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A CONOCIMIENTO HISTÓRICO
0 DE JESÚS
En el presente tema analizaremos los testimonios escritos de personajes no cristianos y judíos, para
luego estudiar los Evangelios como fuentes principales y el testimonio de los cristianos de los primeros
siglos.
1. TESTIMONIOS ROMANOS
De la mayor parte de los personajes de la Antigüedad tenemos menos datos históricos
que de Jesús de Nazaret.
Sorprende que haya datos históricos de Jesús, además de los cristianos, en los ámbitos
culturales de Roma y de Judea. La existencia de Jesús, un sencillo carpintero de Galilea
y uno de los numerosos profetas del judaísmo de entonces, carece de importancia
histórica para el Imperio.
El historiador Tácito (54-119), para escribir los Anales de Roma, hacia el año 116, se
sirve de las Actas del Imperio, es decir, los archivos oficiales. Al comentar el
incendio de Roma provocado por Nerón el año 64, afirma que el fundador de los
cristianos, «Cristo, fue ajusticiado, bajo el mandato de Tiberio, por el procurador
Poncio Pilato»2. Esta referencia breve y concreta afirma la muerte de Cristo a manos
de las autoridades romanas de entonces.
“…Sin embargo, ni por industria humana, ni por larguezas del emperador, ni por
sacrificios a los dioses, se lograba alejar la mala fama de que el incendio había
sido mandado. Así pues, con el fin de extirpar el rumor, Nerón se inventó unos
culpables, y ejecutó con refinadísimos tormentos a los que, aborrecidos por sus
infamias, llamaba el vulgo cristiano. El autor de este nombre, Cristo, fue
mandado ejecutar con el último suplicio por el procurador Poncio Pilatos
durante el Imperio de Tiberio y reprimida, por de pronto, la perniciosa
superstición, irrumpió de nuevo no sólo por Judea, origen de este mal, sino por la
urbe misma, a donde confluye y se celebra cuanto de atroz y vergonzoso hay por
dondequiera. Así pues, se empezó por detener a los que confesaban su fe; luego
1
Cfr. Epist. 10,96 s.
2
Cfr. Annales, XV, 44
por las indicaciones que éstos dieron, toda una ingente muchedumbre (multitudo
ingens) quedaron convictos, no tanto del crimen de incendio, cuanto de odio al
género humano. Su ejecución fue acompañada de escarnios, y así unos, cubiertos
de pieles de animales, eran desgarrados por los dientes de los perros; otros,
clavados en cruces eran quemados al caer el día a guisa de luminarias nocturnas.
Para este espectáculo, Nerón había cedido sus propios jardines y celebró unos
juegos en el circo, mezclado en atuendo de auriga entre la plebe o guiando él
mismo su coche. De ahí que, aún castigando a culpables y merecedores de los
últimos suplicios, se les tenía lástima, pues se tenía la impresión de que no se los
eliminaba por motivo de pública utilidad, sino para satisfacer la crueldad de uno
solo”3.
2. TESTIMONIOS JUDIOS
Entre los judíos solo encontramos dos testimonios de gran interés: son los de Flavio
Josefo y las breves y negativas alusiones a Jesús en el libro del Talmud.
El historiador Flavio Josefo, que vivía en Roma, escribió «La guerra de los judíos»
(a. 75-79 d.C.) y «Antigüedades judaicas» (a. 93-94 d.C.). En esta última afirma la
existencia histórica de Jesús. «En este tiempo vivió un tal Jesús, hombre sabio, si es
permitido llamarle hombre, porque realizaba obras prodigiosas. Enseñaba a las gentes
que se mostraban dispuestas a recibir la verdad. Se ganó a muchos de entre los judíos y
también de entre los del mundo helenista. Se pensaba que era el Cristo, pero, según el
juicio de nuestros príncipes, no lo era. Por este motivo, Pilato lo crucificó y le dio
muerte de cruz. No obstante, sus seguidores no lo abandonaron, pues se les apareció a
los tres días otra vez vivo, según lo habían predicho los profetas, y así otras muchas
maravillas sobre él. Todavía hoy, no se ha extinguido el grupo de los cristianos,
llamados así por el nombre de su fundador» (18,3,3).
