encontrar. Algunos encontraron el freudo-marxismo
en Alemania y encontraron otra cosa que no era Lacan. Yo sí me encontré con
Lacan un poquito antes de irme, cuando ya me había despegado de este señor, más
o menos unos tres años después de trabajar con él.
Yo vine a encontrarme con Lacan a los treinta y dos años por un acontecimiento
muy preciso. Fui donde Laurent a pedirle análisis porque allá estaba Mario, y Laurent
me mandó adonde Miller, en ese momento ningún colombiano había ido a donde
Miller, pues la idea que uno tenía es que era un señor muy bravo. Laurent me dijo
que lo llamara de parte de él; lo llamé y me recibió.
178
Entrevista a Héctor Gallo
Qué va uno a imaginar que se va a poder analizar con ese señor. Yo voy y le digo:
Yo no le puedo pagar, usted verá; yo llegué a París de esta manera.
¿Cómo llegué yo a París? Llegué con el primer libro que escribimos, que Juan
Guillermo Uribe nos lo publicó. A mí me tocaron veinte libros y yo los vendí.
Después fui donde alguien que tenía una máquina de escribir – porque todavía no
teníamos los computadores– y escribí una cosa sobre el cuerpo y el dolor; él me
sacó como trescientos ejemplares y yo los vendí a mil pesos en la universidad. Me
los compraron rápido y con eso me fui a París (risas).
Miren que son dos encuentros: un momento lógico en el que me encuentro con
un cura loco y otro momento en que me encuentro con otro que dicen que es loco
también (risas), y que hace un acto de ese orden, obviamente gracias a este otro
señor [Laurent] que por algo me envió allá y no a otra parte. Esos dos momentos
lógicos, más la decisión de no pelear más con el Otro sino de entrar a la academia
–aunque eso no me importara, digámoslo así, porque yo estaba en otro cuento e
iba para otro lado–, esos distintos momentos definen la vida, definen la existencia
completamente. Todos lo tienen que haber vivido; seguramente cada uno de ustedes
vivió su encuentro de manera particular.
A veces la relación con la teoría se puede convertir en una resistencia para ana-
lizarse, eso operó en mí durante veinte años: Nadie me podía analizar a mí. Si yo
en Medellín era el que más sabía de Freud, ¿quién me iba a analizar a mí? Claro,
imaginariamente. Entonces, por primera vez entré a análisis a los treinta y dos años
después de estar desde los diecisiete en el psicoanálisis. Me demoré quince años
leyendo, sin recibir pacientes y sin recibir un centavo, afortunadamente.
179
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Esta es, muy resumida, mi historia de entrada en el psicoanálisis, que para cada uno
es particular. Hay otros que entran por el análisis, porque están sufriendo. Otros
entran por la universidad, se identifican con un profesor que les enseñó cosas.
Cada uno se dará cuenta de que esto es muy atípico y muy distinto, así que no le
pregunten a nadie cuál es la entrada correcta al psicoanálisis porque no existe; todas
las entradas dependen de lo que uno haga. No hay entrada correcta ni incorrecta;
la mía no fue por el análisis, –la mayoría son por el análisis, menos mal–; yo creo
que esa es una muy buena entrada.
Héctor Gallo: Yo creo que son cosas distintas, yo creo que no se puede decir
Colombia. En Bogotá la IPA12 tiene mucha presencia, por ejemplo; no sé aquí en
Cali. En Bogotá la IPA tiene una gran presencia y los lacanianos tienen una carac-
terística: tienen unas elecciones ya muy constituidas y muy establecidas. También
está la gente de la Nacional que ahora tiene el Departamento de Psicoanálisis. Yo
conocí en París a varios de ellos, con quienes formamos un grupo que duró varios
años. Nos pusimos a leer juntos “la agresividad en psicoanálisis”. Después llegaron
argentinos y otras personas; era como un grupo americano. Trabajamos juntos
hasta que algunos decidimos inscribir el grupo en la orientación de Miller. En ese
momento ellos [los de Bogotá] inmediatamente se fueron y ahí quedamos otros
trabajando en esa orientación. Eso fue una experiencia muy interesante porque
leímos ese texto y cada mes iba alguien a hablarnos de un capítulo. Entonces fueron
Colette Soller, Erick Laurent, Miller, de eso salió una publicación y yo escribí un
texto con otros que también aparecieron allí. Era un momento muy rico porque
era un momento de trabajo de los que estaban allá. Había gente de Cali, Bogotá,
Medellín y de distintas ciudades.
180
Entrevista a Héctor Gallo
Héctor Gallo: Si, en todas partes, Bogotá tiene una historia particular.Esa no es la
historia de Medellín porque en Medellín la IPA no ha tenido lugar, no ha tenido
tradición. En Medellín se podría decir que casi todos somos lacanianos, salvo los
que había kleinianos y algunos que quedan de la época de los señores argentinos.
De resto están: la tercera, que son lacanianos y que surgen de la separación de los
carteles que fundaron Ramiro Ramírez y Gustavo Arredondo cuando volvieron;
ellos son los primeros que volvieron de los que se fueron para París. Ellos fundaron
los carteles de Medellín que sobrevivieron durante cierto tiempo y luego tuvieron
una escisión, quedando los de la tercera. Prácticamente los carteles desaparecen
y queda Marcela con este grupo que tiene transferencia con Allouch, que es laca-
niano. Están los foros, que aparecen de la división que se produce en el 98 entre
Miller y Colette Soller. En ese momento nosotros trabajábamos con Luci en lo que
se llamaba la Fundación Freudiana de Medellín en esa época; trabajábamos todos
juntos, los de los foros y nosotros. Esta escisión toca a Medellín fuertemente, una
de las ciudades a las que más fuerte tocó. En Argentina no fueron tan fuertes los
efectos que tuvo como, si lo fueron en Brasil y en otros lugares. En Medellín fue
muy fuerte porque nosotros éramos como cuarenta y se fue más o menos treinta y
cinco ó treinta y seis; quedamos tres ó cuatro.
Entonces están los foros, está la tercera, estamos nosotros y hay unos pequeños
grupos marginales, entre los que incluso hay todavía residuos por ahí de ese se-
ñor que ya se murió con el entramos nosotros al psicoanálisis. En ese sentido, en
Medellín si hay una mayoría lacaniana. La relación con los foros es muy tranquila
y amable; ya se pasó ese furor de la escisión, cada uno trabaja por el psicoanálisis.
Los muchachos más jóvenes van a un lado y al otro sin problema y después van
eligiendo a partir de los elementos que van construyendo. Entonces, si están allá,
muy bueno; si vienen acá, muy bueno y si finalmente se engancharon están en el
psicoanálisis. Eso es una cosa tranquila, salvo dos o tres apasionados negativamente;
de resto hay gente de la NEL que va cuando hay eventos con alguien de ellos y
viceversa. En el trabajo diario sí hay una decisión distinta.
181
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Aquí en Cali yo tengo una impresión desde afuera, y es que para las cosas concretas
llega mucha gente pero para el trabajo diario no. Me parece que hace falta el trabajo
con el día a día, no sé si tiene que ver las características de la ciudad, ciertas cosas
culturales que me parece que hay que mirar, pero es una cosa muy singular. Yo veo
ahora toda la gente que hay en este seminario y normalmente es así: llega mucha
gente cuando viene alguien, pero en el día a día hay tres o cuatro. Seguramente hay
características personales. La gente en el psicoanálisis es muy difícil. Uno siempre
supone que la gente del psicoanálisis deberían ser las mejores personas porque va a
un análisis, pero en realidad son más difíciles porque es la gente más loca (risas). Por
algo vamos a análisis tanto tiempo, porque somos muy locos. ¿Ustedes se imaginan
a los que después de veinte años de análisis todavía siguen siendo tan locos, cómo
serían, qué iba a ser de la vida de ellos? Sin embargo, con toda esa locura tienen
un deseo y trabajan, están vivos y relacionándose con el saber. Hay gente que con
toda seguridad si no es por el análisis no sé qué habría sido de ella. Es muy difícil,
gente muy elitista, gente muy calculadora, gente que no se relaciona con el otro
sino en función de un cálculo. Hay otros que son muy tranquilos; ustedes lo ven
con aquellos que invitan y que vienen.
Observen todas esas características y verán que todos los psicoanalistas somos
distintitos uno por uno. Nadie puede decir los psicoanalistas. No. Se trata de ese
señor o esa señora. Eso es algo que hay que aprender porque el psicoanálisis tiene
la particularidad de ser una disciplina que no la separan de la vida; por eso es tan
delicado. Es decir, si un médico se equivoca y mata a una persona, ¿quién cuestiona
la medicina? Nadie. Pero si en el psicoanálisis pasa alguna cosita de esas, por ejemplo
que por un error de uno se le suicide un paciente, ¿quién queda en cuestión? Todo el
psicoanálisis se cuestiona. Es algo distinto, es una disciplina inseparable de la vida;
por eso uno debe tener como ser humano cierto cuidado, porque el Psicoanalista
no existe. Es una hipótesis que uno tiene que estar demostrando. Es decir, nadie es
psicoanalista sino por hipótesis; el psicoanalista no existe más que si se demuestra
que hay psicoanalista por los efectos que se producen.
Uno encuentra una forma de legitimarse frente al otro en la vida y una de las formas
es esta. Sin embargo, al mismo tiempo hay la particularidad de lo que se llama la
extraterritorialidad y es que como esto no se inscribe en un asunto legal estableci-
do, eso hace muy difícil para los jóvenes, de cara al futuro, pensar: ¿Qué hago yo
con esto? Y al mismo tiempo hace muy difícil sostener el psicoanálisis en cualquier
lugar porque depende de las personas. Desaparecidas las personas, si no se hizo un
trabajo para que haya relevo generacional es como si el psicoanálisis no hubiera
pasado por ahí; de un día para otro desapareció y ya. Es decir, el psicoanálisis no
lo sostienen más que los psicoanalistas. No es como la psicología que la sostiene
el Estado. Los analizantes existen porque hay psicoanalistas; mejor dicho, los psi-
182
Entrevista a Héctor Gallo
Marino Segura: Ayer nos decía Allouch algo similar sobre la interpretación de la
frase: “el psicoanálisis debe ser foucaultiano”. Él decía que esta frase va en el sentido
de la personalidad, en el sentido de que un psicoanalista debería ser una persona
diferente e inquieta, un poco en los términos que usted acaba de definirlo, un
poquito loco. El psicoanálisis tiene esa característica inherente en sus practicantes.
Héctor Gallo: No vamos a hacer una apología del desorden (risas), pero la exce-
siva normalidad es muy sospechosa, es decir, ese tipo de psicoanalista [normal] lo
produce una buena psicoterapia, una buena psicoterapia produce un buen marido,
un marido estable que logra conservar su matrimonio. Eso es el análisis cuando se
mira a la manera de la identificación con el analista; por eso el analista de estas
orientaciones de la IPA tiene que ser un hombre modelo, hasta tenían que ponerse la
corbata de tal color, la camisa de tal color porque eso tenía toda una razón de ser en
el análisis: gente bien puesta, gente que no fuera pregenital –porque los pregenitales
son los perversos– sino gente bien genital, es decir, gente que tiene su esposa, que
no es infiel, que ya logró conquistar ser fiel, que además no se puede separar, que
además tiene lo que debe tener un neurótico corriente, es decir, casa, carro y mujer
(risas). Si uno puede tener eso, pues bien; pero no que eso sea el punto de orgullo,
que es por eso que uno se ha analizado. Un buen neurótico obsesivo sin análisis
puede hacer eso mismo y no necesita diez o quince años de análisis. Muy bueno si
uno logra sostener un matrimonio, tener su mujer, pero ese no es el criterio, en todo
caso; eso hace que la relación con los psicoanalistas sea muy difícil y la institución
sea muy difícil, porque la institución lo pone a prueba a uno en el punto de ser
capaz de soportar al otro. Además, en la institución usted ya conoce los síntomas
de cada uno, conoce el síntoma fundamental de cada uno; entonces, simplemente
183
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
se trata de cómo uno logra no pelear con el síntoma del otro, para no desgastarse
con el síntoma del otro y puede estar ahí y puede soportar al otro.
Todo esto hace que la institución sea una cosa muy difícil; además, la política de la
institución uno no la comprende sino cuando se mete en los grandes encuentros,
porque desde afuera usted puede interpretar que son unos regalados prendiendo
velas aquí y allá. No. Es un asunto político. Esa política es muy difícil de entender,
es muy difícil de comprender por fuera. Por eso usted puede ser muy trabajador en
términos de escuela localmente, pero si no se hace conocer afuera haga de cuenta
que usted no existe, al menos en esta donde estoy yo; seguramente hay otras donde
son menos complicadas las cosas, pero en esta sí. La institución es como un lugar
en donde cada quien debe hacerse un escenario para que ponga en operación el
deseo y si eso se lo facilita, bienvenido; si ni siquiera se lo facilita es porque no sirve,
pero eso también depende del momento del análisis de cada uno; la relación con la
institución no puede ser por fuera del momento del análisis de cada uno.
