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EVALUACIÓN PSICOLÓGICO-FORENSE DE LA
RESPONSABILIDAD CRIMINAL. UN ESTUDIO
DE CASO
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FACULTAD DE PSICOLOGÍA
UN ESTUDIO DE CASO
FACULTAD DE PSICOLOGÍA
UN ESTUDIO DE CASO
2
Ramón Arce Fernández, Catedrático de Universidad de la Universidad de Santiago de
Compostela, y profesor del Máster Universitario en Psicología del Trabajo y las
Organizaciones, Psicología Jurídico-Forense y de la Intervención Social (PTOJFIS) de la
Universidad de Santiago de Compostela,
Director Autor
3
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS
PRESENTACIÓN
PARTE TEÓRICA
1. RESPONSABILIDAD CRIMINAL................................................................................. 10
2.2. Principales enfermedades mentales que pueden ser fuente de inimputabilidad ........... 26
PARTE METODOLÓGICA
1. INTRODUCCIÓN ............................................................................................................ 60
2. METODOLOGÍA ............................................................................................................. 61
3. RESULTADOS ................................................................................................................ 72
5
3.4. Evaluación clínica ..................................................................................................... 74
3.6.4. Psicosis............................................................................................................... 76
4. CONCLUSIONES ............................................................................................................ 77
REFERENCIAS
ANEXO
6
-AGRADECIMIENTOS
Agradezco y dedico este trabajo a Ramón Arce, por hacerlo posible y darme la oportunidad
de acercarme un poco más a mis deseos de hacer de la Psicología mi modo de vida.
A Dolores Seijo, por guiarme a mí y mis compañeros a lo largo de este master, siempre
dispuesta a ofrecernos ayuda y facilitarnos la labor.
A Manuel Vilariño, por su ayuda constante en este trabajo, por su interés en que este saliese
bien y por su muestra de cercanía.
A Jorge Sobral, porque aunque él no lo sepa fue el que, allá por segundo de carrera, creó en
mí la pasión y el deseo de dedicarme a la Psicología en el ámbito jurídico.
A Marta, mi compañera de viaje, por esforzarse en quitarme una sonrisa cuando las cosas van
a contracorriente. Y como no, por tu genial aportación como actriz al desarrollo de este
trabajo.
A mis padres, no por el apoyo en este trabajo, sino por el apoyo durante toda la vida. Sin
vosotros no estaría aquí. Vosotros hacéis posible todo lo que me sucede.
Y finalmente a todos mis amigos y a mis compañeros de clase, en especial a Iago y Toni, por
tan buenos momentos antes, ahora y espero que en el futuro, porque hacéis que la vida pueda
resultar genial.
7
-PRESENTACIÓN
8
PARTE TEÓRICA
9
1. RESPONSABILIDAD CRIMINAL
1.1.Aproximación conceptual
10
-Atenuantes: causas o circunstancias que disminuyen la responsabilidad del autor de
un delito, y que por lo tanto reducen la pena que se le impone a este.
-Agravantes: aquellas causas que incrementan la responsabilidad del autor del delito y
su correspondiente pena.
En este sentido, dentro de las causas de justificación del delito distinguimos (Sierra et
al., 2006):
11
Hacemos alusión a “predominio” porque, como ocurre siempre en Psicología, el
individuo influye en la situación y viceversa, y hablar de un origen exclusivamente individual
o situacional implica imprecisión. Así pues, tanto en los casos en los que el delito esté
justificado como en los que exista una falta de culpabilidad, el autor será considerado
inimputable o irresponsable criminalmente. ¿Pero a qué se refieren exactamente estos
términos?
En primer lugar, empezaremos por el término más utilizado en lo cotidiano: la
imputabilidad. Esta es, a grandes rasgos, la capacidad de culpabilidad. Y bajo el marco
actual, esta capacidad viene determinada por el hecho de que el autor de un delito sea capaz,
simultáneamente, de:
13
Es importante matizar que la responsabilidad criminal no funciona como una etiqueta
que acompaña al individuo en cualquiera de sus actos, sino que esta debe estar en relación
con un acto concreto, así el sujeto puede ser considerado responsable de un acto pero no de
otro. A modo de ejemplo y para comprender bien esta idea imagine el lector el siguiente caso:
un sujeto que comete dos asesinatos en el mismo día. El primero de ellos lo realiza bajo un
brote psicótico por el cual pierde totalmente la conciencia de lo que está haciendo. Horas
después, en pleno uso de sus facultades mata a su hermano, con el que mantiene un amplio
historial de disputas y peleas. Pues bien, este sujeto debería ser considerado irresponsable
criminalmente en el primero de los asesinatos, pero responsable (total o parcialmente) del
segundo. Y todo en el mismo día.
Ahora bien, la fundamentación psicológica de la responsabilidad criminal ligada única
y exclusivamente a la inteligencia y voluntad no permanece exenta de críticas. Este modo de
entender responsabilidad criminal como una “simple” capacidad de entender y querer suscita
numerosas críticas entre aquellos que consideran que existen otras variables que se deberían
tener en cuenta. Al centrarnos en tan solo estos dos conceptos excluimos importantes
facultades psíquicas como la percepción, la memoria, la afectividad, el pensamiento, la
motivación, los aspectos histórico-biográficos del individuo, las deficiencias en el proceso de
socialización o la interiorización de valores y motivos (Sierra et al., 2006).
Al mismo tiempo, los propios conceptos de inteligencia y voluntad presentan
importantes carencias que implican la necesidad de tomarlos con precaución. En primer
lugar, el concepto de inteligencia variará según la teoría en la que nos basemos: las que
definen la inteligencia como un factor general; las que definen esta como la coexistencia de
diversas aptitudes específicas; las que señalan diversos tipos de inteligencia (Gardner, 1994);
o, entre otras, las que diferencian una inteligencia-producto (lo que miden los test) de una
inteligencia-proceso (de qué manera la persona procesa la información). Y lo más importante
que se extrae de esta circunstancia es que diferentes concepciones de la inteligencia conllevan
diferentes maneras de medirla.
En segundo lugar, el constructo de voluntad no resulta menos ambiguo, pues no está
claro que entendemos por tal y de qué elementos está compuesto (condicionantes cognitivos,
afectivos, motivacionales, autoconcepto, tolerancia a la frustración, etc.), al mismo tiempo
que implica una visión muy racionalista del ser humano (Sierra et al., 2006).
Por último, la idea de causalidad lineal que se pretende al relacionar trastorno y hecho
criminal resulta obsoleta en Psicología, en donde este concepto ha evolucionado hacia una
14
visión más circular, en donde causa y efecto se interrelacionan mutuamente (Sierra et al.,
2006).
1.2.Aproximación legal
Al igual que los delitos y sus correspondientes penas, para hablar de responsabilidad
criminal en el marco legal español debemos recurrir a la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de
noviembre, del Código Penal. Como comentamos previamente, en esta se habla de
responsabilidad criminal y no de imputabilidad, y se define a través de las circunstancias que
la alteran. Estas circunstancias son las eximentes (completas e incompletas), las atenuantes y
las agravantes.
Si bien por lo general las agravantes, las atenuantes y ciertas eximentes no son
consideradas competencia de la psicología forense, a continuación se expondrá todo el
conjunto para que el lector pueda formarse una idea de manera exhaustiva acerca de todas
ellas, al margen de que posteriormente se analizarán más pormenorizadamente aquellas que
afecten a nuestro campo de estudio.
Artículo 19
Artículo 20
1º. El que al tiempo de cometer una infracción penal, a causa de cualquiera anomalía o
alteración psíquica, no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa
comprensión.
15
El trastorno mental transitorio no eximirá de pena cuando hubiese sido provocado por
el sujeto con el propósito de cometer un delito o hubiera previsto o debido prever su
comisión.
4º. El que obre en defensa de la persona o derechos propios o ajenos, siempre que
concurran los requisitos siguientes:
5º. El que, en estado de necesidad, para evitar un mal propio o ajeno lesione un bien
jurídico de otra persona o infrinja un deber, siempre que concurran los siguientes
requisitos:
Primero. Que el mal causado no sea mayor que el que se trate de evitar.
Segundo. Que la situación de necesidad no haya sido provocada intencionadamente
por el sujeto.
Tercero. Que el necesitado no tenga, por su oficio o cargo, obligación de sacrificarse.
16
6º. El que obre impulsado por miedo insuperable.
En los supuestos de los tres primeros números se aplicarán, en su caso, las medidas de
seguridad previstas en este Código.
