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Lorwyn

Ciclo de Lorwyn – Libro I

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Scott McGough
Cory J. Herndon

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Indice
Capítulo 1..........................................................................................................................7
Capítulo 2........................................................................................................................17
Capítulo 3........................................................................................................................31
Capítulo 4........................................................................................................................41
Capítulo 5........................................................................................................................47
Capítulo 6........................................................................................................................57
Capítulo 7........................................................................................................................67
Capítulo 8........................................................................................................................75
Capítulo 9........................................................................................................................91
Capítulo 10......................................................................................................................99
Capítulo 11.....................................................................................................................115
Capítulo 12....................................................................................................................125
Capítulo 13....................................................................................................................133
Capítulo 14....................................................................................................................137
Capítulo 15....................................................................................................................147
Capítulo 16....................................................................................................................157
Capítulo 17....................................................................................................................171
Capítulo 18....................................................................................................................181
Capítulo 19....................................................................................................................191
Glosario.........................................................................................................................199

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Capítulo 1

Un pequeño grupo de elfos llegó al indicador de carretera en el límite del


Bosque Hojas Doradas una hora después del ocaso. Como una buena señal, el tronco
tallado y esculpido del antiguo roble color óxido estaba en marcado contraste con los
árboles frondosos y variados que conformaban el resto del bosque. La corteza
cuidadosamente preservada del indicador estaba cortada con los elegantes sellos y
símbolos superpuestos de cada elfo noble que había pasado por allí. Muchos de los
sellos todavía brillaban con la magia residual ya que recientemente había habido mucho
tráfico por allí debido en gran parte a los huéspedes viajando a las próximas festividades
de la boda.
Maralen miró los brillantes indicadores y reprimió un sentido de urgencia que no
estaba en ella expresar. El grupo de la boda debería haber llegado mucho antes. Lo
habría hecho si tan sólo la novia no se hubiera quedado tanto tiempo demorándose
debido a su apariencia. Peradala se movía entre las esferas más altas de la sociedad
elfica. Maralen, sin embargo, no lo hacía, así que no había mucho que discutir. La
impaciencia de un subordinado como Maralen, sin importar cuán justificada hubiera

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sido, sólo le hubiera ganado una reprimenda, suponiendo que el delito fuera alguna vez
reconocido. Además, una novia llegando tarde estaba muy lejos de ser una catástrofe.
Como Peradala aún no había conocido a su futuro marido en persona era comprensible
que ella tomara medidas tan drásticas con su aspecto para asegurarse una primera
impresión perfecta. Por definición, Peradala era Perfecta, un miembro reconocido de
una de las castas elficas más veneradas; élite y exaltada incluso entre la nobleza. Era
muy hermosa, su rostro y su cuerpo ejemplos exquisitos de delicada simetría. Sus ojos
eran grandes y oscuros, sus elegantes rasgos, agudos. Su cabello era largo y exuberante
y la parte superior de su frente estaba coronada con dos cuernos cortos graciosamente
curvos. Sin embargo y a pesar de su extraordinaria belleza, todavía le tomaba tiempo y
un hábil esfuerzo hacerse perfectamente hermosa, hacer que su forma exterior
coincidiera con el sonido de su impecable voz.
Las castas elficas eran cosas antiguas e inmutables que suplantaban los límites
tribales, una jerarquía universal de mérito que separaba a los elfos de acuerdo a su valor
interno y externo. Los elfos Perfectos ocupaban la cima de influencia. Maralen era de la
siguiente casta más alta, los Exquisitos, que estaban sobre los Inmaculados, quienes a su
vez mandaban sobre los simples Impecables. Los Impecables formaban el estatus más
bajo que un elfo podría tener y todavía ser un elfo. Caer más bajo sería perder por
completo la Bendición de la Naturaleza, tales desgraciados no tenían estatus y no
merecían ningún nombre.
Las tribus, por otro lado, se dividían a lo largo de líneas geográficas y familiares.
No había dos tribus iguales en fuerza o número, pero los elfos de Lorwyn mantenían
una relativa paz a través de los matrimonios arreglados y la áspera diplomacia. La más
grande de las tribus era la de Hojas Doradas; guardianes del gran bosque cuyo nombre
compartían y
maestros de las
especies inferiores
que infestaban gran
parte del mundo. No
había nadie más
perfecto que los
Perfectos de Lys
Alana, la brillante
capital de la tribu
Hojas Doradas, y
pronto Peradala de los
Mornsong se uniría a
su número. La voz de
Peradala era
reconocida como la
más bella de todo
Lorwyn, sobre todo por su prometido, el elfo llamado Eidren. Así como el dulce canto
de Peradala le había hecho ganar un lugar entre los elfos más exaltados lo mismo había
hecho la asombrosa capacidad de Eidren para manipular y esculpir los árboles vivientes
de Hojas Doradas. Eran una excelente pareja, independientemente Perfectos pero tan
complementarios entre sí que eran aún más gloriosos juntos.
Sus respectivas tribus no se complementaban tan bien. Muchas cosas separaban
a la tribu Mornsong de la más grande y poderosa de Hojas Doradas. Dialecto, territorio,
fauna y rituales de caza fueron sólo unas pocas diferencias que se le ocurrieron a
Maralen mientras montaba a exactamente diez pasos por detrás y cuatro pasos a la

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derecha de su señora. Ella era la única sirvienta personal autorizada a montar tan cerca
de Peradala. El resto del grupo, los diversos admiradores y cortesanos y el Coro que
seguían a todas partes a Peradala, se veían obligados a seguir a una distancia mucho más
respetuosa.
La proximidad de Maralen no era simplemente un honor sino una pragmática
necesidad: era su papel cumplir los caprichos o necesidades que Peradala pudiera
requerir, por más frívolos que pudieran parecer. Maralen tenía que anticipar las órdenes
de Peradala casi antes de que le fueran dadas. Debido a eso había ganado una especial
visión del funcionamiento de la mente de un Perfecto. Sin siquiera pensarlo Maralen
sabía que Peradala estaba obsesionada con lo mismo que todos los demás: en qué se
diferenciaba los estándares de belleza de los Hojas Doradas de los de los Mornsong, si
es que se diferenciaban en absoluto.
Maralen no necesitaba de la telepatía o de poderes mentales para conocer los
pensamientos de los otros. El asunto en todas sus mentes los afectaba directa y
personalmente, como miembros del círculo de los Perfectos tenían que lucir
adecuadamente y encarnar la glamorosa estética de su señora.
Todas las mentes, excepto tal vez las del Coro. Maralen tendía a pasar por alto la
docena de elfos que marchaban en formación y vestían las distintivas túnicas plateadas
de los vocalistas Inmaculados. El Coro de Peradala continuó su tranquila y siempre
cambiante melodía continua, listo a acompañar a su más espléndida y Perfecta señora si
se decía a cantar. El Coro siguió cantando incluso mientras Peradala dormía, rotando en
turnos de seis miembros como guardias en la puerta de una ciudad.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos del Coro, su más espléndida y Perfecta
señora no estaba de humor para cantar. Peradala no cantaba sin una razón y en ese
momento ella no tenía ninguna.
Era una señal de cuán lejos de la gloria habían caído los Mornsong que cualquier
elfo, y mucho menos el propio séquito de un Perfecto, tuviera que considerar si los
Hojas Doradas aceptarían la belleza de su señora. Maralen sabía que ninguno habitaba
en las diferentes normas más que Peradala misma ya que su señora tendía a
obsesionarse con su apariencia precisamente porque la belleza de su voz fijaba un nivel
demasiado alto. Si Peradala llegaba a permitir que su talento vocal superara
completamente a su belleza física su estatus como Perfecta podría ser cuestionado.
Como una simple Exquisita, Maralen pensó que esto era bastante tonto pero sabía muy
bien que su papel no era dar consejos a menos que le fueran solicitados.
Un impedimento de las nupcias de Peradala significaría, con toda probabilidad,
el fin de los Mornsong como tribu elfica distintiva. Los Hojas Doradas extenderían su
influencia y en veinte o treinta años sólo el más anciano de los elfos de corta vida de
Lorwyn recordaría a la tribu Mornsong. Aún así las costumbres de los Mornsong
sobrevivirían. Si Peradala se casaba tan bien como ella había planeado sus canciones se
repetirían a través de los bosques durante generaciones. Peradala guió su cérvido de
piernas largas hasta el árbol señalizador. No podría pasar sin dejar noticia de que un elfo
Perfecto había caminado por ese camino. Las estrictas leyes elficas le obligaban a dejar
su sello con la magia más poderosa que tuviera para ofrecer y sólo una solución de agua
de río pura y selenera podrían grabar permanentemente la envejecida corteza de la señal
indicadora.
"Maralen" dijo Peradala desde lo alto de su cérvido. La pálida piel del esbelto
animal similar a un ciervo brilló bajo la luz de las estrellas que se filtró más allá de los
cuernos elegantemente curvos de Peradala. "Necesito selenera fresca."
"Por supuesto, más espléndida y Perfecta Peradala."

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"Fuera de aquí, entonces." Dijo Peradala olfateando. "Ya hemos tenido retrasos
más que suficientes." ¡Como si los retrasos hubieran sido culpa de la dama de honor!
Afortunadamente Maralen no era ninguna novata cuando se trataba de encontrar
selenera en la naturaleza.
Cada elfo, incluso los
Perfectos, llevaba una
pequeña cantidad del
extracto de la planta en
algún lugar de su persona en
caso de emergencia y para
el grabado de señales de
carreteras. Maralen ya había
agotado su reserva de
selenera en señales de
carreteras anteriores. Que
Peradala hubiera olvidado
de llevar su propio
suministro era un signo de
su angustia.
El límite exterior del Bosque Hojas Doradas era un lugar tan bueno como
cualquier otro para encontrar selenera. De hecho, probablemente era mejor que la
mayoría si querías calidad. La selenera no podía ser cultivada pero a la flor
terriblemente venenosa se la podría estimular a crecer, especialmente en tramos densos
y desocupados del bosque. Los Hojas Doradas eran maestros en ese estímulo y Maralen
no tuvo que ir muy lejos para vislumbrar las distintivas campanillas azules y blancas
brillando suavemente por debajo de las ramas de un joven cedro sangravia. La selenera
crecía en casi cualquier árbol pero el sangravia hacía que los efectos del veneno de la
flor fueran aún más potentes.
Maralen estaba todavía lo suficientemente cerca del grupo como para responder,
"Perfecta, un buen augurio. He encontrado un brote más fino e inusual. Le ruego un
momento para ir a buscarlo por usted."
"No necesito informes frecuentes," respondió Peradala. "Necesito selenera y
agua de río con la que pueda diluir el veneno en la forma prescrita. Respóndeme cuando
la poseas, Exquisita, y no antes."
La Exquisita en cuestión ocultó un suspiro. Peradala sólo la llamaba "Exquisita"
cuando estaba disgustada. Maralen asintió tan amablemente como le fue posible antes
de regresar a las flores y al problema de la mejor manera de recuperar el brote de su
elección. El esponjoso suelo del bosque era una alfombra de musgos y enredaderas de
hiedras, cortezas de roble, y zarzas intermitentes cubriendo quién sabía cuántos agujeros
de roedores. Maralen se preguntó cómo los Hojas Doradas lograban moverse a través de
su famosa tierra natal con esas vides creciendo en todas partes. Ella había visto
similares en su hogar Árbol Matinal pero no de ese espesor.
No habría forma de guiar al cérvido hasta el costado del tronco y saltar de allí a
la rama más baja ya que el riesgo de que las delgadas patas de su montura quedaran
atrapadas en agujeros de roedores y zarzas era demasiado grande. Maralen hizo una
pausa para estirar su cuello y su columna vertebral y luego saltó hacia atrás desde su
montura. En el proceso dio un salto mortal completo, aterrizó en ambos pies calzados
con botas y maniobrando cuidadosamente entre las enredaderas que cubrían el suelo del
bosque se dirigió a la base del árbol.

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Las flores de selenera nunca crecían a menos de tres metros del suelo pero este
espécimen era mucho más alto. La daga de plata de la Exquisita refulgió en la luz
dispersada de la puesta de sol mientras ella colocó la hoja entre sus dientes y envolvió
ambos brazos todo lo que pudo alrededor del joven tronco de cedro. Hundió la mano en
la corteza con uñas sorprendentemente afiladas, apoyó un pie contra el árbol, y trepó por
la áspera corteza agrietada.
Los dedos de Maralen acababan de llegar al enmarañado grupo de raíces fibrosas
que sostenían a la selenera apretadamente contra el árbol cuando sintió un dolor agudo y
repentino en la parte posterior de su mano. Dejó escapar una breve exclamación y echó
hacia atrás su brazo extendido. Oyó un ruido a parloteo y estiró el cuello para ver lo que
la había mordido. Algún tipo de insecto punzante por el aspecto y el sonido del mismo.
Podía oír sus alas zumbando pero una mirada directa a la cosa fue imposible ya que este
voló justo fuera de su campo de visión, oculto en las sombras.
Volvió a extender tentativamente su mano hacia la selenera. Todavía podía oír el
zumbido pero sonaba como si viniera de muchos lugares a la vez.
Fue entonces cuando Maralen se dio cuenta de otro cambio en los sonidos del
bosque, más allá del zumbido de los insectos misteriosos. Otra cosa fue diferente en el
paisaje sonoro. El desperdigado canto de los pájaros y los chirridos de los roedores
arborícolas no habían cambiado en frecuencia o tono así que fueran lo que fueran los
insectos no parecían estar molestando al resto de la fauna local. A ella le tomó un
momento poner su dedo en la llaga cuando flexionó sus largos y delgados oídos para
recoger la menor variación del ambiente. Y de repente la diferencia fue
escandalosamente evidente.
El Coro había dejado de cantar.
¡Esto era algo inaudito! Caería en Maralen el disciplinar a los cantantes y a ella
no le gustaría la idea de servir como conducto de la ira más extrema de Peradala. Que el
Coro cesara la creación de su siempre presente telón vocal era un insulto impensable a
su más espléndida y Perfecta señora. El extraño silencio se hizo ominoso y Maralen
hizo a un lado los pensamientos de castigo. Que el Coro hubiera hecho silencio
voluntariamente fue imperdonable y poco probable pero que todo el grupo de elfos lo
hiciera fue una cuestión de preocupación mucho más grave.
Con ominoso silencio o no aquello no sería una excusa para que ella volviera sin
la selenera que había sido enviada a recoger cuando estaba a centímetros de sus dedos.
Maralen se estiró, extendiéndose hasta donde pudo, y quitó la selenera de su casa con
mucho menos delicadeza de la que normalmente se hubiera prescrito. Lo que la había
picado antes no se lo impidió aunque podía sentir la brisa en el pelo de sus pequeñas
alas, la estaba observando, y estaba cerca, flotando justo fuera de la vista. Su
proximidad envió un escalofrío por la espalda de Maralen y la necesidad de conseguir
poner sus dos pies en el suelo abrumó sus otros sentidos. La dama de honor guardó la
flor en el cinturón y saltó del tronco del árbol, dando vueltas para aterrizar en ambos
pies.
Maralen miró hacia la calle, tragando aire para reemplazar al que la caída de
cuatro metros le había quitado, pero ella no vio nada ni a nadie de la comitiva de
Peradala. No había nada donde los cérvidos deberían haber estado mordisqueando
pacíficamente los pastizales y nada donde el Coro debería haber estado dispuesto para
rodear a Peradala con su canción perfectamente tonal. Nada. No había admiradores,
aduladores, o guardaespaldas distribuidos respetuosamente a lo largo de la carretera.
Todo el contingente Mornsong esperando por el regreso de Maralen había desaparecido.
No quedaba nada más que la señal, el camino y el bosque, ninguno de los cuales se
podía esperar que marchara en cualquier caso.

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Maralen regresó rápidamente pero con cuidado a la carretera. El sol había
empezado a ponerse y una rancia brisa había levantado una nube de polvo sobre el suelo
del bosque. La elfa sintió verdadero pánico hasta que finalmente vio una multitud de
rostros y siluetas conocidas.
Todos estaban allí, dispuestos como lo habían estado en el extremo más alejado
de la carretera. Peradala estaba sentada en glorioso reposo encima de su Santísimo
cérvido dorado. Maralen sonrió brevemente, levantando una mano para llamar a su
señora, y no recibió ni siquiera un movimiento de cabeza en respuesta.
La comitiva nupcial Mornsong se hallaba como lo había estado pero con una
diferencia. Los nobles montados y el coro marchando estaban en posición vertical pero
inmóviles. Rígidos y congelados como setos ornamentales cortados con forma de elfos
en una mañana sin viento. Maralen miró, incapaz de formular una explicación. Oyó un
crujido y un sonido reptante y el camino se hizo más brillante cuando el misterioso
resplandor de la niebla polvorienta aumentó.
Maralen jadeó cuando se le presentó la escena recién iluminada. Gruesas
enredaderas cubiertas de flores azules estaban envueltas con fuerza alrededor de las
gargantas de los elfos. Los Mornsong habían sido estrangulados como una manada de
regresabuesos antes de la caza. Sus ojos y sus bocas estaban abiertos y las vides
apretadamente ceñidas, duplicándose y redoblándose alrededor de los cuellos de los
elfos. El aire sobre sus cabezas estaba lleno de oscuridad, formas zumbando que
hicieron gestos con extremidades de puntas afiladas y se burlaron de Maralen, sus ojos
brillando en la luz del sol poniente.
Estaban muertos, todos muertos, eso fue obvio del miedo congelado en sus
rostros y sus tráqueas aplastadas bajo sus barbillas. Sólo Peradala tenía una expresión de
leve sorpresa en lugar de shock, como si su repentina y silenciosa muerte hubiera sido
más incómoda que dolorosa.
Echó a correr en el momento en que su corazón volvió a latir. "¡Perfecta!" gritó
Maralen, "¡Peradala!" Hizo varios metros antes de que el dedo de un pie quedara
atrapado en una viscosa enredadera cuyo otro extremo estaba envuelto alrededor del
cuello de un miembro del Coro y voló hacia los zarcillos retorciéndose en el suelo.
Arrojó instintivamente sus brazos hacia adelante y extendió los dedos para hacer el
menor contacto posible con la agresiva planta. Las partes de ella que la tocaron, sus
palmas y sus rodillas, se estremecieron y entumecieron.
Maralen intentó gritar hacia su Perfecta señora una vez más pero no pudo. Su
contacto limitado con las vides parecía haber robado su voz. Esto le confirmó que las
enredaderas no eran un fenómeno salvaje o natural del Bosque Hojas Doradas sino más
bien una magia oscura que ya la estaba controlando.
El entumecimiento se extendió cuando las vides reptaron por la espalda de
Maralen y se envolvieron alrededor de su cuello levantándola de la tierra. Otros
zarcillos azotaron hacia ella como látigos, cortando su Exquisita piel, rodeando sus
muñecas y tobillos. Maralen, colgada como marioneta de un bufón y casi perdida en el
dolor y el pánico, todavía sintió el más mínimo rayo de esperanza. Lo que le estaba
sucediendo no era magia élfica, al menos no era uno de los hechizos que los Hojas
Doradas utilizaban para convertir seres vivos en guerreros con incrustaciones de vides.
Quizás iba a morir, silenciada como el resto de su tribu, pero no iba a convertirse en el
triste corazón de una cáscara de madera sin sentidos.

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Un estupor frío se deslizó por su cuerpo eclipsando todo pensamiento
esperanzador. Ahora Maralen apenas podía mover los brazos y encontró que sus piernas
no estaban mucho
mejor. El lazo de la
vid se tensó y su
cabeza colgó hacia un
lado. Su respiración
se hizo entrecortada y
dificultosa.
Enjambres de
indistintas figuras
zumbando
descendieron, no lo
suficientemente cerca
como para que ella los
viera con claridad o
entendiera sus
palabras pero lo
suficiente como para
que escuchara sus
extrañas voces susurrantes.
Una penumbra aterciopelada envolvió su mente cuando la vid continuó
estirándose y enroscándose alrededor de sí misma y su víctima. Sin embargo ella
todavía pudo respirar e incluso moverse, hasta cierto punto. ¡Tal vez los otros aún
estaban con vida!
Después de una corta pero dolorosa lucha Maralen torció la parte superior de su
cuerpo hasta que su mano se apretó contra su cinturón. Llevaba encima un par de armas
sencillas y sobre todo ceremoniales como cualquier elfo de calidad pero ninguna de
ellas podría ayudarla. Su daga estaba lejos de su alcance en la parte baja de su espalda.
Dando otro giro doloroso la Exquisita logró extraer la flor de selenera de su
cinturón. Con un gruñido Maralen movió su pierna izquierda hacia delante y presionó
los iridiscentes pétalos de la flor directamente en las vides retorciéndose sosteniendo su
muñeca derecha. Oyó algo así como un silbido de conmoción cuando los zarcillos la
soltaron.
Maralen arrebató velozmente la flor de selenera con su mano libre antes de que
pudiera caer y la presionó contra la enredadera alrededor de su cuello. Cuando la vid
retrocedió y se retiró la elfa utilizó la flor de pétalos azules para liberar la otra mano.
Quedó libre y en el instante siguiente cayó con fuerza sobre la tierra apisonada
del camino forestal. El
efecto adormecedor de
la magia
estupefaciente de la
vid la salvó del dolor
del aterrizaje pero el
impacto igual la dejó

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sin aire. Ella vio, aunque no sintió, a la flor de selenera dejando sus dedos y
revoloteando hasta el polvo.
Las enredaderas mantuvieron su distancia pero Maralen apenas podía moverse.
Aún así sus ojos estaban completamente libres y ella vio cosas en el aire… la cosa que
la había picado a ella y a sus amigos, haciendo bucles y ondulando a través de la
oscuridad. No pudo ver nada más ni pudo escuchar a ningún tipo de fauna en los
árboles.
Las vides se retorcieron violentamente. El zumbido de los insectos se hizo más
frenético. Las sombras se oscurecieron.
Maralen, incapaz de soportarlo, se colocó en una posición sentada. Su barbilla
cayó a su pecho y sus ojos encontraron la flor de selenera descansando sobre el suelo
desnudo. Las vides temían al veneno de la selenera, si es que se podía decir que las
fibras vegetales podían sentir miedo y Maralen sospechó que éstas podían. Esta
conjetura fue apoyada por un nuevo cambio en el tono de los insectos zumbando.
Pareció subir en previsión, o tal vez en ansiedad.
Se dejó caer hacia delante aterrizando encima de la flor. Esto aplastó los cientos
de diminutos granos de polen cristalinos en su interior que contenían la forma más
concentrada y mortal del veneno de la selenera. Aunque los elfos eran la única especie
conocida en Lorwyn ampliamente inmunes a sus efectos la selenera pura aún podía
quemar su piel con su acidez. Marelen, al estar entumecida, sospechó que apenas notaría
la inevitable erupción que resultaría del veneno empapando su ropa. Se equivocó. Fue
un descubrimiento irritante pero esperanzador el saber que ella si sintió el ardor del
veneno y sus nervios agravados ayudaron a reactivar la sensibilidad en sus
extremidades.
Las vides se volvieron a acercar cuando el cuerpo de Maralen las protegió de la
flor azul. Maralen esperó. Entonces ella se puso de rodillas de un empujón permitiendo
que el sabor picante de fresca selenera flotara en el aire. Las enredaderas se retiraron
aún más lejos, como lobos rodeando una fogata pero no dispuestos a aventurarse en la
luz del fuego.
Las cosas con aguijones continuaron su zumbido misterioso. Maralen deseó
poder ver a una de ellas claramente, deseó que una se acercara lo suficiente como para
poder aplastarla con su palma.
Se le estaba acabando el tiempo. Poco más podría ser exprimido del polen de la
selenera aunque sus pétalos todavía brillaban con una fina capa de veneno. Una vez que
se hubiera ido no habría nada entre ella y sus verdugos.
Maralen volvió a introducir torpemente la flor aplastada en su cinturón y se puso
en pie. Con manos que se sintieron encerradas en gruesos guantes de cuero se untó el
extracto de selenera en todo lo que pudo de su ropa y piel con cuidado de no tocar sus
ojos y su boca.
Durante todo ese
tiempo las vides
mantuvieron su
distancia, susurrando
sin una brisa,
esperando.
El murmullo
se hizo más fuerte
hacia el centro de la
masa de enredaderas
que había crecido

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hasta envolver a la comitiva elfica. Una forma de elfo conocida surgió de la vegetación
retorciéndose, zarcillos conformando una espantosa parodia de la ágil silueta de
Peradala, ondulando como una red pesquera en una marea fuerte. La falsa Perfecta era
cetrina y eviscerada, su leñosa piel tensa y estirada, su cuerpo tan seco como leña
antigua y extrañamente alineado con las costuras de las vides de las que estaba formado.
Las cuencas vacías de los ojos de la copia se abrieron adormiladamente, aunque por
suerte no mucho, y se volvieron hacia Maralen con un terrorífico gran interés. La efigie
habló con una voz que nunca sería llamada como la más
Maralen de los Mornsong
bella de Lorwyn.
"Atiéndeme," dijo la parodia de su señora. Hubo una calidad sibilante y
armónica en los bordes exteriores del sonido. "Te necesito."
Maralen ya había oído suficiente. Esa blasfemia le provocó una oleada de
indignación que le hizo olvidar del veneno de la enredadera en sus venas. Aquella no era
su señora y su llamado hueco fue una burla horrible de la voz más hermosa del mundo.
Sin bajar la mirada Maralen buscó en su cinturón hasta que sintió el leve escozor
de la flor de selenera. Sostuvo el capullo ante ella como una vela encendida en una
cueva oscura y se giró deliberadamente de la burla descarnada de la Perfecta a la que
ella había servido.
Como había esperado las vides se mantuvieron a distancia creando una burbuja
de protección que dejó a Maralen alejarse lentamente de la cosa-Peradala. Pudo oír agua
fluyendo no muy lejos, tal vez a unos cuatrocientos metros de distancia y bajando por
una pronunciada pendiente estaba el río de donde ella había tenido la intención de sacar
agua para la solución de grabado de selenera.
Maralen, sin soltar la flor, apretó el paso. Las enredaderas continuaron dándole
un amplio margen pero la siguieron en cada movimiento. Cada vez que los zarcillos se
acercaron demasiado ella los hizo retroceder ondeando la selenera hacia ellos.
Llegó al punto en el que el suelo del bosque se encontraba con la cima de la
orilla de un río muy boscoso. La cortina de vides e insectos que la perseguían
retrocedieron con algo parecido a un gruñido. Aquello fue suficiente como para darle un
claro camino hacia la libertad. Obligó a poner en acción a sus piernas todavía
hormigueando y logró deslizarse a bandazos por la pendiente.
Tuvo suerte de haber llegado hasta el principio de la caída antes de volver a
tropezar, esta vez en algún hoyo de roedor, y caer por la pendiente como un erizo muy
rizado. Al menos siguió progresando pero sufrió más cortes y contusiones mientras
rodaba hacia el agua que corría por debajo. Fue lo único que pudo hacer para mantener
la conciencia cuando su caótica caída terminó contra un peñasco colgando sobre el río
mismo.
El río era ancho y rápido y pareció desprovisto de plantas asesinas o insectos
punzantes. Maralen se paró y se apoyó contra la roca mirando por encima de ella hacia
la vidriosa agua negra y el reflejo del sol sumergiéndose en su superficie. La elfa miró
hacia atrás y por la pendiente para ver como las enredaderas se aventuraban sobre el
borde justo en ese momento.
Aún sostenía la flor de selenera, milagrosamente intacta después de su caída, y
su ropa todavía estaba empapada del veneno de la flor azul. Se preguntó si mantendría a
las vides lejos por mucho tiempo.
"Maldita sea," insultó en voz baja. "Debería haber aprendido a nadar."
Probablemente hubiera podido llegar a la orilla opuesta si hubiera podido mantener la
cabeza erguida y permanecido a flote. Había visto a otros hacerlo, no podía ser tan
difícil. Así que, sosteniendo la selenera contra su pecho, se lanzó de cabeza hacia el

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espacio abierto, cerrando involuntariamente los ojos y la boca en previsión del impacto
con la superficie del agua.
Lo meditó demasiado tiempo. Una gruesa enredadera arremetió como un látigo y
se envolvió alrededor de su tobillo transformando su inmersión en un abrupto fin a unos
pocos metros del caudaloso río. Maralen gritó de frustración cuando la vid se tensó y la
mantuvo colgando sobre la corriente. Se las arregló para doblar la cintura y agitar la flor
de selenera de aspecto cada vez más patético pero la vid no soltó su tobillo aún cuando
el veneno que ella todavía tenía en su piel cambió su color de verde oscuro a marrón.
Tal vez, para su desgracia, esa enredadera había superado su aversión a la selenera y
había decidido sacrificar parte de sí misma para evitar que se escapara.
Por último, deliberadamente, la cuerda viviente la llevó a la parte del río más
honda. Maralen logró tragar una bocanada de pánico antes de que la vid la sumergiera
de cabeza en la corriente helada dejando que se hundiera hasta que sólo la planta de un
pie quedara sobre la superficie. Ella se sacudió y gritó bajo el agua, gastando tontamente
el aire que le quedaba. Justo cuando pensó que se desmayaría la enredadera la volvió a
sacar al aire y el agua cayó en cascada por todo su cuerpo, cegándola y estrangulándola
al llenar sus fosas nasales.
Había sido lavada del veneno de la selenera. Marelen, desde su punto de vista al
revés, pudo ver a la flor alejándose flotando por la corriente. Ni siquiera se había dado
cuenta de que la había soltado.
Así que eso era todo. Ninguna cantidad de patadas o insultos harían que la vid la
soltara. Esta levantó poco a poco a Maralen y comenzó a llevarla de vuelta hacia la
orilla del río y al resto de la desafortunada comitiva nupcial.
No podía alcanzar a la vid pero tal vez podría alcanzar el peñasco. Este estuvo
justo debajo de ella, todavía con salpicaduras de sangre carmesí donde su cabeza había
golpeado contra el lateral. Lo arañó con sus dedos y después de un momento encontró el
borde de una grieta de dos centímetros de ancho en la roca. Maralen hundió sus dedos
en la grieta haciendo caso omiso de lo que sonó como un tendón chasqueando en su
muñeca y pronto encontró todo su cuerpo tensándose por la vid.
"Aún no estoy muerta," tosió. "Todavía no."
Con su otra mano libre Maralen alcanzó la daga de plata en la parte baja de su
espalda. No fue fácil soltar el arma pero una vez que lo hizo esta cayó fácilmente de la
funda en su palma. Cortó salvajemente hacia la viscosa enredadera, errándole,
golpeando sólo el aire, hasta que sintió que la cuchilla rozó contra el zarcillo que la
mantenía prisionera. Aserró con furia y con un “tang” la vid se cortó y Maralen se
estrelló contra la parte superior de la roca.
Parpadeó para limpiarse la sangre de sus ojos. El aire fue un hervidero de
aleteos. Maralen aulló cuando una de las formas borrosas la picó en el cuello y ella dio
una palmada hacia la cosa voladora. Otro aguijón en la parte baja de su espalda y otro
contra el costado de la pierna la hizo caer de rodillas.
Una cuerda de madera azotó su cuello y detuvo su lento deslizamiento del
resbaladizo peñasco junto al río. Dos picaduras más, tres, y ella ya no pudo sentir los
diminutos pinchazos de dolor. O casi nada más. Ni siquiera el dolor desgarrador de ser
levantada por el cuello y colocada contra un áspero cedro de fuertes raíces. Ni siquiera
los arañazos, cortes y astillas. Ni siquiera los zarcillos que se envolvieron alrededor de
sus brazos, piernas, cuello y cintura.
Aún así pudo oír las preguntas. Estas se escucharon fuertes y claras, como si el
orador hubiera estado situado en el cráneo de Maralen. Maralen, a su pesar, respondió.

15
Capítulo 2

El camino que, por un tiempo, había llevado a la comitiva nupcial de


Mornsong estaba conectado a muchos otros, ramificándose a través de la campiña.
Algunas eran arterias muy transitadas, lisas y anchas. Otros eran senderos estrechos y
llenos de vegetación que apenas clasificaban como caminos. Fue uno de esta última
variedad, un antiguo sendero desfavorecido por la mayoría de los viajeros, el que llevó a
una extraña peregrina a un espectáculo macabro colgando del costado de un agrietado
fresno muerto. La peregrina vestía un sombrero metálico de ala ancha que dividía el
fuego sobre su cabeza, pero su piel estaba ardiendo con llamas de color naranja pálido
que latían al ritmo de su respiración. El paso constante de la peregrina desaceleró, la
precaución haciéndole levantar su barbilla puntiaguda. Echó la cabeza hacia atrás con
una breve sacudida para ampliar su campo de visión y se quedó en silencio ante el
mórbido despliegue.
Al principio la viajera de fuego supuso que el cadáver era una desgracia visual,
ejecutada en la
hoguera, aquello era
un castigo prescrito
por muchas tribus de
elfos. Ella nunca
había oído que los
elfos Hojas Doradas
utilizaran tales
métodos pero hacía
años que no
atravesaba su
territorio.

16
Cuando ella reconoció los restos atados, rizos vivientes de fuego se encendieron
alrededor de sus hombros. Su pecho convulsionó con una enfermiza sacudida y sus ojos
se iluminaron en estado de shock. La espeluznante señal era uno de los suyos: un
llameante. Uno del pueblo ardiente de los riscos había venido allí al igual que lo había
hecho ella. Sólo que ese primo lejano estaba muerto, muerto mucho tiempo atrás.
El cadáver extinguido y sin vida había sido expuesto durante algún tiempo,
quizás años. El rostro del llameante muerto se había degradado a una frágil roca y su
torso se había derrumbado y agrietado alrededor de las fuertes y delgadas vueltas de
cuerda élfica sosteniéndolo apretadamente al árbol muerto y seco. Un brazo terminaba
en un muñón dentado centímetros por debajo del hombro, el otro estaba intacto pero
casi esquelético y parecía como si fuera a romperse en una fuerte brisa. Las piernas se
habían desgastado hasta quedar como puntos cónicos colgando como estalactitas sobre
un parche de tierra muerta. La piel negra como el carbón que alguna vez había ardido
con vivientes llamas de respiración estaba manchada y gris.
La peregrina quedó sorprendida pero el asombro no duró mucho. Tales
demostraciones y advertencias eran muy comunes en las naciones elficas. Tenía sentido
que la más fuerte de las naciones élficas fuera la más estridente, la más exigente y cruel.
Los elfos no consideraban verdaderamente inteligentes a nadie más que a los elfos, ni a
los descomunales gigantes; ni a las diminutas hadas revoloteando, ni a cualquier otra
cosa entre ellos. El territorio élfico era enorme y los elfos tendían a hacer cumplir sus
duras normas en todos los que encontraban y subyugaban. Los elfos no estaban en la
cima de la cadena alimentaria, eran la cima de la cadena alimentaria.
La peregrina se concentró automáticamente en el motivo de sus andanzas, su
propósito, y con esfuerzo recuperó el control. La conmoción por su pariente asesinado
se desvaneció rápidamente aunque el inestable disgusto no lo hizo. Su ansiosa
determinación a continuar se mantuvo sin cambios. Llameante muerto o no, ella fue
impulsada en esa dirección por aquello que la guió.
Juzgando el estado del sendero y el hecho de que ella no había visto ninguna otra
advertencia de ese tipo de los Hojas Doradas no vio ninguna razón para volver atrás.
Los llameantes caían dentro y fuera del favor de la Nación Bendecida dependiendo de
quién estaba en el poder, en su mayoría servían como mensajeros, uno de los pocos
trabajos por el que los elfos consideraban valioso al pueblo de la peregrina, y ningún
peregrino era tan tonto como para rechazarlo. Era probable que el cadáver del llameante
datara de un período de desgracia.
La peregrina se detuvo sólo para dibujar un antiguo glifo de despedida en el aire
delante de su cara. El símbolo ardiente flotó allí durante una fracción de segundo antes
de disolverse en rizados penachos de humo blanco. Ella no tenía mucho más tiempo
más que para realizar esa breve pero obligatoria práctica.
La peregrina estaba siguiendo su camino, como lo hacían los peregrinos, pero
eso no quería decir que no pudiera elegir de vez en cuando una bifurcación que
acelerara su ritmo cuando le fuera urgente llegar a la siguiente parada en su larga
carretera. No le faltaba mucho para llegar a su destino inmediato, justo en ese momento
pudo distinguir en la distancia las campanas de los barqueros merrow, y si sobrevivía al
corto viaje de allí hasta allá estaría más cerca que nunca de su objetivo final.
La peregrina se ajustó el sombrero, bajando la visera sobre sus ojos. Si tenía
suerte podría incluso echarle un vistazo a lo que era ese objetivo final.
Su irónico humor se desvaneció cuando recordó algo inusual acerca de la vil,
aunque demasiado-común, señal de alerta, algo que la obligó a retrasar su progreso unos
momentos más. Así que se volvió a girar hacia el cadáver del llameante para
inspeccionarlo con más cuidado.

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Los elfos que utilizaban esas advertencias invariablemente les hacían ser
bastante específicos. Si querían alejar a los llameantes, mataban a un llameante y lo
ataban a un árbol muerto. Si querían decir, "No se permiten boggarts," un boggart
muerto estaría colgado cada pocos kilómetros por la carretera que bordeaba las
madrigueras de los boggarts.
Esta señal de advertencia, sin embargo, no era sólo un cadáver de llameante.
Debajo de las piernas corroídas de la cosa muerta había huesos cuidadosamente
apilados. Las formas eran vagamente de kithkin pero los cráneos parecían deformes.
Las extremidades esqueléticas terminaban en achaparradas garras negras incluso
aquellas que parecían haber pertenecido a jóvenes y niños. Colocados entre los huesos
había trozos de vidrios coloridos, plumas grasientas marrones, azules y verdes; y
fragmentos doblados de gruesos hilos de cobre casi sin valor. La corteza del fresno
muerto había sido adornada con sencillos pictogramas dibujados con carboncillo y tiza,
aunque ninguno de los símbolos llegaba más alto que el pecho de la peregrina.
"Boggarts," dijo la peregrina y su pulso se aceleró visiblemente en las llamas de
su cuello.
Ese fresno muerto, la base del santuario y el lugar de descanso final de su primo
muerto, parecía altamente inflamable. Los boggarts necesitaban aprender que nada
bueno saldría de adorar llameantes muertos de esa manera, sobre todo si aquello los
inspiraba a tratar de hacerlo por su propia cuenta.
La peregrina echó hacia atrás su sombrero. Las llamas fluyeron de ella,
enceguecedoramente brillantes. Un sonido muy parecido a un trueno se escuchó cuando
ella estampó su pie. El aire olió a pelo sucio y chamuscado. Los boggarts aún gemían de
desesperación por su santuario en llamas cuando la peregrina dejó atrás la arteria llena
de malezas y entró en el camino más ancho que conducía a las orillas del Vinoerrante.

* * * * *

Los merrow construyen sus ciudades de crannog en medio de las corrientes


lentas pero constantes del país bajo el Río Vinoerrante. Estas estructuras de madera,
piedra, cuerdas, y redes están divididas en secciones superiores secas, donde los merrow
y “caminantes de tierra” pueden interactuar con facilidad, y las más grandes, más
abiertas cámaras debajo de la superficie del río utilizadas sólo por los merrow. Existen
crannoges para todo uso: viviendas permanentes, muelles, estaciones de pesaje, refugios
para tormentas, e incluso la extraña taberna de propietarios kithkin para aquellos
navegantes de ríos buscando relajarse.
Los merrow prefieren tratar pacíficamente con los caminantes de tierra y para
ello construyen crannoges al lado de muelles de caminantes de tierra que conectan con
carreteras transitadas por estos mismos caminantes de tierra. Allí, la mayoría de seres de
dos piernas (salvo boggarts, que apenas cuentan) eran bienvenidos. En uno de tales
crannoges, una peregrina llameante había pagado recientemente su pasaje a un barquero
merrow especial llamado Sygg… Capitán Sygg, para ser específico. El merrow estaba
cantando pero irrumpió en un tarareo cuando llegó al verso que hablaba del heroico
rescate del desamparado, aunque apuesto, barquero merrow por una esbelta, aunque
fornida, doncella guerrera. Estaba tratando de atraer clientes adicionales, después de
todo, ya que apenas era rentable cruzar el Vinoerrante con la única compañía de un
llameante, y no había ninguna razón para ahuyentar a padres caminantes de tierra con
niños caminantes de tierra.
Sygg pensó que bien podría haber continuado con la canción y lo habría hecho si
no hubiera cambiado a una diferente balada totalmente indecente que en ese momento

18
se vio obligado a completar. En los últimos tiempos el muelle había estado desprovisto
de potenciales clientes y ese día parecía estar dispuesto a seguir el mismo ejemplo. De
hecho Sygg era el único barquero operativo por el momento, los otros ya se habían
trasladado a rutas más transitadas, y todavía había apenas tráfico suficiente como para
hacer que aquello valiera la pena. El camino hacia Kinsbaile se había vuelto cada vez
menos popular debido a los condenados boggarts.
Aun así estaba a punto de ocurrir una especie de gran celebración en esa
bulliciosa ciudad kithkin y muy pronto el muelle no estaría completamente vacío. De
hecho el capitán esperaba poder terminar teniendo su ferry a la mitad de su capacidad.
Al menos eso sería un apacible entrenamiento. Sygg creía que no recibía suficientes
oportunidades para estirarse.
"¿Y cuántos de ustedes van a viajar con nosotros hoy, señora?" preguntó el
primer oficial de Sygg, un merrow relativamente verde, en todos los sentidos de la
palabra, llamado Dugah. El capitán había tomado al joven como aprendiz como un
favor a Dugah el anciano. Su tarea principal era actuar como auxiliar de a bordo, pero
también recogía las tarifas, y en las raras ocasiones en que Sygg tomaba un flete hacia
un lejano puerto de escala Dugah era el cocinero, una tarea no menor cuando la
superficie por la que navegaban era un río bastante tempestuoso.
Pero el preparar hábilmente un filete deliciosamente chamuscado de
aletaplateada en condiciones improbables no le daba al joven Dugah ninguna habilidad
con la gente en absoluto. La cintura del muchacho apenas salía del agua y Sygg sabía
que le había recordado a su aprendiz que un barquero tenía que tener la dignidad y el
respeto para recibir a posibles pasajeros a la altura de sus ojos. Y tampoco era como si
esos pasajeros hubieran sido gigantes.
Sygg suspiró y nadó lentamente hacia su aprendiz mientras hacía una muestra de
comprobación del viento con un pulgar-garra.
"¿Uno, dos, cuatro? Cuatro," dijo la matrona kithkin contándose a sí misma y a
sus tres hijos pequeños con los dedos.
"Cuatro," dijo Dugah y luego hizo algunas esmeradas cifras en su cabeza por un
total de quince segundos. La cifra que ofreció hizo que los ojos de la matrona se
abultaran en estado de shock.
Dugah el joven no había nacido para los negocios y el trato desigual que le
ofreció a la kithkin hizo temblar las branquias del capitán. Sygg había dejado que sus
sentimientos lo guiaran cuando había aceptado enseñarle a Dugah lo que sabía pero
estaba claro que estos no se estaban hundiendo bien en la sabiduría del joven. Si Sygg
volvía a encontrarse con ese sentimiento lo ahogaría. El barquero, sabiendo que aquello
rompería una promesa que se había hecho a sí mismo el día anterior, se aclaró la
garganta, se peinó la cresta espinosa sobre su cabeza, y nadó hasta la cubierta para
interrumpir antes de que la ofendida matrona kithkin expresara su indignación más allá
de un nervioso tartamudeo.
"Sr. Dugah, está claro que ella viene con pequeñuelos, ¿verdad?" dijo Sygg
amablemente. "No podemos cobrar una tarifa completa por kithlings tan pequeñitos." Y
con un astuto guiño lento al trío de niños detrás de la diminuta mujer, los ojos de un
kithkin adulto apenas le llegarían al pecho de un elfo bajo lo que le puso fácil al merrow
mirarla cara a cara con un poco de esfuerzo de su cola, añadió, "A sus órdenes, señora."
Los niños kithkin, Sygg adivinó por sus ropas que eran dos mujeres y un varón,
respondieron a su amable cumplido con ojos como platos. Sygg siempre había tenido un
don para leer las expresiones de los caminantes de tierra, o eso se decía para sus
adentros, más que el merrow promedio. Malinterpretó alegremente los rostros asustados

19
de los niños kithkin y respondió a su creciente terror con una gutural risita que hizo que
sus agallas aletearan, provocando chillidos de alarma.
"Gracias," dijo la mujer kithkin. Su pálida y difusa piel de caminante de tierra se
inundó de color rosa por el esfuerzo de tirar de su baúl de viaje y guiar a sus tres hijos.
"No les haga caso, este es su primer cruce del río. Tomamos el dirigible para ver a mi
hermana, ¿ve?, en Duinshyle, y…"
"Que sean tres entonces," dijo Sygg antes de que la kithkin pudiera llegar más
lejos y extendió una mano palmeada de tres dedos hacia la matrona kithkin. Ella
rebuscó dentro de uno de los muchos bolsos tejidos que llevaba colgados sobre los
hombros y sacó un pequeño monedero de perlas. Con mucho cuidado contó tres hilos
cortos de oro y los dejó colgando sobre uno de los dedos con garras de Sygg. El no
perdió el tiempo torciéndolos suavemente alrededor de un bucle de plata en el interior
de su cinturón de piel de anguila, el único artículo de ropa del capitán.
"Bienvenidos," dijo Sygg. "Ahora, si desea entregarnos algo de su equipaje mi
aprendiz está a sus órdenes." Abanicó sus barbillas de una manera amistosa y señaló a
lo largo del muelle,
que se cernía sobre
las aguas caudalosas
hasta que terminaba
abruptamente a unos
nueve metros de la
orilla. La única otra
pasajera que había
pagado estaba sentada
con las piernas
dobladas debajo de
ella y sus brazos
cruzados en el borde
del muelle. La cabeza
de la peregrina estaba
inclinada debajo de su
sombrero de ala ancha
metálica.
Sygg, Guía de Río
Después de unos minutos en los que no aparecieron otros pasajeros Sygg se giró
en su cola y nadó a lo largo del muelle. Tenía cinco pasajeros… cuatro en realidad. No
era la capacidad media, entonces, pero una buena tercera parte de lo que le hubiera
gustado. No estaba mal para un día lento en una temporada lenta. Quizás el trabajo
estaba aumentando. Continuó más allá de su aprendiz y giró para rodear el final del
muelle. El hecho de que Dugah tuviera poco que acarrear, junto con la carga ligera,
convenció a Sygg para dejar a su aprendiz que se encargara de la mayor parte del
trabajo de ese viaje a pesar de las dudas del capitán. No le había advertido a su auxiliar
pero eso era parte de la formación. Si el joven no lograba tener lista la magia del ferry a
la orden, o si no podía sostener la cambiagua para mantener a los pasajeros lo más
cómodos posible nunca se convertiría en un verdadero barquero como Sygg.
Antes de que el capitán tuviera la oportunidad de informarle a Dugah de su plan
la matrona kithkin se detuvo en seco a dos tercios del camino hacia el muelle y extendió
sus manos a cada lado deteniendo rápidamente a sus hijos. El barquero merrow lo notó
de inmediato y nadó rápidamente hacia el costado del muelle. Desde allí ni siquiera él

20
podría llegar al nivel de los ojos de la kithkin por lo que ahuecó una mano palmeada a
un lado de su boca y vociferó "Señora, los necesitamos al final del…"
"¡Capitán!" dijo la mujer con sorpresa. "¿Qué está pasando aquí?"
"¿A qué se refiere, señora?" respondió Sygg con un encogimiento de hombros
disparándole a su ayudante una mirada que le dijo al joven verde que se mantuviera
alejado de ello.
La mujer kithkin señaló a la solitaria peregrina. La piel de esta ardía roja
mientras las brasas y volutas de humo fluían desde debajo de los bordes de su sombrero.
"La llameante," susurró la kithkin robando una mirada a la criatura en llamas.
"¿Cómo se puede estar seguro transportando a uno de ellos al otro lado del río? ¿Acaso
su fuego no impide el… su...?"
"Sólo si se lo permitimos." Dijo Sygg suspirando y se dio cuenta de que no
habría ninguna posibilidad de que esa mujer permitiera que un aprendiz llevara a sus
hijos a través del agua. "Estaré feliz de reembolsarle sus hilos en forma de un bono por
valor de tres idas y vueltas por todo el Vinoerrante, y esa es su elección, señora. Pero
nuestras políticas están expuestas con toda claridad en la entrada. No se dan reembolsos
de hilos," dijo Sygg esbozando sin saberlo una fila de aseados y puntiagudos dientes
plateados en una mueca espantosa y señaló al desvencijado arco de madera en el que
estaba clavado un cartel de madera que decía exactamente eso. "Y de verdad, señora,"
agregó tomando otra táctica, "¿acaso usted nunca ha recibido un mensaje entregado por
un llameante de algún amigo o pariente lejano? Rechazar el paso de un llameante sería
descortés."
Esto tomó por sorpresa a la matrona. "No, no he recibido ni quiero recibir un
mensaje de uno de esos…"
"Ahora, señora, entiendo su inquietud, se lo aseguro," dijo Sygg. "Pero ella pagó
su pasaje como cualquier otro…"
"¿Acaso pagó lo suficiente como para garantizar la seguridad de mis hijos? Creo
que no."
Sygg ahogó otro suspiro y mantuvo quietas sus barbillas. "El fuego de los
flameantes no arde como el normal, señora…"
"Yo huelo a humo," exclamó la nerviosa matrona. "Siento calor. El fuego es
fuego, Capitán, y esta no es la primera vez que me transportan, ¿sabe? Su barco está
hecho de agua. Ella está hecha de fuego. ¡Y yo pueda que solo sea un simple kithkin de
campo pero sé que el fuego y el agua no se mezclan!"
"Señora," dijo Sygg haciendo todo lo posible para evitar que la matrona no
cayera en la histeria. "Ella no es la primera de su tipo que he transportado, aunque si
debo decir que no vemos muchos como ella por estos lados durante la temporada de
niebla. ¿Quién sabe que misivas lleva o quién las necesita? Tenga corazón señora."
Cuando la kithkin continuó farfullando en señal de protesta él continuó, "Vamos,
simplemente mírela. Casi ni brilla. Tan cerca del río, vamos, no puedo imaginar que se
sienta demasiado cómoda. Se lo aseguro, el ferry del Capitán Sygg es la forma más
segura de viajar en todo Lorwyn, por kithkin o llameantes. O ambos."
La kithkin miró de reojo a la llameante ardiendo quien no mostró ningún signo
de haber hecho caso del debate en curso acerca de su presencia. Era dudoso que la
mujer kithkin hubiera visto alguna vez un llameante en persona. Pocos pueblos kithkin
pasaban fácilmente un año sin ver el paso de un peregrino llevando un bolso de
mensajes. Pero era claro que la matrona nunca había tenido razón para interactuar con
esos peregrinos por lo que presumiblemente ella no tenía forma de saber si la llameante
estaba ardiendo mucho más brillante de lo habitual.

21
El sombrero de ala ancha se inclinó hacia arriba permitiéndole a Sygg ver los
ojos ardientes de la llameante. Sonrió a Sygg y esperó.
"Si la señorita llameante no tiene ninguna objeción," dijo Sygg reconociendo la
sonrisa conspiradora de un compañero, "podemos tomar precauciones adicionales." La
llameante asintió. Debía haber visto eso antes y no le importó lo que sería inconveniente
y molesto, ella ya le había dicho al barquero lo ansiosa que estaba por cruzar y terminar
con el Vinoerrante, y Sygg asintió en respuesta. "Ni siquiera le voy a cobrar un extra."
Retorció su largo torso y llamó a su aprendiz. "¡Sr. Dugah!"
"¡Sí!" farfulló el joven y nadó alarmado para situarse al lado de su maestro sólo
para sentir las garras de Sygg hundiéndose en su brazo cuando él llegó.
"Sigue mi ejemplo," susurró Sygg por la comisura de su boca. "Sólo responde
‘¡Si!’"
"¿Qué?" logró decir Dugah antes de que otro apretón, uno que le sacó un poco
de sangre, le callara. "Sí," repitió por fin e hizo todo lo posible por mostrarse seguro.
"Mi socio es un hábil barquero en su propio derecho de visita de las tierras del
norte."
"¡Sí!" dijo Dugah. "Quiero decir, lo soy."
Las barbillas de Sygg se crisparon. "Con el permiso de la llameante," continuó,
"mi compañero formará una cómoda esfera para nuestra amiga llameante aquí presente,
una esfera que mantendrá una capa protectora de agua entre usted y ella. Esta magia, al
ser independiente de mi propio barco, no podrá afectar mi propia conducción. Sus hijos
no podrían estar en mejores manos que éstas," terminó desplegando los apéndices
palmeados en un gesto de bienvenida.
"Esperaré un viaje gratis la próxima vez que pase por aquí, Capitán," dijo la
llameante con tranquilidad.
"Supongo que si algo sale mal ella será rociada con agua," dijo la matrona. "Muy
bien," continuó, "pero espero que podamos estar sentados bien lejos de esa amenaza.
Inflamable o no, noticias de muy lejos nunca hicieron nada bueno para nadie. Ella trae
mala suerte."
Sygg vio a su aprendiz temblar ante las palabras de la matrona. Mencionar la
mala suerte con tu pie en el extremo de un muelle... Bueno... pensó Sygg, la buena
fortuna de transportar a un llameante probablemente la cancelaría.
"Y ahora si me disculpa," dijo Sygg, "es hora de que preparemos el ferry para su
viaje. Por favor de por lo menos tres pasos hacia atrás o yo no puedo garantizar la
continuidad de su sequedad."
"¡Esperen!" gritó una voz diminuta y zumbante que fueron, en realidad, tres
voces hablando al unísono. Un trío de hadas aladas, un macho y dos hembras, emergió
de las zarzas que bordeaban la costa y se dirigió directamente hacia la rampa del ferry.
Cada una no era más grande que un pájaro cantor y volaban con sus alas
iridiscentes en perfecta formación. Las hadas eran delgadas y afiladas, bípedas pero
similares a avispones: sus cuerpos eran rayados y salpicados de vívidas bandas
amarillas, naranjas y verdes. Sus vibrantes alas zumbaban melódicamente llenando el
aire con un sonido musical y el trío dejó un rocío brillante del color del arco iris a su
paso.
Sus duros ojos risueños brillaban con picardía y alegría. Una de las hembras era
ligeramente más grande que los otros dos que parecían ser casi idénticos en tamaño. Era
común que las pandillas de hadas consistieran en un par de gemelos y un hermano en
discordia, y este trío parecía ajustarse a la norma, aunque la diversidad de género fue
inesperada, la mayoría de las pandillas consistían en un solo sexo y los machos eran
algo menos comunes.

22
"¡Hadas!" exclamó la kithkin más joven. "¡Mira, mami, hadas!"
"¡Van a hacernos volar!" gritó el muchacho.
"Seguramente no," le espetó la matrona. "Será mejor que no," agregó en voz
baja. "Si es que pueden."
Sygg suspiró a través de sus branquias y soltó los hilos de la magia cambiagua
que acababa de empezar a reunir. ¿Qué querían las hadas? ¿Pasaje? ¿Y por qué
voladores tan ágiles como ellas hubieran querido reservar pasaje alguno? Aún así el
barquero podía oler a los clientes desde kilómetros a la redonda y sus branquias
volvieron a temblar. No tenía sentido perder una tarifa ante la remota posibilidad de que
las pequeñas criaturas incluso tuvieran un hilo entre ellas.
"Bienvenidos a bordo, mis pequeños amigos," dijo. "Es decir, si van a venir a
bordo. Me temo que lo tendrán que decidir rápidamente. Ya estamos llegando tarde."
"Pero Capitán, ellas vuelan," dijo Dugah expresando lo obvio precisamente en el
momento equivocado. "¿Por qué nos necesitarían?"
"Nos gustan los ferries," zumbó una de las dos hadas más pequeñas, el macho,
cuando el trío se detuvo bruscamente flotando delante del rostro con ojos como platos
de la matrona kithkin.
"Son verdaderamente divertidos," agregó la hembra mayor.
"Además, es temporada de tortugas mordedoras," finalizó la gemela femenina,
"y algunos estúpidos reptiles creen que lucimos como comida."
Los ojos de Dugah se movieron nerviosamente desde los pies de las hadas y el
rostro impaciente de Sygg.
"Sólo recoja su tarifa, Sr. Dugah," dijo Sygg, "ya estamos lo suficientemente
retrasados."
Era bastante inusual que las hadas viajaran por el agua, pensó Sygg, pero no
imposible. Este clan en particular bien podría haber viajado con él antes, sólo de
capricho. Uno podría volverse lentamente loco tratando de averiguar por qué las hadas
hacían lo que hacían. Cuando ellas se molestaban en interactuar con la "gente grande"
rara vez explicaban por qué lo estaban haciendo y hacía mucho tiempo que Sygg había
aprendido que era mejor no preguntar, no a menos que uno quisiera una sesión de una
hora de juegos de palabras y bromas que le dejaran agotado pero sin enterarse.
"Bienvenidas a bordo, señoritas. Y señorito."
"Gracias, Capitán," dijo la hembra relativamente grande. Posiblemente. No eran
idénticas pero el trío revoloteaba en sus pequeñas órbitas tan rápidamente y
constantemente que era difícil distinguir una de la otra, o quien había acabado de hablar.
"Nosotros no pesamos nada," dijo el macho. Uno de la pareja más pequeña era
definitivamente masculino. "Así que esperamos que nos haga su máximo descuento."
Y ante esto, por alguna razón, las hembras estallaron en una risa aparentemente
diseñada para perforar un agujero en el cerebro de Sygg. Entonces la hada masculina se
les unió y, hasta donde Sygg pudo decir, el sonido en verdad taladró su cráneo y salió
por el otro lado.
"Iliona," dijo la hembra más pequeña, "paga al merrow antes de que empecemos
a sacar de quicio a la gente."
"Veesa, tú me sacas de quicio," le espetó la gran hada, Iliona al parecer. "Ustedes
dos hacen esto cada vez que viajamos."
"¿Señoritas?" interrumpió Sygg. "¿Puedo sugerir que estaríamos encantados de
hacerlas cruzar el río por el precio de un solo kithkin?"
"Oh, esa tarifa es razonable."
"Razonablemente razonable, esa tarifa de ferry."
"De acuerdo. Pagaremos la razonable tarifa del ferry de las hadas."

23
Sygg dejó que su auxiliar de abordo aceptara el único hilo de oro que la llamada
Iliona finalmente desenrolló de su diminuta cintura. Las hadas no vestían ropa como tal
pero estas llevaban un montón de hilos de oro para compensar aquello.
El trío cayó en una conversación privada mientras flotó a unos pocos metros por
encima de los demás pasajeros, hablando en un tono audible sólo para las hadas, y tal
vez para los perros de caza kithkin. Ya sin mostrar ningún interés en nada más que ellas
mismas. Muy bien, pensó Sygg.
Lo que la mayoría de los habitantes de Lorwyn llamaban "magia de ferry" era en
efecto mágico, un regalo de los antiguos merrow que habían dominado el arte de la
manipulación del agua. En esos días la magia era una parte tan importante de los
merrow como pueblo que su uso se sentía tan natural como respirar, incluso para un
novato. Era la habilidad para dar forma al agua en formas funcionales y bellas lo que
separaba a los barqueros de los alevines, y Sygg sería el primero en admitir
modestamente que él era uno de los barqueros más talentosos que trabajaban en
Vinoerrante.
Este se apartó del final del muelle con prácticos trazos sinuosos de su cola.
Mantuvo su equilibrio sin esfuerzo maniobrando con habilidad a través de las corrientes
batiéndose a duelo entre si que se encontraban en ese punto exacto en el tumultuoso
curso del río. Eso por sí solo era un arte que la mayoría de los merrow nunca
necesitaban perfeccionar, pero los balseros eran una excepción. La corriente era la
clave. Colocó las palmas de sus manos encima de la superficie del agua usando una
presión minúscula contra la tensión superficial. Esta presión le conectó
instantáneamente con las corrientes más suaves y más lentas de magia que fluían a
través del río y recolectaban algo así como una piel de vibrante maná en donde el
Vinoerrante se encontraba con el cielo.
Al menos así es como le habían enseñado a Sygg a visualizarlo y la
visualización era lo que realmente hacía que todo eso funcionara. Oyó a los niños
kithkin jadear cuando él llamó en voz alta al río para que le ofreciera una pequeña parte
de sí mismo para que la utilizara uno de sus hijos. En su corazón no estaba seguro de si
era necesaria la invocación pero a Sygg igual le gustaba preguntar.
Le ordenó a esta capa de agua que se elevara y el agua se vio obligada a tomar
una forma cóncava de unos seis metros de largo y cuatro metros de diámetro que tomó
forma entre el capitán y sus pasajeros.
Sygg comenzó a tararear una melodía lenta y melancólica que había aprendido
cuando era más joven que Dugah. El medio caparazón se afiló y alisó hasta que se
pareció a un vidrio arremolinado pero bastante sólido. El punto más bajo de la forma se
aplanó hasta que estuvo al nivel de los demás o del río. El tarareo de Sygg cambió el
registro y dio a luz un carril reluciente que rodeó los bordes del ferry. Otro cambio y
arcos decorativos de agua se extendieron hasta una altura de seis metros o más. También
estaba hecho enteramente de agua, perfectamente contenida en esa forma, las corrientes
continuaron a través del ferry sin desacelerar, la clave para conseguir moverse de
manera tan eficiente en ángulos correctos con el río.
"Por favor amigos, entren a bordo. Vamos meternos por debajo," dijo Sygg. Una
vez solidificado, él podría mantener fácilmente la forma del ferry con un esfuerzo
modesto y en su mayoría inconsciente.
"La llameante va primero," dijo la matrona señalando a la peregrina. "No quiero
tener a mis hijos en lo alto de un río furioso cuando su ferry se derrita de debajo de
nosotros."
"No me importa," dijo la peregrina. Caminó hasta el borde del muelle y tendió
una mano en llamas. "Capitán, ¿su aprendiz me sellará antes o después de abordar?"

24
"Después," respondió Sygg.
El hechizo mucho más pequeño de Dugah todavía tuvo la forma adecuada. Un
momento después de que la peregrina puso el pie en la superficie lisa y vidriosa de esa
parte muy especial del Vinoerrante los bordes de una esfera se elevaron del "piso" y la
envolvieron en una sólida aunque líquida prisión. La esfera siguió a la llameante donde
quiera que se movió. Dugah incluso recordó dejar grandes huecos en la parte superior
de la esfera para permitir que el fuego de la llameante consiguiera un montón de aire
fresco. Si la matrona kithkin lo notó no lo mencionó.

* * * * *

Los tres pequeños kithkin correteaban alrededor de la superficie especular del


plato de cambiagua para la consternación de la encorvada y agotada matrona kithkin
quien se habían sentado en el centro del ferry mágico, tan lejos del agua no moldeada
como le fue posible. Se veía como si fuera a caerse a cuatro patas si algo llegaba a
molestar su equilibrio, su digestión, o ambos.
"Mamá," preguntó la hija de mas edad, una niña de ocho inviernos, cuando se
cansó de hacer aparecer caras monstruosas en la parte externa de la esfera de la
peregrina, "¿Por qué hiciste
que la dama se parara en
esa burbuja?"
"Unice, esa es una
pregunta tonta," respondió
su madre. "¿Tu no quieres
aprender a nadar, verdad?
Ahora calla, pronto
estaremos al otro lado. ¿No
puedes pasar tu tiempo con
tu hermano y hermana?
Hemos tenido un largo
viaje y todavía nos queda
un poco más si queremos
tener esos pastelitos listos
para los cuentos."
"Mami, ¿de que serán los cuentos?" preguntó el hermano menor de Unice.
"¿Habrá dragones?"
"No sé, Irgil," dijo la matrona. "Es posible que así sea."
"Pero Madre," insistió Unice, "¿cómo hace la burbuja de agua para evitar que la
dama de fuego…?"
"No lo haría, si yo no me concentrara en la tarea," dijo la peregrina y agregó con
ironía, "y si me moviera muy, muy rápidamente." Se estiró e hizo crujir su cuello con un
sonido como dos trozos de piedra pómez volcánica moliéndose unos contra otros. La
peregrina pudo ver que los pequeños no estarían dispuestos a dejarla tranquila. Decidió
ahorrarle a la matrona otra ronda de preguntas sin respuesta.
"De todos modos no pienso dejar esta esfera así que no tengan miedo," dijo y
agregó con una mirada mordaz a la madre de los kithkins,"ninguno de ustedes."
"Disculpe, llam… señorita," dijo la matrona kithkin con tanta indignidad como
pudo, "nosotros no la molestaremos y me gustaría pedirle amablemente que no asuste a
mis hijos."
"Yo no tengo miedo," dijo Unice. "Ella dijo que no tuviéramos miedo."

25
"Sí, Mami," estuvo de acuerdo Irgil. "Yo ya no estoy más asustada."
"Niños…" farfulló la matrona.
"Dama de fuego ¿por qué no estás toda prendida fuego?" preguntó la niña más
joven.
La llameante, su rostro todavía oculto por el borde de acero de su sombrero, se
echó a reír y el brillo bajo el sombrero de ala ancha se iluminó por un momento. "Llevo
puestas ropas especiales de dama de fuego," dijo la peregrina extendiendo sus largos
brazos y girando lentamente alrededor. "Y tengo cierto control sobre qué partes de mí
están ardiendo en un momento dado. Y cuan calientes se ponen." Ella se señaló la cota
de malla de acero tejido de su ropa de viaje. "Pero sobre todo es esta cosa. Acero tejido.
Nosotros lo hacemos en los riscos… mi pueblo, quise decir. No tenemos mucho uso
para la ropa en nuestros hogares pero cuando nos alejamos, como lo hago yo, esto te
ayuda a evitar que prendas fuego los muebles de alguien."
Una vez que la apertura se hizo evidente los hermanos kithkin tropezaron entre
sí con sus preguntas sobre la extraña peregrina.
"¿Por qué estás sola?"
"¿Puedes disparar fuego de tus ojos?"
"¿Vas a Kinsbaile? Nosotros vamos a Kinsbaile."
"¿Vas a escuchar los cuentos?"
"¿Por qué llevas un sombrero? Parece un plato."
"¡Tus dedos! ¿Puedes disparar fuego de tus dedos?"
"¿Es verdad que comes piedras?"
"¿Cómo te llamas?"
"¿Conoces algún cuento?"
"¿Qué me dices de tu cola? ¿Puedes disparar fuego de tu cola?"
"¡Niños!" gruñó la matrona y esto trajo un repentino silencio culpable a su
público. Luego fue capaz de agregar con más moderación, "¿Van a dejarla en paz?"
"¿Estás hecha de piedra?" Preguntó Irgil ignorando audazmente a su madre.
"No exactamente," respondió la llameante. "¿Alguna vez has visto una fogata?"
"¡Por supuesto!" chilló Ryleigh feliz de contribuir a la conversación.
"Las cosas en la base del fuego… las brasas," explicó Cenizeida. "Eso es mas o
menos de lo que estoy hecha."
"¿Estás hecha de carbón?" preguntó Irgil con los ojos abiertos.
"No de carbón, de brasas, tonta," dijo Unice con altivez. "Al igual que en la base
de una fogata."
"En realidad, un poco de ambos," dijo Cenizeida.
"Eres rara." Rió Irgil.
"Y hueles rara," agregó Ryleigh.
"Bueno, eso es lo que pasa cuando no comes nada más que rocas," dijo
Cenizeida.
"¡Lo sabía!" Dijo Unice. "En verdad tu comes…"
La acusación de la niña kithkin se vio interrumpida cuando el liso y cóncavo
ferry de cambiagua debajo de ellos se quebró como un cristal dividiéndose en pesadas
gotas que momentos más tarde se unieron al resto del río. La familia kithkin se hundió
en el Vinoerrante sin tener siquiera tiempo de gritar.
Cenizeida extendió instintivamente la mano hacia el más cercano de los niños
kithkin empujando su brazo a través de la esfera plateada que aún la sostenía a ella, y
solo a ella, por encima de la superficie del río. Fue capaz de envolver una mano
enguantada alrededor del antebrazo de Ryleigh y cerrarla en un apretón mortal antes de
que el agua le cortara la sensación debajo de su codo. Sólo pudo ver con impotencia

26
como los otros dos niños y su madre subieron flotando a la superficie como corchos, ya
a varios metros de distancia. Ryleigh gritó y llamó a su madre pero fue en vano.
"¡Capitán!" la llameante oyó gritar a Dugah. El abrupto final de su travesía
quedó repentinamente explicado. Una arbomandra había salido a la superficie y chocado
con el barquero maestro que debía haber sido tomado por sorpresa. Sygg flotaba boca
abajo, al parecer inconsciente, mientras el adolescente pero aún enorme anfibio le dio al
merrow un segundo golpe con su cola plana. El golpe derrumbó a Sygg sobre su espalda
y Cenizeida no pudo ver ninguna luz en sus ojos vidriosos.
El aterrorizado aprendiz de Sygg luchó por mantener en alto a Cenizeida, y con
ella a la pequeña kithkin sollozando, mientras nadó con furia hasta su amo caído.
Parecía haber olvidado por completo a los demás pasajeros.
"¡Dugah!" gritó Cenizeida. "¡Déjalo! ¡Vas a perder a los kithkin!"
"¡Mamiiiii!" añadió Ryleigh.
"Pero…" empezó a decir el aprendiz. Entonces vio a los pequeños kithkins y a
su madre flotando y gimiendo. Irgil y Unice habían logrado engancharse a su madre que
estaba haciendo todo lo posible por permanecer en la superficie. Al menos ella sabía
nadar pero con el peso de los dos niños arrastrándola hacia abajo no parecía haber
mucha esperanza para ellos.
"¡Haz algo, dama de fuego!" Gritó Ryleigh. "¡Haz que el hombre-pez haga
algo!"
"Dugah, por el amor del pantano, haz algo," siseó Cenizeida cuando su prisión
flotante de cambiagua se pandeó junto con la concentración del aprendiz. "Algo que no
me deje caer en el agua, por favor," añadió.
Dugah no le respondió y la mayor parte de la mitad superior de la esfera se
desintegró y salpicó contra sus pantorrillas y pies entumeciéndolos por completo aunque
al menos su brazo ya no estaba rodeado de la cambiagua. Con cuidado de no quemar el
antebrazo de la pequeña kithkin permitió que su llama le secara todo hasta la muñeca lo
que le trajo de vuelta la mayor parte de la sensación en su mano. Haciendo un gran
esfuerzo mantuvo el equilibrio y el agarre en la aterrorizada niña pero no sabía cuánto
tiempo podría mantener ambos. Los movimientos llenos de pánico de Ryleigh no
estaban ayudando.
"¡Por el pantano, Dugah, atrápalos antes que se ahoguen!" gritó Cenizeida. "Y,
eem, tampoco nos dejes caer si puedes evitarlo."
"Pero yo no soy más que un estudiante," protestó Dugah. "El Capitán Sygg es la
única…"
"¡Tienes que hacerlo!" exclamó ella. "Él está muerto o inconsciente y si es esto
último vivirá. Pero esos niños no saben nadar y tú eres el único barquero a la vista." Por
supuesto, yo tampoco se nadar bien, añadió para sí misma, y dudo que esta kithin pueda.
Por lo demás apenas puedo seguir parada. Fue más suerte que equilibrio lo que la
mantenía en sus dos pies entumecidos cuando Dugah finalmente cedió y se dirigió río
abajo tras sus pasajeros pataleando. Extendió una mano, invocando poder de las
corrientes del Vinoerrante y manteniendo a Cenizeida fuera del río con la otra. Casi toda
la esfera desapareció y la llameante quedó de pie esencialmente en un disco plano de
agua. Ryleigh gritó cuando sus pies quedaron sumergidos en la fría corriente.
La arbomandra golpeó con tanta rapidez que Cenizeida ni siquiera tuvo tiempo
de advertir al aprendiz de su peligro de muerte. Un instante antes Dugah estaba agitando
una mano en gesto afirmativo hacia la llameante y la cambiagua estaba empezando a
volverse más sólida cuando el aprendiz puso sus emociones bajo control. Y un instante
después se produjo una explosión de espuma y el gigantesco anfibio emergió del río, su

27
boca abierta de par en par para tragarse a Dugah de un solo bocado. Su último grito
terminó casi antes de que tuviera la oportunidad de comenzar.
"Oh, mier…" logró decir Cenizeida antes de que el disco debajo suyo se
disolviera. Pero para su sorpresa la inmersión no se produjo. De hecho ella no perdió ni
un centímetro de altura e incluso fue capaz de levantar los pies de Ryleigh del agua.
"Tranquilos, los tenemos," zumbó una diminuta voz femenina desde su hombro
derecho.
"¡Hurra!" gritó Ryleigh. "¡Hadas!"
"Realmente deberías dejar de comer arenisca, llameante," dijo el hada masculina
de su hombro izquierdo. "Va directamente a tus caderas."
"Tú también, kithin," agregó la mujer. "Menos golosinas, más proteínas."
La tercera de las hadas apareció ante los ojos de Cenizeida flotando con sus
diminutos brazos cruzados sobre el pecho. "Bueno," dijo la que se llamaba Iliona, "¿no
tienes nada que decir?"
"¿Quieres mi agradecimiento? Lo tienes," dijo Cenizeida. "Pero ¿qué pasa con
ellos?"
"Sólo son kithkin," dijo Endry, la hada masculina.
"¡Esa es mi familia!" gritó Ryleigh.
"No son lo suficientemente importantes," reafirmó Veesa. "Hay un montón de
kithkin. Sin ofender."
"¿Entonces por que me salvaron?" intervino Cenizeida.
"Porque tu eres…"
"Cállate Endry," dijo Iliona. "Llameante ¿por qué te quejas? ¿Prefieres que te
dejemos caer al agua? Y mira el lado bueno. Todavía tienes una kithkin ahí. ¿Cuántos
necesitas?"
"¡Mami!" gritó Ryleigh gritó. "¡MAMIIIII!"
"Ya la han oído. La niña quiere a su Mami," dijo Cenizeida. "Ahora ayuden a
esas personas o…"
"¿O qué?" zumbó Veesa. "Tú no estás realmente en condiciones de hacer
demandas, aliento de azufre."
Sin decir una palabra Cenizeida dio un manotazo hacia el sonido de la voz con la
mano libre. Fue recompensada con un chillido y el repentino agarre helado de las aguas
del río alrededor de sus piernas cuando una sola de las hadas quedó con la tarea de
mantenerla en el aire. Con un esfuerzo increíble la llameante mantuvo a Ryleigh elevada
aunque la niña empezó a llorar de nuevo. Cenizeida apenas pudo culparla, si ella misma
hubiera tenido conductos lagrimales hubiera hecho lo mismo. En cambio dijo con voz
débil: "Eso... duele. Pero juro que arrojaré a la pequeña cerca de la orilla y aplastaré a
los otros dos de ustedes a menos que ayuden a esa familia. No sé por qué me quieren
mantener con vida pero si van a hacerlo van a tener que salvarlos a todos."
"Iliona, ¿puedo matarla?" preguntó Endry. "O al menos a esa kithkin. Mis oídos
están sangrando."
"Sí, por favor hazlo," dijo Veesa flotando hacia abajo en el campo visual de
Cenizeida y frotándose la antena derecha que estaba doblada. "Podemos encontrar a
otra, ¿verdad? Y sé que no necesitamos ninguna kithkin de repuesto."
"¡No!" ordenó Iliona. "Silencio, los dos. Endry, llévate a estos dos a la orilla y
no dejes caer a la llameante. Tendrá que aferrarse a esa kithkin si quiere quedarse con
ella."
"Como digas," respondió Endry asintiendo con la cabeza, extrañamente formal y
casi marcial.
"Veesa, ven conmigo," dijo el hada más grande a su hermana menor.

