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02 de noviembre de 2018

El 10 por ciento de niñas y niños de entre 5 y 15 años y más del 30 por ciento de
adolescentes trabaja

Infancias y adolescencias
robadas por el mercado
La Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes 2016/2017 relevó datos en
entornos urbanos y rurales de todo el país. El resultado pinta un paisaje de desigualdad,
sesgos de género y fuerte impacto en la educación de chicas y chicos.

En Argentina, el 10 por ciento de las niñas y los niños de entre 5 y 15 años realiza
al menos una actividad productiva, un porcentaje que trepa hasta casi el doble
(19,8 por ciento) en áreas rurales y que tiene más incidencia en el noroeste y el
noreste del país. Entre adolescentes de 16 y 17 años, son el 31,9 por ciento
quienes trabajan, aunque la cifra se eleva hasta el 43,5 por ciento en áreas
rurales. La mayoría de los más pequeños suele empezar a trabajar para ayudar a
sus padres o su entorno más cercano (entre el 65 y el 66 por ciento, según se
trate de niñas y niños rurales o de las ciudades), pero esas relaciones laborales
precarias van sentando las bases para trabajos también precarios a medida que
van creciendo. El trabajo infantil suele tener incidencia directa sobre el rendimiento
en la escuela, porque niñas y niños llegan con más cansancio a las aulas y faltan
más seguido. Los sesgos de género que caracterizan al mercado laboral adulto se
replican en la infancia: las niñas suelen abocarse a “actividades domésticas
intensivas”, los niños, a “actividades mercantiles y de autoconsumo; las niñas
ganan menos que los niños (ver aparte). Esos son solo algunos de los datos que
arrojó la Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes (EANNA)
2016/2017 realizada por el Indec, y la Dirección General de Estudios
Macroeconómicos y Estadísticas Laborales de lo que era, hasta semanas, el
ministerio de Trabajo. El relevamiento, que analiza cifras obtenidas en entornos
rurales y urbanos de todo el país, da cuenta de los detalles cotidianos de qué
significa la desigualdad para niñas, niños y adolescentes de sectores vulnerables,
y cómo las situaciones cambian según las regiones en que vivan.

La Encuesta había tenido una primera presentación en noviembre del año pasado,
durante la IV Conferencia Mundial sobre Erradicación Sostenida de Trabajo
Infantil, de la que participaron delegaciones de cien países. El trabajo dado a
conocer ayer por el Indec es la segunda EANNA, luego de la realizada en 2004,
pero cuyos resultados no son comparables porque esta es la primera experiencia
que comprende la situación de chicas y chicos de áreas rurales y urbanas.

Algunos de los datos, lejos de resultar abstractos, dan cuenta de manera concreta
de cómo pasan los días de estas chicas y chicos que trabajan. Sus condiciones
laborales, por ejemplo: “a alrededor de uno de cada tres le cansa la actividad que
realiza; cerca de uno de cada tres señala que siente exceso de frío o calor al
efectuar su trabajo; y uno de cada cuatro niñas y niños urbanos desarrolla su
actividad en la calle o algún medio de transporte”. En la ciudad, son más quienes
se dedican a las actividades productivas en el horario nocturno, “principalmente
entre las mujeres (16,6 por ciento de las de 5 a 15 años y 19,2 por ciento de las de
16 y 17 años declaran trabajar por las noches), a causa, fundamentalmente, de los
trabajos de cuidados que ellas realizan”.

El trabajo infantil y adolescente está más extendido en las zonas rurales, donde
involucra “a casi uno de cada cuatro varones y mujeres de 16 y 17 años (22,8 por
ciento)”. En áreas urbanas, lo que prevalece entre varones es la dedicación a
actividades mercantiles, en particular las “relacionadas con el trabajo en negocios,
talleres u oficinas por dinero (para el 39,9 por ciento de los niños y niñas y el 37,9
por ciento de los adolescentes que trabajan)”.

En tanto, en el campo, más de la mitad de las niñas y los niños que trabajan se
dedica “al cultivo o cosecha de productos para vender (14,2 por ciento), el cuidado
u ordeñe de animales (14,4 por ciento), la ayuda en la construcción o reparación
de otras viviendas (11,9 por ciento) y la ayuda en negocios u oficinas (11,9 por
ciento)”. Las cifras y ocupaciones son similares para las y los adolescentes de
esas zonas, aunque en esos casos también se suma como actividad la producción
de ladrillos (8,9 por ciento).

Niñas y niños de entornos urbanos y rurales comienzan a trabajar para ayudar a


padres u otras personas de su entorno cercano (67,7 por ciento de los casos de
las ciudades y 65,2 por ciento de sus pares rurales). El estudio advierte que, sin
embargo, esa desigualdad inicial que implica dedicarse a actividades productivas
de manera precoz termina teniendo correlato en años posteriores: “a medida que
crecen, se extienden las relaciones salariales de tipo precario (39,3 por ciento para
los adolescentes urbanos y 29,9 por ciento para los rurales) y los acuerdos
cuentapropistas informales, principalmente entre los que trabajan en el medio rural
(25,2 por ciento). La amplia mayoría carece de algún tipo de beneficio social
(vacaciones pagadas, obra social, días pagos por enfermedad, etc.) derivado de
su trabajo”.

Entre chicas y chicos de ente 5 y 15 años, menos del 10 por ciento (8,5 en el caso
urbano, 6,1 en el entorno rural) “desarrolla jornadas de 36 o más horas semanales
a una edad en la que la mayoría de sus pares participa de forma exclusiva en el
sistema educativo formal”. Entre adolescentes de 16 y 17 años, “algo más de uno
de cada cuatro varones (26,3 por ciento del medio urbano y 26,6 por ciento del
rural) equipara su tiempo de trabajo con el de un adulto ocupado de tiempo
completo”.

Esas horas dedicadas al trabajo tienen un impacto directo sobre la educación de


esas chicas y chicos. Los horarios de la escuela son difíciles de cumplir para
quienes trabajan: “el 29,6 por ciento de los niños urbanos llegan tarde y el 19,1 por
ciento de sus pares rurales que trabajan para el mercado faltan con frecuencia”.
Entre adolescentes de 16 y 17 años, el trabajo afecta directamente la asistencia:
“27,8 por ciento de los adolescentes urbanos que trabajan y 16,5 por ciento de sus
pares mujeres no van a la escuela”; en áreas rurales el cuadro empeora, pues “el
45,5 por ciento de los varones y el 23,0% de las mujeres que trabajan para el
mercado no concurren a un establecimiento educativo”.

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