Вы находитесь на странице: 1из 5

RESUMEN LECTURA N° 20

Del sentido de la vida: un ensayo filosófico


LAS FUENTES DEL SENTIDO
Los principios morales reposan sobre un sentido del Bien, y por tanto, sobre un sentido de
lo justo que une y reúne las consciencias.
Las religiones han propuesto la idea de “estar unidos por el Bien” como aquello que nos
conecta con una realidad superior o divina (“Hacer el bien, nos lleva a Dios”).
Los profetas y los poetas son quienes nos han hablado de este sentido del Bien, que está
por encima de nosotros, poniendo su sentido como algo evidente, que ha estado siempre
ahí, que procede de la “fuente” y que ellos solo se dedican a transmitir.
¿Pero cuál es esa fuente de la que procede?
A través de la historia se le ha querido dar nombre, pero en muchos casos se ha
presentado como algo que no podemos imaginar, incluso a veces se prohibía el intentarlo
(“No te harás imagen de Dios”).
Por ejemplo, en la antigua Grecia se ponía a “Poseidón” como causa de los fenómenos
marítimos, no se intentaba explicar más ¿Por qué? Pues porque era algo divino, y
escapaba a nuestra compresión.

Los dioses nos sobrepasaban, pero no significaban ningún problema ni era necesario
intentar demostrar su existencia.
Así como los dioses, el universo por sí solo es un orden que nos sobrepasa, y del que
formamos parte sin que comprendamos mucho de él. Como decía Sófocles:

“Podrá el hombre imaginar con mucho vigor remedios contra todas las enfermedades,
jamás inventará el encantamiento que le permita escapar de la muerte”.
Por lo tanto, la evidencia de lo divino es la conciencia de nuestros límites, de los frágiles
que somos los humanos frente al poder del destino, frente a nuestra inevitable muerte.
Sin esa evidencia, no hay humanidad ni sentido en la vida. Todo el sentido de la vida
encuentra ahí sus dos fuentes:
Primera fuente
La primera radica en la “comunidad de nuestra fragilidad”, es decir, en lo consciente que
estamos TODOS de que podemos y vamos a morir. De esto nace una solidaridad, una
promesa de generosidad con el resto de humanos. El “sentido del Bien” nace de saber
este destino inevitable. Así que si la muerte es “universal”, el “sentido del bien” debería
serlo también.
Segunda fuente
La segunda fuente radica en ese “Estar unidos de la consciencia”. Es decir, aquello que
desde siempre nos orienta y une. Pero, ¿Qué es aquello? Es casi imposible decirlo.
Los profetas y poetas fueron los que intentaban responder esto. Siempre se les pudo
acusar de charlatanes, ya que hablaban de algo que no conocían. Pero las veces que se les
tomo en cuenta fueron porque afirmaban “inspirarse” de algo superior.
El libro del “Génesis”, por ejemplo, nació como una forma de explicar el origen de la
humanidad. No se cuestionaba su veracidad puesto que provenía de una “inspiración
divina”(osea Dios). Si no se podía verificar era precisamente por eso.
Pero ¿Por qué se creía en esos textos? Porque hablaban de un sentido de las cosas que
todos podían percibir. Cuando tocaban el tema del origen, mostraban que el mundo de los
dioses seguía un orden, así como existe orden en la naturaleza y la vida humana. Las
personas encontraban allí la fuente del sentido de la vida, su origen, a pesar de que no
podrían comprenderlo.

Y es que para la humanidad no es esencial comprender ese origen, sino reconocerse unida
por él. Es decir, ya estamos vivos al fin y al cabo, más que preocuparnos en entender
cómo, es saber que venimos de lo mismo y compartimos el mismo sentido de vida.

Esta unión, que compartimos con otros, es lo que podemos conocer con la palabra:
“Religión”. Existen muchas etimologías para esta palabra, pero partamos de la que nos da
Lactancia: “Religare”, que significa “Reunir”. Esta reunión resume la experiencia primaria
del sentido: El sentido que nos une.

Sentido que nos une con una meta, un destino. Nadie vive sin lazos que lo unan a otros, a
uno mismo, a algún bien, a alguna dirección que determina el sentido de su vida.