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"Tienes suerte," dijo Veesa a Cenizeida con una mirada. La llameante no se
sintió particularmente afortunada con el río casi hasta la cintura, el brazo sosteniendo a
Ryleigh gritando de dolor que alternó con un exasperante adormecimiento provocado
por pequeñas salpicaduras imprevisibles de la aterrorizada pequeña que sostenía en alto.
Endry, al parecer, no pudo mantener a Cenizeida completamente fuera del agua, así que
aquello fue lo único que ella pudo hacer para mantener el torso, las extremidades, y la
cabeza en alto. Aún así ellos no estaban lejos de la orilla así que cuando estuviera allí
con Ryleigh podría quemar los residuos del Vinoerrante.
"¡Muy bien!" oyó gritar a Veesa. "Tengo a dos de ellos. Estos kithkin pesan
mucho menos que la cara de llamas."
"Yo tengo a la madre," dijo Iliona. "¡Por el pantano, deja de patear!" añadió ella,
al parecer hacia la matrona que estaba maldiciendo hasta por los codos y pateando
salvajemente. Si los kithkin estaban pateando aún estaban vivos. Hasta ahora todo bien,
pensó Cenizeida y se sintió extrañamente protectora de los kithkins. Había pasado algún
tiempo desde que había hablado con pueblos de carne que fueran tan agradables.
La orilla sólo estaba a unos cuatro metros de distancia. Pronto ella podría
preguntarle a las hadas por qué habían tenido intención de salvarla. No estaba segura de
gustarle su actitud protectora. Sintió unas pocas gotas salpicar contra el ala de su
sombrero de hierro cuando una sombra cayó sobre ella haciéndole ver a los anegados y
asombrados hermanos de Ryleigh pasar por encima. Unice agarrando a Irgil y viceversa
mientras Veesa luchaba dificultosamente para mantener a la pareja en el aire.
Un momento después Cenizeida sintió su cuerpo subir desde el río y oyó a
Ryleigh… ¿vitorear?
"¡Hurra!" gritó la niña. "¡Estamos a salvo!"
Sí, sin duda un vítor. ¿Pero por quién, o qué?
"¿Endry?" dijo ella con voz ronca. La agonía en sus piernas la tenía a punto de
perder el conocimiento. "¿Quién...?"
"Yo no," zumbó el hada agotada, "pero no me quejo."
"Tranquila
mi amiga
llameante," gruñó la
voz familiar de
Sygg desde río
arriba. "Tú también,
hada. Manténganla
en pie y yo me
alzaré desde abajo."
"Hola..."
dijo Cenizeida sin
aliento girando la
cabeza con
cansancio para
lanzar una
anaranjada sonrisa
ladeada a su
salvador, "Capitán."
Cenizeida, la peregrina

29
Capítulo 3

El boggart emergió de la maleza. Se asomó a la izquierda, luego a la derecha,


luego hacia adelante, y mientras tanto una flecha plateada permaneció apuntada al
centro de su bulbosa frente verrugosa. Los oscuros, pequeños y grotescos ojos saltones
no vieron la flecha, o al elfo que la mantenía tensa contra la cuerda de un arco
manchado de verde bosque.
Rhys, daen de
la Manada Cicuta, vio
claramente al boggart,
por supuesto. El elfo
bien escondido miró
fijamente a lo largo de
su flecha de
maderaverde, más allá
de su afilada punta
hasta el retorcido y
astuto semblante
lascivo del boggart.
La alimaña dio un
solo paso cuidadoso
hacia adelante en el
claro y olfateó el aire
a través de las amplias
ventanas de su nariz.
La mano de Rhys era firme pero su instintiva repugnancia hacia los boggarts
flotó sobre él como una nube de moscas molestas. Eran cosas viles, burlas a la
perfección élfica que apenas se habían atrevido a tomar la misma forma que los
Bendecidos por la Naturaleza. Los boggarts compartían con los elfos el mismo número
de brazos y piernas pero en donde los elfos eran altos, delgados y elegantes los boggarts
eran rechonchos, deformes, y torpes. Los elfos tenían variaciones de piel que iban desde
alabastro hasta bronce pulido, cada tono completamente único; los boggarts sólo venían
en varios tonos de costra, desde color rojo oxidado hasta negro crujiente muerto. Los
elfos masculinos y femeninos por igual lucían orgullosamente gruesos cuernos curvados
que coronaban sus rostros angulares. Los planos y cuadrados zopencos de los boggart
raramente estaban coronados con cualquier cosa salvo enfermizos hongos y viscoso

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musgo. Los pies de un boggart, cada uno una horrible deformidad inigualable, eran
asquerosos comparados con las delgadas pezuñas hendidas de un elfo noble.
Y esas, pensó Rhys mientras tranquilamente tomó otro aliento inmóvil, eran sólo
las diferencias físicas. La noción general de lo que los boggarts tramaban en sus
húmedas y malolientes pequeñas casuchas le disgustaba más allá de la expresión, y por
eso se negó a considerar los detalles.
Rhys continuó quedándose perfectamente inmóvil, casi sin respirar, oculto por el
follaje y un toque de ilusión. Los boggarts locales siempre habían sido un grupo feo y
rebelde pero esta banda en particular se había vuelto inexplicablemente salvaje. Vivían
salvajemente en el bosque y en los últimos tiempos habían estado asaltando a cualquier
viajero indefenso que habían podido encontrar. Eran peligrosos, comportándose como lo
habían hecho los antiguos antepasados de los boggarts, antes de que los elfos como
Rhys trajeran la paz y el orden del bosque a todo Lorwyn.
El ultraje ardió en la parte posterior de la mente del daen amenazando con
distraerlo de su objetivo.
Hubo una vez en que los
boggarts salvajes de las
colinas saqueaban
abundantes caravanas
kithkin. Hoy en día, el
boggart promedio de los
campos que se encontraba
cerca de una próspera
ciudad bulliciosa no haría
nada peor que merodear
alrededor de sus bordes y
esquinas, arrastrarse y
gatear para evitar ser
notado. Los más descarados
podrían robar un pastel de la ventana de una cocina o asustar a niños que pasaban
agarrando sus tobillos desde debajo de una roca.
Rhys exhaló de manera uniforme y sostuvo su flecha inquebrantablemente fija
en el boggart por debajo. Esa cosa vil y sus compañeros no eran como la mayoría de los
boggarts de las campiñas. Esta rabiosa horda en realidad había atacado uno de los
pueblos de kithkins, Kinsbaile, semanas antes. Kinsbaile estaba lejos del río y a varios
días de caminata de la siguiente aldea kithkin, pero todavía era territorio elfo, aún sujeto
a la autoridad de los elfos de Hojas Doradas.
Cuando estos boggarts habían entrado en Kinsbaile no se habían escondido o
agarrado tobillos. Cargaron directamente hacia el centro de la ciudad, donde estaban las
tiendas más ricas y las casas más caras, feroces y descontrolados como bestias. Cuando
se fueron, dos de esas hermosas casas habían sido quemadas hasta los cimientos y una
familia kithkin había desaparecido junto con todas sus pertenencias.
Estos boggarts habían probado sangre y batalla en su ataque a Kinsbaile y habían
desarrollado un gusto por ello. Ahora estaban encaminándose hacia Dundoolin, el
pueblo kithkin más grande en la región después de Kinsbaile y uno protegido por los
elfos. No había forma de saber lo que los boggarts harían cuando llegaran a Dundoolin.
A Rhys le correspondió el asegurarse de que nunca tuvieran esa oportunidad.
No importaba un comino que Dundoolin tuviera luchadores capaces y que, de
hecho, estuviera muy bien defendido. Estos boggarts no eran simples alimañas sino
exploradores bandidos operando descaradamente en el territorio élfico y debían ser

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tratados como tales. No habían mostrado misericordia con los habitantes de la nación en
Kinsbaile, ningún temor o respeto por las leyes del bosque. Esas leyes habían sido
establecidas por los elfos mucho tiempo atrás y habían sido hechas cumplir por
generaciones de dedicadas manadas de cazadores y guardabosques de Hojas Doradas.
Estos boggarts no sólo habían roto la ley de la Nación Bendecida sino que
también contaminaban el suelo debajo de ellos. Eran un insulto viviente al bosque, a la
nación misma, y era el deber sagrado de Rhys responder a ese insulto con una
reprimenda. Sin la fuerte mano guiadora de la nación estos sinvergüenzas manchados de
sangre y sus salvajes compañeros serían la norma. Sin el orden y la disciplina que se
extendían hacia el exterior de los elfos de Hojas Doradas las tribus menores de Lorwyn
se destruirían rápidamente las unas a las otras, y luego a la tierra misma, antes de que
finalmente se destruyeran a sí mismos.
Los ojos de Rhys continuaron clavándose en el cráneo del boggart. Las afiladas
esquinas de sus finos labios se curvaron hacia arriba y sus ojos se estrecharon. Castigar
a esta banda era su deber sagrado, sí, pero también era su pasión y su placer. Él había
entrenado toda su vida para momentos como ese, dominando el manejo de la espada y el
arco y el seguimiento de modo que cuando su país se lo exigiera pudiera luchar para
preservar y expandir su gloria. Siempre que él sacaba su espada, doblaba su arco, o
trabajaba su magia, lo hacía por su nación, por los Hojas Doradas. Él era una parte
funcional de la tribu, llevando su parte de la carga de los elfos en su camino Bendecido
hacia la perfección.
Rhys calmó su creciente regocijo, aleccionándose a sí mismo con la repulsión
renovada que sintió cuando el primer boggart se giró y les hizo señas a los otros para
que salieran de la maleza. Más allá de la gloria de la nación, más allá de su deber
sagrado de hacer ejemplos ensangrentados de estos bandidos, Rhys deseó simplemente
desterrar a estas sucias pequeñas criaturas de su vista. Le disgustaban en todas las
formas imaginables. La eliminación de estos boggarts del mundo embellecería Lorwyn
en más formas de las que él podría contar.
Este era el camino de las cosas. Los elfos gobernaban Lorwyn y los boggarts se
quedaban fuera de la vista. Rhys y su manada le recordarían ese hecho a los boggarts y,
al hacerlo, le recordarían a todas las tribus por qué los elfos eran sus legítimos dueños.
El boggart por debajo llevaba un trozo misericordiosamente irreconocible de
carne y hueso cuando se escabulló hacia el claro. Rhys siguió su movimiento, confiando
en que la docena de arqueros elfos posicionados alrededor del claro ya hubieran
apuntado de forma individual al resto de la horda. Esperaría hasta que todos los
boggarts hubieran salido de los matorrales o hasta que el claro estuviera lleno, sus
exploradores habían sido incapaces de medir con precisión el tamaño de la horda, y
entonces Rhys daría la señal para disparar. Si su manada se atenía a las normas que él
exigía ni un solo boggart sobreviviría a la primera descarga. Cualquiera de la horda que
lograra huir de nuevo al bosque o en dirección al río sería detenido y obligado a retornar
al lugar de la matanza por sus exploradores. Cualquiera que lograra escapar desearía no
haberlo hecho.
Rhys tenía toda la intención de contener a esta gentuza y terminar con los
ataques boggarts de una vez por todas, justo allí. A tal efecto había tomado medidas
extraordinarias para garantizar el éxito de esa misión. La disciplina de su manada había
sido impulsada últimamente con una afluencia de nuevos reclutas. Ellos no tenían la
experiencia y la compostura que Rhys exigía pero el propio Taercenn Nath, el general
más temido y respetado de los Hojas Doradas, simplemente le había dicho a Rhys que
era por eso qué habían sido asignados a él: para ganar la experiencia y el
acostumbramiento para la batalla.

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Un simple daen como él no podía objetarse pero desde luego que no iba a
permitir que las particularidades de estos arqueros inexpertos pusieran en peligro su
reputación. Había contratado los servicios de dos especialistas no-elfos para respaldar a
su fuerza principal, un movimiento poco ortodoxo, pero Rhys había aprendido de
primera mano que las cacerías de boggarts raramente salían según lo planeado incluso
en circunstancias ideales. En esta cacería, en esta misión punitiva, pensar en lo
impensable y prepararse para ello podría significar la diferencia entre la victoria y la
desgracia.
Los oídos de Rhys temblaron un momento antes de que el boggart al que había
apuntado reaccionó al diminuto sonido de una ramita quebrándose desde el este. Rhys
torció la oreja derecha hacia el sonido pero fue demasiado tarde. El boggart miró y dejó
caer su macabro trofeo. Estiró su cuello lleno de protuberancias y vigiló los árboles
hacia el este.
El daen casi insultó en voz alta. Los siguientes segundos serían cruciales.
Cuando los boggarts sentían que estaban siendo perseguidos chillaban para advertir a
todos los boggarts cercanos del peligro. Entonces todos huían o atacaban juntos. El tono
exacto del grito determinaba el resultado y cualquier elfo que no pudiera discernir un
chillido de ataque de un grito de retirada pronto sería un elfo muerto.
Aún no había habido ningún grito. Este boggart tal vez no se fiaba pero tampoco
estaba listo para emitir una alerta. Para alivio de Rhys el boggart se movió otra vez.
Rhys no lo hizo y sus oídos le dijeron que el resto de la manada de caza tampoco lo
había hecho. Ellos aún podían sacar esto adelante.
Rhys siguió al boggart, sus dedos con ganas de soltar el tiro. Pronto.
Por debajo el primer boggart llegó al centro del claro. Había por lo menos una
veintena de sus parientes arrastrándose y saltando detrás de él a la vista y por lo tanto en
peligro de morir a manos de elfos arqueros veteranos… veteranos que él no tenía.
Supuso que los amateurs tendrían que servir.
Unos segundos más.
Rhys permaneció quieto, a punto de dejar volar su flecha envenenada. Sus
órdenes habían sido perfectamente claras, y si sus arqueros se habían despabilado cada
uno sabría su objetivo, ninguna flecha se cruzaría en pleno vuelo, y hasta el último
boggart recibiría un único proyectil letal y estaría muerto antes de alcanzar el suelo. Los
mejores arqueros elegían primero, objetivos primarios seleccionados por la posición, el
tamaño y la edad
aparente. Los
objetivos secundarios
eran para los
miembros más nuevos
de la manada, todos
dentro del alcance de
las flechas de los
primarios. Objetivos
terciarios se hallaban
cercanos a aquéllos.
Con precisión
matemática los elfos
derribarían a los
boggarts como tallos
individuales de trigo
trillado. Sería una

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muerte más ordenada de lo que las cosas merecían pero igual serviría como el ejemplo
que Rhys quería después de que abandonaran sus cuerpos a lo largo de los límites de
Hojas Doradas.
El primer boggart se relajó un poco y se agachó. Había recuperado su carnoso
bocado y se había dado la vuelta haciendo que la carne desgarrada quedara
desgraciadamente más visible, y reconocible, a los elfos en espera. El boggart, incapaz
de contenerse, arrancó un dedo de un bocado con un conjunto casi completo de
aserrados dientes amarillos.
Otro boggart brincó hasta ponerse en el campo de visión de Rhys, un viejo
caballo de guerra cuyo cuerpo correoso llevaba docenas de cicatrices irregulares bajo
sus musgosas protuberancias. Parecía ser que un objetivo secundario quería subir de
nivel, lo que habría estado bien por Rhys si no hubiera sido tan obvio que el primer
boggart era el líder. Que cualquier otro elfo acabara con el primero boggart sería
impropio, incluso insultante. Rhys tenía que matar a ese si o si. Después de eso, siempre
y cuando hubiera una flecha para cada boggart, no importaría en qué orden fueran
recibidas.
Otra vez pensando demasiado, se dijo Rhys. Esperó a que el gran boggart
coriáceo se agazapara y diera zarpazos en el suelo y entonces apuntó cuidadosamente la
plateada punta de la flecha para que quedara entre las orejas de su objetivo original.
La manada estaba en su sitio. En un momento Rhys dejaría caer su barbilla y
silbaría la orden de ataque, el primer y único comando que tenía que dar. Olas gemelas
de flechas envenenadas con selenera volarían hacia la tribu boggart dispersa y cada una
encontraría su objetivo. En el tiempo en que tomaría parpadear el proyectil de Rhys
cortaría a través del aire y golpearía al líder de los boggart entre los ojos.
Una sola flecha de plata brilló por el campo de visión del líder de la manada,
acuchillando a través de las zarzas para desaparecer en su objetivo chillando. Desde su
punto de vista Rhys sospechó que la prematura flecha había venido del joven Yelm, un
cazador aprendiz ascendido a la manada de Rhys como un favor a la madre del joven.
Como Rhys había temido Yelm no estaba preparado. El elfo novato había
perdido los nervios y con una sola sacudida errante toda la emboscada se había echado a
perder. Era comprensible, explicable, pero totalmente inaceptable. Los otros arqueros,
pensando que se habían perdido de alguna manera la orden de disparar, se apresuraron a
ponerse al día. Los aterrorizados boggarts comenzaron a balbucear y a correr en todas
direcciones una vez que la primera flecha golpeó, disolviéndose en un embrollo caótico
que estropeó la puntería y la intención de los arqueros. En cuestión de segundos la onda
cuidadosamente coreografiada de flechas que Rhys había visto en el ojo de su mente se
convirtió en un bombardeo descuidado de disparos mal sincronizados que, a juzgar por
los sonidos de los impactos, erraron tantos blancos como golpearon.
Rhys escupió y dejó caer su barbilla soltando su propio tiro antes de que el líder
de los boggart pudiera desaparecer en el caos. Su proyectil dio en el blanco y el boggart
cayó hacia atrás clavando la punta de la flecha saliendo por la parte posterior de su
cráneo en la corteza de un árbol grueso. Rhys sintió una punzada momentánea de
compasión, había estudiado entre los pueblos arbóreos de Lorwyn por casi un tercio de
su vida y herir al árbol fue doloroso para él y perjudicial para su espíritu. Aún así Rhys
dejó de lado esas preocupaciones. Aquello no era tan grave, ni tampoco era la primera
vez que un elfo había hecho una cosa así en el curso de la batalla. Desde luego, no sería
la última y pocos habrían ofrecido tanta compasión como Rhys. Más tarde limpiaría
cuidadosamente al árbol y borraría la asquerosa sangre negra del boggart. Con los
hechizos correctos y la ilusión el árbol sanaría y su corteza se extendería sobre el
cadáver del boggart como un sudario, aprisionando al pequeño monstruo en su sitio y

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ocultando su repugnante forma de la vista. Cualquiera que pasara por allí sabría que el
árbol había sido estropeado por una buena causa sin tener que ver los restos reales del
boggart.
Una tarea para otro día. Rhys salió como un rayo de su puesto y corrió hacia la
batalla cuerpo a cuerpo cada vez más ruidosa, rugiendo a sus arqueros y guardabosques
para que avanzaran en el claro. La emboscada había fallado pero la matanza acababa de
empezar y él todavía estaba determinado a que esos boggarts nunca dejaran el lugar.
El elfo preparó otra flecha, dando un paso al costado cuando un boggart rabioso
embistió contra él. Golpeó con su codo en el oído de la bestia a su paso haciéndole caer
de boca contra el suelo arcilloso desde donde envió una nube húmeda de musgo y tierra.
Rhys se sentó a horcajadas sobre el boggart, tensó su arco, y luego clavó la cabeza del
boggart con un disparo.
Cuando se agachó para recoger su flecha una cacofonía asaltó sus oídos agudos.
El sonido de boggarts chillando estaba en todas partes, un grito distintivo que quería
decir, "Ataquen a los intrusos." Rhys se sintió una vez más indignado por la audacia de
esa horda. Enfrentados a una manada completa de elfos había esperado que el grito
hubiera dicho: "¡Sálvese quien pueda!"
Los boggarts habían optado por quedarse y luchar y eso significaba que ellos
estarían en su momento más peligroso. Si los números estaban de su lado y podían
agruparse muy juntos una horda boggart podría ser un verdadero problema para una
manada de elfos. Tácticas boggart como éstas no estaban destinadas a lograr la victoria
sino a hacer que la victoria de su oponente fuera lo más costosa posible. Los boggarts
embestirían y desbordarían a tantos enemigos como pudieran a través de la pura fuerza
de su número. Los boggarts se criaban como ratas. Ni siquiera los elfos bien
disciplinados podían contener a un enjambre así durante mucho tiempo.
La manada de Rhys se materializó como fantasmas de su camuflaje entre los
árboles. Cayeron sobre los boggarts, rebanando con gracia a través de ellos y pasando a
su lado hasta que sus largos cuerpos esbeltos entre las bajas y rechonchas formas de los
boggarts llegaron hasta Rhys como un plantío de tallos de maíz entre un cultivo de
champiñones.
Los espeluznantes sonidos del combate cercano lentamente abrumaron el caótico
coro de las cuerdas de los arcos. Rhys oyó elfos llorando de dolor así como lamentos de
boggarts y olió la sangre de los miembros de su Bendita manada mezclándose con el
fétido olor de la bilis boggart. Debía dejar que ellos lucharan por resolverlo. Debía dejar
que los boggarts tuvieran su merecido. Sin embargo esa no era el tipo de experiencia
que el Taercenn Nath había tenido en mente y Rhys lo sabía. Asintió con gravedad para
sus adentros. Allí fue donde entró su impensable plan de respaldo.
Primero tendría que separar a los elfos de los boggarts. Eso sería bastante simple
aunque su manada ardiera de rabia por el insulto, tal vez con razón. Que se lleven el
insulto, pensó Rhys, en lugar de las cicatrices de los dientes de los boggart.
Así que gritó la orden de retirada. Hubo sorpresa e incredulidad en los rostros de
sus cazadores pero todos respondieron con suficiente rapidez. Los que se demoraron
sólo lo hicieron brevemente cuando pudieron ver la flecha que Rhys había preparado.
Tenía otro eje de triglochin pero la punta de la flecha era única. De un naranja-
marrón opaco en color era una cuña translúcida de resina altamente pulida que brillaba
suavemente desde dentro, como un farol moribundo. Incluso los reclutas más nuevos
reconocieron lo que era y supieron que debían ponerse bien a resguardo cuando Rhys
dejara volar esa flecha.
Rhys apuntó la pieza endurecida de savia de tejo hacia el centro de la rebelde
formación boggart. El veneno de tejo era tan raro como mortal y Rhys había sido lo

35
suficientemente afortunado de haber sido aprendiz del único arbóreo tejo todavía vivo.
El veneno de tejo, amplificado por la magia de un sabio tejo, era aún más formidable.
Las palabras susurradas de un hechizo de tejo comenzaron a deslizarse entre los
labios apretados de Rhys cuando el dejó volar la flecha. Todos sus elfos estaban fuera de
peligro, alejados del centro del claro, por lo que en el momento mismo en que la punta
de la flecha de resina tocó el centro del montículo de boggarts Rhys gritó la persuasiva
sílaba definitiva del encantamiento.
La punta cristalizada de flecha se estrelló contra su objetivo liberando una nube
de polvo brillante ámbar que rodeó el centro de la horda boggart. Humo emanó de las
piezas más grandes, extendiéndose sobre la piel de los boggarts como aceite sobre agua.
Mientras Rhys observaba cada boggart que tenía resplandeciente polvo naranja en su
piel o en sus pulmones dejó de respirar. Como si fueran uno dejaron escapar un suspiro
lastimero y cayeron donde estaban, más muertos que piedras.
Los otros cayeron en un pánico renovado. Rhys escuchó por fin el grito "Corran
por sus vidas" cuando la formación boggart se desintegró y todos rompieron filas y
salieron corriendo, huyendo de Rhys, aullando y tropezando entre ellos en dirección al
río.
Rhys puso dos dedos entre sus labios y silbó, la única señal que podría cortar a
través del ruido de la furiosa retirada boggart y fluir a través del bosque hasta los
cavernosos oídos de la ayuda contratada por el elfo. La respuesta a la señal de Rhys fue
abrupta e impresionante, si uno valoraba la fortaleza sobre el estilo, la fuerza bruta sobre
la acción enfocada, y la durabilidad sólida como una roca de un garrote sobre la agudeza
y flexibilidad de un sable.
El más cercano de sus mercenarios, Brion, surgió de debajo de la marga blanda
de un cerro cercano y la turba de boggarts patinó hasta detenerse horrorizada. Dio
marcha atrás, rasguñando y arañando el suelo y unos a otros para permanecer alejados
de los pisotones. Brion, elevándose por encima de ellos, flexionó sus enormes puños,
cada uno lo suficientemente grande como para contener diez boggarts en cada uno. Se
colocó directamente en la ruta de las pequeñas bestias y plantó sus pies. La mayor parte
del cerro permaneció sobre la cabeza y los hombros de Brion como una capa y una
corona de tierra. La figura, que decididamente no era de la realeza, abrió su boca tan
grande que su mandíbula casi tocó su cinturón y rugió.
Los sensibles oídos de Rhys hormiguearon dolorosamente pero el rugido del
gigante hizo mucho más daño que eso. El sonido dobló todo a su paso salvo los árboles
más gruesos y envió una lluvia horizontal de hojas de roble y agujas de pino silbando a
través del claro. Algunos de los boggarts salieron volando por completo de sus pies y
otros rodaron por el piso como erizos deformes.
La corona de la colina se derrumbó, su espesa tierra enriquecida
desmenuzándose de su marco de raíces de árboles y matorrales de zarzas. Sin embargo
todavía fue lo suficientemente sólido como para poner manos en ella y lo
suficientemente sólido como para lanzarla, y el gigante contratado de Rhys no estaba
dispuesto a dejar pasar de largo esa oportunidad.
Brion clavó sus gruesos dedos en la parte inferior de su improvisado mantillo
real, movió las caderas y los hombros, y lo alzó, lanzando el resto en ruinas de la cima
de la colina hacia las boggarts. Aquellos que seguían en pie se dispersaron y algunos de
ellos incluso llegaron a ponerse a salvo. El resto, los que no pudieron correr o no lo
hicieron suficientemente rápido, dejaron escapar una abrasadora cacofonía de lamentos
y chillidos cuando descendió la improvisada avalancha del gigante.
El impacto hizo temblar el suelo. El salto triunfal de Brion hizo temblar el suelo
dos veces más, una vez que sus pies dejaron el suelo del bosque y de nuevo cuando

36
regresaron. El sonido de árboles cayéndose casi se perdió contra el alegre vítor de Brion
pero Rhys escuchó a varios derribándose en el bosque detrás de los gigantes.
Hubo un momento de inquietante calma cuando todo el mundo recuperó su
equilibrio o su audición o evaluó el estado de sus heridas. Rhys hizo una mueca de
disgusto. Sin la colina ocultando sus facciones, el enorme rostro del gigante, lleno de
bultos se reveló. Allí dónde los boggarts eran obscenamente feos los gigantes eran
espectacularmente repulsivos. Afortunadamente los gigantes no eran tan numerosos ni
odiosos. Brion y su hermano Kiel eran los únicos gigantes que Rhys había visto en los
últimos cinco años y había tenido la suerte de que estaban buscando trabajo.
El chillido
de un boggart sonó,
uno grueso con el
temor de ser
aplastado bajo los
pies. Rhys también
escuchó murmullos
de sorpresa y
hoscos susurros de
los elfos en su
manada. Se guardó
este detalle para
más tarde, cuando
Brion

Brazocorpulento
le comentara a su manada del bajo rendimiento global de ese día.
Todavía había docenas de boggarts sueltos en el claro. En la estela del saludo de
Brion se escabulleron de sus escondites y se volvieron a dirigir hacia el río. Algunos
incluso salieron a rastras del gran montículo de tierra y rocas que el gigante había
lanzado contra ellos, cojeando, tambaleándose, pero de alguna manera con vida hasta
que fueron pisoteados por sus compañeros pululando sobre la pila de cadáveres y tierra
en una carrera frenética.
Brion levantó sus dos puños horriblemente callosos en el aire y volviendo a rugir
saltó hacia adelante girando sus largos brazos en círculos amplios. El gigante descargó
sus nudillos y las plantas de los pies sobre los restos de la loma aplastando a esos
boggarts todavía moviéndose por debajo. La enorme criatura, todavía gritando de
alegría, caminó tras los boggarts huyendo, barriendo con sus brazos como mazos
individuales a través de la multitud disminuyendo rápidamente. Recogió un puñado de
las criaturas chillonas y juntó sus palmas en fuertes y húmedos aplausos una y otra vez.
Recogió y aplaudió, recogió y aplaudió, hasta que el estruendo resonó en el bosque
como un trueno en un día despejado.
Rhys vio un trío de boggarts desaparecer sobre una cresta hacia el oeste, donde
él había colocado a Kiel, su segundo gigante contratado. Kiel estaba fuera de vista, algo
que fue parecido a una bendición, pero Rhys lo pudo escuchar claramente yéndose a
trabajar con el mismo entusiasmo que su hermano Brion.
El elfo escuchó los sonidos de la carnicería y sacudió la cabeza con furia. Se
suponía que las cosas no debían pasar así. Se suponía que la matanza en masa de
boggarts era fácil. No se suponía que iba a haber una batalla sino que los boggarts
estarían muertos antes de que supieran que estaban siendo atacados. La lucha cuerpo a

37
cuerpo con boggarts era un trabajo degradante, no apto para uno de los Bendecidos…
pero totalmente adecuado para los gigantes.
Sin embargo Gryffid bien podría haber estado en lo cierto. Con la situación
política siendo lo que era hubiera sido mejor si Rhys y sus elfos hubieran logrado esa
desagradable tarea ellos mismos. Al haber contratado gigantes él había elegido el éxito
de la misión sobre el protocolo y eso le dio a Nath una sólida justificación para
cualquier castigo que el taercenn tuviera a bien imponer. Nadie podía cuestionar el
protocolo, incluso si eso significaba el fracaso de la misión. A los ojos de Nath los
gigantes no estaban en condiciones de trabajar al lado de los Bendecidos.
Rhys no veía cómo podría haber elegido otra cosa. No estaba seguro de su
manada y si la manada había fracasado por su cuenta todos ellos serían castigados,
degradados, tal vez incluso asesinados. Al menos su plan haría que sólo Rhys cargara
con la responsabilidad. Ciertamente había honor en eso, o eso se dijo.
Rhys estaba tan centrado en sus pensamientos que casi fue atropellado por un
boggart volador disparado desde el oeste, donde los rugidos de Kiel continuaron
subrayando su alboroto cada vez más violento. El elfo dio un hábil paso a un lado en el
último momento y el vuelo del boggart terminó con un golpe seco en la base de un
árbol. Rhys volvió a sacudir la cabeza. Cuanto antes termine este negocio sucio, pensó,
antes podré expiar por ello.

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39
Capítulo 4

El cenn de Kinsbaile estaba sentado cómodamente en una oficina amueblada


con buen gusto, entreteniendo a un visitante que ocupaba casi todo el espacio restante
en la habitación. Gaddock Teeg era esbelto para ser un kithkin, y alto… a menudo se
decía fuera del alcance de su oído que debía haber tenido un poco de sangre élfica en su
árbol genealógico. El Cenn Teeg siempre vestía una sencilla túnica y pantalones,
confiado en que la
gran flor de plata
que llevaba fuera
suficiente para
decirle a cualquiera
que ya no lo supiera
que él era el kithkin
más importante en
Gaddock
Teeg
la ciudad.
El cenn de
Kinsbaile estaba
sentado pero inclinó
la cabeza en alto,
mirando por encima
de los bordes de sus
gafas al rojo sabio arbóreo que se alzaba sobre su cabeza. "Sabio Colfenor, debo pedirle
disculpas y preguntarle, ¿es eso prudente? Seguramente usted podría ponerse en
contacto con su protegido y ahorrarnos los riesgos de enviar a este otro fuera tan pronto
después de que la hemos encontrado."
El sabio arbóreo respondió con habitual deliberación, su profunda voz
retumbando. "¿Me acabas de preguntar si mi plan es sabio?" Colfenor el sobrenombre
del Tejo Rojo se explicaba fácilmente. Tenía un temperamento venenoso tan rápido
como cualquier veneno de tejo junto con una lengua muy afilada para una criatura de su
edad. Aunque no había duda de que Colfenor era un antiguo y reverenciado sabio y
guardián de las tradiciones místicas tampoco había duda de que era algo así como un
gruñón.
"Yo... Bueno, sí," respondió Gaddock Teeg. Había sido cenn el tiempo suficiente
como para saber cuando uno podía maniobrar en torno a una pregunta directa y cuando
no tenía sentido evadir una. "¿Lo es?"
"Yo creo que lo es," retumbó Colfenor. "Mi aprendiz no ha estado tan...
disponible como yo requiero. Necesita la citación más urgente que le pueda enviar, un

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mensaje tangible y visceral que no pueda ignorar o posponer. Quiero que la llameante lo
encuentre y lo traiga aquí. ¿Por qué estás cambiando de opinión ahora, Teeg?"
"No lo estoy… Yo sólo preguntaba porque…" Gaddock Teeg suspiró e intentó
otra táctica. "Como usted diga, Sabio Colfenor," dijo dejándose caer en un tono más
formal y asintiendo con la cabeza en un arco inconsciente delante del árbol sensible.
Una gota de sudor resbaló por la frente de Teeg y colgó en la punta de su nariz redonda.
Esa nariz se arrugó. El kithkin estaba claramente nervioso.
Uno de sus colaboradores salvó a Teeg golpeando suavemente y entrando con la
cabeza gacha. Teeg se enderezó y le indicó que se acercara con un dedo torcido. El
joven se puso de puntillas para susurrarle al oído.
El cenn asintió. "Gracias." Despidió al muchacho con un movimiento de la
cabeza y luego se volvió hacia Colfenor. "Están aquí. Justo afuera de lo de Collemina.
Al parecer nuestra amiga llameante es bastante puntual. Fidedigna."
"Nunca dudé de ello," retumbó el tejo rojo con una inclinación de cabeza. "La
fiabilidad es lo más importante para mí." Y señaló con un dedo largo a Teeg. "Usted me
escoltará a su encuentro. Ahora, por favor."
El gran arbóreo estaba bien agachado con el fin de entrevistarse con Teeg, sus
largas piernas dobladas de una forma que ningún kithkin o elfo jamás podría emular.
Con una serie de crujidos y estallidos se estiró a su plena altura de seis metros por
debajo de la bóveda de la cámara de reunión del cenn. Las ramas y el follaje que cubrían
su cabeza, sus hombros y sus brazos añadían otros tres metros. Estos presionaron contra
las claraboyas. Se alzó sobre el kithkin cenn, con sus ramas superiores rascando los
amados frescos del techo de Teeg sin pensarlo, y el cenn pudo ver que la conversación
había terminado. Este se hizo un recordatorio mental para hacer que restauraran los
frescos tan pronto como le fuera posible. Así las cosas guió al gigantesco arbóreo hacia
afuera y en dirección a lo de Collemina.

* * * * *

"Cenizeida, ¿no es así?" dijo el cenn Teeg tendiendo la mano. La llameante la


tomó entre las suyas -el kithkin en su haber, ni se inmutó, ni siquiera cuando las llamas
le lamieron las muñecas- y la sacudió.
"A su servicio," respondió la llameante. "¿Cenn...?"
"Gaddock Teeg," dijo el cenn. "Creo que tú conociste a mi predecesor
Smitsmott, hace más de una década atrás."
"Ha pasado bastante tiempo desde la última vez que vi Kinsbaile, su señoría,"
dijo amablemente Cenizeida. "Puedo ver que el cenn Smitsmott dejó la ciudad en
buenas manos. Y por lo que parece, desde el exterior por lo menos, usted no ha
cambiado mucho la mansión del cenn."
"No, por cierto. El cenn Smitsmott me hizo prometer que no lo hiciera. Juró que
si alguna vez arreglaba demasiado el lugar provocaría un golpe de estado," dijo Teeg.
"Y espero que tengas razón sobre mis buenas manos, aunque en verdad agradezco el
cumplido. Bienvenida de nuevo a Kinsbaile, Peregrina."
"Gracias. No es usual que me manden llamar… y no siempre se me encuentra
cuando estoy libre. Me sorprendió que fuera capaz de llamarme directamente. ¿Cómo
supo que estaría en ese peñasco en ese momento?"
"No lo hice," admitió Teeg. "Recibí ayuda de otro para encontrarte." El rostro de
Teeg se iluminó cuando vislumbró a una kithkin adusta acercándose con un arco atado a
la espalda.

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"Brigid Baeli te presento a Cenizeida la llameante," dijo el cenn. Teeg dio un
paso hacia un lado para permitir que la Heroína de Kinsbaile se inclinara profundamente
ante la llameante. Cenizeida le devolvió el gesto en agradecimiento.
"Por favor,
sólo llámame
Cenizeida," dijo la
llameante inclinando
la cabeza a la kithkin
arquera. "Dudo que
alguien se olvide de lo
que soy, al menos no
en estas partes."
"Brigid es mi
buena mano derecha
alrededor de la
ciudad," dijo el cenn.
"Y es la mejor
guardabosques y
rastreadora que
tenemos. Nadie
conoce el campo
como Brigid. Brigid, Heroína de
Kinsbaile
Te será de gran ayuda en la entrega del mensaje."
"Usualmente no requiero una guía." Dijo Cenizeida educadamente pero con
firmeza. "El camino me conducirá a donde quiera que este mensaje deba ser entregado."
Los ojos del cenn brillaron. "Ah, pero ¿te conducirá a tiempo? Esta misiva tiene
que encontrar su destinatario lo más rápidamente posible. ¿Quién mejor para ayudarte
que la heroína de…?"
"Confía en mí," dijo Brigid Baeli. Sus ojos eran tan severos e inquisitivos como
los del cenn eran abiertos y bovinos. Era evidente que esa mujer no había comprado la
leyenda que había crecido a su alrededor. Ella era una kithkin de aspecto rudo, dura y
pedregosa, y sus brazos eran robustos y desgastados de años de dominar el arco colgado
en su hombro. "Los caminos alrededor de Kinsbaile son diferentes de lo que solían ser."
"¿Y cómo es eso?" preguntó Cenizeida.
"Boggarts, para empezar," dijo la arquera. Mordió pensativamente un pedazo de
larga y ligeramente narcótica triglochin, el mismo material que los elfos utilizaban para
fabricar los ejes de sus proyectiles. "Y los elfos no son mucho mejores si te encuentran
en un lugar en el que ellos piensan que no deberías estar. Te llevas bien con los elfos,
¿verdad?"
"Bastante bien," dijo Cenizeida. La seriedad de Baeli podría ser normal para una
arquera kithkin o podría ser más del mismo prejuicio supersticioso exhibido por la
matrona. Pero el instinto de Cenizeida le dijo que no era nada de esto, que Baeli
simplemente había visto tanto de la vida, heroína o no, que rara vez bromeaba acerca de
cualquier cosa. Cenizeida decidió dejar la pregunta de la arquera en el aire por el
momento y se volvió hacia Teeg. "Disculpe, taer, pero ¿qué es exactamente este
mensaje que necesita ser entregado?"
"Si tu y la Arquera Baeli," dijo el cenn, "serían tan amables de acompañarnos al
Sabio Colfenor y a mi de regreso a mi oficina todo se aclarará."

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Cenizeida asintió y siguió a Gaddock Teeg mientras giraba sobre sus talones y se
dirigía al otro lado de la plaza y a la parte trasera de la mansión del cenn donde
Colfenor estaba parado, majestuoso y distante en toda su estatura. "Sabio Colfenor el
Tejo Rojo, le presento a Cenizeida, una llameante peregrina que se ha comprometido a
ayudarnos en asegurar que su mensaje llegue a su destinatario."
"Espere, ¿y su mensaje?" preguntó Cenizeida. "Usted fue el que me convocó,
Cenn."
"¿Acaso tu no quieres llevar un mensaje para mí?" retumbó el tejo.
"No es eso," objetó la llameante. "Sólo quisiera saber con quién estoy
trabajando. El cenn me llevó a creer…"
"Teeg hizo lo que le pedí," dijo Colfenor. "Lamento que haya sido necesaria esta
leve decepción."
"No hay problema," dijo Cenizeida. "Entonces, ¿quién es el destinatario?"

* * * * *

Las hadas escucharon todas las conversaciones que pudieron. Estaban


especialmente interesadas con lo que pasaba entre el sabio, la peregrina y el orgulloso
político. Entre los tres de ellos la pandilla podría cubrir todo Kinsbaile sin siquiera
esforzarse, y no había ni una sola historia que se perdiera, ni un solo cuento, discusión,
insulto, o dulce declaración de amor que se escapara de su atención. Desde la ventana
de Collemina hasta el santuario interior de Teeg al almacén general de Angus Gabble, la
trama mental de los kithkins ataba a los habitantes de Kinsbaile y hacía que el gozoso
trabajo de recoger material onírico fuera más veloz.
Cenizeida hizo arreglos con el cenn, el sabio, y la arquera. Endry, Veesa y Iliona
se encontraron fuera de la mansión del cenn para asegurarse que Cenizeida no
desapareciera de su vista y la siguieron por deatrás cuando Teeg y la famosa arquera
Brigid Baeli escoltaron a la llameante y al arbóreo de vuelta a la plaza del pueblo. La
pandilla escuchó atentamente las palabras de Colfenor y la respuesta de la llameante.
Tomaron nota de todo lo que se dijo y pasaron inadvertidas incluso para el imponente
arbóreo. No les fue difícil apoyarse en la trama mental del kithkin como excelente
fuente de información y de control: dos de las cosas favoritas de la pandilla Vendilion.
Finalmente las escuchas del trío produjeron algo realmente interesante: el
objetivo de la misiva del arbóreo. Lo que Colfenor quería era simple. Había un elfo, el
estudiante o aprendiz del arbóreo o algo por el estilo. El tejo quería ver a este elfo, a este
Rhys, pero el elfo había estado cazando durante algún tiempo y no estaba respondiendo
a la llamada de Colfenor. La llameante encontraría al elfo y lo traería de vuelta allí para
reunirse con el sabio y la arquera de cara agria la acompañaría.
El arbóreo fue muy claro acerca de la urgencia de la convocatoria pero la
llameante nunca hizo la obvia pregunta de ¿por qué simplemente el arbóreo no buscaba
al elfo por su propia cuenta? Era obvio que ella era una buena mensajera,
suficientemente experimentada para saber cuándo no ser curiosa. O tal vez sólo
necesitaba el hilo y no quería correr el riesgo de perder el trabajo al insistir como un
kithkin alcahuete. Veesa casi fue corriendo a preguntarle a Colfenor pero
afortunadamente Iliona detuvo a tiempo a su impetuosa hermana.
Las hadas se marcharon de la plaza del pueblo cuando el cenn y Cenizeida
comenzaron a discutir el pago. Habían reunido suficiente información para hacer que
valiera la pena compartirla, especialmente la parte sobre Colfenor y el elfo. Lo único
que tendrían que hacer sería encontrar un lugar para pasar la información a la que la
había exigido.

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El trío, una vez que estuvo fuera de la aldea, rompió en una esplendorosa
tormenta de risas y risitas mientras corrían a su destino. Momentos más tarde las tres
estaban reunidas en un pequeño anillo de moteadas setas blancas creciendo a lo largo de
la franja occidental de la aldea. Flotaron, cerrando reverentemente sus ojos mientras su
feliz canción gorjeante se fue extinguiendo.
Los kithkin los llamaban anillos de hadas y creían que las hadas creaban los
círculos de hongos cuando nadie estaba mirando. La pandilla Vendilion, y de hecho
todas las demás pandillas, también les llaman anillos de hadas, pero no por la misma
razón que los kithkin. Las hadas los llamaban por ese nombre porque los usaban para
viajar desde y hacia el valle en el que se escondía el ser que, para ellas, era su diosa,
maestra, reina, y madre, todo en el mismo paquete.
"Oona," pensó cada una de ellas en silencio, el nombre de su reina haciendo eco
en cada una de sus cabezas. "Madre de Todas Nosotras. Reina de las Hadas."
A Oona no le tomó ningún tiempo notarlas y el trío se inclinó muy junto,
tocándose sus frentes en el centro del anillo de hadas. Sus alas zumbaron con
entusiasmo y el brillante polvo formó un remolino a su alrededor.
Unos instantes después ya no estaban.

44
Capítulo 5

45
Con los esfuerzos combinados de dos gigantes dedicados a la tarea de
destrucción total, boggarts y pedazos inquietantes de boggarts volaron por el aire con
una regularidad alarmante y desordenada. Rhys esquivó otro bulto arrugado y correoso,
gritando, colgó su arco y desenvainó la espada. El boggart sobrevivió al impacto pero su
espalda quedó claramente rota. Rhys lo despachó con un golpe de su espada y siguió
adelante, resignado a la indigna y espantosa tarea de limpieza en que se había
convertido su emboscada cuidadosamente planeada.
La limpieza de lo que dejaron los gigantes fue horrible pero mejor que las otras
alternativas, como algunos boggarts escapando o llegando a Kinsbaile, o peor aún
infligiendo lesiones graves a los cazadores. Pero eso igual no iba a lucir bien. Rhys
esperó que en el balance final por lo menos consiguiera el crédito por la eliminación de
esta peligrosa pandilla de carroñeros, aunque hubiera sido un asunto descuidado y mal
ejecutado.
Otro boggart corrió gritando a través del claro, su brazo izquierdo un muñón
irregular. Tropezó y para cuando su cuerpo golpeó el suelo la criatura ya no tuvo fuerzas
para levantarse. Rhys lo acabó con una mueca de disgusto. La sangre fresca salpicó
sobre su otrora glorioso manto de cazador ya saturado del líquido derramado. El manto
tendría que, por supuesto, ser quemado y sustituido con un gran costo personal. Otro
miserable trozo de deshonra para cualquier daen, doblemente para Rhys que
actualmente llevaba su tercera prenda.
El gritón moribundo sólo había sido el primero de una multitud maloliente y
aterrorizada de sus condenados parientes. Por el mismo camino empapado de sangre, un
nuevo boggart, sorprendentemente intacto cargó desesperadamente a Rhys desde los
bosques liderando a una pequeña banda de sus parientes aún irritados. Antes de que la
criatura llegara a tres metros del líder de la manada una flecha de plata apareció en el
centro de su pecho. El impulso de la flecha y un poco de magia de alteración de masa
hizo volar al pequeño horror chillando hacia atrás contra sus seguidores y todo el grupo
cayó en un montón, todos menos un desapacible boggart en la retaguardia. Este saltó
una vez salvajemente sobre sus amigos como un kithkin pendenciero y luego hacia la
garganta de Rhys, chorreando sangre de una herida en el pecho abierto que
probablemente había destrozado un pulmón a juzgar por los sonidos de asfixia que
interrumpieron sus jadeantes gritos de furia.
Una segunda flecha pasó volando sobre el hombro del líder de la manada y
golpeó profundamente en el cuello del boggart aullando, liberándolo inmediatamente de
la necesidad de volver a respirar.
Rhys se encargó rápidamente de los aturdidos sobrevivientes de la carga
desesperada de los boggarts con su espada y daga. No fueron gran problema aunque una
hembra corpulenta con ropas inusuales (inusuales para un boggart, al menos) intentó
realizar alguna magia boggart de pantano. El creciente resplandor rojo en los ojos de la
hembra fue fácilmente apagado con un golpe de su espada. Y con eso cualquier cosa
que se pareció a un contraataque boggart hubo terminado.

46
La victoria llenó de disgusto a Rhys: disgusto consigo mismo, con su situación y
con sus cazadores. El sentimiento fue brevemente abrumador pero un momento después
su entrenamiento lo hizo volver a sus cabales y le exigió que mantuviera la disciplina en
su manada. Rhys sabía exactamente quién había disparado esos tiros derrochadores y
poco elegantes sobre la turba boggart así que se dio la vuelta al par de elfos acercándose
desde el sur.
Estos dos eran recién llegados a la manada de Rhys. Cada uno traía expresiones
de alivio de que Rhys seguramente tuviera mezcladas sensaciones de placer y orgullo
sobre su sangriento trabajo pero sus rostros cayeron bajo su afilada y severa mirada
cuando se dieron cuenta que no era tan así. "¿Y bien?" Dijo él con calma pero sin
dirigirse específicamente a uno u otro.
"¿Y bien qué?" repitió Tiristan como un loro. La cazadora femenina colocó otra
flecha y examinó la línea de los árboles mientras habló. "Acabamos de salvar su vida.
Taer."
Grath, su silenciosa contraparte masculina, asintió en acuerdo mientras él,
también, deslizó otra flecha en su lugar.
"Uno de ustedes hizo un tiro apenas digno de un niño kithkin, por no hablar de
un cazador. Su flecha se clavó en su esternón y lo golpeó hacia atrás. Bien podrían
haber lanzado una piedra. Su proyectil debería haber pasado directamente a través de su
caja torácica y a través de todos los boggarts detrás de él."
"Y tú," gruño Rhys a Grath "te arriesgaste innecesariamente por el bien del
drama. Si yo hubiera tratado de esquivar al boggart o sacar mi arma... si me hubiera
movido en absoluto, tu flecha me hubiera golpeado a mi en lugar de al objetivo.
Inaceptable. Sólo apunten a su objetivo designado o no apunten a nada. No puede haber
grietas en el rostro de la perfección."
La pareja puso visiblemente mala cara pero contuvo sus lenguas. Rhys dejó que
su mirada resbalara en una mueca y habló con un toque de verdadera amenaza.
"Hablaremos más de esto a nuestro regreso. Ahora vayan a trabajar. Ayuden a los
gigantes a terminar este desastre. Hasta que dominen la disciplina con su arco esa es la
única tarea para la que los dos están capacitados." Dijo enderezándose y asintiendo.
Tiristan y Grath hicieron lo mismo, casi al mismo tiempo, aunque no se enderezaron
tanto ni asintieron tan bruscamente.
Mientras los dos hoscos arqueros cruzaron el claro hacia el sonido de la
mutilación de los gigantes otro elfo salió de la línea de árboles. Era alto y apuesto, un
estudio en la elegante belleza élfica, y llevaba una sonrisa de confianza.
"Ellos no fueron los que dispararon temprano y ahora están limpiando. Es poco
probable que haya un fin ordenado para una pelea como esta," dijo el recién llegado.
Gryffid, ante el ceño fruncido del daen, saludó con rigidez y añadió, "¡Taer!" Era el
segundo al mando de Rhys y ningún tonto. También era un amigo, aunque uno que no le
hubiera perdonado la ira de su superior por no haber prestado atención.
"Dispararon mal en medio de una emboscada que salió mal," respondió Rhys. "Y
me sonrieron como si yo hubiera tenido que agradecerles por ello."
Gryffid se acercó y echó un vistazo al sendero de cadáveres aplastados que
Brion había dejado en su estela. "¿Quieres que yo los discipline más, taer?"
"¿Tu llamas a eso disciplina? Apenas les regañé."
Gryffid, con sus ojos hacia abajo, dijo, "¿Permiso para hablar libremente?
¿Taer?" Y sonriendo con aire de culpabilidad agregó, "¿Rhys?"
"Concedido," dijo Rhys con creciente irritación. "Pero Gryff, por el amor del
pantano se breve. Tengo un fiasco que limpiar y no estoy…"

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"Eso es lo que quería decir, mi amigo. Traer gigantes a esto fue un error. Retirar
a la manada para dejar que los gigantes trabajaran fue un error. ¿Usar veneno de tejo?
Craso error. A Nath no le va a gustar." Gryffid se inclinó ligeramente cuando otro
boggart voló por delante de ellos y cayó con un crujido contra el tronco de un árbol.
"Incluso si fue eficaz."
"Yo soy un líder de manada de Hojas Doradas," respondió Rhys. "El Taercenn
Nath comanda muchas manadas a la vez pero ésta es mía. Durante el tiempo que tenga
mi rango y el respeto de mi manada es mía."
"Tú eres un Impecable," dijo Gryffid estando de acuerdo. "Pero Nath es un
Exquisito. No te engañes a ti mismo: él sólo manda a tu espada. Puede que la manada
sea tuya pero también es de él. Los errores... me temo que son tuyos."
"No es algo de lo que esté orgulloso pero era necesario," dijo Rhys. "Sabes tan
bien como yo que últimamente algo le está pasando a los boggarts. Yo elegí asegurar el
éxito de este esfuerzo y he hecho lo que Nath quería que fuera hecho. Lo que él ordenó
está hecho."
"Pero no como Nath quería que se hiciera."
"Nath no estuvo aquí." Dijo Rhys sacudiendo la cabeza con furia. "Y él es mi
superior en la manada, no mi maestro. Yo tuve un maestro durante muchos años pero
ahora estoy por mi propia cuenta."
Gryffid frunció el ceño. "Rhys, tu sabio arbóreo no es Nath. Me preocupa
cuando hablas así. Cada arbóreo que citas y gigante que contratas le dice a Nath que no
estás capacitado para su servicio. Cuando Nath ve esto… cuando todos vemos esto, nos
preguntamos por qué tú cazas con nosotros en absoluto. ¿Por qué alguien tan digno y de
elite tan privilegiada se digna a perseguir boggarts en la sangre y el barro junto a
humildes soldados?"
Rhys miró a su amigo. "¿Has terminado?"
"Casi. Alguien tiene que decir esto, mi amigo, y decirlo con toda claridad.
Quizás tú no puedas llamar maestro a Nath pero eres un miembro de su manada. Él
tiene poder de vida y muerte sobre ti así que debes seguir sus órdenes... y honrar sus
intenciones."
"Mientras siga mi propia iniciativa," respondió Rhys. "Siempre."
"Más tonterías arbóreas," dijo Gryffid secamente. "Mi daen, incluso las
enseñanzas de un sabio están subordinadas a la disciplina de la manada."
Rhys se apartó bruscamente hacia atrás ante su segundo. "¿Es esto una
advertencia amistosa o una amenaza amistosa?"
Gryffid bajó los ojos y no dijo nada.
"Gracias por tu opinión y tu consejo," dijo Rhys, "pero voy a seguir comandando
a mi manada a mi forma. Deja que Nath levante sus objeciones. Yo las responderé."
Rhys se sacudió las manos de polvo. "Ahora bien. Tengo una orden que hacer cumplir,
disciplina que impartir, y perfección que preservar. A menos que sientas una necesidad
de seguir hundiéndome aún más me gustaría seguir adelante con ello."
Gryffid enderezó su cuerpo esbelto y hundió dos pies con pezuñas en la tierra.
"Mi daen," dijo con seriedad y esta vez sonó como si lo hubiera dicho en serio.
"Muy bien," dijo Rhys. "Ahora tus órdenes. Elige tres cazadores. Llévate uno
contigo. Envía al otro par en la dirección opuesta. Marcharán por el perímetro de esta
zona de caza. Cualquier rezagado o sobreviviente que los gigantes hayan dejado escapar
debe ser exterminado. Si ves al joven Yelm envíalo inmediatamente a mí. Yo me
encargaré de él."
Gryffid se tocó con dos dedos su cuerno derecho a modo de saludo, giró en una
pata, y se marchó para cumplir sus órdenes sin decir nada más.

48
Rhys dejó que un pequeño suspiro agrietara su fachada seria. Él y Gryffid habían
sido compañeros durante mucho tiempo y él fácilmente podría haber sido el segundo de
Gryffid al mando de la cuarta manada de caza. Pero la rivalidad entre los militares y las
facciones espirituales de la nación elfa parecían finalmente haber llegado a las manadas
individuales de caza. Gryffid no había sido elegido por su aprendizaje con un mentor
arbóreo y estaba expresando cada vez más la necesidad de que los elfos y arbóreos
mantuvieran su distancia. Rhys se lamentó de que la opinión de Gryffid, ya sea
motivada por el resentimiento, la política, o la verdadera preocupación por el futuro de
la Nación Bendecida, fuera inevitablemente a arruinar su habilidad para funcionar en la
misma manada.
La amargura de Gryffid fue desafortunada pero Rhys encontró que lo que
realmente le preocupó estaba aterrorizado en cuclillas encima de una gruesa rama
nudosa, a seis metros del suelo y unos setenta metros al este de la posición inicial del
daen en la emboscada, la ubicación exacta desde la que había volado esa primer flecha
antes de que se hubiera dado la señal, provocando la masacre innecesariamente caótica.
"Mi daen," logró decir Yelm. Rhys quedó ligeramente impresionado. Por la
mirada en el rostro del pálido joven era notable que Yelm pudiera hablar en absoluto.
Tal vez fue un testimonio de disciplina a fuera cual fuera la escasa formación que el
joven cazador había sido capaz de aferrarse antes de ganarse un lugar dentro de la
manada o tal vez un indicio del potencial futuro del joven. En ese momento ninguno de
esos aspectos positivos fueron suficientes para evitar la ira de Rhys.
"Cazador Yelm," dijo Rhys deteniéndose y gesticulando al joven. "Baje aquí."
"Sí, taer," respondió Yelm inmediatamente con el honorífico apropiado. Brincó
desde su posición encaramada y con gracia llegó al suelo del bosque sembrado de
carnicería en varios saltos ágiles. Con un paso más rápido se paró frente a Rhys en señal
de atención. Sólo un leve temblor en los dedos y su cuerno derecho torcido traicionaron
el nerviosismo del joven cazador, pero en un cazador de manada aquello era un signo
evidente de miedo.
"Usted disparó antes de que fuera dada la señal," dijo el daen. "¿Por qué?"
"Escuché un sonido," dijo Yelm, "un crujido, y vi movimiento. Yo… yo pensé
que de alguna manera me había perdido la señal. Teníamos que sincronizar las cosas de
manera tan precisa, taer, y yo quería seguir sus órdenes al pie de la letra. Y entonces
disparé." Honesto hasta el punto y un poco defensivo. El joven Yelm era natural.
Nuevamente Rhys sintió su cólera atenuada por un sentido de orgullo en este
subordinado quien, aunque claramente ansioso, no trató de evadir su propia
culpabilidad.
Pero esto no templó mucho su ira.
"Y debido a que usted disparó," dijo Rhys con una calma forzada, "pasamos de
un exterminio organizado a este…"
"¡Daen Rhys de la Cuarta Manada de Hojas Doradas!" gritó una voz fuerte y
aguda. Fue la última voz que Rhys esperó o quiso escuchar en ese momento. El daen
saltó un poco, una vergonzosa pérdida de compostura ante un subordinado, o más bien
habría sido si la voz del comandante supremo de los Hojas Doradas, Taercenn Nath, no
hubiera causado que el joven Yelm chillara en voz alta.

49
"¿Qué significa todo esto?" Preguntó el Taercenn Nath dando fuertes pisadas a
través del campo de batalla lleno de boggarts con sus fieros ojos clavados en el daen.
Por el sonido de la
misma el taercenn
Nath había estado
observando y
escuchando desde
hacía algún tiempo.
Nath era más alto
que Rhys, más alto
que cualquier elfo
que Rhys conocía, y
llevaba una
armadura de malla
brillante tejida de
rara corteza de
maderaplateada. Sus
cuernos eran
inmensos y
magníficos, gruesos, fuertes y afilados, y caminaba con la autoridad de quien podría
ordenar la muerte de cualquier criatura con la que se topara con una sola palabra y sin
pesar. Nath, de los Hojas Doradas
"Mi taercenn, estoy ejecutando el deber que usted me asignó," contestó Rhys sin
hacer contacto visual. "Parece que no he entendido bien su intención." Había esperado
críticas por la contratación de los gigantes, incluso había esperado reprimendas por
permitir al joven Yelm activar el plan secundario… pero nunca había esperado que Nath
fuera a pararse delante de él con verdadero asesinato en sus ojos.
"En breve discutiremos sus fracasos en más detalle," dijo Nath rechazando la
defensa de Rhys con un gesto de su mano mientras sacó su espada con la otra. El
taercenn dio un paso atrás, levantó su arma, y la hundió profundamente en el cráneo de
Yelm entre sus ojos causando la instantánea muerte del joven.
Rhys no pudo detener una tos corta de sorpresa y oposición. Yelm era de la
manada Cicuta y por lo tanto sólo podía morir a manos de Rhys si él decidía que era
necesario matarlo. Al ver la chispa de la vida abandonando abruptamente los ojos del
joven cazador Rhys se dio cuenta de que ya había decidido que no habría sido necesario.
El taercenn Nath retiró su espada, la limpió en la túnica de Yelm antes de que el
cuerpo del joven pudiera derrumbarse, y luego se volvió hacia Rhys.
"Taercenn, eso era…"
"Eso fue disciplina, cazador," dijo Nath. "Disciplina de manada. Disciplina
élfica. Disciplina de Hojas Doradas. Debería intentarla alguna vez." Dijo moviendo la
cabeza bruscamente. "Concluya cualquier negocio que tenga con sus matones a sueldo y
envíelos tan lejos de aquí lo más rápido que puedan irse. No deseo volver a verlos.
Después de que haya hecho esto vuelva a mi campamento y espéreme allí." Nath se
irguió y su voz retumbó.
"Me estoy haciendo cargo aquí. A partir de este momento usted está
formalmente y oficialmente relevado del mando."

* * * * *

50
Brion estaba parado al lado de una colina rocosa, hasta las pantorrillas en un
montículo de boggarts quebrados. Su hermano Kiel estaba sentado cerca, sus apagados
rasgos fijos y sus ojos desenfocados mientras dejaba escurrir ausentemente tierra y
piedras a través de sus enormes dedos.
En este relativo estado de calma Rhys se armó de valor antes de darle un buen
vistazo a sus mercenarios, si tal palabra de diminutiva resonancia podría ser aplicada a
este tipo de criaturas de gran tamaño. Habían afirmado ser hermanos pero más allá de su
enorme tamaño parecían tener muy poco en común.
Brion era por lo menos de doce metros de altura pero su contextura era ancha y
redonda como una gran colina vacilante. Su cabeza era tan calva como un huevo y su
coronilla descendía hasta una enorme frente curva que proyectaba sombras sobre sus
ojos hundidos. La nariz de Brion era ancha y bulbosa. Su gruesa mandíbula cuadrada
estaba torcida por una submordida que hacía sobreponer una fila de dientes similares a
colmillos sobre su labio superior como una valla mal distribuida. Los lóbulos de las
orejas de Brion eran largos y caídos y meneaban cada vez que movía la cabeza, sus
extremos aleteando por debajo de la barbilla. Su torso era redondo y gordo como el de
un bebé pero sus brazos y piernas eran gruesos con músculos nudosos. Vestía una
camisa cosida toscamente hecha de alguna piel de animal de color verdoso y tenía una
cicatriz distintiva a lo lardo de la garganta donde, le había dicho a Rhys a modo de
introducción, su hermano Kiel había intentado arrancársela cuando los dos no eran más
altos que cérvidos.
La altura de Kiel igualaba a la de su hermano pero su forma era completamente
diferente. Era ancho de hombros, incluso más que Brion, pero la parte superior del
cuerpo hinchado de músculos descendía en forma cónica hasta una cintura estrecha
encima de un par de piernas atrofiadas que parecían más adecuadas a un kithkin que a
un gigante. Allí dónde Brion era casi proporcional de pies a cabeza por lo menos dos
tercios de la longitud del cuerpo de Kiel era su torso. Los largos brazos de Kiel
colgaban rectamente hasta el suelo y los callos en el dorso de sus nudillos se habían
endurecido y pulido suavemente por años de ser arrastrados detrás de su dueño.
La cabeza de Kiel era larga, casi rectangular, y llegaba a un punto redondeado
tanto en la coronilla como en la barbilla. Su rostro era estrecho, los rasgos apretados
juntamente cerca de su centro, y sus diminutas orejas redondas se destacaban casi
perpendiculares a su cráneo. Kiel era calvo, pero lucía un conjunto de largas barbas
blancas de chivo que se extendía hasta el suelo. El final de su barba era una enredada
masa de tierra, rocas, sangre, y ramas de árboles.
Rhys se acercó a Brion que se encargaba de todas las negociaciones. Brion podía
encadenar palabras en oraciones bastante fiables pero Kiel hasta ahora no había dicho
nada más coherente que un gruñido. El elfo silbó en voz alta mientras se acercó y el
bruto de doce metros miró con una sonrisa burlona. Entonces vio a Rhys y dio una risita
con una boca llena de dientes torcidos y rotos.
Rhys extendió rollos gemelos de hilo de oro. "El trabajo está hecho. Aquí está su
pago."
Brion miró a la relativamente pequeña mano del elfo. "No está hecho, jefe," dijo
el gigante. "Todavía no."
Rhys habló con toda la calma que pudo. "El trabajo está hecho," volvió a decir.
La proximidad de los puños ensangrentados del gigante cuando Brion se agachó sobre
una rodilla para hablar con él fue preocupante pero la nube de halitosis de tamaño
gigante proviniendo de Brion y su silencioso hermano fue francamente dolorosa.

51
"Todavía hay boggarts sueltos, jefe," dijo Brion y se rascó pensativamente la
parte posterior de su cráneo abovedado. "Sin embargo nos tomará más de unos pocos
días pisotearlos a todos."
"Eso no será necesario. Los Hojas Doradas se encargarán de aquí en más de las
cosas."
Brion negó con la cabeza. "No es bueno. Teníamos un trato."
"Y yo lo estoy honrando." Respondió Rhys extendiendo el hilo una vez más.
"Tomen esto y váyanse. Yo no tengo tiempo para discutir y ustedes tienen que seguir su
camino. Ahora."
Brion se reclinó hacia atrás y se sentó, su pesado cuerpo hundiéndose en el
suelo. "Si no hacemos el trabajo, no conseguimos el hilo. Ese es el trato."
"Les estoy liberando del trato."
"No puede. Un trato es un trato, jefe, no nos engañemos, y el trato no está hecho.
Aún más boggarts."
"Escúchame." La voz de Rhys fue fría y nivelada. "Yo les contraté. Yo soy el
jefe. Yo defino el… yo les digo qué hacer, ¿me oyes? El jefe les está diciendo que
tomen su dinero y se vayan. Aquí ya no hay trabajo para ustedes."
"No podemos tomar el hilo si no hacemos el trabajo," se opuso el gigante. "No
necesitamos la caridad elfo. Tenemos orgullo."
"Está bien." Rhys metió el hilo de oro de nuevo en su mochila. "No lo tomen.
Igual tienen que seguir adelante."
"Pero tú nos debes," dijo Brion. "Nosotros hemos ayudado a combatir los
boggarts."
"Y tú no me dejas pagar por ello. ¿Ese es mi problema?"
"Olvidemos el dinero," dijo Brion. El gigante tuvo un destello de idea en sus
enormes ojos que a Rhys no le gustó en absoluto. "Llamémoslo un favor lo que hicimos
por ti."
"Un favor."
"Y no un trabajo."
"Correcto," dijo Rhys asintiendo impacientemente.
"Y a cambio... en lugar de dinero, lo que no podemos tomar ya que no hicimos el
trabajo, que era realmente un favor de todos modos... puedes hacernos un favor a
nosotros."
Rhys parpadeó y asintió. "Yo... Claro. Eso funciona. ¿Tienen ustedes algo en
mente?"
"Mensaje," dijo Kiel hablando por fin.
"En un minuto, Kiel," dijo Brion y luego respondió al elfo. "Nos gusta aquí.
Quizás nos quedemos en Kinsbaile. Buenos cocineros, los kithkin. Buena cerveza.
Buenas historias. Kiel y yo, hacemos un par de trabajos, algunos hilos, escuchamos
algunas historias. Luego las llevamos a casa a nuestra hermana."
"Todo eso es muy interesante. Me estabas contando sobre el favor que desean."
"Te lo estoy diciendo, sí. Calla y déjame decírtelo." Brion hizo una pausa,
visiblemente tratando de recordar dónde había dejado. Entonces su rostro se iluminó.
"Recogemos hilos para nosotros e historias para nuestra hermana. Se acerca su
cumpleaños. Nosotros no podemos seguir recogiendo historias y entregar las historias a
tiempo. Tu haces la entrega por nosotros, ¿eh?"
"Mensaje," dijo Kiel de nuevo. Su enorme pecho se expandió y exhaló con
fuerza.
"Kiel también tiene un mensaje de cumpleaños para nuestra hermana. Tu
entregas eso como parte del nuevo trato, ¿de acuerdo?"

52
"Mi amigo, yo no entrego mensajes." Dijo Rhys.
"Busca mensajero para nosotros. Nosotros estamos ocupados, ¿sabes? Tú
consigues mensajero para llevar historias y mensaje a nuestra hermana." Se limpió las
manos en el trapo sucio que se extendía a través de su pecho. "Entonces estamos de
acuerdo, favores pagados."
"Puedo hacer arreglos para que entreguen su mensaje," dijo Rhys lentamente con
una certeza cada vez mayor de que de alguna manera había sido engañado pero no en un
sentido que él aún pudiera comprender. La sensación fue inquietante. "Pero no de
inmediato. Tengo otros asuntos que atender."
"Sólo queremos que se haga antes del espectáculo del gran cielo," dijo Brion.
"De lo contrario nos perderemos su cumpleaños. Y eso sería malo." Brion se estremeció
y Kiel asintió con tanto vigor que la barba arrastró una nube de polvo.
"Muy, muy malo," dijo Kiel.
Brion extendió su dedo pulgar y quitó un solo hilo mugriento. Rhys vio una
mota de oro debajo de la pátina de suciedad. Brion sostuvo el hilo con cautela y dijo:
"Aquí. Para pagar al mensajero."
Rhys sacudió la cabeza y Brion se encogió de hombros. Forzó la vista de un ojo
y enrolló cuidadosamente el hilo de vuelta alrededor de su dedo.
"Cuentos," dijo Rhys.
"Claro, cuentos," retumbó Brion con una inclinación de cabeza hacia su
hermano. "Kiel quiere cuentos, cuentos para nuestra hermana. Así que nos quedaremos
cerca de Kinsbaile por un tiempo. Tal vez podamos escuchar las historias de su
festival."
Kiel volvió a hablar. "Cuentos. Mensaje. Elfo."
"Cuentos y un mensaje," dijo Rhys. "Bien. ¿Cuál es el mensaje? ¿Cuál es el
nombre de su hermana? ¿Y dónde puedo encontrarla?"
"Kiel te dará el mensaje, elfo," dijo Brion con un toque de amenaza o tal vez
tenía una pierna de boggart atascada en su garganta.
"Entiendo," dijo Rhys pero sinceramente no lo hizo.
Después de un momento Kiel se puso en pie con un gruñido y una cascada de
chasquidos y crujidos sonando a través de sus sobredimensionados huesos. "Mensaje,"
dijo Kiel y levantó un puño en el aire. La enorme mano del gigante borró el sol y
proyectó una sombra sobre Rhys pero él no se movió ni un centímetro.
Kiel cruzó su otro brazo sobre el pecho y sacó un pequeño pergamino de cuero
seco de la piel similar a musgo que bordeaba su axila. Tendió el pergamino
delicadamente entre su dedo cubierto de sangre y su pulgar y lo dejó caer en las manos
abiertas de Rhys. "Mensaje," repitió Kiel. "Cuentos. Rosheen."
"Mensaje," murmuró Rhys con una inclinación de cabeza metiendo el rollo de
pergamino maloliente en el costado de su bota. "Rosheen." El pergamino se estremeció
con la magia cuando tocó sus dedos, aparentemente Brion o quizás Kiel sabían un
hechizo de encogimiento. Eso tenía sentido para cualquier gigante que alguna vez
planeara hacer negocios con alguien del tamaño de Rhys. Desafortunadamente el
pergamino anteriormente enorme había sido mal curado aunque supuso que había cosas
peores que oler la axila de un gigante. Si ese olor se combinaba con la piel medio
podrida de una arbomandra significaba que uno se estaba dirigiendo hacia territorio
letal. Si algo era seguro era que pocos depredadores se sentirían obligados a encontrar
su rastro en su camino de vuelta al campamento. Cualquiera que lo intentara
probablemente quedaría ciego.
Tal vez esta Rosheen lo encontraría, siguiendo el invisible rastro de olor acre.

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Rosheen. El elfo ladeó un cuerno por la curiosidad. "Esperen... ¿Me están
diciendo que su hermana es Rosheen Meanderer?"
Brion asintió y Kiel golpeó el suelo.
"Ella habla," dijo Kiel.
"Todo el tiempo," agregó Brion. "No será difícil encontrarla, sólo haz esto." Y
ahuecó una sucia zarpa alrededor de su oreja alargada. "Sigue el sonido de las palabras
de Rosheen."
"Le pasaré esa información al mensajero," dijo Rhys secamente. "¿Pueden
también decirme por dónde empezar? Rosheen no ha sido vista por aquí en mucho
tiempo. ¿Dónde se supone que vaya a encontrarla?"
"No," dijo Brion alegremente. "Tú solo la encontrarás. A nosotros siempre nos
ha resultado así."
"Entonces, ¿cómo pueden estar seguros de que les he devuelto el favor? Si no
puedo encontrarla, no puedo…"
"La encontrarás. Kiel dijo que vas a entregar este mensaje, así que eso significa
que lo harás."
"¿En serio?" dijo Rhys con una ceja arqueada. "¿Eso es una amenaza, Brion, o
Kiel es un especie de oráculo ogro?"
"No sé a lo que te refieres pero los elfos son siempre demasiado inteligentes para
su propio bien," dijo Brion. "Es simple. Kiel dijo que lo vas a hacer, por lo que lo vas a
hacer. Él sabe. Al igual que ustedes elfos saben que las hojas están a punto de cambiar.
Él sabe mucho pero no dice todo lo que sabe. Fue él quien me dijo que ese pequeño elfo
desencadenaría tu ataque antes de tiempo. Probablemente debería haberte avisado de
eso, supongo, pero nosotros nos estábamos aburriendo cada vez más."
"¿Qué?" dijo Rhys pero forzó a su temperamento a permanecer bajo control.
Aunque Brion le hubiera informado de la predicción de Kiel el entonces daen se habría
reído de ello como si fuera una locura.
Brion siguió adelante ignorando al elfo. "También predijo que yo usaría una
colina de sombrero. Sé que no te perdiste esa belleza. Y me dijo que volverías
avergonzado a tu gran jefe."
"Si sabía todo eso...." dijo Rhys incapaz de seguir conteniéndose pero sin querer
entrar en una discusión con los gigantes. Tales argumentos se volvían rápidamente
violentos y Rhys era demasiado pragmático para pensar que tenía una oportunidad
contra dos gigantes. "Bueno no importa," concluyó. "Él sólo… él sólo debería
habérmelo mencionado algo antes," dijo.
"Oh no," respondió Brion con seriedad. "Está bien así. Lo mejor de que Kiel
sepa cosas es que él no va por ahí cacareando al respecto." Brion dio un manotazo a la
espalda de su hermano y Kiel emitió otro gruñido ininteligible. "Nos quedaremos cerca
de Kinsbaile, elfo. Tú ve a hacernos este favor y estaremos a mano."
Y diciendo eso Brion puso una mano callosa sobre el hombro de su hermano,
enfocando a Kiel en la dirección correcta, y los dos se marcharon retumbando hacia la
carretera que corría a lo largo de la orilla del río dirigiéndose a Kinsbaile.
El sendero de Rhys le llevó en la dirección opuesta, alrededor de los restos
tiznados del campo de batalla. Nath debía haberle ordenado a su manada que incendiara
el claro en su camino de vuelta al campamento y toda la zona se estaba convirtiendo en
una franja ennegrecida de huesos carbonizados y tierra humeante. Rhys siguió adelante,
caminando por un sendero de caza frecuentemente utilizado que se adentraba en un
típico bosque de pinos maderaplateada y subiendo por un camino sin marcar a través del
dosel del bosque hasta un refugio temporal que albergaba al taercenn de los Hojas
Doradas y su personal.

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Además de su fracaso y despido, deshonras gemelas que casi no podía concebir
pero que ya habían sucedido, Rhys iba a llegar tarde. La negociación con los gigantes
había tomado demasiado tiempo. Tarde, y oliendo a... Buscó el pergamino en la parte
trasera de su cinturón con la intención de deshacerse de el pero algo lo detuvo.
Se decía que Rosheen Meanderer hacía predicciones y si Brion y Kiel eran sus
hermanos tal vez esa habilidad corría en la sangre de la familia. El talento de Kiel
podría ser legítimo. Colfenor hacía regularmente predicciones que se hacían realidad…
siempre eran crípticas y opacas hasta que era demasiado tarde para que ellas sirvieran
para algo pero, no obstante, eran predicciones exactas.
Rhys enderezó sus hombros evitando el contacto visual con los últimos elfos
rezagados caminando a través de los cuerpos ensangrentados. Ellos le ignoraron a
cambio mientras marchaban mecánicamente por el bosque, las espadas desenvainadas,
listos para terminar con cualquier boggart que hubiera sobrevivido al veneno y los
gigantes.
Rhys supuso que no encontrarían ninguno pero la formalidad era necesaria.
Como sería la formalidad mucho más dolorosa de cualquier castigo que el Taercenn
Nath tuviera reservado para él.