Artículo 21
1ª. Las causas expresadas en el capítulo anterior, cuando no concurrieren todos los
requisitos necesarios para eximir de responsabilidad en sus respectivos casos.
3ª. La de obrar por causas o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato,
obcecación u otro estado pasional de entidad semejante.
Artículo 22
2ª. Ejecutar el hecho mediante disfraz, con abuso de superioridad o aprovechando las
circunstancias de lugar, tiempo o auxilio de otras personas que debiliten la defensa del
ofendido o faciliten la impunidad del delincuente.
4ª. Cometer el delito por motivos racistas, antisemitas u otra clase de discriminación
referente a la ideología, religión o creencias de la víctima, la etnia, raza o nación a la
que pertenezca, su sexo, orientación o identidad sexual, la enfermedad que padezca o
su discapacidad.
18
Hay reincidencia cuando, al delinquir, el culpable haya sido condenado
ejecutoriamente por un delito comprendido en el mismo título de este Código, siempre
que sea de la misma naturaleza.
A los efectos de este número no se computarán los antecedentes penales cancelados o
que debieran serlo.
Artículo 23
Así pues, sobre el sujeto que haya cometido un delito y alguna circunstancia exima o
atenúe su responsabilidad criminal recaerán consecuencias jurídicas distintas a las habituales.
El remedio que prevé el Código Penal con estos es la aplicación de las llamadas medidas de
seguridad (De la Cuesta, 1999). Estas tienen el objetivo de prevención del delito, al mismo
tiempo que presentan un carácter terapéutico, educativo y/o asistencial con el propio sujeto
autor del delito.
Si el sujeto es considerado totalmente irresponsable por aplicación de la eximente
completa del art. 20.1, a este le corresponde la imposición de una de las medidas de seguridad
previstas atendiendo a los artículos 96.3 y 101.1, donde se especifican las diferentes
modalidades que existen; el art. 105 donde se especifica el tiempo obligatorio de
cumplimiento de tales medidas; el art. 106 que explica el funcionamiento de la medida de
libertad vigilada; el art. 107 en el cual se decreta la inhabilitación en diferentes ámbitos
siempre que sea pertinente; y el art. 108 donde se decretan posibles medidas a tomar con los
extranjeros residentes en España
19
Artículo 101. 1
Artículo 96.3
Artículo 106
20
b) La obligación de presentarse periódicamente en el lugar que el Juez o Tribunal
establezca.
c) La de comunicar inmediatamente, en el plazo máximo y por el medio que el Juez o
Tribunal señale a tal efecto, cada cambio del lugar de residencia o del lugar o puesto
de trabajo.
d) La prohibición de ausentarse del lugar donde resida o de un determinado territorio sin
autorización del Juez o Tribunal.
e) La prohibición de aproximarse a la víctima, o a aquellos de sus familiares u otras
personas que determine el Juez o Tribunal.
f) La prohibición de comunicarse con la víctima, o con aquellos de sus familiares u otras
personas que determine el Juez o Tribunal.
g) La prohibición de acudir a determinados territorios, lugares o establecimientos.
h) La prohibición de residir en determinados lugares.
i) La prohibición de desempeñar determinadas actividades que puedan ofrecerle o
facilitarle la ocasión para cometer hechos delictivos de similar naturaleza.
j) La obligación de participar en programas formativos, laborales, culturales, de
educación sexual u otros similares.
k) La obligación de seguir tratamiento médico externo, o de someterse a un control
médico periódico.
Artículo 107
21
Artículo 108
22
jurídicas) que viene recogida en la Ley Orgánica 5/2010, de 22 de junio, por la que se
modifica la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal.
23
2. SALUD MENTAL Y RESPONSABILIDAD CRIMINAL
2.1.Introducción
24
Así, la anomalía o alteración psíquica afecta a la responsabilidad criminal atendiendo
a dos criterios (Ailhaud, 2002): en primer lugar el criterio cualitativo, por el cual esta
anomalía o alteración afecta a las capacidades cognitivas y/o volitivas del sujeto, adquiriendo
la condición de circunstancia modificativa de la responsabilidad; y una vez cumplido este
criterio se tiene en cuenta el cuantitativo, que hace referencia al cuanto anula estas
capacidades, existiendo dos posibilidades: totalmente, donde hablaríamos de eximente
completa; o parcialmente, donde hablaríamos de eximente incompleta.
La configuración de estas circunstancias modificativas de la responsabilidad criminal
debidas a anomalías o alteraciones psíquicas no ha estado exenta de críticas y debates,
llegándose a utilizar a lo largo de la reciente historia de España hasta tres fórmulas
legislativas diferentes: la biológica; la psicológica; y la mixta (Fonseca, 2009):
Es esta última fórmula, la mixta, la aplicada en nuestro actual Código Penal. Así pues,
esta ley rompe con el anterior modelo biológico y abandona el término de “enajenación” por
el de “anomalía o alteración psíquica”. Esta etiqueta elimina el carácter negativo y
25
estigmatizante de su predecesora y permite abarcar un conjunto más amplio de afectaciones
psíquicas. Su carácter flexible y más amplio implica si cabe una mayor necesidad de la
psicología forense con el objetivo de ayudar a determinar si el sujeto que comete un delito se
puede integrar o no en esta categoría.
Teniendo en cuenta que lo importante no es tanto la existencia de una anomalía o
alteración psíquica sino el efecto psicológico que esta produce, no podemos recurrir a una
lista fija de trastornos que eximan de ser responsable criminal. Sin embargo, sí que se puede
realizar un análisis de las anomalías y alteraciones psíquicas que más comúnmente se
relacionan con tal hecho. Si bien, a continuación, expondremos los criterios clínicos
necesarios que se establecen desde el DSM-IV-TR (2002) para su diagnóstico, es de vital
importancia señalar que para el ejercicio forense no es necesario el cumplimiento de todos
ellos, de modo que lo verdaderamente importante es evaluar como los síntomas que tiene el
sujeto afectan a su capacidad cognitiva y volitiva en la comisión de un delito, cumpla o no
todos los criterios exigidos desde la perspectiva clínica. No obstante, expondremos los
criterios necesarios que se exigen desde la clínica pues nos pueden servir como una guía
orientativa a la hora de desempeñar nuestra labor como psicólogo/perito forense.
Por último, señalar que existe una versión más reciente de este manual, el DSM-V
(2013). Sin embargo, hemos considerado no recurrir a esta nueva versión debido a que la
adaptación al ámbito español aún no se ha llevado a cabo, por lo que la versión
estadounidense puede no resultar todo lo representativa del contexto español que deseamos.
27
categoría pedagógica. Durante los años preescolares (0-5 años de edad) suelen desarrollar
habilidades sociales y de comunicación, presentando tan solo insuficiencias mínimas en las
áreas sensoriomotoras, por lo que con frecuencia no son distinguibles de otros niños sin
retraso mental hasta edades posteriores.
Durante los últimos años de su adolescencia, pueden adquirir conocimientos
académicos que les sitúan aproximadamente en un sexto curso de enseñanza básica; y durante
su vida adulta, suelen adquirir habilidades sociales y laborales adecuadas para una autonomía
mínima, si bien pueden necesitar supervisión, orientación y asistencia, especialmente en
situaciones de estrés social o económico. Contando con apoyos adecuados, los sujetos con
retraso mental leve acostumbran a vivir satisfactoriamente en la comunidad, sea
independientemente o en establecimientos supervisados.
-Retraso Mental Moderado: Con un CI entre 35-40 y 50-55, este subgrupo constituye
alrededor del 10% de toda la población con retraso mental. Equivale a la categoría
pedagógica de “adiestrable”, si bien no debería utilizarse este término anticuado porque
implica erróneamente que estas personas no pueden beneficiarse de programas pedagógicos.
La mayoría de los individuos con este nivel adquieren habilidades de comunicación durante
los primeros años de niñez y pueden aprender a trasladarse independientemente por lugares
que les son familiares. Además pueden beneficiarse de adiestramiento en habilidades sociales
y laborales, pero es imposible que progresen más allá de un segundo nivel en materias
escolares.
Durante la adolescencia, sus dificultades para reconocer las convenciones sociales
pueden interferir en las relaciones con sus iguales. Pueden aprovecharse de una formación
laboral y, con supervisión moderada, atender a su propio cuidado personal. Alcanzada la
etapa adulta, en su mayoría son capaces de realizar trabajos no cualificados o
semicualificados, siempre con supervisión, en talleres supervisados o en el mercado general
del trabajo. Se adaptan bien a la vida en comunidad, habitualmente en instituciones con
supervisión.
