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El grito

Todos esperaban la noche del grito, y no era por las banderitas de papel, las memelas, los
cuetes (terror de perros falderos), ni por amor a la patria. No, lo más esperado era el títere,
para ver qué nueva estupidez hacía, después de todo ya le quedaban pocas por hacer y nada
unió más a los mexicanos que la burla hacia su presidente. Sabían que no iba a hablar de los
muertos que movieron los tráileres para aromatizar las calles de Jalisco, o de los mariachis
que mataron a seis personas en medio de un fuerte operativo policiaco en Garibaldi; pero sí
esperaban que algo pasara, algo digno de convertirse en meme. Al lado del títere estaba su
muñequita rubia, y detrás de él un gorila que lo custodiaba. Después de las vivas a “los héroes
que nos dieron patria”, las cuerdas se movieron y el adelgazado presidente tocó la campana,
al terminar, creyendo que su trabajo estaba hecho, guardó la bandera y dio la espalda al
público que conocedor de la ceremonia ya anticipaba el error. El gorila fue el encargado de
hacérselo notar y con la menor sutileza posible obligó al presidente a regresar al balcón para
ondear la bandera y dar paso al resto de la ceremonia formal. En seguida se permitió que sus
numerosos hijos (monitos útiles para completar la imagen de la familia feliz, pilar de la
nación) lo acompañaran a ver los fuegos artificiales, y allí pasaron diez minutos interminables
mirando, con sonrisas fingidas, a la multitud que tanto despreciaban –el sentimiento siempre
fue recíproco–. La fiesta terminó y la familia regresó al interior donde no tenían que fingir,
el hombrecillo se desplomó soltando polvo de sus apolillados miembros y la primera dama
quedó muda e inmóvil en un rincón, mientras que los monitos hacían de las suyas con unos
listones rojo brillante que sujetaban las cortinas. El gorila sólo podía observar la escena con
desprecio; pero pronto saldría, pronto se uniría a algún cartel donde podría gritar y hacer a
su gusto.

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