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Dicen, por otra parte, que un enano que se sube en las espaldas de un gigante puede
ver más lejos que el mismo gigante, aunque claro, su visión se debe sobre todo al
gigante en quien se apoya. Algo parecido sucede en este caso: si nos subimos en las
espaldas de estos gigantes, que fueron los padres de la Iglesia, podremos
indudablemente ver más lejos. Ellos son quienes han dejado en la Iglesia la
enseñanza para poder penetrar la Sagrada Escritura y aprovecharla. Nosotros
podremos avanzar mucho en el camino de la vida cristiana si nos dejamos guiar por
ellos.
Ahí se nos explica que el sentido literal es el significado por las palabras de la
Escritura y descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación.
Es lo que el autor ha querido decir, y es el sentido que sirve de fundamento a los
demás.
El sentido alegórico es el que nos permite adquirir una comprensión más
profunda de los acontecimientos, reconociendo su significación en Cristo; así el paso
del mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del bautismo. Este sentido
no es, como algunos pudieran creer, un sentido arbitrario, que se pone según el
capricho del que lee, sino el de quien, iluminado por la fe, sabe descubrir a Cristo en
toda la Escritura. Algunos piensan que se trata de algo así como los carros alegóricos
de los carnavales, y han olvidado que en realidad alegoría viene del griego y significa
lo otro, en este caso el otro sentido que se contiene en la letra de la Escritura. El
sentido alegórico es el que se descubre cuando en la letra se descubre el misterio de
Cristo.
He pensado algunas veces que en el fondo, cuando una homilía o una reflexión
son buenas, es porque nos enseñan estos cuatro sentidos de la Escritura, aunque a
veces sin conocer el nombre de cada uno de estos sentidos.
Si el sacerdote nos explica el texto de las lecturas, nos hace ver cuando y como
se escribió y por qué, etc., nos ilustra acerca del sentido literal, indispensable para
proponer todo lo demás. Cuando nos explica, una vez asentado el sentido literal,
cómo brilla en él el misterio de la salvación obrada por Cristo, nos está proponiendo
el sentido alegórico. Una vez hecho lo anterior, cuando el sacerdote nos hace ver la
relación de ese misterio con la vida cristiana cotidiana, donde debemos vivir o poner
en práctica la Escritura, nos está enseñando el sentido moral. Al final, cuando nos
dice que si guardamos el misterio en nuestro corazon y lo ponemos en práctica
alcanzaremos la felicidad de los santos, entonces nos está proponiendo el sentido
alegórico.
https://www.ecclesia.com.br/biblioteca/estudos_biblicos/los_cuatro_sentidos_de_la_escritur
a.html
3. La exégesis medieval
La edad media conoció una gran actividad escriturística. En los monasterios prevalece
la lectio divina la cual, partiendo de las enseñanzas de Gûido II, el cartujo, en su obra
Scala Claustralium se desarrolla en cuatro momentos:
Buscad leyendo (que dice el texto);
Hallareis meditando (que me dice el texto);
Llamad orando (que me hace decir el texto);
Os abrirán contemplando.
Para Tomas de Aquino el contenido del sentido literal puesto por Dios en la Sagrada
Escritura no requiere solo el recurso a la gramática y a la reflexión racional, “sino que
exige que el intérprete se sumerja dentro de la Tradición cristiana y en la luz de la
Revelación total, que son las únicas capaces de distinguir la relación de los textos
bíblicos con Jesucristo”[4]
Los medievales no se contentaban con el sentido inmediato del texto, que les resultaba
del todo insuficiente.
“Lo que pone en juego la interpretación no es algo que se encuentra en el propio texto,
una dificultad de orden filológico, histórico o teológico, sino la confrontación incesante
de un texto con otro a la búsqueda del mensaje revelado en la totalidad de ellos. La
exégesis medieval tiende a postular la existencia de un sentido diferente al literal y a
dar un mayor valor al sentido espiritual.”[5]
[1] ROSSANO/RAVASI. Nuevo Diccionario de Teología Bíblica, p.744
[2] FLORISTAN Casiano. Conceptos fundamentales del cristianismo, p.553
[3] Op.cit, p.472
[4]MANNUCCI Valerio. La Biblia como Palabra de Dios, p. 258
[5] TREBOLLE Julio. La Biblia judía y la Biblia cristiana, p.591
Publicado por German Enrique Calixto Diaz en 15:09
El tema de este seminario se refiere al cuerpo y al libro, y ningún título podía venir
mejor para la consideración del Libro en la Edad Media. Pues en efecto, el Libro tiene
un cuerpo, es un cuerpo. Ahora bien, todo cuerpo posee un alma, o también, según
la antropología tradicional, un alma y un espíritu. A tenor de esto, el Libro en la Edad
Media es un viviente que da vida. Nos estamos refiriendo naturalmente a la categoría
de Libro revelado, y en este sentido lo que podemos decir de la Biblia en cuanto que
texto sagrado, se puede decir también de la Torá y del Corán. Este común estatuto
de Escritura sagrada y revelada, provocará que también las hermenéuticas que
produzcan estos tres libros tengan puntos comunes, y por tanto también serán
susceptibles de estudios comparativos.