-Retraso Mental Grave: Las personas de este subgrupo cuentan con un CI entre 20-25
y 35-40, e incluyen el 3-4% del total. Durante los primeros años de la niñez adquieren un
lenguaje comunicativo escaso o nulo; mientras que en la edad escolar pueden aprender a
hablar y pueden ser adiestrados en habilidades elementales de cuidado personal. Se
benefician sólo limitadamente de la enseñanza de materias preacadémicas como la
28
familiaridad con el alfabeto y el cálculo simple, pero pueden dominar ciertas habilidades
como el aprendizaje de la lectura global de algunas palabras imprescindibles para la
supervivencia.
En los años adultos pueden ser capaces de realizar tareas simples de manera
supervisada en instituciones. En su mayoría se adaptan bien a la vida en comunidad, sea en
hogares colectivos o con sus familias, a no ser que sufran alguna discapacidad asociada que
requiera cuidados especializados o cualquier otro tipo de asistencia.
Los sujetos con discapacidad intelectual, y en mayor medida cuanto más sea su nivel
de afectación, suelen ser enormemente influenciables, por lo que pueden ser inducidos con
facilidad a delinquir (Ailhaud, 2002). No obstante, estos sujetos más frecuentemente son la
víctima y no el delincuente. Además, en los niveles profundos de retraso mental, la
29
posibilidad de delinquir es escasa debido a su incapacidad psicofísica. Esto último explica el
hecho de que pese a ser más influenciables, son los subgrupos con discapacidad intelectual
moderada y leve los que cometen más delitos (Cabrera y Fuertes, 1997).
En cuanto a la responsabilidad criminal, no existe ninguna duda por parte de los
expertos en considerar eximidos de ella a los sujetos con discapacidad intelectual profunda
(CI<20/25) (De la Torre, 1999), ya que difícilmente pueden comprender el alcance de sus
actos, ante lo cual son considerados inimputables. El problema para los forenses se ubica en
aquellos casos fronterizos, existiendo discrepancia en considerar la discapacidad intelectual
grave (CI entre 20/25 y 35/40) como eximente completa o incompleta (Vega, 2004). Para su
análisis, como en todos los casos de Psicología Forense, se debe ir al caso concreto y no
aplicar doctrinas generales (Cabrera y Fuertes, 1997). Así pues, no se requiere el mismo nivel
intelectual para ejecutar una agresión sexual que un delito contra la hacienda pública.
Generalmente, aunque en función del evaluado, la discapacidad intelectual moderada o leve
(que cubren el rango de CI de 35/40 a 70) funciona como eximente incompleta de la
responsabilidad (De la Torre, 1999).
En consecuencia, la condición de discapacidad intelectual puede representar bien una
eximente completa; bien una eximente incompleta que atenúe la responsabilidad; o bien no
suponer circunstancia modificativa de responsabilidad alguna. El criterio que se usará es,
como en todo caso de evaluación de la responsabilidad criminal, el de analizar en qué medida
el sujeto es capaz de comprender la ilicitud de un hecho y de actuar conforme a dicho
entendimiento. Por ello, se debe analizar siempre el caso concreto y no aplicar de antemano
normas generalistas
2.2.2. Esquizofrenia
30
-Criterio A: Síntomas característicos. Dos (o más) de los siguientes, cada uno de ellos
presente durante una parte significativa de un período de 1 mes (o menos si ha sido
tratado con éxito):
1. Ideas delirantes
2. Alucinaciones
3. Lenguaje desorganizado (p. ej., descarrilamiento frecuente o incoherencia)
4. Comportamiento catatónico o gravemente desorganizado
5. Síntomas negativos, por ejemplo, aplanamiento afectivo, alogia o abulia
Sólo se requiere un síntoma del Criterio A si las ideas delirantes son extrañas, o si las
ideas delirantes consisten en una voz que comenta continuamente los pensamientos o
el comportamiento del sujeto, o si dos o más voces conversan entre ellas.
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-Criterio E: Exclusión de consumo de sustancias y de enfermedad médica: El trastorno
no es debido a los efectos fisiológicos directos de alguna sustancia (p. ej., una droga
de abuso, un medicamento) o de una enfermedad médica.
a) Paranoide: se caracteriza por una o más ideas delirantes o alucinaciones auditivas. Siguiendo
el DSM-IV-TR, necesariamente, no debe haber lenguaje desorganizado, ni comportamiento
catatónico o desorganizado, ni afectividad plana o inapropiada.
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-Inmovilidad motora manifestada por catalepsia (pérdida momentánea de la movilidad
y de la sensibilidad del cuerpo), que puede incluir flexibilidad cérea (disminución de
la respuesta a los estímulos y tendencia a permanecer en una postura inmóvil), y
estupor (disminución de la actividad de las funciones intelectuales).
-Actividad motora excesiva aparentemente sin propósito ni influida por estímulos
externos.
-Negativismo extremo (con resistencia a todas las órdenes, que semeja ser inmotivada,
o mantenimiento de una postura rígida en contra de los intentos de ser movido) o
mutismo (silencio voluntario).
-Peculiaridades del movimiento voluntario manifestadas por la adopción de posturas
extrañas, movimientos estereotipados, manierismos marcados o muecas llamativas.
-Ecolalia o ecopraxia (repetición involuntaria o imitación de una palabra o frase, o un
movimiento de otra persona).
Generalmente, los delitos cometidos por personas que sufren esquizofrenia suelen
tener un carácter brusco y repentino, fruto de un pensamiento delirante o alucinación
(síntomas positivos psicóticos), esto conlleva a que a ojos de los demás resultan
incomprensibles, inmotivados y sin móvil para el delito (Ailhaud, 2002). Pese a que la
inmensa mayoría no delinquen (De la Torre, 1999), la imprevisibilidad y brutalidad de
algunos de los delitos cometidos por unos pocos de ellos provocan que mucha gente les tenga
especial temor, el cual es incrementado a menudo por parte de los medios de comunicación
que informan de manera sesgada, atendiendo únicamente a su condición de “enfermos
mentales”.
Contrariamente a la discapacidad intelectual, los sujetos con esquizofrenia pueden
presentar un nivel óptimo de inteligencia (Finol y Piña, 2008), de modo que su psiquismo sea
33
afectado solo cuando la esquizofrenia se encuentra en una fase activa. Así, durante el curso
de esta enfermedad es frecuente la combinación de: a) fases activas o brotes psicóticos, donde
aparecen alguno de los síntomas descritos en el criterio A del DSM-IV-TR; y b) fases de
remisión, donde el sujeto puede quedar ligera o gravemente dañado o por lo contrario
totalmente recuperado. Es importante saber que algunos sujetos con la medicación y terapia
psicológica oportuna pueden llevar a cabo una vida normal.
En lo concerniente a la responsabilidad criminal, los sujetos que padecen
esquizofrenia suelen ser considerados exentos de ella, total o parcialmente. No obstante, de
nuevo, no podemos establecer como regla general la inimputabilidad para estos sujetos,
debiéndose poner en relación las consecuencias cognitivas y volitivas de esta enfermedad con
el propio delito.
Para algunos autores, la relación entre la esquizofrenia y el delito para ser eximente de
la responsabilidad criminal debería ser de causa-efecto, de modo que el delito guarde alguna
relación con sus ideas delirantes o alucinaciones. Si el delito no se relaciona con la
esquizofrenia y el sujeto está en pleno uso de sus facultades cognitivas y volitivas, debería ser
considerado imputable pese a sufrir dicha enfermedad. Sin embargo, en la práctica, como
señalan Cabrera y Fuertes (1997), no todos los autores están de acuerdo con la necesidad de
establecer esta relación, de modo que defienden que un sujeto con esquizofrenia siempre
debería ser considerado irresponsable. Sus argumentaciones son: a) que la relación causa-
efecto es muy difícil de demostrar; y b) que la esquizofrenia causa un daño tal en toda la
estructura de personalidad del individuo, que aunque la enfermedad no se encuentre en una
fase activa le afecta igualmente.
Atendiendo a los subtipos de esquizofrenia descritos previamente, el que más
problemas entraña a la hora de juzgar es el paranoide, debido a que es la sintomatología que
más frecuentemente sufren los sujetos con esquizofrenia que cometen un delito, además que
gran parte de estos llevan una vida social que es un ejemplo de perfección y organización
(Cabrera y Fuertes, 1997; Finol y Piña, 2008). Los otros cuatro subtipos, mucho menos
tendientes al delito, han sido analizados por parte de Fonseca (2009). Esta Doctora en
Derecho realizó una revisión de la jurisprudencia española donde encontró un número escaso
de sentencias sobre sujetos delincuentes con esquizofrenia desorganizada, sobre los cuales
comprobó que se aplicaban la condición de eximente completa o incompleta. Por otra parte,
en relación con los otros tres subtipos (catatónico, indiferenciado y residual) no encontró
ningún pronunciamiento judicial en nuestro país.