Me parece, entonces, que son momentos que no pueden hacerse una cosa homogé-
nea, sino que la relación con el psicoanálisis depende de esa particularidad de cada
momento y cada lugar. Entonces hay que pensar más que para Colombia para Cali.
¿Cuál es el momento de Cali en esa relación? ¿Cuál es el momento de Bogotá? ¿Cuál
es el momento de Medellín? Por ejemplo, ¿qué momento lógico conquistamos en
Medellín? El de una escuela tranquila, donde uno respeta al otro, donde hay respeto
mutuo, que eso es muy difícil en el psicoanálisis donde es muy común que cada uno
desautorice al otro. Ahí se conquistó eso: estamos en un lugar tranquilo, la gente va
tranquila, cada quien va haciendo un recorrido y por su propia motivación en un
momento dado le da por decir quiero se asociado, en un momento dado se mete a
análisis y él verá con quién; normalmente se eligen los de la escuela sin presionar
a nadie, eso no se puede imponer. Nosotros encontramos un momento tranquilo,
después del 98 ya llevamos diez años reconstruyendo con los que han llegado. Es un
espacio muy tranquilo sin ser una cosa maravillosa del estilo de que nos queremos,
nos amamos, nos juntamos y paseamos juntos. No. Nos juntamos para trabajar, no
más; en ese punto de trabajo hay solidaridad, hay respeto y hay una cosa muy aco-
gedora para la gente joven. Yo puedo decir lo que hemos conquistado en Medellín,
pero eso es una conquista; no es que en Medellín seamos unos virtuosos que sí nos
sabemos relacionar y otros no; es una conquista progresiva.
Ana Claudia Delgado: Y que no habla por la NEL de Cali tampoco. Cada uno con
su especificidad.
Héctor Gallo: Claro, cada uno con su especificidad. Es muy importante que ustedes
puedan leer la especificidad de acá en relación con eso, y yo siempre pienso que
184
Entrevista a Héctor Gallo
para este momento que vivimos del psicoanálisis, en el sé que hay exclusión en
todos los lugares. Cuando ya tiene cierto recorrido puede dedicarse a ciertas cosas,
pero en principio el psicoanálisis es más bien un trabajo por la subjetividad, sin ni
siquiera uno nombrar la palabra psicoanálisis, porque como eso está inscrito en el
imaginario de maneras tan complicadas, entonces de cada uno de nosotros depende
la inscripción del psicoanálisis. Es decir, no se puede entrar a descalificar lo otro, por
ejemplo, no se puede entrar a descalificar la psicología, sino mostrar modestamente
uno qué puede aportar a una cosa que nos convoca a todos los investigadores que
es la problemática social tan particular que vivimos. Lo que dijiste hace un mes
de Colombia hoy ya es falso, porque aquí pasan las cosas con una velocidad im-
presionante y cambian las lógicas con una rapidez absolutamente impresionante.
Entonces ese real tan complicado nos convoca a todos los que tenemos de alguna
manera algo que ver con lo humano.
Manuel Moreno: Usted está tocando un punto que es muy importante para no-
sotros. Sabemos que usted es una persona que ha estado en diferentes ámbitos de
transmisión del psicoanálisis; por una parte, la universidad en su labor como docente
el departamento de psicoanálisis en la Universidad de Antioquia y también como
estudiante en programas de maestría y doctorado; y por otra parte otro escenario
de transmisión del psicoanálisis como la escuela, para usted en particular la Nel
en Medellín. Nos gustaría saber su apreciación con respecto a estos ámbitos de
formación de psicoanalistas. Además, hace un momento usted decía “nosotros los
investigadores sociales” y en particular a eso va dirigida esta pregunta: ¿Cuáles son
los matices que han adoptado en el Departamento de Psicoanálisis de la Universidad
de Antioquia para apuntar a una transmisión del psicoanálisis?
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Somos unos siete profesores de tiempo completo que tenemos una maestría y te-
nemos un área menor en filosofía. El Instituto de Filosofía es muy fuerte, son unos
profesores que todos han hecho doctorado, uno en Spinoza, otro en Nietzsche,
mejor dicho, cada uno es especialista en un filósofo. Desde hace cuatro años para
acá los estudiantes de la carrera de filosofía pueden tomar como área complemen-
taria materias de física, literatura, psicoanálisis y esa es una parte importante de
sus carreras. Nosotros arrancamos como con dieciséis cursos para estudiantes de
filosofía, pero eso ya lo redujimos como a doce cursos. Entonces, algunos de estos
muchachos escogen psicoanálisis y son con quienes podemos discutir asuntos de
la relación entre psicoanálisis y la filosofía. Esto no sirve mucho a nosotros porque
nos hace estudiar filosofía, porque los cursos que se hacen allá no son iguales a los
que se hacen en otras carreras, son cursos de psicoanálisis para filósofos y eso lo
tenemos como criterio; no es lo mismo un curso de formación del inconsciente para
filósofos que el mismo curso para sociólogos. En filosofía nos acercamos más a la
discusión epistemológica y a la discusión filosófica sobre el asunto. Bueno. Tenemos
un trabajo fuerte con los de filosofía pero en general también en otras carreras en
la universidad tenemos cursos de psicoanálisis, en matemáticas, en lingüística. Sin
embargo, hay libertad de cátedra. Las posiciones de cada uno son muy distintas.
En lo que a mí respecta, considero que uno se tiene que cuidar mucho de la univer-
sidad, porque finalmente la universidad está orientada para que todo se transmita
como una entrega de conocimiento para que se acumule y no un deseo. Entonces
los que transmiten psicoanálisis a la manera universitaria no logran nada; haga de
cuenta que es cualquier otra materia que el muchacho vio como ve cualquier otra
cosa, eso igual le va a transmitir; algo como si estuviera muerto, y se habla de Lacan
como otro que se murió, porque en la universidad es así, usted transmite a un autor
que es un muerto. Entonces se busca que los estudiantes vean un poquito de todos
esos muertos que ya no existen, que ya no valen nada; usted se los estudia y eso es
la universidad. Es decir, por ningún lado está un autor tratado como alguien vivo,
que sería lo que pasaría con los clásicos. Un clásico es un autor que transciende el
tiempo y que todo el tiempo está vivo. No es lo mismo aquel que habla de Freud
186
Entrevista a Héctor Gallo
porque ha tenido una experiencia en la que ha sido atravesado por esa teoría en
cuerpo, piel y vida; eso no es lo mismo que otro que estudió Freud, que ha leído y
entonces está haciendo un curso de introducción al psicoanálisis, y por ahí mismo
ven Winnicott, Klein y otros, pero no pasa nada con esos estudiantes, no se trans-
mite ningún deseo.
Entonces, se trata de que en esos jóvenes con los que nos encontramos en cierto
momento logremos un efecto inolvidable, en quien es posible. A pesar de la desidia
que hoy hay, del desinterés por saber y todo eso, sigue habiendo muchachos ex-
cepcionales. Ustedes mismos al estar aquí hoy sábado en lugar de estar bailando o
187
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
haciendo otras cosas (risas), ya son excepcionales al estar en esta cosa tan aburridora
oyéndome a mí; ya hay una posición distinta.
¿Qué hay que buscar por fuera de la universidad? El deseo de analista, que es
otra cosa. Por eso volver el psicoanálisis una carrera universitaria es acabar con
el psicoanálisis porque desaparece algo fundamental con relación a lo cual el psi-
coanálisis se sostiene y sigue vivo, que es el deseo de analista. Sin eso no tenemos
analizantes, verdaderos analizantes; no tenemos psicoanálisis, desaparecemos. Allí
donde encontraría el éxito siendo aceptado por la universidad, convirtiéndose en
una carrera universitaria, desaparecería el psicoanálisis; así que no sé en dónde
estaría el éxito ¡Miren qué paradoja! De esa forma entraría en un currículo y usted
con trescientas horas de análisis puestas en un pénsum universitario ya tiene. Sería
como una materia. Entonces la relación con el psicoanálisis en términos de lo que
significa como atravesamiento por la subjetividad desaparece para convertirse en
una relación fría, técnica, de horas acumuladas, de competencias y de todo esto
que define a la educación.
Héctor Gallo: Si, pero puede ser una maestría en psicoanálisis simplemente hay que
saber que eso no autoriza la práctica psicoanalítica, pero cada quien, según como
188
Entrevista a Héctor Gallo
se relaciones con los curso, puede construir ese deseo. Hay algo que se sale de las
manos, por ejemplo, a la hora de una legislación que diga que quien no sea psicólogo
o psiquiatra no puede hacer clínica, pero igual puede haber psicólogos que hagan la
maestría y nunca vayan a un análisis y quizá puedan decir que son psicoanalistas.
189
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
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Entrevista a Héctor Gallo
Lo otro que defendemos es una cosa muy sencilla desde el punto de vista disci-
plinar. Si cada disciplina tiene su objeto, ¿qué estamos intentando nosotros? Que,
como dice Freud, lo psíquico se explique desde lo psíquico y no desde lo biológico
porque mal haríamos en pretender que lo biológico se explique desde lo psíquico.
Entonces, ¿por qué nosotros no vamos a defender el estatuto de lo psíquico, que en
tanto psíquico se tiene que explicar con conceptos que apunten en esa dimensión?
¿Cómo le voy a decir a un médico que le voy a explicar el funcionamiento de los
órganos y voy a tomar un modelo psíquico para hacerlo? Eso desde el punto de vista
epistemológico ¿de dónde se sostiene?
En ese sentido, el colectivo debe tomar una vía por la subjetividad, comprenderla
como la comprendemos desde el psicoanálisis, que es el sujeto dividido (S), el que
está en relación con la muerte, con la locura, con el sufrimiento, con las separa-
ciones, con los duelos, es el sujeto dividido por esas cosas que ¿quién puede negar?
¿Quién les va a decir a ustedes que eso es poesía barata si todos lo estamos viviendo
diariamente? Pues exactamente de eso nos ocupamos nosotros. Usted puede medir
cuántos muertos ha dejado esta guerra, pero usted no puede medir cuál es la posi-
ción que un sujeto tiene con respecto a la destrucción y ahí estamos en el terreno
del sujeto de la enunciación. Cuando hablamos del sujeto de la enunciación nos
remitimos al examen de la posición del sujeto frente a sus actos. Cuando hablamos
del sujeto del enunciado nos ocupamos de lo que dice y eso puede ser objeto de una
encuesta, puede ser objeto de una medición con una prueba, podemos cuantificarlo,
podemos medirlo. Pero cuando nos preguntamos por su posición en su relación
con la droga, con la destrucción, con el otro, estamos hablando del sujeto de la
enunciación. Pues bien, de ese sujeto nos ocupamos, del sujeto de la enunciación;
191
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Entonces, se trata de que hagamos las cosas mostrando esa dimensión para poder
defender la particularidad, lograr que nos escuchen y uno escuchar muy atenta-
mente porque, como dice Lacan, no podemos criticar las cosas sino yendo a sus
fundamentos. Así que estudiemos muy bien los fundamentos de estas cuestiones,
lo que es la cuestión cuantitativa, el cognitivismo, el conductismo, para poder
nosotros entrar en una discusión de tú a tú en la institución universitaria. Pero es
en términos epistémicos y en términos prácticos, ¿De qué práctica se trata? ¿De
qué experiencia se trata? ¿Qué concepción de ser humano tenemos? Concepción
de ser humano, no nos dé miedo llamarlo así.
Todo el mundo está hablando de sujeto hoy, todo el mundo está hablando del otro
hoy, antropólogos, sociólogos, politólogos. El otro ni siquiera es un concepto que
tenga una inscripción concreta producto de una disciplina, porque usted lee a
Lévinas y tiene una teoría de la alteridad para hablar del otro, con Ricoeur pasa lo
mismo, Hannah Arendt también tiene una teoría del otro, todos estamos hablando
del otro ¿Y entonces?
Cultura ¿Es este un concepto que se haya producido en una disciplina específica
en las ciencias sociales? No, todos tenemos una teoría sobre ello, los sociólogos, los
psicólogos, los psicoanalistas; eso es lo que yo he llamado conceptos que producen
entrecruzamiento, los cuales nos dan la posibilidad de la discusión interdisciplinaria.
Son conceptos que no nacen en una disciplina específica, como por ejemplo Cultura,
Ley, Cuerpo. Tenemos una teoría de eso y nos permite conversar con los demás.
Si vamos a hablar de los principios del psicoanálisis podríamos mirar, por ejemplo:
La transferencia. Otros la llaman empatía, algunos de otra forma, pero todos saben
que hay algo. Nosotros la llamamos transferencia y mostramos eso cómo funciona.