Como hemos aludido, existe una primera división elemental, pero esencial, en la
exégesis de los significados del Libro: si éste consta de cuerpo y alma, sus sentidos
serán el literal y el espiritual, el exterior y el interior, el superficial y el alegórico. Es
decir, el libro presentará una estructura simbólica, pues al mismo tiempo vela
(mediante el sentido literal) y desvela (a través del sentido profundo), oculta y
revela: se ve claramente la importantísima función teológica y filosófica de la
interpretación. En definitiva, el Libro cumple de manera paradigmática la esencia del
símbolo.
A todos estos estadios de sentido hay que añadirles la noción de tipología, que
proporciona la característica de continuidad histórica entre el Antiguo Testamento y
el Nuevo que empapa toda la hermenéutica bíblica medieval. Al hacer de cada
personaje y evento del Antiguo Testamento una imagen o prefiguración (týpos) de
Jesucristo o la Iglesia (es decir, de todo el Nuevo Testamento), se quiere hallar en la
historia un misterio, un sentido alegórico que se cumple, desvela y plenifica en
Jesucristo. Es evidente que esta interpretación presta a la historia descrita en la Biblia
una adehala de significado, lo que por cierto distingue nítidamente a la alegoría
cristiana de la pagana y de cualquiera otra. El alegorismo cristiano no se limita a la
tipología, pero la presupone.
Como consecuencia de todo lo dicho hasta ahora podemos afirmar que el Libro
revelado adquiere en la edad media el carácter de categoría ontológica y teológica
supremas. Por tanto, la hermenéutica medieval también está dentro de ese ámbito
onto-teológico privilegiado. La valorización metafísica del Libro (en concreto, de la
Biblia) lleva consigo un proceso de escriturización generalizada de la realidad: todo
en la edad media tiende a convertirse en libro, ya que un Libro es el paradigma de lo
real. Así, hablará del libro de la naturaleza, del libro del rostro; el cuerpo humano, el
templo y la liturgia se convierten en libros a los que se le puede aplicar una
interpretación literal y otra más profunda y simbólica. No hace falta insistir en la
importancia que tiene toda esta ideología escrituraria para la literatura y el arte.
Como se dirá a menudo (y Juan Escoto Erígena es el ejemplo más señero), Dios se
ha revelado mediante dos libros: la Naturaleza y la Escritura Santa. Luego sólo hay
que extraer las consecuencias de este aserto: la hermenéutica de la Escritura vale
para la hermenéutica de la Naturaleza; los sentidos de la Escritura son también los
sentidos de la Naturaleza. De ahí las continuas correspondencias y concordancias
universales que la exégesis medieval establece entre la Biblia y todos los demás
ámbitos de la realidad, quedando conformados así a imagen y semejanza del Libro.
Por ello se aplica a la Biblia una categoría de gran prestigio en el pensamiento
medieval: la Escritura es un speculum, un espejo que refleja y proyecta todos sus
contenidos sobre el mundo, haciendo de éste un libro en su ámbito propio del ser.
Pero no sólo eso; si la Escritura es un espejo que especula sobre nosotros sus
contenidos, también es cierto que nos vemos reflejados en la Escritura. Luego el
inquirimiento de los sentidos bíblicos significa la indagación en nosotros mismos. Por
tanto, la Escritura no sólo es susceptible de ser interpretada, sino que ahora se
convierte en nuestra propia exégesis, ella es la hermenéutica de cada uno de
nosotros.
Todo lo dicho hasta aquí no conduce a una visión estática, a una interpretación
cerrada y fundamentalista, a una consideración puramente libresca de la realidad,
sino a todo lo contrario: la hermenéutica medieval del Libro es una hermenéutica
restauradora. Veamos brevísimamente por qué y cómo se desenvuelve ese
movimiento restaurador del sentido.