34
2.2.3. Trastorno delirante
Los criterios que desde el DSM-IV-TR (2002) se deben cumplir para el diagnóstico
del Trastorno Delirante son los siguientes:
-Criterio A: Ideas delirantes no extrañas (p. ej., que implican situaciones que ocurren
en la vida real, como ser seguido, envenenado, infectado, amado a distancia o
engañado por el cónyuge o amante, o tener una enfermedad) de por lo menos 1 mes de
duración.
36
-Criterio E: La alteración no es debida a los efectos fisiológicos directos de alguna
sustancia (p. ej., una droga o un medicamento) o a enfermedad médica.
37
pese a su trastorno comprenden la injusticia de sus actos, distinguen el bien del mal, y son
capaces de conducir e inhibir su voluntad (Fonseca, 2009).
Aún más polémico resulta cuando el sujeto comete un delito al margen de lo dictado
por su delirio. En este caso, el carácter patológico de su comportamiento desaparece, pues
estos suelen conservar un buen funcionamiento cognitivo y volitivo. Es en esta tesitura donde
algunos autores optan por la necesidad de establecer la relación delirio-delito para que la
responsabilidad criminal se vea afectada (Ailhaud, 2002), y los que consideran esta última
siempre afectada al margen de la existencia de tal relación.
En la práctica, según recoge Fonseca (2009) en su trabajo, cuando el sujeto padece un
trastorno delirante y este guarda relación con el delito alterando sus capacidades intelectivas
y volitivas se aplica la circunstancia de eximente completa; y cuando padece el trastorno,
pero este no está relacionado con el delito, se suele entender que sus capacidades cognitivas y
volitivas se ven alteradas parcialmente, por lo que se aplica la eximente incompleta,
atenuando así su responsabilidad ante el crimen.
-Debe ser desencadenado por una causa inmediata y fácilmente evidenciable. Dicha
causa puede ser un agente interno o externo (Romi, 1999), entre otras: un estado pasional,
delirio o como consecuencia de síndrome de abstinencia (De la Torre, 1999).
-Aparición brusca o al menos rápida, diferenciándolo de la enajenación mental y
otorgándole un carácter de imprevisibilidad.
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-Duración breve, con una curación completa, sin dejar secuelas y sin probabilidades
de repetición.
-Con una intensidad tal que origine una anulación completa de sus capacidades
intelectivas y/o volitivas. Si tal intensidad es muy alta la eximente será completa, en caso de
que sea más baja se aplicará la eximente incompleta.
-Que la anomalía no haya sido provocada por el autor con propósito de cometer el
delito en cuestión, o para lograr la impunidad del hecho antijurídico
Sobre este último punto se pronuncia el artículo 20.1 del Código Penal en el sentido
de que “el trastorno mental transitorio no eximirá de pena cuando hubiese sido provocado por
el sujeto con el propósito de cometer el delito o hubiera previsto o debido prever su
comisión”. De este modo es posible que el sujeto sea irresponsable en el momento del delito,
pero responsable en un momento anterior, cuando provocó tal estado mental, o no lo previno
cuando pudo hacerlo.
Por todas las características mencionadas con anterioridad (con causa inmediata,
repentino, breve, sin secuelas posteriores, etc.), su evaluación por parte de un psicólogo
forense de cara a que este se pronuncie acerca de una posible exención de la responsabilidad
criminal resulta verdaderamente ambigua, debiéndose analizar las condiciones particulares
del sujeto, los antecedentes del hecho, el hecho mismo, los móviles que le induzcan a
producirse de forma violenta y los actos que le subsiguieron (Sierra et al., 2006). No obstante,
creemos necesario señalar la incoherencia que se da ante este hecho: el trastorno mental
transitorio parte del requisito de que no puede dejar secuelas, sin embargo, posteriormente, se
le pide una evaluación al psicólogo forense que consta, entre otras cosas, de la evaluación de
secuelas psicológicas. Esto resulta aparentemente imposible, a la vez que carece de rigor
científico.
Por ello, según recogen Sierra et al. (2006), la idea de trastorno mental transitorio es
una figura que evoca numerosas críticas y discrepancias desde diferentes ámbitos: como la
Psicología, la Psiquiatría o el Derecho. Según estos, para diversos autores este concepto
carece de la relevancia para incidir en la responsabilidad criminal y algunos propugnan su
desaparición, amparándose en el hecho de que su demostración científica es tan difícil que su
exclusión como eximente no representaría ningún inconveniente para la práctica judicial.
Al margen de estas discrepancias, en la práctica judicial, dependiendo de la severidad
con que el Trastorno Mental Transitorio afecte al sujeto esta es considerada como eximente
de la responsabilidad, de manera completa o incompleta (Romi, 1999). No obstante, la
39
condición de eximente completa solo se aplica cuando dicho trastorno cursa simultáneamente
sobre una base psicopatológica probada, generalmente esquizofrenia (Ailhaud, 2002).
En primer lugar, los criterios del DSM-IV-TR (2002) para el diagnóstico de delirium
son:
Los pacientes de delirium raramente cometen algún delito (Ailhaud, 2002; Fonseca,
2009), ya que normalmente se encuentran en estado grave y hospitalizados. Ahora bien,
cuando se da de forma grave y el sujeto comete un delito existe consenso a la hora de
considerarlos irresponsables criminalmente, mientras que cuando se da de una manera más
moderada se suele aplicar la eximente incompleta (Cabrera y Fuertes, 1997). Un problema
que se da con estos sujetos, es que cuando el psicólogo forense procede a evaluarlos el cuadro
40
de delirium ya ha desaparecido, por lo que el profesional se ve obligado a hacer un
diagnóstico retrospectivo que dificulta el rigor científico de la prueba (Ailhaud, 2002).
Al mismo tiempo, dentro del mismo manual, se establecen diferentes tipos, según sea
el origen de esta: a) alzheimer; b) vascular (debida a enfermedad cerebrovascular); c) otras
enfermedades médicas (VIH, traumatismo craneal, Parkinson, Huntington, Pick, Creutzfeldt-
Jakob; o por otras demencias como la de cuerpos de Lewy o la frontotemporal); d) inducida
por sustancias; e) debida a múltiples etiologías (combinación de dos o más de las anteriores);
y f) no especificada.
Cuando la enfermedad está patente, no existe duda que el sujeto tiene por lo general
gravemente alteradas las capacidades cognitivas y volitivas, por lo cual se le aplica la
eximente completa (Fonseca, 2009). El problema radica cuando dicha demencia se encuentra
en los periodos iniciales donde la sintomatología todavía no es muy evidente, encontrándose
tales capacidades mermadas pero no anuladas, lo que suele conllevar la aplicación de la
41
eximente incompleta (Sierra et al., 2006). No obstante, algunos expertos, como entre otros
Carrasco (2005), consideran que estos pacientes no deberían ser sancionados, ya que en muy
poco tiempo estos carecerán de las capacidades psíquicas para conocer el valor de la sanción.
Hasta aquí hemos hechos un recorrido por aquellas entidades psicológicas que más
habitualmente se relacionan con lo descrito por el Código Penal español como anomalía o
alteración psíquica por la cual el sujeto “no pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar
conforme a esa comprensión”: discapacidad intelectual, esquizofrenia, trastorno delirante,
trastorno mental transitorio, delirium y demencias.
Sin embargo, existen otras entidades que gozan de menos consenso al encuadrarlas
bajo esta categoría. La razón estriba en que si bien estas también alteran importantes
capacidades del individuo, como pueden ser la percepción, memoria, afectividad,
pensamiento o conciencia, no inciden directamente en las capacidades intelectivas y/o
volitivas que exige el Código Penal para la exención de la responsabilidad (Núñez y López,
2009). No obstante, esto genera discrepancia, y no son pocos los psicólogos y juristas que
abogan por la idea de que se amplíe el abanico de anomalías que modifican la
responsabilidad, al margen de que alteren la inteligencia y voluntad u otras capacidades
importantes. A continuación haremos un breve repaso acerca de estas, así como de otras
entidades que no son de índole puramente psicológica, por lo que la inclusión en este trabajo
se ha considerado parcialmente importante:
42
La dependencia al alcohol y a otros tóxicos es definida por el DSM-IV-TR (2002)
como un patrón desadaptativo de consumo que conlleva deterioro o malestar clínicamente
significativo, en el que son frecuentes el incremento progresivo del nivel de tolerancia,
síndrome de abstinencia, consumo cada vez mayor y durante más tiempo, esfuerzos
infructuosos de reducir el consumo, gran cantidad de tiempo dedicada a actividades
relacionadas con su consumo o en la recuperación de sus efectos, y la ininterrupción de su
consumo pese a tener conciencia de los problemas físicos o psicológicos asociados.