Compulsión a la repetición. Los otros en el sistema de salud dirán que cuando al-
guien tiene una compulsión eso ya no es una atención de primer grado, sino como
192
Entrevista a Héctor Gallo
de segundo grado, algo más complejo. Pues bien, nosotros tenemos un concepto
para pensar eso. Tenemos otros saberes, tenemos una clínica.
Esa sería la idea: ser muy respetuosos con el otro sin ceder, y ser respetuosos sig-
nifica que seamos capaces de escuchar y de pensar con eso para poder hacer una
enseñanza. Tomen los textos de Freud, el del chiste, el de la psicología de las masas
y se darán cuenta de que cada vez Freud hace un estado de la cuestión y empieza a
mostrar los clásicos. Por ejemplo, en psicología de las masas muestra lo vigente que
está el instinto gregario y le va haciendo un recorrido fenomenal y resumido por
todos los autores y las concepciones que hay y al mismo tiempo le va metiendo lo
que él va a mostrar de novedoso, lo que no está dicho, lo que no se ha investigado,
el problema ambiguo, el problema que él nos va a mostrar, y se lo lleva a uno así.
Pues bien, aprendamos eso.
En el texto del chiste pasa lo mismo. Muestra todas las teorías sobre el chiste, sobre
la risa, las teorías sobre lo cómico y enseguida nos muestra por qué eso es una for-
mación del inconsciente, algo completamente inédito, completamente novedoso y
¿quién se queda pensando que eso es una cosa metida a la fuerza? Nadie. Tenemos
que proceder por método para poder introducir qué es lo que nosotros tenemos para
decir. Pero tenemos que ser serios, hacer serie y ser serios. Y más serios todavía en la
medida en que siempre hay un ojo sobre nosotros, lo que Lacan llama transferencia
negativa: no quitarle al otro los ojos de encima. Entonces sí que tenemos que ser
serios porque el otro no nos quita los ojos de encima.
193
Clausura del evento
Carmen Elena Urrea
Decana Facultad de Psicología, USB, Cali.
Damos nuestros sinceros agradecimientos, primero que todo, a todos los asistentes,
a nuestros invitados, muchísimas gracias. Y lo digo en este plano, pues todas las
personas que estamos hoy aquí, que asistimos, que organizamos e hicimos posible,
porque nos mueve un deseo, un deseo de construir saber, un deseo de conocer,
y también un deseo de comprender asuntos tan relevantes como lo son el amor
y la guerra. Entonces el primer agradecimiento que quiero hacer es para todos
nosotros, ya que todos nosotros construimos este espacio, aportamos con nuestra
presencia, con nuestra disposición y todo hicimos posible que este seminario, que
en este momento se está cerrando, haya dejado aprendizajes y experiencias muy
significativas para todos nosotros.
Quiero arrancar por nuestros dos ponentes, destaco muchísimo de ellos su trayec-
toria, pues fue uno de los criterios que tuvimos en cuenta para invitarlos y lograr
contar con su valiosa presencia, y con la generosidad de los saberes que ustedes
han construido. Profesor Allouch y profesor Gallo, es muy importante para noso-
tros, sabemos que desde hace muchos años vienen trabajando alrededor de estas
temáticas, tanto de manera universal como local, consideramos que han sacado al
psicoanálisis más allá del consultorio, más allá del diván, y que el trabajo que ustedes
vienen haciendo va en pro de un psicoanálisis en relación estrecha con el conjunto
de la cultura, de un aporte a pensar la guerra y el amor históricamente. También
sabemos que son intelectuales críticos y visionarios, y que dentro de sus proyectos
intelectuales han ido introduciendo un talante interdisciplinar que permite poner
al psicoanálisis y a la psicología en la discusión de asuntos estructurales de nuestra
civilización, y de nuestra sociedad, abriendo un dialogo necesario y de vanguardia
con otras disciplinas. Muchísimas gracias doctor Jean Allouch, doctor Héctor
195
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Gallo, por todo el saber, que como lo dije hace unos momentos, maravillosamente
han compartido con todos nosotros en este espacio, y también por la posibilidad
de dialogar con ustedes. Esto ha sido realmente una maravillosa oportunidad para
nosotros de dialogar con ustedes, muchísimas gracias a ustedes por eso.
196
Clausura del evento
apoyo logístico, por supuesto, a los que ustedes han visto, cómo han enfrentado la
tarea titánica como grupo de profesores, pero también como un grupo de estudiantes
alrededor del deseo de construir este saber, pero también, sin lugar a dudas, respalda-
dos por nuestra universidad, por una facultad que esta apostándole a la creación, a la
generación y al mantenimiento de espacios académicos de diálogo. Lo más valioso es
que estén aquí personas de diferentes nacionalidades, de diferentes disciplinas y de
diferentes universidades, esto para nosotros es todo un acontecimiento y de verdad
muchísimas gracias a todos por estar aquí, y por lo que su presencia nos permite.
Como les decía, a la universidad quiero darle muchísimas gracias también, a una
universidad que nos respalda, no solamente en lo económico, sino también desde
el apoyo, que diría es un apoyo moral, y que facilita toda la motivación para hacer
realidad este seminario, y los futuros seminarios que viene en adelante. A nuestro
Secretario general, el padre Hernando Arias, quien ha estado permanentemente
aquí en el seminario, quiero decirle que para nosotros de verdad que es muy im-
portante su presencia y respaldo, y en ese sentido entonces, la universidad que no
solamente apoyó el primer seminario, ahora apoya el segundo, el tercero y el cuarto
porque ya éste nos ha dado el empuje para continuar organizando los seminarios
venideros, y seguramente los congresos que también vienen en adelante. Tenemos
también, la perspectiva clara en esa misma línea de ofrecer a partir de agosto,
estamos esperando el concepto favorable del Ministerio de Educación Nacional,
la Especialización en Psicología Clínica con Orientación Psicoanalítica, la hemos
diseñado y concebido pensando en que en esta Especialización podamos contar
con docentes de altísima calidad y con todos nuestros invitados y las personas con
las que vamos construyendo comunidad académica. No me resta más por decirles,
sino darle pues todos los más sentidos agradecimientos por su asistencia y agencia,
y quiero pedirles un aplauso merecido para nuestros ponentes.
Héctor Gallo: Quiero ofrecer unas palabras para la universidad de San Buena-
ventura: el hecho de que la universidad haya apoyado logística, económica, y yo
diría también espiritualmente, la realización del seminario es para mí un signo de
democracia que valoro.
197
V PARTE EN PLUS
13. Advertimos que este texto es el resultado del trabajo con el doctor Néstor Braunstein en el marco
del I Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis: La memoria del psicoanálisis, seminario anterior
desarrollado en mayo del 2007. Por lo valioso que resultó el encuentro, no sólo por lo dicho por
el doctor Braunstein, sino también por la modalidad de conversatorio cercano entre algunos
asistentes al seminario y el conferencista internacional invitado, consideramos que era más que
justo publicar este texto, y ha sido esta la oportunidad que consideramos más apropiada. Sabemos
que no hace exactamente serie con los anteriores textos; aun así, se tratan aquí temas cercanos al
amor, la agresividad y la violencia, regiones conceptuales comunes a todo el campo psicoanalítico;
así, relevamos su valor y no quisimos dejarlo por fuera, pues consideramos que sería una pérdida.
Lamentamos que por cuestiones de los tiempos editoriales no haya salido en las memorias del se-
minario anterior que era su nicho natural. Afortunadamente pudimos incluirlo en este volumen,
digamos, como un “valor agregado”. Esperamos lo disfruten. Gracias por su comprensión y de
nuevo agradecemos al doctor Braunstein sus generosas palabras.
El texto fue establecido por Nataly Escobar P. y Ricardo A. Gutiérrez V., a quienes agradecemos
su invaluable trabajo por el sentido del compromiso y la pulcritud.
* Psicólogos egresados de la Facultad de Psicología de la Universidad de San Buenaventura, Cali.
Miembros del colectivo Canal.
201
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Hoover Cardona: Lo de experto sería más ubicarse en el discurso del amo, de pronto
porque es alguien que viene a darnos una enseñanza vertical. Y con el inconsciente,
pues no sabe si es que va hablar, hay alguien que va hablar o es eso, lo inconsciente,
lo que va a hablar. Pienso que ahí ya no sería el amo quien está dirigiendo.
Si ponen café e inconsciente les puede pasar algo parecido: el café con el inconsciente,
el café para el inconsciente, el café por el inconsciente, el café desde el inconsciente,
el inconsciente desde el café… entonces, a cada par le hacen un desarrollo, un
párrafo o una página, le buscan la bibliografía y finalmente acaba saliendo una tesis
aceptable o, al menos, una buena monografía. Cuantos más inconciliables parecen
los sustantivos más original va resultar la tesis. Por ejemplo, el café y el inconsciente
son dos sustantivos que no tienen vocación para reunirse espontáneamente.
Ahora, si ustedes hacen esto no con dos sustantivos sino con tres, tienen entonces
una obra genial. Tres sustantivos y catorce preposiciones hacen un conjunto que se
permite pasar por “original”, “regulado”, “sancionado”, etc. Esto parece un chiste,
pero hay algo de cierto en el procedimiento, hay un saber que se produce. Ser y
tiempo, por ejemplo. ¿Qué es el ser sin el tiempo? ¿Qué es ser con el tiempo? ¿Qué
es el ser para el tiempo? ¿Qué es el ser desde el tiempo? Y, entonces, si ya no es tan
arbitrario como café e inconsciente, verdaderamente hacen una reflexión que, si la
nutren suficientemente con una lectura rigurosa de Ser y Tiempo de Heidegger,
van a poder presentar un buen trabajo de filosofía si es que trabajan seriamente y
en profundidad.
De modo que café-inconsciente no está nada mal como propuesta para organizar un
discurso insólito, especialmente si pensamos que el café también es una cosa que se
lee. Se lee la “borra” del café o se lee la taza donde ha quedado la huella del café.
Esto tiene una buena relación con el inconsciente, porque sobre los rastros del café
marcado queda una escritura que puede leerse, donde se proyectan aquellos inte-
grantes de la pareja: uno que da a leer su destino a otro que, supuestamente, sabe
202
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
leerlo. De modo que el café pone en acción al sujeto supuesto saber, en tanto uno
le pide a un “experto” que le lea el café porque supuestamente sabe cómo hacerlo.
Por lo tanto, actúa un fenómeno de transferencia y una materia que es el lenguaje
que está implicado en el hecho de poner por delante café. Yo personalmente soy un
adicto al café, la única sustancia a la que soy verdaderamente adicto y la cafeína
me funciona para muchas cosas en la vida; por eso también me resulta simpática
la idea de un café con el inconsciente.
Ahora bien, si se supone que voy a discutir con ustedes sobre el inconsciente pro-
puesto como tema, es que acepté beber un café con ese inconsciente que se animó a
proponerlo. Y ese soy yo, alguien permeable o refractario, alguien que puede ser el
“cuerpo calloso” –con todas las resonancias que eso tiene– y hoy puedo ser yo “el
inconsciente” con el que se discute la cuestión del café.
Ahora, ¿qué es el inconsciente? Lacan diría una fórmula que me encanta y que
parece hecha para despistar y desorientar a los que la escuchan: “El inconsciente
ni es, ni no es, es del orden de lo no realizado”. O sea: existe una cosa que es el
inconsciente. ¿El inconsciente es? Se podría responder que no, pero tampoco puede
sostenerse que no exista, porque es una potencialidad, es algo que se va a realizar
después. ¿Después de qué?: Después de haber hablado. ¿Captan el giro de la frase?
No es en el sentido en que decimos Cali es, con su existencia sustantiva de gran
ciudad. Pero no existe un lugar, una ciudad o un topos que se llame inconsciente. Y
uno podría decir, bueno: entonces si no hay tal cosa, es que no es. No. Tampoco es
que no es porque sus efectos se manifiestan constantemente, lo vemos materializarse
en la sesión de análisis y en mil y una formas, apareciendo en las acciones y las pa-
labras de los hablantes. ¿Es tramposa la frase de Lacan o se capta con facilidad? “El
inconsciente es del orden de lo no realizado”; de modo que hay algo que todavía no
se ha realizado, no es real, pero llegará a serlo. ¿Llegará a serlo? ¿Cuándo? Cuando
se haya dicho. Y cuando otro lo haya escuchado y se permita descifrarlo.
Nuestro muy querido amigo Juan David Nasio futuro visitante de la Universidad de
San Buenaventura, dijo en alguna oportunidad que “el inconsciente es la experiencia
de ser atropellado por una palabra”, lo cual me gustó mucho. Hay un decir que nos
atropella porque nos revela una dimensión desconocida del lenguaje. Puede ser bajo
la forma del chiste, por ejemplo, cuando ayer les decía: “El arte es meterte en un
refrigerador”. ¿Qué es eso? Es el chiste y su relación con el inconsciente, depende
de la “h”, de la separación, es decir, de una homofonía y es ésta una manifestación
destacadísima de la existencia del inconsciente. Es un chiste tonto, pero al mismo
tiempo en un chiste Freud reconoció la verdad, precisamente, porque juega con el
equívoco homofónico. Hace de la homofonía el arte-helarte, desde la materialidad
203
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
del significante, de lo que se oye y lo que se escucha, una transformación que des-
coloca al otro, que lo sacude físicamente en esa expresión del goce que avisa, que
entra en un juego de intercambio de demandas, donde el que cuenta el chiste, el
que dice la frase “el arte es meterte en un refrigerador”, es uno que le pide al otro
que capte su agudeza y disposición para sorprender.