El primero que cita este texto es el historiador Eusebio de Cesarea 6, s. IV. Algunos
autores han puesto en duda la autenticidad del texto citado, debido a las afirmaciones
de carácter cristiano. Es posible que algunas frases hayan sido escritas por copistas
cristianos; pero esta hipótesis no disminuye en nada la autoridad del testimonio de
Josefo sobre la existencia de Jesús de Nazaret.
3
Anales de Tacito, XV, 44: Actas de los Mártires, Edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC (Madrid; 1974) p. 223.
4
Cfr. Vita Neronis, XVI, 2
5
Cfr. Vita Claudii, XXV, 4
6
Cfr. Eusebio: Historia Eclesiástica, I, 11.
El testimonio anterior viene confirmado por la mención que hace Josefo de «Santiago,
el hermano de aquel Jesús, llamado el Cristo» (20,9,1), a quien Anás en el año 62
condenó a ser apedreado por confesar a Jesús como Cristo.
El Talmud (ss. I-V), libro religioso judío, admite la existencia histórica de Jesús y su
condena a muerte por el Sanedrín: «En la víspera de la Pascua fue colgado [crucificado]
Jesús por hereje». Las pocas alusiones del Talmud a Jesús tienen una tendencia
despectiva. Afirma que Jesús sedujo y extravió al pueblo de Israel, que se burló de las
palabras de los sabios y que interpretó la Thora, es decir, la Ley o Pentateuco, como lo
hacían los fariseos; pero afirma su existencia histórica.
Aunque no hayan sido testigos directos de su vida, algunos escritores de esta época
testimonian la existencia histórica de Jesús, pues no solo recogen la tradición de los
que conocieron a Jesucristo, sino que edifican su fe sobre la firme convicción de su
existencia. Por su parte, los escritores anticristianos pretenden destruir la fe cristiana,
pero todos dan por supuesto la existencia de Jesús. Entre los testimonios más antiguos,
destacamos los siguientes:
San Clemente Romano, tercer sucesor de San Pedro, conoció personalmente a San
Pedro y San Pablo en Roma. Escribió una Carta a la Iglesia de Corinto hacia el año
95, en nombre de la Iglesia de Roma, en la que pide a los fieles que obedezcan a los
presbíteros. Acerca de lo que ahora nos interesa, entresacamos las siguientes frases,
las cuales solo tienen sentido supuesta la existencia histórica de Jesús: « Los
Apóstoles nos predicaron el Evangelio de parte del Señor Jesucristo; Jesucristo fue
enviado de parte de Dios... Los Apóstoles, después de haber sido plenamente
instruidos, con la seguridad que les daba la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo,
salieron... Jesucristo dio su sangre por nosotros según el designio de Dios, dio su
carne por nuestra carne, y su vida por nuestras vidas» (42,1.3; 49,6) 7.
San Ignacio de Antioquía, segundo obispo de Antioquía, discípulo del Apóstol San
Juan. Durante su viaje de Siria a Roma, donde seria martirizado hacia el año 107,
escribió cartas a algunas iglesias por las que había de pasar. El texto que recogemos
es de la Carta a los Tralianos; en su alusión a los «docetistas» afirma claramente la
existencia histórica de Jesús: «Jesucristo es del linaje de David e hijo de María;
nació verdaderamente, comió y bebió, fue verdaderamente perseguido por Poncio
Pilato, verdaderamente crucificado, y murió a la vista de todos... El mismo resucitó
verdaderamente de entre los muertos, siendo resucitado por su propio Padre. Y de
manera semejante, a nosotros, los que hemos creído en El, nos resucitará su Padre en
7
Cfr. Padres Apostólicos, pp. 101-238
Cristo Jesús, fuera del cual no tenemos vida verdadera. Pero si, como dicen algunos
hombres sin Dios, mejor dicho, sin fe, solamente padeció en apariencia –ellos sí que
son apariencia–, ¿por qué estoy encadenado? ¿por qué anhelo luchar contra las
fieras? Vana seria mi muerte y falso mi testimonio acerca del Señor»8.
