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Malos y buenos tratos a la infancia: aspectos ideológicos subyacentes

Lic. Silvia Mesterman*

En el presente artículo nos ocuparemos de dos modalidades opuestas de trato a los


niños. Consideraremos los malos tratos y los buenos tratos como polos extremos de un
gradiente en donde ubicaremos en un polo, al maltrato, en tanto que en el otro extremo,
pondremos el buen trato de los niños, niñas y adolescentes1.
Focalizaremos en los factores claves asociados, tales como los contextos implicados, las
ideologías explícitas e implícitas, y las competencias y habilidades parentales para la
crianza. Nos referiremos de una manera especial, a una modalidad de relación con los
niños que invisibilizada bajo la forma del buen trato, encubre situaciones de maltrato
por omisión, tales como la negligencia y el abandono, ambos emocionales. Esto sucede
en concordancia con la superposición ideológica de las nuevas y arcaicas concepciones
vinculadas al trato de los niños. Los buenos tratos reflejan la necesidad de producir un
viraje desde una mirada sustentada en la carencia, hacia una visión positiva que
refuerza las fortalezas, y marcan una creciente tendencia hacia la construcción de un
mundo sin violencia.

Palabras clave: niñez – adolescencia – malos tratos – buenos tratos – negligencia


emocional – abandono emocional – omisión – competencias parentales – contextos –
ideologías.

This article describes two opposing modalities of childcare: good care and abuse are
considered extremes of the same continuum In one extreme, is the abusive care, and in
the opposite, the good care of children and adolescents2.
It foccuses on the main associated factors: contexts, implicit and explicit ideologies as
well as parental habilities and competencies. Special emphasis is given to a parent child
relationship modality that is mistakingly seen as a form of good care, although it hides
situations of parental omission, constituting situations of emotional neglect and
abandonment of the child. This situation is associated to the superposition of the old and
the new ideologies of childcare. Good childcare, demands a shift from emphasising a
perspective based in what is lacking, to a positive view that reinforces the potencialities,
setting the path to a growing tendency towards building a world without violence

Key words: child – children – adolescents – abusive care – good care – emotional
neglect – emotional abandonment – omission – parental competencies – contexts –
ideologies.

*Lic. en Sociología y Psicología. Master en Terapia familiar en la Accademia de Psicoterapias della


Famiglia. Roma. Italia. Directora de la Consultora Silvia Mesterman y Asoc. Profesora de Maestría en la
Universidad de Buenos Aires. Autora de diversos libros y artículos. silvia.mesterman@gmail.com.
/www.silviamesterman.com.ar

1 –FUNDAMENTOS EPISTEMOLÓGICOS
Realizaremos una breve introducción epistemológica con el objeto de puntualizar cuál es
el paradigma que sustenta las consideraciones que desarrollaremos en el presente artículo.
En primer término, estas se apoyan en un marco teórico constructivista, lo cual implica,

1
como idea central, que todo observador está incluido en aquello que observa, de manera
que no hablamos de una realidad objetiva, externa, sino por el contrario, de una realidad
teñida por la singularidad de sus participantes. De acuerdo con estos conceptos, es
inevitable la inclusión, e impracticable la neutralidad. Somos de acuerdo a lo dicho,
básicamente creadores, constructores de realidades. Asimismo, tal construcción de la
realidad la hacemos en el proceso de comunicación e interacción con otros a través del
lenguaje (Berger y Luckmann, 1986). En este sentido, planteamos que las palabras no son
neutras. El discurso que se utiliza para describir y entender una realidad aporta, explícita o
implícitamente, los elementos para transformarla en alguna dirección por lo que debe ser
considerado como una guía para la acción (Bourdieu, 1985).
En congruencia con lo anteriormente expuesto nos interesa incorporar la idea de que todo
problema, definido como social, es una "construcción social". Un problema social es una
situación que un considerable número de personas considera como desfavorable y que
según ellas existe en su sociedad (Zanden, 1989).El problema social surge, entonces, en un
contexto que lo facilita y responde, en términos generales, a la ruptura del consenso.
Cuando un problema social ha sido legitimado y comienza a formar parte del lenguaje
cotidiano, se transforma en real a través de acciones y prácticas concretas (Berger y
Luckmann, 1986). Es en el sustrato ideológico donde se apoyan las prácticas sociales. Este
sistema ideológico, estructurado a lo largo de la historia de cada sujeto o de una
comunidad, constituye el paradigma, la concepción o el criterio, con el que se llevan a
cabo las acciones.
Desde esta perspectiva, la temática del maltrato infantil se ha constituido, en los últimos
tiempos, en un problema social. Esto implica por una parte, el reconocimiento del hecho y,
por la otra, una calificación valorativa negativa del mismo por un amplio sector de la
sociedad y, en consecuencia, la aparición de una fuerte corriente positiva que deslegitima
el maltrato a la infancia y contrapone el desarrollo de los buenos tratos a la misma. Sin
embargo, este es un producto social reciente y, como tal, está impregnado de
contradicciones e incongruencias.
Es por ello que se considera de fundamental importancia avanzar cada vez más en la
brecha que abre actualmente la ruptura con ideologías arcaicas y profundizar la
discrepancia y el conflicto con aquellos valores que en el presente consideramos
inadmisibles, desarrollar y profundizar cada vez más los conceptos ideológicos que
proponen una realidad alternativa de buenos tratos, en el marco de una sociedad y una
familia basada en el efectivo respeto por los derechos humanos (Grosman y Mesterman,
1989, 1992).
2.- BREVE CONTEXTUALIZACIÓN SOCIOCULTURAL E HISTÓRICA DE
LOS MALOS TRATOS A LA INFANCIA
No es el objetivo de este trabajo, realizar un análisis de la condición de niños y niñas
desde tiempos remotos, sino solo señalar sintéticamente, que a lo largo de los siglos, las
diferentes construcciones ideológicas acerca del lugar del niño en la sociedad y la
familia, han marcando una pauta recurrente: la utilización de prácticas que han
lesionado la integridad física y por supuesto psíquica de los niños, tanto por cuestiones
religiosas, educativas y/o políticas. Tales hechos sucedieron desde los pueblos
primitivos pasando por la Antigüedad y la Edad Media, hasta el inicio de la
Modernidad, en que cambia radicalmente la ideología con relación a la infancia.
En tales épocas, los niños, considerados objetos, podían ser matados o ser víctimas de
severas puniciones por decisión de los miembros del grupo al que pertenecían, eran
vividos como una carga, un estorbo, una desgracia. De tal forma, la crueldad de los
castigos corporales, el abandono, el aborto y el infanticidio, así como las altas tasas de
fecundidad, caracterizaron los diferentes períodos históricos por siglos.

