Eva corría desesperada hacia la orilla de la encañada, pues ahí seguramente estaría la pequeña Modesta, su hija. Era temprano; todavía sentía el roció de la mañana golpeando su rostro y el jején picándole los brazos. De pronto al llegar a la orilla, divisó en la punta de un barranco a su pequeña hija, de pie y estática, con un vestido blanco, descalza, y un ramo de flores que sujetaba con sus manos pegado a su pecho, en una posición con la cabeza ligeramente inclinada y los ojos cerrados. La niña dormía de pies. Horrorizada, caminó apretando el paso hasta su hija, y apartando el miedo y el vértigo abrazó a Modesta por la espalda, la quitó del sitio y la despertó. La niña abrió los ojos y habló con su mamá, contándole que no sabía por qué estaba ahí, que de lo único que se acordaba era del momento en que se acostó en su cama la noche anterior… El pequeño Cristo de 5 años, dormía en una hamaca y compartía el cuarto con varios hermanos. Pero en la madrugada, cuando apretaba el frio, le entraban ganas de orinar. Esa noche hizo como de costumbre, se sentó en la hamaca, sacó para orinar y se agarró fuertemente de los dos extremos que se amarran a las cabuyas, pero adormitado, no calculó bien y se cayó; se golpeó en un tobillo con el borde de una cama; enseguida, prendió la casa gritando de dolor. Magdalena, su mamá quien dormía con su esposo en la sala, se estremeció por la bulla y en el oscuro levantó a Domingo y le dijo: Corre Domingo, vamos, porque a Cristico se lo están llevando las brujas… Al día siguiente fueron corriendo donde el padre del pueblo, para bautizar a Cristo, pues se creía que así, no se lo llevarían las brujas por estar moro.