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EVALUACIÓN PSICOLÓGICO-FORENSE DE LA
RESPONSABILIDAD CRIMINAL. UN ESTUDIO
DE CASO

Thesis · July 2014

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UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

FACULTAD DE PSICOLOGÍA

Máster Universitario en Psicología del Trabajo y las

Organizaciones, Psicología Jurídico-Forense y de la Intervención Social

EVALUACIÓN PSICOLÓGICO-FORENSE DE LA RESPONSABILIDAD


CRIMINAL.

UN ESTUDIO DE CASO

Trabajo Fin de Máster

Curso académico: 2013/2014

AUTOR: Bruno Rodríguez Novoa

Santiago de Compostela, 09/07/2014


UNIVERSIDAD DE SANTIAGO DE COMPOSTELA

FACULTAD DE PSICOLOGÍA

Máster Universitario en Psicología del Trabajo y las

Organizaciones, Psicología Jurídico-Forense y de la Intervención Social

EVALUACIÓN PSICOLÓGICO-FORENSE DE LA RESPONSABILIDAD


CRIMINAL.

UN ESTUDIO DE CASO

Trabajo Fin de Máster

Curso académico: 2013/2014

AUTOR: Bruno Rodríguez Novoa

DIRECTOR: Dr. Ramón Arce Fernández

Santiago de Compostela, 09/07/2014

2
Ramón Arce Fernández, Catedrático de Universidad de la Universidad de Santiago de
Compostela, y profesor del Máster Universitario en Psicología del Trabajo y las
Organizaciones, Psicología Jurídico-Forense y de la Intervención Social (PTOJFIS) de la
Universidad de Santiago de Compostela,

INFORMA favorablemente sobre el Trabajo Fin de Máster “Evaluación psicológico-forense


de la responsabilidad criminal. Un estudio de caso” realizado por el alumno Bruno Rodríguez
Novoa en el marco del citado Máster Universitario en PTOJFIS curso 2013-2014, y hace
constar que reúne todos los requisitos y condiciones para su presentación y defensa pública.

Y para que así conste, firmo el presente documento

En Santiago de Compostela a 09 de julio de 2014

Dr. Ramón Arce Fernández Bruno Rodríguez Novoa

Director Autor

3
ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS

PRESENTACIÓN

PARTE TEÓRICA

1. RESPONSABILIDAD CRIMINAL................................................................................. 10

1.1. Aproximación conceptual ......................................................................................... 10

1.2. Aproximación legal ................................................................................................... 15

2. SALUD MENTAL Y RESPONSABILIDAD CRIMINAL............................................. 24

2.1. Introducción .................................................................................................................. 24

2.2. Principales enfermedades mentales que pueden ser fuente de inimputabilidad ........... 26

2.2.1. Discapacidad intelectual .................................................................................... 26

2.2.2. Esquizofrenia ..................................................................................................... 30

2.2.3. Trastorno delirante ............................................................................................. 35

2.2.4. Trastorno Mental Transitorio ............................................................................. 38

2.2.5. Delirium y Demencias ....................................................................................... 40

2.2.6. Otras psicopatologías y alteraciones mentales ................................................... 42

3. EVALUACIÓN PSICOLÓGICO FORENSE DE LA RESPONSABILIDAD


CRIMINAL .............................................................................................................................. 48

3.1. De la simulación y de los aspectos a evaluar ............................................................ 48


4
3.2. Instrumentos para la evaluación ................................................................................ 53

3.3. Protocolo de Arce y Fariña de medida de la imputabilidad y control de la


simulación (2007) .................................................................................................................... 54

PARTE METODOLÓGICA

1. INTRODUCCIÓN ............................................................................................................ 60

1.1. Características de la persona evaluada ...................................................................... 60

2. METODOLOGÍA ............................................................................................................. 61

2.1. Entrevista psicosocial, observación y registro conductual ........................................ 61

2.2. Análisis de la fiabilidad de las medidas .................................................................... 61

2.3. Evaluación clínica ..................................................................................................... 62

2.3.1. Inventario Multifactorial de Personalidad de Minnesota (MMPI-2) ................. 62

2.3.2. Cuestionario de 90 Síntomas - Revisado (SCL-90-R) ....................................... 65

2.3.3. Entrevista clínico-forense (Arce y Fariña, 2001) ............................................... 67

2.4. Estudio de las capacidades cognitivas ....................................................................... 68

2.4.1. Test de Inteligencia No Verbal (TONI-2) .......................................................... 69

2.5. Estudio de la personalidad......................................................................................... 69

2.5.1. Cuestionario factorial de Personalidad, 16PF-5................................................. 69

2.6. Estudio del procedimiento y búsqueda de antecedentes y pruebas documentales .... 71

3. RESULTADOS ................................................................................................................ 72

3.1. Entrevista psicosocial ................................................................................................ 72

3.2. Estudio de la fiabilidad.............................................................................................. 73

3.3. Estudio de la inteligencia .......................................................................................... 74

5
3.4. Evaluación clínica ..................................................................................................... 74

3.5. Estudio de la personalidad......................................................................................... 75

3.6. Estudio de las capacidades cognitivas y volitivas..................................................... 75

3.6.1. Oligofrenia o retraso mental .............................................................................. 75

3.6.2. Psicopatía ........................................................................................................... 75

3.6.3. Neurosis ............................................................................................................. 76

3.6.4. Psicosis............................................................................................................... 76

4. CONCLUSIONES ............................................................................................................ 77

REFERENCIAS

ANEXO

6
-AGRADECIMIENTOS

Agradezco y dedico este trabajo a Ramón Arce, por hacerlo posible y darme la oportunidad
de acercarme un poco más a mis deseos de hacer de la Psicología mi modo de vida.

A Dolores Seijo, por guiarme a mí y mis compañeros a lo largo de este master, siempre
dispuesta a ofrecernos ayuda y facilitarnos la labor.

A Manuel Vilariño, por su ayuda constante en este trabajo, por su interés en que este saliese
bien y por su muestra de cercanía.

A Jorge Sobral, porque aunque él no lo sepa fue el que, allá por segundo de carrera, creó en
mí la pasión y el deseo de dedicarme a la Psicología en el ámbito jurídico.

A Roxana y Arantxa que convirtieron las horas de trabajo en la biblioteca en momentos


alegres, en los que el trabajo fue mucho más ameno. Trabajar a vuestro lado ha sido de lo
mejor de este año.

A Marta, mi compañera de viaje, por esforzarse en quitarme una sonrisa cuando las cosas van
a contracorriente. Y como no, por tu genial aportación como actriz al desarrollo de este
trabajo.

A mis padres, no por el apoyo en este trabajo, sino por el apoyo durante toda la vida. Sin
vosotros no estaría aquí. Vosotros hacéis posible todo lo que me sucede.

Y finalmente a todos mis amigos y a mis compañeros de clase, en especial a Iago y Toni, por
tan buenos momentos antes, ahora y espero que en el futuro, porque hacéis que la vida pueda
resultar genial.

7
-PRESENTACIÓN

En el siguiente trabajo de fin de máster se abordará, desde el punto de vista de la


psicología forense, la responsabilidad criminal. En este sentido, en la primera parte se
realizará una revisión del estado de la cuestión. Comenzaremos llevando a cabo una
aproximación conceptual, considerando los términos de “imputabilidad” y “culpabilidad”, y
centrándonos, especialmente, en las circunstancias modificativas de la responsabilidad
criminal para, posteriormente, realizar sobre ellas un análisis en el contexto legal español.
Tras esto, se expondrán de estas circunstancias aquellas relacionadas con la salud mental,
analizando detalladamente cada uno de los trastornos mentales que en algún momento se han
considerado que puedan afectar a las capacidades cognitivas y/o volitivas de un sujeto autor
de un delito. Por último, esta parte teórica termina con un análisis del proceso de evaluación
psicológico-forense de la responsabilidad criminal, teniendo en cuenta que aspectos se deben
evaluar, el necesario control de la simulación, así como los instrumentos que más
comúnmente se utilizan en España para culminar con la exposición del Protocolo de Arce y
Fariña de medida de la imputabilidad y control de la simulación (2007).
La segunda parte de este trabajo consiste en un abordaje metodológico, en el que se
expondrá de forma detallada el desarrollo de un estudio práctico. Este consistirá en un
informe pericial en el que se evaluará la responsabilidad criminal, con control de la
simulación, de una mujer condenada por haber agredido físicamente a una vecina.

8
PARTE TEÓRICA

9
1. RESPONSABILIDAD CRIMINAL

1.1.Aproximación conceptual

En el marco legislativo de cada país se recogen todas aquellas normas que se


consideran necesarias para convertir la sociedad en un lugar donde impere la justicia. Dentro
de estas normas se estipulan todos aquellos comportamientos que se consideran indeseables
para los ciudadanos, por considerar que agreden y perturban contra alguno de sus bienes
jurídicos, entendiéndose por tal, tanto los bienes materiales como inmateriales (salud, vida,
etc.), que son protegidos por el Derecho. Al mismo tiempo, se señalan aquellas penas o
castigos que recaen sobre los autores de estos comportamientos con el objetivo, al menos en
parte, de reeducar y reinsertar a estos en la sociedad, de modo que en el futuro cumplan las
normas establecidas. Estos comportamientos que suponen una contradicción objetiva entre la
conducta realizada por el sujeto y el ordenamiento jurídico son los denominados delitos o
hechos antijurídicos (García y Arús, 2007).
Actualmente, en el contexto español, estos delitos y sus correspondientes penas
aparecen tipificados, principal aunque no exclusivamente, en la Ley Orgánica 10/1995, de 23
de noviembre, del Código Penal. Ahora bien, bajo este marco, ¿todo aquel que comete un
delito recibe dicha pena? La respuesta es que no. Una persona que comete un delito tendrá
que cumplir la pena asociada a éste siempre que sea considerada imputable o, lo que es lo
mismo, responsable criminalmente. De este modo, la legislación establece una serie de
criterios que si se cumplen convierten al autor de un delito en inimputable o falto de
responsabilidad criminal. Estos criterios son los conocidos como circunstancias o causas
modificativas de la responsabilidad criminal, dentro de las cuales existen los siguientes
subtipos según la manera en que afectan a la responsabilidad:

-Eximentes: causas o circunstancias que hacen considerar al autor de un delito


irresponsable criminalmente (inimputable).
No obstante, dentro de estas encontramos las eximentes incompletas, que
aluden a las mismas causas y circunstancias que las anteriores pero sin llegar a
cumplir todos los criterios necesarios. Esto implica que funcionan como atenuantes
disminuyendo la responsabilidad pero sin eliminarla completamente.

10
-Atenuantes: causas o circunstancias que disminuyen la responsabilidad del autor de
un delito, y que por lo tanto reducen la pena que se le impone a este.

-Agravantes: aquellas causas que incrementan la responsabilidad del autor del delito y
su correspondiente pena.

Las circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal tienen una


importancia vital para este trabajo, y en concreto las eximentes (tanto completas como
incompletas), ya que este se realiza desde la perspectiva de la Psicología Forense. Entre las
eximentes podemos diferenciar dos tipos: por una parte, aquellas que justifican el delito, y
por otra, aquellas en las que se asume una falta de culpabilidad por parte del autor (Sierra,
Jiménez y Buela-Casal, 2006). O como es denominado por otros: circunstancias relativas a
lo injusto y circunstancias relativas a la culpabilidad (Arias, 2007). En el primero de los
casos el hecho antijurídico se convierte en lícito, debido a que ante la concurrencia de dos
delitos, la ley considera igual o más importante el interés en evitar una conducta lesiva, por lo
que el acto encaminado a ello queda justificado; en el segundo de los casos el delito sigue
siendo tal, no obstante se considera que el autor no se encuentra en las condiciones adecuadas
para ser totalmente dueño de sus actos (Sierra et al., 2006).

En este sentido, dentro de las causas de justificación del delito distinguimos (Sierra et
al., 2006):

-Actuar bajo legítima defensa


-Actuar bajo un estado de necesidad
-Actuar haciendo ejercicio de un derecho o deber

Dentro de la falta de culpabilidad podemos señalar (Sierra et al., 2006):

-Factores de origen predominantemente individual: enfermedad mental, retraso


mental, alteraciones de la percepción
-Factores de origen predominantemente situacional: miedo insuperable
-Factores de origen individual/situacional: trastorno mental transitorio

11
Hacemos alusión a “predominio” porque, como ocurre siempre en Psicología, el
individuo influye en la situación y viceversa, y hablar de un origen exclusivamente individual
o situacional implica imprecisión. Así pues, tanto en los casos en los que el delito esté
justificado como en los que exista una falta de culpabilidad, el autor será considerado
inimputable o irresponsable criminalmente. ¿Pero a qué se refieren exactamente estos
términos?
En primer lugar, empezaremos por el término más utilizado en lo cotidiano: la
imputabilidad. Esta es, a grandes rasgos, la capacidad de culpabilidad. Y bajo el marco
actual, esta capacidad viene determinada por el hecho de que el autor de un delito sea capaz,
simultáneamente, de:

a) comprender lo injusto de un hecho


b) dirigir su comportamiento conforme a dicha comprensión

Dicho de otro modo, la base psicológica de la imputabilidad es una mezcla entre


inteligencia y voluntad, y toda alteración mental que afecte a una de ellas podrá ser causa de
inimputabilidad. Según Juárez (2005) esta visión de la imputabilidad tiene sus raíces en la
obra Medicina Legal Judicial de Simonin, en 1982, visión la cual aún perdura hoy en día en
nuestra legislación. Así pues, de un sujeto imputable se presupone que tiene la capacidad para
actuar de otro modo (García y Arús, 2007).
Para ser exactos debemos señalar que en el Código Penal español no se ofrece una
definición del término “imputabilidad”, ni siquiera se menciona (Núñez y López, 2009), si
bien su significado se desprende implícitamente de las circunstancias que modifican la
responsabilidad criminal, término el cual como veremos a continuación funciona como
sinónimo de imputabilidad. Al mismo tiempo, la imputabilidad no siempre funciona como un
todo, y entre los extremos de imputabilidad e inimputabilidad se encuentra un 3º grado
intermedio: la semiimputabilidad o imputabilidad disminuida (Ailhaud, 2002), derivada de la
presencia de atenuantes, o lo que es lo mismo, de factores que interfieren en las funciones
psíquicas superiores de un individuo pero que no llegan a anular completamente su
inteligencia o voluntad (Sierra et al., 2006).
El concepto que sí es nombrado y referenciado en el Código Penal es el de la ya
mencionada responsabilidad criminal. Esta es concebida a través de hasta cuatro puntos de
vista distintos: como imputabilidad, como exigibilidad, como culpabilidad o como
consecuencia jurídica del delito (De la Fuente, 1990). Ahora bien, desde el punto de vista de
12
la psicología forense, que es el que usaremos en este trabajo, tomamos como referencia la
primera de las acepciones: aquella que establece una relación de sinonimia entre
responsabilidad criminal e imputabilidad. Esta relación deriva en lo siguiente: la anulación de
la imputabilidad supone la ausencia de responsabilidad (Ailhaud, 2002).
Bajo la doctrina imperante esta idea exige que el sujeto tenga el dominio sobre sus
propias facultades y que esté en condiciones de dirigir conscientemente sus actos (De la
Fuente, 1990), algo que como el lector habrá podido darse cuenta concuerda con el concepto
de imputabilidad. Además de esto, el concepto de responsabilidad conlleva, la obligación de
satisfacer el daño causado. No obstante en este trabajo imputabilidad y responsabilidad
criminal funcionarán como sinónimos, aludiendo a la visión más psicológica del concepto, y
de ellos emplearemos el segundo ya que es el concepto que aparece explícitamente en la
legislación.
Al mismo tiempo, al lado de la responsabilidad criminal se ha utilizado el concepto de
responsabilidad penal como sinónimo, aspecto que resulta erróneo desde que entró en vigor la
Ley Orgánica 5/2010, de 22 de junio, por la que se modifica la Ley Orgánica 10/1995, de 23
de noviembre, del Código Penal. A través de esta se realiza la siguiente distinción entre los
dos términos: la responsabilidad criminal hace referencia a personas físicas, mientras que la
responsabilidad penal alude a personas jurídicas (instituciones que funcionan legalmente
como si se tratase de una persona física). Así pues, en el presente trabajo realizado desde el
marco de la Psicología Forense adquiere más sentido utilizar el concepto de responsabilidad
criminal, pues es el que alude a comportamientos realizados por personas físicas (delitos
sexuales, violencia de género, violencia doméstica, acoso laboral, accidentes de tráfico, etc.),
y no a comportamientos ilegales realizados por instituciones.
Imputabilidad y responsabilidad criminal no implican un castigo para un sujeto, para
ello es necesario que entre en juego un tercer elemento: la culpabilidad. Este concepto
examina si tal delito o infracción le puede ser reprochado al sujeto (García y Arús, 2007). Tal
reproche implica no solo la comisión del delito sino también la asunción de que el sujeto es
responsable criminalmente del mismo. Así pues, un individuo solo será culpable si
previamente se llegó a la conclusión de que posee las facultades mínimas para ser
considerado imputable/responsable criminalmente del delito cometido. En definitiva, para
que un sujeto pueda ser considerado culpable de un delito debe ser autor material y moral del
mismo, aspecto este último que proviene de la coexistencia de determinadas condiciones
psíquicas, biológicas y morales.

