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DERECHOS HUMANOS Y DERECHO INTERNACIONAL

HUMANITARIO

La distinción es clarísima: los derechos humanos corresponden a lo que en la


Constitución de 1886 se calificaba como Derechos civiles y garantías sociales ,
mientras que el Derecho Internacional Humanitario versa sobre el tratamiento
que debe dárseles a los conflictos armados, ya sea entre Estados o a nivel
doméstico.

Los derechos humanos o derechos del hombre y del ciudadano, como se llamó
en sus orígenes, debieron su difusión, en primer término, al norteamericano
Payne, luego, a su incorporación, durante la Revolución, en la legislación
francesa y, finalmente, llegaron a nuestras playas, traducidos al castellano por
el Precursor Nariño.

Su contenido se ha ido ensanchando en el curso de los años y hoy se


encuentran incorporados en la Declaración Universal de los Derechos
Humanos de las Naciones Unidas, tras haber sido protocolizados como objetivo
de la Segunda Guerra Mundial entre Roosevelt y Churchill. Son los derechos
del ciudadano frente al Estado, empezando por el derecho a la vida, la libertad
y seguridad, el derecho de propiedad y las libertades públicas, como la
religiosa, la de palabra, la de prensa, la de reunión, etc., y, posteriormente, el
derecho al medio ambiente y otras conquistas semejantes.

Es la Declaración la que se adoptó a fines de 1948, en Chaillot. En contraste


con los Estados totalitarios, en Colombia, cualquiera que sea la alineación
política, parece innegable que los gobiernos no desconocen oficialmente los
derechos humanos, si bien, por excepción, se vulneran por funcionarios
subalternos. De ahí que no se vean siempre en los resultados. Las libertades
públicas no solo son respetadas sino que tratan de garantizarse dentro del
marco del Estado de Derecho.

No era, pues, necesario traerlos a cuento en el tema de la tregua o de la paz, a


menos que se estuvieran confundiendo con el Derecho Internacional
Humanitario. Como es sabido, este último tuvo su origen en la ciudad de
Ginebra, por iniciativa del Comité Internacional de la Cruz Roja, CICR, apoyada
por el gobierno suizo. Consta de un capítulo que contiene las reglas que deben
observar los contendientes en una guerra internacional, y, en el llamado
Protocolo II, se extienden a la guerra civil. Ya, en el Derecho Internacional
clásico o Derecho de Gentes, se conocía su bifurcación en dos grandes ramas:
la una, que contemplaba las relaciones en tiempo de paz y, la otra, cuando los
países se encuentran en estado de guerra.

Este último Derecho, conocido hoy como el Derecho de los Conflictos Armados,
contiene el llamado Derecho de la Guerra, o de los combatientes, porque
regula la forma en que se pueden desarrollar los combates y se conoce como
de La Haya, por haberse firmado allí los pactos, al tiempo que el Derecho
Internacional Humanitario, o sea el de Ginebra, se conoce como derecho de los
combatientes (náufragos, civiles ...) y regula las relaciones entre los actores
armados y los que no participan del conflicto.

La abismal diferencia entre los derechos humanos y el Derecho Internacional


Humanitario radica en que el primero rige para las relaciones entre el Estado y
sus súbditos y el segundo se aplica a la responsabilidad del Estado en la
conducción de los conflictos armados de distinto orden. Al respecto, es
interesante anotar cómo la Cruz Roja, surgida en 1863, a raíz de la guerra
entre Francia y Austria, alcanzó personería jurídica internacional y empezó a
intervenir en la humanización de los conflictos aun antes de que los Tratados
de Ginebra y sus respectivos protocolos se hubieran abierto camino. Honra de
Colombia y de sus gobiernos del régimen radical es haber incorporado en la
Constitución de 1863 el concepto del Derecho de Gentes y haberlo
desarrollado en el Código de Justicia Militar antes que la mayor parte de los
países que se precian de civilizados.

Desde otro ángulo, es interesante verificar en la práctica el contraste entre las


dos instituciones. En el caso de los Derechos Humanos, al gobierno, y sólo al
gobierno, le compete ponerlos en vigencia, en desarrollo del compromiso
adquirido al suscribir la Declaración Universal y los Pactos de Derechos Civiles
y Políticos y Derechos Económicos, Sociales y Culturales (los tres forman la
Carta Internacional de los Derechos Humanos), mientras que la guerrilla no
está comprometida en modo alguno ni tiene posibilidad de garantizar las
libertades públicas y, ni siquiera, el derecho de propiedad.

Los alzados en armas, salvo cuando adquieren status de beligerancia, no son


una autoridad responsable, ni sus actos se rigen por la normatividad de los
derechos humanos. El Estado, en cambio y sin contraprestación alguna, sí
tiene la obligación de respetarlos y ponerlos en vigencia. De otra parte,
tratándose del Derecho Internacional Humanitario, unos y otros, los gobiernos y
los sediciosos, tienen que responder ante la comunidad internacional por los
delitos de lesa humanidad y acatar los principios del Protocolo II de Ginebra
sobre los conflictos internos. Ejemplos de estas prohibiciones son el
envenenamiento de las aguas, el fusilamiento de prisioneros, las torturas, las
minas quiebrapatas, los genocidios, etc.

Paradoja: exigir que la guerrilla respete los derechos humanos es darles


carácter de beligerantes.

Para juzgar estos crímenes, se suscribió el año pasado, en Roma, el Tratado


multilateral que entrará en vigencia cuando cuente con la ratificación de
sesenta países. Allí se prevé la creación de un Tribunal Internacional, ante el
cual denunciar tales delitos. Entre tanto, la violación de sus principios
humanitarios no desdice de su obligatoriedad. Antes de que existiera el
Derecho Internacional Humanitario, se condenó a muerte, en Nuremberg, a los
jerarcas nazis por practicar la discriminación racial, desconocer las libertades
públicas y por poner en práctica, en seres humanos, experimentos
pseudocientíficos que equivalían a la propia tortura.

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