Pero religión no necesariamente tiene que referirse a las posturas religiosas tradicionales
(Musulmana, Católica, etc), porque cuando se las critica a estas, partimos de un conjunto
de creencias diferentes (las ateas, por ejemplo) pero que al ser creencias, podemos
considerar también como religión.

Esto contradice entonces a aquellas posturas que proponían que la humanidad, algún día,
se emanciparía completamente de las religiones. Como dice el texto: “La idea de un
mundo sin religión obedece a una cierta religión, a una cierta fe que quizás no es
consciente de sí misma”.
Se tratan entonces, de posturas que son religiosas sin saberlo. Aquellos que las proponían
simplemente perseguían una utopía, una liberación distinta, es decir, tenían otra
Esperanza que proponerle al género humano.
Hoy en día depositamos grandes esperanzas en la Ciencia Moderna, porque nos ofrece
remedios a grandes sufrimientos, nos crea un camino hacia el Bien, sin embargo, la
Ciencia es incapaz de responder aquella pregunta por el “sentido de la vida”. Así, esta
pregunta se relega al campo artístico, religioso y filosófico. Es en el arte donde el sentido
se plasma, en lo religioso donde se hace esperanza, y en la filosofía donde quiere ser
pensado.
No obstante, los filósofos contemporáneos, muchas veces, se inspiran a partir de las
ciencias exactas, no del arte ni la religión. Es comprensible, ya que el modelo científico nos
otorga resultados tangibles que se pueden verificar, sin embargo, el “sentido de la vida” o
la esperanza no son un dato tangible. Es decir, no es algo que podamos obtener de una
prueba en laboratorio.
La reflexión sobre el sentido implica un “empalabramiento”, propio de la poesía, que el
arte y la religión siempre han alcanzado. De ellos provienen todas nuestras experiencias
de sentido, en las que creemos aunque no puedan ser probadas.
No toda verdad procede, por tanto, de la ciencia, que busca dominar lo que comprende.
No toda verdad es asunto de método o de dominación, existe también aquella verdad que
nos lleva, la verdad de la esperanza, la que da sentido a nuestra vida.
La ciencia hoy en día comparte rasgos que antes eran propios de la religión, se espera de
ella una cierta “salvación”, principalmente por medio del incremento de la “Esperanza de
vida”. Pero esta esperanza de vida solo implica “añadirnos unos años más”.
¿Qué hacer con esos años? ¿Acaso esto le confiere un sentido a nuestra vida?
Pues no, el sentido de la vida no está ahí. La ciencia no ha cambiado en nada nuestra
condición de finitos, y la urgencia de nuestra finitud no consiste en alargar nuestra vida,
sino en encontrarle sentido: “Entender algo sobre el Bien que hace la vida digna de ser
vivida”.
La reflexión sobre el sentido de la vida es la toma de conciencia de esos lazos que nos
unen con los otros y sostienen la trama de nuestra vida. Y hay que erradicar aquella idea
sobre que venimos al mundo sin lazos y los establecemos luego “por convención” o
intereses. No, nosotros venimos con esos lazos. Van más allá de nuestra identidad
cultural, política o nacional.
Por lo tanto, podemos encontrar la dirección del sentido de la vida es un espacio
“cósmico”.
¿Qué somos nosotros en el universo? La respuesta es brutal: Menos que nada
Ninguna filosofía del sentido de la vida puede ignorar este trasfondo cósmico, la
extraordinaria humillación que nos genera el vibrante silencio del universo.