13
Es importante matizar que la responsabilidad criminal no funciona como una etiqueta
que acompaña al individuo en cualquiera de sus actos, sino que esta debe estar en relación
con un acto concreto, así el sujeto puede ser considerado responsable de un acto pero no de
otro. A modo de ejemplo y para comprender bien esta idea imagine el lector el siguiente caso:
un sujeto que comete dos asesinatos en el mismo día. El primero de ellos lo realiza bajo un
brote psicótico por el cual pierde totalmente la conciencia de lo que está haciendo. Horas
después, en pleno uso de sus facultades mata a su hermano, con el que mantiene un amplio
historial de disputas y peleas. Pues bien, este sujeto debería ser considerado irresponsable
criminalmente en el primero de los asesinatos, pero responsable (total o parcialmente) del
segundo. Y todo en el mismo día.
Ahora bien, la fundamentación psicológica de la responsabilidad criminal ligada única
y exclusivamente a la inteligencia y voluntad no permanece exenta de críticas. Este modo de
entender responsabilidad criminal como una “simple” capacidad de entender y querer suscita
numerosas críticas entre aquellos que consideran que existen otras variables que se deberían
tener en cuenta. Al centrarnos en tan solo estos dos conceptos excluimos importantes
facultades psíquicas como la percepción, la memoria, la afectividad, el pensamiento, la
motivación, los aspectos histórico-biográficos del individuo, las deficiencias en el proceso de
socialización o la interiorización de valores y motivos (Sierra et al., 2006).
Al mismo tiempo, los propios conceptos de inteligencia y voluntad presentan
importantes carencias que implican la necesidad de tomarlos con precaución. En primer
lugar, el concepto de inteligencia variará según la teoría en la que nos basemos: las que
definen la inteligencia como un factor general; las que definen esta como la coexistencia de
diversas aptitudes específicas; las que señalan diversos tipos de inteligencia (Gardner, 1994);
o, entre otras, las que diferencian una inteligencia-producto (lo que miden los test) de una
inteligencia-proceso (de qué manera la persona procesa la información). Y lo más importante
que se extrae de esta circunstancia es que diferentes concepciones de la inteligencia conllevan
diferentes maneras de medirla.
En segundo lugar, el constructo de voluntad no resulta menos ambiguo, pues no está
claro que entendemos por tal y de qué elementos está compuesto (condicionantes cognitivos,
afectivos, motivacionales, autoconcepto, tolerancia a la frustración, etc.), al mismo tiempo
que implica una visión muy racionalista del ser humano (Sierra et al., 2006).
Por último, la idea de causalidad lineal que se pretende al relacionar trastorno y hecho
criminal resulta obsoleta en Psicología, en donde este concepto ha evolucionado hacia una

14
visión más circular, en donde causa y efecto se interrelacionan mutuamente (Sierra et al.,
2006).

1.2.Aproximación legal

Al igual que los delitos y sus correspondientes penas, para hablar de responsabilidad
criminal en el marco legal español debemos recurrir a la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de
noviembre, del Código Penal. Como comentamos previamente, en esta se habla de
responsabilidad criminal y no de imputabilidad, y se define a través de las circunstancias que
la alteran. Estas circunstancias son las eximentes (completas e incompletas), las atenuantes y
las agravantes.
Si bien por lo general las agravantes, las atenuantes y ciertas eximentes no son
consideradas competencia de la psicología forense, a continuación se expondrá todo el
conjunto para que el lector pueda formarse una idea de manera exhaustiva acerca de todas
ellas, al margen de que posteriormente se analizarán más pormenorizadamente aquellas que
afecten a nuestro campo de estudio.

En los artículos 19 y 20 de la mencionada Ley Orgánica 10/1995 del Código Penal se


recogen las circunstancias eximentes de responsabilidad criminal:

Artículo 19

Los menores de dieciocho años no serán responsables criminalmente con arreglo a


este Código.
Cuando un menor de dicha edad cometa un hecho delictivo podrá ser responsable con
arreglo a lo dispuesto en la ley que regule la responsabilidad penal del menor.

Artículo 20

1º. El que al tiempo de cometer una infracción penal, a causa de cualquiera anomalía o
alteración psíquica, no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa
comprensión.

15
El trastorno mental transitorio no eximirá de pena cuando hubiese sido provocado por
el sujeto con el propósito de cometer un delito o hubiera previsto o debido prever su
comisión.

2º. El que al tiempo de cometer la infracción penal se halle en estado de intoxicación


plena por consumo de bebidas alcohólicas, drogas tóxicas, estupefacientes, sustancias
psicotrópicas u otras que produzcan efectos análogos, siempre que no haya sido
buscado con propósito de cometerla o no se hubiese previsto o debido prever su
comisión, o se halle bajo la influencia de un síndrome de abstinencia, a causa de su
dependencia a tales sustancias, que le impida comprender la ilicitud del hecho a actuar
conforme esa comprensión.

3º. El que por sufrir alteraciones en la percepción desde el nacimiento o desde la


infancia tenga alterada gravemente la conciencia de realidad.

4º. El que obre en defensa de la persona o derechos propios o ajenos, siempre que
concurran los requisitos siguientes:

Primero. Agresión ilegítima. En caso de defensa de los bienes se reputará agresión


ilegítima el ataque a los mismos que constituya delito o falta y los ponga en grave
peligro de deterioro o pérdida inminentes. En caso de defensa de la morada o sus
dependencias, se reputará agresión ilegítima la entrada indebida en aquella o estas.
Segundo. Necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla.
Tercero. Falta de provocación suficiente por parte del defensor.

5º. El que, en estado de necesidad, para evitar un mal propio o ajeno lesione un bien
jurídico de otra persona o infrinja un deber, siempre que concurran los siguientes
requisitos:

Primero. Que el mal causado no sea mayor que el que se trate de evitar.
Segundo. Que la situación de necesidad no haya sido provocada intencionadamente
por el sujeto.
Tercero. Que el necesitado no tenga, por su oficio o cargo, obligación de sacrificarse.

16
6º. El que obre impulsado por miedo insuperable.

7º. El que obre en cumplimiento de un deber o en el ejercicio legítimo de un derecho,


oficio o cargo.

En los supuestos de los tres primeros números se aplicarán, en su caso, las medidas de
seguridad previstas en este Código.

En el artículo 21 de dicho código se establecen las circunstancias atenuantes de la


responsabilidad criminal, es decir, aquellas que no la eximen pero que la disminuyen. La
primera de ellas (21.1) hace referencia a las eximentes incompletas comentadas con
anterioridad:

Artículo 21

1ª. Las causas expresadas en el capítulo anterior, cuando no concurrieren todos los
requisitos necesarios para eximir de responsabilidad en sus respectivos casos.

2ª. La de actuar el culpable a causa de su grave adicción a las sustancias mencionadas


en el número 2 del artículo anterior.

3ª. La de obrar por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato,
obcecación u otro estado pasional de entidad semejante.

4ª. La de haber procedido el culpable, antes de conocer que el procedimiento judicial


se dirige contra él, a confesar la infracción a las autoridades.

5ª. La de haber procedido el culpable a reparar el daño ocasionado a la víctima, o


disminuir sus efectos, en cualquier momento del procedimiento y con anterioridad a la
celebración del acto del juicio oral.

6ª. La dilación extraordinaria e indebida en la tramitación del procedimiento, siempre


que no sea atribuible al propio inculpado y que no guarde proporción con la
complejidad de la causa.
17
7ª. Cualquier otra circunstancia de análoga significación que las anteriores.

En el artículo 22 se exponen las circunstancias que agravan la responsabilidad


criminal y sus correspondientes penas:

Artículo 22

1ª. Ejecutar el hecho con alevosía.


Hay alevosía cuando el culpable comete cualquiera de los delitos contra las personas
empleando en la ejecución medios, modos o formas que tiendan directa o
especialmente a asegurarla, sin el riesgo que para su persona pudiera proceder de la
defensa por parte del ofendido.

2ª. Ejecutar el hecho mediante disfraz, con abuso de superioridad o aprovechando las
circunstancias de lugar, tiempo o auxilio de otras personas que debiliten la defensa del
ofendido o faciliten la impunidad del delincuente.

3ª. Ejecutar el hecho mediante precio, recompensa o promesa.

4ª. Cometer el delito por motivos racistas, antisemitas u otra clase de discriminación
referente a la ideología, religión o creencias de la víctima, la etnia, raza o nación a la
que pertenezca, su sexo, orientación o identidad sexual, la enfermedad que padezca o
su discapacidad.

5ª. Aumentar deliberada e inhumanamente el sufrimiento de la víctima, causando a


esta padecimientos innecesarios para la ejecución del delito.

6ª. Obrar con abuso de confianza.

7ª. Prevalerse del carácter público que tenga el culpable.

8ª. Ser reincidente.

18
Hay reincidencia cuando, al delinquir, el culpable haya sido condenado
ejecutoriamente por un delito comprendido en el mismo título de este Código, siempre
que sea de la misma naturaleza.
A los efectos de este número no se computarán los antecedentes penales cancelados o
que debieran serlo.

Por último, el artículo 23 de la presente ley establece la circunstancia mixta de


parentesco, la cual puede funcionar como una atenuante o como una agravante dependiendo
del caso:

Artículo 23

Es circunstancia que puede atenuar o agravar la responsabilidad, según la naturaleza,


los motivos y los efectos del delito, ser o haber sido el agraviado cónyuge o persona
que esté o haya estado ligada de forma estable por análoga relación de afectividad, o
ser ascendiente, descendiente o hermano por naturaleza o adopción del ofensor o de su
cónyuge o conviviente.

Así pues, sobre el sujeto que haya cometido un delito y alguna circunstancia exima o
atenúe su responsabilidad criminal recaerán consecuencias jurídicas distintas a las habituales.
El remedio que prevé el Código Penal con estos es la aplicación de las llamadas medidas de
seguridad (De la Cuesta, 1999). Estas tienen el objetivo de prevención del delito, al mismo
tiempo que presentan un carácter terapéutico, educativo y/o asistencial con el propio sujeto
autor del delito.
Si el sujeto es considerado totalmente irresponsable por aplicación de la eximente
completa del art. 20.1, a este le corresponde la imposición de una de las medidas de seguridad
previstas atendiendo a los artículos 96.3 y 101.1, donde se especifican las diferentes
modalidades que existen; el art. 105 donde se especifica el tiempo obligatorio de
cumplimiento de tales medidas; el art. 106 que explica el funcionamiento de la medida de
libertad vigilada; el art. 107 en el cual se decreta la inhabilitación en diferentes ámbitos
siempre que sea pertinente; y el art. 108 donde se decretan posibles medidas a tomar con los
extranjeros residentes en España

19
Artículo 101. 1

Al sujeto que sea declarado exento de responsabilidad criminal conforme al número 1º


del artículo 20, se le podrá aplicar, si fuere necesaria, la medida de internamiento para
tratamiento médico o educación especial en un establecimiento adecuado al tipo de
anomalía o alteración psíquica que se aprecie, o cualquier otra de las medidas
previstas en el apartado 3 del artículo 96. El internamiento no podrá exceder del
tiempo que habría durado la pena privativa de libertad, si hubiera sido declarado
responsable el sujeto, y a tal efecto el Juez o Tribunal fijará en la sentencia ese límite
máximo.

Artículo 96.3

Medidas no privativas de libertad:

1ª) La inhabilitación profesional.


2ª) La expulsión del territorio nacional de extranjeros no residentes legalmente en
España.
3ª) La libertad vigilada
4ª) La custodia familiar. El sometido a esta medida quedará sujeto al cuidado y
vigilancia del familiar que se designe y que acepte la custodia, quien la ejercerá en
relación con el Juez de Vigilancia Penitenciaria y sin menoscabo de las actividades
escolares o laborales del custodiado.
5ª) La privación del derecho a conducir vehículos a motor y ciclomotores.
6ª) La privación del derecho a la tenencia y porte de armas.

Artículo 106

1. La libertad vigilada consistirá en el sometimiento del condenado a control judicial a


través del cumplimiento por su parte de alguna o algunas de las siguientes medidas:

a) La obligación de estar siempre localizable mediante aparatos electrónicos que


permitan su seguimiento permanente.

20
b) La obligación de presentarse periódicamente en el lugar que el Juez o Tribunal
establezca.
c) La de comunicar inmediatamente, en el plazo máximo y por el medio que el Juez o
Tribunal señale a tal efecto, cada cambio del lugar de residencia o del lugar o puesto
de trabajo.
d) La prohibición de ausentarse del lugar donde resida o de un determinado territorio sin
autorización del Juez o Tribunal.
e) La prohibición de aproximarse a la víctima, o a aquellos de sus familiares u otras
personas que determine el Juez o Tribunal.
f) La prohibición de comunicarse con la víctima, o con aquellos de sus familiares u otras
personas que determine el Juez o Tribunal.
g) La prohibición de acudir a determinados territorios, lugares o establecimientos.
h) La prohibición de residir en determinados lugares.
i) La prohibición de desempeñar determinadas actividades que puedan ofrecerle o
facilitarle la ocasión para cometer hechos delictivos de similar naturaleza.
j) La obligación de participar en programas formativos, laborales, culturales, de
educación sexual u otros similares.
k) La obligación de seguir tratamiento médico externo, o de someterse a un control
médico periódico.

Artículo 107

El Juez o Tribunal podrá decretar razonadamente la medida de inhabilitación para el


ejercicio de determinado derecho, profesión, oficio, industria o comercio, cargo o
empleo, por un tiempo de uno a cinco años, cuando el sujeto haya cometido con abuso
de dicho ejercicio, o en relación con él, un hecho delictivo, y cuando de la valoración
de las circunstancias concurrentes pueda deducirse el peligro de que vuelva a cometer
el mismo delito u otros semejantes, siempre que no sea posible imponerle la pena
correspondiente por encontrarse en alguna de las situaciones previstas en los números
1.º, 2.º y 3.º del artículo 20.

21
Artículo 108

1. Si el sujeto fuera extranjero no residente legalmente en España, el juez o tribunal


acordará en la sentencia, previa audiencia de aquél, la expulsión del territorio nacional
como sustitutiva de las medidas de seguridad que le sean aplicables, salvo que el juez
o tribunal, previa audiencia del Ministerio Fiscal, excepcionalmente y de forma
motivada, aprecie que la naturaleza del delito justifica el cumplimiento en España
(…).
En el supuesto de que, acordada la sustitución de la medida de seguridad por la
expulsión, esta no pudiera llevarse a efecto, se procederá al cumplimiento de la
medida de seguridad originariamente impuesta.

2. El extranjero no podrá regresar a España en un plazo de 10 años, contados desde la


fecha de su expulsión.

Al mismo tiempo, a aquellos a los que se aplique la eximente incompleta de anomalía


o alteración psíquica mencionado en el art. 21.1, también se les impondrá medidas de
seguridad atendiendo a los arts. 96.3 y 101.1 anteriormente expuestos. No obstante, estos
también deberán cumplir una pena, si bien esta resultará inferior a lo habitual por efecto de la
eximente incompleta.
Sobre este Código Penal, existen otras tres leyes que debemos tener en cuenta ya que
lo reforman o alteran parcialmente: la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y
reproductiva e interrupción voluntaria del embarazo; la Ley Orgánica 5/2010, de 22 de
junio, por la que se modifica la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código
Penal; y la Ley Orgánica 3/2011, de 28 de enero, por la que se modifica la Ley Orgánica
5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General. Además de las mencionadas, existe
actualmente el Proyecto de Ley Orgánica por la que se modifica la Ley Orgánica 10/1995, de
23 de noviembre, del Código Penal, propuesto por el Gobierno el 24 de septiembre de 2013 y
que se encuentra en proceso de tramitación.
No obstante, tanto estas tres leyes como el proyecto de ley no aportan ninguna
novedad en lo referente a las circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal. Así
pues, de relevancia para este trabajo nos quedamos con la ya mencionada diferenciación entre
responsabilidad criminal (para personas físicas) y responsabilidad penal (para personas

22
jurídicas) que viene recogida en la Ley Orgánica 5/2010, de 22 de junio, por la que se
modifica la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal.