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Hacia fines del siglo XVIII, con el desarrollo de la industrialización, surgen cambios
significativos en la organización de la vida familiar y, consecuentemente, en las
relaciones entre sus miembros. En esta sociedad que inicia su industrialización, a las
criaturas se las piensa en términos de mercancía. Esta nueva concepción del ser humano
en términos de mano de obra, beneficio y riqueza, es la expresión del capitalismo
naciente que incide sobre el cuidado y protección de los niños.
Con estas nuevas conceptualizaciones comienza la era del “niño rey”, porque se ha
convertido en el más preciado de los bienes, en un ser que no tiene reemplazantes y
cuya muerte constituye un drama. Fue la filosofía del Iluminismo, la que desarrolló estas
ideas. Los conceptos de igualdad y libertad individual, comenzaron a abrirse camino en
las diferentes instancias sociales. La libertad era un elemento indestructible de la
naturaleza humana, que concebía al niño como una criatura potencialmente libre; la real
función del padre era educar a su hijo, transformándolo desde su fragilidad inicial, en un
ser autónomo.
Surge un nuevo concepto de amor. En relación a los hijos, el “amor maternal”; en
relación de la pareja, el “amor romántico”. En concordancia con las nuevas ideologías,
el matrimonio se realiza por amor, y esto significa una elección recíprocamente libre. La
mujer es valorizada como una compañera “querida” por el hombre, para cumplir una de
las funciones más importantes en la familia, la procreación. El elemento más buscado es
el de la felicidad. El pequeño grupo familiar formado por padres e hijos es el sitio para
su logro. El amor surge como un elemento hipervalorizado, idealizado. El punto
máximo de felicidad para la pareja es la procreación, es el momento en que se
materializa el amor. Esto jerarquiza la identidad de la mujer al convertirse en “esposa” y
“madre”. Después de siglos de indiferencia hacia los niños, los beneficios de la
maternidad comienzan a ser exaltados. En el discurso dirigido a las mujeres, la
recompensa por volver a sus funciones “naturales”, a la naturaleza de su biología, sería
la felicidad, el no cumplimiento, les traería reprobación y castigo. La existencia de la
mujer como “buena madre” construye una imagen altruista, abnegada, resignada y
sacrificada; su existencia carece de sentido en sí misma, si no es en relación a ese hijo
que debe sostener, llevar, educar, alimentar, acompañar. Esta mística maternal, le
permitió a la mujer obtener un lugar de poder en el mundo social. El consenso acerca de
su imprescindibilidad en el mundo familiar como esposa-madre, se construye con
asombrosa solidez y así lo encontramos casi intacto en nuestros días. Sin embargo,
detrás de esta mística de “igualdad en el amor”, las desigualdades de poder subsisten
también sólidamente, así como la cultura, también fuertemente instalada, del “niño rey”.
Al consolidarse esta ideología, cambian los métodos educativos. De forma explícita y
de modo lento se va reconociendo a la infancia como una etapa especial de la vida
humana. El infante deja de ser un objeto de propiedad de los padres y comienza a
asumir su condición de sujeto de derechos. Sin embargo, de manera implícita, la vieja
ideología convive con la nueva, los cambios producidos no implican su desaparición.
En un clima ampliamente receptivo, en las dos primeras décadas del siglo XX,
circularon varias declaraciones de los derechos del niño, a veces en forma literaria otras
como resoluciones de organizaciones científicas y pedagógicas. La Declaración de los
Derechos de los Niños, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el
20 de noviembre de 1959, en las que es declarado sujeto de derechos, marca un punto
de inflexión significativo y acaba de modo explícito con la potestad arbitraria del pater
familia. A partir de entonces, se producen gran cantidad de debates en foros de diverso
tipo y en el año 1989 se firma en la Organización de las Naciones Unidas, la
Convención de los Derechos de los Niños. A partir de la promulgación de dicha
Convención, todas las naciones han ido adecuando sus legislaciones internas, para

3
ajustarse a los principios expresados en la Convención. Aunque la legislación y el
sistema jurídico de cada país suele ser diferente, casi la totalidad de los países han ido
consagrando medidas especiales para la protección de la infancia e incluso derechos
constitucionales.
3.-MALTRATO Y BUEN TRATO A LA INFANCIA Y ADOLESCENCIA
Luego de haber realizado la reseña histórica precedente, inferimos que frente a tantos
cambios a todo nivel, incluido el jurídico de alcance internacional y nacional, los
buenos tratos a la infancia deberían ser la pauta prevaleciente en nuestra cultura
occidental. Sin embargo, las estadísticas que han podido obtenerse y los estudios
realizados en todo el mundo revelan cifras escalofriantes con relación a la perpetuación
del maltrato y abuso de niños y adolescentes. Consideramos que los buenos tratos, se
están abriendo camino lentamente, desde la Convención de 1989 y existen numerosos e
importantes trabajos y estudios abocados a investigarlos y promoverlos, que tienen
como objetivo central, la erradicación de toda forma de violencia hacia los niños. En
función de tal estado de las cosas en la actualidad, consideraremos un gradiente que va
desde el polo del maltrato hacia el extremo contrario, el buen trato. Esto nos permitirá
flexibilizar nuestra mirada y evaluar para cada situación concreta, en qué punto o
momento de tal gradiente nos encontramos con relación al trato hacia la infancia y
adolescencia.

MALTRATO BUEN TRATO

La violencia contra los niños, al igual que todo tipo de violencia que acontece en el
interior de la familia, se caracteriza por su invisibilidad. En tal sentido, las
observaciones que pueden realizarse se recortan en un contexto limitado, es decir,
cuando el fenómeno se hace evidente en la instancia pública, como consecuencia de la
"apertura de puertas" del mundo privado. Dicho de otra forma: cuando el problema ha
sido revelado por el pedido de ayuda o la denuncia.
El fenómeno violento ocurre en todos los niveles de una sociedad, lo registramos en la
vida cotidiana, la familia, la escuela, el trabajo, y también en el contexto social, político
y económico.
Producido en el seno de la familia, el hecho adquiere un significado especial en tanto la
unidad familiar es definida, explícitamente, por nuestra sociedad, como un reducto de
amor, incompatible con el maltrato de cualquier índole.
Debemos admitir que, así como la familia es el agente socializador básico, al mismo
tiempo y en muchos casos, constituye una escuela de la violencia donde el niño pequeño
aprende que las conductas violentas representan un método eficaz para controlar a las
demás personas y para realizar sus propios deseos. Aún cuando la persuasión y la
negociación podrían producir iguales o mejores resultados, este no es el código que
muchas familias legan a sus hijos. Así la transmisión generacional se erige en germen
de la violencia en el conjunto social.
La importancia que tiene la familia en la formación de los sujetos nos ha llevado a
indagar las distintas formas en que el maltrato circula dentro de ella. Sabemos que si las
condiciones del ámbito hogareño en que un niño nace son favorables, tendrá la
posibilidad de alcanzar un desarrollo físico y psíquico pleno y en su futuro como adulto
podrá mostrar un grado de adecuación al medio que lo lleve a una interacción social
productiva. Creemos, pues, que es relevante lograr una dinámica familiar exenta de
hostilidad, en la que los buenos tratos sean la pauta. En primer término, como un modo
de impulsar una disminución en los niveles de violencia de la sociedad global; en
segundo lugar, porque el derecho de los ciudadanos a la integridad corporal –física y