En el caso del alcoholismo crónico, Cabrera y Fuertes (1997) señalan que siempre se
debe barajar la posibilidad de que dicho consumo enmascare una psicopatología importante.
Además, para la aplicación de la eximente de responsabilidad se requiere tanto en el
alcoholismo crónico como en la drogodependencia que, además de la afectación a las
capacidades intelectivas y volitivas, el consumo del tóxico no sea puntual presentando un
historial de consumo prolongado en el tiempo (Carrillo, 2013).
La evaluación con sujetos drogodependientes debe atender a las siguientes cuestiones
cuya presencia disminuye la responsabilidad (De la Torre, 1999): la situación del individuo
en el momento del delito teniendo en cuenta que la misma cantidad de droga afecta de
manera distinta a un sujeto que a otro; la clase de droga consumida, las duras (cocaína y
heroína, p.ej.) generan mayor dependencia y alteración psíquica; la presencia de otra
anomalía psíquica; y la intensidad del síndrome de abstinencia, que cuanto mayor sea menor
será la responsabilidad. De todas estas, es la presencia de otra anomalía a la par que la
drogodependencia y un intenso síndrome de abstinencia las que más frecuentemente
conllevan la aplicación de la eximente completa, mientras que las restantes suelen “sumar”
para la eximente incompleta.
Por otra parte, en el caso de la intoxicación plena, para que esta funcione como
eximente se requiere que si bien pueda ser fortuita o voluntaria no exista intención de
cometer el delito (Ailhaud, 2002). Cabe señalar que no es suficiente con un análisis clínico,
pues la presencia de una sustancia tóxica en el organismo no conlleva necesariamente que en
el momento del delito el sujeto esté bajo los efectos de esta, por lo tanto aquí es donde cobra
importancia la evaluación forense, evaluando además de la alteración en la inteligencia y
voluntad del sujeto, su dependencia psíquica hacia la sustancia (Carrillo, 2013).
No obstante, tal como refieren Negredo, Fernández-Alba y Graña (2002), ante estas
tres circunstancias no todos los forenses ni juristas están de acuerdo en que haya que
demostrar la alteración de las capacidades cognitivas y volitivas en el momento del delito,
43
como es habitual en este ámbito, sino que algunos optan por asociar generalmente estas
casuísticas con la inimputabilidad.
2. Trastornos del estado del ánimo. Dentro de esta categoría podemos señalar los trastornos
depresivos y el trastorno bipolar. Los trastornos depresivos por lo general no presentan
efectos sobre la responsabilidad (De la Torre, 1999), sin embargo, una afectación grave a
causa de estos en las capacidades intelectivas y volitivas del sujeto, en conjunción con algún
otro trastorno, generalmente de tipo psicótico, ha llevado a considerarla en ocasiones como
eximente incompleta, e incluso completa (Cabrera y Fuertes, 1997). Los delitos de los sujetos
con depresión suelen ir dirigidos a allegados y pueden explicarse en parte por una falta de
habilidades asertivas para interrumpir agresiones verbales (Finol y Piña, 2008).
Por otra parte, el trastorno bipolar, también llamado psicosis maníaco-depresiva
(Vega, 2004), lleva de manera relativamente frecuente a la comisión de delitos (Gómez-
Durán, Carrión, Xifró y Martín-Fumadó, 2010) a causa de la exacerbación incontrolada del
sujeto en su fase maniaca (Sierra et al., 2006), en la cual puede presentar una autoestima
exagerada basada en ideas delirantes, aspecto por el cual, en ocasiones, se ha considerado al
sujeto como irresponsable (Fonseca, 2009). En los casos de manía, es frecuente que estos no
traten de excusarse del delito y que lo cometan con muy poca premeditación, lo que los hace
fácilmente detectables (Sierra et al., 2006); no obstante, la presencia de momentos lúcidos en
los que sus capacidades cognitivas y volitivas no se ven en absoluto afectadas lleva a muchos
autores a plantear dudas acerca de su inimputabilidad.
3. Trastornos de ansiedad. Por lo general son totalmente responsables, pero en algún caso de
especial gravedad se ha decretado la eximente incompleta e incluso completa (Fonseca, 2009;
Sierra et al., 2006).
5. Trastornos del sueño. Desde el punto de vista forense resultan de interés las parasomnias. Así
por ejemplo se ha debatido acerca de la responsabilidad de un sujeto que en estado de
sonambulismo comete una agresión contra otro, o aquel que se queda dormido al volante de
un vehículo provocando un accidente (Sierra et al., 2006).
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6. Trastornos sexuales. Podemos distinguir aquí tres tipos: disfunciones sexuales, parafilias y
trastornos de la identidad sexual (Sierra et al., 2006). Las disfunciones sexuales no tienen
ninguna relevancia para la labor forense, pero sí las otras dos. Los trastornos de la identidad
sexual pueden ser importantes porque con frecuencia estos sujetos conviven en ambientes
marginales, aspecto que se debe tener en cuenta; por otra parte, las parafilias (p. e.
exhibicionismo, pedofilia, masoquismo sexual o sadismo sexual) son las más relevantes para
el ejercicio del psicólogo forense, ya que las fantasías sexuales de estos sujetos los lleva en
numerosas ocasiones a cometer actos sexuales ilegales.
En estos sujetos, la dificultad para poder llevar a cabo sus actos sexuales implica que
la necesidad por satisfacer sus fantasías vaya en aumento, por lo que el impulso que los
motiva se va haciendo cada vez más difícil de controlar (Sierra et al., 2006). En caso de que
alguno de estas parafilias afecte a las capacidades cognitivas y volitivas del sujeto estas
podrán actuar como eximente incompleta, y solo completa si cursan a la par que otra
anomalía más grave (Fonseca, 2009; Sierra et al., 2006), aspecto que se debe valorar en el
trabajo forense, ya que en ocasiones detrás de este comportamiento sexual anormal se
encuentra un trastorno psicótico (Ailhaud, 2002).
7. Trastornos del control de los impulsos, tales como juego patológico (ludopatía), cleptomanía
(robo), piromanía (incendio), o el trastorno explosivo intermitente (episodios aislados de
dificultad para controlar impulsos agresivos) (Ailhaud, 2002; Fonseca, 2009; Sierra et al.,
2006). Los delitos cometidos por los sujetos que padecen este tipo de trastornos suelen estar
relacionados con hurtos o robos, exceptuando el trastorno explosivo intermitente en el que se
pueden encontrar delitos de lesiones e incluso homicidio. Todos estos sujetos suelen tener la
capacidad suficiente para comprender lo ilícito de su conducta, sin embargo no son capaces
de controlarse por medio de su voluntad, capacidad alterada que lleva a algunos profesionales
a decretar la eximente incompleta (Sierra et al., 2006).
Por otra parte, para hablar de eximente completa, debería conjugarse a la par que
dicho trastorno algún tipo de insuficiencia psíquica, como puede ser la discapacidad
intelectual (Ailhaud, 2002). En el caso del juego patológico (Trijueque y Graña, 2008), la
posibilidad de exención de la responsabilidad requiere la comorbilidad junto a otro trastorno
o alteración de la personalidad, frecuentemente trastorno límite o antisocial (Echeburúa,
Amor y Yuste, 2000).
45
8. Trastornos de la personalidad. Dentro de esta clasificación el DSM-IV-TR (2002) señala
diez tipos: paranoide, esquizoide, esquizotípico, antisocial, límite, histriónico, narcisista, por
evitación, por dependencia y obsesivo-compulsivo. Guerrero (2011) realiza un análisis acerca
de las sentencias emitidas en España hacia delincuentes con trastornos de personalidad
encontrando que los más prolíficos a la hora de cometer delitos son los de los tipos límite,
antisocial y paranoide.