23
2. SALUD MENTAL Y RESPONSABILIDAD CRIMINAL

2.1.Introducción

Como hemos señalado con anterioridad existen diferentes circunstancias que


modifican la responsabilidad criminal del autor de un delito. Entendemos por este tipo de
circunstancias a aquellos hechos, estipulados por la legislación, generalmente de carácter
accidental, que por su íntima relación con el delito influyen en sus efectos jurídicos (Arias,
2007).
De estas circunstancias se pueden distinguir las ya mencionadas eximentes, que
consideran al autor material del delito no culpable; las atenuantes, que no llegan a eliminar la
culpabilidad pero sí la disminuyen, por lo cual la pena recibida es menor que lo habitual; y las
agravantes, que aumentan la sanción dirigida al autor.
Son competencia de la Psicología Forense algunas circunstancias eximentes, tanto
cuando actúan de manera completa como incompleta. Por el contrario en la labor de esta
disciplina resulta complicado el estudio de circunstancias agravantes y atenuantes, aunque es
cierto que las eximentes incompletas tienen una función similar a las atenuantes. Así pues, a
continuación nos centraremos únicamente en aquellas circunstancias que modifican la
responsabilidad criminal y son objeto de estudio por parte de la Psicología, es decir, aquellas
relativas a la salud mental. Concretamente, estas son aludidas en el Artículo 20.1 de la Ley
Orgánica 10/1995 del Código Penal, en calidad de eximente:

El que al tiempo de cometer una infracción penal, a causa de cualquiera anomalía o


alteración psíquica, no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa
comprensión.

Y en el Artículo 21.1 de la misma ley en calidad de eximente incompleta:

Las causas expresadas en el capítulo anterior, cuando no concurrieren todos los


requisitos necesarios para eximir de responsabilidad en sus respectivos casos.

Con base en esta circunstancia de la eximente incompleta, el sujeto se considera


parcialmente afectado en sus facultades intelectivas y/o volitivas, pero dichas facultades no se
muestran totalmente anuladas.

24
Así, la anomalía o alteración psíquica afecta a la responsabilidad criminal atendiendo
a dos criterios (Ailhaud, 2002): en primer lugar el criterio cualitativo, por el cual esta
anomalía o alteración afecta a las capacidades cognitivas y/o volitivas del sujeto, adquiriendo
la condición de circunstancia modificativa de la responsabilidad; y una vez cumplido este
criterio se tiene en cuenta el cuantitativo, que hace referencia al cuanto anula estas
capacidades, existiendo dos posibilidades: totalmente, donde hablaríamos de eximente
completa; o parcialmente, donde hablaríamos de eximente incompleta.
La configuración de estas circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal
debidas a anomalías o alteraciones psíquicas no ha estado exenta de críticas y debates,
llegándose a utilizar a lo largo de la reciente historia de España hasta tres fórmulas
legislativas diferentes: la biológica; la psicológica; y la mixta (Fonseca, 2009):

a. La fórmula biológica (también conocida como psiquiátrica, naturalista,


descriptiva, etiológica o psicopatológica), para determinar las circunstancias
modificativas de la responsabilidad criminal atiende únicamente a la enfermedad,
trastorno o anomalía del sujeto que comete un delito. Este enfoque conlleva que
solo es irresponsable criminalmente el enfermo mental.

b. La fórmula psicológica (también conocida como método valorativo, sintomático o


normativo), se limita única y exclusivamente, a indicar las consecuencias
psicológicas que jurídicamente son relevantes para calificar a un sujeto como
exento de responsabilidad criminal, con independencia de las causas o factores
que las provocan. Así, la responsabilidad criminal depende de si en el momento
del delito el sujeto es capaz de comprender la ilicitud del hecho y de actuar
conforme a dicha comprensión.

c. La fórmula mixta, supone una combinación de las dos fórmulas anteriores,


exigiendo unas causas biopatológicas que deben producir en el momento de la
comisión del delito determinados efectos psicológicos, cifrados en la incapacidad
para comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a dicha comprensión.

Es esta última fórmula, la mixta, la aplicada en nuestro actual Código Penal. Así pues,
esta ley rompe con el anterior modelo biológico y abandona el término de “enajenación” por
el de “anomalía o alteración psíquica”. Esta etiqueta elimina el carácter negativo y
25
estigmatizante de su predecesora y permite abarcar un conjunto más amplio de afectaciones
psíquicas. Su carácter flexible y más amplio implica si cabe una mayor necesidad de la
psicología forense con el objetivo de ayudar a determinar si el sujeto que comete un delito se
puede integrar o no en esta categoría.
Teniendo en cuenta que lo importante no es tanto la existencia de una anomalía o
alteración psíquica sino el efecto psicológico que esta produce, no podemos recurrir a una
lista fija de trastornos que eximan de ser responsable criminal. Sin embargo, sí que se puede
realizar un análisis de las anomalías y alteraciones psíquicas que más comúnmente se
relacionan con tal hecho. Si bien, a continuación, expondremos los criterios clínicos
necesarios que se establecen desde el DSM-IV-TR (2002) para su diagnóstico, es de vital
importancia señalar que para el ejercicio forense no es necesario el cumplimiento de todos
ellos, de modo que lo verdaderamente importante es evaluar como los síntomas que tiene el
sujeto afectan a su capacidad cognitiva y volitiva en la comisión de un delito, cumpla o no
todos los criterios exigidos desde la perspectiva clínica. No obstante, expondremos los
criterios necesarios que se exigen desde la clínica pues nos pueden servir como una guía
orientativa a la hora de desempeñar nuestra labor como psicólogo/perito forense.
Por último, señalar que existe una versión más reciente de este manual, el DSM-V
(2013). Sin embargo, hemos considerado no recurrir a esta nueva versión debido a que la
adaptación al ámbito español aún no se ha llevado a cabo, por lo que la versión
estadounidense puede no resultar todo lo representativa del contexto español que deseamos.

2.2.Principales enfermedades mentales que pueden ser fuente de inimputabilidad

2.2.1. Discapacidad intelectual

El término de discapacidad intelectual surgió en los últimos años para reemplazar al


de retraso mental. Este hecho responde al cambio de nombre de la American Association of
Mental Retardation (AAMR) por el de American Association of Intellectual and
Developmental Disabilities (AAIDD). Según esta asociación, es preferible utilizar el término
de discapacidad intelectual ya que se acopla mejor al reciente énfasis en los comportamientos
funcionales y factores contextuales. Además, aluden como principal razón para este cambio
el carácter peyorativo del significado del retraso mental, el cual reduce la comprensión de las
personas con limitaciones intelectuales a una categoría diagnóstica nacida desde perspectivas
26
psicopatológicas (Verdugo, 2003). No obstante, aunque anticuado y peyorativo, alertamos al
lector de que en este trabajo utilizaremos a menudo el término de retraso mental ya que los
textos originales a los que nos remitimos se refieren a este de tal modo.
Otro término que se ha utilizado tradicionalmente en las ciencias jurídicas para aludir
a la discapacidad intelectual es el de oligofrenia, que proviene de oligo: poco; y frenos:
mente; es decir, escasez o pobreza de mente. Con esta definición se acentuaba en particular el
problema de inteligencia de estos sujetos, sin embargo, hoy en día se sabe que la
discapacidad intelectual va más allá y afecta a la personalidad por entero. Así por ejemplo, es
frecuente en estos sujetos, su falta de control de impulsos, elemento importante a tener en
cuenta en la labor del psicólogo forense. Así, tanto esta habilidad como otras muchas, se ven
afectadas a medida que disminuye la inteligencia (Verdugo, 2003).

Atendiendo al DSM-IV-TR (2002), en el cual aún se utiliza el término de retraso


mental, los criterios diagnósticos de la discapacidad intelectual son los siguientes:

-Criterio A: La característica esencial del retraso mental es una capacidad intelectual


general significativamente inferior al promedio.

-Criterio B: Se acompaña de limitaciones significativas de la actividad adaptativa


propia de por lo menos dos de las siguientes áreas de habilidades: comunicación,
cuidado de sí mismo, vida doméstica, habilidades sociales/interpersonales, utilización
de recursos comunitarios, autocontrol, habilidades académicas funcionales, trabajo,
ocio, salud y seguridad.

-Criterio C: Su inicio debe ser anterior a los 18 años de edad.

Además, a través de este mismo manual se establecen cuatro grados de intensidad en


función del nivel de insuficiencia intelectual. Este aspecto resulta clave para el trabajo del
psicólogo forense ya que, entre otros factores, dependiendo de la intensidad el sujeto será
considerado o no responsable criminal:

-Retraso Mental Leve: Sujetos con un Cociente Intelectual situado aproximadamente


entre 50-55 y 70. Este subgrupo incluye a la mayoría (alrededor del 85%) de las personas con
retraso mental. En líneas generales es equivalente a lo que se considera “educable” en la

27
categoría pedagógica. Durante los años preescolares (0-5 años de edad) suelen desarrollar
habilidades sociales y de comunicación, presentando tan solo insuficiencias mínimas en las
áreas sensoriomotoras, por lo que con frecuencia no son distinguibles de otros niños sin
retraso mental hasta edades posteriores.
Durante los últimos años de su adolescencia, pueden adquirir conocimientos
académicos que les sitúan aproximadamente en un sexto curso de enseñanza básica; y durante
su vida adulta, suelen adquirir habilidades sociales y laborales adecuadas para una autonomía
mínima, si bien pueden necesitar supervisión, orientación y asistencia, especialmente en
situaciones de estrés social o económico. Contando con apoyos adecuados, los sujetos con
retraso mental leve acostumbran a vivir satisfactoriamente en la comunidad, sea
independientemente o en establecimientos supervisados.

-Retraso Mental Moderado: Con un CI entre 35-40 y 50-55, este subgrupo constituye
alrededor del 10% de toda la población con retraso mental. Equivale a la categoría
pedagógica de “adiestrable”, si bien no debería utilizarse este término anticuado porque
implica erróneamente que estas personas no pueden beneficiarse de programas pedagógicos.
La mayoría de los individuos con este nivel adquieren habilidades de comunicación durante
los primeros años de niñez y pueden aprender a trasladarse independientemente por lugares
que les son familiares. Además pueden beneficiarse de adiestramiento en habilidades sociales
y laborales, pero es imposible que progresen más allá de un segundo nivel en materias
escolares.
Durante la adolescencia, sus dificultades para reconocer las convenciones sociales
pueden interferir en las relaciones con sus iguales. Pueden aprovecharse de una formación
laboral y, con supervisión moderada, atender a su propio cuidado personal. Alcanzada la
etapa adulta, en su mayoría son capaces de realizar trabajos no cualificados o
semicualificados, siempre con supervisión, en talleres supervisados o en el mercado general
del trabajo. Se adaptan bien a la vida en comunidad, habitualmente en instituciones con
supervisión.

-Retraso Mental Grave: Las personas de este subgrupo cuentan con un CI entre 20-25
y 35-40, e incluyen el 3-4% del total. Durante los primeros años de la niñez adquieren un
lenguaje comunicativo escaso o nulo; mientras que en la edad escolar pueden aprender a
hablar y pueden ser adiestrados en habilidades elementales de cuidado personal. Se
benefician sólo limitadamente de la enseñanza de materias preacadémicas como la
28
familiaridad con el alfabeto y el cálculo simple, pero pueden dominar ciertas habilidades
como el aprendizaje de la lectura global de algunas palabras imprescindibles para la
supervivencia.
En los años adultos pueden ser capaces de realizar tareas simples de manera
supervisada en instituciones. En su mayoría se adaptan bien a la vida en comunidad, sea en
hogares colectivos o con sus familias, a no ser que sufran alguna discapacidad asociada que
requiera cuidados especializados o cualquier otro tipo de asistencia.

-Retraso Mental Profundo: Con un CI inferior a 20-25 se encuentran el 1-2% de las


personas con retraso mental más grave y problemático. La mayoría de estas personas
presentan una enfermedad neurológica identificada que explica su retraso mental. Durante los
primeros años de niñez desarrollan considerables alteraciones del funcionamiento
sensoriomotor. Puede predecirse un desarrollo óptimo en un ambiente altamente estructurado
con ayudas y supervisión constantes, así como con una relación individualizada con el
educador. El desarrollo motor y las habilidades para la comunicación y el cuidado personal
pueden mejorar si se les somete a un adiestramiento adecuado. Algunos de ellos llegan a
realizar tareas simples en instituciones protegidas y estrechamente supervisadas.

-Retraso Mental de gravedad no especificada: Por último, el DSM-IV-TR (2002)


establece esta categoría diagnóstica que debe utilizarse cuando exista una clara presunción de
retraso mental, pero la persona en cuestión no puede ser evaluada satisfactoriamente
mediante los test de inteligencia habituales. Esto puede deberse al caso de ciertos niños,
adolescentes o adultos con excesivas insuficiencias o falta de cooperación, lo que impide que
sean evaluados.
También puede ocurrir en el caso de niños que clínicamente son considerados
intelectualmente por debajo del promedio, pero en quienes los test disponibles (p.ej.: Bayley
Scales of Infant Development, Cattell Infant Intelligence Scales y otras) no proporcionan
valores de CI. En general, cuanto menor es la edad, más difícil es evaluar la presencia de
retraso mental excepto en los sujetos con afectación profunda.

Los sujetos con discapacidad intelectual, y en mayor medida cuanto más sea su nivel
de afectación, suelen ser enormemente influenciables, por lo que pueden ser inducidos con
facilidad a delinquir (Ailhaud, 2002). No obstante, estos sujetos más frecuentemente son la
víctima y no el delincuente. Además, en los niveles profundos de retraso mental, la
29
posibilidad de delinquir es escasa debido a su incapacidad psicofísica. Esto último explica el
hecho de que pese a ser más influenciables, son los subgrupos con discapacidad intelectual
moderada y leve los que cometen más delitos (Cabrera y Fuertes, 1997).
En cuanto a la responsabilidad criminal, no existe ninguna duda por parte de los
expertos en considerar eximidos de ella a los sujetos con discapacidad intelectual profunda
(CI<20/25) (De la Torre, 1999), ya que difícilmente pueden comprender el alcance de sus
actos, ante lo cual son considerados inimputables. El problema para los forenses se ubica en
aquellos casos fronterizos, existiendo discrepancia en considerar la discapacidad intelectual
grave (CI entre 20/25 y 35/40) como eximente completa o incompleta (Vega, 2004). Para su
análisis, como en todos los casos de Psicología Forense, se debe ir al caso concreto y no
aplicar doctrinas generales (Cabrera y Fuertes, 1997). Así pues, no se requiere el mismo nivel
intelectual para ejecutar una agresión sexual que un delito contra la hacienda pública.
Generalmente, aunque en función del evaluado, la discapacidad intelectual moderada o leve
(que cubren el rango de CI de 35/40 a 70) funciona como eximente incompleta de la
responsabilidad (De la Torre, 1999).
En consecuencia, la condición de discapacidad intelectual puede representar bien una
eximente completa; bien una eximente incompleta que atenúe la responsabilidad; o bien no
suponer circunstancia modificativa de responsabilidad alguna. El criterio que se usará es,
como en todo caso de evaluación de la responsabilidad criminal, el de analizar en qué medida
el sujeto es capaz de comprender la ilicitud de un hecho y de actuar conforme a dicho
entendimiento. Por ello, se debe analizar siempre el caso concreto y no aplicar de antemano
normas generalistas

2.2.2. Esquizofrenia

La esquizofrenia es uno de los trastornos más importantes de cara a la evaluación de


la responsabilidad, ya que su sintomatología implica una gran variedad de disfunciones
cognoscitivas y emocionales, incluyendo la percepción, el pensamiento inferencial, el
lenguaje y la comunicación, la organización comportamental, la afectividad, la fluidez y
productividad del pensamiento y el habla, la capacidad hedónica, la voluntad, la motivación y
la atención (Sierra et al., 2006). Según el DSM-IV-TR (2002), su diagnóstico comprende los
siguientes criterios:

30
-Criterio A: Síntomas característicos. Dos (o más) de los siguientes, cada uno de ellos
presente durante una parte significativa de un período de 1 mes (o menos si ha sido
tratado con éxito):
1. Ideas delirantes
2. Alucinaciones
3. Lenguaje desorganizado (p. ej., descarrilamiento frecuente o incoherencia)
4. Comportamiento catatónico o gravemente desorganizado
5. Síntomas negativos, por ejemplo, aplanamiento afectivo, alogia o abulia
Sólo se requiere un síntoma del Criterio A si las ideas delirantes son extrañas, o si las
ideas delirantes consisten en una voz que comenta continuamente los pensamientos o
el comportamiento del sujeto, o si dos o más voces conversan entre ellas.

-Criterio B: Disfunción social/laboral: Durante una parte significativa del tiempo


desde el inicio de la alteración, una o más áreas importantes de actividad, como son el
trabajo, las relaciones interpersonales o el cuidado de uno mismo, están claramente
por debajo del nivel previo al inicio del trastorno (o, cuando el inicio es en la infancia
o adolescencia, fracaso en cuanto a alcanzar el nivel esperable de rendimiento
interpersonal, académico o laboral).