De modo que la fórmula del chiste es: “Estoy pidiendo tu risa, goza conmigo”, o en
el caso, decíamos, del recuerdo traumático: “Te estoy pidiendo tu llanto, compadé-
cete, identifícate conmigo y, desde donde estoy, serás otro conmovido en tu cuerpo
gozante por la intervención de una palabra, la mía”. Por eso el inconsciente no es
el inconsciente de uno o del otro sino lo que se da entre dos.
204
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
ciones adecuadas que son, precisamente, las de alguien que invita a decirlo todo
sin retención, sin censura, sin modificaciones.
Cuando Lacan acuña la frase sujeto del inconsciente, es el inconsciente que tiene un
sujeto, el sujeto; es sujeto del inconsciente porque es lo que se revela en el momento
de ser atropellado por una palabra que se dirige a otro. Por eso hay que insistir:
el concepto de inconsciente es correlativo con el concepto de transferencia. Y lo que
es más sorprendente: el concepto de inconsciente es correlativo con el concepto de
psicoanalista. Puesto que es ante el psicoanalista como el inconsciente se manifiesta
y, por lo tanto, del análisis del analista en tanto que sólo es analista aquel que se
ha analizado con otro analista.
Aparece también esta posibilidad, que algunos han señalado, de que Lacan haya
querido rebautizar el inconsciente llamándolo Une-bévue, con una tramitación al
francés de Unbewusst a Une-bévue, que sería una “metida de pata”. Yo he propuesto
que se mantenga el equívoco formulado por Lacan y he dado argumentos por los
205
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
cuales se puede mantener eso como un embuste, “un-bebust”, que es lo que leemos
con la fonética en español cuando encontramos la palabra Unbewusst en Freud,
manteniendo un equívoco idéntico entre el español y el alemán, porque es preci-
samente esa cosa que ni es ni no es, sino del orden de lo no realizado, en lo que
uno cree retroactivamente a partir de que se ha manifestado de alguna manera.
Si ustedes proceden así, tienen una concepción del inconsciente que, podríamos
decir, es la de un inconsciente ontológico, que tiene sustancialidad. Existe el in-
consciente como una cosa y el psicoanalista es el pescador que con su habilidad,
206
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
con su condición de experto, sabrá cómo sacar los pececillos del gran botellón del
inconsciente. El inconsciente es un continente, los pensamientos inconscientes
están dentro de ese continente bajo la forma de contenido; el psicoanalista dejará
el agua y sacará los pescaditos hasta acabar con ellos. ¿Les parece? Bueno, es una
idea “ontológica” del inconsciente.
En el giro de los años veinte, Freud se da cuenta de que eso no le basta y a esa
primera concepción, que ustedes conocen como primera tópica –inconsciente, pre-
consciente y consciencia, sistema percepción-consciencia–, le hace críticas y dice,
no, el inconsciente no puede ser sostenido como un sistema, es lo inconsciente. Se
pasa, de alguna manera, a “lo inconsciente” –si ven, el “lo” es un artículo neutro–;
uno podría decir que lo que sigue es un sustantivo, pero al decir “lo inconsciente”
en realidad estamos adjetivando el complemento de ese artículo. Si decimos “lo
bello”, no estamos utilizando bello como un sustantivo sino que estamos adjetivando
la característica de eso, lo bello, que pasa a ser algo a caballo entre la condición de
adjetivo y sustantivo por la interposición del artículo neutro. El artículo neutro, que
tiene tanta importancia como el masculino y el femenino en alemán, en español
tiene una función completamente distinta, precisamente porque adjetiva aquello
a lo que se refiere: lo bello, lo siniestro.
Bien. Hablamos de “lo inconsciente” porque hay procesos que son inconscientes,
es decir, que carecen de la cualidad de la consciencia. Cuando Freud escribe su
artículo sobre Lo inconsciente, crea en ese mismo momento una nueva tópica, la de
yo, ello y superyó, que se pone a distancia de la tópica tradicional de preconsciente,
inconsciente, consciencia. Y se pregunta: “¿Cuál de esas instancias es consciente y
cuál es inconsciente?” Desde un punto de vista descriptivo, decimos que el ello es
absolutamente inconsciente; el súuperyó, si vamos a ser rigurosos, es absolutamente
inconsciente, porque aquello que el sujeto maneja en el orden normativo no es
del orden del súper yo sino del yo; y el yo es la parte que tiene una relación con el
exterior, susceptible de ser consciente, pero su inmensa mayoría es inconsciente, en
tanto se incluyen en él los mecanismos de defensa del yo, la represión, por ejemplo,
de los que el sujeto no es consciente.
207
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Entonces, si hemos podido articular algo con algún sentido en esto que propuso
Hoover, que lo del experto pertenece justamente al discurso del amo y que el con-
cepto de inconsciente no es un concepto que pueda tener expertos, en tanto es lo
que sucede en una conversación con un analista que está ahí simplemente para
atestiguar de la emergencia del inconsciente, pero no es un sabio sobre el incons-
ciente y, por lo tanto, no se puede hacer esa enseñanza vertical “yo les voy a decir
lo que el inconsciente es”, lo que podemos hacer es sacar las consecuencias de
expresiones como las que hemos utilizado. Ni es ni no es, sino que es del orden de
lo no realizado; es el discurso del Otro, es decir, nadie es dueño del inconsciente; el
sujeto del inconsciente es aquello que el inconsciente hace de uno y, en ese sentido,
uno es sujeto del inconsciente; el inconsciente está estructurado como un lenguaje,
es decir, es un conjunto de frases no dichas que se podrían llegar a decir, pero que
son del orden de lo no realizado, de lo no dicho, de lo que espera para ser dicho;
el inconsciente es un efecto y un sucedáneo de la transferencia, y la condición del
inconsciente es la transferencia.
Bueno, todo esto son maneras de hacer referencia a esta entidad escurridiza que es
el inconsciente, precisamente porque no se lo puede definir por sus características
positivas. Esa es otra cosa importante; ustedes saben que la más rigurosa de las
teologías es la teología negativa, aquella que dice “no se puede hablar de Dios en
términos positivos, porque cualquier cosa que se diga sobre Él será una manera de
desnaturalizar su esencia, su naturaleza y de traicionarlo”. Sólo se pueden hacer
afirmaciones negativas –“Dios no es esto”–, y sólo esa teología permite aprender
de una cierta forma cuál es la naturaleza de Dios, por lo menos del Dios que deriva
de las religiones monoteístas, en cualquiera de sus tres versiones.
Entonces, sobre el inconsciente tal vez uno podría hacer una aplicación apofántica.
Afirmaciones y frases que son negadas y que son expresiones de una negación: “la
relación sexual no existe”, “la mujer no existe”, “no hay otro del otro”, “no hay
metalenguaje”, “el gran Otro no existe” y así sucesivamente; es decir, toda una serie
de afirmaciones apofánticas que caracterizan el decir de Lacan cada vez que quiere
definir algo. No hay cosa que se pueda decir en términos positivos, pues las afirma-
208
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
ciones sobre ésta sólo tienen validez cuando se hacen en forma negativa. Ustedes
creen que existe tal cosa, se basan en esto, pero una vez desconstruida esa noción
llegan a la conclusión de que eso en lo que creían no existe. Esto representa un
progreso en la reflexión sobre la subjetividad, que por cierto no es compatible con
la búsqueda de datos positivos –aquello precisamente a que nos invita la llamada
“ciencia de la psicología”.
Una compañera, Patricia Vargas, preguntaba cómo esto repercute sobre la idea de
qué es ser psicoanalista o no, qué es ser lacaniano o no. Lacan es quien subvierte
la idea o la posibilidad de que exista. Siguiendo las huellas de Freud, que lo hizo
en 1916 con su artículo Lo inconsciente, Lacan subvierte la idea de un inconsciente
sustancial. La expresión “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”
¿qué quiere decir? Es una combinatoria entre significantes, es una absolutamente
imprevisible combinatoria entre sonidos que forman parte del sistema de la lengua;
eso es el inconsciente lacaniano y eso permite también definir quién es un psicoa-
nalista lacaniano o no. Si un psicoanalista cree que va a descubrir los contenidos
inconscientes que están ocultos en su paciente, entonces actuará como un psicoa-
nalista propiamente freudiano; mientras que aquel que dice “el inconsciente será
retroactivo al efecto del decir” será un psicoanalista lacaniano que no piensa en la
sustancialidad del inconsciente, en la “coseidad” del inconsciente, sino tan sólo en
la emergencia de lo imprevisto e imprevisible en medio del discurso.
Javier Navarro: Esa concepción del inconsciente como cosa, incluso como un otro
que puede estar dentro de la persona, un pequeño otro que se llevaría en el cerebro
natural o como “alguien”, como un “algo” que puedo ejemplificar con un amigo que
hace terapia con hipnosis. Él les dice a los pacientes para que dejen de fumar que
se repita las palabras: “señor inconsciente, tráteme bien, de ahora en adelante voy
a dejar de fumar si usted me lo permite”. Es decir, lo trata como una persona, como
una sustancia. Pero lo que nos ha dicho el doctor Braunstein ahora es aparentemente
fácil, porque él lo explica muy bien, pero de tal dificultad que incluso intelectuales y
psicoanalistas que han estudiado a Lacan desde algún tiempo, –Laplanche es uno–,
tienen muchas resistencias con la dimensión del inconsciente estructurado como un
lenguaje. Escriben, hacen un artículo más bien para decir lo contrario… o, bueno,
no lo contrario, pero para resistirse a la idea del inconsciente expuesta por Lacan.
Pero quisiera también agregar, a propósito de lo que dijo de cambiar el artículo “el”
por “lo”, que hay algunos traductores o psicoanalistas que traducen a Lacan que
no están contentos con decir, como se ha conocido siempre, “lo simbólico”, “lo
imaginario” y “lo real”, sino que han propuesto “el simbólico”, “el imaginario” y “el
real”. A mí me parece más problemático hacer eso que decir “lo simbólico”, por las
209
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
razones que fueron expuestas ahora por el doctor Braunstein. No sé qué opina de
esa traducción. Sí la ha visto, supongo.
Néstor Braunstein: Sí. Eso se dio en la Escuela Lacaniana de París y fueron tantas
discusiones que finalmente terminaron todos hartos. Y cuando alguien viene a decir
“el simbólico”, “el imaginario…”, “¡Oh, no! No empecemos de nuevo”. Es claro
que todos tienen una concepción precisa y clara: los que dicen “lo simbólico” y los
que dicen “el simbólico”, los dos, coinciden en aquello a lo que se están refiriendo.
Pero sostener una vana discusión acerca de si “el” o “lo” es un ejercicio que los
fatiga a ellos y a quienes los oyen (si es que alguien los oye) y que no lleva a alguna
parte sino a enfrentamientos imaginarios alrededor de una palabra sobre la cual no
saben siquiera si están de acuerdo. Entonces ponen un alto: “No, ya, párenle, no,
no vamos a empezar de nuevo...” Los he visto y he sido testigo... “No, no vamos a
empezar otra vez, ya.”
Se sabe que tanto “el simbólico” como “lo simbólico” se refieren a ese anillo del
nudo de la cadena borromea. Estando de acuerdo en eso ya la discusión se les hace
muy bizantina y, aunque son colegas bastante proclives a las discusiones bizantinas,
ellos mismos dijeron “terminemos”. No se preocupan más desde hace unos años,
hoy en día usan indistintamente las dos expresiones. Lo que importa, dicen, y yo
creo también que es muy importante en el psicoanálisis, es que haya semántica y
que no sea tan solo el manejo retórico de una sintaxis.
Una sintaxis funciona cuando se arman frases que tienen sentido, pero hace falta
además que tengan referente, que tengan semántica, que signifiquen algo que se
pueda aclarar. Yo pienso que no es lo mismo que la discusión sobre “lo inconsciente”
y “el inconsciente” porque remite a dos concepciones distintas de inconsciente, pero
discutir si se llama “el simbólico” o “lo simbólico” no nos remite a dos concepcio-
nes diferentes de lo que es simbólico y no hay alguna diferencia que tenga valor de
separación, valor diacrítico, entre una y otra forma de expresarse.
210
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
Lacan al español: en una serie de discusiones que los franceses zanjan con un “ya
no fastidien con eso”.