Una última cuestión para acabar esta harto sucinta introducción al inabarcable tema
de la hermenéutica medieval. Es importantísimo tener en cuenta que para el
pensamiento del medievo la exégesis bíblica interpreta antes que nada y sobre todo
hechos y no palabras. Hay, por tanto, una confianza en el lenguaje: éste, por ser
revelación misma de Dios, traduce y manifiesta hechos verdaderos y ciertos; hechos
que no tienen por qué ser solamente históricos: pueden ser también contenidos,
ideas, realidades espirituales... pero en cualquier caso, el lenguaje que se interpreta
siempre es la mediación por la que el Sentido se manifiesta y revela. Sólo así se
evitan los desmanes del estructuralismo o de cualquiera otra teoría que tome al
lenguaje como una cosa en sí misma, vacía y sin contenido. Pues hay hermenéutica
solamente cuando reluce el Sentido sustancial a través de las palabras que lo
muestran
La Cuadriga, o las cuatro
etapas de interpretación,
por Richard Muller
2. Alegoría (lat. allegoria): Entiendo una cosa a través de otra, es decir trata
de entender el sentido de un texto de las Escrituras a la luz de otro similar.
Sin embargo, no fue hasta sino con Tomas de Aquino y Alberto el Grande
que se produjo un cambio mayor en el paradigma de interpretación
hermenéutica medieval. Estos pusieron un énfasis mucho mayor en el
sentido literal del texto[3], siguiendo un desarrollo a través de sus
divisiones lógicas y relaciones entre este las mismas, sentando así las
bases de una interpretación hermenéutica con base en el sentido histórico
del texto. Alberto el Grande menciona que “no hay sino una sola exegesis
genuina digna del nombre exegesis, y es aquella que explica el significado
dado por el autor del texto, el mismo que es indicado por el texto
mismo.”[4] Por lo cual, Alberto concluye que el sentido literal (historia) es
la base de los otros tres pasos, los mismos que deben ser entendidos
como extensiones pedagógicas del texto.
Aquino define que existe una sola conexión entre el sentido literal del texto
y los otros, debido a que solamente existe un sentido literal del texto. Una
palabra en un contexto especifico solamente puede significar una cosa.
CAPÍTULO III
CUATRO PUNTOS DE VISTA SEGÚN LOS CUALES SE PUEDE CONSIDERAR EL ANTIGUO TESTAMENTO
5. Esa parte de la sagrada Escritura que se llama Antiguo Testamento se ofrece a los que
ponen diligencia en conocerla desde cuatro puntos de vista: el de la historia, de la etiología,
de la analogía y de la alegoría. No me tomes por necio porque me haya servido de estos
términos griegos. Así me los han dado a mí y así te los transfiero, sin atreverme a sustituirlos.
Además, ten en cuenta que no tiene nuestra lengua términos en uso para estos conceptos. Si
para traducirlos forjara nuevos términos, sería mayor aún mi pedantería, y las perífrasis
implicarían una exposición más embarazosa. Desearía que te convencieras de esto al menos:
que, si me desvío hacia el error, no me lleva a él el orgullo ni la altanería. Se nos ofrece la
Escritura santa desde un punto de vista histórico cuando en ella se nos instruye en lo que ha
sido escrito o en lo que se ha realizado; y si no ha tenido realidad, se nos describe como si la
hubiera tenido. Al punto de vista etiológico corresponde la explicación causal de por qué se
han dicho o hecho algunas cosas. La demostración de que entre el Antiguo y Nuevo Testamento
no existe contradicción pertenece al estudio analógico. La alegoría nos previene para que no
tomemos a la letra todo lo que allí se nos dice, sino en sentido figurado.
6. Lo mismo nuestro Señor Jesucristo que los apóstoles hicieron uso de estos cuatro modos
de entender las sagradas Escrituras. Sentido histórico tienen las palabras con que responde
Jesús cuando los fariseos le reprochan que sus discípulos habían arrancado espigas en día de
sábado: ¿No habéis leído, les dijo, lo que hizo David cuando tuvo hambre él y los que le
acompañaban? ¿Cómo entró en la casa de Dios y comieron los panes de la proposición, que
no les era lícito comer a él y a los suyos, sino sólo a los sacerdotes? 1 Con sentido etiológico
se nos ofrece aquel pasaje en que al prohibir Cristo repudiar a la mujer a no ser en caso de
fornicación, y serle replicado por los fariseos que Moisés había permitido despedirla mediante
libelo de repudio, les dice Cristo: Esto lo permitió Moisés a causa de la dureza de vuestro
corazón 2. Se da aquí razón de por qué Moisés obró bien permitiendo el repudio; el mandato
de Cristo señalaba que ya estaban llegando los tiempos nuevos. Exponer ahora aquí cómo es
la divina Providencia, la que ha acordado y puesto en orden estos tiempos nuevos, es tarea
no breve.