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psíquica– inserto en las fundamentales expresiones legales, debe respetarse, sin lugar a
dudas, en el interior de la vida cotidiana familiar.
De tal modo, la temática de la violencia constituye en el presente una cuestión básica en
defensa de los Derechos Humanos de los miembros de la familia.
4. DEFINICIONES Y TIPOLOGÍAS DE MALTRATO A LOS NIÑOS
Con el objeto de aproximarnos a un encuadre claro y operacional de la violencia hacia
los niños, necesitamos definir el concepto del que hablamos ya que esto nos permitirá
tomar decisiones adecuadas y llevar a cabo acciones prácticas, tanto clínicas como
preventivas. En tal sentido, es cada vez más importante lograr criterios que al tiempo
que unifiquen la definición del concepto de maltrato infantil, permitan, asimismo, la
descripción de cada una de las formas de maltrato que quedan incluidas en tal concepto
genérico.
Es interesante y hace a los fines de nuestro trabajo considerar la convivencia de dos
modelos de aproximación al maltrato: 1.- Modelo de deficiencia y 2.- Modelo de
bienestar.
1.- Modelo de deficiencia
La ONU, en 1989, define al maltrato como “toda forma de violencia, prejuicio o abuso
físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación mientras que el
niño se encuentra bajo custodia de sus padres, de un tutor o de cualquier otra persona
que la tenga a su cargo”. Esta definición está centrada en los malos tratos y, según
diferentes autores, es un concepto más propio del ayer ya que está en el extremo del
gradiente de los malos tratos que hemos señalado anteriormente (Garrido Fernández,
2009, citado en Consejería para la Igualdad y el Bienestar Social, 2009).
2.- Modelo de bienestar
En contraposición a la anterior definición, nos encontramos con una explicación que se
refiere al maltrato en los siguientes términos: “Acción, omisión o trato negligente, no
accidental que prive al niño de sus derechos y su bienestar, que amenacen y/o
interfieran su ordenado desarrollo físico, psíquico y/o social cuyos autores puedan ser
personas, instituciones o la propia sociedad.” Esta postura se encuentra en el polo de
los buenos tratos y toma en cuenta los factores de protección, como enfoque psico-
educativo, y es considerado más propio del mañana (Grosman y Mesterman, 1989, 1992,
citado en Consejería para la Igualdad y el Bienestar Social, 2009).
En términos generales, tomando definiciones de diversas fuentes, puede decirse que una
situación puede calificarse de maltrato, cuando cualquier acción, omisión o trato
negligente, no accidental, por parte de los padres, cuidadores o instituciones,
comprometen la satisfacción de las necesidades básicas de niños, niñas y adolescentes,
poniendo en peligro su salud física y/o psíquica, e impidiendo y/o interfiriendo en su
pleno desarrollo. Esta generalización del concepto abre la posibilidad de delimitar entre
aquello que es un estándar de buen trato, buena calidad de vida o bienestar, para un
niño, y aquella que no lo es. En tal sentido, es necesario considerar que una criatura
requiere un mínimo de cuidados y de atención que deberán ser cubiertos en su proceso
de socialización, independientemente de las particularidades de la cultura en la que se
desarrolle. Este parámetro actúa como punto de partida del continuo ya enunciado, que
recorre estados de máxima gravedad hasta alcanzar valores, al menos de mínimo nivel
de bienestar.
Con respecto a las tipologías, estas son muy amplias y variadas. A las clásicamente
originales, variedad de autores han ido agregando nuevos ítems. Esto acontece en la
medida que el tema del maltrato infantil adquiere mayor relevancia y se legitiman otras
modalidades del maltrato que permanecían aún en la invisibilidad. A los fines de este
trabajo, utilizaremos una tipología básica, considerando 7 categorías:

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maltrato físico; abuso sexual; maltrato emocional; negligencia física; negligencia
emocional; abandono físico y abandono emocional.
Esta tipología es solo un esquema orientador. En todos estos casos ningún hecho se
presenta como un fenómeno puro, de manera que es necesario expresar que en todas las
categorías de maltrato prima la invisibilidad por sobre la visibilidad, lo cual complica y
dificulta la tarea de los especialistas.
5- EL MALTRATO EN LA INFANCIA Y ADOLESCENCIA
Se realizará una acotada explicación, entre las tantas que circulan, acerca de la fuerte
presencia del maltrato infanto-juvenil, en una sociedad en la que prevalecen los
conceptos de amor, igualdad y libertad, establecidos desde hace más de 200 años.
Amor y violencia son incompatibles; sin embargo, coexisten básicamente en el llamado
“refugio de amor” que es la familia. Para explicar tal particular avenencia, debemos
considerar la presencia de supuestos culturales implícitos de carácter arcaico,
vinculado a ideologías autoritarias, que subyacen bajo aquellos explícitos que circulan
como la legítima ideología de nuestra sociedad.
Supuestos explícitos e implícitos en la formación de las familias. Nacimiento y
crianza de los hijos
Cuando un hombre y una mujer se encuentran y conforman una unidad, ambos llegan a
la relación con un bagaje propio –aprendido de sus familias de origen– de valores y
creencias acerca de la pareja, los hijos y la familia. De modo que la constitución de tal
estructura familiar está apoyada en un conjunto de supuestos ideológicos que circulan,
por una parte, de modo uniforme en el conjunto social y, por la otra, de manera
específica en cada subcultura y en cada nuevo núcleo familiar que se establece.
Algunos de tales supuestos corresponden a concepciones culturales actuales y aparecen
explicitados en el lenguaje social; en tanto otros actúan como implícitos, generalmente
no verbalizados y responden a conceptualizaciones antiguas que subyacen bajo las
explicitaciones, que en diverso grado las encubren.
En tal sentido, encontraremos familias que se mueven en un gradiente que va desde el
polo de la adhesión a supuestos explícitos al polo de la adhesión a los implícitos.
Existe, como puede inferirse, una combinación de tales polaridades, ya que las familias
se mueven a lo largo de este gradiente y las manifestaciones de maltrato se
corresponden con familias que se encuentran cercanas o totalmente polarizadas en el
extremo de la adhesión a los valores de los implícitos, que en muchos casos y, a pesar
de la censura social que actualmente existe con relación al maltrato, es abiertamente
explícita. En consecuencia, es en el contexto de una fuerte acción de los componentes
ideológicos implícitos que acontece el maltrato infanto-juvenil3.