John J. Gómez: En relación con las traducciones, hay un tema que usualmente se
genera como problemático y es la traducción de esta frase de Lacan acerca de la
formación del analista y de la autorización del analista, que fue traducido al español
como “el analista se autoriza de sí mismo”. Hoy parece que hay una confusión en
relación con esto, porque es “se autoriza de él mismo” y semánticamente el mayor
problema de la diferenciación es que en el “sí mismo” se encuentra una condición
al parecer imaginaria, es decir, como si se autorizase desde el yo, y en “él mismo”
implica una consideración de la lógica del inconsciente, donde la operación en la
que el fantasma haría aparecer al analista a través de la experiencia analítica.
Néstor Braunstein: Sí, en efecto, John James. Sobre eso hay un artículo magnífico
escrito por nuestro querido colega –hoy ausente– Pedro Oyervide, publicado en
un libro que editamos con el título Las Lecturas de Lacan en 1986 y donde Pedro
Oyervide discute con mucha pertinencia esta cuestión del analista {L’analyste ne
s’autorise que de lui-même} (Oyervide, 1989). Él insistía en que el analista y sólo
el analista se autoriza de él mismo o por él mismo, es decir, sólo el analista. Pero,
¿quién es el analista? ¿Un señor que dice “yo soy psicoanalista y me autorizo a mí
mismo”? No, el analista es el que ha hecho su análisis, ese puede autorizarse. Si
alguien que no ha hecho análisis se autoriza es un impostor, no es un analista, por
lo tanto, el equívoco desaparece, no tanto en la traducción de la preposición “de”,
sino en el sustantivo. Porque alguien es analista no requiere que haya otro que le
diga “tú eres analista”, pero Lacan luego corrige eso; el analista se autoriza de él
mismo… y de algunos más.
211
viene de un diploma, de un sello, sino que depende de la capacidad de soportar la
transferencia desde una posición analítica y para eso es necesario que sea analista.
Juan Bautista: Ahora que mencionaba las expresiones apofánticas, algo caracterís-
tico para hablar del inconsciente, me preguntaba también si a nivel discursivo las
figuras no cumplirían un papel semejante a las figuras en el sentido retórico de la
ironía por ejemplo. ¿No es también una forma de dar cuenta de eso que difícilmente
se puede delimitar de otra manera, pero que de todas formas encuentra expresión?
Marino Segura: Doctor Braunstein, yo tengo una solicitud que de pronto desvía un
poco el tema que se ha venido tratando hasta el momento. Ayer, en la conferencia
de la tarde, usted exponía la idea de la diferencia entre un depresivo y un narcisista
y señalaba que en el narcisista existe una marcada envidia. Me gustaría que pro-
fundizara un poco más sobre el papel de la envidia en la estructura de personalidad
del narcisista y del depresivo, por favor.
Por una parte, la palabra envidia, que deriva de ver y en particular con ver lo que
sucede en el otro, en alemán {Neid} y en francés {envie}, significa deseo, ganas.
La envidia es tener ganas de algo. La envidia, que depende del ver, de ver algo y
desear lo que el otro tiene, aparece en Lacan por primera vez con claridad en un
texto, donde cita a San Agustín, quien cuenta que pudo ver a un niño mirando
con mirada envenenada al hermanito que estaba prendido al pecho de su madre14.
En ese sentido, la envidia entra en una relación polar con los celos: la envidia es
envidia del goce del otro, mientras los celos son celos por el deseo del otro. Es
decir, “yo estoy celoso porque entre ellos dos se desean y yo deseo a uno de ellos
y ese uno de ellos –al que yo deseo– no me desea a mí sino a un tercero”; en ese
caso no se trata de la envidia sino de los celos. Esa es una de las polaridades opo-
sitivas en que entra la palabra envidia. Otra oposición a considerar es la señalada
por Melanie Klein como título de uno de sus libros, Envidia y Gratitud (1957): “Yo
quiero apoderarme de lo que tiene el otro o yo quiero reparar y devolverle al otro,
como manifestación de gratitud, lo que siento que he recibido de él”. Vemos dos
oposiciones: entre deseo (envidia) y celos por un lado y envidia y gratitud por el
otro. Ahora bien: la capacidad de dar del otro es, a su vez, objeto de envidia, pues
uno quisiera tener y tener de sobra como para que el otro tenga que manifestar su
gratitud. La generosidad no siempre es bien recibida: cualquiera con una mínima
experiencia de la vida lo sabe.
Envidia es: el otro tiene lo que a mí me falta. Todo mundo está dispuesto a negar
que siente envidia. La envidia es una cosa mala, incluso se usa la expresión “tengo
envidia, pero de la buena”, un poco como para decir “no es la envidia mala” –la
envidia de la mamá de Blanca Nieves–, sino envidia de la buena, que es “me alegro
que te vaya bien y eso me hace dar ganas de que a mí me vaya tan bien como a ti,
pero no quiero quitarte lo que tú tienes”. Por eso, en esta distinción entre la envidia
mala y la buena se ve que el que tiene envidia de la mala quiere quitarle al otro,
quiere que al otro le vaya mal o quiere que el otro fracase e incluso trata de ayudar
al destino para que al otro le vaya mal. Esa es “envidia de la mala”. La envidia “de
la buena” es “yo quiero tener lo que tú tienes porque eso es un modelo o un ideal
que yo quiero alcanzar también” y “cómo hiciste porque a mí me gustaría también
tenerlo”. Entonces ésa podría ser una envidia no venenosa, no dañina para el mundo.
En la clase de ayer decíamos que esa envidia puede estar en relación con el nar-
cisismo, donde el sujeto ama aquello que le falta y se empeña en lograrlo. Lo que
manifiesta la envidia es una situación de carencia del sujeto que supone en el otro
el goce que a él le falta, por ejemplo, decir: “¡Qué felices son los animales en el
rebaño porque no tienen que recordar nada!”, frase de Nietzsche. Son envidiables,
gozan de ser simplemente sin preocuparse de cómo los ven los demás, su satisfacción
pulsional es posible, no tienen que obedecer a ninguna ley, están regulados por la
14. Vi con mis propios ojos y conocí bien a un pequeñuelo presa de los celos. No hablaba todavía y ya con-
templaba, todo pálido y con una mirada envenenada, a su hermano de leche. San Agustín. Confesiones,
libro 1, Cap. VII. AS. Citado por Lacan, J. (2005). En La agresividad en psicoanálisis. En Escritos
(Vol. 1, pp. 94 - 116). Buenos Aires: Siglo XXI. (Dictado originalmente en 1948).
213
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Envidiamos a los gringos, envidiamos a los ricos, envidiamos a los pobres –también
eso se da mucho–, “la camisa del hombre feliz es la de un hombre que no tiene
camisa”: son felices los pobres porque no tienen que preocuparse por la calificación
y el promedio o porque de ellos será el reino de los cielos; si les bajan el promedio
en la universidad, si los van a aprobar o no los van a aprobar; los indigentes sim-
plemente viven y se satisfacen, no tienen que dar cuenta de nada y si bien pueden
tener carencias, éstas no implican satisfacer las exigencias de un deseo que los
destruye. Se puede envidiar entonces esa condición y lo típicamente neurótico
es la experiencia de esa envidia: “Veo a la gente que pasa por la calle, los veo tan
tranquilos mientras que yo, ¡pobre de mí!, tengo que sufrir tanto”. El sujeto se
compadece masoquistamente porque envidia el goce supuesto de los demás. Se
envidia a los judíos, se envidia los norteamericanos, se envidia al niño, se envidia
al otro niño, se comparan calificaciones y se envidia al que tiene una mejor. Esto
supone también la entrada en acción del “mal de ojo”, pues hay envidia de lo que
otro tiene y el ojo es el órgano de la envidia pues marca al otro como poseedor de lo
que a uno le falta. En todas estas consideraciones la referencia fálica, la referencia
a la castración, se da por supuesta.
Es frecuente que los hombres que tienen dificultades para conquistar mujeres o
para tener relaciones amorosas envidien a las mujeres, porque ellas simplemente
tienen que proponerse como objetos para la seducción, y no tienen que realizar
una actividad de tener que mostrar, conquistar y conseguir llevando adelante un
proceso que les resulta difícil de efectuar. A menudo encontramos muchachos que
experimentan estas dificultades y dicen: “¡Qué fácil es el lugar de las mujeres!” Ellas
son objetos deseados en lugar de tener que evidenciar su deseo. Muchas veces se
identifican con esas mujeres a las que envidian, no bajo la forma homosexual en
relación con otro personaje fálico, sino que esperan que las mujeres los conquisten
a ellos y como eso resulta las más de las veces fallido, justamente por la angustia
que manifiestan, se refuerza la posición de envidiar a las mujeres. Ellas son fálicas
por no tenerlo.
Que las mujeres tengan envidia del pene es un lugar ya común del discurso freudiano,
bastante discutible, pero que tiene que ver también con la cuestión de la atribución
al otro. Como ustedes saben, es ese uno de los grandes chistes-descubrimiento de
Woody Allen en Zelig (1983), cuando cuenta que discutió con Freud la idea de
que la envidia del pene es solamente de las mujeres. Porque en Zelig –no sé si han
visto la película o si la recuerdan– Allen discute el punto con Freud diciendo que
214
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
también los hombres tienen envidia del pene, que la envidia del pene significa la
envidia del elemento fálico que está en el otro y que, por lo tanto, le falta a uno.
En ese sentido, la investidura fálica es una investidura que recae sobre las mujeres:
la mujer para el hombre es el falo, precisamente: porque no lo tiene lo es. ¿Ven así
la referencia fálica en torno a lo que podemos llamar envidia?
Ahora, si hay una convicción de que uno no tiene algo y no lo va a tener nunca,
eso clínicamente se manifiesta como depresión: “No tengo, nunca voy a tener”,
“Ese atributo es atributo del otro”, “A mí me faltará para siempre…”
Néstor Braunstein: “…de que lo tiene chiquito”, entonces siempre está compa-
rándose y encontrando que lo tiene chiquito. Puesto que lo tiene chiquito, quien
lo tiene grande es ella y el complemento clínico de la idea de tenerlo chiquito es la
del fetichismo o la de quedar bajo el pie de la mujer, ser pisoteado por la mujer, es
decir, admirar la prestancia de ese atributo fálico que el sujeto sólo puede alcanzar
desde una pasiva posición de humillación. Sometiéndose.
Ustedes ven la relación que hay entre narcisismo y depresión. Es decir, ¿en qué
basas tu narcisismo? ¿En la posesión de ciertos atributos? Esos atributos pueden
desaparecer. Lo constatamos constantemente en la clínica cuando analizamos a
mujeres mayores, particularmente a aquellas que han sido guapas y de repente se
encuentran con que los encantos han sido extirpados por la vejez. La queja constante
de que los hombres envejecen bien y las mujeres envejecen mal; que los hombres
se hacen atractivos con los años y las mujeres, en cambio, aparecen devaluadas; y
aquello que la mujer querría tener, que es un hombre que podría estar faltándole,
no puede tenerlo porque los hombres de su edad, la de ella, se fijan en las mujeres
jóvenes mientras que ningún hombre joven, por el contrario, se fija en una mujer
vieja. Ustedes ven que hay una bolsa de valores, una báscula entre lo masculino y
lo femenino y que confiere a la imagen corporal un valor fálico, en la medida en que
es capaz de atraer tanto a personas del mismo sexo como a personas de otro sexo.
La envidia pasa también por los atributos fálicos. El dinero puede ser un atributo
fálico, y ¡cuántas veces lo es! La competencia se entabla entre los chicos, como decía
ayer, por el hecho de tener un cocodrilo en la camisa. El cocodrilo es un atributo
fálico, algo que hace sentir al que no lo tiene como castrado. El que tiene el pene
chiquito, la mujer que no tiene formas femeninas, eso la hace sentir como privada
y, por lo tanto, como envidiosa de lo que tiene la primera… y así sucesivamente.
Los psicólogos hablan de la cuestión de la “autoestima”, una forma ideológica de
esconder el sustrato sexual de lo que gira en torno de la castración, es una referencia
215
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
constante a distintas formas del falo –entendido, por cierto, no como lo que un sexo
tiene y el otro no, sino, precisamente, el que no lo tiene lo es y el que lo tiene no
lo es. Es así posible integrar la dialéctica de hombres y mujeres en relación con la
envidia, en relación con el narcisismo, con las posibilidades y destinos depresivos
del narcisismo. El que basa su identidad en atributos definidos por “atributos” está
expuesto a que el otro le niegue ese valor narcisístico y, por lo tanto, le haga padecer
esa castración tan temida.
Si ustedes lo piensan, las formas clínicas de esto son infinitas. Normalmente, como
parece un lenguaje muy crudo, muy pasado de moda o muy achacado, la relación
entre narcisismo y falo se prefiere disimular con términos “asexuados”: “tiene una
baja autoestima”. Significa: “hay un déficit en la investidura fálica” y se omite que
esa investidura no procede de uno mismo sino que procede del otro.