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Capítulo 6

Rhys se alzó libremente de su silla de montar cuando su montura brincó sobre


una roca cubierta de musgo. En ese momento de vuelo ingrávido el elfo caído en
desgracia se olvidó de su degradación y su fracaso. El sólo era un simple cazador y esta
era la persecución. Teniendo en cuenta los castigos, pensó, éste no era tan malo. Aún.
Al otro lado de la roca erosionada el cérvido quebró un tronco podrido y
convirtió un próspero hormiguero desprevenido en mantillo debajo de sus cascos. Rhys
no sintió ningún impacto notable y sólo tuvo que inclinarse ligeramente hacia adelante
para instar a su montura a todo galope. De todos los tesoros que la Nación Bendecida
había arrancado de la naturaleza de Lorwyn los cérvidos eran el más magnífico. Eran
esbeltos y elegantes, con extremidades tan largas que colocaban la espalda del cérvido
en cualquier lugar
desde los tres a los
cuatro metros y
medio del suelo en un
viaje típico. Sus
ágiles piernas
parecidas a zancos les
permitían atravesar el
terreno arbolado más
traicionero sin frenar
su notable ritmo.
Estas patas eran
improbablemente
largas pero esta
aparente torpeza
desmentía un
conjunto flexible de
extremidades mucho más fuertes de lo que parecían. Los cérvidos podían levantar
rápidamente su cuerpo del suelo hasta la altura máxima y volver a bajarlo sin romper a
sudar. Para un espectador, un cérvido a toda velocidad evitando un gran obstáculo a
menudo se parecía a una especie de extraño insecto o serpiente que en vez de saltar o
subir por el impedimento fluía sobre él. Sus frentes lisas daban paso a las suaves astas
rizadas que ostentaban tanto los machos como las hembras de cérvido. La piel sedosa de
un cérvido era un pálido tapiz marrón boscoso y naranja amanecer y los cérvidos
maduros lucían blancos bigotes de gato en sus hocicos, prestándole a sus rostros un aire
noble de sabiduría y experiencia.
Los cérvidos eran muy apreciados entre los nobles elfos y lo habían sido durante
tanto tiempo que ya nadie podía recordar desde cuando. Los elfos de Hojas Doradas los
habían cazado por su belleza y por el considerable desafío que planteaban; se decía que

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un cérvido era la única cosa en el mundo vivo que podía correr más rápido que un elfo.
Los Bendecidos antepasados de Rhys, debido a su sabiduría, no habían podido decidirse
a la simpleza de destruir algo tan bello, o tan útil. Comenzaron a capturar cérvidos no
para sus abrigos sino para domesticarlos, para criarlos como monturas y animales de
tiro.
La montura de Rhys se agachó y golpeó el suelo con sus pezuñas. Los árboles
borraron su visión periférica y la alegría de Rhys se enfrió. El cérvido que montaba era
un muy buen espécimen, un descendiente directo de ese plantel reproductor original,
pero habían pasado al menos una docena de generaciones desde que aquellos habían
sido traídos de los bosques. El supuso que había sido criado en una de las perreras de
Nath, en el este, que el taercenn había mantenido desde que Rhys podía recordar.
Cincuenta pasos por delante y al norte el propio Nath montaba un gran cérvido
gris humo cuyo linaje había salido claramente de uno o dos sementales retirados de las
salvajes bestias de carga de la profundidad del bosque. Gryffid montaba un corcel
similarmente robusto, cabalgando veinticinco pasos por detrás en la posición de honor a
la derecha de Nath. Rhys, recién degradado a tercero al mando, había sido relegado a la
izquierda, dos veces más lejos de Nath que Gryffid, mientras dirigía el segmento de
reserva de la fuerza reunida del taercenn. El cérvido de Rhys enderezó sus piernas para
ascender una ligera colina y la vista mejorada le dio a Rhys un panorama completo del
potencial campo de batalla mientras las legiones de elfos seguían adelante. El taercenn,
Gryffid y Rhys estaban posicionados a la cabeza de sus respectivas tropas compuestas
por las fuerzas combinadas de las manadas de caza de Hojas Doradas: Belladona, Cicuta
y Oronja. Sólo los oficiales iban montados. El resto de los exploradores, arqueros y
guardabosques se movieron a través del bosque en sus propios pies en un patrón
aparentemente caótico pero cuidadosamente coreografiado para cubrir hasta el último
pedazo de tierra y arrancar las alimañas que habían sido ordenados perseguir.
El ejército de Nath se dirigía hacia el Valle Escudilla, un amplio valle de tierras
bajas cortado en su base por el río Vinoerrante. Escudilla era el hogar ancestral del
pueblo arbóreo ceniza que contaba entre sus miembros algunos de los guerreros más
grandes y sabios más antiguos de toda Lorwyn. Aunque Escudilla acogía muchos más
de estos últimos todavía era una de las fortalezas más seguras de los arbóreos ceniza.
Los árboles eran tan numerosos que era imposible para cualquier tipo de fuerza
considerable el avanzar rápidamente por la tierra o el cielo. Una vez que el lento avance
de un invasor despertaba la acción de los ceniza aquello sería una lucha por cada
centímetro contra mil arbóreos enojados y sus parientes menos móviles.
De hecho Escudilla tenía formidables defensas cuando el pueblo arbóreo se
alzaba a la acción, pero esos tiempos eran poco frecuentes y aunque él nunca había visto
personalmente a los ceniza luchando aquello no sonaba a nada como a la ordenada
defensa que Rhys usualmente asociaba con la palabra "defensa". De hecho el valle no
estaba verdaderamente "defendido" en absoluto: los filosóficos arbóreos ceniza
permitían que cualquiera pudiera ir y venir a través de Escudilla en cualquier momento
siempre y cuando a los habitantes mismos del valle se los dejara más o menos en paz.
Los límites exteriores de los densos bosques interminables de Escudilla estaban
plagados de criminales y alimañas, forajidos de todas las tribus, sin embargo el pueblo
arbóreo nunca había levantado una queja, y mucho menos sus puños. Mientras que los
visitantes no hicieran ningún daño y no destruyeran cualquier cosa de interés para los
ceniza eran bienvenidos a recorrer el valle durante todo el tiempo que quisieran. Tal vez
el exceso de estudiosos y filósofos de la comunidad estaba detrás de esta actitud.
El papel del valle como santuario no le causaba nada más que luchas a los Hojas
Doradas. Los bandidos no eran los únicos fugitivos escondidos dentro de Escudilla, el

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lugar era también el último refugio para desgracias visuales y otros elfos caídos en
desgracia (el valle era el único lugar del que Rhys había oído hablar donde los elfos que
habían sido meramente deshonrados no mataban desgracias visuales cuando las
avistaban como era la costumbre). Los boggarts vivían aquí por decenas, colonias
enteras escabulléndose como roedores entre las raíces. Bandas aleatorias de maliciosas
cosas pequeñas corrían y se escondían aquí cada vez que tenían motivos para correr y
esconderse. Lo único que todos tenían en común era el respeto a los arbóreos ceniza, lo
que mantenía el conflicto dentro del valle a un mínimo. El santuario para uno era
santuario para todos pero cualquiera que comenzaba una pelea que resultaba en daños a
un árbol terminaba desapareciendo.
Rhys escuchó el lúgubre canto de un pájaro y reconoció la señal utilizada por los
elfos en el camino que había estado esperando. Apretó el musculoso cuello del cérvido y
la montura respondió al instante en una parada suave.
La presa de los Hojas Doradas había acudido a Escudilla, impulsada y
pastoreada allí por la fuerza reunida de tres manadas completas de caza. El ejército de
Nath podría haber alcanzado a la salvaje banda manchada de sangre en cuestión de
horas y haberlos abrumado en el bosque mucho antes de que hubieran alcanzando el
valle pero Nath tenía otras ideas.
El plan del taercenn (que expuso a Gryffid mientras ignoró deliberadamente a
Rhys haciéndolo esperar como un siervo fuera de su tienda de mando) era empujar a los
invasores boggart todo el camino hasta el supuesto refugio seguro de Escudilla. Nath le
declaró a Gryffid su determinación de limpiar el valle de una vez por todas, eliminar
hasta al último boggart y villano que infestara el lugar. Era una tarea que aún no había
logrado realizar ningún Exquisito, de hecho una que muchos nunca intentarían por
temor a antagonizar con el pueblo arbóreo que vivía allí.
Nath se mostró indiferente, casi desdeñoso de esta actitud, que él planteó
retóricamente sólo para derribarla y descartarla de inmediato. Dado que los ceniza no se
oponían a las presencia de boggarts, razonó, tampoco podrían oponerse a la expulsión
de los boggarts, siempre y cuando los arbóreos ceniza no fueran afectados directamente.
Gryffid preguntó adecuadamente la cuestión que Rhys hubiera preguntado antes
de guiar a guerreros a esa batalla. "Taercenn ¿a dónde los expulsaremos?"
Nath hizo a un lado la consulta con una seca risita misteriosa. "Una vez que lo
hayamos logrado," dijo, "promulgaré una nueva iniciativa en la que usted deberá
desempeñar un papel central. Verá, creo que ya ha pasado mucho tiempo desde que los
Hojas Doradas establecieron una base permanente cerca de aquí." El taercenn bajó los
cuernos y fijó sus ojos fríos y grises en Gryffid. "Lo cual, a menos que uno sea mucho
más débil de lo que uno ha parecido serlo hasta el momento, es toda la respuesta que
uno necesita." Nath levantó la cabeza y le dio la espalda. "¿Suficiente?"
"Más que suficiente, Taercenn." La voz de Gryffid fue filosa y hambrienta.
"Excelente, de hecho, si se me permite hablar con libertad."
"Se le permite."
Rhys no fue tan optimista. Si Nath pretendía inmiscuirse en Escudilla, no sólo
los ceniza, sino todos los pueblos arbóreos en el sumo consejo seguramente
protestarían. El contingente de guerreros arbóreos de Escudilla incluso podría ser
despertado del corazón de su bosque sagrado para defender su hogar.
Pero Nath no se había elevado hasta los más altos rangos de la despiadada
jerarquía élfica por pensar en pequeño o retroceder ante un desafío. Si lograba limpiar
Escudilla quedaría en una posición extremadamente fuerte como para establecer y
defender un puesto de avanzada allí. Añadiría una pieza grande y valiosa de territorio no

58
reclamado a sus posesiones. El Taercenn Nath también controlaría todo el tráfico y el
comercio entre el Bosque Hojas Doradas y el oeste de Lorwyn.
Rhys se sacudió esos pensamientos de su cabeza cuando Gryffid se acercó. El
enorme cérvido atigrado de Gryffid trotó tan silenciosamente como la luz del sol y
aunque sus ojos estaban fijos en Rhys su rostro siguió dándole la espalda a su viejo
amigo y camarada.
Rhys notó con satisfacción que las tropas de las manadas combinadas alteraron
elegantemente sus maniobras sin alterar sus tácticas cuando su compañero comandante
se acercó junto a él.
"El Taercenn Nath quería que me asegurara de que entiendes tu papel aquí," dijo
Gryffid con sus ojos atentamente fijos en el follaje por encima de su propio hombro
derecho.
"Lo hago," respondió Rhys. "Estoy para tener lista la fuerza de reserva hasta que
él me lo indique."
Gryffid se volvió y lo miró. "Y lo harás sin demora."
"Por supuesto."
"Por supuesto, ¿qué?"
"Por supuesto, taer," dijo Rhys.
Gryffid se apartó una vez más y miró hacia adelante, su posición en la silla
indicando a su subordinado que podía irse.
Rhys vaciló. Lo que él estaba a punto de hacer seguía estando mal visto por la
mayoría de los elfos. Una súbita intrusión empática era grosera y, en términos prácticos,
a veces podría conseguir que el intruso fuera apuñalado, disparado, o dejado caer desde
una gran altura. Pero él necesitaba comunicar su inquietud a Gryffid. Rhys sentía con
creciente certeza de que ese ataque había sido una muy mala idea.
Gryffid. Tengo que hablar contigo.
Rhys vio a Gryffid dar una bofetada a un lado de su cabeza con un sobresalto,
casi perdiendo el equilibrio. La proximidad de los poderosos maderaplateada hizo que
los pensamientos de Rhys reverberaran dentro de ambos cráneos como el campanario de
un crannog en una tormenta eléctrica. El mensaje viajó a lo largo de un canal de un solo
sentido hasta uno que no habían aprendido las técnicas que Rhys había dominado con
Colfenor. Gryffid no podría responder de la misma forma, otro factor que había hecho
arriesgada la intrusión. Gryffid frunció el ceño, en silencio pero furioso por el terrible e
intrusivo quiebre de la etiqueta de Rhys.
Rhys eligió sus siguientes palabras con tanto cuidado como pudo. "Este ataque...
es una mala estrategia No sabemos por qué esos boggarts se volvieron locos, no
sabemos si es que vinieron de aquí, quizás podrían haber estado de paso. Un ataque
podría empeorar el problema. Podría expulsar boggarts más desesperados del bosque.
Por no hablar de la conmoción de los pueblos arbóreos…"
"Sólo tú das una hoja por la opinión de los pueblos arbóreos," gruñó Gryffid.
"Lo que yo cuento como una evidencia más de tu incapacidad, incluso para tu posición
actual. En cuanto a los boggarts..." Gryffid sonrió a sabiendas, con una mueca
depredadora que nunca había inquietado a Rhys hasta ese momento. "Cuando esto
termine no importará cómo reaccionen esas alimañas. No podrán volverse locas cuando
estén todas muertas."
"Todas…" Rhys apenas logró expulsar la palabra cuando un grito desde adelante
cerró su boca.
"Mantengan sus posiciones." Dijo la voz de Nath a través de los árboles, clara y
fuerte. Fue notable que él no hubiera usado señales de sonidos. Su voz fue fuerte a pesar
de que no estaba gritando y Rhys supo que las palabras apenas fueron llevadas más allá

59
de sus oídos, una habilidad retórica que servía bien al taercenn en el campo de batalla o
en la caza. La proclamación verbal de Nath le dio a las acciones un aire más
grandilocuente y formal que Rhys encontró más inquietante que cualquier contacto
empático.
"Si van a parlotear como kithkins háganlo cuando nuestro deber esté completo,"
dijo el taercernn, "y háganlo lejos de mis oídos."
El rostro de Gryffid se enrojeció de vergüenza y sin mediar palabra clavó los
talones en el costado del cérvido y galopó de vuelta a su lugar a la cabeza del flanco
derecho. Rhys se apenó de verlo ir pero incluso se apenó más por la reacción de Gryffid.
La promoción de su amigo, aunque probablemente temporal, era claramente de suma
importancia para él. Con Gryffid siendo técnicamente el superior de Rhys, la aprobación
continua de Nath se había convertido en la línea de salvación para una mayor
importancia dentro de las manadas, tal vez incluso con el distintivo tatuaje del taercenn
que todos los cazadores esperaban llevar. La idea de continuar su larga amistad, apilada
contra un peso tal, fue deplorablemente inadecuada.
Mientras estos pensamientos se agolpaban en su cabeza otra sección de su
mente, la del cazador, siguió buscando en los árboles por presas o grandes
depredadores. Cuando los pensamientos contemplativos de Rhys se volvieron hacia el
hecho bien conocido de que Nath, como la mayoría de los elfos poderosos, era de los
que guardaban rencor, vio movimiento en los árboles… movimiento que no debería
haber estado allí...
Lo chequeó dos veces rápidamente y en silencio. Los equipos de vigilantes
estaban en el dosel donde pertenecían. Las fuerzas combinadas avanzaron, decenas de
cazadores furtivos elfos deslizándose silenciosamente a través de los árboles. Gryffid
volvía a estar liderando el flanco derecho con Nath en la punta de la formación
delantera. Ambos estaban concentrados hacia delante, alertas y en ataque, preparados
para caer sobre el enemigo delante de ellos.
Así que ellos no vieron lo que vio Rhys: un boggart solitario emergiendo de un
agujero que había cavado para sí mismo. Era del color de las cenizas húmedas y no
tenía armas, su cuerpo vestido con un mugriento taparrabos negro, una capa de barro, y
nada más. Se frotó sus adormilados ojos incrustados de suciedad hasta que se dio cuenta
de que los elfos se alejaban de él hacia el valle. El boggart reaccionó como una liebre
asustada cuando vio a Rhys mirándolo, congelándose en el lugar y con la esperanza de
que si no se volvía a mover no le diera al cazador otra razón para volver a observar. Tal
vez esperaba mezclarse de nuevo con las sombras pero Rhys lo mantuvo fácilmente a la
vista.
Por un momento pensó en llamar a Gryffid. No lo hizo, en vez de eso
recordándose a sí mismo que todavía podía esperar que los cazadores de la tropa en su
flanco siguieran sus órdenes. Usando sólo señales de mano envió un mensaje a través de
la manada con instrucciones de pasar la información hasta Nath y Gryffid. Entonces
Rhys envió un par de cazadores alrededor del bosque a capturar al boggart para
interrogarle antes de que pudiera dar la alarma.
Sus cazadores estuvieron a la altura del desafío. Retrocedieron y se deslizaron
alrededor del bosque de maderaplateada flanqueando al boggart a cada lado. Este ni
siquiera se dio cuenta de ellos cuando sacaron sus espadas y atacaron al mismo tiempo,
ensartando dos veces a la sucia pequeña bestia donde estaba.
Rhys amortiguó un grito de advertencia. Tontos, pensó. Lo necesitábamos vivo.
El susurro de Nath, afilado como la cizalla del viento, cortó a través de la cabeza
de Rhys.

60
"¡Rhys!" Dijo el taercenn montado materializándose frente a Rhys con los ojos
muy abiertos de rabia. "¿Qué significa esto?"
"Mi taercenn," dijo Rhys bajando la cabeza. Habló rápidamente, señalando al
boggart muerto. "Esa criatura estaba enterrada allí por una razón, creo que para
espiarnos. Hemos pensado en atrapar a los boggarts aquí pero ellos a su vez puede que
nos estén poniendo una trampa."
"¿Y acaso yo deba temer a las defensas de estas alimañas? ¿Acaso también deba
temer a patear un hormiguero, Rhys, no sea que los insectos piquen mis delicados pies?"
resopló Nath y luego pellizcó cuidadosamente el final de uno de los cuernos entre el
pulgar y el índice. "Ese trozo de carne podrida era obviamente un extraviado. Nosotros
estamos aquí para acabar con esos extraviados."
"Honrado Taercenn," dijo Rhys, "yo hablo un poco de lo que estas cosas llaman
un idioma. Tomemos uno con vida. Déjeme interrogar a la criatura, si estamos siendo
guiados a una trampa…"
El taercenn condujo un puño en el centro del pecho de Rhys, tirándolo hacia
atrás de su montura. Rhys aterrizó pesadamente y rodó, consciente de que no debería
levantarse hasta que Nath le diera permiso para hacerlo o correr el riesgo de otro golpe.
Rhys, respirando pesadamente, se dio cuenta que Nath fácilmente podría haber hecho
aterrizar el golpe en su cara pero no lo había hecho, ni siquiera el taercenn estaba lo
suficientemente enojado como para estropear los rasgos de Rhys y crear una desgracia
visual de él. Todavía no.
"¿Me estás cuestionando?" dijo Nath, cerrando los ojos a ranuras, su mano
colgaba cerca de la empuñadura de su larga espada de plata. "¿Lo haces, Rhys?"
Rhys, a pesar de que apenas podía respirar, se obligó a enderezarse y responder.
"Exploración, entonces, taer," se las arregló para decir. "El conocimiento es la garra
envainada que golpea a los incautos e indignos."
Nath hizo una mueca al escuchar sus propias palabras, palabras que él había
usado más de una vez con novatos cazadores inexperimentados, retornadas hacia él,
pero después de unos segundos asintió. "Hablas bien cuando citas a tus superiores. Muy
bien. Tienes tres minutos para explorar por delante. Responde a tus preocupaciones en
ese tiempo porque dentro de tres minutos nos estaremos moviendo hacia el valle."
"Sí, Taercenn," dijo Rhys y subió a la espalda del cérvido.
"Ahora tienes dos minutos y cincuenta y cinco segundos," respondió Nath y sin
decir más le dio la vuelta a su cérvido y lo guió de nuevo a la cabeza de la manada.
"Dos minutos cincuenta." dijo Gryffid.
"Ya lo escuché, Gryff," murmuró Rhys para sí mismo. Tocó con los talones las
costillas del cérvido y la ágil criatura saltó hacia adelante. El elfo examinó el suelo
mientras montó en busca de otros boggarts enterrados, por signos de otros agujeros
cavados y rellenados con centinelas durmiendo dentro.
No vio nada. O los boggarts habían aprendido a ocultar sus esfuerzos o no había
más guardias ocultos. Rhys cabalgó a la vista de la línea de árboles ceniza por debajo.
Tenía que alejarse antes de que fuera visto pero no podía volver a Nath sin algo....
Hizo desacelerar a su cérvido y le instó a moverse lentamente. Los agudos ojos
del elfo vieron cientos de figuras moviéndose en la bruma. Contó su tiempo restante
para sus adentros, cada segundo una eternidad agonizante mientras se esforzó por darle
sentido a lo que vio.
Los boggarts de Escudilla estaban ocupados pero no estaban preparando
defensas... ni se estaban concentrando para un ataque. Estaban de pie en grupos,
construyendo pequeñas hogueras, poniendo las mesas. La mayoría estaban hablando, y
algunos incluso estaban cantando. Rhys escuchó verdaderas armonías agrias sonando

61
rítmicamente desde el valle. Paseando por el centro del grupo de boggarts, Rhys
reconoció a una boggart anciana: Tía Pulgar.
Rhys
comprendió y sintió
una oleada de
propósito. Estos
boggarts eran de
los barracones de
Tía Pulgar… y esa
era toda la prueba
que necesitaba. El
cérvido respondió a
su suave empujón y
giró. Juntos
corrieron de vuelta
al ejército elfo
acercándose, en
silencio pero con el
viento en los oídos
de Rhys.
Nath esperó como una estatua, sin siquiera dignarse a reconocer la aproximación
de Rhys. Rhys exhaló bruscamente, alivio inundando su mente. Lo había hecho con
treinta segundos de margen.
"Se acabó el tiempo," dijo el taercenn desafiando a Rhys a señalar que, en
verdad, aún no. Cuando Rhys no lo hizo Nath asintió. "Su informe."
"Taer, los boggarts no se están comportando como deberían," empezó Rhys.
"Eso está claro," dijo Nath.
"Taer," dijo Rhys con toda la paciencia que pudo reunir. "Pertenecen a la Tía
Pulgar. El barracón Pulgar, el único entre tribus boggart que nunca le ha dado a la
nación una causa para castigarlo. Ellos tienen granjas. Comercian con los kithkin y los
merrow. Los asaltantes que cazamos no eran de esta tribu."
"Eso es lo que usted dice. Pero podrían serlos. Supongamos por un momento que
está equivocado. ¿Eso no probaría cuan profunda es la traición boggart, abusar de la
protección que ofrece Escudilla?"
"¿Traición?" le espetó Rhys. "Estos son boggarts, no puedo ni pensar en que
tengan un plan maestro."
"Tus pensamientos significan poco para mí. Todo lo que has demostrado es la
necesidad de la lección que nosotros vamos a dispensar." Nath barrió con un brazo por
delante de él. "Manada, deténganse. Prepárense para golpear a mi orden." El taercenn
frunció el ceño a Rhys. "Ustedes dos, cerca de mí. La fuerza de reserva puede manejarse
sola por ahora, Rhys. Quiero tenerte cerca. Yo personalmente veré que cumplas con tu
deber. Volverás a aprender lo que es comandar o yo veré que te maten."
Nath pateó las ancas de su cérvido y la desgarbada montura bajó la velocidad a
un galope en cuclillas. Rhys y Gryffid siguieron rápidamente el ejemplo. Atravesaron el
borde del bosque medio minuto más tarde y Nath tiró de las riendas de su montura para
detenerla. Rhys y Gryffid le flanquearon en el borde del acantilado rocoso desde el que
se observaba la ocupada reunión de boggarts por debajo.
"Taer, mírelos," dijo Rhys mientras sus ojos abarcaban las multitudes de
boggarts balbuceando, cacareando y zumbando. "Estos boggarts no son una amenaza."

62
Los boggarts se arremolinaban en grupos de dos o tres, escarbando a través de
tiendas de campaña, chozas y chabolas mientras seguían cantando sus canciones
horriblemente desentonadas. Al menos cincuenta boggarts se habían despojado de todos
los tótems y restos de ropa que marcaban su afiliación tribal y bailaban en círculos
ruidosos en torno a un trío de grandes fogatas. Mientras Rhys observaba un boggart a
varios metros de distancia del fuego lanzó un hueso de mandíbula en el aire. Era al
menos tan grande como el boggart que lo arrojó y parecía haber sido arrancado de un
cocodrilo de río… incluso a esa distancia Rhys vio un parche de escamas verdes todavía
adheridas al hueso. Boggarts más cerca del fuego lo atraparon y lo volvieron a tirar. Esta
vez cayó en el fuego con un ruidoso chisporroteo y serpientes de humo negro.
"¿Qué los miremos?" se burló Nath. "Yo los veo con claridad. Turbulentos como
un enjambre de insectos, preparándose para difundir muerte y peste."
"Usted no entiende," dijo Rhys. "Por lo general sólo hay unos pocos boggarts
entre los cenizas."
"¿Y?" dijo Nath encogiéndose de hombros. "Hoy disfrutamos de una gama
mucho más amplia de objetivos."
"¡Taer!" dijo Rhys perdiendo los estribos por una fracción de segundo. "Entre lo
que usted ve ahora y lo que yo vi antes estimo que hay por lo menos trescientos a
quinientos boggarts allí abajo. Jugaría mi reputación como cazador…"
El indignado taercenn bufó pero dejó continuar a Rhys.
"Los boggarts de ese valle no están planeando matar o cualquier otra cosa."
"¿Y como es eso?" Preguntó Nath.
"Están en medio de su fiesta más importante, el Festín..." Rhys tuvo que pensar
por un momento ya que la palabra boggart era una rara forma compuesta.
"¿Sí?" dijo Nath con impaciencia.
"Bajopié. El
Festín Bajopié."
"¿En serio?"
"Sí, taer. Los
seguidores de Tía
Pulgar siempre
participan. Es una
reunión anual de
barracones de toda
clase." Rhys apuntó a
las fogatas. "Los
boggarts de toda la
región vienen aquí, a
Escudilla, donde
saben que estarán a
salvo. Lo han hecho
por generaciones. La
mayoría de los
boggarts de aquí no son bandidos sino celebrantes. Ellos no son una amenaza."
"Lo boggarts en grandes números siempre son una amenaza." La expresión de
enojo de Nath se volvió exasperada con un toque de repugnancia. "Yo sé todo acerca de
este ridículo pequeño festival de Pulgar. ¿Acaso no te imaginaste que estaríamos aquí
para tomar ventaja de la mayor reunión de boggarts en toda la región?"
Rhys recordó la mueca de hambre de Gryffid. Su pecho se entumeció y el
tartamudeó: "No podemos atacarlos, taer. Ahora no, no aquí."

63
"Esa no es su decisión."
"Estos no son los boggarts que hemos estado cazando," dijo Rhys luchando por
mantener el control. Era el único argumento que le quedaba. "No tiene sentido, y si la
lucha se extiende a los arbóreos ceniza…"
"Usted es un cobarde e insulta a cazadores de las mejores manadas de Hojas
Doradas con su insinuación. Aunque estuvieras en lo correcto," dijo Nath. "los boggarts
asaltantes deben ser castigados incluso si tenemos que matar a todos los boggarts en
este bosque para llegar a ellos." Y sin girarse de Rhys gritó, "¡Manadas, tomen
posiciones de ataque!"
"¡Taer!" gritó Rhys mientras la manada reunida se formaba a lo largo del
acantilado, montando la formación perfecta para barrer por el amplio camino que
conducía al campamento. "Esto es una…"
"¡Usted recordará su lugar!" bramó Nath. "Ahora, regrese a su comando y
prepárese para enfrentarse al enemigo a mi señal."
Los boggarts todavía bailaban alrededor de sus hogueras y cantaban sus
canciones. Murmuraban con sus parientes junto a crudas mesitas repletas de montículos
de más alimentos de los que el boggart promedio hubiera podido llegar a tener en un
mes.
La mandíbula de Rhys se congeló. No había nada que pudiera hacer. "Sí, taer,"
dijo.
Agitó las riendas de su cérvido y corrió de vuelta a su posición a la cabeza de las
reservas pero estiró el cuello para ver al taercenn detrás de él. Cuando llegó le señaló a
sus tropas que estuvieran preparadas.
La voz de Nath resonó por el bosque. "¡Arqueros," dijo el taercenn y una línea
de flechas encajó en su lugar, "encender!" A la orden de Nath las puntas de flecha
ardieron en un instante. "Cazadores de Hojas Doradas," gritó. "Mis cazadores. No
quiero sobrevivientes. Tenemos una infestación aquí y debe ser limpiada. Los asaltantes
boggart y su cretina progenie están allí abajo. Y yo digo que ninguno dejará este valle
vivo. Yo se que ustedes valientes hijos e hijas de la Nación Bendecida no permitirá nada
menos."
El taercenn sacó un rollo brillante de oro pulido y lo sostuvo en su puño en alto.
"Dicho eso," gritó con una sonrisa maliciosa, "si la matriarca boggart misma está
presente... ¡un millar de hilos de oro para el cazador que me traiga su cabeza!"
Los elfos se llevaron el crédito de ahogar sus vítores emitiendo sólo murmullos
impresionados. Nath mantuvo su mueca depredadora. "¡Sin sobrevivientes!" repitió
sonando como uno despertando de un hermoso sueño. Se volvió a sus lugartenientes
con una mirada sedienta de sangre y exclamó: "¡Sin piedad! ¡Ahora, ejecuten!"
"¡Fuego!" ordenó Gryffid y docenas de boggarts murieron sin darse cuenta de
que estaban en peligro. Aún así, sus hermanos y primos situados a tres metros se dieron
cuenta rápidamente cuando las flechas con puntas encendidas explotaron en una lluvia
de sangre boggart hirviendo quemando completamente su carne. Esta ducha hirviente de
sangre a su vez provocó un incendio que se extendió rápidamente a cada tienda, choza,
cabaña, y cobertizo cercano. Las llamas se alimentaron de los proyectiles de triglochin
y la selenera en la que habían estado sumergidas, agregando suficiente veneno al
aceitoso humo negro que hizo volutas en el aire causantes de que varios boggarts más
cayeran de rodillas y se arañaran sus propios ojos en agonía.
Gryffid se volvió a Rhys mientras montaba hacia la batalla recién nacida.
Dependía de Rhys dar el golpe final, atacar bajo la orden de Nath y lanzar el diente
final del ataque contra cualquier sobreviviente desventurado que resistiera a la carga
inicial.

64
Al menos Rhys podría asegurarse que esos boggarts que cayeran a sus cazadores
murieran rápidamente y limpiamente, no ahogándose en su propia sangre tóxica
mientras huían del horror que les rodeaba. Los boggarts como especie no merecían
piedad pero la masacre planificada de Nath estaba debajo de la dignidad de la nación,
por no hablar de la propia de Rhys. Nada podría convencer a Rhys de que estaba
equivocado, y la voluntad de Nath, incluso entusiasmada, de lanzar ese ataque sobre
estas criaturas en este momento iba en contra de todos los instintos de Rhys.
Fue entonces que Rhys enterró esos instintos. Otro segundo de retraso sólo
traería más reproches. Sacó su espada y levantándola sobre su cabeza gritó: "¡Cicuta,
Belladona y Oronja! ¡Al ataque cazadores de Hoja Doradas! ¡Al ataque!"

Capítulo 7

65
Rhys mató boggarts. Murieron rápidamente, recibiendo cada uno un único
golpe letal antes de que Rhys siguiera adelante. No había ninguna alegría en él mientras
llevaba a cabo sus órdenes, ningún entusiasmo… solo una fría eficiencia despiadada.
Eso no era cazar y ese día Rhys no era un cazador. Era un carnicero. No sintió nada del
orgullo habitual que venía de ejercitar sus habilidades porque estaban siendo
desperdiciadas aquí en Escudilla. No había ninguna amenaza real en el valle entre los
cenizas, ningún verdadero reto, y así no había gloria para Rhys o la Nación Bendecida.
Rhys se volcó a la batalla, entregándose al instinto tanto como pudo sin
abandonar la limpia y repentina matanza. Se abrió paso a rebanadas entre la maraña de
boggarts mientras los gritos de guerra de sus cazadores se mezclaban con los gritos
aterrorizados de sus presas. Su espada brilló cuando reflejó la luz del fuego, la hoja
moviéndose tan rápida e incesantemente que dejó suaves arcos de resplandeciente color
amarillo en las sombras.
Mientras los fuegos bailaron altos y anchos, consumiendo a los boggarts junto
con el límite exterior de su anterior refugio seguro, Rhys se vio a sí mismo y a sus
compañeros elfos como iguales a las llamas. Todos ellos eran piezas componentes de la
misma fuerza primordial, desengrasando a los boggarts de Escudilla. El ya no era un
elfo, se estaba matando a sí mismo, un portador incesante e inagotable de muerte.
Rhys, apenas consciente del campo de batalla más allá de su próximo objetivo y
su siguiente golpe, se metió más profundamente en el bosque de cenizas. Rebanada. Un
boggart fue decapitado en una lluvia de sangre negra. Corte. Un pequeño boggart
huyendo precipitadamente de la masacre fue rebanado en dos por la cintura, sus piernas
nudosas tambaleándose unos cinco pasos extra sin su mitad superior. Rebanada. Un
viejo boggart dejó escapar un triste chillido húmedo antes de caer al musgo
ensangrentado.
Rhys arrugó su nariz cuando el olor de los cadáveres ardientes flotó sobre él. Tal
vez los elfos estaban agregando cadáveres a las hogueras como leña fresca, o tal vez
algunos de los boggarts estaban siendo cocinados vivos cuando el fuego se extendió por
las filas más externas de los secos árboles jóvenes de cenizas.
Entonces la mente de Rhys tembló cuando una presencia conocida se introdujo
con facilidad en ella.
Estudiante.
"¿Colfe…?" Rhys investigó reflexivamente el cielo cuando la voz de su mentor
retumbó en su mente. Al menos, esa fue su intención, pero una cabeza boggart
agitándose envuelta en burbujeantes llamas se estrelló contra la parte posterior de su
rodilla derecha antes de que él pudiera decir la sílaba final.
El elfo cayó hacia adelante cuando un boggart gritando pasó por encima de él.
Rhys giró sobre su hombro izquierdo y lanzó su espada salvajemente a la criatura medio
inmolada. La espada se deslizó limpiamente a través de la garganta del boggart y una
cascada roja salpicó su pecho. Rhys rodó para extinguir las llamas que quedaban y
luego volvió a pararse, casi cubierto de mugre, sangre negra y ceniza.
Rhys.
Esta vez él estaba preparado. Reanudó su participación en la despiadada masacre
pero la parte más profunda de su mente quedó centrada en la presencia de su mentor.
Sabio.
Debes detener esto, le dijo Colfenor.

66
Sigue siendo demasiado presuntuoso, Sabio. Yo soy de los Hojas Doradas y
estoy a la caza.
Esta… no es una cacería.
Por supuesto que lo es, pensó Rhys reflexivamente a pesar de lo que se había
dicho a sí mismo cuando había comenzado la lucha. El viejo tronco ya había dicho
demasiado en contra de las manadas de caza en los últimos años. Una cosa para Rhys
era dudar de Nath pero no iba a permitir que Colfenor utilizara esa pesadilla como
forraje para su interminable perorata contra el deber de Rhys a la Nación Bendecida.
Patada. Un crujido de huesos y un cuello roto finalizó otro grito de inútil terror
boggart. El taercenn lo declaró una cacería, pensó Rhys, y eso es lo que es.
Yo no soy algún insignificante taercenn. Yo soy tu mentor. Tu me vas a prestar
atención.
En un segundo.
Defensa, réplica. Otro boggart golpeó el suelo muerto y en varios pedazos.
Cada segundo en que esta atrocidad sigue es un segundo…
Otro boggart en llamas de sexo indeterminable lo interrumpió con sus gritos,
cargando hacia él desde una tienda de campaña en llamas. Rhys lo tiró al suelo con un
puñetazo y aplastó el cráneo de la desgraciada cosa con la suela de su bota. Este tembló
una vez y quedó inmóvil. Las llamas lo cubrieron en cuestión de segundos.
Sabio, este no es momento para debates. Esta pelea es lo que es y yo estoy
obligado a verla ser llevada a cabo.
Finalmente el arbóreo cedió. Muy bien. Y con eso Rhys sintió cortarse la
conexión entre ellos. El todavía podía sentir la presencia de Colfenor… desde que se
había convertido en estudiante del arbóreo la vasta y noble alma del viejo tejo siempre
estaba ahí en el borde exterior de su mente. Rhys, aun a riesgo de ofender al arbóreo,
sintió una oleada de alivio. No era fácil llevar una discusión mental mientras uno se
defendía de boggarts chillando enloquecidos por el dolor y la muerte… especialmente
cuando él estaba en el lado perdedor de la discusión.
Parte del alivio también pudo haber tenido un poco que ver con lo que Colfenor
le había dicho y cómo encajaba con los sentimientos de Rhys en este brutal ataque. Se
concentró, para asegurarse de que Colfenor no siguiera cerca, y entonces se detuvo un
momento, apretando los ojos fuertemente cerrados. No importaba lo que decía el
taercenn. Esa no era una cacería.
Rhys abrió sus ojos. La masacre continuó dondequiera que mirase, una mancha
en el honor de los Hojas Doradas mucho peor que cualquier cosa que Rhys había hecho.
Él no era capaz de compadecerse de los sucios boggarts pero, increíblemente, Colfenor
lo hacía. Rhys añadió esto a la larga lista de cosas que nunca entendería acerca de su
mentor.
Rhys se estaba inclinado hacia adelante para apuñalar a otro boggart cuando
sintió un impacto discordante desde el costado. Lo que le golpeó fue mucho más pesado
que un boggart. Cayó rebotando por el suelo, enredado con el elfo gruñendo que había
chocado con él tan violentamente.
Gryffid, todavía gruñendo, levantó su ensangrentada espada para golpear a
ciegas y Rhys logró atrapar su muñeca antes de que la hoja pudiera llegar a destino.
"¡Gryff!" bramó. "¡Soy yo!"
El elfo miró con ojos confundidos. "Rhys," dijo con voz entrecortada, "algo ha
salido mal."
"¿Y recién lo notas?" dijo Rhys mientras ambos se ayudaron mutuamente a
ponerse en pie. "Ha estado saliendo mal desde hace algún tiempo."
"No, los boggarts," dijo Gryffid.

67
"¿Qué pasa con ellos?"
"Se están defendiendo," dijo Gryffid.
"Por supuesto que se están defendiendo. Nosotros les estamos atacando," dijo
Rhys. "Nosotros…"
"¡No, maldita sea!" dijo Gryffid repentinamente enfadado. "Esto es diferente."
Señaló con su espada cubierta de sangre al centro de los preparativos del festival
boggart. Allí las bestias estaban agrupadas de a cuatro y cinco y muchos de los
incendios en las inmediaciones ya estaban empezando a apagarse.
Rhys se secó el sudor y el humo de los ojos y se concentró en la asamblea. Los
individuos fueron difíciles de discernir pero como un todo parecían más salvajes y
frenéticos, más grandes, más salvajes y más furiosos. Lo que había sido una plácida
multitud de festivaleros de Escudilla ahora parecían tener mucho más en común con los
invasores sedientos de sangre que Rhys había emboscado aquella vez en la espesura del
bosque.
¿Acaso Nath había estado en lo correcto? ¿Acaso el festival, aparentemente
inocente, había sido un ardid, una máscara para ocultar los rostros huraños de violentos
bandoleros? ¿O era que estos boggarts simplemente estaban respondiendo al peligro que
Rhys y los otros elfos habían claramente planteado?
Un trío de
boggarts se alejó de
la multitud más
grande y cayó sobre
un cazador elfo
desgarrando su carne
con sus dientes
negros y uñas rotas.
Antes de que Rhys o
Gryffid tuvieran
tiempo para cargar al
rescate los boggarts
habían hecho pedazos
al elfo, tirando del
cazador en dos como
una fúrcula. Un
repugnante crujido y
un chorro de sangre terminaron con los gritos del elfo.
"Lo están haciendo de nuevo," dijo Rhys con horror silencioso. "Es igual que
antes. Se están volviendo locos."
"Cálmate," dijo Gryffid. "Sólo han matado a un elfo."
A pesar de su bravuconería Gryffid retrocedió cuando un boggart levantó una de
las piernas del elfo muerto encima de la cabeza y arrancó un ensangrentado trozo de
carne caliente con sus afilados dientes. Cerca de allí otra pequeña turba de boggarts se
giró hacia otro cazador que corrió vergonzosamente sin armas en un pánico ciego por
unos pocos metros antes de que los boggarts le derribaran y le mordieran los tendones
de su pierna izquierda. Otra fuente de sangre estalló en la parte delantera de la pierna
del elfo hasta que los boggarts le desgarraron el pecho y le sacaron su aún humeante
corazón.
En otros lugares los elfos, aunque sólo unos pocos, no estaban siendo atacados
tan salvajemente. Muchos seguían masacrando boggarts sin cesar, sin saber que las
criaturas habían intercambiado su terror por furia. La repentina e inexplicablemente

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dura resistencia de los boggarts interrumpió el avance delicadamente equilibrado de los
elfos y algunos de los oficiales de las manadas rugieron órdenes cuando sus
formaciones se separaron.
"Se han vuelto locos," dijo Gryffid. "Esto es simple pánico, eso es lo que es.
Saben que vamos a quemar este lugar completamente." Con un golpe de su espada
bifurcó a uno de los boggarts todavía aterrorizado que llegó a su alcance mientras
Gryffid y Rhys contemplaban la escena.
"No lo sé," dijo Rhys. "Ellos no... ¡Maldita sea!, ellos no están peleando como
boggarts, ni siquiera como boggarts furiosos y desesperados. Se están moviendo en
manadas, pequeñas manadas, y ni siquiera están pretendiendo usar armas de algún tipo.
¿Cuándo fue la última vez que viste a un boggart resistir y luchar sin algo pesado o
afilado para revolear alrededor?"
"No, sólo están aterrorizados. Aterrorizados de nosotros y…"
"Gryff, nos están comiendo. No están aterrorizados."
"Suficiente charla." Dijo Gryffid y agitó su espada gritando para que todos los
elfos cercanos se reunieran detrás de él.
Nadie oyó a Gryffid sobre el ruido de la batalla cuerpo a cuerpo por lo que Rhys
fue el único en permanecer a sus espaldas. Se abrieron paso cuidadosamente hacia la
turba más grande de los extraños boggarts mortales que se amontonaban sobre el
cadáver de un elfo caído, desgarrándolo como chacales.
Rhys investigó la zona y desesperó. Las formaciones de los elfos casi se habían
separado completamente. Los elfos se habían dispersado, atrapados en sus delirios de
matanza y batallas individuales. Rhys no había pensado ni una sola vez en su vida en su
propio pueblo como carente de disciplina. No era que había demasiados boggarts que
neutralizar para tres manadas completas de elfos pero había demasiados de esta tribu
más violenta y valiente. Los elfos no habían previsto tal batalla o tal enemigo. Quizás
no podrían haberlo anticipado.
"¿Dónde diablos está Nath?" preguntó Rhys en voz alta pero más para sí que
para Gryffid. El taercenn, como Gryffid y Rhys, había abandonado a su cérvido fuera
del campamento, los agraciados corceles eran casi inútiles en el caos del combate
cercano estallando por todo el valle.
"¡Hojas Doradas a mí!" Rhys se volvió hacia el sonido de la voz del taercenn y
vio al aparentemente no tan inútil cérvido de Nath encabritarse sobre sus patas traseras
en la distancia. La voz de mando del taercenn volvió a retumbar en la refriega cuando
Nath hizo caer las dos patas de su montura sobre un par de boggarts a la carga
aplastando a ambos.
"¡A mí!" volvió a rugir Nath. "¡Junto a mí!"
Sin dar a los boggarts la oportunidad de asestar un golpe devastador a los
tobillos del cérvido, ¡por el bosque!, pensó Rhys, ¿de dónde están saliendo todos estos
condenados boggarts?, Nath salió a la carga con su montura derrumbando como bolos al
enjambre de boggarts a los costados. Cuando emergió de la multitud hizo girar al
cérvido bruscamente alrededor, aplastando aún más de las enloquecidas alimañas y
sacando su espada. La cuchilla de plata del taercenn era la aspiración de todos los
cazadores y, a pesar de la creciente desconfianza entre ellos de que ni siquiera los elfos
Hojas Doradas podrían superar a esa horda, la espada, si no el hombre, inspiraron
incluso a Rhys. Cada elfo en la proximidad, dando gritos de furioso salvajismo, cargó
contra la horrible masa de pálidos y carnívoros cuerpos sedientos de sangre.
Rhys montó una oleada de poder bajo sus pies mientras corrió, cortando hacia
toda forma gritando con ojos enloquecidos que se abalanzó sobre él. El taercenn estaba
invocando la magia del bosque, la fuerza vital que era fuerte allí en el borde del

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territorio de los cenizas. Nath canalizó la energía mágica en una ola de coraje,
ferocidad, y realeza que surgió a través de las manadas de los elfos. Rhys se aferró a
esta ola y sintió una inundación de pura energía atravesando su cuerpo. Introdujo el
poder en él, lo contuvo, y lo acumuló en su interior hasta que pudo darle forma para sus
propios fines.
Azotó su brazo izquierdo en un gesto de barrido y una ola de magia rodó por la
hierba y musgo en línea recta hacia los boggarts ampliándose a su paso. Cada brizna de
hierba que el hechizo tocó la convirtió en una flecha de un metro de longitud de
templada triglochin, afilada y lista para ser arrancada y colocada en el arco elfo más
cercano. Los arqueros de Nath soltaron vítores a medida que se agacharon y cargaron
sus armas. Los arqueros, ya no limitados en el número de flechas que podían disparar,
mandaron una gruesa lluvia de proyectiles de triglochin que desgarró a la turba boggart
en una masa temblorosa de carne ensangrentada y moribunda.
"Muchas gracias Colfenor," dijo Rhys en voz baja, "tu viejo tronco." Ese hechizo
no era más que un ejemplo de la magia que Colfenor le había mostrado, justo del tipo
que Rhys moldeó para sus propios fines. Rhys viró a lo largo del borde del campo de la
matanza y no vio boggarts aferrándose a la vida dentro del alcance de sus flechas
crecidas por conjuro. Observó con satisfacción cómo le había permitido a los arqueros
matar a por lo menos la mitad de la turba más grande de boggarts, quizá más, y que
todos habían caído de forma rápida y eficiente. Colfenor apreciaría eso, esperó, aún
cuando el sabio tejo considerara toda esa empresa como un sangriento y horrible error.
Rhys se acercó a Nath en el centro de un círculo de elfos haciéndose cada vez
más grande. Vio a Gryffid aproximándose desde el otro lado del círculo. Entonces Rhys
giró hacia los enloquecidos boggarts rugiendo y aullando desde su flanco desprotegido.
Se agachó para recoger un puñado de tierra justo cuando media docena de boggarts
cargaron. El poder de Escudilla y el bosque circundante cortaron limpiamente a través
de la carnicería, despejando su mente y agudizando su concentración.
El quería ver muertos a los boggarts atacantes y el hechizo le complació. Hizo
un puño con la tierra en su mano y se la llevó a la boca. El polvo voló con un soplo de
aire exhalado. Este se juntó en finas hebras similares a redes que azotaron el aire en un
radio exterior en constante expansión. Las hebras continuaron ganando longitud y
definición incluso después de que la mano de Rhys quedó vacía.
La espesa maraña de hilos de polvo saltó hacia adelante en la turba de boggarts
despedazando a los que lideraban la carga. Sus cuerpos explotaron en nebulosas de
huesos y sangre que salpicaron contra el suelo con un sonido como el de alguien
lanzando un cubo de leche podrida. Aquellos detrás de ellos casi lo tuvieron peor porque
tuvieron tiempo para sentir el dolor de la muerte por un billón de cortes antes de que
fueran reducidos a esqueletos rotos por la lluvia de diamantes. Los boggarts detrás de
ellos murieron aún más lentamente, pero aún murieron, hasta que la ondulante masa de
hebras finalmente siguió su curso.
El elfo vio con alivio que a él y Nath se le habían unido por lo menos dos tercios
de las manadas de elfos iniciales. Rhys adivinó que del tercio restante, la mitad estaban
probablemente muertos y la otra mitad se habían visto obligados a retroceder incapaces
de alcanzar el círculo alrededor del taercenn. Rhys se sintió momentáneamente
esperanzado. Las manadas de Hojas Doradas aún podían convertir eso en una victoria.
Eso no significaba que todos ellos se vieran profundamente disciplinados después de ese
fiasco, suponiendo que hubiera un después. Si tan sólo el flujo aparentemente
interminable de condenadas cosas se frenara.
Rhys podía sentir su conexión con la magia del bosque disminuyendo contra el
aura de las turbas de boggart. Ni siquiera se había dado cuenta de que tal cosa fuera

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posible aunque dudaba de que los boggarts lo estuvieran haciendo a propósito.
Definitivamente había una magia fuerte trabajando allí, una magia no de los Hojas
Doradas o Escudilla, sino una magia que se oponía a los hechizos de elfos y arbóreos.
Un par de boggarts armados con ensangrentadas hachas de piedra dirigieron una
carga repentina la que, como el resto, consistió en un grupo grande de boggarts
desprendiéndose de la turba para correr a toda velocidad hacia el anillo de elfos
determinados. Cuando Rhys trató de introducir la energía mágica que necesitaba, el
líder de la embestida boggart lanzó una de sus hachas con todas sus fuerzas. Esta voló
girando por el aire y golpeó con una sorprendente precisión entre los ojos del cazador a
la derecha inmediata de Rhys. Salpicaduras de sangre cayeron sobre Rhys antes de que
el elfo asesinado se derrumbara sobre su espalda, temblando con repugnante finalidad.
Rhys, con su concentración rota, tomó su espada en la mano y se unió a los otros
elfos cuando ambos bandos chocaron. Los boggarts murieron por decenas pero, uno por
uno, lo mismo hicieron los elfos. Cada vez que los defensores repelieron una embestida
de las voraces criaturas otro grupo intervino. Los boggarts atacaron un lado y otro del
anillo al azar, a veces cargando desde varias direcciones a la vez, en otras ocasiones
enviando una sola banda para desgastar un hueco en la línea de los cazadores.
Cuando el cérvido de Nath sucumbió a los boggarts Rhys se entretuvo con la
idea francamente horrorosa de que los boggarts, los pacíficos boggarts celebrando que
se habían convertido en asesinos a sangre fría, iban verdaderamente a acabar con la
totalidad de las tres manadas de Hojas Doradas. Era casi como si los boggarts
moribundos hubieran llamado a sus primos más formidables para luchar allí... o se
hubieran convertido en ellos.
Los últimos gemidos del cérvido resonaron en sus oídos pero terminaron cuando
Nath, que había saltado de la montura moribunda, le cortó misericordiosamente su
garganta.
"¡Hojas Doradas!" bramó Nath. "¡Por Hojas Doradas! ¡Cazadores, combatid
contra ellos hasta el final!"
Rhys casi se había olvidado de Gryffid hasta que vio a su amigo tambalearse en
su campo de visión con un brazo colgando inerte e inútil y el otro cortando
violentamente con un hacha de piedra de mango largo que había adquirido. Gryffid
tropezó con Rhys, quien lo atrapó antes de que pudiera derrumbarse.
"Mantente en pie," dijo Rhys. "Todavía no estás muerto."
"Haz algo, tu canalla," dijo Gryffid con la pérdida de sangre haciéndole hablar
despacio y con insulto. "¿Qué tan buena es tu condenada magia arbórea si no la usas? Si
no puedes hacer algo para ayudar te mataré a donde estás parado." Los ojos de Gryffid
rodaron y su expresión quedó en blanco. Rhys se preguntó si Gryffid siquiera sabía lo
que estaba diciendo... o si se suponía que él debía oírlo.
La voz de Gryffid se alzó pero no pudo mantener un volumen constante o
cadente. "¡Haz algo, maldita sea! ¿No puedes hacer… algo?" La última palabra se
apagó cuando Gryffid se derrumbó contra él inconsciente.
Rhys dejó caer su espada y soportó el cuerpo inerte de su amigo con ese brazo
mientras estiró su brazo izquierdo ante él. Obligándose a ignorar a los boggarts
acercándose cada vez más dijo, "Sí, Gryff. Puedo hacer algo. Y quizás incluso
funcione."
Cerró los ojos y se concentró en la reciente presencia de Colfenor, en el aire de
infinita sabiduría que exudaba el viejo tronco, en el profundo conocimiento que había
retumbado justo en el límite de los sueños de Rhys desde el día en que el arbóreo lo
había tomado como estudiante. Rhys se aferró al raído poder que había quedado en el
suelo, en la hierba, en la maleza quemada a su alrededor, y en los cenizas aún saludables

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en las profundidades del valle. Individualmente ninguna de estas fuentes serían
suficientes para llamar el poder de Colfenor a Rhys y mucho menos lo suficiente como
para alimentar un hechizo que pudiera salvar a las manadas de una derrota total. Pero
Rhys tejió todas juntas estas hebras de vital fuerza sobrenatural en una tela que fue más
formidable que la suma de sus partes.
Colfenor, te necesito.
Se preguntó cuánto tiempo tendría que esperar a que Colfenor respondiera. Fue
entonces que llegó la respuesta del sabio tejo. Un destello cegador de luz ámbar y fuerza
fulminante.

* * * * *

Cuando Nath despertó en un principio pensó que debía haber estado acampando
en los riscos, abrigado como estaba dentro de pliegues de piel de cérvido. Ese recuerdo
de ensueño se desvaneció al instante cuando su nariz se inundó con los olores de carne
ennegrecida, pelo marchito, y muerte sofocante.
Parpadeó y trató de concentrarse en la sombra marrón que tenía delante. Jadeó y
trató de respirar hondo. Vio que la sombra marrón era una masa sanguinolenta de piel de
cérvido, entrañas de cérvido pudriéndose, y lo que parecía ser la pierna de un boggart
quemada hasta la rodilla. El noble corcel parecía haber protegido a Nath de la fuerza de
la explosión… ¿se había producido una explosión, no es así?... pero ahora el cérvido
muerto estaba en peligro de aplastar las costillas rotas de Nath hasta el punto de que el
taercenn ya no pudiera respirar.
Nath empujó el cadáver humeante con cada gramo de su considerable fuerza.
Centímetro a centímetro, el cérvido muerto se deslizó de su pecho. Nath quedó libre de
los restos en un minuto y se puso en pie en un impulso tambaleante.
Volvió a parpadear. No pudo evocar los recuerdos de lo que había
verdaderamente ocurrido pero pudo ver las sombras a su alrededor y el sol poniente.
Debían haber pasado horas desde la batalla, tal vez incluso un día o más. Había un
sofocante humo gris-marrón por todas partes pero aparte de eso Nath distinguió poco
más que un retorcido campo de cuerpos inmolados y árboles desnudos que parecía
extenderse infinitamente en todas las direcciones.
"Bastardos," dijo y su voz fue poco más que un graznido reseco. "Se necesitará
más que eso para..." Tosió dolorosamente y sintió dos costillas raspándose una contra la
otra. "…para matarme," terminó el taercenn antes de ser sacudido por otro ataque de tos
que hundió una costilla rota contra otra costilla rota.
Nath se obligó a concentrarse en los últimos momentos antes de haber perdido la
conciencia. Se acordó de las hordas de boggarts y de la batalla yendo irremediablemente
mal. Se acordó de su cérvido cayendo por debajo de él, muerto. Y entonces...
"Rhys," dijo el taercenn. Rhys había cerrado sus ojos y levantado el brazo. A
pesar de que casi lo había cegado Nath había visto el comienzo de la explosión. Justo
antes de que el cuerpo del cérvido chocara contra él y le salvara la vida Nath había visto
la explosión amarilla opaca de energía estallando por todo el campo de batalla, con
Rhys en su centro.
Nath oyó otra tos dolorosa y esta vez no fue la traqueteante de su propio pecho.
El corto carraspeo vino de no muy lejos y cuando Nath se tambaleó hacia el sonido sus
agudos oídos le dijeron que la tos había venido de lo alto. Sus ojos se acostumbraron a
la extraña media luz entre las sombras y entonces Nath divisó al sobreviviente tosiendo,
a unos diez metros mas o menos subiendo por el tronco de un nudoso árbol
chamuscado.

72
La pierna izquierda del cazador estaba empalada en una rama desnuda siendo la
única cosa que lo mantenía en alto. A juzgar por la sangre no se había cortado ninguna
de las arterias principales.
La figura empalada gruñó y forzó su rostro para alzarse. "Taer," logró decir
Gryffid entre ataques de tos, "¿qué pasó?"
Nath hizo sonar sus nudillos en respuesta y empezó a trepar por el árbol, rama
tras rama carbonizada. Pronto llegó a Gryffid y los párpados de este revolotearon. Trató
de saludar pero su brazo roto no respondería.
"No te muevas," murmuró Nath. Se detuvo brevemente para reflexionar sobre la
sabiduría de salvar la vida de Gryffid. Sus heridas eran amplias y totalmente visibles.
Estaba desfigurado, lleno de cicatrices, imperfecto... ya no era digno de llamarse a sí
mismo miembro de la Nación Bendecida. Aunque pudiera sobrevivir tal vez no lo
desearía.
Gryffid giró su cabeza. "Taercenn," comenzó a decir pero cuando los ojos
vidriosos de Gryffid se centraron en el rostro de Nath estos se ampliaron en estado de
shock y horror.
"¿Qué pasa Gryffid?"
Gryffid dejó caer su rostro, sin poder o si querer mantener el contacto visual.
"Taercenn, su rostro."
Nath extendió su mano con cautela y pasó los dedos por sus cuernos, su frente,
su nariz, sus mejillas y su barbilla.
"Sí," dijo él sin sorpresa, sólo un reproche severo. "Hablaremos de esto más
adelante. Ahora mismo nos enfrentamos a problemas mucho más urgentes." Gryffid
asintió débilmente y con poca ceremonia y un tirón agotado Nath le ayudó a liberar la
pierna. Los habitantes de un crannog merrow situado a dos mil metros de distancia
escucharon el grito que siguió.
Los elfos no intercambiaron otra palabra hasta que los dos estuvieron de nuevo
en el suelo. Nath realizó la magia de curación necesaria para detener el sangrado de
Gryffid y comenzó la unión de su brazo roto. A medida que el ritual hizo su trabajo
Gryffid arrancó tiras de los restos andrajosos de su manga izquierda. Con una mano se
envolvió las tiras alrededor de la herida en la pierna mientras esta se cerraba. Nath
podría haberle ayudado pero Gryffid no pidió su ayuda.
Con su lesión momentáneamente atendida Gryffid rompió el largo silencio.
"Taer, ¿qué pasó?" repitió. "¿Dónde está Rhys?"
"No importa dónde esté," dijo Nath. "Yo mismo iré a buscarlo. Y él sufrirá por lo
que ha causado."

Capítulo 8

Rhys sintió el dolor fluir dentro de su cráneo y este lo empujó sobre la nublada
línea a la conciencia Había estado a la deriva en una nube negra sin fin, enterrado vivo
pero flotando libremente. Entonces el aguijón golpeó, como la punzada de un tirón

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muscular, y se extendió rápidamente hasta que pudo sentir los huesos de su cabeza
zumbando.
Su nariz y sus labios estaban sellados por el agarre de la oscuridad pero aún
había fuego en sus pulmones que exigían liberación. Una oleada de náuseas subió veloz
por su garganta y por un momento vio a Colfenor, mirándolo con desaprobación que
también estaba teñida con... ¿tristeza? ¿Orgullo espantado? Las espléndidas agujas del
tejo temblaron y cayeron mientras Rhys quedó boquiabierto, incapaz de saber si la
imagen estaba detrás de sus párpados o en frente de ellos.
Los pulmones de Rhys convulsionaron explosivamente pero el absorbió tanta
suciedad y polvo como la que expulsó tosiendo. Olió carne chamuscada y madera
ardiendo mientras sus dedos arañaron profundamente el suelo del enorme bosque. Rhys,
cegado por lágrimas y un fino polvo que todavía flotaba en el aire, volvió a toser
mientras todos los músculos de su torso se apretaron.
Los boggarts, pensó. La manada. Las manadas. La visión de Rhys fue borrosa, y
sus piernas eran inestables, pero se obligó a ponerse en pie. Trató de gritar el nombre de
Gryffid pero las palabras nunca salieron de su garganta. Caminó tambaleante hasta
sentarse contra un grasiento árbol de tronco negro y aguantó otra oleada de toses secas.
Por lo menos todo lo que se suponía que debía estar en el interior de su pecho todavía
estaba, en gran parte aún intacto, y esas eran cosas que agradecer.
La visión de Rhys se aclaró con algunas salpicaduras de su cantimplora. Bebió
lo que quedaba, arrojó a un lado el recipiente, y luego se puso lentamente en pie
limpiándose el humo y el polvo de los ojos con el dorso de la mano. Aunque despierto
se encontró rodeado de una pesadilla.
Todavía estaba a la vista del bosque de los cenizas de Escudilla, parado en el
centro de un círculo de treinta metros de diámetro de sucios árboles ennegrecidos. Nada
verde o creciendo había sobrevivido, y si la cáustica película mágica de veneno siguió
extendiéndose toda la zona no sería nada más que un pozo de barro y huesos.
Había cadáveres por todas partes. Cientos de ellos, cadáveres de elfos y boggarts
por igual, algunos intactos, algunos irreconocibles. La alineación de los cuerpos y la
curvatura de los árboles le mostraron a Rhys que el centro de la explosión estaba
directamente debajo de sus pies. La conclusión fue ineludible y al recordar lentamente
lo que había estado haciendo Rhys supo que era cierto, por más imposible que pareciera.
Él había hecho eso y no sabía cómo. Si se había tratado de magia de tejo era más
poderosa que cualquier cosa que Colfenor jamás había descrito.
Con sus oídos todavía silbando dio un paso hacia delante y se lo pensó mejor
antes de dar uno segundo. Lentamente, dolorosamente, llenó sus pulmones y dejó
escapar un silbido fuerte y agudo, la señal para que cualquier cazador cercano se
reagrupara en la marca de Rhys. Permaneció parado durante muchos minutos entre la
asfixiante neblina mortal pero el único sonido que oyó fue su propio aliento
entrecortado. No había nada vivo, nada moviéndose por su propia voluntad hasta donde
Rhys podía oír, y las orejas de un elfo podían oír hasta una gran distancia.
Rhys arriesgó otro paso y luego otro. Aún no estaba seguro de qué camino tomar
pero su deber era claro. Tenía que buscar sobrevivientes. Todo el que estuviera a su
alrededor estaba sin duda alguna más allá de la ayuda pero tal vez había un elfo o dos al
que salvar.
El corazón de Rhys se hizo más fuerte y su mente se agudizó mientras el siguió
tambaleante hacia adelante. Oyó el sonido bienvenido y familiar de la vida del bosque
cuando las aves y los insectos locales volvieron a la escena de la explosión.
También escuchó pasos. Rhys contempló gritar pero no estuvo dispuesto a
delatar su posición hasta que reconociera si era amigo o enemigo. Su arco había

74
desaparecido así que sacó una daga afilada y angular de su funda y la sostuvo lista a su
lado.
Fuera quien fuera el que se acercaba no estaba haciendo un gran intento por ser
sigiloso. Rhys estaba seguro de que no eran las descuidadas pisadas de un boggart, ni
tampoco la suave y agraciada forma de moverse de un elfo. Sonaba como algo
intermedio, tal vez un boggart de piernas largas caminando cuidadosamente, o un elfo
herido obligado a cojear.
Una mujer elfa salió de la nube de humo. Los dedos de Rhys se apretaron
alrededor de su daga.
"Detente ahí," dijo.
La elfa se quedó inmóvil en su lugar. Definitivamente no era nativa del Bosque
Hojas Doradas. Era más alta que cualquier mujer que él había conocido, más alta
incluso que los Perfectos de Lys Alana. La piel de porcelana de la recién llegada estaba
ensombrecida con rubores rosados en sus mejillas. Tenía el pelo negro azabache y
recortado hasta los hombros, lustroso y lujurioso debajo de un par de cuernos suaves y
elegantes que se curvaba hacia atrás a lo largo de la parte superior de la cabeza. Sus ojos
eran oscuros y profundos y su intensa expresión la marcaron como alguien que admitía
mucho más que la mayoría antes de hablar.
La extraña mujer iba vestida con telas típicas élficas pero en tonos amatista,
zafiro, azabache y plata en lugar del verde y oro de los Hojas Doradas. No estaba
armada pero llevaba una pequeña mochila en su espalda. La recién llegada era delgada y
atlética pero su rica aunque práctica vestimenta era más apropiada para la corte que para
la caza, tal vez era una extinguidora de incendios de uso múltiple para un elfo de alto
rango de cualquier nación a la que ella llamara hogar.
Miró a Rhys sin miedo, sólo curiosidad. Inclinó la cabeza hacia un lado, fijó sus
penetrantes ojos sobre el elfo, y dijo: "Estoy detenida aquí, amigo, como tú has dicho.
¿Qué pasa después?"
"¿Quién eres? ¿Qué estás haciendo aquí?"
"¿Quién eres tú?" replicó ella.
"Yo soy el Daen Rhys de la manada Cicuta," dijo Rhys decidiendo no cargar a la
recién llegada con el reciente cambio en su rango y condición. "Este es un territorio de
los Hojas Doradas. Identifícate a ti misma y a tu tribu."
"Soy una viajera del bosque de Mornsong. Mi nombre es Maralen."
"¿Qué estás haciendo aquí, Mornsong?"
Maralen sonrió, ligeramente sonrojada. "Me he perdido," dijo, "He estado
perdida durante días... tal vez semanas. Era parte de un grupo que iba a una boda, como
ves, y nos atacaron. Apenas escapé con vida." Su rostro se volvió triste e introspectivo.
"Vi morir a un Perfecto, Daen Rhys. Fue horrible."
Rhys se dio cuenta que Maralen debía ser de un status mucho más alto que lo
que indicaba su aspecto desesperado así que moderó su tono dirigiéndose a ella como si
fuera su igual. "Aquí no es más seguro, señorita. Hemos tenido... problemas boggart…"
"Entiendo," respondió Marelen repentinamente animada. "Sí, fueron boggarts los
que nos atacaron, ahora me acuerdo. Estaban locos, no como algún boggart que alguna
vez haya visto. Cuando la Perfecta fue asesinada, yo… yo huí. Me escapé hacia el
bosque." Ella enfocó sus ojos sobre sus pies por la admisión aunque Rhys, después de
haber visto a los boggarts enloquecidos en acción, no pudo decidirse a culparla por
correr. "Para el momento en que dejaron de perseguirme ya no tenía idea de dónde
estaba. Me las arreglé bien durante un tiempo, pero... bueno. Resumiendo la historia vi
un destello y oí una explosión por lo que vine aquí para ver lo que había sucedido."
Miró a su alrededor al campo lleno de muerte y agregó: "Así que… ¿qué pasó?"

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"Primero debes responder a mis preguntas. ¿Cuál es tu propósito en Hojas
Doradas, viajera? ¿No deberías haber regresado a tu pueblo después de que fue atacado
tu grupo de boda? Estás muy lejos de casa."
La cabeza de la mujer se enderezó y su rostro perdió su aire inquisitivo. Su voz
fue suave, casi lúgubre, y matizada con un tono de Mornsong. "Lo estoy," dijo estando
de acuerdo. "Se siente como si mi hogar estuviera más allá del lejano fin del mundo. Mi
ama era la Perfecta Peradala, la voz más hermosa de todo Mornsong, tal vez del mundo
entero. Yo era su asistente, su dama de honor, su fuerte mano derecha cuando me
necesitaba." Ella extendió los brazos y enmarcó su rostro con las manos. "Estoy aquí
debido al triste destino o, si lo prefieres, circunstancias desafortunadas. Luces de hadas
brillaron en las postrimerías del día en que nací y las arañas que había en la maternidad
lanzaron telarañas de oro puro hilado. O algo así me contaron. Llevo una maldición, tal
vez no una que se pueda ver, pero una maldición al fin. Nunca debí haber aceptado
servir a Peradala. Si... no lo hubiera hecho, ella bien podría seguir viva." Maralen bajó
las manos e inclinó la cabeza una vez más.
"Como tú digas," dijo Rhys. Pensó por un momento, aliviado de que el zumbido
en su cabeza hubiera desaparecido casi por completo. Todavía había dolor pero era
capaz de pensar con claridad. Esta mujer era inusual en apariencia y acento, y había
algo más… Ella no olía muy bien. Su esencia estaba cerca de lo que él había esperado
pero había un trasfondo de algo extraño para su sensible nariz. Su historia también
apestaba a conveniencia y coincidencia. Por una corazonada él saltó hacia delante,
sacando su daga mientras se movía, y pinchó el brazo de Maralen con la punta de su
cuchilla antes de que ella pudiera parpadear.
"¡Ey!" Exclamó la elfa de cabellos oscuros llevándose una mano a su bícep y
retrocediendo, mirando a Rhys con cautela. "¿Qué fue eso?"
Rhys se detuvo. Había una pequeña gota de rojo entre los dedos de Marelen y
otra en la daga. Ella siguió con su mirada a la sangre goteando sobre sus nudillos.
"Me has herido, Daen Rhys," dijo ella. "¿Qué pasa contigo?"
"Mis disculpas," dijo Rhys. Envainó la daga y sacó una venda de hoja de su
cinturón. "Tuve que asegurarme de que no llevaras una ilusión." Explicó ofreciéndole la
hoja. "Es sólo un pequeño pinchazo. No dramatices."
"Ustedes de Hojas Doradas deben emplear alfileres bastante grandes."
Respondió Maralen sin parecer exactamente enojada pero sus ojos mostraron una
intensidad indignada que Rhys sintió él se merecía.
"Una disculpa es más de lo que alguien debería esperar. Tuve que asustarte para
ver si revelabas tu verdadera forma."
Maralen gruñó con desdén y murmuró: "Él cree que estoy usando una ilusión."
Rhys hizo un gesto con la hoja. "Ya he ofrecido mis disculpas. Ahora estoy
ofreciendo una reparación."
Maralen extendió la mano hacia la hoja. Cuando sus dedos se apoderaron de ella
dijo, "¿Y tú cómo estás, Daen Rhys? ¿Existe alguna medicina en tu manada para las
heridas graves en la cabeza?" Ella notó su expresión confusa y se tocó uno de sus
propios cuernos. "Mi cabeza no… la tuya. Al parecer me temo que no soy la única que
ha sido maldecida. Y yo no soy la que necesita un hechizo de ilusión."
Rhys ignoró su incoherente charla sobre maldiciones, los Mornsong eran
famosos por sus voces celestiales y sus infames supersticiones que harían ruborizar a un
kithkin, y esperó hasta que Maralen tomó la hoja de su mano. "Sostenla sobre la herida,"
dijo. "Presiona firmemente. No fue profunda." Ella lo hizo y una mirada de alivio pasó
sobre su cara mientras la magia de curación hizo su trabajo.

76
Rhys la dejó recuperarse durante unos segundos y dijo: "¿Has visto a otros elfos
o boggarts en tu camino hasta aquí?"
"¿Hmm? Oh, no. Hubo una ráfaga de actividad en la dirección opuesta, justo
antes del resplandor... roedores y aves... pero después de eso…" ella asintió con la
cabeza hacia abajo en el suelo del bosque, "sólo esto. Sólo tú. ¿Los boggarts hicieron
esto?"
Rhys se quedó en silencio. Maralen echó un vistazo a la piel debajo de la hoja en
su brazo, sonrió, y luego la dobló y se la volvió a ofrecer. Él negó con la cabeza y ella
se la guardó en el cinturón alrededor de su cintura. Entonces dijo: "Por favor, taer. ¿Qué
pasó aquí, y cómo sobreviviste?"
"No lo sé. Pero quiero averiguarlo."
Ella bajó la cabeza respetuosamente. "¿Puedo unirme? Como ya he dicho, estoy
perdida, y de alguna manera tengo que avisarle a mi pueblo sobre el destino de
Peradala. Tenía la esperanza de llegar a las torres de Lys Alana. Estoy seguro de que
están lejos pero no tan distantes como mi hogar."
"Tienes razón en eso," afirmó Rhys y consideró su petición. Su primera
responsabilidad era encontrar lo que quedara de la manada. Sin embargo no tenía ni idea
de cuánto tiempo había estado inconsciente y dado que ahora tenía un civil en sus
manos decidió que el regreso a la fortaleza del taercenn en la espesura del bosque era la
primera orden del negocio. Lo más seguro era que otros elfos sobrevivientes irían allí y
él podría descargar a esta hermosa desconocida en la siguiente patrulla que saliera hacia
Lys Alana.
Además de todo eso él estaba solo y herido. La compañía podría ser de ayuda,
incluso una inusual compañía como era esta mujer Mornsong. Rhys asintió.
"Yo te puedo llevar a un lugar seguro. Hay un bastión elfo no lejos de aquí.
Estoy seguro que serás capaz de encontrar tu camino a la capital a partir de ahí."
Maralen levantó la cabeza y arqueó una fina ceja. "¿Seré bienvenida allí?"
"No del todo," admitió Rhys.
"Muy bien," dijo ella. "Y gracias, Daen Rhys. Pero si me permites el
atrevimiento... ¿serás tú bienvenido allí?"
"¿Qué quieres decir?"
"Quiero decir... Bueno, como ya he dicho, tienes una herida grave. No estaba
hablando en broma cuando dije que has sido maldecido." La mujer de ojos oscuros sonó
repentinamente vacilante. "¿Te has visto? Sospecho que tus amigos de Hojas Doradas te
encontrarían por un momento un poco más inquietante que yo. Nosotros los Mornsong
no somos tan obsesivos con las apariencias y puesto que yo también estoy maldita no
tengo derecho a desdeñarte, pero tu gente...." ella se perdió en un gesto de simpatía.
Rhys había dejado de lado el dolor en sus extremidades y su cabeza pero una
nueva sensación terriblemente fría se retorció en sus entrañas. Miró con expresión
perdida a Maralen mientras esta metió la mano en su mochila y sacó una fina caja de
metal con un broche adornado en su tapa. Exhaló en la parte inferior de la caja, la pulió
con la manga y con una última mirada ansiosa se la ofreció.
Rhys miró sus propios dedos entumecidos cerrarse alrededor de la caja de metal
y alzarla a su rostro. La superficie reflectante no era lo suficientemente grande para
contener todos sus rasgos por lo que se centró en sus ojos, su nariz y su boca. Aparte de
una capa de hollín, una enojada roncha roja en su mejilla, y un salpicón de sangre en las
cejas, no vio nada fuera de lo común.
"Mas arriba," dijo Maralen nerviosamente. "Tu frente."
Rhys inclinó la caja. El frío en su estómago estalló y un entumecimiento helado
salió disparado por su columna vertebral y se instaló en su cerebro.

77
Sus cuernos habían desaparecido. El izquierdo se había roto a cinco centímetros
por encima de su frente dejando un pico dentado e irregular en donde alguna vez habían
existido suaves curvas reales y una punta finamente afilada. El derecho estaba
carbonizado y ennegrecido, terminando en un áspero tocón de polvo desmoronándose a
mitad de camino de su longitud.
Las rodillas de Rhys se doblaron y cayó al suelo ceniciento. La caja resbaló de
sus dedos pero Rhys siguió recordando el terrible recuerdo de su reflejo mientras
lágrimas corrieron por su rostro.
"Soy una desgracia visual," dijo en un monótono tono hueco. "No soy nada."
"Cálmate, taer, por favor." Dijo Maralen. "Entre los Mornsong…"
"¡Malditos sean los Mornsong!" exclamó. "Soy un monstruo. Soy menos que
nada. Los hojas marcadoras no podrían haber hecho un mejor trabajo de mi deshonra."
Apretó los puños y miró a la extraña viajera, su cara retorcida con preocupación, y dijo:
"Ya no soy digno de liderar... ni de cazar... ni siquiera de llamarme a mí mismo elfo. Ya
no soy más un Bendecido. ¿Cómo puedes siquiera mirarme?"
Maralen quedó en
silencio mientras el aliento
de Rhys carraspeó dentro y
fuera. "Las desgracias
visuales son tratadas tal vez
con un poco más de
compasión por mi pueblo,"
dijo. "Y además estamos
más o menos en los mismos
aprietos malditos. Perder a
mi ama, fallarle como yo lo
hice me avergonzará tanto
como cualquier desgracia
visual. Sin embargo, tu
tienes otra opción."
Rhys, el
exiliado
"Mornsong," dijo Rhys acaloradamente, "si yo estuviera todavía entre los
Impecables te mataría dónde estás parada."
"Sólo quise decir…"
"Quisiste decir que debería esconderme detrás de una ilusión. Una mentira.
Cortaría mi garganta antes de hacer lo que tu sugieres. Tal vez tu retrógrada tribu acepte
a las desgracias visuales pero ahora tu estás en el Bosque Hojas Doradas. Nosotros
somos la perfección de la perfección. Yo preferiría morir en desgracia antes que..." Su
voz cayó. "Las ilusiones son para trucos. Distracciones y ornamentos. Pueden fallar en
el fragor de la batalla."
Maralen inclinó la cabeza otra vez. "Sólo quise decir que podrías ponerte la
ilusión el tiempo suficiente como para hacerme entrar en este bastión de los tuyos." Sin
levantar la barbilla ella añadió: "Tal vez el método de los Hojas Doradas no es el único
método, taer."
Rhys farfulló, incapaz de articular el furioso asalto de emociones que le
abrumaban.
"Es egoísta, lo sé," dijo Maralen ignorando la indignación de Rhys. Miró a Rhys
suplicante y siguió, "Pero he estado perdida por mucho tiempo. He tenido que hacer lo
necesario para mantenerme con vida. Soy capaz como cortesana pero no soy cazadora."