9. En este punto, esos hombres, malos en demasía, intentan invalidar la ley y nos obligan a
justificar las Escrituras. Hacen hincapié en que se dice que los que están bajo la ley están en
condición de esclavos, aventando sobre todo esta sentencia paulina: Os desligáis de Cristo los
que buscáis la justicia en la ley; habéis perdido la gracia 7. Nosotros admitimos la verdad de
todas estas cosas y proclamamos la necesidad de aquella ley exclusivamente para aquellos
para quienes la esclavitud ofrece alguna utilidad; así, su utilidad estriba en que los hombres
que no se apartan de sus pecados por la sola fuerza de la razón, lo hicieran obligados por una
ley cargada de amenazas, de terror y penas capaces de impresionar los sentidos de los mismos
insensatos. La gracia de Cristo nos libera de esas penas sin condenar aquella ley y nos invita
no a ser sus esclavos por temor, sino a obedecerla por caridad. Eso es la gracia, es decir, un
beneficio que no aciertan a ver como venido del cielo los que se obstinan en vivir como esclavos
de la ley. Con razón San Pablo acusa de infidelidad a los que no. creen en su libertad por
mediación de nuestro Señor Jesucristo de aquella servidumbre a la que por justísima
disposición divina estuvimos sometidos en alguna época. De aquí la expresión del mismo
Apóstol: De suerte que la ley fue nuestro ayo para llevarnos a Cristo 8. El dio, pues, a los
hombres primero un maestro a quien habían de temer, después otro, a quien habían de amar.
Pero todos estos preceptos y mandatos legales, que ya no les es lícito a los cristianos observar,
tales como los de la circuncisión, el del sábado, los sacrificios y otros idénticos, contienen
misterios tan grandes, que no hay persona piadosa que desconozca los males que se siguen
de tomar en sentido literal lo que allí se exporte, ni los óptimos frutos que resultan si se
entienden tal y como se desvelan al espíritu. Por eso dice San Pablo: La letra mata, pero el
espíritu da vida 9. Y aquel pasaje: El mismo velo continúa sobre la lección de la antigua alianza,
sin percibir que sólo por Cristo ha sido removido 10. No es que Cristo remueva el Antiguo
Testamento, sino que lo desvela, para que por medio de Cristo se haga inteligible y patente lo
que sin El permanecería en, tinieblas y cerrado. A renglón seguido dice el propio Apóstol: Mas
cuando se vuelvan al Señor, será corrido el velo 11. No dice que será removida la ley ni tampoco
el Antiguo Testamento, como si encubrieran cosas inútiles sino que la gracia del Señor
descorrerá el velo que oculta las cosas provechosas. Este es, pues, el modo de proceder de
aquellos que con afán piadoso buscan el sentido de las sagradas Escrituras. Cuidadosamente
se muestra la sucesión ordenada de las cosas, la razón de le que se hace o se dice y la armonía
admirable que hay entre uno y otro testamento, sin dejar una tilde que discorde del conjunto:
tan patentes quedan los antitipos allí figurados, que las dificultades que se van resolviendo al
filo de la interpretación obligan a reconocer la desdicha de quienes se atreven a censurarlas
sin conocerlas.