216
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
está destinado a perecer, a degradarse. En este sentido, esto que dice el compañero
Juan Bautista, del pasaje de un sujeto 1 a un sujeto 2, depende en última instancia
muchas veces, de una mirada. La literatura está cargada de ejemplos donde una
mirada puede significar, desde la obra de Wagner, la mirada entre Tristán e Isolda15,
transformados totalmente hasta el punto de hacerles perder sus nombres, hasta el
suicidio de Werther16 que no puede seguir viviendo porque Carlota no responde a
sus anhelos o sus demandas amorosas.
El objeto @ tiene dos cualidades: una en relación con el goce, es plus de goce, y
otra en relación con el deseo, es causa del deseo. El objeto @ es causa del deseo y
al mismo tiempo plus de goce, puede gozar como un goce excedente, pero también
en el sentido de que ya no hay goce, es decir, constituye una barrera fantasmática
interpuesta en el camino del goce.
15. Tristán e Isolda, ópera compuesta por el compositor, poeta y director de orquesta Richard Wagner
hacia 1860 a partir de leyendas medievales.
16. Hace referencia a Die leiden des jungen Werthers, traducida como Las desventuras del joven Werther,
novela escrita por Johann Wolfgan von Goethe y publicada en 1774. Ópera de Charles Gounod:
Werther, hacia 1870.
217
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
modelo de lo que uno fue, o de lo que fue parte de uno y ya no lo es. En el caso de
la relación de la madre con el hijo al que ha parido, que fue parte de ella pero ya
no lo es, sigue siendo un objeto que está en relación con el narcisismo. En todos
los casos el amor pasa por la imagen de sí, por el narcisismo: el amor está ligado al
yam-yam, al apetito. Por eso Freud lo ubica en su texto más importante sobre el
amor, Introducción al Narcisismo (1914), como investidura libidinal de uno mismo,
pues sólo a partir de quererse uno mismo se puede investir libidinalmente a otro.
También por eso el melancólico no puede amar: ¿cómo podría investir a alguien si
él o ella es un puro agujero?
John J. Gómez: Sobre las dos cualidades que distinguen al objeto @, me parece
interesante situar, además de la constitución del sujeto, la posición del analista jus-
tamente en ese cruce entre estas cualidades, haciendo una semblanza de ese objeto
que permitiría causar un deseo en relación con el saber del inconsciente, pero al
mismo tiempo la otra posibilidad donde él le insista, digamos, la posición de quien
escuche y haya la otra cualidad, la continuación de ese plus de goce que existe en el
sujeto. Mi pregunta es entonces sobre esta condición que se escucha adoptivamente
en relación a cómo ponerle límite al goce, es decir, si bien el analista no tiene una
función directiva del quehacer del sujeto que está escuchando, sí hay una condición
en relación con la dirección de la cura pensada como una posibilidad de poner, en
alguna medida, un límite a ese goce y que el deseo pueda prestarse, digámoslo. Sin
embargo, en alguna ocasión escuchaba un ejemplo de esa restricción al goce que
resultaba más como una condición de regaño o sanción y mi pregunta es entonces
esa: ¿Cómo hacer que ese límite de goce sea sensible al sujeto sin que el analista
termine, efectivamente, ingresando en una posición de dirección de su quehacer o
de sanción directa, e incluso moral en alguna ocasión, de lo que él actúa por ética?
Néstor Braunstein: Sí, creo que eso llama a la presencia constante del analista, pero
no manifestándose en términos positivos a través de sus palabras sino como ausen-
cia, como negación, como negatividad, como lugar vacío y dejado, de una manera
más clara que ninguna otra por medio del silencio, de expresiones enigmáticas,
por medio de la no respuesta a la demanda –principio de la neutralidad– frente al
deseo del otro. Creo que eso es lo que permite que funcione este discurso analítico
cuyo agente es el @ mismo como plus de goce, como causa del deseo y no como
presencia personal de un personaje que se manifiesta como tal y que lo lleva, quiera
que no, al lugar del agente en el discurso de la histérica: $.
Manuel Moreno: Doctor. Braunstein, usted ayer mencionaba, en una de las confe-
rencias y en el transcurso del día, algunas fallas en la función de la palabra que, de
alguna manera, consideraba como a-dicciones, y que con esas fallas en la función de
la palabra pueden verse reflejadas las formas de goce. Tomando en cuenta un poco
218
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
también la pregunta que hacía la decana ayer en la conferencia, hay una expresión
que he escuchado en algún momento y es “La violencia como la imposibilidad para
ser símbolo”. En ese sentido, en relación un poco con las fallas en la función de la
palabra y la palabra como constitutiva de símbolo como tal, ¿cómo podría pensar-
se, mirando un poco a la luz de la teoría psicoanalítica, los contextos sociales y en
especial un contexto en el que la violencia viene en una condición, digamos, en
ocasiones exacerbada? Y ¿cómo puede, o si es correcto o no, hablar de la violencia
como imposibilidad para ser símbolo?
Néstor Braunstein: ¿Quieres informarnos algo de lo que nuestra buena amiga dice?
219
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
boca, que muestra, como le dijo en algún momento Lacan a Moustapha Safouan,
En el análisis todo se juega entre la palabra o la muerte. La palabra o la muerte, preci-
samente, porque faltando la palabra lo que queda es la muerte, la muerte psíquica
bajo la forma de locura o la muerte bajo la forma de violencia que acecha sobre el
otro o sobre uno mismo.
La tesis que infiltra a nuestro libro sobre Goce (1990) es justamente cómo apala-
brar el goce, cómo hacerlo pasar por el diafragma de la palabra y, en ese sentido, la
historización, la transformación de los acontecimientos traumáticos en episodios
narrados, la búsqueda de un sentido que no debe ser ofrecido ni entregado como
un don del Otro, sino algo propuesto para que el sujeto vaya produciendo y cons-
truyendo. Es aquello que puede destacar al sujeto de esta condición de objeto de
desecho o residuos, que podrían ser estos jóvenes sobre los que se realiza el trabajo
de reinserción al que hacía referencia el compañero Manuel.
De este modo, pienso que se trata de trabajar en esa opción entre la violencia y el
símbolo. La violencia es la respuesta aniquiladora frente a aquello que no se puede
integrar discursivamente y la palabra tiene en tales casos un valor pacificante. La
palabra y el pago de responsabilidad, en tanto que, como ustedes saben, la palabra
pago, pagar, tiene que ver con pacificar, con traer la paz. El pago es lo que apacigua
y, en ese sentido, la sentencia, la condena, lo que lleva al sujeto a restituir, lo que
lleva al sujeto a reparar aquello que ha dañado, insisto, lo que figura bajo la forma
de pago, es pacificante.
Mientras que el no pago es algo que puede ser destructivo para el sujeto mismo. Casos
típicos son aquellos de los sistemas políticos avanzados donde los sujetos reclaman
ser condenados, porque si cumplen su sentencia pueden reintegrarse; mientras que
si los absuelven alegando, por ejemplo, “no tiene que pagar nada porque estaba loco
en el momento en que lo hizo”, los condenan de una manera definitiva, puesto que
los exoneran de la necesidad de pagar, de retribuir a la sociedad o a sus víctimas
aquel daño que han hecho. En ese sentido, pagar, encontrar la manera en que el
sujeto pueda pagar, es una manera de pacificarlo. Es una de las razones también por
las que se maneja la cuestión del dinero en el psicoanálisis como forma de apaciguar,
como forma de mitigar la deuda, que no quede deuda entre el tiempo que se le ha
brindado y lo que el sujeto ha hecho como compromiso de su deseo para recibir los
resultados de su propia palabra.
220
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
En sistemas judiciales como los de Estados Unidos o Canadá hay tabulaciones: por
una lesión de tal gravedad, tantos días, tantos meses y si le cortó el dedo, le cortó
la mano, le quitó un ojo, eso se tabula. ¿Cuánto dinero tiene que restituir? ¿Qué
equivalencia puede haber entre una cantidad de dinero pagado como multa o res-
titución, con un ojo que se le sacó a alguien? Además de todas las otras aporías en
el campo de la aplicación de la justicia. Por eso allí es muy importante el trabajo
del psicólogo, en la medida en que puede llevar a la subjetivación del delito, a que
el sujeto se asuma: “sí, yo estuve allí, yo soy responsable”; poder hacer de eso un
discurso, poder presentarse al otro, etc. No sé si respondo…
La otra cosa es esta falla en la palabra y las adicciones, es decir, una palabra ausente,
una imposibilidad de subjetivar el acto, es una “a-dicción”.
221
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
dejando heridos a ocho. Se sentó en el sitial del presidente del Senado afortunada-
mente ese día no sesionaba la Cámara, y finalmente un ujier, muy valiente, le hizo
entregar la ametralladora. Cuando le preguntaron por qué lo había hecho dijo: “Es
que el gobierno de Québec tenía el rostro de mi padre”. Cuando se investigó acerca
de éste, resultó que era un padre que había engendrado dos hijos con hijas de él,
un padre terrorífico, Godfather propiamente, al que otros hermanos, mayores que
el cabo Lortie, pensaban asesinar un poco al estilo de los Karamazov de la novela
de Dostoievski.
Un día el cabo Lortie, casado y con dos hijos pequeños, pidió licencia para ir a
pasar un fin de semana con su familia y se la negaron; ese mismo día se vistió con
sus mejores galas, su uniforme militar, todo perfectamente arreglado, se dirigió al
Senado y produjo este acto de violencia inaudita. Uno podría decir “estaba loco”,
entonces no tiene ninguna responsabilidad y, por lo tanto, si algo necesita es ir no
a la cárcel, sino a un sanatorio para enfermos mentales. Sin embargo el juez, aseso-
rado por Legendre, sentenció: “No, es mejor que este sujeto pague por su crimen,
que tenga una condena, para que luego pueda reintegrarse, volver a ser el padre
de familia que es y regresar a una vida ciudadana normal”. Es la forma en que se
puede trabajar esta explosión de la violencia, este “pasaje al acto”.
Ahora, hay un determinado momento del juicio que es el más dramático de toda
esta historia. Lortie está en la sala del proceso y, como una de las pruebas, se pro-
yecta ante el acusado una película, un vídeo que se tomó mientras realizaba su
acto criminal. Lo mira y dice: “–Soy yo. No, no soy yo. ¿Qué más quieren que les
diga?” Es decir: es, no es él. La imagen corporal corresponde a la suya, pero él se ve
realizando un acto absolutamente ajeno a su estructura personal. ¿A quién se juzga
en la persona del cabo Lortie? ¿Al que dice soy yo?, ¿Al que dice no soy yo? ¿Al que
experimenta el goce de matar y vengarse del daño que se le ha hecho a través de
su historia, por medio de un padre que no puede transmitir ninguna Ley porque
está fuera de ella en el sentido más profundo de la palabra –Ley de la Prohibición
del Incesto–, representado por las autoridades militares que le niegan el permiso
para pasar con su esposa y sus dos hijos pequeños un fin de semana? Se podría
decir que hay una desproporción entre el hecho de que se le niegue algo y el pasaje
al acto criminal. Y sí, algo está fallando; es lo que planteábamos como estados de
descompensación psicótica en una persona que, por otra parte, no mostraba ningún
defecto, ninguna tara o manifestación de anormalidad dentro de sus funciones en
el ejército canadiense.
Esto nos lleva a pensar en el chico coreano en Virginia que disparó sobre muchos
compañeros. ¿Y los chicos que perpetraron las matanzas en Columbine, objeto de
dos magníficas películas, Bowling for Columbine y Elephant, con enfoques absoluta-
222
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
mente diferentes sobre el mismo hecho y de lo que se pudo reconstruir del crimen?
Todo esto nos lleva a la cuestión de la relación entre la palabra y el acto violento,
los modos de reinsertar al sujeto violento en la cultura y el ejemplo de nuestro
compañero para reinsertar a los jóvenes que han participado en actos semejantes.
¿Cómo intervenir en estos casos, donde lo peor que puede hacerse es interponer
la máscara del olvido o la extensión paternalista de un perdón que signifique la
amnistía equivalente de la amnesia?
John J. Gómez: En relación con el tema de la violencia, hay algo que usted mencio-
naba ayer y es la tendencia del goce a actuar, en relación con todo el mundo, en la
posición de víctima. Hay una cuestión que siempre me ha parecido complicada allí
y tiene que ver con la posición que tienen instituciones como Bienestar Familiar,
por ejemplo, donde siempre se está haciendo énfasis en la función del maltrato
infantil y el abuso sexual infantil desde una perspectiva en la cual el niño siempre
queda escondido de la posibilidad de decir algo en relación con eso. Lo digo porque
a propósito de eso, Héctor Gallo, psicoanalista de Medellín que escribe un libro que
se llama Usos y abusos del maltrato (1999), plantea un caso muy interesante sobre
una niña que es abusada.