A modo de síntesis, diremos, en relación con estas creencias explícitas e implícitas, que
a lo largo de los siglos se han ido produciendo transformaciones valorativas en cuanto a
las relaciones de poder en el interior de la organización familiar, por lo que es inevitable
la superposición y contradicción ideológica. De modo que en la cultura actual nos
encontramos con un conjunto de explicitaciones igualitarias referidas a la relación
hombre-mujer, y a una acción educativa y de apoyo a los hijos, sin coacciones –entre
otras propuestas– más otro conjunto igualmente significativo de implícitos,
provenientes de anteriores etapas histórico-sociales, que actúan de manera subyacente y
con intensidad diferenciada según subgrupos.
6- LOS BUENOS TRATOS A NIÑOS, NIÑAS Y ADOLESCENTES
Nos ocuparemos a partir de aquí del polo opuesto a los malos tratos, la temática de los
buenos tratos a la infancia. El análisis de la literatura existente nos muestra que desde
las diferentes ópticas, tanto de los investigadores, como de los técnicos profesionales, la

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mirada de la protección infantil se ha centrado en el modelo de deficiencia,
anteriormente desarrollado. De modo que el accionar se ha dirigido mayoritariamente a
la descripción de condiciones de maltrato y/o riesgo, más que a la identificación de
modelos positivos y protectores. La pregunta es cuál es la razón por la que esto sucede,
en tanto que desde las declaraciones y convenciones internacionales y nacionales, así
como de las manifestaciones explícitas de diferentes especialistas, el objetivo central
está puesto en avanzar hacia el Modelo de bienestar para la niñez y adolescencia. Es
indudable que la presión ejercida por la ideología patriarcal y las consecuencias de su
accionar, ha sido la pauta transmitida a través de las generaciones y, a pesar de los
múltiples esfuerzos realizados para desterrarla, ha tenido el peso suficiente como para
convocar a los expertos de las diferentes disciplinas a desarrollar tareas para
amortiguarla y/o bloquearla.
No obstante ello, es fundamental tener en cuenta que el bienestar de la infancia y la
adolescencia, requiere de una visión más esperanzada y ambiciosa que la ausencia de
malos tratos.
Actualmente consideramos que el camino para vencer a tan importante fuerza está en
poner el acento en el desarrollo de los buenos tratos, lo que significa favorecer el
desarrollo de visiones focalizadas, entre otros componentes, en los recursos de las
familias. La habilidad de los operadores para detectar intentos de solución y búsqueda
de recursos supone una óptica más positiva y creativa en el contexto de la
psicoeducación, tratamiento e investigación familiar. Estamos pues, dirigiéndonos al
polo opuesto de la violencia, indagando en prácticas de parentalidad y ámbitos que
favorezcan el desarrollo integral del niño, sin descuidar la visión de los contextos de
violencia que deberán seguir siendo tratados y considerados, al igual que una plaga.
En este punto, señalaremos que no nos internaremos en el desarrollo del buen trato
infantil con todas sus teorías explicativas, sino que desde una descripción basada en
algunos conceptos centrales, pasaremos a visualizar un aspecto particular de los
llamados buenos tratos que está vinculado, como lo expresamos al inicio, con la
negligencia y el abandono emocional y que desde nuestro punto de vista es un
componente preocupante con relación a la temática del buen trato.
7- BIENESTAR FAMILIAR = CALIDAD DE VIDA FAMILIAR4
A los fines de este trabajo, tomaremos los términos de bienestar y calidad de vida,
como sinónimos, de modo que los utilizaremos de manera indistinta en lo que resta del
presente artículo.
Tal como lo hemos expresado en el inicio, no es posible analizar la calidad de vida de la
infancia sin describir el primer ámbito de su desarrollo: la familia. El contexto de la
terapia familiar es a todo nivel, el entorno donde se encuentran con más frecuencia
aproximaciones conceptuales al significado de bienestar o calidad de vida familiar.
Como es común con relación a la mayoría de las variables, no existe una única
definición. Sacristán, M. (2006, citado en Consejería para la Igualdad y el Bienestar
Social, 2009) en una revisión de la literatura encontró las siguientes características, que
solo pueden ser utilizadas como pautas orientadoras: flexibilidad, adaptación al cambio,
afrontamiento de los problemas, relaciones afectivas entre los miembros de la familia,
cohesión, individualización de sus miembros, comunicación y desempeño de roles
diferenciales.
El concepto de bienestar es difícilmente definible ya que es predominantemente
subjetivo, de modo que a los fines prácticos, es solamente posible determinar
dimensiones significativas tales como: la satisfacción de necesidades infantiles, el
adecuado funcionamiento familiar en términos del desempeño de funciones parentales y
los contextos en que tales acciones se desarrollan.

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Coincidimos con la opinión de diferentes autores, entre ellos J. Barudy (2005) en que
“los niños como sujetos de derechos, necesitan que sus necesidades sean satisfechas
para desarrollarse y alcanzar la madurez, tarea que corresponde no solo a sus padres
sino al conjunto de la sociedad, que en sus diferentes instancias, debe crear las
condiciones para que todos los niños y niñas tengan acceso a los cuidados, la protección
y la educación que necesiten, de modo de llegar a la adolescencia y luego integrar la
vida adulta, de una forma sana, constructiva y feliz. Lo cual se traduce en una postura
ética y altruista para construir relaciones interpersonales basadas en modelos de buenos
tratos hacia sí mismos y los demás”. Además, este autor considera que el bienestar
infantil y el buen trato son análogos y se producen en un proceso complejo, en el que
interactúan diferentes niveles tales como los recursos comunitarios, las competencias
parentales, las necesidades infantiles, los factores contextuales y la resiliencia
(Sacristán, 2006). Este planteo ubica como prioridad social el modelo de los buenos
tratos y apunta a contrarrestar los comportamientos que ocurren en el polo opuesto, de
la violencia o malos tratos y sus consecuencias sobre los niños, en el ámbito familiar,
institucional y social. Su ideología se basa en los principios fundamentales expresados
en la Convención de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes.
En función de nuestro particular interés con relación a este trabajo, tomaremos
solamente tres de los componentes expresados: las necesidades de los niños, las
competencias parentales y el macrocontexto socio-cultural.
En una rápida revisión, veremos cuáles son los componentes centrales de cada una de
estas variables.
¿En qué consisten las necesidades de los niños?
López, F. (1995); Pourtois, J. H. y Desmet, H. (1997); y Barudy, J. (2005) señalan las
siguientes necesidades de los niños (Citados en Consejería para la Igualdad y el
Bienestar Social, 2009) :
1.- necesidades fisiológicas básicas: poseer buena salud, recibir comida nutriente, vivir
en condiciones dignas, estar protegido de los peligros que pueden amenazar su
integridad, acceder a la asistencia médica; 2.- necesidades afectivas: disponer de
vínculos afectivos seguros, de parte de sus progenitores o cuidadores, ser aceptados e
importantes para ellos, al menos para un adulto; 3.- necesidades cognitivas: recibir
educación, y estimulación, recibir aprobación y apoyo por los esfuerzos y logros
realizados; 4.- necesidades sociales: necesidad de comunicación, de consideración y
reconocimiento, de estructura de reglas y normas sociales y familiares; 5.- necesidad de
transmisión de valores.
¿En qué consisten las competencias parentales para responder a las necesidades de los
niños, niñas y adolescentes?
El concepto de competencias parentales se refiere a las capacidades concretas de las que
disponen las madres y los padres para ocuparse de sus hijos. Las competencias
parentales pueden ser diferenciadas en dos formas, la parentalidad social, distinta de la
parentalidad biológica, que es la capacidad de dar vida a los hijos. La mayoría de los
padres y madres, pueden asumir la parentalidad social como una continuidad de la
biológica, de tal forma que sus hijos son cuidados, educados y protegidos por las
mismas personas que los han procreado (Barudy y Marquebreucp, 2005) Sin embargo,
para un grupo significativo de niños y niñas esto no es posible. Sus padres tuvieron la
capacidad de engendrarlos, pero no poseen, las competencias para ejercer una práctica
parental, mínimamente adecuada. Las causas de estas incompetencias, se encuentran en
las historias personales, familiares y sociales de estos padres y que en muchos casos
encontramos antecedentes de malos tratos, medidas de protección inadecuadas o
inexistentes, institucionalización masiva y otras que sin ser tan extremas los convierten

