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Opinión

La paradoja de la “e”: ¿Es inclusivo el

lenguaje inclusivo?

José María Gil, filósofo e investigador del Conicet en temas de


lenguaje, analiza los límites de la tendencia.

10/12/2018 - 14:37

 Clarin.com
 Sociedad

 Lenguaje Inclusivo

El así llamado “lenguaje inclusivo” propone anular la distinción entre


masculino y femenino para los sustantivos que evocan significado “humano”,
con el objetivo explícito de representar y exaltar laigualdad de género.
La anulación de la diferencia se aplica a los sustantivos cuyo referente engloba a
personas entre las cuales hay más un género, lo que permite evitar el uso por
defecto de la forma masculina "o".
El cambio morfológico incide desde luego en los artículos y adjetivos que
modifican a los sustantivos en cuestión. Surge así una nueva forma que significa
“género indistinto” y abarca no sólo “masculino” y “femenino” sino también
otras opciones no contempladas dentro de alguna de esas dos categorías.
Así, en “lenguaje tradicional”, alguien puede expresar lo siguiente: Los chicos
argentinos no tienen que ser distintos ante la ley porque todos tienen los
mismos derechos.
Una de las variantes del “lenguaje inclusivo” propone que se use desinencia x
para significar “indistinto”: Lxs chicxs argentinxs no tienen que ser distintxs
ante la ley porque todxs tienen los mismos derechos.

Otra posibilidad que se ofrece es la @ (arroba): L@s chic@s argentin@s no


tienen que ser distint@s ante la ley porque tod@s tienen los mismos derechos.

Tal vez sin proponérselo, la equis y la arroba encierran al “lenguaje inclusivo”


dentro de la breve cárcel de la lectoescritura porque ninguno de esos dos
símbolos tienen realización fonética. Por ello, en la oralidad, los dos ejemplos
anteriores deberían verbalizarse más o menos en estos términos: Los chicos
argentinos y las chicas argentinas no tienen que ser distintos ni distintas ante
la ley porque todos y todas tienen los mismos derechos.