78
El tumulto dentro de él cayó de repente en el silencio. Rhys asintió a Maralen,
no estando de acuerdo sino en reconocimiento, en reconocimiento de su presencia.
Sintió que su mente se aquietaba y él no quería que ella pensara que simplemente la
abandonaría.
"Espera aquí," dijo.
"¿A dónde vas?"
Rhys no respondió. Se acomodó en el suelo, con las piernas cruzadas y los ojos
cerrados, sus palmas presionadas contra el suelo al lado de sus caderas. Sus cuernos ya
no estaban, y no importaba lo que los locos elfos de Mornsong pensaran, era un
proscrito exiliado por siempre de la nación. Por lo demás, dudaba de que fuera a ser
aceptado en la tribu de Maralen, aun cuando quisiera encontrar refugio allí. Ella estaba,
como ella decía, en necesidad, y claramente dejaba pasar por alto su horrible
deformidad por razones pragmáticas.
Rhys dejó a un lado pensamientos de tribus y vergüenza con un gran esfuerzo y
se basó en la fuerza arcana de la espesura del bosque, en las vigorosas corrientes de
poder que sostenían a los elfos y conducían su magia. Dio forma a ese poder y lo envió
a la tierra en ruinas a su alrededor, sintiendo la zona de la explosión como si se tratara
de una herida sobre su propio cuerpo.
Quería llegar a Colfenor mismo pero por el momento el estaba imposiblemente
apartado del estado mental necesario. Así que Rhys se preparó para hacer lo mejor que
pudo por su cuenta. Por mucho que había evitado al viejo tronco rojo en esos días su
mentor le había dado las herramientas que necesitaba para curar el daño que había
hecho. Sólo tenía que hacer lo que le habían enseñado, aclarar su mente y tomar
medidas consideradas. Colfenor le había enseñado a pensar antes de actuar, y mientras
que Rhys nunca se había enfrentado antes a circunstancias tan calamitosas, todavía
estaba dedicado a vivir a la altura de las mejores enseñanzas de Colfenor al servicio de
la nación élfica.
Sintió la muerte a su alrededor. ¿Qué había hecho? Esta no fue una pregunta
retórica. Rhys realmente no podía concebir cómo había sucedido esto. El podía
encontrar un rastro o reunir una manada o curar una herida de batalla bastante bien, y su
magia de veneno no tenía igual, pero la destrucción de esa magnitud iba mucho más allá
de su habilidad. No sabía por dónde empezar a lanzar un hechizo o dónde encontrar la
magia para alimentarlo. La tierra estaba sin vida, agrietada en algunos puntos y
burbujeando en otros. El le había hecho eso al bosque, a sí mismo. Cada rama, árbol,
cuerpo caído apuntaban hacia el interior, hacia él, con silenciosa acusación. Le pediría
orientación al bosque, que calibrara su reacción a lo que había hecho y a su continua
presencia allí. Si el bosque le perdonaba se levantaría y llevaría a Maralen al
campamento. Si lo maldecía simplemente se sentaría allí hasta morir.
Rhys sintió la vibrante fuerza de la vida a su mando filtrándose a través del suelo
arruinado pero no hubo interacción entre los dos. Lo que él había hecho allí parecía que
tendría efectos a largo plazo. Lo que él había matado se quedaría muerto.
Detrás de ojos cerrados imaginó el bosque alrededor de él como lo había sido en
la madrugada, antes del desacertado ataque sobre el festín boggart de Escudilla: lleno y
verde y bullendo de vida. Ricos marrones y profundos verdes inundaron la escena tan
lejos como el ojo de su mente podía ver. Sostuvo esta imagen por un momento, tratando
de saborearla, de capturarla en su memoria para siempre. Entonces una sensación de
hormigueo líquido se drenó a través de él y su visión del bosque cambió.
Las hojas de los árboles brillaron con una luz rojiza que chispeó y bailó como la
lluvia al atardecer, bajando por las hojas hasta los tallos, las ramas, y luego a las
extensiones más gruesas y los mismos troncos robustos. Entonces el resplandor se

79
expandió al bosque, los ricos colores verdes derritiéndose lentamente en una suave
neblina de formas centellantes, arbustos y enredaderas de luz amarilla y blanca,
flotantes siluetas plateadas de troncos que se dividían y luego se volvían a fusionar,
como aceite en agua.
La sensación de ensueño se agudizó en una dolorosa claridad. Rhys abrió los
ojos y vio que los cambios no fueron sólo en su mente, el bosque a su alrededor era un
remolino caleidoscópico de formas y colores que sólo se parecía vagamente al bosque
en el que estaba sentado.
"¿Daen Rhys?" La voz de Maralen fue tensa y ansiosa pero no parecía asustada.
"Algo está pasando," dijo. "¿Esto es obra tuya? ¿Es esta magia de los Hojas Doradas?"
"No," dijo Rhys. "Pero creo que sé lo que es." La herida que le había infligido a
ese lugar debía haber sido aún más grave de lo que pensaba y él sería llamado a dar
cuenta de ello por la máxima y más augusta autoridad.
En lo alto, entre los esqueletos ennegrecidos de los árboles, una orgullosa y
magnífica forma de animal ganó definición y contenido dentro del caos. Brilló de un
extraño verde mientras emergió del miasma de colores y formas.
"¿Rhys? ¿Qué es eso?"
Rhys no tuvo respuesta, al menos no una que ayudaría a entender a Maralen. Se
parecía a un alce de montaña pero mucho más grande. Un par de gloriosas alas de águila
blancas se extendieron desde la espalda de la figura y crecieron hasta que abarcaron
improbablemente la escena de la destrucción, llenando el cielo. A pesar de sus frescas
deformidades Rhys no podía darse el lujo de sentirse avergonzado, su vergüenza habría
mancillado esa rara cosa perfecta.
"Taer, por favor," dijo Maralen. "¿Debería tener miedo?"
"No. Esto es algo que pocos han visto y aún menos elfos han visto nunca," dijo
Rhys al fin. "Un elemental. Una manifestación de la forma más elevada de la magia, un
poder tan fuerte que se convierte en un ser vivo e inmortal."
Maralen se colocó junto al elfo, un poco detrás de él. "¿Qué es lo que quiere?"
"No sabría decirlo. Creo que está enojado."
Ella consideró esto. "¿Podemos correr?"
Rhys sacudió la cabeza.
"¿Por qué?"
"¿Ves las alas, verdad? ¿Cómo escaparás de su alcance?" Dijo Rhys. "Cualquiera
sea su propósito
tendremos poco que
decir en el asunto."
"¿Entonces
estamos perdidos?"
El aura del
gran espíritu del alce
había llenado el
bosque con una
sobrenatural luz
verde. Bufó a través
de las grandes
ventanas negras de su
nariz y fijó sus
brillantes pupilas
amarillas en el par.
"No lo creo."

80
"¿No puedes hacer algo? ¿Razonar con él? ¿Asustarlo? ¿Apaciguarlo? Los de tu
tipo aman decirle a los demás qué hacer, sin duda esto no es diferente."
Rhys sacudió la cabeza sin molestarse siquiera en defender el honor de los Hojas
Doradas.
"¿Y bien, puedes hacer algo?" Preguntó Maralen con el miedo surcando su voz
por primera vez desde que había conocido a la extraña elfa.
"Puedo caer de rodillas y esperar el juicio del espíritu. Tú deberías hacer lo
mismo."
"No seas idiota. Tienes que probar. Yo soy una extraña aquí." Dijo ella agitando
las manos y alzando la voz en pánico. "Tú eres el héroe local. Mataste al bosque,
entraste en un trance y convocaste esa cosa aquí. Así que... no sé, envíalo de vuelta."
"No puedo."
"¡Entonces haz algo! ¡Cualquier cosa!"
Un coro etéreo de voces zumbando se alzó cuando el elemental volvió a
resoplar. Sus alas se expandieron, plegándose sobre sí mismas hasta que Rhys y
Maralen quedaron completamente sellados bajo una cúpula de fantasmal color blanco
verdoso.
El rostro del alce se volvió más distorsionado y el espíritu rugió con enojo. Se
echó hacia atrás y abrió sus fauces como si fuera a morder. Rhys sacó reflexivamente su
daga y dijo una oración en silencio a su mentor. No estuvo honestamente seguro de si
quería la daga para el elemental o para sí mismo.
Colfenor, pensó. Mi camino me ha llevado hasta aquí y aquí es donde va a
terminar. Perdóname.
Rhys volvió a llamar una vez más a la fuerza vital del bosque, reuniendo su
fuerza y su poder curativo. Maralen tenía razón. Él estaba dispuesto a morir pero esta
hermosa extraña no debía morir junto con él. Resistiría contra el espíritu durante el
tiempo que se atreviera y luego usaría lo último de su fuerza para proteger a Maralen.
Era una muerte mucho más noble de la que se merecía una desgracia visual como él
pero la Mornsong había soportado verle y tal vez ella algún día hablaría bien de él.
El elemental se detuvo, su cálido aliento formando nubes de espumoso vapor de
agua alrededor de su hocico. El espíritu alce no hizo ningún movimiento hostil más
hacia ellos sino que simplemente permaneció allí mirándolos hacia abajo mientras su
reluciente garganta blanca onduló y sus dientes chasquearon juntos.
"Está tratando de hablar," dijo Maralen.
"No, no puede ser. Ellos están más allá de las palabras, más allá de nuestra
comprensión," dijo Rhys. "Ellos no hablan, ellos... espera. ¡Por el bosque!, puede que
estés… ¡Lo oigo!"
"¿Puedes? ¿Qué está diciendo?"
"Es... difícil." Rhys se maravilló ante el glorioso espíritu a pesar del peligro que
representaba y la culpa que sentía. "Es como recordar los detalles de una imagen que
uno ha olvidado hace mucho."
"Bueno, entonces, ¿cuáles son los detalles?"
Rhys vació su mente. No pensó en nada más que el gran alce ante él y el poder
consciente que fluía de él.
"Ha comenzado," dijo Rhys aunque supo que los pensamientos no eran los
suyos. Las palabras salieron de su boca con un eco inquietante que vibró a lo largo de
toda su columna vertebral. "Las montañas se moverán. El río invertirá su curso. El cielo
arderá y gritará. No se puede detener."
"¿Qué?" Maralen le sacudió. "¿Qué estás diciendo?"

81
"Sal de aquí," dijo Rhys todavía sin estar en control de su lengua. "El daño sigue
a donde quiera que vayas. Vuelve a tu propia criatura. Vete y déjame curar el daño que
has hecho."
Maralen le dio un codazo a Rhys. "Pero que significa…"
Entonces Rhys se volvió hacia ella con los ojos brillantes de energía. "Vete," dijo
bruscamente y con contundente intención, y un momento más tarde se derrumbó hacia
adelante, aterrizando sobre sus manos y rodillas. Parpadeó y tosió, repentinamente en
control de su propia voz una vez más, y escupió algo como musgo. La presencia del
gran espíritu elemental se retiró y él anheló seguirle, permanecer dentro de ese estado
exaltado de comunión. Sin embargo este huyó de él dejándolo vacío y hueco.
"Tenemos que irnos," dijo simplemente. "No te quiere aquí. O a mi."
Maralen hizo una pausa, mirando como el gran espíritu recogía sus alas. Las
luces fantasmales se desvanecieron lentamente mientras el sol poniente se reafirmaba a
través del humo y la neblina.
"¿Y yo qué he hecho?" preguntó la Mornsong.
"Yo sólo escuché lo mismo que tu," dijo Rhys. "Quiere que te vayas. Quiere que
me vaya."
"Pues iré a cualquier parte que no sea aquí," dijo ella en acuerdo, "siempre y
cuando tu todavía vayas conmigo."
"Por supuesto." Rhys sacudió la cabeza con tristeza, tratando de disipar la última
sensación de aplastante vacío que el elemental había dejado atrás. "Aunque yo no veo
por qué te sientes más segura en mi compañía." Dijo haciendo un gesto hacia el espíritu
desvaneciéndose rápidamente. "He sido doblemente maldecido: una vez por mi propia
mano y ahora por los propios elementales."
"No tengo duda de que estoy mejor contigo." Maralen señaló a los últimos
vestigios de los cuernos del alce que todavía eran visibles en los árboles. "Esa cosa
estaba dispuesto a devorarnos pero tu le hiciste retroceder."
Rhys rió con aspereza desde la parte posterior de su garganta. "No lo creo. Esa
fue una fuerza divina y primitiva de vida. Podría habernos destruido a ambos con menos
que un pensamiento si lo hubiera querido."
"Pero no quiso," dijo Maralen, "no una vez que tu estuviste a la altura."
El espíritu había desaparecido por completo y el bosque fue completamente
restaurado a su arruinado estado ennegrecido. El viento silbó con tristeza a través de los
árboles muertos.
Rhys escuchó el lúgubre sonido, sus puños apretados firmemente.
"¿Es seguro irnos?" preguntó Maralen.
"¿Ustedes Mornsong realmente no saben mucho acerca de su propio mundo,
verdad?" Dijo Rhys. "Es más seguro irse que quedarse. Y cuanto antes empecemos..."
El elfo se detuvo, sus oídos orientándose hacia el oeste.
"¿Y ahora qué?"
"Una partida," dijo Rhys, "viniendo hacia aquí. Rápido." Hizo un gesto a
Maralen para que se pusiera detrás de él y la mujer de cabello oscuro obedeció
rápidamente. El olió el aire de forma experimental y agradeció a los antiguos dioses de
Hojas Doradas que su sentido del olfato, por lo menos, se hubiera mantenido sin
cambios. "Dos... quizás tres personas a pie: un kithkin o un boggart, y algo más grande.
Van a pie y viajando ligeros pero al menos uno de ellos está armado. Aunque hay más
de tres olores. Extraño. No hay suficientes pisadas."
Maralen sonrió. "¿Puedes decir lo que visten?"
"Cállate," gruñó Rhys. Pensó pero no añadió: Y a mi tú tampoco me sigues
oliendo bien pero no puedo decir por qué.

82
"Muy bien entonces, ¿puedes decir si son amistosos?" aventuró Maralen.
"Escuchando," dijo Rhys. "Lo que no puedo hacer si sigues hablando." Se
enderezó y respiró hondo. "No importa. En cualquier caso lo sabremos en un momento."
Maralen murmuró algo que Rhys no entendió. Luego, más fuerte, ella dijo:
"Perdóname, taer. Tu secreto estará a salvo conmigo."
Rhys ladeó la cabeza pero no se apartó de los sonidos aproximándose. "¿Qué?,"
preguntó. Su visión se nubló y sintió la suave y nebulosa piel de una ilusión asentarse
alrededor de su cabeza. Inclinó su cuello y la sombra conocida pero imposible de su
intacto cuerno izquierdo cayó sobre sus ojos.
Una ardiente ira subió hasta su garganta y le hizo darse la vuelta gruñendo:
"¿Qué has hecho?"
El rostro de Maralen fue de preocupación, casi suplicante. "Shh," dijo. "Casi
están aquí. Es sólo temporal, para evitar preguntas impertinentes. Nosotros... Tu no
deberías tener que responder a los de su tipo."
Rhys apretó los dientes con fuerza. La ilusión de Maralen fue fuerte y sutil,
expertamente lanzada. Tomaría tiempo disiparla... y una vez que se hubiera ido él
tendría que enfrentar a quienes se acercaban y soportar sus miradas compasivas.
"Discutiremos esto más tarde, señorita." Rhys plantó los pies en la ceniza y
envainó la daga, aunque mantuvo su mano sobre la empuñadura. Esperó con sus
hombros rectos y su cabeza en alto hasta que dos mujeres emergieron a través de la
maleza.
Había estado en lo cierto. Los dos corredores fueron una arquera kithkin y una
llameante. Tuvieron cuidado al entrar en el claro en ruinas pero la llameante no pudo
evitar que sus ojos se ampliaran cuando vio al elfo y a su inusual compañera.
"¿Eres Rhys?" dijo la llameante. "¿El Daen Rhys de la manada Cicuta?"
Rhys asintió.
"Soy Cenizeida, una peregrina. Esta es Brigid Baeli, una arquera de Kinsbaile.
Traemos un mensaje urgente de Colfenor."

* * * * *

Cenizeida habría estado mintiendo si hubiera dicho que había disfrutado de la


compañía a la que había sido forzada llevar. El camino de un llameante peregrino estaba
destinado a ser uno solitario, un viaje que daba forma y a su vez era moldeado por un
individuo. Los peregrinos, como viajeros y trotamundos, tocaban las vidas de muchos
otros, pero sólo brevemente. Como mensajeros llevaban noticias a los demás –terribles
y maravillosas, artículos triviales y profundos- pero ellos mismos no se ven afectados
por ello. Los llameantes no suelen leer las misivas que llevan y si lo hacen sienten las
palabras tan profundamente como el remitente o el destinatario.
Al igual que todos los peregrinos era costumbre y preferencia de Cenizeida
viajar sola cuando le era posible. Hacía mucho tiempo que había aprendido y aceptado
que esto no era posible con la frecuencia que a ella le gustaría que fuera. En esas
ocasiones, cuando la sabiduría o la necesidad dictaban contra sus inclinaciones
naturales, Cenizeida hacía todo lo posible por no molestar ni ser perturbada por sus
compañeros.
Sin embargo esta Brigid Baeli le preocupó. De hecho, la formidable aura de ego
de la arquera ya había empujado a Cenizeida más allá de lo problemático y en una
verdadera molestia. Brigid conocía claramente el terreno. Caminaba con toda la
confianza de un guardabosque experimentado. Incluso tarareó canciones alegres
mientras siguió por el bosque adelante de Cenizeida, encontrando y siguiendo caminos

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escondidos antes de que la llameante hubiera tenido la oportunidad de verlos o de
elegirlos por sí misma. Brigid rió de todas las objeciones más leves de Cenizeida y
cuando la llameante le hizo ver el punto Brigid se volvió cada vez mas hosca… y
presionó con mas razón hacia adelante.
Por lo menos la kithkin dejó de tararear canciones sobre sí misma después de un
tiempo. Lo último que Brigid dijo antes de comenzar a ponerse de mal humor fue que
conocía el camino más corto hacia el territorio de Rhys y que Cenizeida debería seguirla
si quería completar la misión de Colfenor rápidamente. Cenizeida no discutió pero
siguió cerca de Brigid, observando y esperando por la oportunidad de estar
honestamente en desacuerdo con la arquera para poder seguir por su cuenta. Era verdad
que el sendero se presentaba al peregrino pero Brigid parecía decidida a tomar el
camino por el cuello y domesticarlo como un saltanejo salvaje. Colfenor mismo había
admitido que no sabía exactamente dónde estaba su estudiante por lo que la mejor
conjetura de Brigid no era mejor que la de Cinezeida a pesar del superior conocimiento
de la arquera de la región.
Cuando la pareja se introdujo más profundamente en el bosque Cenizeida estuvo
segura de oír débiles risitas familiares en el camino detrás de ellos y tuvo pocas dudas
de que la pandilla Vendilion estaba, por alguna razón, haciéndoles sombra. No era raro
que una pandilla hiciera tales cosas, que un trío encontrara a alguien o algo interesante
por un día o dos, el tiempo suficiente como para llegar a ser molestos. Pero este trío
estaba empezando a poner nervioso a la llameante. Perdió de vista a Brigid por un
momento pero tan pronto como la llameante emergió a través de un seto de acebos
particularmente espeso vio a la kithkin parada en silencio sobre una gran roca,
protegiéndose los ojos con la mano mientras miraba hacia el denso bosque por delante.
Cenizeida se acercó junto a la roca por lo que quedó hombro con hombro con
Brigid e inclinó hacia atrás el ala ancha de acero de su sombrero de viaje.
"Nos están siguiendo," dijo la arquera sin bajar la mano ni mirar a Cenizeida.
"Lo sé," dijo Cenizeida. "Creo que son las hadas que conocí en el río."
Brigid movió sus pies pero mantuvo los ojos fijos en el terreno. "¿Están jugando
con nosotros o hay algún tipo de rencor entre ustedes?"
"Jugando. Casi con toda seguridad." La llameante sonrió. "¿Qué, nunca has
hecho un largo viaje con alguna pandilla?"
"Tal vez a ti te parezcan inofensivas pero las hadas pueden ser un verdadero
problema en la espesura del bosque. Agitan la vida silvestre con sus trucos y su magia y
luego huyen rápidamente dejándonos para solucionar el problema que han causado."
"Eso es una cosa terrible." Dijo una feliz voz aireada flotando por encima de
ellas.
"Sólo tratamos
de ayudar," dijo una
voz similar pero un
poco más profunda
detrás de Cenizeida.
"Aunque a veces
nos dejamos llevar...."
"Silencio
Veesa."
"O nos
distraemos."
"No estás
ayudando Endry."

84
"Hijas de Oona," dijo Cenizeida. "Mostraos para que podamos discutir las
condiciones." Pandilla Vendilion
Brigid arrugó su frente y suspiró. Bajó la mano y brincó de la roca cuando las
tres hadas volaron a la vista flotando en el círculo de luz brillantemente colorido de sus
alas brillantes.
"¿Condiciones?" preguntó la grande, Iliona, con una sonrisa. "¿Estás pensando
en hacer un trato?"
"Nosotros no trabajamos barato, llameante."
"Tu no trabajas en absoluto Veesa."
"Eso muestra lo que sabes, Endry." Veesa batió sus enormes y brillantes ojos.
"Estamos discutiendo las condiciones."
Iliona se encogió de hombros, indiferente. "Por favor, ignoren a los gemelos."
"Chocolate por la noticia. Ahora. La kithkin y yo estamos en una misión," dijo
Cenizeida. "¿Qué se necesitará para que ustedes nos dejen llevarla a cabo?"
"Oh, no, no." Iliona negó con la cabeza. "Ya hemos venido hasta aquí y no nos
vamos a volver."
"Queremos observar."
"Queremos ayudar y ustedes no nos pueden detener."
Brigid miró a Cenizeida y le habló en voz baja, apenas un susurro. "Tienen
razón. Harán lo que les plazca sin importar el acuerdo al que llegues."
"No me digas," dijo Cenizeida con una chispa de irritación.
El trío voló en círculos rápidos. "Esa es mezquina para ser una kithkin."
"Ella es mezquina como un boggart."
"Pero es famosa."
"Oh, muy famosa. La ‘Heroniña’ de Kinsbaile."
Cenizeida se dirigió a Brigid en un tono más tranquilo. "No les hagas caso. ¿Qué
sugieres?"
La arquera dejó caer su mano para que descansara en la punta inferior de su arco.
Las llamas de Cenizeida se encendieron brillantemente por la sorpresa distorsionando
el aire alrededor de su cabeza. Vaciló. Juntas ella y Brigid podrían ser capaces de
ahuyentar a las hadas o por lo menos desalentarlas por un tiempo. No sería una tarea
agradable. ¿Valdría la pena el esfuerzo? ¿Acaso aparecería otra irritante pandilla para
ocupar su lugar? Además, ¿disparar flechas a hadas? Un desperdicio de munición.
"Nosotros no queremos pelear," dijo el trío al mismo tiempo como si le leyera la
mente.
Endry sonrió bruscamente y añadió con un toque de amenaza real impropio de
un hada, "Pero lo haremos."
Iliona interrumpió y revoloteó hasta el nivel de los ojos de Cenizeida. "De todas
formas tú no deberías luchar con nosotros," dijo. "Te hemos salvado del río."
Las llamas de Cenizeida se enfríaron. La única cosa más derrochadora que una
escaramuza con estos pequeños e irritantes voladores sería volver a intentar contar la
historia de ese incidente.
"Tienen razón," dijo Cenizeida a Brigid. "Hubiera sido otra piedra en el fondo
del Vinoerrante si no fuera por ellas." Miró de nuevo a Iliona y asintió. "Muy bien.
Pueden venir."
"Como si pudieras detenernos."
"Pero tendrán que guardar silencio y no meterse en nuestro camino," dijo
Cenizeida. La kithkin asintió lentamente, estando de acuerdo aunque evidentemente no
más entusiasmada con la sugerencia de Cenizeida que la propia Cenizeida. "O de lo

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contrario veremos qué tan calientes se pueden poner esas alas antes de estallar en
llamas. ¿De acuerdo?"
Iliona zumbó alegremente alrededor de la cabeza de Cenizeida. "¡Es un trato!
¡Gemelos, escuchen! ¡Acabamos de aceptar!" Flotó un momento y su expresión se
coloreó por un destello momentáneo de confusión. "Esperen, ¿me dicen de vuelta qué
estamos haciendo?"
"Estoy buscando a alguien y Brigid me está ayudando. Es necesario que nos
dejen en paz y que podamos seguir buscando."
"Podemos hacer más que eso."
"¡Podemos ayudar!"
"Será mejor que solo observen," dijo Cenizeida. Echó un vistazo a Brigid y
añadió: "Yo soy la peregrina, después de todo, y este es mi camino."
Para sorpresa de Cenizeida la hosca kithkin sonrió, sus labios extendiéndose a
través de su cara ancha y redonda. "Muy bien llameante," murmuró. "Buen punto."
Cenizeida asintió con gratitud cuando las voces de las hadas se vertieron sobre
ellas en un fresco diluvio de entusiasmo.
"¿Por dónde vamos?" Chilló la hembra más pequeña, Veesa, mientras se alzó por
encima de sus hermanos y se precipitó entre las ramas bajas de un nudo de la madera.
"¡Yo me encargaré de reconocer el terreno!"
"No," dijo Cenizeida. "Sólo quédense detrás y síganme. ¿De acuerdo?"
"Veesa," dijo Iliona con firmeza.
El solitario gemelo bajó la cabeza y volvió zumbando perezosamente hacia los
demás.
"¿Cuánto más lejos del territorio elfo?" preguntó Cenizeida a Brigid.
"No muy lejos si mantenemos nuestro ritmo," dijo con una mirada significativa a
las hadas. "Si nada más nos frena será menos de una hora."
Cenizeida estuvo a punto de responder pero un sonido extraño se lo impidió.
Sintió una oleada de calor subir a su rostro cuando el aire mismo se alejó de ella como
si un gigante se prepara para estornudar. Cenizeida olió a ozono y sintió la presencia de
algo que no pudo nombrar. Una presencia que desapareció tan rápidamente como había
aparecido dejando a la llameante sintiéndose no muy diferente a un conejo lo
suficientemente afortunado como para encontrarse con un depredador que ya había
quedado lleno de comida.
Hubo un breve destello en el cielo como un rayo. Un instante después una
enceguecedora media luna de luz se alzó sobre las copas de los árboles. La forma se
intensificó y Cenizeida vio al resto de la esfera, una enorme bola de crepitante energía.
La esfera estaba demasiado distante para que la llameante pudiera estipular lo
verdaderamente grande que era pero ella la vio ampliarse hacia fuera y pudo sentir su
terrible fuerza incluso desde allí.
El suelo tembló violentamente cuando algo parecido a un trueno rodó por el
bosque. Cenizeida se estremeció ante el sonido. Brigid se llevó las manos a los oídos.
Incluso las hadas fueron lanzadas hacia atrás por la onda expansiva.
Segundos después una Cenizeida aturdida saltó sobre la gran roca. La bola de
energía se había ido dejando un agujero negro y humeante en el denso follaje verde. La
tierra siguió temblando violentamente lo suficiente como para desplazar la roca bajo los
pies de la llameante. Si los temblores eran tan fuertes allí debían haber sido lo
suficientemente fuertes como para arrancar los árboles de raíces más cerca del centro de
la explosión.
El ruido se apagó. Cenizeida quedó mirando al lugar de la explosión mientras
habló con Brigid.

86
"¿A menos de una hora si mantenemos nuestro ritmo?"
"Correcto."
La llameante miró a la kithkin y sonrió. "¿Y si corremos como saltanejos
atacados?"
Brigid le devolvió la sonrisa. "Sólo hay una manera de averiguarlo." Se colgó el
arco sobre sus hombros para que pudiera extender sus piernas en amplias zancadas. A
Cenizeida le hubiera parecido cómico si ya no hubiera visto a Brigid en el camino. Las
piernas de la arquera eran pequeñas pero era rápida y ágil cuando decidía serlo.
"¿Qué fue eso?" dijo Iliona. "Ya sabes, esa cosa. Eso que acaba de suceder."
"Hirió mis oídos."
"Hirió mis sentimientos."
"Creo que me rompí una antena."
"Yo te romperé tu antena."
"No sé lo que fue," dijo Cenizeida antes de que los gemelos llegaran a las
manos. Se quitó el sombrero y lo ató a una correa fina en su cinturón. Su ardiente
cabello y sus ojos brillaron intensamente. "¿Quién quiere ir a averiguarlo?"
"¡Te echo una carrera!"
"Uno, dos, tres ¡Ya!"
"¡El último en llegar es un boggart apestoso!"
El trío de hadas salió despedido hacia delante con una ráfaga de luz
deslumbrante y agudas risitas. Cenizeida se giró a Brigid y dijo: "¿Nos unimos a ellas?"
"Ve adelante," dijo la Heroína de Kinsbaile. "Probablemente podría mantener tu
ritmo por un tiempo pero nosotros los kithkin no estamos hechos para carreras de larga
distancia. Sólo ve. Estaré justo detrás de ti."
Cenizeida asintió, sintiendo más respeto por la arquera que lo que había sentido
en todo el recorrido hasta el momento, le tomó un autoconocimiento de sí misma
admitir una cosa así, más aún cuando uno se trataba de una leyenda viviente. La
llameante se llevó sus dedos hasta el borde de su sombrero en un medio-saludo, se
volvió, y se sumergió en el bosque, sus largas piernas conduciéndola hacia el lugar de la
explosión. El fuego en su cuerpo aumentó, soltando y aligerando sus extremidades. Sus
botas se hundieron en el césped mientras sorteó entre árboles y saltó por encima de
matorrales.
Cuando entró en la zona de la explosión el suelo crujió bajo sus pies y le hizo
trastabillar. Casi tropezó y se enderezó, desacelerando a un trote ligero.
Los signos de las escaramuzas élficas llenaban todo Lorwyn, decenas de
bosquecillos sagrados plantados como monumentos a los caídos. Cenizeida había estado
en demasiados, había llevado mensajes y oraciones a tales sitios decenas de veces, pero
nunca había visto uno tan fresco después de la masacre. Miró a derecha e izquierda
mientras corrió a un ritmo más lento, abrumada por la escena. Los árboles, las rocas, la
tierra misma había quedado desnuda y cubierta con una película de grasiento negro.
Innumerables cuerpos humeantes aún yacían boca abajo en las ruinas, irreconocibles
como miembros de alguna especie en particular.
Los llameantes eran criaturas de fuego por lo que Cenizeida supo que ninguna de
las llamas de su tribu habían causado esa destrucción. Aquello ni siquiera olía a fuego
tanto como apestaba a energía incendiaria, la distinción era diminuta pero un llameante
podría reconocer la diferencia entre la combustión simple y la potencia en bruto de la
magia de fuego. Los magos más sabios y experimentados de su especie tenían la
habilidad de desatar tal combustión pura infinita pero también tenían un control
completo sobre sus llamas y eran entrenados específicamente para no causar tal
destrucción total. Ella había visto al anciano de una tribu demostrar su calor y precisión

87
conjurando una jaula de llamas del tamaño perfecto de un hada que envolvió a su
ocupante como una segunda piel. Como el hada no se movió quedó ilesa. Si hubiera
tocado las llamas sus huesos se habrían convertido en cenizas. La pequeña criatura se
había ofrecido voluntariamente para la demostración y aunque salió completamente
ilesa Cenizeida nunca olvidó la mirada congelada y pasmada de su rostro cuando las
llamas se apagaron.
Eso no era daño por fuego en absoluto. Por lo menos el fuego había sido un
efecto secundario de la energía que ella había visto, una especie de fulminante fuerza
cáustica, más como un ácido potente que una llama crepitante. Era como si la fuerza
vital de todo en la zona se hubiera marchado de lo que había estado habitando. La
devastación creció cuanto más cerca Cenizeida llegó del epicentro. Si ella se dejaba
distraer mucho más perdería todo el impulso y terminaría vagando, aturdida, y llorando.
Su camino la estaba llamando, apurándola, pero para un cambio que ella casi temió le
esperaba por delante.
Saltó sobre un arroyo angosto y sus botas se hundieron en el barro de la otra
orilla con un frío chisporroteo. Las hadas estuvieron allí antes de que pudiera extraerse a
sí misma, zumbando en círculos alrededor de su cara.
"Es mejor esperar aquí," dijo Endry.
"No hay espacio por delante."
"Algo grande está ocupando todo el espacio."
Cenizeida hizo una pausa para concentrarse pero no sintió nada. "¿Qué quieren
decir?"
"Decidimos esperar aquí un momento."
"Tú también deberías esperar."
"Es mala suerte inmiscuirse en esas cosas."
"¿Qué cosas?" Dijo la llameante poniéndose de puntillas para ver por encima de
la siguiente colina. "¿Qué han visto?"
"Tonta peregrina," dijo Veesa. "¿No has oído? Nosotras no vimos nada. La cosa
no nos dejaría acercarnos."
"¿Qué cosa no lo haría?"
Los ojos de Endry brillaron repentinamente como pequeñas estrellas azules.
"Todo despejado," dijo. El brillo azur se propagó a los ojos de sus hermanas y las tres
hadas zumbaron hacia la cresta con una risita alegre.
Cenizeida oyó algo pequeño y rápido moverse rápidamente hacia ella y esperó.
Brigid salpicó a través de la estrecha corriente y se dejó caer sobre una rodilla junto a
ella, apenas jadeando.
"¿Qué está pasando?"
"Sea lo que sea ha terminado así que vamos," dijo Cenizeida y se dirigió hacia la
cresta. "Nunca estuviste tan atrás, ¿verdad?"
"No quería perderme de nada. No con las hadas cerca."
Las dos mujeres entraron a correr hasta que dejaron atrás la colina. Cenizeida
plantó la suela de su bota en el centro de una gruesa mata de zarzas y Brigid pasó por
encima de esta. La llameante se meció hacia adelante en una pierna manteniendo las
urticantes vides sujetas de forma segura debajo de su pie y se metió en un claro que
estaba envuelto en una nube de olor fétido.
Un guerrero elfo estaba de pie junto a una mujer de aspecto extraño en el otro
extremo del claro. Ambos parecían que habían visto días mejores pero el elfo lucía
especialmente serio. Cenizeida ignoró las hadas parlanchinas.
"¿Eres Rhys?" dijo la llameante. "¿El Daen Rhys de la manada Cicuta?"
El elfo asintió solemnemente.

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"Soy Cenizeida, una peregrina. Esta es Brigid Baeli, una arquera de Kinsbaile,"
dijo Cenizeida. "Traemos un mensaje urgente de Colfenor."

Capítulo 9

Brigid Baeli se movió instintivamente para llenar el vacío conversacional,


como hubiera hecho cualquier kithkin que se precie de ser héroe. La arquera se adelantó
y se inclinó profundamente ante el sorprendido elfo.
"El Cenn Gaddock Teeg envía sus más altos saludos."
Un trío de voces diminutas añadió: "Y nosotros somos la pandilla Vendilion. Yo
soy Iliona, esta es Veesa y… oh, mi."
"¿Qué?" intervino Marelen a la defensiva.
"Nada," dijo el hada.
"Desde luego que ella no iba a señalar que eres el elfo más feo que hemos visto
en toda nuestra vida," dijo la hada masculina indignado por haber sido dejado de lado.
"¡Cuida lo que dices!" dijo Rhys. Pareció no tener paciencia para sus parloteos
pues agregó, "Llameante ¿cómo es que me conoces?"
La juguetona y aguda voz de Iliona se hizo eco de lo alto. "¿Y tu compañera, Sr.
Gran Elfo?"
"Se ve extraña para mí."

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"Lo mismo digo. No es de por aquí, ¿verdad?"
"¡Ey!," dijo la mujer con los ojos oscuros estrechándose en molestia y algo más
que Cenizeida no pudo discernir. Fuera lo que fuese hizo callar a las hadas de
inmediato.
La mandíbula de Rhys se tensó. "¿Viajas con hadas?"
"No por elección," dijo Cenizeida.
"Y nosotras la salvamos del río."
"Sí, ella sería una roca si no fuera por nosotros."
"¿Y acaso nos dio las gracias? Por supuesto que no."
Rhys ya había dejado de escuchar la charla de las hadas y pareció desplomarse,
pero el momento pasó y permaneció perfectamente recto con los hombros cuadrados.
"Esta es Maralen, una viajera de la nación de Mornsong. Ella está bajo mi protección.
Entrega tu mensaje, llameante."
Cenizeida cruzó el claro, sorprendida de encontrarse nerviosa. Había algo en este
elfo... no, algo que estaba sobre él, el aroma de un poder que Cenizeida había pasado
toda su vida buscando. Este elfo estaba inundado en el aura embriagadora de un
elemental salvaje puro. Pero sólo fue un soplo… ¿acaso el elfo alguna vez se había dado
cuenta de que había estado en contacto con algo tan espectacular? ¿Cómo había
encontrado lo que Cenizeida había estado buscado durante toda su existencia?
Ella tenía mil preguntas pero también tenía un trabajo que hacer. Creyó que era
por esto que su camino la había llevado hasta allí pero había aprendido hacía mucho
tiempo a desconfiar del camino totalmente abierto. Era usual que dicho camino
estuviera despejado sólo para atraer al peligro a los viajeros desprevenidos.
El calor subió en el pecho de Cenizeida haciendo que las llamas que lamían su
clavícula ardieran brillantes y calientes. Sacó un fino paquete de cuero de su bolsa y se
lo entregó a Rhys. El elfo rompió el sello y sacó una enorme hoja solitaria.
Cenizeida, fascinada, observó mientras Rhys presionó la hoja entre sus manos y
cerró los ojos. Los llameantes utilizaban la meditación para alcanzar un mayor nivel de
control sobre sus llamas interiores, para producir magia más fuerte, más colorida y más
profunda. Sabía que los pueblos arbóreos practicaban algo parecido pero nunca había
visto a un elfo manipular magia para resultados que no fueran nada más que táctiles y
pragmáticos. Cenizeida lo encontró sorprendentemente inquietante.
Rhys abrió los ojos. "¿Sabes lo que contiene este mensaje?"
Ella asintió con la cabeza. "No lo he leído, taer, pero me dieron instrucciones
que revelaron algunos de sus contenidos. Estoy para acompañarte de regreso a
Kinsbaile, si quieres ir."
Rhys dobló la hoja y la puso dentro de su túnica. "No sabía que Colfenor estaba
en Kinsbaile."
"El Tejo Rojo te ha estado esperando allí durante algún tiempo o eso es lo que he
podido conjeturar," dijo Brigid acercándose lentamente. "El festival de cuentos está por
empezar. Tanto el Cenn Teeg como Colfenor esperaban hablar contigo en persona antes
de esa fecha."
Rhys no respondió y Cenizeida sintió el ambiente volviéndose más incómodo.
Antes de que las hadas pudieran lanzar algún improperio y empeorar las cosas, ella ya
estaba bastante sorprendida de que no lo hubieran hecho ya, dijo: "¿Vendrá con
nosotros, taer?"
"Yo no necesito ningún guía a Kinsbaile, ni tampoco escolta."
"Entonces permítenos acompañarte," dijo Cenizeida. "Se me ha retenido y
pagado para hacer esto. ¡Brigid también está atada a ese deber!" La llameante se tragó

90
un poco de su orgullo, hizo una profunda reverencia y dijo, "Por favor. Estamos a tu
servicio."
"Nosotros te ayudaremos," dijo Iliona.
"Sabemos un montón de historias," intervino Veesa.
"Especialmente historias de hadas," agregó Endry. "De la mejor clase."
Rhys intervino dirigiéndose directamente a las hadas. "Salven, hijas de Oona.
Me siento honrado con su presencia pero ¿sin duda hay algo más... festivo... en el que
ocupar vuestro tiempo? ¿En algún otro lugar?"
"Ah tu no nos evitarás así como así," dijo Iliona. "Nosotros estamos de servicio
con la Heroniña de Kinsbaile y la... la llameante," terminó con un encogimiento de
hombros.
"La llameante ya trató de alejarnos pero nosotros fuimos demasiado
inteligentes."
"Sí, vamos a ir sin importar si a ti o a la llameante o a la Heroniña les guste o
no."
Cenizeida vio a Rhys llegar a la misma conclusión que ella y Brigid habían
llegado: hasta que realmente comenzaran a dar problemas sería mucho mejor en el corto
plazo simplemente soportar la compañía de las hadas.
"Muy bien. Pero no quiero ninguno de sus jueguitos." Rhys miró a Cenizeida y
Brigid. "Estamos apurados."
Ambas mujeres asintieron. Cenizeida sintió sus llamas apagándose pero el calor
en su interior no disminuyó. El trabajo ya estaba a medio hacer, tal vez incluso más,
pero había un montón de complicaciones. El elfo estaba ocultando algo y era algo más
que un roce con un elemental. Allí estaba el campo de cadáveres frescos y el paisaje en
ruinas que considerar, por no hablar de esa extraña mujer elfa Maralen. La llameante
estaba más en contacto con las fuerzas elementales que la mayoría de los otros seres y
las fuerzas elementales alrededor de Maralen se sentían difusas pero ella llevaba el olor
más débil del mismo poder en el que Rhys parecía haber sido sumergido. Fue por esto
que decidió mantener un ojo vigilante sobre esta viajera Mornsong.
"Ella no puede venir con nosotros," dijo Iliona como si leyera la mente de
Cenizeida. La peregrina se preguntó si el hada no lo habría hecho. "No nos agrada,"
continuó la mayor del trío.
"¿Quién?" Dijo Maralen. "¿Yo?"
"Sí, tu."
"Así es, extraña elfa obesa, no puedes venir."
"¿Obesa?" se opuso Maralen con una muestra de diversión. "¿Por qué la gente
sigue diciendo eso? No creo que sea exacto."
"Detengan eso de inmediato," dijo Rhys. "Les dije que la Mornsong está
conmigo." Se volvió hacia Maralen y dijo: "Kinsbaile está más cerca que el
campamento de los Hojas Doradas. Estarás a salvo allí."
La mujer elfa vaciló. "¿Es un lugar muy habitado?" dijo ella. "Es decir, ¿seré
capaz de partir rápidamente, puntualmente, si es necesario?"
"No está muy lejos del Río Vinoerrante," dijo Rhys. "Los ferries van y vienen
todo el día."
"Siempre y cuando te cuides de las arbomandras," dijo Veesa.
"Sí, esas arbomandras no son de fiar," afirmó Endry.
"A veces se comen a la gente," agregó Iliona. "Cuantas más gordas, mejor.”
Maralen asintió aturdida. "Muy bien. Y gracias."
"Tal vez no nos oíste." La voz de Iliona fue aguda y peligrosamente juguetona.
"La elfa grasienta no puede venir."

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"Alta, también, para ser un elfo. Y realmente pálida. Quédate atrás gran elfa
gorda."
"Hijas de Oona," dijo Rhys y Cenizeida oyó un real tono de amenaza en su rica
voz. "No volveré a explicarles esto a ustedes. Maralen es parte de mi partida hasta llegar
a Kinsbaile. Quien quiera viajar conmigo deberá aceptar eso o aceptar las
consecuencias."
Las hadas zumbaron con rabia pero silenciaron su tono y volumen. Dos de ellas
giraron en círculos cada vez más contraídos, imitando el vuelo una a la otra hasta que
sólo quedaron a un par de metros por encima.
"De vuelta a Kinsbaile entonces," dijo Iliona.
"Pero una vez que estemos allí las cosas cambian."
"Endry, ya has abierto tu bocota."
"Yo digo que la pongamos en el primer ferry que salga."
"¿Alguna vez les he hecho algo?" Dijo Maralen. Endry zigzagueó en una nube
de polvo brillante y reanudó sus círculos con su hermana gemela.
"Por favor, señorita," se interpuso Cenizeida a Maralen. "Las tres son tan
volubles e impredecibles como cualquier hada que usted haya visto. E igual de
poderosas. Quizás puedan insultarla pero no crea que le harán daño."
Maralen olfateó. "¿Tú no lo crees, eh?"
"No." Dijo Cenizeida sonriendo. "Pero eso no quiere decir que no debas
vigilarlas por el camino. Yo haré lo mismo. Entre nosotros tres," ella gesticuló hacia
Rhys, "no creo que vayan a intentar algo."
"Cuatro," dijo Brigid. "Contando a la Señorita Maralen." Ella miró a los
pequeños hermanos y la llameante casi pudo sentir a la arquera planeando mentalmente
dónde poner la primera flecha si las hadas se portaban mal.
Cenizeida se volvió hacia Maralen. "Estarás a salvo. Eso sí, hagas lo que hagas,
no discutas con ellas. No vale la pena molestarse."
Maralen fijó sus ojos oscuros en ella. La extraña mujer asintió lentamente. "De
acuerdo. Voy a hacer que cumplan con eso."
"Por supuesto."
Maralen miró hacia arriba. "Esperen un momento. Sólo veo dos hadas," dijo ella.
"¿Dónde está la tercera? ¿Qué pasó con la grande?"
Cenizeida parpadeó. Era cierto. Sólo dos del trío volaban actualmente en
círculos perfectos en el aire lleno de humo.
"Honestamente no lo sé," dijo la llameante. Ahuecó sus manos alrededor de su
boca y gritó hasta las hadas. "Ey, Endry y... la otra, ¿dónde está su hermana?"
El dúo no respondió sino que voló en círculos más rápidos y más cerrados,
silbando y gimiendo como el viento.
"¿Realmente importa?" Dijo Brigid. "Probablemente se distrajo por una flor
bonita o un brillante rayo de sol. Sintámonos bendecidos de que por el momento sólo
tengamos que lidiar con dos de ellas."
Cenizeida estuvo de acuerdo pero no le gustó la idea de un hada perdida y
revoloteando sin supervisión.
"Estoy segura de que tienes razón," dijo. "Dondequiera que esté tarde o
temprano encontrará su camino de vuelta a nosotros."

* * * * *

Iliona voló veloz a través del bosque, poco más que un borroso rayo de luz y
color. Tenía toda la razón para apresurarse. Tenía que encontrar el anillo de hadas más

92
cercano... y además, no le gustaba estar lejos de sus hermanos por mucho tiempo. Los
gemelos tendían a cotillear sobre ella a sus espaldas y, por los pistilos benditos de Oona,
si ellos iban a hacer eso ella quería estar allí para escucharlo. Sin embargo ella era la
líder de la pandilla y tenía una responsabilidad, aún cuando no estaba del todo segura de
lo que estaba pasando.
Oona querría saber acerca de la extraña criatura elfa viajando con Rhys y un
chisme así de jugoso valía la pena un poco de soledad. Pasó como un rayo junto a una
banda de cazadores elfos que parecían muy serios pero Iliona iba demasiado rápido y
demasiado arriba para que ellos la hubieran notado.
La pequeña criatura alada emergió en un gran claro silencioso. Enormes árboles
delimitaban el lugar cerrado y un musgo espeso cubría el suelo. Iliona bordeó la línea de
árboles, sus ojos afilados investigando el suelo del bosque.
Allí. Un pequeño círculo de madreselva púrpura y azul floreció y Iliona viró
hacia el. Este no sólo era un anillo de hadas sino también una conexión directa a la Gran
Madre, un anillo de sus propias flores, esperando el toque de un hada antes de florecer
hasta su completa madurez. Esas conexiones sólo podían utilizarse una vez, luego los
pétalos se marchitarían y en algún lugar cercano un nuevo anillo de flores rompería a
través del mismo suelo a la espera de la siguiente hada que tuviera extrema necesidad de
hablar con Oona.
El aire se llenó del dulce perfume de la apertura de las flores para el momento en
que ella flotó delicadamente sobre uno de los pétalos abriéndose. Sus alas zumbaron
tranquilamente mientras ella cerró los ojos y se extendió hacia la Gran Madre, Oona,
Reina de todas las Hadas.

* * * * *

El viaje a Kinsbaile podría haber sido mucho peor. La kithkin y la llameante


resultaron capaces y lo suficientemente profesionales como para concentrarse en el
trabajo a mano y no hacerle perder el tiempo a Rhys con preguntas impertinentes que el
nunca habría podido responder.
Las hadas continuaron abusando de Maralen, por supuesto, pero por el momento
solo se mostraron satisfechas de burlarse de su inusual apariencia en lugar de hacerle un
daño real. Por su parte la elfa de cabello oscuro mantuvo el ritmo del grupo con
facilidad y sin queja, aunque abofeteó hacia las hadas siempre que ellas se acercaron
demasiado.
Rhys evitó un amplio agujero y comprobó sus pertenencias. Ya estaban a medio
camino de su objetivo. Si nada más iba extraordinariamente mal él estaría con Colfenor
al amanecer y vería que tenía que decir el viejo tronco. Frunció el ceño. Colfenor
descubriría la ilusión que Rhys llevaba ahora vergonzosamente. Le plantearía la locura
de la decisión de Rhys de volver a la nación como una desgracia visual por debajo del
manto de un falso guerrero. Aprovecharía la oportunidad para presionar a Rhys a que
volviera a los caminos de un sabio, si los Hojas Doradas no lo mataban primero.
Eran argumentos que Rhys había escuchado y rechazado en innumerables
ocasiones. Y los rechazaría de nuevo a pesar del peso y el ardor adicional prestados por
su situación actual. Rhys bajó marchando por una ligera inclinación, plantando sus pies
con pezuñas en el suelo con cada paso firme. Demasiadas preguntas y decisiones se
presentaban delante de él. Se ocuparía de cada una individualmente, en sucesión,
comenzando con el cumplimiento de sus obligaciones para con Colfenor. Fuera lo que
fuera que tuviera que decir su antiguo mentor, fuera lo que fuera que Rhys decidiera en
consecuencia, esa sería la última vez que el sabio tejo lo convocara como a un lacayo.

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Veesa revoloteó delante de Rhys. "Espera, espera," dijo ella.
"No," contestó Rhys siguiendo adelante directamente debajo de la hada flotando.
"Es importante," dijo Veesa.
"Iliona está viniendo," dijo el otro flotando junto a la cabeza de Rhys en el lado
opuesto.
"No vamos a detenernos," dijo Rhys. "Ya hemos resuelto eso. Tendrá que
alcanzarnos."
El hada femenina flotó más cerca de Rhys. "Debemos estar listos."
"Veesa tiene razón."
"Y Endry tiene razón sobre mí teniendo razón. Ahora ya no falta mucho."
"¿De qué están parloteando?" preguntó Maralen subiendo detrás de Rhys, con
Cenizeida y Brigid cerca. Ni la llameante ni la kithkin hablaron pero ambos echaron
miradas nerviosas al camino detrás.
"Algo está allí atrás," dijo Brigid. "Acercándose rápido."
Rhys escuchó y se maldijo por no haber prestado más atención. "¿Qué es eso?
Suena como una lluvia de flechas."
"Yo nunca he oído una flecha zumbando de esa forma," dijo Brigid.
Maralen se acercó más a Rhys. "¿Otro elemental?"
La llameante se sobresaltó como si hubiera sido abofeteada. "Lo sabía," dijo
mientras casi se lanzó hacia delante y agarró a Maralen por el hombro. "¿Qué has dicho
sobre un elemental?"
"¡Quítate de encima!" Maralen se apartó del abrazo frescamente ardiente de la
llameante.
"¿Tu viste un elemental?" persistió Cenizeida. "¿Un verdadero elemental?"
"Eso es lo que el dijo." Respondió Maralen señalando a Rhys. "Lo que yo vi fue
un enorme alce alado brillando intensamente. Tú dime lo que era porque no tengo ni
idea. Nunca había visto algo así en Mornsong. Él fue el único que se comunicó con la
cosa. Pregúntale."
El fuego en los ojos de Cenizeida ardía y ella se quedó mirando hacia el espacio
sobre la cabeza de Maralen.
"No tengo nada que decir al respecto y te sugiero que no presiones en el asunto.
Llameante, despierta," le espetó Rhys. El manto de fuego de la mujer se encendió y
Cenizeida asintió aunque fue claro que siguió perdida en sus pensamientos.
Un cambio repentino en el tono del constante zumbido que acompañaba a sus
compañeras hadas anunció la llegada de Iliona. La pequeña hada pasó volando sobre
Brigid, Cenizeida y Maralen, se sumergió para esquivar los ojos de Rhys, y luego se
disparó de nuevo hasta golpear contra Veesa y Endry.
El hada de mirada salvaje no pudo quedarse quieta, zigzagueando y revoloteando
alrededor de sus hermanos mientras estos se enderezaron a sí mismos. Las palabras de
Iliona se derramaron en una larga y fluída corriente de idioma Hada, y sin ninguna
pausa.
"¿De que pantanos están hablando?" dijo Maralen.
"Se nos espera en Kinsbaile," dijo Rhys. "Tengo asuntos importantes allí. Puedes
quedarte y charlar lo que se te antoje con ellas pero el resto de nosotros seguiremos
adelante."
"Oh, no eres divertido."
"Los elfos nunca lo son."
"No."
Rhys se volvió a Cenizeida. "Ahora llameante, si estás lista…"
"Más que lista," dijo ella. "Y llámame Cenizeida."

94
* * * * *

"Taer," dijo Cenizeida tan pronto como se presentó una oportunidad, "Me
gustaría oír hablar del elemental que invocaste."
"Yo no invoque nada," dijo Rhys airadamente. Tenía los ojos en el camino por
delante y habló con los dientes apretados.
"¿Pero viste a un elemental?"
"Lo hice." Rhys no se volvió ni detuvo su andar. "Pero no fue el encuentro
entusiasta y glorioso que tu pareces esperar. El espíritu vino a castigarme."
"¿Está seguro?" dijo la llameante negando con la cabeza. "Eso no suena bien."
"No estoy seguro de nada," dijo Rhys. Juntos, él y Maralen contaron
rápidamente su experiencia. Describieron al gigantesco alce alado, la terrible sensación
de juicio, de cómo la cosa había cambiado el ambiente por un tiempo y luego les había
advertido, sin hablar, que tenían que irse. Cenizado estuvo pendiente de cada palabra,
tratando de imaginar lo que debía haber sido. Ellos estaban omitiendo algo, un acuerdo
tácito pero firmemente acordado de conspiración… era eso o sus mentes habían sido
demasiado consumidas por su viaje a través del bosque. Cenizeida fue lo
suficientemente sabia como para no presionar más hasta que tuviera una mejor idea de
lo que ellos estaban dejando de lado. Los elfos no eran conocidos por la verbosidad en
la interacción con otras tribus de Lorwyn, y Rhys ciertamente se ofendería si ella
desafiaba la integridad de su historia. Era un misterio que podría esperar hasta
Kinsbaile.
Cenizeida resolvió simplemente escuchar y observar a la extraña pareja a lo
largo del camino. Si había algo en Rhys o Maralen que justificaba las atenciones
directas de un elemental ella lo averiguaría. Cualquier cosa que ayudara a avanzar su
comprensión de los grandes espíritus justificaría este tramo de la ruta.
Ellos se movieron en silencio durante una hora o más hasta que estuvieron lo
suficientemente cerca como para oír el río. Tanto Cenizeida como Rhys oyeron al
mismo tiempo los pasos acercándose y se giraron hacia el camino detrás de ellos con
Maralen acuclillada de manera segura detrás de un tupido arbusto de bayas.
Brigid apareció en el camino, su arco colgado sobre los hombros. "La Pandilla
Vendilion parece haberse extraviado."
"No importa," le espetó Rhys. "Arquera, ¿conoces algún camino directo pero
oculto para entrar a la ciudad desde aquí?"
"Seguro que lo hace," dijo Cenizeida. Brigid sonrió levemente a la llameante y
asintió a Rhys.
"Entonces guíanos. Ve tan rápido como te sea posible. Si vas a toda velocidad
puede que las hadas tengan problemas para alcanzarnos."
"Suena bien," dijo Brigid y sin decir una palabra más sonrió y pasó corriendo al
lado de Rhys. La arquera se desvió hacia un espeso grupo de árboles en el norte. Rhys y
Maralen le siguieron con Cenizeida cerrando la marcha.
El notable ritmo de Brigid no disminuyó. Incluso Rhys pareció tener problemas
para seguirle, sobre todo debido a Maralen, y Cenizeida tuvo que esforzarse para
mantener a la arquera kithkin a la vista. Ella llevó a la partida por debajo de troncos
huecos y a través de grupos de árboles tan densamente apretados que apenas había
espacio para pasar entre ellos. Era una ruta desconocida para Cenizeida, completamente
diferente de la ruta por la que se habían marchado de la aldea, pero se movieron tan
rápido que la llameante no tuvo tiempo de sentirse perdida.

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La partida rompió a través de los árboles y emergió en una colina cubierta de
hierba con vistas a Kinsbaile. El bullicioso pueblo kithkin parecía pequeño en la
distancia pero fue una vista agradable y acogedora. Cenizeida sintió una oleada de
emoción, su misión estaba casi completa pero esta había abierto una nueva avenida para
que ella pudiera perseguir. El hilo que ella ganaría por entregar el mensaje de Colfenor
se había convertido en una ocurrencia tardía. La verdadera recompensa de Cenizeida
sería la información que obtuviera de Rhys y Maralen.
Brigid le sonrió, claramente orgullosa de su progreso a través de la última etapa
de este viaje. Rhys se paró cerca, mirando hacia abajo en la ciudad. Kinsbaile también
marcaba el final de su camino actual pero el elfo no parecía consolado. En todo caso
Rhys pareció ver a Kinsbaile con partes iguales de cansancio y miedo.
Sólo la expresión de Maralen le resultó confusa a Cenizeida. Su rostro no mostró
nada de la satisfacción, la ansiedad, o la expectativa que los otros tenían. La elfa de
cabellos oscuros simplemente pareció pensativa, casi contemplativa, como si su honesta
reacción a llegar sana y salva a Kinsbaile tuviera que esperar hasta que se lo hubiera
pensando.
La llameante creyó que entendió el por qué. Los kithkin eran anfitriones geniales
y excelentes pero también eran desconfiados con los extraños. La llameante no había
visto a una elfa Mornsong en toda su larga vida e incluso ella se preguntó cómo recibiría
la gente pequeña a la extraña y pálida mujer.
Un alegre zumbido y un trino se alzaron detrás de ellos cuando las hadas se
abalanzaron a la vista.
"¡Los encontramos!" dijo Iliona alegremente.
"¡Las hadas gobiernan los cielos!" chilló Veesa.
"Si hubiera pensado en traer mi planeador conmigo," dijo Brigid, "me hubiera
gustado probar esa afirmación."
"Cuando tu quieras, abultada."
"Las alas prestadas nunca son tan buenas como la cosa real."
"La única manera en que ganarías sería si no pudiéramos dejar de reír al ver tu
pequeña cabecita volando por ahí."
"Ustedes tres," dijo Rhys, "vayan adelante y anúncienme. Seguramente vamos a
atraer la atención del pueblo y no quiero que nada me retrase entre aquí y Colfenor."
"¿Qué, somos heraldos ahora?"
"¿Puedo tener una trompeta?"
"Yo quiero unos tambores."
"Silencio." Iliona se volvió hacia Rhys e hizo una reverencia, sus alas un borrón
mientras se inclinó por la cintura. "Por supuesto que haremos lo que nos pides, Sr. Gran
Elfo." Los hermanos se miraron, asintieron, y bajaron zigzagueando por la colina hacia
el pueblo.
"Te lo dije," respondió Iliona. "¡Te dije que no podrías deshacerte de nosotras!"
"Ni siquiera deberías haberlo intentado."
"La próxima vez deberías ser más amable con nosotras."
El parloteo continuó mientras las hadas volaban fuera del alcance del oído.
Rhys esperó, dándole al trío el tiempo suficiente como para que llegara a las
puertas de la aldea. Cenizeida, Brigid, y Maralen aguardaron en silencio a su lado.
Entonces la mujer de cabello oscuro habló.
"Antes de que vayamos más lejos," dijo, "Quiero darles las gracias. A todos
ustedes. No sé lo que habría pasado si no les hubiera conocido."
"Habrías muerto," dijo Brigid.

96
"Era mi deber," dijo Rhys. "Los Mornsong son desconocidos aquí pero todavía
eres un elfo, y eso es lo importante."
El labio de Cenizeida se curvó ligeramente ante el destello no intencional de la
informal intolerancia intrínseca al cumplido de Rhys. "De nada," murmuró.
Un suave rugido no muy diferente al de una ovación subió flotando por la colina
desde Kinsbaile. Rhys asintió con la cabeza e hizo un gesto a Maralen. Juntos los dos
comenzaron a bajar la colina con Cenizeida y Brigid cerca.

Capítulo 10

Rhys pudo sentir la presencia de Colfenor en Kinsbaile flotando sobre el


pueblo como la fragancia de hojas quemadas. La ignoró… de hecho trató de ignorar
todo al entrar en el pueblo: los curiosos kithkin, los centinelas de rostros serios, los
saludos ocasionales, incluso los miembros de su propia partida.
Brigid, Cenizeida y Maralen lo acompañaron en silencio al pasar por las puertas
de Kinsbaile y entrar en el centro de la ciudad. El trío de hadas había huido a alguna
parte, corcoveando y charlando.
Rhys se detuvo delante de la gran puerta de madera del Cenn Teeg. Esperó a que
Cenizeida y Brigid lo alcanzaran y luego dijo: "Si no me equivoco su misión termina
aquí. Os doy las gracias a ambas por tantas molestias."
"Mi trabajo es escoltarte hasta Colfenor," dijo Cenizeida.
"Y el mío informarle al cenn," agregó Brigid.
"Yo hablaré en privado con Colfenor," dijo Rhys, "o no lo haré en absoluto."
"Por supuesto, taer. Pero yo tengo la intención de ver mis deberes
completamente cumplidos."
"Y recompensados," dijo Brigid con una sonrisa. "¿Eh, llameante?"

97
"Sí," dijo Cenizeida pero mirando a Maralen cuando lo dijo. Era evidente que la
peregrina todavía tenía preguntas sobre el espíritu que Rhys y la extraña habían
encontrado en el bosque.
"Maralen," dijo Rhys, "ha sido un honor acompañarte. Aquí estarás a salvo. La
tribu de Mornsong está muy lejos pero te será fácil enviar un mensaje a ellos por el río."
"Gracias, taer," dijo Maralen. "Pero confío en que esta no sea la última vez que
nos vayamos a ver."
"Eso no sabría decirlo," respondió Rhys. "Aunque si puedo ofrecerte un consejo
práctico: Si viajas desde aquí elije sabiamente tu transporte y tu compañía. Hay algo…
extraño en el aire." Pensó acerca de cómo agregar una advertencia por no hablar de que
había viajado con una desgracia visual pero encontró que las palabras no se formarían
en sus labios. Maldijo su propia cobardía.
Maralen se inclinó. Rhys asintió y se volvió hacia la puerta del cenn. Antes de
que pudiera golpear o anunciarse la madera pintada se abrió y Gaddock Teeg apareció
radiante en la entrada.
"¡Excelente!" dijo el kithkin de rostro rubicundo. Sus ojos bailaron sobre Rhys.
"¡Has llegado! Y mucho antes de nuestra fecha límite autoimpuesta."
"Cuida tus modales, kithkin," contestó Rhys.
"Mis perdones, taer. ¡Salve, Daen Rhys de la manada de caza Cicuta de los
Hojas Doradas! Nos honra con vuestra presencia."
"Estoy aquí para ver a Colfenor."
"Por supuesto. Su mentor le espera en el interior. ¿Puedo acompañarle a mi
oficina?"
"Puede." Rhys miró a Brigid y Cenizeida. "También puede despedir a estos dos
excelentes servidores con felicitaciones por un trabajo bien hecho."
"Por supuesto, por supuesto. Arquera Baeli, su tarea especial ha concluido. Y tú,
llameante... por favor espera aquí. Saldaré nuestra cuenta una vez que haya mostrado a
mi noble invitado en el interior." El rostro de Teeg se nubló cuando notó a Maralen. "¿Y
quién es esta? Una dama de los Bendecidos. Permítame darle la bienvenida en nombre
de todo Kinsbaile, gran dama. Es un honor que no merecemos."
"Gracias, honorable," respondió Maralen con un movimiento de cabeza
moderadamente respetuoso.
Teeg esperó por un momento incómodo. Cuando habló su voz fue impaciente,
nerviosa. "Esplendido, espléndido. ¿Nos vamos a su mentor, entonces?"
"De inmediato." Rhys se volvió hacia su partida y dijo: "Adiós a todos. Si nos
volvemos a encontrar les recibiré con amabilidad." Y después de la más breve y brusca
de las reverencias los despidió, se armó de valor y siguió a Teeg al interior.
El interior del edificio estaba desierto y oscuro. Rhys caminó suavemente por el
suelo de madera y se puso rígido ante la puerta cerrada de la oficina interior de Teeg.
Colfenor estaba en el otro lado. Podía sentir los pensamientos del viejo árbol como el
regaño del viento, inescrutables pero indudablemente presentes. Cuando el cenn hizo
ademán de abrir la puerta para él Rhys le lanzó una mirada furiosa.
"Disculpe," dijo Teeg sudando ligeramente. "Los dejaré a solas y me encargaré
de los honorarios de la llameante." Secándose la frente hizo una profunda reverencia y
se alejó de Rhys sin darle la espalda hasta que su amplio trasero chocó contra la pared
del fondo.
Rhys esperó hasta que oyó abrirse y cerrarse la puerta exterior saboreando ese
último momento de soledad. Llamó a la puerta del cenn y la voz profunda y estentórea
de Colfenor retumbó instantáneamente en respuesta.
"Entra, mi hijo."

98
Rhys abrió la puerta y entró. La oficina del cenn estaba aún más sombría que el
resto del edificio, sus gruesas persianas de madera bloqueando por completo el sol de la
mañana. Vio a Colfenor encorvado en la oscuridad detrás del escritorio de amplia tapa
de Teeg, las ramas superiores del tejo raspando suavemente contra el techo. El árbol
anciano observó a Rhys sin el menor atisbo de una expresión reconocible en su ancho
rostro columnar. De los diversos habitantes de Lorwyn los arbóreos eran los menos
parecidos a los elfos, y de todos los arbóreos, el raro y mortal tejo era el más extraño de
todos. Hadas, kithkin, gigantes, e incluso merrows compartían el mismo diseño básico
bípedo aunque sólo los elfos notaban su potencial para la gracia y la belleza.
En contraste Colfenor era, bueno, un árbol, y como habría pasado con cualquier
árbol, parecía fuera de lugar dentro de la cavernosa oficina. Tenía extremidades como
un elfo, es decir fuertes y rígidos tocones para los brazos que terminaban en dedos de
ramas sorprendentemente diestros y gruesas piernas similares a raíces, pero el tronco
que componía la mayor parte del cuerpo del arbóreo también estaba coronado por
cientos de ramas y ramitas que no tenían análogos en los cuerpos de los elfos o kithkin.
El milenario tejo era glorioso en sus agujas de tintes carmesí y su piel de corteza nudosa
era pura, de un marrón perfecto. Movía lentamente, los ojos, los labios y los dedos casi
glaciales en su progreso, pero hacía mucho tiempo que Colfenor había demostrado que
valía la pena esperar por lo que tenía que decir. Y si levantaba una ceja musgosa a algo
que Rhys decía lo mejor para este sería esperar a la reacción de su mentor antes de decir
cualquier otra cosa.
Si Colfenor había visto a través de la ilusión aún no había reaccionado ante la
lesión de Rhys. El gran árbol simplemente se quedó allí mirando y pensando mientras
sus anchos y ásperos labios se fruncieron y soltaron, fruncieron y soltaron.
"Has llamado, Colfenor," dijo Rhys por fin. "Y yo he contestado."
El tejo rojo rió entre dientes pero su rostro permaneció serio. "Por primera vez
en meses," dijo. "La mayoría de los estudiantes se disculparían a sus maestros por
'diligencias' como esta. La mayoría de los estudiantes me llamarían ‘maestro’ cuando se
dirigieran a mí en tales circunstancias."
"Yo no soy ‘la mayoría de los estudiantes.’"
"No. Tú ni siquiera eres el estudiante que yo esperaba." Y levantando un dedo
leñoso señaló a la frente de Rhys. "¿Qué te ha pasado, hijo mío?"

99
"Es por eso
que he venido," dijo
Rhys. Colfenor había
visto a través de la
ilusión sin aparente
esfuerzo y las
palabras de Rhys se
derramaron en una
extraña oleada de
alivio y ansiedad.
"Yo estaba luchando.
Estaba en peligro.
Todos lo estábamos.
Los boggarts... son
diferentes. Turbas
organizadas,
comiendo la carne
de… no importa. El punto es que sentí un poderoso brote de… de algo. Magia, magia de
tejo... magia venenosa como nada que hubiera visto antes. Cuando desperté el enemigo
y mi manada habían sido destruidos por completo." Tragó saliva. "Y yo, también, fui
destruido. Colfenor, soy una desgracia visual. No soy más de ninguna utilidad. Sea lo
que sea que tenías en mente deberías encontrar a otro estudiante que no te cubra de
vergüenza."
"Entonces," dijo Colfenor, "no has venido porque yo llamé sino debido a que
estabas en crisis. Una crisis de tu propia creación."
"¿Y eso qué importa, viejo tronco? Tú llamaste y yo vine. Yo te necesitaba y tú
estabas aquí. Ambos hemos conseguido lo que queríamos."
"Todavía no mi estudiante. Tengo un favor especial que pedirte." Colfenor se
recostó contra la pared en una sinfonía de madera crujiendo. "Uno que no podía confiar
en que oyeras salvo con tus propios oídos."
"He estado muy ocupado. Soportando mi cuota de esfuerzo en nombre de la
nación."
"Mira los frutos de tal esfuerzo," dijo Colfenor con un gesto descuidado a la
frente de Rhys. "¿Buscas respuestas aquí, o absolución?"
"Busco el significado de todo esto." Rhys echó su cabeza hacia atrás y se
encontró con la fría mirada apreciativa de Colfenor, plenamente consciente de que sus
cuernos rotos y ennegrecidos estaban expuestos ante la estudiada atención de su mentor.
"Ya no soy digno de llamarme uno de los Bendecidos." Rhys hizo un gesto a sus
cuernos. "Y por eso debo saber, Colfenor. ¿Has sido tu el que puso esto en movimiento?
¿Tú has traído esto? Nunca había visto nada como lo que pasó, y mucho menos causado
tal destrucción y muerte."
Colfenor olfateó. Su melodiosa voz destiló indignación. "Yo ya había deducido
de tu propia historia," dijo, "que tú te lo hiciste a ti mismo. ¿A menos que eso hubiera
sido el maullido de autocompasión de un niño?"
Rhys frunció el ceño ante el intento del viejo tejo de reprenderle a un mejor
estado de ánimo. "Sí... fui yo. Puedo sentirlo. Así que dime esto: ¿Acaso tú sabías que
yo era capaz de tal cosa? ¿Acaso me retuviste esa información de mí sabiendo que un
día destruiría mi futuro con los Hojas Doradas y no tendría más remedio que seguir tus
enseñanzas?"

100
Los ojos de Colfenor ardieron. Era lento para la ira pero una vez que su
temperamento llegaba a un hervor permanecía abrasadoramente caliente durante días.
"Yo nunca te habría permitido entrar en una situación que te costaría tus cuernos. Me
insultas con la insinuación. Quiero que elijas obedecerme porque tu corazón y tu mente
están demasiado retorcidos. La opción que ofrezco es superior a todas las demás. No
tengo necesidad de perjudicar tus otras opciones en una carrera para ganar tu devoción."
Sus palabras llegaron fuertes y agudas, punzando en el cerebro de Rhys como una
cuchilla. Yo nunca te he hecho daño, Rhys, ni por acción ni por inacción. Y nunca me
he deleitado cuando has sido herido.
Rhys aflojó sus dientes apretados. Se inclinó, con las piernas temblando, su voz
ahogada por el nudo espontáneamente formando en su garganta. Por los pantanos
infernales, él estaba tan cansado. "Gracias, Colfenor."
El sabio cerró los ojos. "¿Así que ya no vamos a tener ninguna acusación más
sin fundamento? ¿Honrarás la solicitud que aún tengo que hacer?"
"Escucharé Colfenor. Si está dentro de mi alcance lo consideraré."
Colfenor abrió sus ojos. El gran tejo suspiró, sus ramas y agujas susurrando.
Por último Rhys agregó, "Maestro."
"Eso me gusta más," dijo Colfenor. Su ancho rostro se suavizó. "El futuro, Rhys,
es más importante que el pasado. Las pequeñas rencillas entre maestro y alumno no
deben superar el valor de la sabiduría que intercambiamos. Tú aún no lo sabes pero eres
el último de mis estudiantes. Yo no tomaré más aprendices. Si no haces esto que te pido,
si mi pasado no ayuda a crear mi futuro, todas las antiguas enseñanzas de los tejos se
marchitarán como si nunca hubieran existido."
"¿Estás enfermo? ¿Herido?" Rhys sintió su rostro girar en confusión y
preocupación, sus propias heridas inmediatamente olvidadas. "Seguramente no eres tan
anciano para…"
"Tengo un asunto importante aquí en Kinsbaile," dijo Colfenor. "Y aunque hace
mucho tiempo que yo saqué mis raíces no soy libre de moverme por el campo como
desearía. Existe la posibilidad de que nunca vaya a volver a ver la Espesura
Murmurante, que nunca vuelva a anclarme a la tierra sagrada que me nutre. No puedo
correr el riesgo de perder todo lo que soy, todo lo que he sido. No puedo correr el riesgo
de dejar este mundo sin pasar mi conocimiento." Los ojos del tejo se volvieron cálidos y
una sonrisa alzó las comisuras de su boca. "Y por una vez esa no es una calumnia oculta
de tu valor como estudiante. Hay una sola forma para que un sabio tenga garantizada la
sobrevivencia de sus enseñanzas, y esa forma es imposible para nadie excepto el sabio
mismo."
"Entonces, ¿cómo voy a ayudar?"
"Tu serás el medio," dijo Colfenor. "Yo ofreceré el método." El viejo tejo sonrió
ampliamente y triunfante. "Debo pedirte que dejes a un lado los caminos del cazador y
te conviertas en el jardinero que yo siempre he querido que seas." Rhys se asustó. "No
estoy sugiriéndote que dediques tu vida a ser un guía de semillas, no permanentemente.
Pero debes entender: nadie además de mi conoce la sabiduría de tejo mejor que tú. Tu
eres el único que puede hacer esto por mí y una vez que este hecho no necesitarás
volverlo a hacer.
"Y antes de que yo exponga y tu consideres déjame explayarme en algo por un
momento. Tú has soportado mis conferencias en el pasado, pero esto es más importante
que la erudición. Me gustaría pedirte disculpas, Rhys."
Rhys se atragantó con la confusión y se quedó momentáneamente incapaz de
responder.

101
"Yo te
desvié del camino
que tú querías, así
como del que
estabas destinado a
caminar. No mi
muchacho, tú no
estabas destinado a
ser un cazador sino
un guía de semillas.
El sabio roble del
consejo estaba muy
interesado en
tenerte a ti como
pastor de sus
guerreros de brotes.
Habrías sido un
gran mentor para la siguiente generación de robles, mi alumno, pero yo no podía
permitir que eso sucediera. Así como los robles te necesitaban yo te necesitaba más."
"Ahora, como cuando nos conocimos, yo soy el mayor de mi especie. Ya era
muy viejo entonces y hoy soy más viejo aún, mucho más viejo. Tiempo atrás recibí toda
la tradición y la sabiduría arcana de mi tribu, ritos mágicos y tradicionales de la
antigüedad. Mi responsabilidad es pasar eso antes de morir. Mis propios recuerdos y
experiencias deben unirse con los de mis antepasados. Nosotros debemos permanecer."
Rhys habló en voz baja, su tono tranquilo y tenso. Había conocido a Colfenor la
mayor parte de su vida y podía sentir que el tejo rojo no estaba siendo del todo honesto
con él. "¿Así que ese fue todo tu interés por mí? ¿Hacer de mí una vasija para tu
conocimiento?"
"Sólo en parte. Has demostrado que no te has adaptado bien a esa disciplina en
particular. Solo mostraste la más mínima consideración por el honor que te había
conferido en elegirte… incluso hubo veces en que parecías considerarlo como una carga
más que como una bendición. Yo podía ver que lo único que siempre querías ser era un
cazador, y lo probaste cuando te di los hechizos de veneno más poderosos en todo
Lorwyn, los cimientos más profundos de la magia de tejo... y tu los doblaste a las
necesidades de un cazador. En tus manos la sutil e indirecta influencia del guía de
semillas fue moldeada en una herramienta enfocada, letal y ofensiva. Sólo una mente
fuerte y una voluntad aún más fuerte habrían podido cambiar la naturaleza fundamental
de nuestra antigua tradición. Sólo un elfo habría podido tomar una hoja de hierba y
utilizarla como un arma."
"Esa cualidad dentro de ti, la inflexible terquedad de carácter que busca hacer
que el mundo se ajuste a sus propios deseos... para mí, esa fue una alternativa aceptable
a la verdadera dedicación espiritual. Yo te enseñé todo lo que pude sabiendo que sólo lo
utilizarías para el beneficio de los elfos. Pero no te envidio por ello. Cuando declaraste
tu intención de irte y regresar a los Hojas Doradas yo no discutí."
"Por supuesto que sí."
Colfenor frunció el ceño, su piel de madera crujiendo ruidosamente. "Puede que
haya... expresado mi decepción, lo que fue sincero y genuino, pero no discutí hasta
agotar un punto que ya había concedido. Te dejé ir. Dejé que escogieras tu propio
camino. Ahora debo pedirte que salgas de ese camino por un tiempo. Un tiempo corto e
inalterable hasta el final."