-Criterio C: Duración: Persisten signos continuos de la alteración durante al menos 6


meses. Este período de 6 meses debe incluir al menos 1 mes de síntomas que cumplan
el Criterio A (o menos si se ha tratado con éxito) y puede incluir los períodos de
síntomas prodrómicos y residuales. Durante estos períodos prodrómicos o residuales,
los signos de la alteración pueden manifestarse sólo por síntomas negativos o por dos
o más síntomas de la lista del Criterio A, presentes de forma atenuada (p. ej.,
creencias raras, experiencias perceptivas no habituales).

-Criterio D: Exclusión de los trastornos esquizoafectivo y del estado de ánimo: El


trastorno esquizoafectivo y el trastorno del estado de ánimo con síntomas psicóticos se
han descartado debido a: 1) no ha habido ningún episodio depresivo mayor, maníaco o
mixto concurrente con los síntomas de la fase activa; o 2) si los episodios de
alteración anímica han aparecido durante los síntomas de la fase activa, su duración
total ha sido breve en relación con la duración de los períodos activo y residual.

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-Criterio E: Exclusión de consumo de sustancias y de enfermedad médica: El trastorno
no es debido a los efectos fisiológicos directos de alguna sustancia (p. ej., una droga
de abuso, un medicamento) o de una enfermedad médica.

-Criterio F: Relación con un trastorno generalizado del desarrollo: Si hay historia de


trastorno autista o de otro trastorno generalizado del desarrollo, el diagnóstico
adicional de esquizofrenia sólo se realizará si las ideas delirantes o las alucinaciones
también se mantienen durante al menos 1 mes (o menos si se han tratado con éxito).

El DSM-IV-TR (2002) diferencia los síntomas de la esquizofrenia en dos categorías:


los positivos y los negativos. Dentro de los positivos, que reflejan un exceso o distorsión de la
normalidad, podemos distinguir dos dimensiones: la psicótica, que incluye las ideas
delirantes y las alucinaciones; y la desorganización, que afecta al comportamiento y al
lenguaje. Por otra parte, los síntomas negativos reflejan lo contrario, una disminución o
pérdida de ciertas funciones normales; afectando a la expresión emocional (aplanamiento
afectivo), a la productividad del pensamiento y el lenguaje (alogia) y a la intención de
comportamiento (abulia).

Existen, o al menos así lo determina el DSM-IV-TR (2002), diferentes subtipos de


esquizofrenia. A menudo, estos difieren tanto en sus síntomas que algunos expertos no los
consideran variantes de una misma enfermedad, sino enfermedades distintas con ciertas
características comunes. No obstante, nosotros nos guiaremos por lo marcado por el DSM-
IV-TR (2002) y aludiremos a los siguientes subtipos:

a) Paranoide: se caracteriza por una o más ideas delirantes o alucinaciones auditivas. Siguiendo
el DSM-IV-TR, necesariamente, no debe haber lenguaje desorganizado, ni comportamiento
catatónico o desorganizado, ni afectividad plana o inapropiada.

b) Desorganizado (hebefrénico): en el cual predominan lenguaje y comportamiento


desorganizados y afectividad plana o inapropiada. Esto sin que se cumplan los criterios para
el subtipo catatónico.

c) Catatónico: en esta manifestación de la esquizofrenia suelen darse en combinación al menos


dos de los siguientes síntomas:

32
-Inmovilidad motora manifestada por catalepsia (pérdida momentánea de la movilidad
y de la sensibilidad del cuerpo), que puede incluir flexibilidad cérea (disminución de
la respuesta a los estímulos y tendencia a permanecer en una postura inmóvil), y
estupor (disminución de la actividad de las funciones intelectuales).
-Actividad motora excesiva aparentemente sin propósito ni influida por estímulos
externos.
-Negativismo extremo (con resistencia a todas las órdenes, que semeja ser inmotivada,
o mantenimiento de una postura rígida en contra de los intentos de ser movido) o
mutismo (silencio voluntario).
-Peculiaridades del movimiento voluntario manifestadas por la adopción de posturas
extrañas, movimientos estereotipados, manierismos marcados o muecas llamativas.
-Ecolalia o ecopraxia (repetición involuntaria o imitación de una palabra o frase, o un
movimiento de otra persona).

1. Indiferenciado: en esta categoría se encuadrarían aquellos sujetos que cumplen el criterio A


de la esquizofrenia pero que no cumplan con los criterios de los subtipos paranoide,
desorganizado ni catatónico.

2. Residual: bajo la cual el sujeto sufriría manifestaciones continuas de la alteración, indicado


esto por presencia de síntomas negativos, o en caso de aparecer alguno de las otras
características del criterio A de la esquizofrenia, estos serían siempre de forma atenuada.

Generalmente, los delitos cometidos por personas que sufren esquizofrenia suelen
tener un carácter brusco y repentino, fruto de un pensamiento delirante o alucinación
(síntomas positivos psicóticos), esto conlleva a que a ojos de los demás resultan
incomprensibles, inmotivados y sin móvil para el delito (Ailhaud, 2002). Pese a que la
inmensa mayoría no delinquen (De la Torre, 1999), la imprevisibilidad y brutalidad de
algunos de los delitos cometidos por unos pocos de ellos provocan que mucha gente les tenga
especial temor, el cual es incrementado a menudo por parte de los medios de comunicación
que informan de manera sesgada, atendiendo únicamente a su condición de “enfermos
mentales”.
Contrariamente a la discapacidad intelectual, los sujetos con esquizofrenia pueden
presentar un nivel óptimo de inteligencia (Finol y Piña, 2008), de modo que su psiquismo sea

33
afectado solo cuando la esquizofrenia se encuentra en una fase activa. Así, durante el curso
de esta enfermedad es frecuente la combinación de: a) fases activas o brotes psicóticos, donde
aparecen alguno de los síntomas descritos en el criterio A del DSM-IV-TR; y b) fases de
remisión, donde el sujeto puede quedar ligera o gravemente dañado o por lo contrario
totalmente recuperado. Es importante saber que algunos sujetos con la medicación y terapia
psicológica oportuna pueden llevar a cabo una vida normal.
En lo concerniente a la responsabilidad criminal, los sujetos que padecen
esquizofrenia suelen ser considerados exentos de ella, total o parcialmente. No obstante, de
nuevo, no podemos establecer como regla general la inimputabilidad para estos sujetos,
debiéndose poner en relación las consecuencias cognitivas y volitivas de esta enfermedad con
el propio delito.
Para algunos autores, la relación entre la esquizofrenia y el delito para ser eximente de
la responsabilidad criminal debería ser de causa-efecto, de modo que el delito guarde alguna
relación con sus ideas delirantes o alucinaciones. Si el delito no se relaciona con la
esquizofrenia y el sujeto está en pleno uso de sus facultades cognitivas y volitivas, debería ser
considerado imputable pese a sufrir dicha enfermedad. Sin embargo, en la práctica, como
señalan Cabrera y Fuertes (1997), no todos los autores están de acuerdo con la necesidad de
establecer esta relación, de modo que defienden que un sujeto con esquizofrenia siempre
debería ser considerado irresponsable. Sus argumentaciones son: a) que la relación causa-
efecto es muy difícil de demostrar; y b) que la esquizofrenia causa un daño tal en toda la
estructura de personalidad del individuo, que aunque la enfermedad no se encuentre en una
fase activa le afecta igualmente.
Atendiendo a los subtipos de esquizofrenia descritos previamente, el que más
problemas entraña a la hora de juzgar es el paranoide, debido a que es la sintomatología que
más frecuentemente sufren los sujetos con esquizofrenia que cometen un delito, además que
gran parte de estos llevan una vida social que es un ejemplo de perfección y organización
(Cabrera y Fuertes, 1997; Finol y Piña, 2008). Los otros cuatro subtipos, mucho menos
tendientes al delito, han sido analizados por parte de Fonseca (2009). Esta Doctora en
Derecho realizó una revisión de la jurisprudencia española donde encontró un número escaso
de sentencias sobre sujetos delincuentes con esquizofrenia desorganizada, sobre los cuales
comprobó que se aplicaban la condición de eximente completa o incompleta. Por otra parte,
en relación con los otros tres subtipos (catatónico, indiferenciado y residual) no encontró
ningún pronunciamiento judicial en nuestro país.

34
2.2.3. Trastorno delirante

El trastorno delirante (delirio: “fuera del surco de la razón”) es también conocido, y de


manera habitual en Derecho, como paranoia (concepto antiguo, en desuso por resultar
ambiguo, que solía utilizarse para referirse a un delirio de carácter inamovible). Bajo esta
etiqueta se encuentra, el que para algunos autores (Ailhaud, 2002; Finol y Piña, 2008), es el
trastorno más peligroso desde un punto de vista criminal. Esto se debe a que normalmente los
sujetos que lo padecen gozan de una inteligencia y otras capacidades intactas y tan solo la
percepción relacionada con su temática de delirio parece alterada.
Según recogen De Portugal y Cervilla (2004) el delirio se define por las siguientes
características (cuyas implicaciones, como veremos en breves, son ampliamente aceptadas
por el DSM-IV-TR y el CIE-10): a) es sostenido con absoluta convicción; b) el individuo lo
experimenta como evidente en sí mismo y le concede una gran importancia; c) no puede ser
modificado apelando a la razón o mediante experiencias contrarias; d) el contenido es
improbable y a menudo fantástico; y e) la falsa creencia no es compartida por otros
individuos del mismo grupo sociocultural. Como afirman estos mismos autores lo mejor
organizado en los delirios son las explicaciones que sustentan estas creencias, las cuales
resultan a menudo convincentes incluso para aquellas personas que son ajenas al asunto. Pese
a que frecuentemente el inicio del delirio parece repentino, lo cierto es que estas creencias
suelen ser sustentadas por el sujeto durante mucho tiempo hasta que finalmente salen a la luz
y resultan visibles.
El delirio en ocasiones resulta incluso contagioso, extendiéndose desde la persona que
inicialmente presenta el delirio a otra persona o incluso grupo de personas, lo que desemboca
en el denominado “Trastorno Psicótico Compartido” (del francés: “folie a deux”). Esta
inducción a otras personas tiene como base la verosimilitud y convicción con la que estas
creencias son defendidas por el sujeto, además de que el deterioro de la personalidad suele ser
mínimo con una, en ocasiones, casi inexistente afectación en su vida diaria. Por otra parte, en
caso de que tengan lugar (pseudo)alucinaciones estas suelen ser táctiles u olfatorias, y
siempre consistentes con el delirio (Salavert et al., 2003).
Lo frecuente en los sujetos con trastorno delirante es que presenten un
comportamiento anormal en todo aquello que tiene que ver con el delirio, y por el contrario
normalidad y perfecta lucidez en los demás aspectos de su vida (Fonseca, 2009). Esto implica
dificultades y discrepancias a la hora de evaluar su responsabilidad criminal. Añadiendo
complejidad al trastorno, habitualmente estos sujetos presentan al lado del delirio autóctono o
35
primario, un delirio secundario derivado de este. Un ejemplo que ilustra esto que
comentamos, podría ser el de un sujeto que tiene la creencia inicial de que la policía le está
vigilando día y noche, mientras que el delirio secundario sería explicar que esto es debido a
que posee información sobre alienígenas que las autoridades no desean que sea divulgada (De
Portugal y Cervilla, 2004).
Se debe distinguir entre trastorno delirante y trastorno de la personalidad paranoide,
entidades psicológicas habitualmente entrelazadas y confundidas. Mientras que el primero es
un trastorno psicótico, que enajena al sujeto e influye en su responsabilidad criminal; el
segundo es una exacerbación de ciertas características de personalidad, pero sin que estas
lleguen a convertirse en algo patológico, por lo que estos sujetos no presentan en ningún
modo una alteración en la percepción de la realidad, por lo que son imputables. Por ello, es
importante en todo caso establecer un diagnóstico diferencial para una correcta evaluación de
la responsabilidad criminal.

Los criterios que desde el DSM-IV-TR (2002) se deben cumplir para el diagnóstico
del Trastorno Delirante son los siguientes:

-Criterio A: Ideas delirantes no extrañas (p. ej., que implican situaciones que ocurren
en la vida real, como ser seguido, envenenado, infectado, amado a distancia o
engañado por el cónyuge o amante, o tener una enfermedad) de por lo menos 1 mes de
duración.

-Criterio B: Nunca se ha cumplido el Criterio A para la esquizofrenia.


Nota: En el trastorno delirante puede haber alucinaciones táctiles u olfatorias si están
relacionadas con el tema delirante.

-Criterio C: Excepto por el impacto directo de las ideas delirantes o sus


ramificaciones, la actividad psicosocial no está deteriorada de forma significativa
y el comportamiento no es raro ni extraño.

-Criterio D: Si se han producido episodios afectivos simultáneamente a las ideas


delirantes, su duración total ha sido breve en relación con la duración de los períodos
delirantes.

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-Criterio E: La alteración no es debida a los efectos fisiológicos directos de alguna
sustancia (p. ej., una droga o un medicamento) o a enfermedad médica.

Además, el DSM-IV-TR establece diferentes tipos de Trastorno Delirante:


erotomaniaco, el sujeto cree que otra persona, generalmente de un status superior, está
enamorada de él; de grandiosidad, acerca de una exagerada percepción de autovalía, poder,
conocimientos, identidad, o relación especial con una divinidad o una persona famosa;
celotípico, acerca de que su pareja le es infiel; persecutorio, el sujeto siente que él o una
persona próxima está siendo perjudicada de alguna forma; somático, acerca de que tiene
algún defecto físico o enfermedad médica; mixto, ideas delirantes características de más de
uno de los tipos anteriores, pero sin predominio de ningún tema; o no especificado.
En cuanto a la epidemiologia del trastorno delirante Salavert et al. (2003) señalan lo
siguiente: la prevalencia es de aproximadamente el 1-4% de todos los pacientes ingresados en
hospitales psiquiátricos; la edad media de inicio se sitúa alrededor de los 40 años con un
ligero predominio en mujeres; un gran porcentaje están casados y trabajan, existiendo cierta
asociación con la inmigración reciente y un estatus socioeconómico bajo, explicado esto
porque suele haber un factor ambiental estresante favorecedor de su inicio; es frecuente la
existencia de antecedentes familiares de trastorno psiquiátrico; el más común es el
persecutorio; aprox. el 25% de los sujetos con este trastorno evolucionan hacia la
esquizofrenia y un 10% hacia un trastorno del estado de ánimo; y finalmente, si bien la
mayoría presentan dificultades de aceptar su problema, con un tratamiento adecuado tiene
buen pronóstico.
Las creencias que sustentan el delirio llevan al sujeto a una interpretación errónea de
la realidad, a una alteración cognitiva que conduce a comportamientos adecuados a esa
percepción. Esta visión deformada de la realidad les lleva a no tener otro camino que el de
realizar el comportamiento, delictivo si es necesario, para cumplir un deber (Ailhaud, 2002).
A pesar de conocer que la conducta que realizan es ilegal, están convencidos de que el error
está en los demás, que ellos se encuentran en posesión de unas normas superiores a las
establecidas por la ley. Por ello, estos actos que realizan, nacidos como consecuencia de la
idea delirante, resultan tan patológicos como la propia idea. Es entonces cuando la
responsabilidad criminal está implicada, produciéndose una disminución de la misma
(Fonseca, 2009). Hay juristas que aun demostrándose la relación entre delirio y
comportamiento dudan a la hora de eximir de responsabilidad criminal a estos sujetos, ya que

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pese a su trastorno comprenden la injusticia de sus actos, distinguen el bien del mal, y son
capaces de conducir e inhibir su voluntad (Fonseca, 2009).
Aún más polémico resulta cuando el sujeto comete un delito al margen de lo dictado
por su delirio. En este caso, el carácter patológico de su comportamiento desaparece, pues
estos suelen conservar un buen funcionamiento cognitivo y volitivo. Es en esta tesitura donde
algunos autores optan por la necesidad de establecer la relación delirio-delito para que la
responsabilidad criminal se vea afectada (Ailhaud, 2002), y los que consideran esta última
siempre afectada al margen de la existencia de tal relación.
En la práctica, según recoge Fonseca (2009) en su trabajo, cuando el sujeto padece un
trastorno delirante y este guarda relación con el delito alterando sus capacidades intelectivas
y volitivas se aplica la circunstancia de eximente completa; y cuando padece el trastorno,
pero este no está relacionado con el delito, se suele entender que sus capacidades cognitivas y
volitivas se ven alteradas parcialmente, por lo que se aplica la eximente incompleta,
atenuando así su responsabilidad ante el crimen.