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en ineficaces. Como resultado de tales incompetencias encontramos niños y niñas
maltratados bajo diferentes formas, aspectos que ya han sido desarrollados.
Al evaluar las competencias para la parentalidad, es importante considerar la relación
entre tales competencias y las necesidades de los niños.
Las competencias que generalmente se señalan para promover, evaluar y rehabilitar la
parentalidad son:
a.- Capacidades parentales básicas.
1.- la capacidad para vincularse o apego, que es la cualidad de los padres para establecer
un vínculo afectivo con sus hijos. Esta unión es clave para responder a las necesidades
de los hijos pues les garantiza la vida; 2.- la inteligencia emocional, que permite a los
padres reconocer sus emociones y manejarlas para ponerlas al servicio del ejercicio de
sus funciones; 3.-la empatía, o capacidad para comprender el lenguaje emocional a
través del cual el niño expresa sus necesidades y de responderle de modo adecuado; 4.-
los modelos de crianza que se transmiten a través de las generaciones para reconocer y
dar respuesta a las necesidades que manifiestan sus hijos; 5.- la capacidad para utilizar
los recursos comunitarios, o para interactuar con la red social. Innumerables
investigaciones, han mostrado la importancia de la participación, en dinámicas de apoyo
social, para asegurar una parentalidad de buenos tratos (Manciaux, 2001; Barudy y
Dantagan, 2005; Cyrulnik, 1994).
b.- Habilidades parentales.
Es la plasticidad que tienen las madres y los padres para proporcionar una respuesta
adecuada y pertinente a las necesidades de sus hijos, considerándolas de una manera
particular y adaptando su respuesta a su fase de desarrollo.
¿Cuál es el papel que cumple la comunidad y la sociedad en su conjunto con relación al
paradigma de los buenos tratos?
Desde el modelo de promoción de los buenos tratos, se atribuye una importancia
decisiva a los aportes que debe brindar la comunidad. En tal sentido, la formulación se
refiere a los recursos específicos que la sociedad debe poner al servicio de las familias,
para fomentar el modelo, políticas públicas, legislaciones específicas, aportes de fondos,
acción de las instituciones de nivel intermedio y de las organizaciones civiles.
Esto implica, como punto de partida, la presencia de un contexto que provea de
profesionales idóneos para el trabajo con las competencias parentales, para capacitar,
mejorar o rehabilitar. Asimismo, tales programas deberán considerar las características
de las diferentes situaciones familiares, para determinar el tipo de programa aplicar tales
como prevención, promoción, o rehabilitación. En el caso de los programas de
rehabilitación, frente a ámbitos de incompetencia parental y sus consecuencias sobre los
niños, se tendrá que evaluar el grado de recuperabilidad de tales padres, ya que existe un
sector importante donde cualquier intervención de apoyo, es infructuosa.
Para que estas acciones puedan concretarse, es fundamental el compromiso de una
Nación. Es casi imposible pensar en la viabilidad del modelo, sin la existencia del
apoyo social y comunitario, en todos los niveles de posible intervención, en los
diferentes contextos.
8- CONSIDERACIONES ACERCA DE LOS BUENOS TRATOS
Hasta aquí, hemos desarrollado un modelo que apunta al desarrollo de los buenos tratos
como manera de incorporar al interior de la sociedad, la construcción de un paradigma
alternativo que no se queda en el tratamiento del fenómeno de la violencia y sus intentos
de bloqueo, sino que va más allá, como una propuesta clara en dirección al futuro.
Tenemos claro que los supuestos ideológicos que subyacen a este paradigma, están
vinculados a las propuestas de una sociedad sin violencia hacia los niños, niñas y
adolescentes, una sociedad que los contemple y valorice como sujetos de derechos y los

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forme como ciudadanos íntegros para el futuro.
Compartimos y apoyamos esta visión, pero aquí nos quedamos, en el compartir una
postura frente al maltrato y la violencia y la expresión de un deseo que entendemos es
anhelado por muchos.
Esta formulación reproduce, como ya lo hemos dicho, los contenidos de las
convenciones internacionales y nacionales, pero yendo más hacia atrás, es una
continuidad de los planteos que comenzaron hace 200 años con el Iluminismo y la
creación de la cultura del “niño rey” que desde entonces y hasta el presente ha sido
atravesada por el fenómeno de la violencia contra los niños de modo ininterrumpido
(Grosman y Mesterman, 1989, 1992).
La realidad nos indica que estamos muy lejos de llegar a tales metas. Es posible que sea
mucho más viable en países desarrollados, en el llamado Primer Mundo, pero en lo que
respecta a nuestros contextos terceristas, este planteo aparece como un ideal, al que
podemos aspirar, pero del que estamos a distancias siderales de poder cumplir.
No descartamos el hecho de que existe un número significativo de familias que adhieren
al modelo de los buenos tratos y realizan importantes esfuerzos por mejorar día a día la
relación con sus hijos y logran un equilibrio significativo y beneficioso.
Sin embargo, aunque no contamos con estadísticas unificadas, sabemos que la violencia
hacia niños, niñas y adolescentes continúa en los diferentes ámbitos familiares y
sociales, sustentados en la ideología patriarcal y no han perdido aun su lugar
prevaleciente. De tal manera y con respecto a esto último, observamos que en nuestra
sociedad actual, y aquí incluimos a la totalidad de la sociedad occidental, los adultos,
están ofreciendo a los niños y adolescentes modalidades comunicacionales y acciones
de todo tipo que favorecen la violencia, tanto en los ámbitos, económicos, culturales y
políticos.
9- EL SESGO ENCUBRIDOR DE LOS BUENOS TRATOS. UNA CUESTIÓN A
TENER EN CUENTA
Analizaremos los sesgos que a nuestro entender ofrece el modelo de los Buenos Tratos
y que a la hora de trabajar con ellos deberán tenerse en cuenta. No negamos la
importancia del modelo, solo creemos que es claramente aplicable en las situaciones de
violencia de todo tipo, en tanto exista apoyo comunitario y social. Con respecto al resto
de las situaciones de vinculación entre padres e hijos, existe una zona de grises, donde
es posible plantear una tendencia hacia los buenos tratos, pero esta se encuentra
absolutamente contaminada por diversos factores que desarrollaremos a continuación.
En la actual sociedad conviven, con distinto grado de influencia dos modelos:
1.- El modelo tradicional, ya descripto anteriormente, que con argumentos explícitos
encubridores, nos muestra una sociedad autoritaria, represora tanto desde el control
social, como del trato hacia los niños, que son criados, con las variaciones que imponen
los contextos, de acuerdo al modelo que implícitamente desconoce su lugar como
sujetos de derechos.
2.- El modelo dominante, y que ofrece mayor visibilidad en la sociedad actual, es el de
la posmodernidad. Se caracteriza por ser fundamentalmente individualista, materialista,
centrado en el sexo y la cultura física, como parámetros de éxito. El eje central pasa por
el consumismo indiscriminado. La actitud prevaleciente es la indiferencia. El control
social, utiliza la manipulación, la corrupción y la alienación. Contrariamente a la
sociedad represora patriarcal, prevalece el libertinaje infantil, basado en la falta de
límites, exceso de tolerancia y condiciones sociales anómicas. Los niños son
consumistas precoces y se constituyen en objeto de consumo (Barudy y Dantagan,
2005).
Nos encontramos frente a dos paradigmas diferentes. El de la violencia, ya conocido y

