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Resumen

Guatemala es una zona vulnerable a desastres naturales y, en los últimos quince


años, ha sido seriamente afectada, principalmente por el paso de tormentas y
huracanes, tales como la Tormenta Mitch, la Tormenta Stan y más recientemente
la Tormenta Agatha. La población guatemalteca es susceptible a sufrir graves
daños a su salud física y emocional debido a las catástrofes naturales, a su
precaria situación sanitaria y a la situación de pobreza crónica.
Una de las áreas más afectadas por estos desastres es el altiplano guatemalteco.
Durante los últimos cinco años, estudiantes, graduados y docentes de los
programas de licenciatura en Psicología y maestría en Consejería Psicológica y
Salud Mental de la Universidad del Valle de Guatemala han participado en
programas de apoyo e intervención comunitaria en el área de salud mental en
cinco de las comunidades rurales más afectadas por las últimas tormentas que
han azotado el país. El presente trabajo resume la experiencia de intervención
comunitaria en consejería y salud mental en las comunidades de San Andrés
Semetabaj, San Antonio Palopó, San Lucas Tolimán, Panajachel y Paquip las
cuales fueron significativamente afectadas por la tormenta Agatha. La
presentación tiene como objetivo no únicamente presentar los hallazgos y
resultados de las 22 sesiones de intervención llevadas a cabo en un período de 7
meses las cuales tuvieron como objetivo ofrecer apoyo ante las condiciones de
estrés post-traumático sino también presentar las etapas del desarrollo de un
Modelo de Intervención en Salud Mental que pueda ser utilizado por consejeros
que operan en situaciones de desastre en áreas urbanas y rurales. Se detallan las
diferentes etapas del programa, la metodología implementada así como las
limitaciones y alcances del mismo considerando las posibilidades de
implementación de un programa de prevención y atención a la salud mental en
comunidades rurales desde la perspectiva de este grupo de facilitadores.
Tomando en cuenta las características de la población guatemalteca, su
vulnerabilidad a sufrir desastres a un contexto socioeconómico en crisis, un
programa de esta naturaleza incorpora los elementos de responsabilidad social,
trabajo inter-étnico y comunitario, aplicación de formación teórica, entrenamiento
práctico y de investigación comunitaria de una forma sensible y pertinente
culturalmente evidenciando las posibilidades y desafíos manifiestas tanto en
quienes facilitan las intervenciones como en quienes han sido afectados por los
desastres.
Un desastre se define como un evento concreto en el tiempo y espacio en el cual

la población sufre un severo daño, pérdidas físicas y/o la ruptura de su

funcionamiento rutinario. Muchas cosas se modifican, no son como solían ser

antes del evento y todo ello impide el cumplimiento de algunas o muchas

actividades cotidianas. Es un evento que puede ser natural o producido por el

hombre y es de tal magnitud que sobrepasa la cantidad y calidad de respuestas

por parte de una comunidad (Montero, J., 1998; Cruz Roja Americana, 2001,

Cuffré y Marinero, 2002).

Vivir una situación de desastre genera en las personas sentimientos y emociones

de dolor y de incapacidad para sobrellevar las condiciones emergentes. De ahí

surge la necesidad de proporcionar algún tipo de asistencia y atención que permita

retomar los recursos personales existentes (tanto cognitivos como emocionales)

para dar solución a los problemas originados por el evento ocurrido. Sin embargo,

resulta indiscutible la importancia de priorizar la satisfacción de las necesidades

alimentarias, de salud física, vivienda y producción de la población afectada dada

su íntima relación con aspectos de supervivencia; es por ello que, con frecuencia,

las instituciones gubernamentales y las organizaciones civiles se concentran con

mayor énfasis en la atención de las necesidades básicas de las comunidades

afectadas por un evento de desastre. Lamentablemente, dada esta tendencia,

solemos subestimar otros aspectos importantes, como la atención a la salud

mental de los pueblos afectados y se ha descuidado la atención del impacto

emocional que causan en las personas los sentimientos intensos que este tipo de

evento ocasionan como el pánico o dolor vividos durante la experiencia

(SERSAME, 2002).
En vista de esta realidad, durante los últimos cinco años, estudiantes, graduados y

docentes de los programas de licenciatura en Psicología y maestría en Consejería

Psicológica y Salud Mental de la Universidad del Valle de Guatemala han

participado en programas de apoyo e intervención comunitaria en el área de salud

mental en cinco de las comunidades rurales más afectadas por las últimas

tormentas que han azotado el país y que han sido calificadas como zonas de

desastre.