Alrededor de los nueve años, la niña le comenta a su profesora del colegio que el
padrastro y algunos amigos de él estaban abusando sexualmente de ella. Evidente-
mente, lo que hace la profesora es poner el denuncio y la niña es llevada a la psicó-
loga. Ésta opina que a la niña hay que des-culpabilizarla, mientras que ella insiste en
decir que se siente culpable de algo de lo que allí ocurrió; sin embargo, la tendencia
de la institución educativa, en solidaridad con la posición del psicólogo, es todo el
tiempo quitarle la posibilidad a la niña de que exprese esa culpa. Finalmente pasa
el tiempo y, mucho después, un día encuentran a la niña con otras más pequeñas
que ella en el baño del colegio, tocándoles los genitales a estas niñas y con una
tendencia de abuso sexual. Entonces, la niña que era primero des-culpabilizada,
en ese momento decide la institución que debe ser expulsada porque ha pasado a
una condición de victimaria.
223
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
en esos casos en particular, donde la responsabilidad toca algo que, con este tipo
de cosas, siempre está implicada.
Planteado así, por supuesto, se percibe una apertura peligrosa en la medida en que
podríamos justificar el abuso. Pero no aceptamos que el niño sea alguien carente de
sexualidad; eso es absolutamente pre-freudiano y da pie a mucha de esa hipocresía
que se manifiesta en los procesos a los sacerdotes pedófilos –más que pederastas–.
Surge así una discusión promovida con base en posiciones maniqueas sobre el bien
y el mal, donde se prescinde de escuchar uno por uno a cada uno de los protago-
224
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
nistas de las escenas que se están juzgando. Por cierto es un tema delicado, pero
delicado en la medida en que no se escucha a las partes involucradas, sino que se
dictamina desde una posición moralista, hipócrita, exterior y anterior a los hechos
y a las subjetividades involucradas.
Otros arguyen: “Bueno, tal vez esos episodios determinaron que fuesen homosexua-
les, porque si no les hubiese pasado eso, si no hubiesen tenido esos contactos, no
hubiesen sido homosexuales”. Nada es más ambiguo. ¿Se puede “torcer” la elección
sexual a través de episodios de seducción? ¿Lo sabemos? ¿Lo podemos afirmar? ¿O
quién sabe? Habría que ver lo que sucede caso por caso. ¿Puede estar la inclinación
homosexual y la búsqueda del goce homosexual definida en un niño desde la más
pequeña infancia? Todos sabemos que sí. Hay niños que a los tres años empiezan a
vestirse de mujeres, practican la masturbación anal, hacen cosas que muestran una
franca inclinación homosexual y entran en intercambios sexuales a muy temprana
edad.
Me refería a mis pacientes –que son ahora homosexuales adultos–, los cuales señalan
el carácter absolutamente no traumático que tuvieron sus primeras experiencias
homosexuales en la infancia y que, lejos de hacerlos sentir culpables, de repudiarlo,
de victimizarse, dicen: “No, ésa era una manifestación de lo que yo soy desde chi-
quito; ¿por qué, si era lo que yo quería, me querrían privar de eso?”; por no hablar
de los padres que mandan a sus chicos con psicoterapeutas para que les cambien
la orientación sexual. O para no hablar de aquello a lo que estuve sometido en la
Universidad Nacional Autónoma de México, cuando me confieren la tarea de se-
leccionar a los individuos aptos para realizar una maestría en psicoterapia de niños
y adolescentes, y donde me pidieron que excluyera “los casos de patologías severas
y homosexualidad”. La idea de las autoridades era: “Si ellos son homosexuales,
van a recibir a niños y adolescentes en psicoterapia y si éstos tienen inclinaciones
homosexuales, entonces van a favorecer esas inclinaciones o quién sabe si estos
225
El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Por supuesto, lo conveniente es que aquellos que van a hacer psicoterapia, homo-
sexuales o no, sepan en qué se meten y cuál es su intervención con respecto a los
casos. Pero juzgarlos desde una posición normativa con razonamientos como “–Estos
están inhabilitados para estudiar una maestría o una especialización a causa de su
inclinación sexual”, es una manifestación de algo que discutiría que se pueda llamar
“homofobia”, palabra que me parece totalmente infortunada porque la fobia es una
cosa que el sujeto sufre, algo de lo que un sujeto querría curarse. Un antisemita no
tiene judeofobia y un misógino no tiene ginecofobia; tiene odio hacia la mujer o
hacía los judíos. El que tiene odio hacia el homosexual no tiene homofobia, tiene
lo que podríamos llamar un “racisexismo” y el racisexismo incluye todas estas va-
riantes: la descalificación y el odio hacía negros, judíos, homosexuales, mujeres o
lo que sea, por el hecho de ser “algo que no debieran ser, algo ofensivo o peligroso”.
Eso es odio; no es fobia. Fobia, “homofobia”, hay cuando se siente angustia frente
a la posibilidad de tener que reconocer componentes homosexuales en el propio
ser; ése sería un homofóbico, alguien que lucha en contra de sí, que padece por un
conflicto interno contra una tendencia. Pero aquellas “autoridades” de la UNAM
y de esa “especialización en psicoterapia de niños y adolescentes” que querían que
rechazase a aquellos y aquellas aspirantes que tenían inclinaciones homosexuales
eran, como digo, racisexistas, no homofóbicos.
Juan Bautista: Profesor, la pregunta de John James me lleva a una expresión que
efectivamente escuché ayer, –Camilo la señalaba–, sobre la falla: falla el lenguaje,
falla la palabra. Cuando uno dice falla la palabra es porque uno espera que haya una
determinada función específica. Y cuando espero que algo funcione de una deter-
minada forma, casi me estoy anteponiendo a lo que se me va a presentar. Yo hablo
muy coloquial y no soy psicoanalista, sólo intento escuchar y hacer alguna lectura
desde el campo del lenguaje. Entonces, falla el lenguaje, falla la palabra y uno dice:
pareciera ser que hay el lugar donde esa palabra no fallara. Manolo habla después
de la relación de la violencia y de estos procesos de vinculación de las personas que
han venido de un ejercicio de la violencia, muy en la lógica de ubicar qué puede
hacer el psicoanálisis allí en ese proceso. James plantea la pregunta abiertamente
y dice: “¿Cuál es el papel del psicoanálisis? Porque nosotros hacemos determinado
tipo de ejercicios y en ocasiones la sociedad nos dice: ‘no, es que ustedes son muy
radicales porque las salidas que dan son efectivamente muy radicales, ustedes van
hasta lugares donde el resto de áreas y disciplinas del conocimiento se quedan un
poco cortas’”.
226
Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
Finalmente, hacia mediados del 45 dice “no, eso no es el decir con sentido, eso que
yo decía que era el decir con sentido hace parte de uno de los decires con senti-
do”, pero todo decir en la lógica de los actos de habla, de los juegos del lenguaje,
efectivamente tiene un sentido, son juegos del lenguaje. De esta manera introduce
un problema muy complicado, el de los límites y la línea semántica, para hablar de
aquello donde el lenguaje resbala y donde muchos sujetos que hacen análisis dicen:
el lenguaje no tiene sentido. Falla la palabra, falla el lenguaje.
Escuchando en estos días esta expresión falla la palabra, decía: ¿No será que, de
alguna manera, los psicoanalistas caen en ese enredo de intentar plantear, desde la
otra orilla, el lenguaje, los actos de habla del psicoanálisis como el acto del habla? De
alguna manera, está presente en la pregunta que hace James, en la preocupación de
Manuel cuando se pregunta en ese ejercicio por la participación del psicoanálisis y me
decía: creo que, en parte, el gran aporte está en definir el alcance del psicoanálisis.
Hay cosas de las cuales el psicoanálisis no puede dar cuenta, porque hay, en rela-
ción con la violencia, una dimensión de orden político y una dimensión de orden
jurídico donde el psicoanálisis no tiene nada que decir, a mi modo de ver. Puede
decirlo desde las subjetividades, desde eso en lo que el profesor viene insistiendo
desde ayer y es: el sujeto en el caso preciso, en el caso concreto de los sujetos. Pero
en general, a priori, en forma universal, creo que podría caer y ser víctima de esa
trampa en la cual cayeron los que le discutían al psicoanálisis sobre aquello de lo
que no podía dar cuenta.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
para seguir con la figura de Wittgenstein, uno tendría que decir “no, él está bien
cómo está”. El ejercicio que habría que hacer es poner al sujeto a escuchar ese
lenguaje y a la persona que está con él decirle: “Escúchese, hermano, para que mire
qué es lo que efectivamente quiere decirse”.
Marino Segura: En ese “quiere decirse” creo que lo que falla no es el lenguaje en sí
mismo sino la intención del que habla. Esa es la falla a la que creo habría que hacer
referencia con la frase “falla el lenguaje”.
Sin embargo, me parece que el ejercicio interesante aquí es que el sujeto que enun-
cia se escuche a sí mismo y diga: “Mire, el discurso expresado es este”. Un poco la
lógica de lo latente y lo manifiesto, pero la fuerza ilocutiva que se presenta en estos
actos de habla que se están desarrollando son estos efectivamente. Posteriormente
Wittgenstein recupera un ejercicio, el lenguaje como terapéutica, como espacio donde
en el sujeto se puede encontrar una serie de manifestaciones y hacerlo presente de
una serie de elementos que están internos, a los cuales no podría acceder de otra
forma, en tanto el lenguaje es lo que él llama la forma de vida y la forma de vida de la
cotidianidad que no tiene que buscar más allá sino en lo que hace cotidianamente.
Adriana Varona: Bueno, quería decir varias cosas que vi desde el principio de las
conferencias. Yo me intereso particularmente en las cuestiones de la violencia, es
decir, la violencia en toda su expresión, lo que tiene que ver con las cuestiones del
Estado, violencia en los medios de comunicación, violencia en la literatura y veo que
a veces se constata que hay una actualidad del pensamiento freudiano en torno a
la violencia. Es decir, Freud lo planteó muy claro en El Malestar en la Cultura (1930
[1929]) y dice: ¿Qué es lo que hace implicar el crimen en la cultura? Y cuando uno
pone, digamos, cultura y civilización, es un tema totalmente opuesto a cuando se trata
de indagar sobre las cuestiones del crimen, la violencia y la relación que hay con
lo político. Michelle Port, por ejemplo, escribió un artículo sobre pulsión y política
donde hacía toda la discusión entre el psicoanálisis y la política y las cuestiones de
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Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
También nosotros vemos que hay toda una evolución en la cuestión de la violencia.
Cuando yo me intereso en las novelas policíacas, todas estas novelas de suspenso y
quiénes son las escritoras, asisto a toda una transformación también de la violencia
en la literatura. Uno mira que las mayores esbozadoras de éxito en la literatura de
suspenso son las mujeres: empiezan con Agatha Christi, siguen con Mary Higgins
Clark y terminan con Patricia Cornwell. Siendo tres épocas diferentes, tres situa-
ciones, tres países diferentes, contextos diferentes, a ese propósito hice un trabajo
muy pequeñito donde dije: ¿Quiénes son los lectores? Está bien, las mujeres son
las mejores escritoras de novelas policíacas, pero ¿quiénes son los lectores? Y me
fui a dos librerías, hablé con la cajera, le entregué una encuesta que debían llenar
las personas que compran este tipo de novelas y encontré que el 92% de los com-
pradores de novelas policíacas son justamente las mujeres.
Elaboro entonces una pregunta que emerge a partir de allí y es: bueno, ellas son las
escritoras, las mujeres, las mejores lectoras –yo me encuentro entre ellas– de novelas
policíacas y uno dice: ¿Por qué esa transformación? ¿Cómo un pasatiempo, lo que
se puede constituir como un pasatiempo, se constituye hoy en día en un goce por
lo macabro? Y si hoy en día nosotros podríamos decir precisamente si esa atracción
por ese tipo de novelas o ese tipo de películas no vendría a preguntarnos a nosotros
por un cierto goce por lo macabro.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
también cuál es ese otro canon o ese otro sujeto que habla allí en eso que dice; no
simplemente su consistencia, su lógica, su coherencia, sino desde sus motivaciones
inconscientes, profundas. Pero siento que allí mismo, también en la filosofía, en esa
pregunta por la intuición pragmática del lenguaje hay algo que, de alguna manera,
es campo de acción y trabajo del psicoanálisis.
Esos eran los puntos de encuentro que quería señalar, esa preocupación por el ser que
está detrás de ese lenguaje que se constituye también a partir de eso, en ese sentido.
Néstor Braunstein: Es muy sugestivo lo que comenta Juan Bautista sobre las fallas
de lenguaje. Yo no recuerdo haber hablado de fallas en el lenguaje y no lo haría, a
no ser para decir que el lenguaje siempre falla, que la esencia del lenguaje es fallar
para decir la verdad y la verdad es aquello que le falta a la proposición para ser
alcanzada por el discurso.