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múltiplemente desarrollado, con sus consecuencias nefastas sobre los niños, y el de los
buenos tratos, modelo que se encuentra en el polo opuesto.
Nos centraremos en el paradigma de los buenos tratos, ya que es con el que convivimos
diariamente y de modo explícito, a través de las legislaciones, los mensajes de los
distintos medios de comunicación, las instituciones sociales y culturales y el consenso
legitimador, creado a través de los mecanismos de control social. En este aspecto, nos
encontraremos con tres tipos de sistemas familiares: 1.- Familias que por su estructura y
características, logran ubicarse, con vaivenes, en el polo de los buenos tratos,
cumpliendo con las pautas establecidas en el modelo ya desarrollado; 2.-Familias que se
encuentran en una zona gris, intermedia, que no logran congruencia entre contexto,
necesidades de los niños y competencias parentales y; 3.- Familias encubridoras que
intentan mostrar una fachada de buenos tratos pero que caen en el paradigma de los
malos tratos, en forma encubierta.
1.- Familias bien tratantes
Sobre este tipo de familias no expondremos ya que, de un modo o de otro, desarrollan
una funcionalidad que posibilita el buen trato Son la llamadas familias democráticas y
se caracterizan por su flexibilidad, actitud crítica frente a las ideologías dominantes,
capacidad de adaptación a los cambios contextuales, afrontamiento de los problemas,
circulación de afectos, cohesión, diferenciación entre sus miembros, desarrollo de la
autonomía, buena comunicación, jerarquías de autoridad claras y respetadas, límites
precisos, y cumplimiento de reglas y normas tanto internas como externas. La pregunta
sería: en el mundo actual, ¿existen? Y la respuesta es afirmativa aunque no constituyen
una mayoría.
2.- Familias incongruentes
Este es un tipo de familias sumamente extendido, en el que componentes del contexto,
poseen una significativa influencia sobre sus miembros, llevándolas a consecuencias
dañinas para sus hijos, en sentido contrario a su intención.
En lo que respecta a la satisfacción de las necesidades básicas de los niños, niñas y
adolescentes, es sumamente difícil determinar en el contexto actual, cuáles son las
reales y las construidas y convertidas por el proceso de naturalización cultural en
“básicas”. La sociedad productora de consumos convierte en elementos básicos e
indispensables para los niños, cantidad de elementos que no lo son. Esto a nuestro
entender ocurre en todas las clases sociales. De tal forma, existen innumerables
productos que aparecen como “necesarios”, para la alimentación, la vestimenta, la
estimulación, etcétera. Marcas de productos alimenticios, de ropa, juegos, teléfonos
celulares, electrónica, películas, computadoras, y otra innumerable cantidad de
mercancías que no hacen al cumplimiento de las “necesidades básicas” anteriormente
enunciadas, pero que la actual sociedad y la cultura los convierte en elementos
imprescindibles, y su falta es visualizada como una carencia, que en muchos casos
adquieren el significado de demostraciones de afecto y apoyo emocional.
Ante este fenómeno, los padres y madres actuales han perdido rumbo con relación a sus
hijos. Sus competencias, puestas al servicio de sus hijos, se vuelven difusas. Ante la
posibilidad de no cumplir con lo que supuestamente es básico, prefieren otorgarlo.
Asimismo, es difícil plantear la negativa a sus hijos, en tanto no responden a las
propuestas de buen trato que les demanda la perversa construcción de la sociedad
consumista. Ante la duda, otorgan, aun a costa de sacrificios personales y familiares.
Nos encontramos pues, frente a necesidades básicas naturalizadas y competencias
parentales distorsionadas y con falta de rumbo, que lleva a comportamientos totalmente
incongruentes con relación al modelo de competencias. El apego, la empatía, la
inteligencia emocional e incluso los modelos de crianza conocidos, quedan al servicio