Guatemala es un país conformado por una diversidad de culturas, una nación

compuesta por gente muy heterogénea, con especificidades étnicas y lingüísticas,

desigualdad social, un país golpeado por una guerra interna reciente, graves

conflictos sociales , una tierra sacudida por terremotos, huracanes, sequías, una

sociedad marcada por el contraste y una violencia endémica (Alejos, 2006).

Durante los últimos años, uno de los mayores retos que ha tenido que superar el

país han sido las secuelas de los desastres naturales. Estas secuelas, han tenido

efectos negativos en la salud mental de las personas. En las últimas décadas ha

habido desastres como el terremoto de 1976, el paso del Huracán Mitch en 1998,

la tormenta tropical Stan en 2005 y más recientemente, la tormenta Agatha en

2010.

Sin embargo, no es sino hasta 1997, un año después de los acuerdos de paz, que

el Ministerio de Salud Pública, inicia la implementación de un plan de salud


mental, focalizado entonces, específicamente, a tratar la atención y recuperación

psicosocial de las poblaciones que habían sido más afectadas por este conflicto.

Los efectos de los desastres sobre la salud se manifiestan tanto en lo físico, lo

mental y lo social. Tradicionalmente, se ha brindado una atención más detallada

solo a los aspectos físicos y sociales. Los programas de salud en las emergencias

se han dirigido básicamente a la atención médica inmediata, al problema de las

enfermedades transmisibles, agua y saneamiento ambiental, así como los daños a

la infraestructura sanitaria. Afortunadamente, en los últimos años, se ha

comenzado a prestar atención al componente psicosocial, que siempre está

presente en estas tragedias humanas, pero dimensionando lo psicosocial en un

sentido amplio que abarca no solo la enfermedad psíquica, sino también otra

gama de problemas como la aflicción, el duelo, las conductas violentas y el

consumo excesivo de sustancias adictivas.

Desde el punto de vista de la salud mental, en grandes emergencias toda la

población puede considerarse que sufre tensiones y angustias en mayor o menor

medida, directa o indirectamente. Por otro lado, el término salud mental ha sido

dimensionado en una amplia faceta de campos como son:

_ Ayuda humanitaria y social.

_ Consejería a la población y grupos de riesgo.

_ Comunicación social.

_ Manejo de instituciones y servicios psiquiátricos.

_ Identificación y tratamiento de casos con trastornos psíquicos.


Los efectos de los desastres naturales y los conflictos armados están más

marcados en las poblaciones pobres que son el sector más vulnerable, viven en

condiciones precarias, poseen escasos recursos y tienen limitado acceso a los

servicios sociales y de salud. Se ha demostrado que después de la emergencia

propiamente dicha, los problemas de salud mental requerirán de atención durante

un periodo prolongado en los sobrevivientes, cuando tengan que enfrentar la tarea

de reconstruir sus vidas. Esto nos pone frente al problema de fortalecer los

servicios de salud mental con base comunitaria, tanto a corto como mediano y

largo plazo (Organización Panamericana de la Salud, 2002).

Se ha hecho necesario generar espacios comunitarios en donde se socializa el

impacto de manera que permita re-elaborarlo y movilizar recursos para prevenir

futuras crisis. El trabajo más apremiante ha sido el de escuchar las demandas de

la gente en sus propios espacios sociales sin no esperar que las personas vengan

a buscar los servicios. Una de las principales funciones del personal de salud

(especializado y no especializado) es propiciar espacios de apoyo mutuo en donde

actúa como facilitador de procesos grupales donde se comparten experiencias y

promueven la autoayuda; también identificar recursos personales y colectivos que

facilitan la adaptación eficaz, así como disminuir la dependencia externa.


REFERENCIAS

Alejos, J. (2006). Dialogando alteridades: Identidades y poder en Guatemala.


México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Organización Panamericana de la Salud (2002) Protección de la Salud Mental en


Situaciones de Desastres y Emergencias. Washington: Organización
Panamericana de la Salud

SERSAME, (2002). Lineamientos para intervención en crisis. México: SERSAME.

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