Cuadrato presentó una Apología al emperador Adriano hacia los años 123 ó 124. En
ella atestigua que algunas personas curadas o resucitadas por Jesús sobrevivieron
«no solo mientras el Salvador vivía aquí abajo, sino aun después de su muerte, de
suerte que algunos de ellos han llegado hasta nuestros días»9.
Celso († 180), filósofo pagano, fue el impugnador más temible de los primeros
siglos. En su obra Discurso verdadero admite la existencia histórica de Jesús. Dice de
Jesús que no desciende de David, ni es Dios, ni se refieren a él las profecías, ni fue
concebido virginalmente; afirma que fue mago y que no resucitó. Y amonesta que la
actitud de los cristianos es peligrosa para la sociedad 12.
Los expertos estiman que Jesús nació 5 ó 6 años antes de la era cristiana; en concreto,
en los años 748 ó 749 de la fundación de Roma. Esta conjetura se basa en la fecha de la
muerte de Herodes el Grande, que tuvo lugar en Jericó en la primavera del año 750 de
la fundación de Roma, según el testimonio de Flavio Josefo, estimado como cierto 13.
Según San Mateo, Jesús nació «en tiempos del rey Herodes» (Mt 2,1); por lo tanto, en el
año 750 Jesús ya había nacido. Los Magos que fueron a « adorar al Rey de los Judíos»
tuvieron la entrevista con Herodes cuando este aún residía en Jerusalén (Mt 2,2). Se
sabe que Herodes se ausentó de Jerusalén a causa de su enfermedad en el otoño del año
anterior a su muerte. También afirma San Mateo que Herodes «mandó matar a todos
los niños que había en Belén y toda su comarca, de dos años para abajo, con arreglo al
tiempo que cuidadosamente había averiguado de los Magos» (Mt 2,16).
13
Cfr. Flavio Josefo, La guerra de los judíos, I, 33, 1.
Muerte de Jesús: Se sabe con certeza que Jesús murió un viernes del mes hebreo de
Nisán, dentro del mes de abril de nuestro calendario: Mt 27,62; Mc 15,42; Lc 23,54; Jn
19,31.
Sobre el año, lo más probable es que haya sido el año 30 de la era cristiana, que
corresponde al 783 de la fundación de Roma.
Con respecto al día del mes, lo más probable es que ocurriese el 14 o el 15 de Nisán, es
decir, el 7 u 8 de abril. El 14 de Nisán del año 30 cayó en viernes.
5. LOS EVANGELIOS
14
Cfr. CatIglCat, nn. 109-119
5.1.5. El juicio de la Iglesia
La Iglesia ha recibido de Cristo «el mandato y el ministerio divino de conservar y de
interpretar la Palabra de Dios»; en consecuencia, todo lo que se refiere «al modo de
interpretar la Escritura, queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia»15. En otras
palabras, el Magisterio de la Iglesia ha recibido de Cristo el ministerio o facultad de
interpretar autorizadamente el contenido de la Revelación. Esta interpretación
autorizada recibe el nombre de interpretación «auténtica». Por eso, la enseñanza de la
doctrina católica abarca toda la Escritura, y constituye el argumento más sólido para
aceptar la Revelación divina.
Ahora vamos a centrarnos en el estudio del valor histórico de los Evangelios. Junto al
argumento de fe, ofrecemos demostraciones de razón: a través de diversos métodos, la
ciencia histórica nos asegura, como veremos a continuación, que los Evangelios narran
hechos que han ocurrido realmente y expresan enseñanzas que proceden del propio
Jesús.