102
Rhys bajó la cabeza mostrando a Colfenor sus cuernos. "Ese camino está cerrado
para mí."
"Tu lesión no cambia nada. Si tú fueras el rey Perfecto de toda la nación élfica te
lo habría pedido igual. Yo te elegí hace tantos años atrás porque tienes muchos dones,
Rhys... tú siempre poseíste una enorme cantidad de potencial y una voluntad lo
suficientemente fuerte como para desarrollarlo. Lo único que pido es que te retrotraigas
de nuevo a nuestro tiempo juntos, a la sabiduría secreta que compartimos. Sé mi alumno
una última vez. ¿He ganado por lo menos esa cantidad de consideración de un cazador
Bendecido?"
Antes de que Rhys pudiera responder Colfenor hundió su mano en la maraña de
ramas encima de su propia cabeza. El tejo rebuscó, su rostro crispado por la
concentración, hasta que se aferró a algo profundo en el medio de su coronilla. Entonces
retiró suavemente su mano ahuecada y la extendió a Rhys.
El elfo dio un paso adelante. Colfenor abrió la mano para revelar un cono de
madera compacto y segmentado recién arrancado. El cuerposemilla llenó las manos
ahuecadas de Rhys, de esto brotaría la siguiente generación del sabio tejo, el
descendiente del gran y solitario Colfenor, poseedor de todos sus conocimientos pero
sin la carga de su larga vida de hábitos, opiniones y peculiaridades. La cubierta del cono
ya se había agrietado revelando tentadores fragmentos de verde en su interior.
"Este está listo para brotar," dijo Rhys.
"¿Lo ves?" dijo Colfenor sonriendo. "Ya está volviendo a ti. Debo decir que te
enseñé bien." La sonrisa del tejo se desvaneció. "Llévate a este al bosque sagrado," dijo
Colfenor, "al lugar en el que tu y yo pasamos tanto tiempo juntos. La Espesura
Murmurante... Ah, que tiempos felices aquellos, ¿eh, muchacho?"
"Felices," repitió Rhys medio-hipnotizado por la semilla de cono, "entre
arranques liberales de abuso y condescendencia." Levantó la vista hacia el viejo tejo y
ambos compartieron una rápida y casi inadvertida sonrisa.
"¿Por qué?" Preguntó Rhys. "¿Por qué yo? ¿Por qué ahora?"
Colfenor hizo un gesto de impaciencia. "¿Y todavía me preguntas? Ahora ve,"
dijo. "Planta este árbol en mi nombre, en el mismo suelo sagrado que me nutre. Sigue
los ritos y rituales que yo tamborileé en tu cabeza durante diez años. Haz eso y regresa y
yo te responderé cualquier pregunta que me hagas. Si soy capaz. Entre tanto," las ramas
superiores de Colfenor crujieron y rasparon el techo, "acepta este regalo final de tu
antiguo mentor que sabe cuan peligroso puede ser tu orgullo."
Las agujas del antiguo tejo cambiaron de rojo a amarillo a verde. Rhys sintió el
conocido toque de ilusión posándose sobre su cabeza. Sintió la protesta formándose en
su garganta pero como había hecho con Maralen la ahogó.
"Acepto tu regalo." Rhys bajó la cabeza y, a continuación se irguió. "Pero
Colf… Maestro, ¿qué hago con…?"
"Ve." Las agujas de Colfenor se volvieron a teñir de un opaco rojo polvoriento.
El viejo tejo se hundió y se dejó caer contra la pared detrás de él. "Tengo mucho que
hacer. Tus preguntas me cansan. Haz esta cosa por mí o no la hagas. Si tu profundo
amor y respeto por mí como tu mentor no te impulsa a aceptar tal vez la ley común del
mercado lo hará: Te he dado magia poderosa. A cambio te pido este favor. Salda esta
deuda, mi ex-alumno, y nosotros nos libraremos uno de otro."
Rhys se detuvo. "Todavía no entien…"
"Ve, pequeño arbusto terco. Cuanto más permanezcas aquí, menos probable es
que tengas éxito."
Rhys hizo una reverencia. "Como desee. Maestro." Se enderezó y dijo: "Pero
cuando regrese tú y yo hablaremos. Deseo entender cómo mi uso de tu magia destruyó

103
todo lo que yo apreciaba. Haré esto por ti, Colfenor, pero luego tu harás lo que yo te
pida."
"De acuerdo." Respondió Colfenor hundiéndose más en la pared crujiendo del
Cenn Teeg. "Cuando regreses te ayudaré a darle sentido a todo."
"Si es que puedes."
"Haré todo lo que pueda. Ahora date prisa," dijo Colfenor. "Cada grano que cae
en el reloj de arena trae extraños e imprevistos peligros un paso más cerca."
"Adiós, Maestro. Volveremos a vernos."
"Adiós, mi discípulo."
Rhys acunó el cono de semilla entre sus manos, se inclinó ante Colfenor, y luego
salió de la habitación a oscuras y sin decir una palabra más.

* * * * *

El Taercenn Nath estaba parado en el centro de su tienda de mando con su


espada apretada firmemente con ambas manos. El arma era pesada pero él la levantó
fácilmente, sosteniéndola ante él con los brazos extendidos. La ancha cuchilla de un
solo filo, casi un machete, brilló en la luz. Había recuperado su arma del campo de
batalla no mucho después de que había encontrado a Gryffid empalado en las ramas del
árbol. El arma había empezado a brillar después de una hora de limpieza de las manchas
de sangre que la habían opacado.
Examinó el filo de la cuchilla y planeó su próximo movimiento. La continuación
de la existencia del desgraciado elfo era un insulto permanente a toda la nación élfica y
a Nath sí mismo. La contratación de los gigantes ya había sido suficiente como para
justificar el derrocamiento de Rhys, tal vez su destierro permanente. Pero la total
masacre de sus compañeros elfos por el uso de su condenada e incontrolada magia
arbórea exigía el máximo castigo. Parecía ser que el forajido había huido a Kinsbaile, lo
que le permitió a Nath perseguir a dos de sus objetivos inmediatos a la vez. Kinsbaile
tenía un valor propio pero con Rhys allí era un objetivo demasiado tentador para pasarlo
por alto.
En ese momento los pocos sobrevivientes de las manadas de Hojas Doradas,
junto con nuevos reclutas, estaban levantando el campamento y preparándose para
marchar. Nath había pedido fuerzas adicionales y tan pronto como llegaran comandaría
a las manadas hacia Kinsbaile. Tendría la cabeza de Rhys en una pica antes de que
finalizara el día siguiente y luego tendría una larga charla con el Cenn Teeg sobre el
futuro servicio de Kinsbaile a la Nación Bendecida de los Hojas Doradas. Si Teeg
protestaba Nath se tomaría el gran placer de decapitar al sapo kithkin con su nueva
espada.
Nath bajó su espada y se consoló fríamente en otro hecho. El potencial papel de
Rhys en la nación élfica era discutible, y su estatus preferencial ya no se aplicaba. Ni
siquiera el arbóreo más antiguo y respetado podría salvar al antigua daen de la venganza
de la nación.
Gryffid apareció fuera de la tienda de Nath. "Los parracreados están listos para
su revisión, taer," dijo Gryffid. "Y los regresabuesos aúllan para que los soltemos."
Los ojos de Nath se oscurecieron. "¿Los están manteniendo separados, verdad?"
"Por supuesto, taer. Además, los guerreros que mandó llamar han llegado. Yo no
estaba muy seguro de qué hacer con ellos... los parracreados, quiero decir."
"¿No están dañados?" Nath se levantó con furia, colocándose su peto blindado
sobre su torso. "¿Están sin manchas y listos para luchar?"
"Sí, taer. Están en excelente estado. De hecho, son... son...."

104
"¿Qué son?"
"Son magníficos," dijo Gryffid. "Los más perfectos que he visto. Todos elfos
nobles y orgullosos. Me siento honrado de servir junto a ellos, taer, pero...."
"¿Pero qué?"
Gryffid bajó los ojos. "Quizás se sientan avergonzados de ser juntados con los
parracreados, taer."
"Gryffid, no hay vergüenza en adaptarse al terreno cuando estamos de caza."
"No, taer. Pero nosotros hemos estado encantando a cualquier criatura baja que
hemos podido encontrar. Los cazadores bien podrían sentirse insultados si los alineamos
con los parracreados que habéis enviado hacer."
"El honor de servir directamente a mi contrapesará cualquier vergüenza que ellos
puedan experimentar," dijo Nath. "¿Eso es todo lo que vino a decir Gryffid?"
"No, taer." Gryffid parecía miserable, asustado, y ansioso por las palabras que se
disponía a decir. "Algunos de ellos... los elfos que usted envió llamar, incluso algunos
de los parracreados... no son sólo cazadores, taer. Llevan armas temibles. Tienen el aire
de hombres serios y peligrosos. Creo que hay aventadores entre ellos."
"Los hay,"
dijo Nath, "porque he
enviado por ellos."
Gryffid se movió
incómodo. Nath dijo:
"Es hora de que usted
y yo tengamos una
conversación seria
acerca de su futuro."
Gryffid
vaciló. El temor dejó
sus ojos y su voz fue
clara y fuerte. "Estoy
de acuerdo, taer."
"En este
momento usted está
pensando en lo que
vio en el árbol. Cuando Rhys lo dejó colgado como un pez y yo vine a bajarlo."
"Yo no vi nada, taer. Estaba medio cegado por el dolor y la fiebre. Cualquier
cosa que pudiera recordar no es completamente fiable."
"Bien dicho. Pero los dos sabemos que no es cierto. Los dos sabemos como me
veo yo cuando algo rompe mi concentración. Cuando se disipa la ilusión." Nath plantó
la punta de su espada en el suelo y permitió que la fachada mágica a su alrededor se
disipara. Gryffid continuó en perfecta atención, sin emociones como una piedra.
"He estado bajo servicio en la Nación Bendecida durante treinta años," dijo
Nath. "Soy el Exquisito más antiguo en el consejo y el elfo vivo más anciano. Pero
estoy lejos de pasar la flor de mi edad, sin importar que tan llenos de cicatrices y callos
estén mis rasgos. El viaje hacia la perfección es demasiado importante para que yo lo
abandone. Mientras exista fuerza en mi cuerpo continuaré sirviendo a los Hojas
Doradas. Si tengo que enmascararme a mí mismo entonces eso es lo que haré."
"Yo no soy el único. Hay muchos de nosotros posicionados en toda la nación.
Años atrás nosotros vimos que el consejo estaba demasiado influido por los arbóreos y
nuestro monarca Perfecto demasiado influenciado por el consejo. Nosotros, que
seríamos excluidos de la nación debido a la factura que nuestro servicio nos pasó... las

105
cicatrices y quemaduras y cuerpos rotos.... nosotros vimos que estábamos más en forma
que ellos. Esos aventadores que usted ha visto trabajan para nosotros. Existen para
cazar elfos arruinados, para matarlos y eliminar su mancha de la nación. Pero bajo
nuestra dirección también reclutan a sus presas. Muchas de las desgracias visuales dan
gustosamente sus vidas para servir a la nación por última vez. Consienten en
transformarse en parracreados, en finalizar sus vidas como siervos fuertes y perfectos de
la tribu."
Nath se adelantó y bajó sus cuernos, colocando su rostro pegado al de Gryffid.
"No todos esos magníficos parracreados de ahí fueron desgracias visuales dispuestos a
serlo. Algunos son reclutas involuntarios tomados de las filas, elfos que podrían
habernos ayudado en nuestro trabajo... O que habrían representado una amenaza para él.
"Gryffid, usted tiene una importante decisión que tomar. Jure lealtad a mí y a
mis compañeros. Sírvanos de buen grado, véase a sí mismo vengado en el traidor Rhys,
y avance a los rangos más altos de la manada... O sírvame como aventador parracreado,
véase a sí mismo vengado en el traidor Rhys y muera cuando las vides ardan a través de
su fuerza-vital."
Gryffid sostuvo la mirada penetrante de Nath. "Yo estoy a sus órdenes, Taercenn
Nath. Ponga a prueba mi lealtad si es necesario. No lo encontrará necesario."
"Excelente." Nath dio un paso atrás y volvió a su apariencia robusta. "Incline la
cabeza."
Gryffid se inclinó y Nath le tocó ligeramente en la parte superior de su cráneo,
entre los cuernos.
"Ahora levántese, Gryffid, Daen y Comandante de la Manada Cicuta."
Gryffid se enderezó. "Taercenn."
"Venga conmigo ahora a pasar revista a la manada," dijo Nath. Recogió su
espada de mango largo y la envainó. "Saldremos inmediatamente después."
Gryffid saludó y se alejó de la puerta de la tienda. Nash se colocó
cuidadosamente su tocado de batalla alrededor de sus cuernos y salió al frío aire de la
noche.
Cien cazadores Impecables estaban de pie en formación precisa, sus espaldas
rectas y sus ojos hambrientos. Cuando Nath pasó junto a ellos cada uno a su vez bajó la
cabeza y se inclinó en una rodilla, permaneciendo así hasta que el taercenn llegó al final
de las filas.
Gryffid permaneció dos pasos detrás de Nash mientras el taercenn pasó junto a
los corrales de regresabuesos. Los enormes y ágiles caninos, aunque llenos de energía y
entusiasmo por la inminente caza, permanecieron callados y quietos cuando Nash se
acercó. Los hermosos y elegantes animales habían sido entrenados para reconocer a sus
superiores y mostrar el debido respeto. A través de los años Nash había aprendido que
podía medir fácilmente la calidad de una manada de cazadores por la calidad de sus
regresabuesos y sus cérvidos.
Entonces los oficiales entraron en un denso matorral de arbustos y zarzas. Se
movieron con facilidad entre la maraña de espinas y hiedra, apenas perturbando a una
sola hoja, hasta que rompieron a través de un claro artificial que los elfos habían cortado
en el bosque.

106
Druidas
elfos, bajo la
dirección de líderes
Impecables,
pasaban meses o
incluso años de
crianza y cuidando
de los parracreados.
Prácticamente
cualquier cosa viva
podía ser controlada
por la magia
especial parratejida
que era la clave del
proceso, echando
raíces en la columna
vertebral y
extendiéndose por todo el cuerpo de su anfitrión hasta que la criatura original quedaba
completamente encerrada en duras, trenzas flexibles. Espinas diminutas a lo largo de las
enredaderas perforaban la piel del hospedador, alimentándose de su sangre incluso
mientras las vides devolvían nutrientes y una magia poderosa que mejoraba la fuerza al
cuerpo del anfitrión. La criatura parracreado, una vez envuelta, se sentía mágicamente
obligada a obedecer las órdenes de los elfos. Cuanto mayor era el rango de ese elfo más
fuerte era su control sobre sus guerreros títeres.
Las criaturas parracreados tenían cerebro, no eran producto de la nigromancia.
Estaban vivos y los más útiles eran inteligentes y conscientes de sus habilidades y su
lugar en el orden de Lorwyn. También eran esclavos perfectos. Cuando se daba una
orden la llevaban a cabo lo mejor que podían, sin escatimar esfuerzos, y si algo salía
mal se adaptaban, también a la medida de sus posibilidades. Era esta raída autonomía lo
que hacía a los parracreados tan eficaces y valiosos, no estaban simplemente dispuestos
a seguir órdenes, querían obedecerlas activamente y a menudo hacían esfuerzos
extraordinarios para alcanzar los objetivos fijados para ellos.
Los parracreados que Nath había improvisado localmente eran extremadamente
desagradables a la vista pero él sabía que valía la pena tenerlos. Se les había encantado
rápidamente, incluso con prisa, y eran ásperos y deformes en comparación con las
exaltadas criaturas que acababan de llegar. Aún así, todos los parracreados eran
innegablemente eficaces en la batalla, sus fortalezas naturales mejoradas y su ferocidad
sin precedente.
Nath se acercó a la silenciosa línea de guerreros con incrustaciones de
enredaderas y hojas. Había diez en total: seis boggarts (una de las únicas maneras en
que las pequeñas bestias viles podrían volverse útiles), tres kithkin y una elfa que había
quedado desfigurada en uno de los frecuentes conflictos que estallaban entre los clanes
nobles.
"Gryffid," dijo Nath.
Gryffid respondió inmediatamente. "Sí, taer."
"¿Qué tan rápido puede hacer marchar este grupo a Kinsbaile?"
"En una o dos horas, taer. No más que eso."
"Muy bien. Quiero que se lleve a este grupo y a una tercera parte de la manada a
Kinsbaile ahora. Espere fuera del pueblo. Yo tomaré al resto de nuestros cazadores y
cérvidos y lo seguiré."

107
"Muy bien, taer."
"Deje que los kithkin lo vean pero no se involucre con ellos. Ni siquiera les
hable. Mantenga su posición hasta que lleguemos y luego colóquese detrás de nosotros.
No tengo la intención de detenerme o siquiera desacelerar sino de marchar directamente
hacia el centro de la ciudad. El pueblo kithkin se convertirá en nuestra nueva base de
operaciones hasta que el traidor Rhys sea capturado y ejecutado públicamente." Hizo
una pausa mirando hacia abajo a la línea de guerreros con incrustaciones de vides. "O
cazado por deporte. Con la muerte de Rhys pasarán décadas antes de que a otro
Impecable le sea permitido ser aprendiz con los arbóreos."
"Como debía ser."
"Muy bien. Puede retirarse, Daen Gryffid. Nos reuniremos otra vez en el límite
de Kinsbaile."
Gryffid se alejó, organizando a los parracreados mientras caminaba. Nath se
volvió y se dirigió hacia el contingente recién llegado de cazadores. Rhys moriría,
Kinsbaile se sacudiría, y la Nación Bendecida continuaría hacia la perfección.
Pronto todo sería como debía ser.

* * * * *

El Cenn Teeg encontró a Cenizeida en la plaza del pueblo, justo afuera del
Almacén de Ramos Generales de Angus Gabble. La llameante observó a la figura
redonda esquivar kithkin entre la multitud y le dio un codazo a Brigid.
"El Cenn está aquí," dijo.
"Ya era hora," respondió la arquera. Brigid se había ido pero había vuelto un
poco más tarde. La gente del pueblo se estaba preparando para el festival anual de
cuentos y parecía que no había mucho que los guerreros pudieran hacer dentro de la
aldea. Brigid había dicho que tendría que esperar al regreso del oficial al mando de su
patrullaje antes de recibir su próxima misión... lo que, pensó con cansancio,
probablemente implicaría explorar el bosque circundante a pie o en un planeador para
vigilar posibles ataques de boggarts. No era fácil ser la arquera más célebre de
Kinsbaile, admitió, especialmente cuando todo el mundo quería el tiempo de la
heroína… y cuando parte del atractivo de esta heroína era que ella no era el
comandante, no era el general, sino sólo una kithkin condenadamente talentosa con una
habilidad especial para estar en el lugar correcto en el momento equivocado.
"Hola, hola," dijo el cenn. "Me alegra encontrar a las dos juntas. ¿Confío en que
la espera no haya sido demasiado larga?"
"No, en absoluto," dijo Cenizeida con un guiño apenas perceptible a Brigid.
El Cenn Teeg otorgó un pequeño rollo de hilo de oro, fácilmente suficiente para
mantener solvente a la llameante por la siguiente etapa de su camino, donde quiera que
le fuera a llevar. "El resto de tu pago," dijo. "Y, como sugirió nuestro invitado de honor,
viene con mi agradecimiento y felicitaciones."
"De nada, taer. Fue un placer hacer negocios con Kinsbaile, como siempre."
"Pero ahora que tu tarea inicial se ha completado," dijo Teeg: "¿Me pregunto si
podrías ser persuadida para aceptar otra?"
"No estoy segura de estar disponible," dijo Cenizeida. Pensó en Rhys en la
oficina del cenn y Maralen en la posada. El elfo sería más difícil de abordar pero ella
estaba relativamente segura de que una comida y una jarra de cerveza kithkin aflojaría
la lengua de Maralen sobre el elemental.
"Oh, pero debo insistir. El mismo Colfenor ha pedido que asistas a nuestro
festival de narración. Serías su invitada de honor y la mía."

108
Cenizeida sonrió. "Gracias, Cenn. Me alegra poder aceptar." Y, pensó, más me
alegra tener una excusa para quedarme en Kinsbaile.
"Espléndido. Ven a verme si tienes alguna historia interesante que contar." El
Cenn Teeg se volvió hacia Brigid. "Brigid, si no estás actualmente ocupada..."
"No lo estoy."
"Entonces también tengo algo para ti. Hemos tenido informes de una pareja de
gigantes acechando fuera del pueblo. Hasta el momento no han hecho ningún daño, pero
con la aproximación del festival... bueno, no podemos tener ninguna interrupción
durante la narración de cuentos, ¿verdad?"
"No, Cenn."
"¿Puedes salir y averiguar que intenciones tienen estos gigantes? No quiero
causar problemas pero si pudieras encontrar alguna manera de... animarles a acampar en
otro lugar yo lo consideraría un favor personal."
"Como desee Cenn."
"Nada de violencia," dijo el cenn. "Habla con ellos. Si te dan algún problema
vuelve aquí y vamos a intentar un enfoque diferente."
"Comprendido."
"Bien, bien. Bueno, les dejo a lo suyo. Espero contar con su presencia en el
festival," dijo a Cenizeida. "Y pásate por mi oficina si necesitas algo. Cualquier cosa."
El Cenn Teeg se balanceó y desapareció en la animada plaza. Brigid colgó su arco en su
hombro y dijo: "Así que, llameante, ¿quieres acompañarme en corregir a un par de
gigantes?"
"No en este momento," dijo Cenizeida. "Pero gracias de todos modos."
"Como quieras. Estoy segura de que te veré por la ciudad."
Antes de que Brigid pudiera irse una voz familiar dijo: "¿Discúlpenme?"
Cenizeida se volvió y vio a Maralen. El espíritu de la mujer de pelo oscuro
parecía abatido.
"Hola de nuevo," dijo la llameante.
"Odio tener que molestarles aún más," dijo Maralen, "pero ¿han visto a Rhys
salir de la oficina del cenn?"
"No, aún no."
"Bueno, yo tenía algo que quería preguntarle. ¿Puedo esperar con ustedes?"
"Nosotras no estamos esperando por Rhys."
"¿Ah, no?" Maralen sonrió con complicidad a Cenizeida.
La llameante se encogió de hombros. "Admito que esperaba volver hablar con
él. ¿Y qué de ello?"
"Tal vez voy a esperar con ustedes dos," dijo Brigid. "Has elevado mi interés."
Pero Maralen apenas estaba escuchando. Sus ojos oscuros estaban fijos en la
oficina del cenn al otro lado de la plaza. Cenizeida observó su mirada por un momento.
Por la intensa mirada de concentración de Marelen la llameante calculó que la elfa de
Mornsong sería más propensa a hablar con ella después de que ambos hubieran hablado
con Rhys.
A veces el progreso de un peregrino era lento y deliberado, y la espera era a
menudo tanto una prueba como el viaje. Cenizeida bajó el ala ancha de su sombrero
sobre su rostro, se recostó contra la pared de la tienda al lado de Maralen y esperó.

* * * * *

Rhys salió de la oficina del cenn y empezó a cruzar la plaza del pueblo con la
semilla del cono de Colfenor sostenida cautelosamente en las dos manos. La ilusión

109
reforzada escondió sus cuernos rotos y mientras que Rhys estaba agradecido por ese
respiro no pudo dejar de notar cómo el regalo de despedida de Colfenor también le
había puesto más fácil hacer la voluntad del viejo árbol sin la distracción de hacer frente
a su ruina dentro de la Nación Bendecida. Rhys tomó ambas cosas como una comodidad
y prueba de que el entrometido tronco anciano nunca cambiaría.
"Sabemos algo que tu no sabes," canturrearon tres voces hadas en perfecta
armonía, y Iliona, Endry y Veesa zumbaron a la vista por encima de su cabeza.
"Hola, hijas de Oona," dijo Rhys.
"Hola, Sr. Gran Elfo." Dijo Iliona. "¿Quieres saber un secreto?"
"¿Tengo alguna opción?," preguntó él.
"En realidad no."
Rhys continuó caminando, él y su planta gigante sobre la diminuta multitud
kithkin.
Iliona y sus hermanos le siguieron el ritmo. "Está lleno de gente aquí en la
ciudad, ¿no?" dijo ella.
Rhys desaceleró. "Por favor, ve al grano," dijo.
"Parece que todo el mundo y su hermano hayan venido a Kinsbaile para el
festival."
"Una elfa obesa. Una llameante. Muchos elfos." Rhys sintió un nudo conocido y
desagradable formarse en su estómago. Había pensado dejar la nación élfica detrás por
un tiempo pero debería haberse dado cuenta de que la nación no lo dejaría ir. No si Nath
todavía lideraba a los Hojas Doradas.
"Y dos hermanos. Dos grandes hermanos," continuó Iliona.
Rhys caminó aún más despacio. Una sospecha rastrera se formó en el fondo de
su mente.
"Gigantes," concluyó Iliona. "Dos gigantes acamparon justo fuera de las
puertas."
Rhys asintió mientras siguió caminando. "¿Han estado causando problemas?"
"En absoluto. Pero los problemas pronto los encontrarán de todos modos."
"Al cenn no le gustan los gigantes tan cerca."
"Envió a la arquera a espantarlos."
"¿Qué?" Preguntó Rhys. "¿Cuándo?"
"Hace unos momentos."
"Ahora mismo está en camino."
"Si corres puedes alcanzarla antes de que llegue allí."
Rhys se detuvo el tiempo suficiente como para imaginar la pesadilla que se
produciría si la kithkin intentaba alejar a los gigantes por la fuerza. "Gracias," dijo. "Por
una vez estoy agradecido de que ustedes vean tanto y hablen tan seguido."
Rhys se movió rápidamente a través de la multitud, su progreso facilitado por el
hecho de que cada kithkin se apresuró en salir de su camino. El trío, riendo pícaramente,
zumbó y revoloteó por encima a la par de Rhys mientras este se abría camino a través
de la plaza.
"Rhys." El elfo se volvió hacia el sonido de su nombre y vio a Cenizeida, Brigid
y Maralen gesticulando hacia él desde el frente de una tienda. Continuó dirigiéndose
directamente a las puertas mientras los tres se trasladaron para interceptarlo.
"¿Cómo fue el encuentro con tu mentor?" preguntó Cenizeida.
"Breve. Me han dado una tarea a realizar. Mi mejor oportunidad de éxito es ir y
hacerla ahora mismo."
"¡Pero los elfos ruines están llegando!" dijo Veesa.
"Y hay un montón de ellos."

110
El rostro de Maralen se oscureció. "¿Su ex manada, taer?"
Rhys asintió.
"Me gustaría ir con usted, por favor."
"¿Qué? Por supuesto que no. Absolutamente no."
"Esos elfos que vienen," reflexionó Marelen. "¿Vienen en formación?"
"Gran formación," dijo Iliona.
"¡Gran, gran, formación!"
"¡La más grande!"
"Así que van a tener guardabosques y arqueros," confirmó Maralen.
"Sí," dijo Rhys.
"Y cérvidos. ¿Y regresabuesos, también, supongo?"
"Sí, sí," le espetó Rhys. "¿Cuál es el punto…?"
"Regresabuesos que han estado siguiendo tu olor durante días. Y el mío junto
con este. Regresabuesos que conducirán a quien sea que esté tras de ti directamente a mí
cuando no te puedan encontrar en Kinsbaile. Yo preferiría no estar aquí cuando eso
suceda. Ellos nos encontrarán de un modo u otro... Creo que nuestras posibilidades son
mejores si permanecemos juntos, ¿no?"
Rhys abrió la boca. No fue capaz de llegar a una réplica adecuada por lo que la
volvió a cerrar.
"Muy bien," dijo. "Pero tú debes entender: Tú ya no estás más bajo mi
protección. Yo no puedo velar por tu seguridad como lo hice antes."
"Creo que eso ya no será necesario. No al grado que era."
"Cambiarás de opinión cuando las hadas comiencen con lo suyo."
"Oh, no estoy preocupada por ellas. Creo que me estoy acostumbrando en hacer
frente a los de su clase."
"Si tienes que salir rápidamente," dijo Cenizeida, "Conozco a un merrow que
puede transportarte."
Rhys asintió. "Gracias."
Brigid miró Kinsbaile por un momento. "Tengo que mover algunos gigantes
primero pero mi esencia sigue tu rastro casi tanto como al de Maralen," dijo ella. "Si los
elfos están llegando yo también debería irme."
"Mas tarde podremos hablar sobre los gigantes, ahora tenemos que irnos."
A medida que el grupo se trasladó fuera de la plaza las hadas giraron en círculos
felices sobre sus cabezas.
"¡Juntos otra vez!" gritó Iliona.
"¡Amigos para siempre!"
"A excepción de esa elfa obesa. Ella es gorda."
La mujer de cabello oscuro sonrió pacientemente. "¿No dicen que es mala
suerte," dijo a nadie en particular, "ahogar un hada en el río?"
"Sí," dijo Iliona.
"Especialmente a hadas tan útiles como nosotras."
"Pero sólo si lo haces de verdad." Dijo Veesa flexionando sus dedos afilados.
"Lo que tú nunca harás. Sólo prueba, grasienta."

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112
Capítulo 11

Gryffid se cruzó de brazos y frunció el ceño. Se sentó en una silla plegable de


lona en un escritorio plegable de lona, dentro de la tienda más grande en el campamento
de los Hojas Doradas. Un farol azul colgaba sobre su cabeza proyectando sus rasgos
oscuros en la extraña luz. El elfo se parecía a la viva imagen de la estatua de su

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venerado antepasado, el fallecido mucho tiempo atrás Taercenn Grieve de los elfos
Roble de Otoño. La estatua ocupaba la mayor parte de la plaza de la ciudad en el lejano
puerto kithkin de Fen Grieve. Gryffid nunca había sentido ninguna necesidad de visitar
ese pueblo lejano pero se le había contado de la semejanza. Aeloch, el joven explorador
que acababa de hacer su primer informe sobre la situación en Kinsbaile, era de Fen
Grieve y en verdad notó el parecido, pero estaba demasiado nervioso como para hablar
de ello. Aeloch, recientemente ascendido de la manada Cáscara después del desastre de
la aldea boggart, sólo estaba preocupado por dos cosas en ese momento, hacer un
informe preciso al nuevo daen y dejar la presencia de los guardaespaldas del nuevo daen
lo más rápido posible.
Los guardaespaldas, un par de silenciosos hojas marcadoras, flanqueaban la
entrada de la tienda. Los asesinos de la perfección estaban listos para deformar y,
dependiendo de una paga mayor, matar a cualquiera que entrara en el dominio del
Inmaculado Gryffid
o amenazara a su
persona Inmaculada
sin permiso.
Estaban envueltos
desde el cuello hasta
los pies en
escamoso cuero
negro que aparecía
y desaparecía de la
vista con un
permanente
camuflaje de
ilusión, mientras
que sus rostros
estaban ocultos por
envoltorios de fina seda de viuda negra recolectado arriesgadamente en el lejano
Bosquembudo. Cada uno portaba las armas tradicionales de los hojas marcadoras: la
dante, una daga larga y curvada con forma de cuchillo y colgada sobre la cadera
izquierda, y la ewynn, una hoja plana y ganchuda para rasgar piel colgando sobre el otro
lado. Las armas eran más comúnmente conocidas como el diente y la garra,
respectivamente. Gryffid había visto a ambas en acción en manos de otras hojas
marcadoras y creía que los nombres eran más que acertados. Había pocas posibilidades
de que alguien o algo se acercaran al Inmaculado Daen Gryffid.
Inmaculado. Por la discreción de Nath Gryffid se había convertido en un
miembro de esa clase más exaltada a la que apenas había esperado alcanzar. ¿Y por qué
debería haberlo hecho? Un daen sólo era Impecable por derecho. Sin embargo, Nath le
había concedido el honor debido a que el taercenn podía. Había sido un acto con la clara
intención de garantizar la lealtad absoluta por parte del nuevo daen. Y había funcionado
demasiado bien, pensó Gryffid. El ahora tenía el derecho de peticionar para una
audiencia ante los Perfectos de la Corte Sublime y la petición tendría que ser honrada
según las leyes más antiguas de los elfos. Era algo a lo que él había aspirado toda su
vida pero, después de haber adquirido tal condición, se encontró con que ello era una
carga. Él no tenía nada que decirle a los Perfectos, en honor a la verdad, y ahora tenía
que considerar a toda la manada. Gryffid sintió que debería estar haciendo una y sólo
una cosa: encontrando al forajido Rhys y llevándolo ante la justicia.

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Añadido a ello estaba el peso del conocimiento secreto con el que había sido
cargado: el conocimiento de sus propias heridas escondidas por ilusión, y el
conocimiento más alarmante de que Nath mismo estaba usando el mismo truco, y de
hecho lo había estado haciendo durante años. Esta sociedad secreta de los taercenn le
hizo sentir muy incómodo a Gryffid ya que parecía ir en contra de todo lo que le habían
enseñado acerca de la perfección. Por otra parte, él podía ver la lógica detrás de un
grupo de este tipo y podía aceptar que él bien podría convertirse en parte de este.
El daen de los Hojas Doradas y su manada, la nueva manada Cicuta sacados de
los sobrevivientes más brillantes de los amalgamados comandos de Nath, habían estado
así durante la mayor parte de la puesta del sol. Pronto el sol dejaría de ponerse y
comenzaría a subir de nuevo, atravesando las nubes bajas sobre el horizonte oriental.
Gryffid sabía esto instintivamente a pesar de que no podía ver el cielo. Cualquier
cazador digno de una tienda de campaña en la jerarquía de los elfos de Hojas Doradas
no tenía necesidad de ver el cielo para sentir la mañana acercándose y el lento retorno a
la vida del bosque. Si Rhys aún no había huido, Gryffid tuvo que asumir que su antiguo
comandante no estaría haciendo algo honorable como entregarse a si mismo, lo haría
pronto.
Ese traidor ya no era más Rhys. Tal vez nunca había sido un elfo desde el
principio. ¿Cómo un elfo podría haber hecho lo que hizo ese traidor? ¿Cómo uno
convocaba poder de esa manera?
La explosión, la onda de energía, la nube venenosa, lo que sea que hubiera sido,
había sido brillante, tan brillante que los ojos de Gryffid todavía no se habían
recuperado totalmente. El daen no tenía ni idea de cómo o por qué se habían salvado,
sobre todo porque él había estado en contacto con la fuente de la destrucción en ese
momento.
Tal vez era eso, Rhys había sobrevivido después de todo. No era que importara.
Rhys tenía que ser castigado, él tenía que morir. No había lugar para misericordia o
preguntas. Y ningún esfuerzo debía ser gastado tratando de entender cómo Rhys había
hecho eso.
Era esa última parte la que estaba atascada en la garganta de Gryffid más de lo
que debería. Si Rhys era un elfo habría aprovechado ese gran poder para beneficiar a los
Hojas Doradas. Si era algo diferente, algún engendro monstruoso de la magia arbórea,
tal vez largamente insinuado dentro de los Hojas Doradas, entonces los elfos
necesitaban entender la amenaza potencial que planteaban él y otro como él.
Gryffid nunca había tenido una sólida comprensión de lo que otros llamaban
"ironía" pero le resultaba sumamente irónico que este traidor fuera perseguido y
destruido por elfos que eran ellos mismos desgracias visuales secretos y por lo tanto
traidores. Tal vez no era irónico pero era una cosa difícil con la que envolver su cabeza.
Mientras Gryffid pensaba estos pensamientos altamente inapropiados se dio
cuenta que uno de sus guardaespaldas parecía estar mirándolo directamente a los ojos.
¿Su ilusión había caído? No, no era eso. Probablemente sólo estaba tomando su nueva
posición, razonó Gryffid.
Los guardias hojas marcadoras eran de Nath. "A préstamo," había dicho el
taercenn pero su presencia irritó considerablemente al nuevo daen. También tuvo la
sensación de que lo seguían cuando salía de esa estrecha tienda de mando pero que lo
hacían detrás de una de sus ilusiones de hojas marcadas. Y era casi una certeza que
cuando se presentaran situaciones difíciles los guardaespaldas de Gryffid fueran a
responder no al daen sino a Nath. ¿Acaso los hojas marcadoras sabían el secreto de
Nath? ¿Era eso por lo que éste se quedó mirándolo así?

115
El explorador Aeloch había traído malas noticias, pero el elfo ligeramente sin
aliento ante él fue un bienvenido respiro a esperas en silencio, estudio de mapas y
esfuerzos inútiles de entablar conversaciones con los hojas marcadoras. Gryffid se
movió inquieto en su asiento y consideró apoyar los codos sobre el tembleque escritorio
de campamento pero en su lugar optó por colocar ambas palmas encima de este. Eso
pareció lo suficientemente estable.
"¿Estás seguro?" preguntó Gryffid con tranquilidad. "¿Se ha ido?"
"Sí, taer," dijo apresuradamente el explorador. "Rhys…"
"El objetivo," le corrigió Gryffid con irritación. "El objetivo que era el Daen
Rhys."
"Taer," dijo el explorador evitando el contacto visual con su comandante. "El
objetivo está abandonando Kinsbaile en una "misión" de algún tipo para el tejo rojo. El
arbóreo, taer, el que se hace llamar Colfenor."
"Sé quien es el tejo rojo," dijo Gryffid. "Él es el único tejo rojo, Aeloch."
"Por supuesto, taer," dijo el explorador. "Eso fue todo lo que pude distinguir de
lo que se dijo. No teníamos que revelarnos a nosotros mismos, de lo contrario yo podría
tener… bueno…" el joven elfo pareció avergonzado pero Gryffid lo impulsó a seguir
adelante con una mirada, "él tenía compañeros. Una guerrera kithkin, una llameante,
algunas hadas, creo, y… y…"
"¿Y?"
"Otro elfo, de alguna tribu que yo no reconocí. Era muy alta y sus cuernos eran
inusuales, algo así como los de un antílope. Delgada y pálida."
"'Alta', ¿eh?" preguntó Gryffid. Había oído hablar, junto con el resto del
campamento, que la novia Mornsong del Perfecto Eidren nunca había llegado. "Hubo
una partida de Mornsong que desapareció en el camino a Lys Alana hace un tiempo...
tal vez hubo un sobreviviente. Sin embargo no puedo imaginarme por qué se habría
aliado con el traidor."
"Sí, taer," afirmó el explorador. "De hecho, taer, la mayoría de sus compañeros
son mujeres, ahora que lo menciona. ¿Usted no cree…?"
"No," dijo Gryffid, "Yo no creo porque tengo un trabajo que hacer. Deje los
chismes a los kithkin." Se cruzó de brazos otra vez y miró atentamente el techo de la
tienda. "Una hembra Mornsong, una famosa arquera kithkin y una llameante peregrina.
¿En qué estas metido Rhys? ¿Por qué simplemente no te entregas y mueres como un
elfo? ¿Por qué degradarte a ti mismo con compañeros como esos?"
"¿Taer?"
"Explorador, no vuelva a interrumpirme más," dijo Gryffid y al oír su propia voz
de pronto esta le recordó a Nath. No le gustó el sonido. "Perdóname Aeloch," dijo
poniéndose de pie y alejándose de la condenada mesa plegable. "Nos encargaremos de
ese traidor. Si nosotros no lo hacemos Lorwyn lo hará."
Se movió a la entrada de la tienda de campaña, ordenándole a los hojas
marcadoras que se quedaran y gesticulándole a Aeloch que le siguiera. Gryffid se dijo a
sí mismo que incluso a él tendrían que obedecerle mientras daba un paso fuera en el
campamento temporal que había ocupado desde que Nath lo había enviado en ese deber.
Era un pequeño campamento para los estándares del ayer, estándares que habían caído
en el olvido en el corto tiempo desde que Rhys se había convertido en un asesino.
Algunas tiendas, mucho más pequeñas que la de Gryffid, rodeaban el pequeño lío y una
pequeña empalizada que contenía un par de prisioneros boggart gravemente quemados.
Los dos habían entrado en el campamento, delirando y balbuceando sobre una
explosión, y a Gryffid le había costado toda su autoridad recién descubierta el evitar que

116
sus cazadores mataran a los boggarts en el acto. Las malvadas cosas tenían información
en sus cabezas que podrían ser útiles más adelante.
Gryffid caminó hasta el borde de la luz del fuego y miró hacia el bosque oscuro.
Había tantas cosas ahí fuera que podrían resolver el problema de Rhys por completo
pero la certeza del hecho dependía del nuevo daen. Incluso si Gryffid tenía suerte y no
se veía obligado a matar a alguien que una vez había llamado amigo tendría que
confirmar que el problema había sido resuelto.
El aire fresco ayudó a su estado de ánimo. Todavía se preguntaba cuánto tiempo
pasaría antes de que Nath se presentara, y se preguntaba aún más el por qué el tarecenn
no le había dado la autoridad para perseguir a Rhys por su cuenta. Sin duda algo que ver
con sus pares secretos. Gryffid sintió que Nath no estaba siendo completamente sincero
con él. Pero las frías primeras horas de la madrugada, antes de que el sol dejara de
ponerse y aún a pocas horas del amanecer, le ayudaron a ignorar esta cercana certeza.
Y luego estaba esa extraña. El no había pasado todo el día en el interior de su
tienda. Sabía que los cazadores eran un hervidero de conversación y rumores acerca de
esta aparente sobreviviente de la partida perdida, que había sido una gran noticia cuando
el Más Glorioso y Perfecto Eidren había revelado la desaparición de su futura esposa.
Gryffid pudo leerlo en el rostro del Explorador Aeloch como un libro abierto, él tenía
aún más ganas de seguir el rastro del traidor si eso significaba poder resolver el
misterio.
"Quien sea que fuera ella no va a llegar muy lejos," dijo él dando una palmada
sobre el hombro del explorador. Aeloch ahogó un grito que Gryffid decidió ignorar.
"Cuando el taercenn llegue…"
"¿Sí?" dijo una fuerte voz familiarmente autoritaria flotando en el largo camino
que llevaba de regreso al territorio de los elfos. "¿Qué, dígame por favor, va a pasar
cuando llegue el taercenn?"
Cuando Nath dijo la palabra "llegue" dejó caer la poderosa ilusión que ocultaba
su persona de la vista casual y se adelantó desde la oscuridad. Por supuesto Gryffid
sabía que él simplemente había reemplazado una ilusión con otra pero la diferencia no
fue detectable incluso si uno hubiera mirado de frente. Cuando la ilusión personal del
taercenn cayó, o se movió, por así decirlo, una oleada de magia reveló que las sombras
translúcidas detrás de él eran parte de los parracreados que el daen había visto en el
campamento de Nath. Gryffid podía distinguir sus sombras distintivas entre los
cazadores normales de los Hojas Doradas.
No es que aquello hubiera sido de gran preocupación para el daen. O al menos
eso esperó.
"Lo que quería decirle al Explorador Aeloch que cuando usted llegara, taer,
planeaba buscar su aprobación para una misión de castigo contra el traidor que deshonró
el nombre de los Cicuta," dijo Gryffid. "El objetivo acaba de partir de la puerta de
Kinsbaile y como usted ha dicho debe pagar por sus crímenes."
"¿Acaso supone que usted puede dar órdenes, Daen Gryffid?" Preguntó Nath con
un toque de amenaza. "¿Debo esperar sus órdenes?"
"Taercenn, yo sólo busco exigir una medida de justicia por las pérdidas que
nuestra nación ha sufrido hoy," dijo Gryffid. "Y estoy ansioso por comenzar."
"Bien dicho." Asintió el taercenn. "Pero usted debería saber que tenía toda la
intención de enviarle a usted y a su nueva manada Cicuta a cazar a este traidor. Pero
también debe saber, Daen Gryffid, que su taercenn tiene razones para las órdenes que él
da y no deben ser dejadas a un lado a la ligera." Le dijo a Gryffid que se acercara con un
gesto y una mirada de complicidad. El daen desestimó a Aeloch con un movimiento de
cabeza y se unió a Nath. El taercenn aceptó el propio informe de Gryffid, quién primero

117
señaló que Rhys estaba saliendo de la ciudad y dirigiéndose hacia el río, y le pidió más
de una vez detalles adicionales acerca de las actividades del arbóreo Colfenor en
Kinsbaile.
Cuando Nath recibió y digirió el informe de Gryffid no perdió tiempo en darle a
Gryffid sus órdenes de marcha.
Minutos más tarde la manada estaba en movimiento, el campamento
abandonado. Indudablemente las fuerzas de Nath reutilizarían las tiendas de campaña y
otros equipos ya que los suministros y raciones ya estaban lastimosamente bajos.
La caza había comenzado. Por lo que a Gryffid se refería ya era hora.

* * * * *

Sygg no estaba por ninguna parte y Rhys decidió ponerse a cubierto en el límite
del bosque hasta que el capitán regresara a los muelles. Apenas tuvieron tiempo de
ponerse cómodos que un olor conocido llegó a la nariz de Rhys. Miró a Cenizeida.
"Acabo de tener una idea. Cenizeida, si me sigues, puede que tenga un trabajo
para ti. No va a tomar mucho tiempo," dijo. "Brigid, quizás quieras venir. Creo que
podemos combinar nuestras dos tareas." Rhys se alejó, esperando que hasta el último de
sus conocidos hiciera lo natural y siguiera su ejemplo. Lo cual, a su propio tiempo y su
modo, todos hicieron.
La partida caminó a través del territorio fuera de Kinsbaile hasta que Rhys les
hizo detenerse. Hizo un gesto de silencio y dio un paso a un costado para mostrar el
valle ondulando por debajo.
El campamento de los gigantes hermanos cubría más o menos la misma zona
que la temporal base de operaciones de Gryffid, aunque la densidad de población del
campamento era, por supuesto, mucho más baja. Ya era bastante peligroso tener a Brion
y Kiel tan cerca de Kinsbaile pero si el ejército de Nath también estaba en camino era
seguro que habría violencia. Rhys quería proteger a la ciudad si podía... Y poner a los
gigantes en buen uso si no podía.
Una suave luz azul jugó delicadamente a lo largo del horizonte marcando el
inicio de un nuevo día. Brion y Kiel dormían. El primero estaba acurrucado en una casi,
no, Rhys se corrigió, en una posición muy fetal delante de la fogata aún rugiendo.
Brion, que se parecía a un pequeño montículo aún más mientras dormía, roncaba con
sorprendente delicadeza.
Su hermano Kiel estaba sentado derecho, con la espalda rígida. También
roncaba: largos rugidos retumbantes interrumpidos por abruptos sonidos de asfixia a
intervalos aleatorios. Rhys se preguntó si el sueño de Kiel estaba turbado y por un
momento trató de estimar exactamente cuan lejos llegaría el pie del gigante si, por
ejemplo, Kiel pataleaba mientras estaba en medio de su pesadilla de gigante.
"Rhys," dijo Cenizeida en un tono bajo pero claro que cortó el chismorreo de las
hadas. "Son gigantes dormidos. Creo que he oído en alguna parte que a los gigantes
dormidos se los debe dejar a su sueño."
"Estos gigantes," susurró Rhys, "son el trabajo para el que necesito tu ayuda.
Sólo sígueme la corriente."
"Entonces, ¿cómo piensas despertarlos?" dijo Maralen.
"Yo podría ponerle una flecha en la planta del pie de éste," se ofreció Brigid.
"Creo que no le haría ningún daño. Quizás se levante enojado pero por el pantano que
haría una buen balada, ¿eh?"
"Vamos a jugar a lo seguro. Estos gigantes son amigos míos. O al menos me han
ayudado en el pasado," dijo Rhys ahogando el recuerdo de la caótica masacre en la que

118
había terminado su mandato como daen. "Les debo un servicio. Tengo que entregar un
mensaje, una colección de historias, a su hermana Rosheen por su cumpleaños antes de
la aurora. Obviamente no puedo hacer eso en este momento pero si yo les garantizo que
tu entregarás el mensaje…"
"¿Esa es la única razón por la que estoy aquí?" dijo Cenizeida. "Soy un… ¿Soy
un apoyo para tu argumento?"
"Eso es lo que parece," dijo Maralen.
"¿Y cómo planeas conseguir que se muevan?" preguntó Brigid.
"¡Nosotras entregaremos tu mensaje!" intervino Iliona.
"Podemos ir a cualquier parte."
"Y somos rápidas. Cuando queremos serlo."
"Yo esperaba que la contratación de esta llameante ayudara a endulzar el acuerdo
cuando tratáramos de
conseguir que se
movieran," dijo Rhys
a Brigid. Y volviendo
a las hadas. "Pero
háganlo despacio, ¿si?
Todavía no estoy
seguro de cómo
vamos a despertarlos
pero chillar en sus
oídos no los pondrá
exactamente en el
mejor de los
humores."
El aire sobre
sus cabezas brilló con
el color y la pandilla
dijo al unísono, "Deja eso a nosotros." Y con eso volaron directamente hacia el rostro de
Kiel.
"¡No!" tuvo tiempo de gritar Rhys antes de que Endry volara dentro de una de
las orejas de Kiel, Veesa en la otra, e Iliona se encaramara sobre el extremo de la nariz
del gigante roncando. "No despierten a…"
"¡Despierta!" Gritaron las hadas simultáneamente. Los ojos del gigante
parpadearon por un momento y Rhys se armó de valor para correr ya que había poco
que incluso él pudiera hacer en contra de Brion o Kiel. Entonces los ojos del gigante
volvieron a cerrarse y los ronquidos ensordecedores se reanudaron.
"…ese," terminó la frase Rhys y exhaló. "Que bueno que no funcionó. Hadas,
bajen aquí, ¿quieren?"
"¡Ey, nariz de perilla!" gritó Iliona con sorprendente volumen para una criatura
tan pequeña haciendo por completo caso omiso de Rhys. "Nosotros dijimos," el hada
llevó un pie a la nariz, "¡Des…" patada, "…pier…" patada "…taaaa!" patadón.
Los ojos del gigante volvieron a parpadear y esta vez se quedaron más o menos
así. Con una velocidad sorprendente Kiel levantó una mano y dio un manotazo hacia la
hada que apenas esquivó a tiempo para evitar convertirse en una mancha en el final de
la verrugosa probóscide de la enorme criatura. Los ojos de Kiel se estrecharon y
cruzaron al centrarse en la diminuta cosa zumbando en su campo de visión y levantó
una mano para volver a aplastar a Iliona.

119
"¡Espera!" gritaron las otras dos hadas. Se lanzaron desde los horrendos confines
de las cicatrices de Kiel y volaron al lado de su hermana. "Nosotros somos las hijas
de…"
Esta vez el gigante no trató de aplastar a los molestos mosquitos.
Afortunadamente para las hadas eligió darles de revés con el dorso de su mano. Las
hadas, con un coro de chillidos, fueron impulsadas a lo alto como flechas,
desapareciendo en el cielo de la mañana. Rhys sólo vio el arco de su trayectoria el
tiempo suficiente como para darse cuenta que probablemente aterrizarían con seguridad
en el dosel del bosque, asumiendo que no recuperaran antes el control de vuelo.
"Kiel," dijo él rápidamente, "soy yo. Daen Rhys de los…"
"Desgracia visual," dijo el gigante señalando a Rhys con un dedo del tamaño de
un buey de pantano.
Eso fue lo último que Rhys habría esperado oír del gigante y le dejó
momentáneamente desconcertado. ¿Acaso el gigante había visto a través de su ilusión
con tanta facilidad como Colfenor?
Cenizeida aprovechó la pausa para dar un paso adelante. "Kiel," dijo, "debemos
despertar a tu hermano. Yo soy una mensajera. Rhys me está contratando para entregar
su mensaje. Mi nombre es Cenizeida de los llameantes."
"Ahora su hermano está despierto," retumbó Brion. Con crujidos y chasquidos
que sonaron como maderas cayendo, el gigante se incorporó como un noble
reclinándose y miró fijamente a Rhys sobre el fuego agonizante. "Él no está feliz por
eso." Entrecerró los ojos, los gigantes eran famosos por su aguda vista de cosas lejanas
pero tenían problemas para concentrarse en las que estaban cerca, y finalmente
consiguió un buen vistazo de Rhys. Su expresión no cambió mucho al reconocer al elfo
pero el costado de la boca de Brion se dobló en una leve sonrisa.
Fue un comienzo.
"¿Has llevado el mensaje a Rosheen?" preguntó el gigante. "Estamos a la espera
de cuentos y nos preguntamos por qué estás aquí."
"Acerca de eso," dijo el elfo. "Los kithkin… bueno, ellos están esperando un…
es decir, va a haber…"
"Mensajes, mensajes," dijo Maralen. "¿Acaso la gente ya no habla más?"
"¿Qué?" Preguntó Rhys.
"Nada," dijo la extraña elfa con una sonrisa. "Tal vez yo puedo manejar esto."
"¿Quién eres tu?" preguntó Brion a la Mornsong femenina.
"Soy Maralen. Soy una viajera de una tierra lejana." Brion salió de su posición
en cuclillas de un empujón y se levantó en toda su estatura para obtener una mejor
visión de la elfa. A pesar de la proximidad del gigante, y el hecho de que la cara a la que
se dirigía estaba ahora a unos treinta metros de altura, ella mantuvo la compostura.
"Rhys está tratando de ayudarte. Habrá más cuentos," dijo Maralen mirando a
Brigid por confirmación. La kithkin asintió ligeramente pero alentadoramente. "Habrá
cuentos por muchos días. Y canciones. Esta es la famosa heroína de Kinsbaile, ¿sabes?
Habrá baladas y cuentos cantados de este día." Hubo otro movimiento de cabeza desde
la kithkin y un encogimiento de hombros. "Así que ustedes serán capaces de escuchar
muchos de ellos."
"Kiel está coleccionando cuentos," dijo Brion. "Kiel necesita cuentos."
"Pero este primer día es especial. Todos los kithkin estarán allí, y muchos otros.
Tú eres magnífico, Brion, tan fuerte y poderoso y noble, pero tú y tu hermano son tan…
bueno… gigantes. Simplemente no sería seguro. No para los kithkin, porque con tantos
de ellos corriendo alrededor hay una buena probabilidad de que alguno resultara

120
pisoteado. Y no es seguro para ti, Brion, o tu hermano. Los kithkin pueden traer
infecciones…"
"¡Ey!" se opuso Brigid obligando a la elfa Mornsong a otra táctica.
"Lo kithkin a veces llevan cosas afiladas que pueden causar lesiones a los
gigantes, lesiones que ustedes podrían no darse cuenta de inmediato. Y si ustedes llegan
a tropezar y caer contra uno de sus edificios… bueno, piensa en las astillas que tendrían
que soportar." Mientras hablaba la voz de Maralen se volvió más suave, más rica, como
un baladista yendo a la tercera estrofa de una canción de cuatro versos. "Es mejor
quedarse por allí. Por ese lado." Y ella señaló mientras dio unos pasos hacia Brion.
Entonces ella siguió su camino más allá de él para hacer frente a Kiel que seguía
sentado donde había estado durmiendo.
"Cuentos," dijo Maralen y presionó su mano contra el dedo gordo del gigante
que era tan grande como un peñasco. "Pronto Kiel."
Rhys no podía creer que la extraña estuviera negociando con los gigantes con
cosas tan básicas como la seguridad pública y las lesiones personales. Los gigantes eran
más o menos la antítesis de la seguridad pública, razón por la que generalmente se
mantenían alejados de cualquier cosa que la "gente pequeña" llamara pública. Su plan
había sido utilizar la reputación de la llameante como mensajera confiable para endulzar
el pedido a los gigantes de que se fueran del área pero Maralen apenas le había dado a
Cenizeida la oportunidad de hablar. Captó los brillantes ojos anaranjados de la
llameante y ella simplemente levantó las manos con las palmas hacia arriba y se encogió
de hombros. Su expresión pétrea fue difícil de leer pero su gesto indicó que pensaba que
las tácticas de Maralen estaban funcionando.
"Elfa diminuta, " dijo Kiel. Se puso de pie y Rhys notó por primera vez que era
mucho más alto que su hermano, fácilmente doce metros contra los nueve de Brion.
"Elfa extraña. ¿No es así?"
"Te aseguro que lo soy," dijo Maralen, "extraña a estas partes de todos modos."
Rhys se preguntó si Brion también perdería su locuacidad en una década o dos.
Los gigantes verdaderamente antiguos nunca habían parecido hablar en absoluto, o si lo
hicieron nunca se molestaron en hacerlo con seres que, para ellos, eran menos que los
insectos lo eran para los elfos. Cuando uno llegaba a su segundo o tercer siglo podría
volverse un poco solitario y buscar sus propios caminos. Los gigantes ancianos
terminaron viviendo existencias ermitañas en los riscos. A veces dormían durante
décadas y vivían en una escala diferente a los elfos y kithkin. Los ancianos dejaron
cosas como los viajes, la recolección de cuentos y similares, a los jóvenes, y a pesar de
su tamaño Brion y Kiel eran jóvenes para los estándares de los gigantes.
Fue entonces cuando el simple plan de Maralen de repente cobró sentido para él.
Brion y Kiel, aunque separados por décadas, eran dos adolescentes. Maralen, por más
extraña que era a los ojos de Rhys, era amable, bonita y femenina. El trató de imaginarla
a través de los ojos de un gigante y luego trató de pensar en otra cosa.
Brion estaba pensando claramente en la misma línea. "Bonita," dijo y sin
ceremonia se agachó de nuevo y recogió a la extraña con una mano.
"¡Ey!" Dijeron Rhys y Maralen casi simultáneamente aunque Rhys fue el único
en añadir, "¡Bájala ya!" Maralen, por su parte, no hizo otro sonido, aunque Rhys no
estuvo seguro de si esto fue porque ella no quiso o porque ella no fue capaz de hacerlo.
Los gigantes no eran conocidos por su delicadeza a la hora de manejar, bueno, cualquier
cosa.
Brigid ya tenía una flecha lista para disparar mientras que Cenizeida se había
dejado caer en una postura defensiva, su sombrero de hierro echado hacia atrás de su
coronilla y una mano ardiendo brillantemente, recogiendo energía para la bola de fuego

121
más poderosa que pudiera reunir en poco tiempo. Rhys, armado sólo con una daga, un
arco corto kithkin, y una docena de robustas flechas kithkin en un carcaj tan pequeño
que lo llevaba en su cadera, puso su mano sobre la empuñadura de la daga pero no la
sacó. El gigante tenía que tener tendones como cualquier otra criatura y si él podía
abrirse camino cortando a través de ese correoso tobillo podría ser capaz de liberar a
Maralen, si ella aún vivía.
"Condenados gigantes," oyó decir a Brigid. "Condenados e impredecibles
gigantes."
El elfo levantó la daga sobre su cabeza y llamó la atención de sus compañeros.
Plantó sus pies y se preparó para cargar en lo que era, por definición, una lucha sin
esperanza.
Entonces todo el bosque, los gigantes y todo, desaparecieron en un grito
ensordecedor y una explosión de chispas mágicas cegadoras llenando el aire.
"¡Haiiiiikeeebaaaa!" Exclamó la pandilla de hadas al mismo tiempo. Cuando la
visión de Rhys volvió pudo distinguir a las diminutas criaturas moviéndose juntas como
un cometa viviente. Se estrellaron contra el ojo derecho de Brion, desequilibrando al
gigante, y este tropezó con el tocón muerto de un viejo roble. La columna podrida se
derrumbó, lanzando al suelo una lluvia de astillas de madera esponjosa y varios miles de
insectos sorprendidos. Las hadas se separaron antes de que el gigante pudiera recuperar
el equilibrio, una continuando golpeando y picoteando a la cara de Brion mientras las
otras dos, a Rhys le fue imposible decir cuál hada era cuál, se movieron hacia Kiel,
quien por su parte seguía mirando a Maralen.
La extraña finalmente recuperó su voz.
"¡Alto!"
La orden gritada de Maralen congeló incluso a las hadas en pleno vuelo. Rhys,
Cenizeida y Brigid permanecieron listos para atacar pero el elfo mantuvo su cuchillo en
el aire. Sólo Brion continuó moviéndose hasta que se apoyó en el hombro de su
hermano.
"¿Por qué?" preguntó una de las hadas.
"Ellos empezaron," añadió otra.
"Creen que pueden empujar a la gente alrededor sólo porque son grandes."
"¡Voy a hacerle estallar el ojo de éste!"
"No," dijo Maralen, "de hecho, creo que esa es la peor idea que he oído en todo
el día."
Al menos, pensó Rhys, esto resuelve la cuestión de si la extraña Mornsong
seguía viva o no.
"Por favor, todo el mundo," continuó Maralen alzando la mano que había sido
capaz de liberar mientras se hallaba apretada en el puño de Brion estando el otro todavía
atrapado contra su lado, "no hay necesidad de esta lucha."
Brigid y Cenizeida le dispararon una mirada a Rhys, esperando la orden para
atacar. El negó lentamente con la cabeza en respuesta. Brigid frunció el ceño pero bajó
su arco. La llameante bajó la mano, aunque la mantuvo envuelta en llamas, e inclinó su
sombrero de hierro de ala ancha de vuelta encima de su cabeza. Por último Rhys bajó la
daga, seguro de que el movimiento no podía ser mal interpretado.
"Maralen," dijo, "¿estás bien?"
"Estoy bien," dijo la Mornsong sin apartar los ojos del gigante de alguna forma
confuso. "Brion, después de que los kithkin tengan sus ceremonias de apertura, tú y yo,
y tu hermano iremos a escuchar algunos cuentos. Eso es lo que ustedes dos hacen, ¿no
es así? ¿Recoger cuentos? ¿Cuentos que ustedes desean que Rhys entregue a su
hermana?"

122
"¿Tu también recoges cuentos?" dijo Brion ligeramente asombrado. "Eres un
pequeño gigante, ¿no te parece?"
"Soy una elfa perdida, eso es todo amigo mío, pero si amo los cuentos," dijo
Maralen y si esto fue cierto o no ella lo dijo con tal convicción que incluso Rhys lo
creyó. "Pero Brion, y Kiel tú también, escúchenme. Pronto nosotros recogeremos esos
cuentos. Pero no hoy. Tú y Kiel pueden mover su campamento al bosque sólo por un día
o dos. Encontraremos un lugar para ustedes, no se preocupen. Encontraremos el lugar
perfecto. Ustedes no querrán tener que hacer frente a todas esas multitudes de
chismosos kithkin." Brigid carraspeó pero lo dejó así.
"Y pueden estar seguros," continuó Maralen, "de que Rosheen recibirá los
cuentos que ustedes les están enviando. Nosotros podemos incluso ser capaces de añadir
algunos más al mensaje antes de que la llameante se marche. ¿De acuerdo Brion? ¿De
acuerdo Kiel?"
Brion miró a la cosa pequeña en su mano, alejando a la alta y pálida elfa de su
rostro para centrarse mejor en ella. Pero fue Kiel, el mayor de los dos, el primero en
hablar.
"De acuerdo," dijo.
El indignado trío de hadas respondió a la vez.
"Oh, esto es justo…"
"¡Me golpeó! ¡Ese hijo de un buey de pantano me golpeó! ¡A mí!"
"¿No puedo pincharle el ojo aunque sea un poco?"
Afortunadamente nadie les prestó atención. Desafortunadamente esto fue porque
todo el mundo estaba prestando atención a la orden gritada viniendo desde el norte,
justo más allá de la línea de árboles. Rhys reconoció la voz y se le heló la sangre. Casi
se había olvidado de su estatus: desterrado, paria, desgracia visual. La voz le trajo todo
eso de nuevo a su mente en un instante.
"¡Ataquen!" bramó el Daen Gryffid de la nueva manada Cicuta.

Capítulo 12

De repente el cielo se llenó de mortales flechas envenenadas, cada una de


ellas en una trayectoria que terminaría con Rhys, sus compañeros, o uno de los gigantes.
Cenizeida, con una mano todavía envuelta en llamas, hizo lo único que pudo hacer, en
lugar de liberar el fuego elemental como un arma dirigida a los gigantes se dio la vuelta
en su sitio y envió la mayor cantidad de energía que se atrevió en una amplia cubierta de
plasma ardiente que encendió el aire sobre las cabezas de sus compañeros, o más bien,
de la mayoría de sus compañeros.

123
La lámina de plasma incineró las flechas dirigidas hacia el elfo, las hadas, la
kithkin, y Cenizeida misma pero no hubo nada que ella pudiera hacer al respecto por los
proyectiles dirigidos a los gigantes. Por el rabillo del ojo vio a Brion haciendo de
escudo a Maralen con una mano justo antes de que golpeara el bombardero. Docenas de
flechas con puntas de
poderoso veneno de
selenera pincharon
sus pieles gruesas. En
cuestión de segundos
el efecto del veneno
fue visible… y
audible. Brion rugió
de dolor mientras el
veneno corrió por sus
venas y pronto Kiel
se unió al
ensordecedor coro de
agonía. Brion fue el
primero en caer
cuando trató de dar
un paso hacia la
fuente de las flechas y su pie quedó atrapado en los restos del tronco del árbol podrido.
Rhys, Cenizeida y Brigid apenas escaparon de ser aplastados por varios cientos de
toneladas de gigante. El elfo gritó una advertencia, recogió a la arquera y salió
velozmente de la zona de impacto. La llameante ya se estaba moviendo. No tenía la
fuerza para otra pantalla como el escudo de plasma y no la tendría por horas. Tendrían
que estar fuera de la zona de descarga antes de que la siguiente lluvia de flechas llegara
volando desde el bosque.
La colisión boca abajo de Brion hizo temblar el suelo y la llameante cayó,
resbalando despatarrada por la tierra, justo cuando oyó el coro de sonidos sibilantes
marcando la llegada inminente de otra descarga.
Quizás no tendría la energía para protegerlos a todos pero al menos Cenizeida
podría protegerse y sobrevivir para ayudar a los demás. Mientras los proyectiles
aterrizaron a su alrededor ella se concentró en las llamas vivas que envolvían su cuerpo,
deseando que ardiera con el calor de mil soles, recurriendo a reservas que ella nunca
había tenido que invocar antes. Una oleada de calor y luz la encerró y ella se paró con
valentía para enfrentar el ataque. La llameante ardiendo caminó resueltamente hacia la
mano del gigante caído, descansando ligeramente abierta, y cada flecha que cayó a
sesenta centímetros de Cenizeida se redujo a cenizas. Maralen no se movía y parecía
inconsciente o incluso muerta pero el refugio de los dedos curvados de Brion la
protegieron de la segunda lluvia de muerte.
No había duda de que el gigante estaba inconsciente y por lo que Cenizeida
había oído hablar de la selenera tendría suerte si alguna vez despertaba.
Otro choque atronador sacudió la tierra pero esta vez la llameante se las arregló
para mantenerse en pie. No podía ver a Rhys o a la kithkin así que no pudo decir qué
efecto había ocasionado en ellos el colapso de Kiel pero, cuando el gigante cayó
primero de rodillas y luego de costado con un gemido de angustia, Maralen se soltó de
la palma de Brion y se deslizó hasta el suelo como una muñeca de trapo.

124
Podrías correr, se dijo Cenizeida a sí misma. Sálvate a ti misma. Ellos no pueden
tocarte. El camino no tiene porque terminar aquí. ¿Pero era ese un camino que ella
realmente quería recorrer? ¿Un camino egoísta?
No, se respondió con decisión. Y luego, para reforzar sus convicciones, la
llameante dijo en voz alta, "Este no es el final pero creo que va a ser una sustancial
bifurcación en el camino."
Mantuvo sus llamas tan calientes como pudo y llegó finalmente a Maralen y
justo a tiempo. La tercera descarga fue un poco más irregular que la segunda, lo que le
dijo a Cenizeida que los elfos estaban empezándose a dividir y acercarse, pero ella fue
capaz de colocarse a sí misma entre la viajera Mornsong y los atacantes para incinerar el
tercer bombardeo, aunque Maralen probablemente requeriría algún ungüento para
quemaduras cuando despertara. La tercera ronda de flechas sería muy probablemente la
última y pronto los cazadores se cerrarían para matarlos. Cenizeida había pasado gran
parte de su tiempo en el camino evitando encuentros con los elfos, su gente y la de ellos
nunca habían sido aliados y en esos días eran en el mejor de los casos vecinos
ligeramente antagónicos que no se metían en los asuntos del otro. Pero la llameante
había sido testigo de ataques elfos antes. Cuando un peregrino vagaba por Lorwyn un
tiempo suficientemente largo eso era propenso a suceder, y más de una vez. El nuevo
daen, quienquiera que fuese, parecía estar apegado a las tácticas tradicionales.
Cenizeida hizo una mueca cuando la tercera lluvia de flechas se agotó. Rhys y la
kithkin podrían estar muertos, las hadas podían cuidar de sí mismas, y no había nada
que ella pudiera hacer por los gigantes. Tal vez el tamaño de los hermanos los salvaría
pero también significaba que no había manera en la que un llameante y una extraña
inconsciente pudieran hacer algo por ellos. Con un pensamiento volvió a introducir el
calor de las llamas viviente dentro de su piel de piedra y se enfrió a sí misma lo
suficiente como para colgar a Maralen sobre un hombro sin causarle a la extraña
cualquier daño adicional.
Antes de girarse para huir Cenizeida lanzó una mirada por encima del hombro a
las fuerzas en su persecución. El hecho de que ella pudo verlas en absoluto fue una
señal de que los atacantes estaban lo bastante seguros de que ya habían ganado. Los
elfos, como la mayoría de los depredadores de manadas, mostraban sus números
verdaderos sólo cuando la presa estaba asegurada. Un daen adornado con brillantes
hombreras plateadas de alto rango se detuvo en el borde de la línea de árboles y alzó por
encima de su cabeza una espada plateada que brilló en los primeros rayos del amanecer.
"¡Parracreados! ¡Marchen!" ordenó el elfo dejando caer su espada y apuntando
directamente hacia Cenizeida. A su comando lo que parecía ser maleza salvaje se
movió. Cenizeida había visto elfos en combate antes pero su experiencia con los
parracreados sólo llegaba a unos distantes campos de batalla avistados desde las cimas
de las colinas de Taenskarper, en donde los elfos les empleaban contra las tribus salvajes
de boggarts de ese lugar abandonado. Había oído hablar de ellos, por supuesto. Los
elfos los consideraban vivientes obras de arte funcional. Eran esclavos, eran protectores,
y sobre todo, servían como tropas de choque. Pero hermosos como eran su corazón
estaban preso en un infierno viviente que ni siquiera Cenizeida podía imaginar. La
amenaza de que aquellos que se oponían a los elfos se arriesgaban a convertirse en
parracreados era una de las razones, tal vez la principal razón, de que los elfos
gobernaran la mayor parte de Lorwyn.
"Oye, rostro-ardiente," dijo una voz melodiosa y Cenizeida vio luces brillantes.
Ella levantó la vista para ver a una de las hadas sobrevolando la zona, Iliona supuso,
pero fue difícil decir sin las otras dos presentes para comparar. El diminuto rostro del
hada llevaba una máscara de extrema irritación. "¿Crees que los parracreados puedan

125
introducir sus raíces en uno de los tuyos? Puedo ver desde aquí que tienes un montón de
sangre."
"No es mía," dijo Cenizeida. "Es de Brion."
"Trágico, estoy seguro," respondió el hada. "Ahora sígueme si quieres vivir. Y
quiero que sepas que la única razón por la que estoy haciendo esto es porque Rhys
también me lo pidió."
"No lo dudo ni por un segundo," dijo la llameante cambiando su carga un poco
para la carrera que tendría por delante. Las tropas de choque crecidas a mano de los
elfos no se movieron rápidamente pero acelerarían sobre la pradera abierta y no
perderían gran parte de ella en los árboles dispersos que se alineaban en la carretera.
Aún así, con un poco de suerte, Cenizeida podría llegar a los bosques profundos que
había visto en su entrada a Kinsbaile. Aun cuando la mayor parte de ellos estaba
formada por plantas los enormes parracreados no serían tan ágiles, esperó, como podía
ser ella. Y en el caso de que aconteciera lo peor de los peor Cenizeida todavía no estaba
completamente carente de poder. Seguramente ella tendría más reservas en alguna parte.
"¿Hubo algo acerca de "ven conmigo" que no quedó claro?"
Cenizeida resistió el impulso de aplastar al hada. "Muéstrame el camino."
Ahora el truco consistiría en llegar a donde los parracreados no pudieran
alcanzarlos y a donde los elfos no les resultara mucho más fácil.
"El bosque," gritó Cenizeida detrás de Iliona cuando el hada la llevó a las
arboledas dispersas de alisos. "Tenemos que entrar en la profundidad del bosque."
"No, tenemos que llegar a Rhys," dijo el hada. "Él y la kithkin están esperando
en el río."
"Por supuesto," dijo Cenizeida. "Reconozco mi error."
"Error o no, yo no me retrasaría más por aquí," volvió a decir el hada. "Sería un
horror que tu error te consiguiera matar." Agregó con una risita.