En su revisión, esta autora encuentra que al esquizotípico, al límite y al histriónico se
les aplica en la mayoría de los casos la eximente incompleta y en una minoría la plena
imputabilidad; mientras tanto, los otros siete trastornos de personalidad son considerados en
la mayoría de ocasiones como imputables, exceptuando algunos casos en los que se aplica la
eximente incompleta. Además, la aplicación de una eximente completa a causa de un
trastorno de personalidad solo se ha aplicado en aquellos casos en los que cursa
simultáneamente un trastorno psicótico (esquizofrenia o trastorno delirante) o trastorno
mental transitorio.
10. Epilepsia. Bajo esta etiqueta se encuadran gran diversidad de síndromes con manifestaciones
muy dispares, por lo que algunos autores abogan por referirse a ellas en plural: las epilepsias.
Hoy en día, existe amplio consenso al definir a estas como enfermedades neurológicas y no
mentales, hasta el punto de que en el DSM-IV-TR ya no se incluyen. La parcial o total
pérdida de conocimiento de estos sujetos durante la crisis epiléptica ha desembocado en
numerosos casos en la eximente completa, o en su defecto en la incompleta (Fonseca, 2009).
De la Torre (1999) subraya que los sujetos con epilepsia son muy sensibles a estímulos
46
exógenos, por lo que ante el consumo de alcohol u otras sustancias tóxicas suelen volverse
más agresivos y su capacidad volitiva y de raciocinio se ve afectada.
11. Miedo insuperable. Este último factor viene regulado en el artículo 20.6 del Código Penal,
por lo que no es considerado en la categoría de anomalía o alteración psíquica, sin embargo,
algunos autores, entre ellos Carrasco (2005), entienden este como un trastorno de ansiedad
(crisis de angustia o fobia específica) en respuesta a una situación que objetivamente puede
causar un estrés vital, por lo que se podría entrar a valorar desde la labor del psicólogo
forense.
Los requisitos por los que se regula el obrar impulsado por miedo insuperable, el cual
constituye una circunstancia eximente completa de la responsabilidad, son: que exista un
temor fundado que coloque al sujeto en una posición de terror invencible que anule su
voluntad; que dicho miedo esté inspirado en un hecho efectivo, real y acreditado; que dicho
temor anuncie un mal igual o mayor que el causado por el agente; este miedo ha de ser
insuperable por la mayoría de las personas; y que el miedo sea el único móvil de esa acción.
Por último, además de las mencionadas, cualquier otra causa o circunstancia que
pueda alterar la psique de un individuo y ponga en duda su capacidad intelectiva y/o volitiva
debería ser evaluada por el psicólogo forense conforme a valorar su responsabilidad. Así
pues, también podríamos evaluar las capacidades de un individuo que a causa de un accidente
sufre daño cerebral (traumatismos craneoencefálicos) o el que ve alterada su personalidad por
culpa de una enfermedad médica (Carrasco, 2005).
47
3. EVALUACIÓN PSICOLÓGICO FORENSE DE LA RESPONSABILIDAD
CRIMINAL
Con lo comentado hasta el momento se hace patente la importancia del trabajo del
psicólogo forense para evaluar la responsabilidad criminal de cara a ofrecer ayuda a la
justicia. Si queremos saber si un sujeto posee las capacidades psíquicas mínimas para
considerársele responsable de la comisión de un delito, el psicólogo forense parece el
profesional adecuado para llevar a cabo ese análisis. Estas capacidades mínimas estribarían,
como ya hemos comentado previamente, en que en el momento del delito el sujeto posea la
inteligencia mínima para entender lo ilícito de su acto y tenga la capacidad de actuar
conforme a tal entendimiento. Así, la labor del forense consistirá en evaluar estas capacidades
con el fin de pronunciarse acerca de la (in)alterada responsabilidad del sujeto en cuanto al
crimen cometido (Ailhaud, 2002).
No hay que olvidar que la ausencia de responsabilidad criminal es la mejor opción,
quizás la única, que puede conducir a una sentencia absolutoria o, cuando menos, más
beneficiosa para el acusado (Ailhaud, 2002). Por ello, en la evaluación forense de la
responsabilidad criminal debemos sospechar, y tomar medidas de control, acerca de un
posible intento de simulación (tal como en cualquier otra evaluación del psicólogo forense),
ya que en este proceso el sujeto se juega, en muchos casos, su libertad.
La simulación, es definida en el DSM-IV (1995), y posteriormente recogida en el
DSM-IV-TR (2002), como “la producción intencionada de síntomas físicos o psicológicos
desproporcionados o falsos, motivados por incentivos externos como no realizar el servicio
militar, evitar un trabajo, obtener una compensación económica, escapar de una condena
criminal u obtener drogas” (p. 698). Según este, siempre debe sospecharse de simulación
cuando estemos en un contexto médico-legal, lo cual afecta a la psicología forense.
Con respecto a esto, Ailhaud (2002) señala una serie de estrategias que pueden ayudar
al psicólogo forense a detectar la simulación por parte del acusado. En primer lugar, el efecto
suelo: en su afán por aparentar deterioro psíquico, el evaluado falla en tareas tan sencillas que
incluso aquellas personas con mayores alteraciones son capaces de completar con éxito.
Segundo, curva de rendimiento, falla respuestas muy fáciles y, por el contrario, acierta otras
más difíciles. Tercero, evaluación de la validez sintomática, tareas de elección forzada en las
que se considera indicador de simulación que el rendimiento se halle por debajo de lo
48
esperado. Por último, refiere las secuelas asociadas, cuando el sujeto se atribuye muchos
síntomas psicológicos o actitudes que son atípicas en su alteración. Por otro lado, en el
siguiente apartado se expondrá la propuesta para el control de la simulación por parte de
Arce, Pampillón y Fariña (2002).
De la importancia de llevar a cabo un control de la simulación en este ámbito se
desprende, entre otras cosas, que no podemos ajustarnos a la clásica evaluación clínica para
determinar la existencia de un trastorno. Pero no solo esto, sino que como afirman
Echeburúa, Muñoz, y Loinaz (2011), la evaluación forense dista en más aspectos de la
evaluación clínica, entre otros: el objetivo (ayudar a tomar una decisión judicial vs.
diagnóstico y tratamiento), la relación evaluador-sujeto (escéptica, aunque con un rapport
adecuado vs. empática), el secreto profesional (sin vs. con), o el ámbito de la evaluación
(estado mental en relación al objeto pericial vs. global).
Para Vázquez y Hernández (1993) los momentos clave de este proceso son: a)
determinar la presencia de un trastorno mental; b) analizar cómo este trastorno afecta a la
capacidad de comprender lo injusto de un hecho o a la capacidad de controlar o dirigir su
comportamiento; y, finalmente, c) establecer la causalidad entre ese trastorno y la conducta
criminal en cuestión.
-Fase 1: En esta primera fase el psicólogo forense debe hacerse una idea clara de los
hechos denunciados. Para ello, debe estudiar en profundidad toda la documentación que
considere pertinente para el caso. Dicha documentación proviene, por una parte, del contexto
judicial: expediente del caso; declaraciones de imputado, víctima y testigos; informes
policiales; calificación del ministerio fiscal; y alegaciones de la defensa y de la acusación
privada. Y por otra parte, de informes médicos, psicológicos, educativos y sociales.
50
Con este análisis exhaustivo el profesional podrá figurarse una buena idea acerca de la
(in)consistencia de la conducta del sujeto, enriqueciendo las conclusiones presentadas en el
informe, consiguiendo reconstruir el estado mental del sujeto antes, durante y después del
incidente e infiriendo así la correlación entre un posible trastorno y la acción ilícita.
-Fase 4: Administrar, corregir y valorar las pruebas y test psicológicos que sean
necesarios para el peritaje forense. Se debe realizar un análisis de estos y cohesionarlos con la
información conseguida a través de las entrevistas forenses, al mismo tiempo que la
información obtenida en ellos puede servir para orientar las entrevistas. Los instrumentos
psicométricos que se pueden utilizar son muy diversos, pero profundizaremos en ello en el
siguiente apartado del presente trabajo.
53
finalmente, la aplicación de modelos decisionales que permiten la contestación “sí” o “no” a
una serie de preguntas.
Ya en España, Murcia, González y Basurto (2004) desarrollan la Escala de
Evaluación de la Responsabilidad Penal, un protocolo que marca los pasos que debe seguir
el evaluador. Este se basa en el análisis de documentación (descripción pormenorizada del
delito y antecedentes psicológicos y psiquiátricos), entrevista semiestructurada (se ofrecen 98
preguntas a modo de guía), análisis de la conducta durante la entrevista, aplicación de
diversos instrumentos psicométricos que cuenten con escalas de control de la validez (MMPI-
2 y MCMI II), y todo ello con el objeto de establecer si el acusado es imputable,
semiimputable o no imputable.