Hay una tercera (o cuarta) variante que ofrece una ventaja notable sobre la
otras: Puede usarse en la interacción oral. Parece, entonces, la variante
morfológica más viable para significar “indistinto”:
Les chiques argentines no tienen que ser distintes ante la ley porque todes
tienen los mismos derechos.
Los detractores del “lenguaje inclusivo” deben admitir que visibiliza un reclamo
justo de forma artística. Produce extrañamiento con respecto al lenguaje
mismo: des-automatiza la percepción del lenguaje ordinario. En términos de
Roman Jakobson, la comunicación se orienta al mensaje como tal. Con el
“lenguaje inclusivo” se consigue el predominio función poética del
lenguaje por encima de otras funciones.
También produce un impacto emotivo. Es habitual que algunos oyentes se
muestren incómodos y aun irritados con el “lenguaje inclusivo”, y ya se sabe
que el estupor o el escándalo pueden ser otras de las generosas funciones del
arte. En conclusión, debe reconocérsele al “lenguaje inclusivo” que cumple en
buena parte con el objetivo que se propuso: Hacer cada vez más manifiesta la
urgente necesidad de la igualdad de género. Y por si fuera poco, lo hace
de modo poético.
Con todo, sus usuarios y defensores también deberían admitir que el “lenguaje
inclusivo” presenta varias limitaciones. Para empezar, un cambio
morfológico no implica un cambio conceptual. Ni, por contrapartida, para que
haya un cambio conceptual se necesita un cambio morfológico. En este sentido
el “lenguaje inclusivo” parece estimular ideas erradas: Que el mero cambio de
una forma por otra sea suficiente para modificar el pensamiento o que la
creatividad conceptual se reduzca a una modificación muy básica de la
morfología. Recordemos que, por ejemplo, a Borges no le hizo falta inventar
palabras nuevas ni cambiar la morfología para escribir los cuentos de Ficciones.
La creatividad desconcertante de Borges se explica, por ejemplo, a partir del
modo en que descoloca con los adjetivos. Consideremos el comienzo de “Las
ruinas circulares”: Nadie lo vio desembarcar en la unánime noche.
¿Por qué es “unánime” la noche? Los significados estallan en muchos sentidos.
Pero el estallido de significados tiene lugar en el sistema conceptual del lector,
no en la parte del sistema lingüístico donde se representa la morfología.
Por otro lado, no hay evidencia de que la distinción de género morfológico sea
un impedimento para considerar la igualdad de género en la vida personal y
social. Por ejemplo, el inglés no distingue género para la inmensa mayoría
de los sustantivos, y directamente no distingue género para adjetivos y artículos.
No parece que los hablantes nativos del inglés estén mejor predispuestos para
contemplar la igualdad de género que, por caso, los hablantes nativos de francés
(que sí distingue género morfológico).
¿Qué logra entonces el “lenguaje inclusivo” con su merodeo constante alrededor
de la morfología? Que hablantes y oyentes focalicen su atención precisamente
en la morfología... Y este merodeo obsesivo puede ocasionar el descuido del
nivel conceptual. Todo esto es muy problemático, porque la postulación y la
defensa de la igualdad de género se despliegan en el nivel conceptual, no en la
morfología.
Un indicador de esta atención excesiva en la morfología por parte de quienes
aspiran a usar el “lenguaje inclusivo” es que no pocos incurren
en inconsistencias manifiestas, que van desde problemas relativamente
menores de concordancia (todos los diputades, valoremos al otre) hasta la
asignación desaforada de género a la desinencia verbal (tenemes en lugar de
tenemos, como si la o se correspondiera con el morfema masculino de los
sustantivos).
En efecto, una utilización más o menos consistente del “lenguaje inclusivo”
exige un alto nivel de conciencia gramatical porque un hablante tiene que
estar muy atento para reconocer cada caso de concordancia que involucra a los
sustantivos con significado “humano”. Entonces, el “lenguaje inclusivo” se
circunscribe a hablantes altamente escolarizados. Así, estamos ante la
paradoja de que el “lenguaje inclusivo” termina siendo indeseablemente
elitista.
Ahora bien, pensar que una minoría puede imponer un cambio lingüístico en
beneficio de la mayoría no sólo alimenta la fantasía de la élite iluminada sino
que también pasa por alto la conocida dialéctica entre la inmutabilidad y la
mutabilidad del signo lingüístico, que ya fuera explicada por Ferdinand de
Saussure a principios del siglo XX. Por un lado, el signo lingüístico es inmutable
porque los hablantes de la comunidad no lo eligen ni pueden cambiarlo
según sus preferencias. La comunidad de habla está ligada a su lengua tal
cual es y por ello el signo lingüístico está fuera del dominio de la voluntad de los
hablantes.
Pero el paso del tiempo tiene otro efecto complementario en la estructura del
sistema lingüístico: si bien asegura la continuidad de la lengua a través de las
sucesivas generaciones (por ello el signo es inmutable), el tiempo también altera
la estructura del sistema porque permite que los signos lingüísticos cambien
(por ello el signo es también mutable). Pero tanto la inmutabilidad como la
mutabilidad del signo lingüístico dependen de factores que están mucho
más allá de la planificación de un grupo minoritario de
hablantes. Desde luego, cabe pensar en la posibilidad de que la variante "e" del
“lenguaje inclusivo” termine siendo aceptada por la comunidad de habla, pero
esa aceptación sería el desenlace de un largo proceso de cambio lingüístico.
Por último, el lenguaje inclusivo quiere defender con toda justicia la igualdad de
género. Sin embargo, cae en la hipótesis falsa del determinismo lingüístico,
según la cual el léxico y la gramática de la lengua que hablamos crea una trama
de hierro para los pensamientos que elaboramos.
Reconozcamos otra vez que, más allá de las paradojas excluyentes en las que
incurre, el “lenguaje inclusivo” tiene la noble intención de defender valores
fundamentales. Dichos valores puedan quizá expresarse en estos términos:
“Todos somos personas”; “ninguna persona es más (ni menos) que otra”; “es
inaceptable que la mujer se subordine al hombre”; “la ética no abarca los hechos
sexuales” , etc.
Parece, entonces, que no hace falta escudarse en la renovación morfológica para
promover valores igualitarios y democráticos. La promoción de esos valores
requiere cambios en el pensamiento de las personas, los cuales son mucho más
complejos y vastos que un cambio premeditado en la morfología nominal.

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