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El Mar de Aral no es actualmente más que la vaga sombra de lo que un día fue;
no es más que el cadáver mutilado de una de las más grandes extensiones de
agua dulce del mundo entero.
Situado en Asia Central (entre Kazajistán y Uzbekistán), fue el cuarto mar interior
más grande del globo. Para hacernos una idea, llegó a ocupar una extensión
equivalente al tamaño de Irlanda.
En el año 1960, se decidió construir un canal de 500 km cuya función sería tomar
un tercio del agua de este mar interior para regar vastos campos de arroz,
melones, cereales y, muy en especial, de algodón.
Este mar, además de ser una fuente de alimento y vida, servía para regular el
clima de la zona. Por ello, su desaparición también ha causado que los inviernos
y los veranos lleguen cada vez a temperaturas más extremas.
También tiene consecuencias sobre la salud de los habitantes de la zona. La
utilización de plaguicidas y fertilizantes utilizados para el cultivo del algodón,
además de la salinidad del agua (que sobrepasa cuatro veces el límite
establecido por la Organización Mundial de la Salud), suponen un grave peligro
para la salud humana, que se traduce en incontables enfermedades como son
la hepatitis, cáncer de garganta, numerosas enfermedades en las vías
respiratorias, bronquitis y artritis, y un largo etcétera.
Ésta es la situación actual del Mar de Aral; un vasto territorio desolado y desértico
creado en gran medida por la mala gestión de unos pocos hombres con poder y
ambición. Son ellos los responsables de la existencia de este yermo gobernado
por abandonados navíos que yacen inmóviles en la superficie de un mar de
sombras; barcos que echaron sus anclas al mar de la desesperación en el que
han quedado presos por el resto de sus días.
Conclusiones:
En este caso la muerte Mar de Aral, debería ser tomado para concientizar
a las personas de apreciar y cómo usar nuestros recursos ya que estos
no son eternos y merecen un mayor cuidado.
Linkografía:
http://periodismohumano.com
www.hablandodeciencia.com
/www.elpensante.com