Por otro lado y más recientemente, Arce y Fariña (2007) han propuesto un protocolo
para la evaluación de la responsabilidad criminal. Debido a la fiabilidad y validez demostrada
por dicho protocolo, a continuación detallaremos pormenorizadamente el contenido del
mismo, para finalmente realizar un estudio de caso en el que se hace uso de este.
54
1) Evitación de respuestas.
2) Deseabilidad social.
3) Síntomas sutiles (aquellos generalmente no accesibles a los simuladores).
Profundizando más en el protocolo, los pasos que desde este se proponen son los
siguientes:
h) Como último paso, los autores proponen poner a prueba la validez discriminante, es
decir, una observación de los resultados en otras medidas no relacionadas con el daño
esperado de modo que estas no deberían estar afectadas.
Con esto, damos por concluida la parte teórica de este trabajo y damos paso a la parte
metodológica. En esta expondremos un estudio de caso que fue realizado utilizando el
57
Protocolo de medida de la imputabilidad con control de la simulación de Arce y Fariña
(2007).
58
PARTE METODOLÓGICA
59
1. INTRODUCCIÓN
En esta segunda parte del trabajo, se presentará un estudio de caso relacionado con el
tema que nos ocupa: la responsabilidad criminal. Después de realizar una revisión literaria
sobre el fenómeno y estudiar la función del psicólogo forense a la hora de evaluar las
capacidades cognitivas y volitivas del sujeto, aplicaremos estos conocimientos en un ejemplo
práctico. Concretamente, presentaremos el caso de una mujer que agrede a una vecina bajo la
creencia tal como ella misma refiere que esta intenta hacerle la vida imposible. A
continuación, se exponen los datos del informe, la metodología utilizada y, finalmente, los
resultados del análisis llevado a cabo.
A petición judicial se realiza una evaluación a ...... ........ ......., de ..... años de edad
(--/--/19--), con DNI 11111111-X. Según ella misma refiere es natural de ......., vive en esta
misma ciudad con sus padres y sus dos hermanos hasta los
---- ................................................................................................................................................
......................................................................................................................................................
....................................................................................................................................................
60
2. METODOLOGÍA
Para ello, se procede de modo que se obtiene una medida de la consistencia inter- e intra-
medidas, inter-evaluadores e inter-contextos (Wicker, 1975). La consistencia intra-medidas
recae en los métodos que tienen los propios instrumentos de medida (escalas de validez del
MMPI-2, índices globales del SCL-90-R, análisis de estrategias de simulación en la entrevista
clínico-forense, gradiente de dificultad del TONI-2 o los estilos de respuestas del 16 PF-5). La
consistencia inter-medidas vendría de la comparación de los resultados obtenidos en diferentes
instrumentos, de modo que estos resultasen concordantes. La consistencia inter-evaluadores
supone una evaluación por parte de dos peritos por separado de modo que sólo se consideran los
61
resultados fiables y válidos si el índice de concordancia es superior a 0.80. Finalmente, la
consistencia inter-contextos proviene de la concordancia entre nuestros resultados y los
antecedentes y pruebas documentales existentes. Así pues, sólo se consideran válidos aquellos
resultados consistentes inter-evaluadores, inter-medidas y sobre los cuales las escalas de control
informan de su fiabilidad.
2.3.Evaluación clínica
Para la evaluación clínica se recurre a tres instrumentos diferentes de modo que nos
permiten controlar el posible interés de presentar un trastorno simulado, una sobresimulación o
disimulación de trastornos. Los instrumentos que usaremos son el MMPI-2, el SCL-90-R y la
entrevista clínico-forense.
1. Hipocondría. Algunos de los ítems de esta escala reflejan por parte del evaluado,
síntomas o quejas determinadas, mientras que otros refieren preocupaciones
somáticas generales o alto nivel de atención auto-centrada en su vida.
62
2. Depresión. Refleja sentimientos de desánimo, pesimismo o desesperación; y
características básicas de personalidad tales como hiperresponsabilidad, valores
personales rígidos o autocastigo
3. Histeria de conversión. Refleja quejas físicas específicas, trastornos molestos,
negación de problemas en la propia vida o ausencia de ansiedad social.
4. Desviación psicopática. Alude a una disposición a tener problemas con la ley o
una ausencia de consideración acerca de la mayoría de las normas sociales y
morales de conducta.
5. Masculinidad-Feminidad. Los ítems de esta escala cubren un rango de reacciones
emocionales, intereses, actitudes y sentimientos sobre el trabajo, interrelaciones
sociales y aficiones en los que, generalmente, varones y mujeres difieren.
6. Paranoia. El contenido de esta escala refleja tanto una marcada sensibilidad
interpersonal como una tendencia a malinterpretar los motivos o intenciones de
otros.
7. Psicastenia. Esta escala corresponde a la actual designación del trastorno
obsesivo-compulsivo, no obstante, la escala completa refleja ansiedad y estrés más
generalizados (o emocionalmente negativos), así como la declaración de estrictas
normas de moral, auto-culpa por las cosas que van mal y rígidos esfuerzos por
controlar los impulsos.
8. Esquizofrenia. Cubre un amplio rango de pensamientos extraños, experiencias
inusuales y características sensibles especiales.
9. Hipomanía. Desarrollada a partir de sujetos que habían sufrido algún episodio
maníaco refleja ambición desmedida, extraversión y altas aspiraciones.
10. Introversión social. Esta escala viene acotada por dos extremos: el superior, que
refleja niveles elevados de reserva social, preferencia por actividades solitarias y
ausencia de asertividad social; y el inferior, que refleja las tendencias contrarias,
en el sentido de participación y ascendencia social.
Por otra parte, el MMPI-2 cuenta con un importante número de escalas que ponen a
prueba la fiabilidad y validez de la prueba aplicada al sujeto. Las que desde este protocolo se
usan se exponen a continuación, de tal modo que se considera inválida la prueba si aparecen
tres indicadores de simulación o cuatro de disimulación.
63
a) Puntuación ? (Interrogante). Supone un recuento de los ítems que el sujeto no
contesta o que contesta “verdadero” y “falso” a la vez. Una puntuación alta puede
reflejar dificultad o pesadez de la tarea para un sujeto depresivo, dificultad para
comprender algunas frases por parte de un sujeto con pobre nivel de lectura, o un
intento de ocultar cierta información. Si esta puntuación excede de 30 se debe
considerar el contenido del test como altamente sospechoso e inválido (al margen
de que se lleguen a los cuatro indicadores de disimulación o no), suponiendo que
probablemente hubo un intento de disimulación por parte del sujeto.
b) Escala L (Mentira). Evalúa la probabilidad de que un sujeto cubra el test
mostrándose a sí mismo con una personalidad perfecta o un ajuste ideal, en lugar
de ser sincero con sus características. Así pues, esta escala no refleja una
tendencia general a mentir, inventar o engañar, sino más bien un estilo particular
de respuesta que altera la exactitud de la medida. Una puntuación baja en esta
escala indica que el sujeto, por lo general, no se coloca a sí mismo en una posición
inusualmente favorable, sin embargo, si la puntuación es muy baja puede reflejar
un esfuerzo para exagerar problemas emocionales y dificultades de ajuste. Por otra
parte, una puntuación alta puede reflejar una actitud defensiva hacia el test,
mientras que si es muy alta afectará de manera negativa, contaminando el
significado de las puntuaciones en las escalas clínicas. Así pues, se tomará esta
escala como un indicador de simulación si la puntuación T es menor que 40; y
como indicador de disimulación si la T es igual o mayor que 70.
c) Escala F (Incoherencia). Puede reflejar bien una falta de cooperación debido a
una contestación azarosa a los ítems, bien sujetos con capacidades bajas de lectura
o mal contacto con la realidad, o bien exageración de los trastornos y problemas.
Una puntuación T mayor que 70 será tenida en cuenta como un indicador de
simulación.
d) Escala K (Corrección). Cubre un rango de características que muchos individuos
prefieren negar acerca de sí mismos y de sus familias. Puntuaciones altas reflejan
una tendencia al sesgo de las propias respuestas en una dirección que minimiza las
implicaciones de un pobre control emocional e ineficacia personal. Una
puntuación T menor que 40 será tenida en cuenta como un indicador de
simulación, mientras que si esta es igual o superior a 70 lo hará en calidad de
indicador de disimulación.