2.2.4. Trastorno Mental Transitorio

El Trastorno Mental Transitorio es, pese a su condición de trastorno, una figura de


origen jurídico. Romi (1999) se refiere a este como un estado de perturbación mental que
debe ser pasajero y curable, con base psicopatológica demostrada y cuya intensidad puede
producir alteraciones en la inteligencia y/o voluntad del sujeto, de modo que la
responsabilidad criminal se vería afectada. Se le relaciona frecuentemente con los términos
de arrebato u obcecación, no obstante estos últimos hacen referencia a un estado donde la
intensidad de la enajenación es menor (Concepción, 2012). Los requisitos que debe cumplir
el Trastorno Mental Transitorio según dicta la jurisprudencia española son:

-Debe ser desencadenado por una causa inmediata y fácilmente evidenciable. Dicha
causa puede ser un agente interno o externo (Romi, 1999), entre otras: un estado pasional,
delirio o como consecuencia de síndrome de abstinencia (De la Torre, 1999).
-Aparición brusca o al menos rápida, diferenciándolo de la enajenación mental y
otorgándole un carácter de imprevisibilidad.

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-Duración breve, con una curación completa, sin dejar secuelas y sin probabilidades
de repetición.
-Con una intensidad tal que origine una anulación completa de sus capacidades
intelectivas y/o volitivas. Si tal intensidad es muy alta la eximente será completa, en caso de
que sea más baja se aplicará la eximente incompleta.
-Que la anomalía no haya sido provocada por el autor con propósito de cometer el
delito en cuestión, o para lograr la impunidad del hecho antijurídico

Sobre este último punto se pronuncia el artículo 20.1 del Código Penal en el sentido
de que “el trastorno mental transitorio no eximirá de pena cuando hubiese sido provocado por
el sujeto con el propósito de cometer el delito o hubiera previsto o debido prever su
comisión”. De este modo es posible que el sujeto sea irresponsable en el momento del delito,
pero responsable en un momento anterior, cuando provocó tal estado mental, o no lo previno
cuando pudo hacerlo.
Por todas las características mencionadas con anterioridad (con causa inmediata,
repentino, breve, sin secuelas posteriores, etc.), su evaluación por parte de un psicólogo
forense de cara a que este se pronuncie acerca de una posible exención de la responsabilidad
criminal resulta verdaderamente ambigua, debiéndose analizar las condiciones particulares
del sujeto, los antecedentes del hecho, el hecho mismo, los móviles que le induzcan a
producirse de forma violenta y los actos que le subsiguieron (Sierra et al., 2006). No obstante,
creemos necesario señalar la incoherencia que se da ante este hecho: el trastorno mental
transitorio parte del requisito de que no puede dejar secuelas, sin embargo, posteriormente, se
le pide una evaluación al psicólogo forense que consta, entre otras cosas, de la evaluación de
secuelas psicológicas. Esto resulta aparentemente imposible, a la vez que carece de rigor
científico.
Por ello, según recogen Sierra et al. (2006), la idea de trastorno mental transitorio es
una figura que evoca numerosas críticas y discrepancias desde diferentes ámbitos: como la
Psicología, la Psiquiatría o el Derecho. Según estos, para diversos autores este concepto
carece de la relevancia para incidir en la responsabilidad criminal y algunos propugnan su
desaparición, amparándose en el hecho de que su demostración científica es tan difícil que su
exclusión como eximente no representaría ningún inconveniente para la práctica judicial.
Al margen de estas discrepancias, en la práctica judicial, dependiendo de la severidad
con que el Trastorno Mental Transitorio afecte al sujeto esta es considerada como eximente
de la responsabilidad, de manera completa o incompleta (Romi, 1999). No obstante, la
39
condición de eximente completa solo se aplica cuando dicho trastorno cursa simultáneamente
sobre una base psicopatológica probada, generalmente esquizofrenia (Ailhaud, 2002).

2.2.5. Delirium y Demencias

Lo que tienen en común estos trastornos es un déficit clínicamente significativo de las


funciones cognoscitivas o de la memoria. Ambos pueden ser debidos a enfermedad médica,
al consumo de una sustancia o combinación de ambos factores (Sierra et al., 2006). Si bien el
número de sujetos que cometen delitos bajo la influencia de estos trastornos es bajo, es
importante que hablemos de ellos, pues la afectación en las capacidades cognitivas y volitivas
suele ser bastante severa.

En primer lugar, los criterios del DSM-IV-TR (2002) para el diagnóstico de delirium
son:

-Criterio A: Alteración de la conciencia con disminución de la capacidad de centrar,


mantener o dirigir la atención.

-Criterio B: Cambio en las funciones cognitivas (memoria, orientación, lenguaje) o


alteración perceptiva que no se explica por la existencia de demencia previa o en
desarrollo.

-Criterio C: Presentación en un periodo de tiempo (horas y días) y tendencia a fluctuar


a lo largo del día.

Los pacientes de delirium raramente cometen algún delito (Ailhaud, 2002; Fonseca,
2009), ya que normalmente se encuentran en estado grave y hospitalizados. Ahora bien,
cuando se da de forma grave y el sujeto comete un delito existe consenso a la hora de
considerarlos irresponsables criminalmente, mientras que cuando se da de una manera más
moderada se suele aplicar la eximente incompleta (Cabrera y Fuertes, 1997). Un problema
que se da con estos sujetos, es que cuando el psicólogo forense procede a evaluarlos el cuadro

40
de delirium ya ha desaparecido, por lo que el profesional se ve obligado a hacer un
diagnóstico retrospectivo que dificulta el rigor científico de la prueba (Ailhaud, 2002).

En segundo lugar, los criterios del DSM-IV-TR (2002) para el diagnóstico de


demencia son:

-Criterio A: Múltiples déficits cognoscitivos:


1. Deterioro de la memoria (para almacenar nueva información o recordar)
2. Una (o más) alteraciones:
a. Afasia (alteración del lenguaje)
b. Apraxia (deterioro en la capacidad para realizar actividades motoras)
c. Agnosia (fallo en el reconocimiento o identificación de objetos)
d. Alteración en la ejecución (p.ej. planificación, organización,
secuenciación y abstracción)

-Criterio B: Los déficits provocan un deterioro significativo de la actividad laboral o


social y representan una merma importante del nivel previo de actividad.

-Criterio C: Los déficits no aparecen exclusivamente en el transcurso de un delirium.


Especificar:
1. Sin alteración del comportamiento
2. Con alteración del comportamiento (p.ej. andar sin rumbo, agitación)

Al mismo tiempo, dentro del mismo manual, se establecen diferentes tipos, según sea
el origen de esta: a) alzheimer; b) vascular (debida a enfermedad cerebrovascular); c) otras
enfermedades médicas (VIH, traumatismo craneal, Parkinson, Huntington, Pick, Creutzfeldt-
Jakob; o por otras demencias como la de cuerpos de Lewy o la frontotemporal); d) inducida
por sustancias; e) debida a múltiples etiologías (combinación de dos o más de las anteriores);
y f) no especificada.
Cuando la enfermedad está patente, no existe duda que el sujeto tiene por lo general
gravemente alteradas las capacidades cognitivas y volitivas, por lo cual se le aplica la
eximente completa (Fonseca, 2009). El problema radica cuando dicha demencia se encuentra
en los periodos iniciales donde la sintomatología todavía no es muy evidente, encontrándose
tales capacidades mermadas pero no anuladas, lo que suele conllevar la aplicación de la
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eximente incompleta (Sierra et al., 2006). No obstante, algunos expertos, como entre otros
Carrasco (2005), consideran que estos pacientes no deberían ser sancionados, ya que en muy
poco tiempo estos carecerán de las capacidades psíquicas para conocer el valor de la sanción.

2.2.6. Otras psicopatologías y alteraciones mentales

Hasta aquí hemos hechos un recorrido por aquellas entidades psicológicas que más
habitualmente se relacionan con lo descrito por el Código Penal español como anomalía o
alteración psíquica por la cual el sujeto “no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar
conforme a esa comprensión”: discapacidad intelectual, esquizofrenia, trastorno delirante,
trastorno mental transitorio, delirium y demencias.
Sin embargo, existen otras entidades que gozan de menos consenso al encuadrarlas
bajo esta categoría. La razón estriba en que si bien estas también alteran importantes
capacidades del individuo, como pueden ser la percepción, memoria, afectividad,
pensamiento o conciencia, no inciden directamente en las capacidades intelectivas y/o
volitivas que exige el Código Penal para la exención de la responsabilidad (Núñez y López,
2009). No obstante, esto genera discrepancia, y no son pocos los psicólogos y juristas que
abogan por la idea de que se amplíe el abanico de anomalías que modifican la
responsabilidad, al margen de que alteren la inteligencia y voluntad u otras capacidades
importantes. A continuación haremos un breve repaso acerca de estas, así como de otras
entidades que no son de índole puramente psicológica, por lo que la inclusión en este trabajo
se ha considerado parcialmente importante:

1. Alcoholismo crónico, drogodependencia e intoxicación plena. Estas tres circunstancias


vienen recogidas en el artículo 20.2 del Código Penal, por lo que no son propiamente una
anomalía o alteración psíquica, si bien en los anteriores códigos penales se formulaban dentro
de la categoría de enajenación. Sin embargo, por sus grandes implicaciones en la psique de
los individuos forman parte del campo de actuación del psicólogo forense, por lo cual hemos
decidido incluirlas en este trabajo. Si bien por lo general estos sujetos son considerados
imputables (De la Torre, 1999), atendiendo al caso y bajo determinados requisitos actúan
como eximentes completas e incompletas (Ailhaud, 2002; Fonseca, 2009; Sierra et al., 2006).

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La dependencia al alcohol y a otros tóxicos es definida por el DSM-IV-TR (2002)
como un patrón desadaptativo de consumo que conlleva deterioro o malestar clínicamente
significativo, en el que son frecuentes el incremento progresivo del nivel de tolerancia,
síndrome de abstinencia, consumo cada vez mayor y durante más tiempo, esfuerzos
infructuosos de reducir el consumo, gran cantidad de tiempo dedicada a actividades
relacionadas con su consumo o en la recuperación de sus efectos, y la ininterrupción de su
consumo pese a tener conciencia de los problemas físicos o psicológicos asociados.
En el caso del alcoholismo crónico, Cabrera y Fuertes (1997) señalan que siempre se
debe barajar la posibilidad de que dicho consumo enmascare una psicopatología importante.
Además, para la aplicación de la eximente de responsabilidad se requiere tanto en el
alcoholismo crónico como en la drogodependencia que, además de la afectación a las
capacidades intelectivas y volitivas, el consumo del tóxico no sea puntual presentando un
historial de consumo prolongado en el tiempo (Carrillo, 2013).
La evaluación con sujetos drogodependientes debe atender a las siguientes cuestiones
cuya presencia disminuye la responsabilidad (De la Torre, 1999): la situación del individuo
en el momento del delito teniendo en cuenta que la misma cantidad de droga afecta de
manera distinta a un sujeto que a otro; la clase de droga consumida, las duras (cocaína y
heroína, p.ej.) generan mayor dependencia y alteración psíquica; la presencia de otra
anomalía psíquica; y la intensidad del síndrome de abstinencia, que cuanto mayor sea menor
será la responsabilidad. De todas estas, es la presencia de otra anomalía a la par que la
drogodependencia y un intenso síndrome de abstinencia las que más frecuentemente
conllevan la aplicación de la eximente completa, mientras que las restantes suelen “sumar”
para la eximente incompleta.
Por otra parte, en el caso de la intoxicación plena, para que esta funcione como
eximente se requiere que si bien pueda ser fortuita o voluntaria no exista intención de
cometer el delito (Ailhaud, 2002). Cabe señalar que no es suficiente con un análisis clínico,
pues la presencia de una sustancia tóxica en el organismo no conlleva necesariamente que en
el momento del delito el sujeto esté bajo los efectos de esta, por lo tanto aquí es donde cobra
importancia la evaluación forense, evaluando además de la alteración en la inteligencia y
voluntad del sujeto, su dependencia psíquica hacia la sustancia (Carrillo, 2013).
No obstante, tal como refieren Negredo, Fernández-Alba y Graña (2002), ante estas
tres circunstancias no todos los forenses ni juristas están de acuerdo en que haya que
demostrar la alteración de las capacidades cognitivas y volitivas en el momento del delito,

43
como es habitual en este ámbito, sino que algunos optan por asociar generalmente estas
casuísticas con la inimputabilidad.

2. Trastornos del estado del ánimo. Dentro de esta categoría podemos señalar los trastornos
depresivos y el trastorno bipolar. Los trastornos depresivos por lo general no presentan
efectos sobre la responsabilidad (De la Torre, 1999), sin embargo, una afectación grave a
causa de estos en las capacidades intelectivas y volitivas del sujeto, en conjunción con algún
otro trastorno, generalmente de tipo psicótico, ha llevado a considerarla en ocasiones como
eximente incompleta, e incluso completa (Cabrera y Fuertes, 1997). Los delitos de los sujetos
con depresión suelen ir dirigidos a allegados y pueden explicarse en parte por una falta de
habilidades asertivas para interrumpir agresiones verbales (Finol y Piña, 2008).
Por otra parte, el trastorno bipolar, también llamado psicosis maníaco-depresiva
(Vega, 2004), lleva de manera relativamente frecuente a la comisión de delitos (Gómez-
Durán, Carrión, Xifró y Martín-Fumadó, 2010) a causa de la exacerbación incontrolada del
sujeto en su fase maniaca (Sierra et al., 2006), en la cual puede presentar una autoestima
exagerada basada en ideas delirantes, aspecto por el cual, en ocasiones, se ha considerado al
sujeto como irresponsable (Fonseca, 2009). En los casos de manía, es frecuente que estos no
traten de excusarse del delito y que lo cometan con muy poca premeditación, lo que los hace
fácilmente detectables (Sierra et al., 2006); no obstante, la presencia de momentos lúcidos en
los que sus capacidades cognitivas y volitivas no se ven en absoluto afectadas lleva a muchos
autores a plantear dudas acerca de su inimputabilidad.

3. Trastornos de ansiedad. Por lo general son totalmente responsables, pero en algún caso de
especial gravedad se ha decretado la eximente incompleta e incluso completa (Fonseca, 2009;
Sierra et al., 2006).

4. Trastornos somatomorfos, disociativos y facticios. Estos tres grupos de trastornos


diferenciados, no son por lo general circunstancia modificativa de responsabilidad salvo
casos anecdóticos (Sierra et al., 2006).

5. Trastornos del sueño. Desde el punto de vista forense resultan de interés las parasomnias. Así
por ejemplo se ha debatido acerca de la responsabilidad de un sujeto que en estado de
sonambulismo comete una agresión contra otro, o aquel que se queda dormido al volante de
un vehículo provocando un accidente (Sierra et al., 2006).
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6. Trastornos sexuales. Podemos distinguir aquí tres tipos: disfunciones sexuales, parafilias y
trastornos de la identidad sexual (Sierra et al., 2006). Las disfunciones sexuales no tienen
ninguna relevancia para la labor forense, pero sí las otras dos. Los trastornos de la identidad
sexual pueden ser importantes porque con frecuencia estos sujetos conviven en ambientes
marginales, aspecto que se debe tener en cuenta; por otra parte, las parafilias (p. e.
exhibicionismo, pedofilia, masoquismo sexual o sadismo sexual) son las más relevantes para
el ejercicio del psicólogo forense, ya que las fantasías sexuales de estos sujetos los lleva en
numerosas ocasiones a cometer actos sexuales ilegales.
En estos sujetos, la dificultad para poder llevar a cabo sus actos sexuales implica que
la necesidad por satisfacer sus fantasías vaya en aumento, por lo que el impulso que los
motiva se va haciendo cada vez más difícil de controlar (Sierra et al., 2006). En caso de que
alguno de estas parafilias afecte a las capacidades cognitivas y volitivas del sujeto estas
podrán actuar como eximente incompleta, y solo completa si cursan a la par que otra
anomalía más grave (Fonseca, 2009; Sierra et al., 2006), aspecto que se debe valorar en el
trabajo forense, ya que en ocasiones detrás de este comportamiento sexual anormal se
encuentra un trastorno psicótico (Ailhaud, 2002).

7. Trastornos del control de los impulsos, tales como juego patológico (ludopatía), cleptomanía
(robo), piromanía (incendio), o el trastorno explosivo intermitente (episodios aislados de
dificultad para controlar impulsos agresivos) (Ailhaud, 2002; Fonseca, 2009; Sierra et al.,
2006). Los delitos cometidos por los sujetos que padecen este tipo de trastornos suelen estar
relacionados con hurtos o robos, exceptuando el trastorno explosivo intermitente en el que se
pueden encontrar delitos de lesiones e incluso homicidio. Todos estos sujetos suelen tener la
capacidad suficiente para comprender lo ilícito de su conducta, sin embargo no son capaces
de controlarse por medio de su voluntad, capacidad alterada que lleva a algunos profesionales
a decretar la eximente incompleta (Sierra et al., 2006).
Por otra parte, para hablar de eximente completa, debería conjugarse a la par que
dicho trastorno algún tipo de insuficiencia psíquica, como puede ser la discapacidad
intelectual (Ailhaud, 2002). En el caso del juego patológico (Trijueque y Graña, 2008), la
posibilidad de exención de la responsabilidad requiere la comorbilidad junto a otro trastorno
o alteración de la personalidad, frecuentemente trastorno límite o antisocial (Echeburúa,
Amor y Yuste, 2000).