* * * * *

El Cenn Teeg hizo una pausa en su paseo para lanzar otra larga mirada por el
camino que, a la vuelta de la esquina y a pocos kilómetros a través del bosque,
terminaba en el Muelle de Kinsbaile. Los mejores paisajistas kithkin habían limpiado
cuidadosamente el camino. Su superficie de adoquines había sido barrida y pulida hasta
el punto de que se había convertido en tierra apisonada, y la tierra apisonada había sido
suavizada hasta ochocientos metros más allá de la puerta de la ciudad. Los baches
persistentes habían sido rellenados y alguien había plantado dos nuevas filas de
profundos y deslumbrantes topiarios verde oscuros que Teeg pensó eran una guardia de
honor apropiada y noble para el visitante más distinguido de la ciudad: el arbóreo
Colfenor. Detrás de él toda la ciudad era un hervidero de anticipación por los cuentos
del día. Toda la población de Kinsbaile se había vestido con sus mejores galas, por
supuesto, y con los muchos visitantes de los pueblos de los alrededores una gran
multitud se había reunido en la madrugada. La mayoría se arremolinaba en la plaza del
pueblo, hablando con Colfenor, quien amablemente sostuvo conversaciones con varias
personas a la vez. Otros compraban dulces y pasteles de manzano silvestre, probaban
suerte con los juegos de azar que siempre parecían brotar en cualquier gran reunión
kithkin, o se unían en una de las muchas interpretaciones conmovedoras de "Héroe de
Kinsbaile" que parecía surgir espontáneamente siempre que los kithkin se reunían en
esta ciudad.
En lo alto cientos de hadas llenaban el aire, sus alas prestándole un zumbido
omnipresente al bullicio de la actividad. Las hadas no compraron golosinas ni intentaron

126
lanzar piñas a las pilas de botellas de cerveza por dinero aunque si iluminaron el cielo
del amanecer con cientos de luces parpadeantes que le otorgaron a toda la ciudad el
aspecto de un pueblo encantado de los cuentos más antiguos, cuentos con orígenes en el
profundo y lejano pasado de Lorwyn.
Tanto estaba yendo bien. Pero había problemas en el aire. Problemas audibles.
Los problemas habían conducido a Teeg a caminar de un lado a otro delante de
la puerta abierta de la ciudad durante los últimos quince minutos. Asintió y sonrió al
transeúnte ocasional pero la mayoría le dio un gran rodeo y él se insultó a sí mismo por
ser incapaz de disimular su preocupación de que ese día pudiera estar en peligro.
Para su consternación esos cientos de kithkin y cientos de hadas reunidos para
escuchar los cuentos que Colfenor recitaría también estaban dedicados a una agitada y
nerviosa conversación acerca de los terribles sonidos que habían escuchado durante la
última media hora. Teeg había enviado a un par de exploradores para que le informaran
sobre lo que había sonado como un gigante tratando de arrancar de raíz todo el bosque
pero no habían regresado. Fuera lo que fuera lo que los gigantes estaban haciendo estos
no parecían estar cada vez más cerca y a veces los gigantes sólo hacían ruido, era un
hecho de la vida. Pero había demasiado en juego, demasiada organización pre-festival
que podía colapsar en ruinas, y Teeg se obligó a considerar el envío de la milicia armada
de la ciudad para restablecer el orden en el bosque.
Los nervios de Teeg estaban fusilados. Por lo tanto fue comprensible, se diría a
sí mismo más tarde, que gritara como una niña kithkin cuando un pedazo cercano de
arbusto que el había asumido era una nueva adición decorativa sacó sus raíces del suelo
y salió a la calle.
Después de aquel arranque inicial Teeg fue capaz de mantener la boca cerrada y
deseó poder haber hecho lo mismo con sus ojos. Especialmente cuando otros diez... no,
veinte... ¡por el Pantano Burbujeante!, cada uno de los nuevos topiarios comenzó a
moverse. Fueron magníficos, y fueron aterradores.
Los parracreados se colocaron lentamente pero precisamente en una formación,
tres en el fondo, que llenó la calle y bloqueó cualquier esperanza de percibir que estaba
sucediendo con esos gigantes lejanos. Teeg no había visto parracreados en acción pero
no había duda de qué eran los recién llegados. Tenían casi las mismas formas que las
criaturas que alguna vez habían sido. Ahora que estaban en movimiento fue más fácil
vislumbrar el cuerpo del anfitrión dentro de los zarcillos, musgos y musculatura de
madera flexible. Los tres delanteros alguna vez habían sido elfos, indudablemente
desgracias visuales. El de la izquierda lucía dos manchas oscuras de hueso desnudo,
manchado mucho tiempo atrás de verde por el musgo en su frente donde debían haber
estado sus cuernos. Los otros dos tenían lesiones similares. Los tres estaban cubiertos de
una masa de enredaderas verdes. Teeg culpó al fuerte color esmeralda de las vides el
hecho de que él hubiera fallado en notar a un pequeño ejército de mortales, implacables
y hermosas máquinas asesinas ocupando posiciones en la carretera principal hacia la
ciudad. Tenía la intención de hacer que ese hecho quedara muy claro en la próxima
reunión de los ancianos de la ciudad, si dicha reunión alguna vez llegaba a tener lugar, y
si el pueblo todavía tenía algún anciano al final de ese día. "Cuando los parracreados
aparecen, los seres vivos mueren o se vuelven parracreados," diría él. "Sí, buenos
ciudadanos, eso es cierto. Y nadie más, nadie, se dio cuenta de que estaban en nuestra
puerta." Déjalos que hablen como salir de eso.
El Cenn Teeg, aparte de esa forma inteligente de esquivar la responsabilidad, no
tenía ni idea de qué hacer. ¿Dónde estaban los elfos? Tendría que haber elfos en algún
lugar controlando estas cosas. Seguramente no podrían haber vagado hasta la ciudad por

127
su cuenta. Se preguntó ante la sabiduría de permitir que el forajido Rhys visitara a
Colfenor allí. Tal vez había sido un error invitar al tejo rojo en absoluto.
"¡Cenn!" dijo el joven empleado kithkin quien escogió ese momento para
aparecer evitándole la necesidad de encontrar un curso de acción. Gaevin traía un
pergamino en una mano. "Este plano es completamente inviable, Cenn. Debe haber
habido un error de cálculo desde el principio. Parece que alguien por error anotó este
bosquejo con centímetros en lugar de… ¡parracreados! Cenn, ellos son…"
"Silencio," dijo Teeg agradecido por la oportunidad de mostrar su ilimitada
valentía denigrando a la de su inferior. "Sí, por supuesto que son parracreados, Sr.
Gaevin. ¿Los ha notado recién?" Había querido que las palabras sonaran amables y
ligeras pero en su lugar salieron llenas de recriminaciones.
"Ahora, ahora, Cenn Teeg, no podía esperarse que la criatura los notara más de
lo que usted lo hizo," dijo una voz de mando desde algún lugar justo al lado de la
carretera y a la derecha de Teeg… no, por encima de la carretera. ¿Era eso una sombra
en las ramas del bosquecillo de Kinswood? Sí, era evidente, y mientras Teeg se quedó
mirando a la sombra esta tomó la forma de un elfo alto y noble en el traje de oro de un
taercenn, como Teeg lo entendía, el rango más alto que un cazador podría esperar
alcanzar sin llegar a ser un Perfecto.
Peor aún, el cenn reconoció a ese taercenn en particular.
"Nath," dijo Teeg en voz alta.
"¿Nath?" tartamudeó el confundido y aterrorizado secretario. Incluso el joven
burócrata conocía el nombre. "¿Qué es lo que quiere?"
Las siguientes palabras que el taercenn de Hojas Doradas habló no fueron
dirigidas al cenn. "Chevor," dijo Nath en un tono casi coloquial que todavía llevó de
alguna manera toda la autoridad que una voz podría contener, "establezca su perímetro."
"Sí, taer," dijo otra voz, una voz femenina más joven, también desde los árboles.
Pero la dueña de la voz no se quedó allí por mucho tiempo. Con el zumbido de docenas
de guantes de cuero deslizándose a lo largo de docenas de vides la vanguardia de la
manada de los Hojas Doradas entró en Kinsbaile. Parecieron caer desde todas las
direcciones, trastornando a las pequeñas bandadas de hadas que se vieron obligadas a
esquivar su descenso. Mientras tanto, ante un gesto de Nath, los parracreados marcharon
a su posición.
"Kithkins de Kinsbaile," dijo Nath mientras caminó entre la multitud flanqueado
por un par de guardias de honor y los kithkin se separaban obedientemente para hacerle
espacio. "Para aquellos de ustedes que no me conozcan yo soy el Taercenn Nath,
supremo cazador maestro de la nación Hojas Doradas. Ustedes kithkin están aquí a
nuestra discreción pero nosotros no queremos herirlos. Se les permitirá seguir con sus
asuntos siempre y cuando no interfieran con el mío. Pueden escuchar sus cuentos y
compartir sus historias pero sepan esto: su pueblo tiene el honor de ser la sede desde la
que derribaré a los enemigos de la Nación Bendecida."
Teeg sintió a sus pies en movimiento para interceptar al taercenn antes de que él
siquiera se diera cuenta de que se estaba moviendo. Pues bien, hablando de
insignificante…
"Honrado Taercenn," dijo el cenn haciendo una genuflexión ante el elfo. "Sean
bienvenidos, como siempre. Los Bendecidos emitan sus bendiciones sobre sus
hermanos y hermanas kithkin. Este tiempo de cuentos es para compartir con todos."
"Sí," dijo Nath sin molestarse en mirar a Teeg, "estoy seguro de que lo es." El
tejo rojo que llenaba la mayor parte del césped en la plaza del pueblo ocupó la atención
del taercenn. Colfenor no había dicho nada desde que los elfos y sus sirvientes
parracreados habían aparecido pero también había que decir que el arbóreo

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supuestamente tenía un tipo muy diferente de relación con los elfos que con los kithkin.
Teeg ni siquiera podía estar seguro de que Nath no estuviera allí a petición de Colfenor.
Aunque en los últimos tiempos el tejo había compartido muchos secretos con el cenn
ciertamente podría estar manteniendo más dentro de sus nobles ramas.
Las primeras palabras de Colfenor con el taercenn hicieron poco por calmar las
sospechas de Teeg pero tampoco confirmaron alguna complicidad por parte del
arbóreo.
"Nath," dijo Colfenor, "has venido a escuchar los cuentos." No fue una pregunta.
"Entre otras cosas, Sabio Colfenor," respondió el taercenn. "Entre otras cosas."

* * * * *

"¿Qué otras cosas tienen?" preguntó Sygg. "Porque si esto es todo lo que tienen
para ofrecer me están haciendo perder el tiempo. Hace poco perdí un aprendiz y uno no
atrae nuevos aprendices cuando se vuelve desafortunado."
"Pero eso es todo lo que gané del cenn," protestó Cenizeida. "No tenemos más
hilo." Ella miró hacia los lados a Rhys, llevando a la aún inconsciente Maralen sobre un
hombro, y a Brigid. "¿O si?"
El elfo se encogió de hombros y meneó la cabeza. La kithkin estaba ocupada en
estudiar intensivamente la punta de su bota.
"Capitán, hace poco usted me transportó a través del río. Y todavía me debe dos
pasajes de ese viaje. Simpatizo con su pérdida, tan inesperada como trágica," dijo
Cenizeida tratando de mantener la exasperación en su voz. Los elfos estarían sobre ellos
en cualquier momento, los gigantes no podrían mantenerlos ocupados para siempre. Ella
se sorprendió, de hecho, que les estuviera tomando tanto tiempo ya que los gigantes
habían tocado el suelo antes de que ellos habían hecho su rápida retirada hacia el río.
Fuera lo que fuera lo que ellos le estaban haciendo a esos gigantes ella no quería pensar
en ello. Ya estaba atormentada por la culpa de haberlos dejado atrás y apenas los había
conocido. Brion y Kiel habían caído sin luchar y eso fue lo que más irritó a la llameante.
"Peregrina, no me estás diciendo nada que yo ya no sepa," dijo el merrow
atontado. Había estado durmiendo cuando ellos habían llegado al muelle, flotando en un
sueño y atado al muelle con una delgada cuerda de vid. Era la manera habitual en la que
un barquero merrow descansaba ya que significaba que nunca tenían que estar lejos de
los muelles que les proporcionaban su sustento. Cierto, algunos dormían en los
crannogs, pero Sygg era claramente un tradicionalista. "Y yo nunca dije cuando lo
podrías recoger."
"¡Este rollo de oro es cien veces más de lo que yo pagué por ese viaje!" protestó
Cenizeida. "Ahora, le puedo prometer más, pero no puedo decirle cuando o cuanto más
conseguirá. Pero tenemos que salir de aquí. ¿Oye esos pasos? Esos son parracreados."
"Sí, cara de pescado," dijo Endry, "grandes parracreados."
"Te convertirán en un alga caminante," añadió Veesa.
"Sabe, Sr. Gran Elfo," dijo Iliona a Rhys, "nosotras podríamos llevarlos a rodos.
Al menos durante algunos minutos."
Antes de que Rhys pudiera responder Cenizeida dijo, "Nadie llevará a nadie.
Capitán, perdónelas, ellas son… "
"Ellas son hadas," dijo Sygg. "Eso no viene al caso. Me han despertado de mi
siesta. No tengo al primer oficial y todos ustedes gente deberían saber eso. ¿Y quieres
que les lleve a dónde? ¿A la Espesura? Y todo el tiempo bajo el fuego del pantano sabe
que, en aguas que no he navegado en treinta años, y quieres que transporte a un elfo de
aspecto sospechoso, no se ofenda taer, y a una kithkin astuta, y a esas ruidosas hadas

129
charlatanas, por no hablar de esa mujer inconsciente de allí. Llameante, tienes suerte de
que no te haya lanzado al río por hacerme una oferta tan insultante."
Cenizeida miró frustrada alrededor, en busca de algo, cualquier cosa que pudiera
ofrecerle al capitán merrow, cuando sus ojos se posaron en un destello de oro en el
cinturón de Rhys. Sin decir una palabra se dirigió a su lado y desató el rollo de hilo
destinado a los hermanos gigantes. La llameante hizo correr un pulgar sobre el extremo
deshilachado del rollo. "Puedo duplicar la oferta," dijo.
"Llameante, no deberías…"
"Elfo, si los gigantes viven yo les pagaré de mi propio bolsillo," dijo Cenizeida.
"Ahora Capitán Sygg esto le va a hacer entrar en razón o…"
"¡Ataquen!"
Por cuarta vez en el día Cenizeida oyó el sonido revelador de cientos de flechas
envenenadas volando hacia su lugar. Su tiempo se había acabado. Levantó la vista y vio
una nube de diminutas líneas negras arqueándose hacia arriba contra el rosado cielo del
amanecer. En otro segundo comenzarían el descenso.
Echó un vistazo a la carretera, donde ese otro cazador, Rhys le había llamado
Gryffid y era claramente el daen de esa manada, estaba flanqueado por tenientes con
espadas plateadas desenvainadas. Por el momento allí no había parracreados a la vista.
Este nuevo daen por fin se había dado cuenta de que los lentos pasos de las criaturas
sólo retrasarían a la manada. Se había acercado sigilosamente y probablemente había
estado esperando para abrir fuego hasta que todos sus cazadores estuvieron en posición.
Era una táctica élfica común: la emboscada repentina, precisa y decisiva.
Sygg reaccionó a una velocidad alarmante para alguien que había estado en un
profundo estado de inconsciencia apenas unos minutos atrás. "¡Tienes un trato!"
Levantó los brazos y con un esfuerzo supremo convocó un simple disco cóncavo de
cambiagua sin molestarse en añadir las usuales florituras, ese ferry era funcional y eso
era todo. El barquero, sin romper su concentración, gritó, "¡Suban a bordo, todo el
mundo! ¡Todos a bordo, ahora!"
La pequeña partida entró al ferry de cambiagua justo cuando un torrente de plata
mortal llovió inútilmente sobre el muelle pero el resto de los cazadores de Gryffid ya se
habían lanzado a la carga, sus espadas en la mano. Cenizeida sintió el escalofrío
remojando sus botas e introdujo llamas en su piel para mantenerla seca. Funcionaría por
un tiempo pero una vez que estuvieron fuera tendría que averiguar algo mejor.
"Llameante ¿quieren tomar el camino más largo alrededor o el corto?" exclamó
el capitán.
"¿Qué?" dijo Cenizeida. "Pero yo no sé nada con respecto…"
"¡El camino corto entonces!" gritó Sygg balanceándose ligeramente en el agua
para evitar una flecha que se deslizó en silencio hacia la corriente. "¡Todo el mundo
agárrese! ¡No tengo tiempo de preocuparme por la gente que caiga!"
"Sí," dijo la llameante. "Eem, sí."
El merrow se zambulló y su larga y poderosa cola aleteó con furia. Sygg levantó
sus extendidas manos palmeadas en el aire. Dijo algunas burbujeantes palabras
impronunciables en una antigua lengua merrow y momentos después un suave
resplandor azul se formó alrededor del platillo de cambiagua. El resplandor se expandió
y se volvió cohesivo como una lámina de agua azul hasta que formó una fina burbuja
de energía.
El capitán dio una sacudida que casi derribó a Cenizeida sobre su espalda de
carbón en llamas y partió con sus pasajeros a salvo dentro de la burbuja.

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Capítulo 13

Cuando Sygg lanzó a sus pasajeros río abajo Rhys cayó a la superficie lisa y
vidriosa del ferry cambiagua y se enredó en los brazos y piernas de Maralen antes de
que ambos, uno despierto, la otra todavía felizmente desmayada, vinieran a descansar
contra el labio del platillo cóncavo. Comprobó el pulso de la Mornsong y notó que era
estable. La elfa no había sido golpeada por ninguna flecha. Simplemente se negaba a
recuperar la conciencia.
Brigid, la única de ellos en mantener su equilibrio cuando el crucero había
iniciado con una sacudida, se acercó a él y le ofreció una mano. "¿No ha estado fuera de
si mucho tiempo?" preguntó la kithkin.
"Tal vez," dijo Rhys permitiéndole a la robusta arquera que le ayudara a ponerse
en pie. De inmediato tuvo que agarrar el fresco y esponjoso borde del ferry cuando

131
entraron en una zona de pequeñas crestas blancas lanzadas por los vientos bajando de la
Meseta Tanfell. "No se cuánto tiempo más pueda estar fuera de peligro. Ella es la
primera Mornsong que conozco en toda mi vida. Esto podría ser un trance de curación
entre su pueblo."
Para su sorpresa Cenizeida estaba de pie. La razón fue obvia, si ella se sentaba
como lo hicieron ellos, estaría mucho más cerca del agua. Debería haberle costado un
enorme valor poner un pie en el ferry parecido al vidrio. Él le salpicó con una ola y ella
echó un vistazo por encima de su hombro en llamas mientras se agachó. "¡Detente!"
gritó ella.
"¿Acaso no se te ha ocurrido," continuó diciendo Brigid, "que tu Mornsong aquí
presente podría estar herida en el interior? Estaba en el puño de un gigante cuando este
golpeó el suelo. Podría estar sangrando por dentro. Eso explicaría su palidez."
"Ella ya era pálida. Pero creo que puede que tengas razón," respondió Rhys. El
elfo se levantó y puso sus pies separados unos centímetros más para estabilizarse a sí
mismo mientras miró al rostro inmóvil de Maralen. Este era del color de la porcelana
merrow hilada. "Por el pantano," dijo cuando su transporte de cambiagua golpeó contra
una áspera parcela. Rhys se puso en posición de cuclillas como había asumido
Cenizeida y todavía sostenía haciendo todo lo posible por evitar cualquier contacto con
la humedad. Las puntas de sus dedos todavía podían detectar el latido de la sangre por
las venas de Maralen pero indudablemente estaba corriendo a un ritmo más lento que
sólo unos momentos antes.
"Ella es un elfo," dijo Brigid con confianza. "¿Qué tiene de extraño ella? No te
ofendas pero un elfo se ve muy parecido a cualquier otro para mí."
"¿Además de las orejas?" preguntó Rhys. "¿O los cuernos, o el hecho de que ella
sea una media cabeza más alta que incluso yo?"
"Se viste de manera diferente a ti," dijo la kithkin. "Con más clase. Eso cuenta
como algo entre los elfos, ¿no es así?"
"No te burles de mí, 'Heroína de Kinsbaile'", dijo Rhys. "Además eso no viene al
caso."
"Sin ánimo de ofender." La kithkin miró clínicamente a la mujer inconsciente.
"Si me lo preguntas a mí te diría que se parece al ganado de montaña. Gruesa y
vigorosa."
"Realmente gruesa," dijo Iliona elevando la voz.
"Si es que por 'gruesa' quisiste decir 'gorda'," respondió Veesa.
"Esto no nos está llevando a ninguna parte," respondió Rhys.
"¿Qué está pasando ahí?" gritó Cenizeida usando toda su atención y
concentración para mantenerse en dos pies. "¿Están todos bien?"
"¿Se está muriendo?" preguntó Iliona esperanzada. Hacía tiempo que la pandilla
había renunciado a tratar de encontrar un camino para atravesar la burbuja azul que los
encerraba. Veesa y Endry se unieron a ella y los tres rodearon al pálido rostro de
Maralen.
"En verdad parece que se estuviera muriendo," dijo Veesa.
"Bueno, creo que no vamos a poder aprender algo más sobre ese misterio," dijo
Endry. "Tirémosla por la borda."
"Nadie lanzará a nadie a ningún lugar," Rhys se inclinó hacia delante para alejar
al trío con un manotazo cuando Cenizeida dio un paso adelante con cautela.
"Me gustaría probar algo," dijo. "Yo podría ser capaz de ayudar."
Rhys sintió su frente arrugándose. "¿Podrías?"
"Yo no soy una sanadora entrenada," dijo Cenizeida. "Pero tengo mucha
experiencia cuando se trata de la búsqueda de elementales. Maralen aquí presente fue

132
recientemente tocada por uno y si el espíritu del alce dejó incluso una pequeña huella de
su poder..." Su voz se apagó y ella se encogió de hombros. "Quizás sea capaz de
aprender que es lo que tiene de malo ella así sabremos qué tipo de magia curativa
buscar."
"No estás engañando a nadie, peregrina," regañó Brigid juguetonamente. "Lo
único que quieres tú es hurgarle su cerebro acerca del alce."
"Eso también," dijo Cenizeida. "Pero creo que al hacerlo nos ayudará a ayudarla.
Con tu permiso, Rhys, me gustaría probar."
"Hazlo," chilló Iliona. "Ella está llena de secretos. Quizás hurgar en su cerebro
no ayude y le haga daño."
"Lo dijiste al revés Iliona."
"No, no lo hice." Dijo la más grande de las hadas sonriendo descaradamente.
Rhys suspiró. "No tenemos otras buenas opciones. Procede, peregrina, pero hila
fino."
Cenizeida medio tropezó y medio se dirigió a la parte trasera del disco
cambiagua, luchando contra el efecto desorientador de la acuosa burbuja azul que los
envolvía y poniendo fin a su breve intento de movimiento lateral colisionando con
Rhys. El elfo agarró el borde del plato con una mano y envolvió la otra alrededor del
brazo de Cenizeida. Las llamas en su piel desnuda como carbón engulleron el brazo de
él hasta el codo pero no hubo calor.
"Estoy bien," dijo Cenizeida retirando suavemente su brazo lejos de las garras de
Rhys y cambiando a una rodilla. Ella dejó escapar un suave silbido cuando su rodilla se
puso en contacto con la superficie húmeda del ferry pero el dolor sólo apareció
momentáneamente.
Hubo un segundo silbido cuando la llameante se dejó caer en su otra rodilla para
que pudiera permanecer en posición vertical mientras sostuvo sus dos manos sobre el
torso de Maralen. Rhys puso un brazo alrededor de los hombros de la mujer
inconsciente para evitar que se meciera alrededor cuando el ferry cambiagua golpeara y
rebotara. Estaba seguro de que Sygg podría haberles dado un desplazamiento más suave
si hubiera tenido tiempo para prepararse pero en ese momento la velocidad era mucho
más importante que la comodidad.
Las llamas alrededor de las manos de Cenizeida cambiaron de color, ligeramente
al principio, pero pronto más intensamente mientras los ojos de la llameante se
volvieron mas brillantes. Las llamas se acomodaron en un celeste parpadeante que se
extendió desde las palmas de Cenizeida para envolver el torso de Maralen, tal como
había engullido el extremo del brazo de Rhys. Sin embargo esas llamas parpadearon de
manera diferente, casi como si se estuvieran quemando hacia abajo en vez de hacia
arriba. En ciertos puntos, como Rhys había sospechado esos puntos fueron a lo largo de
las costillas, las llamas refulgieron con más intensidad que otros.
Entonces un destello de una especie diferente le llamó la atención, el color azul
de la burbuja de protección de magia merrow se reflejó en los ojos oscuros de Maralen
cuando estos se abrieron con un parpadeo. Sus ojos se encontraron de inmediato con los
suyos y Rhys sintió una onda estimulante de alivio.
La onda duró lo suficiente como para chocar contra las paredes fuertes e
implacables de la realidad. En un destello de color azul y una repentina lluvia de gotas
heladas la burbuja energética de cambiagua que rodeaba el ferry explotó. Cenizeida se
estremeció e insultó cuando miles de gotas crepitaron contra su piel y el extraño fuego
que ella manipulaba pero ni la llameante ni la llama azul se encontraron en peligro de
extinguirse.

133
* * * * *

La llameante sintió su cuerpo alejándose de su mente mientras se hundió


profundamente en el estado en trance de Maralen. La extraña elfa de verdad había sido
rozada por poderosa magia antigua, pero esta no era como cualquiera con la que
Cenizeida estaba familiarizada, apenas reconocible como la presencia de los espíritus
primigenios, si es que eso es lo que era. El gran espíritu alce había sido sombrío, su
presencia como un enorme peso aplastador, pero Maralen no parecía agobiada por ello.
Aquello era muy diferente al aura que Cenizeida había recibido de su propio elemental,
que era más ligero, más rápido, y más cortante.
Las percepciones de Cenizeida habían descendido, o ascendido dependiendo del
punto de vista de uno, más allá de las rígidas estructuras del lenguaje, las formas y las
estructuras. En su lugar la peregrina vio colores, energía y luz, pedacitos fractales de un
alma viviente dentro de la extraña elfa cuya vida descansaba en sus manos.
Ella nunca había visto a una fuerza de vida como la de Maralen. Las energías
elementales que brillaron a través de su paisaje mental fueron extrañas y más extraño
aún fue la forma en que interactuaron con Maralen. El aura extrañamente silenciada de
la elfa fue más brillante alrededor de sus costillas, pulmones y corazón. ¿Quizás
Maralen se estaba sanando a sí misma mientras dormía?
Cenizeida, frustrada, presionó más fuerte tratando de echar un vistazo a la mente
interior de la extraña. Se sintió siendo expulsada a medida que la mente de Maralen
reafirmó el control. Rhys no había tenido de qué preocuparse acerca de hilar
ligeramente, los secretos de Maralen estaban completamente a salvo de la peregrina.
Entonces los ojos de la extraña elfa se abrieron de golpe. "Hola," dijo la paciente
con voz ronca mientras recuperó la conciencia y se entrometió en los pensamientos de
Cenizeida. "Ahora estoy bien. Y tú me estás haciendo sentir demasiado caliente."
"Shh," respondió la llameante y se apresuró a reunir lo más que pudo de la mente
de la mujer elfa antes de que los pensamientos de Maralen de despertar se volvieran lo
suficientemente claros como para romper su conexión. "Conserva tu fuerza y no rompas
mi concentración."
El aura de Maralen se hizo más fuerte y más brillante mientras Cenizeida habló.
Los ojos negros de la elfa se ampliaron un poco y ella frunció el ceño en señal de
frustración pero finalmente dejó que su cabeza colgara hacia atrás contra la suave
cambiagua.
"Rhys," dijo débilmente la Mornsong. "¿Está él aquí?"
"Sí," dijo Cenizeida. "Y esa es tu última pregunta, por favor. Estarás bien pero
sólo si me dejas concentrarme."
"Gracias pero no," dijo Maralen. "Me siento mucho mejor ahora." Ella se sentó,
la cubierta de fuego alrededor de su torso moviéndose con ella, y con un definitivo abrir
y cerrar de ojos Maralen cortó su conexión con Cenizeida.
"Está viva," dijo Brigid.
"Oh, bah," dijo Iliona.
"No es demasiado tarde para tirarla por la borda, ¿verdad?"
"Atémosla a una roca y usémosla como ancla."
Rhys se volvió hacia la parte delantera de la nave de cambiagua y gritó:
"¡Capitán! Estamos todos presentes y listos."
"¡Buenas noticias!" respondió el capitán merrow. "Ya que acabamos de llegar al
atajo."
Rhys le disparó una mirada cansada a Cenizeida y vio que la llama azul
envolviendo a Maralen refulgió más brillante, luego más brillante aún, hasta que se

134
calmó poco a poco. La llameante suspiró con cansancio y la elfa Mornsong sacó sus
pies debajo de ella y se levantó sobre piernas temblorosas.
Rhys oyó un grito de extraño y aterrorizado júbilo del capitán Sygg. Un
momento después sintió la punta del platillo de cambiagua inclinarse hacia delante. Al
principio la cuesta fue lenta pero gradualmente se fue haciendo más empinada y
problemática.
"¿Qué…?" volvió a decir Rhys. Los ojos de Cenizeida apuntaron directamente
hacia delante y brillaron de color naranja aunque el no pudo discernir si con miedo o
furia. Pero a medida que el ferry continuó rodando por el borde de la cascada
rápidamente se hizo evidente que el sentimiento era de miedo.
Rhys pudo imaginarse que habría poco que aterrorizara más a un ser de llamas
vivientes que una caída repentina sobre una cascada, cayendo en picada en un húmedo y
oscuro río subterráneo, protegida sólo por la repentina aparición de una burbuja de
cambiagua, cabalgando sobre un ferry hecho de la misma cambiagua y sostenida en su
lugar sólo por la fuerza de voluntad de un excéntrico merrow.

Capítulo 14

El afluente secreto del Vinoerrrante del Capitán Sygg estaba distraídamente


tranquilo. El aire
oscuro y húmedo le
dió a la caverna una
calidad de ensueño
mientras las llamas de
la llameante
proyectaron sombras
parpadeantes en las
paredes de la cueva
alisadas por la erosión
y las demás personas
a bordo del ferry

135
cambiagua del merrow. De hecho la única luz que se emitía allí lo hacía de fuentes
vivas: delgadas líneas de musgo brillante y esterillas irregulares de hongos
luminiscentes en las paredes de la caverna; las llamas vivientes de Cenizeida y las
propias cintas en cascada de brillantes colores del trío de hadas.
Iliona, aunque desapercibida, lo evaluó. Las corrientes del tributario eran suaves
y había incluso una brisa, fresca y relajante a pesar de su salobre olor agrio. El sonido
de las olas rompiendo contra los bordes exteriores de la nave semisólida fue como una
canción de cuna para la partida, cuyos oídos habían quedado últimamente demasiado
llenos con sonidos de lucha y conflicto.
Sygg también fue una influencia tranquilizadora. Su alegre parloteo fue familiar
y consolador y condujo la nave de cambiagua con tanta confianza que fue fácil
relajarse… fácil imaginar que nadie pudiera perturbar la garantía de ese plácido viaje.
Kinsbaile había quedado muy lejos, junto con todos los peligros y misterios que
contenía. A medida que la ciudad se quedó más y más atrás fue fácil que los otros
imaginaran a sus problemas alejándose cada vez más y más con ella.
Cenizeida preguntó a Sygg por qué el merrow estaba seguro de que ese atajo los
salvaría de la persecución de los elfos. Su respuesta, entregada en el mismo tono alegre
que utilizaría para entregar una quintilla subida de tono, pareció perturbar a la
llameante: "Porque los merrow llaman a estos los ‘Afluentes Oscuros’"
"¿Por qué les llaman así?" presionó Cenizeida.
"Debido a que son oscuros," respondió Sygg. "Y el agua oscura puede ocultar
cosas terribles. Muchas de estas cuevas están conectadas e incluso una merrow puede
perderse. Ese hongo no crece en todas partes. La mayoría de los merrow que han
entrado en los Afluentes sin la preparación adecuada nunca se han vuelto a ver. Y si lo
hicieron salieron... diferentes." Sygg se aplanó la cresta de su cabeza y levantó las aletas
de sus hombros en un encogimiento de hombros merrow. "Yo me perdí aquí una vez y
tuve la suerte de encontrar una manera de salir antes de que fuera… antes de que me
sucediera cualquier cosa demasiado horrible. Más tarde volví y tracé unas pocas rutas
seguras, unas con iluminación suficiente como para llevar a un ferry hasta el otro lado."
"¿Esas cosas terribles que has mencionado permanecen lejos de la luz?"
preguntó Maralen.
"Oh, no," dijo Sygg riendo. "Pero son lentas y se pueden evitar si las veo venir."
Esbozó una dentuda sonrisa y prosiguió. "Mi cambiagua no atraviesa las cosas a menos
que yo se lo diga que lo haga."
Sus dudas permanecieron pero a medida que pasó el tiempo y continuó la lenta
trayectoria Iliona sintió que las dudas del grupo se encogieron. El grupo estaba
demasiado cansado para asumir otro reto, aunque fuera la simple cuestión de cómo
Sygg hizo lo que hizo.
La nave de cambiagua era lo suficientemente grande como para que todos
tuvieran un poco de privacidad si miraban hacia el exterior, una pequeña medida de
tiempo y espacio lejos de los demás. Brigid, Rhys, y Cenizeida aprovecharon esta
oportunidad de diferentes maneras. A medida que las horas pasaron todos a bordo
lograron realizar ciertas acciones pequeñas pero importantes que ninguno de los otros
pudo ver y ni siquiera entender. O eso es lo que pensaron se dijo Iliona riendo para sus
adentros.
Brigid se ocupó en inspeccionar su equipo, comprobando el filo de cada punta
de flecha y el balance de cada eje. Una vez que completó esto se dedicó a organizarlas
para que las más filosas y más rectas estuvieran a fácil alcance. Mientras Cenizeida y
Rhys estaban en el lado opuesto de la nave y Maralen absorbida por la vista de la
caverna resplandeciente Brigid también interpretó varios pequeños rituales. Todos los

136
kithkin eran expertos en augurios. Algunos simplemente pronosticaban el viento y el
tiempo del día siguiente pero otros practicaban una especie más grande y más radical de
pronóstico que involucraba a los grandes espíritus elementales mismos. Los tótems y
fetiches de Brigid eran básicos y poco espectaculares, ¿tal vez ella estaba tratando de
medir el flujo y la velocidad del río? ¿Tal vez estaba buscando orientación o confianza
sobre el destino de Kinsbaile bajo Nath?
La arquera había sido austera, incluso espinosa, ya que los elfos de Hojas
Doradas habían descendido sobre su aldea. Murmuró algo acerca de cómo ella debería
haberse quedado a ayudar a sus compañeros kithkin pero luego afirmó en voz alta que
ayudar a Rhys caía bajo su deber original al cenn, en cumplimiento a la admiración y
respeto de Teeg por Colfenor. También dijo que ayudarle a escapar a Rhys podría atraer
a Nath y su manada lejos de Kinsbaile por completo, pero de los pocos pasajeros que
gastaron un pensamiento extra en el razonamiento de la kithkin ninguno de ellos le
creyó del todo... ni siquiera Brigid misma.
Maralen se había recuperado casi totalmente de sus heridas pero su
comportamiento no fue más extrovertido que el de la arquera. La extraña afirmó estar
agotada y abrumada. Su rostro de extrañas facciones se aflojó mientras sus ojos se
cerraron. Si había estado diciendo toda la verdad sobre el tiempo que pasó perdida en el
bosque esta fue la primera vez que no durmió intranquilamente en bastante tiempo.
Pero después de que sus ojos se cerraron el tiempo suficiente como para que
cada uno dejara de prestarle atención los dedos de Maralen enviaron un tatuaje casi
inaudible en la superficie lisa del cambiagua. No fue más que un hábito nervioso, tal vez
una distraída inquietud, pero hubo algo calculado y medido sobre sus movimientos,
sobre todo para alguien que parecía estar dormido.
Rhys finalmente se aisló y se sentó con las piernas cruzadas en profunda
meditación durante más de una hora. Las palabras que se formaron en silencio en sus
labios no fueron reconociblemente élficas pero él era un discípulo de un sabio arbóreo,
y quién sabía qué idiomas usaba para dirigirse a sí mismo. Del mismo modo, Cenizeida
se agachó con los ojos cerrados en una silenciosa contemplación. Si no hubiera sido por
la constante fluctuación en el color y la intensidad de sus llamas uno podría haber
supuesto que ella estaba simplemente descansando.
Iliona flotó cerca del techo de la caverna. Veesa y Endry se unieron a ella y los
hermanos hablaron en suaves susurros.
"Es hora de una búsqueda del tesoro," dijo Iliona. Los gemelos asintieron, por
una vez sosteniendo sus lenguas. "Veesa, tú toma a la arquera. Endry, tú a la extraña. Yo
iré a ver lo que tienen que ofrecer el elfo y la llameante. Si Sygg asoma la nariz
empújenlo de nuevo abajo." Le hizo un gesto hacia abajo a las demás sobre la nave y
agregó. "Ahora están todos tranquilos, perdidos en sus propios pensamientos. Debería
ser fácil averiguar lo que realmente están pensando."
Veesa sonrió y batió sus alas liberando una pequeña lluvia de polvo colorido.
"Vamos a hacer un juego de ello."
"El último en cosechar un poco de material onírico es el perdedor."
"¡Cuenta conmigo!"
Iliona sonrió. "Y conmigo. Pero para hacerlo completamente justo pongamos a
todos a dormir al mismo tiempo."
Los tres asintieron al unísono y luego Iliona dijo: "Váyanse, ahora." Los gemelos
revolotearon tranquilamente hasta el borde del agua y a la parte trasera de la nave de
cambiagua, Veesa hacia la arquera y Endry hacia la extraña. No había nada más sigiloso
que un hada tratando de no ser notada y pronto cada uno del trío estuvo lo

137
suficientemente cerca como para tejer sus hechizos de sueño sin alertar a los demás en
absoluto.
La canción para dormir surgió de la mente de Iliona como un suave sonido con
eco que fue rápidamente recogido y enriquecido por sus hermanos. La magia, al igual
que un enjambre de abejas líquidas, salió en remolinos de los hermanos, fluyendo y
entretejiéndose entre ellos antes de extenderse a cada lado de la nave de cambiagua en
movimiento, arrastrándose hacia sus pasajeros. La vaporosa esencia atrapó y reflejó la
tenue luz azulada de las paredes de la cueva emitiendo un brillo azul en toda la cubierta.
Ninguna voz audible hubiera podido igualar la frágil belleza de la silenciosa
canción. Para los oídos y las mentes de cualquiera que no hubiera sido hada fue un
impulso irresistible hacia la inconsciencia, casi lo mismo que la necesidad desesperada
de una persona despertando por permanecer dentro de su sueño favorito en lugar de
abandonarlo y ver que era ese horrible ruido en el exterior. El mundo de los sueños era
tan cálido y seguro y reconfortante ¿quién podría resistirse a su llamada?
Endry, Veesa e Iliona, con el hechizo completo y afectando de forma activa a la
partida, flotaron sobre sus blancos dormidos. Cada uno del trío dibujó relucientes
cuchillos que brillaron de color blanco plateado en la extraña luz de la caverna. Estos se
mantuvieron volando sobre los pasajeros, sobre hombros y esternones, sus alas
manteniéndolos prácticamente sin peso. Las hadas sostuvieron los cuchillos en las
gargantas de sus compañeros, volvieron sus rostros las unas a las otras y asintieron. Un
crujido galvánico crepitó en el aire y las mentes de los hermanos se conectaron a través
de una madeja de material onírico y magia de hada.
Iliona sabía que tendrían que cosechar rápidamente ahora que el juego estaba en
marcha. Podía contar con que los gemelos jugaran en silencio por un tiempo pero Veesa
y Endry se volverían cada vez más aburridos. Iliona suspiró bajo el terrible peso de la
responsabilidad. No era su culpa que ella hubiera sido la primera en despertar cuando
había nacido el trío. Veesa había salido sólo unos pocos segundos después, pero en esos
segundos Oona, la Gran Madre, ya había hablado con Iliona.
"Bienvenida al mundo," había entonado la voz de Oona en ninguna parte y en
todas partes. "A
ninguna de ustedes le
queda mucho tiempo.
Ninguno de nosotros
lo tiene. Asegúrense
de sacar el máximo
provecho de ello. Tu
nombre es Iliona,
pequeña. Extiende tus
alas ahora. Debes
saludar a tus
hermanos y darles sus
nombres."
Las difíciles
diferencias entre los
hermanos rompieron
una vez que Endry
despertó, recibió su nombre, y se elevó hacia el cielo. Tres cuerpos de hadas y tres
mentes de hadas se deslizaron en perfecta coordinación, partes de un todo unificado, y
bebieron profundamente el amor y la magia que Oona les ofreció. En menos de un día

138
estaban listas para salir de la Gran Madre y aventurarse en Lorwyn para hacer su
voluntad y disfrutar de la vida al máximo.
A medida que el hechizo de dormir se espesó sobre la nave de cambiagua Iliona
sintió su propia mente consciente desvaneciéndose, goteando como la nieve
derritiéndose en los riscos. Este vacío se llenó rápidamente para reventar con la
perspectiva combinada de ella, sus hermanos, y los demás pasajeros. Fue una carrera
vertiginosa y efusiva de pensamientos y sensaciones tan amplias y fuertes como el
Vinoerrante después de una lluvia de diez días.
El sueño de Brigid fue como el de un gato de un gran bosque o el de un soldado
en maniobras: ligero, frágil y fácilmente interrumpido. Veesa se sintió a sí misma
orgullosa, sosteniendo firmemente la daga sin romper la piel mientras su magia se abrió
camino por el interior de la mente de la kithkin. Lo que Brigid había estado haciendo
antes no había sido un conjuro de augurio o adivinación, había estado enviando un
mensaje a... ¿quién? ¿El cenn Teeg? ¿El arbóreo? Habría que excavar más para
averiguarlo.
Mientras tanto la mente de Brigid tenía una idea clara de lo que había hecho. Su
cuerpo había escondido su trabajo de los demás. La arquera había combinado una punta
de flecha oxidada, un trozo de papel, y un mechón de pelo rubio en una pequeña caja de
madera. Había susurrado una palabra y, después de que una cuchillada de luz ardió
desde el fondo de la caja, una diminuta y brillante polilla subió revoloteando. Era gris-
blanca y luminosa pero su pálido resplandor se desvaneció en contra de la suave luz de
las paredes de la cueva. Brigid había observado a la polilla alejarse de la nave y tomar el
camino por donde habían venido hasta que no fue nada más que otro reflejo brillante de
las paredes y el agua.
Iliona descubrió que Veesa sería difícil de superar en este juego. Los secretos
siempre eran las porciones de material onírico más preciadas y las acciones de Brigid
fueron tentadoras en su simplicidad. Aquello fue un hechizo menor, capaz de entregar
un mensaje de menor importancia, pero ¿cuál era ese mensaje? ¿A quién había sido
dirigido? Si Veesa sacaba esa información de la arquera se burlaría de sus hermanos por
la victoria durante toda la semana.
Iliona, irritada por la fuerza del hallazgo de Veesa, se concentró con más fuerza
en Rhys y Cenizeida. No le serviría de nada quejarse por tener el doble de personas a las
que tamizar, sus hermanos simplemente verían eso como el doble de posibilidades de
recoger algo bueno. Iliona tendría que trabajar con rapidez y esperar lo mejor.
La intensidad de Cenizeida sobre el elemental no era sólo debido a su creciente
interés por Rhys. Últimamente ella había estado sintiendo la presencia del elemental con
el aumento de la fuerza, pero siempre por delante, siempre fuera de la vista y del
alcance.
Hasta en los pensamientos más profundos de Cenizeida ella no se atrevía a
imaginar qué forma tenía, qué poderes podría conferirle, pero ella ansiaba tanto
averiguarlo que esto casi eclipsó cualquier otro pensamiento en su cabeza. La llameante
soñaba día y noche con él, viéndose a sí misma y a su camino con claridad, pero sólo el
lugar en el que ella estaba y hasta unos pocos metros más allá. Algo estaba apenas más
allá de su visión, conocido por ella como una cosa indistinta y sin forma. Fuera lo que
fuera, esta le llamó a través de todos sus sentidos: oído, gusto, olfato, vista y tacto. Lo
atraía hacia ella, llamándola continuamente. Pero al igual que alguien atrapado en un
laberinto de cristal puede ver la antorcha que marca la salida, Cenizeida sabía dónde
quería ir pero no cómo llegar allí.
El material onírico de Rhys estaba centrado de manera similar pero no era ni de
lejos tan interesante. Su cuerpo tenía la matiz de una ilusión alrededor de él pero su

139
mente era una cosa bien organizada, una pila de hojas dispuestas de manera que cada
punta y cada tallo estuviera en perfecta alineación con los de arriba y de abajo. Iliona
sabía que podría dar vuelta a través de estas hojas, rebuscar a través de ellas con la
esperanza de detectar algo jugoso, pero no tenía el tiempo... no si quería hacerlo sin
alertar a Rhys.
Iliona, molesta, se retiró de la pareja y puso sus esperanzas en Endry. Ella
tampoco quería que el menor de los gemelos ganara el juego pero Endry se distraía
fácilmente y se enamoraba demasiado con lo nuevo y novel, tenía casi la mitad de
probabilidades de presumir que Veesa, la mitad en cantidad y la mitad en longitud.
Para sorpresa de Iliona, Endry no había adquirido nada del material onírico de
Maralen. ¿Acaso el secreto de la extraña era tan fabuloso que Endry había abandonado
el juego para guardárselo para sí mismo? Eso sería más que injusto para él. Iliona estaba
a punto de pedirle a Endry una respuesta cuando la voz de su hermano más joven la
apuñaló, calmada pero fría y seria.
"El juego ha terminado," dijo Endry sonando más urgente y específico que lo
que Iliona podía recordar. Fue una sensación desconocida, incluso incómoda tener al
más joven y frívolo de su camarilla sonando tan serio. "Ustedes dos necesitan ver esto
de inmediato."
"¿Qué es?" susurró la voz de Veesa.
"Shh," respondió Endry.
"Tú lo que no quieres es perder."
"Dije: 'shh'. Ahora síganme."
Iliona se centró en el punto de vista de Endry, hizo que las visiones y los sonidos
y los pensamientos en la cabeza de su hermano le guiaran. Endry se había infiltrado
verdaderamente en la mente dormida de Maralen... pero lo que encontró allí fue
imposible, inaceptable e inconcebible para uno de los muchos hijos de Oona.
Los pensamientos de Maralen eran como una gran esfera oscura, sin rasgos e
impenetrable. No era la ausencia de un paisaje de ensueño sino más bien una fortaleza
muy grande y muy bien protegida, un denso monolito redondo que hasta el momento
había demostrado ser insensible a la magia de las hadas.
"¿Qué es eso?" dijo Veesa con la voz suave de asombro.
"Se los dije," dijo Endry.
Iliona comenzó a responder. "Debemos informarle a la…"
Ni siquiera en los sueños pueden dejar de balbucear. La voz de Maralen fue
calmada y pareja, pero tan fuerte que ahogó la canción de letargo y los pensamientos
compartidos de las hadas. No puedo decir que esté sorprendida o decepcionada. Sólo
asombrada. ¿Cómo es que logran hacer algo después de la forma en que se distraen
entre ustedes?
Así que... ¿me están espíando, bichitos? ¿Arrastrándose alrededor de mis
pensamientos como avispas sobre el cristal de una ventana? Yo estaba dispuesta a
tolerar su comportamiento en el mundo pero en mi cabeza es harina de otro costal.
Esta es una grosería que no puedo dejar pasar por alto.
"¿Y qué vas a hacer al respecto?" dijo Endry alzando la voz.
"Sí," dijo Veesa haciéndose eco. "No te puedes enojar con nosotros por
fisgonear. Somos hadas."
Iliona luchó contra el impulso reflexivo de agregar su voz a la discusión.
Amablemente, para no molestar a los demás, deshizo la mayor parte del hechizo de
dormir, volviendo a introducir la magia que lo alimentaba en el cuerpo de su pandilla.
Dejó suficiente de la canción en el lugar para asegurarse de que Rhys y los demás
permanecieran inconscientes porque ella no quería que ellos les exigieran una

140
explicación antes de que tuvieran tiempo de pensar en una. Pero la mayor parte de la
magia que habían tejido era de ella para remodelarla de cualquier manera que quisiera.
La visión de Iliona brilló y ella se encontró flotando cerca de la parte delantera
del platillo de cambiagua. Zumbó a lo largo de su borde, moviéndose hacia Endry y la
extranjera, a sabiendas de que Veesa estaba haciendo lo mismo.
Endry había retrocedido de Maralen, quién estaba bien despierta, sus brazos
cruzados casualmente sobre el pecho. No sonreía pero había una cualidad divertida en
su postura. Sus ojos oscuros estaban fijos en Endry cuando Iliona y Veesa se unieron a
su hermano.
"¿Qué eres?" Dijo Iliona.
"¿Realmente no lo saben?" dijo Maralen divertida e inclinó la cabeza hacia un
lado. "Yo soy lo que he dicho que soy. Una viajera perdida y solitaria."
"Y yo soy la bragueta de un gigante," respondió Veesa.
Iliona flotó más cerca. "¿Qué magia estás usando?" Ella azotó el aire con su
lengua afilada y tubular. "Tiene un sabor conocido."
"¿Magia?" Preguntó Maralen poniéndose dramáticamente la punta de sus dedos
sobre su boca. "Seguramente no hay magia superior a los hechizos de ensueño de las
hadas."
"Creo que es hora de que... ¿cómo se dice, Veesa?"
"¿Te ahogues?"
"¿Mueras?"
"Desembarques," dijo Iliona. Extendió las alas y las hizo zumbar
amenazadoramente mientras se dirigió hacia la extraña. Sus hermanos se unieron al
instante en cada lado. "Espero que puedas nadar."
"Igual ya eras peso muerto desde el comienzo."
"Todo lo de tierra que se irá a tierra."
"¿Van a matarme?" Maralen apoyó un puño en la cadera. "¿Van a tirarme por la
borda antes de haber recibido alguna respuesta? Pensé que las hadas eran seres
curiosos."
"Curiosos," dijo Iliona, "no estúpidos." Maralen sólo parecía estar congelada en
su lugar y sonriendo pero Iliona reconoció el peligro real detrás de esa actitud
descuidada. La extraña estaba esperando que ellas lanzaran un hechizo sobre ella...
incluso ansiosa por ello.
Iliona decidió cambiar de táctica. Todos asumían que las hadas eran criaturas
insustanciales, traviesas embaucadoras que traficaban en juegos e ilusiones... poco más
que plagas de colores. Iliona sonrió. Endry amaba especialmente hacer añicos esa
ilusión en particular, y en ese sentido, como tantos otros, los tres hermanos eran de la
misma opinión.
"¡Atrápenla!" gritó Iliona y todos se abalanzaron hacia adelante en perfecta
coordinación. Iliona fue hacia la cara de Maralen mientras que Veesa y Endry doblaron
por detrás. Dejaron senderos polvorientos de color en su estela, senderos que se
doblaron y oscilaron en un triángulo que rodeó completamente a Maralen. El límite se
engrosó y endureció en barras sólidas de humo y luz.
"Arriba," dijo Iliona. Sus hermanos hadas se elevaron más en el aire, remolcando
la forma triangular con ellos. Los pies de Maralen, en su centro, se alzaron fuera de la
cubierta. La extraña quedó suspendida y se mantuvo firme en su caja mágica. No
pareció preocupada en absoluto por su difícil situación sino más bien siguió sonriendo
agudamente con la cabeza inclinada hacia un lado. Sus ojos oscuros se movieron hacia
atrás y adelante entre los hermanos pero por lo demás Maralen quedó completamente
quieta y tranquila.

141
"Bueno," dijo ella, "me tienen. Aunque yo diría que no saben lo que tienen. ¿Y
ahora qué van a hacer?"
Los gemelos rieron y chillaron. "¡Oona! ¡Tráiganla a Oona!"
La mención del nombre de la Gran Madre trazó un destello de... ¿preocupación?
¿Reconocimiento? ¿Ambos? Iliona, envalentonada, gritó: "¡Agárrate fuerte! Si no
hacemos un lío vamos a ser las primeras en cien generaciones en mostrarle a la Gran
Madre algo que ella nunca ha visto antes."
"¡Y entonces seremos recompensadas!"
"Oona todavía no lo sabe, bicho raro, pero ella no puede esperar para conocerte."
La cabeza de Maralen se enderezó pero su sonrisa se mantuvo sin cambios. "Yo
también tengo muchas ganas de verla."
Las alas de las hadas enviaron una ráfaga de aire frío y húmedo contra las
paredes de la caverna cuando Iliona, Veesa y Endry guiaron a su extraña carga lejos de
la nave de cambiagua, moviéndose contra el flujo del río mientras desaparecían en la
tenue y parpadeante luz de la caverna.

* * * * *

Cenizeida despertó desorientada y confundida, forcejeando con brumosos


recuerdos. ¿Cuándo se había quedado dormida? ¿Cómo se había quedado dormida?
Oyó voces airadas de la parte trasera del cambiagua y notó que estaban a la
deriva, flotando no más rápido que la perezosa corriente del río. Aisló la voz de Sygg de
las demás y supo que algo había salido mal.
Se puso en pie, maldiciendo en privado que nunca volvería a viajar por agua otra
vez, al menos no con Sygg, que parecía ser un imán para los desastres marítimos. Se
movió rápidamente hacia las voces enojadas y encontró a Rhys, Brigid, y Sygg
disparándose miradas duras y palabras afiladas el uno al otro.
"No podía hacer nada," estaba diciendo Sygg. La parte superior del cuerpo del
merrow se balanceaba en el agua junto a la nave de cambiagua y golpeó con su cola
para mantener su rostro al mismo nivel con los otros. "Un minuto antes estaba pilotando
a lo largo, sin problema, con todo el mundo a bordo y contado. Al minuto siguiente me
doy la vuelta y veo a las hadas fugándose con su compañera. Traté de reducir la
velocidad y gritarles, pero... no pude. Fue como ver un mural en movimiento."
"Nunca he visto a un merrow perder el control de sus pasajeros," dijo Rhys.
"¿Qué pasó?"
"No estoy seguro de entender a que te refieres," dijo hoscamente Sygg. "Pero no
creo que me guste. ¿Estás diciendo que yo soy el culpable? ¿Que dejé que esto pasara?
¿O que me aproveché de ello?"
"Dígamelo usted, capitán. Si perdió de alguna manera el conocimiento ¿por qué
todos no nos caímos en el río?"
"¡No lo sé!" objetó Sygg claramente frustrado. "Y te lo diré, he tenido tratos con
esos tres antes. No sé cuántos clientes hadas hayas tenido tú que hacer frente, ahí fuera
en el bosque, pero déjame decirte algo hijo mío: Sólo un tonto cree que está en control
cuando las hadas están involucradas."
"¿Realmente las necesitamos?" Dijo Brigid. "¿A cualquiera de ellos? Quiero
decir… estamos mejor sin ellos. ¿No es así?"
A Cenizeida no le gustó el silencio incómodo que siguió a las palabras de la
arquera. Se pareció demasiado a un acuerdo predeterminado.
"No podemos dejar a Maralen con ellos," dijo la llameante. "Ellos han sido
claros en sus opiniones sobre ella."

142
"Sí, que no le agradaban," dijo Brigid. "¿Y qué? No son propensos a matarla.
Probablemente sólo la dejarán perdida en alguna parte. En el bosque, sin ningún
recuerdo de los últimos días, desnuda salvo por un par de divertidos zapatos.
Dondequiera que aparezca la llegada de Maralen será material para los festivales de
cuentos de ese pueblo durante años."
"Tenemos que ir tras ella," dijo Cenizeida. "Tenemos que dar la vuelta."
"No es una buena idea." Respondió Sygg negando con la cabeza. "Tal vez ni
siquiera sea posible. Ciertamente no es deseable, no desde donde yo estoy nadando.
Estamos casi al final de los Afluentes Oscuros, señorita. El bosque no está lejos de allí."
Cenizeida se volvió hacia Rhys. "Tú quieres ir tras ella," dijo. "Yo sé que sí. No
puedes rescatarla de los bosques y luego salvarla de los elfos sólo para dejar que las
hadas se la lleven." Le recordó lo que Rhys le había dicho sobre el gran espíritu alce,
cómo le había parecido poner un juicio sobre Rhys por lo que él había hecho. "Tu
camino es más noble que eso."
Rhys enseñó sus dientes apretados. "No me des lecciones," dijo. Volvió a mirar
hacia abajo en la caverna, luego a Cenizeida, luego hacia el río por delante. "¿Qué tan
difícil sería hacer un seguimiento de ellos?"
"¿Teniendo en cuenta que pueden volar?... imposible," dijo Brigid.
"A mi no me importaría trabajar más duro y por menos recompensa," dijo Sygg.
Rhys asintió. "Estoy de acuerdo. Se me ha cargado con un deber sagrado.
Cuanto antes me deshaga de ese deber más pronto podremos ocuparnos de la búsqueda
de la…. de Maralen."
Cenizeida se sintió desinflada, en parte por las palabras de Rhys y en parte por
las reacciones satisfechas que provocaron en Brigid y Sygg. Entonces la oscuridad
dentro de la caverna se hizo más densa y más opresiva. Cenizeida pensó por un
momento que se estaba quedando dormida, una vez más, pero cuando el mundo a su
alrededor se disolvió en oscuridad, sintió un anhelo, un poderoso hambre que la llamó
desde todas las direcciones. Oyó el trueno distante de cascos enormes golpeando el
suelo, olió el aroma de madera de manzano y cedro quemándose, sintió al mundo
cambiando debajo de ella, no como la cambiagua cambiaba con la corriente, sino más
bien como una silla de montar cambia entre jinete y caballo en pleno galope.
Contra la oscuridad infinita Cenizeida vio un destello de melena de fuego y una
luz de color blanco fantasmal. Venía hacia ellos, corriendo por la caverna desde la
dirección por donde habían venido. Ella la miró, con los ojos abiertos como platos,
aunque no pudo captar ningún detalle acerca de la presencia por más de un segundo
fugaz. Ella sintió a la cosa pasar al lado del ferry y dirigirse, río abajo, hacia el final de
la caverna acercándose.
"Sigue navegando," dijo Rhys a Sygg. Ni él ni los demás habían reaccionado a la
aparición de fuego. "Tan rápido como pueda, capitán." Miró a Cenizeida y dijo: "Esto
está resultando ser un tramo especialmente ocupado de tu camino, peregrina. Si me
acompañas a la arboleda ahora y me ayudas a ver completada mi misión voy a volver a
solicitar tus servicios en la búsqueda de Maralen."
La mente de Cenizeida se despejó. La caverna regresó a su vista, junto con el
disco de cambiagua, su capitán, y todos los demás pasajeros. Casi se echó a llorar de
alegría. Ella finalmente tenía su signo.
La luz de la llameante estalló y escondió su sonrisa de triunfo bajo el ala ancha
de su sombrero de hierro. "Muy bien," dijo solemnemente. "Pero voy a tener que
tomarles la palabra sobre eso."

143
Sygg asintió y se deslizó por debajo de la superficie del agua. Brigid se colgó el
arco al hombro y siguió a Rhys al frente de la nave, ambos guerreros con la intención de
detectar la salida de la caverna tan pronto como apareciera.
Cenizeida se detuvo un momento, temblando de emoción mientras el sonido y la
sensación de esos cascos tronando todavía resonaban en su interior. Luego siguió a los
otros y se puso a su lado. Cada uno quedó solo y en silencio, pensando en sus
pensamientos privados.

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Capítulo 15

Iliona y sus hermanos volaron a través del cielo nocturno, uno en cada punta de
la brillante prisión con Maralen suspendida en su centro. Ya habían cruzado casi la
mitad de Lorwyn a través de los círculos de hadas y después de pasar a través de esa
pieza en particular de magia la extraña se vio mucho menos confiada.
Iliona rió ligeramente. Quizás Maralen no había esperado ser llevada tan lejos
tan rápidamente, o tal vez ella ahora estaba preocupada acerca de cómo iba a volver.
Extraña tonta, pensó ella, y fue inmediatamente recompensada por la risa musical de sus
hermanos. Las voces de Endry y Veesa tintinearon como campanillas en el viento.
"No deberías haber sido tan rápida en juzgar por las apariencias."
"Nosotros somos pequeñas. Pero también tenaces."
Iliona hizo zumbar más rápido sus alas, guiando la punta del triángulo hacia las
nubes. En todo caso ella y sus hermanos se estaban volviendo cada vez más fuertes y
más vivaces a medida que se acercaban al hogar secreto de la Gran Madre.
Iliona sintió (y sintió que sus hermanos sentían) que Marelen se había hecho a sí
misma un favor al calmarse. Y al hacerlo le había hecho a los hermanos un deservicio.
Los tres estaban francamente ansiosos por emplear algunas de las magias especiales que
tenían si la extraña no llegaba a recordar su lugar, hechizos para hacer que una persona
guardara silencio o quedara pasmada por todo el día.

145
Y eso fue sólo el comienzo. Veesa estaba preparada para convertir la cabeza de
Maralen en un trasero sólo para evitar que hablara y, encima de eso, Endry planeaba
visitarla con una sed insaciable tanto para silenciarla como para hacerla sentir
miserable. Iliona deseaba en privado que Maralen inclinara la cabeza con despecho
como lo había hecho en el ferry de cambiagua de Sygg sólo para poder ver a sus
hermanos competir por el derecho a arruinarla.
Sin embargo, sin el cazador de Hojas Doradas para protegerla, el descaro de la
extraña parecía haberse evaporado. Para el momento en que la extraña procesión llegó a
la cresta de la última gran colina antes de su destino en Valle Elendra Maralen estaba en
silencio, posiblemente ansiosa.
"Yo incluso diría dócil," dijo Endry.
"Pero no asombrada." Dijo Veesa riendo fuertemente. "Todavía no."
Las nubes en lo alto se abrieron y la luz del sol resplandeció sobre el Valle
Elendra. No era un lugar grande, apenas un centenar de hectáreas de colinas suavemente
curvadas cubiertas de una espesa capa de árboles, arbustos y hierbas. En la luz del día el
valle estaba plagado de flores y capullos de todos los tamaños y colores y el aire estaba
lleno de aves cantoras.
Al ponerse el sol la belleza de la valle era más tranquila pero tal vez más
impresionante. Flores de jazmín florecían, absorbiendo y reflejando la luz, mientras las
polillas de color blanco plateado revoloteaban entre las vides. Luciérnagas y fuegos
fatuos parpadeaban en todas partes, desde el suelo del bosque subiendo todo el camino
hasta el dosel, engalanando los neblinosos terrenos y el imponente verdor en un festival
de luz.
Iliona viró hacia
abajo en su curso,
dirigiendo la procesión
hacia el valle. La evidente
belleza exterior de
Elendra era toda aquella
que cualquiera que no
fuera hada vería alguna
vez del lugar.
Innumerables capas de las
ilusiones más poderosas
jamás lanzadas por las
hadas, y por lo tanto la
magia más fuerte del
mundo, lo ocultaban.
Miles de hadas trabajaban
duro por todo Lorwyn,
buscando y recolectando material onírico que la Gran Madre utilizaba como le placía. Y
a ella le gustaba utilizar una gran parte de este para mantener alejados a los visitantes no
deseados.
Cualquier persona que pasara cerca o buscara el valle lo olvidaría al instante tan
pronto como se acercara. Ni siquiera un guardabosque experimentado con un mapa, dos
regresabuesos, y una guía podrían esperar entrar en la casa sagrada de la Gran Madre.
Su mapa cambiaría para confundir los senderos, o viceversa, sus perros saldrían
corriendo en direcciones diferentes aullando tras tentadoras liebres; y su guía perdería la
memoria y su sentido de la orientación, y si eso era todo lo que perdía tendría más
suerte de la que merecía.

146
Porque el Valle Elendra no sólo estaba oculto sino que también estaba
vigilantemente protegido. Las pandillas de hadas más ágiles y rápidas patrullaban sus
suaves colinas y ¡ay del pobre viajero que se encontrara con ellas! Los ojos que
llegaban a contemplar el
valle de Oona estaban
destinados a ser arrancados,
las gargantas que cantaran
sus alabanzas serían
invariablemente cortadas, y
los corazones que dejaran
entrever rendijas de su
esplendor a menudo se
encontraban paralizados en
las ramas de los árboles más
altos. Ningún extraño era
bienvenido en el valle. A los
particularmente decididos o
estúpidos no se les permitía
la oportunidad de volver.
Aún así el valle no era un completo misterio ni era un tema prohibido entre los
narradores profesionales y fanfarrones de taberna de Lorwyn. Había cuentos populares,
por supuesto, tradiciones y leyendas sobre el lugar secreto de nacimiento de las hadas.
Pero se trataban de cuentos destinados a amedrentar, unos que siempre terminaban con
alguna variante de la cruda homilía que la Gran Madre y sus hijos se habían asegurado
en propagar: No puedes entrar en el valle sagrado de Oona, y no podrías salir si ya lo
hiciste.
Iliona se hundió a través de la ilusión más exterior que protegía el valle. Como
siempre, se sintió temblar de asombro cuando fue recibida en la presencia de la Gran
Madre, un escalofrío que compartió con Endry y Veesa antes de que ellos, a su vez,
compartieran el suyo. Maralen quedó conmocionada pero siguió pareciendo dominada e
inactiva. Si Iliona leyó correctamente la expresión de la extraña Maralen estaba animada
más por la idea de volver a estar en el suelo que por la imponente presencia dentro del
Valle Elendra.
Ese era el lugar donde las hadas comenzaban, la fuente y origen de toda la tribu.
Nadie sabía cuánto tiempo hacía que estaba allí la Gran Madre, pero se creía que su vida
tenía casi la misma edad que Lorwyn. Las hadas individuales no vivían mucho tiempo
pero Oona aún lo hacía. Oona era la flor en constante floración; las diminutas hadas
frívolas eran las abejas polinizadoras. Ellas se acicalaban, jugueteaban, y llenaban el
mundo con un poco más de vida y de luz, y luego se marchitaban en unos pocos años
para ser sustituidas por la nueva generación de hadas.
Iliona se estremeció, deleitándose en la majestuosidad de su conexión con la
reina. Ella compartía una mente con sus hermanos en una base diaria y desde el día en
que ellos habían surgido. Pero ella también compartía con la Gran Madre, su voz
añadida a una incontable multitud, unidas en una gozosa cacofonía de todos hablando a
la vez. En Lorwyn no había ningún secreto que estuviera a salvo de las hadas. Ellas
veían y lo oían todo. A su vez, Oona la Gran Madre, veía y oía todo lo que sus hijos
hacían y lo que era más, ella lo entendía todo, cada confundida y superpuesta sílaba.
Sólo una mente como la de ella podía procesar la avalancha de hechos, mentiras,
verdades a medias, y rumores que las hadas le traían en un flujo constante. Nunca se
cansaba de ello, siempre tenía hambre de más, de hecho era esto por lo que sus hijos

147
nunca dudaban en traerle las novedades y chismes más frescos que sólo estaban a un
anillo de hadas de distancia.
Iliona, a menos de
treinta metros del suelo del
bosque, observó con orgullo
cómo la vista en el interior de
la ilusión fue idéntica a la de
afuera, con la excepción de
suma importancia de la Gran
Madre en persona. Ella
estaba allí, como siempre lo
había estado, luciendo como
siempre lo había hecho: una
mujer en constante cambio
flotando en el aire, su cuerpo
tejido de flores en un arco iris
de azul, púrpura, magenta y
blanco. Dos largas torres de
madera blanca y limpia se erguían con orgullo detrás de ella dando la impresión de un
trono. Entre estas torres se balanceaba una gigantesca forma de mujer, una mujer de
cintura para arriba, pero una gloriosa flora desde allí hacia abajo. Los largos brazos
cubiertos de pétalos de Oona se arrastraron contra la vegetación circundante mientras
ella fluyó atrás y adelante como un sauce en el viento. El susurro del viento a través de
su forma florecida era tan suave y tan calmo como el ronroneo de una gata mamá.
Sin embargo Maralen no estaba calmada, pensó Iliona. Ella revoloteó cerca del
suelo, a veinte pasos del borde exterior de la Gran Madre misma. "En todo caso creo
que nuestra nueva amiga está francamente agitada."
"Estoy de acuerdo," dijo Endry.
"Agitémosla un poco más," agregó Veesa.
"No, no," dijo Iliona. Se dio la vuelta en el aire y flotó a nivel del ojo con
Maralen. "Lenta, tranquila y respetuosa. Eso es lo que usted quiere ser, señorita."
Maralen dejó caer su cabeza, su pelo negro ocultando por completo su rostro.
"Lo siento." Dijo la extraña sin levantar la cara. "Ahora me doy cuenta de que he
cometido un error. Me he equivocado mucho."
Veesa se apartó de su posición en la jaula pero el hechizo no disminuyó. "¿Está
rogando?"
"No del todo," dijo Iliona.
"Más bien como lameculeando," dijo Endry.
"¿Lameculeando? ¿Qué es eso?"
"Eso es lo que hace un lameculos. Realmente, Veesa, deberías leer más."
Maralen levantó la cabeza, sus ojos oscuros amplios y suplicantes. "Sólo soy una
extraña aquí. Yo no sabía en lo que me estaba metiendo."
Las alas de Iliona zumbaron con avidez y sonrió. "El Valle Elendra es duro con
los extranjeros," dijo. "Y aunque quisiéramos soltarte…"
"Lo que no queremos."
"Ni haremos."
"Incluso si quisiéramos soltarte eres demasiado interesante. Aunque si quieres
que te diga no para nosotros. Nosotros tres pensamos que eres un absoluto pelmazo.
Pero no sabemos muy bien lo que eres, lo que significa que la Gran Madre tampoco

148
sabe, y eso no es bueno," continuó Iliona. "En absoluto. Las hadas lo saben todo,
¿sabes?, por lo que Oona tiene que conocerte de inmediato."
"Y ella decidirá qué hacer contigo."
Los ojos de Maralen fueron de hermano a hermano. En silencio, con voz
temblorosa, dijo: "¿Y qué hará conmigo?"
"Lo que ella quiera," dijo Iliona. Sus hermanos rieron. "Calla ahora, elfa extraña.
Mantén bajos tus ojos y tu voz."
"Eso no va a ayudar."
"Pero tampoco te hará daño."
Los ojos vidriosos de Maralen y la holgada expresión hicieron difícil saber si
ella había oído y comprendido. Iliona se encogió de hombros y el gesto se extendió a
sus hermanos. Ya era hora de dejar atrás las preparaciones.
La Gran Madre estaba lista para recibir a sus hijos y su nuevo juguete. El gran
montículo de flores se estremeció y la figura de la mujer estiró los brazos hacia cada
lado. Se hizo más larga y más alta, subiendo hacia arriba y afuera. La cabeza de Oona
floreció a la vida, con hojas de color verde oscuro y flores blancas de nieve que se
desplegaron a través de su superficie. Una nube de hadas subió zumbando desde sus
hombros e hizo círculos alrededor de su cabeza como una corona, sus voces dulces y
puras.
Oona abrió los ojos, cada pupila una flor de cinco pétalos que giró en su órbita
como un molinete en un viento suave. La Gran Madre sonrió.
Mis niños ¿qué me han traído esta vez? La voz de Oona levantó una emoción en
Iliona que fue diez veces más intensa que la que había sentido al entrar en el bosque.
Endry y Veesa resonaron de nuevo en ella, enriqueciendo y magnificando la entusiasta
admiración de Iliona con las suyas.
"No lo sabemos exactamente, Gran Madre," dijo Iliona. "Así que te la trajimos a
ti."
Han hecho bien. Oona se ladeó y se tambaleó por un momento antes de
inclinarse hacia adelante. Ahora bien, mis niños... acercadla.
Iliona y sus hermanos regresaron a los puntos del triángulo y juntos movieron la
carcasa de Maralen al centro del valle, donde la madre de todos ellos esperaba con
amorosos brazos abiertos.

* * * * *

El capitán Sygg hizo subir al ferry de cambiagua desde la caverna a través de un


canal lateral, luchando heroicamente contra la corriente hasta que emergieron en un
tramo principal del conocido Vinoerrante. Rhys quedó agradecido por la luz del día,
aunque esta hubiera sido unos débiles rayos de sol a través de una fría niebla pegajosa.
Había problemas detrás de ellos y lo desconocido por delante pero un nuevo día había
amanecido. Hoy llegarían al bosque sagrado de Colfenor. Rhys suspiró. No era mucho.
Llamar a ese amanecer un buen augurio fue un poco exagerado pero él resolvió hacer lo
mejor de lo que tenía.
Rhys se dirigió hacia donde Brigid había estado sentada durante toda la puesta
del sol, negándose firmemente a comer, dormir, o hacer cualquier otra cosa que pudiera
competir por su atención. Se veía demacrada pero la feroz determinación en sus ojos no
había disminuido. Rhys y Sygg habían intentado asegurarle de que esa vigilancia era
innecesaria pero la arquera fue tan terca como una piedra. Ella y sus flechas estaban
listas para cualquier elfo o cazarecompensas insensato que pudiera querer tratar de
seguirlos a través de los Afluentes Oscuros.

149
Cenizeida se despabiló de una posición sentada y siguió a Rhys a la parte
delantera de la nave. Para su crédito ella no había persistido en discutir por la decisión
de Rhys de seguir adelante. Su estoica aceptación de la situación llegó sin reservas o
quejas a pesar de que era evidente que sentía que el honor le exigía lo contrario. Rhys
valoró este tipo de determinación en sus compatriotas y apreció la tranquila disciplina
que mostró la llameante. Las manadas élficas resistían o caían de acuerdo a la fuerza de
su disciplina, que a su vez dependía de la calidad de su liderazgo.
Sabía que ese grupo estaba muy lejos de la unidad sin esfuerzo de una manada
de caza élfica, especialmente una bajo un mando rígido… pero él también estaba muy
lejos de una posición de liderazgo impecable. Hasta ahora, de hecho, él probablemente
nunca lo volvería a saber, idea que sólo mejoró su opinión de la auto-determinación
élfica de Cenizeida. Ella estaba preparada de palabra y voluntad a seguir Rhys, a
trabajar sin reservas por el bien de la partida, a pesar de que estaba claro que sentía que
sus propias metas seguían sin cumplirse.
Cenizeida se unió a Rhys y Brigid en la cubierta de proa. Con Sygg nadando
cerca todo el grupo pudo oírse entre ellos.
"¿Cuánto falta?" preguntó la llameante.
"No mucho," contestó Rhys vigilando los bancos por un punto de referencia
familiar. "Sólo he venido por aquí un par de veces y el bosque ha cambiado. Pero
estamos muy cerca. Puedo sentirlo."
"¿Cómo se siente?" preguntó Cenizeida. Ella mantuvo su voz baja y estable pero
Rhys escuchó el ansia detrás de la calma.
"No entiendo tu pregunta."
"¿Es conocido? ¿Es algo parecido a lo que sentiste cuando apareció el
elemental?"
"¿Todavía estás prendida de eso?" murmuró Brigid.
Cenizeida se puso rígida. "Métete en tus asuntos."
"Los llameantes no tienen el monopolio de la magia más profunda," respondió
Brigid. "Mira, todo lo que digo es que estás dándole demasiado importancia a un
encuentro casual. Yo busco señales de elementales todo el tiempo. No siempre
funciona."
"Tú buscas augures que te informen de tu vida diaria." Dijo Cenizeida con
vehemencia. "Yo tengo más en mi mente que el tiempo que hará para el festival de la
próxima semana o si alguna mujer embarazada va a tener un niño o una niña."
"Y los boggarts le rezan a un montón de barro," murmuró Brigid expresando un
aforismo kithkin acerca de la inconveniencia de discutir las religiones entre tribus.
La llama de Cenizeida se oscureció y Rhys decidió poner fin a su discusión sin
sentido. "Mantén tu vigilancia, arquera," dijo con severidad. "O descansa un poco."
"Descansaré cuando el trabajo esté hecho," dijo ella. "Tengo una reputación de
proteger."
El ferry de cambiagua se tambaleó ligeramente cuando el capitán Sygg detuvo
su impulso hacia adelante. El agua solidificada se instaló arriba de su propia estela,
frenando mientras el merrow nadó de vuelta a su borde. El rostro plateado de Sygg
rompió la superficie del río y él se levantó a través de las olas para avanzar en el agua
con lo que pareció ser sólo un leve esfuerzo.

150
"No tendrán que esperar mucho," dijo Sygg. "La Espesura Murmurante está
justo a la vuelta de la siguiente curva." Sygg guiñó un ojo, se volvió a hundir en el río, y
el buque de
cambiagua tomó
velocidad.
Los oídos de
Rhys temblaron y
su mano cayó a su
cinturón. Sintió el
peso tranquilizador
del cono de semilla
de Colfenor y se
obligó a respirar
normalmente. No
había visto la
Espesura
Murmurante en
muchos años pero la
conocía muy bien.
La enorme y
extensa arboleda servía como una especie de parlamento para todas las grandes
variedades de pueblos arbóreos: robles y fresnos y álamos todos tenían representación
junto con las variedades raras y misteriosas de arbóreos que casi nunca se encontraban
fuera de los bosques más profundos y salvajes. Muchos de los arbóreos más viejos y
sabios que jamás habían existido se acercaban hasta allí para estar en comunión unos
con otros, para compartir sus conocimientos, aplicarlos al presente y preservarlos para el
futuro.
Si Rhys hubiera
elegido el camino de
un guía de semillas lo
más probable era que
allí hubiera sido donde
habría terminado. Los
elfos eran la única
tribu que alguna vez
había sido admitida en
la Espesura
Murmurante y
generaciones de guías
de semillas habían
servido aquí,
atendiendo a los sabios
arbóreos, peticionando
por su sabiduría y
sirviendo como embajadores entre los grandes árboles y la Nación Bendecida. Él
todavía estaba pensando en su última visita, perdido en los recuerdos, cuando sintió al
platillo golpear contra el borde de una corta playa de arena y yendo a descansar allí.
Abrió los ojos e inmediatamente deseó haberse quedado en su memoria.
"Dioses," dijo Sygg.
"Maldita sea," susurró Brigid.