Pero ese silencio no es nuestro, nosotros hablamos y tenemos esperanza. La pregunta por
el “sentido de la vida” es la respuesta a ese silencio. El universo me responde: “No eres
nada”, y esta afirmación me agita, pero me lleva a reconocer que nuestra existencia tiene
un sentido, en la medida en que me invita a mantenerme en pie antes de ser abatido.
En un universo de sinsentido, la interrogante sobre “el sentido de la vida “me lleva a
reconocer que el sentido es mi condición insuperable. Un mundo de sinsentido presupone
un mundo consagrado al sentido y al Bien. Este sentido es ya el de nuestras vidas, no
tenemos que inventarlo, más bien, tenemos que reencontrarlo y hacérselo sentir al otro.
Toda moral nos conduce a eso, a intentar hacer feliz y digno de existir a los otros. Me da
esperanza en la espera de una vida con sentido para el otro, para que el otro pueda vivir
como si la vida tuviese un sentido.
Por lo tanto, esta vida no es jamás solo la mía, sino la de todos aquellos que comparten mi
destino como mortal, este destino compartido nos transmite a un sentido con forma de
ordenanza: Hay que vivir la vida como si debiera ser juzgada.

VIVIR COMO SI LA VIDA DEBIERA SER JUZGADA


El sentido es lo que confiere esperanza y sabor a nuestra vida. ¿En qué consiste esta
esperanza? Consiste en la esperanza de que vale la pena vivir la vida, de que merece la
pena vivirla para otro, porque el otro espera algo de mí y yo puedo responder a esa
espera. Lo consigo al hacerle la vida más feliz. Por lo tanto: “La vida debe ser vivida como
si debiese ser juzgada”.
Se encuentran orígenes “Religiosos” dentro de este sentido, por la noción de un “Juicio
final”. Sin embargo, fue Platón fue el primero que propuso esta idea. Mientras las
tradiciones judías hablaban de una resurrección de los muertos, él hablaba de una
transición directa del alma, a otra realidad, no corporal (un más allá).
No obstante, Platón reconocía que no podría probar la existencia de este más allá con
quienes le exigían pruebas. Los que exigen estas pruebas jamás han comprendido que la
vida humana es una interrogación constante sobre sí misma y cuya solución no se
encuentra sino en la “Esperanza” y el “Compromiso” que se hace uno mismo:
“Yo habré vivido en la espera de...”
Espacio que se puede rellenar con “... la espera del bien”, “la espera de un más allá”, etc.
Entonces Platón recurre al mito, a la alegoría, diciendo que al final de nuestra vida
nuestras almas serán juzgadas según el bien o el mal que hayan realizado.
No sabemos, evidentemente, si habrá tal juicio, y Platón mismo jamás pretendió afirmar
eso, puesto que se contentaba con recurrir a un cuento. Simplemente estaba convencido
de que la vida solo tiene sentido si se sabe a sí misma confrontada y destinada a tal juicio,
que es siempre un examen de sí mismo por sí mismo.
Sócrates, el maestro de Platón, se resigna a plantear que la muerte puede significar dos
cosas: O bien un largo o quizás eterno sueño, o bien la oportunidad de dialogar con los
espíritus que nos han precedido.
No sabemos lo que hay después de la muerte, pero cuando nos sorprenda, habrá de haber
vivido como si nuestra vida debería ser juzgada, esa era la gran esperanza de Sócrates.
Una esperanza que se revela más fuerte que la muerte.
En el caso de Platón, esa esperanza, esa ilusión, se afirma con la muerte de Sócrates. Su
maestro sabe que ha creado una esperanza cuando le da un sentido a su vida, pero a su
vez, les hereda a sus alumnos un modelo: El de una vida que se confía a este sentido.

Es decir, Sócrates vivió su vida como si habría de ser juzgado. Y se volvió un ejemplo de
que se puede vivir acorde al sentido que le otorgas a tu vida.
Durante los últimos minutos de Sócrates, uno de sus discípulos le pregunta que pueden
hacer por él después de su muerte, a lo que el concluye: “Nada nuevo, exactamente lo que
no he parado de decirles: Tened mucho cuidado de vosotros mismos”. Este cuidado de sí,
es en verdad, un cuidado del otro, un cuidado del sentido de la vida para el otro.
Esta esperanza no proporciona ninguna certeza, pero es lo único que puede dar un
verdadero sentido a la vida, o a una que merece ser vivida. Reconocerle un sentido a la
vida es reconocerse en las esperanzas que nos hacen vivir y que son más universales de lo
que soleemos creer.

Daniel Flores Velasco

Вам также может понравиться