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8. Trastornos de la personalidad. Dentro de esta clasificación el DSM-IV-TR (2002) señala
diez tipos: paranoide, esquizoide, esquizotípico, antisocial, límite, histriónico, narcisista, por
evitación, por dependencia y obsesivo-compulsivo. Guerrero (2011) realiza un análisis acerca
de las sentencias emitidas en España hacia delincuentes con trastornos de personalidad
encontrando que los más prolíficos a la hora de cometer delitos son los de los tipos límite,
antisocial y paranoide.
En su revisión, esta autora encuentra que al esquizotípico, al límite y al histriónico se
les aplica en la mayoría de los casos la eximente incompleta y en una minoría la plena
imputabilidad; mientras tanto, los otros siete trastornos de personalidad son considerados en
la mayoría de ocasiones como imputables, exceptuando algunos casos en los que se aplica la
eximente incompleta. Además, la aplicación de una eximente completa a causa de un
trastorno de personalidad solo se ha aplicado en aquellos casos en los que cursa
simultáneamente un trastorno psicótico (esquizofrenia o trastorno delirante) o trastorno
mental transitorio.

9. Psicopatía. Si el trastorno antisocial requiere necesariamente la comisión de algún delito; la


psicopatía, concepto distinto pero íntimamente ligado y habitualmente usado como sinónimo,
alude a los rasgos de personalidad potencialmente delictivos, pese a que el sujeto no haya
cometido jamás delito alguno. Las características señaladas por Ailhaud (2002) de la
psicopatía son: pobreza general de reacciones afectivas, incapacidad para aprender de la
experiencia, impulsividad, falta de autocrítica, superficialidad en sus relaciones
interpersonales, desprecio a la verdad e inteligencia técnicamente inalterada.
Si bien estos son plenamente responsables (Martínez, López, y Díaz, 2001), existen
autores que apuestan porque estos sujetos, debido a sus características, sean internos bajo
pautas de tratamiento distinguidas de los delincuentes comunes, ya que las penas privativas
de libertad no les proporcionan beneficio alguno (Núñez y López, 2009).

10. Epilepsia. Bajo esta etiqueta se encuadran gran diversidad de síndromes con manifestaciones
muy dispares, por lo que algunos autores abogan por referirse a ellas en plural: las epilepsias.
Hoy en día, existe amplio consenso al definir a estas como enfermedades neurológicas y no
mentales, hasta el punto de que en el DSM-IV-TR ya no se incluyen. La parcial o total
pérdida de conocimiento de estos sujetos durante la crisis epiléptica ha desembocado en
numerosos casos en la eximente completa, o en su defecto en la incompleta (Fonseca, 2009).
De la Torre (1999) subraya que los sujetos con epilepsia son muy sensibles a estímulos
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exógenos, por lo que ante el consumo de alcohol u otras sustancias tóxicas suelen volverse
más agresivos y su capacidad volitiva y de raciocinio se ve afectada.

11. Miedo insuperable. Este último factor viene regulado en el artículo 20.6 del Código Penal,
por lo que no es considerado en la categoría de anomalía o alteración psíquica, sin embargo,
algunos autores, entre ellos Carrasco (2005), entienden este como un trastorno de ansiedad
(crisis de angustia o fobia específica) en respuesta a una situación que objetivamente puede
causar un estrés vital, por lo que se podría entrar a valorar desde la labor del psicólogo
forense.
Los requisitos por los que se regula el obrar impulsado por miedo insuperable, el cual
constituye una circunstancia eximente completa de la responsabilidad, son: que exista un
temor fundado que coloque al sujeto en una posición de terror invencible que anule su
voluntad; que dicho miedo esté inspirado en un hecho efectivo, real y acreditado; que dicho
temor anuncie un mal igual o mayor que el causado por el agente; este miedo ha de ser
insuperable por la mayoría de las personas; y que el miedo sea el único móvil de esa acción.

Por último, además de las mencionadas, cualquier otra causa o circunstancia que
pueda alterar la psique de un individuo y ponga en duda su capacidad intelectiva y/o volitiva
debería ser evaluada por el psicólogo forense conforme a valorar su responsabilidad. Así
pues, también podríamos evaluar las capacidades de un individuo que a causa de un accidente
sufre daño cerebral (traumatismos craneoencefálicos) o el que ve alterada su personalidad por
culpa de una enfermedad médica (Carrasco, 2005).

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3. EVALUACIÓN PSICOLÓGICO FORENSE DE LA RESPONSABILIDAD
CRIMINAL

3.1.De la simulación y de los aspectos a evaluar

Con lo comentado hasta el momento se hace patente la importancia del trabajo del
psicólogo forense para evaluar la responsabilidad criminal de cara a ofrecer ayuda a la
justicia. Si queremos saber si un sujeto posee las capacidades psíquicas mínimas para
considerársele responsable de la comisión de un delito, el psicólogo forense parece el
profesional adecuado para llevar a cabo ese análisis. Estas capacidades mínimas estribarían,
como ya hemos comentado previamente, en que en el momento del delito el sujeto posea la
inteligencia mínima para entender lo ilícito de su acto y tenga la capacidad de actuar
conforme a tal entendimiento. Así, la labor del forense consistirá en evaluar estas capacidades
con el fin de pronunciarse acerca de la (in)alterada responsabilidad del sujeto en cuanto al
crimen cometido (Ailhaud, 2002).
No hay que olvidar que la ausencia de responsabilidad criminal es la mejor opción,
quizás la única, que puede conducir a una sentencia absolutoria o, cuando menos, más
beneficiosa para el acusado (Ailhaud, 2002). Por ello, en la evaluación forense de la
responsabilidad criminal debemos sospechar, y tomar medidas de control, acerca de un
posible intento de simulación (tal como en cualquier otra evaluación del psicólogo forense),
ya que en este proceso el sujeto se juega, en muchos casos, su libertad.
La simulación, es definida en el DSM-IV (1995), y posteriormente recogida en el
DSM-IV-TR (2002), como “la producción intencionada de síntomas físicos o psicológicos
desproporcionados o falsos, motivados por incentivos externos como no realizar el servicio
militar, evitar un trabajo, obtener una compensación económica, escapar de una condena
criminal u obtener drogas” (p. 698). Según este, siempre debe sospecharse de simulación
cuando estemos en un contexto médico-legal, lo cual afecta a la psicología forense.
Con respecto a esto, Ailhaud (2002) señala una serie de estrategias que pueden ayudar
al psicólogo forense a detectar la simulación por parte del acusado. En primer lugar, el efecto
suelo: en su afán por aparentar deterioro psíquico, el evaluado falla en tareas tan sencillas que
incluso aquellas personas con mayores alteraciones son capaces de completar con éxito.
Segundo, curva de rendimiento, falla respuestas muy fáciles y, por el contrario, acierta otras
más difíciles. Tercero, evaluación de la validez sintomática, tareas de elección forzada en las
que se considera indicador de simulación que el rendimiento se halle por debajo de lo

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esperado. Por último, refiere las secuelas asociadas, cuando el sujeto se atribuye muchos
síntomas psicológicos o actitudes que son atípicas en su alteración. Por otro lado, en el
siguiente apartado se expondrá la propuesta para el control de la simulación por parte de
Arce, Pampillón y Fariña (2002).
De la importancia de llevar a cabo un control de la simulación en este ámbito se
desprende, entre otras cosas, que no podemos ajustarnos a la clásica evaluación clínica para
determinar la existencia de un trastorno. Pero no solo esto, sino que como afirman
Echeburúa, Muñoz, y Loinaz (2011), la evaluación forense dista en más aspectos de la
evaluación clínica, entre otros: el objetivo (ayudar a tomar una decisión judicial vs.
diagnóstico y tratamiento), la relación evaluador-sujeto (escéptica, aunque con un rapport
adecuado vs. empática), el secreto profesional (sin vs. con), o el ámbito de la evaluación
(estado mental en relación al objeto pericial vs. global).
Para Vázquez y Hernández (1993) los momentos clave de este proceso son: a)
determinar la presencia de un trastorno mental; b) analizar cómo este trastorno afecta a la
capacidad de comprender lo injusto de un hecho o a la capacidad de controlar o dirigir su
comportamiento; y, finalmente, c) establecer la causalidad entre ese trastorno y la conducta
criminal en cuestión.

Siguiendo un modelo psicológico-interaccionista-integrador, Juárez (2005) expone las


fases que debería seguir el proceso de evaluación psicológico-forense de la responsabilidad
criminal:

-Fase 1: En esta primera fase el psicólogo forense debe hacerse una idea clara de los
hechos denunciados. Para ello, debe estudiar en profundidad toda la documentación que
considere pertinente para el caso. Dicha documentación proviene, por una parte, del contexto
judicial: expediente del caso; declaraciones de imputado, víctima y testigos; informes
policiales; calificación del ministerio fiscal; y alegaciones de la defensa y de la acusación
privada. Y por otra parte, de informes médicos, psicológicos, educativos y sociales.

-Fase 2: Inicio de la exploración directa sobre la persona. Las entrevistas no solo se


realizarán con el acusado sino con cualquier persona que pueda aportar algún dato relevante:
familia, amigos, compañeros de trabajo o de estudios, abogado, etc. Con ellos se abordará los
aspectos sobre el acusado que se consideren oportunos a nivel relacional, psicológico y
comportamental (conducta sexual, estados de humor, reacciones habituales, preferencias
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lúdicas, etc.). No obstante, con el acusado el análisis debe ser mucho más profundo y
completo, evaluando, entre otras cosas, además de la situación actual:

a) Desarrollo evolutivo: nacimiento, primera y segunda infancia, pubertad,


adolescencia, juventud y etapa adulta.
b) Vivencia familiar: relación parental y fraternal, sumisión a la autoridad,
celebraciones, introducción de nuevos miembros, clima afectivo, vinculación con
miembros de la familia extensa, etc.
c) Estudios: nivel alcanzado, relaciones con compañeros y adultos, dinámica habitual
(castigos y premios), problemas significativos, sistema de estudio utilizado,
trabajo en grupo, preferencias académicas, nivel cultural, posibilidad de responder
a los cuestionarios psicométricos de la fase siguiente, etc.
d) Área sanitaria: enfermedades infantiles, accidentes, hospitalizaciones, consumos
tóxicos, adicciones, etc.
e) Desarrollo social-relacional: grupo de amigos, primeras parejas, rupturas,
reconciliaciones, etc.
f) Conducta sexual: preferencias, satisfacciones, frustraciones, experiencias
anormales, etc.
g) Antecedentes penales y experiencias en el ámbito judicial.
h) Servicio militar.
i) Desarrollo laboral: primeras ocupaciones, cambios realizados, clima laboral,
motivo de los cambios, (in)satisfacciones, etc.
j) Incidentes similares al hecho imputado: circunstancias, resolución, consecuencias.
k) Autodefinición del sujeto.
l) Situación actual.
m) Descripción del desarrollo de los hechos motivo del expediente judicial. Este
apartado es especialmente relevante en este contexto. Se tratará de establecer cuál
era su estado previo, su situación en el momento de suceder el incidente y su
reacción posterior. Además, se debe preguntar sobre sus pensamientos, intereses,
expectativas, sorpresas, consumos, contactos relacionales, deseos, acciones,
explicaciones e inferencias, así como sobre su patrón de sueño, conciliación,
pesadillas, sueño reparador, etc.

50
Con este análisis exhaustivo el profesional podrá figurarse una buena idea acerca de la
(in)consistencia de la conducta del sujeto, enriqueciendo las conclusiones presentadas en el
informe, consiguiendo reconstruir el estado mental del sujeto antes, durante y después del
incidente e infiriendo así la correlación entre un posible trastorno y la acción ilícita.

-Fase 3: Examinar toda la información que se extraiga de las entrevistas con el


acusado a nivel médico, psicológico o penitenciario. Esta información debe contrastarse con
la información recolectada por otros profesionales con el fin de realizar una visión en
conjunto. Con ello, se intentará aplicar un sentido de coherencia al trabajo, evitando
contradicciones en la defensa del informe en el juicio oral y asesorando y auxiliando al
tribunal en lugar de confundirlo.

-Fase 4: Administrar, corregir y valorar las pruebas y test psicológicos que sean
necesarios para el peritaje forense. Se debe realizar un análisis de estos y cohesionarlos con la
información conseguida a través de las entrevistas forenses, al mismo tiempo que la
información obtenida en ellos puede servir para orientar las entrevistas. Los instrumentos
psicométricos que se pueden utilizar son muy diversos, pero profundizaremos en ello en el
siguiente apartado del presente trabajo.

-Fase 5: Finalmente se propone esta fase en la que el psicólogo forense intercambiaría


conocimientos y datos con otros profesionales que han tenido relación con el acusado en este
contexto (psicólogos, psiquiatras, neurólogos, educadores, trabajadores sociales, profesores,
etc.). El fin último de esta fase es otorgar mayor fiabilidad y validez a las conclusiones
desprendidas del informe pericial.

Al mismo tiempo, Ailhaud (2002) establece un esquema de aspectos a tener en cuenta


para evaluar el estado mental del acusado, el cual debería apoyarse en alguna de las
clasificaciones internacionales de psicopatología más relevantes, tal como son el DSM y la
CIE, en sus múltiples y renovadas versiones. No obstante, como ya hemos señalado
anteriormente, para el peritaje forense no debemos guiarnos únicamente por el cumplimiento
o no de los criterios que desde estos manuales se indican, ya que si lo hacemos estaremos
olvidando cual es el objetivo de nuestro trabajo y el uso de estos manuales podrá llegar a ser
incluso perjudicial. Así por ejemplo, desde estos manuales desarrollados para la clínica se
especifica cual es el tiempo mínimo que deben durar unos síntomas para tenerlos en cuenta
51
como trastorno; no obstante este aspecto no es necesario en la evaluación forense, ya que lo
importante es conocer si el delito en cuestión causó daño psicológico a la víctima,
independientemente del tiempo que este daño se mantenga. Teniendo en cuenta esto, dichos
manuales pueden facilitar nuestra labor. El esquema que propone el autor es el siguiente:

1. Apariencia: vestido – higiene personal – hándicaps físicos – rasgos


inusuales
2. Nivel de alerta: alerta/falto de atención – letárgico (somnoliento pero
despertable) – obnubilado (difícil de activar, alerta reducida, confusión) –
estuporoso (respuesta vigil breve a estimulación intensa) – coma.
3. Conducta: verbal (patrón de lenguaje, articulación, tono de voz,
comprensión verbal aparente) – no verbal (ambulación, actividad motora,
etc.) – interpersonal (cooperación, contacto ocular, ansiedad, suspicacia,
etc.) – comportamientos inusuales (risa excesiva o inapropiada, llanto).
4. Orientación: persona (conocimiento autopsíquico) – lugar (conocimiento
de la ubicación física actual) – tiempo (conocimiento del año, mes, fecha,
día y hora).
5. Memoria: inmediata (durante la entrevista) – reciente (acontecimientos
recientes de la vida) – remota (información histórica pasada).
6. Humor y afecto: estado emocional (cólera, irritabilidad, etc.).
7. Función intelectiva: nivel de función según la observación del
comportamiento, uso de vocabulario, información de la historia, etc.
8. Procesos perceptivos: percepción adecuada del mundo exterior – presencia
de alucinaciones e ilusiones.
9. Contenido del pensamiento: focalización en pensamientos y contenidos –
presencia de desilusiones – pensamientos e ideas obsesivas – miedos y
fobias – sentido de irrealidad o despersonalización.
10. Proceso del pensamiento: organización – productividad – flujo –foco.
11. Conciencia: reconocimiento de problemas y del estado presente –
autoconciencia
12. Juicio: nivel de capacidad de tomar decisiones.

Dicho lo anterior, se debe diferenciar el diagnóstico actual (cuando se realiza la


evaluación), del diagnóstico en el momento de ocurrencia del hecho. Si bien es el segundo el
52
que interesa al juez, al fiscal y a las partes; el primero puede ayudarnos a hacernos una idea
de él. El con qué realizar este diagnóstico se expone a continuación.