11
de necesidades distorsionadas y en gran cantidad de situaciones que se constituyen en el
medio de transmisión de tales competencias. Esto lo podemos traducir en la siguiente
frase: “Si me dan me quieren, me valoran, les importo, si no me dan, no me quieren, no
me valoran, no les importo”. Estos padres apoyan la ideología de los buenos tratos, pero
el contexto puede más que ellos. La falta de límites, la tolerancia y la indulgencia frente
a los hijos son la pauta.
3.- Familias encubridoras
En este punto nos encontramos con familias semejantes a las anteriores que se
encuentran inmersas en la ideología consumista. Estas familias, a diferencia de las
anteriores, no realizan ningún esfuerzo por ocuparse del bienestar de sus hijos, con lo
cual, ni siquiera entran en incongruencias. Ofrecen hacia el afuera una fachada de
buenos tratos. Responden a todas las necesidades que sus hijos demandan, tanto las
básicas como las “naturalizadas” por la cultura. Estos niños, en sectores sociales medios
y altos, poseen todo lo que piden, incluyendo en el caso de los y las adolescentes, viajes
y salidas de modo indiscriminado, manejo de dinero y tarjetas, vehículos y propiedades.
¿Quién podría decir que no son bien tratados? Sin embargo, este buen trato está
exclusivamente puesto en objetos materiales y en “mostrarse” hacia el mundo que los
rodea como comprensivos y protectores. Estos padres no toman contacto con sus hijos,
la comunicación es mínima y no existen relaciones de apego y empatía con las
necesidades de los niños. Son desconocidos que habitan, por lo general, bajo el mismo
techo.
Definimos a estos niños dentro de la categoría de maltrato, ya que el mismo se produce
por omisión y se corresponde con la negligencia y el abandono emocional. Si bien este
tipo de maltrato ha sido atribuido principalmente a contextos de pobreza, aislamiento
social y una historia de carencias múltiples en la biografía de los padres (Barudy, 1998),
lo cual también sucede, nos interesa poner el acento en los demás sectores sociales, ya
que esta modalidad es comúnmente confundida con los buenos tratos a los niños, niñas
y adolescentes.
Consideraremos las tipologías que desarrolla Barudy para las situaciones de negligencia
(1998). Este autor las refiere al caso de los sectores pobres y marginales. Consideramos
que en el contexto del trabajo que estamos desarrollando, algunas de estas categorías
también son aplicables a otros sectores sociales, en los que pondremos mayor atención.
Para tratar la temática en tales sectores, deberíamos realizar un análisis diferente, sobre
todo con relación a la incidencia de la ideología consumista y posmoderna a la que nos
referimos.
El autor menciona, entre otras, la negligencia biológica, la cultural y la contextual.
En la primera, se produce un fracaso en el proceso del apego. En estas situaciones, los
padres y los niños son recíprocamente transparentes. No se establece el encuentro
sensorial entre el adulto y el niño que es declarado inexistente por parte de ambos
padres o de uno de ellos. Esta situación constituye una de las experiencias más graves
de la violencia emocional y sus consecuencias son severas en el mediano y largo plazo.
Al ser sustituida por objetos, pasa automáticamente al orden de los implícitos.
En la negligencia cultural actúan, en algunos casos, los modelos de crianza recibidos
por los padres a través de las generaciones o, en su mayoría, los que impone la sociedad
y la cultura actual, donde no existe el control y los niños o adolescentes hacen uso de
una independencia que no pueden ejercer dada su edad. En general son modalidades
peligrosas para los niños ya que los lleva a un estado de completa falta de protección y
cuidados, ya sea porque no existen o son mal aplicados.
El punto de la negligencia contextual es en algún sentido semejante al cultural. Lo
significativo es que el acento está puesto en la apariencia bien tratante, debido a la

12
cantidad de mercancías producto de la sociedad consumista, que median entre los niños
y sus padres.
El abandono emocional es, a nuestro entender, el punto extremo de la negligencia,
porque los niños son absolutamente ignorados o rechazados por lo que sus
consecuencias son aun más graves.
Estos niños se crían sin límite alguno. Las reglas y normas son permanentemente
desafiadas. Sin embargo, el mensaje que emite su familia es el de un funcionamiento
adecuado, hasta que alguna crisis estalla. A diferencia de lo que puedan considerar los
padres, los límites son absolutamente necesarios para que el niño se sienta seguro y
protegido, porque las normas les ofrecen una estructura sólida de la cual aferrarse y son
una referencia. Asimismo, los niños visualizan que sus padres son consistentes y sólidos
y esto los ayuda a tener claros determinados criterios sobre los diferentes sucesos y les
enseñan que deben renunciar a veces a determinadas cosas y que deben aceptar el NO.
Todo esto es una enseñanza para enfrentarse luego a las frustraciones de la vida y
aprender valores como el orden, el respeto y la tolerancia.
En el caso de la negligencia y el abandono emocional, tal como lo hemos planteado, en
el contexto de los buenos tratos, estamos frente a la ideología subyacente del modelo
tradicional más extremo. Los niños son considerados objetos y las acciones que se
ejercen sobre ellos son del más temible maltrato y violencia. Ignorados y abandonados,
tienen todo. Parece injusto pensar que son niños, niñas y adolescentes violentados
emocionalmente y que las intervenciones sobre sus padres parecen imposibles ya que al
“dar todo”, jamás se considerarán violentos. Sin embargo, cuando las consecuencias se
manifiestan en la disfuncionalidad familiar y el caos, y en sus problemas y trastornos de
comportamiento, se plantea la posibilidad de revisión de al menos algunos de los
componentes desencadenantes.
10-CONSECUENCIAS DE LOS “BUENOS TRATOS” INCONGRUENTES Y
ENCUBRIDORES
Las modalidades del trato incongruente y encubridor tienen, sin lugar a dudas,
consecuencias significativas en los niños, niñas y adolescentes. Algunas revisten menor
grado de gravedad y son reparables más fácilmente, en tanto que otras, por su gravedad,
marcan al niño, de una manera casi irreversible a lo largo de su vida.
En primer lugar diremos, en términos generales, que estos niños manifiestan, como ya
fue expresado, una falta importante de límites, debido a la permisividad en la que
crecen, tiranizan a sus familias, se muestran caprichosos y dependientes.
Mientras esto sucede en lo manifiesto, el nivel de sufrimiento al que están sometidos es
alto, como es alto el precio que tienen que pagar por tenerlo todo y no tener nada.
En general encontramos niños, niñas y adolescentes con baja autoestima, sentimientos
de inferioridad y de inadecuación, ansiedad y tristeza crónicas, depresión, desconfianza
y dependencia en los modelos relacionales, trastornos alimenticios, delincuencia,
sexualización de las relaciones interpersonales, drogodependencia, trastornos del
comportamiento, en particular, trastorno límite de la personalidad.
11- CONCLUSIONES
El presente artículo ha tenido como objetivo central introducir una construcción de
realidad alternativa al fenómeno de la violencia contra los niños, niñas y adolescentes:
los buenos tratos a la infancia. Constituye solo la introducción de futuros trabajos sobre
la cuestión. Creemos que el modelo de los buenos tratos es una instancia válida, que
debe ser tratada y adecuada a contextos específicos. Asimismo, encontramos que la
utilización del mismo, requiere de investigaciones y análisis, que produzcan evidencia
empírica para reforzar su validez.

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Los años de trabajo con el tema de los malos tratos nos han llevado con demasiada
frecuencia a callejones sin salida debido a la complejidad de la temática y de las
instancias intervinientes. En el presente, estamos en un momento de alto grado de
visualización del fenómeno, pero no hemos logrado aún frenarlo y ponerle las vallas
adecuadas y suficientes, para que cese en su permanente reproducción. La ideología que
lo sostiene continúa siendo poderosa y posee la habilidad de infiltrarse, como el agua
que corre silenciosamente entre los cimientos de una construcción.
Los sesgos que hemos marcado intentan contrarrestar una tendencia a considerar de
modo indiscriminado los buenos tratos y puede llevar a apreciaciones incorrectas, con el
consecuente daño sobre los niños.
Consideramos que el mundo que los adultos le están brindando actualmente a los niños
y adolescentes, en todos los órdenes, sigue actuando en la dirección del favorecer el
desarrollo de la violencia.
Es por ello que debemos trabajar en la difusión, profundización e investigación de los
diferentes componentes incluidos en el paradigma de los Buenos Tratos, ya que es
completo y abre nuevas esperanzas con relación a la posibilidad de erradicar la
violencia de todo tipo contra los niños, niñas y adolescentes en nuestra sociedad. Su
contenido ideológico es congruente con el de las convenciones internacionales. Es por
ello que debemos tomar en cuenta la precisión de algunos de sus ítems. En este caso y
para finalizar, diremos que los buenos tratos son incompatibles con una formación y
educación de los niños sin límites y disciplina. Tal como lo señala el Comité de los
Derechos del Niño, en su Observación N.ro 8 (2006) “… al rechazar toda justificación
de la violencia y la humillación como forma de castigo de los niños, el Comité no está
rechazando en modo alguno el concepto positivo de disciplina. El desarrollo sano del
niño depende de los padres y otros adultos para la orientación y dirección necesarias, de
acuerdo con el desarrollo de su capacidad, a fin de ayudarle en su crecimiento para
llevar una vida responsable en la sociedad”. Asimismo, el Consejo de Europa, aclara
que el promover el destierro de la violencia no significa seguir una educación permisiva
con los hijos. Los padres tendrán que buscar medios no violentos pero eficientes para
resolver los conflictos5.
Para finalizar, incorporaremos un texto que es altamente significativo con relación a lo
expuesto.6