18
Cfr. Eusebio de Cesarea: Historia Eclesiástica, III,39,3
19
Cfr. Adversus Haereses, III,1,1
Mateo: expresa su propia experiencia personal, siguiendo en líneas generales el
esquema del discurso de Pedro en Cesarea de Filipo (Hch 10, 37-43); escribe en
hebreo para los cristianos palestinenses de origen judío. Refleja el ambiente
judaico y utiliza con frecuencia las profecías mesiánicas. Posteriormente este libro
fue traducido al griego, y esta traducción es la que ha llegado a nosotros.
Marcos: escribe la predicación de Pedro a los cristianos de Roma, que habían sido
gentiles. Refleja el ambiente romano, explica ritos y costumbres judaicas
desconocidas por los gentiles, y trata de modo singular la figura de Pedro.
Juan: afirma que el autor de este libro es «el discípulo amado» (Jn 21, 20-24), es
decir, el apóstol Juan; recoge su propia predicación y la reflexión teológica dirigida
a los cristianos del Asia Menor. Explica términos e instituciones judaicas; describe
la geografía de Palestina20.
20
Cfr. A. García-Moreno: Autenticidad e historicidad del IV Evangelio. ScTh XXIII (1991/1) 13-67
El estudio de las numerosísimas copias manuscritas de los Evangelios, desde las más antiguas
a comienzos del s. II hasta las que fueron impresas en el s. XVI, ha llevado a los historiadores
a concluir que los textos evangélicos son perfectamente fiables como documentos históricos.
En otras palabras, se puede afirmar con certeza científica que el paso del tiempo no ha
alterado, disminuido ni ampliado substancialmente los escritos que usaban los cristianos de
finales del s. I como los Evangelios que habían sido inspirados por Dios a Mateo, Marcos,
Lucas y Juan. El estudio de los historiadores suele abarcar los siguientes campos:
c. Fechas de redacción:
Los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) fueron escritos antes del
año 70, fecha de la destrucción de Jerusalén por las tropas del emperador Tito.
Los tres hablan de la destrucción de Jerusalén de modo profético, y no como
un hecho ya realizado (Mt 24,1-31; Mc 13,1-27; Lc 21,5-36). Cabe precisar un
poco más.
o Mateo, en la primera redacción aramea, parece que fue escrito entre los
años 50-55, en Palestina. Nos ha llegado la traducción al griego –texto
canónico recibido por la Iglesia–, realizada alrededor de los años 68-70,
seguramente en Siria.
o Marcos parece que fue escrito hacia el año 60. Algunos lo adelantan al 53-
58. Mateo griego y Lucas recogen algunas cosas escritas en Marcos.
o Lucas fue escrito antes de los Hechos de los Apóstoles. El libro de los
Hechos narra que los cristianos acuden a rezar al templo de Jerusalén
(Hch 2,46; 5,42), concluye con la absolución de Pablo de su primer
proceso en Roma en los años 61-63, y no menciona su martirio, ocurrido
el año 67. Por consiguiente, se estima que el libro de los Hechos fue
escrito alrededor del año 63, y el Evangelio de Lucas un poco antes de esta
fecha; la mayor parte de autores lo datan hacia el año 62.
En definitiva, los Evangelios sinópticos tienen en su base la garantía de
testigos oculares y fueron escritos en fechas próximas a los acontecimientos
narrados, lo cual constituye una prueba muy importante de su historicidad.
Juan fue escrito a finales del siglo I, en Asia Menor.
5.6. AUTENTICIDAD E INTEGRIDAD LITERARIA DE LOS EVANGELIOS
Respecto a las copias de los Evangelios nos queda por ver su autenticidad y su integridad
literarias.
Se entiende por «autenticidad literaria» el hecho de la concordancia substancial de las copias
que han llegado a nosotros con los escritos originales de los evangelistas; es decir, a la
identidad de las copias con los originales.
Se entiende por «integridad literaria» el hecho de que las copias que han llegado a nosotros
sean completas, sin que les falte ninguna de las partes escritas por los Evangelistas.