3.2.Instrumentos para la evaluación

En España apenas disponemos de instrumentos específicos para la evaluación de la


responsabilidad criminal (Sierra et al., 2006). Generalmente, se hace uso de modelos de
entrevista, de la observación y de otras técnicas de evaluación clínica que se adaptan
parcialmente a las variables de interés y al contexto forense.
De entre estos instrumentos psicométricos clínicos aplicados habitualmente en el
contexto forense, Juárez (2005) destaca para la evaluación de la inteligencia: las Escalas
Wechsler de Inteligencia para Adultos, TONI-2, Test de Raven o la Batería de Evaluación de
Kauffman para Niños; y para la evaluación de la voluntad: Staxi, MMPI-2, MCMI-II, TCI de
Cloninger, PCL-R, o las escalas SAPS-SANS.
Ailhaud (2002) referencia algunas entrevistas (semi)estructuradas clínicas que
comúnmente se utilizan en forense para la evaluación de psicopatología: Entrevista
neuropsiquiátrica internacional reducida (MINI); Programa para evaluación clínica en
neuropsiquiatría (SCAN); International Personality Disorder Examination (IPDE), para la
evaluación de trastornos de personalidad; o la Entrevista estructurada para trastornos del eje
I del DSM-IV (SCID-DSM IV). Sin embargo, al estar construidos para la clínica, su uso en el
ámbito forense supone una adaptación basada en ciertas inferencias que menoscaban su
fiabilidad y validez.
Por otra parte, como señala Juárez (2005), otros autores recurren a instrumentos
anglosajones que sí fueron creados para la evaluación forense y que son adaptados al nuestro.
La Ego Function Assessment (EFA), de 1976, de Bellak y Goldsmith, evalúa el grado de
ajuste y funcionamiento adaptativo con relación a 12 funciones del yo. La Detección y
Evaluación del Estado Mental en el Momento del Delito (MSE), de 1984, de Slobogin,
Melton y Showalter, es una pauta de entrevista breve que consta de una exploración de los
antecedentes del sujeto, de la información sobre el delito y un examen del estado mental
actual, con el objetivo de apoyar la función del perito. O las Escalas Rogers para la
Evaluación de la Responsabilidad Criminal (RCRAS), de 1984, de Rogers, que incluyen un
método de recogida de datos, la valoración de variables psicológicas y situacionales, y,

53
finalmente, la aplicación de modelos decisionales que permiten la contestación “sí” o “no” a
una serie de preguntas.
Ya en España, Murcia, González y Basurto (2004) desarrollan la Escala de
Evaluación de la Responsabilidad Penal, un protocolo que marca los pasos que debe seguir
el evaluador. Este se basa en el análisis de documentación (descripción pormenorizada del
delito y antecedentes psicológicos y psiquiátricos), entrevista semiestructurada (se ofrecen 98
preguntas a modo de guía), análisis de la conducta durante la entrevista, aplicación de
diversos instrumentos psicométricos que cuenten con escalas de control de la validez (MMPI-
2 y MCMI II), y todo ello con el objeto de establecer si el acusado es imputable,
semiimputable o no imputable.
Por otro lado y más recientemente, Arce y Fariña (2007) han propuesto un protocolo
para la evaluación de la responsabilidad criminal. Debido a la fiabilidad y validez demostrada
por dicho protocolo, a continuación detallaremos pormenorizadamente el contenido del
mismo, para finalmente realizar un estudio de caso en el que se hace uso de este.

3.3.Protocolo de Arce y Fariña de medida de la imputabilidad y control de la


simulación (2007)

El protocolo de evaluación de la imputabilidad de Arce y Fariña (2007) incluye el


control de un posible intento de simulación, requisito imprescindible para una práctica
correcta en psicología forense. Para este fin, se basaron en otro estudio realizado con
anterioridad por este mismo grupo de investigadores (Arce et al., 2002). En dicho trabajo
encontraron que legos en psicopatología eran capaces de simular una enfermedad mental no
imputable, en concreto el 78,8% en el MMPI-2, y el 41,2% en la entrevista clínico-forense
(Arce y Fariña, 2006). Con estos resultados se hace más patente la necesidad de combinar
diferentes instrumentos de medida y llevar a cabo un riguroso control de la simulación. Con
base en esto establecieron que el control de la simulación debería circunscribirse a dos tipos
de criterios: los positivos y los negativos.

a) Los criterios positivos, son los asociados a la no simulación, es decir, de estar


presentes suponen un indicio a favor de la hipótesis de que el sujeto no está
simulando. Se señalan tres distintos:

54
1) Evitación de respuestas.
2) Deseabilidad social.
3) Síntomas sutiles (aquellos generalmente no accesibles a los simuladores).

b) Los criterios negativos, por el contrario, son los asociados a la simulación, de


modo que la presencia de alguno de ellos supone un indicio a favor de la hipótesis
de que el sujeto está simulando. Los autores señalan los siguientes:
1) Los sistemas de medición (MMPI-2, entrevista u otros) no detectan
enfermedad mental, en protocolos válidos.
2) Las escalas de control de validez del MMPI-2 y sus combinaciones
detectan simulación.
3) Falta de consistencia interna de la entrevista sin deterioro mental que la
avale.
4) Ausencia de concordancia inter-medidas.

Teniendo en cuenta esto, ante la presencia de tres criterios negativos (indicios de


invalidez) se desestimaría el protocolo como válido, lo que los autores denominan como
invalidez convergente. Así, a grandes rasgos, para concluir que un sujeto no es responsable de
su delito debería determinarse, por orden: 1) la presencia de una enfermedad mental
incapacitante; 2) consistencia inter-medidas; 3) no existencia de invalidez convergente; y por
último, 4) de los sujetos clasificados como posibles simuladores realizar un control
atendiendo a los criterios positivos que puedan presentar y al Modelo de Cunnien (1997).

Profundizando más en el protocolo, los pasos que desde este se proponen son los
siguientes:

a) Empleo de instrumentos de medida complementarios y concordantes, no fácilmente


simulables y que permitan un control de la simulación. Se debe combinar, como
mínimo, dos medidas distintas, de modo que impliquen por una parte, una tarea de
reconocimiento (p. e., MMPI-2) y por otra, de conocimiento (p. e., entrevista clínico-
forense). De acudir a instrumentos psicométricos concordantes, algo que los autores
consideran muy recomendable, estos han de contar con medidas de control de la
validez del protocolo (p. e., SCL-90-R). Con este segundo instrumento no sólo se
somete a prueba la validez de protocolo, sino también la consistencia inter-medidas.
55
No obstante, debe tenerse presente que la tasa de consistencia no será total y que
incluso las medidas test-retest distan mucho de la perfección.

b) Análisis de la consistencia interna de las medidas a través de: 1) escalas de control; 2)


consistencia temporal en la entrevista; o 3) consistencia interna de la entrevista en
relación con el análisis de las estrategias que la literatura ha descrito que siguen los
simuladores: evitación de respuestas, síntomas raros, combinación de síntomas,
síntomas obvios, (in)consistencia de síntomas, síntomas improbables, agrupación
indiscriminada de síntomas y severidad de síntomas.

c) Consistencia inter-evaluadores. De modo que dos evaluadores, por separado, lleven a


cabo la evaluación. El objetivo de esto es controlar posibles sesgos de medida e
interpretación del evaluador.

d) Estudio de la fiabilidad: consistencia interna, inter-medidas, inter-contextos


(antecedentes, pruebas documentales, etc.), e inter-evaluadores.

e) Control de falsos positivos, es decir, personas que realmente presentan alguna


enfermedad mental pero que en un primer momento pudiese parecer que son
simuladores. Esto se realiza a través de un estudio de los antecedentes y de la historia
general del sujeto, de las hipótesis alternativas en cada indicador de no validez, y del
cumplimiento de los criterios del Modelo de Decisión Clínica para el establecimiento
de la simulación (Cunnien, 1997). Según este modelo, para establecer el diagnóstico
de simulación deben estar presentes inexcusablemente todos los siguientes criterios
diagnósticos:

1) Los síntomas psíquicos en cuestión están claramente bajo control


voluntario, como ponen de manifiesto uno o más de los siguientes
criterios: a) reconocimiento por parte del paciente del control voluntario o
engaño; b) producción exagerada de síntomas que son inconsistentes con
mecanismos anatómicos o fisiológicos; c) observación directa de la
“producción” o representación de la enfermedad; d) descubrimiento de
sustancias que explican la producción de síntomas físicos; e) evaluaciones
de laboratorio confirmatorias de la simulación.
56
2) Certeza clínica de que la producción de la enfermedad sucede como
respuesta a: a) persecución de dinero, protección, etc.; b) evitación de
trabajo, del servicio militar, de persecución, de consecuencias legales.
3) Los síntomas actuales no pueden explicarse por otros trastornos, si estos
están presentes. La evidencia del deseo de asumir el rol de enfermo, si
existe, no puede explicar la totalidad de los síntomas.

f) Anamnesis o estudio de los antecedentes. La evaluación del sujeto puede reforzarse, y


es recomendable hacerlo, con toda aquella información de la que se disponga y se
considere pertinente, tal como los antecedentes, datos de su entorno, estudio del
comportamiento, repaso de pruebas documentales, otros testimonios, etc.

g) Estudio psicológico del grado de responsabilidad. Las medidas objetivas


proporcionan datos respecto a la información biológica, pero esta debe
complementarse con la psicológica, clarificando así las capacidades cognitivas y
volitivas del sujeto en el momento de los hechos (actus rea).

h) Como último paso, los autores proponen poner a prueba la validez discriminante, es
decir, una observación de los resultados en otras medidas no relacionadas con el daño
esperado de modo que estas no deberían estar afectadas.

i) Finalmente, se propone que el sistema de evaluación responda a las siguientes dos


categorías: probablemente simulador o con indicios sistemáticos de simulación o
probablemente no simulador o sin indicios sistemáticos de simulación. Estas
categorías tienen un carácter probabilístico, dejando de lado el establecimiento de la
certeza que exige el Tribunal Supremo, ya que los instrumentos de evaluación que se
emplean siempre están sujetos a error. Al mismo tiempo, en caso de duda razonable el
profesional debería decantarse a favor del acusado (in dubio pro reo). Además, sería
recomendable recurrir a una tercera categoría: indefinido, para no asumir un riesgo
más allá del margen de error científico.

Con esto, damos por concluida la parte teórica de este trabajo y damos paso a la parte
metodológica. En esta expondremos un estudio de caso que fue realizado utilizando el

57
Protocolo de medida de la imputabilidad con control de la simulación de Arce y Fariña
(2007).

58
PARTE METODOLÓGICA

59
1. INTRODUCCIÓN

En esta segunda parte del trabajo, se presentará un estudio de caso relacionado con el
tema que nos ocupa: la responsabilidad criminal. Después de realizar una revisión literaria
sobre el fenómeno y estudiar la función del psicólogo forense a la hora de evaluar las
capacidades cognitivas y volitivas del sujeto, aplicaremos estos conocimientos en un ejemplo
práctico. Concretamente, presentaremos el caso de una mujer que agrede a una vecina bajo la
creencia tal como ella misma refiere que esta intenta hacerle la vida imposible. A
continuación, se exponen los datos del informe, la metodología utilizada y, finalmente, los
resultados del análisis llevado a cabo.

1.1.Características de la persona evaluada

A petición judicial se realiza una evaluación a ...... ........ ......., de ..... años de edad
(--/--/19--), con DNI 11111111-X. Según ella misma refiere es natural de ......., vive en esta
misma ciudad con sus padres y sus dos hermanos hasta los
---- ................................................................................................................................................
......................................................................................................................................................
....................................................................................................................................................

60
2. METODOLOGÍA

La metodología de trabajo aplicada para la confección de este estudio e informe pericial


se sigue del protocolo de evaluación psicológica para el estudio de la responsabilidad con
control de la simulación de enajenación mental de Arce y Fariña (2006). Este proceso consta de
un conjunto de entrevistas, instrumentos psicométricos y análisis que se expondrán a
continuación.

2.1. Entrevista psicosocial, observación y registro conductual

La entrevista psicosocial es la primera técnica que se empleará en este proceso,


suponiendo la primera toma de contacto con la persona objeto de evaluación. Con esta se
obtendrá información sociodemográfica del sujeto, así como de su estilo y forma de vida, y una
descripción de los hechos denunciados. En cuanto a la observación y el registro conductual,
estas se utilizan y forman parte de todo el proceso de evaluación ya que pueden aportar
información valiosa que complemente los resultados. Estas dos últimas técnicas si bien son
importantes en cualquier ámbito estudiado por la psicología forense se tornan especialmente
relevantes en la evaluación de la responsabilidad criminal, puesto que una enfermedad mental
suele ir acompañada de ciertos síntomas que son más fácilmente detectables a través de la
observación y el registro conductual que a través de los instrumentos psicométricos.

2.2.Análisis de la fiabilidad de las medidas

Para ello, se procede de modo que se obtiene una medida de la consistencia inter- e intra-
medidas, inter-evaluadores e inter-contextos (Wicker, 1975). La consistencia intra-medidas
recae en los métodos que tienen los propios instrumentos de medida (escalas de validez del
MMPI-2, índices globales del SCL-90-R, análisis de estrategias de simulación en la entrevista
clínico-forense, gradiente de dificultad del TONI-2 o los estilos de respuestas del 16 PF-5). La
consistencia inter-medidas vendría de la comparación de los resultados obtenidos en diferentes
instrumentos, de modo que estos resultasen concordantes. La consistencia inter-evaluadores
supone una evaluación por parte de dos peritos por separado de modo que sólo se consideran los

61
resultados fiables y válidos si el índice de concordancia es superior a 0.80. Finalmente, la
consistencia inter-contextos proviene de la concordancia entre nuestros resultados y los
antecedentes y pruebas documentales existentes. Así pues, sólo se consideran válidos aquellos
resultados consistentes inter-evaluadores, inter-medidas y sobre los cuales las escalas de control
informan de su fiabilidad.

2.3.Evaluación clínica

Para la evaluación clínica se recurre a tres instrumentos diferentes de modo que nos
permiten controlar el posible interés de presentar un trastorno simulado, una sobresimulación o
disimulación de trastornos. Los instrumentos que usaremos son el MMPI-2, el SCL-90-R y la
entrevista clínico-forense.

2.3.1. Inventario Multifactorial de Personalidad de Minnesota (MMPI-2)

El MMPI-2 fue desarrollado por Hathaway y McKinley, y publicado por TEA


ediciones en 1999. Esta prueba tiene como finalidad la evaluación de múltiples aspectos de la
personalidad, fundamentalmente a través de 10 escalas clínicas básicas, al mismo tiempo que
presenta una amplia gama de escalas de validez.
A continuación expondremos las escalas clínicas básicas del MMPI-2. No obstante,
además de las escalas básicas existen otras muchas, producto por una parte de la
desintegración de estas en subescalas; y por otra, de clasificaciones de escalas creadas por
otros autores. Sin embargo, para la evaluación de la imputabilidad, solo harán falta las escalas
básicas. En ellas, se interpretará como impresión diagnóstica de psicopatología cuando la
puntuación T sea igual o superior a 70.

1. Hipocondría. Algunos de los ítems de esta escala reflejan por parte del evaluado,
síntomas o quejas determinadas, mientras que otros refieren preocupaciones
somáticas generales o alto nivel de atención auto-centrada en su vida.

62
2. Depresión. Refleja sentimientos de desánimo, pesimismo o desesperación; y
características básicas de personalidad tales como hiperresponsabilidad, valores
personales rígidos o autocastigo
3. Histeria de conversión. Refleja quejas físicas específicas, trastornos molestos,
negación de problemas en la propia vida o ausencia de ansiedad social.
4. Desviación psicopática. Alude a una disposición a tener problemas con la ley o
una ausencia de consideración acerca de la mayoría de las normas sociales y
morales de conducta.
5. Masculinidad-Feminidad. Los ítems de esta escala cubren un rango de reacciones
emocionales, intereses, actitudes y sentimientos sobre el trabajo, interrelaciones
sociales y aficiones en los que, generalmente, varones y mujeres difieren.
6. Paranoia. El contenido de esta escala refleja tanto una marcada sensibilidad
interpersonal como una tendencia a malinterpretar los motivos o intenciones de
otros.
7. Psicastenia. Esta escala corresponde a la actual designación del trastorno
obsesivo-compulsivo, no obstante, la escala completa refleja ansiedad y estrés más
generalizados (o emocionalmente negativos), así como la declaración de estrictas
normas de moral, auto-culpa por las cosas que van mal y rígidos esfuerzos por
controlar los impulsos.
8. Esquizofrenia. Cubre un amplio rango de pensamientos extraños, experiencias
inusuales y características sensibles especiales.
9. Hipomanía. Desarrollada a partir de sujetos que habían sufrido algún episodio
maníaco refleja ambición desmedida, extraversión y altas aspiraciones.
10. Introversión social. Esta escala viene acotada por dos extremos: el superior, que
refleja niveles elevados de reserva social, preferencia por actividades solitarias y
ausencia de asertividad social; y el inferior, que refleja las tendencias contrarias,
en el sentido de participación y ascendencia social.