151
Cenizeida empujó su sombrero hacia atrás, mostrándole a Rhys una cara de
confusión y preocupación. "¿Qué pasó aquí?"
Rhys no dijo nada. Después de todo lo que había sufrido en los últimos días la
visión de la Espesura Murmurante lo golpeó como un mazazo. Sus pulmones se
desinflaron, su corazón dejó de latir, y sus ojos ardieron todo el camino de vuelta a su
cerebro.
La Espesura Murmurante había sido arrasada. Enormes agujeros en el suelo
marcaban en donde alguna vez había estado el parlamento de los ancianos. Montículos
descuidadamente apilados de madera a medio quemar humeaban y ardían a lo largo del
perímetro de la arboleda. Peñascos gigantescos que habían estado enterrados por siglos
yacían hendidos y rotos, despertados de su silencioso letargo para ser hechos pedazos y
añadidos a los feos montones colmados de ceniza, mantillo y suelo húmedo y negro.
A pesar de lo nauseabundo de la vista el olor era aún peor. Las esencias florales
y los perfumes amaderados habían desaparecido, reemplazados por una bruma nociva
de humo grasiento, brea hirviendo y madera podrida. Rhys no lo creyó posible pero
encontró esta devastación aún más obscena que el sitio de su batalla con los boggarts.
En ese caso la destrucción había sido mágica y culpa suya. Este era claramente un caso
de fuerza física y brutal frenesí capaz de dominar a algunos de los seres más poderosos
del mundo. Este no era un inexplicable caso de magia poderosa que había salido mal o
un hechizo fuera del control de su lanzador. La magia bien pudo haber estado
involucrada allí pero eso no era una ocurrencia anormal. Alguien se había propuesto
hacer eso con un cuidadoso plan y una voluntad sostenida. Alguien había trabajado
largas horas para ver que se hiciera. Y si Rhys tenía algo que decir al respecto sería que
alguien lo pagaría.
Sacudió la cabeza y una vez más hizo retroceder la rabia y la pena, aunque esta
vez un fondo de culpa personal no encuadró esas emociones. Al menos quedó
agradecido por eso. Si él hubiera sido personalmente responsable de este horror como lo
había sido del otro se habría suicidado en el acto. Mejor morir que soportar otro
momento de espectáculo dantesco. Era mejor dormir para siempre que arriesgarse a ver
este espectáculo cada puesta de sol cuando soñaba y saber que él lo había creado. Como
se había convertido en hábito cuando sus pensamientos se desviaban hacia ese terrible
evento, presionó dos dedos contra su frente, a través de la ilusión hasta el borde
irregular que había quedado de su cuerno izquierdo.
"¿Qué pasó aquí?" volvió a preguntar Cenizeida.
"No lo sé." La voz de Rhys sonó áspera en sus propios oídos como el silbido de
una serpiente moribunda.
"Tienen que haber sido gigantes," dijo Brigid. "¿Quién más podría arrancar
árboles centenarios de sus raíces?"
"No," dijo Rhys. "Los gigantes y los pueblos arbóreos se pelean a veces pero
sólo en un combate singular... o, en el peor de los casos, en pequeños grupos." Hizo una
pausa, pensando en Brion y Kiel. "Esto se ha hecho en una escala demasiado amplia
para los gigantes, demasiado calculado y completo. Los gigantes podrían haber
arrancado árboles pero no todos ellos. Los gigantes no habrían quemado hasta el
último." Miró fijamente a las numerosas hogueras. "No habrían usado hachas para
cortar las ramas. No se habrían molestado en hacer pilas individuales y prender fuergo a
cada una." Dijo apretando los dientes. "No habrían sido tan organizados o eficientes.
Los gigantes no hicieron esto."
Brigid frunció el ceño, insegura. "Entonces, ¿quién lo hizo?"
"No lo sé, pero voy a encontrarlos y a hacerlos sufrir," dijo Rhys. "Es hora de
que desembarquemos."

152
"Entendido." El rostro de Sygg fue adusto pero no dudó a pesar de la grave
violación del protocolo del río que Rhys había cometido al dar una orden al capitán.
Con cautela, como si sus pasos pudieran de alguna manera aumentar la destrucción que
había visto, el pequeño grupo salió de la cambiagua y se introdujo en la orilla de la
Espesura Murmurante.
Rhys se volvió a Brigid y Cenizeida. "Yo juré honrar los deseos de Colfenor;"
dijo. No era que el viejo tronco había permitido el estado del lugar cuando Rhys llegó.
El debió haber tenido algún indicio, algún sentido del peligro. Tal vez por eso había
estado tan desesperado de que Rhys se pusiera a trabajar. "Ahora que estamos aquí es lo
menos que puedo hacer." Sacó sombríamente el cono de semilla y lo agarró con fuerza
en una mano. Se sentía caliente al tacto, como si tuviera ganas de que siguiera adelante.
"Esperen aquí," dijo Rhys.
Los gruesos dedos de Brigid se deslizaron a lo largo de la superficie de su arco.
"¡Ni hablar!," dijo.
Rhys, sin ningún otro lugar donde poner su creciente ira, ventiló algo de ella en
Brigid. "Esto no te incumbe," dijo.
"Esto nos incumbe a todos," dijo Cenizeida. "Hemos venido a ayudarte. No
puedes esperar que simplemente nos sentemos aquí y miremos."
Rhys le disparó a la llameante una mirada de enojo. Debería haber sabido que no
sería capaz de mantener su “actitud élfica”.
"No está permitido," dijo. "A nadie más que arbóreos y elfos se les ha permitido
adentrarse en la Espesura Murmurante."
"La Espesura Murmurante ya no existe más," señaló Brigid. "No queda nadie
que vaya a protestar."
"Rhys," dijo Cenizeida. "No puedes hacer esto solo. Tú no sabes qué lo causó.
No sabes si el peligro sigue estando. Déjanos ayudarte."
El ex daen luchó con sus emociones sopesándolas contra la racha puramente
pragmática que todos los elfos compartían. ¿El tiempo que él había pasado
convenciendo a los demás, rompiendo su determinación para que lo acompañaran,
valdría la pena el esfuerzo?
"Sigan detrás de mí," dijo a la llameante y la kithkin. "Y no digan nada."
Hubo un chapoteo cuando Sygg permitió a la cambiagua volver a su estado
natural con un gran suspiro de alivio. "Me imagino que eso será algo así como lo que se
siente al poner un nido de huevos," dijo sin dirigirse a nadie en particular. "Continúen
todos ustedes, estaré aquí cuando regresen."
Rhys apenas oyó una palabra de las que dijo el merrow. El elfo caminó con el
cono de semilla mecido delante de él en las dos manos. No se apresuró. No se detuvo.
Pero mantuvo un ritmo solemnemente deliberado como si transportara el cuerpo de un
Perfecto a una pira funeraria.
Brigid y
Cenizeida le siguieron
detrás,
misericordiosamente
en silencio como
había solicitado.
Permanecieron varios
pasos por atrás, sin
permitirle alejarse

153
demasiado. Se contentaron con ser ignoradas y el se contentó con hacer caso omiso de
ellas.
De cerca el horror fue aún más pronunciado. No había ni un solo árbol adulto
vivo hasta donde Rhys podía ver. Prácticamente las únicas plantas intactas fueron una
fina línea de árboles jóvenes de álamo negro en los bordes de las marismas. Los álamos
negros eran los arbóreos más resistentes y duraderos de todo Lorwyn y eran famosos
por la habilidad de sus brotes para recuperarse de lesiones devastadoras. Las cosas
crecían rápidamente en la Espesura Murmurante y Rhys no tenía ni idea de cuándo
había sido arrasada la arboleda por lo que no pudo medir cuánto tiempo le había tomado
a esos álamos lograr su crecimiento actual. El hecho de que aún había vida en el lugar le
dio algo con lo que alimentar sus esperanzas, aunque fuera en la forma de nervudos
árboles de pantano.
Rhys llegó al lugar que había estado buscando, el gran pedazo de tierra que una
vez había sostenido el sistema de raíces de Colfenor en persona, mucho antes de que el
gran tejo rojo hubiera sacado sus raíces de la tierra y dado sus primeros pasos. El elfo se
arrodilló reverentemente. Excavó una pequeña depresión en el suelo oscuro, colocó
suavemente el cono de semilla en su interior, y luego cubrió el cono con tierra. Entonces
Rhys bajó la cabeza y dijo una oración en silencio, infundiendo al cono semilla y al
suelo con algunos de los hechizos más antiguos y poderosos de tejo. Terminó con una
antigua bendición para cualquiera nueva vida que brotara de la semilla, si es que alguna
anémica cola de caballo o un álamo negro podía surgir de ese maldito lugar, reflexionó
amargamente.
"Rhys," dijo Cenizeida, "¿qué pasa ahora?"
El elfo se puso de pie pero no se volvió para enfrentarse a sus compañeras.
"Ahora esperaremos," dijo.
"¿Esperar?" respondió la arquera. "¿Para qué?"
"Por una señal," dijo Rhys. Giró sobre sus talones y le lanzó a la pareja una
mirada de acero. "Debo esperar a ver si la semilla sobrevive. Debo asegurarme de haber
completado mi misión."
"¿Y si tu misión no puede completarse?" dijo Brigid: "¿Si la semilla no puede
germinar y echar raíces?
"Entonces tengo que llevarla de vuelta a Colfenor y buscar la dirección del tejo."
Sus pensamientos se endurecieron cuando Rhys se dio cuenta que otra reunión con
Colfenor era inevitable. Tendría que enfrentar a su mentor con lo que había visto en la
Espesura Murmurante… y con la pregunta de cuánto había sabido Colfenor cuando
había enviado allí a Rhys.
"¿Por cuánto tiempo?" dijo Cenizeida. "¿Cuánto tiempo hasta que lo sepas?"
"Un día," dijo Rhys, "a lo sumo. Sabré entonces si las enseñanzas de Colfenor
han sido transmitidas a la siguiente generación."
Brigid lo consideró. "Tenemos que hacer un campamento en la orilla," dijo. "Me
gustaría no sacarle un ojo a nuestro amigo pescado. Es una larga caminata de regreso si
él decide tomarse un largo baño sin nosotros."
Rhys asintió. "Buena idea."
"Debería recoger algo de…" Brigid se detuvo antes de decir "leña." En cambio
la arquera se inclinó torpemente y caminó hacia el otro lado del bosque.
Cenizeida permaneció en silencio, mirando pacientemente a Rhys.
"¿Puedo esperar contigo, taer?"
"Puedes. Pero no hables. Debo tratar de ayudar a emerger a esta nueva vida.
Tengo una conexión con ella y se la debo a Colfenor." No mencionó que si regresaba a
Colfenor sin hacer todo lo posible que garantizara que el cono semilla hubiera

154
germinado bien podría no regresar en absoluto ya que su mentor sabría por qué había
fallado. Pero si se quedaba, y lo intentaba, y el cono permanecía en la tierra arrasada,
Colfenor también sabría eso.
Cenizeida asintió pero no dijo nada. Rhys, agradecido una vez más por su
circunspección, se sacudió el polvo de las manos, se cruzó de brazos y miró fijamente a
la fresca loma de suelo blando.
Al elfo se le ocurrió que no tenía absolutamente ni idea de cuánto tiempo podría
tomarle brotar a un tejo.

Capítulo 16

Brigid Baeli no podía dormir. Quería hacerlo. La arquera era una kithkin
agotada pero el deber le impidió quedarse dormida. Los otros no la habían cuestionado
cuando ella se había ofrecido como voluntaria para vigilar durante el anochecer y Brigid
aprovechó al máximo el mito generalizado aunque algo inexacto de que los kithkin sólo
dormían una vez a la semana. Era cierto que un kithkin fácilmente podría pasar cuarenta
y ocho, incluso sesenta horas, sin cansarse demasiado, pero la arquera iba por su
séptimo día. El mito estaba poniendo a Brigid a prueba y el cansancio en sus huesos y la
atracción constante de un sueño feliz eran los demonios gemelos deseando
palpablemente que fallara. Si no fuera por la conexión a distancia de la poderosa trama
mental de los ciudadanos de Kinsbaile hacía días que podría haber colapsado. Pero los
kithkin de Kinsbaile creían en su heroína por lo que su heroína creía en sí misma de
igual manera.
Ella no podía fallar. Ella no podía fallarle a Kinsbaile, ni a Gaddock Teeg, y
ciertamente no al nombre antiguo y distinguido de Baeli. Sin embargo, nada de eso
estaba en su mente en ese momento. Todo en lo que Brigid pudo concentrarse fue en el
hecho de que en cada puesta de sol, cuando la oportunidad se lo permitió, ella se había
apartado de los demás y pasado largas horas oscuras preparando su ofrenda, pidiéndole
a los elementos y mirando hacia arriba. Ella estaba esperando por un mensaje que, hasta
ahora, se había obstinadamente negado a llegar. No habría sido tan malo si ella no
hubiera pasado los días anteriores preparándose para esta misión, trabajando día y
noche para prepararse. La preparación estaba literalmente en la cima de la familia Baeli

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y ¡que el pantano la estancara! si ella no dedicaba la debida atención a los muchos
resultados posibles de sus limitadas acciones posibles una vez que llegara el mensaje.
La suerte quiso que el mensaje llegara en la misma puesta de sol en la que Brigid
empezó a dudar hasta de su deber.
Llegó en una polilla, que le dijo a Brigid lo desesperado que Teeg debía haberse
vuelto. Un pájaro habría sido más rápido, más capaz de defenderse a sí mismo, y podría
haber vuelto al cenn con la respuesta de Brigid. Una polilla de Teeg significaba que no
se esperaba ninguna respuesta. Una polilla podía llegar hasta ella sin ser detectada pero
el cenn, cuyas habilidades en este campo en particular estaban incluso muy por detrás
de un arquero novato y mucho menos de uno de la estatura de Brigid, debió haber
tenido que enviar al menos tres docenas de esos insectos para asegurarse que al menos
uno llegara a ella a tiempo. Brigid no necesitaba enviar mensajes adicionales para estar
segura.
Se preguntó si esa polilla era la última en llegar a ella y hacer contacto,
sobreviviendo a murciélagos, aves, reptiles y roedores que masacraron a sus parientes
de polvorientas alas. Tal vez la polilla no era más que la primera de los sobrevivientes
en llegar a ella, y más estaban viniendo. De cualquier manera eso significaba que ella
finalmente podría dejar de mirar al cielo nublado y averiguar qué curso de acción el
cenn, e indudablemente el tejo, habían tomado.
La polilla se posó sobre el dorso de su mano y dobló sus brillantes alas
plateadas. Estas llevaban el patrón que hacía juego con el sello oficial de Gaddock Teeg.
El sello era de color rojo sangre y eso le dijo a Brigid todo lo que necesitaba saber.
Le dijo a cuál de los dos, el elfo proscrito o la entrometida llameante, ella tendría
que matar. El pensamiento la sorprendió un poco. Ella sabía que iba a venir pero había
sido capaz de evitar que la abrumara al concentrarse en el presente. La conmoción, sin
embargo, dio paso a la certeza de que eso se debía hacer. La trama mental le llegó más
fuerte que nunca, como si Kinsbaile estuviera justo al otro lado del río, lo cual era
verdad por supuesto, pero también a muchos kilómetros de distancia. Este era un
esfuerzo conjunto y ella no hubiera podido resistirse aunque hubiera querido. Era el
precio que uno pagaba por ser un héroe popular kithkin. Los kithkin esperaban que sus
héroes cumplieran con las historias que ellos querían escuchar y esta historia terminaba
con la muerte de alguien que Brigid había comenzado tontamente a considerar una
amiga.

* * * * *

Rhys miraba la tierra recién aplastada en el centro de la arboleda sagrada


conocida como la Espesura Murmurante, como él la había mirado y mirado fijamente
durante las últimas horas. O miraba a lo que quedaba de la Espesura murmurante, por lo
menos. La similitud con la devastación que le rodeó después de la última incursión
boggart no pasó desapercibida para él, pero el sabía, sabía sin lugar a dudas, que él no
había hecho esto. Él no había puesto un pie en este bosque durante meses. ¿Acaso había
alguien más que pudiera hacer... fuera lo que fuera que Rhys había hecho? ¿Acaso se
había culpado a sí mismo equivocadamente por las obras de otra manada en el Valle
Porringer? No lo sabía. Y sin importar cuánto tiempo permaneció sentado con las
piernas cruzadas, las manos sobre las rodillas, meditando y contemplando luchar contra
el fantasma de la inactividad, él no pudo encontrar una respuesta. ¿Cómo podría cuando
él ni siquiera podía imaginar lo que había sucedido desde el principio?

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Y allí estaba la idea ineludible de que lo que estaba haciendo no era suficiente.
No había plantado la semilla de cono con la suficiente rapidez. Esta no sería lo
suficientemente fuerte como para germinar.
Por el amor del pantano, toda la Espesura había desaparecido. ¿Cómo se suponía
que un joven brote de tejo fuera a sobrevivir aquí?
¿He seguido la carta de los deseos de Colfenor tan de cerca que ya he fallado? Se
preguntó Rhys para sus adentros. ¿Acaso él debía haber vuelto inmediatamente a
Colfenor cuando ellos encontraron que esta devastación había golpeado a la Espesura?
¿Acaso las semillas que eran observadas alguna vez brotaban?
Fue entonces que, desde unas pocas decenas de metros de distancia, en donde
ellos habían establecido un campamento en las orillas fangosas de la ensenada, vino un
penetrante y doloroso grito. Fue la kithkin o la llameante, pero a esa distancia él no
pudo estar seguro. Ni siquiera cuando el grito se transformó y se convirtió en su
nombre.
Quienquiera que fuera estaba en agonía. Todas las respuestas a sus preguntas
introspectivas, aunque esclarecedoras, tendrían que esperar. Rhys saltó y corrió hacia las
quebradas ruinas humeantes y restos del bosque devastado. No le costó encontrar un
camino nivelado a través de la estrucción sino que simplemente fue recto hacia el
campamento esquivando cualquier cosa que se interpuso en su camino.
Cuando la hoguera apareció a la vista Rhys pensó por un momento que debía
estar perdiendo la cabeza. Sygg no estaba por ningún lado y la playa estaba vacía y
ensangrentada, muy ensangrentada y muy vacía.
"Maldita sea," murmuró.
El elfo salió corriendo de la colina del sendero hacia el campamento
abandonado. Había sangre por todas partes. Aquí y allá había grandes marcas de
quemaduras donde Cenizeida aparentemente había estado peleando con alguien. La
sangre derramada en el suelo era definitivamente de dos tipos diferentes. Rhys podía
oler y ver los riachuelos de piedra de la carne enfriada de la llameante y el color rojo
brillante y el vívido olor ferroso de la sangre kithkin.
Sólo la kithkin seguía allí. A Rhys le tomó unos segundos detectar la trabajosa
respiración que provenía del bajo follaje en el extremo norte de la pequeña playa pero
una vez que lo hizo vislumbró a Brigid inmediatamente. Estaba en muy mal estado,
quemada, cortada, y arañada, con un brazo roto por encima del codo, hinchado, morado
y torcido en un ángulo repugnante.
Sonó horrorizada y confundida cuando miró hacia arriba a Rhys y débilmente
preguntó: "¿Por qué? ¿Por qué lo hizo?"
"¿Quién?" preguntó Rhys. "¿Cenizeida?"
"Se volvió loca, gritó algo acerca de su camino, y… ¿y un especie de alce
volador? ¿Eso tiene sentido?"
"Un poco," dijo Rhys.
"Cuando Sygg se negó a dejarte atrás ella lo mató, Rhys," dijo Brigid espantando
la mano tendida del elfo. "No, mi brazo… no quiero moverme si puedo evitarlo. Igual
creo que no iremos a ningún sitio."
"¿Sygg está muerto? Esto no tiene ningún sentido," dijo Rhys. "¿Por qué lo
haría? Ella es una peregrina, ellos no…" Se detuvo. "Espera, ¿dónde está Cenizeida?"
La kithkin señaló con el pulgar hacia el río. Brigid había perdido toda la manga
de su brazo intacto restante y la piel estaba llena con profundos cortes y arañazos que
parecían provenir de un animal. "Me imagino que si lo que he oído acerca de su especie
es verdad," dijo la kithkin, "tu llameante tiene unas horas antes de que no haya
posibilidad de revivirla. Podrían ser seis si alguien no la saca pronto del agua. Igual no

157
sé por qué te gustaría hacerlo. A mi no me resultó fácil conseguir ponerla allí desde el
primer momento pero supongo que ella debería enfrentarse a la justicia. Tengo un poco
de cuerda en mi mochila, si tú pudieras…"
"Yo la sacaré para que... enfrente a la justicia," dijo Rhys luchando por mantener
la calma. Nada de esto tenía sentido. "Y ella no es 'mi' llameante. Así que, dime otra
vez, la peregrina, ella sólo se enojó y mató a la única persona capaz de llevarnos de
vuelta a Kinsbaile."
"Ella estaba desvariando," dijo la kithkin rápidamente. "Creo que fue la
humedad. Ella dijo que se iba a apagar, que se iba a… ¿cómo dijo?... consumir como
una vela si no se ponía en marcha. Luego dijo 'como una vela en una brisa ligera, ni
siquiera en un huracán' y se echó a reír." Brigid sonrió y señaló con cansancio a su brazo
que se estaba volviendo negro y necesitaba seria atención. Se había hinchado hasta dos
veces el tamaño del otro. "Creo que su especie lo llama 'envenenamiento por agua.'"
La kithkin podría haber engañado a Rhys si él no estuviera siempre escuchando
para los sonidos reveladores de una mentira, la respiración alterada y el cambio en el
tenor y el ritmo, el hipo entre las palabras y los movimientos del ojo.
Los elfos no mentían casualmente, pero cuando mentían lo hacían bien, y
siempre podían detectar cuando otros lo hacían. Tan fácilmente como rastreaban a sus
presas. Brigid era una buena mentirosa para ser una kithkin, pero estaba mintiendo, de
eso no había duda. Las laceraciones en su brazo sólo confirmaron lo que los oídos de
Rhys le dijeron era verdad. El se entretuvo con la idea de matarla mientras le sonreía
pero luchó contra el impulso de darle un rápido fin al problema que ella representaba.
Estaba claro que ella sabía cosas que el elfo necesitaba saber.
Era mejor dejarla en su lugar y salvar a Cenizeida. Entonces él de alguna manera
los llevaría a todos ellos a un pueblo de llameantes por sí mismo. Haría falta un día, tal
vez un par de horas más si se daba prisa. Muy bien, no era un gran plan, pero ninguna
de sus opciones eran particularmente buenas. Si atacaba a la kithkin Cenizeida no
tendría ninguna oportunidad. Y aún más, tenía la sospecha de que Brigid no estaba tan
incapacitada como parecía. El brazo estaba ciertamente roto pero ella se había
encargado de alguna manera tanto de Sygg como de Cenizeida por su cuenta. Un
movimiento para atacarla podría causar un movimiento impredecible por parte de ella
que bien podría, si no tenía cuidado, también poner fin a su propia vida. Así que
continuó jugando el juego, decidido a hacer que la kithkin hiciera el primer movimiento.
"Voy a ir a sacarla de allí," le dijo Rhys a Brigid tan casualmente como pudo. "Si
el tejo rojo no puede encenderla de nuevo podremos confirmar que tu hipótesis sobre el
envenenamiento del agua es correcta." Él sonrió y puso una mano tranquilizadora en su
hombro bueno. "Lo importante es que tú estás a salvo. Espera aquí. Tan pronto como
saque a la llameante fuera del agua veré si puedo hacer algo por ese brazo. Puede que no
sea bueno con las lesiones internas pero puedo ajustar un brazo roto."
¿Lesiones internas? ¿Por qué había dicho eso? ¿Cuando había sido que él se
había ocupado últimamente de heridas internas? Por la mirada confusa que pasó a través
de los rasgos de Brigid pudo ver que ella también pensó que aquella había sido una
extraña declaración. Entonces el momento pasó y quedó en el olvido. Tan olvidado
como Maralen y las hadas, como sucedió, aunque Rhys no reflexionó sobre eso hasta
más tarde.
Rhys se volvió hacia el río y se detuvo. "Sygg. Dijiste que ella lo arrojó al agua.
¿Antes de que tú…?"
"Sí," dijo Brigid con la sonrisa triste del buen soldado. "Él se alejó flotando
antes de que ella viniera tras de mí."

158
"Una lástima," continuó Rhys luchando por mantener la voz. "Probablemente
ella no vaya a lograrlo. Ciertamente yo no puedo convocar a ningún elemental de fuego
y estoy seguro de que no puedo volar. No sin ayuda." Él arqueó las cejas. "¿A no ser que
tú…?"
"No," dijo la kithkin con lo que Rhys supo era tristeza fingida. "Yo veo a los
elementales, como lo hacen todos los kithkin, pero no aparecen a mi orden.
Simplemente no funciona de esa manera." Dijo ella con una media sonrisa. "Y puede
que sea buena con un planeador pero no podría volar uno ahora aunque lo quisiera."
"Pues vaya con esa idea," dijo Rhys forzando una jovialidad en su voz. "Bueno.
Solo lo dije por si acaso, ¿eh?"
Rhys asintió a Brigid, luego se quitó las botas y se preparó para zambullirse en
el río, investigando las turbias aguas por alguna señal de Cenizeida. Tan concentrado
estaba en su búsqueda que casi se lanzó directamente sobre Sygg. Se contuvo antes de
que sus pies pudieran abandonar el suelo y se agarró justo a la aleta del hombro del
merrow para mantener el equilibrio y evitar caer.
El merrow, quien mostró varias cicatrices en apariencia frescas pero que no
pareció mucho más herido, emergió silenciosamente del agua trayendo una carga
conocida pero horripilante. Cenizeida colgaba inerte sobre el hombro de Sygg, sus
llamas apagadas, su piel como rocas ígneas mojadas, su cabeza y sus hombros
asemejándose a una estatua sin terminar sin su flamante corona. El cuerpo de la
llameante no emitía ningún calor o luz alguna.
Rhys tuvo que tomar una decisión rápida y lo hizo al instante. Sygg estaba vivo,
y eso lo cambió todo. Realmente había una oportunidad para salvar la vida de
Cenizeida. No había necesidad de seguir con la farsa.
El rubor de la victoria sólo duró lo que tardó Rhys en darse la vuelta, justo a
tiempo para recibir una piedra fuertemente lanzada contra el costado de su cabeza. El
elfo se tambaleó y cayó de rodillas justo cuando Sygg arrojó el cuerpo de Cenizeida sin
ceremonias en el banco de arena y salió fuera del agua. El merrow enrolló la cola para
ponerse en pie, lo que Rhys sabía sería algo doloroso para el hombre-pez si lo hacía
durante demasiado tiempo.
Si la kithkin hubiera podido usar su brazo roto lo habría derribado
inmediatamente. Así las cosas, Brigid se sentó, sosteniendo la empuñadura de su arco en
su lugar con su bota y tirando de la flecha hacia atrás con su mano buena. Rhys,
aturdido y ensangrentado, ni siquiera la vio recuperar el arma, y mucho menos colocar
una flecha y apuntar con una sola mano y un pie. No había duda de que su puntería era
tan buena como siempre.
"Retrocede. Hombre. Pez." La kithkin tiró de la flecha hacia atrás algunos
centímetros más para dar énfasis a cada palabra.
El merrow levantó sus dos manos con garras y se balanceó torpemente en su
cola enroscada como el juguete de un niño kithking. "¿Te importaría si simplemente no
sigo hacia adelante? Retroceder no es tan fácil como…"
"Bien," dijo Brigid y mantuvo la flecha dirigida a Sygg mientras se subió a
rastras por el banco de arena con el pie libre, manteniendo su distancia de Rhys al
mismo tiempo, no es que Rhys estuviera en condiciones de luchar. El se preguntó por un
momento si estaba a punto morir como un saltanejo atascado, derribado por una kithkin
asesina.
"Ahora, Rhys," dijo sin apartar los ojos del capitán merrow. "Tú me vas a
arreglar mi brazo o yo mataré a tu mejor oportunidad de salvarla."
"¿Qué?" Dijo Rhys. "¿Cómo?"

159
"No te hagas el estúpido," dijo Brigid. "Tú ya me dijiste que puedes curar una
herida de batalla. Bueno, yo tengo una inusual. Sáname."
"Pero yo no tengo ninguna… Simplemente no puedo hacerlo," se opuso Rhys, lo
que fue del todo cierto. Y desde luego que en este caso no podía con una quebradura así.
"Mi cinturón," respondió la kithkin. "La bolsa negra. Ahí está lo que necesitas.
Cortesía de los elfos de Hojas Doradas y su benevolente opresión al pueblo Kithkin."
"¿Todo esto es por política?" dijo Sygg con incredulidad.
"No, no es por política," dijo Brigid. "No más que cualquier otra cosa. Y cállate
la boca." Ella inclinó la cabeza hacia el elfo y un momento de confusión se apoderó de
sus facciones antes de que se volvieran a endurecer.
"Tú no tienes por que hacer…" comenzó a decir Rhys.
"Sí, me temo que si, Rhys." Brigid suspiró. "¿Y bien? Estoy esperando."
La kithkin lo tenía acorralado y tenía razón. Cenizeida moriría sin la ayuda de
Sygg y el elfo se dio cuenta que no podía permitirse eso. Rhys se arrastró con cuidado al
lado de la kithkin. Lentamente y con exagerada cautela a fin de no provocar la
liberación de la flecha, abrió la bolsa de color negro. Dentro había unas pocas y
poderosas hierbas medicinales, unas muy caras que, según la información que tenía
Rhys, generalmente sólo eran llevadas por un daen. Las suyas las había perdido en el
incidente de la aldea boggart pero éstas eran, de hecho, exactamente lo que el requería
para llevar a cabo un hechizo de soldadura de huesos de emergencia. Se preguntó qué
más llevaba la kithkin para las emergencias y si todos los kithkin estaban tan bien
abastecidos como esta traidora.
El elfo desmenuzó los ingredientes en ambas palmas de las manos,
manteniéndolas unidas mientras se agachó junto a la arquera. "Esto va a doler. Esto va a
doler mucho. Te juro que voy a hacerlo lo mejor posible pero va a doler tanto que no te
confío con ese arco. Arreglaré tu brazo pero tendrás que confiar en mí y bajar tu arma."
"Muy bien," dijo Brigid y bajó la flecha de manera que quedó apuntada a varios
centímetros por debajo del cinturón de herramientas que colgaba alrededor de la delgada
cintura del merrow.
"Eem," dijo Sygg con sus ojos saltones ampliándose aún más.
"Ahí lo tienes. Él no morirá si me resbalo," dijo la kithkin, "lo que no haré.
Ahora ponte manos a la obra. Tu amorcito en llamas está contando contigo."
Rhys sofocó una réplica y se centró en su entrenamiento. Cada cazador sabía lo
básico y cada daen sabía mucho más que eso. De hecho, si uno lo elegía, la mayoría de
cualquier daen probablemente podría hacer los hilos suficientes como para retirarse de
por vida pasando seis meses como sanador en cualquier comunidad élfica bien
acomodada. No es que ningun daen se hubiera inclinado jamás a hacerlo.
Los reactivos aplastados en sus manos entrelazadas se volvieron calientes y el se
concentró en ese calor. Poco a poco, con el fin de no hacer temblar el dedo en la cuerda
del kithkin, Rhys movió sus manos aún presionadas juntas al negro miembro hinchado
colgando a un lado de Brigid.
"Lo presionaré contra tu brazo a la cuenta de tres."
"No voy a dispararle a menos que falles en arreglar mi brazo pero gracias por la
advertencia." Ella respiró hondo y agregó: "Espera. A la de 'tres,' o…"
"A la de 'tres'. ¿Estás lista?"
"Sí."

160
"Uno, dos,
tres."
En la última
palabra Rhys abrió
la palma de sus
manos y las apretó
contra el brazo roto
de Brigid. Brigid
dejó escapar un
breve grito pero a su
favor, y para el
alivio de Sygg,
sostuvo el arco
estable.
El calor se
extendió
inmediatamente de
sus manos, filtrándose a través de los poros rotos y amoratados, entrando en la corriente
sanguínea de la kithkin, sus huesos, y en todos los pequeños pedazos de hueso.... Rhys
cerró sus ojos. Y el verdadero trabajo comenzó. En el ojo de su mente se formó una
imagen de los pedazos del hueso dentro de la carne ennegrecida. A medida que su
concentración se agudizó lo mismo ocurrió con la conciencia de cómo encajaban estas
piezas. Luego él vertió toda su voluntad y un poco de su propia fuerza vital, pues tal
sacrificio era de esperar de un daen cuidando a sus propios cazadores, en hacer que la
conciencia igualara a la realidad. Podía oír la trabajada y agónica respiración de la
kithkin, sus dientes apretados, y el crujido del arco mientras ella luchaba por mantener
su flecha apuntada a Sygg.
Y aún así el trabajo no estaba terminado. Fuera quien fuera el que había roto este
brazo, y Rhys se encontró deseando que hubiera sido Cenizeida, había hecho un trabajo
muy minucioso. A Rhys le tomó cerca de cinco minutos de febril concentración y el
agotamiento de casi toda la energía que poseía para terminar el trabajo. Pero finalmente
lo terminó, liberando el brazo de la kithkin. Durante esos cinco minutos la presión de su
palma se había convertido en un agarre mortal y el cayó de rodillas jadeando en busca
de aire. Estaba empapado en sudor y sintió un impulso casi irresistible de dormir.
"Eso está mejor," dijo la kithkin. Se puso de pie y transfirió con cautela el arco a
la mano al final de su brazo reconstruido. Se estremeció y lanzó una mirada rápida a
Rhys. "Todavía duele, elfo."
"Ese brazo estaba en mil pedazos," respondió Rhys sin aliento sintiendo como si
acabara de correr desde Kinsbaile a Lys Alana y viceversa. "Los moretones tendrán que
curarse de forma natural pero los huesos están sanados. ¿Quieres más que eso?, déjanos
aquí y vuelve a Kinsbaile."
"Yo no me opondría," dijo Sygg su respiración volviéndose trabajosa. El merrow
sólo podía extraer oxígeno del aire húmedo por períodos cortos antes de tener que
sumergirse en el agua.
Rhys se paró con un esfuerzo insoportable para mirarle a la muerte a los ojos
mientras Brigid retrocedió lentamente de los dos, apuntando alternativamente a Rhys,
luego a Sygg otra vez, hasta que estuvo lo suficientemente lejos que no importaría a
quién le disparara primero. Tanto Sygg como Rhys sabían que desde esa posición
tendría tiempo para recargar antes de que cualquiera pudiera llegar a ella.

161
"Gracias," dijo Brigid. "A todos ustedes. A usted también, capitán. Sabía que no
iba a caer y matarte."
"¿De qué estás hablando?" le exigió Rhys.
"Ya verás," dijo la kithkin riendo. Fue en ese momento que Rhys se dio cuenta
de su error al dejar que Brigid retrocediera, la arquera había sido capaz de acercarse
furtivamente hasta la forma inmóvil de Cenizeida.
"¿Qué es tan gracioso?" preguntó Rhys parado encorvadamente.
"Yo no podría haberlo matado, ¿sabes? Al merrow."
"Estoy justo aquí," dijo Sygg.
"¿Por qué no?" preguntó Rhys.
"No entiendes el punto," dijo Brigid y dejó volar la flecha directamente hacia
Rhys. Esta lo golpeó en la cara y él experimentó la certeza de que al siguiente instante
estaría muerto. Pero cuando ese instante siguiente llegó y la muerte no ocurrió, sino un
pequeño estallido y una explosión de una pegajosa red fibrosa que instantáneamente
enredó al elfo y merrow por igual, se dio cuenta de que había malinterpretado
completamente el significado de las palabras de la kithkin. "¿Ahora entiendes?" añadió
innecesariamente la kithkin pero ella pareció más taciturna que divertida.
La red se aferró tanto al elfo como al merrow, aunque para este último fue como
una sentencia de muerte. Sygg necesitaba agua y la necesitaba pronto. Cuanto más se
esforzaron las fibras enredadas parecieron envolverlos más apretados. Sin embargo
Rhys aún pudo ver y hablar.
"¿Por qué?"
"No es el momento para preguntas Rhys," dijo Brigid recogiendo a Cenizeida y
arrojando a la llameante sobre un hombro, "incluso si esa era la pregunta correcta. Te
diré algo, trata de liberarte y algún día te lo diré." Los dedos de los pies de la llameante
siguieron descansando en la arena y sus nudillos rasparon la tierra detrás de la kithkin
pero el peso de Cenizeida no pareció ser un problema para Brigid en lo más mínimo.
"No entiendo," dijo Sygg jadeando. "¿Cómo esperas llegar a alguna parte sin
mí?"
Brigid se limitó a sonreír. Levantó su arco sobre la cabeza con una mano como si
fuera a disparar una flecha hacia el sol y luego movió su muñeca. El agarre torció el
arco un cuarto de vuelta, quedó en su lugar con un clic, y luego un par de alas de
murciélago emergieron del arma elegantemente tallada y hábilmente construida.
"¿Estás pensando en matarme abanicándome?" preguntó Rhys.
"No lo creo," dijo Brigid. "Nosotras ya hemos terminado aquí. Tengo lo que vine
a buscar. La única pregunta que queda es: ¿Te veré en los cuentos? De verdad espero
que lo logres, Rhys. Va a ser una historia espectacular."
"¿Por qué necesitas a la llameante?" preguntó Rhys.
La única respuesta de Brigid fue lanzar su rostro hacia el cielo y hablar con el
arco. "Kinsbaile." Una ráfaga de viento se materializó de la nada, soplando fríamente
alrededor de las orejas de Rhys mientras llenó las alas del arco y lanzó a Brigid y su
carga inconsciente hacia el cielo.
Para el momento en que Rhys levantó una mano para bloquear el sol la arquera
kithkin, su carga en estado de coma, y su improbable máquina voladora fueron
solamente visibles por un instante, presentando una silueta casi cómica contra el
brillante orbe. Entonces Brigid viró hacia el norte y se escondió detrás de un banco de
niebla baja.
"Creo que ella… quiere que le sigas a Kinsbaile," jadeó Sygg con ironía. "Ella lo
ocultó realmente… bien, pero si nosotros pudieramos salir de esta red, yo puedo…

162
hacerlo. Por supuesto, si no salgo de esta red, voy a… morir. Pero tú sabes que te está
llevando a una trampa, Hojas Doradas. Dime, ¿qué… le debes a esa llameante?"
"Ella… ella ha sido útil," dijo el elfo con un poco de convicción. "Y si tengo que
seguirla para averiguar de qué se trata todo esto…"
"Oh, detente, me vas a hacer llorar," jadeó Sygg.
"Tenemos que encontrar una manera de cortar esto."
"Hmm," logró decir el merrow. "Yo no creo que pueda cortar cualquier cosa
con… palabras, pero si puedo llegar a mi cinturón…"
"¡Ay! ¡Hey!"
"Mis… disculpas," dijo Sygg todavía con su respiración silbante. "Lo que quize
decir es que quizás yo no sea capaz de cortar... la red, pero creo que puedo…
disolverla."
"Cortarla, disolverla, sólo libéranos, aunque sólo sea para terminar tu jadeo."
"'Libéranos para terminar tú… jadeo por favor... Sygg'," dijo Sygg en tono de
reproche.
"Por el amor del pantano Sygg."
"Está bien, está bien. Ahora esto puede... doler un poco. Tengo un frasco de
ácido en mi cinturón. Voy a tratar de romper el frasco contra la red por lo que es posible
que… eem… derrame un poco sobre ti."
"Espera, ¿qué?"
"¿Acaso tú puedes… sacar tu propio… ácido, Hojas Doradas?"
"Mira, si esto no funciona, ¿me harías el favor de matarme?"

* * * * *

Cenizeida, la llameante la habían nombrado. Al igual que muchos nombres de


llameantes eso había venido de una palabra antigua que significaba "fuego", aunque la
cenizeida era un tipo especial de fuego: la llama solitaria que era el último destello de
una explosión mayor. Era un nombre apropiado para una llameante que bien podría ser
la última de su especie en haber nacido a la sombra del monte Tanufel, antes de que
ellos se habían mudado a los riscos. Los llameantes habían esperado cosas increíbles de
ella. Cosas milagrosas. Algunos habían esperado que ella fuera un líder, otros que
luchara y conquistara, o que finalmente construyera una paz verdadera con los elfos.
Ella no había querido nada de eso. Las expectativas de sus parientes la habían
conducido al camino. Era una verdad con la que ella rara vez lidiaba. Cada peregrino
tenía una razón para dar ese primer paso y ella no pensaba que su viaje fuera más
especial que cualquier otro. Era su pueblo el que había esperado grandeza de Cenizeida,
no Cenizeida misma. Y sólo ella entre todos los llameantes en su pueblo alguna vez
concibió la idea de poder terminar apagada y consumida sin llegar a cumplir con todo
su potencial.
Por desgracia para el ligero sentido de reivindicación que podría haber ofrecido,
Cenizeida estaba en condiciones de presumir de su presentimiento. De hecho ella no
tenía ninguna manera de saber cuál era la posición en la que estaba. Si lo hubiera hecho
se hubiera llevado algo más que una sorpresa al descubrir que estaba colgando del
hombro de una arquera kithkin que a su vez estaba suspendida a unos ciento cincuenta
metros en el aire por alas membranosas y delgadas.
Pero aunque no había conciencia de lo físico, todavía había un atisbo de
conciencia, de saber. Ella sabía que iba a morir. Cenizeida sabía eso. De hecho ella no
estaba al tanto de casi nada más.

163
Ella iba a morir. Ella estaba congelada. Ella había regresado a su estado en
piedra. Ella estaba encerrada en roca viva. Ella tenía frío y estaba inmóvil, sin vida por
la carencia del fuego debajo del Monte Tanufel, sabiendo que nunca lo volvería a sentir.
Ella iba a morir. Ella estaba encerrada en hielo. Ella no podía moverse.
Ella iba a morir. Ella ya no podía sentir el fuego de la montaña que le había dado
a luz. Ella estaba atrapada. Ella tenía frío. Ella era de piedra.
Ella era.
Apenas.
Pero ¿por cuánto tiempo?

* * * * *

"¡Eso arde!"
"Por supuesto que arde," dijo Sygg. "Es ácido. Solo date un rápido chapuzón en
el agua y deja de quejarte. Nos hemos soltado, ¿verdad?" El merrow, que no había
perdido tiempo en deslizarse sobre el banco de arena para humedecer su piel y tomar
unas cuantas respiraciones profundas y purificadoras de agua una vez que el ácido había
derretido a través de la red kithkin, dio un salpicón de sorpresa y miró a lo alto de la
pequeña colina por encima de la playa. "Parece que hay alguien… Oh, es Maralen."
Dijo Sygg saludando. "Hola, Maralen. Hadas."
Rhys había tenido la esperanza de que sus compañeros de viaje no tendrían más
sorpresas para él pero el repentino regreso de Maralen con el trío de las hadas pisoteó
esa esperanza bajo sus pies. No había duda de que estaba agradecido de ver que la
extraña estuviera ilesa pero esta pequeña sensación de alivio se registró
aproximadamente con la misma fuerza que una picadura de pulga lo sería al lado de una
herida de flecha.
Lo extraño fue que al elfo no se le ocurrió que no había recordado la existencia
de la viajera extraña, y mucho menos su nombre, hasta que él la había visto. Era como si
ella siempre hubiera estado ahí, a pesar de que su memoria le dijo que ella no había
luchado para ayudar a Cenizeida.
No, por supuesto que no lo había hecho. Maralen había estado explorando el
área con la pandilla de hadas. Seguramente ella lo había mencionado, aunque él no
podía recordar sus palabras específicas. ¿Cómo podía haberlo olvidado? Tal vez si
necesitaba un chapuzón en el agua aunque sólo fuera para aclarar su cabeza.
Maralen salió del bosque a plena vista con su extraña tranquila intensidad. Sus
ojos estaban muy abiertos y sus pálidas mejillas sonrojadas. Las hadas volaron en el aire
detrás de ella dispuestas en una formación en V con Iliona a la vanguardia.
"Hola de nuevo," dijo como si nada la mujer de pelo oscuro. Resbaló un poco en
las orillas fangosas y las tres hadas se lanzaron hacia adelante como para atraparla antes
de que cayera. Maralen, riendo, les despidió con la mano. "Estoy bien, gracias."
"¿Dónde has estado?" dijo Rhys. "¿Y por qué ellas no están parloteando?"
"Estoy seguro de que no lo sabría, pero no voy a quejarme ¿eh?," dijo Maralen
haciendo un guiño con un ojo. Para sorpresa de Rhys las hadas no ofrecieron ninguna
réplica sino que mantuvieron su extraño silencio. Bueno, él tampoco iba a quejarse de
ello. Aunque extraño, un descanso de su incesante parloteo era bienvenido.
"Bueno ustedes dos, suban a bordo si van a venir," respondió Sygg. "No hay ni
un momento que perder." Rhys se volvió hacia el merrow y vio que había creado un
nuevo ferry de cambiagua, éste más pequeño y más elegante ya que sólo tenía que llevar
a un par de caminantes de tierra.

164
"Estás herido," dijo Maralen a Rhys dejando que el merrow se quejara acerca de
la mala educación de los viajeros extraños. Ella se acercó a Rhys, seguida en cada paso
del camino por el trío de hadas, cada una de las cuales la miró con la férrea pero amarga
atención de un siervo desagradecido. ¿Qué estaba pasando aquí?
"No, en serio, estoy bien," dijo Sygg, "sólo me dispararon. Ah, y apuñalaron en
el cuello. No es que tú te fueras a dar cuenta, pero… Oh, cállate, Sygg."
Maralen miró las heridas de Rhys, desde las quemaduras de ácido en su pierna
hasta el sangriento bulto en su sien y sacudió la cabeza con preocupación. "¿Qué pasó?"
dijo ella. "¿Dónde están los demás?"
"Brigid atacó a Sygg," dijo Rhys, "y secuestró a Cenizeida. Después de arrojarla
al río."
"¿Por qué?"
"No tenemos respuestas. Sólo conjeturas."
Maralen ladeó la cabeza y por un momento Rhys vio un destello poco
característico de impaciencia en la expresión de la Mornsong. "¿Conjeturas?" Preguntó
Maralen y la impaciencia, si hubiera estado allí, desapareció.
"Nada que valga la pena mencionar ahora," dijo Rhys. "Estoy mucho más
interesado en lo que has estado haciendo."
La extraña mujer sonrió inocentemente. Levantó la vista hacia las hadas
hermanas por arriba y dijo, "Este es verdaderamente un magnífico lugar del mundo.
Ciertamente no vi nada de lo que pasó con la kithkin o tu llameante. Pero por el lado
bueno el trío y yo encontramos tiempo para estrechar lazos, creo."
"¿Lazos?" Dijo Rhys. Se volvió hacia las hadas pero continuó abordando a la
extraña. "¿No hiciste ningún trato, verdad? ¿No entraste en ningún tipo de acuerdo a
largo plazo que implicaría girar una cierta cantidad de oro, o vainas mágicas…?"
"Me llevaron en un tour," dijo Maralen. "Yo había visto relativamente poco del
Bosque Hojas Doradas y ellas estaban con ganas de rectificar eso. Te sorprenderías de
saber cuán lejos y cuán rápido pueden llevarte."
"No," dijo Rhys, "No lo haría." Tomó a Maralen por el brazo y la apartó de las
hadas. "¿Qué pasó?" dijo severamente con su voz un agudo susurro. "¿Qué ha
cambiado? Las hadas se aferran a ti como guardaespaldas. Yo las recuerdo, es decir, yo
las recuerdo aceptando llevarte en tu pequeño viaje de pasada, pero…"
"Creo que se apiadaron de mí. Te lo dije. Estrechamos lazos." Ella miró de
soslayo a Iliona. "Y ahora estamos como uña y carne, ¿eh?"
"Sí," contestó el hada con una inusitada brevedad y para sorpresa de Rhys
ninguno de sus hermanos más pequeños añadió algo al sentimiento. Era como si le
hubieran cortado sus cuerdas vocales.
"Eso... Bueno, eso es impresionante. Cuando ustedes cuatro se fueron no
parecían estar llevándose muy bien," dijo Rhys. "O al menos así lo recuerdo."
¿Lo crees así Rhys? preguntó una voz persistente en su cabeza. ¿No había algo
acerca de todos cayendo… cayendo…? Oh, por el pantano, dijo la voz regañona con
irritación. No puedo recordar lo que iba a decir. Tienes razón, no se estaban llevando
muy bien cuando se fueron.
"Lo recuerdo claramente," dijo después de un momento. Mentiroso, dijo una voz
dentro de su cabeza, pero no le hizo caso. Había demasiados misterios a la vez, y
mientras tanto la vida de Cenizeida pendía de un hilo. Rhys ni siquiera estaba seguro de
si entendía el por qué pero sabía en su corazón que nunca se perdonaría si ella llegaba a
extinguirse.
"Escucha, el trío y yo, hemos hecho un trato, taer," susurró Maralen. "No lo
arruines por mí."

165
"¿Trato? ¿Qué tipo de trato? Yo te dije que no…"
"Ellos me encuentran interesante porque... porque nunca han estado en
Mornsong. Yo soy extraña para ellos y si, en un principio eso les dio una causa para
desconfiar de mi. Pero llegamos a un entendimiento en nuestra pequeña aventura."
"¿Aventura?" Dijo Sygg desde el río donde estaba invocando una pasarela
plateada para mayor comodidad de sus pasajeros. "Pensé que no habían visto ningún
problema."
"Nos explicarás los detalles de este entendimiento," dijo Rhys. "Ahora."
"No hay necesidad de ser brusco." El rostro de Maralen se acomodó en un
puchero. "No estoy siendo muy clara en todos los detalles pero parece que a las hadas
les encanta el material onírico más que casi cualquier otra cosa. El material de mis
sueños parece tener un sabor y una textura que las hadas de Hojas Doradas
encuentran… exótico."
Rhys trató de entender esto. "¿Has negociado con tus sueños?"
"Por así decirlo. Entre tú y yo, yo pensé que estaba negociando con mi vida en
un momento dado… como tú has dicho, no nos llevábamos bien y desde esa altura no
me importaría decirte que tuve miedo. Tal vez ofrecí cualquier cosa y todo lo que tenía.
Ellos se consultaron entre sí, y con esta Oona con la que siempre están hablando, y
entonces decidieron que yo valía más para ellos viva. Viva y soñando."
"Es increíblemente peligroso negociar con las hadas," dijo Rhys. "¿Acaso
Mornsong está tan lejos que ni siquiera sabes eso?"
"Yo soy bastante justa en los tratos," dijo Maralen. "Puede que no sea tan astuta
como los hermanos… o como tú, taer… pero sé lo suficiente como para no intercambiar
algo por nada." Dijo ella y sonrió.
Rhys no le devolvió la sonrisa. "Detalles," dijo secamente. "Y yo te pediría que
dejes de hacer eso."
"¿Dejar de hacer que?"
"Llamarme por mi estatus anterior," dijo Rhys.
"Por supuesto," dijo Maralen "Rhys. ¿Puedo continuar?"
"Adelante."
"Acepté darle a los hermanos pleno acceso a mi material onírico," dijo Maralen,
"todos mis pensamientos y deseos y caprichos pasajeros. A cambio, ellos aceptaron
asistirme y mantenerme a salvo. Me imagino que para ellos es muy similar a la relación
entre un agricultor kithkin y su apreciada vaca lechera. Mientras yo les de lo que
quieren ellos se asegurarán de que esté bien cuidada. Te dije que yo era una viajera,
ta…. Rhys. Ellas me dejarán viajar a lugares que yo nunca había pensado posible ir en
mi vida. Yo no soy como tú, mi amigo. He tenido mucho tiempo para pensar en ello y
creo que estoy cansada de buscar la perfección. En vez de esto estoy lista para buscar
experiencias. Tal vez hay un poco de peregrino en mi sangre, ¿eh?"
"¿A dónde te llevaron?" Con Maralen respondiendo a las preguntas de Rhys, él
quería saber más… mucho, mucho más.
"A todas partes. Por todas partes," dijo Maralen. Juntó las manos y dijo sin
aliento, "Oh, deberías haberlo visto. Fuimos tan alto como el sol y miramos hacia abajo
al Vinoerrante, desde su nacimiento en las montañas todo el camino hasta la punta más
al sur de las tierras bajas."
Rhys sacudió la cabeza. Los elfos eran mucho más difíciles de leer que los niños
kithkin. Estaba claro que las hadas le habían hecho algo a la mente de Maralen,
cambiándola de alguna manera para hacer que su compañía fuera más agradable al
paladar, ya que ella estaba hablando como ningún elfo al que él jamás había oído en su
vida, extraño o no. Le echó un vistazo más de cerca a la Mornsong, buscando cualquier

166
signo de encantamiento o ilusión, pero no pudo detectar ninguna magia en o alrededor
de Maralen en absoluto. Ella seguía siendo mundana aunque todavía misteriosa. Y lo
más extraño de todo era que su historia tenía sentido. Las hadas eran notablemente
inconstantes pero también eran abrumadoramente curiosas. Si llegaban a ver a Maralen
como un dulce al que poder degustar bien podrían pretender ser sus siervos por un
tiempo. Dicho juego no terminaría bien para Maralen y Rhys estaba seguro de que iría
a terminar, de una manera u otra.
"Muy bien," dijo Rhys. Tenía poca paciencia con este misterio en particular y,
además, las hadas estaban claramente cumpliendo cada palabra. Si él seguía
presionando a Maralen seguramente tendría que hacer frente a otra tormenta de
parloteos de la pandilla Vendilion.
Rhys miró al trío de las hadas. Aquello marcó el período más largo de silencio
que había oído hablar de ellos hasta ahora, dejando de lado todas las veces que ellas
habían estado escabulléndose alrededor y murmurando entre sí. Tenía que hacer un
último esfuerzo para obtener información antes de darse por vencido.
"¿Por qué quieren hacer un trato con esta?" Preguntó Rhys señalando con el
pulgar hacia Maralen.
"Oh, todo tipo de razones," dijo Iliona por fin sonando como si fuera mas vieja.
"Para mostrarle a ella quién es el jefe, por ejemplo."
"Para averiguar lo que la hace especial."
"Para ver si tiene algún valor," dijo Endry. "Algún valor oculto, quiero decir."
"Y una vez que todo eso se lleve a cabo…" les impulsó Marelen.
"Hemos decidido mantenerla cerca. La Gran Madre…"
"A la Gran Madre le gustan las cosas especiales," dijo Veesa hablando más fuerte
sobre la explicación de Endry.
"Así que mientras ella nos proporcione algo especial nosotros queremos seguir
recolectándolo."
"En realidad estoy disfrutando de esto un poco demasiado," le susurró Maralen a
Rhys. "Sé que ellos sólo están jugando conmigo. Sé que con el tiempo me van a meter
en un árbol o me van a hacer creer que soy la tía de un boggart."
"Con el tiempo," dijo Rhys. "Y mucho más pronto de lo que piensas."
"Ahora mismo estoy feliz de que hayan dejado de llamarme 'elfa grasienta.'" Ella
parpadeó y luego rompió en una sonrisa. "Lo siento, estoy seguro de que esto no es lo
más importante con lo que tu tuviste que tratar. ¿Acaso no vamos a ir tras Brigid y
Cenizeida?"
"Claro," dijo Rhys y finalmente dio un paso dentro de la nave de cambiagua
reconstituida.
"Yo también quisiera ir," dijo Maralen. "La llameante me salvó de un montón de
problemas con su magia. Me gustaría devolverle el favor en lo más pequeño que
pueda."
"Nosotros también iremos," dijo Iliona.
"Queremos ayudar a salvar a la peregrina y castigar a la desagradable arquera."
"Y proteger nuestra inversión."
"Bien," dijo Rhys. "¡Sygg!" llamó. "Estamos a bordo. ¿Nos puedes hacer volver
a Kinsbaile rápidamente?"
"Sí," dijo el merrow. "A pesar de que va a requerir magia, no músculos. La
magia cuesta más."
"Di cualquier precio que desees. Se te pagará en su totalidad," dijo Rhys. Él no
era un elfo rico, no por las normas mercantiles de los merrow, kithkin, y hadas, pero
tenía más que suficiente guardado en Lys Alana para cubrir los costos de Sygg. Rhys ya

167
había perdido tanto de ese valor infinitamente mayor que la idea de discutir acerca de un
par de hilos adicionales sería casi insultante.
Las hadas murmuraron entre ellas y Maralen dijo, "¿Rhys?"
"Prepárate, Sygg. Tenemos un montón de río que cubrir."
"Seguro que lo ‘tenemos’," respondió el barquero cansinamente.
"Taer, lo siento, Rhys." Dijo Maralen con ojos brillantes. "Me gustaría hacer una
sugerencia. Para acelerar nuestro tránsito."
"Entonces dilo ya."
El rostro de Maralen permaneció animado, la ira ignorada. Ella sonrió con
paciencia.
"¿Qué? ¿Tienes algo que aportar?"
"En realidad, sí." Dijo mirando a las hadas y el trío asintió al unísono. "Creo que
lo tenemos."

168
Capítulo 17

El Taercenn Nath de las manadas Hojas Doradas, el Exquisito alfa que


alimentaba y protegía a la tribu con fuerza y honor, de aquel a quien las canciones
cantaban en el Salón Hojas Doradas de la gloriosa Lys Alana, el Guardián de la
Perfección y Protector de la Nación Bendecida, había empezado a soñar despierto como
un aprendiz aburrido. Pero en donde un aprendiz habría perdido el tiempo soñando con
oro, gloria, o tal vez una fantasía cracia, el Taercenn Nath soñó con matar kithkins. A
veces imaginaba escenarios en los que los kithkin se alzaban contra los elfos y sufrían el
exterminio en masa como resultado. Si él lo sentía como una meditación sobre la táctica
y la estrategia invariablemente se encontraba trazando un asedio a Kinsbaile que luego
se extendía a todos los cuchitriles infestados de ratas que las pequeñas criaturas apenas
sintientes habían construido a lo largo del río Vinoerrante.
Más a menudo pensaba en las muchas maneras en que le gustaría eliminar a
Gaddock Teeg. Desmembramiento. Inmolación. Una larga y lenta muerte en una larga y
pálida pica. Desollamiento vivo. Ahogamiento en una asquerosa cuba de asqueroso vino
kithkin.

169
Había comenzado a entretenerse con otro método de acabar con la vida del cenn,
forzar a Teeg a cortarse su estómago y luego darle los intestinos del necio a los
regresabuesos, cuando el objeto de su oscura fantasía se introdujo de forma importante
a través de la puerta abierta. Nath no creía en las puertas cerradas. Los elfos no les
mentían a sus subordinados y no tenían necesidad de ocultar nada. Sin embargo a Nath
le gustaba oír las idas y venidas afuera de su nuevo cuartel general de campaña, aunque
sólo fuera para mantener un registro de cuántos kithkins eventualmente mataría cuando
finalmente perdiera el control. Teeg había sido el único kithkin al que Nath le había
dicho personalmente que golpeara antes de entrar y, invariablemente, el cenn nunca lo
hacía.
Tal vez un buen desuello, pensó Nath. Doscientos azotes, por lo menos. A sus
hombres les vendría bien el entretenimiento y Teeg debía morir gritando de dolor o no
morir en absoluto.
"Mi taercenn," dijo Teeg. El kithkin hizo una profunda reverencia, demasiado
profunda, y rápidamente, con demasiada rapidez, antes de levantarse para enfrentarse a
Nath y mirarlo audazmente a los ojos.
Con demasiada audacia.
"Teeg," dijo Nath con el ceño fruncido, "escúpelo."
"Sí, gracias, taer," carraspeó Teeg patéticamente. "Tengo un mensaje para usted,
un mensaje importante. Es del Daen Gryffid. El informa…"
"¿Él informa?" rugió Nath poniéndose en pie con furia y arrebatándole el rollo
de la mano sudorosa del kithkin. "¿Cómo se atreve usted a leer un informe ofi…?"
"Como se trata de inteligencia operativa, mi taercenn, supuse que estaba a mi
alcance ofrecerle mi evaluación de la información," dijo Teeg rápidamente. "Pero eso no
es todo."
"¿Y quién le entregó esto a usted? ¿Qué tonto…?"
"Taercenn, yo no elijo a nuestros aliados," dijo el elfo que entró en la oficina en
ese momento. "Pero seguí el procedimiento. Como estaba incapacitado envié el mensaje
a través de un ayudante para su evaluación. Esta criatura era la única disponible."
"¿Criatura? ¿Por qué, yo…?"
"Silencio," le espetó Nath. "Daen Gryffid," continuó él sin perder nada de su
amenaza. "Está claro que usted podría haber entregado esto personalmente si fue capaz
de dárselo a él."
"Taer, yo asumo la responsabilidad de haber enviado a un explorador de vuelta
con ese informe," respondió Gryffid. "Lo hice ayer. Ahora veo que cometí un error.
Como usted no respondió volví para explicárselo personalmente y me ofrezco para
cualquier castigo que considere apropiado. Ciertamente no era mi intención permitir que
un animal leyera mis descubrimientos."
Nath se sorprendió genuinamente de que el kithkin no se hubiera opuesto a haber
sido llamado animal, tal vez él podría ser entrenado después de todo. "¿Y sus
descubrimientos son…...?"
"El informe decía, en esencia, que el traidor volvería pronto e incluía un plan de
emboscada. Desgraciadamente las circunstancias han hecho que la mayor parte de ese
informe sea obsoleto."
"¡Escúpelo antes de que te haga limpiar los establos de saltanejos!" rugió Nath
hirviendo de impaciencia.
"La kithkin regresa con la prisionera llameante. Ella ha sido extinguida, pero
todavía hay un par de horas en las que…"
"Bien," dijo Nath, "¿y la nueva información?"

170
"Ella está regresando a través de arcovolador," dijo Gryffid, "un artilugio
kithkin que le da a un usuario experimentado el poder de volar. Sin embargo…"
"Sin embargo," dijo Nath oscuramente.
"Parece que Rhys, también, ha ganado ese poder. Se dirige hacia aquí con esa
extraña Mornsong. Ellos estan… bueno… volando, taer."
"Ridículo."
"El traidor ha sido visto en compañía de hadas. Son sorprendentemente fuertes,
para ser insectos, taer."
"Tal vez este no sea el problema que parece," ofreció el cenn. "La arquera Baeli
sabe que el tiempo es fundamental. Ella se dirigirá directamente al tejo rojo."
"¿Y?" dijo Nath.
"No, creo que entiendo a donde él se está dirigiendo," dijo Gryffid y corrió el
riesgo de ofender a su taercenn al permanecer un paso por delante. "Podríamos situar
arqueros en lo alto de los edificios que rodean la plaza. Gracias a la forma en la que el
bosque se eleva sobre esos edificios estaríamos ocultos del homicida hasta que le sea
demasiado tarde. Podríamos tomarlos completamente por sorpresa."
"Sí," dijo Nath. "Podría funcionar." Estaba un poco molesto por no haber sido él
el que había pensado en esto pero no había llegado a convertirse en el taercenn por
permitir que tales molestias le impidieran tomar ventaja de un excelente plan. Ya habría
tiempo para disciplinar al Daen Gryffid más tarde. Dicho esto desde luego que el no iba
a permitir que su subalterno pensara que él había resuelto todo. Se dirigió hacia el mapa
de Kinsbaile que Teeg mantenía en la pared trasera de la cámara. "Si, esto es, usted
coloca druidas de batalla aquí, aquí, aquí, y aquí. Que no dependan de flechas de fuego
o golpes de suerte. ¿Entiende?"
"Sí, mi taercenn."
Nath se giró hacia el kithkin. "Déjanos," ordenó.
"Pero…" comenzó a decir Teeg pero lo pensó mejor cuando vio a Nath arquear
una ceja. Hizo una profunda reverencia y se marchó retrocediendo a través de la puerta.
"Mi taercenn," repitió Gryffid pero esta vez se trató de una forma educada de
decir, "¿y…?"
"¿Tienes algún elfo de tu confianza?" le preguntó Nath.
"Confío en él lo suficiente como para derribar a Rhys," dijo Gryffid. "Aeloch es
su nombre. Ha llegado lejos en poco tiempo."
"Asegúrate de que esté preparado para manejar a los druidas. Ellos pueden ser
espinosos," dijo Nath. "Tú y yo, sin embargo, estaremos en otro lugar."
"¿Taer?"
"Este traidor," dijo Nath y se permitió un suspiro de exasperación. Sacó un
pergamino de la mesa de Teeg y sumergiendo una pluma en un tintero comenzó a
escribir. "Este traidor ha escapado de la muerte y lo ha hecho a menudo."
"Lo ha hecho, taer," asintió Gryffid. "Taer, esto tiene que ver con su…"
"Entonces tenemos que estar preparados, ¿verdad?" preguntó Nath directamente.
Terminó de escribir y le entregó el pergamino a Gryffid. El taercenn asintió, indicándole
al daen que leyera el mensaje. Este decía así:

El cennn no es de fiar, aunque por ahora debe ser tolerado. Si él se entera del plan hay
una posibilidad de que la extraña o el traidor puedan adivinarlo.
Lleve adelante la emboscada en la azotea pero mantenga la mitad de sus fuerzas como
refuerzos, incluyendo sus parracreados. Todos sus parracreados. Encuéntrenos en la
siguiente posición:

171
El resto del mensaje describía en donde debía acechar la manada de Gryffid.
Nath no dejaba nada al azar. Gryffid sólo esperó que cuando Rhys finalmente pagara
por su traición él estuviera allí para ver a su ex daen destruido, a si fuera que los druidas
de batalla hicieran el trabajo, o Nath, o Gryffid mismo. Cada hora en la que Rhys seguía
existiendo era un insulto a los elfos de Hojas Doradas y a la memoria de los cazadores
nobles que habían sido víctimas de su abominable magia.
Incluso a los elfos que ocultaban su propia desgracia visual, por el bien de la
nación. Era una hipocresía con la que Gryffid se estaba poniendo lentamente de acuerdo
y que no molestaba a Nath en lo más mínimo.

* * * * *

"¿Cuántas horas nos quedan ahora?" preguntó Rhys. Miró con ojos entrecerrados
hacia el sol hundiéndose y los vientos penetrantes, lágrimas involuntarias se deslizaron
por su cara. El habría dado los hilos de toda una semana por un par de las gafas de plata
que su presa se había colocado sobre sus ojos una vez que ella los había llevado al aire.
"Seguramente seré inexacta," dijo Maralen, "pero si tú asumes que la kithkin te
dijo la verdad y nosotros suponemos lo peor, es decir aproximadamente la mitad de un
día, entonces a la llameante le quedan tal vez entre una y tres horas."
"¿Por qué no podemos alcanzarlos? Ella está volando un arco."
"¡Más rápido!" gritó Iliona con voz estridente y ensordecedora que fue lo más
cerca que pudo llegar a un bramido. "¡Ustedes rebaño patético de escarabajos peloteros!
¡Ustedes pueden volar más rápido que esto! ¿Qué son, ardillas voladoras? ¿Son kithkins
gordos y perezosos? ¡Pongan sus alas en ello!"
"¡Ya la han oído!" gritó Veesa en apoyo.
"Sí," agregó Endry, "¡Agiten esas alas, boggarts del pantano!"
"¿‘Boggarts’? Endry, no hay necesidad de insultarlos," dijo Veesa.
"Sólo me estoy metiendo en el espíritu," respondió Endry.
"Sólo son voluntarios," dijo Veesa. "Capullos recién nacidos, todavía ni pueden
hablar."
"¿Eso no es un poco ingenuo, Veesa?" preguntó Endry inocentemente.
"¡Vete al pantano!"
"¡Tú, vete al pantano!"
"¡Por el amor del pantano! ¿Se pueden concentrar ustedes dos de una buena
vez?" gruñó Iliona.
"Lo siento Iliona," respondieron los gemelos al unísono, pero uno de ellos, Rhys
no pudo decir cual, añadió por lo bajo, "Dos veces tú al pantano."
El trío estaba posicionado a la cabeza de la pareja volando, ladrándole a las dos
docenas de otras hadas mucho más jóvenes que transportaban a Maralen y Rhys. La
pandilla se había sentido feliz de señalar que podría haber sido más fácil haber
transportado sólo a Rhys pero no tan lejos como él hubiera querido ir. Era un modo
angustioso de viajar para los pasajeros, pero eficiente. Rhys no podía recordar cuando
había sido la última vez que él había estado en una posición tan improbablemente
mortal pero tuvo que admitir que nunca hubiera logrado volver a la ciudad a tiempo si
no se hubieran arriesgado a un plan tan loco como este. Y en privado tuvo que admitir
que le impresionó que el trío hubiera sido capaz de reunir la ayuda de tantos de sus
parientes pero imaginó que las otras hadas estaban simplemente esperando estar allí
cuando los elfos alcanzaran el suelo.
Se estaban moviendo rápido, muy rápido, y hasta el momento las hadas no
habían manifestado ningún signo de cansancio, pero habían perdido mucho tiempo

172
valioso para encontrar a la kithkin traidora. Se habían acercado hasta unos cuatrocientos
metros del arcovolante de Brigid pero durante la última media hora no habían
conseguido ganar más terreno.
Peor aún, no había nada que ellos pudieran hacer para detener a la kithkin a esa
distancia. Rhys era muy consciente de que él no tenía ningun arco y las pocas armas que
Sygg les había proporcionado no servían de nada a esa distancia. Había considerado
enviar a algunas de las hadas para hostigar a la kithkin pero eso planteó la incómoda
pregunta: ¿aunque él pudiera hacerlo eso no pondría en riesgo a Cenizeida? Era obvio
que matar a Brigid no le traería nada bueno a la llameante y una caída desde esa altura
probablemente rompería su cuerpo moribundo sin posibilidad de reparación. Y si la
caída no la mataba la pérdida de tiempo haría el truco. Su instinto de cazador quería
perseguir a esta traidora y masacrarla pero su mente racional le dijo que el mejor curso
de acción era seguirla. Después de todo Rhys había tenido razón en una cosa: Si
Cenizeida lograba curarse Kinsbaile era el lugar más probable donde podría hacerlo y la
kithkin lo estaba llevando allí de todos modos. El curso sensato era seguirles y llegar al
mismo tiempo, recuperar a Cenizeida de la arquera traicionera y buscar la magia
elemental que pudiera reavivar sus llamas moribundas. Con un poco de suerte la kithkin
estaría demasiado ocupada escuchando cuentos para darse cuenta. En cuanto a los elfos
que ocupaban la ciudad… esa era la otra pregunta difícil.
La única respuesta que él tenía lo llevaría aún más lejos por el camino
irredimible del asesino de su raza.
"Ya hemos apostado un hilo, ahora todo el rollo," murmuró Rhys. (*)

* * * * *

"Gaddock Teeg, usted dijo que los elfos ya se habrían ido para este entonces,"
dijo Colfenor suavemente, o tan suavemente como pudo. "Todos salvo mi aprendiz y él
iban a tener otras tareas. Él no iba a volver aquí." El cenn kithkin se había aprovechado
de la destitución de Nath para consultar al tejo y para advertirle que ese momento era
inminente. Pero hasta el momento para Teeg sólo había críticas. ¡Que cansado estaba de
que lo criticaran! Sin embargo el tejo continuó. "¿Por qué todavía mantienen a este
pueblo como rehén? ¿Dónde está Rhys de los Hojas Doradas?"
"En camino, aunque temo por su vida. En lo que respecta a los propios elfos,
¿qué puedo hacer yo, Sabio Colfenor?" preguntó Teeg. Le tomó toda su habilidad de
hablar respetuosamente para alejar el temblor de su voz. "Ellos están aquí. Quieren
seguir estándolo. Y si usted no puede detenerlos, ¿cómo puedo hacerlo yo?"
"Usted sabe mejor que nadie que los kithkin no son débiles," dijo Colfenor. "Así
que por favor, Teeg, no me insulte."
"Por supuesto que no, mi sabio," tartamudeó Teeg. "Yo simplemente…"
"No importa," retumbó el tejo con desdén volviendo sus ojos a los elfos tomando
posiciones en los tejados de los alrededores. "El se ha vuelto sentimental con respecto a
esta llameante, como he predicho que lo haría. No se arriesgará a matarla. Puedo
sentirlo. No tiene ni idea de que lo puedo leer tan fácilmente desde esta distancia."

173
"La arquera Baeli traerá a la llameante a tiempo, mi sabio," intervino Teeg.
"Hasta el último kithkin en la ciudad está dispuesto a que ella tenga éxito y la trama
mental es algo muy poderoso."
"Lo es en
eso," admitió
Colfenor. "Pero no
sobreestime ese
poder. Este se basa
en los números, y
los números puede
ser reducidos."
"Por
supuesto, por
supuesto," dijo el
cenn
distraídamente.
"Pero en cuanto a la
otra... visitante,
estamos listos para
eso, también."
"No tengo
ninguna duda," respondió el arbóreo.
"Su aprendiz," dijo Teeg. "¿No está preocupado? Los elfos…"
"Teeg, yo no escojo a mis estudiantes a la ligera," dijo Colfenor. "Rhys
sobrevivirá, a pesar de tus intentos de eliminarlo."
"¿Qué? Pero Sabio, yo no…"
"Lo hiciste y Brigid Baeli intentó llevar a cabo tu orden. ¡A mi no me mientas!
Si yo hubiera esperado que tuvieras éxito nunca habría permitido a tus polillas escapar
de mi vista."
"Pero…"
"Está hecho," rugió Colfenor, "y yo tengo preocupaciones más importantes que
tu traición en este momento. Pero traicióname otra vez y esa será tu última vez."
"Yo… sí, Sabio Colfenor. Lo siento."
"Tal vez deberías disculparte por haber sido capturado," le reprendió Colfenor.
"Pero eso no viene al caso. De todos modos mi estudiante tiene algún tipo de protección
adicional."
"¿La Mornsong?" preguntó Teeg. "¿Esa extraña?"
"La que se llama Maralen. Ella es un misterio para mí. Todo lo que puedo sentir
es que ella es más fuerte de lo que ha dejado entrever. Y ella está decidida a mantener a
Rhys vivo."
"Mi sabio, ¿pone su fe en esa extraña?"
"Ella tiene todas las razones para asegurar la supervivencia de Rhys." Dijo el
tejo rojo. Echó una última mirada a los cazadores y druidas alineándose en los tejados y
luego volvió su rostro de madera de nuevo al cenn, mirando justo sobre la cabeza de
Teeg. Cuando volvió a hablar lo hizo más fuerte, jovial y amistoso. "Está bien, Cenn.
Creo que, como es costumbre, su asiento de primera fila está disponible."
El tejo rió entre dientes y varias docenas de voces kithkin rieron en señal de
acuerdo. Teeg echó un vistazo alrededor y se dio cuenta de que en los pocos minutos
que había pasado hablando con Colfenor la plaza se había repleto de kithkin reunidos

174
para escuchar los cuentos. Los elfos parecían haberse quedado quietos en los tejados,
esperando soltar su trampa.
Teeg asintió amablemente al tejo y se giró hacia la gente del pueblo con la
sonrisa más encantadora que pudo sacar en ese momento. "Gracias a todos por venir,"
dijo. "¡Es hora de otra noche inolvidable de cuentos, la primera noche del Festival de
Cuentos de este año, de la que yo creo que todos estamos de acuerdo debería resultar
todo un éxito!" Teeg esperó unos momentos por aplausos que no vinieron y luego siguió
adelante. "Demos gracias al sabio Colfenor por agasajarnos con sus propios cuentos y,
por supuesto, su presencia." Esta vez un puñado de aplausos rodó por la plaza
incluyendo algunos de sorprendidos rezagados apilados en las márgenes de la audiencia
cada vez mayor.
Y diciendo eso, Teeg se inclinó, se inclinó de nuevo, y se trasladó al confortable
y acolchado asiento que estaba reservado exclusivamente para él. No hubo más aplausos
pero un creciente sentido de la anticipación se extendió rápidamente a través de la
ciudad. La trama mental era fuerte en Kinsbaile y nunca era más fuerte que cuando cada
kithkin a la vista estaba esperando ansiosamente el comienzo del primer día de cuentos,
sobre todo los cuentos que involucrarían a su heroína, la incomparable Brigid Baeli. Y
en algún lugar lejano Teeg sabía que la heroína de Kinsbaile sintió la fuerza en su
creencia, aunque Teeg y Colfenor habían torcido esa creencia para causar que la heroína
actuara notoriamente distinto a su personaje.