NO ES NO
Hay una sola manera de decirlo. No.
Sin admiración, ni interrogantes, ni puntos suspensivos.
No, se dice de una sola manera.
Es corto, rápido, monocorde, sobrio y escueto. No.
Se dice de una sola vez. No.
Con la misma entonación. No.
Como un disco rayado. No.
Un no que necesita de una larga caminata o una reflexión en el jardín. No es No.
Un no que necesita explicaciones y justificaciones, no es no.
No, tiene la brevedad de un segundo.
Es un no, para el otro porque ya fue para uno mismo.
No es no, aquí y muy lejos de aquí.
No, no deja puertas abiertas ni entrampa con esperanzas,
ni puede dejar de ser no, aunque el otro y el mundo se pongan patas arriba.
No, es el último acto de dignidad.
No, es el fin de un libro, sin más capítulos ni segundas partes.

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No, no se dice por carta, ni se dice con silencios, ni en voz baja, ni gritando, ni con la
cabeza gacha, ni mirando hacia otro lado, ni con símbolos devueltos; ni con pena y
menos aún con satisfacción.
No es no, porque no.
Cuando el no es no, se mira a los ojos y el no se descolgará naturalmente de los labios.
La voz del no, no es trémula, ni vacilante, ni agresiva y no deja duda alguna.
Ese no, no es una negación del pasado, es una corrección del futuro.
Y sólo quien sabe decir no, puede decir si.

Referencias bibliográficas
Barudy, J. y Dantagnan, M. (2010), Los desafíos invisibles de ser madre o padre,
Gedisa, Barcelona.
Barudy, J. y Dantagnan, M. (2005), Los buenos tratos a la infancia, Gedisa, Barcelona
Barudy, J. (1998), El dolor invisible de la infancia, Paidós, Barcelona.
Berger, R. y Luckmann, T. (1986), La construcción social de la realidad, Amorrortu,
Buenos Aires.
Bowlby, J. (1969), El apego. Parte 1.-El apego y la pérdida, Paidós, Nueva traducción,
1998.
Consejería para la Igualdad y el Bienestar Social (2009), Evaluación de Riesgo
Psicosocial en Familias con Menores, Junta de Andalucía. España.
Cyrulnik, B. (1994), Los alimentos afectivos, Nueva Visión. Buenos Aires.
Desarrollo Programático y Fortalecimiento Institucional. Secretaria Ejecutiva de
Protección Social (2009). Autores: Asún Salazar, D., Barudy Labrin, J. y otros, Manual
de Apoyo para la Formación de Competencias parentales, Gobierno de
Chile/Mideplan. Chile.
Notas

1
Las diferencias de género y etarias, que consideramos esenciales, serán incluidas en el término niños,
para referirnos tanto a los niños como a las niñas y las y los adolescentes.
2
Gender and age differences, will be included using the words child and children.
3
Estos supuestos se encuentran ampliamente desarrollados en Grosman, C. y Mesterman, S., Ob. Cit.
Supuestos explícitos: el matrimonio es una consecuencia de una elección recíprocamente libre establecida
por el amor; el nacimiento de los hijos es producto del amor de la pareja; la relación entre hombre y mujer
es igual en cuanto a oportunidades, derechos y deberes; los integrantes de la pareja participan, cada vez
de manera más igualitaria, en el sostén económico de la familia y en las responsabilidades en relación
con el cuidado de la casa y los hijos; la intimidad y privacidad de la familia deben ser preservadas bajo
toda circunstancia; la felicidad de la pareja se concreta con el nacimiento de los hijos; los niños son los
"reyes del hogar" y los padres están atentos a todas sus necesidades; los niños reciben, por parte de sus
padres, los mayores cuidados, afectos, educación y privilegios; los niños son criados en libertad y reciben
la ayuda que sus padres les brindan; ambos padres cumplen funciones diferenciadas con relación a los
hijos: en tanto que el padre procura el bienestar económico, la madre actúa de modo incondicional,
brindando afecto, ternura y atención permanente. Supuestos implícitos: la familia está organizada en
jerarquías de poder desiguales entre hombres y mujeres, basada en el género, un principio que se ha
mantenido invariable desde la antigüedad. Los hombres son “superiores” a las mujeres; tal desigualdad
proviene de un ordenamiento biológico originario de diferencia entre los sexos, en tanto se ha producido
una transformación ideológica que ha “naturalizado” la diferencia sexual natural en una desigualdad
jerárquica, proveniente de lo natural, y que ha llevado a que tal ordenamiento, otorgue superioridad al
hombre; es a causa de la “naturaleza” que las mujeres están destinadas a ejercer funciones maternales,
más allá de su capacidad reproductiva; asimismo, es también su condición natural la que les otorga
características de debilidad, sensibilidad y pasividad; los hombres, en cambio, están hechos para dominar

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la naturaleza por medio de la intrusión, la acción y la fuerza; en consecuencia, existe en la familia una
distribución fija de roles: el sostén económico es la máxima responsabilidad del hombre, y el cuidado del
hogar y los niños la mayor responsabilidad de la mujer. En relación al vínculo con los hijos, el padre
tiene la máxima autoridad sobre ellos pudiendo hacer uso de todos sus derechos; la madre tiene un poder
limitado y subordinado al del esposo/padre; los hijos son propiedad de los padres y, por tanto, pueden
disponer de ellos; el padre en el ejercicio de sus derechos, tiene el poder de corrección sobre sus hijos.
4
La OMS define la salud tanto física como psíquica, como “un estado de completo bienestar físico,
mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Esta definición está
relacionada con la promoción del bienestar, la prevención de trastornos mentales y físicos y el tratamiento
y rehabilitación de las personas afectadas por dichos trastornos.
5
Convención sobre el derecho de los niños, niñas y adolescentes Adoptada y abierta a la firma y
ratificación por la Asamblea General en su resolución 44/25, de 20 de noviembre de 1989. Entrada en
vigor: 2 de septiembre de 1990, de conformidad con el artículo 49 y Consejo de Europa, ratificación.

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