Por otra parte, el MMPI-2 cuenta con un importante número de escalas que ponen a
prueba la fiabilidad y validez de la prueba aplicada al sujeto. Las que desde este protocolo se
usan se exponen a continuación, de tal modo que se considera inválida la prueba si aparecen
tres indicadores de simulación o cuatro de disimulación.

63
a) Puntuación ? (Interrogante). Supone un recuento de los ítems que el sujeto no
contesta o que contesta “verdadero” y “falso” a la vez. Una puntuación alta puede
reflejar dificultad o pesadez de la tarea para un sujeto depresivo, dificultad para
comprender algunas frases por parte de un sujeto con pobre nivel de lectura, o un
intento de ocultar cierta información. Si esta puntuación excede de 30 se debe
considerar el contenido del test como altamente sospechoso e inválido (al margen
de que se lleguen a los cuatro indicadores de disimulación o no), suponiendo que
probablemente hubo un intento de disimulación por parte del sujeto.
b) Escala L (Mentira). Evalúa la probabilidad de que un sujeto cubra el test
mostrándose a sí mismo con una personalidad perfecta o un ajuste ideal, en lugar
de ser sincero con sus características. Así pues, esta escala no refleja una
tendencia general a mentir, inventar o engañar, sino más bien un estilo particular
de respuesta que altera la exactitud de la medida. Una puntuación baja en esta
escala indica que el sujeto, por lo general, no se coloca a sí mismo en una posición
inusualmente favorable, sin embargo, si la puntuación es muy baja puede reflejar
un esfuerzo para exagerar problemas emocionales y dificultades de ajuste. Por otra
parte, una puntuación alta puede reflejar una actitud defensiva hacia el test,
mientras que si es muy alta afectará de manera negativa, contaminando el
significado de las puntuaciones en las escalas clínicas. Así pues, se tomará esta
escala como un indicador de simulación si la puntuación T es menor que 40; y
como indicador de disimulación si la T es igual o mayor que 70.
c) Escala F (Incoherencia). Puede reflejar bien una falta de cooperación debido a
una contestación azarosa a los ítems, bien sujetos con capacidades bajas de lectura
o mal contacto con la realidad, o bien exageración de los trastornos y problemas.
Una puntuación T mayor que 70 será tenida en cuenta como un indicador de
simulación.
d) Escala K (Corrección). Cubre un rango de características que muchos individuos
prefieren negar acerca de sí mismos y de sus familias. Puntuaciones altas reflejan
una tendencia al sesgo de las propias respuestas en una dirección que minimiza las
implicaciones de un pobre control emocional e ineficacia personal. Una
puntuación T menor que 40 será tenida en cuenta como un indicador de
simulación, mientras que si esta es igual o superior a 70 lo hará en calidad de
indicador de disimulación.

64
e) Escala Fb (F posterior). Esta puede reflejar que el sujeto deje de prestar atención
a los ítems del test y que cambie hacia un patrón de respuestas esencialmente
azaroso. Particularmente, a diferencia de la Escala F, la Fb afecta a las escalas
suplementarias y de contenido. No obstante, pese a que puede resultarnos de
ayuda, esta escala no invalida la prueba.
f) TRIN (Inconsistencia de las respuestas verdadero). Tendencia a contestar de
forma inconsistente o contradictoria. Una puntuación muy alta refleja
aquiescencia (tendencia a dar respuestas “verdadero” de manera indiscriminada),
mientras que una puntuación muy baja refleja no aquiescencia (tendencia a dar
respuestas “falso” de manera indiscriminada). Una puntuación directa mayor a 14
invalida la prueba, al margen del número de indicadores de invalidez.
g) VRIN (Inconsistencia de las respuestas variables). Tendencia a contestar de forma
inconsistente o contradictoria. Así, la puntuación de esta escala refleja el número
de pares de ítems contradictorios que el sujeto contesta inconsistentemente. Una
puntuación directa mayor a 14 invalida la prueba, al margen del número de
indicadores de invalidez.
h) Índice F-K. En esta escala, también denominada como índice de Disimulación de
Gough, una puntuación igual o mayor que 30 se tendrá en cuenta como un
indicador de simulación, mientras que si es menor a -15 lo hará como un indicador
de disimulación.
i) Perfil V (invertida). Dicho perfil implica las escalas de validez L, F y K. Cuando
se dé un “Perfil en V invertida” este será tenido en cuenta como un indicador de
simulación, y a este se llegará cuando la escala L sea menor que 50, la F mayor
que 70/80, y la K menor que 50; por el contrario, se dará un “Perfil en V” y un
indicador de disimulación cuando obtenga una escala L mayor que 70, una F
menor que 50, y una K mayor que 70.

2.3.2. Cuestionario de 90 Síntomas - Revisado (SCL-90-R)

Esta prueba ha sido desarrollada por Derogatis, en 1977 y adaptada a España por TEA
(2002), con el fin de diagnosticar nueve patologías, clínicamente relevantes, así como tres
índices globales. Las dimensiones evaluadas son: somatización, obsesivo-compulsivo,

65
susceptibilidad interpersonal, depresión, ansiedad, hostilidad, ansiedad fóbica, ideación
paranoide, psicoticismo. Por su parte, los índices globales son: índice de severidad global, índice
de malestar referido a síntomas positivos, y el total síntomas positivos.

Las dimensiones sintomáticas evaluadas son las siguientes, y supondrán una impresión
diagnóstica cuando alcancen un percentil mayor a 80 en el baremo de la población general:

1. Somatización. Comprende síntomas relacionados con vivencias de disfunción


corporal, alteraciones neurovegetativas (especialmente del sistema cardiovascular,
respiratorio, gastrointestinal y muscular), manifestaciones psicosomáticas o funcionales,
o patología médica subyacente.
2. Obsesión-compulsión. Describe conductas, pensamientos e impulsos que el sujeto
considera absurdos e indeseados, que generan angustia y que son difíciles de resistir,
evitar o eliminar, además de otras vivencias y fenómenos cognitivos característicos de
los trastornos y personalidades obsesivas.
3. Sensibilidad interpersonal. Describe sentimientos de timidez y vergüenza, tendencia a
sentirse inferior a los demás, hipersensibilidad a la opiniones y actitudes ajenas y, en
general, incomodidad e inhibición en las relaciones interpersonales.
4. Depresión. Recoge signos y síntomas clínicos propios de los trastornos depresivos, tal
como vivencias disfóricas, desánimo, anhedonia, desesperanza, impotencia, falta de
energía o ideas autodestructivas.
5. Ansiedad. Alude a la sintomatología clásica de la ansiedad, tanto generalizada como
aguda (ataques de pánico). Además, también incluye signos generales de tensión
emocional y manifestaciones psicosomáticas.
6. Hostilidad. Los ítems de esta escala reflejan pensamientos, sentimientos y conductas
propias de estados de agresividad, ira, irritabilidad, rabia y resentimiento.
7. Ansiedad fóbica. Valora las distintas variantes de la experiencia fóbica, entendiéndose
por estas al miedo persistente, irracional y desproporcionado a un animal, persona, lugar,
objeto o situación, en las que resultan difíciles las conductas evitativas o de huida. No
obstante, se centra más en síntomas relacionados con agorafobia y fobia social que en
fobias simples.
8. Ideación paranoide. Recoge distintos aspectos de la conducta paranoide. Incluye
características propias del pensamiento proyectivo como suspicacia, centralismo

66
autorreferencial, ideación delirante, hostilidad, grandiosidad, miedo a la pérdida de
autonomía y necesidad de control.
9. Psicoticisimo. Se relaciona con el espectro psicótico. En la población general esta se
acerca más a la alienación social que a las psicosis clínicamente manifiestas.

Por otra parte, expondremos los tres índices globales que nos ayudan a poner a prueba la
validez del instrumento. Estos tres índices informan de distorsión de las respuestas en lo
referente a los síntomas: negación, combinación o exageración, y severidad. De estos, si solo se
da un indicador la prueba será válida dando a entender que posiblemente exista daño, mientras
que si se dan dos indicadores, al lado de la posibilidad de daño deberemos plantearnos la
hipótesis de la simulación.

a) Índice Global de Gravedad o Severidad (GSI). Medida generalizada e


insdiscriminada de la intensidad del sufrimiento psíquico y psicosomático global.
Una puntuación T en esta y en el PSDI mayor de 70 (baremo clínico) refleja un
indicador de severidad de síntomas.
b) Total de Síntomas Positivos (PST). Número total de síntomas presentes, es decir, la
amplitud y diversidad de la psicopatología. La puntuación tenida en cuenta variará en
función del género del sujeto así como de su edad, no obstante una puntuación alta
refleja un indicador de combinación o exageración de síntomas, mientras que si es
baja funciona como un indicador de negación de síntomas.
c) Índice de Malestar referido a Síntomas Positivos (PSDI). Relaciona el sufrimiento o
malestar global con el número de síntomas, por lo que indica la intensidad
sintomática media. Una puntuación T en esta y en el GSI mayor de 70 (baremo
clínico) refleja un indicador de severidad de síntomas.

2.3.3. Entrevista clínico-forense (Arce y Fariña, 2001)

Esta consiste en una entrevista de formato de discurso libre sobre la sintomatología


que observa el sujeto en sí mismo. En esta sólo se procede a reinstaurar contextos para
facilitar la tarea (v. gr., personal, socio-laboral, de relaciones interpersonales y familiar). Esta
entrevista se debe grabar en vídeo con el fin de facilitar la labor al evaluador, ya que su

67
posterior visionado permite un análisis más riguroso del contenido, el cual está dirigido a la
comprobación de la presencia de alteraciones psicopatológicas que puedan ser fuente de
inimputabilidad. Además, como fue diseñada para su aplicación en el contexto forense
conlleva un control del intento de simulación a través del análisis de las siguientes
estrategias:

a) No cooperación. No muestra interés en la evaluación o no responde a la misma.


b) Síntomas sutiles. Estos no son síntomas reales, sino problemas cotidianos que el
sujeto informa asociándolos a una enfermedad mental (p. e. ser desorganizado,
falta de motivación, dificultades en la toma de decisiones de la vida diaria).
c) Síntomas improbables. Aquellos que tienen un carácter fantástico o ridículo
(opiniones, actitudes o creencias extrañas) y que no gozan de referentes reales (lo
que excluye a los síntomas raros).
d) Síntomas obvios. Síntomas de carácter psicótico que se relacionan con lo que
vulgarmente se conoce como locura o enfermedad mental.
e) Síntomas raros. Síntomas que raramente se dan incluso en poblaciones
psiquiátricas reales.
f) Combinación de síntomas. El sujeto informa de síntomas reales que difícilmente
se dan juntos.
g) Severidad de síntomas. Esta categoría analiza el grado de severidad de los
síntomas manifestados. Es frecuente que los simuladores atribuyan a la
sintomatología que dicen padecer una severidad extrema.
h) Inconsistencia de síntomas. Esta categoría tiene por objeto analizar la
correspondencia entre los síntomas manifestados por el sujeto y los observados
por el evaluador.

2.4.Estudio de las capacidades cognitivas

El estudio de las capacidades cognitivas se dirige, en este caso analizado, a la medida de


la inteligencia. Para ello se recurre al siguiente instrumento de medida:

68
2.4.1. Test de Inteligencia No Verbal (TONI-2)

Este instrumento fue desarrollado por Brown, Sherbenou, y Johnsen y publicado por
TEA ediciones en 1995. Este resulta de gran utilidad para la apreciación de la capacidad de
resolver problemas eliminando las posibles influencias del lenguaje y las capacidades motrices.
Ofrece una medida de Cociente Intelectual, distinguiendo los siguientes grados: Muy Superior
(>130), Superior (121-130), Medio-Alto (111-120), Medio (90-110), Medio-Bajo (80-89), Bajo
(70-79), y Muy Bajo (<70).
Como método para poner a prueba la fiabilidad podemos analizar si los resultados del
sujeto sigue los parámetros esperados en relación con el gradiente de dificultad de las respuestas,
de modo que sería un indicador de baja fiabilidad que un sujeto fallase muchas preguntas fáciles
y acertase otras más difíciles.

2.5.Estudio de la personalidad

2.5.1. Cuestionario factorial de Personalidad, 16PF-5

Este instrumento fue desarrollado por Cattell, Cattell, y Cattell, y publicado y distribuido
en España por TEA Ediciones, 1997. Esta prueba pretende dar una visión global de la
personalidad del sujeto, mediante la evaluación de 16 dimensiones, funcionalmente
independientes y psicológicamente significativas, configuradas todas ellas como continuos
bipolares, entre cuyos extremos se distribuyen de modo estadísticamente normal los distintos
estilos comportamentales, o estructuras de personalidad; y otro grupo de 5 factores globales de
personalidad. Además, se incluyen tres medidas de estilos de respuesta que ofrecen información
relevante acerca de la validez de las respuestas de la persona evaluada.
Tanto en las escalas primarias, como en las dimensiones globales, como en las medidas
de estilo de respuesta, el sujeto estará definido por el extremo inferior cuando se de una
puntuación inferior a 4; mientras que se situará en el extremo superior cuando obtenga una
puntuación superior a 7.
Las escalas primarias y los polos opuestos a los que aluden son los siguientes:

69
1. Afabilidad. Frío, impersonal y distante; frente a afable, cálido, generoso y atento a
los demás.
2. Razonamiento. Pensamiento concreto frente a pensamiento abstracto.
3. Estabilidad emocional (fuerza del yo). Reactivo y emocionalmente inestable; frente a
emocionalmente estable, adaptable y maduro.
4. Dominancia (asertividad). Deferente, cooperativo y que evita conflictos; frente a
dominante, fuerte y asertivo.
5. Animación. Serio, cohibido y solícito; frente a animado y espontáneo.
6. Atención a las normas. Muy suyo e inconformista; frente a atento a las normas y
cumplidor.
7. Atrevimiento. Asustadizo, apocado y tímido; frente a atrevido, emprendedor y
arriesgado.
8. Sensibilidad. Utilitario, objetivo y poco sentimental; frente a sensible, esteta y
sentimental.
9. Vigilancia. Confiado, no suspicaz y acogedor; frente a vigilante, suspicaz, escéptico
y cauteloso.
10. Abstracción. Realista, práctico y orientado a la acción; frente a abstracto, imaginativo
y orientado a las ideas.
11. Privacidad. Abierto, espontáneo y sencillo; frente a receloso, discreto y cerrado.
12. Aprensión. Seguro, despreocupado y satisfecho; frente a aprensivo, dubitativo y
preocupado.
13. Apertura al cambio. Tradicional y apegado a lo familiar; frente a abierto al cambio y
experimental.
14. Autosuficiencia. Integrado en el grupo y afiliativo; frente a seguro, solitario e
individualista.
15. Perfeccionismo (compulsividad). Tolerante con el desorden, condescendiente y
flexible; frente a perfeccionista, organizado y auto-disciplinado.
16. Tensión. Relajado, plácido y paciente; frente a tenso, enérgico, impaciente y
presionado.

Las dimensiones globales, que al igual que las escalas primarias se definen a través de
los polos opuestos a los que aluden son:

70
1. Extraversión. Introvertido y socialmente inhibido; frente a extravertido y socialmente
participativo.
2. Ansiedad. Poco ansioso e imperturbable; frente a muy ansioso e intranquilo.
3. Dureza. De mentalidad abierta, receptivo e intuitivo; frente a de mentalidad dura,
resolutivo e insensible.
4. Independencia. Acomodaticio, conformista y desinteresado; frente a independiente,
persuasivo y voluntarioso.
5. Auto-control. Incontrolado y obedece a sus impulsos; frente a auto-controlado y que
inhibe sus impulsos.

Finalmente, y de elevada relevancia para la labor del forense, el 16 PF-5 señala tres
estilos de respuesta, que nos pueden ayudar a la hora de considerar las respuestas del sujeto:

a) Manipulación de la imagen. Atribución de escasas conductas socialmente deseables


que pueden reflejar baja autoestima o problemas de ajuste derivados de la
insensibilidad de los aspectos sociales; frente a esfuerzos por crear buena impresión.
b) Infrecuencia. Una puntuación alta en esta escala refleja que el sujeto da muchas
respuestas infrecuentes, las cuales pueden deberse a respuestas dadas al azar, mala
comprensión de los ítems o de la prueba, indecisión, o actitud oposicionista por la
cual contesta deliberada e indisciplinadamente en contra de las instrucciones del test.
c) Aquiescencia. Una puntuación alta refleja una tendencia por parte del sujeto a estar
de acuerdo con el enunciado del ítem sin tener en cuenta su contenido.

2.6.Estudio del procedimiento y búsqueda de antecedentes y pruebas documentales

Finalmente, el estudio de antecedentes y de cualquier prueba documental pertinente al


caso puede servir para orientar la evaluación así como reforzar nuestros resultados.

Una vez aplicados estos pasos, a continuación exponemos los resultados obtenidos en el
estudio de caso realizado con la evaluada Rocío González Rodríguez.

71
3. RESULTADOS
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ANEXO

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