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El valor de la escucha.
o 6. La escucha es un encuentro de libertad, que requiere humildad, paciencia,
disponibilidad para comprender, empeño para elaborar las respuestas de un
modo nuevo. La escucha transforma el corazón de quienes la viven, sobre todo
cuando nos ponemos en una actitud interior de sintonía y mansedumbre con el
Espíritu. No es pues solo una recopilación de informaciones, ni una estrategia para
alcanzar un objetivo, sino la forma con la que Dios se relaciona con su pueblo. En
efecto, Dios ve la miseria de su pueblo y escucha su lamento, se deja conmover en
lo más íntimo y baja a liberarlo (cf. Ex 3,7-8). La Iglesia, pues, mediante la escucha,
entra en el movimiento de Dios que, en el Hijo, sale al encuentro de cada uno de
los hombres.
Los jóvenes desean ser escuchados.
o 7. Los jóvenes están llamados continuamente a tomar decisiones que orientan su
existencia; expresan el deseo de ser escuchados, reconocidos y acompañados.
Muchos sienten que su voz no es considerada interesante ni útil en el contexto
social y eclesial. En varios ámbitos se observa una escasa atención a su grito, en
particular al de los más pobres y explotados, así como la carencia de adultos
dispuestos a escuchar y capaces de hacerlo.
o 8. La escucha hace posible un intercambio de dones, en un contexto de empatía.
Esto permite que los jóvenes den su aportación a la comunidad, ayudándola a
abrirse a nuevas sensibilidades y a plantearse preguntas inéditas. Al mismo
tiempo, pone las condiciones para un anuncio del Evangelio que llegue
verdaderamente al corazón, de modo incisivo y fecundo.
Hombres y mujeres.
o 13. La Biblia presenta al hombre y a la mujer como compañeros iguales ante Dios
(cf. Gn 5,2): cada dominación y discriminación basada en el sexo ofende la
dignidad humana. También presenta la diferencia entre los sexos como un
misterio constitutivo del ser humano, irreductible a estereotipos. La relación entre
hombre y mujer se comprende además en términos de una vocación a vivir en la
reciprocidad y en el diálogo, en la comunión y en la fecundidad (cf. Gn 1,27-29;
2,21-25), en todos los ámbitos de la experiencia humana: vida de pareja, trabajo,
educación y otros. Dios ha confiado la tierra a la alianza entre ellos.
El compromiso educativo de la Iglesia.
o 15. Cuando se inspira en el diálogo intercultural e interreligioso, la acción
educativa de la Iglesia es apreciada incluso por los no cristianos como forma de
auténtica promoción humana.
La formación de seminaristas y consagrados
o 20. Los seminarios y las casas de formación son lugares de gran importancia en los
que los jóvenes llamados al sacerdocio y a la vida consagrada profundizan su
propia decisión vocacional y maduran en el seguimiento. A veces estos ambientes
no tienen en cuenta adecuadamente las experiencias anteriores de los candidatos,
y subestiman su importancia. Esto bloquea el crecimiento de la persona y corre el
riesgo de inducir a adoptar actitudes formales, más que el desarrollo de los dones
de Dios y la conversión profunda del corazón.