En el caso de los Evangelios nos encontramos ante una situación privilegiada, pues desde los
primeros tiempos los cristianos hicieron numerosas copias en griego y en latín, para el culto
litúrgico y para alimentar la vida cristiana con su lectura y meditación.
d. Aprobación social: Consta esa aprobación social por parte de las primeras
generaciones de cristianos y por las autoridades religiosas y políticas de Palestina.
En el caso que hubiesen deformado los hechos, podrían haber sido rechazados
como falsos y calumniosos por los directamente interesados.
Los fieles cristianos que conocieron directamente a Jesús acogieron los Evangelios
como libros históricos e inspirados, mientras que rechazaron como no inspirados
otros libros contemporáneos que hablan de Jesús y que usaron para su formación
cristiana, tales como la Didajé, el llamado Evangelio de Bernabé, o el Pastor de
Hermas.
Por su parte, las autoridades romanas y las judías, directamente implicadas en la
muerte de Jesús, aceptaron las narraciones de los Evangelios, pues no consta
ningún proceso judicial contra los evangelistas, ni ningún escrito de protesta por
calumnia.
e. Proximidad entre los escritos y los hechos: La proximidad entre los escritos y
los acontecimientos narrados en los Evangelios es otra prueba de la veracidad de
estos. La deformación magnificada de los hechos -la «mitificación» de la vida de
Jesús, según la interpretación de los racionalistas y de los modernistas del s. XIX-
exigiría un amplio espacio de tiempo entre los hechos y los escritos, cosa que no
ocurre con los Evangelios. Los modernistas, para justificar su tesis, tienen que
retrasar erróneamente la redacción de los Evangelios hasta finales del s. II.
f. Inspiración divina: Como argumento sobrenatural la inspiración divina de las
Escrituras es la prueba más profunda de que los Evangelios narran verazmente la
vida y las enseñanzas de Jesús. La inspiración divina es un hecho sobrenatural. En
concreto, DV 10 enseña que «en la composición de los libros sagrados, Dios se valió
de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este modo,
obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores pusieron por escrito
todo y solo lo que Dios quería».
La Iglesia ha recibido estos libros como divinamente inspirados. Este hecho indica
que el contenido de los Evangelios está de acuerdo con la predicación que los
Apóstoles han difundido acerca de Jesucristo. A este respecto, DV 19 afirma que
los Evangelios «narran con fidelidad lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los
hombres hizo y enseñó realmente para nuestra salvación, hasta el día de la
Ascensión. Después de este día, los Apóstoles transmitieron a sus oyentes lo que
Jesús había dicho y hecho, con aquella más ilustrada inteligencia de que ellos
gozaban, instruidos por los acontecimientos gloriosos de Cristo [Resurrección y
Ascensión] y adoctrinados por la luz del Espíritu de verdad».
En ocasiones, encontramos las mismas palabras de Jesús. Este hecho, que hoy
nos produce asombro, se explica por diversos motivos: la tradición oral de la
cultura hebraica, el grafismo peculiar de la predicación de Jesús, su
extraordinario prestigio moral, y la acción del Espíritu Santo sobre los
Evangelistas. Las mismas palabras de Jesús se encuentran especialmente:
cuando Jesús habla en primera persona: «Yo soy»; «en verdad, en verdad
os digo».
en las oraciones que Jesús dirige a Dios y le llama «Padre»;
cuando se dirige expresamente a los discípulos y les dice: «Seguidme»;
«Vengan en pos de mi»;
cuando enaltece su misión divina: «Habéis oído que se dijo..., pero yo os
digo».
De ordinario, encontramos los dichos y hechos de Jesús con expresiones
propias de los evangelistas: resúmenes de largos discursos, pinceladas
personales en hechos sobresalientes de la vida de Jesús, etc.
También encontramos algunas fórmulas litúrgicas plasmadas ya en la
primitiva comunidad cristiana: por ejemplo, según algunos autores, la fórmula
del bautismo de Mt 28, 19.