Decía que no recordaba haber hablado de fallas puesto que, como dije, que falle
la palabra es el éxito de la palabra, es la esencia de la palabra. Siempre hemos
considerado que un acto fallido es un acto exitoso porque muestra la verdad del
inconsciente más allá de la intención del sujeto. La esencia de la palabra es decir
más y otra cosa de lo que el sujeto cree de sí mismo y siempre hay un sentido ex-
cedente, una sobredeterminación del sentido; siempre hay más sentido que lo que
el sujeto querría transmitir en el momento de hablar.
Alguna vez dije –e hice un largo trabajo sobre esto– que “hay el sentido, pero no
el Sentido del sentido en el que el sentido nos hace creer”. ¡Esto sí que está difí-
cil! ¿No? Hay el sentido, es decir, cualquier frase que decimos tiene uno o varios
supuestos sentidos. Algunas veces, ciertos lingüistas han pretendido mostrar que
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Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
se podían decir frases sin sentido. Chomsky pone como ejemplo “las verdes ideas
incoloras duermen furiosamente”, una frase gramaticalmente bien construida pero
carente de sentido. Y un psicoanalista escucha las verdes ideas incoloras duermen
furiosamente, es decir, los pensamientos que proceden de la infancia de los verdes
paraísos infantiles, que no reconocen la contradicción entre el hecho de ser verdes e
incoloros, duermen y se agitan mientras uno está dormido furiosamente mostrando
en el sueño la pasión que agita al sujeto. ¡Carajo, sí tuvo sentido! Pero el sentido
no está en quien lo dice sino en quien lo escucha. Chomsky pretendió fabricar una
frase gramaticalmente correcta pero privada de sentido y nosotros como psicoana-
listas encontramos que esa frase, hecha para demostrar el sinsentido, está cargada
de sentido. Existe el sentido.
Ahora ¿es ese el Sentido –con mayúscula–, el Sentido que agota el sentido de la
frase. No. Existe el sentido, pero no el Sentido con S mayúscula del sentido con s mi-
núscula, y en el que el hecho que haya sentido nos hace creer. Nosotros creemos que
captamos el sentido y sí, es un sentido posible de una frase que puede ser escuchada
de una y cien maneras, dependiendo de aquella a quien se dirige la frase. Eso es lo
esencial de lenguaje: está consagrado al equívoco, no a la transmisión de una verdad
plena y depende de aquel que lo escucha. Es en la recepción donde se produce el
sentido. Borges hace sobre eso una fábula monumental, Pierre Menard, autor del
Quijote,17 y muestra que las frases escritas por Cervantes, cuando son, trabajando
un método particular que no es el de la copia, reescritas por Pierre Menard en el
pasaje del siglo XIX al siglo XX, las mismas frases tienen otra lectura absolutamen-
te distinta. “La historia es madre de la verdad”, escribe Cervantes, “La historia es
madre de la verdad”, escribe Pierre Menard, pero el momento en que uno y otro,
con trescientos años de diferencia, escribe una frase que se escucha igual, tienen
marcos de referencia filosófica que hacen que la misma frase sea absolutamente otra.
17. Este cuento de Jorge Luis Borges que fue publicado por primera vez en libro, incluido en el vo-
lumen El jardín de senderos que se bifurcan. Buenos Aires: Sur, 1942 y posteriormente integró la
primera parte de Ficciones, 1962.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Aquello que podemos decir sobre el sentido es siempre un comentario sobre las
fallas que existen entre el sentido y el Sentido con mayúscula, que, por ser una
mayúscula, remite a un lenguaje pleno, absoluto y sin fallas, el cual sólo podría ser
el lenguaje de Dios o de ciertos lógicos, como Hilbert, que se proponen un plan de
hacer un lenguaje, un metalenguaje, carente de fallas y que diga la verdad sobre lo
que hay o se puede decir. Es un proyecto loco de los lógicos querer competir con
Dios y, en esa medida, un proyecto destinado a fracasar: un lenguaje que sea otra
cosa que un juego de lenguaje. En ese sentido, cuando Lacan retoma a Wittgenstein
en el seminario 17 es precisamente para mostrar la articulación que existe entre
las proposiciones wittgensteinianas –particularmente la del primer Wittgenstein en
Tractatus– y lo que él está enseñando acerca del inconsciente estructurado como
un lenguaje. Como ven, hay un campo en el cual considero podemos trabajar
fecundamente la relación entre la filosofía de lenguaje y las consecuencias de la
filosofía del lenguaje de Wittgenstein, particularmente a través de John L. Austin,
y la posición que, de alguna manera, también reconoce ese antecedente pero que
sale disparado en un sentido distinto, cuando Lacan retrabaja a Freud y cuando
Derrida hace sus intervenciones sobre Freud, Lacan y Searle, en su trabajo Limited
Inc. (Derrida, 1990) donde se pone a desbrozar de qué manera desde el psicoanálisis
se puede trabajar la cuestión de la performatividad del lenguaje y aquello que está
en juego en la relación del sujeto con el lenguaje.
Néstor Braunstein: El cuerpo no escucha. El cuerpo, salvo estos apéndices que nos
cuelgan en los costados de la cabeza, está destinado a no escuchar, aunque eso no
quiere decir que no hable. El cuerpo habla y lo hace en torno a él. La cuestión es
que el cuerpo habla según lo que se ha escrito en él y cómo se ha escrito, es decir,
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Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
cómo se han marcado los destinos de las pulsiones en el cuerpo. Por eso el cuerpo
habla, el cuerpo demanda, es un cuerpo deseante, un cuerpo gozante, está más
listo por el hecho de tener que hacer pasar la satisfacción de sus demandas por los
carriles del lenguaje y, en ese sentido, el sujeto tiene que hablar sólo con los que
están entrenados para responder, tiene que buscar la satisfacción de sus necesidades
dirigiéndose al otro, pidiéndole cosas. El cuerpo habla en la medida en que el otro
sepa escuchar y del otro depende la forma en que escucha lo que el cuerpo pide.
Esto es lo que podría decir sobre esto del cuerpo habla, el cuerpo escucha.
Beatriz Castellanos: Quisiera hacer una pregunta muy concreta, un poco diferente
a lo que están hablando, acerca de las nuevas tecnologías, la influencia que éstas
tienen y su relación con los tres discursos que imperan en nuestra sociedad, de los
cuales hablaba ayer, el discurso del mercado, el discurso del amo y el del capitalista.
Mi pregunta es respecto a los videojuegos en particular y la influencia o función que
pueden tener en la condición humana, en referencia a la violencia y la adicción.
¿Cómo podría usted pensar esta práctica, haciendo referencia al juego en general y
no a un producto desechable más del mercado que, como usted lo planteaba ayer,
son las nuevas tecnologías? ¿Cómo podría pensarse una práctica clínica? ¿Es una
manera de satisfacer ciertas pulsiones, que a la vez permitirían liberar o evitar en
últimas este tipo de actos violentos o, por el contrario, reforzaría estas condiciones
humanas?
Me gustaría que hablara sobre esto, pues ahora mencionaba también lo que pasó
en Columbine, la película Elephant acerca de los juegos de video y cómo éstos
tuvieron una influencia muy particular en estos jóvenes, que si bien pareciera los
hizo reforzar, en últimas, también los enfocó incluso a perfeccionar esos deseos y
frustraciones que tenían.
Néstor Braunstein: Primero, creo que en relación a esas situaciones de las que
usted habla, por eso Michael Moore pone el acento en el punto que corresponde
–y la masacre de chinatec lo confirma–, es la accesibilidad a las armas que se le da
a la población entera y a los jóvenes en particular. La Asociación Nacional del Rifle
con su influyente lobby permite que cualquiera pueda decir, “Bien; vamos a poner
limitaciones para que los enfermos mentales no compren armas”, como si fuese tan
fácil decir quién es enfermo mental, quién no lo es y creer que de esa manera van
a evitar las masacres y los pasajes al acto de esa naturaleza. Entonces creo que lo
primero es la cuestión del acceso irrestricto a las armas que existe en la sociedad
norteamericana.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
sobre sus compañeros; si es mejor o peor una cosa de la otra y si una cosa puede
prevenir la otra. La verdad es que no sabría decir si es la causa o la consecuencia,
si es lo primero o lo segundo, si habría que condenar a los videojuegos o no. Lo
cierto es que el videojuego es una actividad adictiva que engendra una necesidad
constante de aumentar la droga. Porque hay una “droga”, no parece que la hubiera
en el videojuego, pero los neurofisiólogos demuestran que sí, que se producen
productos, sustancias neurotransmisoras con un valor parecido al de las anfeta-
minas que requieren que el sujeto entre en dependencia y busque cada vez más la
estimulación que da el videojuego.
Ahora bien, esto nos trae algo que dijo Juan Bautista y que tenemos que repetir
en este momento: si no hay metalenguaje y no hay Otro del Otro, el psicoanálisis
no tiene metalenguaje, no es un metalenguaje y no es la explicación última de
los fenómenos que suceden en la sociedad, en la cultura, en los mercados, etc. Es
importantísimo destacar eso. El psicoanálisis tiene su campo de aplicación espe-
cífico en la situación analítica, de allí puede hacer hipótesis, formular principios
de explicación, mostrar articulación con otros discursos, hacer propuestas a otras
disciplinas, pero no para decirle a otras disciplinas qué son, lo que tendrían que ser o
por dónde deberían investigar. De modo que la política, las actividades, las ciencias
de la sociedad y de la cultura, todo eso, no es deducible psicoanalíticamente. Si no
hay el Sentido –con mayúscula– del sentido, mucho menos el psicoanálisis podría
dar el sentido a lo que sucede en la sociedad y en la cultura o explicar qué pasa
en Colombia. No. Hay niveles de explicación, hay lugares donde el psicoanálisis
como ciencia de la subjetividad puede hacer determinadas sugerencias, sugestiones,
proposiciones, para que otras ciencias vean si eso les conviene o no les conviene, si
les sirve o no les sirve, pero de ninguna manera el psicoanálisis puede arrogarse el
carácter de metalenguaje, de explicación definitiva de fenómenos que son exteriores.
Por eso, con respecto a la pregunta de Beatriz sobre los videojuegos y sobre las nuevas
tecnologías, no podemos sino respaldar lo que venimos diciendo en este tiempo.
Estamos en una época histórica donde hay discursos en competencia y, siguiendo
un origen lacaniano, hay una elaboración acerca de realidades sociopolíticas que no
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Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
han sido descubiertas por los psicoanalistas. Hoy todo el mundo se percata de las
importantes transformaciones que estamos viviendo en nuestra cultura y en nuestro
modo de vida, relacionados con los avances de las ciencias fundamentalmente y
las aplicaciones tecnológicas de las ciencias, que se conoce como la civilización
tecno-científica. Ahí aparece esta galaxia de servomecanismos, de dispositivos, entre
ellos los videojuegos, donde el sujeto se transforma en un sirviente de lo que apa-
rentemente es lo que le sirve a él. Hay que manejar el manual de instrucciones de
uso, operar de acuerdo a lo que el servomecanismo dice y el sujeto se transforma
en un instrumento de éste. El sujeto es un efecto del servomecanismo que maneja.
Gracias. Muy interesantes todas las preguntas y el modo en que se dio el diálogo. Es
un placer felicitarlos, compañeros por todo cuanto han elaborado y producido aquí.
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El psicoanálisis, el amor y la guerra. Memorias del II Seminario Latinoamericano de Psicoanálisis
Carmen Elena Urrea: No sé si hay alguna persona que quiera expresar algo, en
particular al doctor Braunstein, no preguntas sino en términos de su sentir durante
el seminario y durante está jornada.
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Café con el inconsciente: Néstor Braunstein
del psicoanálisis, de los que no sabemos nada y de los maestros que siempre tienen
palabras como el doctor Braunstein, una palabra que sabe llegar al escucha. Si bien
Lacan nos dice “la palabra miente”, el otro la reivindica.
Retomo otro ejemplo, falla del lenguaje. Cuando el compañero dice, si se antepone
a un discurso la imagen o el discurso supuestamente preciso que debe dirigir una
conversación o un tratamiento, por ejemplo el caso que se vio aquí sobre el abuso
y la violencia sexual a los niños, es ese un ejemplo que nos mete exactamente
cuando no se considera al niño en un análisis de la violencia infantil. Es un ejemplo
claro de lo que decía el compañero, a mi modo de ver, de aquellos que anteponen
su propia imagen, su propio saber ante un fenómeno donde no tienen en cuenta
a uno de los actores, por ejemplo el niño. En ese caso se plantea desde allí falla de
lenguaje, la palabra entonces pierde su peso, su justo precio y una vez más les digo
la importancia de este seminario, de este espacio que ha abierto la universidad y
me sumo al interés porque se haga otro congreso.
Marino Segura: Y agradecerle también a John James porque ha sido artífice de todo
esto, que no se quede por fuera de la mención, de verdad, muchas gracias.
Referencias
– Derrida, Jaques. (1990). Limited Inc., a, b, c. París: Galilée.
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