* * * * *

"Ahora si estamos cerca de Kinsbaile," dijo Rhys. "Iliona, ¡parece que nos
dirigimos directamente a la plaza del pueblo!"
"Sí taer, Capitán Rhys, taer," respondió el hada con elegancia.
"No me llames 'Capitán'," dijo Rhys. "Ahora, escuchen. Esto va a ser
complicado. Tan pronto como Brigid y Cenizeida aterrizen nosotros tenemos que hacer
lo mismo. Luego tendremos que convencer a la kithkin para que ayude a salvar a la
llameante. Dudo que ellos se abran a esa idea, por no decir nada de lo que los elfos van
a tratar de hacer. Pero no estamos aquí para quedarnos o para escuchar cuentos."
"¿Supongo que entonces vas a necesitar un aventón de regreso?" silbó una de las
hadas flotando en su hombro.
"Tú, tranquila," le espetó Iliona.
Rhys suspiró. Cuanto más se acercaban a Kinsbaile más fuerte se hizo la
sensación de que Colfenor le había traicionado. "Tenemos que encontrar a un kithkin
que pueda contactar con este fuego elemental, sin importar como se haga."
"¿Y entonces todos volveremos a la Espesura?" preguntó Maralen.
"Si logramos llegar al río." Asintió Rhys. "Y si Sygg ha vuelto a Kinsbaile."
"Tú ya no confías en tu propio mentor, Rhys," dijo la extraña Mornsong. "Lo
llevas escrito en el rostro. ¿Por qué estás decidido a volver a la Espesura? ¿Por él?"
"Yo hice un juramento," dijo Rhys, "uno de muchos. Y no es negociable en mi
final, aun cuando Colfenor sabía lo que estaba planeando Brigid. Y todavía no estoy
seguro de si lo hizo."
"Entonces, ¿qué quieres que hagamos nosotros, taer?" preguntó Iliona.
"Manténgannos en la estela de la kithkin y no la superen cuando desacelere, no
queremos derribarla del cielo."
Como si fuera una señal, dos explosiones de energía verde oscura se estrellaron
contra Rhys y Maralen simultáneamente, y dos docenas de hadas jóvenes murieron en
un instante sin siquiera tiempo de chillar cuando la magia druídica las secó como

175
ramitas. La energía sólo había sorprendido a Rhys pero ahora ellos estaban cayendo, y
cayendo más rápido de lo que a él le hubiera gustado. Rhys vio a varios kithkin reunidos
alrededor de un tejo rojo conocido que volvió su rostro hacia arriba y le miró
directamente a los ojos.
Trata de no ponerte tenso, resonó la voz de Colfenor en su cabeza.

* * * * *

"¿Rhys?"
Un par de manos lo sacudieron por los hombros.
"¡Rhys!" dijo la mujer con más urgencia. El reconoció la voz pero no pudo
recordar a quién pertenecía. ¿Maralen? Sí, Maralen… ese era su nombre.
Rhys parpadeó para abrir ojos húmedos con sangre. Los suyos. Se tocó con
cautela una herida desagradable que corría entre los muñones de sus cuernos desde la
que fluía sangre libremente, e instintivamente susurró una simple hechizo de sutura, uno
que no requería reactivos, que cerró la herida. Más tarde tendría que aplicar puntos de
sutura reales o una magia de curación mejor pero por el momento eso apartaría la sangre
de sus ojos y de su cabeza si era cuidadoso.
Parpadeó de nuevo y la neblina roja se disipó en un instante. Rhys recordó dónde
estaba y cómo había llegado hasta allí. Las hadas…
Las hadas que les habían llevado ya no estaban y la pandilla Vendilion había
desaparecido. Rhys y Maralen yacían en un pequeño círculo de musgo esponjoso que
los había salvado milagrosamente de mucho más que contusiones. Decenas de kithkins
de ojos muy abiertos los rodeaban.
Rhys vio a Colfenor junto con Brigid y el cuerpo inmóvil de Cenizeida. Algunos
de los kithkin ayudaron a la arquera a ponerse de pie mientras que otros se llevaron a
Cenizeida y la estaban… ¿apoyando contra el tronco de Colfenor?
"Colfenor," dijo Rhys con voz ronca. "¿Por qué?"
No hubo respuesta, mental o de otra manera, durante varios segundos. Entonces,
justo cuando Rhys y Maralen habían recuperado su equilibrio, se produjo una respuesta
de otro tipo, aunque no desde Colfenor.
"Tal vez una pregunta mejor," preguntó Nath mientras salía de la puerta principal
de la oficina del cenn "sería ¿como es que alguna vez pensaste en que ibas a salir de
aquí con vida, asesino de tu raza?"
A Rhys le dolía todo su cuerpo. Había perdido más sangre de la que ni siquiera
sabía que tenía y aún tenía que recuperarse del gasto total de energía que había utilizado
para reparar el brazo de Brigid, otra "buena acción" que le iba a traer malignas
repercusiones en el largo plazo. Maralen parecía igual de cansada.
El se giró desafiante a su antiguo taercenn. "Llámame lo que quieras," dijo,
"pero no me alejarás de esa llameante. Tú me conoces, Nath, y yo te conozco, incluso si
no vas a decir mi nombre. Incluso en estas condiciones yo te puedo ganar en una pelea
justa."
"¿Tú crees que esta es una ‘pelea justa’?" dijo Nath y luego se echó a reír.
Nath chasqueó los dedos y Rhys oyó una voz familiar, la de Gryffid, dando la
orden para dejar caer las ilusiones.
En el momento en que lo hizo Rhys vio que él, y probablemente todo Kinsbaile,
por no hablar de Maralen o la moribunda Cenizeida, fueron totalmente superados en
número.
Había elfos por todas partes, por supuesto, saliendo de detrás de sus ilusiones de
invisibilidad para apuntar flechas y espadas en su dirección. Más desconcertantes fueron

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los parracreados. Los parracreados eran ingeniosos y hermosos pero éstos sólo habían
sido creados con una mente para matar y que aparecieran de pie en medio de Kinsbaile
envió una oleada de repulsión a través de Rhys. A él nunca le habían agradado
particularmente los parracreados aunque podía apreciarlos estéticamente. No era su
apariencia sino la idea misma de los parracreados lo que le hacía sentir tan incómodo. A
él no le gustaba ningún tipo de magia que le impidiera a un cazador ser un cazador. Con
la creación de los parracreados los elfos se convertían en amos de esclavos y bordeaban
la nigromancia. Rhys contó por lo menos diez, muchos de los cuales estaban
posicionados fuera de los grandes edificios que rodeaban la plaza. Es cierto que eran
eficaces y una manera de hacer que incluso los seres más inútiles sirvieran a un hermoso
fin para la nación Hojas Doradas. Aún así, a Rhys realmente le molestó que Nath
hubiera decidido confiar en ellos tan fuertemente.
Por último Rhys vislumbró al daen que había dado la orden de dejar caer las
ilusiones. Gryffid caminó entre los soldados, un sable de plata en su mano, claramente
decidido a desafiar a Rhys en ese mismo momento.
"Bueno," dijo Rhys inclinándose por un momento para recoger un pedazo suelto
de adoquín que sirviera como arma hasta que pudiera conseguir algo mejor, "No creo
que podamos hablar de esto como elfos razonables."
"Voy a disfrutar viéndote morir asquerosamente," dijo Gryffid. El daen dio otro
paso hacia delante pero Nath lo detuvo en seco.
"Daen Gryffid," dijo el taercenn, "déle su espada a Rhys."
Rhys no pudo decir que conmocionó más a su antiguo amigo: que Nath hubiera
llamado a Rhys por su nombre o que el taercenn le hubiera ordenado a Gryffid que le
diera su arma.
"Taer," objetó él, "ese bandido…"
"Déle su espada, Daen," dijo Nath. "He decidido concederle a este elfo la muerte
de un cazador."
"Te ha llamado ‘elfo’," susurró Maralen. "Eso es bueno, ¿no?"
"Supongo," respondió Rhys. "Y estaría extasiado si no fuera por la parte de la
‘muerte’."

(*) Nota del Traductor: Frase de Lorwyn equivalente a “Ya estamos en el baile, así que
bailemos.”

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178
Capítulo 18

Rhys miró fríamente a la empuñadura de la espada que Gryffid le ofreció. Su


antiguo amigo se dirigió directamente hacia él hasta que el arma quedó a menos de una
pulgada inquebrantable de la cara de Rhys. Rhys se aseguró de que su cabeza
permaneciera tan quieta como la hoja, el puente de su nariz y el centro de la espada
fijados en un perfecto equilibrio estático. Sus ojos se clavaron en los de Gryffid
mientras habló. "Maralen," dijo, "vete de aquí. Hazlo ahora."
"No te voy a dejar aquí solo," respondió Maralen.
"Esa ya no es su decisión." La profunda y suave voz de Nath fue por una sola
vez un gruñido más que un trueno. "Rhys y todos los que estén con él responderán por
sus crímenes."
"Toma la hoja, traidor." Dijo Gryffid empujando el mango de la espada hacia
adelante hasta que rozó la nariz de Rhys. "Quiero verte sangrar."
La fuerza principal de los elfos se apartó cuando el taercenn bajó por las
escaleras y pasó através de sus filas. El Exquisito se detuvo a seis metros de Gryffid y

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Rhys, magnífico en su armadura reluciente y temible en la luz de las antorchas. Sus
cuernos brillaban como acero pulido.
"Daen Gryffid." La voz de Nath fue segura y formal. "Llévese a su manada a la
puerta. Si la Mornsong intenta pasar, mátela. Si esas asquerosas hadas interfieren
también mátelas." En ese momento Rhys vio a la pandilla volando en tristes círculos por
encima, lamentándose por sus parientes perdidos a manos de los elfos.
"Con mucho gusto, taer." Gryffid dejó caer la hoja de plata y se alejó antes de
que aterrizara en el suelo. Rhys no se movió. Sus ojos estaban fijos en Nath. La
expresión del taercenn era feroz y hambrienta pero él se quedó absolutamente inmóvil,
real y magnánimo en su paciencia.
Si hubiera sido un espectador en lugar de un actor Rhys se hubiera compadecido
de la escena: un solitario proscrito harapiento contra el magnífico comandante de los
Bendecidos en completas regalías marciales. Empujó esta imagen a un lado. Su estatus
en la nación ya no tenía ninguna relación más, sobre todo allí. Nath y Gryffid pretendían
destruirlo por completo. El rango y el respeto no lo salvarían, ni la falta de ello le haría
mucho más daño, caería o sobreviviría solamente dependiendo de su habilidad,
velocidad y fuerza. Si Nath y Gryffid realmente eran superiores entonces Rhys
moriría… y parte de él sabía que tal vez debería.
Por el pantano infernal, su vida no terminaría antes de que él resolviera los
enigmas que la habían deshecho… Tampoco permitiría que Cenizeida o Maralen
sufrieran el mismo destino en su nombre.
"Maralen," dijo Rhys, "esto es asunto mío y solo yo debo resolverlo." Rhys
rompió el contacto visual con Nath y se volvió hacia Maralen. "No discutas."
"Muy bien," dijo Maralen. "Pero tu y yo no hemos terminado. Te encontraré
cuando todo esto termine."
Rhys asintió. "Hasta entonces."
Oyó zumbar las alas las hadas y luego una ola de voces excitadas.
"¡Hadas, vámonos!"
"¡Gemelos, tenemos nuestras órdenes! ¡Vamos a poner a esta elfa grasienta en el
camino!"

* * * * *

Gryffid gruñó y pasó corriendo al lado de Rhys, su escuadra moviéndose detrás


de él en perfecta formación para seguir sus órdenes, aún cuando las hadas audazmente
dejaron en claro que iban a pasar por la puerta.
Nath marchó hacia adelante hasta que estuvo a diez pasos de Rhys. "Ahora,
asesino de tu raza," dijo, "recoge la espada."
Rhys miró al arma de plata. El se había dividido entre dos disciplinas que habían
competido por la mayor parte de su vida: la profunda auto-reflexión del sabio arbóreo y
el estricto pragmatismo militar de la nación élfica. Las enseñanzas de Colfenor le habían
llevado a este desastre, en un sentido, pero también lo habían sostenido a través de las
pruebas en el camino. No había ninguna razón para renunciar a esas enseñanzas y
retomar el papel del guerrero. Los dos caminos que había seguido convergieron en él y
él sacó fuerzas de cada uno.
El desgraciado elfo se agachó lentamente, deliberadamente, y se apoderó de la
espada de plata. Apretándola con fuerza, se puso de pie, levantando la ancha hoja,
comprobando su peso, y mirando su borde afilado con un ojo apreciativo. Era un arma
maravillosa, digna de un daen Impecable, tal vez incluso digna de un general Exquisito.

180
Rhys cortó el aire. Asintió con la cabeza a Nath y el ejército de elfos y
parracreados retrocedió, formando un círculo alrededor de los dos combatientes.
La mente de Rhys zumbó mientras trabajaba a través de un plan de ataque.
Estaba seguro de que era por lo menos igual a Nath pero no había manera de que el
taercenn permitiera salir derrotado en este entorno similar a una arena. Un forajido
como Rhys no tenía derechos y un Exquisito como Nath no le debía ninguna
consideración justa. Si las cosas se ponían feas para Nath era casi seguro que su
segundo al mando intervendría para preservar el honor del taercenn. Luego de eso Nath
podría objetar o incluso matar a aquellos que hubieran interferido… pero Rhys y los
demás estarían igual de muertos.
Sólo había una manera de asegurarse de que Nath atacaría solo, una manera de
establecer que Nath y sólo Nath diera un golpe letal.
El taercenn sacó su propia espada de plata que era aún más grande y más
impresionante que la cuchilla prestada de Rhys. "Comienza," dijo. "No voy a manchar
mi espada con el primer golpe."
Rhys sacudió la cabeza. "No, taercenn. No voy a darle el gusto. Usted me
prometió la muerte de un cazador."
"Tu blasfemia no conoce límites," dijo Nath. "Tú no eres nada. Tú no tienes ni
voz ni voto en lo que constituye la muerte de un cazador."
"Ni tú, Nath. ¿Tú te haces llamar un cazador? Parece qué has quedado medio
domesticado y gordo a través del comedero de un guardabosque. Has pasado demasiado
tiempo en tu palacio, Exquisito. Aquí en el bosque nosotros cazamos cosas que a su vez
nos cazan. "
"Yo no necesito vencerte," dijo Rhys en voz alta. "Sólo tengo que escapar de ti.
Si eres la mitad de cazador de lo que pretendes ser tu victoria está asegurada. De lo
contrario... tu manada te verá como el débil zoquete hogareño que eres."
"¡Silencio!" rugió Nath. Levantó su espada y dio un paso hacia adelante.
"Aquí," gritó Rhys. "Déjame hacer sonar el cuerno." Echó hacia atrás la espada
de Gryffid y la arrojó hacia adelante, poniendo todo su peso y toda la fuerza que tenía
en el tiro. La hoja reluciente salió dando vueltas, zumbando hacia el rostro de Nath. El
taercenn esquivó ágilmente hacia un lado, dejando que la espada pasara volando más
allá de él. Esta se enterró en el tronco de un roble cercano enviando un estremecimiento
por el árbol que hizo caer varias hojas.
Rhys salió corriendo hacia el río tan pronto como la hoja salió de su mano.
Llegó al límite del círculo de cazadores y embistió contra la multitud de elfos
observando, arrojando a varios hacia atrás y despejando un pequeño espacio por donde
poder maniobrar. Insultos y espadas pasaron por delante de él cuando subió a los
hombros de dos parracreados aventadores. Plantó el pie derecho sobre la cabeza de un
parracreado, agrupando los largos músculos de ambas piernas, y saltó en el aire sobre
las cabezas de las manadas de Nath.
Rhys aterrizó más allá de la multitud y rodando se puso en pie. Voces rugieron y
gruñieron detrás de él; espadas salieron de sus vainas a la vez. El elfo vio el río
acercándose mientras corría y se zambulló, lanzándose por el aire como un arpón con
los brazos extendidos sobre la cabeza. Cayó al agua y cortó a través, luchando contra la
corriente mientras permaneció el mayor tiempo posible por debajo.
Cuando salió a la superficie los sonidos de la persecución eran más fuertes y más
furiosos que nunca. Unas pocas antorchas y flechas cayeron a su alrededor pero la
corriente y el viento y su nado en zigzag frustraron la puntería de sus perseguidores.
Oyó el repique de un cuerno real, el sonido limpio y puro de un lord Exquisito
llamando a sus perros a sus talones.

181
"¡Cobarde!" gritó Nath con rabia. "Usaré tus restos como abono en los huertos
de ortiga." Hubo una pausa y entonces el cuerno volvió a sonar. En respuesta Rhys
escuchó a toda la manada marchar hacia adelante, sus pies haciendo temblar el suelo y
sus gritos de sed de sangre en sus labios.
Rhys redobló sus esfuerzos, estirando su cuerpo largo y delgado a través del río.
Cuando emergió en la orilla opuesta se volvió hacia Kinsbaile. Decenas de elfos ya
estaban cruzando el río, nadando como lo había hecho Rhys. El mismo Nath había
montado su cérvido de piernas largas y, mientras Rhys miraba, le espoleó para meterse
en el agua. Cuando el río llegó al pecho del enorme corcel este saltó hacia adelante,
levantando una ola gigante cada vez que brincó o aterrizó.
Rhys se volvió y echó a correr hacia el bosque. La caza ha comenzado, se dijo. Y
yo soy la presa.

* * * * *

Con la ventaja que Iliona y sus hermanos tenían ellos podrían haber llegado a la
mitad del bosque antes de que Gryffid y su manada los alcanzaran. Maralen tenía otras
ideas.
Las hadas la habían llevado adelante sin vacilar, sin siquiera pensar en ello,
levantando a la extraña con la misma magia que habían utilizado antes, aunque esta vez
fueron las hadas las que se hallaban encarceladas y enjauladas por Maralen.
"Aquí," dijo Maralen como pidiendo otro terrón de azúcar en su té, "bajemos
aquí."
"Están demasiado cerca," dijo Iliona.
"Yo aún no veo a Sygg."
"Tenemos que llegar allí primero. Yo hice una apuesta."
"Abajo," dijo Maralen. "Aquí."
Las hadas desaceleraron y con cautela bajaron a tierra hasta que los pies de
Maralen tocaron el suelo.
"Ya saben lo que tienen que hacer," dijo la mujer de cabello oscuro.
"Sí," respondieron juntos.
"Adelante, pues. Fuera de mi vista. Esperen mi señal." Maralen sonrió levemente
pero su voz fue tan filosa y fría como un témpano. "No me decepcionen, queridas mías."
Iliona y sus hermanos se separaron subiendo hasta las ramas más bajas del árbol
detrás de Maralen y se escondieron entre las hojas. Nada de lo que la extraña hizo tuvo
algún sentido para Iliona pero ella no se atrevió a desobedecer. Todavía no.
Maralen se apoyó casualmente contra el tronco del árbol y esperó. Los sonidos
de los pies de los parracreados se acercaron e Iliona sabía que eso significaba que los
elfos de la partida estaban aún más cerca. Efectivamente, momentos después el Daen
Gryffid salió de las sombras, su larga daga preparada a su lado.
"Tú allí," le exclamó a Maralen, "quédate donde estás."
"¿O qué?" respondió la mujer. "Ya has amenazado con matarme sin importar lo
que haga. Ya no te quedan gran cantidad de amenazas que hacer."
"Silencio. ¿Dónde están las hadas?"
"Ves, no deberías pedir silencio y luego hacer la pregunta." Maralen rió. "Hace
que su significado sea un poco confuso."
"Mornsong, te mataré, pero no antes de saber dónde…"
"No tienes remedio. Lástima," dijo Maralen. "Se han ido. Fueron por delante
para encontrarse con el merrow. Me dejaron completamente sola."

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"Seguro," dijo Gryffid. Hizo un gesto con su mano libre y seis arqueros elfos
salieron detrás de él, sus arcos tensos y sus flechas apuntadas a Maralen.
"No. En realidad no," dijo Maralen. Ahora.
Iliona, Endry y Veesa pasaron velozmente al lado de los elfos con sus espadas
desenvainadas, rayas brevemente visibles de polvo de estrellas que cortaron las cuerdas
de cada arquero antes de que una sola flecha saliera volando. Los proyectiles nunca
llegaron a tierra pero segundos más tarde tres de los seis arqueros cayeron en una
secuencia perfecta, aferrándose a las flechas traspasando sus cuellos desde sus gargantas
hasta sus columnas vertebrales. Las hadas arrebataron tres flechas más de la aljaba del
sexto arquero y un instante después los tres elfos restantes cayeron gritando.
"Ese viejo truco," dijo Veesa. "Necesitamos algo de material nuevo."
"Es un clásico," se opuso Endry.
"¿Y qué, entrar por un oído y salir por el otro no es un clásico?"
Iliona hizo una pausa, esperando que Maralen contribuyera, confirmara o
castigara esta desviación de sus órdenes. Ultimamente ella se había acostumbrado a
esperar que la gente grande que se hallaba más próxima le dijera invariablemente que se
callara, o se quedara en silencio, o desapareciera. Eso ella lo podía soportar. Pero
cuando nada más que silencio llegó ella lo encontró tan inquietante, sobre todo después
de un truco tan brillante, que Iliona terminó la discusión antes de que la extraña hablara.
"Muy bien, entonces," dijo con firmeza. "Clásicos."
Gryffid escupió una maldición a las hadas. Blandió su espada hacia Maralen y
dijo: "Ellas no te pueden salvar de esto."
"¡También pueden! ¡También pueden!"
"¡Sólo mira!"
"A callar, ahora," dijo Maralen. Las hadas quedaron en silencio. "Él es mío." Ella
caminó lentamente alrededor de Gryffid permaneciendo fuera del rango de acometida
mientras lo miró de pies a cabeza manteniendo la concentración de él en el movimiento
de ella. Caminó erráticamente para asegurarse de que él no descubriera su ritmo y
atacara a ese lado. "Así que, ¿cuántos elfos más tiene, Daen Gryffid? Usted,
personalmente, bajo su mando. ¿Qué es lo que le permite Nath? ¿Media docena? ¿Más?
Yo no lo estoy contando a usted, por supuesto."
"Los suficientes como para enterrarte a tí y a tus familiares insectos."
Maralen rió alegremente. "Supongo que el número exacto no importa… Yo sólo
quería saber cuánto me va a tomar borrarlo de mi vista."
Gryffid explotó de ira. Con una contracción de sus cuernos llamó al resto de sus
guardabosques hasta el borde de las sombras. Sus ojos brillaron de un color verde e
Iliona supo que él estaba invocando a la fuerza del bosque, la magia élfica que sostenía
a su manada, y utilizándola para hacerse más fuerte, más rápido y más formidable. Se
tensó para saltar, esperando el siguiente movimiento que la extraña o sus hadas hicieran
para cortar a Maralen en pedazos antes de que cayeran más de sus elfos.
"¿Sabes? yo sé todo acerca de los Bendecidos," dijo Maralen. "No tienes nada
que mostrarme."
Iliona sintió la fuerza girando alrededor de Gryffid y oyó sus largos músculos
tensarse. Tenía muchas ganas de ver a Maralen siendo atravesada por la hoja de plata
del elfo pero no podía permitir eso.
"No quiero que ustedes se metan en esto por ahora," dijo Maralen a las hadas.
Iliona se obligó a calmarse, instando a sus hermanos a hacer lo mismo.
"Vamos, entonces," dijo Maralen a Gryffid. "Resolvamos esto, tú y yo. No tengo
mucho tiempo para ti."

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Las tres hadas dejaron salir el mismo pequeño grito cuando el daen elfo se
precipitó hacia adelante. Fue tan rápido, tan seguro, que pareció que nada podría evitar
que su espada cayera sobre el rostro de Maralen. Y si el daen le erraba había seis elfos
enloquecidos por la batalla justo detrás de él listos para terminar el trabajo.
Pero la extraña dio un aplauso con sus manos y luego las volvió a abrir,
lanzando sus brazos a cada lado. Iliona vio una esfera de humo y niebla aparecer
alrededor de Maralen y oyó el aletear de un centenar de alas frágiles.
Gryffid fue el primero en llegar a la esfera, así que fue el primero en detenerse
en seco. Su manada se precipitó en torno a él y de la misma forma se vio envuelta, sus
movimientos se hicieron lentos y perezosos. Todos sus cascos se hundieron en el suelo
cuando trataron de seguir adelante pero sus rostros registraron el desconcierto y el
pánico de soldados siendo emboscados por todos lados.
Maralen rió de nuevo.
"Vete, Daen Gryffid," dijo ella. "Tengo cosas importantes que atender y ningún
uso para ti."
Maralen cerró los ojos y extendió sus brazos, las palmas hacia adelante. El
espeso humo salió de sus dedos y dio la vuelta alrededor de los elfos. Los elfos gritaron
mientras sus cuerpos fueron atrapados en la niebla y sus armas cayeron de sus manos,
sólo para flotar en las brumas misteriosas. Entonces Maralen volvió a dar un aplauso y
los elfos desaparecieron.
Iliona parpadeó. Cuando abrió los ojos Maralen estaba sola, sin un hilo de humo
a la vista.

* * * * *

Rhys corrió a través de la parte más externa del bosque que bordeaba Kinsbaile.
No necesitaba economizar sus piernas y tenía que llegar lo más lejos que pudiera antes
que Nath y su partida de caza lo alcanzaran, así que no se contuvo. El suelo del bosque
pasó borroso por debajo de sus pies y el sudor cruzó por sus rasgos afilados.
Estaba solo y ridículamente en inferioridad numérica pero se sentía fuerte e
inexplicablemente confiado. Nunca antes había sido el blanco de una cacería pero eso
sólo significaba que nadie había cazado a una presa como él. El sabía cómo cazaba su
pueblo, cómo explotar su estricta adherencia a la forma. Si Nath seguía los caminos
tradicionales tan rígidamente como hacía cumplir la disciplina de la manada Rhys
tendría una oportunidad.
Cuando el bosque a su alrededor se hizo mas denso y su progreso desaceleró
Rhys cambió de rumbo. Hundió sus cascos y dio la vuelta, corriendo hacia atrás a lo
largo de su propio camino durante veinte pasos antes de dirigirse hacia los árboles.
Trepó metódicamente entre las ramas, dirigiendo sus pasos alrededor y detrás de sus
perseguidores. Para el momento en que los seguidores se dieran cuenta de que había
vuelto sobre sus pasos él estaría justo donde tenía que estar: en la garganta de Nath.
Las pisadas de cuatro patas de los regresabuesos le preocupaban. Estos eran los
más seguros y más rápidos de sus perseguidores pero él no tenía ningún deseo de herir a
bestias tan magníficas. Rhys se congeló y dejó de respirar cuando los sabuesos corrieron
a través de lo arbustos distantes a unos veinte metros más abajo. Podría no tener otra
opción si los sabuesos lo encontraban mucho antes que Nath. Se volvió y se lanzó a una
nueva rama, poniendo más distancia entre él y los perros.
"¡Ahí está!" Un coro de voces élficas respondió a la primera, confirmando lo que
vio, llamando a otros para que vinieran y vean, buscando a Nath mismo. Los oídos de

184
Rhys se aplanaron y él juntó fuerzas. Esta no era la forma en que él tenía la intención de
luchar esta lucha, ni dónde. Los perros estaban demasiado cerca y Nath demasiado lejos.
Que así sea, pensó. Pateó con sus pies hacia fuera mientras giró por los brazos
desde una rama negra gruesa y robusta, haciendo una grácil voltereta antes de aterrizar
suavemente en sus cascos, justo frente a los rastreadores.
El que lo había visto primero saltó hacia delante con la espada extendida. Rhys
no tenía ninguna hoja con la que detenerlo y necesitaba sus brazos en buen estado por lo
que cayó al suelo y dio una coz con ambos cascos. La rodilla del rastreador elfo crujió
y se dobló hacia atrás y este cayó pesadamente sobre Rhys. Rhys atrapó el brazo de la
espada del perseguidor y retorciéndolo le hizo soltar la larga hoja. Esta cayó de punta en
la tierra y Rhys la tomó antes de apartarse rodando de su enemigo herido.
Un arquero se adelantó. "¡Por el pantano!" dijo y colocó una flecha, otros cuatro
elfos hicieron lo mismo. Sin decir otra cosa cada uno tensó su cuerda y al mismo tiempo
dejaron volar sus proyectiles.
Rhys cruzó sus brazos apretados contra sus costillas y se arrojó a un lado. Fue lo
suficientemente rápido como para evitar las primeras tres flechas pero los últimos dos
arqueros corrigieron su puntería para seguirlo a través del claro. Una de estas descargas
desgarró a través de sus polainas y realizó un corte poco profundo a través del músculo
de su pantorrilla. La otra perforó a través de la parte carnosa de su muslo haciéndolo
girar de modo que aterrizó torpemente sobre su rostro.
Rhys se agachó instantáneamente con las dos manos, aferrando cada una a la
punta de flecha goteando sangre y a los penachos de hojas. Quebró el eje a cada lado de
su pierna, vació sus manos, y luego se arrancó el pedazo que había quedado metido
dentro. El disparo había sido rápido, pero no estaba limpio, y el latido abrasador que le
quedó le había dejado toda la pierna casi inútil.
Los arqueros habían preparado otra ráfaga pero su líder les detuvo con una mano
levantada. Rhys vio las orejas del elfo alzadas y sus labios curvados en una sonrisa
cruel.
"Déjenselo a los perros," dijo el elfo. Sobre el latido en sus oídos, que fue
respondido por el golpe tras golpe del tambor en su pierna, Rhys finalmente escuchó el
sonido de las firmes pisadas de los regresabuesos corriendo hacia él. Se puso en pie
justo cuando el primer cuerpo de rayas amarillas y marrones saltó a la vista, seguido
inmediatamente por
cuatro de sus
compañeros. Sus
cabezas eran
elegantes y
triangulares, sus
cuerpos largos,
delgados y
ondulantes bajo sus
sedosas pieles.
Estos eran los
verdaderos
cazadores de los
Hojas Doradas,

185
hermosos y fuertes, disciplinados e implacables, más rápidos que un relámpago y
mucho más mortales.
Rhys se agachó cuando el primer perro llegó a corta distancia. Apretó su palma
contra la herida en su pierna, esperó a que el regresabueso brincara, y luego saltó hacia
arriba en el aire.
Los regresabuesos de Nath estaban excepcionalmente bien entrenados. Aunque
esta fue una reacción más que inesperada de su presa los perros nunca se apartaron de su
objetivo. Dientes caninos afilados rasgaron la carne en sus espinillas y tobillos. Fueron
heridas dolorosas pero no letales destinadas exclusivamente a derribar a su presa.
Incluso los largos hocicos agraciados que se sujetaron sobre sus piernas no mordieron
con fuerza suficiente como para romper los huesos. Rhys colgó suspendido en su salto
por un instante, su mitad inferior perdida en medio de un enjambre de pelo gruñendo.
Cayó en medio de los perros, mordido y pisoteado mientras se hizo un ovillo y acunó
sus brazos contra su torso.
El asalto continuó hasta que una voz fuerte y familiar gritó: "Fuera." Los
sabuesos de Nath respondieron instantáneamente a la voz de su amo, soltando a Rhys
sin hacer más daño. Los perros retrocedieron, gruñendo mientras se alejaron de él. Cada
perro se sentó sobre sus patas traseras en un semicírculo alrededor de Rhys y se quedó
en silencio.
Rhys levantó la vista. La partida de caza de Nath se extendió entre los árboles,
rodeando a los perros, que a su vez rodeaban a Rhys. El taercenn mismo entró en el
claro en su cérvido amarillo amanecer, su capa barriendo majestuosamente detrás de él.
Nath desmontó a diez pasos de Rhys, desdeñosamente dándole la espalda a su presa, y
levantó los brazos en señal de triunfo, una daga ceremonial apretada en su puño.
La manada vitoreó y muchos de ellos rieron del cuerpo acurrucado de Rhys. El
se desenrolló y trató de levantarse pero sus piernas apenas apoyaron su peso. Haciendo
una mueca de dolor se colocó de rodillas y ahuecó sus codos en sus manos. El suelo
debajo de él estaba mojado y resbaladizo. Se estremeció.
"Has corrido, conejo," dijo Nath. "Pero ahora tu carrera ha terminado." Su voz
canturreó en voz alta sobre el claro. "Una vez fuiste un elfo, un Impecable de la manada
Hojas Doradas, pero mereces ser cazado como el bajo miserable que eres. Morirás aquí,
forajido. Yo te llamo traidor y asesino de tu raza. Morirás revolcándote en tu propia
sangre." Entonces alzó la voz en una orden a sus cazadores. "Yo soy el dueño de esta
caza: la presa es mía." Y girándose a Rhys dijo, "Y a tí te juro que una vez que estés
muerto y que nostros hayamos profanado tu indigno cadáver lo dejaremos aquí para las
aves carroñeras."
Nath cargó contra Rhys con un grito y arremetió con su daga, apuntando a un
corte limpio a través de su garganta. Rhys apretó las manos contra el suelo, se empujó
hacia arriba y atrapó el brazo de Nath en medio del ataque, la punta de la daga rozando
la carne en su mandíbula.
Rhys apretó su agarre mientras Nath presionó. Sin embargo sus brazos seguían
siendo fuertes y el taercenn no pudo hacer que la hoja se acercara más. Cuando Nath
trató de retroceder Rhys se aferró con aún más fuerza dejando que el taercenn levantara
todo su cuerpo del suelo forestal.
"¿Por qué no mueres de una vez por todas?" le escupió Nath.
La mano derecha de Rhys se soltó de los brazos de Nath a la garganta del
taercenn. Nath gruñó y tosió, agarrando el antebrazo de Rhys con su mano libre,
permitiendo que Rhys volviera a asentarse en el suelo. Rhys se preparó para volver a
alzarse, para forzar a Nath a soportar su peso, pero el taercenn lo sorprendió. Nath soltó
el brazo que le estaba asfixiando y le dio un fuerte puñetazo en el vientre.

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El golpe le sacó todo el aire de los pulmones pero él mantuvo su control sobre
Nath. El taercenn volvió a echar su puño hacia atrás y a embestir el estómago de Rhys
otra vez, y otra vez. Cada nuevo golpe debilitó el agarre de este quien tosió una espuma
sanguinolenta y su visión se puso roja.
Hundiendo sus dedos en la tráquea de Nath, Rhys soltó el brazo de la daga y
subió por el pecho de Nath. Envolvió ese brazo alrededor del hombro del taercenn y
luego relajó su agarre en la garganta. Apretó el cuerno derecho de Nath en la base justo
cuando este hundió su daga en la parte baja de su espalda.
Rhys aulló de dolor pero la reacción de Nath fue mucho más violenta. Con un
repentino estallido de fuerza, sacudió su cabeza y se arqueó hacia atrás, tirando de Rhys
con él. Rhys utilizó este impulso para subir aún más por el cuerpo de Nath. A medida
que el taercenn continuó agitando su cabeza para sacarse de encima su presa Rhys se
colgó a sí mismo por detrás de Nath y agarró los dos cuernos del taercenn con un
apretón de hierro.
"¡Suéltame! ¡Fuera!"
Rhys dejó a sus músculos fláccidos con todo su cuerpo colgando de los cuernos
del taercenn. A medida que su peso arrastró la nuca de Nath hacia abajo, haciéndole
mirar hacia el cielo, Rhys convocó toda la fuerza de sus brazos y hombros. Cuando sus
inútiles piernas golpearon la tierra Rhys pivoteó en la cintura. Dio una breve y brutal
tirón y un crujido asquerosamente fuerte retumbó entre los árboles.
Nath gritó, al igual que todos los elfos a la vista. El taercenn tropezó y se
sacudió pero Rhys se sostuvo. Había algo pesado e irregular en su mano, pero en medio
del caos él no estaba seguro de lo que era, seguro de sus propios sentidos. Los sonidos
furiosos en el claro murieron en sus oídos cuando Rhys levantó su mano y miró
fijamente a su contenido.
El cuerno de Nath se había roto cerca de la base. Era sólido y más denso de lo
que Rhys hubiera esperado.
Entonces la daga de Nath se introdujo en su caja torácica y Rhys sintió un frío
dolor extendiéndose a través de su pecho. Abrió la mano, dejar caer el cuerno de Nath, y
luego la sujetó en la mandíbula del taercenn.
Nath le mordió su pulgar. Fue doloroso, pero soportable. Una escalofriante
sensación de somnolencia se extendió por la columna de Rhys, desde su cerebro a su
estómago, pero él apretó aún más la barbilla de Nath y el cuerno restante.
"Esta presa es mía," dijo Rhys y luego, con otro asqueroso crujido, retorció la
cabeza del taercenn hasta que el rostro de Nath quedó mirando hacia abajo sobre su
propio hombro.
El cuerpo del Taercenn Nath de las Hojas Doradas quedó flácido y él lo dejó caer
al suelo. Sacó su pulgar de los dientes de Nath y dando una voltereta por el suelo se
alejó de él, recogiendo el cuerno roto a su paso.
El arquero más cercano fue el primero en cargar y arrojarse sobre Rhys un total
de cinco pasos antes que nadie. Recibió la punta afilada del cuerno roto de Nath
directamente en el corazón.
Rhys se irguió sobre una rodilla antes de que cayera el elfo muerto. Sintió un
latido sordo en sus cuernos rotos. El duelo había roto la ilusión que había ocultado su
desfiguración. Se preguntó si Nath había visto la verdad cuando murió.
Tambaleándose, todavía sin soltar el cuerno, Rhys se puso de pie sobre sus
piernas temblorosas y señaló con la punta del orgullo de Nath a los cazadores reunidos.
"El que quiera morir en el cuerno del taercenn que de un paso adelante," dijo.
Los regresabuesos gimieron y Rhys los silenció con una mirada fulminante. El
líder de la manada estaba muerto, arruinado y asesinado. Hubo silbidos y susurros

187
cuando los reunidos vieron el estado de los cuernos de Rhys, despojado de su ilusión.
Desgracia visual, dijeron ellos. Pero haría falta una voz más fuerte que la de Rhys para
hacer que los regresabuesos lo atacaran, y una voz así no estaba presente.
Rhys se volvió hacia el cuerpo de Nath y se quedó mirando a los duros rasgos
curtidos y a los agrietados cuernos. La ilusión de Rhys no había sido la única máscara
en haber caído durante la lucha. El glorioso y noble Taercenn de los Hojas Doradas
había quedado al descubierto como una cosa endurecida y desgastada que parecía tan
estirada y correosa como un cadáver ahumado.
Ya no era más un Exquisito. Rhys miró los espantosos rasgos de Nath, sabiendo
exactamente cómo y por qué el viejo había escondido los signos de su visible
decadencia. No importaba que él hubiera sido tan rápido y tan fuerte como cualquiera a
los que él mandaba, estaba marchito, desdibujado.
Generales como Nath le habían inculcado a él el concepto del honor de los Hojas
Doradas, la noción de que esconderse detrás de una ilusión estaba por debajo de la
dignidad de un cazador. Sin embargo, allí estaba Nath, llorado a pesar de su
imperfección. Tal vez habría un lugar para Rhys en la Nación Bendecida después de
todo.
Pero no hoy. Rhys dio un solo paso hacia delante y casi perdió el equilibrio, pero
se contuvo. Puso dos dedos en las comisuras de su boca y silbó. El cérvido de Nath
resopló. "Aquí," le dijo. El animal confundido pateó el suelo y agitó su cabeza pero
poco a poco se acercó a Rhys.
Luchando contra el impulso de correr o lanzarse, Rhys caminó lentamente los
dos pasos que lo separaban del cérvido. Sus brazos seguían siendo fuertes. No fue difícil
saltar a la espalda de la magnífica montura.
Recitó uno de los rituales de curación, presionando sus dedos profundamente en
la herida de flecha en el muslo. Si su fuerza resistía sería capaz de volver a caminar para
el momento en que cruzara el río.
"Quemen a Nath con honor," dijo. Levantó el cuerno roto del taercenn en alto
para que todos lo vieran y agregó, "Que la noticia de su desgracia nunca llegue a la
Nación. O de su engaño. Si ustedes valoran su memoria, hónrenla."
La manada de elfos se quedó en mudo estado de shock.
"Desgracia visual," susurró un elfo solitario. "Hoja Marcadora Traidor."
"Lo soy," afirmó Rhys, "pero hoy he matado a mi enemigo. Ustedes no tendrán
ese placer."
Espoleó al cérvido para que se encabritara y sus piernas intermitentes enviaron a
los elfos a su alrededor corriendo a resguardo. Rhys guió a la montura fuera del claro y
de nuevo a la espesura del bosque y sin resistencia por parte de los elfos. Cabalgó hacia
el norte, alejándose de Kinsbaile en caso de que los cazadores decidieran perseguirlo.
Pondría algo de distancia entre ellos y luego volvería sobre sus pasos una vez más hacia
el pueblo en una de las monturas más rápidas en todo Lorwyn.

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Capítulo 19

Cenizeida sintió calor dentro su helada prisión de piedra y con ello un atisbo
de algo. Sentir algo fue un gran avance. El pensamiento consciente fue lento en volver,
pero volvió.
El atisbo fue un pensamiento que se convirtió en una palabra: esperanza.
Esperanza en la forma de una presencia que ella ya no había esperado volver a sentir.
El elemental salvaje fue, casi, el espíritu que había encendido por primera vez
sus llamas el día en que había nacido. El ser estaba con ella allí, dondequiera que fuera
"allí". Estaba cerca, muy cerca.
Estoy aquí, dijo Cenizeida. Fue una frase simple, pero le tomó un poco de
esfuerzo. El esfuerzo le hizo sentirse más cálida.
Sin embargo el elemental no respondió con palabras. Tal vez no tenía palabras, o
la capacidad para formarlas.
Necesito ayuda, volvió a decir. Estoy atrapada en alguna parte… se siente como
un bloque de hielo. Si puedes llegar a mí, liberarme… incluso un poco de tu poder. La
bendición más pequeña podría ser suficiente.

189
El elemental respondió con sentimientos: duda, pero determinación. Su fuerza
era débil pero su voluntad y su carácter indomable seguían siendo fuertes. El ser envió
más sensaciones: el último calor de un sol poniente.
Vistas y sonidos llenaron la mente de Cenizeida. Entre los lugares que vió hubo
una horrible imagen que, en principio, ella no pudo comprender. Un gran árbol rojo…
no, un tejo rojo, se dio cuenta, estaba en el centro de la imagen, y apoyado contra su
grueso tronco había un bulto de color gris con una forma conocida que ella no podía
colocar, al menos no al principio. No hasta que ella imaginó a la forma envuelta en
llamas vivas, mirándola desde la superficie de un estanque en calma. Cenizeida se vio a
sí misma y por primera vez comprendió la naturaleza de su encarcelamiento. La celda
helada era su cuerpo y si ella no podía hacer un contacto físico con otro llameante o el
elemental salvaje pronto, quizá en unos pocos minutos, su fuego se apagaría para
siempre. Ella quedaría bien y verdaderamente consumida.
Ayuda.
Otro sentimiento. ¿Uno de reconocimiento? ¿Por ser un llameante, o Cenizeida
misma?
Ayuda, dijo finalmente el elemental. Yo puedo ayudar.
Quizás el ser sólo estaba haciéndose eco de sus propias palabras aunque tal vez
la proximidad a la llameante le había ayudado al elemental a recuperar su idioma.
El elemental pareció "hablar" con gran dificultad, como si estuviera aprendiendo
el lenguaje de Cenizeida sobre la marcha. La llameante nunca había tenido la
oportunidad de estar en comunión con su elemental excepto en visiones fugaces de
emoción, sensación, y una indefinible llamada difícil de alcanzar.
"Su" elemental… que ridículo e incluso vergonzoso parecía, tan cerca de esta
meta maravillosa, haber utilizado alguna vez una palabra denotando propiedad en
relación con tal misteriosa y primordial energía. El gran espíritu existía en maneras que
la mente de Cenizeida sólo podía comenzar a experimentar como simples formas,
sonidos y colores: como dolor, como sentimientos, como emociones, como sensaciones
táctiles. Agudizar su concentración, entender, estaba más allá de ella.
Una sacudida de dolor atravesó la conciencia de Cenizeida, como si la hubieran
apuñalado. Fue insoportable y le hizo regocijarse. El dolor físico significaba sensación
física. Ella se estaba calentando.
¿La combustión estaría muy lejos?

* * * * *

Gaddock Teeg exclamó el grito que había heredado de su abuela paterna y saltó
casi un metro hacia atrás, dejando un par de sandalias vacías donde había estado
anteriormente.
"¿Cuándo va a decirme lo que realmente está pasando aquí?" preguntó Brigid.
"¿Qué quieres decir?" dijo Teeg con el corazón palpitándole en el cuello con la
fuerza de un saltador de longitud.
"Eso es lo que le estoy preguntando. ¿Debo preguntárselo al tejo?" dijo Brigid.
"Espera, ¿qué?"
"Oh, sí, el tejo no está hablando con nadie. ¡Y tiene una llameante apoyada
contra el tronco, y usted está dejando que atraiga a un condenado elemental salvaje en
medio de Kinsbaile durante un festival!"
"Eso es técnicamente mi derecho como cenn," objetó Teeg, "como se especifica
por la ordenanza…"

190
"Cállese y escúcheme, Gaddock," dijo Brigid. "Lo que le estoy preguntando es
¿por qué? ¿Por qué me volví contra las personas que estaban dispuestas a arriesgar sus
vidas por mí? ¿De que sirve para... bueno, alguien?"
"Porque yo se lo pedí," dijo Colfenor. "Y yo también me he vuelto contra mis
aliados. Amigos. Y porque voy a morir."
"¿Oyes cómo no estás respondiendo a mi pregunta?" Dijo Brigid. "¿Por qué,
Colfenor?"
El tejo guiñó un ojo a la arquera kithkin. "Brigid Baeli ¿sabes cómo nacen los
arbóreos?"
"¿Qué?" le espetó la kithkin. "Bueno, imagino que tiene que ver con dos
arbóreos que se aman mucho…"
"Eres arrogante pequeña arquera," dijo Colfenor. "Comenzamos la vida como
árboles. Árboles ordinarios que optan, después de una cuidadosa consideración y largos
años de aprendizaje con maestros mayores, ya sea por dar sus primeros pasos o dejar sus
raíces permanentemente en el suelo."
"Tienen un especie de despertar," dijo Brigid. "Conozco esta historia."
"Sí. Pero aún somos árboles. Todavía... germinamos y polinizamos. Y
producimos brotes."
"¿Así que estás haciendo esto para impresionar a los pequeños cuando vuelvas a
casa?"
"Por supuesto que no," retumbó el tejo. "Estoy haciendo esto para volver a
despertar. Este mundo... las raíces y las hojas sienten los cambios elementales mucho
antes de que tus torpes sentidos kithkin. Hay un cambio en el horizonte de Lorwyn. Está
por empezar un nuevo mundo. Yo seré una parte de ese mundo. Volveré a despertar,
recién crecido y listo para llevar el viejo mundo a lo que venga después."
"¿Un nuevo mundo?" preguntó Brigid con una ceja levantada, lo que para ella
era el colmo de la incredulidad.
"Nada más y nada menos."
"Si tu lo dices."
Afuera, la trama mental de Kinsbaile colgó en el aire como humo perfumado.
Uno por uno los habitantes del pueblo se olvidaron de la reciente contienda y regresaron
a la plaza. Los muertos fueron mayormente ignorados, ya habría tiempo para todo eso
después de la última historia. Los kithkin regresaron a sus diversos lugares y asientos
alrededor de Colfenor. Una matrona kithkin con tres ansiosos niños les guió alrededor
de una exhibición particularmente espantosa de carnicería, provocando preguntas que la
mujer se vio obligada a responder hasta que Colfenor habló.
Y él habló, y la historia fue la historia de la vida de Colfenor. Los kithkin se
empaparon con cada palabra autobiográfica, conteniendo su respiración. Se deleitaron
con este último cuento que el tejo rojo les concedió, regocijándose con más entusiasmo
del que habían recibido al primero de ellos.
Brigid fue menos entusiasta aunque sintió el canto de sirena de sus compañeros
kithkin y el tejido de sus mentes, llamándola para que se les uniera. Sin embargo ella no
podía, y no lo haría. La suya era otra canción, las joviales aventuras de la Heroína de
Kinsbaile.
Ella se sintió retroceder aún cuando los últimos oyentes se acomodaron en sus
asientos para oir la historia de la vida de Colfenor. Sus movimientos atrajeron unas
cuantas miradas de soslayo pero no más. Kinsbaile estaba oyendo cautivado cómo
Colfenor había cambiado el curso del río Curvasuave para evitar una inundación que
amenazaba a todo un campo de jóvenes brotes de abedul. ¡Y esto sólo en su tercera
temporada de vida!

191
Brigid había alejado serios reparos acerca de confrontar al tejo directamente y no
había sido fácil hacerlo. Pero había oído la razón de Colfenor, si es que él le estaba
diciendo la verdad, y ella no podía dejar de considerarla egoísta. Este "renacimiento"
que el tejo había planeado daba a entender que no iba a sobrevivir de otra manera a este
cambio, fuera lo que fuera.
¿Acaso ella se había vuelto contra los otros, los había espiado y traicionado para
que un solo ser pudiera engañar a la muerte esquivando alguna catástrofe indefinida? ¿Y
qué clase de destino le dejaba eso al resto de ellos?
Cuando ella llegó a los bordes exteriores de la plaza y captó la escena sintió la
trama mental deslizarse en el fondo de su mente. Había pasado gran parte de su vida
confiando en este poder, utilizando el impulso de los kithkin que la amaban, respetaban
y admiraban para guiar sus decisiones y darle fuerza. Si todos ellos hubieran hecho
algún esfuerzo para mantener a Brigid allí, para tirar de ella hacia la conciencia grupal
que dejaba a los kithkin disfrutar del cuento como si fueran uno solo, ella nunca habría
sido capaz de resistir, pero cuanto más retrocedió de la influencia del grupo más fuerte
se sintió. Se sintió extraño, porque era su propia fuerza, sin la ayuda de la adulación al
héroe de nadie.
Colfenor dejó a los kithkin de Kinsbaile embelesados… a todos excepto a una,
que giró sobre sus talones y se marchó, inadvertida y sin ser vista, para ver si había
alguna manera de deshacer algo del daño que había causado.

* * * * *

"¿No estoy siendo razonable?" gruñó Rhys. "¡Nos traicionaste! Heriste a Sygg.
¡Arrojaste a Cenizeida en el río!"
"Era mi deber," dijo Brigid. "Desde entonces he aprendido lo que significaba eso
y no me gustó. No seas un idiota. Todavía hay una oportunidad de salvar a la llameante
y evitar que tu mentor haga lo que sea que está haciendo. Él piensa que el mundo va a
cambiar sin él y está tomando medidas para asegurarse de que no lo haga. Cuelga al
resto de nosotros. Me estoy ofreciendo para ayudar. ¿Quieres rescatar a Cenizeida o
no?"
"Colfenor no haría esto sin una buena razón," dijo Rhys. "Por lo tanto, debe
tener una buena razón. Simplemente no puedo creer que Colfenor esté dispuesto a hacer
lo que tu dices."
"Créeme," dijo Brigid. "Me lo dijo el mismo."
"Por el pantano," dijo Rhys y alzó la daga kithkin de Brigid. Se la entregó a la
arquera y dijo: "Vamos."

* * * * *

Vive.
La sensación inundó el cuerpo de Cenizeida, una exquisita agonía que pudo
sentir desde la punta de sus dedos de los pies hasta la parte superior de su cabeza.
Ella tenía un cuerpo. Tenía los dedos de los pies. Tenía piel, piernas y manos.
Hasta el momento no tenía vista y no tenía audición salvo la voz del elemental
dentro de su cabeza. Aún no estaba encendida. Pero estaba viva. Si tan sólo pudiera
acercarse más al elemental. Ayúdarle a que la ayudara.
¿Puedes oírme?

192
La presencia del elemental se acercó, un agonizante centímetro a centímetro.
Con cada movimiento la agonía de la recombustión inundó a Cenizeida, cada vez
alimentando el pequeño fuego autosostenible dentro de su pecho.
Mercurio. Ella había sido envenenada con mercurio y arrojada al río. Los fuegos
en su interior estaban quemando el veneno. Pronto no habría nada que evitara que las
llamas internas se propagaran hacia afuera. Colfenor quedaría lleno de cicatrices,
quemado vivo en el peor de los casos.
Espera, debes quedarte atrás.
Cenizeida oyó los gritos al mismo tiempo que dijo las últimas palabras. Los
escuchó en sus oídos y no sólo en su mente. Y entonces, en un torrente de luz y color y
en una explosión de calor, la visión regresó. Aunque borrosa no había duda de la forma
frente a ella. Era el elemental, y estaba corriendo directamente hacia ella. El mismo
elemental cuya forma incorpórea de alguna manera la había encontrado en el río.
"Oh, no," dijo Cenizeida y estalló en llamas cuando el elemental pasó a través
ella, y en medio de Colfenor.

* * * * *

"Oh, no," dijo Rhys.


Cenizeida no estaba muerta, al menos no por el momento. El llegó justo a
tiempo para ver lo que pareció ser un gigantesco caballo blanco con una melena y
cascos de fuego correr directamente a través de ella y Colfenor, encendiendo a los dos.
¿Era este el elemental largamente buscado por la llameante?
Debería haber sido imposible pero Rhys no podía negar lo que vio con sus
propios ojos. El espíritu era como un caballo pero más sólidamente construido, con
gruesas pezuñas artiodáctilas y un rostro largo y gallardo. Su cabeza y columna
vertebral estaban coronadas por sus propias llamas, llamas que se alimentaron del
cuerpo de Cenizeida como un líquido bajando por un sumidero. El fuego surgió del
interior de la llameante y se introdujo en Colfenor.
"Vayamos a rescatar a Cenizeida," dijo Rhys. "Todo el mundo que no tenga
miedo de morir incinerado que me siga."
Demasiado tarde, dijo Colfenor, y por primera vez Rhys oyó el rechinar del
frenesí en su voz, el toque de locura que acompañó a un gran triunfo y a una derrota
total por igual. La semilla ha sido sembrada, el fuego no puede ser detenido. El cambio
vendrá. Lorwyn perdurará. Yo sobreviviré. Algo así como la afable risa de Colfenor
retumbó en la cabeza de Rhys. Nos vemos Rhys.
"Más te vale que no, viejo tronco," murmuró Rhys. Clavó los talones en el suelo
y gritó: "¡Ahora!"
Ellos cargaron como uno hacia la enorme pira; Rhys, Brigid, Maralen y las
hadas. La arquera disparó una flecha tras otra a medida que avanzó, hundiendo sus ejes
en la madera que sostenía las ataduras de cenizeida. Las hadas molestaron el rostro y las
manos de Colfenor, desviándose de su formación cerrada y circular para atacar y
apuñalar a las muñecas y tobillos de la llameante, aullando de dolor mientras las llamas
chamuscaban sus dedos afilados.
Rhys se arrojó sobre el cuerpo ardiente de Colfenor, fijando a Cenizeida debajo
de él. Gruñendo tiró de su cuerpo inmóvil. Ella estaba tan pesada como el hierro, tan
caliente como una fragua, pero él no vaciló. El olor nauseabundo a carne quemada llegó
a su nariz y él sintió sus manos dividiéndose, agrietándose y formando ampollas entre
las llamas.
Los ojos de la llameante se abrieron. "Rhys," dijo aturdida.

193
"Corre," le dijo Rhys. "Levántate y corre. No puedo hacerlo solo."
Cenizeida, todavía aturdida, se puso en pie. Las llamas volvieron los ojos del
elfo llorosos e hinchados. El sintió más que vio a Brigid y Maralen junto a él, tratando
de ayudarla a levantarse.
La parte superior del cuerpo de Cenizeida se desplomó contra Rhys, quemando
su carne cuando lo tocó.
El sintió un suave y repentino escalofrío caer sobre su cuerpo. Las hadas estaban
lanzando una ilusión sobre él, una que le impediría notar sus heridas. No evitó que el
fuego lo consumiera pero si le dio el respiro que necesitaba para ordenar sus
pensamientos y reunir sus fuerzas para un último esfuerzo. Rhys se dejó caer, aún
acunando la cabeza de fuego de Cenizeida contra su hombro, y gritó: "¡Sus pies!
¡Tomen sus pies!"
El peso y el ángulo del cuerpo de Cenizeida lo hicieron más fácil. Juntos,
Maralen y Brigid levantaron los pies de Cenizeida. Rhys se derrumbó hacia atrás, aún
aferrando a Cenizeida contra él a pesar del fuego, y cayó pesadamente sobre su espalda.
"Sáquenlo de aquí," dijo Maralen. "¡Sáquennos a todos nosotros de aquí!"
Rhys, desmayándose, ahogándose, vio a las hadas revolotear hacia abajo y
rodear a su partida. Sin siquiera una burla o una risita el trío los rodeó con la magia de
las hadas. Rhys se sintió volverse sin peso, pero mientras el hechizo de levitación se
afianzó el hechizo de amortiguación de dolor falló. Una dolorosa agonía se arrastró por
todo su cuerpo y el olor a su propia piel cocinándose llenó su cabeza. Rhys se dejó
flotar, y el sueño profundo y necesario pronto lo reclamó.
La visión que le siguió a sus sueños fue de Colfenor, alto y orgulloso, firme
mientras ardía terriblemente brillante. Llamas impulsadas por el viento se extendían
desde sus ramas a los bordes de los edificios kithkin cercanos.
Los kithkin entraron en pánico.

* * * * *

El Daen Gryffid encontró al resto de la manada Cicuta de los Hojas Doradas en


el bosque fuera de Kinsbaile. Vio buscadores y guardabosques y cazadores por igual
parados alrededor, sin rumbo, sin disciplina, y retorciéndose las manos. El daen tenía
dos costillas rotas y su ojo izquierdo estaba hinchado y cerrado, pero Gryffid se irguió
orgulloso y recto, su voz fuerte.
"¿Qué está pasando aquí? ¡Los kithkin se han rebelado... literalmente rebelado
en las calles de Kinsbaile!" Agarró un cazador aturdido por el brazo y preguntó:
"¿Dónde está el taercenn?" El cazador se quedó sin habla y Gryffid derribó al tonto de
un golpe.
Nadie respondería a su simple pregunta. Oyó susurros, "Forajido," y "Desgracia
Visual." Él repitió la pregunta por séptima vez y luego un elfo a quien el no conocía
finalmente dio un paso adelante. Los ojos del guerrero estaban hundidos y
ensombrecidos y en silencio le hizo un gesto a Gryffid para que lo siguiera.
Guió al daen a un claro que estaba lleno de elfos arrodillados. En el otro extremo
del claro, de espaldas encima de un montón de leña, estaba el Taercenn Nath. Quebrado,
disminuido, deshonrado… y sin duda muerto.
El silencioso guerrero elfo se giró y abandonó el claro sin decir palabra. El
aturdido Gryffid avanzó en solitario, su boca abriéndose y cerrándose mientras se
esforzó por sacar palabras. Por fin simplemente se quedó parado en perfecta atención, la
única manera de evitar que la rabia y la tristeza, luchando por prevalecer en su orgulloso
corazón de Hoja Dorada, lo abrumaran.

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"Enciendan el fuego," susurró. "Que nadie más vea así al Taercenn Nath."
Las antorchas encendidas se acercaron. Se extendieron hasta los bordes de la
pira pero Gryffid los detuvo con una sola palabra aguda.
"Esperen," dijo y se acercó a la pila de palos y ramas. Se inclinó sobre Nath, se
apoderó de la espada de plata del taercenn y la liberó de las manos del líder muerto.
Las llamas lamieron detrás de Gryffid cuando se volvió y se enfrentó a la
manada, la espada de Nath extendida. "Esta es para el traidor Rhys," dijo, "el asesino de
su raza. La desgracia visual. Ahora y muchas, muchas veces. Nosotros le pagaremos por
cada asesinato, cada herida, y lo haremos lentamente. Pero sabed esto mi manada: El
elfo que mate a la desgracia visual antes que yo sufrirá el mismo castigo diez veces."
El fuego crepitó por debajo de él y Gryffid saltó al suelo del bosque. "Yo
enterraré esta hoja en su corazón," dijo el daen. "Y si tengo que destruir la mitad de
Lorwyn para encontrarlo… entonces ¡ay de la mitad de Lorwyn!" Gryffid hundió la
punta de la hoja en el suelo. De pie, alto y orgulloso, Gryffid echó los brazos hacia
arriba y se bañó en la furia de su venganza inminente.
"¡Muerte a la desgracia visual asesino de su raza!" rugió.
En los bosques fuera de Kinsbaile un coro de voces respondió a su llamada.

* * * * *

Un día después, Rhys bajó del ferry de cambiagua de Sygg en el suelo fangoso
de la Espesura Murmurante. Cenizeida, Brigid, y Maralen vinieron detrás.
No hubo escasez de miradas hostiles y recriminaciones murmuradas en ese
último viaje a la Espesura. Mucho había pasado entre los pasajeros y su capitán, y el
ajuste de cada cuenta tomaría mucho más tiempo que ese viaje.
Pero estaban allí ahora. Aparte de los álamos negros (que habían crecido hasta
una saludable altura de dos metros desde la última vez que los había visto), la Espesura
todavía seguía destrozada. Los fuegos estaban por todas partes pero eso sólo significaba
que había menos humo y más tocones ennegrecidos ensuciando la escena alguna vez
pastoral.
Aún así los álamos eran un signo alentador. Rhys no confiaba en su propio
juicio, ya que él quería ver desesperadamente nueva vegetación en la Espesura, pero
tuvo que admitir que había algunos pequeños signos de mejora. Parcelas verdes y
arbustos estaban empezando a emerger a través de la capa de carbón y hollín, pero no
había ninguna garantía de que sobrevivirían.
Rhys guió a la partida al lugar donde había plantado la semilla de cono de
Colfenor. Sygg había puesto en duda la sabiduría del regreso y los otros habían
compartido su opinión con diferentes niveles de verbosidad, pero el simple hecho era
que no tenían ningún otro lugar a donde ir. Por lo menos allí se podía contar con que los
dejaran en paz.
Rhys maniobró a través de una nube persistente de humo y contempló el
montículo donde había sembrado el cono. Las hadas tuvieron derecho a maravillarse: un
árbol de tejo totalmente maduro estaba plantado en la tierra, llegando a más de dos
metros de altura. Era delgado y suave y saludable a pesar de que sólo tenía unas pocas
horquillas y ramas.
"¿Eso es normal?" dijo Maralen.
"No," dijo Rhys. "¿Pero en estos tiempos que es normal?"
Cenizeida permaneció bien alejada del árbol, ya sea porque no confiaba en que
la descendencia de Colfenor la fuera a tratar mejor que lo había hecho él o porque no

195
quería correr el riesgo de prenderle fuego. De cualquier manera Rhys fue el único en
caminar hasta el lugar y arrodillarse ante el retoño.
"Está creciendo rápidamente," dijo. "Pero va a tomar años, tal vez décadas, antes
de que sea consciente. Y décadas más antes de que sea capaz de caminar libremente por
Lorwyn." Y, añadió él de forma privada, décadas antes de que pueda hablar con la
sabiduría de Colfenor, o su arrogancia. Tal vez eso era lo mejor. Por el momento Rhys
seguía sin poder conciliar la traición de su mentor con todo lo que había sido el gran
tejo rojo.
"Así que no es normal," dijo Maralen. "Pero es una buena señal."
"Muy buena," dijo Rhys. Se levantó y miró detenidamente la corteza lisa del
árbol joven. Si el usaba su imaginación casi podría distinguir la forma de la cara del
nuevo arbóreo. Allí estaban los ojos y la nariz, y la boca ancha y torcida, que esperaría
durante muchas estaciones antes de que finalmente cobrara vida.
El suelo tembló, haciéndole perder el equilibrio a Rhys. Sin darse cuenta, el se
apoyó contra el árbol joven.
El retoño abrió rápidamente los ojos varias estaciones antes de tiempo. "Ay,"
dijo. Y su voz fue como si hubiera tenido la boca llena de uvas.
Rhys gritó de sorpresa y saltó hacia atrás. Inestable sobre sus pies y jadeando se
quedó con la boca abierta cuando el rostro del retoño se movió, rasgo por rasgo, hasta
que sus ojos quedaron abiertos, sus fosas nasales se dilataron y sus labios se abrieron,
dividiendo su corteza lisa en una sonrisa torcida.
El nuevo tejo parpadeó y centró sus ojos oscuros y huecos en Rhys. Entonces el
retoño habló. "Estudiante de mi semillapadre," dijo, "bienvenido a la Espesura
Murmurante."
El arbóreo se inclinó hacia un lado y se esforzó. La más gruesa de sus raíces se
liberó de la tierra suelta. Tiró de sus otras raíces para salir del lugar donde había sido
sembrado y se acomodó en el duro suelo cubierto de cenizas.
"Rhys," dijo Cenizeida pero el elfo cortó la pregunta antes de que pudiera
hacerla.
"No lo sé," dijo.
Rhys se giró a Cenizeida y a Brigid pero sus rostros estaban tan perdidos y
confundidos como el suyo. Sólo Maralen pareció libre de todo asombro o temor, y sólo
porque estaba llena de interés, emoción y entusiasmo. "Ahora si que esto vale la pena
explorarlo."
Una flexible corteza roja crujió contra la madera nueva cuando el retoño
extendió sus brazos en un amplio y acogedor abrazo.

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Glosario

Alzamiento: El proceso en el que un árbol se convierte en un Pueblo-arbóreo y se


vuelve sensible y móvil. No todos los árboles pueden tener un Alzamiento sino que se
produce al azar.

Arbomandra: Un anfibio gigante originario del Río Vinoerrante de Lorwyn. Se sabe


que las arbomandras llegan a medir unos treinta metros aunque hay cuentos que relatan
ejemplos de cinco veces ese tamaño.

Arquero: Un cazador elfo que se especializa en el uso del arco largo en lugar de una
espada. Los kithkin emplean sus propios arqueros para la defensa de sus ciudades y
pueblos, organizados en una jerarquía similar pero sin las distinciones de las castas
élficas.

Atiza almas: Avanzados caminantes del Camino de la Llama, llamados atiza almas, se
hallan en un delgado equilibrio entre la iluminación emocional y la combustión súbita.

197
Estos líderes espirituales arden con una llama al rojo vivo y defienden la idea que es
mejor explotar que consumirse.

Aventador: Cazadores Elfos especialmente capacitados para dar caza y eliminar


desgracias visuales.

Barracón: Una aldea boggart, dirigida por una tía.

Cambiagua: La magia cambiagua, practicada sólo por los merrow, le permite a un


merrow manipular el agua en formas sólidas, sostenibles y móviles. Aunque estas
formas son normalmente estáticas el agua del que están formadas continúa moviéndose
y fluyendo a través de y alrededor de la fuente de la que proviene, por lo general un río.
Los barqueros Merrow emplean cambiagua para trasladar a los habitantes de tierra a
través y a lo largo de los muchos ríos de Lorwyn.

Cardúmenes de Merrow: La unidad social básica entre los merrows es el cardúmen.


Los cardúmenes Branquia Plateada, Arroyo Rocoso, Aletas de Papel, Presa del Carrete y
Tinta Profunda tienen sus diferencias pero igual comercian y se asocian entre ellos.

Carriles: Término Merrow para los muchos ríos interconectados de Lorwyn. También
utilizado como un juramento, Ej., "¡Por los carriles!"

Cenn: Un líder Kithkin similar al alcalde de una ciudad.

Cérvido: La montura elegida por los Elfos, el cérvido se asemeja a un ciervo de patas
largas. Ciertos linajes y crías están reservadas para Elfos de alta casta; alguien de una
casta o tribu inferior corre el riesgo de ser ejecutado si siquiera toca una de estas raras y
hermosas criaturas.

Cicuta: La manada bajo el mando del Daen Rhys compuesta por alrededor de un
centenar de cazadores con Gryffid como el segundo del Daen.

Clachan: Un pueblo Kithkin .

Cazador: Entrenados para portar armas y seguir órdenes, los cazadores constituyen el
mayor porcentaje de la Nación Bendecida, pero son raramente de cualquier casta más
alta que los Impecables. Más o menos equivalentes a la expresión moderna de
"soldados", los cazadores incluyen guardabosques, arqueros y Daen.

Crannog: Un pueblo merrow construido para ofrecer acceso tanto a los habitantes
ribereños como a los visitantes de tierra. Los crannogs se asemejan a pequeñas aldeas
flotantes pero debajo de la superficie se extienden todo el camino hasta el fondo del río.
La mitad inferior de un crannog podría contener una población de merrow muchas
veces más grande de lo que parece desde arriba.

Cuerposemilla: También "Conosemilla" Todo Arbóreo comienza su vida como un


cuerposemilla pero no todos los cuerposemillas se convierten en seres sensibles y
totalmente animados. La mayoría se convierten en árboles, aunque árboles
relativamente inteligentes con el potencial para llegar a ser conscientes y móviles.

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Daen: Comandante de una manada individual y el Elfo que recibe directivas de un alto
mando, decide sobre su aplicación, y da órdenes a los cazadores bajo su mando.

Desgracia Visual: Cualquier Elfo que, a través de desfiguración deformidad física, o


hechos traidores, es juzgado indigno del nombre "Elfo." Estas criaturas son
consideradas por debajo incluso de los boggarts y sus vidas no valen nada a sus
parientes.

El Camino de la Llama: Cada llameante se embarca en una búsqueda de auto-


realización, el Camino de la Llama, en búsqueda de una conexión con una fuerza
superior a ellos mismos.

Exquisitos: La segunda casta más alta de la Nación Bendecida; incluye taercenns,


cortesanos, artistas y líderes espirituales.

Festival de Cuentos: Un evento anual organizado en la ciudad Kithkin de Kinsbaile


durante incontables décadas. Una reunión para contar historias y hacer felices antes de
la Aurora, una exhibición anual de luces en el cielo del atardecer.

Guardabosque: El rango más bajo de un cazador Elfo armado con espada, daga, otras
armas de combate cuerpo a cuerpo, pueden estar equipados con lanzas y picas. Los
Guardabosques son entrenados en seguimiento y combate entre los árboles. La
infantería de la Nación Santísima.

Guía de Semillas: Druidas-magos elfos que sirven como embajadores de la Nación


Bendecida a las tribus de Pueblos-arbóreos.

Hada: Nombre formal de la población colectiva de Hadas de Lorwyn, utilizada en el


contexto de sus tradiciones, magia e identidad compartida.

Hoja Marcadora: Elfos entrenados en combate sigiloso destinado a mutilar y


desfigurar. La víctima de un Hoja Marcadora sufre un destino peor que la muerte: se
convierte en una desgracia visual. Los Hoja Marcadora suelen ser empleados por
clientes de castas superiores para hacer frente a enemigos políticos.

Hojas Doradas: La tribu Elfica más fuerte y más grande de la Nación Bendecida,
maestros del Bosque Hojas Doradas.

Ilusión: Magia usualmente utilizada por las hadas para embellecerse, entretenerse unas
a otras, o incapacitar a los enemigos. A veces es usada por Elfos (deshonrosamente)
para encubrir sus desfiguraciones.

Impecables: La cuarta y más baja pero más poblada de las castas de la Nación
Bendecida. Este estatus se confiere a cualquier Elfo que posee el mínimo umbral de
belleza y gracia. Equivalente a la aceptación básica de la sociedad élfica.

Inmaculados: La tercera casta más alta en la Nación Bendecida. Elfos de esta casta son
guías de semillas, visires, diplomáticos y otros funcionarios importantes. A algunos
daens también se les concede este estado como una recompensa por el valor y el

199
servicio.

Ley Boggart: La única “ley” de los boggarts requiere que los nuevos descubrimientos
sensoriales sean compartidos con todos los demás boggarts. Su mayor crimen es
acaparar un elemento para uno mismo.

Leyes Élficas: Las leyes de la belleza. En la vana sociedad élfica la belleza es apreciada
sobre todo lo demás. Sus leyes elevan a los hermosos y traen crueldad a todas las
criaturas por debajo de sus estándares.

Lys Alana: La ciudad élfica más grande en el Bosque Hojas Doradas, Lys Alana es el
hogar del majestuoso Palacio Luz del Amanecer.

Manada: Un escuadrón de gran movilidad y fuertemente organizado de cazadores al


mando de un Daen. Las manadas varían en tamaño de una docena de miembros a varios
cientos y reciben directrices generales de las autoridades tribales o su taercenn. La
mayoría de las manadas operan semi-autónomamente con envíos regulares pero
infrecuentes desde y hacia sus superiores.

Material onírico: Pensamientos y sueños tangibles visibles sólo para las hadas.

Mornsong: Un tribu menor de la Nación Bendecida, los elfos Mornsong son conocidos
en todo Lorwyn como los mejores músicos y cantantes de cualquier lugar. La mejor
cantante de Mornsong de la actual generación es Peradala, una Perfecta.

Nación: Ver Nación Bendecida. También a veces utilizada coloquialmente para


describir la propia tribu de un Elfo como una cuestión de orgullo: Ej., “la nación de los
Hojas Doradas.”

Nación Bendecida: También "los Bendecidos." La Nación Bendecida comprende todas


las tribus de Elfos de Lorwyn, gobernados por hombres y mujeres de los Supremos
Perfectos con la ayuda de un consejo de Exquisitos y otros Perfectos. Los monarcas
actuales, así como todos los Altos Perfectos que se recuerdan, han sido de la tribu Hojas
Doradas. Los no-elfos se refieren coloquialmente a los Supremos Perfectos como el "rey
y la reina."

Oronja: Una de las manadas de caza de los Elfos Hojas Doradas.

Pandilla: Tres o más Hadas unidas de por vida, los miembros de un pandilla comparten
una conexión empática que se extiende a la telepatía en momentos de estrés o extrema
emoción.

Parracreado: Criaturas vivas alteradas y controladas por sus amos Elfos a través de la
parasitaria parratejida. Los Parracreados son usualmente considerados obras de arte
terriblemente hermosas. Las manadas de caza de la Nación Bendecida en ocasiones los
emplean como tropas de choque, mientras que los Perfectos crean criaparras realmente
magníficos para utilizar como guardias y sirvientes.

Peregrino: Un llameante siguiendo "el camino," un viaje personal y espiritual de


descubrimiento que implica vagar por las carreteras y caminos de Lorwyn para hacer

200
contacto con los poderes superiores elementales. La mayoría de los llameantes pasan al
menos una parte de su vida como peregrinos. A menudo son empleados por otras tribus
como mensajeros de confianza y solucionadores de problemas.

Perfectos: La casta más alta de la Nación Bendecida. Los Perfectos son los más grandes
de los Elfos, incluyendo los artistas y líderes más brillantes. Los Magistrales Perfectos
son el equivalente a los monarcas Elfos y son elegidos por sus compañeros Perfectos
para gobernar de por vida.

Regresabueso: Grandes caninos empleados por los cazadores elfos como rastreadores y
perros de ataque. Los regresabuesos pueden seguir un aroma de cientos de kilómetros.

Saltanejos: Un gran lagomorfo con cuernos empleado principalmente por los kithkin
como montura, bestia de carga y fuente de alimento.

Selenera: Una planta de flor con capullos de color azul-blanco que es fuente de un
poderoso veneno muy apreciado por los Elfos de Lorwyn, que son en gran medida
inmunes a sus efectos. Los elfos utilizan selenera agresivamente en la batalla y es la
fuente de su famoso y temido "toquemortal." La selenera también es esencial para
muchos hechizos y rituales élficos importantes, así como el utensilio de grabado cuando
se diluye.

Taer: Un título honorable (originalmente élfico, pero también comúnmente utilizado


por la mayoría de las tribus variadas de Lorwyn ) y más o menos equivalente al “señor”
de Inglaterra, literalmente significa "grande". También es un prefijo agregado a rangos y
títulos para significar la superioridad del mismo (ej., "taercenn," literalmente "gran
maestro.")

Taercenn: El cazador de rango más alto restringido a solo los Elfos Exquisitos. Un
general en actividad, comandante supremo y autoridad sobre varias manadas
individuales. El taercenn también suele tener cierta influencia política con los
Magistrales Perfectos.

Tejo: La más rara de todas las especies Arbóreas, de color rojizo, que tienen agujas en
lugar de hojas. Colfenor es el último que queda de este tipo en Lorwyn. La savia
venenosa de tejos es tan mortal como rara.

Tía: Un boggart masculino o femenino de avanzada edad y experiencia que explica los
significados detrás de las cosas o las sensaciones que son particularmente
desconcertantes. También resuelven disputas, organizan redadas, y recitan cuentos de
tías famosas de la antigüedad en los grandes festines boggart. La tía más grande de
todas es la Tía Larva cuyos cuentos antiguos aún guían el comportamiento boggart.

Trama Mental: Una forma de magia Kithkin que se basa en pensamientos compartidos,
a menudo reforzados con música o poesía. Un Kithkin puede sentir y participar en una
fuerte trama mental a una gran distancia.

Tribu: Generalmente utilizado para describir las diferentes especies inteligentes de


Lorwyn, Ej., la tribu Kithkin o la tribu de llameantes. También se utiliza para describir a

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los diferentes grupos dentro de una especie, como en la "tribu Hojas Doradas" o la
"tribu Mornsong."

Triglochin: Una robusta y abundante hierba salvaje de Lorwyn utilizada por los elfos
para los ejes de sus flechas.

Velis Vel: El área de desove secreta de los cambiaformas es la Gruta Velis Vel. Velis Vel
es una caverna subterránea con incrustaciones de cristales de cuarzo. Una vez al año la
luz solar se filtra por un agujero en la parte superior de la gruta inundándola de luz.
Durante este tiempo los cambiaformas se sienten atraídos por Velis Vel donde vuelven a
sus desconocidas formas naturales.

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