64
e) Escala Fb (F posterior). Esta puede reflejar que el sujeto deje de prestar atención
a los ítems del test y que cambie hacia un patrón de respuestas esencialmente
azaroso. Particularmente, a diferencia de la Escala F, la Fb afecta a las escalas
suplementarias y de contenido. No obstante, pese a que puede resultarnos de
ayuda, esta escala no invalida la prueba.
f) TRIN (Inconsistencia de las respuestas verdadero). Tendencia a contestar de
forma inconsistente o contradictoria. Una puntuación muy alta refleja
aquiescencia (tendencia a dar respuestas “verdadero” de manera indiscriminada),
mientras que una puntuación muy baja refleja no aquiescencia (tendencia a dar
respuestas “falso” de manera indiscriminada). Una puntuación directa mayor a 14
invalida la prueba, al margen del número de indicadores de invalidez.
g) VRIN (Inconsistencia de las respuestas variables). Tendencia a contestar de forma
inconsistente o contradictoria. Así, la puntuación de esta escala refleja el número
de pares de ítems contradictorios que el sujeto contesta inconsistentemente. Una
puntuación directa mayor a 14 invalida la prueba, al margen del número de
indicadores de invalidez.
h) Índice F-K. En esta escala, también denominada como índice de Disimulación de
Gough, una puntuación igual o mayor que 30 se tendrá en cuenta como un
indicador de simulación, mientras que si es menor a -15 lo hará como un indicador
de disimulación.
i) Perfil V (invertida). Dicho perfil implica las escalas de validez L, F y K. Cuando
se dé un “Perfil en V invertida” este será tenido en cuenta como un indicador de
simulación, y a este se llegará cuando la escala L sea menor que 50, la F mayor
que 70/80, y la K menor que 50; por el contrario, se dará un “Perfil en V” y un
indicador de disimulación cuando obtenga una escala L mayor que 70, una F
menor que 50, y una K mayor que 70.
Esta prueba ha sido desarrollada por Derogatis, en 1977 y adaptada a España por TEA
(2002), con el fin de diagnosticar nueve patologías, clínicamente relevantes, así como tres
índices globales. Las dimensiones evaluadas son: somatización, obsesivo-compulsivo,
65
susceptibilidad interpersonal, depresión, ansiedad, hostilidad, ansiedad fóbica, ideación
paranoide, psicoticismo. Por su parte, los índices globales son: índice de severidad global, índice
de malestar referido a síntomas positivos, y el total síntomas positivos.
Las dimensiones sintomáticas evaluadas son las siguientes, y supondrán una impresión
diagnóstica cuando alcancen un percentil mayor a 80 en el baremo de la población general:
66
autorreferencial, ideación delirante, hostilidad, grandiosidad, miedo a la pérdida de
autonomía y necesidad de control.
9. Psicoticisimo. Se relaciona con el espectro psicótico. En la población general esta se
acerca más a la alienación social que a las psicosis clínicamente manifiestas.
Por otra parte, expondremos los tres índices globales que nos ayudan a poner a prueba la
validez del instrumento. Estos tres índices informan de distorsión de las respuestas en lo
referente a los síntomas: negación, combinación o exageración, y severidad. De estos, si solo se
da un indicador la prueba será válida dando a entender que posiblemente exista daño, mientras
que si se dan dos indicadores, al lado de la posibilidad de daño deberemos plantearnos la
hipótesis de la simulación.
67
posterior visionado permite un análisis más riguroso del contenido, el cual está dirigido a la
comprobación de la presencia de alteraciones psicopatológicas que puedan ser fuente de
inimputabilidad. Además, como fue diseñada para su aplicación en el contexto forense
conlleva un control del intento de simulación a través del análisis de las siguientes
estrategias:
68
2.4.1. Test de Inteligencia No Verbal (TONI-2)
Este instrumento fue desarrollado por Brown, Sherbenou, y Johnsen y publicado por
TEA ediciones en 1995. Este resulta de gran utilidad para la apreciación de la capacidad de
resolver problemas eliminando las posibles influencias del lenguaje y las capacidades motrices.
Ofrece una medida de Cociente Intelectual, distinguiendo los siguientes grados: Muy Superior
(>130), Superior (121-130), Medio-Alto (111-120), Medio (90-110), Medio-Bajo (80-89), Bajo
(70-79), y Muy Bajo (<70).
Como método para poner a prueba la fiabilidad podemos analizar si los resultados del
sujeto sigue los parámetros esperados en relación con el gradiente de dificultad de las respuestas,
de modo que sería un indicador de baja fiabilidad que un sujeto fallase muchas preguntas fáciles
y acertase otras más difíciles.
2.5.Estudio de la personalidad
Este instrumento fue desarrollado por Cattell, Cattell, y Cattell, y publicado y distribuido
en España por TEA Ediciones, 1997. Esta prueba pretende dar una visión global de la
personalidad del sujeto, mediante la evaluación de 16 dimensiones, funcionalmente
independientes y psicológicamente significativas, configuradas todas ellas como continuos
bipolares, entre cuyos extremos se distribuyen de modo estadísticamente normal los distintos
estilos comportamentales, o estructuras de personalidad; y otro grupo de 5 factores globales de
personalidad. Además, se incluyen tres medidas de estilos de respuesta que ofrecen información
relevante acerca de la validez de las respuestas de la persona evaluada.
Tanto en las escalas primarias, como en las dimensiones globales, como en las medidas
de estilo de respuesta, el sujeto estará definido por el extremo inferior cuando se de una
puntuación inferior a 4; mientras que se situará en el extremo superior cuando obtenga una
puntuación superior a 7.
Las escalas primarias y los polos opuestos a los que aluden son los siguientes:
69
1. Afabilidad. Frío, impersonal y distante; frente a afable, cálido, generoso y atento a
los demás.
2. Razonamiento. Pensamiento concreto frente a pensamiento abstracto.
3. Estabilidad emocional (fuerza del yo). Reactivo y emocionalmente inestable; frente a
emocionalmente estable, adaptable y maduro.
4. Dominancia (asertividad). Deferente, cooperativo y que evita conflictos; frente a
dominante, fuerte y asertivo.
5. Animación. Serio, cohibido y solícito; frente a animado y espontáneo.
6. Atención a las normas. Muy suyo e inconformista; frente a atento a las normas y
cumplidor.
7. Atrevimiento. Asustadizo, apocado y tímido; frente a atrevido, emprendedor y
arriesgado.
8. Sensibilidad. Utilitario, objetivo y poco sentimental; frente a sensible, esteta y
sentimental.
9. Vigilancia. Confiado, no suspicaz y acogedor; frente a vigilante, suspicaz, escéptico
y cauteloso.
10. Abstracción. Realista, práctico y orientado a la acción; frente a abstracto, imaginativo
y orientado a las ideas.
11. Privacidad. Abierto, espontáneo y sencillo; frente a receloso, discreto y cerrado.
12. Aprensión. Seguro, despreocupado y satisfecho; frente a aprensivo, dubitativo y
preocupado.
13. Apertura al cambio. Tradicional y apegado a lo familiar; frente a abierto al cambio y
experimental.
14. Autosuficiencia. Integrado en el grupo y afiliativo; frente a seguro, solitario e
individualista.
15. Perfeccionismo (compulsividad). Tolerante con el desorden, condescendiente y
flexible; frente a perfeccionista, organizado y auto-disciplinado.
16. Tensión. Relajado, plácido y paciente; frente a tenso, enérgico, impaciente y
presionado.
Las dimensiones globales, que al igual que las escalas primarias se definen a través de
los polos opuestos a los que aluden son:
70
1. Extraversión. Introvertido y socialmente inhibido; frente a extravertido y socialmente
participativo.
2. Ansiedad. Poco ansioso e imperturbable; frente a muy ansioso e intranquilo.
3. Dureza. De mentalidad abierta, receptivo e intuitivo; frente a de mentalidad dura,
resolutivo e insensible.
4. Independencia. Acomodaticio, conformista y desinteresado; frente a independiente,
persuasivo y voluntarioso.
5. Auto-control. Incontrolado y obedece a sus impulsos; frente a auto-controlado y que
inhibe sus impulsos.
Finalmente, y de elevada relevancia para la labor del forense, el 16 PF-5 señala tres
estilos de respuesta, que nos pueden ayudar a la hora de considerar las respuestas del sujeto:
Una vez aplicados estos pasos, a continuación exponemos los resultados obtenidos en el
estudio de caso realizado con la evaluada Rocío González Rodríguez.
71
3. RESULTADOS
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ANEXO
83