CAPÍTULO IV
10. Sin fijarnos por ahora en los problemas profundos de la ciencia, voy a tratarte como pienso
yo que se debe tratar con un amigo, es decir, según mi modo de ver y no como he visto, lleno
de admiración, que lo hacen los doctos. Hay tres clases de errores en que se puede incurrir
cuando se lee algo. Hablaré de cada uno de ellos. El primero consiste en tomar por verdadero
lo que es falso, aunque el escritor no pretendiera dar lo falso por verdadero. El segundo,
aunque menos difundido, no por ello menos perjudicial, consiste en que lo falso es tomado por
verdadero, porque así lo hace también el autor del escrito. Cuando en la lectura se llegan a
percibir verdades de que el autor no se percató, ocurre el tercer error. Este tercero encierra
no pocas ventajas; bien pensado, el fruto de la lectura es completo. Un caso del primer género
sería el error de quien creyera que Radamanto ve y juzga en los infiernos las causas de los
muertos, porque así nos lo dice Virgilio 12. El error de aquél sería doble: tiene por cierto lo que
es falso, y cree, además, que ése era el pensamiento del autor que lee. El segundo error
admite esta ejemplificación: alguien que, porque escribe Lucrecio que las almas están
formadas de átomos y que al morir se resuelven en átomos y fenecen, pensara que debía
aceptarlo por verdadero. No es menor su desdicha teniendo por cierto lo que es falso, aunque
también Lucrecio participara de ese pensamiento falso, en asunto tan importante. ¿Qué
ventajas pueden derivarse para él de estar seguro del pensamiento del autor, si no ha
encontrado quien lo librara del error, sino quien con él lo comparte? Para aclaración del tercer
caso viene bien esto: Alguien asegura que Epicuro pone el bien sumo del hombre en la virtud,
porque en algunos pasajes de sus libros se leen elogios que dedica a la continencia, y que no
hay razón para censurarle de ello. Aunque Epicuro piense de hecho que el sumo bien del
hombre lo constituye el placer sensible, ¿qué daños puede ocasionar este error al supuesto
lector que no está poseído de esta idea, y cuyas simpatías hacia el filósofo derivan de que lo
juzga ajeno a pensamientos que no deben admitirse? Esta manera de errar es humana, y
muchas veces hasta ennoblece. Si alguien se acercan a decirme que un buen amigo mío, de
edad ya avanzada, había manifestado en presencia de numerosos oyentes que la infancia y la
niñez le agradan tanto que juraba querer vivir como en aquella edad, y se dieran tales razones
que el negarlo sería petulancia por mi parte, ¿habría motivo de censura en mí por pensar que
mi amigo con estas palabras había querido expresar su agrado de la inocencia y de las almas
libres de las pasiones que cercan al hombre, y todo esto aun en el caso en que su niñez hubiera
tenido preferencias por los placeres del juego, de la comida, o por una ociosidad estéril?
Suponte que muere mi amigo después de conocer yo su declaración y que ya no puedo pedirle
que me aclare su pensamiento, ¿habría alguien tan perverso que llegara a enojarse conmigo
por el hecho de alabar yo los deseos e intenciones de aquél, conocidos por sus palabras? Y,
¿qué diríamos si el justo juez de todas las cosas elogiara mi pensamiento y mi voluntad en
esta doble circunstancia: por mi amor a la inocencia y porque yo, hombre, pensé bien de otro
hombre en un caso dudoso, en que podía haber pensado mal?
2. Dice Agustín en el libro De utilitate credendi: La Escritura llamada Viejo Testamento se nos
transmite de cuatro formas: histórica, filológica, analógica y alegórica. Estas cuatro formas
parecen completamente distintas de los cuatro sentidos citados. Por lo tanto no parece
conveniente que un mismo texto de la Escritura se explique según esos cuatro sentidos.
3. Amén de los cuatro sentidos citados, hay otro, el parabólico. Contra esto: está lo que dice
Gregorio en el XX Moralium : Por su modo de hablar, la Sagrada Escritura está por encima de
todas las ciencias, pues con un mismo texto relata un hecho y revela un misterio.
Respondo: El autor de la Sagrada Escritura es Dios. Y Dios puede no sólo adecuar la palabra a
su significado, cosa que, por lo demás, puede hacer el hombre, sino también adecuar el mismo
contenido. Así, de la misma forma que en todas las ciencias los términos expresan algo, lo
propio de la ciencia sagrada es que el contenido de lo expresado por los términos a su vez
significa algo. Así, pues, el primer significado de un término corresponde al primer sentido
citado, el histórico o literal. Y el contenido de lo expresado por un término, a su vez, significa
algo. Este último significado corresponde al sentido espiritual, que supone el literal y en él se
fundamenta. Este sentido espiritual se divide en tres. Como dice el Apóstol en la carta a los
Hebr 7,19, la Antigua Ley es figura de la Nueva; y esta misma Nueva Ley es figura de la futura
gloria, como dice Dionisio en Ecclesiastica Hierarchia. También en la Nueva Ley todo lo que ha
tenido lugar en la cabeza es signo de lo que nosotros debemos hacer. Así, pues, lo que en la
Antigua Ley figura la Nueva, corresponde al sentido alegórico; lo que ha tenido lugar en Cristo
o que va referido a Cristo, y que es signo de lo que nosotros debemos hacer, corresponde al
sentido moral; lo que es figura de la eterna gloria, corresponde al sentido anagógico.
El sentido que se propone el autor es el literal. Como quiera que el autor de la Sagrada Escritura
es Dios, el cual tiene exacto conocimiento de todo al mismo tiempo, no hay inconveniente en
que el sentido literal de un texto de la Escritura tenga varios sentidos , como dice Agustín en
el XII Confess.
A las objeciones: