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¿Rezar por los difuntos?

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(¡Mejor ocúpate de los vivos!)
FUNDACIÓN DIÁLOGO·MARTES, 30 DE OCTUBRE DE 2018

¿Podemos hacer algo por los difuntos? ¿Ellos pueden hacer algo por nosotros?
He ahí otro tema de urgente profundización y purificación.

Deberíamos empezar por convencernos de que la muerte, para los cristianos, es


una liberación, una meta, una pascua: el paso a la tierra prometida. No un motivo
de tristeza y, menos aún, de penitencia reparadora.

Puede que haya tristeza y llanto por la separación humana, por el dolor sensible,
por la tragedia a veces. Pero todo eso debería estar arropado y consolado por la fe
(segura confianza) en la felicidad eterna.

Los que mueren, mueren para vivir. No sabemos el camino que aún tendrán que
recorrer, pero estamos ciertos de que pasaron definitivamente a la orilla de la Vida.

Por tanto, los signos y oraciones deberían ser de esperanza y alegría por la etapa
superada (en la forma posible a cada cual), por el desembarco en los brazos del
Padre. En los símbolos litúrgicos debería dominar el blanco y no el morado
penitencial que ya no tiene sentido.
Lo primero que podemos hacer por nosotros y por nuestros difuntos es
"aceptar" su descanso en la paz. Ya entraron en la, para nosotros, inalcanzable
eternidad. No puedes hacer nada más por ellos, como no puedes operarte de
apendicitis por el que entró en el quirófano o como no puedes examinarte por tus
hijos.

Esas "ánimas" por las que te preocupas tendrán que hacer, ellas solitas, su propia
rehabilitación y su vuelta al Padre para poder ver su rostro. Nada puedes hacer y
nada hay que temer porque están caminando bajo el impulso de la Misericordia
infinita.

El único y universal remedio, lo que realmente puedes hacer "aquí y ahora" es:
"Vencer el mal con abundancia de bien" (Rom 12,21) con el impulso y experiencia
de los que partieron. Únicamente puedes ensanchar el bien que pugna por
inundar tu vida. Te propongo estos tres avances bajo la sonrisa de tus difuntos:

1. Rectificar los malos funcionamientos que heredaste (parte del pecado original),
muy sutiles a veces, porque suelen ser subconscientes y no nos hemos parado a
concientizarlos.

2. Perdonar, perdonar de corazón las posibles heridas que te causaron, hasta


que no quede ni rastro de resentimiento. No porque necesiten tu perdón, sino porque
ese perdón es la medicina que necesitan tus heridas. Y recuerda: perdonar NO es
apretar los dientes y olvidar el dolor de tus heridas. Perdonar es comprender.
Comprendiendo tu propia fragilidad (conociéndote a ti mismo) entrarás en la
comprensión de la limitación de los que te hirieron.

3. Seguir el buen ejemplo que te dejaron. Es la mejor forma de amar y honrar su


memoria. Tiene sentido nombrarles en la santa Misa para sentirnos orando "CON
ellos", pero NO "POR ellos", para seguir sintiendo su aliento y ejemplo de vida,
para concientizar que pertenecen a tu misma Iglesia y siguen viviendo en ella.

Amar es admirar y admirar nos lleva a imitar lo que admiramos. Si admiramos


(amamos), es que esa persona nos atrae. Si nos atrae, es porque ya tenemos en
nosotros algo de eso que admiramos.

La "presencia interior" de tus difuntos (más que su recuerdo cerebral) estimulará


eso que pugna por crecer en ti. Esa sería la gran finalidad de honrar a los muertos.
¿Qué admiraste y qué sigues amando en tus difuntos? Si no hay amor, solo
queda sensiblería u obligación mental o rutina externa. Nada de su "vida" te ha
quedado, solo recuerdos muertos.

Si lo que te queda es amor, es un disparate hacer cambalaches con el Cura o


con Dios. Tus difuntos no necesitan estipendios. Ya han desembarcado en las manos
del Padre. Dedica tus dineros a los pobres vivos o a las necesidades de la Iglesia
caminante. Los que ya pasaron no lo necesitan.

Lo que ellos desean -con toda seguridad- es que aproveches bien su buen ejemplo
y rectifiques sus errores, que sigas tu camino y despliegues todos tus dones. ¡Eso
será para ellos aire fresco! ¡Eso es lo urgente, realista y espiritualmente eficaz! Lo
otro, los negocios espirituales y el "dios negociador", son pura idolatría.
Otra cosa es que necesites apoyar el dolor de la ausencia en la ternura del
Padre. Hazlo sin reservas. Puede, incluso, que sea un consuelo para ti poner a tus
difuntos en la mesa del altar y oír sus nombres. Puede que eso te recuerde su buen
ejemplo. Hazlo si es positivo para ti, pero sin pagar contraprestación alguna.

No olvides que la Eucaristía (acción de gracias) es totalmente gratuita, es puro don


del Señor, invitación a imitarle: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19).

No hay culpas que pagar, ni sacrificios purificadores, ni méritos que aplicar


para sacar a los muertos del "fuego".

Lo que intentamos vivir, bajo el signo de una "comida fraterna", es la vivificante


presencia y ejemplo del Señor: amor, unión, paz, alegría… y motivación mutua
para caminar hacia los brazos del Padre. Y el ejemplo de los que le siguieron antes
que nosotros (nuestros santos y difuntos) nos puede ayudar sobremanera.

¿Todavía crees en el "avaro ídolo" que se queda con tu hambre o tu dinero


para "compensar" las culpas de tus muertos? ¿Acaso no descubriste al Dios de
los cristianos, todo perdón, todo misericordia, todo atracción, todo gratuidad?
Repítelo muchas veces en tu interior: ¡El Dios verdadero es infinita gratuidad!
Solo tu cerrazón y alejamiento podrán privarte de su abundancia derramada.
Procura saltar sobre las esperpénticas fórmulas canónicas: "óyenos",
"acuérdate…" o "recuerda…". ¿Pero a qué "desmemoriado ídolo" rezamos? ¿Acaso
has olvidado tú a tus difuntos? ¿Cómo puede haberlos olvidado su Padre? ¿No se
sentiría ofendida una madre terrícola a la que suplicases: acuérdate de tu hijo
fallecido? ¿Cómo podemos pronunciar esas necedades? "Guías ciegos…" (Mt
23,16).

Si alguien, desde fuera, observase nuestros rezos oficiales, tendría que concluir que
oramos a un "dios con alzhéimer", al que hay que repetir y repetir que no olvide.

No hemos leído la Escritura y NO creemos en el Dios verdadero que jamás olvida


a sus hijos:

"Estoy a la puerta y llamo..." (Ap 3,20).

"¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas?
¡Aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!" (Is 49,15).

"En la palma de mis manos te llevo tatuado" (Is 49,16).

No sigo para no cansarte. Pero sigue tú leyendo, por ejemplo, "El Cantar de los
Cantares"...
Me gusta imaginar a nuestros muertos eclosionando bajo la arena como
tortuguitas marinas. Unos llegarán más crecidos y otros menos. Unos saldrán muy
cerca del agua y otros muy lejos. Pero todos, absolutamente todos, tras la carrera de
la última purificación por la arena, se sumergirán en la Inmensidad y encontrarán,
por fin, su destino.

Unos lo habrán intuido y gozado ya en esta vida. Para otros será una sorpresa verse
liberados de inconsciencias, errores, oscuridades y rebeldías. Se encontrarán con el
Padre que negaron o ignoraron y empezarán a comprender… Tal vez todo eso
requiera el esfuerzo que no hicieron en vida, la rehabilitación necesaria para ser
capaces de "ver" lo que no quisieron o pudieron ver en esta tierra.

¿Cómo será esa rehabilitación? Eso pertenece al misterio y no se nos ha


revelado. Lo que sabemos con certeza es que "Dios lo será todo en todos" (1Cor
15,28). Esa es nuestra fe, esa nuestra esperanza, esa la alegría de recordar a nuestros
muertos. Por eso, cuando pongas a tus seres queridos sobre el altar, piensa que ya
caminan o han llegado a la Luz, sin posible retorno.

Nada cambiará con tus rezos, ni el difunto, ni el Dios de la Misericordia que se


derrama permanentemente sobre todos: sobre nosotros y sobre ellos.

Lo único que puede cambiar es tu corazón. Todavía estás en camino y puedes


elegir. Todavía puedes cambiar e inundar tu vida de bien y paz, para desembarcar
más cerca de la Felicidad cuando eclosiones en la ribera del Mar.
Tu cambio, tu elección del bien, repercute en la Iglesia universal. Eso te están
gritando desde el otro lado -estoy seguro- los que te quieren. Tu propio progreso no
te costará un céntimo, solo algún esfuerzo. Pero merece la pena, ya lo verás.

¡Y cómo alegrarás a los que te esperan!

Jairo del Agua

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